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Una relectura del Deuteronomio (mayo de 2012)
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1. LAS FAMILIAS ANTE LA FE EN LA ACTUALIDAD
Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las
cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu
vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos.
DEUTERONOMIO 4.9, Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy
ace algunos años fue muy conocido un anuncio que decía: “Ser una familia así o tener una
familia así…”, que insistía, obviamente, en la necesidad de reforzar los valores de unidad,
confianza y comprensión. Ciertamente, son loables las intenciones por mantener dichos valores,
aunque las realidades tan exigentes que se plantean hoy ponen en riesgo todo lo que represente
tradiciones y certezas antiguas. Una de ellas es la presencia de la fe como norma de vida en las
familias, pues ha dejado de ser la consigna o la base de la existencia y sólo se recurre a ella en
situaciones extremas o lastimosas. Cuando se escribió el libro de Deuteronomio, un “documento
puente” entre varias generaciones de familias de fe, la insistencia en mantenerse fieles a las
acciones de Dios que ellas habían conocido en su historia fue una constante en la vida del pueblo,
hasta el punto de que casi parecería que ésa fue la razón de su escritura.
Como bien ha explicado Edesio Sánchez Cetina, especialista en este libro, el Deuteronomio
no sueña despierto con la posibilidad de instalar algún modelo nuevo de familia, sino que, desde
adentro mismo de la tradición de fe de su pueblo promueve que la experiencia histórica de la fe se
mantenga viva en la cotidianidad, ligada siempre también a la historia, para renovar continuamente
la forma en que la fe enfrenta las nuevas situaciones: “La urgencia de un cambio se acrecienta
cuando colocamos la realidad de la „familia cristiana‟ de nuestros tiempos junto con la demanda
bíblica. Ya no podemos trazar una marcada línea que distinga los estilos de vida, educación,
prácticas y prioridades de las familias cristianas de las no cristianas. Aquella romántica creencia que
los cristianos vivimos lejos del „mundanal ruido‟ hoy se ha hecho trizas. ¡En realidad eso nunca ha
sido así!”.1
Para tal fin, plantea una serie de exhortaciones que, por acumulación, se van presentando a
los padres, madres y abuelos/as lectores y oyentes para que éstos, como responsables de la
transmisión de la fe a las nuevas generaciones, tengan elementos suficientes para lograrlo. Porque
este libro fue sensible a la necesidad de introducir cambios en la formación espiritual de las
personas en el seno familiar. Actualizando esta reflexión, Sánchez Cetina propone un ejercicio:
Para comprobarlo, hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia. Se verá
que los responsables de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y
1 E. Sánchez, Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), pp. 194-195.
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objetivos alejados de la fe bíblica (y las más de las veces en contra de la misma). Se notará también que la
proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación es escandalosamente “favorable” a la influencia de tales
sujetos de formación. Al comparar esa influencia con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la vida
cristiana, no cabe esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y
comunidades.2
Por su parte, Emilio Monjo, pastor presbiteriano español, advierte que no debemos idolatrar a
la familia como algo eterno e inamovible (basada en la idea de la ley natural), pues incurrir en ello
puede alejarnos del camino de las soluciones, así sean provisionales, de los verdaderos problemas.
Si la carencia de una fe dinámica y actual es ahora la dificultad, la repetición de fórmulas o recetas
absolutas no es el mejor rumbo. Por el contrario, es preciso cuestionar radicalmente si las evidencias
bíblicas pueden seguirse utilizando como se ha hecho hasta ahora. Y pone el ejemplo más duro e
“inaceptable” que puede haber al referirse nada menos que al “padre de la fe”, a Abraham mismo:
La familia natural “tradicional” durante siglos, descrita y presentada por la Palabra (esta sí, infalible) podía estar
compuesta por un hombre y una mujer (siempre, y no puede eso cambiarse), pero también por más de una
esposa. Al que se le dice que en él serían benditas todas las familias de la tierra, no parece que tuviera una
familia según las medidas de lo que hoy se proclama. Las mismas tribus que componen la Congregación del
Señor, nacen de una familia que no entra en el molde actual. Las promesas sobre el trono de David están dadas
a uno que de la familia “natural” sabía bien poco. Las bendiciones de la familia que el Señor promete en los
salmos, esa “mujer” en tu mesa, con tus hijos, con los hijos de tus hijos, se da y se canta con una situación en la
que podía haber (legal, santamente) más de una esposa. ¿Se refieren a esto cuando proponen valores judeo-
cristianos? (La familia, betab = casa del padre, en muchos casos tenía varias madres, con sus hijos respectivos.)
Las ricas y benditas fiestas para conocer y experimentar la gracia de Dios, los tabernáculos, la pascua,
pentecostés, se celebraran en la familia, con la familia, allí podríamos encontrar a fieles creyentes con sus hijos,
en casas donde había un marido y varias esposas.3
A este tipo de familias se dirigió el Dt, algo que muy frecuentemente se olvida en el afán de
trasladar las exhortaciones a nuestro tiempo, de manera muy ligera. Pero lo constante, allá y acá,
era la necesidad de transmitir adecuadamente el testimonio de una fe siempre en acción, nunca
apática, indiferente o desconectada de la vida real, pues una de las grandes enseñanzas del libro es
que la fe tiene que ver con todas las cosas que se hacen y se piensan. La obediencia a Yahvé,
según Dt 4, era sinónimo de vida en la máxima extensión de la palabra. Guardar sus mandamientos
era una garantía para asumir los retos con la certeza de hacer la voluntad divina (vv. 5-6) ante las
evidencias claras de la actuación de Dios en favor del pueblo. Las familias y tribus de la nueva
2 Ibid., p. 195. 3 E. Monjo Bellido, “El ídolo de la familia tradicional”, en Magacín, supl. de Protestante Digital, 6 de mayo de 2012, www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/4673/El-idolo-de-la-familia-tradicional.
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generación, aun cuando no habían vivido los momentos fundadores y épicos del éxodo, no estaban
exentas de un compromiso efectivo con el pacto de fe que debía producir no sólo estabilidad social
sino también una auténtica proclamación de la presencia divina. El pasaje “despide a la generación
del „ayer‟ y da la bienvenida a la del „hoy‟. Arranca el Horeb de aquella generación mala y
desobediente y se lo ofrece a la nueva generación que a partir de ahora estará en prueba. En efecto,
el capítulo 4 pone la pauta que se repetirá por todo el libro: Israel no puede vivir sin mantenerse en
la relación de alianza, sin ser fiel a Yavé”.4
De la misma manera, hoy somos confrontados con la obligación y necesidad de hacer de la fe
el verdadero motor de la vida nuestras familias y de las que nos rodean. Una tarea titánica y
sumamente exigente. La llamada en otras épocas “instrucción religiosa” hoy debe ser vivida en todas
sus dimensiones.
4 E. Sánchez, op. cit., p. 102.
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2. TIEMPOS CRÍTICOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO: LAS NUEVAS GENERACIONES
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que
yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos,
y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino,
cuando te acuestes y cuando te levantes”.
DEUTERONOMIO 6.4-7
na constante en la vida familiar y comunitaria es la renovación de los hábitos, tradiciones y
creencias que impulsan y representan las nuevas generaciones. No es posible suponer que
ellas actúan de manera pasiva ante la necesidad de afrontar circunstancias distintas en la existencia
y que lo harán recurriendo únicamente a lo aprendido y vivido por las generaciones pasadas. En el
antiguo Israel esto fue muy bien entendido y por ello se practicó varias veces la renovación de la
alianza, es decir, una nueva manera de relación entre el Dios que había sacado a los ancestros de la
esclavitud en Egipto y las nuevas generaciones que ya no conocieron ese episodio más que a través
de los recuerdos de sus familias. El Deuteronomio es, en ese sentido, un documento que plantea la
posibilidad de renovación para mantener los lazos espirituales, religiosos y culturales con ese
pasado, pero desde una perspectiva diferente, marcada por los nuevos sucesos y experiencias del
pueblo: “el Deuteronomio (y también la obra del deuteronomista) ya supone la pérdida de la tierra y
el exilio babilónico (Dt 4.27-31 y 30.1-5), y desde ese lugar trata de explicar las causas del desastre
y esbozar un nuevo horizonte; todo esto, claro está, proyectado sobre un pasado normativo que
servirá de modelo para las nuevas búsquedas y propuestas”.5 Es, ante todo, una lucha contra el
olvido: “El Deuteronomio orienta su ideología sobre una cultura de la memoria, en contra de todo tipo
de olvido, el olvido del pasado, de los propios orígenes y del Dios de los padres; y esto sin duda
aportó uno de los principales impulsos al desarrollo del judaísmo confesional a partir de la época del
exilio” (Idem).
En medio de procesos históricos como éste las cosas no siempre son fáciles y la lucha
ideológica contra el riesgo de sustituir a Yavé en la fe colectiva fue un elemento persistente en la
reconstrucción y actualización de la fe del pueblo en sus diversas etapas. En Dt 6.4-9 estamos,
como dice Edesio Sánchez, ante “el corazón de la fe bíblica”. Se trata, pues, de participar de una
auténtica “escuela de la fe”, de volver a “estudiar el catecismo”,6 de volver otra vez al abecedario de
las creencias fundamentales, aunque ahora con un espíritu maduro y consciente de que éstas no
5 Samuel Almada, “Aprendizaje y memoria para vivir la comunidad. Enfoques en Deuteronomio”, en RIBLA, núm. 59, http://claiweb.org/ribla/ribla59/samuel.html. 6 Cf. el Nuevo catecismo para indios remisos, de Carlos Monsiváis (México, Siglo XXI, 1982), irónico acercamiento a la enseñanza religiosa colonial en Nueva España.
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son únicamente un conjunto de “verdades memorizables” sino más bien de repensar lo perdido,
rescatar lo posible y enfrentar el futuro con esperanza y confianza en que la obediencia a los
mandatos divinos siempre traerá bien a los seres humanos y sus familias. La insistencia del Shemá
en el “corazón” (“órgano de la razón y de las decisiones éticas del ser humano”7) y en abarcar todas
las áreas de la persona para “amar a Dios”: “Estos versículos, de entrada, excluyen toda posibilidad
de lealtades divididas y espacios „vacíos‟ en una vida que le pertenece totalmente a Yavé. He aquí el
punto de referencia desde donde deben verse toda llamada a la fidelidad absoluta y todo castigo por
la falta de ella”.8
El contexto comunitario, religioso y social del Shemá es digno de destacarse:
La expresión completa, “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor”, convierte al pueblo en
convocador y convocado al mismo tiempo. El pueblo, en el acto de invitarse, se compromete a someterse a la
voluntad exclusiva de Yavé. Esta declaración coloca la responsabilidad del compromiso en cada individuo que la
recite. Nadie que la diga puede decir que le fue impuesta desde afuera.
Con la frase “el Señor nuestro Dios es el único Señor”, el autor expresa en forma positiva el primer
mandamiento del Decálogo. Israel de nuevo es confrontado con el hecho de la unicidad del Señor. Esta
declaración se entiende únicamente cuando la colocamos en el contexto histórico, político y religioso donde se
dio la tradición deuteronómica. Cada vez que se recuenta la historia del pasado se deja en claro que Israel vive
sólo porque Yavé dirige su vida. Él gobierna a Israel. La vida de Israel depende de su reconocimiento de Yavé
como su soberano. Por ello, al autor le preocupan sobremanera las tentaciones que enfrentan al pueblo en
Canaán: ¡tanto dios para adorar, tanto lugar alto para asistir, tanta práctica excitante en que participar!9
Amar a Dios de una manera total no es una exigencia que surja espontáneamente, pues
procede de una concientización profunda acerca de las obras de Dios en la historia, en nuestra
historia, individual y colectiva. Si se traza un mapa mental de la manera en que Dios ha tratado con
cada uno, en realidad le queda uno “debiendo” mucho a Él. Hoy, como ayer: “El amor a Dios en el
Antiguo Testamento pertenece al contexto de la alianza. Sin embargo, no está atado a una
enseñanza legalista. El amor que se demanda a Israel es una respuesta „con la misma moneda‟. Es
una respuesta apropiada a la fidelidad de Dios, quien siempre mantiene y cumple sus promesas
(4:37; 10:15; 7:7, 8). Israel es invitado a amar porque Dios lo amó primero (cf. I Jn 4:19). Esta
primicia del amor divino en Deuteronomio es la raíz de toda obediencia”.10
¿Qué escuela de fe tuvimos o hemos tenido nosotros? ¿Cuáles son nuestras referencias al
remitirnos a los orígenes de nuestra formación cristiana? Ciertamente los saldos pueden no ser tan
7 E. Sánchez, op. cit., p. 188. 8 Ibid., p. 189. 9 Ibid., p. 191. 10 Idem.
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buenos, pero el Deuteronomio propone recuperar el tiempo perdido porque cada momento de la vida
es una oportunidad de renovación. Asimismo, el pasaje manifiesta que el compromiso por transmitir
esta confesión de fe de generación en generación se realizará en el espacio formativo por
excelencia, espacio de la confianza máxima entre padres/madres e hijos y al cual es imposible
renunciar como hoy tan lamentablemente sucede, pues la pretendida lucha por la “libertad religiosa”
por parte de sectores conservadores en México, con la bandera de que las familias son las
responsables de su educación en estos temas, en realidad lo que busca es devolver privilegios y
control a la iglesia mayoritaria ante la pérdida acelerada de valores pretendidamente cristianos en la
sociedad. Sánchez Cetina lo comenta muy bien:
Ya no podemos trazar una marcada línea que distinga los estilos de vida, educación, prácticas y prioridades de
las familias cristianas de las no cristianas. Aquella romántica creencia que los cristianos vivimos lejos del
“mundanal ruido” hoy se ha hecho trizas. ¡En realidad eso nunca ha sido así!
Para comprobarlo, hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia. Se
verá que los responsables de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y
objetivos alejados de la fe bíblica (y las más de las veces en contra de la misma). Se notará también que la
proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación es escandalosamente “favorable” a la influencia de tales
sujetos de formación. Al comparar esa influencia con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la vida
cristiana, no cabe esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y
comunidades.
La cultura uniformadora de los medios de comunicación masiva ha roto con los límites de clases sociales,
distancias geográficas y niveles de formación académica. Vivimos en medio de un sistema con poder
“omnipresente”, cuya filosofía de vida alcanza materialmente a todos.11
Las nuevas generaciones demandan una renovación profunda que vaya más allá del mero
hecho de exponer las creencias, pues se trata también, y sobre todo, de que éstas demuestren su
capacidad para consolidar un criterio espiritual aplicable a todas las áreas de la vida.
11 Ibid., p. 195.
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3. FE, FAMILIAS Y TESTIMONIO CRISTIANO
“Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios dejando de guardar sus mandamientos, sus
ordenanzas y Sus estatutos que yo te ordeno hoy; no sea que cuando hayas comido y
te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus
vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que
tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu
Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de esclavos”.
DEUTERONOMIO 8.11-14
l Deuteronomio practicó una lucha sistemática contra el olvido, porque desde su época se
sabía que aquello que no es significativo se arrumba en el desván de la desmemoria, de la
indiferencia. En estos tiempos, cuando la memoria tiene tantas ayudas tecnológicas (pensemos, por
ejemplo, en las fotos que en un instante le dan la vuelta al planeta), parecería que el ejercicio de la
anamnesis, lo contrario de la amnesia, el olvido instalado en la vida, a veces sin remedio, es preciso
recuperar la orientación de esta tradición bíblica, pues su esfuerzo por devolver a las familias el
legado antiguo y actualizar los motivos de fe que le dieron razón de ser en el mundo, es una garantía
de preservar y alimentar la relación con el Dios vivo y verdadero. Las acciones liberadoras del Dios
que brotó explosivamente en los episodios sobrecogedores del Éxodo debían impulsar a las nuevas
generaciones de Israel para que sus creencias y la comunión con Dios no fuera solamente una cosa
del pasado. Porque si hay algo cierto en cuestiones de espiritualidad es que la práctica de otros, y
más de quienes están tan lejanos en el tiempo, no se pueden aplicar, sin más, a la experiencia
actual.
Luego de una complicada exhortación sobre la necesidad de exterminar a los vecinos
cananeos, de preservar la peculiaridad del pueblo y subrayar el apoyo divino, lo que obligaba a
eliminar cualquier forma de idolatría en el cap. 7 (la santidad como una “contracultura”, señala
Edesio Sánchez C.), Dt 8 insiste varias veces en recordar lo sucedido durante los años pasados en
el desierto (v. 2), donde Yahvé probó el corazón de las comunidad para saber si habría de guardar o
no los mandamientos. Se afirma también que hubo sufrimiento, hambre y sostén y que el cuidado de
lo alto no se detuvo nunca (v. 4). La entrada a la tierra es vista, además, como una gran bendición
(vv. 7-10). Con todo ello, el llamado a derrotar al olvido reaparece con una gran fuerza para advertir
que, en efecto, la saciedad, comodidad y prosperidad tan añoradas podían producir amnesia y
orgullo (vv. 11-17). En nuestro caso se vale decir, a diferencia de aquella actitud contra la que
previene el pasaje: “Todo lo puedo, sí, aunque no soy un súper hombre o una súper mujer..., pero en
Cristo que me fortalece” (Fil 4.13). Porque nunca las fuerzas profundas que nos sostienen son
nuestras.
E
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La dinámica recuerdo-olvido domina toda la exhortación y evidencia la forma en que la
tradición deuteronomista procesó lo sucedido cuando Israel estaba a un paso de desaparecer como
país, lo cual fue interpretado como fruto de la desobediencia. “De acuerdo con los versículos 19-20,
la desobediencia e infidelidad traerá como resultado la pérdida de los privilegios de la alianza, la
expulsión de ella y, finalmente, la misma situación de destrucción que correspondió a las naciones
paganas”.12 Semejante panorama que se veía venir no ponía en entredicho las bases de la alianza,
pues la fidelidad de Dios no era lo que estaba en juego sino más bien obligó a repensar, igual que
hoy, los alcances de la responsabilidad de las familias en este proceso.
Cuando se combina adecuadamente la solidez de las creencias y valores con la forma en que
la fe puede configurar la vida de una comunidad familiar, y cuando ésta encuentra nuevos y efectivos
cauces de renovación, la acción del Espíritu de facilita más, por decirlo así, porque la madurez
alcanzada es capaz de revisar continuamente los fundamentos de sus criterios de vida. El texto
subraya la necesidad de establecer una escala de valores y prioridades que no invierta o ponga de
cabeza los elementos principales, ni dilapide los recursos espirituales que Dios ha puesto a su
disposición, pues como agrega Sánchez Cetina:
Aunque Yavé sostiene providencialmente la vida de su pueblo, de éste último depende el curso de su historia. El
capítulo 28 discurre sobre este asunto. En su proceder ético, el pueblo berítico escribe su historia. La historia de
Israel, de acuerdo. […]
La puerta a la idolatría se abre por el olvido y abandono de Yavé y la autoconfianza del pueblo (vv. 14,17,
19). Previo a la búsqueda de otros “señores” se encuentra el olvido, la amnesia histórica: el pueblo se ha
olvidado de que Yavé fue el Dios que lo sacó de Egipto. La secuencia es clara: el olvido lleva a la pérdida de
confianza, luego al desalojo de Yavé como único ocupante del corazón del pueblo, de allí a la autoconfianza y,
finalmente, a la entrega a los dioses ajenos.13
De modo que hoy, igual que ayer, la mediación familiar para que el testimonio cristiano se
afiance es una obligación irrenunciable cuando se dice que se tiene fe. Por el contrario, si los
criterios dominantes de la vida familiar son otros, no se puede esperar la bendición divina como
resultado de una auténtica sintonía con los mandamientos u ordenanzas. Las formas éticas o
morales que no se presentan a sí mismas como religiosas tiene un grado de autonomía y eficacia,
pero siempre habrá que sospechar de ellas por sus sesgos, intereses y propósitos. Al confiar en los
mandatos divinos se tiene la certeza de que ellos contribuirán verdaderamente a edificar vidas que
testifiquen de la obra redentora de Jesucristo en medio de situaciones que siempre ponen a prueba
la calidad de la fe y de los valores emanados de ella.
12 E. Sánchez, op. cit., p. 223. 13 Ibid., pp. 223, 225.