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Faustaeslasegundanoveladelaserie«LosPardaillán»escritaporMiguelZévaco,publicadaporentregasenLePetiteRépubliqueapartirde1903yeditadaendosvolúmenesen1908.Este libroconstituyeelprimervolumendeestanovelaycorrespondealtercervolumendelaserie.
Después de las batallas heroicas relatadas en los primeros volúmenes; elcaballero de Pardaillán, Francisco de Montmorency, su esposa y su hija,finalmente lleganalcastillodeMontmorency,desgraciadamentesinel viejoPardaillánquienhamuertoenelcaminoporlasgravesheridasquerecibió.
EstahistoriacomienzaenlasafuerasdeParís,másbienatodogalope,conel poco gloriosoEnrique III que ha sido expulsado por el pueblo deParís.Ahora,eselañode1588.ElreydeFrancia,EnriqueIII,sucesordeCarlosIXseencuentrafugitivo…ElcaballerodePardaillánestádevueltaenParís…dondesusenemigosestánalaespera;alencumbradoduquedeGuisa,hayque sumar ahora a Fausta Borgia. Una increíblemente poderosa princesaitalianadescendientedelosBorgia,(LucreciaBorgia,eldespiadadoRodrigoBorgia,[PapaAlejandroVI]yelPapaCalixtoIII).Faustaviveenunsuntuosopalacio en París, más grande que la Ciudad del Vaticano y su inmensariquezaessuperioraladelPapaSixtoV.Criaturaimplacableysoberbiaalaque ningún crimen puede detener si puede servir a sus grandiosasambiciones.Unenemigoformidableparacualquiera.
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MiguelZévaco
FaustaLosPardaillán-3
ePubr1.0Meddle-orhi14.09.16
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Títulooriginal:LaFaustaMiguelZévaco,1903Traducción:MarioMartínezLópez
Editordigital:Meddle-orhiPrimereditorparaPapyrefb2:elagardeePubbaser1.2
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ACLARACIÓN
En las traducciones al español hechas por las diferentes editoriales, la serie fuepublicada en 27 episodios (libros más pequeños que se continuaban entre sí).Adicionalmente algunas editoriales han juntado tales episodios en grupos, y hanpublicado la serie en 7, 8 o 9 tomos. El problema aquí, es que el criterio para laagrupación,nobuscóenningúnmomentoofrecerallectoraventurascompletas.Asíque, cada uno de esos tomos no es una aventura completa y es necesario tener elsiguientetomoparaenterarsedeldesenlace.Pero…esetomocontienetambiénotrosepisodios que corresponden a la siguiente aventura, quedando ésta, tambiéninconclusaenesetomo.
Enestaversiónparapapyrefb2,hedecididorespetarlaversiónoriginal,talcomofuepublicada,en5partesy2libroscompletosencadaunadeellas,(véaselaserie:«LosPardaillán»alfinaldellibro),tomandocomobaselosoriginalesenespañoldemi versión en papel y agrupando los episodios como indica la obra original, paraofrecerallector,unaaventuracompletaencadalibro.
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Prólogo
DECORACIÓN: UNA NOCHE de primavera, perfumada, misteriosa y pura. NoshallamosenelatriodeNuestraSeñora.Lacatedralacurrucadaen lasombra,comounaesfingetitánicayalotroextremounpalacioseñorialdeseverafachada.
Enelbalcóngótico,bajolacariciadelbrillodelosastros,unablancaaparición,semejanteaunavirgenvaporosa,sedestacabaenlavidriera.Palpitanteseguíaconlamiradaenlaoscuridadazuladaauneleganteyaltivocaballeroquesealejaba.
AquellajoveneraLeonor,únicahijadelbaróndeMontaigues:elángeldepiedadque, desde la trágica jornada de San Bartolomé, en que el viejo hugonote fuesometidoalsuplicioycegado,leprodigabainagotablesconsuelos.
Yaquelseñor,aquienelladespedíaapasionadamente,erasuamante,elfastuosoynobleduqueJuandeKervilliers.
Lentamente,encuantohubodesaparecidoéste,lajovenseretirópesarosa,cerróel balcón y en aquella estancia en que sus citas nocturnas transcurrían tan rápidascomolosfantasmagóricosminutosdeunsueñoencantador,evocóelúltimoepisodiode su amor; hacía una hora, en aquel mismo lugar, suspendida al cuello de Juan,murmurólamásconmovedoraytemibledelasconfesiones:ibaasermadre.
¡Cómotemblabaentonces!PorqueelbaróndeMontaigues,elciegoqueenaquelmomentodormíacontaltranquilidadyconfianza,aquelpadreaquienellaadoraba,¿cuálnoseríasuvergüenza?¿Quéharíaencuantolosupiera?
Leonorentreveíaunacatástrofe.Aloírlasprimeraspalabras,Kervillierssepusolívido,dedichasinduda,porque
lediounfuerteabrazoylereiterósuformalpromesa;elviejonosabríanada.Lafaltareparadaa tiemposeríade todos ignorada.Aldía siguiente JuanhablaríayLeonorsería,desdeentonces,suprometidayalcabodepocosdíassumujer.
He aquí lo que acababa de pasar, y a la sazón, en aquella habitación llena derecuerdosdelamante,Leonorsentíafelicidadinefable.
EstabaseguradeJuan,comoloestántodos loshombresdelsolquebrillaenelfirmamento.Supechosehinchabaaspirandoelaireembalsamadoysucerebrosentíaun éxtasis de felicidad. Y no sabiendo a quién confiar el exceso de felicidad quedesbordaba,loconfiótodoalserquealcabodealgunosmesesllegaríaalmundo.Ysonreíaalporvenir,aaquelinefablemañanaque…
De pronto se oyó un gran ruido. Acababa de romperse un vidrio del balcón aimpulsodeunapiedraenvueltaenunpapel,quefueacaerenlaestancia.
Leonor se quedó de pronto inmóvil, llena de estupor y espanto, más luego setranquilizó.
Aquelpapellafascinabayatraía.¿Unacarta?¡Oh!,nolaleería.Ladevolveríaalas tinieblas de donde procedía. Por fin se bajó, la cogió y después de algunavacilaciónlaabrió.Laleyódeunaojeadayalenterarsedelcontenidopalideció.
Elpapelsecayódesusheladasmanosysumiradaseoscureciócomosilatapara
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unvelo,almismotiempoquesuslabiosproferíanunaexclamaciónllenadetristeza.¿Quéhabíaleído?Heloaquí:
Monseñor el obispo, príncipe Farnesio, que mañana celebrará la fiesta dePascuaenNuestraSeñora,eselúnicoquepuededeciroselporquéJuan,duquedeKervilliers,nosecasaránuncaconvos…,nunca.
¿Quiénhabíaarrojadolapiedra?¿Unceloso?¿Unenemigoderaza?¿Talvezunenvidioso? ¡Qué importa!Eldelatoresuncomparsaennuestro relato,unodeesosseresoscurosque se arrastranycuyas accionesnadieobserva, auncuandomuchasvecessiembranlamuerte.
Mientras aquel ser, quienquiera que fuese, escuchabaymiraba, en tantoque lahija de Montaigues, llena de desesperación, lloraba amargamente, el duque deKervilliers, entrandoen sucasa, caíade rodillas anteun retratodeLeonor,ydecíasollozando:
—¿Quéhadicho?¿Quévaasermadre?¿Loheentendidobien?¡Perdida!¡Oh,está perdida! ¿Y yo? ¡Ah,miserable! ¿Por qué no huí al observar que el amor seapoderabademi corazón?¿Porquénomehemuertoantes?Ypensarqueellameesperaparaquemañanahableasupadre.¿Quéhacer?¡Huir,huirvergonzosamente,huirdesdemañanamismo!
AltoquedemisamayordeaqueldomingodePascuade1573,Leonorentróenlacatedralalaque,comohijadehugonotes,nohabíaconcurridoantes.
Acababadevivirhorasdeinolvidabletorturaymilsuposicioneshorribleshabíanatravesado su mente. ¿Acaso Juan estaba casado con otra? Pero el obispo iba acontestarle.
Enlaiglesiasedetuvodesfallecidayconscienteapenasdeloquehacía.Surazóny sumirada vacilaban.De pronto se fijó en el altarmayor, a través de la inmensanave,endondeenelesplendordeloscirios,rodeadodebrillantescasullasycubiertodeoro,entonabaelKyrieelpríncipeFarnesio,delegadodelPapa.
Leonorechóaandaryconlentosesfuerzosconsiguiófranquearelpaso.Peroencuanto llegóalcoro,estabayasinfuerzas.Lasosteníauna ideafija:esperarque laceremoniaterminara,interrogaralobispo,arrancarlesusecretoypersuadirsedeestemododesiJuansehabíaburladodeella.
Diez pasos a lo sumo le separaban del príncipe obispo. Vuelto hacia eltabernáculooficiabacongestosllenosdesolemnedignidadhierática.Aquelhombre,sinduda,estabamuyporencimade lasmiseriashumanasycon toda seguridadnomentiría.
AlasazónLeonorteníamiedo.Lapobretemblaba.Laproximidaddelahorriblerevelación la asustaba, y para cobrar ánimo se aferraba al recuerdo de su amor,deseandoconservar la ilusiónunosminutosmás;quiso retroceder,marcharse, salir,peroentoncessonólacampanillaparalaelevación.
Reinóungran silencioy todos los asistentes a lamisa seprosternaron.Leonorpermanecía en pie jadeante y tan pálida, que parecía como si lamuerte la hubiera
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rozadoconsusalas.Monseñor Farnesio cogió el viril de la custodia, y lleno demajestad se volvió
hacialosfieles.Una terrible sacudida agitó aLeonor de los pies a la cabeza. ¡Aquel obispo, la
extrañajuventuddeaquelrostrodeprelado,aquelbrillodelosojos,aquellanotablebelleza!…¡ellalosconocía!
Era…¡Aquelobispo!…¡No,laalucinaciónerasobradograndeeinsensata!¡Erapreciso
verdesdemáscerca!Entonceslapobreseaproximóconrápidopaso,franqueólarejay…
Unimpulsosupremolaempujaba.Jadeantesubiólasgradasdelaltarysusmanosconvulsivascayeronenloshombrosdelobispoyungritodesgarróelsilencio.
—¡Diosmío!¡Juan!¿Erestú?¡Tú!Ehizoungestodemaldiciónsuprema.Luego,inanimada,cayóatravésdelasgradas,alospiesdelobispopetrificado,
blancocomoelmármol.Sedesencadenóunatempestadderumores.—¡Profanación!¡Sacrilegio!YtodosseprecipitaronaLeonorylacogieron.Ymientras se la llevaban para confinarla al fondo de un calabozo, el príncipe
Farnesio,duquedeKervilliers,elobispo,elamante,rugíaenlomásprofundodesuconciencia.
—¡Condenado!¡Maldito!¡Estoymaldito!EnlaplazadelaGrève,unabrumosamañanadenoviembre,unaenormemultitud
se agitaba alrededor de un andamiaje construido con groseros puntales. Contra laestaca central estaba sentado un gigante silencioso, parecido a una formidablecariátidedeMiguelÁngel.EramaeseClaudio,elverdugo.Aquelsiniestroesqueletodemaderoseraelcatafalco.Yaquelpuebloquehabíaacudidodeloscuatropuntosde París, estaba allí para ver morir a Leonor, condenada pormentira diabólica ycalumniaheréticahaciaelobispo.
Elprocesohabíaduradoseismeses.ElmismodíaenqueLeonorfuedetenidaenNuestra Señora, el barón deMontaigues se mató de una puñalada en el corazón.Presuntocómplicedelescándalo,segúnafirmabaeltribunal,escapóasídelajusticiadeloshombres.
Encuantoalaacusada,contestabaatodaslaspreguntasconmiradassinvida;sualma estabamuerta, demodo que el verdugo sometería al suplicio solamente a uncuerpo.Estabacondenadaeibaamorir.
Dieronlasnuevey,almismotiempo,empezaronadoblaramuertolascampanasyseoyóelDeprofundis;eraelcortejofúnebreformadoporlosmonjes,lascofradías,los penitentes que salmodiaban, elmédico jurado, los guardias y el gran preboste.Luego,sostenidapordossacerdotes,conloscabellossueltos,lospies,desnudosyla
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cabezainclinadasobreelhombro,ibaLeonor…Tras ella, a la que rodeaban varios inquisidores, envejecido, triste y
descompuesto, iba el amante Juan, cumpliendounaorden implacable, emanadadelSantoOficiodeRoma.EranecesarioquesupresenciaeindiferenteactitudprobaranalasgentesquelaherejehabíamentidoalacusaraunobispoenlasgradasdelaltardeDios.
Profundosremolinosagitabanalamultitud.Leonoracababadedetenerseantelahorca.
El príncipe Farnesio cerró los párpados y se irguió. Todas las frentes sedescubrieron.Prolongadomurmullodecompasiónselevantóentrelamultitudalveraunamujertanjovenyhermosaqueibaamorirdetanvergonzosamuerte.
Deprontoreinóespantososilencioalobservarqueelgranprebostehacíalaseñafatal.
El verdugo se adelantó, su ancha mano cayó sobre el hombro desnudo de lacondenada y cogiéndola la arrastró. Se preparó entonces a pasarle la cuerda por elcuello.Elinstanteeraatroz.
Enaquelmomentosupremo,Leonor,porunespasmoqueladesasiódelapresióndelministrode lamuerte, cayóal suelo con lasmanos apoyadas en los flancos.Ysucesivamentedosgritosbreves,estridentesydesgarradoressalierondesuscrispadoslabios.
YtodaslasmadrespresentesenlaplazadelaGrèveseestremecierondehorror,porqueaquellosclamoresnoeranelgemidodelúltimoinstintoantelamuerte,sinoelgritoterribleysublimedelsufrimientoantelacreación.
Aquellamujerque ibaamoriren lacuerdaquesebalanceaba,erapresade losdoloresdelparto.
Claudio, el verdugo, retrocedió. Elmédico jurado acudió y se arrodilló ante lapaciente.Ycuandose levantódenuevo,elpueblo,querodeabaelcatafalcoenqueestabaLeonorpostrada,inerteydesvanecida,viounpequeñoserquellorabaytendíasus manecitas hacia la inmensa multitud como proclamando su inocencia ysolicitandogracia.
—¡Esunaniña,esunaniña!—gritóunamujer.Lamultitud,rodeandoaquellareciénnacidatandébilyabandonada,quedóseun
instante perpleja. Luego desbordó la piedad y estalló por fin con la furia de untorrente que se precipita desde lo alto de una montaña. Entonces se oyó unatempestad de emoción suplicando, amenazando y exigiendo misericordia para lamadre.El gran preboste vaciló y luego, convencido por la inmensa compasión delpueblo, dio una orden. Se concedía la vida a la madre. Un delirio de alegría seapoderódelamultitud.Loshombresllorabanymujeresquenoseconocíanentresí,se abrazaban. Leonor, sin conocimiento, fue transportada en una parihuela, y laniña…
Laniña se quedó allí; pues la condenadano tenía derecho a criar suhija en la
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prisión.Lainocentecriaturafueabandonadaalacaridadpúblicayduranteunahoraestuvo expuesta en el mismo lugar en que naciera, es decir, sobre el patíbulo. Lamultitud se aproximó, los grupos desfilaron mirando a la sazón con supersticiosotemor a la pobre niñita que esperaba la caridad que le proporcionará una madre.Todoslacompadecían;lalástimaseapoderabadetodosloscorazones,peronadieseatrevíaaadoptarla.Eralahijadeunhereje,deuncriminal.Seríaladesgraciadeunacasa.
¿YFarnesio,JuandeKervilliers,elpadre?Estabaallí,jadeante,bañadalafrentede sudor frío, devorando con los ojos aquella carne de su carne, encorvadoencadenadoporlaespantosaobedienciadelasterriblesórdenessuperiores.Hubieraquerido tomarasuhija, llevársela,peronopodía,nodebíahacerlo.Encuantoa lamadrehabíasidoperdonadaylahijamoriríaallísindudaalguna.Perono,alguien,porfin,apiadadoseacercóaella,seinclinóylacogiómurmurando:
—¡Pobrevioletanacidaalpiedelárboldelainfamia!¡Nadietequiere!Peroyoterecojo.Ven,serásmihija.
Entonces, con precauciones delicadas y tiernas, aquella persona envolvió a lapobre abandonada en un pliegue de su capa, y mientras el obispo, lleno dedesesperación y contenido por los inquisidores, rompía en sollozos y tendía losbrazos, aquel hombre se marchó lentamente llevándose a la hija del príncipeFarnesio.¡Yaquelhombreeraelverdugo!
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LASALADELASEJECUCIONES
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I-Violeta
ENLAMAÑANAdel12demayode1588,seiscaballerosparecidosaotrastantasaves asustadas huyendo de la tempestad, subían al galope las alturas de Chaillot.Sobrelacima,sujefesedetuvo.Pálidodedesesperación,sevolvióhaciaParís,quecontemplóporalgunosinstantes.
Extraños rumores, sordasdetonacionesde arcabuzazos llegarona él en alasdelviento,parecidasalaresacalejanadelagitadomar,oaltumultodeunpueblofurioso.Roncogritosaliódesugargantaysuspuñossetendieroncongestoamenazador.Sepuso en pie sobre los estribos comoparamejor lanzar un anatemay profirió estaspalabrasquesellevóelvientoyrecogiólaHistoria:
—Ciudad ingrata y desleal a la que he amado más que a mi propia mujer.¡Tiembla,porquenoentraréentusmurossinoatravésdelabrecha!
Enaquelmomentoaparecierondosjinetes:uno,dealgomásdetreintaaños,teníaaspecto de vigor admirable y una de esas fisonomías audaces y burlonas queproducenenquienlasveimpresiónimborrable,yelotroaparentabatenerdieciochoañosyeraesbelto,graciosoydotadodeextraordinariabelleza.
Los cinco fieles que, muy pálidos, rodeaban al fugitivo, viendo detenerse aaquellos dos desconocidos trataron de arrastrarlo, pero él, levantando lasmanos alcielo,exclamó:
—¡Maldición!¡Todomeabandona!¡Oh!¿Quiéntendrálástimademí?—¡Yo!—exclamóunavozsonora.El fugitivo vio almás joven de los dos extranjeros que avanzaban y un terror
súbito, inexplicable, agrandó sus ojos,mientras susmanos se agitaron en el vacíocomopararechazarunahorrorosavisión,mientrassuslabiosproferían:
—¡Tú!¡Tú,Carlos!¿Acaso,hermano,hassalidodelatumbaparamaldecirme?—Os engañáis —contestó el desconocido—. No soy el que evoca vuestro
remordimiento.NosoyCarlosIX.—¿Quiéneres,pues?—Suhijo.SoyCarlos,duquedeAngulema.—¡Ah!—exclamóelfugitivo—.¿EreselhijodeMaríaTouchetydeCarlos?¿El
bastardo de Angulema? Pues bien, habla. ¿Quéme quieres? ¿Qué quieres pedir aEnriqueIII,reydeFrancia?
—Voy a decíroslo.He salido deOrleáns para hablaros cara a cara.Hace ochodías,señor,quehellegadoamimayoríadeedad.AqueldíamimadremecondujoasuhabitaciónymeenseñóunretratoquesiemprehabíavistocubiertoporunveloyreconocíenélaCarlosIX.
—¡Mihermano!—balbucióEnriqueIII.—Sí,vuestrohermano.Entoncesmimadresearrodillóymecontócómohabía
muertoelhombreaquienellaadoraba.Supeasícualfuelaagoníademipadreysupetambién que, desesperado, cada uno de los suspiros de su última hora fue una
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acusación terrible contra tres verdugos, tres demonios que ella me designó. Y hepartidoparadeciralduquedeGuisa:«Traidoryrebelde,¿quéhashechodeturey?».
—¡Guisa!—rugióEnrique—.Lehallarásenmipalacioytalvezenmitrono.—HesalidoparadeciraCatalinadeMédicis:«Madreinfameysinentrañas,¿qué
hashechodetuhijo?».—¡Lareinamadre!—exclamóEnrique—.LahallarásenlasprisionesdeGuisa.—He salido también al encuentro de Enrique de Valois, rey de Francia, para
decirleloquedebieronpreguntarloshijosdeAbelasutío:«Caín,¿quéhashechodetuhermano?».
Aesteúltimoapóstrofo,elrey,conviolentasacudida,hizoretrocedersucaballo.Luegosereplegósobresímismoagitadopormortaltembloryrepitiósordamente:
—¡Caín!Entoncesseoyóunclamorentreloscincocaballerosquevociferaron:—Elreysiempreeselrey.¡Vivaelrey!¡Mueraelatrevido!Y almismo tiempodesenvainaron las espadas.En aquel instante el compañero
del duque de Angulema saltó furioso al centro del grupo, desenvainó una largaespadaquealaluzdelsolnacientedespidióunrelámpago,ycongrancalmadijo:
—Señores,esteasuntoesde familia.Dejadque tíoysobrinoseexpliquenasuplacerosinovoyacreerquetambiénsoisdelafamiliay,entalcaso,mefiguraréqueyotambiénpertenezcoaella.
Loscincoseadelantaronllenosdefurorylasespadasibanacruzarse,cuandoelreyhizounaseñaimperiosa.Loscaballerossedetuvieronmurmurando:
—Nosvolveremosaverencasodequenoocultéisvuestronombre.—Señores—dijoelforasterocongranfrialdadysinhacercasodelainsolencia
delaspalabrasqueacababadeoír—.Minombreymiespadaestánsiempreavuestradisposición.SoyelcaballerodePardaillán.
Los cinco hombres se estremecieron y aquel nombre, pronunciado con glacialsencillez,lesrecordóheroicashazañas,porquerepitieronconacentodeadmiraciónyespanto:
—¡ElcaballerodePardaillán!Éste no pareció haber observado el prodigioso efecto que su nombre había
producido.Seretirócomosiaquellaescenaviolentahubieradejadodeinteresarle.Ysilbandoentredientesunairedecazadel tiempodeCarlosIX,sepusoaexaminaruna tropadecaballeríaquesaliendodeParísseacercabaaChaillot sinapresurarsemucho.
El duque de Angulema no se había movido y Enrique III, sombrío como laimagendelremordimiento,sevolvióhaciaél.
—Joven—dijo—.Faltabaamidesgraciaelhaberosencontradoenelcaminodeldestierro.Rogad al cielo que el día en queme siente de nuevo enmi trono puedaolvidarquemehabéisinsultadoenmidesgracia.
—Ésedíameerguirésobre lasgradasdevuestro trono,yarrancándoosvuestro
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mantoreal,gritaré:«HeaquíaCaín,quematóasuhermano».EnriqueIIIsemordiólospuños.—Hastaentonces—continuóCarlos—nopuedoodiaros.Sólo tenéisderechoa
milástima.Parísosecha.Nosoismásqueunasombradelrey.Id,pues,señor,porquevienenenpersecuciónvuestra.Mirad.HastaquevolváisaserreydeFranciaelhijodeCarlosIXosperdona.
EnriqueIIIpálidoderabia,balbucióalgunaspalabrasqueseconfundieronenunsollozo,perosusfieles,divisandolacaballeríaquesalíadeParís,cogieronelcaballodelmonarca y lo arrastraron.Muy pronto el grupo desapareció como una nube depolvoquelevantaelhuracán.
CarlosdeAngulemasequedópensativoconlosojosfijosenParís.¿Quépasabaensualma?¿Porquéaqueljovennodirigíaunaúltimamiradadeodiohaciaelreyaquienacababadedirigirtalespalabras?
Sí. ¿Por qué aquella mirada, que hubiera debido lanzar relámpagos, se sentíaatraídahacia lagranciudadcomoporun imánde ternura?Unnombresaliódesuslabiosconinfinitaternura.
—¡Violeta!Poco a poco, por grados, los últimos reflejos de los sentimientos violentos que
acababandeagitarlo, seapagaronen su semblanteque iluminóentoncesunadulcesonrisa,yconextasiadavozmurmuró:
—¡París! Sí, vengo a buscar la venganza, pero también el amor. ¡Insensato!AtréveteaconfesarquesiVioletaestuvieraenOrleánstúnoestaríasenParís.¡París!Aquívoyaencontrarte,hermosadesconocidaqueteapoderastedemialma.¡Violeta!¡DulceVioletadeamor![1]
EnaquelmomentoelcaballerodePardaillánseacercóaélyletocóelhombro.Conunademánseñalóalaciudadenteray,mirandoalosojosalhijodeCarlosIX,exclamó:
—Untronoqueconquistar,monseñor.CarlosdeAngulemasesobresaltóalvolveralarealidadymurmuró:—¡Untrono!¿Pensáisacasoenapoderarosdeél?—No para mí, monseñor —dijo el caballero con tranquilidad—. Tengo otras
cosasquehacer,comoporejemplo,decirdospalabritasauntalMaurevert,aquienbusco hace una eternidad. Y, además, necesito asientos sólidos; este trono estádemasiadocarcomidoy¡quiénsabesisehundiríasimedierala…ideadesentarmeenél!
Tal vez el duque deAngulema, como los caballeros deEnrique III, conocía elformidablepasadodeaquelhombre,porque lasenormidadesquedijo leparecieronmuynaturalesviniendodeél.
—Perovos—continuóelcaballero—,vospodéisydebéis.—¡Pardaillán!¡Pardaillán!¿Quédecís?—exclamóeljovenduqueimpresionado.—Digo sencillamente que Enrique de Valois ya no es rey de Francia y que
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EnriquedeGuisasóloesreydeParís.QueEnriquedeNavarradirigealaciudadsumirada de halcón que busca una presa. Digo que éstos son tres pretendientes a lamisma corona y que me gustaría mucho servirme de ella para ponerla en vuestracabeza,pagandoasíavuestramadremideudadeagradecimiento.
Dichas estas palabras, Pardaillán tomó un sendero que rodeaba la ciudad yatravesaba los caseríos de Roule y deMonceaux, para llegar por fin al pueblo deMontmartre.
—¡Violeta!—exclamóeljoven—.¿Porquénotendréuntronoparaofrecértelo?Ypalpitante,deslumbradoporloqueentreveía,CarlosdeAngulemasiguióasu
compañeroenelmomentoenqueelgruesodelosjinetesquehabíansalidodeParíssubía la pendiente de Chaillot. El que iba al frente de los perseguidores era unhombre de unos treinta y ocho años, magníficamente vestido, de alta estatura,hermosorostro,gestoaltivo,fisonomíaduraylafrentecruzadaporlacicatrizdeunaantiguaherida.EraEnriquedeLorena,duquedeGuisa.
—Señores—dijodeteniéndose—.Elreyestáyalejos.Tenemosquerenunciaralaesperanzaderestituirloasussúbditos.
—Decidunapalabra—exclamóenvozbajaunhidalgoqueasuladoestaba—ydadmediezbuenoscaballosylotraigovivoomuerto.
—¿Estáis loco,Maurevert?—susurróelduqueenelmismo tono—.Dejémoslehuir. Vamos, señores —añadió en voz alta—. Hemos hecho cuanto nos ha sidoposible.¡Hola!¿Quiénesesafiguradiabólica?
En aquel momento, en efecto, desembocaba en la altura, por un camino, ungrandeypesadovehículodesballestado,chirrianteyestropeadoporlalluviayelsol,arrastradoporuncaballoesquelético.
Y al lado del animal andaba una gitana que llevaba una máscara roja y conextrañanoblezasutrajechillón,rodeadoporunacapasobrelacualcaíansuscabellosdeuncolorrubiomagnífico.Consuportedereinaysupasoautomáticoysumáscararoja,eraunaaparicióncapazdehacerestremeceracualquiera.
—¿Quién eres?—preguntó el duque de Guisa dirigiendo a ella su caballo—.¿Salesdelinfiernoovuelvesaél?
Lagitanasedetuvo,peronocontestóunasolapalabra.—¡Porelcielo!—exclamóelduque—.Creoqueestagitanaseburla.Yantesdequedijeranadamás,saliódelinteriordelvehículounamelodía:una
voz de incomparable pureza cantaba con gran dulzura. Se acompañaba con unaguitarra,cuyasordasonoridadhacíavibrarconprofundaemoción.
El duquedeGuisa palideció de pronto y escuchaba comopresa de unConjuromágico.
—¡Oh,esavoz!¡Eslasuya,esella!Bruja,¿quiéncantaahí?Habla,¿eressordaomuda?
EnaquelmomentosalióunhombredelvehículoehizoaGuisauna reverenciaexageradaeirónica.
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—¡ElgitanoBelgodere!—murmuróEnriquedeGuisaenrojeciendo.Ytratandodeocultarlaviolentaemociónquelehabíasobrecogido,preguntó:—Dime,gitano;¿quiénesestamujerquellevaunantifaz,mássilenciosaquela
nocheymásmisteriosaqueunatumba?—Perdonadla,monseñor; esSalzuma,unapobre locaa laque recogíundíaen
quesalíadelacárcel.Sulocuraconsisteenllevarsiempreocultoelsemblanteparaque nadie pueda, según dice, observar su vergüenza. No obstante os dirá labuenaventura.
—Nohaynecesidad.¿Ytúquiéneres?¿Dedóndevienes?¿Adóndevas?—¿De dónde vengo,monseñor?Del fin delmundo. ¿Adónde voy?A París, al
centrodelmundo.¿Quiénsoy?Belgodere,primeroyúnicodeestenombre,titiritero,tragadorde sables,prestimanoybuenoparacualquier cosa. ¿Queréisgozardeunarepresentación?Osvoyaenseñar…
—Calla,gitano.¿NoestabasenOrleánshacetresmeses?—Enefecto,monseñor—contestóBelgoderedisimulandounasonrisa—.Estaba
allí con todami compañía, comprendida la maravilla de las maravillas, la sin parVioleta,quecantandohechizahastalasmismasrocas,comolohacíaelseñorOrfeo,alasmismas fieras ¿qué digo?, y hasta a losmismospríncipes. Peromonseñor va averla.¡Violeta!¡Violeta!Ven,poreldiablo.¡Ah,yaestáaquí!
Yaparecióunajovencitadeunosquinceañostemblorosaantelosseñoresquelamiraban.
—Yaestoyaquí,amo.Un murmullo de admiración recorrió el grupo de caballeros que rodeaban al
duque,elcuallamiródeslumbrado.—Sí, es ella —se dijo—. Experimento igual turbación que al verla por vez
primera.¡Por todos lossantos!¿Porquémeconmoverédeestemodo?Estahijadegitanosserámíasiyoquiero.
Realmente,aquellahijadegitanoseraunamaravilla,comodecíaBelgodere.Eraun fenómeno de gracia, con sus dorados cabellos parecidísimos a los de la gitanaSalzuma, esparcidos sobre sus hombros semidesnudos, sus ojos de azul intenso enqueparecíareflejarselapurezadelasaurorasdelestío,yaquelladignidadtímidaquelahacíacomparableaunaflorsilvestre.
Como viera que aquellos señores la miraban con tenacidad, bajó la cabeza.Entonces sus ojos hallaron los del duque de Guisa y profirió un grito de terror.Retrocedióparaocultarse tras lascortinasdecuerodelvehículo,ycorrióhaciaunamujer que, tendida en un colchón y con la cabeza cerca de una ventana abierta alniveldelsuelo,estabalívidacomounamoribundayrespirabapenosamente.
—¡Madre!¡Madre!¡ElhombredeOrleáns!—exclamóVioleta—.¡Estáallí!¡Oh,tengomiedo!Ladesgraciamepersigue.
Yaquelnombredemadrenoparecía,enbocadeVioleta,aquellaniñaexquisita,deberserdirigidoaaquellamujer;defaccionescomunes,sibienllenasdebondady
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apenasafiladasporlatisis.—¡Pobreniña!—exclamó—.Muyprontoyanoestaréatuladoparaprotegerte.
¡Ojaláelcielotengalástimadetiytehagahallarunsalvador!—¿Unsalvador,madre?¡Aydemí!—Espera,Violeta.Aqueljovenquenoseatrevióadirigirtelapalabra.Creohaber
leídoensualma.Teama.Violetadioungritoyocultósurostroenlasmanos.—¡Violeta!¡Violeta!—gritabaelgitano—.Espera,voyabuscarte.—Dejalaniña—ordenóelduquedeGuisa—.Yahoracontéstame:¿vasaParís?—Sí,monseñorydesdemañana,díadelgranmercadodeflores,estaréenlaplaza
delaGrève…conVioleta.—Estábien;cogeeso.Elbohemioseapoderóalvuelodelabolsallenadeoroqueelduquedejócaer.
Enrique,entonces,seinclinóhaciaelgitano.—Esta bolsa contiene diez ducados de oro. Tendrás otras diez semejantes si
ejecutasfielmentetodoloquevayanaordenartedemiparte.Belgodereseinclinóhastaelsuelo.Alerguirsevioalduqueque,alfrentedesus
caballeros, emprendía el regreso a París. Entonces,mirando el vehículo en que sehabíaamparadoVioleta,dijoparasí:
—Yatengomivenganza.
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II-LaplazadelaGrève
ENELFONDOdeunavastasalaadornadaconmajestuosostapicesymuebles,enlasombradeundoseldesedabordadaenoro,estabaunamujerinmóvilenunsillóndeébanopreciosamentetallado.
Másbienqueunamujer,eraunserdeprodigiosabelleza,resplandecienteyfatal.Talvezunasantaextática,unamaga,ounacortesanaoriental.Teníaojosgrandesyprofundos, tanprontodeangustiosadulzura,comodefunestobrillo.Enlasupremaarmoníade sus faccionesyactitudes,observábase laviolentapoesíade sualma, lamajestaddeunasoberana,lanoblevoluptuosidaddeunahetairaantigua,ladignidaddeunavirgenylaaudaciadeunaamazonadelostiemposbárbaros.
Entonces entró un hombre vistiendo un rico y severo traje de caballero, deterciopelonegro.Ensucaraseadvertíanlasseñalesdeundolorprofundo.Sedetuvoantelaespléndidadesconocidaehincólarodilla.
Ella no pareció asombrada de aquel homenaje real o religioso y con gesto deindescriptible autoridad tendió el brazo hacia una ventana abierta. El caballero selevantóyllevóalcorazónsucrispadamano.
—¡LaplazadelaGrève!—murmuró—.¡Quéhorrorososrecuerdosdespiertaenmí!¿Esnecesarioquelacontempledenuevo?
Entonces habló la desconocida y ningún epíteto podría traducir la fuerza depenetracióndesuvoz.
—¡Cardenal!Acabodedarosunaorden—exclamó—.¡Obedeced!El caballero se estremeció y como si en sus palabras no hubiera nada
extraordinariocontestóaaquellamujer:—ObedezcoaVuestraSantidad.¡VuestraSantidad!¡IgualtratamientoquealjefedelaCristiandad!¡Igualqueal
soberanoPontífice!—Cardenal—dijoella—.Acabáisdepronunciarunapalabraterrible.Noolvidéis
quesienRomasoylaquedecís,laherederadelasoberaníapontificaldeJuana,aquí,enParís,sólosoylaprincesaFausta,descendientedeLucreciaBorgia.
¿Quién era aquella mujer que tenía gestos de emperatriz y hablaba como sihubieraceñidoensussieneslasoberbiatiara?
¡Fausta!¡LaprincesaFausta!¿Quémisteriosoeincreíbledestinoseocultabatrasaquel nombre? ¿Y por qué con talmajestuosa autoridad evocaba el nombre de suterrible, prestigiosa y sombría abuela? ¡Lucrecia Borgia! ¡Borgia! ¡La mujertodopoderosa, la encarnación del terror y del asesinato! ¡Lucrecia! El amor y losdelirios del crimen; los venenos y los besos; el brillo lívido de unmeteoro en lasfiestastrágicasenqueloshombresmoríanasesinadosporsussonrisas.
¿Acaso todo aquel poder, terror y prestigio habían venido a reencarnarse enaquellamujer?Talvezsí.Porqueelhombreaquiendabael títulodecardenal,auncuando no llevaba traje religioso e iba armado de una espada, aquel hombre que
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parecíaacorazadoporelorgullodelasviejasrazas,cuyosojosseiluminabanconunamagníficainteligenciaycuyafrenteproclamabaelintrépidoorgullo,laescuchócomola leyenda bíblica nosmuestra aMoisés escuchando la voz que salía de entre lasnubesdelSinaí.Yencuantoellahubohablado,unaindescriptibleveneraciónlohizoinclinarseenactitudobediente.
Entonces, con acento de desesperación, fue a la ventana y, sobrecogido porextrañohorror,seapoyóenelantepechoymiróalaplaza.
Eraeldíasiguientedelajornadadelasbarricadas,yParís,queacababadeecharasurey,Parísquenosehabíatranquilizadoaún,humeandoporelairedelaciudadlosarcabuzazosdelavíspera,festejabalallegadadelasvioletasylasrosas,porqueentodotiempoParísfueamigodelosmotinesylasflores.Llenadesolyruido, laGrève presentaba aquella radiante mañana de mercado anual un indescriptiblemovimiento de líneas y colores, unamezcla extraña de paseantes, vestidos con eltrajedeldomingo,mendigosandrajosos,señoresyjuglares.
Sindudaelcardenal,quecontemplabaaquellaalegreferia,volvíadelastinieblasde su pasado evocando algún recuerdo espantoso, porque un sudor frío bañaba sufrente.Pero sus ojos, de pronto, observaron en ambas extremidades de la plaza undoblemovimientodelamultitudquelohizoestremecer.
Por la derecha aparecía un vehículo destartalado y sucio, arrastrado por unespectrodecaballo,quehacíasuentradaenlaplaza.EraeldeBelgodereque,segúndijeraalduquedeGuisa,acudíaalaferiadelasflores.
Porlaizquierdaavanzabaungrupodejóvenesseñorescubiertosconcorazasdebúfalo y ciñendo la espada de guerra. Entre ellos, aventajándoles de casi toda lacabeza,aparecíamássombríoquelavísperaelduqueEnriquedeGuisa,reydeParís.
Eltemiblecapitánparecíanovernadadeloqueasualrededorpasaba,ytampocoaquel respeto mezclado de temor que hacía inclinar las cabezas a su paso; y laangustiadeaquellamultitudatentaasorprenderquépensamientosllenabanelcerebrodelqueteníaensusmanoseldestinodeunacoronaydeunpueblo.NoveíamásquealagitanaSalzumaque,envueltaensumantoyllevandounantifazrojo,teníacogidaunabridadelcaballoyavanzaba lentayautomáticamentecomoenigmavivo.AsuladoBelgodereseagitabadeunaparteaotra,gritandoalmismotiempo:
—¡Sevaaempezar!Elespectáculoeslibre.Todospuedenverlo.¿Verqué?,mepreguntaréis.PordeprontoelgranleopardorellenodepajaquemeregalólareinadeNubia,yluegoelcélebreCroataaquípresente,quesealimentadepiedras.¡Másaún!,veréis al ilustre Picuic que apaga la sed con estopas ardiendo. ¡Se va a empezar!¡Acercaostodos!
Desde lo alto de la ventana, el cardenal había visto a Guisa dirigirse haciaBelgodere, el ser terrible yendo hacia el ser grotesco e infame. Sin abandonar suobservatorio,sevolvióhaciaelsillóndeébanoydijo:
—Yahanllegado.LamisteriosadesconocidaquesellamabaprincesaFausta,selevantóyconpasos
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dignosdeunadiosademármolquedescendieradesupedestal,seacercó.—¡Violeta!¡Violeta!—gritabaenaquelmomentoBelgodere,alobservarqueel
duquedeGuisaseacercabaaél.Laniña,parecidaaunrayodeluzdelaaurora,aparecióanteelvehículo,conlos
largosyrubioscabellosesparcidossobreloshombrosdenieve,yllevandopintadoenelhermosorostroelespantoylatimidez.
La princesa Fausta dirigió al duque unamirada en la que ardía la llama de unincendio.LuegosusojossedirigieronhaciaVioletayentoncessonrió.
—¡Enrique!—murmuró interiormente—. Enrique deGuisa,me perteneces. Túserás rey porque yo quiero ser reina. Tiara y corona quiero, y ni mi frente ni mivoluntad vacilarán bajo este doble peso. Una vez dueña de Francia y de Italia,enlazaré el Universo. ¡Enrique, perezca, pues, todo lo que te impida amarme!¡PerezcaCatalinadeCléves,tumujer,ymueratambiénesaVioletaaquienadoras!
Yconvozbreve,metálicaydura,exclamó:—Cardenal, ha llegado la hora de obrar. ¿Veis ese hombre en quien se cifran
grandesesperanzas?¿Creéis,acaso,quepiensaeneltronoquehaconseguidograciasa nosotros, ni tampoco en los compromisos adquiridos para el día supremo? No,cardenal;desdehace tresmeses,desdequeenOrleánsvieraunapobreniñagitana,cuyaimagenllevaenelcorazón,Guisasuspirayvacila,senosescapayestáperdidoparanosotros,sino learrancodelcorazón la raízdesupasión.VedloenelmismoinstanteenquenuestroscorreosvanportodosloscaminosdeFranciaparaanunciarlacaídadeladinastíadelosValoisycuandoelmundoenteroesperaloqueharáestehombre. Miradlo; tembloroso, se detiene ante un carro de bohemios, presto aarrodillarseantelospiesdeunamendiganómada…,deesaVioleta.
Elcardenalvolviósumiradahacialaadorableniñayseestremeció.—¡Pobreinocente!—Lalástimaesamenudouncrimenysiempreunadebilidad—dijolaprincesa
Faustaconglacialacento—.¡Tengoenmismanosdemujerlabrillanteespadadelosarcángeles y hiero!Bajad, cardenal, y haced demodo que el gitanoBelgoderemelleveaestapequeñaamipalaciodelaCité.
Sindudaelcardenalsabíalaespantosasentenciaqueocultabaestaorden,porquebajólacabeza,extendiólasmanosybalbució:
—Herid, pues, ya que lamuerte de esta desgraciada criatura es necesaria, peroahorradmelaespantosanecesidaddeentregároslayomismo.¡Ay!¡Nosabéiscuántalástimameinspiranlasjovencitasdeestaedad!
—Cardenal—continuóellaconfrialdadterrible—.AvisaréisamaeseClaudio.—¡Elverdugo!—exclamóel cardenal—.Señora, señora, sois la representación
delpoderydelasoberanía.Nomecondenéisalhorrorososupliciodeverdenuevoalhombrequemearrancóelalmarobandoydejandoami…
—¡Silencio,cardenalFarnesio!Hubo entonces tal acento de autoridad, en los labios de la princesa, que el
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cardenalsetambaleó.Entoncesella,calmadarepentinamente,dijocongrantranquilidad:—Seráestanochealasdiez.Id,cardenal,cumplidmimandatoyalmismotiempo
hacedllegarestacartaalduquedeGuisa.Elpurpuradocogióelpliegoselladoyluego,enextremotriste,saliódelpalacio.—¡Ah!Lamaldiciónpesa sobremí siempre. ¡Sigue,maldito! ¿Qué importaun
crimenmásenlafúnebrelista?Ya en la plaza de la Grève, atravesó la multitud que formaba círculo, y se
adelantóhaciaBelgodere.EnelpescantedelvehículoestabaVioletatemblorosa.Allado del caballo, Salzuma inmóvil y enigmática. En aquel momento el duque deGuisaseinclinabahaciaelgitanoyledecía:
—Perrogitano,dentrodepocosmomentosungentilhombretetraerámisórdenes.Ejecútalassinoquieresqueterompanloshuesos.
—Estoypronto,monseñor;ordenad.—Bien, en ese caso tendrás algunos ducados y yo la muchacha. Ahora hazla
cantarparaquemipresenciaaquítengaunpretexto.—Enelacto.¡Violeta!¡Violeta!Aloírquelallamaban,lajovenseestremeció.NohabíavistoaGuisaqueconla
caracongestionadalacontemplaba.Alolejos,enelfondodelaplaza,avanzabaunjoven señor con los ojos fijos en ella. La doblemirada de los jóvenes cargada deefluvios magnéticos se buscaba y se cruzaba. Y aquel joven radiante de amor yjuventud,eraelhijodelreyCarlosIX,elduquedeAngulema.
—¡Violeta!—vociferóBelgodere.Lo interrumpió ungrito terrible.Ungrito de agonía y de espanto que salía del
interiordelvehículo.—¡Mimadre!¡Mimadresemuere!—balbucióVioletaentrandodenuevoenel
carro.Laagonizanteaquienlajovendabaelnombredemadre,conlasmanoscrispadas
sobreelcolchónparaincorporarse,yconlosojosfueradelasórbitas,teníaelrostropegadoalaventanita,comofascinadaporterribleaparición.
—¡Madre!¡Madre!—sollozóVioleta.—Señores—gritabafueraBelgodere—.Unmomentodepacienciay traigoa la
cantante.EntretantolacélebreSalzumaosdirálabuenaventura.Éstapermanecíainmóvil.Susbrillantesojos,traslamáscararoja,sefijabancon
tenacidadenelcardenalFarnesio…,sobreelhombreenviadoparaprepararlamuertedeVioleta.Lagitanahabíadivisadoaaquelseñorvestidodenegroqueentrabaenelcírculo,enelmismomomentoenqueresonabaelgritodelamoribunda.Elcardenal,porsuparte,viotambiénaaquellamujerquellevabaunamáscararoja.Ylosdossemiraban semejantes a dos espectros que se interrogan acerca de cosas lejanas,terriblesymisteriosas.
—¡Violeta!¡Violeta!Venenseguida—gritabaBelgodere,subiendolosescalones
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queconducíanalinteriordelcarro.—¡Madre!¡Madre!—exclamabalaniñaarrodilladaalladodelaagonizante.Éstavolvióentonceshacialaniñasurostrollenodeinmensalástima.—¡Tumadre!—dijo con dificultad—.Violeta, voy amorir y es necesario que
sepasquenosoytumadre.—¡Oh!—sollozólajovendesolada—.Sindudasoispresadealgunaalucinación.
Recobradvuestroentendimiento,madre.—Nosoytumadre.Encuantoatupadre,Violeta,¿creesquefuemaeseClaudio?
¿Locrees,di?PuesClaudiotampocoestupadre.—¡Laagoníaselohacedecir!—murmuróVioletaasustada—.¡Eseldeliriodela
muerte!—Tumadre—continuólamoribunda—nosédóndeestáyencuantoatupadre,
¿quieresconocerlo?Puesbien,mira.Y entre una convulsión, lamoribunda trató de señalar al hombre al quedirigía
tenazmentesumirada.—¡Virgensanta!—balbucióVioletatrastornada—.Apiadaosdemimadre.En aquel momento una salvaje imprecación estalló en aquella escena
conmovedora y Belgodere apareció, recogido sobre sí mismo, y apretandoconvulsívamente sus enormes puños. Se arrojó sobre la niña, la cogió por loshombrosyconfuriosogestolapusoenpie.
—¡Fuera!—gritó—.¡Atrabajar!—Mira—gritóentonceslaagonizante—.Mirayacuérdate.—¡Malditaseas!—vociferóelgitano—.HeaquíqueSimonasemeteenloque
noleimporta.¡Peroyaverás!—añadiódirigiéndoseaella.Con violento empujón echó a Violeta al fondo del carro, y se precipitó sobre
Simona, yamoribunda.La tendió sobre su camastro, y conuna de susmanazas letapólaboca,mientrasqueconlaotralacogíadelcuello.
Simona se defendió algunos segundos. De pronto dio un suspiro breve, seestremeció ligeramente y se quedó inmóvil, mientras que su brazo descarnado ytorcido como un sarmiento parecía señalar todavía al hombre que estaba entre lamultitud, al enviado de Fausta, al príncipe Farnesio, el amante de Leonor deMontaiguesypadredeVioleta.
Laniña,rudamenteempujada,cayóysecausóunaerosiónenlafrente.Nadaviode la espantosa tragedia. Al levantarse, el criminal ya estaba en pie, sombrío,asombradodesucrimen,ymurmurandomientrasretrocedía:
«Talvezheapretadodemasiado,pero,enfin,yonolahematado,porqueestabamuriéndose.Alosumohabréprecipitadosumuerte».
LaprimeramiradadeVioletafueparaSimona,queestabablancacomolacera.—¡Muerta!—exclamó.—Mimadreestámuerta.—Duerme —dijo sordamente el gitano—. Vamos, Simona, duerme con
tranquilidad—añadió.
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—¡Muerta!—repitiólaniña,cuyaslágrimascaíansobrelamuerta.—Tedigoqueduerme—exclamóBelgodere—.Vamosahoraacantar.Violetacayóderodillasyexclamósollozando:—¡Oh,pobremamáSimona!¿Seráposiblequehayasmuerto?¿Hasabandonado
atupequeñaVioleta?¿Nometomarásyamásentretusbrazos?¡Quésolaestoy!Yanotengopadrenimadre.
EnaquelmomentoaparecióenlapuertadelcarrolagitanaSalzuma,comorígidoespectro.Envueltaen losesculturalesplieguesdesu trajeestrelladodemedallasdecobre, cubierta con sumáscara roja y con los blondos cabellos dispersos sobre loshombros,entróenelcarroysinver,alparecer,aBelgodere,aVioletanialamuerta,fue a sentarse en el fondo. Entonces la sobrecogió un largo estremecimiento ymurmuró:
«¿Porquémehabrámiradoesehombre?¿Porquélohabrémiradoyo?¿Dóndehesentidoanteselardordesusnegrosojos?¡Oh!¡Quiénpudieradesgarrarelveloquerecubremipensamiento!»
Entoncesoprimiósufrenteconlasdosmanosycomosilemolestaraelantifaz,lodesató, con lo que su rostro quedó al descubierto. A pesar de que sus faccionesparecíanpetrificadase inmóvilesysupalidezeraextremada,asícomosusojossinvida,aquelrostroconservabaunabellezaquenoseparecíaaningunaotra.
Violeta continuaba llorando. Lo hacía dulcemente, sin ruido, con los labiospegadosalaheladamanodelamujeraquienllamaramadre.Belgodereibayveníamascullandoalgunasblasfemiasyasombradodesuindecisión.DeprontodescolgólaguitarraconqueseacompañabaVioletayexclamó:
—Bueno, basta; si lloras tanto no podrás cantar. Vámonos, que te esperanseñores,duquesypríncipes,noblepúblicoyhermosacolecta.
Violetaselevantósinque,alparecer,sehubieraenteradodeloqueledecían.—¡Adiós,adiós,mamáSimona!¡Yanoteverémás!—dijoalalejarse—.Irássola
alcementerio,solasinunaflor,porquetuhijasólotienelágrimasqueofrecerte.Estaideadequedentrodepocashorassellevaríanasumadreydequeella,era
demasiadopobreparaponerensumíseroataúdunramitodeflores,hizodesbordareldolordesucorazónyunsollozomásdesgarradordeshinchósupecho.
—Bueno,acabemos,¿quieresiracantar?—exclamóBelgodere.Violetalomiróasustadayuniendolasmanosexclamó:—¡Cantar! ¡Oh, no! ¿Cantar cuando mi madre está muerta? Prefiero que me
matéis.Elgitanolacogiórudamenteporelbrazoeinclinándoseaellaledijoconfuriosa
voz:—Oye,muchacha,notemataréporqueteesperanpríncipesyduquescomoyate
hedicho.Ocogeslaguitarraytevasacantar,otomoellátigo…ypegoatumadre.AlmismotiempoelbandidotomóellátigoyVioleta,alobservarlo,dioungrito
deespanto.
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DirigióunamiradaasualrededorenbuscadeauxilioyvioaSalzuma.—¡Señora! ¡Señora!Defendedla, protegedla, estámuerta, señora.Recordadque
oshacuidado.¡Oh,nomeoye!¿Vaisapermitirquepeguenaunamuerta?¡Madremía!
—¿Quién habla aquí de madre? —dijo la gitana asombrada—. ¿Acaso en elmundohaymadresehijos?
—¡Piedad, señora; este hombre os escucha y os teme! ¡Una palabra, decidsolamenteunapalabra!
—Acabemos—repitióBelgodere—.Decídete.—¡Oh!—exclamólapobreniña—.Notenéiscorazón,gitana.—¿Qué no tengo corazón?—contestó sordamente Salzuma—. Tenía uno, pero
quedóallí,enunaiglesiainmensa.Niña,escucha,tencuidadoconelobispo,ladróndecorazones.
—¡Miserable loca!—exclamósollozando laniña—.¿Noquiereshacernadaenfavordemimadre?Puesbien,yo,suhija,temaldigo.¿Oyes?¡Malditaseas!
Salzumaseechóareír,yconlentitudvolvióacolocarseelantifazsobreelrostro.Violetasevolvióalgitanoenelmomentoenqueéstedejabacaerellátigo,ydandounsaltorecibióelgolpeensushombros.
—¡Perdón,Belgodere!¡Yacantaré!—¡Alfin!—exclamóelgitanotendiéndolelaguitarra.La joven la cogió lentamente condesesperadomovimientoy llenos losojosde
lágrimas,murmuró:—¡Cantar!¡Cantaralladodelcadáverdemimadre!¡Oh,mamá!¡Perdónameeste
sacrilegio!Debocantaranteesasgentesparaganarunpocodedinero. ¡Dinero!—gritóestremeciéndosedeprontoe impresionadaporunaideasúbitayconmovedora—.Condineropodríacomprarunramodefloresamimadre.Sí,mamá,aunqueelgitanomemate,compraréunramitodefloresqueadornetupodreataúd.
Se inclinó rápidamente, besó la frente de la difunta, y se lanzó al exterior.Belgodere,dirigiéndoleunamiradadealegríaterrible,murmuróentredientes:
—Ve,hijadelverdugo,correalatrampaquetehepreparado.Guisateesperaymañana estarás infamada.Y tu infamia de ramera, arrojada pormí en el lecho delguerrero,nadiemásqueyolarevelaráatupadre.¡Ah,maeseClaudio!¡Ah,verdugo!Ahoravoyaserlotuyo.AcadapuercolellegasuSanMartín.
Yentoncesbajólosescalonescarcomidos,gritando:—Señores,aquíestá lacantante.¡Paso,paso,señores!Pasoa la ilustrecantante
Violeta.Yvos,señorPicuic,yvos,señorCroata.Gandules,alineadalagente.Dos hércules, que con Salzuma, que decía la buenaventura, y Violeta, que
cantaba, completaban la compañía de Belgodere, empezaron a repartir empujonescontralosvillanosqueallíestaban,ymuyprontoseformóungrancírculo,encuyocentro, lapobrecriatura templabasuguitarra,bañándola,almismotiempo,consuslágrimas¡Silenciosas!
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A dos pasos de la pequeña artista, estaba un grupo de caballeros favoritos deGuisa;yanteelloselduque,pálido,agitadoyconlamiradafijaenaquellaniñaquelo hacía temblar de deseo. A su izquierda, el príncipe Farnesio sombrío y mudo.Cerca del carro, en el que se apoyaba, estaba el duque Carlos de Angulema,mástemblorosoyagitadotalvezqueEnriquedeGuisa.Yallíenlaventana,semi-ocultaporlacortinilla,estabalaprincesaFaustadominandolaescena.
Violeta no veía nada. Su alma habíase quedado al lado de lamuerta; sus ojosestabanfijosenelinstrumentoysusdedosfinos,dibujadosconasombrosapurezadelíneas,empezaronarevolotearporentrelascuerdas;unritornelodegrandulzura,demelancólicoencanto,vibróenelairedelaplaza.
—Porti,madrequerida—murmurólaniña—.Paraponerunramodefloresentutumba.
Y su voz, melodía viviente que penetraba en el corazón, su voz encantadoraentonóunaendechadeamor,peroalaprimeraestrofasedetuvo,puesunsollozoleimpidió continuar.El duque deGuisa se acercó rápidamente olvidando el lugar enquesehallabayquemillaresdemiradasloobservaban.LapasiónlodominabaylaslágrimasdeVioletalahicieronparecercienvecesmáshermosa.
—¿Lloras?—preguntóconalteradavoz.Lajovencitaledirigiósumiradallenadedolor.—¿Vos?—exclamótemblorosa—.Dejadme.¡Oh,porfavor!¡Alejaos!—¿Lloras? —repitió el duque emocionado—. Si quisieras, no llorarías nunca
más, porque serías lamujermásmimada deParís entero.Escucha—continuó conentusiasmoamenazador—,no retrocedasasí. ¡Porel cielo,quieroque sepasque teamo!¡Quiero!…
En aquel momento, cuando Carlos de Angulema, lívido y con la mano en laguardadelaespadaavanzabatembloroso,oyéronsealgunastrompetasenlaplazadela Grève. Inmediatamente salieron de la multitud algunos clamores furiosos quedecían:
—¡Losguardiasdelrey!¡LossuizosdeCrillón!¡Mueran!Aquellos guardias suizos eran los que el día anterior trataron de tomar las
barricadaslevantadasporelpueblo.EranaquéllosaquieneslasfuerzasdeBrisac,deCrucéydeBois-Dauphinhabíanrechazadohasta laCasaConsistorial,endondesehabían encerrado para pasar la noche y de donde salieron la mañana siguientetocandolastrompetas.
El duque de Guisa se lanzó contra ellos profiriendo una imprecación y sushombreslosiguieronconlamanoenelpuñodelaespadaapuntodedesenvainarla.Elpueblo,alverasusenemigosdelavíspera,seechóagritarllenoderabia.Enuninstante la plaza, tan tranquila y alegre, se llenó de aullidos, empujones, mujeresdesmayadasyburguesesqueechabanacorrerparaarmarse.
—¡Alasarmas!¡MueranlosdefensoresdeHerodes!—¡Mueranlosguardias!¡MueraCrillón!
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Enaqueltumultoextraordinarioyenelmomentoenqueibanarepetirsetalvezlosarcabuzazosdelavíspera,tuvolugarelprimerencuentrodeCarlosdeAngulemay Violeta. Viendo que Guisa se precipitaba hacia Crillón, Carlos desenvainó suespaday sedetuvoal ladode laniña.Unsentimientodeesperanzasepintóen losojosdeVioleta.Hallábanseelunoanteelotro,losdosllenosdeexquisitajuventudyporvezprimeraseveíanysehablaban.Estabanpálidosdeemoción.
—Por favor —dijo él—. No temáis nada. He visto que llorabais. ¿Acaso eseinsolentehidalgo?…
—¡Oh,no,no!—dijoellaconespanto—.Llorabaporque…Einclinandolacabezacontinuóconinfinitatristeza:—Mimadre hamuerto. Está ahí sola y nadie se inclina sobre su cadáver para
hacerlelalimosnadeunaoración.Yrompióensollozostapándoselosojosconunamano.—¿Vuestramadreestáahímuerta?—exclamópalideciendodeemoción—.¿Ya
vos,pobreniña,osobligabanacantar?Esoeshorrible.—No,no—dijoellamirandoconterroraBelgodere,queibaporallígruñendo—.
Cantabaparapodercomprarfloresamimadre.ElduquedeAngulemaseestremeció.Enaquelmomentoreinógransilencioenla
plaza de la Grève. Las trompetas se habían callado y la multitud interrumpió susgritos.CrillónyelduquedeGuisacambiabanalgunaspalabrasquetodosprocurabanoír.
CarlostomólamanodeVioletaqueaestecontactoseestremeció.Lacondujoalcarro,lahizosubiryentróéltambién.EntoncesvioelcadáverdeSimonaextendidoensucamastroyseinclinóconlacabezadescubierta,mientrasVioletasearrodillaba.
—Veladavuestramadre—dijoconacentode lástima—.Sedelángelquevelesobreestecadáver.Yencuantoasuataúdyoseréquienloadornaráconflores,siosdignáispermitírmelo.
Violeta le dirigió una mirada de agradecimiento, y entonces, en extremoconmovido,yconlosojosllenosdelágrimas,elduquesalió,dirigiéndosealamesade una florista, ante la cual estaba una gruesa comadre. Sin decir nada echó a laestupefactamujer un ducado de oro, y con los dos brazos, cogió gran cantidad deflores, y llevando su perfumada carga, entró de nuevo en el carro y empezó aderramarlasfloressobreelcadáver,quedesaparecióbajoaquéllamortajaflorida.
Violeta,arrodilladayconlasmanosjuntas,mirabaextasiada,creyendotenerunhermososueño.
—Noesahora lugarniocasióndehablaros—dijoCarlosdeAngulema—,perodesde hoy cesad de temer. Es imposible —añadió con emoción creciente— quepermanezcáis con estos gitanos. Mañana vendré a hablar con el amo de estacompañía.
—Queestádispuestoaescucharos,monseñor,ytambiénacontestaros—dijoalladodeCarlosunavozirónicayronca.
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Eljovenduquemiródepiesacabezaalbribónqueseinclinabaanteél.—¿Dóndepodréhablarte?—lepreguntó.—Cerca de aquí, señor. En la calle de la Tissanderie, en la «Posada de la
Esperanza».Allímealojoconmicaballo,micarro,mileopardoymisgentes.—Estábien,mañanaporlamañanaespérame.Carlos de Angulema dirigió una mirada de despedida a Violeta, que estaba
prosternada ante lamuerta, cuyo pálido rostro pareció iluminarse con sonrisa vagacomoparadargracias.
—¡Ahora,lavenganza!—murmuró—.¡Oh,padremío!¡Miraloquevaahacertuhijo!
Y salió dirigiéndose en línea recta hacia donde estaba el duque de Guisa.Belgodere,enpieyconlosbrazoscruzados,exclamababurlonamente:
—Ven mañana y te esperaré a pie firme. ¿Quién sabe dónde estará mañanaVioleta?
Seencogiódehombrosycontinuó:—Esnecesarioqueaviseparaquesellevenelcadáver.Cuantoantesmejor.Hoy
mismoteirás,Simona.Buenviaje.Eibaasalir,cuandoaparecióunhombrevestidodeterciopelonegro,cuyalívida
caraparecíaladeunmuertoqueselevantaradelatumba.Aquelhombreteníaunadeesasvocesglaciales,cuyoacentohaceestremecer.
—¿Erestú,maeseBelgodere,amodeestecarro?—Heaquíunacarainfernal—pensóelgitanoestremeciéndoseasupesar.—Sí, caballero —añadió en voz alta—. Soy el que decís para serviros muy
humildemente.La cara infernal se contrajo bajo el esfuerzo de una lucha interior, como la
superficiedealgunosestanquesnegrossecubreavecesdeondulacionesmisteriosas,sinquelasorigineelmenorsoplodeaire.
—¿Erestú—continuólentamente—elamodeesajovenquecanta,deVioleta?—¡Ahora caigo! —pensó—. Es el hidalgo que el duque de Guisa había de
enviarmeparatransmitirmesusinstrucciones.¡Ah,yatetengoporfin,Claudio!Vasarecibirnoticiasmíasydetuhija.
Yenvozaltadijoconrudeza:—Esperoloquedebáiscomunicarme.Elhidalgolocogióporunbrazo,vacilóunmomentoyluego,convozsorda,dijo:—Memandaunpoderosopersonaje.Esaniña,esaVioleta…Ysedetuvoparamurmurar:«¡Pobre víctima inocente! ¡Ah, Fausta! ¡Esfinge espantosa! ¿Cuándo me
desprenderédetugarradehierroincrustadaenmialma?»—Violetayyoestamosalserviciodequienosenvía—dijoBelgodere—.¿Cuáles
sonvuestrasórdenes?—Helasaquí.Sabeantesquesilasejecutasfielmentetendrás…
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—Diezbolsasdediezducadosdeoro.¿Quédebohacer?Elhombreasintióconaltanerogesto,creyendoqueelbandidofijabaelpreciode
susservicios.—¿Qué debes hacer? —continuó, mientras su frente se nublaba más aún—.
Escucha; hay en la Cité, detrás de Nuestra Señora, una casa destartalada, casi enruinas.Lapuertaesdehierro,conunmartillodebronce;esallí.Allí,estanoche,alasnueve,deberásllevaraesajoven.
—Estanoche,alasnueve,allíestaré.Elhidalgovestidodenegropermanecióunosmomentos absorto en sus ideasy
luego,convozmuybaja,temblorosaysorda,preguntó:—Esamujer que lleva unamáscara roja y que hace unmomento estaba aquí,
¿quiénes?—Unagitanademitribu.—¿Cómosellama?—Salzuma.—¿Deveras?¿Unagitana?¿YsellamaSalzuma?—Notieneotronombre.El caballero pareció aliviado de algún secreto espantoso y su semblante se
tranquilizó.LuegohizoungestodedespedidaalgitanoysacandodesujubónlacartaquelaprincesaFaustalehabíaentregadoparaelduquedeGuisa,aquelhombre,queno era otro que el príncipe Farnesio, se deslizó por entre la multitud, en la quedesapareciósinruido,mientrasBelgodererepetíaconsombríojúbilo.
—Estanoche,alasnueve,enlacasadelaCité.Allíestaré,monseñorGuisa.
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III-Pardaillán
MIENTRAS SEDECIDÍAASÍ el destino deVioleta en aquella rápida y siniestraconversación entre Belgodere y el príncipe Farnesio, Carlos de Angulema se ibaacercandoalduquedeGuisa.
ElhijodelreyCarlosIXestabaagitadoporterriblecóleraqueloimpulsabacasiapesarsuyohaciaEnriquedeGuisa.Latiernaescenaenqueacababadetomarparte,sedesvanecíaensumenteynoveíamásquealduqueinclinadohaciaVioletaenunaactitudquenodejabalugaraningunaduda.
Cuando Guisa habló en voz baja a la joven, sintió nacer en su corazón unsentimientoqueantesleeradesconocido,elodiodeamor,elmásimplacabledelosodios.Así, pues, con los puños crispados, los ojos lanzando llamas y toda su caraalteradaporsuluchainterior,seprecipitóentrelasfilasdelasilenciosamultitud,queatentaespiabalosgestosypalabrasdeGuisa,suhéroeysuídolo.
Deprontosesintiócogidoporelbrazoysevolvióconviveza.—¡ElcaballerodePardaillán!—dijoconalegría—.¡Ah,llegáisconoportunidad!—Sí,llegoatiempoparaimpedirosquecometáisunalocura—dijoPardaillán—.
¿Adónde vais tan de prisa? ¿Acaso a insultar a monseñor el duque? ¿Al hijo deDavid,comodicenlosbuenosparisienses?¡Caramba!¡Quéatrevidosois!Aquíhayunejércitodeguisardos.Sólohabíaunhombreenelmundocapazdehacerfrenteadiez mil burgueses que no han podidomatar desde hace veinticuatro horas y quearden en deseos de tener una víctima, cualquiera que sea.Este hombre hamuerto,príncipemío,yeramipadre.
Y mientras trataba, con sus palabras, de aturdir al duque Carlos, procurabaalejarlodelamultitud.
—Pardaillán—dijoeljovencondesesperaciónconcentrada—.Quierohablarconesehombre.
—¡PorBarrabás!—ComodecíaelseñordePardaillán—.Lavidaesbuena.Yonoquierohacermedegollar o, por lomenos, no antesdehaber dado a conocermimodo de pensar. Yo también tengo ciertos comezones en la lengua y quiero decirunaspalabritasa esedigno señorMaureverty tambiénaotrosejusdemfarinae. Esgriegoysignifica«delamismaharina».Vamos,venid.¡Cómo!¿Noqueréis?
—Idos, Pardaillán —exclamó Carlos llorando de rabia—. Idos, yo voy alencuentrodeGuisa.
Elcaballerodirigióaljovenunamiradaenlaquehabíalaternuradeunhermanomayor.
—¿Loqueréisdecididamente?—dijotomandounamanodeCarlos.—OdioaGuisa.Nuncahabíaconocidoesesentimiento,perodesgraciadodeél,
yaqueseinterponeenmicamino.—¡Oh,amor!¡Locurasublime!—murmuróelcaballero—.Procuremossalvara
esteloco.
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Yenaltavozañadió:—¡Pormipadre!Vamos,silodeseáis,peroesseguroquelaconversaciónvaaser
divertida.Pardaillán se empinó de puntillas, dirigió rápida mirada circular a la multitud
enormequelosrodeaba,seencasquetóelsombreroysepusoenmarcha.Acodazosyempujones consiguió abrirse paso y cuando un burgués quería protestar, al ver sucara, se callabaprudentementey se echabaaun lado.Durante algunos instantes elcaballeroysujovenamigollegaronalaprimerafilayvieronentoncesalduquedeGuisa,alreydeParís,que,lívidoyconlosojosinyectadosensangre,gritabaalgoaCrillón,quelosaullidosdelamultitudimpedíanoír.
Elmomentoeratrágico.Heaquíloqueacababadepasar:Crillón—elmismoaquienCarlosIXenelsitiodeSanJuand’Angelyhabíaapellidado«ElValiente»—.Crillón,repetimos,valienteyfielhasta lamuerte,acababadesaberqueEnriqueIIIhabíahuidodeParís.YsaliódelaCasaConsistorialenqueestabaencerradoconmilguardiasydosmilsuizos,parareunirseasurey.Mandabaalosguardiasenpersona;los suizosmarchaban a las órdenes de un coronel, cuyo nombre no hemos podidoaveriguar;perocuandoaquellatropacompuestaprincipalmentedeheridos,seformóencolumnaydesembocóenlaplazadelaGrève,Crillónsepusoalfrenteygritó:
—¡Adelante,guardiasfrancesesysuizos!Huboentoncesenelocéanopopularungranremolino,yunsordogruñidosalió
desusprofundidades.Luegolosaullidos,lasvociferaciones,losgritosde«¡mueran!»se cruzaron en el aire, entremezclados de horrorosos insultos, gritos demujeres yruido de alabardas. Inmediatamente, como por ensalmo, reinó un silencioextraordinario.
Guisaacudía.Haciendoungestoencadenóalamultitudidólatraylahizocallar.EntonceselduqueavanzóalencuentrodeCrillón.Elviejocapitán,conelbigotegris,lacorazaabollada,elrostrollenodesangre,detuvoasushombresyconrudogestosaludóalduque.
—Veo con placer —dijo irónicamente Guisa— que Luis de Crillón lleva susguardiasaSuMajestad.
—Exactamente,señorduque—contestóCrillóncontonoprovocativo.—¿Así,pues,vaisalLouvre?Crillónseechóareír.—Ahoraosequivocáis—dijo—.VoyadondeestáSuMajestad.—Tened cuidado, capitán —dijo el duque—. Habéis cometido ya una
imprudenciasaliendodelaCasaConsistorial.—¿Yvosquisieraisquecometieraotravolviendoallí?ElreyestáfueradeParís,
señorduque,ysaldrédelaciudad.—Oshanengañado,elrey…—Unapalabratansólo—interrumpióCrillónconviolencia—.¿Tengoelcamino
libre?
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—Estálibreparatodoslosfielesdelrey—dijoGuisa—,yelrey…—¡Viva el rey, caballero! —gritó Crillón—. Tened cuidado vos también,
monseñor.Cuidadoconlastraiciones.LosdostenemoslaordendelEspírituSanto,yalrecibirlajuramosfidelidadalrey,granmaestredelamisma.Encumplimientodemijuramento,saldréaunquetuvieraquepasarporencimadelaSantaLiga.¿Yvos,señorduque?¿Quéhacéisdevuestrojuramento?
Unformidablemurmullo,parecidoalretumbardeltrueno,rodóporlaplazadelaGrève,agitadaporfuriosasoleadashumanas.
—¡GloriaalhijodeDavid!—¡MueraHerodes!(EnriqueIII).—¡Mueranlosguardias!¡MueraCrillón!Guisaestabaenextremopálido.Dabarápidasórdenesa losque lorodeaban.Y
suscaballerosselanzabanatodoslospuntosenqueestabandiseminadaslastropasdelaLiga;elArsenal,laBastilla,elTemple,elLouvre,elPalaisyelGranChâtelet.
CrillónlevantósuespadayenaquelinstantefuecuandoCarlosdeAngulemayelcaballero de Pardaillán llegaron a colocarse en la primera fila de la multitudtumultuosaquerodeabaalosguardiasordenadamenteformados.
Guisa, el ídolo de París, Guisa, el hombre de las actitudes magníficas, hizoentonces un gesto soberbio. Y la multitud se apaciguó ávida de escucharlo yadmirarlodenuevo.
En aquel momento el coronel de los suizos, que hasta entonces permanecieradetrásdeCrillón,avanzórápidamentehaciaelduqueydijoenvozalta:
—NiyonimissuizossaldremosdeParís.—¡Coronel!—gritó Crillón—. A vuestro sitio, o, por la sangre de Cristo, nos
batiremoslosdoshastaqueunodenosotroscaiga.—Monseñor —dijo el coronel sin contestar—, me rindo a la Liga. Suizos,
¡rompanfilas!Enaquelmomentoseoyóunavozjoven,sonorayvibrante.Ynadietuvotiempo
deexpresarsupensamiento,nielmismoGuisa,cuyamanosetendíahaciaCrillón,niéste, que se preparaba al ataque, así como tampoco los suizos que, a punto dedesertar, permanecieron inmóviles en sus filas, porque aquella voz acababa deexclamar:
—¡Traidor!¡Terindesaotrotraidorcomotú!Elcoronelprofirióuna imprecaciónyGuisa,conel rostroalteradoporel furor,
desenvainó a medias su espada, buscando los ojos del atrevido insolente que loabofeteabaconelinsultodetraidor.
Y entonces vio a un joven que saltaba al espacio libre, daba un empujón alcoronel de los suizos con soberano desprecio y se erguía ante él con los brazoscruzados.Yenaquelsilencioenorme,llenodelaangustiaquepesabasobreaquellaextrañaescena,lavozdeljovensedejóoírdenuevo.
—¡EnriquedeLorena,duquedeGuisa,asesinodemipadre,dosvecestraidory
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rebelde!Yo,CarlosdeAngulema,hijodeCarlosIXreydeFrancia,tedeclarofelónytedesafíoseaadaga,seaaespada,enlahora,díaylugarqueteplazcan.
Veinte caballeros se precipitaron sobre Carlos puñal en mano, pero Guisa loscontuvoconunademán.Susojosestabaninyectadosdesangreyvacilababuscandouninsultoquedirigiraljovenantesdeentregarloasussecuaces.
—HijodeCarlos—dijoporfinconextremadafuria—.Acepto tudesafío.Perocomolacobardíaeshereditariaentufamilia,ypodríastratardehuir,teharéguardarcuidadosamentehastaeldíaenqueyo,«ElAcuchillado»…
—Noosllamáis«ElAcuchillado»,señor—gritóunhombrequeavanzótranquiloyllenodeironía.
Era Pardaillán. Con una mirada había juzgado la situación, y comprendió queGuisaibaadarunaordendearresto.
«Vamosasalvaramilobezno»—sedijo.YseacercóalduquedeGuisa,aquienconinsultantetono,dijo:—Noosllamáis«ElAcuchillado».—¿Yvoscómoosllamáis?—rugióGuisa—.¿Quiénsois?Pardaillántendióelpuñoydijo:—No es mi nombre el que importa, sino el vuestro, monseñor. Hace dieciséis
años,enelpatiodeunpalaciodelacalledeBethisy…—¿LacalledeBethisy?—murmuróGuisa,cuyosojosextremadamenteabiertos
miraronaPardaillán—.¡Oh,siereselquemefiguro,desgraciadodeti!Continúa.—Ya continúo.Así, pues, acababais de asesinar al almirante deColigny.En el
momentoenqueponíaisvuestropiesobreelrostroensangrentadodelcadáver,estamanoqueaquíveis,monseñor…
Yaldeciresto,Pardaillánlaabriócompletamente.—Esta mano cayó sobre vuestro rostro y, desde entonces, os llamáis «El
Abofeteado».—¡Erestú!—rugióGuisa,mientrasfuriososgritossalíandelamultitud—.¡Amí!
Detenedalosdos.¡Losquierovivos!Entonces se produjo una espantosa confusión. Se rompieron los diques que
contenían a la humanamultitudyCrillón sevioobligado a retroceder hasta dondeestaban sus guardias, como llevado por un ciclón. El coronel de los suizos fue elprimeroenponersumanoenelhombrodelduquedeAngulema,peroenelmismoinstante cayó como una masa. Pardaillán, que había desenvainado la espada, lerompióelcráneoconunterriblegolpedelpomo.
—¡Guisa,Guisa!—gritóCarlos—.Acuérdatedequehasaceptadomidesafío.—¡Mueran!—gritabaelpueblo.—¡Vivos!¡Losquierovivos!—vociferabaGuisa.Aquellos gritos, aquella espantosa mezcla de explosiones salvajes, de caras
convulsas,demiradasfuriosasydesonorosalaridos, todoaquelcuadrodefuriaenque fulguraba el brillo de las alabardas, espadas y puñales, toda aquella escena
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terriblequedesdelejosyaciertaalturadominabalaardienteyfatalfiguradeFaustaasomada a su ventana, se desarrolló en el mismo instante en que el caballero dePardaillándirigióalreydeParíselformidableinsulto:
—¡Tellamas«ElAbofeteado»!Y en el momento en que, de un golpe con el pomo de la espada el caballero
derribóalcoroneldelossuizosalospiesdeGuisa,cogióaCarlosentresusbrazosyenalgunossaltossereunióaCrillón,cuyosguardiasestabaninmóviles.Teníacogidala espada por la hoja, y se servía del pomo como una maza que giraba, y heríaenvueltaenlosrayosluminososquedespedíaelacero.AsífuecomoconsiguióllegarhastadondeestabanloshombresdeCrillón,apesardelataquedelospartidariosdeGuisa.
—¡Rendíos,Crillón!—vociferóunodelosguisardos.—¡EntrégameesosdoshombresysaldrásdeParíscontusguardias!EnaquelmomentoPardaillánseempinósobre lapuntadesuspieselevando la
espadaalcielo.Yentonces,conbroncíneavoz,enelmismoinstanteenqueCrillónseveíaapuntodeserabandonadoporsusguardias,Pardaillánordenó:
—¡Trompetas,tocadlamarchareal!Electrizadosyentusiasmados,loshombresdearmasvociferaron:—¡Vivaelrey!Yempezaronaandaralosacordesdelamarchareal.Al frente, con la espada en alto, y al lado de Carlos, a quien arrastraba, y de
Crillón,estupefacto,queloadmiraba,elcaballerodePardaillánandabahundiéndosecomounacuñaentre lamultitud, seguidopor loshombresdearmas,mientrasa sualrededorseoíangritosdeodiodelosligueros.
Se oyeron algunos arcabuzazos, mientras los burgueses se lanzaban armadoscontralasgentesdeCrillón,perolamarcharealcubríatodaslosruidosylavozdePardaillángritaba:
—¡Adelante!¡Adelante!—¡Mis hombres de armas! ¡Mis ligueros!—vociferabaGuisa ebrio de rabia y
vergüenza.Los hombres de armas de la Liga estaban diseminados por París y no habían
llegado aún. A la sazón, ante las gentes de Crillón, ante aquella larga serpienteerizadadepuntasdehierro,anteaquellosheridosqueavanzabanconpasopesadoyregular, con la alabarda cruzada, abríase la multitud de burgueses; huían unoscorriendoparaarmarse,yotrosdisparandosuspistolasalazar.
Pardaillánenvainólaespadayalfrentedelossoldadosibagritando:—¡Pasoalrey!¡Paso!Yhabíatalironíaenestegrito,quelosquelorodeabannosabíanaquéreyquería
referirseelcaballero,nisierarealmenteparaelserviciodelreyloqueaquelhombrehacía.EnalgunosminutosloshombresdearmasdeCrillónsealejarondelaGrève,ypor losmuellessedirigíana laPuertaNueva,mientrasel tumulto ibacreciendo, la
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ciudadmugíayenelairehabíaamenazasdepeleayasalto.
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En aquel momento mil ligueros, al mando de Bussi-Leclerc, armados dearcabuces cargadosyprontos a disparar, desembocaron corriendo en la plazade laGrève,procedentesdelaBastilla.
—¡Porfin!—gritóelduquedeGuisaconindescriptiblegritodealegría.IbaalanzarsehaciaBussi-Leclerc,cuandodeprontounamanoseposósobresu
brazo.—¿Qué queréis? —preguntó con ronca voz al que acababa de contener su
movimiento,unhidalgovestidodenegro,que,silenciosamente,leentregóunacarta,diciendo:
—Leedesto,monseñorduque.—¡Eh,caballero!—vociferóGuisa—.¡Luegoomañana!—Mañanaseríademasiadotarde—dijoelhombrevestidodenegro—.Estacarta
esdelaprincesaFausta.Elduquesedetuvoentoncesycogiólacartaconexpresiónderespetoytalvezde
terror.Rompió el sello y leyó. El efecto de su lectura fue rápido. Su cara se pusopálidacomoelpapel,ysumiradaseextravió.Roncosuspirosaliódesugargantayconelreversodelamanosesecólafrentellenadesudorfrío.
—Dadmeórdenes,monseñor—exclamóBussi-Leclercdeteniéndoseanteél.—¿Ordenes?—exclamóelduque,cuyasmanosconvulsasarrugabanlacarta.Dirigió a su alrededor unamirada llena de desesperacióny luego, envozbaja,
dijo:—Alpalacio,señores,seguirmealpalaciodeGuisa.Y con paso vacilante emprendió la marcha, seguido de sus caballeros
estupefactos,olvidandoaBussi-Leclercyalosmilligueros,aCrillón,aPardaillán,alduque de Angulema y al mundo entero, hasta a Belgodere, a quien quería hacertransmitirsusinstrucciones,ytambiénalamismaVioleta.
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Pardailláncontinuósumarcharápida,arrastrandoaCrillónconsushombresdearmasatravésdelamultituddeliguerosquegritaban,peroquesinjefesysinarmasno se atrevían a atacar. Las gentes de Crillón llegaron a la Puerta Nueva, en elmomentoenquedesdeelChâtelet,elTempleyelArsenal,selanzabanalaplazadela Grève las compañías que estaban preparadas. La puerta les fue franqueada. Ycuandolosúltimosguardiasestuvieronenlaotrapartedelpuentelevadizo,salieronde lamasade losburguesesgritosde impotente rabia.EntoncesCrillónseechóen
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brazosdePardaillán.—Miapelativode«Valiente»yanomepertenece—ledijo—,porquelomerecéis
vos.—Si queréis creerme, marchaos enseguida—dijo el caballero— y otro día ya
cambiaremoslossaludosderigor.—Sí,pero¿adóndeiré?Ignorodóndeestáelrey.—Ayerlovihuyendoymuypálido.Entrenosotrosseadicho,esunpobrerey.En
fin,séquetomóelcaminodeChartres.—Venid conmigo, caballero —exclamó Crillón mirando atentamente la
inteligentey finafisonomíadesusalvador—.Estoyseguroqueel reyosnombrarácoronel.
—¡Oh, caballero!No podría aceptarlo, porque ya soymariscal,mariscal demímismo,y esyaungradomuy importante. ¿Quénecesidad tengode ser coroneldeotro?
Crillónmeneólacabeza.—Nooscomprendo—dijo—peroenfin,tantoda,soisunvalientecaballero.Si
elreytuvieradiezservidorescomovos,mañanaestaríadenuevoensutrono.Vamos,adiós.¿Medaislamano?
—Helaaquí—dijoPardaillán,presentándola.—¿Cómoosllamáis?—ElcaballerodePardaillán.Adiós,señordeCrillón,recomendadalreyqueno
meolvideensusoracionesdurantelapróximaprocesión.ElvalienteCrillón,asombradoynosabiendosielcaballerohablabaenseriooen
broma,sevolvióasusgentesymandó:—¡Adelante!Ysepusoencamino,saludandoporúltimavez,consuespada,aaquelhombre
cuya intrepidez lo había maravillado, y cada una de cuyas palabras le parecía unenigmadeironía.
Pardaillán tomó el brazodel duquedeAngulemay como si nohubiera pasadonada,dijo:
—Entremos por la puerta deMontmartre, y vamos a descansar y a vaciar unabotelladeSuresnesen lahosteríade«LaAdivinadora».Acasade labuenaseñoraRosa Grègoire. Una antigua amiga mía. El vino de «La Adivinadora», monseñor,tiene paramí, especial encanto y es que ami padre le gustaba.En cuanto aRosa,hubo un tiempo en queme amó y estome recuerdami primera juventud, cuandotambiényoamaba.
Pronunciadas estas palabras con dolorosa melancolía que no le era habitual,PardaillánarrastróaCarlosdeAngulema,muyasombradodesorprenderenlaclaramiradadesucompañeroundestellodeemoción.
DejemosaPardaillányaCarlosdeAngulemaregresaraParísyvolvamos,poruninstante,alladodelduquedeGuisa,queacababadeentrarensupalacio,dejandoa
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Bussi-Leclercsinórdenesyenextremoasombrado,enlaplazadelaGrève.Bajo su porte de magnífico hidalgo, y bajo la ambición desenfrenada que
sobreexcitaba su cerebro, y también bajo la pasión que sentía por una gitanilla,EnriquedeLorena,duquedeGuisa,reydeParísporlafuerzaycasireydeFranciapor el deseode laLiga—gigantescopulpoquehabía extendido sus tentáculosportodoelreino—,aquelhombre,pues,ensuprosperidadinaudita,empujadoomásbienconducidoporlamanodelaFortuna,prontoasubiraltrono,aquelhombrequehacíatemblaralosreyes,llevabaenelcorazónunmalterrible,unaúlceraquelecorroíayquetalvezfueunobstáculodecisivoparasusempresaspolíticas:loscelos.
Guisanocorrespondióconsusactosa laFortunaque lo favorecía.LaHistoria,quedebe fijarseen losactosexteriores, seasombrade lasvacilacionesdeGuisa,yobserva con estupor sus bruscas vacilaciones y sus retrocesos inconcebibles. En laplaza de la Grève, en vez de ponerse al frente de los mil ligueros que le llevabaBussi-Leclerc,seechóa temblar,abandonóa lamultitudqueloaclamaba,seretiróhuyendocasiasupalacio,ydejósalirdeParísalostresmilhombresdeCrillón,queibanaconstituirelnúcleodelejércitoconelcual,mástarde,EnriqueIIIdebíasitiaralaciudad.
¿Qué había pasado? ¿Qué espantosa catástrofe había caída sobre aquel espírituviolento,paralizándolo?SencillamentequeGuisaleyólacartadelaprincesaFaustaquelehabíaentregadoelcardenalFarnesio.Lacartaconteníaestaspalabras:
El conde de Loignes no es de los que han salido de París siguiendo aHerodes.LaduquesadeGuisa,aquiencreéisencaminodeLorena,yaquienvosmismocondujisteishacedosdíashastaLagny,acabadevolveraParís.Alguien os espera en vuestro palacio para explicaros este dobleacontecimiento.
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IV-Elverdugo
LA TARDE de aquel día, bajo la pálida serenidad del crepúsculo, París estabaagitadoaúnporprofundosestremecimientos.LaalgaradadelamañanaenlaplazadelaGrèveparecíaprolongarseporgruñidosqueavecesserepetíansincausaaparente;grupos de burgueses acorazados, cubiertos con casco, y con la pica, alabarda oarcabuz enmano, estaban en las encrucijadas; por momentos algunas patrullas dehombresdearmastranscurríanpesadamente.Yaveces,algúnseñor,seguidoporsuescoltade jinetes,pasabaa lo largode lascalzadas.Burgueses,soldadosyseñores,llevabanenelpecho lacruzblancade laLigaoalrededordelcuelloel rosario,enseñaldealianza;porqueacababadeformarse laCofradíadelRosario,y todoParísestabaafiliadoaella;¡desgraciadosdeaquéllosquenollevabanningunodelosdosemblemas!
Yanoeradedía,peroaúnnohabíacerradolanoche.Pocoapocolosruidossedebilitaban, y del cielo, mezcladas a las últimas claridades, caían las primerassombras que iban a envolver la silueta caprichosa y accidentada del antiguoParís,con sus agudos tejados, sus callejas estrechas y tortuosas, y el sinnúmero detorrecillas, campanarios y veletas, y luego aquel gran montón de ladrillos que eltiempohabíapintadodeverde,entrelosquehabíagrandesysombríasmolesquesellamabanelTemple,elLouvre,elgranChâteletylaBastilla.
EnaquellahoraindecisafuecuandocuatrohombresquellevabanunasparihuelasseacercaronalcarrodeBelgodere,queaúnestabaenlaplazadelaGrève.Sobrelasparihuelasibaunataúdvacío.
En el carro había una antorcha de resina encendida, cuyos fuliginososresplandoresderramabanvagosreflejossobreelcuerpodeSimona,extendidosobreel camastro, y jugueteandoentre las floresdiseminadas ibana lamer con rápidasyfúnebres caricias el lívido rostro de la muerta. Cerca de la antorcha, Violeta,arrodilladayrecogidasobresímisma,conlosojosfijosenelsemblanteamadodelamujeraquiendieraelnombredemadre;aveces,sumanoarreglabadulcementelasfloresoloscabellosdeladifuntaylapobreyanollorabaporquenoteníalágrimas.
La sombra invadía lentamente el carro y, envuelta en ella, Salzuma, la gitana,estabasentadaeinmóvilcomolaestatuadelaindiferencia,lejos,muylejosdeloquelarodeabayperdidaenelcaosdesusoscurosdolores.Asulado,yenpie,conlosbrazos cruzados, y los labios crispados por el odio satisfecho, lamirada dirigida aVioleta,atisbabaBelgodere.
Loscuatrohombresentraronydepositaronelataúdalladodelamuerta.—Bueno—dijouno—.Vamosallevarnosaesagitanahereje.—Comoesnatural—añadióotro—nohabrásacerdote,porqueladifuntanoloha
necesitadoenvidaytampocolonecesitaráparasuúltimopaseo.Belgoderehizounsignoafirmativoconlacabezaydijosencillamente:—Apresurémonos.
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—¡Oh! —dijo burlonamente uno de los enterradores—. Vais muy de prisa,compadre.ParecequenoqueréishaceresperaralseñorSatanás.¡Eh,niña,cuidado!
Violeta, presa de largo estremecimiento, se había echado sobre Simona, paradespedirsedeella.EntoncesBelgodere,congranrudeza,laseparódeladifuntaylapobreniñaselevantóbalbuciendo:
—¡Adiós,mamá!¡Adiós,mamáSimona!¡Adiósparasiempre!Cuandoseatrevióamirar,Simonaestabayaenelataúdyentonceslaniñadioun
gritoysudolorhizoexplosión.Cayóderodillaspalpitante,yconmanostemblorosasempezóaamontonar las floressobreelataúd.Pocosmomentosdespués todohabíaacabado,porqueelféretroestabacubierto.Simonahabíadesaparecidoparasiempre,llevándose consigo el secreto del nacimiento de Violeta, que en su agonía quisorevelar.
Los enterradorespusieronel restode las flores sobre el ataúdy colocandoesteúltimosobrelasparihuelas,emprendieronelcaminohaciaelcementerio.
—Ven—dijoentoncesBelgoderealajovenconextrañavoz.Violetalomiróextrañada.—¡Ven,mujer!—repitióelgitanoconextrañasonrisa—.Nopuedespermitirque
tumadrevayasolaalcementerio.Vamos,tepermitoquelaacompañes.Laniñadioungritodealegríayporprimeravezensuvida,dirigióaBelgodere
unamiradadeagradecimiento.—Nosoytanmalocomotefiguras—exclamóésteencogiéndosedehombros.Violetaempezóaandar.Para ella era un consuelo, aunque triste, acompañar a su madre hasta el
cementerio. Y las patrullas que transcurrían por París vieron con extrañeza aquelpobreataúdcubiertodeflorescomounféretrodeprincesa,queatravesabalascallesyaoscuras,seguidoúnicamenteporunaniñaqueandaballorando.
Belgoderesaliódesucarrodiciendoalosdoshérculessentadosenlosescalones:—Llevad el carruaje a la posada.Tal vez esta noche no vuelva.Y en cuanto a
Violeta—añadiósordamente—,novolverámás.Sealejóentoncesagrandespasosyabastantedistancia;alolargodelasparedes
delascasas,empezóaseguiraVioleta,alaquemirabacomolafieracuandosiguelapistadesuvíctimaporlosgrandesbosquessolitarios.
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EnelmomentoenqueVioletasepusoenmarchatraslaslúgubresparihuelas,unhombreguarecidobajoelsoportaldeunacasadelaplaza,conlacabezacubiertaporunsombreronegro,cuyasalasleocultabanelrostro,lasiguióconlamiradahastaqueellahubodesaparecido.
—La víctima está en camino —murmuró entonces—. Réstame avisar alsacrificador. ¡Vaya un encargo desagradable! ¡Pobre niña! El criminal gitano te
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lleva…yallíabajoteesperalaimplacableFausta.Aquel hombre empezó a temblar como si sintiera gran frío, y abandonando
entoncesel lugardondeobservara lasalidadeBelgodereydeVioleta,sedirigióalpuentedeNuestraSeñora,quefranqueó,ypenetróeneldédalodelaCité.
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Entre la catedral, formidable por su silencio, y el Paláis, de donde salían, lossordosrumoresdelParlamentoreunidoensesiónnocturna,hacialamitaddelacalleCalandre,seelevabaunacasabajaenunsolar,comovergonzosayapartada,ytemidadetodaslasgentesdelavecindad.
Durante el día los hombres se alejaban de aquella casa profiriendo sordaimprecación. Las mujeres que pasaban por allí palidecían haciendo la señal de lacruz.Enaquellacasa,enunaestanciafría,amuebladaseveramenteyconlasparedesdesnudas,queadornabaúnicamenteungrancrucifijodeébano,estabasentado,enunvasto sillón, un coloso pensativo, con el codo apoyado en unamesa servida, y lafrenteenlamano,mientrasunaviejacriadaibayveníaconfurtivospasos.
—¿Nocoméis,maeseClaudio?—preguntódepronto.Elgigantehizoungestodeindiferenciaycansancio.—Siempreesosterriblesrecuerdosdevuestroantiguooficio—continuólamujer
despuésdealgunosinstantesdesilencio.—No—dijosordamenteClaudiomoviendolacabeza.—Puesentoncesesquepensáisenlaniña.—¡Siempre!—suspiróClaudiocomosihablaraconsigomismo—.Losminutos
enquelosespectrosdemisvíctimasnomeatormentan,sontalvezlosmásterriblesparamí, porque entonces es su imagen la que se alza antemis ojos. ¡Ocho años,Gilberta! Han transcurrido ocho años desde el día en que desapareció como sedesvaneceunhermosoensueño.¡Oh,hijamía!Suavevioletaqueperfumasteaquellossobradocortosañosdemiexistencia.¿Quéhasidodeti?¿Dóndeestántushermososojosazules?¿Dóndelaalegresonrisadetuslabios?Todoloquemerodeanoesmásquetinieblas,desdequenoabrazasmicuellodándomeeldeliciosonombredepadrequemeestremecíadefelicidadhastaelfondodemisentrañas.
Maese Claudio dejó caer su forzudo puño semejante a una maza. Un suspirohinchósuvastopechoyaquelhombrequeparecíalaencarnacióndelafuerzaanimal,continuóconextrañadulzura:
—Sin duda yo no merecía tanta felicidad y estaba condenado a la soledadmaldita.Noobstante,acordaos,Gilberta,dequenoabusabademidicha.Noibaaveralaniñamásquedosvecesporsemana.Eranmisdíasdefiesta.¡Yquéfiestastanagradables!—dijo sonriendomelancólicamente—. ¡Con qué delicia abandonaba lasiniestra librea! ¡Y con qué júbilo desde que apuntaba el díame ponía el traje deburguésconelqueellameconocía!
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—Vamos,maeseClaudio.Dejadesosrecuerdosqueosmatan.—¡Cuán contento me iba yo a Meudon! —continuó Claudio sin oír la
observacióndelacriada—.Conelcorazónpalpitanteentrabaeneljardín.LabuenaSimona salía ami encuentro. ¿Y la niña? ¡Ah, aquí está!Acudía con sus bracitostendidos. Yo la tomaba enmis brazos. Entonces ellame abrazaba, se encaramabariendosobremishombrosymetirabadeloscabellosgritando:Mamá,aquíestápapá.¡Ah!¡Quéhermosarisa!
Maese Claudio se cubrió el rostro con las manos y empezó a sollozarsilenciosamente.
—¿Paraquéosatormentáisasí?—Laniña—prosiguió—se llevómicorazónensusmanitas.Ciertamañanade
undíaespantosoymaldito…;erajueves,todalavidameacordaré.Hacíamuybuentiempo. Llegué aMeudon y una vez ante la casita empecé a llamar, pero no tuverespuesta. Me figuré que habría ido al río. Tuve como un presentimiento de ladesgracia,peronoquisealarmarme.Entréeneljardín,ynoviaSimonanialaniña.Penetréenlacasaendondetodoestabarevuelto,comosialguienhubierasostenidounalucha.Quisellamar,perodemigargantanosalióningúngemido.Creívolvermelocoysaliendoalacalleempecéagritar,peronadiemecontestó.CorríhaciaelSena,fui al bosque y volví a la casa sin haber encontrado a nadie. ¡Oh, qué día tanespantoso!Porfincaísinsentidoyalrecobrarlo,viunamujerquemecuidaba.¡Mihija!¿Dóndeestámihija?Nadie losabía.Loúnicoquesesabíaen lavecindadesquelavísperaunacompañíadegitanoshabíapasado.¿Cómonomehemuerto?
—A punto estuvisteis de ello,maeseClaudio—contestóGilberta—.Y cuandorecobrasteiselsentido,ochodíasdespués,lleguéafigurarme…
Unaldabonazoenlapuertainterrumpióalaviejacriada,ydespertógrandesecosenlacasa.Gilbertapermanecióinmóvil,sobrecogidadeestupor.Claudioseenderezósúbitamente,conelcuellotendidoylosojos,asustados.
—¿Quiénpuedeser?—dijolaviejapalideciendo.—Desdehace ocho años, nadie ha llamado a esa puerta—exclamóClaudio—.
¿Quépuedesersinoladesgraciaquepasa?Otro golpe, más fuerte que el primero, resonó entonces. Maese Claudio cayó
pesadamenteenelsillón,ehizouna imperiosaseñaa lacriada,quesalió.Él,entretanto,sequedóconlosojosfijosenlapuertadelasala.Uninstantedespuésoyóelruido de la tranca de la puerta, de la cadena que caía, y de los cerrojos querechinaban.Luegoreinóelsilencio.
Depronto,enelmarcode lapuertaaparecióunhombrecon lacabezacubiertapor un sombrero negro. Claudio se levantó y con altivez no exenta de temor,preguntó:
—¿Quiénsois?¿Quéqueréisdemí?El desconocido avanzó lentamente algunos pasos. Un temblor convulsivo le
agitaba.Permanecióunminutosinhablaryluego,envozbajayronca,dijo:
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—MaeseClaudio,vengoareclamarlosserviciosdetuprofesión.Claudiosesintiósobrecogidoporconvulsivo temblor.Unasonrisasedibujóen
suslabiosymoviendolacabezacomopararechazarlacargadesusrecuerdos,dijo:—Cuando yo ejercíami siniestro oficio, elOficial y elGran Preboste eran los
únicosquepodíanreclamarmisservicios.NosoisnielOficialnielGranPrebosteypor esta razón ignoráis que desde hace ocho años me he hecho relevar de misfunciones. Idos en paz quienquiera que seáis, vos que ocultáis el rostro al antiguoverdugodeParís.
Eldesconocidonoseinmutó.Convozmásbajaymásroncatodavía,pronuncióestaspalabras:—Paramíyparaelquemeenvía,noestásrelevadodetusfunciones.Paramíy
paraaquéllaaquiendebesobediencia,erestodavíaelverdugo.¡Mira!Yentoncessacódedebajodelacapasumanoderechaquetendióalverdugo.En
eldedoanulardelamisma,habíaunaanchasortijacoronadaporenormemedallóndehierro,enelcualestabangrabadosmisteriosossignos.Claudiolesdirigióunamiradayentoncesvacilóinclinándoseluegoenactituddehumildadprofunda.
—¿Obedeces?—preguntóeldesconocido.—Obedezco,monseñor—contestóClaudioconvozopaca.—Bien. Ve a la casa del extremo de la isla, detrás de Nuestra Señora. La
ejecuciónesparalasdiez.¿Estarásallí?—Sí,monseñor—contestóClaudiodandounsuspiro—.Perodecidalosqueos
envíanqueestoycansado,muycansado;queelterrormehacepasarnocheshorribles.Yaunquemecostaralavida,yanomatarémásymañanaromperéelpactoquemeata.
Eirguiéndose,añadió:—Esto dicho, monseñor, no contéis ya más conmigo. Esa ejecución será la
última.—La última —dijo el hombre—. Bueno, está bien. Ahora, Claudio, te voy a
mostrarmisemblantequemereprochabasteneroculto.—¿Qué me importa vuestro semblante? —gruñó Claudio—. Una vez vista
vuestra mano y el espantoso anillo de hierro que lleva, me basta. Idos en paz,monseñor.
—Quiero,noobstante,quemeveaslacara—dijoeldesconocidocontristeza—,porqueahoranomedirijoalverdugoniestampocoelenviadodelasoberanaelquetedirigelapalabra.
Conrápidogestohizocaersusombreroyapareciósucaradeespectralpalidez.Claudioretrocedió,murmurandoconextrañoacento:—¡Elobispo!¡ElpríncipeFarnesio!¡Elpadredelaniña!—De la niña que me robaste —gruñó Farnesio—. Sí, soy yo, yo que te he
maldecido,quevuelvoamaldecirte,porquenotuvistepiedaddemidesgracia,yporeso temaldigo.Unaesperanza insensatamehasostenidohastahoy;sí;aúnespero,
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vengoasuplicarte.Escucha,dimelaverdad.Séhombreunavezenlavida.Claudiovacilóunmomentoyluegomoviólacabeza.Farnesioesperaballenode
ansiedad.—¡Laverdad!—dijoporfinClaudio—.Yaosladijeeldíaenquevinisteishace
yacasiquinceaños.Farnesiobajólacabezayretrocedióunpaso.—¡Estámuerta!—repitióClaudioconvozglacial—.Muriótresdíasdespuésde
haberlarecogidoalpiedelcadalso.Murióenlosbrazosdelamujeraquienlaconfié.ElcardenalpríncipedeFarnesionodijonadamás.Levantólosbrazosalcieloy
losdejócaerpesadamente.Luegosecubriódenuevo lacabezaconel sombrero,ydandoungemido,sedirigióalapuerta.Claudioseechóunacapasobreloshombros,siguióaFarnesioyseunióaélcuandoponíalospiesenlacalle.Letocóelbrazoyconacentodetimidezlepreguntó:
—Perdonadme.Unasolapalabra.Farnesioseestremecióviolentamentealserdistraídodesustristespensamientos.—¿Quéquieres?—Nomehabéisdichoaquiéndeboejecutarestanoche.—Loignoro—dijoFarnesio.—¿Esunhombreounamujer?—Unamujer;unajovencita.Claudioseestremeciódeangustia.Unajovencita,unserllenodegraciaybelleza
aquienélibaasuprimir.—¡Desgraciada!—murmuró.En aquelmomento las campanasdeNuestraSeñora resonaron en la noche con
infinitatristeza.Losdoshombres,elcardenalyelverdugo,permanecieroninmóvilescontandolascampanadas.Yencuantosecallólavozdelacatedral,ladelpurpuradodijo:
—¡Lahoradelaejecución!Luego Farnesio levantó unamano como para dar una orden y lentamente, con
silencioso paso, la cabeza inclinada y estremeciéndose de vez en cuando, tomó ladireccióndelPetit Pont.El verdugo secó el sudor quebañaba su frente y se lanzóhaciaNuestraSeñora,endirecciónalaextremidaddelaisla,hacialamisteriosacasadelaprincesaFausta.
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V-Lacasadelacite
SIMONAFUEENTERRADAenelcementeriomáspróximo,esdecir,eneldelosInocentes. Como es natural, fue echada al rincón de los herejes y ninguna cruzseñalaba el lugar en que reposaba, en vista de que había formado parte de unacompañíadegitanos,genteexcomulgadaydescreída.
Cuandoelataúdestuvocubiertodetierra,BelgoderetomóaVioletadelamanoytiródeella.
Lajovenlosiguiósinhacerresistencia.Estabaenextremotriste.Sumanoheladatemblabaenladelgitano.Eraentoncescompletamentedenoche.Laciudadaparecíallenade espantosa soledad.Lapobre niña andaba sin darse cuenta del caminoquerecorría, pero en el fondo de su corazón irradiaba dulcemente una imagenconsoladoraqueparecíaescoltarlaparaprotegerla,diciéndolealoídoquenoestabasolaenelmundo.
Aqueljovenseñordenoblemiradaydeacariciadoraspalabras,¿volveríaacaso?¡Ay!Lapobre ignorabahasta sunombre.Pero él la habíamirado con tan fraternalexpresióndelástimacuandoentróenelcarro,yellalohabíavistotansimpático,ytanbueno,especialmentealrecordarsuhermosaaccióncubriendodefloreselcuerpodesumadre,quelajovencitapalpitabadeemoción,demodoqueasuduelofilialsemezclabaunaemociónmuydulce,inconscienteypura.
Sí,volvería,pueslohabíaprometido.AldíasiguientelovolveríaaverycasilasúltimaspalabrasdeSimonatendíantambiénaconsolarla.
«Aqueljovenserátusalvador,puesteama».Seramadadeél.¡Quéensueño!DeprontosefijóenqueBelgoderenosedirigíanihacialaplazadelaGrèveni
hacialaTissanderie,endondeestabala«PosadadelaEsperanza».—¿Adóndemelleváis?—preguntósobrecogidadeespanto.Elbohemio,sincontestarle,leestrechólamanoyempezóaandarmásdeprisa.
Atravesóelpuenteyunavezfranqueadoelríosedirigióhacialaizquierda.Ellugarerasiniestro;alasazónsehallabanenunacallejuelanegraytortuosa.
Enunade lascallejuelasde laCitéhabíaunacasita risueña,de lacualcolgabaunaenseñamuybienpintadaquedecía:
POSADADELBROCHEDEHIERROACARGODELAROJAYPAQUITA
Belgodere,sinsoltaraVioletadelamano,sedetuvouninstanteenlaposadadel«BrochedeHierro», peromoviendo la cabeza, se dirigió a la casa vecina, que eramuy grande. Tenía un mudo aspecto y las paredes cuarteadas. Parecía pronta ahundirse de vetustez y abandono. Y su portal de hierro, con enorme aldabón debronce, le daba una apariencia de fortaleza que hubiera guardado muertos ymonstruosossecretos.
—¿Dóndeestamos?—preguntóVioletadirigiendoasualrededorunamiradade
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espanto.Belgoderenocontestó,sinoquedioconelaldabónenlapuerta.—¡Tengomiedo!Lapuertadehierroseabriósinruido.Violetaquisoecharseatrás,peroelgitano
la sujetó con fuerza. En el segundo que siguió se vio en un gran vestíbuloembaldosado,dealtasparedesdesnudas,débilmenteiluminado,endondeestabandoshombresenmascaradosyconladagadesnudaenlacintura.
—¿Dóndeestoy?—preguntólajoven.—Heaquílapequeñaqueyo,Belgodere,debíatraer.¿Esaquí?—dijoelgitano.—Sí—contestóunodelosdosguardias.Enelmismo instanteaquelhombreechósobre lacabezadeVioletaunsacode
tela negra que le sujetó en el cuello por medio de un cordón. Sin dar un grito yparalizada por extraordinario terror, Violeta se sintió levantada y llevada a loignorado.ElotrohombreenmascaradotendióaBelgodereunabolsabienrepleta.
—Heaquíloscienducadosdeoroquehaspedido.—Yonoloshepedido—dijoelbandido—.Monseñorelduqueesquienmelos
haprometido.—¿Monseñorelduque?—dijoelhombreconalgúnasombro—.¿Querrásdecirel
señorpríncipe?—Duqueopríncipe,tantoda.Loesencialesquemicometidohaterminado.—Esverdad.Tomaeloroymárchateenseguida.Uninstante,amigo.Siquieres
quetearranquenlalenguaoquetedescuarticenvivo,nohasdehacermássinodeciracualquierpersonaloqueacabasdehacer.Otroconsejo.Tratadeolvidarestacasadetalmodo,quenuncamásseteveaporlascercanías.Yahora,largo.
Elgitanoseinclinóhastaelsuelo,yconunasonrisaburlona,saliódeespaldasydesaparecióenlanoche.
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DieronlasdiezenNuestraSeñora.Belgoderehacíaratoquehabíadesaparecido.EnaquelmomentofuecuandomaeseClaudio,aproximándoseasuvezalaterriblecasa,llamóconelaldabóndebronce,comolohabíahechoelgitano.
ComoparaésteyparaVioleta,seabriólapuertadelatemiblecasasinhacerelmenor ruido. Sin duda los dos hombres enmascarados reconocieron al verdugo,porqueunodeelloslehizoseñadequelosiguierayloprecedióhastaelinteriordelacasa.
YsindudatambiénmaeseClaudioconocíaaquelinterior,porquenomanifestóelmenorasombroporloqueveía.
Ynoobstantehabíadequéadmirarse.Unavezfranqueadoelvestíbulodeaquellacasaqueparecíatandestartalada,se
convertíaenunpalacio fabulosodemonarcaasiático,enunasucesióndeestancias
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vastasyadornadasconnuncavistamagnificencia,paradarporfinaunasalainmensaenelfondodelacual,bajoundosel,seelevabauntronodeoroqueeraunamaravilladeesculturaycincelado.
Los techos de aquellas estancias estaban pintados al fresco y las paredesadornadas por los lienzos de los pintores más famosos, tales como el Tintoretto,Rafael, Veronés, Correggio. Los sillones eran de caoba preciosamente esculpida ytapizados conmagnificencia. Losmosaicos artísticos en sumogrado, las panopliasllenasdebrillantesarmas.Ytodoelloformabaunconjuntodeprodigiosolujo,severabellezaygustomuypuro.
Enlasaladeltrono,docecandelabrosdeoromacizo,provistoscadaunodedoceantorchasdecerarosada;columnasdejaspeydemármolalternativamente;enormesjarrosdepórfido,queconteníangigantescosramosdefloresraras;tapicesdeArabia,sesentasillonesdealtorespaldo,todoscoronadosporunatiaraesculpidayllevandotodos una F bordada, bajo la cual se cruzaban dos llaves simbólicas; entre lascolumnas había estatuas de mármol, ornamentación fastuosa que sólo podíacompararse a la descrita en las Mil y una noches. En aquella regia sala estabanveinticuatrohombresdearmas,cubiertosdeacero,silenciososeinmóviles,alabardaenmano,enfilasdedoce,acadaunodelosladosdeltrono.
Y en aquel esplendor se advertía algo como una amenaza formidable, como siaquellasalahubierasidohechaparaunaemperatrizantiguaounasoberanaoriental,quedistribuyeraasualrededorysegúnsucapricho,elamorolamuerte.
El verdugo pasó por entre aquellas maravillas con la mayor indiferencia ysiguiendoasumudoconductor,siguióasí,desalaensala,hastaunapiezaquedebíahallarseenlosconfinesdelpalacio,haciaelSena,ycercadellúgubrevestíbulodelaentrada.Estaba desnuda y era fría y húmeda, con losmuros de piedra gris, sin unmueble;únicamentealolargodelasparedeshabíacadenassujetasaanillasdehierro,como si de la encantadora residenciadeunhadamágica, se pasaradepronto a uncalabozoquesirvieradeantecámaraauncondenadoquemarchaalsuplicio.
Allíestabaunamujervestidadenegroyconlacabezacubiertaporunamantilladeigualcolor.Noseveíasurostro,peroensumanobrillabaunasortijasemejantealadelpríncipeFarnesio,conladiferenciadeque,mientrasladeésteeradehierro,laquebrillabaenaquellamanofemeninaeradeoropuro,yloscaracteresdelmedallónestabantrazadosporbrillantesquefulgurabanenlapenumbra.
Aquellamujer era lamismaqueentrevimosen laplazade laGrèvey a laqueFarnesiodieraeltratamientodeSantidad.EraFausta.
InmediatamentelosojosdeClaudiosedirigieronhacialasortijacomobuscandoalgo.Entoncesseestremecióycayendoderodillasmurmuró:
—¡LaSoberana!Y temblando de terror y veneración a un tiempo, se prosternó, abatió la frente
hasta tocar las losas y entonces, con voz que tan pronto era tierna como terrible,Faustaexclamóconextrañasolemnidad:
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—Verdugo.Nos,gransacerdotisadelaOrdenalacualhabéisjuradoobediencia,hemosjuzgadoycondenadoamuerteaunserhumano,cuyavidaeraunaamenazapara losproyectos sagradosdeque somosdepositaría.Verdugo,habéis aceptadoelserejecutordelassentenciassecretasquepronuncieladivinajusticia.Entrad,pues,en la cámara de las ejecuciones en donde espera la condenada y cumplid vuestramisión.
ClaudiolevantólafrenteytendiólasmanosaFausta.—¿Queréishablarnos?Oslopermitimos.—Soberana —dijo Claudio tembloroso—. Yo, mísero, humilde, me atrevo a
dirigirunasúplicaaladeslumbranteMajestadacuyospiesmeprosterno.—Hablad,verdugo,estamosenlatierraparacastigar,perotambiénparaconsolar.—¡Consolar! Sí, consuelo es lo que necesito. Mis noches sin sueño están
pobladasdeespectros.Elvientoquesoplametraelaslágrimasymaldicionesdelosquehe ejecutado.Envanomedigoque fui solamente el instrumentode la justiciahumana. En vano ruego aDios omnipotente que de un poco de tranquilidad amicorazón. Veo a la Muerte con terror espantoso, pues de no ser así me habríasuicidado.Tengomiedo,Soberana.Tengomiedodemorirsinlaabsoluciónsupremaquemefueprometidaporvuestroenviado.Desdehacedosañosquejuréobedienciahevenido tres vecespara ejercermi terribleministerioy elSenanoha revelado anadieelsecretodelostrescadáveresqueaélhearrojado.
UnsollozosaliódelagargantadeClaudioysumonstruosafigurapareciópresade todos los temores de una superstición delirante. Y añadió con desesperacióncreciente:
—He consultado a veinte doctores. Al saber quién era, ninguno quisocontestarme.Heimploradolapiedaddemásdeciensacerdotesyningunohaqueridotrazar sobremi cabeza el signo redentor queme hubiera dado la calma.A vuestroenviado,Soberana,rehuséeloroquemeofrecía,perocuandomeprometiólasantaabsolución,firméelpacto.Portresveces,repito,heobedecido,Soberana.Ahorayanopuedomás.Elhorrormeaniquilayveoabrirseantemílosespantososmisteriosdelacondenacióneterna.Soberana,tenedpiedaddemí.
—Habéis hecho bien al abrirme vuestra alma —dijo Fausta con penetrantedulzura—.Verdugo, lapruebaha terminado. IdmañanaaNuestraSeñora.Despuésdelamisa,seréisoídoenconfesióngeneral,noporunsencillosacerdote,sinoporunpríncipe de la Iglesia, provisto de plenos poderes de Su Santidad. Es, pues, SuSantidad, en persona, quien derramará sobre vuestra frente el tesoro de lasindulgencias que harán de vos un hombre semejante a los otros; os devolverán elsueño, apartarán de vuestro espíritu los terrores infernales y os mecerán en laserenidaddelconsueloceleste.
Yconvozdemando,mientrassubrazoseñalabaunapuerta,añadió:—Ahora,verdugo,ve.Apagaestasolavidayasímañanaserásabsueltodetodos
tusasesinatosylibertadodetodostusespectros.
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Claudio se levantó de un salto, lleno de júbilo espantoso. Un cambio se hizoluegoenaquellafisonomía,enquedominóimplacableysalvajeresolución.
—¿Decísquemeabsolverándetodomipasado?—Serásabsuelto.—¿Yqueestaejecuciónserálaúltimayqueyanomataréanadiemás?—Estamujerserátuúltimavíctima.—Pues ¡quémuera!—rugiómaeseClaudiodirigiéndosehacia lacámarade las
ejecuciones.A los pies de Fausta se había prosternado un hombre, pero el que a la sazón
atravesaba la puerta que le habían designado, era el verdugo. Entró bruscamentecerrandolapuertatrasélyentoncesFaustaseacercóauninvisibleenrejadoymiróloqueibaasucederenlacámaradelasejecuciones.
Era una gran habitación colgada como una jaula de las paredes de la casa, yestabasuspendidaencimadelSena.Nohabíaventanas.Lalámparasuspendidaeneltecho,muyelevado,envezdealumbrar,nohacíaotracosaqueacentuarlastinieblas.Las paredes eran de tablonesmal escuadrados y de igualmodo estaba formado elpavimento.
Enelcentrodeésteveíanselasranurasdeunatrampacerrada,quepodíaabrirsepormediodeunaargolladehierro,alacualestabasujetaunacuerdaquesubíahastael techo, y pasando allí por una polea, descendía a lo largo de la pared en dondeestaba fijada por un nudo a un clavo enorme. Bastaba deshacer dicho nudo, yentonceslatapadelatrampa,noestandoyasostenida,sebajabaycaía.
Cualquieraqueseencontraraentoncessobreaquella trampa,seveíaprecipitadohaciaabajo,pordondecorríaelSena,consordaslamentaciones.
Elverdugo,alentrarcogióunrollodecuerdas.Setratabadeataralavíctima,yestrangularlaconuntirón,yluegodellevarelcadáversobrelatrampaydejarcaerlacuerda.Ésteerasucometido.
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Alentrarelverdugodivisóasuvíctimaenelcentrodelaestancia,alaclaridaddifusaqueallí reinaba.Estaba tendidaenel suelo,desvanecidademiedo, sindudaalguna.Sucabeza,envueltaenunsaconegro,tocabaelbordedelatrampa.Lainfeliznosemovía.Talvezyanorespiraba.Elverdugohizoungestodevergüenzaysintiódebilitarsesuánimo…
—¿Quién será esta desgraciada? —murmuró—. ¿Qué habrá hecho? ¿Por quéquerránquemuera?¿Yodebomatarla?
Seestremecióporqueen las tresejecucionesanteriores tuvoquehabérselasconhombres,ylalucha,laluchaespantosa,despertabaenélsusinstintosdefieraquenoperdona, pero a la sazón se trataba de unamujer joven y hermosa tal vez, que nohabíanecesidadalgunadematar,puesseentregabayaconlacabezaposadasobrela
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trampa fatal, como si sólo fuera necesario darle un empujón para echarla al río.Claudiovolviólacabezasintiendoinfinitalástimaycomprendióquenoibaatenervalorparadarmuertea suúltimavíctima.Sedirigióhaciaelclavoquesostenía lacuerdaalaqueestabaatadalatrampa,yparallegaraéldiounrodeo,rozandocasilas paredes demadera y evitandomirar a su víctima.Así fue como llegó a dondeestabalacuerda.Sinatreverseavolverlacabeza,llevósutemblorosamanohaciaelnudo y empezó a deshacerlo. En aquel momento la mujer exhaló un suspiro queresonóenlacabezadelverdugocomounatrompetadelJuicioFinal.Retrocedióysequedóinmóvil,escuchandomientrasluchabaconestaidea:
—Vaarecobrarelsentidoyesprecisoquelamateantesdequevuelvaensí,puesdelocontrariopodríahuir.Y,además,sufriríademasiado—añadiótemblando—.Mimisiónesmatar,peronohacersufrir.
Entonces se volvió tratando de recobrar ánimo, y se arrodilló al lado de lacondenada,disponiendolascuerdasparaestrangularla.
—Esprecisoquemuera—gruñó—.Debomatarla.Éstaserálaúltima.Lavíctimahizounmovimientoyalgunaspalabrasconfusasllegaronaoídosdel
verdugo.—¡Pobremuchacha!Ahorallamaasupadreyasumadre.¡Cuándulceessuvoz!Seapoderódeél irresistiblecuriosidaddeverel rostrodeaquella jovencita,de
aquellaniñavestidaconeltrajedegitana.¡Oh,sí,verla!Y,sieraposible,adivinarelcrimen que la condenaba amuerte.Resistió a la tentación, pero, por fin, desató elcordón quemantenía el saco negro alrededor del cuello, levantó la tela y aparecióantesusasombradosojoseladorablesemblante,lospárpadoscerradosbajolaslargaspestañas, la frentepuray la radiantecabelleradeVioleta.Lacontempló largo rato,cadavezmásllenodelástimaporaquellainfelizniña.
—¡Quéhermosaes!—añadió—.Perovaamorir.Sepusopensativoypocoapocoolvidóquéhacíaallíyconquéobjetoestaba.Luego,a fuerzademirar, sintióun latidosordoyprofundoensucorazón,algo
queledabaganasdereíryllorarauntiempo.—¿Acasovoyavolvermeloco?—exclamócogiéndose loscabellosconlasdos
manos—. ¡Vaya una idea! Señor, ¿acaso es este mi castigo supremo? ¿Voy avolverme loco? ¡Ese rostro…ese rostro!Merecuerda…,perono,es insensato.Noobstante, la niña tendría esta misma edad. ¡Pero son sus cabellos, sus hermososcabellos dorados! ¡No hay duda, ésta es su boca! ¡Oh, si pudiera ver sus ojos! ¡Sifuera ella! ¡Hija mía! —exclamó por fin dando un grito horrible y sacudiendoviolentamentealaniña—.¡Hijamía!¡Violeta!
Éstaabrió losojosy losdirigió temerosamentehaciaelverdugo.Depronto, sumiradasellenódeluzytendiendosusbrazoscomoañosanteshicieraalnacerenelcatafalco,murmuróllenadealegría:
—¡Padre!¡PapáClaudio!Ésteprofirióungritodesgarrador,quehizoretemblarlasparedesdelaestancia.
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—¡Diosmío!¡Esella,esmihija!Selevantóyretrocedió.Susenormesmanos,agitadasportemblorconvulsivo,se
tendían hacia ella y luego retrocedían con viveza. No se atrevía a tocarla. Reía yllorabaauntiempo,mientrasmurmuraba:
—¡Cómo!Perosiesmihija.¿Noestoyloco?¿Erestú?—Soyyo,padre,soyyo—dijolaniñasonriendo.Entoncesélseaproximó,ycogiéndolaensuspoderososbrazos,lalevantócomo
si fuera una pluma; se la llevó al ángulo más apartado de la trampa infernal ysentándoseenelsuelolapusosobresusrodillas.
Tenía los ojos llenos de lágrimas, y sus labios, agitados por los sollozos,murmurabancosasincomprensibles,mientrasensusemblantesepintabalafelicidadmásvivayelasombromásextraordinario.Violetasonreíarepitiendo:
—¡Padre!MibuenpadreClaudio.Soisvos,soisvos,¿verdad?Y cuando pudo comprender algunas de las palabras que él balbucía, oyó que
decía:—Sí, llámame todavía padre; que oiga tu voz. ¡Qué hermosa eres! Ponme tu
brazoalrededordelcuello,¿teacuerdas?¿Peroquétehapasadoentodoestetiempo?Perono,yamelodirásluego.¡Quéalegría!Nosueño,¿verdad?No,no,erestú.
Y sollozabaolvidandoalmundo, el lugar enque sehallabay la razónporquéhabíavenido.
—Bueno,ahoranosiremosacasa—dijosonriendo.—Sí,papá,anuestracasitadeMeudon.—No…Esdecir,sí,esoes.¿Peroquédiablohacemosaquí?Ven,vámonos.—¿Aquí?—dijoVioletasobrecogidaporunestremecimientodeespanto—.¿Qué
lugareséste?—¿Aquí?Claudiopronuncióestapalabradesesperadoalrecordarlasituación.—¡Padre!¡Padre!¿Quétepasa?¡Oh,tengomiedo!¿Quécasaesésta?—No te preocupes—exclamó Claudio temblando—. ¡Oh, ya me acuerdo!—
exclamóaterrorizado—.Ven,huyamosenseguida.Y se levantó de un salto, cogió de un brazo a la niña, aterrada al observar el
espanto de su padre, pero en aquelmomento se abrió la puerta y apareció Faustacubiertaporunvelonegro.
FaustadirigióaVioletaunamiradadeardientecuriosidad.—¿Éste es el verdugoque recogió a laniña?—sepreguntó—.Así, pues, es la
hijadeFarnesio.Yéstaesrazóndemásparaquedesaparezca.Claudio se detuvo petrificado. Fausta extendió el brazo y dijo con fúnebre
sencillez:—¿Quéesperáis?Claudioretrocediócomounanimalsalvajeantesuenemigo.Unsuspiroescapó
desuvastopecho.Violeta,temblorosa,dirigíaunamiradavagahaciaaquellamujer
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vestida de negro, que de tan extraño modo hablaba a su padre. Fausta, con vozespantosamentetranquila,repitió:
—¿Quéesperáis?Entonces Claudio, con violento gesto, cubrió a Violeta con su propio cuerpo,
comoparaprotegerla,yluego,uniendolasmanos,balbucióenvozbaja:—¡Mihija,señora!¡Esmihija!Figuraosquelahabíaperdidoylahalloaquíde
nuevo. Para formaros una idea, figuraos que hubiera perdido el paraíso y que lohallaradenuevoenelinfierno.Ahoraquelosabéis,noquerréisobligarme,¿verdad?Vamos,dejadnospasar.
—MaeseClaudio—dijo Fausta—. ¿Qué esperáis para cumplir vuestramisión?Verdugo,¿quéesperasparaejecutaralacondenada?
Al oír la palabra verdugo, Violeta miró a la mujer vestida de negro congrandísimoestuporyluegoasupadreconmanifiestoespanto;ydesugargantasalióungritodeangustiayhorror,mientrasretrocedíaocultandoelrostroenlasmanos.
—¡Mipadre!¡Verdugo!¡Mipadreesverdugo!Claudiooyóestaspalabrasysucarasepusodelcolordelaceniza.Serecogióen
símismodandosuspirosdeterribletristezayluegosevolvióhacialaniña.Sublimedesesperación se extendió sobre su rostro, y con acento de tristeza indescriptible yextraordinariaresignación,dijo:
—¡Noteasustes!Notetocaré,siquieres.Notedirigirélapalabranitellamaréhija, pero no te asustes. Te ruego que hagas eso por mí. Te lo suplico, no tengasmiedo. ¡Señora! —exclamó de pronto volviéndose hacia Fausta—. Acabáis decometeruncrimen.Habéisrotoellazodeafectoqueuníaestaniñaaundesgraciadocomo yo. Así, pues, os lo digo a la cara. Es abominable el haber revelado miignominiaalúnicoserquemeamabaenelmundo.Yahora,comonome inspiráismiedoalguno,osloaviso,tenedcuidado…
—Túdebes tenerlo,verdugo—interrumpióFaustasincólera—.Acabemos.¿Terebelasacaso?¿Obedeces?
—¿Obedecer?Peroqué,¿nolocomprendéis?Esmihija.Osrepitoqueesmihija.No temas nada, Violeta, no temas nada. Digo que eres mi hija, pero no teimportunaré.Loquequieroesquevivas.Salgamosdeaquí.
—¡Verdugo!—dijoFaustaconterriblevoz—.¡Eligeentreobedeceromorirconella!
—¿Obedeceryo?—exclamóClaudioconsalvajeacento—.¿Asesinaramihija?Estáisloca.Soberanamía.¡Paso!¡Paso,poreldiablo,ohallegadotuúltimahora!
Con el brazo izquierdo rodeó el talle de Violeta, levantándola con la mayorfacilidad, y adelantando su brazo derecho, balanceaba en el espacio su formidablepuñodirigiéndosehaciaFausta.
Estaviólevenirespantoso, semejanteauna fiera,perono llegóaestremecerse.No cerró los ojos ni retrocedió, así como tampoco hizo el menor movimiento dedefensa.Secontentóconllevaralabocaunsilbatoconelquediounsilbidobrevey
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agudo.EnelmismoinstantequinceguardiasarmadosdearcabuceshicieronirrupciónenlaestanciayseformaronenlíneaanteFausta.Esamaniobrasellevóacaboconextraordinariarapidez.
Claudio, llevando a Violeta medio desvanecida en sus brazos, retrocediómostrandolosdientescomoundogofurioso;seapoyóenlapareddelfondo;dirigiósusojossanguinolentoshacialosguardiasyprofirióalgunossonidosincomprensiblesquesindudaeranunreto.
Pero los guardias no avanzaron. Sin duda Fausta les había dado instruccionesantesdeentrar.Pero,encambio,Claudiolosvioprepararlasarmas.
—¡Cómo!¿Vanaarcabucearamihija?—balbució.Conloscabelloserizados,lamiradaextraviada,ylasvenasdelafrenteapuntode
estallar, sentía dislocarse su cerebro, y oía estallar su corazón. En una tensión deespírituespantosa,buscó,enaquelinstantedecisivo,elmediodesalvaraVioleta.
—¡Preparen!—dijounavozruda.En aquel momento los quince guardias oyeron un aullido que terminó en una
carcajada.Vieronunasombragigantequesaltabademodoprodigiosoyenelmismoinstantehicieron fuego.La siniestrahabitaciónse llenódehumonegroy luego losguardiassalieron.
Fausta se quedó sola, inmóvil y con una misteriosa sonrisa en los labios. Lasvolutas de humo se disiparon lentamente y entonces buscó con la mirada loscadáveresdeVioletaydeClaudio,peronolosvio.Amboshabíandesaparecido.
Después de mirar durante algunos instantes en todas direcciones, sus ojos sedetuvieronenlatrampaabiertaenelcentrodelahabitación.Habíaallílaaberturadeunpozo,alfondodelcualcorríaelSena.Faustasintióunligeroestremecimientoalcomprenderaquelgrito,lacarcajadafuriosayelsaltodeClaudio.
Seacercóalatrampayescuchóinclinadasobreaquelagujeroencuyofondosindudasehallabanlosdoscadáveresentrelazados.
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VI-Labuenahostelera
ALSEPARARSEdeCrillónenlallanuradelasTullerías,queseextendíamásalládelaPuertaNueva,elcaballerodePardaillányelduquedeAngulemaregresaronaParís por la puerta deMontmartre. Pero en lugar de dirigirse a «LaAdivinadora»,como lohabíapropuestoPardaillán,atravesaron laciudadyentraronen lacalledeBarrés, situada entre el Sena y San Pablo, y penetraron en una casa de aparienciaburguesaenquehabíanestadolavíspera,despuésdesuencuentroconEnriqueIII.
AquellacasapertenecíaaMaríaTouchet,madredeljovenduque,ylehabíasidoregaladaporCarlosIX.Estaba,porconsiguiente,llenaderecuerdosdeaquelrey,quemurió tan joven, de muerte tan espantosa, después de la horrible tragedia de SanBartolomé.
Tales recuerdos consistían en retratos, armas, cuernos de caza, un birrete y unjubón olvidados, un tapiz que llevaba bordada la divisa Je charme tout. AlgunostomosdepoesíasdeRonsard, anotadospor lamanodel rey,uncubiletedeplatayotros objetos menudos que Carlos de Angulema tocaba exhalando melancólicossuspiros.
Carlos había llevado aPardaillánhasta su casa, para contarle cosas quepodíanresumirseenunasolafrase:
—¡Estoyenamorado!Carlos,queteníaporcamaradasamuchosjóvenesseñoresdeOrleánsylaIslade
Francia,notenía,encambio,másqueunamigo:Pardaillán.Y,noobstante,conocíaal caballerodesdediezdías antes.Una tarde el caballero, viniendodedesconocidaprocedenciayviajandoendirecciónaParís,pasóporOrleáns,adondefueavisitaralaamigadeldifuntoreyCarlosIX.MaríaTouchetlloróalverdenuevoalcaballerocuyaúltimavisitaseremontabaamuchosañosatrás;sindudahizorevivirenellaunpasadodeembriagadorapoesía.Loacogiócomosifueraunsemidiós.Luegocontóasuhijo loquesabíadePardaillán,relatoqueel jovenescuchóatentamentecomosifueraunpoemacaballeresco.Después,cuandoaldíasiguientesedecidiósupartidahaciaParís,Maríalevantósusojossuplicantesalcaballero,comodiciéndole:
—Vacilabaendejarpartirsoloamihijo,peronotendrémiedosivosleconcedéisvuestraamistad.
—Señora—dijoPardaillánbesandolamanosiemprehermosadeMaríaTouchet—.VoyaParís,endondeesperoestaralgúntiempo.CreoquemonseñorelduquedeAngulemaquerrácontarmeenelnúmerodesusamigos.
LamadredeCarloscomprendiólapromesaquehabíaentalespalabrasydirigióalcaballerounamiradadeagradecimiento.
Duranteelcamino,elduqueseaficionóasucompañero,alquenopodíamenosque admirar.Por fin, el alborotode laplazade laGrèvey laheroica conductadelcaballeroinspiróaljovenduqueunsentimientoqueparticipabadelasombro,respeto,timidez y también agradecimiento, porque sin el caballero podía contarse entre los
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muertos.Así,pues,Carlos considerabaaPardailláncomosuamigoúnico.Ydespuésde
haber reflexionado largo rato, decidió por la noche, en lamesa, hablar deVioleta.Una vez hubo contado la escena de la mañana en el carro de Belgodere, cuandomanifestósu intenciónfirmede iraldíasiguientea la«Posadade laEsperanza»ycuando,porfin,hubocontadosuamor,CarlosobservóquePardailláneraelamigomás perfecto que pudiera soñar un enamorado, porque, durante cinco largas horas,Pardaillánloescuchósininterrumpirloysincontenerconunapalabralasefusionesdesucorazón.Ycuandohuboterminado,Carlospidiótímidamenteunconsejo,yelcaballerolodiodiciendo:
—¡Amadla!¡Quécaramba!Yhaceosamardeellaysedfeliceslosdos.Gitanaoprincesa,desdeelmomentoenquelaamáis,eslaestrellaqueosguiará.
Dichasestaspalabras,Pardaillánfueaacostarse,nosinhaberanunciadoaCarlosque al día siguiente irla a «La Adivinadora», en donde lo esperaría para saber elresultadodesuvisitaaBelgodere.
EncuantoaCarlos,transportadodealegríasemetióenlacama,endonde,comoesconsiguiente,nopudopegarlosojosentodalanoche,demodoquealalbaestabaenpieysobrelassietedelamañanasalíadesucasa.Eljovenduquesentíalatirsucorazóncondulceviolencia.
—¡Volverla a ver! —murmuró andando ligeramente—. La volveré a ver y lediré…¿Peromeatreveréaello?
Pardaillán,porsuparte,durmiócomohombrequenotieneotracosaquehacer,yporlamañana,hacialasnueve,fue,comohabíaanunciado,hacia«LaAdivinadora»,que era, como ya sabemos, el lugar en que se citaba la sociedad galante de aqueltiempo,atraídaporlasólidareputacióndelosguisadosdelacasaylabellezadelahostelera.
Cuando el caballero de Pardaillán subió, no sin cierta emoción, los cuatroescalonesquehabíaantelapuertadelaposada,fueasentarseenunrincónoscurodela gran sala y observó que la hermosa hostelera, con los brazos desnudos hasta elcodo, la cara encendida ante el fuego que ardía en la cocina, vigilaba algunospastelillos que se estaban cociendo, mientras que un perro pastor de rudo pelajeestaba echado lejos del hogar,mirando con aire pensativo algunas aves que allí seestabanasando.Porlodemás,aquelperroteníaunaspectodebeatitudysatisfacción,quedemostrabaquesusúnicasaspiracioneseranlabuenacomidayeldescanso.
Rosa,elamade«LaAdivinadora»,teníaalasazónunpocomásdetreintaytresaños, más en tal edad es cuando las bellezas de Rubens han llegado al completodesarrollodesuesplendor;peroseaquesubuenaconstituciónlahubierapreservadodelaobesidadquedesfiguraalamujermáshermosa,oquesubuenjuiciolehubieraconservado aquella flor de la segunda juventud, más encantadora tal vez que laprimera,oseaporcualquierotromotivo,elcasoesqueRosaparecíatenernomásdeveintiséisaños.Sucuerpohabíaconservadosupeculiaresbeltez,quemásdeunagran
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señora le hubiera envidiado, y sus ojos aterciopelados, cariñosos y tiernos seiluminabancongraciosasonrisa.
Deprontoelperro levantóelhocicoyempezóamover lacola.Luegosusojosexpresaronextrañaangustiayseenderezósobresuscuatropatashusmeandoelaire.
—¿Quépasa,«Pipeau»?—preguntóRosa.El perro contestó con un ladrido por el que quería expresar, sin duda, un
sentimientodealegríaydudaaun tiempoe, inmediatamente,partióa la salade laposada.Rosacogióunmontóndeplatosypenetróasuvezenlasalaparadisponerloscubiertosreservadosparaunoshidalgos.
Enaquelmomentooyóque«Pipeau»proferíagemidosbrevesyquejasdealegríadelirante.
Y Rosa lo vio cómo se revolcaba por el suelo, haciendo mil contorsiones yextravagancias,yluegoporfinposabasucabezasobrelasrodillasdeunhombrequele dirigía cariñosas palabras y le prodigaba caricias. Rosa se detuvo con los ojosdesmesuradamenteabiertosyfijosenelforastero.
—¡Jesús!—murmurópalideciendo—.¿Acasoserá?…Enaquelmomentoelcaballerolevantólacabezayellaloreconoció.—¡Esél!Seoyóungranruidodevajillarotaquehizocorreralascriadas:Rosa,parallevar
lamanoasucorazón,acababadesoltarlosplatos.Avanzópalpitanteyconvozdébil,dijo:
—¡Diosmío,señorcaballero!¿Soisvos?Pardaillánselevantóconviveza,contemplóuninstantealahosteleracontierna
sonrisa,luegolecogiólasmanosycongranasombrodelascriadas,quenohabíanvisto nunca que su ama permitiera a nadie semejante libertad, la besó en las dosmejillas.
—Está escrito que cada una demis visitas a vuestra casa os cueste dos o tresdocenasdeplatos—dijoelcaballeroriendo,mientrasseñalabalavajillarota.
Rosaseechóareírnerviosamente.—Laverdad—dijo—quevosyvuestroseñorpadrehabéiscausadoaquígrandes
destrozos,demodoquemidignomaridosiempreosveíallegarcongranterror.—¿Y cómo sigue el buen Grègoire? —preguntó el caballero para desviar la
conversación.—¡Engloriaesté!Murióhaceyasieteaños.Y con la hipocresía especial que se perdona a las mujeres bonitas, Rosa
aprovechólaocasiónparadarlibrecursoalaslágrimasqueasomabanporsusojos.Perohubierasidoimposibleprecisarsillorabarecordandolamuertedesumarido,odealegríaporlavueltaimprevistadelcaballerodePardaillán.
—¿Ydequédiablospudomorir?—preguntóelcaballero—.Teníaunasaludtanfloreciente…
—Precisamentedeeso—dijoRosasecándoselaslágrimas—.Estabademasiado
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grueso.—Esverdad,yaselodecíasiempre,quetardeotempranosugorduraledaríaun
disgusto.Hablaban,comosedice,porhablar.Rosaexaminabaahurtadillasalcaballeroy
observó, tal vez con satisfacción, que no había hecho fortuna. En ciertos detallesperceptiblessolamenteparalamiradadelamujerqueama,fijándoseeneljubónunpocousado,enlasplumasdelsombreroalgoajadas,juzgóquesibienPardaillánnoeraelpobrepariaqueconocieraantaño,estabamuylejosdeserelmagníficoseñorqueunahoraantesellasefiguraba.
—¿Recordáis, señor caballero —dijo—, la última visita que hicisteis a «LaAdivinadora», ya hará cosa de quince años?…Era el setenta y tres.Estabais triste¡oh,muytriste!Ynoquisisteisdecirmelacausadevuestropesar.
Pardaillánhabíalevantadolacortinilladelaventanacercadelacualsehallaba,y,unpocopálido,habíadirigido losojoshacia la fachadadeunaantiguacasaquesehallabaenfrentedelaposada.
—Allílaconocí—dijocongrandulzura—.Allílaviporvezprimera.—¡Luisa!—murmurólahosteleraparasí.Pardaillándejócaerlacortinillayseechóareír.—Yqué,Rosa,¿yanotenéisaquelvinoclaroytraidorquegustabaamipadre?Lahostelerahizounaseñayunacriadaregresóapococonunabotelladevinodel
quePardaillánsebebióunvasodeunsolotrago.—Excelente—dijo—.Nosecansaríaunodebeberlo.Unotrasotro,vacióasítresocuatrovasosmientraslahostelera,consucariñosa
voz,multiplicabalaspreguntasyestrechabaalcaballero,movidadecuriosidad,otalvez impulsada por la idea que antes hemos señalado. Lamirada de Pardaillán eracadavezmásturbiaysusirónicoslabiossecrispaban.
—Ya lo veis, Rosa—dijo de pronto apoyando los codos sobre lamesa—.Notengoenelmundoquienmequieramásquevos.
Elperroenaquelmomentodiounladridocomosihubieracomprendido.—Ytú—dijoPardaillán,acariciandolaexpresivacabezadelperro—.Así,pues,
yaquesoislosúnicosenamarme,noveorazónparaocultarosnada.Y,además,nosésiesestevinoolosrecuerdos…enunapalabra;sabed,Rosa,quesiyoestabatristelaúltimavezquevineaParís,esporqueacababa,deperderaLuisa.
—¡Muerta!—dijo lahosteleraconsinceroyprofundodolor—.¡Muerta! ¡LuisadeMontmorency!
—Luisa Pardaillán, condesa de Margency —dijo Pardaillán gravemente—,porqueeramimujer.YamímehabíanhechocondedeMargency.Sí,murió.EldíaenquesalimosdeParís,enaqueldíadehorrores,enquesepisabasangreportodosladosyestábamoscomolocosenelhornodeaquelterriblecombate…
—¡EldíadeSanBartolomé!—murmuróRosaestremeciéndose.—Sí,aqueldía,segúnyaosdije,mipadresucumbióasusheridasenlacolinade
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Montmartreyenaquelmomento,mientrasyomeinclinabasobremipadre,extendidoenlahierba,unhombre,quemejormereceelnombrededemonio,hirióaLuisaconunpuñal.Dadmedebeber,hermosaRosa.
—¡Oh,eshorrorosovermorirelmismodíaavuestropadreyalaqueadorabais!—No—dijoPardaillánescanciándosevino—.Nomurióaqueldía.Laheridaera
insignificanteycuródeellarápidamente.—Entonces…—EntoncesmecaséconellaenMontmorencyyentrevílafelicidadperfecta.Creí
queelparaísohabíabajadoalatierrasolamenteparamí,porque,comohabéisdicho,yo adoraba a Luisa, como adoraré hasta mi última hora el recuerdo que de ellaguardo.Lahabíaconquistadoconmicorazónylaespada,yeramialma…
Pardaillándecíaaquellaspalabrasconvozligeramentetemblorosa,yconlosojosmirandoalolejos,comosivolvieraaverlopasado.
—¡Pobrecaballero!¡PobreLuisa!—dijoRosaolvidandosupropioamorporunmilagrodeamor.
—Sí,tresmesesdespuésdenuestraunión,elángelvolóalcielo.Hacíaalgunosdías que observaba a Luisa algo enfermiza, pero nunca llegué a sospechar laproximidaddesumuerte.Unanochelasobrecogióunafiebreviolentayalamañanasiguienteme rodeó el cuello con sus brazos, quiso pronunciar algunas palabras, yexpiródulcementeconsushermososojosazulesfijosenmisojos.
Unlargosilenciosiguióaestaspalabras.—¡Pobrecaballero!¡PobreLuisa!—repitiólahosteleraconacariciadoravozque,
para losdoloresdelalma,escomounbálsamorefrescantepara lasquemadurasdelcuerpo.
Ycomoelcaballeroguardarasilencio,ellapreguntó,tímidamente:—¿Así,pues,fuevíctimadelafiebre?—Sihubieramuertodeunafiebrecualquiera—dijoconvozronca—yohabría
muertotambién,perohevividoyvivo—añadióconterribleacento.Ydejócaersuvasovacíosobrelamesa.Luegoañadió:—Luisamurióasesinada.—¿Asesinada?—balbucióRosa.—Sí,poraquellapuñaladadelacolinadeMontmartre.—¿Peronodecíais?…—Quelaheridaerainsignificante,escierto.Fuetansólounarañazocicatrizadoa
lospocosdías,peroelpuñalestabaenvenenado.Lahosteleraseestremeciódehorror.—Entonces—prosiguió el caballero—me puse en camino en persecución del
hombrequelahirió.Entoncesfuecuandoosvi,queridaRosa,yosconfiémiúltimoamigo,miperro«Pipeau».
—¿Yhabéisalcanzadoaaquelhombre?—Aúnno.Sabequelobusco.Porcuatrovecesconseguíacorralarloyyaeramío;
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peroelmiedo,Rosaesunexcelentemaestroqueenseñatodaslasmañasalhombrequeteme.Yporcuatrovecesconsiguióescapardemismanosenelúltimomomento.Pero lo sigo y no se escapará. He recorrido Italia, Provenza, Borgoña y todos lospaísesdeFranciasiguiéndole lapista.He llevado lavidaquemeenseñómipadre.SalídeMontmorencylocodedesesperaciónyabandonandomis títulos,elcondadode Margency y sin llevarme un escudo. He conocido la miseria de los grandescaminos, las etapas sin fin bajo el cielo propicio o inclemente, y amenudo,Rosa,muy a menudo, cuando me acostaba sobre un montón de paja sin haber comido,pensaba en la buena hostelera de «LaAdivinadora» que siempre tenía una comidaparamihambre,unasonrisaparamialegríayunalágrimaparamisdolores.
—¡Ay!—murmuróRosa,pálidaporloqueacababadeoír—.Lahosteleranohapensadoenvosamenudo,sinosiempre.Pero,apropósitodecomida,señorcaballero—continuódandounsuspiroysonriendo—,meatrevoaesperar…
—¿Cómo?Mi buena Rosa, hago más que esperar, reclamo. ¿Qué queréis?—añadió echándose a reír—.No hay nada que de tan buen apetito como evocar losrecuerdosdelajuventud.
Y mientras la hostelera, ágil como a los veinte años, corría a la cocina parapreparar por sí misma una suculenta comida para el caballero, éste se decía entretanto:
—Sí, eso aviva el apetito, pero especialmente el apetito de venganza, manjarsublimequesecomemejorcuandoestáfrío.Nohaydudadeque,porfin,acabaréporencontraramiinvitado.¡Avuestrasalud,señordeMaurevert!
Enlacocina,queteníaunapuertaquedabaalacalle,Rosatopócondosseñores,unodeloscualesdijo:
—¡Hola, hostelera! Un gabinete para mi amigo y yo. Cuatro botellas deBeaugency,unoodospollosasadosyelrestoavuestrogusto.
Rosacondujoa losdosnoblesalgabinetesolicitadoy losdejóparavolvera lacocinadiciéndoles:
—Dentro de un instante vais a ser servidos, señor de Maineville y señor deMaurevert.
—Comodosbuenosclientes—gritóMaineville,mientrasRosacerrabalapuertadelgabinete.
Luego entró en la sala y empezó a preparar el cubierto de Pardaillán. Cuandoterminó,entróunjovenhidalgo,conelsemblantetrastornado,yrecorriendodeunamiradalasala,observóalcaballeroycorrióhaciaél.
—Dos cubiertos, señora Grègoire —dijo Pardaillán reconociendo a Carlos deAngulemaenelreciénllegado.
Eljovenduque,muypálido,sedejócaersobreunescabel.—¡Pardaillán,queridoPardaillán!—murmuró—.Estoyperdido.—¡Bah!—dijoPardaillán—.¿Quéossucede?¿Ospersiguenacaso los ligueros
deGuisa?¿TalvezlareinaCatalinaoshainvitadoacomerconella?
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—Osburláisdemidolor,Pardaillán.Éste,comprendiendoquesetratabadeunasuntoserio,cogiólamanodeCarlosy
dijoenvozbaja:—Nuncahebromeadoconeldolorhumano. Joven, seguidmis consejospor lo
que valen, pero fijaos en queGuisa da de puñaladas y la reinaCatalina envenena.Fijaostambiénquevivimosenunaépocamisteriosayterribleenqueserenuevalafazdelmundo,enquelamuertesepaseaporParís,enqueelvenenosaturahastaelairequerespiramos,enquetodoslosrinconesoscurosestánllenosdedagas,enquelosríospuedenenuninstantellevarsangreenvezdeagua,comolohevistoya;enquenadiepuedeestarsegurodevivirmásqueenelsegundoenquevive,enquelafarsase truecaen tragedia,enque lospríncipesenvidianel trono,enqueelpuebloaúllapidiendoelamoquemañanalooprimiráconsupie,enqueelmiedoescoltaacadatranseúnte,yenquelasgentescomoyo,porfin,nopuedenmenosquereír,locual es unmodo de llorar como otro cualquiera.Y ahora que ya estáis, advertido,príncipemío,contadmevuestrasdesgracias.
—Puesbien—dijoCarlosconlosojosllenosdelágrimas—;lajovendequeoshablé ayer, aquellaniña sin la cualnopuedovivir, laqueamo, enunapalabra,hadesaparecido.
—¡Pobreduque!—exclamóelcaballeroconsingularacentodeconmiseración—.¿Yquédiceelgitano?
—¿Belgodere?No se lehalla enparte alguna.Nohavuelto a la«Posadade laEsperanza».
—¿Yelposadero,quédice?—Juraportodoslosdiosesquenosabenada.—Hubieraisdebidoapalearlo.Estodesatalaslenguas.Bueno,¿yquémás?—¿Quémás?Puesqueconindicacionesmuyvagasheechadoacorrercomoun
loco,explorandolascallesvecinasalaGrève,hevueltoalaposaday,porfin,hemeaquídesesperadoamásnopoder.
Pardaillánguardósilencio.Reflexionabaacariciandodistraídamentelacabezadelperro,posadasobresusrodillas.
—Sí—dijoporfin,comohablandoconsigomismo—.Eslaépocadelosraptos,delasviolaciones,de losrobos,de losasesinatosyde lassombrías tramas.¿Quiénpuedetenerinterésenhacerdesapareceraunapobregitanilla?¿Yquiénsabetambiénquiénseráestaniña?¿QuérelacionestendráconBelgodere?Loqueesesetiponomeinspiralamenorconfianza.
—Pardaillán,Pardaillán,mehacéisestremecer.El caballero se encogió de hombros. De pronto sus ojos se fijaron conmayor
atenciónenelperro.Meditóuninstante,ylevantandolacabeza,dijo:—¿Tendréis,porazar,algúnobjetocualquieraquehayapertenecidoaesajoven?Eljovenduquesuspiróyruborizándoseacabóporsacardesujubónunaespecie
demanteletadesedabordada.
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—Lacogí…ayer…enelcarrodelgitano—balbuciótendiéndolaalcaballero.—Decid, pues, que la habéis robado —observó tranquilamente Pardaillán
metiéndoselamanteletaenelbolsillo.Luegoselevantó,seciñóelcinturónyañadió:—Regresad a vuestra casa, monseñor, y esperadme allí. Tal vez esta noche o
mañanaporlamañanaosllevarénoticias,porquetengounguíaseguro.—¿Unguía?—preguntóCarlos.—Enmarcha,«Pipeau»—mandóPardaillánalperro,quediounladridosonoro
—.Estásviejoygotosocomounbedel,perocreoque tendrásbastanteolfatoparaguiaratuamo,tantomáscuantoqueéstenoesciego,manco,nicojo.
«Pipeau»moviógravemente la cola.Enaquelmomento lahosteleradepositabasobrelamesalosprimeroselementosdeunacomidaquedebíaserunamaravillaytalcomonolahubierantenidotalveznielreydeFrancia,nielduquedeGuisa,tenientegeneraldelaSantaLiga.
—¿Cómo? —preguntó Rosa con alterada voz—. ¿Os marcháis sin probar lacomida?
—Que es digna de dos emperadores —dijo Pardaillán mirando con pesar lassuntuosidadesgastronómicasqueexhalabandeliciosoperfume.
—¡Ay! La he preparado expresamente para vos. ¿Quién va a ser digno decomérsela?
—¿Quién, mi querida Rosa? ¡Por Dios!—exclamó Pardaillán—. Quiero crearhoydosemperadores.Prometedmeserviramisinvitadoscomoamímismo,aunquesóloseaporamormío.
—Osloprometo,señorcaballero—dijoasombradalahostelera.Pardaillán atravesó majestuosamente la sala, que empezaba a llenarse de
bebedores. Oficiales, nobles y estudiantes que eran la elegante y alborotadoraclientela de «La Adivinadora». En el umbral de la puerta se detuvo, mirando unmomento a los transeúntes y eligiendo a dos invitados dignos de él y de lamaravillosacomidadeRosa.
—¡Eh! —gritó de pronto a dos hombres que pasaban—. Servios entrar,caballeros.Sí,vos,yvostambién.Vos,eldelanarizdecuervo,yvos,quetenéislosojos de ratón. A vosotrosme dirijo, hacedme el honor de venir a comer aquí. Osinvito.
Losdosmendigosaquienessedirigíantalespalabrassedetuvieronestupefactos,semiraronyluego,congrantimidezysaludandoacadapaso,cruzaronelumbral.
Eran dos mocetones de gran estatura, pero los dos de extravagante delgadez.Parecíanestar famélicoshastaelpuntodequecualquierahubierapodidocreerquesólohabíancomidoguijarrosdesdeeldíaenquenacieron.
Sustrajescorrespondíanasusfiguras,esdecir,estabanrotos,suciosydescosidos.Alobservar su entrada en la sala, seoyeronalgunosgruñidosdeprotesta, pero
Pardaillán dirigió a su alrededor una mirada tan brillante, que los gruñidos se
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cambiaronenmovimientosdesatisfacciónylasmuecasensonrisas.Entoncescondujoa losdospordioserosa lamesaqueantesocupara,y leshizo
señade que se sentaran ante la espléndida comidaque en ella había.Asombrados,mudosdeemociónyconlasnaricesaspirandoglotonamentelosperfumesdelfestín,los pobres hombres obedecieron sentándose de lado y en el extremo de las sillas,creyendoquetodoaquelloeraunsueño.
—¿Cómo os llamáis, caballero? —preguntó Pardaillán al que parecía másinteligente,queerahombredeojospequeños,vivos,narizpuntiaguda,largocuello,cuerpodelgadoybrazosypiernaslarguísimos.
Elpobrehombrerespondióinclinándose:—Monseñor,mellamoPicuic.—Bonito nombre, pero nome deis el tratamiento demonseñor, si os place, ¿y
vos,señor?—preguntóalotro.Éste era la caricatura del cuervo. Tenía cabellos negros y aplastados sobre la
frente,narizlargaprominenteyhuesuda,barbillabuídayactitudestorpes.Contestóconvozlúgubre:
—Monseñor,mellamanGraznido.—¿Graznido? ¡Admirable, porBarrabás!Peronome tratéis demonseñor.Pues
bien,señorPicuicyseñorGraznido,aversime limpiáisbienestamesa.Comedybebed sin reparo, pues hoy sois los invitados del caballero de Pardaillán. SeñoraGrègoire,heaquíelpreciodevuestrobanquete—añadióelcaballeroponiendodosescudosdeoroenlamanodelahostelera.
Ycomoéstaintentararehusar,dijo:—MiqueridaRosa,yasabéisquecuandoconvidoquierohacerloyoyquenunca
hepermitidoquenadiepagara,niaunvuestrodifuntoesposo,queeraamigomío.—Comoqueráis—dijoRosadandounsuspiro—,perolacuentanosubeatanto.—Bueno,pueslavueltaladaisamisinvitados.Ysaludandoalosdosparias,elcaballero,seguidode«Pipeau»,sereunióconel
duquedeAngulema,queesperabaenlacalle,mientraslosseñoresGraznidoyPicuic,losdos«hércules»deBelgodere,llenosdeadmiraciónydudandotodavíasiestabandespiertos, empezaban tímidamente el ataque, que pronto se convirtió en furiosacarga.
EnelinstanteenquePardaillán,seguidoporunamiradapensativadelahostelera,franqueaba el umbral de «La Adivinadora», se levantó la cortina de un gabinetequedabaalacocinayalasala.Detrásdeloscristales,aparecióunrostrosombríoquelomirómientrasbajabalosescalonesquedabanalacalle.
Yaquelrostro,trastornadoporelodio,eraeldeMaurevert,elhombredelpuñalenvenenadoyelasesinodeLuisadePardaillán,condesadeMargency.
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VII-Laorgía
SIFUERANECESARIObuscar lapalabra sintética,capazde traduciralduquedeGuisa en su personalidadhumana, diríamosque aquel hombre se llamabaOrgullo.Tal vicio dominaba los sentimientos de aquel corazón y los pensamientos de sucerebro;elorgulloerasindudasuactitudmoral;Guisa,comoAquiles,noteníamásque un punto vulnerable en su alma acorazada; no podían herirlo más que en suorgullo.
Aquelcapitán,quepodíaenrealidadpasarporelmáscumplidohidalgodeParís,aquientodaslasgrandesdamasdelaépocadirigíanapasionadascartas,aquienlasburguesasmandabanbesos,ylasmujeresdelpuebloflores,encuantoaparecíaenlacalle;aquelhombrequefuemásidolatradoqueRichelieu,másadmiradoqueLauzun,aqueltriunfadoraquienningunamujerresistía,estabacasadoyeramaridoengañado.
Fueelmaridomásultrajadodesuépoca.TuvounoscelosqueOtelonoconoció,tuvo desesperaciones de orgullo, porque, naturalmente, no amaba a la mujer cuyafidelidad exigía, aun cuando él quería engañarla todos los días sin concederlerecíprocamente tal derecho.El asesinato deSaint-Megrin no contuvo el escándalo:CatalinadeCléves,duquesadeGuisa,lloróduranteochodíasaSaint-Megrinyluegotomó otro amante y más tarde a otros, de modo que Guisa continuó derramandolágrimasde rabia.El pensamientodeque era engañado envenenó suvida, pues talcosaeralamásinverosímildelashumillacionesparaél.CatalinadeCléves,duquesade Guisa, bonita más bien que hermosa, continuó sus desvaríos con asombrosaserenidad.
De momento, Enrique de Guisa no conocía al amante de Catalina, pero, noobstante,sabíaqueteníauno.Noeraposibleotracosa,pero¿quiénera?ResueltoaconservarcompletatranquilidaddeespírituenelmomentoenqueParísempezabaagruñir y él podía prever la tormenta que iba a desencadenarse, envió a Catalina aLorenabajolaguardadeunadueñaquelemerecíaenteraconfianza.YasehavistoporlacartadelaprincesaFaustaqueCatalinasalióporunapuertadeParísyentróporotra.Allíibaacesarlacomediaydarprincipioeldrama.
Unavezensupalacio,vastaysuntuosa fortalezaqueocupabaentreedificiosyjardines todoel cuadrilátero formadopor la antiguacalledelTempley la calledelChaume,lacalledelParadisylacalledeQuatre-Fils,elduquedeGuisaseencerróensushabitacionesy tuvouna largaconversacióncon lapersonaqueanunciaba lacartadeFausta.
Eldía siguiente lopasódictandocartasydandoórdenes;nombrócoronelde laLigaaBois-Dauphin,quehabíacombatidoenlasbarricadas,yademáshizoaBussi-Leclerc gobernador de la Bastilla. Despachó embajadores a la reina madre, quevalientementesehabíaquedadoenParís,apesardelmotínydelafugadesuhijo,yal señordeHarlay,primerpresidentedelParlamento,para avisarlosde supróximavisita.Estaba inquietoynerviosoyensu frente,quehubieradebidoestar radiante,
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susfamiliaresveíanclaramenteindiciosdelatempestadquesedesencadenabaensuinterior.
*****
La noche del mismo día en que el caballero de Pardaillán salió de «LaAdivinadora» con intención de poner al perro de Rosa en la pista de Violeta, alanochecer,doshombresarrebujadosensuscapassedeteníanenlaextremidaddelaCité,antelacasadesconchada,cuyafachadaenruinasocultabaunpalaciodignodeunhada.
Uno de ellos llamó, y en cuanto la puerta estuvo abierta, cedió el paso a sucompañero.Una vez dentro, este último dejó caer su capa y los dos guardias queincesantementehacíancentinelaenelvestíbulopudieronreconocerelsombríorostrodelduquedeGuisa.
Delmismomodoquelavísperasehabíahechoconelverdugo,sehizoatravesaral duque la suntuosa fila de salas adornadas con delirante lujo; y también, comomaeseClaudio,Guisanoseasombróalveraquellasriquezas,puessindudasusojosestaban acostumbrados. Pero en vez de ser llevado a la siniestra antecámara de lamuerte,hacialapiezafatalquecolgabasobreelSena,aquélaquiensellamabareydeParísyquelaciudadhubieraqueridollamarreydeFrancia,fueconducidohacialaizquierdadeaquelpalacio,esdecir,alaparteenqueésteylaposadadel«BrochedeHierro»,entrabanenconjunción.
Allíenunaestanciamáspequeña,menosseveraquelasotras,perotambiénmáseleganteymás femenina, laprincesaFausta,elegantementevestidaconun trajedelana blanca de hieráticos pliegues, parecida a una magnífica estatua de mármol,estaba sentada en un sillón de seda blanca; sus pies reposaban sobre un cojín deterciopeloblanco; el doselquecoronaba la silla erade saténblancocon laFy lasllavesbordadastambiénensedablanca.Enaquellablancurainmaculadaresplandecíacongranrelieve labellezadeFausta,y losdiamantesnegrosqueparecíansusojosvelados por largas pestañas, brillaban extraordinariamente, de un mododeslumbrador.Acadaladodelsillónunamujerenpieagitabalentamenteuninmensoabanicodeplumas.
EnriquedeGuisaentrólentamente,conaquelporteviolento,rudoypesado,conelquetratabadeimponerasombroycasiterrorconsusoloaspecto.PeroanteFaustasedetuvoyseinclinóprofundamente.Alerguirse,surostroaparecióenplenaluztanpálidoquelacicatrizdelafrenteparecíaderojosanguinolento.Suvacilantemiradase posó un instante sobre las dos mujeres que, con la mayor impasibilidad,continuabansutarea.
—Podéishablar,duque—dijolamisteriosaprincesaconunasonrisaqueeraunpoema de gracia—. Myrthis y Lea no entienden ni el francés ni ninguna lenguaeuropea.Y,además,yasabenquenotienenelderechodeescucharnivernada.
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—Señora—dijoentonceselduquedeGuisaconvozronca—.Yaloveis,acudoavuestrollamamiento.
Sedetuvouninstantesofocadoyllenodeira.—Vuestro emisario—continuó—me lo dijo todo y desde ayer sufro como un
condenado.¡Pruebas,señora!,¡quieropruebas!—Demodoque…—dijoFaustaconaltaneríasupremaquehelólasangreenlas
venasdelduquedeGuisa.—¡Perdonadme! —balbució—. He perdido la cabeza. ¡Oh! ¡Si pudiera
apoderarmede eseLoignes comome apoderé deSaint-Megrin! ¿No sabéis, acaso,que esmi enemigomás cruel? ¿No sabéis que es uno de losCuarenta y cinco deEnriqueIIIyelmásferozenmataramansalvaamisamigosmásfieles?¿Nosabéisqueyaloodiabacontodamialmayqueahoraelodiosehaconvertidoenfrenesí?…
—Así,pues—dijoFaustacongrandulzura—,siosdaban…pruebas…—¡Oh!¡Desgraciadodeél!—exclamóGuisacongranrabia.—¿Pero y ella?—continuóFausta jugando conun cordónde su vestido—. ¿Y
ella?¡Pobremujer!¡Pobrelocadeamor!Esperoquenoharéiscaersobreellavuestravenganza.
—¡Basta,señora!—rugióGuisafueradesí—.Basta,porpiedad.SiladuquesahallevadosulocurahastaamaraunLoignes,simehainfligidoesaafrentasuprema,esnecesarioquemueraymoriránlosdosjuntos.
Faustaseestremeció,eimperceptibleruborinvadiósufrentenacarina.—¡Duque!—dijo—.Acordaosdequeoshanconfiadoimportantísimosintereses.
Acordaosdequesólohequeridolibrarvuestroespíritudelasideasqueloparalizan.Acordaos de que sois para el pueblo el hijo deDavid y para nosotros el hijo bienamadodenuestraIglesia,elhijodelreydeFrancia.
Suvoz,hastaentoncesgrave,imperativaycasidura,recobróeltonoacariciadorqueantestenía.
—Id,duque—continuógolpeandoun timbre—.Cumplid el actonecesarioquedebe dar por fin la paz a vuestra alma. Seguid a vuestro guía, y ya veréis cómollegaréisaconvenceros.
Guisa,jadeanteyebriodevenganza,exclamó:—Siosdeboeso,osdeberémásqueeltrono.Dichas estas palabras, se inclinó con aquel respeto religioso que encorvaba a
todoslosqueseacercabanaFausta,yviendoaunhombrequeacudíaalallamadadeltimbreyacababadeentrar,losiguióprecipitadamente,conlamanoapoyadaenelpomodesudaga.
EntoncesFausta se acercó aunpesado tapizy levantóunapunta.Detrás habíauna puerta cerrada, en cuyo tablero se abría un ventanillo. Y aquella puertacomunicabalacasaconlaposadavecina.
El hombre que conducía aGuisa salió de la casa y se encaminó en línea rectahacialaentradadelaposadadel«BrochedeHierro».Estabasilenciosa,contodaslas
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ventanascerradas,peroelhombrerascódeciertomodoenlapuerta,éstaseabrióyalgunos instantesmás tarde el duque deGuisa se hallaba en el interior de aquellataberna,acargo,segúndecíalaenseña,de«LaRoja»ydePaquita.
Dosmuchachasmofletudasmuypintadas,cubiertasdejoyasyconlassayasmuycortas, avanzaron hacia él sonriendo y haciendo reverencias que sin dudaconsiderabanmuygraciosas.
—¿Quiénes sois, rameras? —preguntó Guisa, cuya mano jugueteaba con elmangodesudaga.
—Yo—dijo una que, a pesar de los cosméticos, parecía tener cuarenta años—soy«LaRoja»,paraserviros.
—Yyo—dijolaotraconvozmásjovenydulce—mellamoPaquita.Elduquedirigióa sualrededorenfurecidasmiradas; todos los furoresdelamor
propio ulcerado, del orgullo herido de muerte lo invadían, y se preguntaba cómointerrogaríaalasdosmujeressobreelasuntoqueleinteresaba,peronotuvotiempodeformularsuidea.
«La Roja», siempre sonriendo y reverente, se acercó a él, y le aplicó sobre elrostrounantifazdeterciopelocomoentonceslollevabanloselegantesenlosviajesypaseos, para guardarse del sol, o cuando penetraban en un lugar de dudosareputación,paranoserreconocidos.Casialmismotiempo,Paquitaleechósobreloshombrosunaampliacapadesedaligera.
—Así,paraquenoreconozcanamonseñorporelrostro—dijo«LaRoja».—Yestoparaquenoloreconozcanporeltraje—dijoPaquita.Guisa comprendió que aquellas mujeres estaban advertidas de su visita y que
sabíanloqueibaabuscarenlaposadadel«BrochedeHierro».Unallamaradatiñósusemblantebajolamáscara,ylavergüenzaseapoderódeél,almismotiempoquesiniestrasideasnacíanensucerebro.Peroya«LaRoja»cogíaalduqueporlamanoizquierda,mientrasPaquita lo tomabade la derecha.Y lo arrastraron a la sala quedabaalataberna.
Allí reinaba una semioscuridad. La estancia, elegantemente adornada conmuebles, tapicesygrandessillones,estabadesierta;perode lasalavecina llegabancarcajadas,vocesexcitadas,yunruidodeorgía.YGuisacomprendióentoncesqueaquellacasitaqueeratabernaenlapartedelantera,era,enrealidad,unsitioenquesecelebrabanfrancachelas,comoenotrostantoslugaresdelasombríaCité.Asícomolagrande casa contigua, cuya fachada era una ruina, interiormente era un palacio.YcomprendióqueFaustaeraunaformidableorganizadoraquetodolohabíaprevisto.
—Monseñor puede entrar—murmuró «LaRoja»—.No esperanmás que a uninvitado,elcualnovendráymonseñorpuedeocuparsulugar.
—Elproyectodehoy—dijoPaquita—consisteenllevarantifaz,peroalasdiezdeberánquitárselo.
—Ruegoamonseñorquemire—dijo«LaRoja».—Yqueescuche—dijoPaquita.
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EmpujaronunapuertadejandoelpasolibreaGuisa,elcualentró.Alprincipiosequedó deslumbrado por el brillo de gran número de luces. Salía de la sombra yentrabaenunaluzextraordinaria.Sehallabadeprontoempujadoenlaorgía,lamásespléndida e impúdica que imaginarse pueda. Y le pareció que todos aquellospersonajesmudosoparlanchines,noeranmásque los inconscientescomparsasdeldramaenqueéleraprotagonistayFaustalagenialautora.
Laestanciaeradegrandesdimensiones.En loscuatroánguloshabíabraserillosen que ardían perfumes de todas clases que despedían largas columnas de humoaromático; algunos candelabros de oro soportaban cirios, cuyas llamas crepitaban:estatuas de mármol o madera preciosamente esculpidas, representaban lascivasquimerasenposturasextraordinarias,yllevabanenlacabezaflorestalescomoGuisanohabíavistonunca;yenlosmuros,cubiertoscontelasdeseda,colgabanalgunoscuadrosenque ladelirante imaginaciónde lospintoreshabía representado lúbricasbacantes.
Enelcentrodelapiezasealzabaunamesasuntuosa,cargadadevajillasdeoro,defrutasraras,ydegolosinaspreciosas;vinosdecolorrubíbrillabanenfrascosdeformas extrañas, y aquellos vinos los servían impasibles y sonrientes algunassirvientas impúdicamente vestidas. El duque de Guisa contó los convidados yobservóqueerancuatrohombresycincomujeres.
Había allí cuatro parejas abrazadas, lasmujeres sentadas en las rodillas de loshombres;cuatroparejas,cuyosojosardíanosecerrabanbajo losantifacesycuyoslabios balbuceaban o reían. Apenas se fijaron en la entrada de Guisa. Uno de loshombreslehizoungestodebienvenida,yunaseñainvitándoloasentarse.Laquintamujer,laúnicaqueestabasolaavanzóvivamentehaciaél,lerodeóelcuelloconlosbrazosdesnudosymurmuró:
—¡Porfin!¡Heosaquí!…Venísmuytarde.Guisasintiógrandísimofuror.Duranteunmomentotuvolavisióndeloqueibaa
hacer: precipitarse sobre aquellos hombres y mujeres y destrozarlos a puñaladas.Quisorechazaralamujer,peroellaloabrazómásestrechamenteyloparalizó.Unadesusmanos le tapó labocacuandoél ibaadarungritode furorycon laotra leseñalóunobjetoquenohabíavistoaún.
Eraungranrelojquellevabaelcompásdelaorgíaconsuirónicotictac,ycuyasagujas figuraban salamandras echando fuego por la boca. Guisa dirigió al relojvacilantemiradayvioqueestabaapuntodeseñalarlasdiez.
—¡Las diez!—murmuró lamujer—. La hora en que van a caer los antifaces.Esperad,queridoseñor.¡Mirad!
Elduquesedejócaersobreunsillónybajosumáscarasintiócorrerfríosudor.Una sirvienta le presentó una copa que vació de un trago. Las cuatro parejas,guardandorepentinosilencio,permanecíanabrazadasmurmurandopalabrasconfusas.Deprontodieronlasdiez.
Las parejas se estremecieron, se soltaron y parecieron despertarse. Se oyeron
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algunas risas en las que había cierta indecisión y vergüenza, como si vacilaran endescubrirse.
—¡Tantoda!—gritódeprontounavozfemeninaycristalina—.Hemosapostadomostrarnosyyoempiezo.
Y repentinamente dejó caer su antifaz y arrancó el del hombre a cuyo cuelloestabaabrazada.
—¡La reina Margot! —murmuró Guisa, cuyo furor se cambió un instante enestupefacción.
—Ya que está convenido…—continuó otra mujer entre las carcajadas de losdemás.
Ycongestomásatrevidotodavía,imitóaMargot.—¡ClaudinadeBeauvilliers!—sedijoGuisacadavezmásasombrado.El hombre que acompañaba a Claudina le era desconocido. Pero ya la tercera
mujeracababadequitarseelantifaz.Éstareíapicarescamente,conmayorfrescuraysonoridad que las otras, y entonces Guisa sintió un estremecimiento de rabia. Enaquella mujer acababa de reconocer a su propia hermana. ¡La duquesa deMontpensier!
Risueñaenextremo,esforzándoseporruborizarse,tratabadedesatarelantifazdesucompañero,peroésteseresistía,disipadayasuborrachera.Porfinyloconsiguióy apareció en breve el rostro de su amante.Las carcajadas que habían saludado laaparicióndecadanuevorostronoseoyeronentonces,porqueaquélerasombríoenextremo.ElamantedeladuquesadeMontpensiersehabíalevantadopronto,conlosojosextraviadosylacarallenaderubor.
Era un joven lívido, de ojos vidriosos y triste semblante, como si lo aquejaraalgunainmensadesgracia.Pasósumanopálidasobrelafrenteymurmuró:
—¿Quéhehecho?¿Quévineahaceraquí?¡Oh!¡Memuerodevergüenza!Al mismo tiempo retrocedió, mientras la duquesa de Montpensier reía sola a
carcajadas. Él se precipitó hacia la puerta cubriéndose el rostro con las manos, ydandoungritodehorror,huyó.Guisa,queconardientemiradahabíacontempladoaquellaescenafantásticamurmuró:
—¡JacoboClemente!¡ElfraileJacoboClemente,amantedeMaría!—Amivez—dijolacuartamujerconvozresuelta,comositodopudorhubiera
desaparecidodesupensamiento.Inmediatamentesearrancósuantifazehizocaerelde suamante.YentoncesGuisa sintióque lacabeza ledabavueltas,y susojos secerraroncomoanteunespectáculohorrorosoquenohubieraesperado.Aquelhombreera el conde de Loignes, su mortal enemigo, y aquella ramera impúdica, deprovocadorasonrisa,eraCatalinadeCléves,laduquesadeGuisa,sumujer.
Aquel segundo de debilidad en el duque de Guisa, se convirtió en vergüenzafuriosa.Lentamentesepusoenpieypermanecióinmóvil.LaduquesadeGuisavioaquellaespeciedeestatua,cuyosojos, trasdelantifaz,sefijabanenella.Unrápidotemblor la previno de que el terror iba a apoderarse de ella. Sonrió no obstante, y
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atrevidamentepreguntó:—¿Yvos,señor,nocumplíslaapuesta?Quitaoslamáscara,caballero.Queremos
veros.SedetuvodeprontollenadeespantoporqueGuisaacababadedejarcaersucapa
desedaqueleocultabaeltraje.Laduquesasepusomuypálida.—¡Eh,caballero!—dijoriendoelcondedeLoignes—.Quitaoselantifaz,yaque
laseñoraosloruega.Guisadejó caer su antifaz.Enelmismo instante el condedeLoignes se irguió
lívido,mientras los otros dos hombres huían.La duquesa deMontpensier imitó suejemplo.ClaudinadeBeauvilliers sedesvanecióy laduquesadeGuisa, apesardetodasuaudacia,nopudocontenerundébilgemido.
Guisa,enefecto,silenciosoyconloslabiostemblorosos,teníaunaexpresióntanterriblecomosumujernoselahabíavistonunca.Quisolevantarse,hacerungesto,balbucirunapalabra;perosequedóparalizada,fascinada,diciéndosequeibaamorir.
El duque estaba a un extremo de la mesa y Loignes enfrente, al otro lado.Transcurrierondosotressegundosdehorror,enelfúnebresilencio.
—Monseñor—dijo por fin el conde de Loignes—. He de deciros que ciertasapariencias…nodeben…nipueden…
Notuvotiempodecontinuar.Suvozrompióelencanto,siasípuededecirse,quedurantealgunosinstantesencadenaraaEnriquedeGuisa.
Aloír laprimerapalabradeLoignes,elduqueserecogiósobresímismoyconesfuerzoenorme,derribó lapesadamesae inmediatamenteviósecomosubrazosealzabaycaíarápidamenteyLoignescayócomounamasasindarungrito.Guisaseinclinó y con violento, gesto retiró el puñal hundido hasta la guarda. Entonces sedesencadenósufuror.Lavistadelasangre,elasesinatocometido,aquellosperfumesembriagadores, la rabia concentrada que sentía, todo aquello, en un instanteinapreciable,lotransformóenunafiera.Volviósehacialaduquesa,conlarojadagaenlamanoylavioque,alocada,franqueabalapuertayhuía.
Seprecipitóensupersecución.Insultoshorrorososyroncosgritossalierondesugarganta.Laduquesa,dandoun
largogemidodemortalespanto,franqueódossalas,abriólapuertaexterior,yseechóa lacalle.Guisa, siempre insultándola, lapersiguióhasta la salade la taberna.Allítropezócontraunamesa,sintióunvahído,ycomoelsuelohuíabajosuspies,cayódesvanecido,sosteniendoensucrispadamanoelpuñalensangrentado.
*****
EnlapiezaenqueelcondedeLoignesyacíainanimado,cedióunapuertasecretadisimulada por los tapices, y que comunicaba con el palacio. Entró una mujer, ymirandoapenasaLoignes,atravesórápidamentelaestanciay,llegandoalasaladelataberna,violapuertaabierta.
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—CatalinadeClévesesmujermuerta—murmuró—.EnriquedeGuisaseráreydeFranciayyoreina.
Terriblesonrisailuminósusemblante,pero,depronto,cuandosedirigíahacialapuerta,supietropezóconelduquedeGuisadesvanecido.Loreconocióenseguida,ylacaradeFausta,impasibleymarmórea,setrastornó,perocasienseguidaadquiriósuhabitualexpresión.
—Catalina de Cléves ha escapado—dijo sordamente Fausta—.Un retraso, unobstáculo.Seránecesariohallarotromedio.
Entonces, lentamente,Faustavolvió sobre suspasos.Unhombre,arrodilladoallado del conde, le sondaba la herida. La reinaMargot y Claudina de Beauvilliershabíandesaparecido.Lasala,consusluces,susperfumesviolentos,lamesavolcada,aquelherido sobre el cual alguienestaba inclinado, formabanunconjunto lúgubre.FaustaseacercóaaquélqueestudiabalaheridadeLoignesyletocóenelhombro.Elhombreseincorporó.
—¿Estámuerto?—preguntóFausta.—No,señora,ynomorirá.Faustasequedópensativa,formandoensucerebrolejanascombinaciones.—Maese Ruggieri —continuó—. ¿Qué sería necesario para que ese hombre
muriera?—Podéishacerlomatar,señora—dijoelinterpeladoconasombrosaserenidad.—No,esnecesarioquelaheridasolabastesinqueyointervengaenello.—Entonces,señora,esprecisoqueelheridoseatransportadoamicasa.Bastará
hacerperdurarlafiebrequevaadeclararse,peroparaelloesnecesarioqueyopuedavigilarlamarchadelmal.
Fausta aprobó con un movimiento de cabeza y desapareció por la puerta quecomunicaba la posada con elmisterioso palacio.Ruggieri lamiró sonriendo de talmodo,queaquellamujer,quepornadaseasustaba,talvezhubierasentidoespanto.
—¡Tranquilízate!—exclamóél—.Túnosospechas,Fausta,queheadivinadotupensamiento.Vetetranquilayconfiadaenmiciencia.
Yvolvióamiraralherido.—Yotambién tengoconfianzaenmiciencia—dijo—.Loignesviviráycuando
Guisa y tú lo creeréis muerto, veréis cómo se interpone en vuestro camino yentonces…¿quiénsabe?
EnaquelmomentoentraronseishombresmandadossindudaporFausta,pusieronalcondedeLoignes,queseguíadesvanecido,enunsillónylosacarondelaposadadel«BrochedeHierro»,guiadosporRuggieri.
*****
Catalina de Cléves, duquesa de Guisa, había huido de la posada, presa deextraordinarioterror.Oíatrasellalospesadospasosdesumarido.Creíasentirsobre
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su nuca la frialdad del acero, y con instintivo gesto trataba de defender su cuellobalbuciendo:
—¡Perdón,Enrique!¡Nomemates!Deprontosusfuerzasdesfallecieron.Comprendióqueibaarodarporelsueloy
en aquel momento le pareció ver a un hombre parado ante la vecina casa. Conesfuerzosupremollegóhastaeldesconocidoysearrojóensusbrazosexclamando:
—¡Salvadme!¡Salvadme!¡Quierenmatarme!—¡PorBarrabás!—murmuróelhombre—.¡Lluevenmujeresporaquí!Veamossi
lalluviaesbonita.Sosteniendoalafugitiva,quetemblabacomohojadeárbol,seacercóalacasade
Fausta,delaquesalíaunrayodeluz.—¡Porpiedad,caballero!¡Quiénquieraqueseáis,defendedme,salvadme!Dichasestaspalabras,laduquesasedesvaneció.Elhombre,muyapuradoconsu
cargaycomprendiendoqueeraurgentesocorrerla,miróasualrededor,yviendolapuertadelacasadeFausta,diounaldabonazo.
—«¡Caramba!» —se dijo a los pocos momentos— «… No contestan, y noobstante,lacasaestáhabitada,puestoquehayluz».
Llamóconmásviolenciaygritó:—¡Abrid,porBarrabás!¿Soisturcosomoros,quedejáismoriraunamujerante
vuestrapuerta?Entonceslapuertaseabrió.YPardaillán,sinpedirpermiso,entró llevandoenbrazosa laduquesadeGuisa
desvanecida.YlapuertadehierrodelacasadeFaustasecerrótrasél.Enelexteriorunperrodioungemidoquealteróelsilenciodelanoche.
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VIII-Doblecaza
ELCABALLEROdePardaillánsalióde«LaAdivinadora»escoltadoporCarlosdeAngulemayseguidopor«Pipeau».Asusruegosycasiasusórdenes,eljovenduquelodejóparairaesperarloenlacasadelacalledeBarrés.Pardaillánnotuvolamenordificultadenhallarla«PosadadelaEsperanza»,enlaqueestablecióporaqueldíasucuartelgeneral.
Sepusoenobservacióninterrogandoalasgentesdebajaestofaquefrecuentabanlaposada.Apesardetodonopudoobtenerningunanoticiapositivasobrelaextrañadesaparicióndelapequeñaartista.Decidió,pues,esperarlanocheparaemprenderlaexpedición quemeditaba ymató el tiempo con una larga conversación, tan prontoconsigomismocomoconelperro,ytambiéndormitóalgunosmomentos,apoyadodecodosenunamesa,yanteunabotellaquevaciabadespacio.
Pardaillánnoestabatristenialegre.Sufisonomíarespirabalatranquilidad,fuerzay confianza en sí mismo. La historia de la gitanilla no le interesaba sino porqueestabarelacionadaconCarlosdeAngulema.Paraéleraunaaventurabanal.Peroeldolor y la desesperación del joven duque, lo conmovieron más de lo que queríaconfesarse.Amabaala juventud.Laspenasdelcorazónylasvicisitudesdelavidaerrantenohabíanlogradohacerlomisántroponidespiadado.
Llegada la noche, Pardaillán se desperezó, ciñó la espada a su cintura, seencasquetó el sombrero de plumas, según tenía por costumbre, y salió silbando.«Pipeau»andabagravementeasulado.
Unavez fuera,elcaballeropresentóalperro lamanteletade lagitanillayse lahizooler.«Pipeau»examinólaprendacontorvamirada,laolióunmomento,yladróconciertamelancolía.Habíacomprendidoenseguida loqueseesperabadeél,perocomo era un perro hipócrita, pasó un cuarto de hora, oliendo, examinando yestudiando lamanteleta, si así puede decirse, con la esperanza de que el caballerorenunciaraasuempresa.Viendoquenoloconseguía,empezóahusmearelsuelo,y,sinduda,hallólapista,porqueelmuñóndesucolaempezóamoverse.
—Perfectamente—dijoPardaillán—.Yaestamosencamino.Alaprimerabocacalle«Pipeau»hizounatentativadesesperada.Fingióseguirla
pistayechóacorrerendirecciónde«LaAdivinadora»,perounsilbidoenérgicoyamenazadordesuamo,lohizovolverllenodemiedo.Entonces«Pipeau»empezóabuscarconrabia.
A veinte pasos de Pardaillán y en la sombra, se deslizaban, a lo largo de losmuros,treshombresqueseguíantodossusmovimientos.Dosdeellosibanarmadosconafiladospuñales,eltercerolosdirigíayvigilabaelmomentodelanzarlossobrePardaillán.AquelhombreeraMaurevert.
LosotrosdoseranloshérculesdelacompañíadeBelgodere:GraznidoyPicuic.Maurevertenelmomentoenqueelcaballerosalíade«LaAdivinadora»,selanzó
sobre sus huellas y lo siguió hasta la puerta de la «Posada de la Esperanza» y
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mientras Pardaillán observaba en el interior el esperado regreso de Belgodere,Maurevert,desdefuera,vigilabalasalidadelcaballero.
Erapaciente,hubieraesperadohastaeldíasiguienteencasonecesario,peroauncuandodebieravalerleunimperio,nohubieraentradoenlasalaenquesehallabaelcaballero.Sólolaideadehallarsecaraacaraconél,lehumedecíalafrentedesudorfrío.
Pardaillán en París, era la muerte segura. ¡Y qué muerte! Se imaginaba unsupliciorefinadoconceptuandoalcaballerocapazdesuspropiasideas.
¿Adóndehuir?¿Seríanecesario recomenzaraquella fugadesesperadaquehabíaduradoañosenteros?¿Dóndeocultarse?¿Quéquería?Exactamentenolosabía.Dejóconprecipitación aMaineville y se lanzó tras dePardaillán fascinado, con la vagaesperanzadequetalvezlacasualidadseloentregaba.
¡Oh, si pudiera matarlo! Pero su odio no se contentaba con la muerte delcaballero,sinoquedeseabaparaélhorrorosossufrimientos.Perootrosentimientolodominabaaúnconmásfuerzaqueelodio.Yeraelmiedo.Eraunmiedo incesantequeavecesenlascalleslohacíavolversedepronto,esperandoencontraraPardaillána su espalda, y por las noches lo mantenía largo rato despierto, escuchandoatentamenteelmenorruido.
MataraPardaillánera,pues,paraMaurevert,nosólosatisfacersuodioylibrarsedel enemigo, sino también delmiedo, puesmientras el caballero viviera, él no seatreveríaavivir.
Ante la «Posada de la Esperanza»,Maurevert se decía que tal vez por últimohabía llegado la buena ocasión. ¿Tendría el valor de herirlo por su mano? ¿Seatrevería a acercarse a Pardaillán? Era valiente y aun feroz y sin vacilar hubieraresistidoelataquedediezenemigos,pero,encambio,noseatrevíaconPardaillán.
Habíacerradolanochehacíayabastanterato,cuandodivisóadoshombresquedel brazo se acercaban a la posada. Con su seguro golpe de vista, Maurevertreconocióenellosadostruhanes,adoshombrescapacesdetodomedianteholgadarecompensa. Y Maurevert hizo una seña imperiosa, que los dos tunantes seapresuraronaobedecer.
—Hoyesdíadebuenasuerte—dijounodeellos.—Vamosaserdemasiadoricos—contestósucompañero.—¿Qué hay que hacer? —preguntaron a dúo en cuanto estuvieron ante
Maurevert.Éstesefijóenquelosdostunantesibanarmadosdesendasdagas,apesardelos
edictos,cosaqueacabódetranquilizarlo.—¿Cómoosllamáis?—preguntó.—YoPicuic,ymicompañeroGraznido—dijoelmásflacodelosdos.—Nombres de guerra—se dijoMaurevert. No hay duda, son dos bribones—.
Oíd,muchachos,heahíloquehayquehacer.Hayenestaposadaunhombre…—Quetalvezosmolesta—dijoPicuicviendoqueMaurevertnoacababalafrase.
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—Eresinteligente,amigo—dijoMaurevert.—Bueno,ysetratade…—Sí—dijoMaurevert.—Bueno, conformes—dijo Picuic—. Cien libras para los dos una vez que se
hayadadoelgolpe.—¿Quéesloqueestáconforme?—indagóGraznido.—Yalosabrás.Unmomento,señor.¿Cómosellamaelqueosmolesta?—¿Quéimportasunombre,mientraslomates?—¡Bueno,tantoda!Elcasoesquenosapoyéis.—Heaquíeldinero—exclamóMaurevert—.Soybuenpagador.Picuichizodesaparecerlabolsa,seinclinóhastaelsueloydijo:—Monseñorvaaserservidoinmediatamente.Preparatudaga,Graznido.—¡Silencio!—exclamóMaurevert.Seabriólapuertadelaposadaylostreshombresseadosaronalapared.Enel
rayodeluzquesalíadelataberna,MaurevertreconocióaPardaillányseestremeció.Una vez el caballero y el perro hubieron echado a andar, Maurevert dio susinstrucciones.
—¡Seguidme!—dijoenvozbaja—.Cuandoosdiga:¡adelante!,serálaocasión.Perotenedcuidadoennoerrarelgolpe,porqueentalcasoseecharásobrevosotrosysaldréismalparados.
Por toda respuesta, Picuic desenvainó el puñal y Graznido, habiendocomprendido,porfin,dequésetrataba,sepusoenmarcha.Maurevertechóaandarseguidoporlosdosflacoshércules.Hubierapodidodarlaseñalveinteveces,peronoseatrevió,temiendoquelosasesinoserraranelgolpe.
Acuciadoa lavezporelmiedoyelodio,Maurevert llegóalcementeriode losInocentessiguiendolapistadePardaillán.Éste,trasdehaberdirigidovariasveceslapalabraasuperro,volviósuspasosylostreshombreslovieronpasarapoquísimadistanciaylosiguieronhastalaCité.
Allí Maurevert vio que el caballero se detenía ante una casa. No llegó apreguntarse lo que significaba la extraña conducta de su enemigo. Tratabaúnicamentedepoderhuir,unavezsusdosacólitosseecharansobreelcaballero.EnlaCité,antelacasamisteriosa,creyóllegadalaocasiónpropiciaeibaaocultarseyadarlaseñal,cuandounamujerdescabelladasaliódelaposadavecinayfueacaerenbrazos de Pardaillán. Algunos instantes más tarde el caballero desaparecía con ladesconocidaenlacasa,alacualacababadellamar.
—Se nos ha escapado —dijo Picuic a Maurevert—. Se nos ha escapado porvuestraculpa.
—Esperemos—contestóéste.
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IX-Laabsolución
MAESECLAUDIO,sosteniendoaVioletadesvanecidaentresusvigorososbrazos,se echó en la trampa. Cayó, y durante los dos segundos que duró la caída, supensamientonofuequeibaamorir.
—¡Sabequehesidoverdugo!Heaquíloquepensóenaquellapsotancorto.Al llegar al agua, Claudio se sintió, de pronto, arrastrado al fondo,muy lejos.
Estrechó a su hija contra el vasto pecho, y de un vigoroso talonazo subió a lasuperficiedelSena.Yentoncestodasufuerzaytodosuinstintovitaldespertaronenél,parasostenerfueradelagualacabezadelaniña.Deprontosintióungolpeenlasrodillasyconfuriosoesfuerzoconsiguióasentar laplantaen tierra firme.EntoncespudosacarporenteroaVioletafueradelagua,yempezóasollozar.Lallevabaconlos brazos tendidos, levantándola hacia el cielo,mientras ascendía por la inclinadaorilla.
EncuantohubollegadoaéstavioquesehallabaantelacalledelaJudería,másabajo que el puente de Nuestra Señora. Entonces empezó a correr y en algunosminutosllegóasucasa.YcomoasusreiteradasllamadasnollegababastanteaprisaGilberta,sucriada,apoyósumacizohombroenlapuerta,quediounchasquidoyseabrió.Gilbertaaparecióasustadaconunalámparaenlamano.
—¡Fuego!—dijoClaudioconroncavoz—.¡Traposcalientes,aprisa!En su turbación dejó la puerta abierta. Corrió hasta su dormitorio, depositó a
Violetasobrelacamayseinclinósobreella,exclamandoconpalabrasentrecortadas:—¿Estarámuerta?¿Laperderéparasiempre,ahoraquelahehallado?¡Oh,ental
caso,memoriríayo!¡Gilbertadeldiablo,daosprisa!Gilberta,enlacocina,encendíaunagranhoguera.Comoyahemosdicho,lapuertadelacasaestabaabiertay,alpocoratodeentrar
Claudio, unhombrequepasabapor la calle sedetuvo ante la viviendadel antiguoverdugodeParís.EraBelgodere.
Elrostrodelbandidoresplandecíadejúbilo.Violapuertaabierta,ysedetuvouninstanteperplejo.Luego,sosteniendoconfuerzaelmangodeunadagaensupuño,ocultobajolacapa,seencogiódehombros,murmurando:
—Tantomejor.NoparecesinoqueClaudiomeespera.Entremos.¿Quélediré?Esprecisoquelohagasufrirunpocoyporfinmueraantemivista.¡Cómo,maeseClaudio!¿Nomeconocéis?Esnatural,¡habéisenrodadoyazotadoatantasgentesenvuestravida!Miradmebien;amímeatasteisenlapicota,cuandotanfáciloshubierasidodejarmehuir.Ahora,atención.Esperad,voyacontaroscómosucedió.¿Ysabéisquéhehechodevuestrahijapuraycastaqueconstituíatodavuestravida?Puesbien,unaramera.IdlaabuscarallechodemonseñordeGuisa.¿Quéosparecelabromita,maeseClaudio?
El bandido se reía y gozaba lo indeciblemonologando así y entró dispuesto a
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repetirlo. Vio abiertas las puertas y continuó avanzando. De pronto se detuvo.Acababa de distinguir al fondo de una habitación a Claudio inclinado sobre unacama,mientrasconloshombrosagitadosporlossollozos,repetía:
—¡Vive!¡Diosmío!¡Vosquetenéispiedaddelospobres,tenedlatambiéndemí!Violeta, hijamía, abre los ojos.Vamos, no te asustes, ya estás salvada. En cuantoapunteeldíahuiremos,peroabrelosojos.Ábrelosunpoco.
Belgodere se quedó por un instante mudo de estupor. Luego, rápida ysilenciosamente,sedeslizóalahabitaciónvecina,queeraelcomedor.Estabaoscuro.El gitano entonces, atravesando otras habitaciones, salió a la calle y se alejórápidamente.Guiado por el instinto y sin saber exactamente lo que iba a hacer, sedirigióhacialacasadeFaustayallísedetuvo.Temblabaderabia,peroenélhabíamásasombrotodavíaquefuror.
—¡Quécosatanextraña!Veamos.Tratemosdeverclaroenesteasunto.Guisameenvióalhidalgovestidodenegro.Bueno.Condujealapequeñaallugarquemefueindicado. No hay posibilidad de dudarlo, pues allí la conduje y la prueba son losducadosquemedieron.Muybien.Medijeentoncesquealdíasiguienteiríaacontaralverdugoloquehiceconsuhija.Bueno.Luegomeentrarondeseosdevenganza.Esperaramañana,¿paraqué?,medije.Voyenseguida.Encuentrolapuertaabiertay,congranasombromío,veoaVioletatendidaenunacama,completamentemojada,yalverdugo…¿Quéhabrápasado?Hadichoquemañanahuirían.
Afuerzadereflexionar,Belgodereacabóporimaginarselaescena.Violeta,paraescapar de Guisa, habría querido huir y se echó al Sena. Claudio, por felicísimacasualidad,seencontraríaporallíyhabríaconseguidosalvaralamuchacha.
Formandoestassuposiciones,Belgoderellegóantelapuertadehierro,alacualempezóallamarconredobladosgolpes.Diezminutosmástarde,despuésdeconfusasexplicacionesenelvestíbulo,fuellamadoapresenciadeFausta.Sostuvoconellaunacortaconversación,despuésdelacuallaprincesagolpeóuntimbreconunmartillitodeoro,ydioalhombrequeacudíalasiguienteorden:
—QuevayanabuscarinmediatamentealpríncipeFarnesio.Unavezterminadalaconversación,Belgoderefueconducidoaunahabitacióndel
palacio, y cuidadosamente encerrado allí. Pero sin duda el gitano esperaba laencerronayestabaconformeconella,porquenomanifestónisorpresanimiedo.
*****
Gracias a los cuidados de Gilberta, que la había desnudado, acostado yfriccionado,Violeta recobró el sentido.Y cuandomaeseClaudio pudo entrar en eldormitorio,hallóalaniñaconlosojosabiertos,pensativaycomoreflexionandoencosasdolorosasygraves.
—¿Enquépensará?Claudio,quehabíaavanzadodospasosen lahabitación, retrocedió tres,ymuy
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pálido,temblorosoyenextremotriste,murmuró:—Piensaenquesoyelverdugo.TosiócomoqueriendoavisaraVioletadesupresenciayconvozhumildeyronca,
dijo:—Procura dormir. No piensesmás en todo esto. Te digo que ya está listo. Es
necesarioquedescansesparaquemañanaaprimerahorapodamospartir…No,no,no digas nada, cállate. Tu voz me haría daño si… Sabe solamente que cuandoestemos lejos de París y te halles en seguridad, serás libre de verme, o no verme,comomejortecuadre.
Violetaquisopronunciaralgunaspalabras,peroClaudiohabíadesaparecidoya.Laniñanopudodormir; toda lanoche lapasócon losojosabiertos,pensativa,
inmóvilyconlasmanoscruzadassobreelpecho.Cuandopenetraroneneldormitoriolosprimerosrayosdelsol,sevistióysesentó
enunsillónconlasmanosjuntasylacabezainclinadasobreelseno.EntoncesentrómaeseClaudioentrajedeviaje.Esforzábaseendemostraralegríayestadasonriente.
—Dentro de algunosminutos—dijo— llegará una buena litera. Subiréis a ellacon Gilberta, yo iré a caballo y no tengas miedo, porque, como ves, voyperfectamentearmadocondospistolasyunpuñal.¡Desgraciadodelprimeroque!…
—Antesdepartir,quisierahablaros—balbucióVioletaconunaemociónquehizotemblarypalideceralverdugo.
—¡Ah!¿Quisierashablarme?Violetamovióafirmativamentelacabeza.—Me lo esperaba —se dijo Claudio—. ¡Pardiez! Hubiera sido demasiado
agradablequeacabaratodoasí.¿Quéquerrádecirme?Queleinspirohorror,esmuynatural,yqueprefieremorirantesquemarcharseconmigo.¿Yquéserádemí?¿Memataré?¡Oh,nopuedo!Tengomiedoalpensarloquehabrámásalládelamuerte.
Violeta, entre tanto, se callaba.Bajó los ojos yClaudio, haciendo un esfuerzo,consiguiósonreír.
—Veamos —dijo con voz que creyó natural y que en realidad era apenasperceptible—.Yaquetienesalgoquedecirme,habla.Yo,sabes…creoque…
DeprontocayóderodillasyVioletaseestremecióalveraquelrostrotrastornadoporladesesperación.
—Escúchame—dijoClaudio—.Yo también tengoquehablarteyvalemásqueseaenseguida…yqueteexplique,oporlomenosquetrate…Cállate,notemuevas.Nopalidezcas,teloruego.Escúchamehastaelfinal.Recuerdaqueteheprometidonohablartemásniacercarmeati.Seréúnicamenteelperrodeguardaquevelaalapuertadeunacasa.Sabes,pues,Violetamía,queantesdequelabondaddeDiostehubiera puesto enmi vida como un rayo de sol, ejercíami oficio sin saberlo.MedabanunaordenytanprontoenMontfaucon,comoenlaGrèveoenotraspartes,meentregabanalcondenadooa lacondenada.Yonosabíanada.Lacuerdayelhachaparamí eran sólo dos instrumentos y yo el tercero. ¿Qué quieres que te diga?Mi
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padreytodosmisascendienteshabíanmatado.Yohacíacomoellos.Eraeloficiodelafamilia.
Violeta escuchaba ensimismada. Claudio, en tanto, derramaba abundanteslágrimas.
—Así pasabami vida—continuó—, y he aquí que un día te recogí pequeñita,delicada…Nuncasabrásloquepasóenmicorazónenelmomentoenquetendíastusbracitoshacialamultitud.
—¿Quéyotendíamisbrazosalamultitud?—preguntóVioleta.—Sí,yyoterecogíporquenoteníaspadre.—¿Yonoteníapadre?—exclamóVioleta.—Esverdad.Siempretehabíaengañado.Yhumildementeañadió:—Yonosoytupadre.Violetasecubriólacaraconlasmanosyexclamó:—¡Oh,Simona!¡MipobreSimona!Entuagoníadijistelaverdad.Ysequedóconlacaraocultaentrelasmanos,mientrasClaudiocontinuaba:—Deborepetirtequeyonosoytupadrey,porlotanto,podrásdejarmecuando
quieras.Ahora,escucha.Antesderecogerte,yoignorabaquécosaeralavida.Nuncamedicuentadesiteníaalmaycorazón,peroencuantotetuveamilado,comprendíundíaqueyonoeraelmismo…Tuvehorroramatar.Lavistadelcadalsomehacíatemblarypensabaenloquediríasoharíaseldíaenqueconocieraslaterribleverdad.Empecé a sufrir, vi espectros que me maldecían y creí hallar la paz haciéndomerelevardemihorribleempleo.Envanomultipliquélaslimosnas,envanofuiasiduoalasfuncionesreligiosas;micorazónllevabadesdeentoncesunallagaquenuncamássecurará.Yúnicamentea tu lado,ennuestracasitadeMeudon,mesentíahombrecomo los demás. Entonces, Violeta, cuando tú me sonreías yo ya no era eldesgraciadoquepasabalosdíastemblandoyquesentíamiedodeaventurarseenunahabitaciónaoscuras.Inmensaalegríaseapoderabademí,yperdóname,perohabíamomentosenqueestabaconvencidodequeerasmihija.
UnsollozoescapódelpechodeClaudio,peroantesdequeVioletapudierahablar,seapresuróacontinuar:
—Era paramí sobrada felicidad y te perdí. Lo que he sufrido en esos años desoledadydesesperación,nadie,niyomismo,podríadecirlo.Yheaquíquecuandotehallo y en el momento en que esperaba poder ser otra vez feliz, por una fatalcircunstancia te enteras de lo que he sido. Comprendo ahora que no he expiadobastantemisculpasyquenohasonadoparamílahoradelperdón.Ahorayalosabestodo y lo único queme resta es ponerte en seguridad y salvarte. Luego ya nomeverásmás.Yacomprendoqueahoraquelosabestodonotengoderechonidemirartenidequemellamespadre.
Claudiobajó la cabeza.Arrodilladoy recogido sobre símismo, parecía unodeaquellosdesgraciadosaquienélhabíadadomuerteenelcadalso.Violetadejócaer
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sus manos, abrió sus ojos, en que brilló extraordinaria compasión, y con su vozdelicada,dijo:
—Papá…papáClaudio…dameunbeso…Nocontinúeshablandoporquemedasmuchapena.
Claudiolevantórepentinamentelacabezayseechóatemblar.—¿Quéhasdicho?—balbució.Violeta,sincontestar,cogióconsusmanoslasformidablesmanosdelverdugo,lo
obligó a levantarse con infinita ternura, y cuando Claudio, trastornado y lleno dealegría,sedejócaerenelsillón,ellasesentósobresusrodillas,lerodeóelcuelloconsusbrazos,reclinólacabezaensupechoyrepitió:
—Papá…papáClaudio…besaatuhija.Conelalmaextasiada,ylosojoscerrados,Claudiollorabadealegría.
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X-Elpadre
LAHORASIGUIENTEfueparamaeseClaudiotanfeliz,quesutrágicopasadoseborró de un golpe en su alma. Aquella hora valía tanto como una existencia dealegría.Seoperóenélgrandísimatransformación.Vivaluzinundósualmaoscura,ysurostrosombríotomóesaexpresióndefranquezayrientebuenhumorqueseveenlosdelasgentesfelices.
—Marchémonos—dijo de pronto—.Yame olvidaba de todo.No porqué hayapeligro, pues seguramente nos creen muertos. Qué te parece, ¿verdad que esdivertido?¡Muertos!Másvivosquenunca.Demodoquepodríamosquedarnosaquí,porque aunque sospecharan que estamos vivos, nunca podrían imaginar que noshemosrefugiadoenestacasa.Peromeinspiramiedo.¡Hesufridotantoenella!
—¡Pobrepadre!¡Yanosufrirásmás!—Ciertamente, se acabóel tormento—contestómaeseClaudio—. ¡Ah,Violeta
mía!Micorazónestáhenchidodegozo.¿Quiénmehabríadichoquetendríaalgunaveztalalegría?Peronoquierohablarmás.Partamos.
Violetamoviódulcementelacabeza.—¡Cómo!¿Noquieresmarcharte?—Padre, vos mismo lo habéis dicho. Aquí no hay el menor peligro. Estamos
mejorocultosqueenotraparte,porquenoscreenmuertos.—Esverdad,pero¿porqué?…—No quiero salir de París todavía —dijo Violeta bajando los ojos—.
Quedémonosalgunosdíasmás.—Tantos como quieras. Esta casa es muy bonita. Antes te dije que me daba
miedo,¿verdad?Nohagascaso,avecesdigolocuras,¿sabes?Está,pues,convenidoque nos quedamos. Gilberta, despedid al caballo y la litera porquemi hija quierequedarse.
Laviejacriadaque,maravillada,dabavueltasalrededordeClaudioyVioleta,seapresuróaobedecer.
—Esto no es todo, padre—dijoVioleta sonriendo—, nos quedamos, pero estamañanadebosalir.
—¿Adóndevas?—exclamóClaudioestupefacto.—Hedeirala«PosadadelaEsperanza»—contestólajovenavergonzada.—¡Ah,ya!Veamos:hacepoco,cuandoteteníaenmisbrazos,decíasunaseriede
cosasqueyoentendíaapenas.LapobreSimonamuerta,yademás…además…¡Ah,caramba!¡Yalosé!Eljovenquellenóelataúddeflores.¿Eseso,verdad?Veamos,cuéntamelo. Ante todo su nombre. Te sonrojas, ¿por qué? ¡Pero si me inspira lamayorsimpatíaestehombredesdeelmomentoenqueteama!
—Yonohedichotalcosa—observólajovenruborizándosemásaún.—Peroyoloadivino.Dimecómosellama.—Nolosé—contestóVioleta.
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Claudioprorrumpióenunacarcajadatansonoraquehizoretumbarlasvidrieras.Estabacontentísimoynopodíadisimularsualegría.
—Porlomenosdimecómoes.Violeta,alegreenextremo,empezóunadescripciónquemaeseClaudiotuvoque
arrancarlapalabraporpalabra.LuegoClaudioselevantó.—Voy a buscarlo—dijo—.Dentro de una hora te lo traigo.Quiero ver a este
hidalgo,hablarleyleerensusojosparasabersiescapazdeamartemucho.Túnotemuevas. Gilberta, durante mi ausencia quiero que la puerta y las ventanas esténherméticamentecerradas.Sillamannocontestéis;comosilacasaestuvieradesierta.
DiounabrazoaVioletaysaliócorriendo.La jovenno tuvo tiempodehacer lamenorobjeciónyconelpensamientoseguíaasupadreadoptivohastala«PosadadelaEsperanza»,y loveíahablarconelduquedeAngulema.Entonces,palpitante,sepreguntaba:
—¿Vendrá?Sí,sindudaalguna.Yyo,¿quévoyadecirle?En aquelmomento se hicieron añicos los cristales de una ventana de la planta
baja; algunoshombres saltarondentrode lahabitaciónyVioletaoyó las siguientespalabras:
—Sielhombreseresiste,matadlo,peroniunarañazoalapequeña.
*****
Habiendo maese Claudio echado una capa sobre sus hombros para ocultar elrostro,sedirigióalacalledelaTissanderie,ynotardóenllegarala«PosadadelaEsperanza». Era la misma mañana en que Carlos de Angulema debía hablar conBelgodere.
Claudio no pudo ver al hidalgo. El hostelero, un pillo redomado y en extremoprudente,lediotansóloalgunasnoticias.MaeseClaudioesperómásdeunahorayluegosedijoqueeljovennoiría,cosaquelehizopensareneldesencantodeVioleta.Luegosedijoquelacosanoteníatalvezunaimportanciaverdaderayquelajovennopodíasentirprofundoafectoporaqueldesconocidocuyonombreignoraba.Yporfinpartió,prometiéndosevolver.
DiezminutosmástardeCarlosentrabaenlaposadadespuésdehaberexploradoinútilmente todos los alrededores. Maese Claudio no experimentó más que unacontrariedad pasajera, pues la inmensa alegría que llenaba su corazón no le dabalugarapreocuparseporotrasemociones.VolveríaaveraVioleta,ysabríaconsolarla.Ya encontraría a aquel hidalgo, aun cuando para ello fuera necesario buscar todoParís.
De pronto, cuando acababa de franquear el puente y se acercaba a NuestraSeñora, se detuvo observando que un hombre iba a su encuentro. Tenía tristesemblante,yuncuerpoenvejecidoyencorvadoporeldolor.
Lástimainmensainvadióelalmadelverdugo,quemurmurópalideciendo:
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—¡ElpadredeVioleta!Era,enefecto,elpríncipeFarnesio.¿Dedóndevenía?Salíade lahabitaciónde
Claudio.Faustalohabíallamadoaquellanocheparaconfiarleunamisiónquecumplióal
mismo tiempoquese invadía lacasadeClaudio.Farnesionoencontróalverdugo.Talvezsumisiónera,desdeentonces,inútil,porquesaliódelacasadirigiendounamaldicióncontraelhombrequelehabíaquitadoasuhija.
—¡Piensa en Violeta!—se dijo Claudio al divisarlo—. ¡Pobre hombre! ¡Cuántristeestá!Veamos;enundíatanfelizparamí,¿nopodréhacerunabuenaacción?¿Noseríaconvenientedecirlequesuhijaestávivayquetengaesperanza?
DeprontolesobrecogiólaideadequeFarnesioeraelemisariodeFaustayquesiloveía,Violetaestaba,talvez,perdida.Quisoevitarelencuentroyhundirseenunacallejuela,perodemasiadotarde,porqueFarnesiolohabíavistoyreconocidoyalasazónsedirigíaaélenlínearecta.
Pero casi inmediatamenteClaudio se tranquilizó. El hombre no lo amenazaría,pues llevaba retratado en su semblante el duelo y la desesperación. Farnesio sedetuvo ante él y Claudio permaneció callado y humilde, ante aquella tristeza quecontrastabaconsufelicidad.
—Ayerrecibílaordendeoírosenconfesióngeneral—dijoFarnesio.Claudioseestremeció.Unallamaradadevergüenzasubióasucerebro.—¿Demodo—pensó—queéleselencargadodedarmelaabsolución?Acambio
deldolorquelehecausadomeofrecelareconciliaciónconelcielo.LeherobadoasuhijayélmedevuelveaDios.
Seinclinóreverentementeydijo:—Monseñor,noquieroengañaros.Desdeayer,desdeestamismanoche,hatenido
lugar un acontecimiento que, tal vez, me haya hecho indigno de recibir vuestrabendición.
—Debo oíros —dijo Farnesio con extraña voz—. Poco importa lo que hayaocurrido.Yaqueosencuentro,venid.
—¡Oh, justiciaprofundadelSeñor! ¿Acaso seréyomenosgeneroso? ¿Nodaréalegríaaestecorazón?Recibirétubendición,cardenal,yencambiotransformarétudueloenalegría.Sabrásquetuhijavive.
Farnesiosepusoenmarcha,segurodequeClaudioloseguiría,yenefectoésteiba a tres pasos de él, dócil como un niño, pensando que por fin había llegado altérminodesusdesgraciasydesusterrores.FarnesiollegóaNuestraSeñorapasandoporcallesapartadas.MaeseClaudioentrótrasélyFarnesio,conduciéndolojuntoalconfesonario,dijo:
—Esperadmeaquíyentretantopreparadvuestraconcienciaparaelsacramento.Claudiocayóderodillasymurmuró:—¡Diosmío!¿Noesciertoquenopuedosepararmedemihija?¿Noesciertoque
puedoguardarla?¿Nobastaeldeciravuestroministroquenolloremásyquemás
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tarde volverá a ver a su hija? ¡Señor, dejádmela algunos años, algunos meses tansólo!
Farnesiohabíadesaparecidoenlasacristía.Entróenellavestidodecaballero,ysaliócontrajedecardenal.Alverloatravesarlavastaysilenciosanave,Claudioseestremeció.Farnesiovestidodecaballeroeraunhidalgoadmirable,perocontrajedecardenal,era,ensuimponentemajestad,loquepodíarepresentarestaspalabras:Unpríncipe de la Iglesia. Llevaba con graciosa y altiva dignidad el hábito rojo dearmoniososplieguesysuactitudysuporteimponíanalavezelrespetoyelasombro.Parecía que aquel cuadro enorme, severo y grandioso de las bóvedas de NuestraSeñora, hubiera sido hecho para él. Era el actor prestigioso que semueve en unadecoraciónimponente.
Claudioloreconocióapenas.Temblóysufervorreligiosolodominóporenteroexperimentando, al acercarse al cardenal, una turbación profunda de temor yveneraciónalavez.
Farnesio hizo una genuflexión al pasar por el altarmayormirando horrorizadoaquellasgradas,atravésdelascualeshabíacaídoLeonor.
—¡Ah,quéhorribledíadePascuaeldelañode1573!Volvióavivirloenaquel segundocon laespantosa intensidaddeunapesadilla.
Volvióaverseanteaquelaltarcelebrandolamisa,peropensandoúnicamenteenella.Ardía el amor en su corazón y con invencible temor reflexionaba acerca de lapróximacatástrofe.Leonoribaasermadreylapobremujeresperabaqueelmismodía él hablaría con el anciano barón deMontaigues.Ymientras la noble asambleaobservabasilenciosasusmovimientos,élsepreguntabacómopodríahuir.
¡Huir!LlegaraRoma.AbandonarsumisióndelegadodelPapa.Enterrarseparasiempreenalgúnconvento…Ycuandoconestaideasevolvióhacialamultitudconelvirildelacustodia,vioaLeonor.
Llenode estos recuerdos, se dirigió haciaClaudio arrodillado allí, bajo el granconfesonario,yentoncesseapoderódeélotrosentimiento.Otraescenasepresentóasuimaginación.ViodenuevoelcadalsodelaplazadelaGrèveyalverdugocómoseapoderabadesuhija.
Unaniña,esdecir,laposibilidaddevivir,deamaraún,dereparar,talvez.Perono,nadadeesohabíasucedido.VolvióseavercorriendohacialacasadelverdugoyunavezallísuplicarysollozaralospiesdeClaudioyoyócomoéstelerepetía:
—Vuestrahijanohavividomásquetresdías.Y, tal noticia, Claudio la había repetido el día anterior. Aquel hombre había
dejadomorirasuhija.Talvezlahabíamatado.¿Quiénlosabía?Y éstas eran las ideas del príncipe cuando se dirigía haciaClaudio, que estaba
prosternado.—¡Oh, hacerlo sufrir como él había sufrido! Devolverle dolor por dolor,
desesperaciónpordesesperación.Tenerlosollozanteysuplicanteasuspiescomoélhabíasuplicadoysollozado.
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Sentóse cerca deClaudio, pero no en el lugar destinado al confesor, sino a sulado,casitocándolo.Claudionoobservóestedetalle.Sumiradamanifestógranjúbiloalveralcardenalyunaespeciedemaliciaalegrebrillóensusojos.
—Tantristeysombríocomoestáahora. ¡Cuáncontentovaaponersedentrodepoco!—pensó.
—Osescucho—dijoFarnesiocontonoglacial.Un estremecimiento recorrió los hombros de Claudio y entonces empezó el
odiosorelato…,suconfesióndeverdugoquesehorrorizadeloscrímenescometidos.Fue espantoso. Farnesio vio correr la sangre, oyó romperse huesos y escuchó
gemidos de espanto y dolor. Tal evocación fantástica era la confesión del verdugoque, con los cabellos erizados, los ojos extraviados e inundado de sudor frío,proseguía infatigablemente su relato, dirigiendo de vez en cuando una miradasuplicantealcardenal.
Éstepermanecíafrío,sindecirunapalabranihacerungesto.FarnesioesperabaqueacabarayporfinClaudiosedetuvorespirandopenosamente.
—¿Sonesostodosvuestrosasesinatos?Farnesiohabíacerradolosojos.AlabrirlosdenuevodirigióaClaudiounamirada
tanagudaypunzantequeelpenitenteseestremeciópresintiendounadesgracia.—Has olvidado el más horroroso de tus asesinatos —dijo Farnesio—. Has
ahorcado algunos desgraciados, pero esto no es nada. Has cortado la cabeza dealgunos caballeros, pero tampoco importa. Has enrodado, has azotado, has hechosufrir a la carnehumana, pero tampoco esto esnada. ¡Monstruo, examínatebienybuscaelverdaderocrimendetuabyectavida!
Claudio,estremecidodehorrorydeespanto,selevantó.EnelmismoinstanteFarnesioselevantótambiénylecogióunamano.—Tu crimen —dijo con voz en que casi no había entonación humana—, tu
crimen,Claudio,noestáenesosasesinatos,porquenoerasmásqueuninstrumento.Noerasmásculpablequeelhachaolacuerda.Tucrimeneseldehabermatadoauncorazónhumano;elmío.
Claudioquisobalbuciralgunaspalabras,peroyaelcardenalproseguía:—Mehasrobadoamihija.Ladejastemorir.Ledistemuerte,¿verdad?Contesta.
Perono,calla.¡Miserabledemonio!¿Yaúnquieresqueteabsuelva?Escucha,yaquetambiéntienesunahijaytucorazónesdepadre.
Claudio se puso pálido como unmuerto. Sintió pesar sobre su nuca el terriblesoplodeloinevitable.Conlosojosdilatadosylabocaabierta,mirabaaFarnesiosinpoderpronunciarunasolapalabra.ElcardenaldiounaterriblecarcajadaysacudióelbrazodeClaudio.
—¡Ah!¿Tútambiéntienesunahija?¿Tambiénlaquieres?Tuhija,monstruo,laheconducidoyomismoalacámaradelasejecuciones.Sí,yaveolaalegríapintadaentusojos.Quieresdecirquelasalvaste,quetehundisteconellaenlatrampa,que…
—¿Sabéisloquepasóestanoche?—interrumpióClaudio.
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—Sí,losabía,yporestarazón,paradecírteloahora, tehellamado.Sabe,pues,queenestemismomomento tuhijahasidopresadenuevoyestáen lasmanosdeFausta.Ahoralaestaránmatandoyyo,yohesidoelautordeello.
Farnesio,con rudogesto, rechazóaClaudioysecruzódebrazosesperando talvez que el verdugo lo derribara a puñadas, pero Claudio, al oír tan espantosaspalabras,cayóderodillasysecubrióel rostrocon lasmanos,profiriendounroncogemido.
Cuando Claudio dejó caer sus brazos estaba desconocido y sublime. Era lapersonificacióndelasombroeneldolor.Alprincipionomiróalcardenal,sinohaciaelaltar,hacialacruzcomoparapedirlecuentadeaquellatremendainjusticia.LuegomiróaFarnesioyledijo:
—¿Hashechoeso,sacerdote?¿Esohashecho?—Sí,verdugo.—¿Túhasentregadoalaniña?Di.¿Hassidotú?—Sí.—¿Ydicesquelamatan,queyaestámuerta?—Sí,muerta.Ungemidosubióhasta lasaltasbóvedasde lacatedral.Luegoaquelgemidose
hinchó, se transformó, creció, y se convirtió en un rugido furioso, cuandoClaudioexclamó:
—Aquellaniñaquehashechoasesinar,¿sabesquiénera?—¿Quién?—preguntóFarnesioaterrado.—Puesbien,¡aquellaniñaeratuhija!Y.semarchóconvacilantespasos,llenandoconsussollozoslainmensanave,sin
mirar a su espalda, ni lo que hacía entre tanto el cardenal. Éste cayó al sueloprofiriendo un gemido, como un buey en el matadero, y tal vez más gravementeheridoquesisobreélhubieracaídolamazadelmatarife.Unfrailejovenqueorabanolejosdeallí,seacercóaélyobservandoqueaúnvivía,empezóaprodigarleloscuidadosnecesarios.
AquelmonjesellamabaJacoboClemente.
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XI-Elpacto
CLAUDIO SALIÓ de Nuestra Señora. Instintivamente siguió el contorno de lacatedral,sedirigióalacasadeFaustaygolpeólapuertadehierroconelpuño,sinpensarenelaldabón.
Lapuertanoseabrió.Lacasacontinuómuda,rígidaytriste.—¡Oh,yameabrirán!—sedecíaClaudio—.Esabsolutamentenecesarioqueme
abranymediganloquehasidodemihija.¡Maldición!¿Meabriréisalfin?Y llamaba con los dos puños, que, con sus golpes, despertaban en el interior
grandesecos.—Peroseñor—dijounavoz—.¿Nosabéisquelacasaestádesierta?Eraunamujerdelpuebloque,pasando,dabaelcaritativoaviso.—¡Quieroamihija!—lecontestóClaudio—.Yoosaseguroqueabrirán.Lamujerretrocedióasustadaalveraquelespantososemblante.Claudioempezóa
llamardenuevollenodefuror.Devezencuandosedeteníayempujabalapuertacontodo su vigor. Entonces sus músculos se distendieron, las venas de su frente sehincharon;unrugidoseescapabadesuslabiosestupefactos,yhaciendopresiónconlosgigantescoshombros,ylospiesapuntaladosenelsuelo,parecíaunodeaquelloscolososdepiedraquelarudaimaginacióndelosarquitectosdelaépocacolocabaenloscontrafuertesdelasmurallas,ylasgentesquelorodeabansentíanciertopavor.
En efecto, algunos curiosos hicieron corro a su alrededor. Muy pocosreconocieronelantiguoverdugoyéstosseguardabanmuybiendedecirlo,puesnodeseabanatraerselacóleradesemejantepersonaje.
—¡Esunloco!—exclamóuno.Algunospilluelosempezaronadirigirleburlas,alobservarqueClaudiotratabade
hallarunajunturaconlasuñas.Conlasmanosensangrentadastuvoqueabandonarsuintento,yentonces,desesperado,segolpeólacabeza,quesellenódesangre.
—¡Esunloco!Esprecisoirenbuscadelosguardias.Claudio había caído de rodillas y a la sazón gritaba y suplicaba.Las gentes se
apartabandesualrededor.Claudiosollozabaydecíacosasincomprensibles,perosuvozhelabalasangredelasmujerescircunstantes.
Enaquelmomentouncaballerovestidodenegro,atravesóelgruposinvernada,conpasoigualyrápido,ypenetróenlacasitavecina,en laposadadel«BrochedeHierro».AquelhombrenovioaClaudioyéstetampocoaél.
Traselabatimientoylassúplicas,Claudiotuvounanuevacrisisdefuror.Durantemuchoratocontinuóempujandoygolpeando lapuerta,y,enverdad,eraespantosoveraquellaluchadegigante,contralapuertainmóvileimpasible.Porfin,sefue,conlacabezabaja,profiriendogemidoscomodefieraquesufre.
Entróensucasayempezóairdeunaparteaotra.Gilbertahabíadesaparecido.Todas las puertas estaban abiertas y en la habitación que sirviera de dormitorio aVioleta,habíahuellasdelucha,algunossillonesderribadosyunacortinaarrancada.
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Maquinalmente,Claudioempezóaponerordenenlahabitación.Pronunciabapalabrassinsentidoy,devezencuando,llevabaasuslabiosalgunos
delosobjetosqueVioletahabíapodidotocar.Elloduródosotreshoras.Avecesibahasta la puerta exterior que dejara abierta y miraba fuera. Luego entrabaprecipitadamente en la casa y corría hasta el dormitorio.Ya no lloraba.Acabóporecharse en el sillón en que se había sentado Violeta y cerrando los ojos trató dereflexionar. ¿Quépensamientosatravesaronentoncesaquelcerebroagobiadoporeldolor?
—¡Esto es!—dijo por fin con indefinible sonrisa—. Esto es ¡pardiez! ¡Morir!¡Québuenaidea!¿Cómonohabrépensadoantesenello?
Selevantóconalegreapresuramiento,ysedirigióaunahabitación,enlaquesindudanohabía entrado enmucho tiempo, a juzgar por el olor especial del aire quecontenía. Abrió violentamente la ventana. La luz brillante del nuevo día entró atorrentes en aquella habitación, e iluminó hachas enmohecidas, mazas de hierro ymadera, cuchillos y otras herramientas o armas cuidadosamente ordenadas en lapared.Aquellasalaeraladelasherramientasdesuterribleoficio.
En un rincón, rollos de cuerdas nuevas; algunas estaban ya preparadas con elnudocorredizoenunextremo.ClaudiocogióunaycorriendoentróenlahabitacióndeVioleta.
Allíprobólasolidezdelacuerdaconseguramano;todoslosdetallesdesuoficiovolvíanasumemoriayconelmayorcuidadoengrasólacuerdaenlascercaníasdelnudo;seaseguródequesedeslizababien,yluegoclavóunclavoenormeabastantealturaenlaparedyatóaéllacuerda.Entoncessubiósobreelescabelquelesirvierapara clavar el clavo, dirigió a su alrededor la últimamirada; un suspiro hinchó supecho,pronuncióelnombredeVioletaypasóelnudocorredizoalrededordelcuello.
Entoncesdeunpuntapié,Claudiorechazóelescabelycayóenelvacío.
*****
Enelmismoinstanteunhombreaparecióenelumbraldelapuerta.Viocolgandoa maese Claudio y sacando su puñal cortó la cuerda. Claudio cayó al suelo sinsentido.Elreciénllegado,conigualresolución,aflojóelnudocorredizoysepusoafriccionaralverdugoque,alcabodealgunosminutos,empezóarespiraryabriólosojos.Aquelhombreeraelcaballerovestidodenegroque,treshorasantes,penetraraenlaposadadel«BrochedeHierro»,mientrasClaudiotratabadehundirlapuertadela casa de Fausta. Y aquel caballero era el padre de Violeta, el cardenal príncipeFarnesio.
*****
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Claudio,alvolverensí,reconocióalcardenalyunaoleadadesangreinundósucerebro.Brevegruñidosaliódesuslabios;selevantó,rechazórudamenteaFarnesioyprofiriendounacarcajadaselanzófueradelaestancia.Algunossegundosmástardereaparecíaarmadoconunapesadasegur.Elcardenalnosehabíamovido.EstabaenelmismositioenquelodejaraClaudio.
En aquel instante en que la vista comprende con mayor rapidez que en otrasocasiones,Claudiosefijóenunacosaqueantesnohabíaobservado.Porlamañanaloslargosyfinoscabellosdelcardenal,asícomosubarbasedosa,erancasinegros,peroa la sazón sehabíanconvertidoencolordenieve.El cardenalFarnesiohabíaenvejecidoveinteañosenalgunashoras.
Claudiohizoestaobservaciónsinconcederleningunaimportancia.AvanzóhaciaFarnesioexclamando:
—¡Gracias sacerdote! Te había olvidado y vienes a recordarme que antes demorir…
—Vengo a recordarte que antes de morir tienes deberes que cumplir —dijoFarnesioconasombrosatranquilidad.
Lasegur,queyaestabalevantada,permaneciósuspendidaenelaire.—¿Qué debo hacer?—preguntó Claudio con los ojos extraviados—. ¿Sufrir?,
¿llorar?,¿matarteantesdemorir?—¡Mátamesiquieres!Vengoadecirtequedebemosvengaralaniña.—¿Vengarla?—balbucióClaudiotemblandodepiesacabeza.—Aquellamujer—dijo Farnesio—.Aquellamujer que aprovechó tu ausencia,
denunciada por un demonio al que no conozco, aquellamujer a cuyos piesme hearrastradodurantedoshoras,aquellamujerquemehizoserlacausadelasesinatodelaniña,aquellamujeraquienyo llamabaSantidady túSoberana,di: ¿quieresquecontinúeviviendo?
Claudiosoltólasegur,cogióelbrazodeFarnesioyloestrechóconviolencia.—Verdugo—continuóFarnesio—.Hevenidoapreguntartesiquieresayudarmea
heriraesamujer.Representaunpodertemibleysinlímites.Puederompernoscomosifuéramosdefrágilcristal.Conunaseñapuedematarnos.Ahorabien.¿Amabaslobastante a la niña para convertirte en auxiliarmío? ¿Quieres ayudarme durante unaño?¿Quieresser,nosólomiauxiliar,sino,también,miesclavo?Yosoyelúnicoqueconozco los medios secretos que nos permitirán herirla. En cuanto lo hayamosconseguido cesarás de sermi esclavo y volverás a ser el verdugo y te diré:Ahorapuedesmatarme.Di,¿loquieres?
Claudio,mirandofijamenteaFarnesio,habíaretrocedido.Sombríojúbilosepintóensusojosextraviados.
—Monseñor—contestó—.Desdeestemomentoospertenezcoencuerpoyalmacomomeperteneceréisvoscuandohayamosconseguidonuestrosfines.Tenéisrazón,primeroellayluegovos.
—Perfectamente—dijoFarnesio—.Heaquímimano.Damelatuya.
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Claudiovacilóunpoco.Luegocerrósusojoscargadosdeodiosalvajecontrasuinterlocutor y su mano cayó en la del cardenal. Entonces éste acercó una mesita,sobrelacualhabíaalgunashojasdepergamino,tintayplumas.
ConasombrosaserenidadFarnesiosesentóantelamesaydijo:—Cambiemosentalcasoelpactonecesarioanuestrotrato.Yescribiósobreunahojadepergamino:
En14demayodelaño1588,yo,príncipeFarnesio,cardenalyobispodeMódena,declaroycertifico:
Dentrodeunañodíapordía, antesdedicha época, en casodeque lamujer llamada Fausta sucumba, me comprometo a presentarme a maeseClaudio,verdugo,eneldíaonochequeleconvengayalahoraquequiera.Me comprometo a obedecerle en lo que me mande y le doy permiso paramatarmesileparecebien.
Asímecondeneen laeternidadsi tratodeeludirelcumplimientodemipromesadecualquiermodoquefuere.Yfirmo:
Juan,príncipeFarnesio.
Obispoycardenal,porlagraciadeDios.
FarnesioselevantótendiendoeldocumentoaClaudio.Ésteloleyólentamente,loaprobóconunmovimientodecabeza,tomóelpergaminoyloguardóensubolsillo.
—Atuvez—dijoentonceselcardenal.Claudio se sentó ante la mesa y tomó una hoja, y con su enorme e irregular
escrituratrazólassiguientespalabras:
En14demayodelañode1588,yo,maeseClaudio,burguésdelaCité,antiguo verdugo jurado de la ciudad de París, y siendo aún verdugo porsentimiento, declaro y certifico: Para herir a lamujer llamadaFausta,meobligoduranteunaño,apartirdehoy,aobedecerciegamenteamonseñorelpríncipecardenalobispoFarnesio, yacumplir ciegamente lasórdenesquemedé,asícomoaseguirsusinstruccionessinotravoluntadqueladesersuesclavo. Asíme condene en la eternidad si en el transcurso de este año lerehusóobedienciaunavezsiquiera.Yfirmo…
Enaquelmomento,comolafrentedeClaudiocontinuabaderramandosangre,unagrangotacayóenelpergaminodebajodelaúltimapalabra.Claudio,alverlo,trazóconelrojolíquidounacruzexclamandoalmismotiempo:
—Éstaesmifirma.—Ladoyporválida—contestóFarnesio.Ytomandoelpapelloleyó,lodoblóylohizodesapareceralejemplodeClaudio.
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Poruninstantelosdoshombres,lívidosenextremo,semiraronmutuamente.Luegoelcardenal, sinhacerunsologestodedespedida, se retiró lentaysilenciosamente,deslizándosecomounespectro,mientraselverdugo,apoyadoslospuñosenlamesa,losojosfueradelasórbitasylacabezainclinadahaciadelante,lomirabamarcharsemientrasmurmurabaenvozbaja.
—Primerolasoberanayluegovos,monseñor.
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XII-Fausta
NUEVAMENTELLEVAREMOSahoraalespectadordeestosdramasalmisteriosopalaciodelaprincesaFaustaenelmomentoenquePardaillánacababadeentrar,esdecir,algunosminutosdespuésde laescenadeorgíaquehemos reseñado,osea lamismanochedeldíaenqueVioletafuearrebatadadelacasadeClaudioyalgunashoras después del pacto que acababa de celebrarse entre Farnesio y el antiguoverdugo.
Fuera, en la sombra,Maurevertvigilaba la salidadel caballeroencompañíadePicuicyGraznido.
En cuanto al perro «Pipeau», ya fuera por pereza o por instintiva tranquilidadacerca de la suerte de su amo, después de haber ladrado y permanecido el tiempoestrictamentenecesarioparatranquilizarsuconcienciavolviósetranquilamentehacia«LaAdivinadora».
Encuantoalosactoresprincipalesqueellectorhaentrevistoenlaorgía,sietedeellosnosinteresan,treshombresycuatromujeres.
AlduquedeGuisalodejamosdesvanecidoderabiaenlataberna,endondehabíacaídopersiguiendoaCatalinadeCléves,duquesadeGuisa.
El fraile JacoboClemente, elmismoqueenNuestraSeñoravolvió a lavidaalcardenal Farnesio, ya vimos que huyó de la sala de orgía, pero más tarde ya lohallaremos.
El conde de Loignes, el amante de la duquesa de Guisa, fue transportadomoribundoacasadeRuggieri.
MaríadeLorena,duquesadeMontpensier,yhermanadelosGuisas,porlapuertadecomunicaciónpenetróencasadeFausta.
ClaudinadeBeauvilliers.Prontosabremosquiénes.SiguióelmismocaminoqueladuquesadeMontpensier; esdecir,quedesde la tabernade«LaRoja»yPaquita,pasóalpalaciodeFausta.
Margarita,reinadeNavarra,aquienllamabanaúnlareinaMargot,selanzóalacalleydesapareció.
Y,finalmente,laduquesadeGuisafueacaerenbrazosdePardaillán,quellamóala puerta de hierro, y que acababa de entrar en el siniestro vestíbulo en que dosguardiasvelabanincesantemente.
Fausta,despuésdesubreveconversaciónconRuggieri,semarchópersuadidadeque el conde Loignes iba amorir.Más adelante ya se comprenderá el interés quepodíatenerellaenlamuertedeunodelosmástemiblesservidoresdeEnriqueIII.
AlasazónsehallabaenaquellaestanciaenquerecibieraaEnriquedeGuisa.Sussirvientaspreferidas,MyrthisyLea,estabanallíobservandoatentamenteunamiradaounasonrisadesuama.Perolafrentedelaextrañaprincesasecubríadenubes;suscejas de hermoso color negro se fruncían; su seno palpitaba y las dos mujeres alobservarlotemblaban.
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—¡Ah, miserable, cobarde! —exclamaba aquella mujer a la que tan prontollamaban Santidad como Soberana—. ¡Ser el hombre que hace temblar a Francia,llamarse Guisa, ver a su esposa sobre las rodillas de su mortal enemigo ydesvanecersecomounamujerzuela!
Yprosiguiendosumeditación,continuómonologando:—¿QuiénsabesiparamínovalemásqueelfuturoreydeFranciaseaasí?Pero
esamujer,CatalinadeCléves,¿cómopodréenvolveríadenuevoenlavastaredquelehabíatendido?
Ysalió,dirigiendoalgunaspalabrasenlenguaextranjeraalasdoscriadas.Elpalaciosedividíaentrespartesmuydistintasunadeotra.Aladerechaestaban
lassuntuosassalasoficialesquerodeabanlasaladeltrono.Alaizquierdasehallabanlas habitaciones particulares más femeninas y elegantes, así como también menosseveras.
En el fondo habitaban los guardias, oficiales y servidores. Era más que unpalacio,eracasiunaciudad,unorganismocompleto.UnaespeciedeVaticano.RomaenelcorazóndeParís.
Alasazón,Faustasehallabaensushabitacionesparticulares.Siguiólentamentealo largo del corredor, y parecía haber recobrado su completa serenidad. Se detuvoanteunapuertayexclamópensativa:
—Aquílagitanilla.Yaveremos.Luego,máslejos,anteotrapuerta,dijo:—AquíClaudinadeBeauvilliers…,talvezlasolución.Máslejos,anteunatercerapuerta,dijo:—AquímeesperaMaríadeLorena.Tengoquehablarledelfraile.Ymáslejosporfin,anteotrapuertayenlosconfinesdelapartereservadaalos
guardias,dijo:—Aquí el gitano Belgodere. Un buen perro que lanzar sobre las huellas de
Farnesio.Así, pues, esta extraordinaria mujer marcaba con etiquetas, por decirlo así, su
múltiple pensamiento; su espíritu se movía fácilmente en el torbellino de la vastaintriga.Parecíadominarlosacontecimientosy,deantemano,señalabayaelcometidode cada uno de los personajes que tenía en su poder, y que, sin conocerse, iban amaniobrar en la misma escena, y en el formidable conjunto de dramas que ellapreparaba.
Cuandovolvíasobresuspasosycruzabaanteelgranvestíbulo,llegóasusoídosunavozsombríayburlona.Todaslaspuertasdeaquelpalacioteníanunamirillaparapoderobservar.Faustanotuvomásqueacercarseparaverloquesucedía.Entoncesprofirióunaexclamacióndealegríayasombro,añadiendo:
—¡Diosestá,conmigo!Enelmismoinstantehizounaseñaysindudasuscriadasnolaperdíannuncade
vista en sus evoluciones, porque, enseguida, acudieron dosmujeres francesas.Dio
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algunasórdenesenvozbajayrápida,yluegoabriólapuertadelvestíbuloendondePardaillán sostenía entre sus brazos a la duquesa de Guisa, mientras con altivaspalabrasreprochabaalosguardiassucarenciadesentimientoshospitalarios.
—NoquieraDios—dijoFausta—quealguien llamaraaestacasasinhallarenella los socorros debidos entre cristianos. Entrad, caballero, y sed bienvenido.Miscriadasvanacuidarperfectamenteavuestradamaque,segúnveo,estádesmayada.
Pardaillán entregó la duquesa a las dos mujeres que avanzaban y queinmediatamente desaparecieron en el interior de la casa, llevándose a Catalina deClévesdesmayada.EntoncesPardaillánsedespidióysaludócortésyelegantementealamadelacasa.
—Señora—dijo—.Osdoymilgracias.Sinvos,mehubierahalladoenunapuro,porqueestanobledamanomepertenece.
—¿Esposible?—dijoFausta,quemirabaalcaballerocongrandísimaatención.—Heaquí lahistoriaendospalabras.Pasabaporazaranteestacasa,cuandovi
correrhaciamíunadamaquegritabayque,muyasustadapornoséquépeligro,sedesvanecióenmisbrazosimplorandosocorro.Viunaventanailuminadadevuestropalacio y llamé. Por fin me abrieron y expliqué la situación a dos de vuestrosservidores, y aprovecho la ocasión para rogaros que me dispenséis por haberlosmaltratadounpoco.Entalsituación,conladamaenmisbrazos,vuestrosdoscriadosasustados,yoreducidoalaimpotenciayencontrándomeyaalgoridículo,lasituaciónsehacíamolesta,cuandovuestragraciallegóaarreglarlotodoconunapalabrayunasonrisa, por lo cual el caballero de Pardaillán tiene el honor de presentaros sumaravilladagratitud.
Todoestofuedichoconeleganciadegestosyconvozligeramenteirónica.—Señor caballero de Pardaillán —dijo gravemente Fausta con aquella voz
armoniosa que envolvía como una caricia—.Vuestro porte y vuestras palabrasmehacendesear conocerosmejor quepor las lisonjas y los cumplimientos quepodáisdirigirme.¿Nomeharéiselhonordedescansarunmomentoencasade laprincesaFaustaBorgia, extranjera, recién llegada a París para instruirse en las artes, en lasletrasyenlanobleeleganciadelacortesíafrancesa?
El caballero dirigió a su alrededor una mirada profunda, como hombreacostumbradoaejercerlaprudenciaquedaelvalorextremado.
—¿Qué será esto? —se preguntó—. ¿Un nido de amor? En tal caso, muysiniestro. ¿Una trampa? ¡Hum! He aquí una mujer demasiado hermosa para talcuadro.Afemíamedejarécaerytantopeorsihayunprecipiciobajolasflores.
E inclinándose con gracia, pero no sin dejar de hacer entrever la desmesuradalongituddesuespadadijo:
—Señora,elnombreilustredeBorgiameaseguraqueenletrasyenartespodríaisdarnoslecciones.
Yencuantoaelegancia,sólopodríaofrecerosladeunaventurero,quehatenidopormaestroslanecesidadmomentánea,elazar,latristezaylaalegríadelasoledad.
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Estodicho,señora,mepongocompletamenteavuestrasórdenes.Faustahizoungestocomoinvitandoalcaballeroaquelasiguieraypenetróenel
interior.Pardaillánimitósuejemplo.—¡Oh,oh!—sedijoaturdidopor lasmagnificenciasentre lascualessehallaba
repentinamente transportado—. ¿Acaso esto es el Louvre? No, porque el rey deFrancianoeslobastantericoparadisponerdetalestesoros.¿Esacasolahabitacióndeunaamazona?No,porqueestosperfumesenervantessonmejordeunamagadeamor.¿Eséstalaviviendadeunacortesana?Tampoco,porquelaspanopliasdearmasque veo brillar en las paredes son el adorno de una combatiente y no de unaenamorada.¿Quéveoenestasalainmensa?Untrono,untronodeoro.¡Oh!¿Acasoesunareina?¡Sí,porelcielo,porquehayunacoronaencimadeltrono!Perono,¡portodoslosdiablos!,noesunacorona,sinounatiara,unatiarapontifical.
Pardaillán,deslumbrado,mirabaconasombro.¿Porquéestaríaallíaqueltrono?¿Porquélatiara?¿Quiéneraaquellamujer,cuyabellezaadmiraba?Sinadivinarseresolvióaobrarconcautela,puesentodoelloentreveíaunmisterio.
FaustasedetuvoenlahabitaciónblancaenquerecibieraaGuisayquesindudaestabadestinadaa los forasteros.Sentóse sobre el sillónde saténblancoenque subellezaadquiríaextraordinariorelieve.
YantesdequePardaillánhubieravueltodelasombroquelosubyugaba,dijo:—Señor caballero, ¿soisvosquienen laplazade laGrèveos lashubisteis con
monseñor el duque de Guisa y le jugasteis la mala pasada de que todo París hahablado?
—¿Yo, señora?—exclamóPardaillán fingiendoasombroypreguntándose sinoharíamejorenmarcharsesindarlamenorexplicación.
—¿Soisvos,señorcaballero,quienarrastrasteisaCrillónatravésdelamultituddeburgueses,conduciendoasusgenteshastaatravesarlaPuertaNueva?
—¡Así me parta un rayo! —pensó Pardaillán—. ¿Qué necesidad tenía yo desocorreraaquellalloriconaquemecayóenlosbrazos?Señora—dijoenvozalta—:¿estáisseguradenoequivocaros?
—Lovitododesdeunaventana,mientrasobservabalaplazallenademercaderesyfloristas.Lovitodoyoshereconocido.Sí,soisvos.
—Entalcaso,señora,meguardarébiendecontradeciros.Enefecto,seríadarosmalaideadelacortesíafrancesaobrandodeotrasuerte.
Pardaillán,unavezpasadosuprimerasombro,fuedueñodesímismo.Surostroexpresaba elmayor candordelmundo.Miraba cara a cara a la princesaFausta sinmanifestar la menor turbación. En realidad la estudiaba con aquella rapidez yseguridadquesólodalaintuiciónyquenopuedeenseñarningunaciencia.Encuantoa Fausta, era imposible saber lo que pensaba, pero por vez primera veía ante sí elhombre,quesosteníasumiradacondignidadnoexentade ironía.Porunparpadeomás rápidoque el acostumbrado, y una agitaciónmayorde su senodemármol, sehubierapodidoadivinarqueestabaconmovidayque la estatua se animabaaunque
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ellaloignorarasinduda.—¡Caballero!—dijo—.EnlaplazadelaGrèveosadmiré.—Éstaesunapalabrapreciosa,señora;porquecomprendo,alveros,quevuestras
admiracionesdebentenerlugarencontadasocasiones.—Vuestraespadaes segura,caballero—dijoFausta sorprendidade suemoción
—,perovuestramiradaloesaúnmás.Perovengamosaloquenosimporta.Veoquesoisunodeaquelloshombresconloscualesdebehablarsefrancamente.
—¿Quémesucederá?—sedijoPardaillán.—Cuando en la plaza de la Grève os vi llevando a cabo vuestra hazaña —
continuó Fausta tratando en vano de hacer bajar los ojos al caballero—, toméenseguidalaresolucióndehaceralgunasindagacionesacercadevosparaconocerosmejor.Elazarmehasidopropicio,yahoraqueoshevistodecerca,meconfirmoenmisresoluciones.
—¡Ah, señora! ¿Me habéis hecho el honor de tomar resoluciones que meconciernen?
—ElseñordeGuisadebedeprofesarosunodiomortal—dijolentamenteFausta.—Sí,meodia—contestóelcaballero—,peronomortalmente,porquesielodio
deGuisafueramortal,haríayamuchotiempoqueyohabríamuerto.—Siosodiadesdehacemuchotiempo,esunarazóndemásparahacerlaspaces
conél.—¿Estáissegura,señora,dequeseríaconvenienteparaélreconciliarseconmigo?Faustadirigióunamiradabrillantesobreaquelhombrequeseatrevíaahablarasí
del amodeParísy en sus aceradosojosnoviopintadaninguna fanfarronada, sinounaserenaintrepidez.
—¡Caballero!—dijodepronto—.Siquisieraisponervuestraespadaal serviciodel señorduquedeGuisa,os juroqueno sóloolvidaría su resentimiento, sinoqueharíadevosunseñorpoderoso.
—Será,pues,necesario—dijofríamenteelcaballero—queestrechemimano.Ytendiósuderecha.—Lohará—dijoellasonriendo.—Permitidme,señora,quetengamejoropiniónquevosdeunhombrequetalvez
mañanaseráreydeFrancia—dijoPardailláncontranquilotono—.ElseñordeGuisanopuedeestrecharlamanoqueloabofeteó.
—¿Esohicisteis?—preguntóFausta—.¿AbofeteasteisalduquedeGuisa?—Enunacircunstanciaqueoscontarápersonalmente,siselorogáis.Osdiráque
él, caballero de Lorena, poderoso señor y el primero del reino, después de lospríncipesdelasangreytalvezantes,novacilóenpenetrar,acompañadodehombresarmados,enlacasadeunviejoindefenso,heridoycasimoribundo.Osconfesaráquea esto se atrevió él, Enrique I de Lorena, y que hizo asesinar en su lecho aldesgraciadoanciano.Osdiráque llevó sumagnanimidadhastahacerarrojarpor laventana el cadáver ensangrentado del almirante de Coligny. Os dirá, por fin, que
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sobrelafrentelívidadelcadáver,él,elhombrecortésporexcelencia,posósutacón.¡Hermosavictoria,señora!Nolapagaraacambiodelbofetónquesurgióentonces,siasípuededecirse,deestamanoqueaquíveis.
—ElduquedefendíalacausadelaIglesia—dijosordamenteFausta.—¿Dequéiglesia,señora?Hay,comosabéis,porlomenosdos.Pardaillánhabíapronunciadoestaspalabrassinotraintenciónqueladebromear,
peroFaustapalideciendointensamente,dijo:—¿Cómosabéisquehaydosiglesias?Yparasílaprincesadijo:«¿Acasoestehombreseráunespía?»—«¡Oh!»—sedecíaelcaballero—.«¿SeráestamujereljefeocultodelaSanta
Liga?YentoncesGuisasolamenteseríauninstrumento.TalvezlaSantaLigaesotraiglesiayasípareceprobarloestemaravillosopalacio, este tronocoronadodeunatiara, y las llaves simbólicas bordadas en los cortinajes. Pero, en tal caso, seríafabuloso.EstepalacioseríaentonceseldelPapa.OtroPapaqueSixtoV.UnPapainstaladoenParís,pero¡bah!,todoesoseráncavilacionesmías».
Enaquelbreveinstanteenquelosdospensabanasí,semirabanprofundamenteuno a otro, estudiándose como dos luchadores antes de lanzarse al ataque. Faustatomó rápidamente su partido. De su examen resultó que Pardaillán era uno deaquellos aventureros, como entonces abundaban, que servían al que pagabamejormuriendo en tal caso por él, pero había que convenir en que era un aventureroextraordinario,heroico,capazdellevaracabolocasempresasy,enfin,unaespadainvenciblequeeranecesarioadquiriratodacosta.
—¡Caballero!—dijo de pronto Fausta—. Si no podéis pertenecer al duque deGuisa,talveznoosnegaréisaserviraotroamo.
—Estodependedecuálsea—dijoPardaillánconlamayoringenuidad—.Yonosoymásqueunhombrequeseaburreenestavidayquetratadedivertirseunpoco.Hastaahorasoñéa loshombresmásgrandesde loquesonenrealidad. ¡Ah!Siyotropezaraconalgúnterriblecaballerodeindomablecorazón,deánimoesforzado,degrandes ideas que me ayudara a reformar el mundo, entonces sí, tal empresa medivertiría. Pero debo confesar que, como Diógenes, he buscado en vano con milinterna.Hevistodecercaamuchoshombresquedelejosmeparecíanformidables,seaporsumalignidadoporsugenerosidad.Peromehaocurridounacosamuyrara,señora.Amedidaquemeaproximaba, aquellosgigantesperdían suestaturayeranhombrescomolosdemás.Porfin,alllegarasulado,trasdelevantarlacabezaparamirarlos con asombro, ya no los he visto.Miraba a demasiada altura.Entonces hetenidonecesidaddebajarmisojosalaalturanormal,cuandonomehasidoprecisotodavíamirarmáshaciaabajo.Así,señora,decidme:¿elamoquemeproponéiseselqueelmundoespera?
Pardaillánhablabaconlamayornaturalidadyconlenguajeavecesirónicoyotrasexaltado.
Faustalomirabaescuchándoloatentamente.Ycuandohuboacabadodehablar,la
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jovenseinterrogóasombradaalobservarquesehabíaemocionado.—¿Conmovida,yo? ¡Vamos!Fausta, lavirgen,no llegaráaconocerunhombre
capazdeturbarsupensamiento.Yenvozalta,añadió:—Elamoquehedeproponeros,eselquevoshabéissoñado,caballero.—¡Ah,pardiez,señora!Muchomegustaríaconocertalpersonaje.—Lotenéisantevos—dijoFausta.—¿Vos,señora?—Yo, caballero;yo,quebuscohombrespara la ejecucióndegrandes empresas
capaces de seducir a los más ambiciosos. ¿Queréis ser uno de estos hombres?Adivinoenvoslagrandezadealma,lafuerzadeuninstintosuperior,elpensamientoquepermitedominaralahumanidad.¡Oh,caballero,siyopudieradecirostodoslosproyectos que llevo enmi cabeza! ¿Por qué, sin conoceros casi,me he decidido ahablaros?Nosé,perocreoquesoiselquetantasveceshebuscado.
—«¡Desgraciado de mí!» —pensó el caballero—. «Estoy fresco. ¿Acaso nohabrámediodequellegueundíaenquepuedavivirenpaz?».
—Sabed, pues —continuó Fausta con voz ardiente—. Sabed, aunque no osconozco,elensueñocuyarealizaciónpersigo.Sabedquesoyaquéllaaquienobisposycardenales,reunidosensecretoconclave,hanelegidoparaconduciralaIglesiaasudestinosupremo.Sabedqueante laobragrandiosa,mialmanoha temblado.Alospríncipes queme ofrecían las más deslumbradoras coronas, les he contestado quesería…
Ysedetuvopalpitante.Deprontosellevólamanoasufrenteymurmuróparasí:«¿Cómo? ¿Conmovida hasta tal punto por este aventurero? ¿Yo que hablodespóticamentea losreyes,mehede inclinaranteesteadvenedizo?¡Desgraciada!¿Quéhedicho?¿Quéibaadecir?»
PeroyaPardaillánhabíacomprendido.ElmisteriosoveloquerodeabaaFausta,sehabíalevantadoenparte.Quedóseuninstantedeslumbradoporloqueentreveía,presa del asombro sin límites que sobrecoge al hombre ante la imposibilidadrealizada.
«¡Oh!»—murmuró—.«Así,pues,escierto.EselVaticanoenParís.Yesetronoquehevisto,sinoesparaunPapa,esparaunaPapisa».
Pardaillán se estremeció.Sí, unamujer, unamujer se alzaba anteSixtoV.UnamujerqueanteeltronodelancianoPapa,oponíaelsuyoqueasentabaensuradiantebelleza.Habíaentalmonstruosasuposiciónunademenciatangrande,quePardaillánseencogiódehombrosycasienaltavoz,dijo:
—¡Imposible!«¡Me ha adivinado!» —murmuró Fausta—. «Es preciso que ese hombre se
conviertaenunodemisservidores,oquenosalgavivodelpalacio».PocoratodurabanlasemocionesaPardaillán,demodoqueconmáscuriosidad
quetemoroveneración,miróalaextrañaprincesa.
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—Señora—dijo—.Yaquehabéisempezadoaexplicarmevuestropensamiento,dignaosterminar.ComprendoqueestáisenFranciaparallevaracabounaobraquenoconozco,peroquedebedesergrandiosa.
—Yahabéisvistolosprimerosactos.EnriquedeValoishasucumbidoanuestrosgolpesyandafugitivo.EltronodeFranciaestávacante.Caballero,¿quépensáisdeEnriqueIII?
—¿Yoseñora?Nopiensonada,sinoqueandafugitivocomoacabáisdedecir.—Sí,¿perotenéisalgúnmotivoparaserleadicto?Habladconfranqueza.—Apenas conozco al rey, señora; solamente lo vi una o dos veces cuando se
llamabaduquedeAnjou,yconfiesoquenoletengoengrandeestima.ElrostrodeFaustaexpresóvivocontento.—Muybien—dijo—.Yahora,dejandoaparteelresentimiento,¿quépensáisde
EnriquedeGuisa?—Pienso—contestóelcaballero—queeselpersonajemásindicadoparaocupar
eltronodeFrancia.Éstaesporlemenoslaopinióndetodoslosparisienses.—Sí—dijoFausta—.¿Ynopensáistambiénqueesmásdignodelacoronaque
cualquiera otro de los gentilhombres franceses? ¿No es un hombre de alma bientemplada, valiente y, en fin, que reúne cualidades que le permitirán llevar a cabograndescosas?
—¡Dios mío, señora! —contestó Pardaillán con una sonrisa que no dejabaadivinar si se burlaba o hablaba en serio—.Creo quemepreguntáis siEnrique deGuisaseríaunreycapazdemerecerasualrededoradhesionesheroicas.
—Estoes loqueospregunto, asegurándoosqueel reydeFranciaolvidaría losinsultosrecibidosporelduquedeGuisa.
—Mil gracias, señora—dijo Pardaillán inclinándose—. Espero y deseo, por elcontrario,queGuisaseacordará.Encuantoamiopinión,helaaquí:creo,antesquenada,queeltronoseríaadmirablesinoloocupabanadie.¿Quéqueréis?,esunaidealoca, hija demis largosviajes a través de los caminos,mirando el sol queha sidocreadoparaalumbrara todoelmundoyobservandoquepocosson losquepuedencalentarseconsusrayos.Además,siesabsolutamentenecesarioquealguienseocupeen este país de elevar los impuestos, operación agradabilísima, convengo en ello,sería preciso, por lomenos, que ese alguien fuese amable, generosoy bueno entretodos.
—¿AcasonoeséseelretratodeGuisa?—preguntóFaustaconagudamirada.Pardaillánmiróasombrado.—¿Cómo,señora?¿Acasonohabéisoídoloquehetenidoelhonordedeciros?
¿Creéisvosqueelhombrequehaposadosupiesobrelacabezadeunenemigopuedasergeneroso?¿Cómopuedeparecermebuenoyvaliente,siloheabofeteado?
Pardaillánselevantóapoyandolamanoenelpomodesuespada.—Observad, señora—añadió—, que hasta ahorame parece que he bromeado,
cosaqueosruegoquemedispenséis,peronopuedotomarenseriolasaccionesde
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loshombres.Mecontentoconamarloscuandosonbuenos;admirarlos,siseportancomohombres, y despreciarlos o apartarmede ellos, cuandoobran como fieras.YGuisaesunafiera,señora,ynolocrítico,peroloencuentroodioso.Y,además…
—Acabad,caballero—dijoFaustaconextrañasonrisa.—Allávoy.Queríadecir losiguiente:Yvos,señora,¿quéhacéis?Tanhermosa
señora,contanadmirablebellezaytanfemenina,nopensáisennadaserio,esdecir,en el amor y en la felicidad.Me hacéis pensar en cosas que de antemanome danganas de bostezar, es decir, historia de tronos. Pero perdonadme, ya os decía queconmigonopodríaisaprenderlacortesíafrancesa.
—Nunca sostuve conversación tan interesante. Continuad—dijo Fausta, cuyosojosechabanllamas.
—Gracias, señora, y como lo queréis, continúo. Menos mal si esos asuntosofrecieranalgunadiversión,perono,sonmuycomplicadosydesagradables.¿Queréisqueosdigaporcompletomiopinión?Puesbien,GuisanoseráreydeFrancia.
—¿Porqué?Decidmelarazón.—Porque yo no quiero, señora —dijo sencillamente Pardaillán—. Por favor,
permitidmequeoshable conel corazónen lamano.HabéisvenidoaFranciaparallevar a caboesteproyecto.Puesbien, lomejorquepodéishacer esvolver al paísadmirableenqueserespiraelamorylaalegría,enquecadatranseúntepuedeserungranpintoro inspiradopoeta, y enque lasmujeres tienen sonrisasdediosa.Aquí,señora,noconseguiréisnada.
—¿Porqué?—repitióFausta—.¿Porqué?—Porque os he adivinado, señora. Porque una mujer que sueña con llamarse
Papisa en vez de ser sacerdotisa del amor (Fausta palideció intensamente), es unacosaquemechocayquemepareceextravagante.Porquequeréis,por fin, subir altrono,alladodeunhombreaquienyoheresueltoimpedirquesesienteenél.
—¿Peroporquénohedeconseguirelobjetoquepersigo?—murmuróFaustaconacariciadoravoz.
—Porquevoyainterponermeenvuestrocamino,señora.Dichasestaspalabras,Pardaillánseinclinórespetuosamente.Enaquelmomento
seoyóunsilbidoestridente.Yalerguirseelcaballeropudocreerquehabíasoñado,porquelamisteriosaFaustahabíadesaparecido.
—¡Caramba!—exclamó—.ParecequelaPapisa,asemejanzadelosPapas,noesamigadelaverdad.¡Peste!Tres…siete…doce.Hola,señores,¿quiénessois?¿Soisobispos,cardenalesosacristanes?
Y hablando así, Pardaillán desenvainó la espada, y adosándose en un salto alánguloizquierdodelaestancia,sepusoenguardia.Enefecto,obedeciendoalsilbidoyenelmismoinstanteenqueFaustadesaparecía,entraronporunapuertadisimuladatraslascolgadurasdeldosel,unadocenadehombresenmascaradosquesearrojaroncontraelcaballeroespadaenmano.
Inmediatamente se oyó en la sala ruido de armas, y luego, de vez en cuando,
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algún gemido breve y un grito prolongado. El gemido procedía de alguno de losasaltantesquecaíamuertoenelactoylosgritosdealgúnheridoqueseretirabadelapelea.
Pardaillán, adosado al ángulo de la pared, recogido sobre sí mismo y con lamayortranquilidad,hacíamuypocosgestos,perocadaunodeelloseraunrayo.Susenemigos le dirigían incesantes estocadas sin preocuparse por los heridos. En unmomentodadoelcaballerodiotrespasoshaciadelanteyseenvolvióentalcírculodeacero,quetodosretrocedieron.
—Unmomento,caballejos,¿queréisqueosdeunconsejo?Losasaltantessecallaron.Únicamenteatacabanconmássaña,ysisusrostrosno
hubieranestadocubiertos,hubiérasepodidoleerenelloselprodigiosoasombroquesentíananteaquelhombre.
—¡Excomulgadme!—exclamó Pardaillán dando una estocada que provocó ungritodedolorentresusenemigos.
—¡Matémoslo!—gritaronlosasaltantesconmayorrabia.—Atrás,señoressacristanes—gritóPardaillán.Nohabíarecibidoaúnlamáspequeñaherida.Entreloscontrarios,cincoestaban
muertosoheridos.Enaquelmomentoentraronenescenasieteuochocombatientesmás,todosarmadosdepistolas.Pardaillánestabaperdido.
—Me hubiera gustadomucho poder hablar un rato con el señor deMaurevertantesdereunirmeconLuisaenelpaísdelossueñoseternos—murmuróelcaballero.
Enaquelmismo instanteyantesdequedispararaningunapistola, seabrióunapuerta,enlacualaparecióunhombre.Pardaillánsaltóentoncescomountigre,ydeunterribleempujón,echóalsueloalhombreyfranqueólapuerta.
*****
Aquella puerta era la que comunicaba el palacio de Fausta con la posada del«Broche deOro».Y el hombre que la abriera era el duque deGuisa, a quien «LaRoja»yPaquitahabíanencontradoyconducidohastaallí.
*****
Pardaillánsehallóenlasaladelaorgía.—¡Alto!—vociferaronlosespadachinesdeFausta.Enalgunossegundoselcaballeroatravesólasdossalasysehallóenlataberna.
LapuertaporlaquehabíahuidoladuquesadeGuisa,estabaentreabierta.—¡Maldición!—clamóunavozquePardaillánreconoció.—Yyoosbendigo,señora—contestógritandoelcaballero.Hallábaseenlacallejuelayuninstantedespuésseperdióenlasombra.
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—¡Uf!—exclamó deteniéndose a los cien pasos—. En el fondome alegro dehaberlo visto. ¿Pero qué habrá sido demaese «Pipeau»? Ha huido, ¡cobarde! Eseperroacabarámal.
Diodiezpasosmásysedetuvodenuevo.—¡Ah, caramba! ¿Y quién sería aquella dama que se desmayó enmis brazos?
¿Quéserádeella?¿Ysifueraabuscarla?Porque,enrealidad,soysucaballero.Talvezesunadescortesíadejarlaallá,perovamos,apesardetodo,seríainsignetonteríael exponerme a queme ensarten, por el gusto de ir a presentarmis respetos a unadesconocida. Si fuera una amiga mía como Rosa, por ejemplo, no diría que no.Vamos,caballero,unpocodejuicio,¡quédiablo!¿Ylagitanilla?¿Seráconvenientecontinuarsiguiendolapista?Vamosadormir—sedijo—.Siemprehevistoqueenlacamaescuandotengobuenasideas.
Yunavezfranqueadoelpuente,remontóelcursodelríoendirecciónalacalledeBarrés,endondeloesperabaCarlosdeAngulema.
Desde su salida de la posada del «Broche deHierro», lo seguían tres personasobservandoatentamentetodossusmovimientos.EranPicuicyGraznido,guiadosporMaurevert,quequeríavengarsedelcaballero.Maurevertoyóeltumultodelacasayescuchó atentamente reconociendo una de aquellas peleas que únicamente podíaprovocarlapresenciadePardaillán.
—¡Sipor lomenosreventaraallídentro!—dijocon losdientes—.Perono,ahíestá.Atenciónvosotrosdos.Yasabéis,sisucumbe, tendréisenmíunprotectorquenoregateaeldinero.
—Puesentonces,hemoshechofortuna—dijoPicuic.Los tres hombres franquearon el Sena en seguimiento de Pardaillán y como él
fueronporladesiertaorilla.ElcaballeroentoncessehundióenunacallejuelaqueensuextremidadibaadarenlacalledeBarrés.
—Heaquíelmomento—dijoMaurevertdeteniéndose—.¡Aél!Los dos hércules, se lanzaron contra Pardaillán. Maurevert sacó la daga y se
preparóaatacarloencuantoestuvieraderribado.Queríadarleelgolpedegracia.El caballero marchaba descuidadamente, con la espada que le golpeaba las
piernasylasplumasdesusombreroagitadlasporelairedelanoche.Deprontooyóasuespaldael ruidocasi imperceptibledepasos rápidosquesedirigíanhaciaél.Alvolverse vio a dos hombres que se disponían a atacarlo, y entonces desenvainórápidamentesuespada.
—¡Oh! —dijo—. Es una noche trabajosa para mi espada. Bueno —añadióenvainándoladenuevo.Nosonmásquedostruhanes.
—¡Labolsaolavida!—exclamóentoncesPicuic.—¡Labolsaolavida!—repitióGraznidoconlúgubreacento.Yalmismotiempolevantaronsusdagas,peroantesdequesusbrazoscayeran,
losdosprofirieronunaullidodedolor.Pardaillánhabíadirigidodospuñetazos.Unoaderecha y otro a Izquierda. El puño derecho aplastó la nariz de Graznido y el
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izquierdohinchóunojoaPicuic.—¡De rodillas, truhanes!—dijo el caballero—.Ypedid perdón al caballero de
Pardaillán.Los dos hombres, a pesar del dolor y el susto que les ocasionara tal acogida
inesperada,seaprestaronadirigirunapuñalada traidoraalcaballero,peroaloír sunombre, se detuvieron estupefactos y Graznido tiró el puñal, mientras Picuicenvainabaelsuyo.
—¡Derodillas,osrepito!—dijoelcaballero.Yalmismo tiempo los cogiópor el cuello, y con irresistible fuerzagolpeó sus
cabezasunacontraotra.Losdosbandidoscayeronderodillas.—Perdón,señorcaballero—exclamóunodeellos—.Yaos lodiré todo.Sabed
tansóloquesoyPicuic.—Yyo,monseñor—dijoelotro—,antesque tocarvuestroscabellos,preferiría
ayunarunmesseguido.Graznidotieneelvientreagradecido.—¿Graznido? ¿Picuic? —exclamó el caballero—. ¿Dónde he oído yo esos
nombres?Levantaos,muchachos,¿dedóndesalís?¿Dequéosconozco?—De«LaAdivinadora»,monseñor,estamañananosinvitasteisacomer.—¡Ah!Ahoraos reconozco.Yenpagode aquella comidamagnífica, ¿queríais
matarme,verdad?PicuicyGraznidocontestaronadúo:—¡Oh,monseñor!¡Sihubiéramossabidoqueeraisvos!…—¿Quéhabríaishecho?Hablad,ysisoisfrancos,ossoltarésincastigaros.—Monseñor —dijo Picuic en voz baja—. Os seguimos desde la calle de la
Tissanderie.—¡Qué constantes sois! La verdad es que vuestro empeño merecía mejor
resultado.—Alejémonos, monseñor —dijo a su vez Graznido—. Alejémonos, porque
podríacaerdeimprovisosobrenosotros…—¿Quién?¿Soistresacaso?—Elquenoshapagadoparamataros.¡Ah,silohubiéramossabido!PeroyaPardaillánnolesescuchaba.SeDirigióhaciaelSena.Seratacadopordos
bandidosnoeranada,peroquealguienloshubierapagadoparaqueloasesinaran,erayamásgrave.Unenemigodesconocidoesunaamenazaperpetua.PormásquehizoPardaillán no le fue dado encontrar a nadie y, por lo tanto, volvió adonde habíanquedado los dos bandidos. Los halló en el mismo sitio, prueba indudable de queobrabandebuenafe.
—Vuestrocompinchehadesaparecido,perodecidmecómoera.Talvezsetratabadealgúnamigoquequeríadivertirme.
Picuic,elmásinteligentedelosdos,empezóentoncesahacerunadescripcióndelhombreque loshabíapagado.Pareceque taldescripción fuebastanteexactayquePardailláncomprendióporfindequiénsetrataba,porque,pocoapoco,sucarafue
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animándoseyunasonrisasedibujóensuslabios.—¡Él!—murmuró—.¿Sabe,pues,queestoyenParís?Sequedópensativoalgunosinstantesyluego,levantandolacabeza,dijo:—Estábien.Idos.—Monseñor—suplicóGraznidoconlúgubreacento.—¿Quéhay?—dijoPardaillánqueyasealejaba.—Simonseñorquisierapermitirnos—suplicóPicuic.—¿Qué?¿Oshabéisvueltomudos?—Quisiéramosescoltaros—dijoGraznido.Pardaillánseechóareír.—¿Demodo—dijo—quetenéismiedo?—Algohaydeeso,monseñor.—Esqueaquelhombreteníauntipomuysiniestro—añadióGraznido.—Yteméisqueospersiga,¿verdad?Demodoqueyo tendréqueescoltara los
que querían matarme. Bueno, aceptado. Id delante, valientes, y no tengáis ningúnmiedo,porqueelcaballerodePardaillánosescolta.
YPardaillán,desenvainandolaespada,empezóaandartraslosdosbribones.—Porestanoche—dijo—osofrezcohospitalidad.Pardaillánsirvió,pues,deescoltaalosdostruhanesquehabíanqueridomatarlo
y, además, como desafiando todas las reglas de la moral establecida, queríaalbergarlosaquellanoche.ElgrupollegósintenerningúnmalencuentroalacasadelacalledeBarrés.
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XIII-LaReinaMadre
ENUNVASTOysombríooratoriodelpalaciodelareina,unamujersentadaenunsillón de caoba, y apoyada de codos en unamesa de ébano, hojeaba con atenciónprofundaun grueso volumen escrito en latín y en cuyaprimera página se leía estetítulo:
StemmataLoiharingiaeetBarríDucumGenealogía de los duques de Lorena y de Bar. Era una interminable
argumentación llena de documentos más o menos apócrifos. El volumen,groseramente encuadernado, como un libro destinado a ser difundido en variosejemplares,llevabalafirmadeMicerFranciscodeRosières,arcedianodeToul.
Lalectoraparecióabsorberseensuocupación,conlascejasfruncidas,ypor,fin,cerró el libro. Entonces, con su pálida cabeza apoyada en la mano, murmurósordamente:
—Sí,Renato;heaquílaaudaciadelosGuisaysuspartidarios.ElabogadoDavida quienmandématar, hacía remontar los antepasados deGuisa hastaCarlomagno.¿QuéharéaeseRosièresaquienlalíneadeloscarlovingiospareceinsuficienteyquedaClodiónelCabelludoporpadreaEnriquedeLorena?
—Noosquejéis,señora—dijoelhombreaquiénibandirigidasestaspalabrasyquede pie y apoyado en una arquilla contemplaba fijamente a la lectora—.Noosquejéis;habéiscriadoaesecuervoalcualeranecesariocortarlasalascuandoyooslodecía.
—Mihijoesunusurpador;losValoissonusurpadores—continuólamujercomosinohubieraoído—.LaverdaderarazarealesladelosLorenasyellegítimoreydeFrancia,EnriquedeGuisa.
—Pensadenelpasado,Catalina.PensadenquedisteiselmejorpapelalduquedeGuisadurantelajornadadeSanBartolomé.
Aquellavez lamujer se estremecióy levantó la cabeza.Un rayode sol que sefiltrabaatravésdelventanal,acentuóelrelievedeaquellacabezaenérgicaysombría,yCatalina deMédicis,madre deEnrique III, tenía en aquella épocamuy cerca desetentaaños.Parecíaestarmuycansada,yensusgestoshabíaunalaxitudtal,comosien realidad hubiera vivido setenta siglos o como si sus ideas fueran demasiadopesadasparasucabeza.
—¡LajornadadeSanBartolomé!—dijo.—Sí—contestóelhombreaquienhabíadadoelnombredeRenato—.Eldíade
lamuertedemihijo.Laancianareinanolooyóafingiónooírlo.—Ruggieri—dijo—,lajornadadeSanBartoloméeslagranfaltademivida.—¿Tenéisremordimientos,reinamía?—preguntóRuggiericonirónicoacentoen
elqueCatalinapareciónofijarse.—Hubiera debido—continuó ésta—desembarazarme antes de losGuisa.Y en
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cuantoa loshugonotessiemprehubierasidoocasióndeentregarlosalpueblo.Peronohablemosdeello,Renato.HeaquíqueGuisaeselamodeParís.Mihijohahuido;elpobremuchachosólohatenidotiempodefranquearlaspuertascontandoconquesumadreresistiríaa losdefensoresde lasbarricadas. ¡Ah,québienmeconoce!Yasabíaélqueyonodesertaría.
YdioungolpeviolentosobreelvolumendelarcedianoRosières.—Que prueben lo que quieran. Que hagan la revolución. La vieja reina está
siempreensusitio.Y¡porlasangredeCristo!,mientrasyoviva,eltronodeFrancianos pertenecerá.Hay aquí—continuó golpeándose la frente—con qué contestar atodassusañagazas.
Habíaselevantadoconelrostrollenodeodio,peroapococayódenuevosobreelsillóny sequedópensativaycon lasmanos juntas.Ungran relojdio lasnueveenaquelmomento.
—Dentro de algunos minutos —continuó— el visitante habrá llegado. Cuida,Renato,dequepuedaverloyoírlo todo.EncuantoaGuisa, loharásentrarenesteoratorio.Apropósito,¿yeseLoignes,cómosigue?¿Sesalvará?
—Sí,reinamía,vivirá.Dentrodeunmespodrálevantarse.—Melotraerásparaverloquesepodráhacerporél.Ve,ocúpatedeprepararuna
recepcióndignaparaelquedebellegar.Velasobretodoparaqueniungestoniunapalabratraicionenelnombredelilustreancianoquehaqueridoveryescucharporsímismo.
Ruggieri, antes de salir, se acercó a la anciana reina, y sacando del bolsillo unsaquitodeterciopelo,retiródeélunapiedraredondaquepusoconprecauciónsobrelamesa.
—¿Quéeseso?—preguntólareinacuyosojosbrillaron—.¿Unnuevotalismán?—Sí,señora—dijogravementeRuggieri—.Enesasterriblesconjeturas,Vuestra
Majestaddebeestarbienprotegidacontralosmaleficiosylamalasuerte.Teníaestetalismánenreservaparaalgunaocasiónsupremayosloofrezcocreyendoqueosserámuyútil.
—¡Ah, Renato! Túme salvas—exclamóCatalina, que con temblorosos dedoscogiólapiedraylaexaminó.
Eradeónice,redonda,dedoscolores,ysobreellaestabagrabadaunapalabra:—Publeni—leyólareina,interrogandoconlamiradaaRuggieri.—EsunapalabracabalísticaquehehalladoenunmanuscritodeNostradamus[2].
Suvirtudescasi infinita.Cuandoosveáis apuradaparahallar la ideavictoriosa,ounacontestaciónsinréplica,bastaráquelapronunciéistresvecesenvozbaja.
—Publeni —repitió Catalina de Médicis—. Gracias, buen Renato. Eres,realmente,laprovidenciaparalapobrereinaabandonada.
YaRuggierihabíasacadodeunabolsaunaspinzasdeacerosemejantesalasqueusanlosjoyeros.Catalinasequitóunbrazaletequellevabaenlamuñecaizquierda,elcual se componía ya de nueve granos que Ruggieri diera a la reina en diversas
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circunstancias.Elastrólogoañadióelónicequeacababadedar,yelbrazaleteestuvocompuestodelassiguientespiezas:
Primero:unapiedradeáguilaoval,sobrelacualestabagrabadoundragónaladoconlascifras1559,queeraelañoenqueEnriqueIIfuemuertoenuntorneoporunlanzazodeMontgomery.
Segundo:unágatadeocholadosatravesadaporagujeritosenformadetubos.Tercero: una hermosa piedra de ónice ovalada, de tres colores, sobre la cual
estabangrabadoslossiguientesnombres:Gabriel,Rafael,MicaelyUriel.Cuarto:unaturquesaovalada,sujetatransversalmenteporunabandadeoro.Quinto:untrozodemármolblancoynegro.Sexto: un ágata oscura y ovalada. Sobre una de sus caras estaban grabados un
creciente,uncaduceoyunaestrella;sobrelaotracara,laconstelacióndelaserpiente,entreelSolyelsignodeEscorpión,todoellorodeadoporseisplanetas;yenelcantolafiguradeJehovahconmuchossignoscabalísticos.
Séptimo:untrozocuadradodecráneohumano.Octavo:unacrapodinaovalada.Noveno:untrozodeororedondeado.Décimo y último: el ónice que Ruggieri había añadido a los nueve talismanes
anteriores.—Ahoraestáissólidamentearmada,reinamía—dijoelastrólogounavezhubo
terminadosu trabajo.Heaquíunapiedradeáguilaqueosaseguraráelpodery lospensamientos altivos; los tubos de ágata que absorben los pensamientos débiles;Uriel,Micael,RafaelyGabriel,conjuradosaprotegerosyobligadosarodearosconsus cuatro espadas invisibles; he aquí la turquesa con una banda de oro que os hadadolariqueza;elmármolqueosaseguralasuntuosidaddevuestravivienda;enelágata los signos del zodíaco invitados a preparar el éxito de vuestros proyectos; lacrapodinaqueosgarantizacontralosviciosdelasangre;eloroquehacedevosunpoder igual a los ocultos, y por fin, el ónice que debe inspiraros en las pláticaspeligrosas.
—¿Yesetrozodecráneohumano?—preguntóCatalinallenadeansiedad.—Yaosdirémástardededóndelosaqué—contestóRuggiericonsombríavoz
—.Bastaqueseáissocorridaportodaslasfuerzascelestiales.—Ypor las infernales—dijoCatalina—.Olvidaseste talismánquemedisteel
añoúltimo.Eselmejordetodossindudaalguna.Yalmismotiemposacódesusenounaespeciedemedallónsuspendidodeuna
cadenadeoro.—Sí —dijo el astrólogo pensativo—, ese tal vez es el mejor para vuestra
salvaguardia, porque puede darse el caso de que las potencias infernales seanmásfuertesquelasdelcielo.Hehechoestaobrabajolasconstelacionesrelacionadasconvuestronacimiento;hanentradoenélsangrehumanaydebúho;hegrabadovuestraimagen desnuda a fin de que estuvierais en comunicación más directa con los
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demoniosqueheinvocadoycuyosnombresmágicososrodean.Catalina,conelmismofervorquehubieraempleadopararogaralossantos,leyó
losnombresdelosdemoniosymurmuró:—Elubeb,Asmodel,Haciel,Haniel,sedmepropiciosyayudadmeaconservaral
quevaamiraryescuchar.Casi enseguida guardó el talismán en el seno y fue a arrodillarse en su
reclinatorio,continuandoaDiosel ruegoquehabíadirigidoa loscuatrodemonios.EntretantoRuggierisalió.
—¿HallegadoelseñorPeretti?—preguntóaunlacayo.—Hacediezminutosqueesperaenlasaladelasninfas.Ruggieri se dirigió precipitadamente hacia aquella sala así llamada, porque
CatalinadeMédicis,artistaaficionadahastaelfindesuvida,habíareunidoallíunaveintena de cuadros italianos representando todas las semidiosas de la mitologíagriega.
Allí un hombre vestido como un modesto burgués y sentado en un sillónalmohadillado,examinabaaquelloscuadrosconexpresióndesoberanodesprecio:Eraunancianodecabellosgrises;podíateneralgomásdesesentayochoaños,perosualta estatura continuaba erguida, en una actitud de fuerza y orgullo.Tenía los ojosvivos, inteligentes, lafrenteespaciosaylosmaxilaresinferioresmuypronunciados,cosaqueindicabalaastuciallevadaalextremo.
TaleraelseñorPeretti.En el momento en que entró Ruggieri, aquella magnífica cabeza de anciano,
inteligenteyenérgica,cambió repentinamentedeexpresión.Subustocayósobresímismo.Selevantógimiendocomosiledolieramoversey,encorvado,seapoyóenunbastón con la mano derecha, mientras con la izquierda se cogía al brazo querespetuosamenteletendíaRuggieri.
Elastrólogo,sinpronunciarunapalabra,condujoalvisitantehastaunahabitaciónquecomunicabaconeldormitoriodelareina.DesdeellugarenquesesentóelseñorPeretti,podíaveryoíratravésdeunaaberturabastanteanchaqueeneldormitorioestabadisimuladaporuntapiz.
CatalinadeMédicisacababadeterminarlafantásticaoraciónenquelosángelesGabriel yMiguel semezclaban de unmodo extraño con los demoniosAsmodel yElubeb, cuando las aclamaciones del pueblo resonaron a lo lejos en la calle. Selevantóconlospuñosapretadosyprestandooídohaciaaquellosgritosdealegríaqueparecíaninsultarsutristeza.Entoncesexclamó:
—HeaquíaEnriquedeGuisaquellega.Aélloaclaman.EselhijodeDavid.YmihijonoesmásqueHerodes,elmalignoHerodescontraquiensealzanlaspiedrasen forma de barricadas. Pero, paciencia. Todavía no está acabado. He conseguidodestruiraloshugonotes,aColignyyalBearnés.YlomismollegaréahacerconlosLorena.
Los gritos de la multitud iban creciendo y se aproximaban cada vez más. De
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prontocesarondeoírse,puesEnriquedeGuisaacababadeentrarenelpalaciodelareina.Algunosinstantesmástarde,Catalinaoyóelruidodeunanumerosaescolta,yelchocardelasespuelascontralaslosasdelassalas.Lapuertadeloratorioseabrió,yuncriado,especiedemayordomodelpalacio,apareció,peroantesdequehubierapodidoabrirlaboca,lareinadijoenaltavoz:
—Idadeciralseñorduquequenosplacedarlelaaudienciaatítulodelsúbditomásfielasumajestadelrey.
—Doygraciasavuestramajestad—dijoelduquealentrar—dedarmeel títulodefielsúbdito,queeselmáshermosoaquepuedeaspirarunhidalgoleal.
La puerta se cerró de nuevo y la escolta de Guisa se quedó en la habitaciónvecina.
La reina se sentó en un sillón y Guisa se quedó en pie, pero con actitud tanaltanera y agresiva, que era difícil adivinar si venía como súbdito del rey, o comoconquistadorquevaadictarsuscondiciones.
CatalinadeMédicishabíatomadoaquellaexpresióndemajestuosadignidadqueadaptabacomounantifazsobresumóvilsemblante.Guisaesperabaverlahumillada,abatidaycasipidiendograciaparasuhijo.
—Primo—dijocongranserenidad—.¿Cuálessonvuestrasintenciones?Estamossolos. Nadie pueda escucharnos. Yo estoy dispuesta a oírlo y comprenderlo todo.Comoreinasintronoyesposasinmarido,quemeesperaenelcielo,ymadrecuyoshijoshanmuertounodespuésdeotro,ycuyoúltimosobrevivienteacabadesufrirlamásespantosacatástrofequepuedasufrirunrey,mientras,vieja,enunapalabra,ydedicadaporcompletoalaoración,soytalvezlaúnicapersonaaquienpodéishablarfrancamente.Tantosihabéisqueridocomonolasbarricadas,noporesodejáisdeserelvencedordelosValois.Duque,osruegoquemecontestéis,¿hastadóndepensáisllevarvuestravictoria?
EnriquedeGuisaconocíadesdeantiguafechalaastuciadeCatalinadeMédicisyhabíapreparado,portanto,susbaterías.Aquellanoblesencillez,aquellalimpidez,siasípuededecirse,depalabras,yaquellatranquilidaddealmaensemejantemomento,lo desconcertaron completamente. Buscó, pues, los motivos de actitud tanextraordinaria.
Suverdaderopensamientofueéste:—Soyelmásfuerte.Laancianareina,agotadaporveinteañosdeguerrassordas
odeclaradas,abandonalalucha.Sicedo,pierdotodoelbeneficiodemiposiciónysihablocomovencedorloobtengotodo.
—Señora —dijo entonces—, no soy yo, como sabéis, el que ha hecho lasbarricadas, sino el pueblo de París, al que no he podido contener. Lo que harevolucionado a este pueblo, señora, ya lo sabéis también; es la locura de vuestrodesgraciado hijo concediendo al señor de Epernon y al señor deO, el derecho decrearimpuestosextraordinarios.Ylosburguesesestányacansadosdepagar,señora.
Lareinaaprobóconungesto.
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—LoquehaexasperadoaParís—continuóGuisaanimándosecadavezmás—,es,perdonadme,señora,siobedezcocompletamentelaordenquemehabéisdadodeser franco, la hipocresía de ese rey, que tan pronto se da a la Liga como a loshugonotes; es su depravación increíble, al rodearse de miñones, y es, por fin, elinmensoclamordeunreinoquepideyreclamaunreyverdadero.
—Yesereyverdaderosoisvos.—¡Yo,señora!Youotro—exclamóGuisaperdiendotodamesura—.Laherejía
nosinvadeyseránecesariorepetirlajornadadeSanBartolomé.Elpueblonotienedinero; las libertades de los burgueses han sido suprimidas, los señores estánhumilladosy,enunapalabra,esprecisosalvaraFrancia.
—Yelsalvadorsoisvos.—¡Yo,señora!Youotro.¡Quéimporta,mientraselantiguorenombredeFrancia
nonaufraguepara siempre en el ridículo y la vergüenzade las orgías entreveradasconprocesioneshipócritas!
LareinarepitióaquelgestodeaprobaciónquehabíaasombradoaGuisayqueleincitaraadeclararsupensamientoentero.
—Todo lo que acabáis de decir—contestó ella—yo lo pensaba.Mil veces heprevenidoamihijo.LeherogadoquedespidieraaeseEpernonyaeseFranciscodeO,pero¡ay!,nomehahechocaso.Nohablemosmásdeello.Soydemasiadoviejayestoy sobrado fatigada para seguir luchando, pero confieso que me moriríadesesperadasimeestuvierareservadalaespantosacalamidaddeverocupareltronopor un hereje, por ese Bearnésmaldito que en estosmomentos está reuniendo unejércitoformidableenlaRochela.
Guisapalideció,asustándosealsentirelgolpequeCatalinaacababadedirigirlemirandoalcieloconsusojosllenosdelágrimas.EnriquedeBearn,reydeNavarra,eraelúnicocapazdeoponerseaGuisa.Enunapalabra,era supesadilla.La reina,queconhabilidadprodigiosaparecíaadmitirqueeltronodeFranciaestabavacanteentonces,dirigiópues,aGuisa,unverdaderomazazorecordándoleimpensadamenteaquelterriblecompetidor.
—¡Ay!—murmuró—.¿Quiénserácapazdedeteneralhugonotequepretendelacorona?Mihijoandafugitivoycasiproscrito.Notienesoldadosy,porlotanto,nadapuede hacer. Y vos, primo, ¿cómo haríais la guerra al Bearnés? No tenéis tropasbastantes,asícomotampocodineroparareunirías.
Deestemodo ladiscusiónnoera tratarde los interesesdeGuisayEnriqueIII,sinodeimpediralBearnésquellegaraaserreydeFrancia.
—¡Ah, señora! —exclamó Guisa—. Invadiré el reino a sangre y fuego si esnecesario,peroEnriquedeNavarranollegaráaParís.
—¿Qué autoridad tendréis para llevar a buen término esta empresa? Seríanecesarioanteshacerosproclamarrey,esdecir,destronaramihijo,locualseríauncrimenabominable.
—Auncuandomerepugnaelcrimen,señora,meveréobligadoacometerlo.
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YelduquedeGuisadioungolpedetacónenelsuelo.Sucaraseinflamóylosojosleechabanllamas.
—Esoseríadesencadenarlaguerracivil,¿yquiénsabecuálseríaelganancioso?Una vez más parecía abandonar a su hijo, pues admitía como buenas las
aspiracionesdeGuisaaltrono.—¿VeisalgúnotromedioeficazdedeteneralBearnés?—preguntóelduquecon
insolenteironía.—Hayuno—dijoCatalina—,unosólo.Esesperarlamuertedemihijo.Guisa se estremeció violentamente. Catalina en aquel momento expresaba
augustodolorysublimemajestadydiounprofundosuspiro.—Yasabéis—dijo convoz infinitamentedulcey triste, quemipobrehijo está
condenado.Yasabéisquelosmédicosmásnotablesnoleconcedenmásqueunañode vida. Duque, escuchadme; no veáis en mí más que una madre afligida. Unacristianaquequieremorirenpaz,cumpliendohastaloúltimosudeber.Enriqueeselúltimodemishijos,puestodoslosdemáshanmuerto.Unavezélhayafallecido,ladinastíadelosValoisquedarásinsucesión.
Guisa escuchaba con tal atención, que el sombrero que tenía en lamano se lecayóyendoarodarhastalospiesdeCatalina.
—Una vez mi hijo muerto, dentro de algunos meses—continuó con sublimeresignación—¿quiénpodrá suceder a la raza de losValois? ¿Quién sino elmismoqueEnriqueIIIhayadesignado?
—Acabad,señora—continuóGuisaguardandoactitudmásrespetuosa.—¿Y a quién designaría Enrique sino al que yo le indicara? Porque a Dios
gracias, si ya no soy reina, soy aún madre. Y si no tengo poder en la corte, heconservado completo imperio en el corazón de mi hijo. Queda, pues, por saber aquiénvoyadesignar.Yaveis,duque,quepuedohacermuchoyqueunavezmuertayo, porque moriré inmediatamente después de mi hijo, el que me haya guardadoatencionesseráelquemejoresderechostendráparareinar.
—¿Yése,señora,quiénes?—preguntóGuisacongranansiedad.Por tales palabras la reina comprendió que la victoria era suya. Comprendió
cuáleseranlospensamientosdeGuisa,quealasazónsehallabaasumerced.—Pues será—continuó con la indiferencia con que iba hablando— el queme
haya ayudado, o, mejor dicho, el que ayude a mi hijo a destruir para siempre alBearnés.Porlacuna,lafuerza,laenergíaylagrandeza,sóloveounhombrecapazdecumpliresecometido,yestesoisvos,primo.
Guisa se inclinóprofundamente, dispuesto a arrodillarse ante aquellamujer tansuperiorporsuconocimientodelcorazónhumano.Sesentíallenodeesperanzaydeorgullo. Lo que le ofrecía Catalina era la realeza asegurada, sin conquista, sinnecesidaddeguerrearcontraEnrique III, sincombatircon loshugonotes,yenunapalabra, que sus pretensiones fuesen reconocidas por el soberano legítimo. Y acambiodeesto,¿quéselepedía?Sencillamenteesperarlamuertedelrey.
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Noeranecesariomás.ApenaspasaríaunañoyGuisaseríareysincontradicciónposible.¿Quiénsabe?Ysilamuertenoerabastanterápida¿acasoelpretendientenopodríaprecipitarla?
He aquí los pensamientos que se formaban en el cerebro de Guisa. Yexperimentaba inmenso alivio al decirse que la intervención de la anciana reinaarreglaríadeuna solavez la situación.Así,pues, elduquedeGuisa,queunahoraanteshabíaresueltoprecipitarsuvictoria,hacerseentregaralreyydarprincipioalaguerra,tratabaahoradeejercerdediplomático.Enaquelmomentotalvezoriginósupérdida.AlasúltimaspalabrasdeCatalina,contestóirguiéndose:
—Señora. ¿Cuándoqueréisquevayaabuscaral reyparavolverlo triunfantealLouvre?
Catalinacerróun instante losojoscomopara reflexionar,peroen realidadparaocultarelrayodemaliciaydealegríaquebrillabaenellos.
—Yairemosjuntos,primo.Peroencuantoalosparisienses,seránecesarioquelavueltademihijovayaprecedidadealgunadiscusión.No temáispedirmuchoparavos y vuestros amigos. Es preciso que no parezca que os sometéis, sobre todo siqueréis que vuestros ligueros os sean fieles hasta el día, próximo sin duda, en queseáisreydeFrancia.
—¡Señora!—dijoGuisa deslumbrado—.Admiro el genio de vuestramajestad.Loharécomodecís.MepresentaréalreycomotenientegeneraldelaLigayno…
—Ynocomo súbditodemasiado fiel—continuóCatalina conaguda sonrisa—.Pero tened cuidado, porque os veréis obligado a luchar con temibles contrarios.Apropósito —añadió tosiendo y mirando el tapiz de soslayo— será necesarioasegurarseelconcursodeRoma.
ElduquedeGuisaseencogiódehombros.—¡Roma!—dijo sordamente—.Ya es tiempo de que el Papa se ocupe de sus
asuntosynodelosdeFrancia.Elrey,vuestrohijo,hademostradohastaahoraunadebilidadincreíbleconrespectoaSixto.
—ElreydeFranciaeselhijomayordelaIglesia.—Sí, pero con la condición de que el Papa sea un buen padre. Sixto es
absorbente. Es viejo sombrío, hipócrita y ambicioso en extremo, sueña tal vez enapoderarsedelreino.Seránecesariocontar…
—Tenedcuidado,hijomío.ElPapaespoderoso.—Lo ha sido, señora. Hoy podemos pasarnos sin él. Por su despotismo se fía
atraídoelodiodelamayorpartedeloscardenales.Quetengacuidado;elporquerizohafatigadolapacienciadelospríncipesyyoséqueuncónclavesecreto…
Guisasedetuvodepronto.—¿Qué?—preguntóCatalina—.Acabad,duque,yrecordadquesomosaliados.—Loquepodríadeciravuestramajestadesdetalmodoincreíble,queapenaslo
creoyomismo.Únicamentequierodecirosunacosa,yesquesilaCristiandadtieneaSixto V como jefe visible, tiene además otro oculto. Y a este último es al que
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obedecerá la Liga. Sixto me había prometido dos millones. ¿Dónde están? Meprometió tambiénel apoyodeFelipedeEspaña,yéstemeponemal talante.Sixtohaceundoblejuegoycuandoyoquiera,omejordicho,pueda…
—Esdecir,cuandosucedáisamihijo.—Sí, señora—dijoGuisa embriagado—.Puesbien, aqueldíaSixtoverá como
anteélseyergueotroPapamáspoderoso.—¡Oh!Talcosaesimposible.Uncisma.¿Osatreveríaisaello?—¿Porquéno,señora?Mientraselcismaaseguraseelpredominiodelaautoridad
real…—¡Ay!—dijoCatalinavolviendolacabeza—.Nodeseovernadadeloqueme
anunciáis. Sólo deseo una cosa en el mundo. Que mi hijo viva con relativatranquilidadlosdosmesesdevidaquelequedan,despuésdelocualmeapagarénoteniendonadamásquehacerenelmundo.
Guisaseinclinóconemociónaparente.Luegoporsímismofueaabrirlapuertaysu escolta apareció ante la reina madre. Se componía de unos cuarenta señoresarmadosyprestosamontaracaballo.
—Señores—dijo envozalta elduquedeGuisa—.Sumajestad la reinamehaprometido en este díamemorable emplear su crédito en hacer cesar la guerra queasuelaaParísyalreino.Señores:¡Vivalareina!
Y Guisa acompañó tales palabras con una mirada tan imperativa, que losgentilhombres,apesardesuestupefaccióngritaronacoro:
—¡Vivalareina!—Lareina,señores—continuóentoncesGuisa—,haaceptadoyprometidohacer
aceptar a su majestad el rey los artículos más importantes de nuestra santa Liga.Todosnosotros,porconsiguiente,hemosdehallarhonoryprovechoenlapazqueseprepara.
Esta vez la estupefacción se acentuó. Aquella escolta que tenía por misión elarrestodeCatalinaparaquesirvieraderehén,asistíaconestuporycasiconangustiaaaquellareconciliaciónimprevista.
—Señores —dijo entonces Catalina—. Servios preparar un cuaderno con eldetalle de vuestros deseos. Respondo de hacerlos aceptar por el rey, así comoconvocarinmediatamentelosEstadosGenerales.
—¡Vivalareina!—repitióelduque.—¡Vivalareina!—repitieronlasgentesdeGuisaempezandoaretirarse.La reina madre en pie, apoyada en su sillón y sonriendo, los miraba alejarse.
Cuando el último de ellos hubo desaparecido, dirigió su mirada al brazalete detalismanesquellevabaenlamuñecaymurmuró:
—Ruggieri no ha mentido. Esas piedras diabólicas me han inspiradoverdaderamente laspalabrasnecesarias.Sí—añadió—, laspalabrasquematan.Mihijoviviráyreinará,ytú,miserableLorena,imbécilorgulloso,prepárateamorir.
Entonces se dirigió hacia el tapiz que ocultaba la abertura por la que el señor
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Perettiasistieraaaquellaescena.LohallósentadoenelmismosillónenqueRuggierilodejara.LareinaCatalinadeMédicissequedóenpieanteaquelburgués,delmismomodocomoGuisalohizoanteella.
—¿VuestraSantidadlohaoídotodo?—preguntólareina.—Sí,hijamía,loheoídoylohevistotodo—contestóelseñorPeretti.
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XIV-SixtoV
—ELSEÑORduquedeGuisa—continuóelPapa—osharecordadoquedurantemiprimerajuventudguardécerdos.Enefecto,miamomejuzgabadetalmododébildeespíritu y tan poco apto a todo gobierno, que no quiso confiarme la guarda de lasvacasdesurebaño.Medioloscerdosparaquelescondujeraapaceryasí,hijamía,aprendíamandaraloshombres.
—Cuando ya fui sacerdote —continuó hablando como consigo mismo—, ycuandome nombraron cardenal, cuantomás subíamásme daba cuenta de que loshombressoncerdosalosquesedebemandarvaraenmano.CuandomurióGregorioXIII y se trató de reemplazarlo, me acordé de pronto que uno de los cerdos queguardaballegóaimponersudespotismosobretodoelrebaño.Noobstante,noeraniel más fuerte ni el más violento. Por el contrario, trataba de pasar inadvertido;mientras losdemássepeleaban,él secomía losmejorespastos,perosiunodesuscamaradas quería echarlo de allí, mostraba entonces actitud tan amenazadora, quenadieseatrevíaaacercarseaél.AsíescómolleguéaserPapa,hijamía.
Yseechóareíralegremente.—¿Sabéiscómomellamabanloscardenalesdelcónclave?Mellamabanelasnoy
poresomeeligieron.Además,creíanqueyomoriríacasienseguida,puesestabamuyencorvadoyandabacondificultad. Juzgadde su temorcuando,yaelegido, tiré lasmuletas y me erguí. Fue un chasco hermosísimo, hija mía. Únicamente mecomprendióCajetán.«PorDios—exclamó—elasnobuscabaenelsuelo las llavesdeSanPedro».YoquieromuchoaCajetánporqueesunhombre.EncuantoaGuisa,esunmuñeco,señora,omejordicho,uncerdo.
SixtoVserecostócómodamenteensusillónyrepitióenvozbaja:—Uncerdo.Hablaba sin cólera, sin tristeza y tal vez sin desprecio. Únicamente hacía una
observación.—Los cardenales—continuódespuésdeunos instantesde silencio— ¡hermoso
rebaño! ¿Sabéis por qué me odian? Porque he querido recordarles la doctrina deJesucristo.Porquehedichoa lossacerdotesquePedroerapobre.SoyunmalPapaporquenoquieroquelosvicariosdeJesucristovivancomocerdos.Yatalescerdos—dijo— conviene una Circe y han elegido una. ¡Imbéciles! Se figuran que no sénada. Me desean la muerte, pero ninguno se atreve a dármela. Ni uno solo haaceptadolatemiblemisióndelucharcontraSixtoV.Hasidoprecisoqueintervinieraunamujerquehaempezadoelcombateenlastinieblas.
Y añadió conmajestad violenta, casi terrible, levantando su dedo con gesto deamenaza.
—Notemonada,porqueDiosestáconmigo.Dichas estas palabras Sixto se levantó, pero sin dar el menor gemido y sin
necesidaddeapoyarseensubastón.Erguidoyconsegurospasos,empezóapasear
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lentamente, con las manos en la espalda. Catalina lo contemplaba con veneraciónaparente,perounasonrisadeescepticismovagabaporsuslabios.
—Unadelascausasmásimportantesdelodioquemerodea—prosiguióelPapa— es que procedo de las capas inferiores de la sociedad en donde vive llena demiseria lamultitudde lospreferidosde Jesucristo.Elmundoodia lapobrezay, encambio, adora el oro. Así continuará siendo. Es en vano que el Salvador quisieranacer en un establo; de nada sirve el que eligiera sus apóstoles entre pescadores yzapateros.Lamultitud,hijamía,quiereamosdeopulentaapariencia.Loquemásmeechan en cara es haber sidomozo en una granja, como si hubiera gran diferenciaentreconducirhombresocerdos.
YSixtoseechóareírsilenciosamente.Depronto,volviéndosealareina,añadió:—VuestrohijoEnrique,señora,esunpobrepríncipe.CuandoGuisa,apesardesu
prohibición, regresó a París y fue a desafiarle en el Louvre, era para el rey elmomentooportunodedeshacersedeunhombrequepodíaperderle.Entonceshubierasidonecesario…
Sedetuvodepronto.Catalinaseinclinópararecogerávidamentelapalabraquenofuedicha,perolareinahabíacomprendido:autorizabaysantificaba,pordecirloasí,elasesinatodeEnriquedeGuisa.
—Guisa—continuóelPapa—mehapedidodineroparaexterminarlaherejíaenFrancia.He traídoesedinero, señora.Cajetánosdiráqueestánapuntode llegaraParístreintamulascargadasdeoro.
Lareinaseestremeció.—Osdoylasgracias,señora,porhabermereveladounGuisaquenoconocía.Los
millonesqueestánapuntodellegarvolveránaRoma.—Realmente—continuóelanciano—hetenidomiedodeEnriquedeBearnyde
que con él se sentara la herejía en el trono de Francia.He visto que vuestro hijo,completamente dado a la orgía, no podía luchar con el hugonote. Francia, perdidapara la Iglesia, señora, era una de aquellas catástrofes que los Papas no puedenconsentir cueste lo que cueste. A pesar de todo mi afecto hacia vos, me he vistoobligadoaabandonaraEnrique.Lohicellorandoporelpesarqueibaacausaros.YmevolvíhaciaGuisa.Confiesoqueelduquemeparecía,conleLiga,elcampeóndelosdestinosde la Iglesia,Meheengañado, segúnacabáisdedemostrarme. ¿Yquéharéahora?Vuestrohijoesdébil;¿quién,pues,vaasalvarnosdelaherejía?
Catalina entonces se irguió lentamente; y ella, que no había dicho nada y queescuchóensilencioaquellaespeciedemonólogodelPapa,contestó:
—Aquíestoyyo.Loquemeasustaba,SantoPadre,loquemeparalizaba,eraelsaber que Vuestra Santidad no estaba con nosotros. ¿Qué digo? Estabais contranosotros.Estabaisconelenemigomortaldemicasa,conGuisa. ¡Ah,SantoPadre!Aseguradmevuestraneutralidad.Nopidonadamásyyameveréis.¿Acasomihijocuenta para nada? Yo soy la única capaz de obrar. Tengo dinero y encontraréhombres.Me encargo yo sola, vieja combatiente, de fomentar la destrucción de la
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herejía,deestablecerlaautoridaddelaIglesiaylaautoridadreal.Osaseguroquemismanosnotiemblan,yencuantoaGuisa,yomeencargo.
—¿Yquéesprecisoparatodoeso?—preguntóSixtosonriendo.—Antetodo,vuestraneutralidad.—Desde luegoos laaseguro.Nome inmiscuiréen losasuntosdeFrancia,más
quecuandomellaméis,¿quémás?—ElapoyodecididodeEspaña.—Hoy mandaré a Cajetán, al rey Felipe, ordenándole que se prepare para
ayudarnos.¿Quémás?—Vuestrabendición,SantoPadre—dijoCatalinacayendoderodillas.SixtoVlevantólamano,ycontresdesusdedosbendijoalareinaprosternada.Y
al mismo tiempo que la bendición, caía sobre Catalina la enigmática sonrisa delanciano.
—SantoPadre—dijolareinalevantándose—.DurantevuestrapresenciasecretaenParís,mipalacioospertenece.¿Osdignaréisaceptarlahumildehospitalidaddelamásfervorosayhumildedevuestrashijas?
—Sí —dijo alegremente Sixto V—. Soy demasiado viejo para emprender elregreso sin haber descansado algunos días. Pero seré vuestro huésped con lacondición de que continuaréis viviendo en vuestro palacio. Pocas habitacionesbastaránparamíyparamigente.
Catalinaseinclinóconunareverenciamajestuosa.Encuantolareinahubosalido,SixtoVsesentópensativoanteunamesa,yluegosepusoaescribirunalargacarta.UnavezlaterminóhizollamaraCajetán,elúnicodesuscardenalesquelemerecíaconfianzaabsoluta.
—Cajetán —le dijo—. Vais a partir inmediatamente. Una vez fuera de Parísleeréisestepapel,queencierrainstruccionesprecisas,yluegolodestruiréisencuantohayáiscomprendido.
—¿Adóndedeboir,SantoPadre?—preguntóelcardenal.—Se trata, Cajetán, de desplegar toda vuestra diplomacia, toda vuestra
inteligenciaytodalafuerzaquehacedevoselmásfirmesosténdemiSede.Setratadeconquistar,deatraernosalúnicohombrecapazdecomprenderlotodo,ydesalvaralaIglesia,restaurandoalmismotiempolaautoridadrealenFrancia.
—¿Yquiénesesehombre,SantoPadre?SixtoVmirófijamentealcardenalycontestó:—Es un hugonote: se llama Enrique de Borbón y es rey de Navarra y
seguramenteloserádeFrancia.Idos,Cajetán.
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XV-Salzuma
DURANTE TRES DÍAS el caballero de Pardaillán y Carlos de Angulemarecorrieron todo París en busca de algún dato que les pusiera sobre la pista de lagitanilla. El mismo «Pipeau» no indicó ninguna, ya porque las huellas hubierandesaparecido,oporqueelperrohubieraperdidoelolfato.
—Estávisto—decíaCarlosabatido—quenolahallarémás.—¿Porqué?—contestabaPardaillán—.Alasmujeresse lasencuentrasiempre.
Creedme.—Pardaillán, estoy verdaderamente desesperado, podéis creerme —añadía el
jovenque,enefecto,ocultabasuslágrimascongrantrabajo.Elcaballerolomiróconexpresióndelástimafraternalysuspirócomosiquisiera
hallarseenlaedadenqueselloracuandodesapareceunamuchachabonita.—Laverdadesqueno loentiendo—dijo—.Cuandovuestramadremehizoel
insignehonordeencargarmequeosacompañaraaParís, lleguéacreerqueveníaisconambiciosospropósitos.RecordadqueenChatillotospropuseconquistareltronovacante.
—¡Eltrono!—murmuróelduquedeAngulema.—Sí,¡portodoslosdiablos!¿Quéosfaltaparatenerelaspectoderey,sinouna
corona?¿Nosoisacasodesangrereal?—No—dijo el jovencon firmeza—.No,Pardaillán,nohevenidoaParíspara
eso.—¿Así,pues,nosoñáisconlarealeza?—No,amigomío.—¿Deveras?¿Nohabéissoñadoenella?—Talvezsí,Pardaillán,peromehedespertadoatiempo.Elcaballeroempezóapasearporlaestanciaenqueteníalugarestaconversación.
Sonreíaysusojosbrillabandejúbilo.—Entonces—dijodepronto—¿quéhabéisvenidoabuscaraParís?¿Talvezla
venganza?A la sazón brillaron los ojos del joven e inmediatamente su mirada volvió a
entristecerseyconvoztemblorosadijo:—Envano quisiera adornarme ante vos de un sentimiento que no existe enmi
alma.Nosoyelpríncipequevuestraaudaciaesperótalvez,cuandocreísteisquelaambición de reinarme llevaba aParís, ni tampoco el hombre violento que vuestroespíritu emprendedor deseó, sin duda, cuando por mis propias palabras y actitudpudisteiscreerqueibaenbuscadepeleaydevenganza.Pardaillán,soisunhéroe.Sémuy bien lo que vais a pensar de mí, pero precisamente porque admiro vuestrapresenciadeánimo,noquieromentir,puesdeseoquemeconozcáisporentero.
El caballero se había sentado en un sillón, con las piernas cruzadas, la espadasobre las rodillas y la cabeza inclinada en el respaldo y a través de los párpados
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mediocerrados,mirabaalduquedeAngulemaqueenpielehablaba:—Caballero—continuó el duque—. Quiero confesaros la verdad. Cuando me
dejasteis entrever que yo también podía lanzarme a la conquista de ese trono queasedian tan formidables apetitos, tuve un instante de deslumbramiento. Por unmomentocreíqueyoeraunpríncipe,olvidandoquesoysencillamenteelbastardodeAngulema.
Pardaillánhizoungestodeindiferencia.—Soishijoderey—dijo—.ElseñorGuisanopuededecirlomismo…—Hijoderey,sí—contestóCarlos—,peronodereina.Nocreotenernecesidad
dedarosmásexplicaciones.Profesoamimadreunafectoyunaveneraciónrayanosen la idolatría;preferiríamorirantesquedarleundisgustoserio.Y,adecirverdad,prefieroquemimadresellameMaríaTouchetantesdequetengaeltítulodereina.Noconcibootramadremástiernaymásmaternal,siasípuededecirse,quelamía.PeroMaríaTouchetnoeraesposadeCarlosIX,ysibiensoyhijodeunrey,nopuedoser príncipe heredero. He aquí, caballero, lo queme hicisteis olvidar con vuestraspalabras. Afortunadamente, luego recapacité a solas y comprendí cuán loca era laesperanzaqueporunmomentoanidóenmicorazón.
—¿Yacaso por eso renunciáis a la gran lucha que os ofrecía y que os ofrezcoaún?—preguntóelcaballeromirandoconfijezaaljoven.
Carlosbajólosojosyfugitivorubortiñósusmejillas.—Dejadme acabar —dijo—, ya me juzgaréis luego tal como soy. Cuando
encontramosalrey,mitío,melleguéafigurarquesolamentelavenganzallenabamicorazón,perode todosmodosobservéqueno losentíaconfuerza,demodoquesibien considero un deber castigar a los que hicieron morir a mi adre, no por esocumplirémimisiónsintiéndola.
—¿Y cuándo os visteis frente a frente con el duque de Guisa? —preguntóPardaillánconmaliciosasonrisa.
—¡Ah!—exclamóeljoven—allísíqueexperimentéunodioextraordinario.Sí,Pardaillán,quierocastigaraEnriqueIII,verdaderoasesinodeCarlosIX,peronoloodio.QuierocastigartambiénaCatalinadeMédicis,queprecipitóamipadreenlosabismosdeladesesperación,perotampocolaodio.Pero,encambio,odioaGuisa,almenosculpabledelostres,ysiloodio,caballero,esporquelovihablarconinsolentesonrisadetriunfoalagitanillaqueamo.Así,pues,yalosabéistodo,Pardaillán;noeslaambiciónnilavenganzalosquellenanmicorazón,sinoelamor.
ElduquedeAngulemaabrióentoncesunadelasventanasdelahabitación.—Aquímeahogo—dijo—.Ahora,caballero,voyadecirosunacosa.Alsalirde
Orleáns creía, realmente, queVioleta no llenaría por completomi vida, que debíaocuparme en otros cuidados y preocupaciones más graves. Pero me engañé,Pardaillán,puesveoqueenmínohayotropensamientoqueelamor.Yaveis,pues,caballero,quelomejorquepodéishaceresabandonarme.
Carloshabíapronunciadoestaspalabrasconvozcadavezmásbaja.Porfin,de
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susojossedesprendierondosgruesaslágrimas.—¡Pobremuchacho!—exclamóPardaillánmirándolo con sincera lástima, pues
creía verse a símismo en la flor de su juventud, llorando y suspirando por la queamaba.
—Osinspirolástima,¿noesverdad?—preguntó.—No, hijo mío—contestó el caballero—. ¿Por qué he de compadeceros? De
todaslaspasioneselamoreslamásnoble,lamáshumanaylaqueperjudicamenosalos demás hombres. El ambicioso es una fiera y llegará un día que los hombrescastigaránlaambicióncomoahoraelrobooelasesinato.Encuantoalavenganza—prosiguió el caballero— confieso que puede procurar alguna satisfacción a losespíritusinquietos.Peroelamoreslavida.Lodemássóloeslanadaoelcrimen.Nohayningunadudaenquelaconquistadelamujeramada,esmuchomásinteresantequeladeltrono.Amad,pues,siqueréisgozardelavida.Amadlavidaentodassusmanifestaciones, y especialmente cuando está reflejada en los ojos de una mujerhermosa.
ElhijodeCarlossentíagranjúbiloalverqueunhombredeltempledePardaillán,nosóloaprobabaelamor,sinoqueaúnloincitabaaél.
—¡Pobre muchacho! —repitió Pardaillán—. Vamos, no os apesadumbréis así.Sólo hay en elmundo una cosa sin reparación posible, y es lamuerte. Si Violetaestuvieramuertaconcebiríavuestradesesperación.
—¿Quién sabe si ha muerto?—exclamó Carlos—. O tal vez peor, Pardaillán.¿Quiénsabesiestáenmanosdeaquelhombre?
—Bueno,supongámoslosiqueréis.Perosabedquelamujerqueamaescapazdetodaslasmaliciasydetodaclasedeheroísmosafindeconservarseparaelelegidodesucorazón.SiVioletaosama,podéistenerlaseguridaddequelaveréisdenuevo.
DurantemuchoratoPardaillánsiguióhablandoconelmismotono,yparacuantossolamentelohabíanvistoespadaenmano,hubierasidomotivodeasombroaloírlehablarcontantadulzura.
Carlos,derrengadoporaquellasjornadaspenosasenbuscadenoticiasacercadeVioleta, se había echado en un sillón. Poco a poco sus ojos se cerraron. Llegó lanoche y entonces Pardaillán volvió a cerrar la ventana dirigiendo una mirada delástimaasudormidocompañeroysalióandandodepuntillas.
AlaizquierdadelpalaciodelacalledeBarréshabíaunsolar,enelcualestabainstalada lacuadraqueantañosirvierapara lasmulasdeMaríaTouchetyque,a lasazón,utilizabanPardaillányelduquedeAngulemaparasuscaballos.Elcaballero,alatravesarelsolar,encontródoshombressentadossobreunhazdepajayhablandomelancólicamente.
EranPicuic yGraznido.Se levantaron inmediatamente al divisar al caballero aquien habían querido asesinar. Pardaillán les había ofrecido hospitalidad por unanoche,peroaconsecuenciadelosacontecimientosqueacababandetenerlugar, loshabíaolvidadoyloscreíaalbergadosenalgúnotrositio.
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—¿Quédiabloshacéisahí?—preguntó.—Como podréis verlo, monseñor, únicamente tomamos el fresco —contestó
Picuic.—Yaloveo;¿peroporquénoenotraparte?PicuicyGraznidoparecieronsobrecogidospordolorosaestupefacción.—¿Olvidáis,monseñor—preguntóGraznidohaciendounareverencia—,queos
dignasteisinvitarnosareposarenestacasa?Pardaillánseechóareír.—¿De modo que continuáis descansando? —dijo Pardaillán—. Según parece,
estabaismuyfatigados.—Ya podéis creerlo,monseñor.Hacemucho,muchísimo tiempo, que llevamos
unavidamuyperra.Nosacostábamosenelsuelo,teníamosobligacióndeempujarlasruedas del carruaje en las pendientes, y en fin, estábamos obligados a hacer dehércules, monseñor, y por toda recompensa el garrote del amo; por toda comida,tragar sables y guijarros; por toda bebida, refrescarnos con estopas encendidas.EstábamoshartosdetalexistenciaynosjuramosquealllegaraParís,nuestroprimercuidadoseríabuscarnosunamoquepudiesedarnosmejoralimento.
—¿Ymenosindigesto,verdad?—preguntóPardaillán.—¡Oh, lo digerimos todo!—contestó Picuic—. El estómago es bueno, a Dios
gracias,sóloqueríadecirunaalimentaciónmásagradable.—Concibo,enefecto,esedeseo,porambiciosoquepuedapareceralprincipio—
contestó el caballero—. Pero, decidme, ¿dónde habéis dormido desde que osintrodujeenestacasaenlaqueyomismonosoymásqueunhuésped?
—Aquí—dijoGraznidoseñalandolacuadra—.Losseñorescaballoshantenidoabiencedernosunpocodesitioyalgunasvecesdeheno.
—¿Ytambiénoshabéis,nutridodeheno?—Nosería laprimeravez—contestóPicuic—.Pero, gracias a lasórdenesque
disteis la otra noche a aquel criado, que es un hombre excelente, la perla de loscriados,aquelhombre,digo,encumplimientodevuestrasórdenes…
—Nodiotraordenqueladedarosalbergueunanoche.—Aquelhombre,comodigo—continuóPicuiccongranpresenciadeánimo—,
nostrajo,mañanaytarde,unaexcelentecomida.—¿Demodoqueyaoshabéisinstalado?Claro,habéishalladounacasaagradable
ycontinuáisenella.—¡Oh, monseñor! —dijo Graznido—. Ya pensamos en marcharnos, pues es
necesariohallarotroamomenosmaloqueBelgodere.—¡Belgodere! —exclamó Pardaillán—. ¿Era un titiritero que se alojaba en la
«PosadadelaEsperanza»delacalledeTissanderie?—Elmismo.—Haceunosdíasaprovechamossuausenciaparadejarlo.Perosihemosdedecir
la verdad, estábamos un tanto apurados por nuestra situación y echábamos ya de
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menoslabazofiadeBelgodere,pormalaquefuese,cuandonuestrabuenaestrellanoshizo pasar ante «La Adivinadora». Ahora —continuó Picuic—, si monseñor sedignarapermitirlo, lesometeríaunaideaquehetenidodurmiendosobreelhenodeestacuadra.
—Veamoslaidea—dijoPardaillán.—Buscamosunamo,monseñor,unamoquenonospeguedesdelamañanaala
noche y sepa darnos otra comida que guijarros.Buscamos, digo, un amoque separeconocernuestrovalor.
—¿Vuestrovalor?¡Hum!—Nuestrainteligencia,nuestrahabilidad,todaslascualidadesque,comprimidas
ennosotrosporunaexistenciamiserable,nodeseanmásquepodermostrarse.¿Porquénoseréisvoseseamo?
—Decidme—contestó Pardaillán, que había escuchado atentamente—.Ya quehabéis vivido con Belgodere, ¿quién era aquella jovencita llamada?… ¿Cómo sellamaba?
—¿MonseñorquierehablardelacantanteVioleta?—Sí, precisamente de ella. ¿Tenéis alguna sospecha de que pudiera interesar a
vuestroamoelconservaralajovenensupoder?—No la conocíamos. Cuando Belgodere nos encontró, hace cinco años, y nos
alistóasuservicio,prometiéndonosunavidadepríncipes,viajesencoche,comidaexquisitaytrabajofácil,VioletaySalzumavivíanyaconelgitano.
—¿Salzuma?—preguntóPardaillán.—Sí,laquedecíalabuenaventura.Unaloca.—¿YesaSalzumahadesaparecidotambiénconBelgodere?—Loignoro,monseñor,porquenohemosvueltoaponerlospiesenla«Posada
de laEsperanza».Peromonseñornoha tenido labondaddecontestara lapeticiónquehumildementeledirigíhacepoco.
—¡Ah,sí!Buscáisunamoyosconvendríaqueéstefuerayo.Bueno,mañanaporlamañanaoscontestaré.Estanochequedaosaquíyyaveremos.¿PerodecísqueestaSalzumaesunaloca?
—Por lo menos lo parece. Además, habla muy poco a no ser para ejercer suoficio,queesleerenlasmanosdelagente.
—¿Sabéissiconocíaalaniñacantante?—¿QuiénescapazdeaveriguarloquepiensaSalzuma?Esunmisterioviviente.
Sumismorostronosesdesconocido,porque llevasiempreunantifaz.SiconocíaaVioletaysiteníaparaellacariñouodio,escosaquenopodemosdecir.ÚnicamenteSimonahubierapodidohablardeVioleta,alaquellamabasuhija,peroSimonayahamuerto.
Pardaillán se quedó pensativo. Aquella misteriosa gitana sobreexcitaba sucuriosidad.¿Quiénsería?SindudaalgunacómplicedeBelgodere.Tuvodeprontolaidea de que aquella mujer estaba aún en la «Posada de la Esperanza». Recordó
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tambiéneldolordeCarlosdeAngulema,ysedijoquesileeraposiblehallarlapistadelagitanillayhacerfelicesalosdosamantes,seríaparaélcosatanagradablecomoencontraraMaurevert.
Se marchó, pues, hacia la «Posada de la Esperanza», y penetró en ella en elmismoinstanteenqueelposaderocerrabalapuertaacausadeltoquedecubrefuegosqueentoncesseoía.PeroenmuchasdelastabernasyposadasdeParís,elcierrenoeramásqueaparente.Porelcontrario,unavezhabíasonadoeltoquedecubrefuegos,eracuandoelamohacíaelmejornegocio,graciasalaespecialclientelanocturnaqueentoncesllenabalasala.
Al entrar el caballero, vioqueaquella sala estabaocupadaporunaveintenadebebedores,hombresmujeres,yfueainstalarseaunamesa,conelpropósitodepedirdatos al patrón. La honrada asamblea, que bebía hipocrás y licores especiados, secomponía, como era consiguiente, de truhanes y rameras. Una de estas mujeres,viendoqueelcaballerosesentabaanteunamesaaislada,abandonóelgrupodequeformabaparte,paraacercarseaPardaillán.Sentóseanteélapoyadadecodossobrelamesayempezóareír.
Pardailláncontinuóguardandosilencio.Entonceslaramera,quejuzgóllegadoelmomentode espetar undiscursoque sabía dememoria, pues lo había pronunciadoporlomenosunmillardeveces,dijo:
—Hermosohidalgo,¿nomeconvidáis?—PorDios—gritó en aquelmomento uno de los bebedores—. ¿Queréis venir
aquí,Luisa?Elcaballeroseestremecióaloírtalnombrepronunciadoporunavozavinagrada
ydirigidaaunamujerdetanbajacondición.—¿TellamasLuisa?—preguntóalamujer.—Luisa,príncipemío.—¡Luisa!—repitiósordamenteelcaballero,quedeuntragosebebióuncubilete
devinoquelehabíanservido.Porunmomentocerrólosojosyluegosacudiólacabeza.—Oye—gruñó el bebedor, asqueroso truhandepelo rojoyojos inyectadosde
sangre—.¿Quieresquetevayaabuscar?—Cállate,«Rojo»—contestólamujer—.Dejaqueganemividaylatuya.—Toma,muchacha—dijoPardaillándandounescudoalaramera—,tomayvete
abebercontuamigo«ElRojo».Luisa se quedó estupefacta. Tomó el escudo que el caballero le tendía, bajó la
cabezanosabiendocómoagradecertantagenerosidad.Ycomonohallaraelmedio,secontentóconmurmurar:
—Vivoenestamismacalle,enlacasadeenfrentealataberna.Lamujermáshermosadelmundonopuededarotracosasinolaquetiene.Luisa,
quenopodíadarningunapalabraagradable,sedabaasímisma,locualeramuchomás corto y fácil.Habiendomanifestado así su reconocimiento, se levantó y fue a
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reunirse con «ElRojo», el cual, al ver el escudo, dirigió al caballero una siniestramirada.
Pardaillán hizo una seña al amode la taberna,mandándole que se llegara a sulado. El huésped se acercó servicialmente a aquel cliente poco ordinario, y elcaballerosepreparabaainterrogarlosobreSalzuma,cuandoseoyeronalgunosgritosquedecían:
—¿Ylagitana?—¡Eh,tabernerodeldiablo!¿Nonosenseñasaladiablaroja?—¡Labuenaventura!—gritabanalgunasmujeres.—Bueno, bueno, amigos—contestó el huésped—. Ya iré a buscar a la mujer
enmascarada.Callaosybebed,pagandoporadelantadocomoescostumbre.—¿Quiénesesagitanaquereclaman?—preguntóPardaillán.—Unadesgraciada,unaloca,señorcaballero.Melahandejadoenprenda.—¿Unamujerenprenda?—Figuraosquehacealgunosdíasseinstalóenmihonradaposadaunacompañía
detitiriteros.Cadaunodeelloscomíacomocuatroybebíacomoseis,demodoquelacuentatomóproporcionesextraordinarias.Deprontodesaparecierontodosy…yacomprendéis.
—Sí,yacomprendo,perohacedcomosinoloentendiera—dijoPardaillán.—Puesbien,mis clientes olvidaron llevarse a la loca.Ypara reembolsarmede
misgastos,obligoaesamujeraquecadanochedigalabuenaventuraamisclientes.Hagopagardosdinerosporpersona,ycomoesjusto…
—Oslosembolsáis.Noestámal.Idahoraabuscarla,porquevuestrosclientesseimpacientan.
Enefecto, losgritosy lasblasfemias ibanenaumento.El taberneroatravesó lamultitud, desapareció por unapuerta quedaba al interior de la casa, y a los pocosmomentosregresóacompañadoporlagitana.Alverlareinódeprontoelsilencioyunestremecimientorecorrióaquellaasambleaderamerasytruhanes.
Salzuma, cubierta por su vestido multicolor, su antifaz rojo sobre la cara, suhermosacabellera esparcida sobre loshombros, entró conaquelpasomajestuosoyespectralqueyahemosseñalado.Pasóatravésdelasmesas,mientraslosbebedoresseapartabanparanoserrozadosporella,ysedetuvoenmediode lasala, rodeadaporabsolutosilencio.
—Vamosgitana—dijo entonces el tabernero con forzada sonrisa—.Cuéntanosalgodetuhistoria.
—No,no—dijo«ElRojo»—.Másvalequenosdigalabuenaventura.—Quehagalasdoscosas—exclamóotro.Elsilencioserestableciódenuevo.Salzumaacababadehacerungesto.Levantó
lentamenteelbrazo,yluego,llevandolamanoasuscabellos,acariciósushermososbucles.
—Todoslosqueescucháis—dijoentonces—Señoresyaltasdamasreunidosen
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estacatedral,¿porquémemiráisasí?Hedicholaverdad.Laimposturaestáenloslabiosdelobispoynoenlosmíos.¡Desgraciadademí!¿Porquéloheamado?
Hablabaconvoztristeycadaunadelassílabassedestacabaporsacudidas,siasípuededecirse.
Pardaillánlaescuchabaconelasombroquesesienteanteunmisterio.—Escuchad—continuabaSalzuma,queoprimiólafrenteentrelasdosmanos—.
Escuchad,yaquequeréisconocerlahistoriadeladesgracia.Einclinólacabeza.Laasambleaescuchabaatentamente.—Era por la noche—dijo lentamente la gitana—. Todo estaba tranquilo en el
suntuoso palacio y por la ventana, abierta de par en par, aparecía la catedral quecontemplaba la joven. ¡Insensata! Allí, en aquella iglesia, debía consumarse sudesgracia.¿Porquélajovenmirabalacatedral?Deprontosonriódulcemente.¡Cuánfelizera!Asuladoestabasentadoelelegidodesucorazón,elcuallecogíalasdosmanos, y ella escuchaba encantada las palabras del noble señor. Entre tanto en elfondodelsuntuosopalaciodescansabaelpadreciego.
Salzumasedetuvoentonces.Susojos,atravésdelamáscararoja,mirabanalgoinvisible,alolejos.
—El anciano padre ciego descansaba —continuó, moviendo la cabeza—.Confiando en su hija, dormía. Por lomenos así lo creía ella y su amante lo creíatambién.Estabanunojuntoalotroyyasuslabiosseacercabaneibanaunirseenunbeso,cuandoseabriólapuerta.
—¡Desgraciada!—exclamóunaramera.—¿Quién abrió la puerta?Era el padre, el padreque estaba ciegoy avanzando
conlasmanostendidasllamabaasuhija.Elamanteselevantóylajoventemblabadeterror. «Hija mía, ¿con quién hablas?». «Con nadie, padre. No hay nadie en lahabitación, padre». ¿Y el amante? ¡Ah! Con qué habilidad y silencio se movía.Retrocedió hasta el fondo de la estancia, sin atreverse casi a respirar. La joven notuvo fuerzas para ir al encuentro de su padre.Éste fue el que se acercó a ella contemblorosospasosy,porfin,lecogiólasmanos:«¡Cuánfríasestántusmanos,hijamía!». «Será el viento de la tarde, padre mío». «¡Cómo tiembla tu voz!». «Es lasorpresa,padre,laemocióndeverosvenirimpensadamente»..Ylosojosdelahija,muerta de espanto, se dirigieron hacia el amante inmóvil. Buscaba otra mentira,siemprementiras.
—¡Pobreseñorita!—dijolaramerallamadaLuisa.Salzuma no la oyó. Continuó su triste cantilena, porque, en realidad, relataba
comosihubiesecantado.—La frente del padre, se entristeció, el pobre ciego dirigió a su alrededor una
mirada muerta como si esperase ver. ¡Ver, oh si hubiera visto! «Hija mía, ¿estássegura de que no hay aquí nadie?». «Estoy segura, padre, ¡oh, completamentesegura!».«Júramelo,hija,júramelopormiscabellosblancos,júralosobrelasantaBibliayentoncescreeréqueestabassola,porqueséqueeresnobleypuraynopuedo
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esperar que seas perjura». La joven vacilaba, como pareciéndole que iba amorir.¡Jurar! ¡Jurarlo por los blancos cabellos del anciano! Su mirada iba en busca delamante,yéste ledecía:«Júralo, júraloenseguida».Yentonces,bajo lamiradadelamante, lajovendijo:«Padre,porvuestroscabellosblancosy lasantaBiblia, juroque aquí no hay otra persona que nosotros dos». El pobre padre sonrió y pidióperdón a su hija. Y ella, la perjura, sintió que en adelante iba a ser víctima de ladesgracia.
—¡Pobremuchacha!—repitióLuisa.Salzumasecalló.—¿Yquémás?—repitióotraramera—.¿Quésucedióluego?PerosindudaelespíritudeSalzumacambiódadirección,porqueconalteraday
enfáticavozexclamó:—Afuerzademirarenmimismaenelfondodelcalabozo,heaprendidoamirar
enelalmadelosdemás.Señoresyaltasdamas,lagitanalosabetodo,lovetodoyparaellaelporvenirnotienevelos.¿Quiénquiereconocerelporvenir?¿QuiénquierequelailustregitanaSalzumaledigalabuenaventura?
Sindudaestasúltimaspalabras lehabíansidoenseñadasporBelgodere,porquelasrecitabacomosisetratasedeunalecciónaprendida.
—Acercaos,damasycaballeros—continuódiciendo.—¡Yo,yo!—gritóunarameraquetendiósumanocongestoatrevidoymiedosoa
lavez.—Viviráslargosaños—dijoSalzuma—,peronuncaserásricanifeliz.—¡Maldición!—exclamólaramera—.Señoragitana,¿nopodríaisdarmealguna
riquezaacambiodeunosañosdevida?PeroyaLuisatendíasumanosobrelacualSalzumaechóunaojeada.—Desconfíadelqueamas—dijo—,puesseportarámalcontigo.—Amén—exclamó«ElRojo».Sucesivamente algunos truhanes y rameras conocieron, estremeciéndose, el
porvenir revelado por la gitana.Decía a cada uno su sino con breve frase, tal vezsegúnlainspiracióndelmomento,oelazar.
—Muypronto—dijoauntruhan—llevaráscorbatadecáñamo.Eltruhansepusolívido,murmurando:—Mipadreymishermanosmurieronasí.Séperfectamentequeprontomellegará
lavez.«ElRojo»asuveztendiólamano.—Vasaderramartusangre—dijoSalzuma—.Tencuidadoconunaespadamás
ligeraquetudaga.—¡Bah!Mientesoteengañas,bruja.Leemejor.—Yalohedicho—contestólagitana.—¿YpretendesqueenParíshayaunaespadamásligeraquemidaga?—exclamó
eltruhandandounpuñetazosobrelamesa,queseestremeció.
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—Terepitoquetusangrecorrerá.«ElRojo»habíabebidosindudamásdelacuentaotalvezsedejóimpresionar
por la profecía. El caso es que, profiriendo una blasfemia, se levantó y cogió a lagitanaporunbrazo,exclamando:
—Si no conjuras inmediatamente a lamala suerte, gitana demil diablos, si nodeclarasquehasmentido,vaasertusangrelaquecorraynopodrásllevardesgraciaanadiemás.
Huboentoncesgrantumultoenlataberna.«ElRojo»inspirabatemoratodosporsusalvajeviolenciaynadiehabríaosadopresentarlecara.Eraunhombrebestialqueen aquel momento estaba convencido de que la gitana lo hacía víctima de algúnconjuro.LateníaviolentamentecogidaporelbrazoySalzuma,rígidaeinmóvil,nohizoelmenorgestoparadefenderse.
—Declaraquehasmentido—rugióelbandidomientras lasramerasretrocedíanasustadas.
—Hedicholaverdad—repitióSalzumaconvoztriste.«ElRojo»levantóelpuño,peroenelmomentoenqueaquellamano,verdadera
maza,ibaacaersobrelacabezadelagitana,eltruhansintióunterriblegolpeenelhombro.Setambaleóyvolviéndoserepentinamente,exclamó:
—¡Ah!¿EselenamoradodeLuisa?Estaspalabras,cuyoprofundosentidonopodíasospecharel truhan, repercutían
en el alma del caballero, que se quedó sofocado por un instante. Pero casiinmediatamentevolvióadejarcaersumano.
—¡Eh,Luisa!—gritóel truhan—.Heaquíque tuconquista teabandonapor lagitana.
Pardaillán, encogiéndose de hombros, cogió lamano de Salzuma, y condujo aéstaallugarqueélocuparaantes.«ElRojo»,asombradoportantaaudacia,sequedóclavadoenelsitioduranteunlargominuto.«ElRojo»eraelreydeaquelantroquesellamaba la «Posada de laEsperanza».Reinaba allí comodéspota.En cuanto habíahablado,todoslosdemásclientesobedecíansinchistar.Hízose,porconsiguiente,ungransilencioen la sala.Los truhanesesperabanconansiedad loque ibaa suceder,dispuestosnoobstanteaayudarasujefesisepresentabaocasiónoportunaparaello.Las rameras miraban compasivamente a Pardaillán. Luisa palideció. El caballero,sentadojuntoaSalzuma,parecíamuytranquiloynosedignabapreocuparsepor latempestadqueasualrededorseformaba.
—Señora—dijo—.¿Quisieraisdecirmetambiénlabuenaventura?—¡Señora!—repitió sordamenteSalzuma—.¿Cuándomehe llamadoasí? ¡Oh,
hacetiempo,muchotiempo!—No quiero que la gitana os diga la buenaventura —exclamó «El Rojo»
avanzandoalgunospasos.Pardaillánlevantólentamentelacabeza,miróaltruhandearribaabajoydijo:—¿Queréisunconsejo,amigo?
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—No lo necesito para nada. No quiero nada de vos. ¿Qué hacéis aquí? Loshidalgosnotienenderechoapenetrarsinmipermiso.¡Salidalinstante!
Larelativacalmade«ElRojo»hizoestremeceralaasamblea,porquedenunciabaelparoxismodesurabia.
—¿Ysinosalgo?—preguntóPardaillánsonriendo.—Entoncesosecharé—rugióeltruhan.Al mismo tiempo alzó sus dos velludos puños. La gitana permaneció quieta,
mientrasLuisadabaungritodeterror,peroenelmismoinstantecorrióungruñidodeestuporentrelaasambleayseconvirtióenespantosotumulto.
Los puños de «ElRojo» no tuvieron tiempo de caer. Pardaillán se levantó conligereza,ysusdospuñosempezaronafuncionarcomocatapultasgolpeandoaltruhanenplenopecho.Susgestoshabíansidotanrápidos,sobrioseinesperados,quesólosepudovertambalearsealtruhan,ycaercontralamesa,quederribójuntamenteconloscubiletesyvasosdeestaño.Enelmismoinstante«ElRojo»selevantódeunsaltoyvociferó.
—Truhanes,adelante.¡Mueraelhidalgo!—¡Muera!—gritarontodos.Entonces, en la semioscuridad reinante, brillaron algunas dagas. Las rameras,
gracias a una maniobra que sin duda les era familiar, se agruparon en un ánguloprofiriendodesgarradoresgritos.Enunabrirycerrardeojoslasalaestuvolimpiademesas,ylostruhanesavanzaroncontraPardailláncapitaneadospor«ElRojo».
Deprontohubo,entreaquellabandadecriminales,unretrocesodeespantoydeadmiración. En el mismo instante en que iban a echarse sobre el caballero, unespectáculoinauditoleshelólasangreenlasvenas.Conformidablegesto,Pardailláncogió a «El Rojo», lo levantó con sus poderosos brazos, lo echó sobre lamesa ycogiéndoloporelcuelloconunamano,desenvainó ladagacon laotra,yapoyó lapuntasobreelpechodeltruhan.
—Sidaisunpasomás—dijocongranfrialdad—estehombreesmuerto.Bajolapresióndeaquellamanodehierro,«ElRojo»,atontadoalprincipioporel
espantoyelasombro,apenassédiocuentadeloqueacababadepasaryporquésehallabaallí.Entonces,locoderabia,hizounmovimientocomoelquepudierahaberhechounaserpientequetratadeescapar.
—¡Adelante!—aulló.Ladagasehundióysalióunchorrodesangre.—Yalodije—murmuróSalzuma.Los truhanes retrocedieron. «ElRojo» hizo un esfuerzo supremo, distendió sus
músculosyenvanotratódelibertarelcuellodelapresiónquesufría.Yconvozqueapenasseoía,murmuró:
—¡Adelante,poreldiablo!¡Memuero!Y aquella vez cinco o seis de los más furiosos, o valientes, avanzaron
vociferando.
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—Habráqueemplearlosgrandesmedios—exclamóPardaillán.Yentoncesseleviocogera«ElRojo»,casidesvanecido,yadosarsealapared.A
lasazónlevantóconfuriosoesfuerzoaquelserquesedebatíaconmanosypiernas,lobalanceó durante uno o dos segundos, y cuando ya los truhanes estaban sobre él,lanzóconfuerzaelproyectilviviente.Cuatrodelostruhanescayeronalsueloy«ElRojo»quedóextendidosinvidaaparentesobrelaslosasdelasala.
—¡Vivaelhidalgo!—gritaronlasramerasentusiasmadas.Lostruhanesretrocedieronasustados,profiriendoblasfemiaseimprecaciones.Luego,alospocosinstantes,vieronalcaballeroenpie,conlosbrazoscruzadosy
riendosilenciosamente.Yconsurisa,susbrillantesojos,su torsoesbeltoyaquellaactitud de desafío, les pareció terrible y estuvieron por creer que era un serexcepcional contra quien toda resistencia era inútil.Muchos arrojaron al suelo lasdagas.
—Eseldiablo—dijouno.—Hahechounpactoconél—exclamaronotros.—¡Vivaelguapohidalgo!Pardaillán triunfaba. Se sentó apaciblemente y esperó a que se restableciera la
calma.Lostruhaneslomirabanrespetuosamentedesdelejos.—Señora—dijoamablementePardaillánaSalzumacomosinadahubierapasado
—.¿Puedohaceralgoenvuestroobsequio?—Sí,hacermesalirdeaquí.Pardaillánselevantó,buscóalamoconlamiradaydijo:—Abridlapuerta.Antesdequeelhuéspedhubierahechounmovimiento,lapuertafueabiertapor
dos o tres de sus clientes. Pardaillán no pudo abstenerse de reír. Entonces tomó aSalzuma de la mano, y los dos atravesaron la sala en toda su longitud. Todos seapartaronparadejarlespaso.Enelsueloestaba«ElRojo»yanteélLuisaarrodilladaquelerefrescabalafrenteconagua.Elcaballeroseinclinó,examinóalheridoydijo:
—Nolloresmuchacha,yavolveráensí.¿Meguardasrencorporello?Larameralevantólavistahaciaélyledijo:—No,deningunamanera.Entonceselcaballerolepusoenlamanounescudodeoro.—EsoporquetellamasLuisa—murmuró.Ycontinuósucaminohacialapuertadelataberna.Unavezenelumbral,sacóde
subolsilloionpuñadodemonedasdeoroyplataylasechóalsuelogritando:—Otra vez,muchachos, antes de atacarme, lo pensaréis dos veces. Por hoy el
caballerodePardaillánosperdona.YsalióconSalzuma,mientrasenlasalaseprecipitabantodossobrelasmonedas
querodaban.La noche era oscura en extremo. La ciudad dormía silenciosa. Pardaillán llegó
consucompañeraalacalledeMontmartredespuésdefranquearalgunascallejuelas.
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Más bien que guiando a la gitana, era, en realidad, ésta quien lo guiaba, pues elcaballeroladejabaandarasucapricho.AlasazónellasedirigíaenlínearectahacialapuertadeMontmartre.
—Señora—dijo entonces el caballero—, ya estáis libre de aquellas gentes. ¿Yahoraadóndevais?
—Quisiera—dijoSalzuma—salirdeestaciudadporquemeahogoenella.¿Porquéhabrévenido?
—¡Pobremujer! ¿Pero dónde iréis luego? Seguidme, conozco no lejos de aquíuna posada buena de verdad y el buen corazón de la dueña curará las heridas devuestrocorazón.Decid,¿queréis?
—Salir —murmuró Salzuma moviendo la cabeza—. ¡Oh, escaparme de estaciudadenquetantohesufridoysufro!¡Quiénquieraqueseáis,tenedlástimademí!Conducidme lejos de aquí, y en caso de que no lo hagáis osmaldeciré porquemehabréisabandonadoalsufrimiento.
—Comoqueráis.Venid—dijoPardaillán conmovidopor el doloroso acentodeaquelladesconocida.
LlegaronalapuertadeMontmartre,queestabacerrada,peroPardaillánsabíaelmediodequebrantarlaconsignadeunsargentodearmas.Elpasolecostódoslibrastornesasydiezminutosmástardesehallabaconlagitanaenuncaminomalcuidadoquellegabahastaelpiedelacolina.
—Picuic y Graznido dijeron la verdad —reflexionó Pardaillán—. Estadesgraciadaestáloca.¿Quépartidopodrésacardeella?
Apesardetodosedispusoainterrogarla.—¿HabéisvividomuchotiempoencompañíadelgitanoBelgodere?—Sí,esunhombreduro.¿Peroquiénseimaginaríanuncalamaldaddelobispo?—¿YaVioleta,laconocisteistambién?—Nolaconozconiquieroconocerla.—Hacedmemoria,porfavor.Violeta,lacantante.—Noquieroconocerla—repitióSalzumacondureza.—¿Porqué?—repitióPardaillánperplejo—.¿Laodiáisacaso?—No,nolaodio,perotampocolaamo.Noquieroconocerlanipuedoverla.Sedetuvodepronto,cogióalcaballeroporelbrazoymurmurósordamente:—Tieneunacaraquemehacesufriryquemerecuerdademasiadascosas.Nome
habléisnuncadeella,nunca.Y se puso de nuevo en marcha. Pardaillán comprendió que no podría obtener
ningúndatodelagitana.Llegaron por fin a lo alto de la colina, sobre la que se alzaba la abadía de las
Benedictinas que, en aquella época, estaba casi en ruinas, pues las monjas que lahabitabancuidabanpocodeaquel convento, antesmuy rico,peroqueya, enplenadecadencia,sóloteníadosmillibrasalaño.
Pardaillánsepreguntabaadondeloconduciríaelcaprichodelaloca,puesél,por
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su parte, no quería ni podía alejarse de París. Además hubiera experimentadoremordimientosabandonandoasusuerteaaquellapobremujer.Sipodíadecidirlaapedirhospitalidadenaquelconvento,nosolamentepodríaregresaraParís,sinoqueleseríafácilhallarlaparacuandonecesitarainterrogarlaenotraocasiónmáspropicia.
—Señora—dijoentonces—.YaestáisfueradeParís.—Sí—dijo ella—.Aquí respiroyyanomeveoasaltadapor las ideasqueme
atormentabanenParís.Yluego,cambiandorepentinamentedeideas,dijo:—¿Queréisqueosdigalabuenaventura?¿Quiénsois?—Undesconocidoparavosyunamigoparacompadecervuestrosdolores.—¿Unamigo?¿Quiénpuede serlode lagitana,de lamaldita?Perono,yaveo
quevuestravozmecalmaymeconsuela.Yaveoquesoisbueno.¡Oh,cuánvalientehabéissidoallíenlaposada!Vuestramano,quierovervuestramano.
Pardaillán ofreció su mano a la gitana. Como ya hemos visto, era un espíritulúcido,peronopodíasubstraerseporcompletoalasideasdesusiglo,demodoque,nosinciertaemoción,oyócómolagitanaledecía:
—Si yo amara a un hombre, yo que no amo, no he amado, ni amaré nunca,quisieraquemiamantetuvieraunamanosemejantealavuestra.Soispobretalvez,pero en cambio sois príncipe entre los príncipes. Os compadezco y no oscompadezco. Lleváis en vos la desgracia, pero en cambio sembráis la felicidad avuestroalrededor.
SalzumadejócaerlamanodePardaillán.—¡Por Barrabás! —dijo el caballero—. ¿Llevo conmigo la desgracia? Será
necesario verlo. Vamos, pobre mujer —continuó—. Ya que parecéis concedermealgunaconfianza,heaquíunacasaenquetieneneldeberdeconcederhospitalidadalosquevanerrantesporelmundo.Creedme,esnecesarioquedescanséisdosotresdíasyluegoosvendréabuscar.
—¿Deverasvendréisabuscarme?—Osloprometo.Esdifícilolvidaroscuandoseoshavistounavez,sienrealidad
puede decirse que os he visto, pues siempre lleváis oculto vuestro rostro por lamáscara.
—Entonces consiento endetenermeaquí—dijoSalzuma,quepareciónohaberoídolaalusióndelcaballerorespectoalantifazrojo.
Pardaillán,temiendoquelalocasedesdijera,seapresuróaagitarlacampanadelconvento, operación que tuvo que repetir varias veces antes de que se abriera lapuerta. Apareció una mujer que no llevaba el traje religioso y que al ver a aquelhidalgodebuenaspecto,sonriódeunmodoextrañoehizoungestocomoinvitandoaentrar.
—Perdonad —dijo el caballero muy asombrado—. ¿Es aquí la abadía de lasBenedictinasdeMontmartre?
—Éste es el convento de las Benedictinas, que dirige la muy alta y poderosa
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señoraClaudinadeBeauvilliers,nuestrasantaabadesa.—¿La abadesa Claudina de Beauvilliers? —preguntó Pardaillán, a quien este
nombreeraperfectamentedesconocido—.¿Esposible?Entodocasonoreclamoparamihospitalidad,sinoparaestadesgraciadagitana.
Yhaciéndoseaunlado,señalóaSalzuma.Lamonja,queapesardesutrajecivilnopodíasermásquereligiosa,examinóalagitanaconrápidamiradaydijo:
—Nuestra reverenda abadesa, Claudina de Beauvilliers, nos prohíbe recibirherejes, a no ser en cierta parte del convento en que nosotras no entramos.Voy aconducirallíaestamujer.
—Vendréabuscarladentrodemuypocosdías.Talvezmañana.—Cuandogustéis,señorcaballero.Salzuma entró. La religiosa dirigió al caballero otra sonrisa que le sorprendió
tantocomolaprimerayPardaillánsealejó,nosinreflexionarconinquietacuriosidadsobreaquellasonrisayaquellamonjalaica,enaquelconventodestartaladoy,enfin,en aquella especie de desenvoltura extraña, con la cual, a pesar del respeto de laspalabras, la hermana tornera había hablado de la abadesa de las BenedictinasClaudinadeBeauvilliers.
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XVI-LavisióndeJacoboClemente
LASNECESIDADESdenuestrorelatonosllevanaParís,alextremodelaCité,alpalaciode laprincesaFausta.Enaquellaelegantesalitaenqueyahemosvistoa laprincesa hablar primero con el duque de Guisa y luego tratando de arrastrar alcaballerodePardaillánaunaórbitadefuegoqueellarecorríacomounmeteoro,allí,repetimos,hablabaconunamujer.
Yaquellamujer, quehemos entrevisto en la escenade laorgíayadescrita, erajustamenteClaudinadeBeauvilliers, laabadesadelasBenedictinasdeMontmartre.La conversación tocaba, sin duda, a su término, porque Claudina estaba en pie ydispuestaaretirarse.
—Demodo, pues—decíaFausta comopara resumir el diálogo anterior—,queesapequeñaartista…
—Estáenseguridadperfectaentre lashijasdemicasa.Muy listosería,señora,quienladescubriera.AdemásestáguardadadevistaporBelgodere.
—Noimporta,vigilad.Convuestravidamerespondéisdelapequeña.—Respondoconmivida, señora,perome falta saberquéhedehacerconella.
Mehaparecidoentreverquedeseabais…—Habladclaramente—dijoFaustaconimperioso tono—.Veamos,¿quéhabéis
entrevisto?—QuehabéiscondenadoamuerteaesaVioleta,señora.—Laejecuciónhasidoretrasada,peroyaestácondenada,enefecto.—Sí, pero esto no es todo —añadió Claudina de Beauvilliers después de un
silencio—.Mehaparecidoquesiestaejecuciónhasidoaplazada,esqueVioletanodebemorir,sinoqueantesdesumuerte…
ClaudinadeBeauvilliersdedetuvo.—Antesdequemuerasucuerpo—dijogravementeFausta—quieroquemuera
espiritualmente. He aquí mi idea y he aquí lo que no os atrevéis a decir porquevuestrodébilespíritucreeverunafaltaendondenoexistemásqueunanecesidad;quieroqueestavirgenseconviertaenunajovenimpura.Quieroquesealamásvildelasdesgraciadasquevivendesuscuerpos.Heaquímisórdenes.
LaabadesadelasBenedictinasseinclinóaloírlasglacialespalabrasdeFausta.—Cuandoestoseaunhechomeavisaréis—continuóFausta—.Ahora,idos.ClaudinadeBeauvilliershizootrareverencia,casiunagenuflexión,yseretiró.—No se atreven a hablar—murmuró Fausta en cuanto estuvo sola—, pero se
atrevenalodemás.Yo,virgenaquiennohaturbadonuncaunpensamientoamoroso,sédecirlonecesarioempleandolaspalabrasprecisas.
Sedetuvoentoncespalideciendo.Poruninstantesusojosestuvieronfijosenunaimagenquesindudaseleaparecía.
—¡Ah!—murmuróasustada—.¿Puedoestar seguradeque ignoro loquees elamoraqueestánsujetaslasotrasmujeres?¡Oh,antesmearrancaríaelcorazón!
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Y sus manos admirables, que parecían hechas de mármol puro, se dirigieronamenazadorasasupechocomosirealmentequisieranarrancarelcorazón.
Poco a poco se calmó. Su rostro adquirió la majestad serena que la hacía tandistinta de las demásmujeres.Una vez tranquilizada llamó y dio una orden a unacriadaquesepresentó.
Algunos instantesmás tarde,unamujerhermosa, ligera,graciosayvivaen susgestosymovimientos,entrósonriente;erantanligerossuspasos,queeranecesariofijarsemuchoantesdenotarquecojeabaunpoco.EraMaríadeLorena,duquesadeMontpensier,hermanadelduquedeGuisa,delduquedeMayenaydelcardenaldeGuisa.
—¿Quénoticiashay?—preguntóFaustaconsonrisamásamistosadeloqueenellaeracostumbre.
—Buenasymalas.—Veamosantetodolasmalas.—¿Porquesonlasmásdesagradables?—No,porquegeneralmentesonlasmásimportantes.—Puesbien,mihermano…—¡Ah!¿SerelacionanconelduquedeGuisalasmalasnoticias?—Sí, reinamía.Hay jaque-mate en toda la línea. Por de prontoEnrique se ha
reconciliado conCatalina deCléves y además, está cada díamás enamorado de lagitanilla,ysobretododesdequehadesaparecido.
Fausta se estremeció y la duquesa pudo observar que acababa de darleverdaderamenteunamalanoticia.
—Dadmedetallessobretodoeso—dijoFaustaconsequedad.—Pues bien, ante todo mi hermano ha tenido una entrevista con Catalina de
Médicis.—Yalosé.Pasadadelante.—¿Yasabéistambiénloquehapasadoenestaentrevista?Puesbien;laMédicis
sehasometido.—¿Deveras?—dijoFaustaconsingulartono.—MelohadichoEnriqueenpersona.—Así,pues,yanohayelobstáculomástemidoparaEnriquedeGuisa.¡Nadale
impidellevaradelantesusproyectos!—En efecto. Y la prueba, señora, es que quiere apoderarse cuanto antes de la
personadelrey.—¿Estáisseguradequevaadesplegartalenergía?Si tal pregunta era irónica, la ironía estaba de tal modo disimulada, que la
duquesadeMontpensiernolanotóy,porconsiguiente,contestó:—Completamente segura, señora;mi hermanome ha expuesto su plan, que es
admirable. Fingirá una sumisión momentánea e irá a presentarse a Valois bajo elpretextodeladiscusiónydelareunióndelosEstadosGenerales.Iráacompañadopor
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buen número de gentes que serán elegidos entre los ligueros más intrépidos. Yotambién formaré parte de la empresa, señora. Entonces se apoderarán deValois, aquienloencerraránenalgúnbuenconventodespuésdehaberlotonsurado.
MaríadeMontpensierseechóareíryFaustasequedópensativa.—Esadmirable—dijoésta.—¡Oh!¡Yaloveréis,señora!—continuóladuquesita—.Seráunacomediamuy
bonita.¿SabéisquiéntonsuraráaValois?Yo,señora,yomisma.Yatengolastijeras.MaríadeMontpensierenseñóunastijeritasdeoroquellevabasuspendidasdeuna
cadena.—¿Demodoqueodiáisalrey?—preguntóFausta.—¿Al rey? ¿Qué rey? ¿Sin duda queréis referiros al hermano Enrique? Sí, le
tengoodio.¿Notuvolaaudaciadeaconsejarmeantetodalacortequemehicieraunzapato más alto que el otro? ¡Miserable! Os aseguro que lloré de rabia. Aún mepareceoírlasburlasdesusfavoritos.
Y,enefecto,unalágrimaasomóalospárpadosdeladuquesita.—Comosiyocojease—continuó—.Ved,señora,¿cojeoacaso?Ydiounospasos
rápidosporlaestancia.—No,duquesa,nocojeáis.Yrealmenteesprecisotenerunalmaperversacomola
deHerodesparasostenertalmonstruosidad.LoquenodecíaladuquesadeMontpensieryloqueFaustasabíaprobablemente
yloquecontaba,entodocaso,lacrónicaescandalosadelaépoca,esquelahermosaduquesa tuvo un capricho por Enrique III; que, aturdida como era, no pudodisimularloy,porfin,queelreylarechazóconbastantedureza.
—¿Demodo, pues, que está convenidoyvos seréis la que tonsurará aEnriqueIII?¿Éstaeslabuenanoticiaquequeríaisdarme?
—No,señora.QueríadecirosquemimadreestáenParís.—¿LaduquesadeNemoursestáenParís?—exclamóFaustayainteresadaenla
conversación.—Sí,ylaheganadoavuestracausa.MimadrevienedeRoma,endondehavisto
aSixtohacedosmeses.HatenidounalargaconversaciónconelqueloscardenalesrebeldespersistenenconsiderartodavíacomoPapa.
—¿Yquémás?—preguntóFausta,queescuchabaconatenciónprofunda.—MimadreharegresadoconlaconviccióndequeSixtoesunhipócritapeligroso
que está decidido a no trabajar más que para sí mismo. Viéndola en estasdisposicioneslahehabladodelcónclavesecretoenquelosmáscelososygenerososcardenales se reunieronparaelegirunnuevo jefe.Demodoque la IglesiaRomanaharáexactamenteloquenosotrosqueremoshacerconEnriquedeValois.YmimadrehaacogidobienlaideadelnuevoPapa,desdeelmomentoenqueésteesafectoalosinteresesdenuestracasa.
—Ésta sí que es buena noticia, hija mía —dijo Fausta—. Si la duquesa deNemoursestáentrenosotros,creoqueantesdepocosellevaránacabograndescosas.
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Y cerró los ojos como si estuviera deslumbrada por la visión de sus futurosproyectos.
—No obstante —continuó entonces la duquesa de Montpensier—, mi madrequiereconoceraestenuevoPapaantesdecomprometerseentanterribleaventura.
—Decidlequeloconocerá.—¿Quiénselopresentará?—Yo—dijoFausta.Y como si hubiera querido substraerse a nuevas preguntas, continuó
inmediatamente:—Pero,segúndecíais,eranecesariodarmecuentadelasmalasnoticias.—Continúomirelato.Despuésdesuentrevistaconlareinamadre,mihermano
regresóasupalacio.Estabatancontentoquetodoscomprendimosquehabíaocurridoalgúnacontecimientoimportante.Aldíasiguiente,cuandomepresentédenuevoenelpalaciodeGuisa,mihermanomehablódelaescenadelaotranoche.Hízolosincólera.Unavezhapodidomataraalguien,mihermanorecobralatranquilidad.YunavezLoignesmuerto,Guisayanosienteningúnenfado.
—Ignoraba—observóentoncesFausta—queelduquefueratangeneroso.—PeroladuquesadeGuisanoloignora,señora.Así,pues,sinelmenorasombro
vientrardeprontoaCatalinadeClévesenlahabitacióndemihermano,elcualdepronto sequedóestupefacto ante semejante audacia, y llevó lamanoa ladaga.Laduquesa se arrodilló sin decir una palabra, y luego, mientras mi hermano estabaindeciso,murmuró:
—Loigneshamuertoyconélmilocura.Sabíabienloquedecía,porquelamanodesuesposocesódeoprimirelmangode
ladaga.Laduquesatuvounasonrisaquesolamentepudeveryo.Entoncessalí,perodesde la habitación vecina oímos gritos de mi hermano y las explicaciones de sumujer. Todo ello duró dos horas por lo menos y luego las voces se apaciguaron.Entoncesvolvíaentrar.MihermanomedijoquedesterrabaaladuquesadeLorenaynoañadióotrapalabrasobreelasunto.
—Esunhermosoejemplodemagnanimidad—dijoapaciblementeFausta.—Creo que en mi hermano hay más indiferencia que generosidad. Lo que le
desesperahastaelpuntodellorardedoloryrabia,esladesaparicióndelagitanilla.—¿Demodoquelaama?—Esoparece; ha jurado registrar todoParís para encontrarla y ya ha ordenado
queempiecenlaspesquisas.—Así—dijoalcabodeunmomento—estáisseguradetenerenvuestropodera
EnriquedeValois.—Yaos lo he dicho, señora—contestó la duquesa deMontpensier, asombrada
poraquelbruscocambiodeideas.—¿YcreéisquevuestrohermanoelduquedeGuisatratarádeapoderarsedelrey?—Sepreparaaello.
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—¡Niña! ¿Y si yo os dijera que estoy informada y que conozco, como si lahubieraoído,laconversacióndeCatalinayelduquedeGuisa?
—Sabéistantascosas,señora,quenomeasombraría.—¿Ysiosdijeseque lavieja florentina,astutacomosiempre,sehaburladode
vuestrohermano?—¿Cómo,señora?—¿Y si os dijese, por fin, que el duqueha prometido esperar pacientemente la
muertedeEnriqueIII?—¡Oh, señora, eso sería una traición horrorosa demi hermano hacia laLiga y
haciasufamilia!—Noesningunatraición,sinounactodediplomacia.Guisaesunsoldadoyun
hombreviolento;haqueridohacerdediplomáticoylehasalidomal.Por lomenosduranteunaño,GuisanointentaránadacontraEnriqueIII.
—Pero entonces —dijo la duquesa de Montpensier, cuyo hermoso rostro sedescompuso—,entoncesmivenganzasemeescapa.
—Deningúnmodo,siqueréistenerconfianzaenmíysimeescucháis.—Miconfianzaenvos,señora,es ilimitada.¿Quiénsois?Apenas losé.Nome
atrevoapenetrarenvuestrasintencionesy,apesardeello,osconsideromireinaymisoberana.Hablad, pues, porque estoy decidida a intentarlo todo para vengarme deEnriquedeValois.
Faustaparecióreflexionaralgunosminutos.Luego,conaquellavozdeextrañaypenetrantedulzuraqueledabatalfuerzadepersuasión,ledijo:
—María, sois la única cabeza fuerte de vuestra familia. Gracias a vos seextinguirá la dinastía de los Valois y reinará la de los Guisa. De vuestros treshermanos, uno,Mayena, está demasiado gordo para tener inteligencia; vendería sualmaporunabuenacomida;elotro,elcardenal,esunsoldadobrutalquenopuedecoordinarsusideas;eltercero,porfin,elduquedeGuisa,estátontoconsusamores;esa pasión por una gitanilla lo incapacita para el consejo y la acción.En cuanto avuestramadre,sabéisquenoseocupadenegociospúblicosyquedesdeelasesinatode su marido, se figura que las gentes no deben tener otra misión que matarhugonotes. Vos sola sois capaz de verlo y comprenderlo todo. La situación espeligrosa.¿Queréissalvarlotododeunavez?
—Estoypronta,señora.Ordenad;¿quédebohacer?—EsnecesarioqueEnriquedeValoismuera.Vuestraideadetonsurarloesmuy
bonita,perosiEnriqueIIInomuere,CatalinadeMédicisosprepararáunaespantosacatástrofe.
La hermosa duquesa escuchaba estremeciéndose a aquella mujer tan bella quehablabadeunasesinatocomosisetrataradeunajoya.Faustapareciómeditaraún.YtalmeditacióndebióparecertanterribleaMaríadeMontpensier,quenoseatrevióainterrumpirla.
—¿Estáis persuadida de queEnrique deValois está condenado?—preguntó de
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pronto.—Amorir,señora—contestóladuquesa.—Sí—dijosecamenteFausta—,locondenoamuerte.—¿Yquiénseráelejecutor,señora?—preguntóladeMontpensier.—Vos—contestóFausta.LaduquesadeMontpensierpalideció.—He aquí la situación—dijoFausta congran frialdad—.Enrique deGuisa ha
jurado a la reina Catalina esperar pacientemente la muerte de Enrique III. A estepreciolehanprometidoqueelreylodesignaríaporsucesor.Valoispuedevivirdiezaños,veinte,apesardetodaslasapariencias.Yaunquesólovivieraalgunosmesesesbastante,porquelareinaaprovecharíaestetiempoparafomentarladestruccióndelosGuisa,comohizoconChatillon.Escoged,pues,entrematarosermuerta.
Lahermosaduquesaseestremeció:—Esnecesarioobrar—dijoásperamenteFausta—.Lostiemposestánrevueltosy
trataddenoretroceder,porquedelocontrario,caeréis.—¡Matar!—murmuró laMontpensier—.Matarconmismanos. ¡Oh,nuncame
atreveré!—PuesValois se atreverá, en cambio, a haceros cortar vuestra hermosa cabeza
porelverdugo.Soisunainsensataypertenecéisaunafamiliadeinsensatosquenoquierenver.Todosvosotroshabéishechodemasiadoparaqueesperéiselolvidoauncuandorenunciaraisatodasvuestraspretensiones.Estáiscomprometidosenundueloamuerte.SiEnriqueIIIy laMédicisnomueren,serálafamiliadeGuisalaqueseextinguirá en alguna terrible aventura. Adiós, pues; id ahora, hermosa mía, areflexionarsobrelaúltimasonrisa,cuandoyatengáislacabezaeneltajo.
—¡Unasolapalabra,señora!—exclamóladuquesafueradesí—.Unasola,estoyprontaaobrar.¿Perocómopodréyo,débilmujer?…
—¿Estáis verdaderamente decidida?—preguntó Fausta sentándose en el sillónqueantesocupara.
—Estoyresueltaacualquiercosa,paraheriraValois—dijoladuquesaconunaenergíaquecontrastabaconeltonoapocadoquehastaentoncesusara.
—Bueno; heos aquí tal como yo deseaba. Heos ya en el estado de espíritunecesariopararealizarhastaelfin lagranobra.Ahoraospregunto:¿quénecesidadhaydequebañéisvuestrasmanosfinasydelicadasenlasangredelcondenado?
—¡Ah!Yaempiezoacomprender.—Bastaqueinspiréisaalguienelodioqueosanima.Laduquesaseestremeció.—¿Alguien? —murmuró—. ¿Dónde encontrar el hombre capaz de inspirar
bastanteconfianzaparaqueyoledigaloqueamímismanomeatrevoadecirme?Sería necesario alguien que ya llevase en su corazón un odio terrible contra losValois.
—O un amor extraordinario hacia vos —dijo Fausta con negligencia—. Este
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hombreexiste.Aloírlo,MaríadeMontpensiersepusolívida.—¡Jacobo!—murmuróconapagadavoz.—Sí, el fraile Jacobo Clemente —exclamó Fausta con energía—. Jacobo
Clementeosamaconpasiónavasalladora.Soisparaélunángel.—¡Pobre!—murmuróladuquesa.—¿Queréisquemueraelqueosinsultó?—preguntóFaustalevantándose.—Sí,loquiero—repusoladuquesaconindescriptibleacentodeodio.—¿Queréisquevuestrohermanosearey?¿Queréisserlaprimeraenlacortede
Francia y humillar a los que os han humillado, triunfar por el lujo y el poderío yreinar,enfin,ennombredevuestrohermano?
—Sí,loquiero—exclamóladuquesaembriagada.—Sed,pues,fielyobediente—añadióFausta—.Id,hijamía,obradsindiscutiry
obedecedmeentodo.—¡Oh!—exclamóladuquesa—.¿Quiénsoisvos,señora,quehabláiscomouna
reinaycuyavozypalabrasmeparecenunensueño?—Soy—dijoFausta,quese transfiguró—,soyaquellaelegidaporunconclave
secretoparacombatiraSixto,traidorparalaIglesia.SoylaqueosdirigelapalabradeDios.SoylaPapisaFaustaI.
LaduquesadeMontpensier,asombradaenextremo,dirigióunamiradaalamujerqueasílehablabaylaviotanradiante,tanbellaymajestuosa,queretrocedió,doblólasrodillasyseinclinódeslumbrada.Faustasedirigióaella,lalevantódulcemente,labesóenlafrenteyledijo:
—Ahora,id;seréisunodemisángeles.Y la duquesa de Montpensier, trastornada y dócil como un niño, salió
retrocediendo, encorvada bajo el gesto de Fausta, de irresistible autoridad, desupremabendición,quearmabaelbrazodeJacoboClemente.
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XVII-LamisióndeJacoboClemente
ELCONVENTOde los Jacobinos estaba situadoen la calledeSaint-Jacquesy seadosaba casi a lasmurallas.El lugar era apacible y casi triste.Únicamente se veíatransitarsilenciosamenteaalgunosfrailes.
El prior de los Jacobinos se llamaba Bourgoing. Era un hombre alto, de grancorpulencia y de rostro alegre, muy aficionado a la política, pero no malo. Teníabastante energía para administrar los intereses de sumonasterio, que a sus ojos seconfundíanconlossuyospropios.Era,además,unfanáticopartidariodeGuisaydelaLigayserdehorrorporEnriquedeValois.
Enciertasocasioneseraunhombredadoalasburlas.Algunosmesesantesdeldíadelasbarricadas,cuandoParísempezabaasentirodioporelfavoritodeEnriqueIII,el duque de Epernon, gran derrochador, el prior Bourgoing se topó un día con elcitado Epernon y con palabras encubiertas se permitió reprocharle sus gastosextravagantes. A ello, Epernon contestó que tenía derecho a gastar mucho dinero,pues anteshabíagastadomucha sangrepara exterminar a losherejes, cosaque eraunadesvergonzadamentira.
Bourgoingnocontestónada,peropocosdíasdespuéshizocircularporParísunlibro bastante grueso, en cuya primera página, con gruesos caracteres, se leían lassiguientespalabras:
GrandeshechosdearmasdelseñordeEpernoncontralosherejes.Losquecompraronellibro,loabrieronviendoquetodaslaspáginasestabanen
blanco,aexcepcióndequealpiedecadaunadeellashabíaunapalabra:Nada.Elpriorseriómuchoporsuinocentebroma,que,encambio,tuvoelprivilegiode
irritaralduquedeEpernon.La misma tarde en que entramos en el convento de los Jacobinos, el prior,
cómodamenteinstaladosobreloscojinesdeunvastosillónconlasmanoscruzadassobresurespetablevientre,ylosojossemi-cerrados,escuchabaaunodesusfrailesque parecía su antítesis viviente. Era delgado, de figura ascética, de rostro pálido,iluminado por dos ojos grandes y febriles y la boca severa; tal era el monje queacababaunrelatoenelcualhabíadebidoconfesarungravepecadosindudaalguna,porquebajabalacabeza,mientraselpriorsonreía.
—¡Hum!—dijo por finMicerBourgoing—.Evidentemente, hijomío, hicisteismal en entrar en aquella taberna en que corríais peligro de encontrar a Satanás,siempre dispuesto a llevarse un alma. ¿Y decís, hijo mío, que aquellas mujeresestabanmediodesnudasyquesusactitudesimpúdicasdesencadenaronenvosatodoslosdemoniosdelalujuria?
—¡Ay,reverendoprior!Esunagranverdad—dijoelfrailecondesesperación.—Acordaosdequelacarneesdébil;pero,enfin,hermanoClemente.¿Supisteis
resistir?—Sí,reverendopadre.
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—¿Y triunfasteis? En una palabra, ¿salisteis victorioso de aquella prueba?—añadióelpriorconextrañacuriosidad.
—Esoesloúnicoquemeconsuelaunpoco,reverendopadre.Pudeescaparme.—IgualcomoelcándidoJosé,dejandosumantoentrelasmanosdelaindignay
perversa Lotta. ¿Sabéis, hermano Clemente, que vuestra acción es muy hermosa?¡Hum!Quierodecirquealcabosólohabéispecadoporimprudencia.
—Sois muy bueno, reverendo padre—dijo Jacobo Clemente inclinándose conrespeto.
—Durante cuatro días os abstendréis de todo alimento, excepto de pan y agua;diréis tres veces por la noche, con algunos intervalos, el salmo de la penitencia, yparaelrestoyareflexionaré,auncuandocreoqueestospiadososejerciciosalejaránlastentacionespeligrosas.Idenpaz.
Elfraileseinclinóysalióconlosbrazoscruzadossobreelpecho,ylacapuchaechadasobrelosojos.Llegóasuceldaatravesandoloslargoscorredoresdesiertos,yapenashubo salidode la celdadelprior, éste se levantóy fuea abrirunapuertayentróunamujercompletamenteenvueltaenunmantodecoloroscuro.EraladuquesadeMontpensier.
—¿Habéisoído?—preguntóBourgoing.—Sí—contestóladuquesadandounsuspiro—.Esejoventienemuchomiedoal
pecado,apesardequeéstenoselepresentaenformatanespantosa.—¡Oh,señora!—dijoelpriorsuspirandoasuvez—.¡Cuántomegustaríaprobar
miresistencia!¡Ay!—continuóadaptándosealadignidadqueleimponíasucargo—.¡AquéextremidadesnosvemosreducidosparasalvaralasantaIglesia!
Entre tanto Jacobo Clemente había llegado a su celda y, según la reglaestablecida,dejólapuertaabierta.Searrodillóenelsuelo,levantandolosojoshaciauncrucifijoqueeraelúnicoadornodelahabitación,peroalpoquísimoratobajólacabezadesesperadoycerrólosojos.
—Elpecadoestá enmí—murmuró—.Noveoa ladivina figurade Jesucristo,sinoaella.¡Señor,Señor!¡Tenpiedaddetuhumildesiervo!
Y se encorvó lentamente hasta tocar con la frente el suelo, en cuya posiciónpermanecióinmóvilysilencioso.Devezencuando,noobstante,salíaunsollozodesugarganta.
El fraile permaneció sumido en largameditación, hasta el momento en que lacampanatocólaoraciónnocturna.Entoncesselevantó,saliódelaceldaysedirigióhacia la capilla. Los otros frailes andaban silenciosamente a lo largo de loscorredores.
Lacapilla,débilmenteiluminadaporcontadoscirios,sellenópocoapocoycadauno de los monjes ocupó su sitio de acuerdo con su grado correspondiente en lajerarquía.
—Oremos—gritóelprior—.Hermanos,oremosparaquetengacompletoéxitoelproyectodeunaprincesaamigadelaIglesia.Oremos—repitió—porlasalvaciónde
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unodenuestroshermanosquehatenidoquesostenerunrudoasaltodelMaloyquevaaconfesarsepúblicamente.
JacoboClementeavanzóhastaelcoroyposternándoseallí,dijo:—Hermanos,meacusodehaberpenetradoenun lugardeperdiciónydehaber
saciadomisojosconlacontemplacióndecosasimpuras.Unestremecimientoimperceptibleagitóloshábitos.Reinógransilencioydesde
el fondo de las capuchas, gran número de ojos brillantes se fijaron en el hermanoClemente. Éste temblaba, pero el despiadado prior habíamandado y era necesarioobedecer.
—Hermanos—dijo—. Esos objetos eran, ante todo, cuadros impúdicos de losquenopodéis formaros ideaycuyavistaprovocóenvuestrodesgraciadohermanounaturbaciónprofunda.
—¡Oremus!—gritónuevamenteelprior.—Hubo luego,hermanos,unamesamagníficamenteservida,ante lacualmevi
obligadoasentarmeytuvequecomerexquisitosmanjares,ymeacusosobretododelplacerqueexperimentéconunpasteldevenado,quealcomerloparecíaincendiarelpaladar.
—¡Oremus,oremus!—exclamóelpriorhaciéndoselelabocaagua.Losmonjes,queacababandedevorar su raciónde judíashervidas,continuaron
susoracionesrelamiéndoseloslabios,mirándoseunosaotrosyhaciendoexpresivosmovimientosdecabeza.
—Encuantoalosvinos—añadióJacoboClementecondesesperaciónsincera—nohaydudadequeprocedíandealgúnviñedodiabólico,detalmodoerandulcesyperfumadosy tantoeraelcaloragradabilísimoquederramabanpor todoelcuerpo,tantoque,apesarmío,meembriagué,cosaquetalvezmeservirádeexcusaaloquesigue.
Conmovimientomaquinal el priorhizo chasquear la lengua,pero reportándoseenseguidarepitió:
—¡Oremus,oremus!Ylaoracióndelosdesgraciadosfrailesque,despuésdesuplatodejudías,sólo
habíanbebidounvasodeaguapié,empezóasalirprecipitadadesuslabios,comosilos vinos de la confesión se les hubieran subido a la cabeza. En cuanto a JacoboClemente,sedabaterriblesgolpesenelpecho.
—Hermanos—dijo—.Mefaltaconfesarlomásterrible.Los monjes se estremecieron y más de uno de ellos maldijo con sinceridad
aquella confesión pública que desencadenaba en ellos todas las tentacionesprohibidas,perosindudaBourgoingteníasuidea.
—Loquevi,porfin,enaquellugardeperdición—murmuróJacoboClemente—fueronmujeres,peronocomolasvemosenlaiglesiaoporlascalles,decentementevestidas, sino seres satánicosdeunabellezamaravillosa auncuando ibancubiertasporunantifaz,perotanpocovestidas,hermanosmíos,quenovalelapenadehablar
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desustrajes.Glacialsilencioreinóentrelosfrailes.—Unasobretodo—continuóelpenitente—,unadeaquellasmujeresdetestables
merodeódecariciasysiallí,hermanosmíos,nocometíelhorriblepecado,sinomehundíenlosabismosdelavergüenza,esporqueaprovechandounúltimodestellodecastidad,reunímivalorypudeescapar.
—¡Oremus, oremus! —balbució el prior mirando vacilante a las carascongestionadas de sus frailes, muchos de los cuales acabaron de cubrirse con elcapuchón.
A la sazón, el prior Bourgoing, reforzando su voz, empezó a dar órdenes parasalvar el alma en peligro de perdición, y alejar a los demonios encarnizados en elpobrefraile.
—Quecadaunoreciteestanochesietepadrenuestrosysieteavemaríasyunavezel salmo de la penitencia.A cambio de esto, os dispenso, hermanos, de la oraciónnocturna; quiero que todos permanezcan encerrados en su celda. En cuanto alhermanoClemente, ya le hemos indicado una parte de los actos que debe llevar acabo. Mañana completaremos su penitencia y, entre tanto, le autorizamos comograciaespecialaquedarseenelcorodelacapillahastalasdocedelanoche,afindeque,sóloconsigomismo,puedarecordarlosdetallesdesufaltaeimplorarelperdón.
—Amén—dijeronlosfrailesacoro.Yentoncessalieronenfilaconlasmanoscruzadasylacabezainclinada.Luego
salióelpriorasuvez.Elsacristánapagólosdosotresciriosqueardíanenlacapilla,lacualsolamenteestuvoalumbradaporlamariposasuspendidadeunalargacadena.
JacoboClemente,prosternado,tratóderezarcomolohabíahechoenlacelda.Ensurostropálido,afuerzadeayunosqueseimponíadesdequepenetraraenelpalaciodeFausta,solamenteparecíanvivirsusdosojos.
AnteélnoveíaelaltarnilaimagendeDios,alquellamabaconfeabsoluta.Erala imagen de una mujer que en vano trataba de alejar. Era bonita más bien quehermosa,conrisueñoslabiosyburlonesojosquelahacíanaúnmáslinda.YaquéllaeralaimagendeMaríadeLorena,duquesadeMontpensier.
—¡Señor!—murmuraba el joven—. A pesar de la penitencia, de la confesiónpública antemis hermanos, del ayunoyde la oración, el amormedevora. ¡Señor,tenedpiedaddemí!
Yconsufrentegolpeólaslosas.Perosiemprelasonrienteimagensebalanceabaante él, le tendía susbrazosy sentía en sus labios el ardorde losbesosquenuncapodríaolvidar.
Pocoapocoenaquelcerebrodebilitadoporelayunoyexasperadoporelamor,empezaronaproducirsealucinaciones.Aveceslastinieblassellenabandelucesyenelfondodelaltaroíaruidosquelohacíantemblarviolentamente.
DeprontoJacoboClemente,quehastaentonceshabíarezado,fijósuatenciónenelhechodequeestabasoloenlacapillayenqueibanadarlasdoce.Desdeentonces
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empezóaapoderarsedeélinexplicableterror.Jacobo Clemente estaba en aquella miserable situación de espíritu en que el
pensamiento huye, la energía desaparece y las fuerzas del hombre, rotas, sedisuelven.
Unruidoseco,lejano,cuyaprocedencianopudoaveriguar,losobresaltó.Aquelruidoeraeldelrelojyprecedíaalascampanadasdelahora.Enaquelsilencioterribleque rodeaba al fraile, las campanadas resonaron con desesperante lentitud. Sudorglacialinundósurostro.Contólashorasestremeciéndose,yencuantodieronlasdocese le erizaron los cabellos.Haciendo un esfuerzo para levantarse, cayó de rodillaspetrificadoporunhorror sinnombre,porquea laduodécimacampanada, lacapilladel fondo del coro, en el mismo sitio en que había la puerta de las tumbassubterráneas, sealumbróconextraña luz,deun resplandorqueJacobocomprendióquenoexistíamásqueensuimaginación,peroqueformabaunnimbomuydulce.
Reprimióungritoalobservarquelapuertaseabríaysemostrabaunaaparición.Pero en lugar del espectro que esperaba, lo que vio Jacobo Clemente fue una
figuraradianteyresplandeciente,unamujerhermosísimaconlargoscabellosrubiosdispersossobre loshombros. Ibavestidadeblancoy llevabaen lamanounadaga,cuyo acero resplandecía. Extasiado, Jacobo Clemente unió las manos. AquellaapariciónseparecíaaMaríadeMontpensier,suadorada.
Entre tanto, la aparición no hizo el menor movimiento y miraba al frailesonriendo con dulzura o, por lo menos, así se lo parecía a éste. Transcurrieronalgunossegundos,duranteloscualessedisipóenparteelhorrorqueloparalizaba.
—¿Quiéneres?—murmuróentonces—.¿Ereslaimagendelaqueamo?¿Eresdeesenciadivinaobienelinfiernomesometeanuevaprueba?
Entonceshablólaapariciónyconvozdulce,bientimbradayclara,dijo:—Tranquilízate, JacoboClemente.No soy un ser infernal y en prueba de ello,
mira.Ydiciendoestaspalabraslaapariciónmetiólamanoenteraenunapiladeagua
bendita.—¿Quiéneres,pues?—interrogóelmonje.—Tampoco soy de esencia divina. Soy uno de los seres aéreos que sirven de
mensajerosalcielo,ydeloscualeselSeñorsevaleparacomunicarsusórdenesaloshombresquehaelegidoparaejecutarsuvoluntad.Soyloqueenlatierrallamáisunángel.
—¿Peroporquéhastomadoesaapariencia?—preguntóelfraile.—Porque es la del ser que amas. El Todopoderoso ha oído tus ruegos y se ha
compadecidodeti.Ysíhetomadolafiguraqueves,esporqueteestápermitidoamaraesamujer.
JacoboClementedioungrito ronco,queexpresabaa lavezalegría,asombroymaravilla.
—¿Meestápermitidoamarla?—balbució.
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—Sí,conlacondicióndequeejecuteslasórdenesquevoyadarte.Jacobo Clemente tendió sus brazos a la aparición. Sus ojos se abrieron de un
modo extraordinario. La cabeza se inclinó hacia atrás y su cuerpo se encorvóligeramente.Todoterrorhabíadesaparecidodesuespíritu.
—Habla,habladenuevo—dijoconextasiadavoz—. ¡Oh, tú,cuyoaspectomeembriagaycuyavozmeencanta!
Elángelsonriómaliciosamenteydijo:—Soy el mensajero de Dios Todopoderoso y vengo a transmitirte las órdenes
divinas.Enelcielotienespreparadalacoronadelmartirioyenlatierrateprometoladelamor.
—¿Quédebohacer?—exclamóelfrailetransfigurado.—Debes cumplir una misión que libertará al pueblo de Francia, al pueblo de
Dios.HassidoelegidoparaheriraValois.Portieltiranoperderálavida.Dichas estas palabras y antes de que Jacobo hubiera podido hacer un gesto, la
blancaapariciónsehundióenlastinieblas.Elfrailecayódecaracontralaslosas.Elespantoseapoderódeélcomoantesde
la visión. Quiso huir y se quedó clavado en aquel sitio, temblando con todos susmiembros,conloscabelloserizadosylafrentebañadadeheladosudor.
Transcurrióunahora antesdequepudiera recobrar la lucidezde espíritu.Algocalmadosepreguntósitodoellonohabíasidounsueño.Elprofundosilenciodelacapilla,todaslascosasensulugarylapuertaquedabaalastumbas,biencerrada,leprobabanquehabíasufridounaalucinación.Alcreerloasí,experimentópesar.
—Hubierasidodemasiadohermoso—dijo—.¡Tenerderechodeamarla!Ycuandoempezóaandar,supietropezóconalgoquedespidiómetálicoruido.
Se inclinó y al recogerlo dio un grito que a la vez expresaba alegría y terrorextraordinarios.Aquel objeto era la daga que el ángel tenía en lamano durante laaparición.Elángellehabíadejadounapruebamaterialdesupasoporlatierra.
—¡Oh!—rugióelmonjeestrechando ladagacon sumanoconvulsa—. ¡Nohesoñado, tengo el derecho de amar, porque aquí está el arma con la que debo darmuertealtirano!
Tropezando con los bancos, salió de espaldas de la capilla y luego se dirigiócorriendoasucelda,yechándosesobresucamastro,sedesvanecióconladagaensucrispadamano.
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XVIII-ElmolinodelacolinadeSanRoque
PICUICYGRAZNIDOhabíanrealizadosuensueñoyvistosusesfuerzoscoronadosdeplenoéxito.HabíansidopromovidosaladignidaddelacayosdelseñorduquedeAngulema.No era exactamente lo quehabíandeseado, pues aspiraban al honor deservir al caballero de Pardaillán, pero como éste y el joven duque hacían vida encomún,losantiguoshérculesdeBelgoderesedieronporsatisfechosconelempleodelacayos de Carlos de Angulema, esperando ser más que nada los escuderos dePardaillán,alqueprofesabanadmiraciónsinlímites.
Eldíaenquesediscutióelasunto,elcaballerolesdijoqueelestadodesufortunaylainseguridaddesuerrantevidaleprohibíantenerunlacayo,yconmayormotivodos.
—Además—añadióPardaillán—mellamaríaisatodotrapomonseñor,cosaquemefatigaríalosoídos.
—¡Oh! Eso no sería ningún obstáculo —contestó Picuic—. Os llamaremoscaballerosiasíloqueréis.
—No puede ser y, además, conmigo sólo ganaríais, de vez en cuando, algúngolpe.Muchasveces,despuésdehaceruna largacaminata, tendríaisquedormir alrasoconelestómagovacío,ynocreoqueestopuedaseduciros.
—Enefecto—dijoGraznidohaciendounamueca.—Pues yo con vos, señor —dijo Picuic dirigiendo encolerizada mirada a su
compañero—,pasaríagustosoésosyotrostrabajos.AlasazónllegóCarlosdeAngulemaeinmediatamentealquilóalosdoshércules.
Como habían conocido a Violeta, se hallarían probablemente en estado deproporcionarindicacionesútiles.ElmismodíafueronlosdosinstaladosenlacasadelacalledeBarrésyvestidosdenuevo.
—Tiremosnuestrosvestidosviejos—propusoGraznido.—Guárdalosmuybien,porelcontrario.Nuncasesabeloquepuedeocurrir.Se
vequetunuevaposiciónsocialtellenadeorgullo,peroyosoyprevisor.Al día siguiente del felicísimo en que los dos pobres diablos hallaron lo que
Picuicllamabaunaposiciónsocial,esdecir,elalbergueylacomidaaseguradosparatiempo,elcaballerodePardaillányeljovenduquesalieronconlaintencióndeiralaabadíadeMontmartre,paraversipodíanobteneralgunosdatosdelagitanaSalzuma.Picuic y Graznido, orgullosos con sus nuevos trajes y armados hasta los dientes,seguíanadiezpasosasusamos.
Auncuandocontestabaaljovenduqueque,comopuedesuponerse,sólohablabadeVioleta,PardaillánpensabaenMaurevert,aquienvinoabuscaraParísdespuésdehaberleseguidolapistaporBorgoñayProvenza.Deprontolovioaquincepasosdedistanciaacompañadoporunhombre.Pardaillánpalidecióligeramente.Sumanosecrispóenlaguarnicióndelaespada,peronoporesoapresuróelpaso.DeprontotuvolaintencióndeabordaraMaurevert,obligarloadesenvainarlaespadaymatarloallí
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mismo.Perorechazóenseguidatalidea,puesnoqueríaquemurieseasísuenemigo.—¿Quétenéis,amigo?—preguntóelduque—.Estáispálido.—Nada, pero si me lo permitís, dejaremos para mañana nuestra expedición a
Montmartre.—Comoqueráis,¿peroquéharemos?—Seguiraesosdoshombresquevanantenosotros.YecharonaandartrasMaurevertysucompañero.
*****
Era preciso que Maurevert estuviera distraído por una ocupación poderosa,porquesibienordinariamenteobservabaconelmayorcuidadotodaslaspersonasquesehallabancercadeél,alasazónparecíahaberloolvidadotodoparaabsorberseenescuchar lo que le decía su compañero, el cual tenía aspecto demolinero. Pero unobservadorcuidadoso,habríareconocidobajoaqueltrajeaunhombredeguerra.
Era,enefecto,Maineville,elfavoritodelduquedeGuisa,ydecía:—Elduquenolocree.Apesardelaprecisióndelacartaqueselodenuncia,no
quierecreerenello.—Y no obstante —observó Maurevert— esa carta procede de aquella mujer
misteriosa.—Alacualobedececomosi fuerasusoberana.Seránecesario,Maurevert,que
averigüemosquiénesesaFausta.—Yalosabremos.¿Ydices,Mainevillequeellalehaescritosobreelparticular?—Hevistolacarta.—¡Oh,sifueraverdad,Maineville!—Seríaeltronoaseguradoparamonseñorelduque,aquiensólofaltadinero.Maurevert dio silenciosamente algunos pasos y luego, mirando con fijeza a
Maineville,dijo:—Seríaeltronoparaelduqueolafortunaparanosotros.—¿Quéquieresdecir?—preguntóMainevilleestremeciéndose—.¡Oh!—añadió
enseguida—.Yateentiendo,Maurevert.Peroaltoahí,amigo.Soyfielalduqueenvidaymuerte.Tengomásdinerodelquegastoyloquequieronoesoro,sinohonor.
—¿Querrásdecirhonores?—observóMaurevertsonriendo.—Eslomismo.LoqueséesqueserécondestablesiGuisallegaaserrey.—Entoncesyacomprendotufidelidad.—Claro,siemprehayalgoenelfondodeunaadhesión.Sealoquefuere,soyfiel
alduque,ysitedabalahumoradadejugarleahoraunamalapasada,yo,apesardeseramigotuyo,meveríaenlatristenecesidaddehundirmiespadaentucuerpo.
—Ha sido una broma—dijoMaurevert—, soy tan fiel al duque como puedesserlotú.
—Yalosé.Démonosprisa.
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—Ydentrodeunahorasabremossilacartadiceverdad.¿Ysiescierto?—Puesbien,iremosaavisaralduquedeGuisa,quesabemuybienloquedebe
hacer.Yentonceslosdoshombresapresuraronelpaso.FranquearonlapuertadeSanHonorato,dejandoalaizquierdaelsoberbiocastillo
queCatalinadeMédicishabíahechoconstruirsobreelantiguoemplazamientodelasTullerías, y se dirigieron hacia una capillita que estaba dedicada a SanRoque. Sealzabaalpiedeuncerroque,porestarazón,sellamabaelcerrodeSanRoque.Enlacumbre de la colina un bonito molino extendía sus grandes brazos alados, y losagitaba al soplar la brisa, demodo que elmolino dominaba la capilla y las aspasformaban una cruz giratoria sobre lamás pequeña, inmóvil, del campanario.En lacapillaempezabaunsenderopedregosoquedirigiéndosehacialaderecha,porentrelas tierras de labor, se encaramaba luego por los abruptos flancos del cerro yserpenteaba hasta llegar almolino. Tal sendero eramuy estrecho, y los asnos quetransportabaneltrigoalmolinonopodíanpasarmásqueunoauno.Enelmomentoen queMaurevert y Francisco deRoncherolles, señor deMaineville, llegaban a lacapilla,seofrecióaellosunespectáculoextraordinario.
Ascendían algunosmulos por el sendero llevando un saco cada uno que podíacontenerharinaotrigo.Peroloqueparecíaasombrosonoeraquelosmuloscargadosde trigosedirigieranalmolino,sinoqueaquellosanimalesqueeranennúmerodetreinta,ibanconducidosporunosdiezmozosdemulas,queseparecíantantoaéstoscomoMainevilleaunmozodemolino.Aquellasgentes, llenasdepolvoycurtidasporelsolcomosihubieranhechounalargaetapa,teníanenelcintograndespistolasdearzónydagasmuyafiladasquelascapasquellevaban,sobreloshombros,apesardelcalor,sólodisimulabanamedias.
—¡Ah,ah!—dijoMaineville—.Heaquílosmulosseñaladosenlacarta.—Yel trigoqueconducendebevaler supesoenoro—dijoMaurevert con los
ojosbrillantesdecodicia.—Estoesloquedebemosaveriguar.Sígueme,Maurevert,yprepárate.Losdoshombresselanzaronatravésdeloscamposymientrascorríanformaron
suplan.Llegaronalsenderoalaalturadelúltimomulotrasdelcualibaelúltimodelosconductoresdelaescolta.
—¡Atrás!—gritóelarrieroconamenazadoravoz.—¡Faquín!—gritoMaurevert—.Voyaenseñarteelrespetodebidoaunhidalgo.—Unmomento,mioficial—interrumpióMaineville—;esebuenhombreignora
queyosoyunodelosmozosdelmolinoyquevossoisoficialdelosmolinosreales.Vamos,amigo,teescoltamoshastaelmolino.
—¿Soiselmozodelmolino?—preguntóeldemulasdirigiendounamiradallenadedesconfianzahaciaMaineville.
—Meparecequeestosevebastante.Yesehidalgoqueahívestieneelderechodeinspeccionarelcontenidodetussacos.
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—Derechoquequieroejercer—contestóMaurevert.—Como queráis, mi oficial —dijo Maineville—. Ese buen hombre no querrá
buscaruncompromisoamiamo.El mozo de mulas dirigió una rápida mirada a su alrededor. Vio que sus
camaradas habían avanzado durante la discusión y por un instante pareció quererllamarlos;perosindudacambiódeidea,porquecontestómalhumorado:
—Hacedlainspección.Voyaenseñaroseltrigo.Ydeshaciendoelcordelqueatabalabocadelsaco,loechóatravésdelamulade
modo que colgara a derecha e izquierda de los flancos del animal. Entoncesentreabrióelsacoysacóunpuñadodetrigo.PeroMainevilleavanzócomosiquisieraayudarloydándoleunempujónhizocaerelsacoalsuelo.Sederramóeltrigoenelsendero y, ya si contrapeso, cayó del otro lado. El mozo de mulas, sin decir unapalabra,sepreparóaladefensa,peroyaMaureverthabíahundidolamanoenelsacomediovacíoyobservóqueenelfondohabíauntaleguitoquepalpórápidamente.
Selevantócuandoyaelmozodemulasseprecipitabasobreél.Maurevertestabamuypálido.Aqueltaleguitohabíadespedidometálicosonidoyaltocarlosintióbajosusdedos algunas formasdurasquemásprontoque el trigo recordabanducadosoescudos.
—Estábien.Recogeeltrigo,buenhombre—dijofríamente.Elmozodemulas,sincontestar,sacóunapistolaysepreparóadispararla.—¡Atrás,mioficial!—dijoMaineville—.Esehombreestáloco.Losdosdieronunsaltoyecharonacorrer.Cuandoyahabíandadounaveintena
depasos,Maurevertsintióunchoqueensucabezaylecayóelsombrero.Elmozodemulas acababa de disparar. Maurevert y Maineville desaparecieron en breve y elarrieromurmuró:
—¿Quiénes serán esos dos hombres? ¿Habrán dicho la verdad? No creo quehayantenidotiempode…
Hundiólamanoenelsaco,yseguroyadequeelcontenidometálicopermanecíaen su sitio, se tranquilizó y cargándolo nuevamente siguió su camino y a poco sereunió con sus compañeros. Al pie del cerro, junto a un seto vivo, se detuvieronMaurevertyMaineville.
—Treinta mulas cargadas de oro —dijo Maurevert—. Es evidente que lasveintinueverestantesvancargadasdelmismomodo.
—Sí,talvezahíhayvariosmillones—contestóMaineville.Los dos agentes de Guisa se miraron. Maurevert estaba lívido en tanto que
Maineville permanecía tranquilo. Transcurrió un minuto de silencio y luegoMaineville,poniendolamanosobreelhombrodeMaurevert,dijo:
—Ya te comprendo, camarada. Quieres decir que, si lo deseáramos, en vez depreveniranuestroduque,podríamosconquistardosotresdeestossacos,yentoncescadaunodenosotrostendríaunafortunaqueelmismoduquedeEpernonenvidiaría.Perodime;deconseguirlo,¿quéharíastúdeeseoro?
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—Loqueharía—dijoMaurevert—seríamarcharme.Empiezoacansarmedelaguerraydelasaventuras.Ademásheexperimentadolaingratituddelosgrandes.HeservidoaCarlosIXyéstemeolvidó.HeservidoaCatalinadeMédicis,haciéndoleuno de aquellos servicios que salvan a una dinastía, pero Catalina me dejó pobrecomoantes.PorfinheservidoalosLorena.NuestrogranEnriquemehaprometidoeloroyelmoro,peronuncaserealizansuspromesas.Siyoposeyeradoscientasmillibras,memarcharía.No sé dónde, pero en fin, el aire de París nome sienta bienactualmente.Yanomeatrevoapasearmepormiedodeencontrar…
—¿Aquién?—preguntóMaineville.—Aunespectro.¿Nocreesenlosaparecidos?Puesyosí,porquehevistoauno.Maurevertseestremeciócomolashojasdelsetovivoqueenaquelmomentose
agitaban.—Espectros—dijoMainevilleencogiéndosedehombros—.Siempreque loshe
encontradomehelibradodeellosconunabuenapuñalada.—Ya lo he probado, peromi espectro tiene el alma,muy bien arraigada en el
cuerpo.Laotranochelohiceseguirpordos truhanes,pero loscogióyse los llevóbajoelbrazocomosihubieransidomuñecas.
Maurevertsepasólamanoporlafrente.—Cualquiera diría que tienesmiedo—dijo burlonamenteMaineville—.Yo no
temonada.—¡Miedo!—exclamósordamenteMaurevert—.Yameconoces.Mehasvistoen
más de veinte encuentros.Me he batido con los espadachinesmás terribles de losCuarentayCinco.ElmismoBussi-Leclercdeclaraquenotienedeseosdehabérselasconmigo.Hederramadomisangre,arriesgandomilvecesmividaenlasemboscadasnocturnasyenloscombatesalaluzdeldía.Hevistomuchasveceslamuerteynuncahetemblado.Noobstante,Maineville,cadavezquepiensoenesehombre,sientoquemerecorreelcuerpounescalofrío;siestoyenlacallemeapresuroairmeacasayunavezallímeparapeto.Sí,Maineville,tengomiedodeesehombre,miedohastaelpuntodequememataríaparasustraermeaesesentimiento.
Mainevilleyanosereía.—Tengoprecisióndehuir—continuósordamenteMaurevert—,aunqueseaalfin
delmundo,paragozarporfinde laalegría,quenoconozcohacedieciséisaños,esdecir, dormir tranquilo sin temor a ese hombre. Y para ello me falta dinero.Maineville,¿quésondoscientasmillibras?Déjamelastomar.
—Escucha—dijo entoncesMaineville—; se preparan grandes cosas. El duqueserá reydeFrancia.Lagranconspiraciónempezadahaceyamucho tiempoyde laquetúformabasparte,Maurevert,pueseraentiempodelamatanzadeloshugonotes,la gran conspiración, repito, va a dar los resultados que se esperaban. ¿Qué falta?Casinada.Unpocodeoroparaobtenerhombres, reduciralBearnésyacorralaralValoisensuúltimatrinchera.ElPapanoshabíaprometidoeseoro,peroheaquíqueelmuyladrónnosabandonaysellevaeldinero.Temealgosinquesesepaqué.Ese
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oro,Maurevert,representalaLigasalvada,lacoronaparaGuisayparamílaespadadecondestable.Sidistraemosunapartenosponemosalaalturademiserablesrateros.Guisanosecharía.
—¿Quémeimporta?—exclamóMaurevert.—Peroamímeimportamucho.Busquemosaalgunoscompañerosatrevidos;y
estanocheatacamoselmolino.NosapoderamosdelostalegosylostransportamosalpalaciodeGuisa.Entoncesdigoalduque:monseñor,ahíestáeldinero.Paramínodeseonada,perosonnecesariasdoscientasmillibrasparaMaurevert.Delocontrariodaráaconocera todoelmundoelmediodequeoshabéisvalidoparaobteneresedineroqueospermitirálevantarunejército.¿CreesacasoqueGuisaterehusaráesasuma?
Maurevertnocontestó.Reflexionaba.—Estodoloquepuedohacer—dijoMaineville—.Sitratarasdetomareldinero,
congranpesarpormiparte,meveríaobligadoaatravesarteconmiespada.—Sí,tienesrazón.—¿Así,pues,loharemossegúnacabodedecirte?—Puntoporpunto—contestóMaurevert—.Hastalanoche.—Perfectamente,queridoamigo.Perodeaquía lanochenomedejes,hombre.
Yoyamepongoentulugar.Comprendoqueenestemomentotienesgrandesdeseosdedestriparmeyde correr luegohacia elmolino, peroponte también enmi lugar,Maurevert,ycomprenderásquepormiparteestoydecididoacortarteelcuelloati,mimejor amigo. ¿Quéquieres?No soyapocado, comoya sabes, y si se trataraderobaraotroqueaGuisa,notendríainconvenienteenseguirtuplan.¿Peroquiénsoyyo, en suma, sino el dogo de Guisa? Si se acercan al duque gruño, y si quierenquitarlelapitanzasacoarelucirlosdientes.Seamosamigos,Maurevert.
Mainevilleacababadehablarcontodasusinceridaddereitrequesehavendidoencuerpoyalmaaunamoyestádispuestoamorirporélanoserquehalleaotroque pague más caros aquel cuerpo y aquella alma. Su violenta franqueza eraadmirable. Al mismo tiempo que tendía su mano derecha en señal de amistad,comprimíaconlaizquierdaelpomodesudagapreparadoaherir.
Aquella especie de fidelidad salvaje queMaineville profesaba por su amo, eracomúnen aquella época.Unbrazo era fiel y cuando se pasaba al campo enemigo,llevabaallílamismafidelidad,sibienselimitabaaavisarlavísperaasuprimeramo,paraquenocontarayamásconél.
—Puesbien,sea—dijoMaurevert—;notedejaréhastalanoche,yapesardequetussospechasmeofenden,heaquímimano.Quedamosamigos,Maineville.
Losdossedieronunapretóndemanosquenovacilamosencalificardeleal.—Pero—repusoMaurevert—bienentendidoquetecomprometesaprocurarme
doscientasmillibras.—PorlabarbadelPapaSixtoque,asupesar,seránuestroproveedor,telojuro.
Nohabrámás remedioparaGuisa sinodesatar los cordonesdeunodeesos lindos
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sacosdetrigo.Demodoquedesdemañanapodrásemprenderelvueloaotrastierras,lo cual me causará un pesar dada la amistad que te profeso, pero en cambio mesatisfará el pensar que habrás obtenido la ansiada tranquilidad de ánimo. Ahoravamosadarcuentaalduqueyaprepararlaexpedición.
Rápidamente se alejaron hacia París. Entonces, de un seto que bordeaba uncampo de avena, se apartaron algunas ramas y apareció una cabeza pálida, cuyasonrisa habría asustado a Maurevert, y unos ojos ardientes se fijaron en los doshombres,hastaqueéstoshubierondesaparecidoen laprimera revueltadel camino.Luego, el cuerpo que pertenecía a aquella cabeza, o, al revés, si se prefiere, salióarrastrándose, se enderezó, y el caballero de Pardaillán permaneció inmóvil ypensativo.
—Loqueesestavez—dijo—creoquelotengo.
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LAVENGANZADEFAUSTA
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XIX-Elmolinero
ELCABALLEROdePardaillánsepusoaseguiraMaurevertyaMaineville,desdeelinstanteenquelosdivisó.PasadalapuertadeSanHonorato,dejóaAngulemayalosdosnuevoslacayosqueleesperabanocultosenunacasamedioarruinada.DesdelejosasistióaladisputadelmozodemulasconMainevilleyMaurevert.Luegoviocómoesteúltimohuíaa todaprisa,ytambiénoyóelpistoletazoqueledispararaelmozo.Rastreandopor entre los tallos de avenadel campo, pudo acercarsehasta elsetojuntoalcualtuvolugarlaconversacióndescrita.EntonceselcaballerosedirigióhacialacasaabandonadaenquedejaraaCarlos.
—¿QueréisjugarunamalapasadaalduquedeGuisa?CarlosinterrogóaPardaillánconlamirada.—Regresad a vuestro palacio—continuó éste— y tomad armas ymuniciones.
Montadacaballoconestosdignosservidoresqueardenendeseosdeserosútiles.PicuicmoviósunarizpuntiagudaylacaradeGraznidosealargó.—Hacedqueunode losdosme traigami caballo.Os espero en elmolinoque
desdeaquísedescubre.—¿Perodequésetrata?—preguntóCarlos.—Yaoslohedicho,dejugarunamalapasadaaEnriquedeGuisaydeinferirle
ungolpedelquenopodráreponerse.Eljovenduquenopreguntónadamás.TeníaenPardaillánconfianzailimitada;y
aun cuando era duque de Angulema, estaba emparentado con los príncipes y erasobrinodel reydeFrancia, obedecía sin chistar al pobre aventureroque carecíadetítulos y de fortuna. Partió enseguida yPardaillán tomónuevamente el camino delcerrodeSanRoque.
Alospocosminutosempezóaseguirelsenderoporelqueunahoraanteshabíanpasado las treinta mulas. Con gran asombro por su parte, observó que el senderoestaba libre. Pudo llegar a la meseta sin haber sido detenido por ninguno de loscentinelasqueesperabahallar.
—¿Acasolasmulasllevabantrigoenrealidad?—pensó—.¿Acasolahistoriadegrandes sumas de dinero en el fondo de los sacos, no serámás que una quimera?¡Hum!NocreoaMaureverthombrecapazdeequivocarseenesteasunto.
Lascercaníasdelmolinonodenunciabannadaextraordinario.Losgrandesbrazosalados giraban apaciblemente, impulsados por la fuerte brisa del Oeste, quetransportaba aromas de tomillo, menta y espliego. Pardaillán escuchaba el ruidoregularymonótonode la ruedaque triturabael grano.Algunosmozos,blancosdeharina,pasabancargadosconsacos.Uncaballo,enlibertad,pacíaentredosgrandesbueyes echados, que con la cola le sacudían lasmoscas. Pero no se veía una solamula,asícomo tampoconingúnarriero.Entróen lacasadelmolinero,cuyapuertaestabacompletamenteabierta.
—DecididamenteMaureverthasoñado—sedijogolpeandolamesaconelpomo
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desuespada.Aloírlo, aparecióuna criadade cabello rojoy congran asombropreguntóqué
deseaba aquel visitante armado de pies a cabeza, como sin duda no había entradonuncaotroigualenelmolino.
—Oye,hermosa—dijoPardaillán,queconocíaelvalordelalisonja—.Quisierahablaratuamoparaunnegociodeharinas,unnegociodemuchodinero.
—¡Ah!—dijounhombrequeentrabaenaquelmomento—.¿Decísunnegociodemuchodinero,señorhidalgo?
Yelmolinero,queacababadeentrarenlaestancia,fijóenPardaillánunamiradavivaypenetrante.
—Veamoselnegocio—continuó.—Quiero compraros sencillamente algunos sacos de trigo, pero pagándolos en
diezvecessupreciocorriente.—¿Diezvecessuprecio?—Sí—contestóelcaballerocongranfrialdad—.Ynecesitotreintasacos.Como
veis,esunafortuna.—¡Treinta sacos!—exclamóelmolinero,quedirigióal extrañocompradoruna
miradamásllenadedesconfianzaquelaprimera.—Sí,ysólopongounacondiciónaesetrato,yesquequieroelegiryomismolos
sacosunoporuno.—Es muy justo—dijo el molinero, que entonces, como al descuido, cerró la
puertadeentrada.—Podéis correr el cerrojo, amigo mío —dijo burlonamente Pardaillán—. Y
esperoquenovacilaréisenhacerlocuandosepáisquequieroprecisamentelostreintasacosquehacepocoratovinieroncargadosenotrastantasmulas.
Aloírestaspalabraselmolinerodioungrito,sindudaparallamarasusamigos,porque instantáneamente acudieron los arrieros armados de puñales y pistolas.Pardaillándesenvainólaespadaeibayaatrabarseelcombate,cuandounavozfuertegritó:
—¡Alto!Losarrieros sedetuvieroncomopetrificados.Por suparte,Pardaillándirigió al
suelolapuntadesuespada.Yentoncesvioentraraunancianodeelevadaestatura,altanero porte y ojos escrutadores, que hizo un gesto de mando. Acto seguidodesaparecieron el molinero y los arrieros, en vista de lo cual Pardaillán envainónuevamente la espada.El anciano lemiró atentamentedurante algunos segundosyluegoledijo:
—Caballero,soyelamodeestemolino.Siqueréisproponeralgúnnegocio,esamiaquiendebéisdarcuenta.
—Así,pues—preguntóPardaillán—,¿elamodeestemolinosoisvos?—Yomismo.—Locreoperfectamente,caballero—dijoPardailláninclinándosecortésmente—,
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porqueelmolineromeparecióserhombredeelevadaposición.—Caballero—añadió—,creoinútilemplearsubterfugiosconvos.Empezarépor
deciros que he sorprendido vuestro secreto. Las mulas que han subido aquí, ibancargadasdeoro.
—Exactamente,caballero.Llevabantresmillones.Pardaillánhizoungestodeindiferencia.Lamencióndeaquellasumaenormeno
parecíahaberleproducidolamenorimpresión,ydesdeentonceselamodelmolinolomirómásatentamente.
—¿Soisvos—dijo—elquehacepocosehizopasarporoficialdel reyyabrióunodenuestrossacos?
—No,señor;y tenedpresentequenuncame tomoel trabajodementir,perohesorprendidounaconversacióndeesehombreygraciasaellomeheenteradode laverdad.
Elamodelmolino,oelquesetitulabatal,examinabaaPardaillányéstehacíalomismo.Cadaunoreconocióenelotroaunhombredevalor.
—¿Por qué impedisteis a los arrieros que se echaran sobre mí? —preguntóPardaillán.
—Porque vuestro aspecto me interesó y habría sentido que os ocurriera algodesagradable.Asíqueosvisubirelsenderosentídeseosdetrabarconocimientoconvos.¿Queréisdecirmecuálesvuestronombre?
—MellamanelcaballerodePardaillán,¿yvos?—YomellamoelseñorPeretti—dijoelancianodespuésdeciertavacilación—.
Yahoradecidme:¿conquéintenciónhabéissubidoalmolino?—¿Sabéis—preguntóPardaillán—quiéneseranlosdoshombresquedisputaron
conunodevuestrosarrieros?—Adistancia,meparecehaberreconocidoaunodeellos,elqueibavestidode
mozodemolino:eselseñordeMaineville,quepertenecealacasadeGuisa.DiciendoestaspalabraselseñorPerettimiraba,atentamenteaPardaillán.Ésteno
se asombró de que ejerciera tal vigilancia y de que conociera a los servidores deGuisa.
—Yvos,señordePardaillán—añadióelseñorPeretti—,¿nopertenecéisalseñorduque?
—Voyadeciros—contestótranquilamenteelcaballero—conquéintencioneshesubidoalmolino.Estoesloqueosinteresamás,sindudaalguna.Sabed,pues,señorPeretti, que yo iba siguiendo hacía algún rato al señor de Maineville y a sucompañero.
—¿Quiéneraesecompañero?—preguntóvivamenteelseñorPeretti.—VosreconocisteisaMaineville.Oshedichominombreporqueme, lohabéis
preguntado.Encuantoalotroaquiennoconocéisyaquienyoconozcomuybien,sunombreosesinútilymepermitoreservármelo.
—Sevequeprofesáisvivaamistadaesehombre.Perocontinuad,oslosuplico,
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porquevuestraconversaciónmeinteresacadavezmás.—PudeoírlaconversacióndeMaineville,quepertenecealseñordeGuisa,como
habéis dicho. Lo que quiere hacer ese Maineville me disgusta sobremanera y hevenidoaquíparaimpedirquelohaga.
—¿Quéintenta?—Quiereiradecirasuseñoryamoquehanllegadolosmillonesprometidospor
elPapaSixto.—¡Briccone!—murmurópalideciendoelseñorPeretti.—¿Quédecís?—preguntóPardaillán.—Nada,proseguidvuestrorelato,quemeinteresaextraordinariamente.—Yamelofiguro.Parece,pues,queSuSantidad,despuésdehaberloprometido,
sevuelveatrás.¿Porqué?No losé,ynome importa.MainevilledebevolveraquíconalgunosamigosparaapoderarsedelospreciosossacosdeSuSantidad,llevaralduquedeGuisatodoel trigocedidoalasombradelVaticano,paraqueelduqueloconviertaenunpastelreal,yesoyonoloquiero.
—¿Acasoporquequeréispartedelpastel?—preguntóelseñorPeretti.—Deserasí,melohabríatomadopormimano.No,oslorepito,esquenoquiero
que el duquedeGuisa se coma ese pastel y he venido a decir almolinero: «Buenhombre,estanochetevanarobartutesoroamenosqueyoloimpida.HeavisadoadosotresamigosatrevidoscomoyoyqueestaránaquípararecibirdignamentealosenviadosdelduquedeGuisa».
—¿Yquépedísporesteservicioquemeofrecéis?—Nada—contestóPardaillán.—La verdad, no comprendo cómo conociendo semejante secreto al venir a
ofrecervuestrosservicios,nopidáisnada,cuandopodríaisexigirmucho.Esunrasgomuyhermoso,caballero.Demasiadohermosotalvez.
Aun cuando el anciano había pronunciado estas palabras en voz muy baja,Pardaillánlasoyóydijo:
—Evidentemente,señor,podéissospecharquebajomidesinterés,queosparecetanhermosoyamítansencillo,seescondaalgunatraición,peroyonotengoningunanecesidaddedinero.Sindudapodéissospecharquesoyalgúnenemigoenviadoparaexplorar la plaza, pero desgraciadamente no puedo ofreceros otra garantía de milealtadquemipalabradehonor.
—¿Ysinooscreyera?—En tal caso—dijo fríamente el caballero—mevería obligado amataros, así
comotambiénavuestrosarrieros,afindeimpedirqueeltesoropontificiocayeraenmanosdeGuisa.
—¡Cómo!¿Memataríais?—Nosinciertopesar,deboconfesarlo,porquemesoissimpático.—Pues bien, por Jesucristo, también me inspiráis simpatía, joven; tengo
confianzaenvosyvoyamostrarosdóndeestánocultoslossacos.
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—Loqueesahoravaahacersetraición—sedijoelseñorPeretti.PeroPardaillánpermaneciósentadoydijotranquilamente:—Notengoningunanecesidaddesaberdóndeestávuestrotesoro,maesePeretti,
y si queréis queos de unbuen consejo, os diré quehagáis cargar los sacos a todaprisaylossaquéisdeaquícuantoantes.
El señorPeretti era, sinduda, unhombremuydesconfiado, porque sedijoquePardaillánpodíahaberidoalmolinoparaatraerasushombresaunaemboscada.Porotraparte,aquellafisonomíafranca,audazyllenadenobleza,leinspirabairresistibleconfianza.Resolvió,pues,nosacareltesoro,yaceptarlosserviciosdePardaillán.
—Sois un bravo caballero—dijo—.Excusadmi desconfianza, que os pareceránatural cuando os diga que soy responsable de todo ese dinero. Hablaré de vos anuestroSantoPadreytenedlaseguridaddequeélhallaráelmododerecompensarosdignamente.
—No necesito ninguna recompensa—dijo Pardaillán—. No os preocupéis poreso.
—Pero ¿qué hombre será éste? —se preguntó el señor Peretti cada vez másperplejo.
Y para penetrar el misterio, rogó al caballero que comiera con él, cosa quePardaillán se apresuró a aceptar, porque el paseo matutino le había despertado elapetito.
Durante la comida, el caballero observó muchas cosas. Ante todo que losmanjares eran demasiado delicados para un molinero; luego que el señor Perettiestabarodeadodeextrañorespeto.Sefiguró,porlotanto,queteníadelantealgúnaltoypoderososeñoralserviciodeSixtoV.EncuantoalseñorPeretti,nopudonotarensu huésped otra cosa sino que poseía envidiable apetito y que su conversación eraagradable.
Lacomidatocabaasutérmino,cuandollegóelduquedeAngulemaescoltadoporPicnicyporGraznido.Losdoslacayosllevabancadaunodosmosquetes,pistolasy,enfin,todounarmamentodeguerraquehizosonreíralseñorPeretti.
—¡Diablo!—dijo—.Creo que sois hombres precavidos. Tenemos ahí con quésostenerunsitio.
—Deunsitiosetrata.—¿Cómo?¿CreéisqueelduquedeGuisa?…—CreoqueestatardehabráunpequeñoejércitoalpiedelcerrodeSanRoque—
contestóPardaillán.El señor Peretti se preguntó si no haría mejor retirándose. Ya no sentía
desconfianza de Pardaillán, pero hasta entonces había creído que el caballeroexageraba la situación.Al ver las armasdeguerra, empezó a tomar la aventura enserio.
—¡Caramba! —se dijo—. Creo que estaría mejor en el palacio de la reinaCatalina.Mipresencianoesindispensable.Unabalasepierdeyunapuñaladaseda
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conlamayorfacilidad.¿Yquésucedería,Señor,simañanasesupiera lamuertedeSixtoV?
Pero el señor Peretti era valiente, sin duda alguna. Además sentía irresistiblecuriosidadporverenlafaenaaaquelhombreextraordinarioquepretendíadefenderuntesorosinaspirararecompensaalguna.PorestarazónsequedóelseñorPeretti.
El día transcurrió sin incidentes. Al caer la tarde, Picuic y Graznido fueronmandados de exploración al pie del cerro, para que señalaran la proximidad decualquier grupo con armas o sin ellas. Picuic estaba contento, pero Graznido, encambio,máslúgubrequenunca.
—Pero,oye—preguntóelprimeroalsegundo—.¿Porquésuspirasasí?—Porquenopuedosufrirlasinjusticiasdelasuerte.—Eres injusto. ¿De modo que te libras de Belgodere, que te apaleaba, te ves
colocadoenunacasaendondesecomecuatrovecesaldíayalasórdenesdeunamoquetehablaconexquisitacortesía,muylejosdepegarte,yaúntequejas?
—¿Quémeimportatodoesosimematan?—¿Yporquétehandematar,imbécil?—Pues es cosamuy natural si tenemos pelea. Picuic, ¿quieres que te diga una
cosaquesemehaocurrido?—¿Cuál?—Pues que ese señor de Pardaillán es un hombre que no piensa más que en
estocadasycintarazos.—Enesotienesrazón,¿yquémás?—Puesquedeberíamosmarcharnos.Picuicdesenvainóladaga.—Oye,amigo—dijo—,sitratasdedeshonramoshuyendocobardemente,morirás
antesdelapelea,porqueestoydispuestoamatarteconmismanos.Graznidoseconvenció inmediatamentealoírel clarísimoargumentodePicuic;
prometió ser valiente comoAyax, peromientras descendía hacia la capilla de SanRoque,adondePardaillánlesenviabadecentinelas,suspirabaymurmuraba:
—¿Dequénosservirácomerbiensinosatraviesanelcuerpoconlanzas,flechasobalashastaqueparezcamosespumaderas?
—Nos servirá siempre para morir dignamente en la reluciente piel de doshombresbiencomidos.
Graznido creyó tal vez que aquella consideración era buena, porque cesó delamentarse.LosdosseinstalaronentoncesenlascercaníasdelacapilladeSanRoqueyempezaronavigilarelterrenoenladireccióndelapuertadeSanHonorato.Habíallegadolanoche.Graznidoempezabaacreerquetodoiríabien,cuandosaliódeParísunnumerosogrupodehombresarmadosysedirigióenlínearectahacialacapilla.Erancuarentahombresarmados,a losqueseguíaunapesadacarretaarrastradaportresvigorososcaballos.LoshombresdearmasdebíanintimidaralosdelmolinoylacarretatransportaralpalaciodeGuisalostreintasacosdelpreciosometal.
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Mainevillemandaba la expedicióny a su lado ibanMaurevert,Bussi-LeclercyCrucé. El resto se componía de soldados, pues aquella especie de razzia debíapermanecer secreta. Confundido con los soldados iba un caballero que llevabaantifaz:eraelduquedeGuisaenpersona,quequisoasistiralaoperacióntemiendo,talvezquealgunodelossacosseextraviaraporelcamino.Maineville,Bussi-LeclercyCrucéeraníntimosdeGuisa,gentesquelepertenecíanencuerpoyalma,capacesdecualquiercosayeranelloslosúnicoscaballerosdelduquequeformabanpartedelaexpedición.
YaconocemosaMainevilleyMaurevert.Crucéeraunburgués,liguerorabioso,parientedeaquelCrucéquesedistinguiódetanhorriblemodoenlamatanzadeSanBartolomé.Hizoalduquealgunosserviciosdenaturalezaespecialdesignándole losqueenelParlamentopodríanhacerleoposiciónseria.Además,manejabamuybienladaga.
JuanLeclerc,maestrodearmas,nombradoporGuisagobernadorde laBastilla,eraunaespeciedebravoquesevanagloriabadenohabertenidounsolodueloenquenohubieramuertosucontrario.AsunombredeLeclerchabíaantepuestoeldeBussi,en memoria del famoso Bussi de Amboise, miserablemente asesinado por losfavoritosdeEnriqueIII.Ensuma,esoscuatrohombrescomponíanelconsejosecretodeEnriquedeGuisa.
Éste,dirigiéndosealmolinoparaapoderarsedelosmillonesqueSixtoVhicierallegarpara él yque le rehusaba a la sazón, sentíagrandes esperanzas.ConaquellaenormesumapodríafaltaralapalabradadaaCatalinadeMédicisdenointentarnadacontra Enrique III. Podría sobornar a los consejeros del Parlamento que eran suscontrarios,y tambiénpagar lossueldosatrasadosdesusdoso tres regimientosqueobedecíanyamurmurando.Podríalevantarunejército,sostenerunacampaña,obligara Enrique de Bearn a que se refugiara en sus montañas, capturar a Enrique III,deponerlo y hacerse coronar: en fin, era la realización del vasto plan ideado porFausta.
ElduquedeGuisaiba,pues,mientrassedirigíaalmolino,alaconquistadeaqueltrono,objetodesusambicionesdesdelaedaddeveinteaños.Sordofurorleanimabacontra aquel Papa Sixto, cuyo enviado había recibido para anunciarle que SuSantidad, exhausto por las pérdidas de dinero, no podía socorrerlo.Menos de doshoras después de la visita de aquel enviado que pretendía llegar directamente deRoma,GuisarecibióunacartaenqueFaustaledecíaqueeldineroestabaenParís.Maineville,mandadoparaasegurarsedelhecho,volvióalpocoratoconfirmándolo.YGuisa, devoradopor la rabiay la impaciencia, seperdía en suposiciones acercadeaquella inesperada defección del Papa, porque si el dinero estaba en París, eraindudablequehabíallegadocondestinoaél.
—Puesbien—acabódiciéndose—,esprecisoapoderarmedeloquemerehúsan.¡DesgraciadodeSixtosiundíacaeenmismanos!
La expedición fue prontamente resuelta. El plan era de admirable sencillez.
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Marchar contra elmolino con tropa poco numerosa para no ocasionar alarma; darmuerte a todos losqueallí estuvieran, cargar los sacosenunacarretay llevarse elbotínalpalaciodeGuisa.
PicuicyGraznidovieronlapequeñatropaqueavanzabaenbuenorden.—Volvamosalmolino—dijoPicuic.—¿Perono seríamejor dejarlos pasar?—observóGraznidomirando aterrado a
losasaltantesqueseacercaban—.Asípodríamosvigilarlospordetrás.—Ysisebaten,comosucederásinduda,¿quéharemos,Graznido?—Pues bien, presenciaremos la pelea desde lejos. El señor caballero nos ha
mandadoavigilar.—Graznido,meavergüenzas.Vamos,vamosaavisarqueelenemigoseacerca.PicuicemprendiólamarchayGraznidoloimitó,peroalcabodealgunospasos
tropezó por casualidad o expresamente y cayó de rodillas. Picuic siguió corriendosolo.EntoncesGraznidoempezóabajarvelozmentehacia lacapilladeSanRoque,pero en aquelmomento la tropa señalada estaba a punto de llegar a dicha capilla.Graznidooyólospasospesadosdeloshombresdearmas,cubiertosdecorazaycascodehierro.Seechóatemblarysedioporperdido.
PeroenelmomentoenquelatropadeGuisaempezabaadarvueltaalacapillaparatomarelsenderoenqueestabasentadoGraznido,elinstintodeconservaciónlegalvanizó; se levantó, saltó e izándose sobre una piedra, pudo llegar, gracias a suslargosbrazos,alaventanaquealumbrabaelcorodelacapilla.Deuncodazohundióla vidriera y a los pocos instantes estaba en el interior. La tropa conducida porMainevillepasó.
Otro que Graznido, hubiera juzgado pasado el peligro; pero si el hércules nobrillaba en general por su imaginación, en aquel momento, sobreexcitado por elmiedo,dióseaengendrartodasuertedeincidentes.Oyómurmullosenlacapillaasualrededor, a pesar de que no había nadie.Con toda evidencia lo habían visto, y latropa entera, cambiando de rumbo y de táctica, se preparaba a dar el asalto a lacapilla.
Graznidobuscóalocadamenteunagujeroenquemeterse,yrecorrióaoscuraslacapilla,tropezandoconlosbancosylassillas,queseconvirtieronenenemigossuyos.LapapillahabíasidoinvadidayunejércitoenteroibaalacazadeGraznido.Sintióaumentarsumiedodeunmodoprodigiosoyelpavorlohizoservaliente:empuñandounasillaempezóadefenderse.Tuvoentonces lugarunabatalla formidableentreelgigantescoGraznidoylosenemigosausentes.Lasilla,alextremodesulargobrazo,describíaterriblesmolinetes.
—¡Hemuertootro!—gritaba—.¡Cobardes!¡Veintecontrauno!¡Pam!Otroquecae.¡Socorro!¡Perdón!¡Socorro!
Graznido, en aquella lucha fantástica, no retrocedía ante nada.De pronto cayócuan largo era; en el mismo instante resonó a lo lejos una descarga cerrada dearcabuces. Las detonaciones lejanas contribuyeron a aumentar su pánico. Se cogió
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confuerzaaunaargolladehierroquehallóalazarytiródeellacontodasufuerza.Deprontoobservóqueacostadetironeshabíaconseguidolevantarlalosa.
Entonces,conlafuerzaquedanelpánicoyladesesperación,acabódelevantarlalosayaparecióunagujero.Convencidodequegrannúmerodeenemigosibanadarlealcance, alocado por el disparo de los arcabuces, semetió atrevidamente en aquelagujero.Nuncaliebrealgunaentróensumadrigueracontantaprecipitación.Suspiestocaronlasgradasdeunaescaleradepiedray,sinpensadencolocarnuevamentelalosa en su sitio para que protegiera su fuga, fue bajando y profiriendo al mismotiempotodaclasedeexclamaciones,implorandogracia.
Ante él se abrió un larguísimo corredor. La oscuridad era profunda, absoluta.¿Adónde iba a parar aquel subterráneo? ¿Sabía acaso que era un subterráneo?Graznidocorrióhastaperderelaliento,ylarepercusióndesuspropiospasosacabódeconvencerledequesusenemigosloperseguían.Deprontosufrentechocócontraunobstáculo.Tuvo la sensacióndehaber recibidounmazazoen la frente.Cayóy,abandonándoseasutristesuerte,sedesvaneció.
DuranteaquellamemorablebatalladeGraznidoenlacapilla,Picuiccontinuólacarrera, y solamente al llegar al molino, se dio cuenta de la desaparición de sucompañero.
—Elcobardehahuido.¡Ah,Graznido!Nosestásdeshonrando.Y como Picuic no quería verse deshonrado, dijo a Pardaillán que Graznido se
habíaemboscadoalpiedelsenderoparaversipodíaponerenprácticaunplanqueselehabíaocurrido.
—Yome habría quedado con él para ayudarlo—añadió—, pero era necesarioavisarosdelallegadadelenemigo.
Pardaillán se convenció de que Picuic había tenido miedo y de que, por elcontrario.Graznidoeraunvalientedeprimera fuerza.El caballero tomóenseguidasusdisposicionesyreunióatodasugenteenlasalaprincipal;esdecir,almolinero,atresmozosydiezarrieros,locual,comprendiendoalduquedeAngulema,aPicuicyasímismo,hacíaascenderadiecisieteelnúmerode losdefensoresdelmolino.Encuantoalasdosotresmujeres,sehabíanencerradoenunasalaquedabaalcampo.
El señor Peretti seguía con la mirada todas las evoluciones del caballero. Seadvertíaensurostrounasomodedesconfianza.Lanuevadequeseacercabaelgrupodelosenemigoslehizopalidecer,peronodemiedo.
Pardaillánacababadehacersalirasutropa.OíanselospasosdeloshombresdeGuisaquesubíanelsenderoymuyprontosedistinguieronsussiluetas.
—¿Acasoesejovenseráuntraidor?—reflexionóelseñorPeretti—.¿Noseráunenviado de Guisa? Mi destino y el del reino de Francia están en manos de esedesconocido.Siesuntraidor,mismillonescaeránenmanosdeGuisa.Ésteseráreyyyo talvezprisionero. ¡Quéaventura! ¡Enqué tiemposvivimos,Señor!Pero,por lasangredeCristo,yaveremos.Elviejoporquerizotienetodavíaalgunosrecursos.
Ypensativo fue a apoyarse de codos en el antepechode la ventana, y llenode
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sospechas examinó los preparativos llevados a cabo por el caballero dePardaillán.Todaslasluceshabíansidoapagadas.
—Dentro de un instante lo sabré—murmuró el señorPeretti—.SiGuisa entraaquí,¿quévoyadecirle?Lediré…
Deprontoseoyóunadetonaciónviolentayelfogonazodisipóporunmomentolaoscuridaddelanoche.Enelsenderoseoyeronlosgritosdelosheridos,ylaretiradarápidadelossobrevivientes.
—¡Ya tienen su merecido! —dijo tranquilamente el caballero—. Cargadnuevamentelasarmassindarosprisa.Transcurriráporlomenosmediahoraantesdequeserepongandelasorpresa.
ElseñorPerettioyóestaspalabrasysonrió.—Noesun traidor—sedijo—.Decididamenteel señordeGuisano tendrámi
dinero.ElBearnésserárey.¿PorquénoestaráaquíenvezdeenLaRochela?Abriólapuertaconviveza,yllamóalcaballeroconacariciadoravoz.—Notemáisnada—dijoPardaillánaproximándose.—No tengo miedo, caballero. Pero acabáis de decir que sin duda transcurrirá
mediahoraantesdequeataquendenuevo.—Ytalvezunahora,¿porquélodecís?—Puesporque creo llegadoelmomentode seguir el excelente consejoqueme
disteis,esdecir,hacersaliramistreintamulas.Pero,enfin,adecirverdad,temo…—TeméisqueelseñordeGuisa,alhallarelmolinovacío,lanceaunacompañía
enpersecucióndevuestrasmulasyqueéstasseanporfinalcanzadas.—Esomismo, amigomío. ¿Me permitís que os llame así, verdad?Acabáis de
hacermeunserviciomuygrande,puessoyresponsabledeldineroanteSuSantidad.Pero no tengáis cuidado, que Su Santidad sabrá todo lo que debe al caballero dePardaillán.Estoymuyapuradoporquesimepersiguen…seríanecesario…
—Seríanecesario—interrumpióPardaillán—quelasgentesdelduquesevierandetenidashastaelalbaanteelmolino,puesasípodréistomarventaja.
—Nuncavihombretaninteligentecomovos—dijoelseñorPerettivisiblementeemocionado.
—YaoshedichoquequeríajugarunamalapasadaalseñorduquedeGuisa.—¿Perovossolo?¿Vossoloseréiscapazdeconteneraeseejército?Porquedebo
prevenirosqueelmolineroysugentedebenacompañarme.—Yalosupongo,porque todosesosseñoresseparecentantoamolineroscomo
yoalPapa.—Puesosparecéisaéltalvezmásdeloquepensáis,sinoporelrostro,porque,
desgraciadamente,elSantoPadreesmuyviejo,alomenosporlafuerzadecarácter.Joven, no queréis ninguna recompensa y comprendo perfectamente que es inútilinsistir.Noobstante,tomadestasortijayquizáenciertasocasionespodráserosmásútilqueunafortuna.
YdiciendoestaspalabraselseñorPerettileentregóunasortija.Pardaillán,sindar
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importancia al asunto, se la puso en uno de sus dedos. Diez minutos más tarde,mientras Picuic, Carlos de Angulema y Pardaillán continuaban disparando en lastinieblas,alazar,parahacercreeralenemigoqueelmolinoestababiendefendido,lastreinta mulas, cargadas de sus preciosos sacos, salían por la parte posterior yemprendíanlamarcha.ElseñorPerettiseguíaacaballoescoltadoporelmolineroysus mozos, transformados en hombres de armas. En cuanto a las criadas, habíanemprendidoapieelcaminodeMontmartre.
LacaravanallegórápidamenteaVille-l’Evêque,yentonceselqueparecíasereljefedelosarrieros,seacercó,sombreroenmano,alseñorPerettiylepreguntó:
—¿DebemostomarelcaminodeItalia?—No, señor conde —contestó el señor Peretti—. Tomaréis el camino de La
Rochela.Pardaillán,CarlosdeAngulemayPicuicsehabíanquedadosolosenlahabitación
del molinero; el molino propiamente dicho se levantaba en el ala derecha de lavivienda y se comunicaba con una escalera demadera, que, partiendo de la plantabaja,llegabaalpisodelmolinoendondegirabalamuela,ydondesepodíanponerenmovimientolasaspasentregadasalaaccióndelviento.Deestepisodelmolino,porunasencillatrampaalaquedabaunaescalera,sedescendíaalpisoinferior,endondese recogía laharina.Todoeseconjuntoestabaamontonadosobreunconodevigassólidasypodíagirarpara tomarelvientocualquieraque fuese sudirección.Aquelconodevigasestabarecubiertocontablones,demodoqueformabaunreductoenelquesepodíaentrarencasonecesario.
Pardaillán recorrió rápidamente la habitacióny elmolinoy se dio cuenta de ladisposicióndetodo.
—He aquí nuestro cuartel general —dijo señalando la vivienda—, y he aquínuestrorefugio—añadióindicandolaescaleraqueconducíaalmolino.
—¿Vamosabatirnos?—preguntóPicuic.—¿Acasotienesmiedo?—exclamóCarlos.—No,monseñor;perosehamarchadotodoelmundo.Suponía…—¡Alerta!—exclamóPardaillán.Las gentes deGuisa aparecían, en aquel instante, sobre la pequeña llanura que
habíaenlacimadelcerro.Pardaillánabriólaventanaygritó:—¡Hola,señores!¿Quiénessois?¿Quéqueréis?—Decidantesquiénsoisvos—contestóunavozimperiosa.—Afemía,monseñorduque—contestóPardaillánalreconocerlavozdeGuisa
—,soyelmolinero.¿Enquépuedoserviros?—Molineroono—dijoelduque—,habéistiradohacepocosobremisgentesque
subían el sendero sin otra intención que patrullar. Quienquiera que seáis, os hagoresponsable de esta violencia como jefe de los rebeldes encerrados ahí dentro. Porestarazónosadviertoqueseréisahorcado,amenosdequesalgáisinmediatamente,puesentoncesosperdonarélavidayospermitiréretirarosconvuestroshombres.
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—Unmomento. ¿Mepermitiréis también queme lleve los treinta sacos de oroquevenísarobar?
—¡Salid!—aullóelduquefurioso—.¡Rendíosovamosadarelasalto!—¡Ah, monseñor! Si amenazáis, nos veremos obligados a hacer una salida y
exterminarosatodos.Guisa,queibaadarunaorden,sedetuvohaciendoungestoderabia.—Sontalvezuncentenar—dijoaMaineville.Pardaillán,quelooyó,seapresuróacontestar:—Somos tres,monseñor. Y somos los bastantes. Ante todo, está aquí el señor
duquedeAngulema,queesperaconimpacienciaelencuentroqueleprometisteis;elseñorPicuic,histrióndeoficioyactualmentelacayodelseñorduquedeAngulema,y,porfin,vuestroservidor,elcaballerodePardaillán.
—¡Mientes!—dijounavoz—.Soisnumerosos.—Afemía,venidaverlo—gritóPardaillán—.Vamos,decidíos,venid…osino
retiraos,porquevamosaponerenmarchaelmolinoeinterceptáiselviento.¡Retiraoso,porDiosvivo,dispararemos!
Hubouna rápidadesbandadaentre loshombresdeGuisa,porque todosestabanconvencidos de que el molino estaba defendido tal vez por un centenar dearcabuceros. La presencia del caballero era una pruebamás de que había allí grannúmerodedefensores.Pardaillánseechóareírygritó:
—¡Hastalavista,monseñor!Ycerrótranquilamentelaventana.—Sí,hastalavista—exclamóGuisallenoderabia.Ydioenseguidaórdenes.Conlasfuerzasdequedisponía,formóungrancírculo
devigilanciaalrededordelcerro.Cadaunodeloscentinelasteníalamisióndevigilarynodecombatir.Debíaevitar, sobre todo,elpasode los sacosqueaparentementecontuvierantrigo,enprevisióndequequisieransacarlosdelmolino.LuegoexpidióuncorreoaParís.
Dos horas más tarde regresaba el correo anunciando que iban a cumplirse lasórdenesdelduque,esdecir,queibaallegardeunmomentoaotrounatropademilarcabuceros.
DuranteaquellasdoshorasPardaillánylossuyosseatrincheraronperfectamente.Maineville, no obstante, sospechaba que el caballero podía haber dicho la verdad.Sospechó,sobretodo,quelossitiadosibanaocultareldineroenalgúnlugarenqueluegoseríadifícilhallarlo.Resolvió,pues,tratardeentrarenelmolino,encompañíade Bussi-Leclerc. En cuanto a Maurevert, se quedó al lado del duque de Guisa,estremeciéndosedealegría:porfinibaacaerensupoderelenemigotantemido,ydecíaalduque:
—Monseñor,mehabéisprometidodoscientasmillibrassobreelbotínquevamosaconquistar.
—Teloheprometido,Maurevert,ylastendrás,afedeGuisa.
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—Pues bien, monseñor, quiero proponeros un cambio. Guardaos el dinero yentregadmealhombrequeacabadehablaroscontantainsolencia.
—Ya te comprendo, Maurevert —dijo Guisa con sombría voz—. Odias a esehombre,peroyoestoyenelmismocaso.Tenemoslosdosunacuentaquearreglar.Esmuyantigua.ProcedenadamenosquedelpalaciodeColigny.
—Pueslamíaesmásantigua,monseñor.—Bueno,teguardaslasdoscientasmillibrasyyo,encambio,mequedaréconel
hombre.Únicamente,siquierescontentarteconcienmillibras,locualesunabonitasuma,tedarépermisoparaasistiralaconversaciónquetendréconesePardaillánencuantolohayamoscogido.
—¡Pardiez,monseñor!¿Queréishacermepagar,cienmillibrasporelpermisodeasistiraesaconversación?Tendráquesermuyinteresante.
—Tejuroqueloserá.—Noimporta,esunpococaro—dijoMaurevertllenodealegría.—Sí, es caro, pero sabe que dicha conversación tendrá lugar en la sala de
tormentodelGranChatelet.—¡Ah,caramba!Entoncesacepto.—Y,además,teregalaréelcadáver—dijoGuisahaciendounamuecaquequería
serunasonrisa.—Entonces,monseñor,ospagodoscientasmillibras.
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XX-Elataquealmolino
MIENTRASGUISAESPERABAlosmilhombresderefuerzoquehabíamandadoabuscar y cambiaba conMaurevert aquellas bromas macabras,Maineville y Bussi-Leclercseacercaban,arrastrándose,almolinoresueltosaconocerelnúmeroexactode los sitiados. Eran dos hombres atrevidos, que arriesgaban su vida sin elmenorreparo.Hastaentonceshabíanpasadoatravésdepeligros,escaramuzasysitiosconlainsolentefelicidadqueacompañaalosjugadoresafortunados.
Todo estaba silencioso y oscuro en el molino. Pero en la vivienda había unaventana alumbrada como un ojo burlón fijo en los sitiadores. Fue, pues, hacia laescaleradelmolinoadondesedirigieron losdoshombresymuypronto llegaronalpisoenqueestabalamuela.
En algunos minutos recorrieron el molino y se convencieron de que no habíanadieenél.Eraevidenteque toda ladefensaestabaconcentradaen laviviendadelmolinero.Iban,pues,abajardenuevocuandoMainevilledescubrióunligerorayodeluzalpiedelmuro.CogióaBussi-Leclercporelbrazoyledijoaloído:
—Éstaesunapuertadecomunicación.Se acercaron a aquel pálido rayo de luz con la intención, no de abrir, sino de
escuchar.Pero al tocar la puertaBussi-Leclerc echódever que estaba entornadaycon infinitas precauciones la atrajo hacia sí; la puerta se abrió sin ruido y loshombres,acurrucadosenloaltodelaescalera,pudierondominarentonceslasala,alacualdirigieroncuriosamirada.
Y entonces sintieron grandísimo asombro, porque un extraño espectáculo seofrecióasusojos.
Sentados ante una mesa el caballero de Pardaillán y el duque de Angulemadevorabancongranapetitounsoberbiojamón.Esperabaeltumodesufrirlamismasuerteunhermosopastel,yentretantoPicuiccuidabadequelascopasnoestuvieranvacías. A lo largo de un muro estaban colocados en buen orden una docena dearcabucescargados.Sobreunamesavecinahabíabuennúmerodepistolas.Sindejardecomerydebeber,PardaillányCarloscontinuabanunaconversaciónqueteníanyaempezada.
—Mañanapor lamañana—decía el caballero— iremos a visitar ese convento.Será preciso que la gitana hable y que acabemos por saber lo que ha sido de lapequeñaVioleta.Vamos,poneosalegre,príncipemío.SeñorPicuic,servidnosdeesabotellaquehabéisapartadoparavos.Yaoshevisto.
—¡Oh, señor! —dijo Picuic apresurándose a obedecer—. Creed que no meatreveríaabeberlamismaclasedevinoquevos.
—¿Yporqué,imbécil,todavezquehay?Toma,bebe,adquiereenergíayfuerzas;¿notienesmiedoporlomenos?
—¡Hum!Noesprecisamentemiedo,pero…—Perotiemblas,cobarde.¿PorquénoerestanvalientecomoGraznido?
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—LaverdadesqueGraznidoesmuyvaliente—dijoPicuicconlagenerosidaddeunamigofiel.
—¿Así,Pardaillán—dijoelduquedeAngulema—creéisqueesagitanaSalzumasabemásdeloqueosdijo?
—Estoyseguro—contestóPardaillán—.YaquítenéisaesePicuicquehavividoconellayosdirá…¡Caramba,caramba!
Elcaballeropronuncióestasúltimaspalabrasenelmomentoenque,volviendolasillaparaexaminaraltrasluzelcolordelvinoqueibaabeberse,vioenloaltodelaescalerademaderaaMainevilleyBussi-Leclercque,estupefactos,contemplabanelespectáculo. Pardaillán se echó a reír y señaló a los dos hombres. Carlos cogió laespada,mientrasPicuicsearmabaconunapistola.
—¡Señores!—exclamóPardaillán—.Sigustáis,osinvito.MainevilleyBussi-Leclerceranvalientescomoyahemosdicho;seconsultaron
conlamirada.Anteellossóloteníantreshombresysimultáneamente,selesocurriólamismaidea:apoderarsedePardaillánydesusdoscompañeros,llevarlosatadosalduquedeGuisa,ydecirle:
—Monseñor,heaquítodalaguarniciónprisionera.Elmolinoestálibre.¡Qué golpe de audacia! ¡Y qué suerte! Se levantaron, saludaron yMaineville,
sombreroenmano,contestócortésmente.—Señor dePardaillán, beberemos en vuestra compañía con elmayor placer, si
queréishacerloalasaluddelduquedeGuisayacompañarnosluegoadondeélestá.Carlos hizo unmovimiento como para lanzarse sobre ellos, pero Pardaillán lo
contuvo.—Señor deMaineville—contestó—con elmayor placer bebería a la salud de
vuestroamo,sinotemieradisgustaralseñordeAngulema,aquípresente,elcualnoséporquérazónnopuedesufriralosLorena.EncuantoaacompañarosadondeestáelseñordeGuisa,esaúnmásimposible,porquenohemosacabadodecomer.
—Muchosentimosinterrumpirvuestracomida—dijoentoncesBussi-Leclerc—.Pero¡porDios!,muertosovivosvaisaseguirnos.Adelante,Maineville.
Dichasestaspalabras,losdoshombresseprecipitaronescaleraabajo.EnalgunossaltoslafranquearonyBussi-LeclercdioalpobrePicuictalgolpeconelpomodesuespada, que el infelizmuchacho cayó desvanecido.Arrastrados por su impulso, sehallaronenmediode lasala.Pardaillándiounsaltoendireccióna laescaleraparacortarles laretirada.Lapuertaestabaobstruidapormueblesytablones,comoanteshemosdicho.
Todoestopasóenalgunossegundos.MainevillesehallóenguardiaanteelduquedeAngulemayPardailláncontraBussi-Leclerc.Enelmismoinstantelasespadasseentrechocaron.Bussi-Leclercdirigióunatrasotradosotresdesusmejoresestocadas,perocongranasombro suyoel caballero lasparóvigilandoalduquedeAngulemaconelrabillodelojo.
Elasombrodel famosoduelistaseconvirtióentoncesenrabia. ¡Cómo!Nosólo
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encontrabaaunadversarioque lomanteníaadistancia,sinoquenoparecíaprestaratenciónasumododeesgrimir,atentomásbienaldueloqueselibrabaapocospasoscomosienvezdeactorfuesetansóloespectador.
—¡Defendeos,quevoyamataros!—dijotirándoseafondo.—¡Bravo! —exclamó Pardaillán parando la estocada—. Vivo —continuó
dirigiéndosealduquedeAngulema—.Estrechad,esoes,tiraosafondo,¡tocado!Maineville, herido en el brazo, cogió la espada con la mano izquierda,
murmurando:—Creoquenoshemosmetidoenunmalnegocio.Y furiosamente atacó a Carlos, mientras Bussi-Leclerc, lleno de rabia ante el
desdén de su adversario le dirigía estocadas que hasta entonces habían pasado pormortales.
—Vamos, ya se debilita —dijo Pardaillán como si Bussi-Leclerc no hubieraexistido—. No le matéis, tengo una idea. Desarmadle. Eso es, ahora atadle, quevamosareír.
Enefecto,CarlosacababadedesarmaraMaineville,elcual,resbalando,cayóderodillas.Carloslepusoenelcuellolapuntadelaespadayledijo:
—Rendíos,caballero.—Me rindo —contestó Maineville pálido por la sangre que había perdido y
tambiénporlarabiayelfurorquesentía.Enaquelmomento,Picuic,recobrandoelsentido,selevantóyacudióalladode
Maineville,llevandoalgunascuerdasdelasqueservíanparaatarlossacosdetrigo,yenpocosmomentosloatóconvenientemente.EntoncesPardaillánfijósuatenciónenel adversarioque, furiosamente, ledirigía estocada tras estocaday con suvozmástranquila,ledijo:
—¿Decíais,pues,queridoseñor?…—Decía—aullóBussi-Leclerc—quevoyaclavarteenlapared.Pardaillánconsuespadadesvióladeladversario,quelerozóeljubón.—Habláisdeclavar.Enefecto,manejáislaespadacomounclavo.Mirad,voya
darosunalección.Fijaosbien.—¡Miserable!—rugióBussi-Leclerc.En aquelmomento su espada saltó de susmanos y fue a caer a diez pasos de
distancia. Quiso ir a recogerla, pero tropezó con Picuic, que le apuntaba con unapistola.Bussi-Leclerc se cruzódebrazos, bajó la cabezay lloró.No llorabapor lavidaqueibaaperdersindudaalgunaniporlafortunaqueseleescapabaencasodeconservarlavida;llorabasureputacióndemaestrodearmasinvencible,vencidoporlaprimeravez.YapenassediocuentadequePicuicleatabalaspiernasyluegolosbrazosylotendía,porfin,alladodeMaineville.
—Acabemosdecomer—dijoPardaillánque,despuésdeenvainar laespada,sesentóantelamesa—.MaesePicuic,¿enquépensáis?Mivasoestávacío.
—¿Quédiablosqueréis hacerde esoshombres?—preguntóCarlos, conmovido
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aúnporlapeleaymástodavíaporlavictoriaalcanzada.—Prontoloveréis,porque,precisamente,estáapuntodesalirelsol.Entretanto
dalesdebebersitienensed—dijoaPicuic.Ésteobedeció.Mainevillebebiódeuntragoelvasodevinoquelepresentabany
gritó:—¡Gracias,señordePardaillán!Cuandoseáismiprisionero,procuraréofreceros
tanbuenvinoantesdepasarosporlasarmas.YMainevilleempezóatararearunacanciónguisarda.Bussi-Leclerc,desesperado
por la derrota, se negó a beber y ferozmente volvió los ojos llenos de lágrimas alcaballerodiciéndole.
—Apresuraosamatarnos,porquedentrodepocovaisaserasaltadospormásdemilhombresdearmasdelaLiga.Oscogerányosaseguroquenoosdarécuartel.
—Puesbien,yoosperdono—dijoPardaillán.—Creo, querido amigo, que ya es tiempo de irnos —dijo en aquel momento
CarlosdeAngulema,quesehabíaacercadoalaventana—.Mirad.Pardaillánfueamirar.Alaluzdelalbanaciente,divisóalpiedelcerrouncuerpo
deejércitoquesedesplegabaenordendeasalto.Eraunalargafiladearcabucerosacuyosflancos ibadoblefiladearqueros.Alo lejos,por lapuertadeSanHonorato,llegabangruposdeburgueses,partesanaenmanoygritando:
—¡Mueranloshugonotes!¡VivalaLiga!En efecto, durante la noche cundió el rumor de que el señor de Guisa había
descubiertouncomplotdehugonotesyquelosmiserablesherejeshabíanpodidohuiryrefugiarseenelmolinodeSanRoque,endondeelduqueenpersonasepreparabaaahumarlos.Guisa,furiosoporaquelceloqueleinspirabavivasinquietudesacercadelos sacos, tuvo, sin embargo, que poner buena cara y acoger a los voluntarios quequeríantomarparteenelasaltodelmolino.
Resultódelconjuntodeestascircunstanciasquealsalirelsolhabíaalrededordelcerrounejércitodecuatroocincomilhombrescompuestoporsoldadosregularesyburgueses belicosos, sin contar una enorme multitud que acudía a presenciar laacción.Granruidodearmasydemurmullosconfusossalíandeaquelejército.
—¡Diablo!—exclamóPardaillán—.Enefecto,creoquehallegadolaocasióndemarcharnos,peromepareceque,porelmomento,esmásfácildedecirquedehacer.
—Sinembargo,—observóCarlos—estamañanadebíamos ir avera lagitana.Meloprometisteis,Pardaillán.Esnecesarioquenosmarchemos.
Elcaballeromiróalduqueconadmiraciónyciertoremordimiento.—¡Pobremuchacho!—murmuró.—¡Demasiadotarde!—continuóCarlos—.Demasiadotarde,yasubenportodas
partes.—Bueno,no importa,yanos iremos.Pero¿quédiablos sonesosgritos? ¡Hola,
maesePicuic,a trabajar!CargaosenlaespaldaalseñordeMaineville,yotomaréaBussi-Leclerc,queeselmáspesado,yestarámuycontentodetenermepormontura.
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Terribles clamores se elevaban a la sazón del ejército sitiador que se ponía enmovimiento. Y todo ello formaba alrededor del cerro un vasto circulo que subíasemejanteaunamareadeacero,yentreelcualelmolinoconstituíaunaisla.Amediacuesta los sitiadores se detuvieron. Esperaban la descarga de los sitiados y seasombrabandesusilencio.
—Preparan algo desagradable—dijo Guisa aMaurevert—. ¿Pero dónde estánMainevilleyBussi-Leclerc?
—Habránidoaocultarseenalgunaparteparaprepararalgúngolpebueno.Susvocesfueronentoncesahogadasporlosgritosdelosliguerosquepateaban,
tendíanelpuñoalmolinoyvociferabantodoslosinsultoscorrientesparalosherejes.Alolejoslamultitudaumentaba.EnParíslascampanasempezabanatocararebato.En todas las casas los burgueses se cubrían apresuradamente con sus corazas. Loscapitanesdebarriocorríanparareuniraloshombres.Enlallanuraelejércitogritabayrugíaindeciso,esperando,paralanzarsealasalto,queelenemigofueraelprimeroen disparar, lo cual no era generosidad, sino sencillamente táctica para subir conseguridadacausadeltiempoqueeranecesarioparacargarnuevamentelosarcabuces.
Entretanto,elqueeralacausadetodoaqueltumulto,encerradoenelmolinoconsusdoscompañeros,sepreparabafríamenteadefendersecondesesperación,pueseraindudablequetodasalidaestabacerrada.Picuicestabamalhumoradoylamentabanohaber seguido el ejemplo de Graznido. Carlos, sonriendo, invocaba el nombre deVioleta.
Entretanto,Pardaillán,sinelmenorapresuramiento,practicóalgunasaberturasatravés,delostablonesmalunidosdelmolino.Teníatodoslosarcabucescargadosyapuntados contra los enemigos, sólo faltaba dispararlos. Además, le quedaban laspistolas. Cuando hubo arreglado así su artillería, Pardaillán retrocedió cerrando amediaslosojoscomosehaceparamiraruncuadroysonriósilenciosamente.
Fuera,enelmomentoenqueelsolasomabaporelhorizonte,Guisadiolaseñaldelasalto.Congustohabríadespedidoa todos lospaisanos,peroeraesclavodesupopularidad.Arriesgándose,pues,aperderenlapeleaunoodosdelossacosdeSixtoV,resolvióentrarenelmolino.Alaseñalquediolevantandolaespada,contestóunclamor inmensoyelejércitosepusoenmarchadesde todaspartes.Perocasienelmismoinstantetodoshicieronaltoyungransilencioreinóentreelcerroyelllano,anteunespectáculoextraordinarioque todospudieronver.Treshombresquesalíandelmolino llevabanaotro sólidamente atado.Yenunmomento lo sujetaronen laextremidaddeunadelasaspasdelmolino.
—EsMaineville—rugióGuisaasustadoyllenodeestupor.Los tres defensores del molino sacaron entonces a otro personaje igualmente
atado,yconlamismarapidezlosujetaronalextremodeotradelasaspasdelmolino.—¡Bussi-Leclerc!—exclamóMaurevert.—¡Fuego,fuegosobreesosdemonios!—aullóGuisa.Cien arcabuces se dispararon a la vez. Las detonaciones continuaron durante
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algunosminutos conpeligro de herir a los dos desgraciados atados a las aspas delmolino.Ycuandosedisipóelespesohumo,sevioaPardaillánqueenlaúltimagradade laescalerasaludabaceremoniosamenteconsusombreroy luego,entrandoenelmolino,echóalsuelolaescalerayenelmismoinstantelasaspasempezaronagirar.
—¡Socorro!—exclamóMainevilleasustadoalversevolteadoenelaire.—¡Socorro!—gritabaBussi-Leclerc.Los dos desgraciados, tan pronto en lo alto como rozando el suelo, seguían la
órbitaimplacabletrazadaporlasaspasdelmolino,frenéticosdeterrorycomopresadeunafantásticapesadilla.
—¡Adelante! ¡Adelante!—gritó Guisa al ver a dos de sus mejores servidoresatadosenaquellaruedadenuevogéneroquegirabaenelaire.
Partió del molino una violenta descarga. Eran los diez o doce arcabuces dePardaillánquehacíanfuego,peroyalosasaltantesteníanlaembestida.Menosdedosminutosmástarde,entreespantososrugidosfueinvadidalahabitacióndelmolinero.Pardaillán,CarlosyPicuic,dispararonlaspistolas.Alrededordelmolinogritabaunamultitudenormeyfuriosa.
—¡Socorro!¡Socorro!—gritabanentretantoBussi-LeclercyMaineville,siemprearrastradosporlarondainfernaldelasaspasdelmolino.
—¡Matadles! —vociferaban los arcabuceros, los burgueses y los arqueros,confundidosenlahabitacióndelmolinero.
Elestuporfueenaumento.Enlaviviendanohabíanadie.Entoncesdescubrieronlaescaleraquellevabaalmolino.Enuninstanteuncentenardehombresdearmasseaventuraronporellayllegaronalfinalpisosuperior.
Nadietampoco.Lostressitiadoshabíanbajadoalpisoinferior.PicuicibaarmadoconlasdosúltimaspistolasyPardaillányCarlosconsusespadas.Asualrededoryencimade ellos, se desencadenabahorrible tumulto, compuestodemil juramentos,blasfemias, gritos frenéticosy aullidosde toda aquellagenteque sehabía figuradoatacar a un pequeño ejército sólidamente parapetado en una fortaleza y que noencontrabaanadieninada.
Pardaillán,unavezhubollegadoabajo,levantódosotrestablonesdeaquelconosobreelcualestabaconstruidoelmolino,ymostróelcaminoasusdoscompañeros,queseinternaronporél.Eraelúltimorefugio.Ibaaserprecisomorirallívendiendocaralavida.Pardaillánfueelúltimoenguarecerseyajustólostabloneslomejorquepudosobresucabeza.
A la sazón se hallaban sobre el suelo.Los invasores vacilaban en bajar al pisoinferiordelmolino,puesselesoíagritar:
—¡Cuidado!Talvezporahíhayunaminaquevaasaltar.Porfinunodeellosmiróynoviendoanadie,hizoseñasasuscompañeros,que
penetraron en el interior observandoque los tres sitiados no estabanya allí.Habíallegadoel final,puesenbreveseriadescubiertoelestrechopasoporelcualhabíanhuido, en cuyo caso los matarían a arcabuzazos o los prenderían como tigres
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sorprendidosenelcubil.EnaquelmomentoterriblefuecuandoPicuicsintiócomosielsuelovacilarabajo
suspies.Sebajóylotocóconunadesusmanos,quetropezaronconunalosaquesemovíacomosilaempujaranpordebajo.Picuicdioungritoahogado.EnuninstantePardaillányCarloscomprendieronloquesucedíaylostresseapoyaronsobreaquellalosaqueibaadarpasoalossitiadores.
Ymientrasestabande rodillas,haciendofuerzasobre lapiedra, seoyóunavozlúgubreylejana,queexclamaba:
—¡Ah,miserables!¿Queréisimpedirmelasalida?Peroesperad,esperadquevoyaexterminarosatodos.
—¡Graznido!—gritóPicuic—.EsGraznido.Enunmomento los treshombresarrancaron la losa,quedejóaldescubiertoun
granagujero,enelcualempezabaunaescalera,depiedraenmohecida.Y en aquel agujero, a la débil luz del día que penetraba por la juntura de las
maderas de aquel reducto, apareció la cabeza pálida, asustada y tragicómica deGraznido.
En el mismo instante y antes de que éste se recobrara de su estupor, los treshombres se precipitaron en el agujero y echaron a correr por un pasadizo oscuro.PicuicarrastrabaaGraznido,elcualnosabíaloquelesucedía.DiezminutosdespuésllegabanalotroextremodelsubterráneoquedabaalacapilladeSanRoque.Enaquelmismoinstantelosenemigoshallaronlalosalevantadayempezaronadescenderconprecauciónporlaescaleradepiedra.
Laexistenciadeaquelantiguosubterráneoera,sindudaalguna,ignoradadelasgentesquehabitabanelmolino.Probablementefueutilizadomásdeunavezen lasguerrasdereligión,contantomayormotivocuantoquealgunosañosanteselmismomolinoformabapartedelasdependenciasdelacapilla.Loscuatrohombresllegaronporfinaésta,abrieronlapuerta,ysalieronmuytranquilamente,confundiéndoseconlamultitudque sehallaba alpiedel cerro con losojos fijos en elmolino.Pasaroninadvertidos entre aquella multitud en que nadie les conocía y apresuradamenteregresaronaParísyllegaronsintropiezosalacasadelacalledelosListados.
AllíGraznidofue interrogadoacercade losacontecimientosque loconvirtieronenunsalvadorimprevisto.
—Acababa de batirme en la capilla contra no sé cuántos enemigos y, por fin,emprendí la retirada—dijo—,cuando, cogidoa traiciónpor seiso siete enemigos,meecharonenunagujeroendondequedécomomuerto.Alrecobrarelsentido,oíelruidodelapelea,resolvíacercarmeavosotros,yentonces…
ElrelatodeGraznidoduróbastanterato.Yencuantohuboterminado,recibiólasfelicitacionesdeCarlos.Pardaillán,sonriendoirónicamente,ledijo:
—SeñorGraznido,soisasombroso.Ycuando,porfin,Picuicleestrechólasmanosemocionado,Graznidosequedó
perplejoysedijo:
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—¿Acaso seré valiente sin sospecharlo? ¡Desgraciado de mí si es así! Seránecesarioquemevigile.
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XXI-LaabadíadeMontmartre
UNALITERAcubiertaexteriormenteporsencillascortinasdecuero,peroadornadaenelinteriorconcojinesdesedaytapizadaconlamismatela,acababadefranquearelpuentedeNuestraSeñora.Unadocenadecaballerosbienarmadosyvestidoscontrajesdecoloroscuro,escoltabanaquellalitera.Precediéndolaibaunodeellosylosdemásmarchabanadiezpasosdedistancia.Conlosojosfijosenla litera,seguíaacierta distancia un hombre de alta estatura y vigoroso cuerpo, envueltocuidadosamenteenunacapa.
AquelhombreeramaeseClaudio,elantiguoverdugodeParís,ylaliteraeraladelaprincesaFausta.
AtravesóParís, franqueó lapuertadeMontmartre, subió lacuesta rápidaporelcaminoqueserpenteababajolosárbolesseculares.PorfinsedetuvoanteelpórticodelaabadíadelasBenedictinas.LaprincesaFaustadescendiódelaliteraycomosisullegadahubierasidoesperada,lapuertaseabrióenseguidaylaliteradesaparecióenelinteriordelaantiguaabadíaqueestabacasienruinas.
MaeseClaudiosedetuvotrasunárbol.Sevolvió,inspeccionóconimpaciencialafaldadelacolina,ydivisandounhombrequesubíalentamente,lehizosignodequese acercara. El hombre se unió amaese Claudio y levantando entonces con gestomaquinalelaladelsombrerobajoelcualseocultabaamediassurostro,mostróelsemblantepálidoeinmóvildelpríncipecardenalFarnesio.
Llevaba un rico traje de terciopelo violeta y como si hubiera desdeñadodefenderseapesardequelostiemposestabanrevueltosydelaposiciónpeligrosaenque se había colocado al disponerse a luchar contra Fausta, sólo llevaba una finaespada de gala con puño enriquecido con algunos diamantes. Tal vez debido a sufatalismooaldespreciodelavida,Farnesioseocultabaapenasynotomabaningunaprecaución.
—Estáahí—dijomaeseClaudiotendiendoelbrazohacialaabadía.Farnesio dirigió una mirada a la escolta de Fausta, que, habiendo descendido,
esperabaantelapuerta.Conlamayortranquilidadpreguntóentonces:—Perfectamente.¿Estásdecididoaobrar?—Mehevendidoavosporunaño—contestómaeseClaudioconsombríavoz—.
Ospertenezcoencuerpo,peronoenalma.Ordenadyobedeceré,pero…—¿Peroqué?—preguntóFarnesioconacentoglacial.Claudiocogióelbrazodelcardenal,loestrechóconvulsívamenteyledijo:—Noolvidéisquedespuésdelamuertedeestatigresa,meperteneceréis.Farnesioseencogiódehombrosydijo:—Sinohubieraligadomividaalaesperanzadevengaramihija,meentregaríaa
tienseguida,verdugo,ytebendeciríaporlibrarmedelaexistencia.Notemas,pues,quetratedequebrantarelpactoquenosune.
—Bueno,mandadyobedezco.
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—Empecemosporentrareneseconvento—dijoFarnesio.—Venid—contestómaeseClaudio.Entonces,adistanciaybajolasombradeloscopudosárboles,dieronlavueltaa
laabadía.Ya hemos explicado que el convento se hallaba en lamentable estado, como si
desde mucho tiempo atrás no lo habitara nadie. Los muros agrietados estabanderruidosenciertos lugares; los jardines,antes tanhermosos,noeranmásqueunamalezadeplantasinútiles.Elhuerto,queestabaenlapartetraseradelconvento,eraloúnicoquesehallababiencultivado,puesloshabitantesdeaquelextrañolugarsenutríanprincipalmentedelegumbres.Enelgranespaciodescubiertoencuyofondoselevantabalacortinadeverdeoscurodealgunosabetos,seveíanlasruinasdeunaespeciedecapillavieja;noquedabandeellamásquealgunascolumnasenpie.Allado de una de ellas había un sitial demármol, elevado sobre algunas gradas quehabíanresistidoalosdestrozospacientesdeltiempo.
El huerto estaba circundado de una tapia como el resto del convento; pero enaquella pared había, de vez en cuando, grandes brechas que, bajo los pies demisteriososvisitantes,acabaronporformarverdaderospasosabiertos.
AunadeesasbrechassedirigiómaeseClaudioseguidoporelpríncipeFarnesio,queibamuypensativo.
El ex verdugo estaba muy agitado. De vez en cuando un estremecimiento lerecorría el cuerpo. Estaba pálido. Farnesio, más pálido todavía, estaba tranquilo,petrificado en aquella especie de indiferencia glacial que parecía rodear todos susactos.Losdoshombresfranquearonlabrecha.
No lejos de ella había un pabellón de elegante arquitectura, construido hacíabastante tiempoporalgunaabadesaqueallí ibaenbuscadereposoysoledad;perocomoa la sazónestabacubiertodemusgoyocultopor los escaramujos,yanoeramásqueunaruina.Claudio,deunempujón,derribólapuertacarcomida,yentraron.
—Esperadmeaquí—dijo.Farnesio asintió con unmovimiento de cabeza y se quedó inmóvilmientras el
antiguoverdugosealejaba.
*****
La princesa Fausta entró en el convento, es decir en el cuerpo principal deledificio, el único habitable. A pesar de la increíble fuerza de carácter de aquellamujer,apesardesupodersobresímisma,parecíadominadaporextrañaturbación.Estabasombría tantocomoeraposibleque loestuvieraaquellamujer tanhermosa.¿Cuálseríaeldesconocidotormentodeaquellaalma?
Precedidapordosjóvenesreligiosasdefisonomíamáspicarescaquedevotaydeojosmásatrevidosqueextáticos,Fausta,poranchasescalerasdepiedrapulida,restodeantiguasuntuosidad,llegóalprimerpisoyenelinmensorellanodelaescaleraen
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que se abría un profundo corredor, encontró a la abadesaClaudina deBeauvilliersque,avisada,seapresuróapresentarseasuilustrevisita.
La abadesa hizo una rápida genuflexión y Fausta levantó lamano con los tresprimeros dedos abiertos para bendecirla, como antes vimos hacer a Sixto V conrespecto a Catalina de Médicis prosternada, es decir, para dar la bendición quesolamentepuedendarlossucesoresdeSanPedro.Perotodoellofuetanrápido,quelasdosreligiosasnoobservaronnada.
ClaudinamarchabaanteFaustaymostrándoleelcaminolehizopenetrarenunaestanciaamuebladaconinusitadolujo.Eraunoratoriootalvezuntocador.Enunamesa demármol, con esquinas de plata, había una colección completa de cepillos,pinceles,botesybotellas;ungüentosycosméticosqueentoncesusabannosolamentelasmujeres,sinotambiénloshombres.Ysobreaquellamesaquehubieratenidolugareneltocadordeunadamadelacorteodeunaelegantecortesana,unCristoextendíasusbrazossobreunacruzdeplata.
LaabadesapresentóunanchosillónyencuantoFaustaestuvosentadapusobajosuspiesuncojíndeterciopelo.Ellasequedóenpie.
—¿Esagitanacontinúaaquí?—preguntóentoncesFausta.—Sí,señora.Segúnvuestrasórdenes,lavigilamosestrechamente,peronoesmás
queunapobreloca.¿VuestraSantidaddeseaverla?Faustasequedóalgunosmomentossilenciosaypensativaconlacabezaapoyada
enunamano.—Claudina—dijo por fin lentamente—. No ha llegado la ocasión de que me
llaméiscomoacabáisdehacerlo.Noloolvidéis.—Perdonadme—murmuróClaudina.—¡Mi Santidad! —Continuó Fausta después de un noble silencio—. Es una
irrisión. Veintitrés cardenales reunidos en conclave secreto, en las catacumbas deRoma,resolvieronlaguerracontraSixtoyyaantesdelaejecucióntiemblan.Enlascatacumbas ¿no es eso ya un símbolo? Mi soberanía pontifical está destinada aejercerseenlastinieblas,mientrasquemialmaaspiraviolentamentealaluzdeldía.¡Ah,Claudina!Micorazónrebosaamargura.Soismujer,perfectamujer,soislaquemásquieroentretodas,apesardevuestrasfaltas.MellamáisSantidadycuandomiroenmímisma, no veomás que una joven asustada de ver que la naturaleza se haengañadodándoleelsexoqueeselnuestroymásasustadatodavíaaldescubrirbajosupoderosopensamientoybajosusaspiraciones,ladebilidaddeunamujer.
Claudina levantóhaciaFaustaunamiradadeardiente simpatía.Laviopálidayagitadacomonuncalahabíavisto.Claudinasearrodilló,lecogiólasmanosyselasbesómurmurando:
—¡Ah,minobleyhermosasoberana,vosqueinspiráisalavezamoryrespeto,vosaquiennadiepuedecontemplarsininclinarseanteelresplandordevuestrosojos,sufrísundolordesconocidoparamí!¿Porquénopodrémorirparaevitaroshastalasombradeunsufrimiento?
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Faustahizolevantaralaabadesaconungestollenodeamabilidad.—Sí—contestó—.Soisrealmenteunapóstol,Claudina.Sivuestracarneesdébil,
vuestraalma,encambio,esfuerte.Soislaúnicaquemehacomprendido.Escuchad,porqueestoycansadadevivirenregionestalvezdemasiadoelevadas.
AunaseñaldeFausta,ClaudinadeBeauvilliers,abadesadelasBenedictinasdeMontmartre,sesentódispuestaaescucharalaprincesaFausta.
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XXII-ElcorazóndeFausta
—¿ACASOELREINOpontifical de Juana es un sueño?—continuóFausta comohablandoconsigomisma—.¿CuáleslaleyqueprohíbeaunamujerocupareltronodeSanPedro?¿Acasonohaysantasysantosenelcielo?¿AcasolaIglesianoadmitelos votos femeninos y no ha establecido una jerarquía entre las mujeres que sedesposanconJesucristo?LosescritosdelosmonjescompiladorespruebanqueJuanareinóypor lo tantoyopuedoreinar también.Elsexofemeninonoesunobstáculopara las grandes concepciones y en prueba de ello, ahí está la papisa Juana quereformóunapartedelculto.Tampocoesobstáculoparalasgrandesacciones,comolopruebalaguerreraJuanadeArco,quelibertóelreinodeFrancia.¿Acasounamujernopuedeserloquefueronesasdos?
Claudina escuchaba ardientemente aquellas extrañas palabras. Comprendía queno lecorrespondíahacer lamenordemostraciónenprooencontrade tanextrañasteorías.EntoncesFausta,dirigiéndosemásespecialmentealaabadesa,continuó:
—Así, pues, son veintitrés cardenales, cansados de la tiranía deSixto, que hanresueltoedificarunanuevaIglesiaantelasuya,yalzarunnuevotronoanteelqueélocupa.Tresañoshantranscurridodesdeentonces.YohabitabaelpalacioquehabíaservidodemoradaamiabuelaLucrecia.LasangredelosBorgiahervíaenmisvenas.Rica, hermosa, adulada y sola en el mundo, veía mi palacio lleno de señores ypríncipesdelaIglesia.Peroyosolamentehallabaplacercompulsandolascrónicasdelostiemposantiguos,yestudiandolaterribleleyendadelosBorgia,misantepasados,siguiendoconsoñadoramiradalaescalafulgurantequehandejadoenelcielodelahistoriaaquellostresmeteorosllamadosAlejandroBorgia,CésarBorgiayLucreciaBorgia. Sentía enmí la vasta inteligencia de Alejandro, el ánimo conquistador deCésaryelcorazóndeLucrecia.¡Seryosolaloquefueronellostres!SentircómoelmundocristianopalpitaamispalabrascomopalpitóaloírlasdeAlejandro;almundoguerrero temblarbajomiespada,comotemblóbajo ladeCésar,yalmundode loscortesanosinclinarseantelafuerzaylabellezadeLucrecia.Sí,formabaesteensueñoinaudito,cuandohalléaFarnesio.
Fausta en aquel momento se quedó ensimismada y Claudina no se atrevió ainterrumpirla.
—¡Farnesio!—repitió sordamenteFausta—.Es el primero a quien conquisté ytambiénelprimeroquemehaabandonado.
—¡Cómo,señora!¿ElcardenalFarnesio?—Unanoche—continuóFaustasincontestar—.Farnesiovinoabuscarmeami
palacio. Conocía mi ensueño y había seguido su desarrollo. Me profesabaadmiración.Aquella noche, pues, habiéndole seguido, salimos deRoma y por unaantiguatumbadelaVíaApiapenetramosenlascatacumbas.Unavezllegadosaunaespeciedeplazoletaalumbradaporantorchas,vialosveintitréscardenales.
«Heaquíloqueyasabéis»—dijoFarnesio—,«ylaquepuedesalvaros».
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«Entonceslosveintitrésmerodearonynotembléalentrevercuálerasuintento.Notuvemiedodelaterribleproposiciónqueadivinéentodaslasmiradasy,cuandoporfinfueformulada,laacepté.Durantelargoratohabléaaquelloshombres,quemeescucharonenelmásabsolutosilencio.Ycuandohubeacabadodehablar,unotrasotrovinieronaarrodillarseantemíymebesaronlamanoenseñaldesumisión.Entoncesunodeellos,elmásanciano,mepusoeneldedoestasortija».
Faustaalargólamanoymostrólasortijaqueyahemosseñalado.Laabadesaseinclinórespetuosamenteehizolaseñaldelacruz.
—Pusemanosalaobra—continuóFausta—.Entanpocotiempohetrastornadoa Italia, en donde casi todos los obispos están dispuestos a reconocerme, y hetrastornadoaFrancia,porquesureyseencogiódehombrosalasprimeraspalabrasdeFarnesio.Porestarazónlohehechodestronaryensulugarheelegidoaotro.
Faustarecayóensutristesilencio.—Me parece —dijo tímidamente Claudina— que los acontecimientos se
desarrollandeacuerdoconvuestrosplanes.—Heaquíloquemedesconcierta—dijoFausta—.Yheaquíloquemeasustaría
siyofueracapazdeello.Lasaparienciassontalesquesobrepasanamisprevisiones,Ybajoestosacontecimientoshayotros,quemesobrecogenyparalizanhaciéndomesentirverdaderamente impotente.Loscardenalesdelconclave secreto tienenmiedoante el acto definitivo. Farnesio, que era el único que me apoyaba, acaba deabandonarme.
—Pero¿yGuisa?—Guisasehareconciliadoconladuquesa.Éstasehallabacompletamenteenmi
poder.LasoltéesperandoquetendríabastanteaudaciaparapresentarsenuevamenteenelpalaciodeGuisayqueentonces…Perosibientuvolaaudaciaprevista,yvioasumarido,éstelaperdonó.
ClaudinadeBeauvilliersreprimióunasonrisa.—Guisa—continuó Fausta—…Guisa, que pasa por tipo perfecto de violenta
energía, no es verdaderamente admirablemásque en el combate.En la corte es elhidalgomáselegante,demodoqueenlasceremoniasesunseñormagníficoyenloscombatesunjefeintrépido.Perounavezsehaquitadoeltrajeylacorazayyanoestáen el campode batalla, ni en las ceremonias elegantes, veo enGuisa lo que es enrealidad: una hermosa estatua que a veces hace gestos violentos o dirige miradasbrillantes, pero que no es capaz de formular elevados pensamientos ni de tenerresoluciones firmes. Sí, ha perdonado a la duquesa y eso me ha desconcertado,porqueyocreía…;peronohablemosmás.DejósalirdeParísatresmilhombresqueCrillón llevó a Enrique de Valois, lo cual es la guerra posible en favor del reyfugitivo. Habló con Catalina de Médicis y pocas palabras de la vieja florentinabastaronparaderribarelandamiajedesuspropósitosqueyolentamenteconstruíensudébilcerebro.Yporfin,paracolmo,cuandodesprovistodedineroselepresentabauna ocasión extraordinaria que le permitía apoderarse del tesoro con que podría
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conquistarun reino,cosaqueyo,advertidapormisespías, le indiquéno teníamásque tomarlo en elmolino del cerro de San Roque, permitió que se burlaran de élcomo de un niño. Puso en pie un verdadero ejército para entrar en un molino endondenohallóanadie,yencuantosehicieronpesquisastampocoencontróeltesoro.
Faustacerrólosojos.Susenosehinchó,yenvoztanbajaqueClaudinanopudooírla,murmuró:
—¡Esciertoque tantoen laplazade laGrèvecomoenelcerrodeSanRoque,Guisa tuvoquehabérselas conun temible adversario! ¿Por quéGuisa no tendrá elalmadePardaillán?¡Contalpalancayolevantaríaelmundo!
Entonces, como si el secreto que llevaba en el corazón la hubiera conmovido,continuóconvozmástemblorosa:
—Noeselcuerpoelquedebeestarcubiertodeacero,sinoelalma.Elverdaderocaballerodeheroicasempresas,noesunGuisadearmadurabrillanteojubóndeseda.A ese caballero yo le he visto y es tal que podría intentar el asalto del trono. Susvestidos están un poco raídos, su espada es larga y ancha, su rostro delgado, suspalabras desprovistas de énfasis. Hay en su mirada una extraña sonrisa y suextraordinariasencillezmeasombraymeimpresiona.¿Quiénes?¡Oh,cuántodaríaporconocerlomejor,porintervenirensuvida,porcomprendersupensamientoyserenfin!…
Fausta se detuvo entonces. Su rostro palideció y las uñas de sus manos seincrustaron en las palmas a consecuencia del esfuerzo que hizo para dominar suemoción. Pero Claudina lo había observado y oído todo y adivinó cuáles eran lossentimientosqueagitabanaFausta.
—¡Locura!—exclamóésta—.Notengoniquierotenercorazón.—¿Por qué, soberana mía? —preguntó Claudina—. ¿Por qué no queréis
descenderde laradiantenubequeos llevaparaacercarosunpocoa lahumanidad?Reinatodopoderosa,¿porquénoqueréissermujer?
—Porque—contestóFausta—quieroserlavirgenquenoconocelasdebilidadesde la mujer; porque capaz de dominar, no quiero ser dominada por un hombre yporquenadieenelmundopuedeserelamodeFausta.
—¡Ah,señora!—dijoClaudinaconprofundaysinceraemoción—.Elamoresunamomuydulceypoderoso.
—¡Elamor!—sedijoFaustaestremeciéndose.Bajólacabezayunaardientelágrimaparecidaapurísimodiamanteseescapóde
sus párpados.Aquella lágrima se evaporó en el fuego devorador de susmejillas ycuandolevantólacabeza,surostroteníalaacostumbradaserenidad.
—Heaquí,pues,lasituación—continuótranquilamente,comosiloqueacababade pasar no le concerniera—. Guisa ha retrocedido diez años en pocos días yFarnesio,piedraangulardemiedificio,meabandona.Veamos,pues,aesaSalzumayaquecreéishaberdescubierto…
—Noosaseguronada,señora,peromideberesadvertirostodoaquelloquepueda
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serosútil.—Conozcovuestrafidelidad,Claudina,yseréisregiamenterecompensada,oslo
juro.Ahoraveamosaesamujer.Laabadesadiounapalmada.Seabrióunapuertayaparecióunareligiosa.—¡Quétraiganalagitana!—dijoClaudina.
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XXIII-Elespectro
DEJANDOalpríncipeFarnesioenelpabellónquehemosseñalado,maeseClaudiosealejóatravesandoelhuerto.Dosotresmujeresviejasvestidasconsórdidostrajesquemejormerecían el calificativo de harapos, trabajaban en aquel trozo de tierra.Aquellas mujeres de facciones marchitas eran religiosas del convento. Vieronperfectamente a Claudio que pasaba; pero, cosa extraña, no hicieron la menorobservación,apesardequeestabaprohibidaaloshombreslaentradaenelconvento.
Peroyalohemosdicho;todoeraextrañoenaquelretiroqueseparecíalomenosposibleaunmonasterio.Únicamenteunadelasviejas,hundiendosupalaenlatierraconrudogesto,querecordabamásbienalacampesinaquealareligiosahabituadaapiadosos ejercicios, murmuró algunas sordas palabras contra la desvergonzadajuventud, lo malos que estaban los tiempos y los duros extremos a que se veíanreducidaslasBenedictinas.
—Mujer—contestólahermanaaquiensedirigíanaquellaslamentaciones—,nodebemosquejarnosdemasiado.¿Quéseríadenosotrassidevezencuandoalgúnricocaballeroatravesandolabrechanoviniera?…
—¡Quitaallá,hermana!¡Ah,vivimosenunaépocamuytriste!Yanohayfrenopara las pasiones. El convento, reducido a la miseria, se ve precisado, además, aconsentir la desvergüenza de nuestras hermanas jóvenes, cuando no es la mismaabadesalaquelesdaelejemplo.
—¡Ay!Esprecisoresignarse,porque,delocontrario,nosmoriríamosdehambreyseríanecesariomendigarcomoelañopasado.
Claudio conocía, sin duda, las extrañas costumbres de aquel convento que aunentonces eraunaanomalíayunaexcepciónentre losdemás.No se tomabaningúntrabajoparaocultarse.Unavezhuboatravesadoelhuerto,queestababastantebiencuidadoyposeíaalgunosárbolesfrutales,maeseClaudiollegóalosedificiosmedioarruinados.Pasóbajounabóvedayallí se encontróconuna jovenbastantebonita,quellevabatrajelaicoybastanteligero.
Yaquellajovendedescaradasonrisayatrevidosojos,quenohubierallamadolaatenciónenunacasadedicadaalosplaceres,queengrannúmeroexistíanenParís,eratambiénunareligiosa.SeplantóantemaeseClaudioylepreguntócondescaro:
—¿Estehermosocaballeroessindudadelaescoltaqueacabadedetenerseanteelpórticoprincipal?
—Enefecto—dijomaeseClaudio.—¿Y habéis pasado por la brecha?—dijo guiñando un ojo—. La entrada del
pórticoestáprohibidaaloshombres,perolosquesaben…¿Losabéisvos?—Sí,hepasadoporlabrecha,porqueyalosabía.—¿Yelhermosocaballero—continuólajoven—vienesindudaaveraunade
nuestrashermanas?—Vengoaveralaseñoraabadesa—contestóClaudio.
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—¡Oh, qué tristes son vuestra voz y vuestra mirada!—añadió la joven—. Laseñoraabadesaestátodavíaconferenciandoconlanobleprincesaqueseinteresapornuestrapobrecasa.
—Precisamentesoydelséquitodelaprincesaytengoordendeirasuencuentro.—¡Oh!Asíesdiferente.Pasad,amigomío.Yovoyapasearmeporlacapilla.La capilla, en efecto, había sido transformada en una especie de paseo. La
hermosajoven,despuésdehaberesbozadounsaludoydandogentilmentelavueltasobresustalones,semarchó.PeroantesdealejarsemostróaClaudiodosmonjasquedesembocabanbajolabóvedayledijo:
—Siqueréisvisitaralaabadesa,notenéismásqueseguiraesasdoshermanas.Éstasibanvestidasconhábitoreligioso.Andabanlentamenteconlacabezabajay
los brazos cruzados. Porque, como cosa extraña en aquel convento, había algunashermanas que continuaban siendo puras y cumplían con celo todos los ejerciciosimpuestosasucomunidadporlaRegla.Noobstante,noparecieronasombrarseporlapresenciadeunhombre.Selimitaronabajarmásaúnlavista.
Entre aquellas dos mujeres marchaba silenciosa con su paso a la vez rígido ysilencioso la gitana del antifaz rojo, Salzuma. Claudio las dejó pasar, y luego, encuanto las vio subir una ancha escalera, empezó a seguirlas. Las dos religiosasatravesaronuncorredoryllamaronaunapuertaqueseabrió.Entoncestomaroncadauna a Salzuma por unamano y entraron. Algunos instantesmás tarde salían y sealejabansilenciosamente.
Salzumasehabíaquedadoenelinterior.EntoncesmaeseClaudioseacercóalapuerta, pero luego se detuvo y pasó su mano por la frente. La ausencia de todoobstáculo, la facilidadcon lacual ibaasu terribleobjeto, lecausabanunaangustiaquenohabríaexperimentadosilehubiesesidoprecisovencermilpeligrosparallegaradonde se hallaba. Además experimentaba sordo malestar, que no procedía de lasituación,sinodeotracosa.
Claudio descubrió a pocos pasos una puerta entreabierta. Fue allí, empujó y sehallóenunapequeñahabitaciónsinmueblesenquereinabaunasemioscuridad.Enaquella soledad y carencia de luz, Claudio, con los brazos cruzados y la frenteinclinada,empezóareflexionar.¿Quéibaahacerallí?
Matar. O por lo menos apoderarse de la mujer para entregarla al príncipeFarnesio. ¿Procedía sumalestar de esepensamiento?No.Lo animabaodio terriblecontraFausta.Laasesinadesuhijadebíamorir.Entonces¿quévioquepudierahaberimpresionadosuimaginación?Parecíalequerecuerdosconfusosylejanosseagitabanenelfondodesumemoria.
—Esa gitana —pensaba maese Claudio—, esa gitana que iba entre las dosreligiosas tieneunmododeandarqueyoconozco.Parécemequeyahevistoestoscabellossueltosyesemododeandar.
MeditóunosmomentossobreelloolvidandoaFarnesioyaFausta.—¡Qué extrañoque el aspecto de esa desconocidamehaya impresionado a tal
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punto!—añadió—.¿Peroquémeimportaamíesagitana?¡Bah!
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Las dos religiosas que conducían a Salzuma entraron en la habitación de laabadesa. Se inclinaron fríamente ante Fausta y con todo el respeto debido a unasuperioraanteClaudinadeBeauvilliers.
—Estábien,hermanas—dijoésta—.Podéisretiraros.—Señora—dijoentoncesunadelasreligiosas—,doshombresacabandeentrar
enelterritoriodelacomunidad.—¡Ay! —dijo Claudina—. Las paredes de nuestro pobre convento están en
ruinas.¿Cómopodríamosimpedirestasincursiones?Todoloquepodemoshaceresrezar.Idarezar,hermanas.
Claudinadioestadesvergonzadarespuestaconlamayorcompunciónposible.Lasdoshermanas,quesólohabíanhabladoparadescargarsuconciencia,seinclinaronysalieron. Sin duda Fausta estaba al corriente de las extraordinarias costumbres delconvento,porquenoparecióasombradaen lomásmínimo.Únicamentecuando lashermanasseretiraron,dijo:
—Está cercano el día, señora abadesa, en que podréis reedificar los muros deJerusalényeltemploquecobijaavuestrassantashijas.NoolvidéisqueeldíaenqueDiosbendiganuestrosproyectos,dotaréelconventoconcienmillibrasderenta.
Claudina ahogó una exclamación de júbilo. Fausta se había vuelto ya haciaSalzumaylaexaminabaensilencio.Lagitanaseacercóaella,letomólamanoyledijocontristevoz:
—¿Queréisqueosdigalabuenaventura?—No—contestóFausta—:perosiquierestedirélatuya,porqueyotambiénsé
leerenlamanolosacontecimientospasados.Salzumamiróasombradaalamujerquelehablabacontaldulzura.—¿Quiéneres?—preguntó—.¿Eresgitanacomoyo?—Talvezsí—contestóFausta—,peroyaquetehabloconelrostrodescubierto,
¿nopodríasquitarteelantifaz?Salzumamoviónegativamentelacabeza.—Mi antifaz es rojo, pero si me lo quito se verá que mi rostro está lleno de
vergüenzayderubor,cosaqueyonoquierodejarveranadie.TodoslosqueestabanenlacatedralyenlaplazadelaGrèvemevieron.¡Oh,medavergüenza!—añadióocultándoseelrostroconlasmanoscomosielantifaznobastara.
—¡Lacatedral!¡LaplazadelaGrève!—murmuróFausta—.¡Oh!¿Seráella?—Yañadióconvozaltayestudiandoelefectode suspalabras—.Y,además, talveztemasserreconocidaporelverdugo.
Salzumahizoungestodeindiferenciaydesdén.—El verdugo no es nada —dijo—. No me ha hecho daño alguno, ni me ha
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destrozadoelcorazón.¿Quépuedecontramí?Nopuedequitarmemásquelavida.Alqueyotemoesalimpostorquematómialma.
—¿Puedesdecirmecómosellamaeseimpostor?—preguntóFausta.—Está aquí—contestóSalzuma llevándose lamana al seno—.Nadie lo sabrá;
paraelloseríaprecisoabrirmeelpecho.—Puesyolosé.Salzumaseechóareír.Fausta le cogió la mano, la abrió violentamente y después de haberla mirado
exclamó:—Laslíneasdetumanomehanreveladotupasadavida.Salzumaretiróvivamentelamanoylacerróenmovimientodeterrorconvulsivo.—¡Demasiado tarde! —murmuró Fausta—. Ahora ya lo sé todo. Sé que has
amado, lloradoysufrido.Séquetucorazónfuedestrozadoporelobispoalpiedelaltar.
—¡Elobispo!—exclamótemblorosalapobregitana.—Sí—dijoFausta—,elobispo.Elquetúamabas,JuandeKervilliers.Salzumadioungritode terror, cayóde rodillasyun largogemidosalióde sus
labios.—Esella,nohaydudaalguna—murmuróFausta.Yseinclinóhacialagitanaparalevantarla.Enaquelmomentoseabriólapuertay
FaustavioentraraClaudio.Noexperimentóelmenorespanto,peroponiéndoseenpiepreguntóconaltanería:
—¿Quévienesabuscar?—Avos—contestóClaudio.Claudinaseinterpuso,diciendo:—Loscaballerosdevuestraescoltabastaránparadesembarazarosdeestehombre.Faustaladetuvo.—Unpocodepaciencia—dijo—.Estehombretendrátalvezquedirigirmeuna
súplica.—Enefecto—dijoClaudio.—Habla,pues.—Misúplicaesmuysencilla,señora.Queríarogarosquemeacompañaraishasta
elantiguopabellónqueseencuentradetrásdelosjardinesdeesteconvento.—¿Ysimenegabaaello,verdugo?—¡Verdugo!—exclamóaterradaClaudina.—Sirehusarais,señora,meveríaobligadoamatarosenseguida.Y desenvainando la daga se apoyó de espaldas en la puerta como queriendo
impedirlaretirada.—Miamo—continuó—,ydigomiamoporquelepertenezcoenestemomento,
me ha ordenado que os lleve al pabellón y, por lo tanto, cumpliré su mandatollevándoosmuertaoviva.
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Claudina, ante aquella escena imprevista, se quedó lívida de espanto. Faustaconservabaaquellaexpresióndemajestadserenaqueleerapeculiar.
—Ytuamo—contestó—¿quiénes?—Monseñor el cardenal príncipe Farnesio. Ya veis, señora, que os es casi
imposiblesustraerosalasolemneconversaciónquevaisatenerconél.Debíaishaberesperadoelhallarosconelcardenal.
—¿DecísqueelpríncipeFarnesiomeesperaenelpabellón?—preguntó.—Digoquedeboconducirosadondeestá,vivaomuerta.—Tesigo—contestóFausta.SiClaudioseasombróportanpocaresistencia,nolodemostróniconungesto.
FaustatranquilizóaClaudinaconunademányluegoinclinándosehaciaSalzumalalevantómurmurandoasuoídoconexpresióndeinfinitalástima:
—Venid,pobremujer,venidconmigoyyanosufriréismás.MaeseClaudio,conladagadesenvainadaenlamano,abriólapuerta.Faustapasó
apoyándoseenelbrazodeSalzuma,omejordicho,arrastrándolaconella.Laabadesaquisoseguirla,peroClaudiocerrólapuertaconllavediciendo:
—Quedaos aquí, señora. Sabed, además, que si llamáis y dais la alarma, sedesvaneceríalaúnicaesperanzadesalvaciónquerestaalaprincesa,porqueledaríadepuñaladasaloírelprimergrito.
Claudina se quedó, pues, encerrada en la habitación y casi desvanecida por elterror.EncuantoaFaustaandabacontranquilopaso.Claudiolaseguíaconlamanocrispada en la daga y devorándola con los ojos. No prestó la menor atención aSalzuma.CuandoFausta llegó al final de la escalera, se volvió haciaClaudio y ledijo:
—Condúceme.—Idenlínearectahastaelfondodel jardín—contestóClaudio—ynoolvidéis
que al primer grito, al primer ademán, os degüello como sin duda habéis hechodegollaramihija.
Estasúltimaspalabrasseconfundieronconunsollozo.Faustaechóaandarenladirecciónindicada.LlegóalpabellónyentróseguidadeClaudio,quecerrólapuerta.
Farnesio,queestabaenelmismositiosumidoenmeditación,nooyóelruidodelapuertaquerechinaba,nielruidodelospasosquehacíanresonarelsuelopodrido.Claudio se dirigió hacia él.En aquelmomentoFausta condujo a la gitana hacia elángulooscuroyledijoimpetuosamente:
—SiquieresvengartedeldolorqueentristecetuvidadesdequefuistetraicionadaporJuandeKervilliers,quédateaquíensilencio.Pormásqueveasyoigas,cállateynotemuevas.
La recomendación era inútil. La gitana había visto a Farnesio y un profundotemblorrecorriósucuerpo.
—¡ElhombrenegrodelaplazadelaGrève!—murmuró—.¿Porquésuvistamecausahorror?
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Faustasedirigióvivamentehaciaelextremoopuestodeaquellasala.Allíalgunosmagníficos sillones con tapicería rota y de madera carcomida, estaban alineadoscomoparaatestiguaralavezlaantiguaopulenciaylaruinapresentedelaabadíadelasBenedictinas.Fausta,sincuidarsedelpolvo,sesentóenunodeellosyesperó.
Sufisonomíaeraalasazónduraymásimpenetrable,susojos,másnegrosydeinsosteniblebrillo.Estabaunpocopálidayasíaparecíaentoncescomoelgeniodealgúnpalacioencantadodormidodurantemuchossiglos.
ClaudiotocóelhombrodeFarnesioyéstedespertódelsombríoensueñoenqueestabasumido.Dirigióasualrededorunamiradallenadeasombro.¿Enquépensabacuandohabía resueltocastigarunasesinatoconotro?DeFausta supensamiento seremontóaVioleta,ydeéstaalamadre,alaamante,eternoremordimientodesuvida.
—Monseñor—dijoClaudio—.Yaestáaquí.—¿Quién?—exclamóFarnesio.—La quemató a vuestra hija, la que hemos condenado y la que, por fin, va a
morir:—¡Ah,sí!—murmuróelcardenal—.¡Fausta!NoesmásqueFausta.Y al decir esto dio un suspiro comode alivio.Entonces pareció recobrar aquel
rostropetrificadoqueformabacomounantifazalinvisibledolorquecorroíasuvida.—¡Verdugo! —dijo con voz, si no apacible, por lo menos muy tranquila—.
Esperarásfuera.Cuandotellameseráhora.Entrarásyejecutaráslasentencia.Claudio se inclinó con sumisión y dirigiéndose hacia la puerta, vio a Salzuma
semejante a una estatua olvidada. Tuvo un instante de vacilación y luego,encogiéndosedehombros,murmuró:
—¿Quéimporta,despuésdetodo,quelaejecucióntengatestigos?Yhabiendosalidosesentóenelumbraldepiedraenmohecida,comoantañose
sentaba al pie del cadalso en espera del condenado. Farnesio, entre tanto,contemplabasilenciosamenteaFausta.
—Señora—dijo por fin—. Estáis en mi poder. Debo preveniros que tengo laintencióndemataros,comosemataauna fiera sinodionicólerayconánimo tansólodeimpedirquemuerda.¿Tenéisalgoquedecir?
—Cardenal—contestóFausta—,oshabéisrebeladocontravuestrasoberana.Conunasolademispalabrashabríapodidoprenderalverdugoquemehabéismandadoydel que os habéis convertido en auxiliar a pesar de ser vos un Farnesio. Pero hequeridoverhastadóndellegaríavuestraaudacia.Porestarazónestoyaquí.Hevenidopormipropiavoluntad.Estoysola,singuardiasyentregadaporcompletoavos.Hequeridovenirasíporquequieroadvertirosquesaldrédeestacasasinquemehayáistocadounsolocabello.Ahora,hablad.
Por un instante, bajo el influjo de aquella voz dominante, el cardenal estuvo apuntodeinclinarlacabeza.AnteaquellaseguridadquehacíaaFaustamásmisteriosaymásformidablequenunca,elcardenalcasitembló,peroenseguida,recobrandosupresenciadeánimo,continuó:
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—Una cosa en el mundo puede salvaros. Cuando me arrastré a vuestros pies,cuandoosdeclaréqueaquellapobreinocentesacrificadaavuestrosproyectoseramihija…,mihija,¿looís?;cuandolloréysupliqué,creíahablaraúnalasoberana.Vientoncesqueeraissolamenteunamujermásperversaqueaquéllasquesufrenlapenadelahorca.Vientoncesquenohabíaenvosmásqueaudaciayqueenellaconsistíavuestra fuerza. Durante muchos años os he obedecido ciegamente sin discutirvuestrasórdenesniaunconelpensamiento.Porvoshesidocriminal,creyendoobrarbien así enbeneficiode lanueva Iglesia.Ycuandoospedí lavidademihija,mecontestasteis: «Ha muerto». En aquel momento os condené diciendo que vosmoriríais también. Nada puede, por consiguiente, salvaros hoy, a no ser que meprobéisquemihijavive.
ElcardenaldirigióentoncesaFaustaunamiradallenadeansiedad,puesaquéllaerasuúltimaesperanza.
—Estámuerta—contestóFaustaconimplacabletranquilidad.Farnesiodiounrugidodedolorcomosiporvezprimeraoyesetalnoticia.—Estámuerta—continuóFausta—.Hequeridosabersivos,miprimerdiscípulo,
estabais bastante al abrigo de las debilidades humanas, para sacrificar a vuestramismahijaalacausasagradaporlacualdeberíaisderramarvuestrasangrehastalaúltimagota.Dehaberosvistotalcomoesperaba,Farnesio,¡quiénsabedeloqueyohubiera sido capaz y quémagnífica recompensa hubiera hallado para vos! ¡Quiénsabesiunmilagrooshabríadevueltoalaquelloráis!
—¡Unmilagro,señora!—dijoFarnesio—.Yanohaymilagros.—¿Quésabéisvos,cardenal?—dijoFaustaconvozllenadeaugustamajestad.—Esto es un sueño insensato —repuso sordamente—. No esperéis, señora,
escapar a vuestra sentencia engañándome con pueriles esperanzas. Ya quemi hijaestámuerta,nadiepuededevolvérmela.Yyaquevoslahabéismatado,voyahacerlomismoconvos.
Dichas estas palabras, Farnesio hizo unmovimiento como si quisiera llamar alverdugo.PeroalmismotiempoFaustaselevantó.Teníatanmajestuosoaspecto,queelcardenalsedetuvoinvadidoporsecretoterror.FaustapusosumanoenelbrazodeFarnesioyledijo:
—Yaquevuestrarebeliónoscondena,yaquenohabéisqueridoqueseprobaraelmilagrodelaalegría,yaqueoshabéisrebelado,habéisperdidoparasiemprelaquepodríaserlaresurreccióndevuestraalma.Puesbien,quesecumplaelmilagrodeladesesperación.Vive,pues,conlaquehasidolamuertedetualma.
—¿Quéqueréisdecir?—balbucióFarnesio—.¿Quiéneslaquedecís?—Buscaentimismo.Lacreesmuertadesdehacedieciséisaños.—Sí,sí,estámuerta—exclamóFarnesioconacentodeindecibleterror.—¡Mira!—dijoFausta.FarnesiosevolvióhaciaellugarqueindicabaFaustayvioaSalzuma.—¡Lagitana!—exclamósordamente.
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Fausta,conrápidogesto,hizocaerelantifazdeSalzumayrepitió:—¡Mira!—¡Leonor!—rugióFarnesioretrocediendo,mientrasSalzumaavanzabahaciaél.—¿Quiénhapronunciadominombre?—preguntólagitana.Farnesio, lívido, con los ojos fuera de las órbitas y los cabellos erizados,
retrocedía.Retrocedióhastadarconelmuroyentoncesseadosóaél,ocultandoelrostro entre las manos. Y cuando Salzuma estuvo a su lado, cayó de rodillasbalbuciendo:
—¡Leonor,Leonor!¿Eresacasounespectrosalidodelatumba?EnaquelmomentoseoyólavibrantevozdeFausta.—Adiós, cardenal. Te dejo hoy con Leonor de Montaigues, tu amante. Ten
cuidadoquenotedejealgúndíaencompañíadelespectrodetuhija.Pero Farnesio no la oía, ni la veía. Sólo tenía ojos para Salzuma, Leonor, el
espectro.Fausta se dirigióhacia la puerta sin apresurar el paso.Unavez allí, encontró a
Claudio que esperaba y que al verla se quedó mudo de asombro. ¿Qué habíasucedido?¿AcasoFarnesiolahabíaperdonado?Deunsaltoelverdugopenetróenlasala, corrió hacia Farnesio y vio entonces a Salzuma que se inclinaba sobre elcardenal.
—¡LamadredeVioleta!—murmurópetrificado.YClaudioretrocedióalgunospasosasustadoporaquellarepentinaaparicióndela
que antaño tuviera la misión de ejecutar en la plaza de la Grève. Entonces, alcontemplar a Farnesio, comprendió por qué Fausta había podido salir tantranquilamente de aquella sala en que debíamorir. Pero la aparición deLeonor deMontaiguesnopodíaejercersobreél lamismaimpresiónquesobreelcardenal.Suodioque,porunmomento,habíadejadolugaralaestupefacción,renacióconmayorviolencia.
—Puesbien—murmuró—.Meencargaréyosolodeejecutaraesamujer.YselanzófuerasiguiendolashuellasdeFausta.Peroyaéstasehabíareunidoa
suescoltayClaudioviocómosealejabalaliterarodeadadecaballeros.—Estavezsemehaescapado,peroenadelanteobraréyosolo—pensó.
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XXIV-SorFilomena
MAESE CLAUDIO volvió sobre sus pasos. Por un momento se detuvo ante elpabellónenquehabíadejadoalpríncipeFarnesioacosadoporsusremordimientosyterrores personificados en aquella Salzuma. Pero muy pronto, encogiéndose dehombros,sedirigióhacialabrecha.Ymientrasandabalentamente,pensaba:
—Fausta sabe que el cardenal Farnesio quiere matarla. Ella ha sido la que haconducido a la desgraciada Leonor ante el cardenal. ¿Por qué razón? Tenía unaescolta suficiente para hacer prender a Farnesio y en vez de ello se alejatranquilamente.¿Porqué?¿Cuálessonlospropósitosdeesamujer?¿Porquénohatratadotampocodehacermeprender?
Claudio franqueó labrechapor laquehabíaentradoconelcardenalFarnesioypenetróentreloshermososcastañosqueelevabansuscopasenlamontañaquehoyestácubiertadecasas.
MientrasClaudiodescendíaporlaabruptapendiente,viosubiracuatrohombresque marchaban en dos grupos. Se preguntó qué iban a hacer allí y si no deberíaseguirloshastaelconventohaciaelcualparecíandirigirse.¿Peroparaqué?¿Quéleimportaban aquellos hombres?Además, en el convento no había nada que pudierainteresarle.Nada le interesaba en elmundo, ya queVioleta habíamuerto.Claudiocontinuódescendiendoysecruzóconlosdosprimerosdeaquellosdesconocidos,aquienessaludógravemente.Ledevolvieronelsaludo,eldemásedadconunademányelmásjovenquitándoseelsombrero.YClaudiocontinuósucaminohaciaParís.
Aquel joven señor a quienClaudio no conocía y que acababa de devolverle elsaludoconmayorcortesíadelaquelosnoblesacostumbranausaraldirigirseaunplebeyocomoél,eraelmismoquehabíaidoabuscarala«PosadadelaEsperanza»parallevarloalladodeVioleta.EraCarlosdeAngulema.
El joven duque tenía grandes esperanzas. ¡Pardaillán le había repetido tantasveces que vería de nuevo a Violeta y le dio en apoyo de su opinión tan buenasrazones,yademáslehabíaafirmadotantoqueenasuntosdeamornohaymásquelamuertequeseparadefinitivamente!
Subía,pues,congranalegríalacuestadeMontmartre,hallandoencantadoraalanaturaleza,considerandoaPardailláncomolaperladelosamigos,convencidodequeallí arriba encontraría a la gitana Salzuma y que por ésta averiguaría el retiro deBelgodere, y, por consiguiente, el paradero de Violeta, porque, según todas lasapariencias,éstasehallabaencompañíadelgitano.
Loscuatrohombresllegaronalabrecha.Pardaillánfueelprimeroenpasar,ynoviendo nada anormal ni inquietante, hizo seña aCarlos, que entró enseguida.Muypronto se les reunieronGraznido y Picuic. En el jardín las dos ancianas religiosascontinuabancavandoalsol,conlacabezacubiertaconunvelo,únicapartedepobresvestidosdestrozadosquerecordabasucondicióndereligiosas.
Lamismaviejaque tantohabíagruñidoaldivisaramaeseClaudiocuandoéste
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atravesaba tranquilamente el huerto, divisó de pronto a los cuatro recién llegados.Entonces, apoyándose sobre el azadón, sonrió amargamente y designándolos a sucompañera,dijo:
—Estovabien.Ahoravienendecuatroencuatro.Dentrodepocoseinstalaráenelconventotodounejército.
—Vamos,vamos,sorFilomena—dijolaotrareligiosa,másescépticaoresignada—. ¿Para qué sirve el encolerizarnos? Si nuestras hermanas jóvenes quierencondenarse,esasuntosuyoynopodemosimpedirlo.
—Yalosé;pero,apesardeello,pienso,sorMaríaLuisa,queesunavergüenza,unadesolaciónqueloshombrespuedanentrarlibrementeennuestromonasterio.Pormiparteloshombresnomehandirigidonuncalapalabra,porquelossinvergüenzasyasabenaquiénpuedendirigirse.
SorMaríaLuisasonriódeunmodoagridulce.—Ynoes—continuólahermanaFilomena—quehayasidosiemprecomoahora.
Nohacemuchoqueteníauntalleyunosojosdignosdesermirados,comoloeranenefecto.PeroentoncessecumplíalaReglacontodaseveridad.Yaunahorameparecequeno estoy tanmal, pero soyvirtuosay tengo lengua.Si unhombre se atrevierajamásadirigirmeunapalabraounamirada,osjuroquemeoiríanlossordos.
—Laverdades—dijodulcementesorMaríaLuisa—queDiosfuepródigoconvosenloquetocaalalengua.
SorFilomena,erguidacomoungallodepeleasobresusespolones,sepreparabaacontestardignamenteatalinsinuación,queconsiderabaexageradaymaliciosa,perolatempestadqueseformabasobrelacabezadesorMaríaLuisasedisipódepronto.
—¡JesúsMaría!—murmuró sor Filomena—.No parece sino que vienen hacianosotras.Mirad,sorMaríaLuisa.
—Sí,realmente,haciaaquívienen.Vámonos,sorFilomena.Ésta, con rápido ademán, desató su pobre falda que arremangada llevaba a la
cinturayreunióalgunosmechonesdecabellosqueelvientoagitaba.—Por el contrario, quedémonos. Es preciso ver si tendrán la audacia de no
respetarnos.Pardaillán y el duque de Angulema avanzaban, efectivamente, hacia las dos
religiosas. Sor María Luisa miró atrevidamente a los dos forasteros, pero sorFilomenabajópúdicamentelosojos.
SorMaríaLuisaerabajitayregordetayteníalacararojiza.Tomabalavidasegúnse presentaba. Soportaba la lluvia y el sol, no con indiferencia o resignación, sinoempleandotodoslosrecursosdesuespírituparahacerlosredundarensuprovecho.
Sor Filomena, angulosa y seca como un sarmiento, hallaba la vida injusta ymurmurabade todosyapropósitode todo.Sindudahabía sidosiempre fea,yporelloguardabarencoratodoeluniverso.Porotraparte,ignorabahastaciertopuntoloqueeraelmundoyenciertascosaserataninocentecomounaniña.
Pardaillán y el duque de Angulema avanzaban, efectivamente, hacia las dos
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religiosas.Pardaillánlevantósusombrero,conmuchacortesía,yabriólabocaparahablar.—¡Noosacerquéis!¡Deteneos!—exclamósorFilomenatratandoderuborizarse.ElbuenPardaillán,quesehabíadetenidoantetalintimación,sequedóindeciso.CarlosdeAngulemasaludóasuvez,ydijo:—Señora…—Nomehabléis—interrumpiólaviejaconungestodepudorofendido.—Peroseñora…—¿Qué queréis? ¿Qué esperáis? —exclamó entonces sor Filomena—. Decid,
hablad, leo en vuestros rostros vuestras intenciones perversas. En vano fingís unrespetoquenoestáenvuestroscorazones.PorDiososaseguroqueaunqueparezcodébil,soycapazdedefendermivirtud.Porlotanto,seríamejor…
—Señora —contestó Carlos—, os juro que no tenemos las intenciones quesuponéisennosotros.
—¡Marchaos!—prosiguió sor Filomena después de haber recobrado aliento—.Vaya, joven, deberíais avergonzaros, pero como en el fondo soy buena, quieroolvidar…
AlasazónPardaillánfueacometidodeunaccesoderisa,alaqueinmediatamentese unió el joven duque, Los dos lacayos, viendo reír a sus amos, creyeron que sudeber era hacerles coro. Picuic se echó a reír como una puerta que rechina, yGraznido,comosiempre, lúgubremente.Enpresenciadeaquelcuádrupleaccesoderisa, sor Filomena se detuvo asombrada y sintiéndose incapaz de proseguir sudiscurso,delocualseaprovechóPardaillán.
—¡Por todos los diablos! —dijo—. ¿Acaso tenemos cara de moros o turcos?¿Nosparecemostalvezagentesquevienenaviolentarlavirtuddedosmujeresdetanvenerableapariencia?No,señora,notemáisnadadenosotros.Osaseguroqueosprofesamosveneración.
SorFilomenasintióciertodesencantoaloírtalespalabrasypreguntó:—¿Demodoquenoostraenintencionesperversas?Pardaillánpusolamanosobresucorazón,seinclinóycontestógravemente:—Ninguna,oslojuroporelsolquenosalumbra.SorFilomenadiounsuspiro.—Esta vieja está todavía en la infancia —murmuró el duque al oído de
Pardaillán.—Señora—dijoésteenvozalta—.Venimossencillamentepararogarosquenos
deis algunas noticias. Y para acabar de tranquilizaros, os diré quemi amigo, aquípresente,hatenidounagrandesgracia.Amaaunajoven.¡Oh,notemáisnada,noesningunareligiosa!Yesajovenhasidoraptada.
—¡Pobre joven!—murmuró sor Filomenamirando al joven duque con interésque hubiera sonrojado a éste si las últimas palabras del caballero no lo hubieransumidoensutristepreocupación.
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—Dalacasualidad—continuóPardaillán—queenesteconventosealbergaunagitanaqueyomismoacompañé.Éstapuedesernosdegranutilidadparahallarlaquebuscamosyquisiéramosverla.Heaquítodoelmisterio.
—Hevistoalamujerdequehabláis—dijoentoncessorMaríaLuisa,quehastaentoncesnohabíapronunciadounapalabra.
—¡Esunamujermaldita!—exclamósorFilomena.CarlosdiodospasoshaciasorMaríaLuisa.—¡Señora!—dijoconvozconmovida—.Hacedquepuedaveralagitanaytened
laseguridaddequenosoyuningrato.SorMaríaLuisatendiósuanchamanoabiertayexclamó:—Lacaridadcristiananosobligaahacerfavoresalprójimo.Sóloquisierapoder
encenderalgunosciriosaNuestraSeñora.El duque sacó su bolsa, y la puso en manos de la monja, la cual la abrió
descaradamenteyexaminóelcontenido.Entoncessusojosbrillaronylasmejillasseleinflamaron.
—¿Queréishablaralagitana?—dijo.—Paraesohemosvenido.—Pues bien, ¿veis ese derruido pabellón al lado de las brechas? Está allí
actualmente.Lahevistoentrar.Id,yqueDiososguíe,mijovenseñor.PardaillányCarlosnoescucharonmásysedirigieronapresuradamentehaciael
pabellónindicado.—Veamos—exclamósorFilomena.MaríaLuisaabriólabolsaydijo:—Tenemosaquíconquevivirtresmeses,hermana.Tresmesesdeoracionesyde
beatitudsintrabajarlatierra.—ElCielopremiamivirtud—observósorFilomena.Abandonaron lasherramientasde jardineríaypenetraronenel convento.Había
entre aquellas dos mujeres una especie de asociación; eran en ellas comunesbeneficiosypérdidas,asícomosumiseria;perosorMaríaLuisa,astutaymaliciosa,siemprehallabamediode comer allí donde la otra semoría dehambre.SorMaríaLuisa,pues,unavezhubollegadoaunaceldaenquedosfementidosjergonesservíandelechosa lasdosreligiosas,seacurrucó,vertióensucamastroelcontenidodelabolsayempezóacontarcontemblorososdedos.¡Eraunafortuna!
Laastutamujerbuscabayaelmediodesubstraerasucompañeraalgodelaparteque,segúntodajusticia,debíacorresponderle,perosorFilomena,menospráctica,ibayvenía,pensandoenaquellos forasteros,y sobre todoenunodeellos, cuyonoblecontinentelahabíaimpresionado.Ibadeunaparteaotramurmurandoyprofiriendoentrecortadasrazonesy,porfin,nopudiendoresistirmássucuriosidad,exclamó:
—Tengoverdaderodeseo,asíelSeñorme loperdone,desaber loqueaquellosforasterosveníanahaceraquí.
—Id—dijosorMaríaLuisa—.Entalescasoslacuriosidadesundeber.
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SorFilomenanose lohizorepetir.Rápidamentesedirigióhaciaeldestartaladopabellón, mientras sor María Luisa se apresuraba a ocultar en su escondrijo lapreciosabolsa.
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XXV-ElveranillodeSanMartín
MIENTRASCARLOSyPardaillánpenetrabanenelviejopabellón,losdoslacayos,esdecir,PicuicyGraznido,sequedaronfuerahaciendocentinela.Elprimerohabíasido colocado al pie de la brecha y el segundo con orden de permanecer ante lamismaentradadelpabellón.
Graznido,que,muyapesarsuyo,gozabadereputacióndevaliente,empezópordirigir a su alrededor amenazadoramirada.Desenvainó ladagay la cogió conunamano apoyando tan belicoso preparativo con un buen ¡hem!, sonoro o, más biendicho,cavernoso.
Tal exclamación, la mirada brillante y la daga desnuda, bastaban para inspirarsaludable respeto a los innumerables enemigos de que Graznido creía lleno elconvento,yque,segúnsusideas,leteníanciertaojerizaacausadelaaventuradelacapilladeSanRoque.HayqueadvertirqueGraznidonohabíamentidoasabiendasalcontar la terrible, pero imaginaria, batalla de la capilla. Los adversarios que habíaderribadoconunescabel,loshabíavistoenrealidad,ensuimaginación,escierto.Nohabía,pues,enélmentiradeningunaclase.Sehabíabatidoyhabíamatadoadocenasde enemigos. Eran personajes ficticios creados por elmiedo, ¿pero cuántos relatoshistóricosnotendránelmismoorigen?
Así,pues,GraznidoeraperfectamentesinceroalfigurarsequeelduquedeGuisahabía jurado su perdición y que, sin duda, apostó bandas de asesinos para darlemuerte.Sinembargo,pudoobservarqueenelhuertonoseseñalabanotrosasesinosquealgunasmodestasleguminosas,loquelehizocreerquenohabíallegadoaúnelmomentodelabatalla.Apagó,pues,elfuegodesumirada,yenvainónuevamenteelarma,murmurando:
—Yalosverévenir.Noobstante,comomedidadeprudenciayparanoexponerseinútilmente,sealejó
conlentituddelsitioenquehabíasidopuestoenvigilanciaysedirigióauncobertizoenquesealmacenabanlosutensiliosdelajardinería:eraaquélundébilabrigo,peroabrigoal fin.Justamentecuandoibaa llegaradichocobertizoparaocultarseenél,aparecióunasombra.Graznidosaltó,exclamando:
—¡Yaestánaquí!Peronoeraelenemigo,sinosencillamentesorFilomena.—¡Deteneos, por el amor deDios!—exclamó aterrada al ver queGraznido le
apuntabaconunapistola.Graznido, viendo que tenía que habérselas solamente con unamujer anciana o
queparecíallenadeterror,seguardólapistola.Yhabiéndosefijadoenelterrorquesugestoinspiróaaquellamujer,empezóateneropiniónfavorabilísimadesímismo,aun cuando, en el fondo, deploraba su valentía. Entre tanto sor Filomena unió lasmanosconvacilaciónydijo:
—¡Cuánvalientedebéisser!
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—¡Desgraciado de mí! —pensó Graznido—. Según parece, todo el mundo loadvierte.¿Quémequeréis,buenamujer?—añadióenvozalta.
El efecto, no de la pregunta, sino de la voz fue tal, que Graznido se quedóestupefacto.
—¡Oh,quéhermosavoz!—exclamósorFilomenaconcrecienteadmiración.—Hesidochantre—dijomodestamenteGraznido.—¡Chantre!Puesentonceshabéissidohombredeiglesia.—Casi,peroahorasoyhombredeguerra.—¡Unchantre!—exclamósorFilomena—.Todamividahedeseadoconocera
uno,verlodecercaytocarlo,peroconfiesoquenuncahabíasoñadoenunchantretanaltoyquetuvieratanmagníficavoz.
—Nopuedonegarquetengobuenaestaturayquellegoatodaslasnotasporbajasquesean.
—¡Oh!—suspiró sor Filomena—. ¡Cómo debían admiraros cuando cantabais!¡Cuántasconquistasdebisteishacer!¿Endóndecantabais?
—EnSaint-Magloire.—Hermosaparroquiaymuyfrecuentadaporjóvenesyhermosasdamas.Graznidoseatusóelbigoteconaireconquistador.—Laverdades—dijo—quepudehabersidounverdugodecorazones.Recuerdo
quelacriadadelsacristánenpersona,medijoundíaentérminosformales:«SeñorGraznido, si no tuvierais unas piernas tan largas y los brazos como listones deescalera,unanariztangrandeylacaratanfea,seríaisciertamenteunhombreguapo».
—¿DemodoqueosllamáisGraznido?—Sí,Graznido.—¡Quévoz!—exclamó lamonja—.Yvuestronombreeshermoso,a fedesor
Filomena.—¡Ah!¿OsllamáisFilomena?Pero¿yporquémehacéistodasesaspreguntas?
¿Quémequeréis?SorFilomenasequedóconfusa.Nohabíaprevistounapreguntatansencilla.Bien
mirado,¿quéquería?¿PorquéhabíaidoabuscaraGraznido?¡Ay!Apenaslosabía,omejordicho,nolosabía.
Sor Filomena vivía en el fantástico convento desde trece años antes. Teníacuarenta y cinco y parecía tener diezmás.Había sido siempre demasiado fea parapecar.Enrealidadtambiénsiempretuvogranirapornopodercometereldetestablepecadoobjetodesusrecriminacioneseimprecacionescotidianas.
SorFilomenanoeraunadesvergonzada.EllenguajeimpúdicodelaconversaciónquesosteníaconGraznido,lasojeadasqueledirigía,noeranmásqueelresultadodesuprofundaignorancia,peroeraunaignoranciarabiosa.
Ante la pregunta del prudente Graznido que, de pronto, sospechó en ella unenemigo, sor Filomena bajó los ojos, suspiró y empezó a alisar su delantal comohubierapodidohacerunajovencitaalaquesediceporvezprimeraqueesbonita.Era
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grotesco,asqueroso,conmovedor talvez,perodehumanasinceridad.SorFilomenahabía recibido el flechazo de Cupido y el vencedor de aquel viejo corazón, quecontinuabasiendojoven,eraelintrépidoGraznido.
—Veamos—continuóGraznidoconaquellahermosavozquetantoadmirabasorFilomena—,supongoquenohabréisvenidoconelúnicoobjetodecontemplarme.
Sor Filomena levantó los ojos y con el atrevimiento que le daba su inocencia,contestó:
—Efectivamente,paraesohevenido.¡Soistanguapo!—¡Oh,oh!—exclamóGraznido—.¿Acasosinsaberlotambiénsoyunasesinode
corazones?Graznidomeditóalgunos instantes sobreel extrañodestinoque lehabíadejado
ignorarhastaentoncesqueeraunhombreútilparalaguerrayelamor.ExaminóconmásbenevolenciaasorFilomena,queestabaemocionada,ylaviomenosviejayfeadeloqueenrealidadera.
Viendo el efecto que aquéllas, palabras habían producido en Graznido, sorFilomenacobróánimoymurmuró:
—Veníaarogarosquevisitaraisconmigoeljardín,queestállenodefloresydefrutas.
Graznidocomprendióquedebíacontestarconunagalanteríayabriendolabocaexclamó:
—¡Oh,sorFilomena!¿Cuántomegustaríacogerlaflordevuestramodestiaylafrutadevuestravirtud?
EraunadeclaraciónqueGraznidojuzgóaudazysorFilomenadecisiva.Losdossequedaronasombradosyasustados,comprendiendolareligiosa,que,porfin,ibaacaer en los abismos del pecado. Graznido estaba maravillado al observar quealcanzaba la victoria, en cuanto se presentaba en cualquier campo de batalla. Semiraron y se reconocieron dignos uno del otro, juzgándose hermosos, jóvenes yamables.Graznido,cadavezmásaudazysintiéndoseirresistible,cogióunamanodesorFilomena,yunidosdeestemodo,echaronaandarconlacabezainclinada.
Conlamayorastucia,sorFilomenaarrastrabaaGraznidohaciaunrincóndesiertodel convento, propicio para las declaraciones amorosas y cuyo acceso estabaseveramenteprohibidoalasreligiosas.SorFilomena,curiosahastalaexageración,yatacada además de mal de amor, tenía doble deseo de ir a aquel lugar en que seelevaba una pequeña construcción rodeada de empalizadas. Deseaba, ante todo,satisfacersucuriosidadysaberporquélaabadesahabíaprohibidoquesedirigieranallí y luego poder continuar con Graznido la conversación sin temor a oídos nimiradasindiscretas.Graciasasabiasvueltasyrevueltas,lasorpudollegaralaregióndeseada con la seguridad de no haber sido descubierta. Cuando por fin llegó a laempalizada,sucorazónlatíaapresuradamente.
—Sólohayqueentrarenelrecinto—dijoconvozahogada.—Yunavezenelrecinto,¿quéharemos?—preguntóGraznido.
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—¿Veis aquella casita? Es un retiro ideal adonde nadie podrá ir a espiarnos ysorprendernuestraspalabras.
Sor Filomena había cogido con su secamano el brazo deGraznido y sinmásexplicacionesloarrastróhastalapuertadelaempalizada,queestabacerrada.
—¡Quédesgracia!—dijo.—Esperad—dijo Graznido lleno de audacia—. Voy a saltar por encima de la
empalizadayunavezdentro,podréabrirfácilmente.—¡Ah!Soisunhéroe.Graznido empezó a escalar la empalizada, que no eramuy alta, y para lo cual
además tenía grandes facilidades dada su desmesurada estatura.Algunos segundosmás tarde saltaba dentro del recinto y se preparó para abrir a su acompañante. Enaquelmomento oyó a su espalda el ruido precipitado de ligeros pasos.Volvióse yahogóungritodeasombro.Una jovenacudíahaciaél con loscabellos sueltos, lasmanos juntas y la mirada suplicante. En una palabra, era una niña adorablementehermosaapesardelterrorquesindudasentía.
—¡Oh,caballero!¡Quiénquieraqueseáis,salvadme!¡Sacadmedeaquí!—¡Violeta!—exclamóGraznido.Aloírlavoz,lajovenparecióconoceralreciénllegado,ysedetuvo.—¡Ah!—murmuró con desaliento—. ¡No es un salvador! ¡No esmás que un
hombredeBelgodere!Ydoslágrimassedeslizaronporsuspálidasmejillas.—¡Violeta,aquí!—repitióGraznido—.¿Cómopuedeseresto?Pero no tuvo tiempo de decir más; en el umbral de la casa apareció entonces
alguienaquienconocíamuybien.EraBelgodere.EstehabíaseaparecidosiempreaGraznidoconunpaloenlamanoyalasazón,
sindudaparanofaltaralacostumbre,elgitano,auncuandoavanzabacontranquilopaso, hacía voltear una vara de fresno de respetable tamaño.Graznido palideció ydandounlargogemido,sintióqueseledoblabanlaspiernas.
BelgoderecogióaVioletaconrudezayexclamó:—¡Veteadentro!Otraveznosucederáasí.La pobrecita bajó la cabeza y se dirigió lentamente hacia la casita, en la cual
desapareció.EntoncessevolvióhaciaGraznido.Éste,aprovechandoelcortoinstanteenquesuterribleamonolemiraba,sedispusoasaltarlaempalizada,peroBelgoderelevigilabaconelrabillodelojo.EnelmomentoqueeldesgraciadoGraznidoibaasaltar,fuecogidoporlapantorrillayechadonuevamentealsuelo,endondecayóderodillas.Belgoderelocogióporelcuellodeljubónylopusonuevamenteenpie.
—Oye,¿quéhacesaquí?—preguntó.—Pues,miamo…os…buscaba…—Puesbien,simebuscabas,yamehasencontrado.Acércate,o,delocontrario,
tendrásquehabértelasconelgarrote.Algunosinstantesmástarde,Graznido,muertodemiedo,entrabaasuvezenla
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casitapareciéndolequeentrabaensutumba.SorFilomena,atravésdelostablonesmal unidos, asistió a toda aquella escenay oyó todo lo que sucedía.Había visto aVioleta y a Belgodere, así como a Graznido caer de rodillas ante aquel hombre.Entonces,sobrecogidadeespanto,huyó.
Huyó llevándose un amargo pesar y profunda satisfacción.El pesar obedecía aque laúnicaaventuradesuvidaacababacomofundidaenelagua.Lasatisfacciónteníaporcausaelsecretoquehabíadescubierto.Traslaalegríadehaberdescubiertoun secreto, hay otra mucho mayor, y es divulgarlo. Diez minutos más tarde, sorFilomena y sor María Luisa, una ante otra, se preparaban a hablar y escuchar,respectivamente.
—¡Ah,sorMaríaLuisa!¡Quéaventura!Peroantesesprecisoquemeprometáisnodecirnadaanadie.
—Oslojuropormisantapatrona—dijosorMaríaLuisa,quetalvezreflexionabaacercadelapersonaaquienpodríaconfiarelsecretoqueibaaoír.
—Puesbien,hayunhombreenelconvento.—Sinomedaisotrasnoticias,ésanoesnueva.—Sí,peroesunhombrequeviveenelconvento,esdecir,ahorahaydos,yuna
prisioneraademás.Alasazón,sorFilomenahizounrelatoexactoydetalladodeloquehabíavisto.
Unavezhuboterminado,sorMaríaLuisasesumióenprofundameditación.Apesardesuaspectobobalicón,eramujercapazdeentenderlotodoy,sobretodo,deutilizarcualquiernoticiapara suprovechopropio.Resultadode sus reflexiones fuequenosóloresolviónodivulgarelsecretodescubiertoporsorFilomena,sinoquedijoaésta:
—Escuchad,sorFilomena.Loqueacabáisdedecirmeesmuygrave.—¿Locreéisasí,sorMaríaLuisa?—Estoy segura de ello. Creo que la señora de Beauvilliers tomaría terribles
medidascontranosotrassiseenteraradequesabemos…—¡Jesús!Measustáis.—Loseguroesquesiconseguísponerfrenoavuestralengua…—¡Meofendéis,señoraMaríaLuisa!Olvidabanalgunasvecesqueeranmonjas.—Sé—dijofríamenteMaríaLuisa—queosofendocreyéndooscapazdeponer
frenoalalengua,aunquenofueramásqueporunminuto.Peroloqueesestavez,seránecesariocallaros.
—¿Yquéganaréconello?—Talvezunafortuna.Lavidaasegurada.Pensadenello,sorFilomena.—Sí,¿perocómo?—Ésteesmisecreto,ycomonoquieroquelosepatodoelconvento,melocallo.—Noobstante,yoquisierasaberlo.Soycuriosa,esmiúnicodefecto.—Ya lo sabréis más tarde. Entre tanto, si queréis ganar oro, mucho oro, para
vestiros como una dama burguesa y con qué seducir por fin al héroe de quienme
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habéishablado,esprecisoquecalléis.SorFilomena,insensiblealapromesadeoro,seestremecióalpensarquepodría
acabardeseduciralhermosoGraznido.Jurócallarse.EntoncessorMaríaLuisasalióapresuradamente,peroparamayorseguridadencerróasorFilomenaenlacelda.
María Luisa se dirigió rápidamente hacia el arruinado pabellón que habíadesignado a Pardaillán y a Carlos de Angulema, pero en vano penetró en élprecipitadamente. El pabellón estaba vacío. Corrió a la brecha, la atravesó einspeccionólargoratolosalrededores,peroyanohabíanadie.
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XXVI-Elcercadodeljardíndelconvento
CUANDOelpobreGraznido,temblandocontodossusmiembros,huboentradoenlacasita,Belgodere,queloseguíaempuñandoterriblegarrote,cerrócuidadosamentelapuerta y dirigiéndose al pobre hércules, que temblaba como la hoja en el árbol, ledijo:
—Segúndices,mebuscabas.Puesbien,yametienes;¿quéquieresdecirme?—Amo…yoquería…comonosdejasteis…yo…amo…Graznido,quenoquitabalavistadelamenazadorgarrote,tartamudeabasinsaber
a qué santo encomendarse y, sobre todo, al ver que no hallaba, a pesar de susesfuerzos,unaexplicaciónplausible.
—¡Poreldiablo!—exclamóBelgodere,quenoteníalavirtuddelapaciencia—.¿Te has convertido en carnero? Hace una hora que estás balando, pero no sabeshablar.Tendréquedesatartelalengua.
Ydiciendoestaspalabraslevantóelgarrote.Antesderecibirelgolpe,Graznidoseechóalsueloyempezóagritar.Luego,a
findeevitarlapalizaqueesperaba,exclamó:—¡Piedad!¡Nomematéis!¡No,no,yaoslodirétodo!Yensufuerointernoañadía:—¡Ah,Filomena!¿Adóndemehastraído?¡Desgraciadodemí!—¿Acabarásdedestrozarmelosoídos?Hacepocoestabasbalandoyahoramuges
comounbecerro.Vamosaver,hablayfíjateenloquedigas,porquedelocontrariotedarétalesfriegas,queniunasolapulgadadetupieldejarádetrabarconocimientoconestatranca.
—¡Ay!—gimióGraznido—.Yaséqueporfinmetocaráserapaleadoapesardetodoloquepuedadecir.¡Pobredemí!
—Sidiceslaverdad,teperdonaréporestavez.Belgoderenohacíaestapromesaimpulsadoporbuenossentimientosoporquele
conmovieran las quejas de su Hércules, sino sencillamente porque quería saber larazón de que su ex empleado se hallara inopinadamente en un lugar en que nuncahabríasospechadoverlo.
Sea lo que fuere y por vaga que hubiera sido su promesa, devolvió, con unchispazodeesperanza,unpocodefuerzaydevaloraldesgraciadoGraznido,quelonecesitabamucho.
—¿Siosdigolaverdadnomepegaréis?—interrogóconansiedad.—Dependedeloquemedigas.Adelante,escucho.Graznido comprendió que era preciso contentarse con tal promesa por poco
tranquilizadora que fuese y que no obtendría más de su ex amo, al que maldecíadesde el fondo de su corazón. La vista del sólido garrote en manos del gitano,paralizabatodossusesfuerzosparahablar.AlobservarqueBelgoderehacíaungestodeimpaciencia,seresolvióadecirlaverdadsininquietarsedelasconsecuenciasque
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pudiera acarrear a sus nuevos amos, a los que en aquel momento echabamuy demenos, porque no le hablaban garrote en mano. Así, pues, con voz poco segura,empezósurelato.
—Pues, ya veréis, mi amo. Vuestra repentina desaparición… porque yarecordaréisquenosdejasteissinadvertimosnada…
—¿Yqué?¿Acasohededartecuentademisactos?—interrumpióelgitano.—Nodigoeso—observóprecipitadamenteGraznido—.Nodigoeso.Soismuy
dueñodeiradondeosparezca,ydenodecirnosnada.Quisedecir,sencillamente,quevuestrarepentinapartidanosdejóaPicuicyamíenunasituaciónmuyapurada.Elamodela«PosadadelaEsperanza»nosechóalacalleynosabíamosquehacer.
—Esteanimaltienerazónenelfondo—murmuróBelgodere.Es preciso notar aquí que Graznido mentía descaradamente, porque ya se
recordaráquePicuicyélaprovecharonlaausenciadelgitanoparamarcharseeirenbuscadeunnuevoamoquepudieraofrecerlesotracosaquebastonazos.
Pero por poco perspicaz que fuera el ex chantre, no dejó de observar que siBelgoderehubieraestadoenteradodesudeserción,lahabríaemprendidoapalosconélsinmásexplicaciones,ydesdeelmomentoenquenolohabíahecho,elloeraunapruebadequenosabíanada.
—Hemos andado errantes muchos días alrededor de la posada pensando quevolveríais, y viendo que no lo hicisteis, y teniendo en cuenta que nos era precisovivir, empezamos a buscar otro amo, que, entre tanto, y hasta que volviéramos averosdenuevo,nosdieracomidaycama.
—En una palabra, me habéis abandonado. ¿Y ese amo que buscabais loencontrasteis?
—Hemostenidoesafortuna.—¡Ah!—dijo irónicamenteelgitano—.Esciertoque la fortuna favorecea los
sinvergüenzascomotú.¿Ycómosellamavuestronuevoamo?Graznidopensóennombrar,antetodo,aPardaillán,perodeseandodeslumbraral
gitano con su nueva posición, dio la preferencia al duque, cuyo título era másimponentequeeldecaballero.Porestarazóncontestó,orgullosamenteydándoseelmayortonoposible:
—EsmonseñorelduquedeAngulema.—¿Cómo?—exclamóBelgoderenopudiendodarcréditoaloqueoía.—DigoqueesmonseñorelduquedeAngulema—repitiócomplacidoGraznido,
figurándosehaberdejadoturulatoasuinterlocutor.—¡Caramba!—dijo el gitano pensativo—. Te felicito. Mucho me satisface el
haber sido reemplazado por el duque, nada menos que por el hijo de un rey. Osfelicito,señorGraznido.
Éste, que no observó la ironía, se pavoneó olvidando casi el garrote quecontinuabaenmanosdelhistrión,elcual,siempreconelmismotono,continuó:
—Perotodoesonomeexplicaporquétehehalladotaninesperadamente.
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—¡Ah!—dijoGraznido—.Segúnparece,mijovenamo,ajuzgarporlaspalabrasqueheoído,estáenamoradodeunajovenquehadesaparecidodepronto.
—¿De veras?—preguntó Belgodere oprimiendo nerviosamente el extremo delgarrote, gesto inquietante que unmomento antes no hubiera pasado inadvertido alantiguochantre;peroquealasazónsecreíadignoderespetoy,porlotanto,alabrigodelcastigoprometido.
—Escomotengoelhonordedecíroslo—añadiócondignidad.—Continuad,señorGraznido.Vuestrorelatoesmuyinteresante.Animadoporesasalabanzastantomásagradablescuantonoestabaacostumbrado
aellas,Graznido,consucavernosavoz,continuó:—Segúnparece,hayenesteconventounagitanaqueprediceelporvenirdeun
modo milagroso. Mi joven amo monseñor el duque, ha venido para consultarlacreyendo que podría decirle tal vez qué ha sido de la joven, una noble señoritahermosaamásnopoder,delacualestáenamorado.
—¿DemodoqueparaconsultaraesagitanaqueestáenelconventohavenidoelduquedeAngulema?Esmuyextraordinario.¿Peroytú?¿Porquéhasescaladoestaempalizada?
—¡Yo!—contestó—.Medejaronsoloeneljardínytuvemiedo.Porotraparte,vialgunas figuras que no me inspiraron confianza y resolví pasar al otro lado de laempalizadaparapodervigilarlasmejor.
—¡Hombre!¿Demodoquetehasvueltovalientealserviciodetunuevoamo?Siestocontinúavasaserperfecto.
—¡Psé! —exclamó modestamente Graznido—. La verdad es que nunca oshicisteiscargodemiscualidades.
—¡Grandísimo sinvergüenza!—gritó de pronto el gitano cogiendo a Graznidoporelcuelloygolpeandoconsugarrotelaesqueléticaespaldadelpobrehombre—.¡Pillo,ladrón!¿Quieresburlartedemí?Toma,toma,asíaprenderás.
Mientrashablaba,BelgodereibadescargandogarrotazossobreelpobreGraznido.Estedejósecaeralsuelogimiendo.
—¡Ah,pobredemí!¡Jesús,Diosmío!¡Soymuerto!Talesgemidossecambiaronluegoenalaridosamedidaqueelcruelgarroteleiba
hiriendo las espaldas. Por fin el desgraciado se levantó y empezó a huir siempreperseguidoporBelgodere.Finalmente,dándosecuentadesuinútiltentativadefuga,sedejócaeralsuelogimiendo:
—¡Soyhombremuerto!—¡Levántate,perro,yescucha!—dijoBelgodere.Gimiendoyllorando,Graznido
selevantópenosamenteyesperó.—¡Ah!Hasvenidoaespiarme.ElbribóndetuamoquiereapoderarsedeVioleta.
Puesbien,escucha;voyasalirdeaquí.Tranquilízate,porquetedejarébienencerradoconVioleta. Volveré dentro de unmomento y si no la encuentro, o alguien se haacercadoalaempalizada,tearrancarélalenguayluegoteharéasarafuegolento.
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ElpobreGraznidocayóalsueloprivadodesentido,yBelgodere,alverlo,cerrócuidadosamente todas las puertas, y se encaminó directamente a ver a la abadesaClaudina de Beauvilliers, a la que relató todo lo que sabía o adivinaba. Ésta seencargó de avisar inmediatamente a la princesaFausta, la cualmandaría tomar lasmedidasnecesarias.Belgodereregresóprecipitadamentealacasita,endondelohallótodo en elmismo estado, exceptuando queGraznido había recobrado el sentido ydabadientecondienteenelrincónenquesehabíaacurrucado,locualnoleimpidiódarunalaridodeespantoencuantovioaBelgodere,alcualdijo luegouniendolasmanosenactituddesúplica:
—Perdonad,amo.Haréloquequeráis.
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XXVII-Losamantes
EL PRÍNCIPE FARNESIO, al reconocer a Leonor de Montaigues en la gitanaSalzuma, tuvo la impresión de hallarse en la misma situación que dieciséis añosantes.
Leonorapenashabíacambiado.Sideaquelrostropetrificadohabíadesaparecidoelesplendorde la juventud, losojosyel extrañobrillode sumirada, así como losrasgos fisonómicos que conservaba en toda su pureza y la magnificencia de susdorados cabellos sueltos, le daban una belleza fatal. El cardenal había envejecido,peroLeonoreralamismaqueantaño.
La sensación de estupor y de espanto, se borró poco a poco del espíritu deFarnesio.Elamor,enaquelmomento,triunfóensucorazón.Lentamenteselevantómurmurando:
—Debéis odiarme y razón tenéis para ello. Sé quemerezco vuestro odio, perocuandoos lohayadicho todo, talvezmeodiaréisunpocomenos.Cuandooshayacontadomis sufrimientos, os creeréis sin duda bastante vengada. ¿Leonor, queréiscontestarme?
Hablabaconvozhumildeybaja, atreviéndoseapenasamirara lamujerpor laqueaúnsentíaamor.
Mientras la creyera muerta, había parecido que ese amor había desaparecidotambién.DesesperadoselanzóalaprodigiosaaventuradeoponerFaustaaSixtoV,trastornar la Cristiandad a fin de llenar su alma, para olvidar, preocupado por losacontecimientos que iban a tener lugar. A la sazón, ante Leonor, comprendió lainutilidaddesusesfuerzos.
Farnesio había envejecido. Su larga y sedosa barba era blanca, así como suscabellos,peroapesardetodonoseconceptuabaviejo,pueshabíaenélreservasdeenergía y por otra parte pertenecía a la familia de grandes aventureros queasombraban a Europa con sus empresas. Era primo deAlejandro Farnesio, que enaquel momento llevaba a cabo la gran expedición contra Inglaterra y debía verseanulado por aquel trágico episodio de la vida de los pueblos: la destrucción de laArmadaInvencible.
JuanFarnesiohabíasentidorotasuvidadieciséisañosantes,cuandoLeonorentróen Nuestra Señora. Una vez Leonor muerta, el cardenal trató de emprender otrocaminoydardistintoempleoa laviolentaactividaddesualma,decuplicadapor laactividadambienteenaquelsiglodehierro.
UnavezhalladaLeonor,elcardenalvolvíaalamor.SintióenseguidalaesperanzadereconquistaraLeonor,deamarlatodavía,deseramadoydehuirconella.
En una palabra, su amor lo invadió nuevamente con tal fuerza, qué olvidó queteníaunahijayqueéstahabíamuerto.OlvidótambiénquehabíaidoalconventoconánimodeheriraFausta.
—Leonor,¿queréisescucharme?¿Queréisqueosdigaquemicrimennofueotro
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queelnoatrevermearomperelvotoquemeligabaalaIglesia?Tuvemiedoyfuiporlotantounmiserableyuncobarde,peroosamaba,osadoraba.¿Acasoestonotieneimportanciaavuestrosojos?
Elcardenalbuscabaexpresionesapasionadasquepudierandespertarunachispade amor en el corazón de Leonor. Y como no las hallaba, como sus temblorososlabiossenegabanaformularlossentimientosquellenabansualma,tendiólasmanosysilenciosamenterompióallorar,cosaquenohabíahechoendieciséisaños.Cuandopidió a Fausta la vida deVioleta, no lloró, demodo que tal sensación era para éldeliciosayterrible.
—¿Lloráis?—preguntóLeonorconexpresióndelástima—.¿Tambiénsufrísvos?Eldolordesaparececonlas lágrimas.Yonopuedolloraryporestarazónconservoenteromidolor,quemeoprimeymeahoga.¡Oh,siyopudierallorarcomovos!
Elcardenallevantólacabezaenextremoasombrado.¿EraLeonorlaquehablabadeaquelmodo?¿Eraposiblequenolehicieraningúnreproche?YentoncesdeprontoseechóatemblaralocurrírselequetalvezLeonorhabíaolvidadosuamorhastaelpuntodenosentirelmenorodiocontraél.
—Decid—continuóLeonor—.¿Cuálesvuestrapena?¿Porquélloráis?¿Puedoconsolaros?
—¡Oh!—rugióelcardenal—.Nomereconoce.Yconsupremaangustialallamó:—¡Leonor!¡Leonor!Ellalomiroconasombrodesgarrador.—¿Leonor?—dijo—.¿Quénombrepronunciáis?¡Pobremuchacha!Callaos,no
repitáisesenombre,porquepodríaisdespertarla.Elterrorseapoderódelespíritudelcardenal.—Escuchad—prosiguióLeonor—.Voyadeciroslabuenaventura.Yalmismotiempocogiólamanodelcardenal,queseestremeció:—¡Loca!—exclamó—.¡Loca!¡Peorquemuerta!Entonces fue él quien cogió las dosmanos de la gitana y las oprimió con las
suyas.SucaratocócasiladeSalzuma.Enaquelmomentoseabriólapuertadelpabellónyentrarondoshombres.Eran
CarlosyelcaballerodePardaillánque,anteestaescenaimprevista,sedetuvieronenelumbral.
Elcardenalnolosvio.Consobreexcitadapasiónrepitióelnombredelaadorada,comosiélpudieradespertarsusrecuerdosensurazón.UnacarcajadaresonófúnebreenlosoídosdePardaillánydeCarlos.
—¡Escucha, escucha! —decía el cardenal—. ¿No reconoces a tu amante?Mírame,soyJuanFarnesio.¡Oh!¡Nada,nooyenada!
Lasacudióconviolencia,ydeprontounaideaatravesósucerebro.—¡Tu hija! —aulló—. Comprendo que no me reconozcas, pero eres madre.
Tienescorazóndemadre,puestoquelohastenidodeesposa.¡Tuhija!¡Violeta!
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—¿Quédice?—exclamóCarlosdeAngulemacogiendolamanodelcaballero.—¡Silencio!—contestóéste—.Pasaaquíalgoespantoso.—¡Violeta! ¡Se llamaVioleta! ¡Tuhija! ¡Tienesunahija!¿Yno teconmueves?
¿Será necesario para ello que sientas una conmoción dolorosa? Escucha, escuchabien,teníaunahija.Hasufridomásquetúyahorahamuerto.
Conacentodetrágicadesesperación,continuó:—¡Muerta,muerta!Todoestámuertoamialrededor.—¿QuiénhadichoqueVioletahamuerto?—preguntóunavozdesgarradora.El cardenal, trastornado, vio ante él a un joven de facciones nobles y dulces,
alteradasenaquelmomentoporprofundodolor.Salzuma,comositodaaquellatristeescenanoleconcernieraenlomásmínimo,habíaretrocedido.
Alhacerlopisóelantifazrojoquecubríalaeternavergüenzadesufrente.Hizoungestodesatisfacción,locogióconvivezaysecubrióconél.
Subellezaseeclipsóinstantáneamente.Elcardenal,quelahabíaseguidoconlosojos, inclinó la cabeza sobre el pecho y profirió una maldición. Leonor habíadesaparecidoyensulugarnoquedabamásquelagitanaSalzuma.EntoncesFarnesiovolviósehaciaaqueljovenquehabíahabladoyquealasazónlloraba.
—¿Quiénsois?—preguntóconalteradavoz.—¡Oh!—exclamóCarlosconacentoque impresionóalcardenalyaPardaillán
—.¿Nohabéisdichoqueestabamuerta?¡Violeta,muerta!¡Oh,decidle,Pardaillán,queyolaadorabayquelaesperanzadehallarlamedabafuerzasparavivir!¡Decidlequesiestámuerta,morirétambién!
Ycomoelfurorseapoderaradeldesgraciadojoven,cogióelbrazodeFarnesio.—¿Quiénsoisvos?¿Quiénesestamujer?¿PorquédecísqueVioletahamuerto?
¿Cómolosabéis?Lívido,conlacabezaperdidaaimpulsosdelasemocionesqueacababandehacer
presa en él, con voz triste y desgarradora que impresionó a Carlos, el cardenalcontestó:
—¿Quién soy? Un desgraciado a quien una mujer ha maldecido en una horaterrible y que sucumbe a lamaldición de amor.Miradme, soy el cardenal príncipeFarnesio,elamantedeLeonordeMontaiguesyelpadredeVioleta.
—¡Su padre! —exclamó Carlos mirando con horror el alterado rostro delcardenal.
—¡Sumadre!—murmuróPardaillándirigiendounamiradadelástimaalagitanaSalzuma.
—¡Huid!—continuóelcardenalfueradesí—.Nometoquéis,porquetodoloqueserelacionaconmigoestámaldito.
—¡Yolaamaba!—sollozóCarlos—.Yaquesoissupadre,meunoavos.Paramíyanopuedehabermaldiciónpeoryporlomenosquierotenerelconsuelosupremodeoírhablardeellaporelquedebíavelarporsuvida,amarlayprotegerla.
CadaunadeestaspalabraseraunanuevapuñaladaparaelcorazóndeFarnesio.
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En efecto, él hubiera debido velar sobre Violeta, amarla y protegerla. ¿Qué habíahecho de su hija? Entonces, ante aquel joven, que lloraba desesperadamente,retrocedióqueriendohuir.VolviósehaciaSalzumayledijo:
—Ven,huyamosjuntos.Pardaillánlepusolamanosobreelhombro.—Señorcardenal,sedhombre—dijo—.Heaquíamiamigoelseñorduquede
Angulema.AmabaalapobreVioleta.Decísquehamuerto.Nopodéis,porlomenos,rehusaraestejoveneltristeconsuelodesabercómomurió.
—¿Cómo?—balbuceóFarnesio—.Asesinada.Pardaillánseestremeció.LaideadelduquedeGuisaatravesósuespíritu.—¡Asesinada!—dijofríamente—.¿Porquién?—Por unamujer, por un tigre. ¡Oh, la he dejado escapar! ¡Desgraciado demí!
¡Desgraciadodevos!¿Porquénolahematadocuandolateníaenmipoder?Elcardenalhizounpoderosoesfuerzopararecobrarlacalmaydijo:—Nointentéisacercarosaella,porqueosromperíacomofrágilvidrio.Duquede
Angulemayvostambién,caballero,tenedcuidadoconella.YaquelosdosamabaisaVioleta,esamujerdebedeconocerosyodiaros.Huid,siaúnestiempo,huiddeParís,huiddeFrancia,huiddetodoslospaísesenqueellapuedehallarse.Tieneespíasportodaspartes.Losabetodo,lovetodo.
—¿Peroyvos,caballero?—preguntóPardaillán.—Yo, es diferente —dijo Farnesio—. Yo soy el condenado que va
conscientementeasudestino.HejuradolamuertedeFausta,yFaustadebemoriramanosdeunhombreyésteseréyo.
—¿Así,pues,laquehamatadoaVioletaes?…—Bueno—exclamóPardaillán—.Veoquehabíaacertado.Puesbien,Faustadel
diablo,yaquenosolamenteteocupasennombrarreyes,sinoquetambiénhacesdarmuerteapersonasinocentes,¡pardiez!,nosveremoslascaras.
Farnesio se había vuelto hacia Leonor, pero a la sazón, como ella se habíacubiertonuevamenteconelantifazrojo,elencantoestabaroto.NoerayaLeonordeMontaigues,sinoSalzumalagitana.Elcardenaluniólasmanosyenvozbajaledijo:
—Leonor,continúoamándote.Leonor,huyamosjuntos.Harérenacertucorazónydespertarétualma.
SalzumasoltóaquellacarcajadaindiferentequehabíaaterradoaFarnesio.—¡Micorazón!—exclamó—.¿Nosabéisacasoquesequedóenlacatedralyque
elobispolodestrozóconsuspies?—¡Ven!—exclamóelcardenal—.Quieroquevengasconmigo.Lagitana,conlafuerzaquedalalocura,sedesprendiódelosbrazosdeFarnesio
yconvozestridentedijo:—¡JuandeKervilliers!¿Erestúquienmellama?Elcardenalretrocedióconlafrenteinundadadesudoryloscabelloserizados.—¡JuandeKervilliers!—aullóla locaavanzandohaciaél—.¿Quémequieres?
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¿Adóndetratasdearrastrarme?¡Oh,padremío!¿Dóndeestáis?¡Silencio todos!Lacampanahasonado.Heaquíelmalditoquealzaelostensoriodeoroyvaabendecirlaasamblea.
Farnesiodioungritoyretrocedió.—¡Oh!—murmuró—.¡Estoymaldito!Y huyó tambaleándose, y Pardaillán, que estaba clavado en el mismo sitio
contemplandoaquellaescenatrágica,oyóungemidoquesealejabayqueporfinseperdíaalolejos.Elcaballerosesecóentonceselsudorquehumedecíasufrente.
—Venid —dijo entonces a Carlos—. Salgamos de este convento en que elambienteestácargadodemaldiciones.
CarlosmoviódolorosamentelacabezayconungestomostróaSalzuma.—¡Sumadre!—murmuróeljoven.—¡Lagitana,laloca!Sí,yaoscomprendo.YseacercóconvivezaaSalzuma.—Señora—dijocondulzura—.¿Mereconocéis?Lalocafijósobreélunamiradaescrutadora.—No—dijo—.Peropocoimportaquienseáis,no tenéis lavozni lamiradade
esehombrequehacepocoestabaaquí.Yaquellavoz,silosupierais,aquellavozcaíasobremi corazón como plomo fundido. Aquellos ojos negros…—añadió—. ¡Ah!Estoyloca.Porunmomentolleguéafigurarmequeerandelmaldito,peronopuedeser,porqueyaséqueelobispomurió.
—¡Señora! —continuó Pardaillán con la misma dulzura—. ¿Queréis venirconmigo?
Salzumalomiróunmomentoconatenciónprofunda.—Nohayinconveniente—dijoporfin—.Noveoenvuestrorostronadaqueme
inspiredesconfianzaoespanto.—Puesvenid.Y Pardaillán, cogiendo la mano de la gitana, la puso en la de Carlos, que se
estremeció dolorosamente. Luego echó a andar. Una vez fuera halló a Picuichaciendo fiel centinela en labrecha.EncuantoaGraznido,noestabaen su sitioynuestroslectoresyasabenelporqué.
En aquel momento, como no lo habrán olvidado nuestros lectores, sor MaríaLuisaaparecióenlabrecha.
Miróalolejos,peronovioanadie.Noobstante,comoeraunamujerobstinada,creyóhaberhalladolaocasióndehacerfortunayestabadecididaanodejarlaescapar.Empezó, pues, a bajar precipitadamente por la vertiente de la colina y en cuantoestuvoadoscientospasosdelamuralladeParís,tuvolasatisfaccióndedistinguirungrupoqueatravesabalapuertadeMontmartre.Endichogruporeconocióenseguidaalagitanaporeltrajequellevabayporsumododeandar,difícildeolvidarcuandosehabíavistounavez.
SorMaríaLuisa,sinvacilarunmomento,echóacorrerconsuscortaspiernasya
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su vez atravesó la puerta. Llegó a tiempo para ver a Salzuma que, escoltada porPardaillán yCarlos, volvía hacia la izquierda.Entonces empezó a seguirla a ciertadistancia.Atravesandovariascallejuelas,elpequeñogrupollegóalagranarteriadelParísviejoquesellamabalacalledeSanDionisio.EratantomásfácilaMaríaLuisaelseguirsinserobservada,porquelascallesestabanllenasdeunamultitudinquietadeburguesesarmadosydegentesquegritaban:
—¡Mueranloshugonotes!¿De qué procedía aquella agitación? María Luisa no perdió el tiempo en
preguntárselo.Continuóandandosinperderdevistaeltrajedelagitana.PorfinvioentraraPardaillányasuscompañerosenunaposadaquenoconocía.Porotraparte,comonosabía leer,nopudodescifrar lahermosaenseñaquesebalanceabaante lapuertayqueavanzabacasihastaelcentrodelacalle.
Entoncespreguntóaunamujerquepasabayasíaveriguóelnombredelaposada.—«LaAdivinadora»,bueno—murmurógrabandotalnombreensumemoria.SorMaría Luisa empezó entonces a pasear de una a otra parte reflexionando.
¿Debíahablaralosdesconocidoscomolohabíaintentado?Elloseríaunmedioparaadquirirdinero,perotambiénparagranjearselacóleradelaabadesa.Pensóenelinpaceyseestremeció.SorMaríaLuisaeramuyastuta.Sepreguntósinohabríamediodeevitar el inpaceendonde lasgentes semorían lentamenteyenque, segúnellarecordabamuybien,muriódehambreymiedounapobremonja.Quería,pues,evitarlaposibilidaddemorirallíyalmismotiemponoseresolvíaarenunciaralbeneficioqueesperabasacardelaaventura.
—¡Yalotengo!—exclamódepronto—.Ajuzgarporloquehevistoyoído, laabadesatienegraninterésennoperderdevistaaesagitanadeldiablo.Esciertoquesu fuga va a proporcionar más de un quebradero de cabeza a la señora abadesa.Entonces yo llego, le revelo el lugar en que se ha refugiado y los que laacompañaban,yporrecompensapidodiezescudosdeoroporlomenos.
YasevequesorMaríaLuisa,ensuimaginación,arreglabalascosasasugusto,pero realmente acertaba en lo que se refería aSalzuma.Habiendo arreglado así suplan, tomó nuevamente el camino de la abadía y una vez hubo llegado allí, sepresentóantelaabadesa,queacababaderecibirlavisitadeBelgodereyqueenaquelmomentomismoterminabaunacarta.ClaudinadeBeauvilliersescuchóatentamenteelrelatodeMaríaLuisa,lafelicitóporsuvigilanciaymurmuró:
—Enrealidad,éstaesunabuenamensajera,segurayfiel.Entonces añadió una larga posdata a la carta que acababa de escribir. Luego,
despuésdehaberdobladoyselladosumisiva,sevolvióhaciasorMaríaLuisaydijo:—Acabáis de hacernos un gran servicio, hermana, y por ello seréis
recompensada.SorMaríaLuisabajólavista,paraocultarelrayodealegríaydecodiciaquepasó
porsusojos.—Tomadesta carta—continuó la abadesa—;aquélla aquienvais a llevarlaos
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recompensarámuchomejordeloqueyopodríahacerlo,porqueyasabéis,hermana,que soy muy pobre. Vuestra recompensa por mi parte consistirá en ser hoy mimensajera. Únicamente tened cuidado de no perder esa misiva, porque si algo ossucediera o alguien os la quitara, caerían terribles desgracias sobre mí, sobre elconvento,ytambiénsobrevosmisma.
SorMaríaLuisatomólacarta,laocultóenelsenoydijo:—Aquínomelaquitarán.—Enefecto—murmuróClaudinasonriendo.Y se apresuró a dar a sorMaría Luisa las instrucciones necesarias para que la
cartallegaraasudestino.SorMaríaLuisaemprendióelcaminoinmediatamenteyalentrar en París se dirigió por las calles que la abadesa le había señaladoespecialmente.
Yahemosvistoquenosabíaleer,perosihubierapodidodescifrarladireccióndelacarta,heaquíloquehabríaleído:
AlaseñoraprincesaFausta,ensupalacio…
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XXVIII-Consejodeguerra
ENTRETANTO,comoSorMaríaLuisatalvezhabíaobservado,Parísestabamuyagitadoy talagitación latenteen losdíasanteriores,amenazabaestallar.Heaquí loquesucedía.
Lanobleza,asombradaporlainerciadeGuisa,empezóatenermiedo.Debocaenbocacirculabansiniestrosrumores.UnosaotrossedecíanenvozbajaqueeljefedelaLigahacía traiciónalpartido.Losmásaudacesasegurabanque la jornadade lasBarricadasnofuemásqueunjuegoparaasustaraEnriqueIII.EnriquedeGuisa,unavezhubodemostradoconellosupoderaValois,tratabadehacerloregresaraParís,segurodeobtenerentoncesunvirreinatoqueleaseguraríalasbrillantesventajasdelpoder ejercido en nombre de otro. He aquí las noticias que corrían entre los máscomprometidos miembros de la nobleza. Era muy evidente que si se hacía la pazentrelosdosEnriques,seríaacostadelosnobles.
Losburgueses,porsuparte, reanudabansuspatrullasarmadasydejabanoír losmurmullos precursores del motín. El asunto del molino del cerro de San Roqueexacerbó los ánimos. En efecto, los parisienses estaban persuadidos de que grannúmero de herejes se habían ocultado en el molino, estudiando la posibilidad deatacaralaciudad.
SedecíaqueelreydeNavarraseaproximabaalacabezadeunejército.Además,unaveztomadoelmolinoalasalto,nohallaronanadie.¿Quéhabíasidodeaquelloshugonotes considerados por todo el mundo como una vanguardia del Bearnés?Habíanhuido;¿perodequémanera?
Losburgueses,másfanáticosdeGuisaquelanobleza,noacusaronalduque,perojuzgaron prudente vigilar, es decir, que se desparramaron por las calles, lo cualcontribuyóaaumentar la agitación.Demodoquea lamañana siguientedeldíaenqueCarlosdeAngulemayPardaillánhabían idoa laabadíadeMontmartre,ya lamañana siguientedeldía enque sorMaríaLuisa fue comisionadaporClaudinadeBeauvilliersparallevarunacartaaFausta,laagitaciónestabaensuapogeo.
Aqueldía,pues,hacialascuatrodelatarde,elduquedeGuisaseencerróensugabinete en compañía de Maurevert. El duque se preocupaba muy poco por lainquietudde losparisienses.Sabíaque sólonecesitabahablarpara ser aclamado,yparasercreídocomoelMesías.Hastaaquelmomentonoseinquietóporlosrumoresque, pasando por sobre las cabezas de los seiscientos guardias que llenaban elpalacio,llegabanavecesasusoídos.
Guisa estaba sombrío. Para él como para Carlos de Angulema, Violeta estabaperdida. Ya no tenía que preocuparse por las traiciones de Catalina de Cléves, sumujer,puescomoéstasólopodíaengañarloenelfondodesuprovinciaynoantelacorte,latraiciónnoteníaparaéllamenorimportancia.
Ibayveníaenelvastoysuntuososalónqueleservíadegabinete.Conlacabezainclinada sobre el pecho, lasmanos en la espalda y suspirando a veces, escuchaba
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distraídamenteaMaurevert.ÉsteledabacuentadelestadodeParís,delacóleraqueempezaba a apoderarse de todos, de la impaciencia de los burgueses, y de la demuchosnoblesquenombraba.Maurevert lehablabade todo loquehubieradebidointeresarle;peroGuisasecuidabamuypocodeelloenaquelmomentoyMaurevertno hablaba en cambio del único asunto que tal vez preocupaba el pensamiento deGuisa.DeVioleta,esdecir,desuamor.
Noobstante,GuisaprestóatenciónysedetuvoanteMaurevertcuandoéstehubopronunciadounnombre.EraeldelcaballerodePardaillán.
—Yqué—dijo—,¿lohasencontrado?¿Sabesdóndeseoculta?—Desgraciadamente,no,monseñor.—¿YelbastardodeAngulema?—SiencontramosaPardaillán,daremosalmismotiempoconCarlos.—TalvezsehanmarchadodeParís.Maurevertmoviólacabezaconairededuda.—¡Ah!—continuó amargamente el duque—, si tú odiaras a ese hombre, a ese
miserablePardaillán,comoyoloodio,nolohabríasperdidodevistanidejadosalirdeParís.
—Monseñor,tengolaseguridaddequePardaillánnohasalidodeParís.—¿Porquélocreesasí?Maurevertdioungemidodeangustia,comositemieraversurgirasuenemigo,y
murmuró:—EntantoqueyoestéenParís,élnosemoverá.—Notecomprendo—dijoGuisaconacentoburlón—.Perorecuerdounacosa,y
es que sobre nuestro botín del cerro de SanRoque, debías percibir doscientasmillibrasyquerenunciasteaellasporelplacerdevermuertoaPardaillán.
EstaspalabrasrecordaronrepentinamentealduqueladecepciónquePardaillánlehabíahechosufrirehizoungestoderabia.
—Yaque este hombre está enParís y loodias, ¿porquéno lobuscas? ¿Acasotienesmiedo?
Maurevert, en extremo pálido buscaba una respuesta, cuando el criado deconfianzadelduqueabriólapuertayleanuncióqueBussi-Leclerc,elgobernadordelaBastilla,solicitabaentrar.
—¡Qué entre, que entre! Él también debe tener un poquito de odio contraPardaillánynosayudará:
—Monseñor—dijoBussi-Leclercalentrarycontestandoaestasúltimaspalabras—,encuantoamiodioosaseguroqueesmuygrande.
—¡Hete aquí, pobre crucificado! —exclamó burlonamente el duque, que eradespiadadoparalasmalasaventurasdelosdemás—.¿Cómoestás?¡PorlabarbadelPapa!¿Sabesqueeramuydivertidoverteatadoalaspadelmolino?¿YMaineville?¡Vayaunosgritosquedaba!Aúnmeríoalrecordarlo.
—Ciertamente, el espectáculo debió de sermuy divertido—dijoBussi-Leclerc
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fríamente—dandovueltastanprontoascendiendocomopasandoarasdelsuelo.—Vamos,hombre,no teenfades.Acuérdatedeque tedesatéyomismo.Yaera
tiempo,¿verdad?Unhombretanfuertecomotúytedesvanecisteenmisbrazos.—¡Eh, monseñor! Quisiera veros en mi lugar atado al aspa de aquel molino
infernal.Elmundodabavueltas.Elcieloy la tierra seconfundíanenun torbellinooscuro.Eraatroz.
—¿DemodoqueodiasmuchoaPardaillán?—Sí,peronoporeso—exclamóBussi-Leclercentredientes.Pensabaenaqueldueloenqueporvezprimerahabíasidodesarmadoyvencido,y
murmuraba:—He estudiado su esgrima. Ahora ya conozco su estocada. La estudio varias
horascadadíaysiseponeesehombreotravezantemiacero,yaveremos.—¿Estássegurodevencerlo?—Como de que os estoy viendo, monseñor; pero ahora recuerdo que he de
referirosextrañascosas.Parísestámuyinquieto,monseñor.—Bueno.¿Yquéquierennuestrosparisienses?—Unrey,señor—dijoBussi-Leclercmirandofijamentealduque.—¡Unrey,unrey!—murmuróGuisa—.Yateníanunoylohanechado.Sí,yasé
lo que quieres decirme, queme quieren amí. Pues, pardiez, que esperen, que yotambiénespero.
—LosparisiensesesperanaqueentréisenelLouvre;peroafindeentretenersesedivierten,omejordicho,nosotrostratamosdedivertirlos.
—¿Dequémodo?—LesheprometidoahorcaralasFourcaudes—dijoBussi-Leclerc.Las Fourcaudes eran las dos hijas del procurador Fourcaud, el cual había sido
arrestadodosmesesantesdelafugadeEnriqueIIIyencerradoenlaBastillacomosospechoso de herejía; en otras palabras, aquel desgraciado habíase adherido a laReforma. El día en que lo detuvieron, sus dos hijas declararon que ellas tambiénpertenecían a la nueva religión, y que eran protestantes. Y, por consiguiente, lasencerrarontambiénenlaBastilla,endondesupadrenotardóensucumbir;depesarsegúndicenunos,obienaconsecuenciadelosgolpesrecibidos,segúnafirmanotros.
Se les había prometido que si abjuraban se les concedería la libertad, las dosjóvenescontestaronquepreferíanlamuerte.UnadeaquellasdesgraciadassellamabaJuana, tenía dieciséis años y era de extremada hermosura. La otra se llamabaMagdalenayteníaveinte.
—LesheprometidolasFourcaudes—continuóBussi-Leclerc—.Hacepocoratoquedosmilpersonas,merompíanlosoídosafuerzadegritaralolargodelosfososdelaBastilla.Yoestabacomiendoyprontoadvertíquemequedaríasordosinoponíaordenenlacosa.Así,pues,hiceentraraunadocenade losmásrabiosos, lesdidebeberavuestrasaludyporfinlespreguntéquéquerían.
—QueremosahorcaryquemaralasFourcaudesherejes—dijeronacoro.
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—Puesquelasahorquen—dijoGuisainterrumpiendoelrelatodeBussi-Leclerc.—Estoesloqueleshecontestado,monseñor—repusoéste.—¿Yquémás?—preguntóGuisabostezando.—Pues que mañana habrá una hermosa hoguera en la cual se asarán las
Fourcaudes,despuésdehabersidoahorcadas.—¿Yquémás?—dijoGuisabostezandoporsegundavez.—Puesqueasípudeacabardecomertranquilamente—contestóBussi-Leclerc.—ElseñorMainevillepidepermisoparaentrar—dijoentoncesuncriado.Guisa hizoun ademán.Lapuerta se entornóde nuevodejando entrever la sala
llenadenoblesarmados,queesperabanconansiedadlasdecisionesqueibaatomarelamo,omejordicho,elreydeParís,másreyensupalaciodeloquenuncahabíasido Enrique III en el Louvre. Maineville entró y como si, en efecto, se hubierahalladoanteelrey,esperóensilencio.
—Habla—dijoGuisa—.¿Quéquieresreferirnos?—Hededeciros,monseñor,quereinaenParísextrañaagitación.—¿Tútambién?SevequetienesempeñoenparecerteaBussi,comoteparecíasa
élenlasaspasdelmolino.—Vuestra Majestad… —dijo Maineville—. ¡Oh, perdonadme! Quería decir
monseñor.—¡Oh!—murmuróMaurevertadmirado.—¡Ypensarquenohesidocapazdehallarunafrasesemejante!—Unpocodepaciencia,Maineville—dijoGuisasonriendo,porquelaadulación,
porgroseraquefuese,nodejabadeagradarle.—¡Sehaequivocadoen tanpoco!—exclamóMaurevert,quequeríaponeralgo
desucosechaalaexclamacióndeMaineville.—Así,pues,monseñor,noséloquehapodidodecirosBussiparaquemedigáis
simeparezcoaél.Lociertoesquelosparisienses…—Yalosé—interrumpióGuisa—.Quierenunrey.—A fuerza de pedir, los parisienses están sedientos, y para apagar su sed es
necesario,monseñor, algunabebida roja,Sólo la sangrepuedeapagar la sedde losparisiensescuandoempiezanagritar.
—Puesbien,queseladen—dijoGuisa—.Mañana,lasFourcaudes.Reinóuninstantedesilencio.TalesnoticiasllevadassucesivamenteaGuisapor
Bussi-Leclerc, Maineville y otros que los habían precedido, le indicaban que erallegadoelmomentodetomarunadecisión.
Yprecisamenteanteellacontinuabaretrocediendo.Sin darle lamenor importancia, aparentemente, los cortesanos le señalaban un
peligrorealyverdadero;peroélnoqueríaverlo.Estabapreocupadoporunadeesaspasionesquenodejanreflexionartranquilamente.SupactoconCatalinadeMédicisloobligaba,porotraparte,anoprecipitarlosacontecimientos,yenaquellapacienciaqueinquietabaalanoblezayasombrabaaParís,veíanosolamenteelmediodellegar
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altronosindificultades,ysincorrerelriesgodedesencadenarunaguerracivil,sinotambién la posibilidad de buscar y hallar a Violeta, en la cual pensabaconstantemente.
HeaquíporquéGuisasehacíaelsordoalasindicacionesdesuscortesanosyalosgritosdelpueblo.
Además,Guisaestabapreocupadoporideasdevenganza.Elsucesodelaplazadela Grève puso nuevamente ante él aquel Pardaillán de quien, desde el día de SanBartolomé, guardaba furioso recuerdo. Por si ello no fuera bastante, aquel mismoPardaillánacababadeinferirleungolpequepodíasermortal.
Habíase registradoelmolinoy laviviendadelmolinero, se excavóel suelo, sesondearonlosmurosynosehallólamáspequeñahuelladelospreciosostalegosdecuyaexistenciaGuisaestabaseguro.Quedaba,pues,demostradoquePardaillánhabíahechosalireldinero.¿Porquérazón?¿Quéinteréslohabíamovido?¿Acasosehabíaapoderadoélmismodelaenormesuma?
Fueseloquefuese,Guisahabíasidoengañado,robado.¿DóndeestaríaPardaillánen aquellos momentos? ¿Quién podría decírselo? Maurevert afirmaba que elcaballerosehallabaaúnenParís,peroellonopasabadeserunasuposición.
CuandoMaineville terminaba su relato y Guisa estaba entretenido en diversospensamientos,elcriadoentróporveztercera,paraentregaralduqueunacarta.Guisa,alconocerlaletradelsobreescrito,seapresuróaromperelsello.Lostrescortesanosvieronentoncescómoelduquesonreíayleoyerondecirporfin:
—Yalotenemos.La carta eradeFausta.Ésta, avisadaporClaudinadeBeauvilliers, anunciaba a
GuisaquePardaillányCarlosdeAngulemasehallabanenParís.«Mañana»—añadía la princesa terminando la carta— «podré deciros el sitio
exactoenquepodréisprenderaesehombre».—¿Dices —preguntó entonces Guisa— que tu amigo Pardaillán está aún en
París?—Notendríainconvenienteenapostaralgo—contestóMaurevert.—Puesbien,estásenlocierto.—¡Pardaillán!—exclamóBussi-Leclerc—.¡Elquemevenció!—¡Pardaillán!¡Elquemecrucificóenelmolino!—exclamóMainevillecerrando
lospuños.Yloscuatrosemiraronanimadosporelodio.—Sí, señores —continuó el duque—. Acabo de recibir noticias que me
demuestrandeunmodoindudablequeesedemoniocontinúaenParísymañanasabréenquécasaseoculta.
—¡Mañana!—exclamaronMaineville,Bussi-LeclercyMaurevert.—Esperoqueestaveznosenosescaparáy,paraempezar,Maurevert,daórdenes
alosguardianesdetodaslaspuertasdeParís,paraque,hastanuevoaviso,nodejenpasarunalma.Veenseguidaytranquilízate,porqueasistirásalarrestodePardaillán.
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Maurevert salió del aposento y, dando órdenes a su vez, expidiómensajeros atodaslaspuertasdeParís,portadoresdelmandatoducal.Antesdequetranscurrieraunahorasecerrabantodaslaspuertasdelaciudad,ycirculabaporParíslanoticiadequeelejércitodeEnriqueIII,unidoaldel reydeNavarra,seacercabaa laciudad.Cuandocadaunodelosemisariosquehabíamandadoalaspuertasestuvoderegreso,MaurevertentródenuevoenelgabinetedelduquedeGuisadiciendo:
—Monseñor,elanimalestáacorralado.—Puesmañanatocaremoselhalalí.—Yluegoelencarne—acabódiciendoMaineville.—¡Unmomento!—exclamóBussi-Leclerc—.Yo reclamo.No quiero, señores,
cederos mi parte; deseo, monseñor, que el caballero Pardaillán me sea entregadocincominutosantesdeserahorcado.Tranquilizaos,nolomatarécompletamente.
—¡Ah!¿Quiereseldesquite?—Monseñor —repuso Bussi-Leclerc—. He sido vencido por ese hombre. Es
verdad que fue a traición, ¿pero quién lo sabrá?Maineville ha contado ya a ciennobles que Bussi-Leclerc ya no es invencible. No por eso te guardo rencor,Maineville—añadió.
—¡Oh!,síquieresestoydispuestoadarteunasatisfacciónconmiespada.—No,noquiero,porqueteensartaríacomoaunpolioy,porotraparte,eresútila
monseñorelduque.—¡Paz!—exclamóGuisa.—Así,pues—continuóBussi-Leclerc—,quieroqueMainevillepuedaañadirque
sibienunavezmevencieronatraición,tomédeellobuenavenganza.Monseñor,osentregaréaPardaillánensartadoalextremodemiespada.
—Sea,quieroconcederteestasatisfacción—dijoelduque—.Peronoolvidesqueno tienes permiso para matarlo completamente, pues quiero hacerle confesar endónde escondió los sacos de aquel hermoso trigo romano que todos vosotrosprobaréis,señores.
Y obedeciendo a un ademán de Guisa, salieron los tres nobles. Y entre loscortesanos del rey de París que llenaban permanentemente las antecámaras delpalacio, cundió el rumor de que se había celebrado un consejo de guerra y que sepreparabangrandesacontecimientos.
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XXIX-Lavirgenguerrera
NOS HALLAMOS en la tarde de aquel mismo día, en lo más retirado de unmisteriosopalacio.Faustaestásentadaanteunamesasobrelacualsehallalacartadela abadesa Claudina de Beauvilliers. La princesa se ha vestido con un traje deterciopelonegrodecaballero,sobreelcualdestacael jubóndecuero, ligeracorazabastante fina para modelar los contornos de aquella magnífica estatua y bastantefuerteparadesafiarlapuntadeunadaga.
Un antifaz de terciopelo cubre su rostro y disimula al mismo tiempo susemociones.Alcintollevasujetaunaespada,nounjuguetedemujerni tampocounarmadelujo,sinounaespadasólida,ylarga,conguardadeacerobruñidoylahojaprocedente de los talleres de Milán. Sobre su cabeza, cuyas negras trenzas estánarrolladasparaqueocupenelmenorespacioposible,sehacolocadounsombrerodefieltroadornadoconunaplumarojadegallo.
Faustaeralavirgeninviolable,inaccesiblealossentimientosfemeninos,yquenotenía demujermás que el sexo que tal vez despreciaba.A pesar de ello, desde lavíspera, desde que María Luisa le llevó la carta de Claudina de Beauvilliers,experimentaba turbaciónprofunda.Por ello semaldecía y se despreciaba.Ypor laprimeravezdesdeque,enlascatacumbas,aceptólaterriblemisión,Fausta,indecisa,comprendió por fin que era aún demasiadomujer para convertirse en el ángel quesoñóhabersido.
*****
Fausta había leído mil veces la carta de la abadesa. ¿Qué había en ella quepudieracausartaldesorden,ensemejantealma?Empecemosporelfin,esdecir,porlaposdata;conteníaelrelatodesorMaríaLuisa,esdecir,lasalida,omejordicho,lafuga deSalzuma, lamadre deVioleta, en compañía dePardaillán.El cuerpode lacartarelatabaquePardaillányelduquedeAngulemaestabanbuscandoaVioleta.
FaustanoconocíaalduquedeAngulema,peroencambioconocíaaPardaillánydespués de largas reflexiones descubrió en su alma un sentimiento que antes noestabaallí.OdiabaaVioleta.¿Desdecuándo?¿Desdelalecturadelacarta?Denadaleservíaelrepetirsequeodiabaalaniñaantes,porconstituirunobstáculoentreellaylosplanesqueformabaconrespectoaGuisa.Perotuvoqueconfesarlaverdad.Nolahabíaodiadonunca.Ysialasazónexperimentabaestesentimientocontraella,eraporlaúnicarazóndequePardaillántratabadedescubrirsuparadero,locuallehizosuponerqueelcaballeroamabaalajoven.
Estaidealeobligóaconfesarseasímismaquesentíacelosdelapequeñaartista.Faustapasólanocheyeldíamásterriblesdesuvida.Nosabíaquéhacerniqué
caminotomar.Seguramenteibaaintentaralgo,alazar,peroindecisaaúnsobreloque
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haría,resolvióvestirsedecaballero.¿Qué iba a hacer? Lentamente los proyectos se iban formando en su cerebro.
HaciaelmediodíaexpidióunemisarioaClaudinaparaanunciarlesupróximavisitayalmismotiempodecíaalaabadesa:
—Merespondéisdelaprisioneraconvuestravidahastamipróximavisita.Hacia las cuatro escribió al duque de Guisa para denunciarle la presencia de
Pardaillán en París. Durante dos horas vaciló en designar la posada de «LaAdivinadora»yporfinresolvióhacerloaldíasiguiente.Sobrelasseis,recibiócomotodos los días las noticias de los numerosos agentes secretos, que la tenían alcorrientedetodoloquesedecíaohacíaenParís,encasadeGuisa,yalrededordeGuisa.
Erancasilasnuevedelanoche,cuandolavemosapoyadadecodosenunamesa,yleyendonuevamentelacartadeClaudinaparahallarenellalainspiracióndeloquedebíahacer.EnaquelmomentoFaustaparecíaestarmuytranquila.Talvezobedecíaaque sehabía formuladoen supensamientouna resolución.Enefecto, se levantó,quemólacartaalallamadeunciriodecolorderosa,secalzófinosguantesdepielyseaseguródequelaespadaestabaensucostadoizquierdo.Luegogolpeóuntimbreyordenó, sin volver siquiera la cabeza, porque estaba segura de que alguien habíaacudidoarecogerlaorden:
—Cuatrojinetesdeescoltayuncaballoparamí,enseguida.YquevayanaavisaraBussi-Leclerc,gobernadordelaBastilla,dequeestanocheiréaverlo.
Sin duda, caballos, litera, coche y escolta estaba todo preparado día y noche,porqueFausta,sinhaberesperadolomásmínimo,despuésdehaberdadolaorden,sedirigió hacia la puerta de salida.Diezminutosmás tarde se hallaba en la calle, endonde esperaban cuatro caballeros y un escudero le presentaba el estribo.Una vezestuvoacaballo,losjinetessecolocarondosdelanteydosdetrásdeella.
—AlaabadíadeMontmartre—dijoentoncesFausta.Lapequeñatropasepusoenseguidaenmarcha,saliódelaCitéysedirigióhacia
lapuertadeMontmartre,lacualestabacerrada.Deacuerdoconlasórdenesrecibidasdel duque deGuisa, nadie podía salir de París hasta nuevo aviso; pero uno de loscaballerosdelaescolta,sinqueFaustaintervinieraparanada,mostróaloficialdelaguardiaunpapelquellevabalafirmadelduque.
Sinduda,paracualquierevento,Faustaestabaprovistadeestasfirmas.Sealoquefuere, el oficial comprendió que la orden no concernía al portador de aqueldocumentoysuscompañeros.Hizo,pues,bajarelpuentelevadizo.AlpasarFaustaledirigióestaspalabras:
—VolveremosaParísdentrodedoshoras.Haceddemodoquenotengamosqueesperaralpiedelfoso.
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XXX-Violeta
CUANDO FAUSTA llegó a la abadía de Montmartre, todo estaba oscuro ysilencioso, pero uno de los caballeros llamó de cierto modo y la puerta se abrióinmediatamente. Aparecieron algunas luces. Fausta, echando pie a tierra, se hizoconduciralashabitacionesdelaabadesa,que,avisadadeaquellavisitanocturna,sevistióapresuradamente.
—¿Dóndeestálaprisionera?—preguntóFaustaconciertainquietud.—Continúaenelconvento,señora.Tranquilizaos.—Hacedlavenir.Osino,conducidmeadondeestá.Laabadesatomóuncandelabroy,precediendoaFausta,echóaandar.Claudina
bajó la escalera, pasó bajo la bóveda, entró en los jardines de empalizadas, queformabanunaprisióndentrodeotra.AbriólabarreraconunallavecitaquellevabayllegóalacasitaquealbergabaaVioleta,bajolaguardiadeBelgodere.Éstenodormíamásqueconunojo.OyólospasosdeClaudinaydeFaustaporligerosquefuesenysaltandodelacamaenquedormíavestido,fueaabrirlapuertapreguntando:
—¿Quiénva?Perocomoaldecirestaspalabrasentreabriólapuertayreconocióenseguidaala
abadesa, envainando el puñal de que se armara a todo evento, se inclinóprofundamente:
—¿Dónde está la prisionera? —preguntó Fausta con la misma emoción queClaudinahabíaobservado.
Belgoderereconociósuvozyseinclinóhastacasitocarelsuelo.—Loquemedanparaguardar,loguardo—dijo—.Laprisioneraestáahí.Yconeldedoseñalabaunapuertacerrada.—Entremos—dijoFausta.Penetraron en la casa sencillamente amueblada conuna camade campaña, una
mesaydossillasyalumbradotodoporunaantorcha.Sobrelamesahabíanumerosasbotellas,algunasllenasyotrasvacíasquedemostrabanqueelgitanoendulzabacomopodía los rigores de su oficio de carcelero.Claudina corrió el cerrojo de la puertadesignadaporBelgodere.Faustatomóentonceslaantorchaydijo:
—Entrarésola.YpenetróenlapiezaenqueVioletaestaba.En aquelmomento, desde un sobradillo que dominaba la primera pieza en que
ClaudinayBelgodereesperaban, surgióunacabezaasustada,deburlescoperfil,decabellosnegrosylaciosyojosdesmesuradamenteabiertosaimpulsosdelterrorylacuriosidad.AquellacabezaeraladeGraznido.
Éste dormía en el sobradillo en unmontón de paja.Desde aquel elevado lugardominaba la habitación, y como también dormía con un ojo cerrado, vio entrar aClaudinayaFausta.ViocómoéstaentrabaenlapiezaqueservíadeprisiónaVioletaysepreguntóaquépodíaobedeceraquellavisitanocturna.Temiótambiénquetodo
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ello acabara por una tanda de garrotazos sobre sus costillas, propinados por elpródigo Belgodere. No hallando respuesta a todo ello, tomó el partido de esperar,conteniendolarespiraciónpormiedodequeBelgoderesefijaraenél.
El gitano en aquelmomento no pensaba ni remotamente enGraznido.Toda suatenciónestabaconcentradaenlaestanciavecinaenqueFausta,antorchaenmano,acababadedesaparecercerrandolapuertatrasdesí.
Fausta dejó sobre un mueble la antorcha que llevaba en la mano. Una rápidamiradaasualrededorlemostrólamiserableestanciasinventanasymuchomástristeenrealidadqueunaprisión.Sobreunviejocanapé,porquenohabíacamaenaquellugar, dormía Violeta. Fausta la contempló atentamente y con lentitud se quitó elantifazylodejócaerasuspies.
—Es hermosa, no hay duda, tiene cara de ángel: la pura frente de Leonor deMontaigues y los orgullosos labios de Farnesio. Es realmente digna de ese héroellamadoelcaballerodePardaillán.¡Cuántodebeamarlaycuántodebesufrirporestarseparado de ella! Pues bien, que sufra, ya que se ha interpuesto en mi camino.¡Cómo!¿Acasohastaaquíhabíamarchadovictoriosaporelmundocomolaenviadade Dios, haciendo inclinar todas las cabezas, quebrantando los orgullos, soplandosobrelostronosquesetambaleabanyagitandolosreinosenteros,ypodríaexistirunhombre,unosolo,queconrazónpudieradecir:noirásmáslejos?
Faustasedetuvopalpitante.SuscrispadasmanossedirigieronaVioleta,prontasaincrustarseen lagargantade la joven.Ycomprendíaquesementíaasímisma.NoodiabaaPardaillánporelasuntodelaplazadelaGrèveytampocoporeldelmolino,en caso de que lo odiara. Lo que odiaba era aVioleta, a quien suponía amada dePardaillán.Elsentimientodominanteenellaeranloscelos.Elmármolseablandaba,el bronce de aquel corazón se hacíamaleable.La enviada deDios se convertía enmujeryelángelplegandosusalasfulgurantescaíaytocabaenelsuelo.
Fausta ocultó su rostro entre las manos. Sintiéndose sobrecogida por un doloracerbo,elmásespantoso,eldelavergüenza,murmuró:
«Ya no soy yo misma. Sin duda me engañé al jurarme que mi corazón noconocería el amor; se ve que es imposible que una mujer pase su vida sin amar.Cuando busco en mi pensamiento la chispa sagrada que debía hacer de mí unaamazonadeDios,lavirgeninaccesible,sólohalloelsentimientomáspobreybajodelamujer.Loscelos.¿Celosayo,Diosmío?»
En aquel momento Violeta se despertó. Vio a aquel joven caballero que seocultaba la cara en las manos y parecía luchar contra terrible y misteriososufrimiento.Susgrandesojosazulessellenarondepiedad.
Y apareció como viviente antítesis de Fausta, y destinada enteramente para elamor.
Violeta no se asustó al ver de noche y a su lado a un caballero, pues era lainocenciapersonificadaquenotemeningúnpeligro.
Paraellanoexistíaenelmundomásqueunhombreyaéste, cuyonombreno
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sabía, lo recordaba siempre con los brazos cargados de lirios y de rosas, paraderramarlassobreelcadáverdelapobredifunta.
SufinamanotocóelbrazodeFaustayconvozdeencantadoracompasión,dijo:—¿Quiénsois?¿Sois,comoyo,unavíctima?¿Soisacaso?…¡Ah!Esteúltimogritoloprofirióllenadeespantoyhorrorydeunsaltosepusoenpie
adosándosealángulomásoscurodelahabitación.Fausta,alsentirqueletocabanelbrazo,seestremecióyapartóflasmanosdesurostro,graciasalocualaparecióésteaplenaluzyVioletapudoreconocerla.
Mil pensamientos cruzaron el cerebro de Fausta. Mil palabras ardientesestuvieron a punto de salir de sus labios, tal vez imprecaciones o gritos de furor,porqueenaquelmomentonoerayaFausta,lavirgensagrada,lasoberanaolaelegidapor el conclave secreto, sino la descendiente deLucreciaBorgia.Y todos aquellospensamientos, todas aquellas palabras, quejas o insultos, se tradujeron en una solapalabra,roncaycasiincomprensible:
—Venid.¿Adónde?¿Cuálesseríansusintenciones?¿Quéatrozysombríaresoluciónerala
suya?¿Queríasometerlaaalgúnsuplicioyasistirasuagonía?YcomoVioleta, temblorosa,noobedecía,Fausta retrocedióhasta lapuerta.En
aquel corto instante, gracias a un poderoso esfuerzo, adquirió nuevamente laserenidaddelrostro.
—Unaliteraenelacto—dijoaClaudina—.Queestéantelapuertaprincipal.Laabadesafueacumplirsuorden.FaustasevolvióhaciaBelgodere.—Tomaaestamuchacha—dijo—yllévalaalalitera.Subeconellayduranteel
trayectomerespondesdesupersona,conlavida.—¿Adóndeirálalitera?—preguntóBelgodereestremeciéndose.—AlaBastilla—contestósordamenteFausta.Belgodere entró en la habitación de Violeta y se dirigió a ésta con ronca voz
diciéndole:—Ven.Ycogiéndolamurmuró:—CreoqueestavezmaeseClaudiovaaderramarlágrimasdesangre,comome
lashizoderramaramí.
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XXXI-LasFourcaudes
VIOLETAfueechadaenlaliteraporBelgodere,quesubiótrasella.Faustamontóacaballo.Obedeciendoaunaseñalquehizo, loscuatrocaballeros rodearon la litera.Encuantoaella,tomóladelanterayelgruposedirigióhaciaParís.
Una vez en la ciudad, Fausta tomó la calle de SanAntonio, en dirección a laBastilla.Laliterasedetuvoantelapuertadelaprisión.Faustapronuncióunapalabrayunodeloscaballerosdelaescoltatomóuncuernoytocótresveces.Elinstrumentodespidió lúgubre sonido, que resonó tristemente en el gran silencio del barriodormido.Pasaronalgunosminutos.Luegosevieronlucesdelinternasalotroladodelfoso,rechinaronlascadenasdelpuentelevadizoyéstefuetendido;atravesóporéllaliteraysehundióbajounanegrabóvedaparadetenerseenunpatioestrecho.
—Elgobernador—dijoFaustaalsargentodeguardia.—Siqueréisseguirme,osconduciréadondeestá,—contestóelinterpelado.Faustaechópieatierrayseñalandolaliteradijo:—Aquí hay una prisionera. Si se escapa, te ahorcarán al llegar el alba sin
formacióndecausa.Elsargentosonrió.Diounaordenadoscarcelerosqueloacompañabanyalgunos
minutosmástardeVioletaestabaencerradaenuncalabozo.Belgodereylaescoltasequedaronenelpatioalladodelalitera.Faustasiguióal
sargento,alqueprecedíaunhombrequellevabaunfarol.Subieronunaescalerayenun corredor divisaron a un individuo que acudía corriendo y acabando de vestirseapresuradamente.
—Heaquíelseñorgobernador—dijoelsargento.—Lallamadadelcuerno—dijoBussi-Leclerctratandodedescubrirlasfacciones
deFausta—;ycomodespuésdelseñorduquedeGuisa,sólohayunapersonaenelmundoqueconozcaestaseñal…
—Esa persona soy yo —dijo Fausta imperiosamente—. Vamos a vuestrashabitaciones,señordeBussi,porquehemosdehablar.
—Estoy a vuestras órdenes, señora —dijo Bussi-Leclerc reconociendo a unamujerenaqueljovencaballeroquelehablabacontantaautoridad.
El gobernador precedió a Fausta hasta llegar a sus habitaciones, en una de lascualeslahizoentrar.
—Caballero—dijoFausta—,hoyhabéis recibido aviso de quevendría a verosparaunasuntodeimportancia.
—¡Señora!—dijoBussi-LeclercmirandofijamenteaFausta—.Mehanavisadodequeunmensajerodemonseñorelduquemetraeríaalgunasórdenes,peroestabamuylejosdesospecharqueelportadordetalesórdenesseríalaadorablemensajeracuyapresenciaalegraestetristelugar.
Bussiseatusóelbigoteesperandounacontestaciónasugalantería.PeroFaustaselimitóahacerungestodesdeñoso.
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—TenéisaquíadosprisionerasllamadaslasFourcaudes.—Sí,señora—contestóelgobernadorasombradodequesugalanteríanohubiera
producidoefecto.—Esasprisionerashandeserentregadasalajusticiadelpueblosinomeengaño.—Mañanaporlamañana,señora.Loprometidoesdeudayesprecisocumplirla
palabra.ElpuebloquiereahorcaryquemaralasFourcaudes,yselasentregaremosparaquelohaga.
—Una de las Fourcaudes —dijo Fausta— será ahorcada y quemada, pero encuantoalaotravaisaponerlaenlibertad.
—¡Oh, eso es imposible, señora!—exclamó Bussi-Leclerc sobresaltado—. Heprometido al pueblo dos herejes y los tendrá. Nunca enmi vida he faltado a unapalabradada.
—Podéis cumplir vuestra palabra, señor Leclerc. ¿Cómo se llaman lascondenadas?¿Quéedadtienen?
—Lamayor,Magdalena,tieneunosveinteaños,ylamenor,Juana,parecetenerdieciséis.
—Vaisasoltaralaúltima,pueshayperdónparaella.—Perosiseperdonaaunadelasdoscondenadas,¿cómopodréentregarados?—Noosinquietéis.LoesencialesqueJuanaFourcaudhasidoindultada.—¿Yquiénlaindulta?—Yo.—¿Vos,señora?—exclamóBussi-Leclercestupefactoanteelautoritariotonode
la desconocida—. ¿Y quién sois vos? Es cierto que, gracias a una señal que sóloconocendospersonas,habéisentradoaquí,peroéstanoesrazónsuficiente.
—Leed, pues, esto —dijo Fausta tendiendo un papel a Bussi-Leclerc, que,asombrado,lotomóyfuealeerloalladodeuncandelabro.ElpapelllevabalafirmayelsellodelduquedeGuisayconteníalassiguienteslíneas.
OrdenatodosnuestrosoficialesdecualquierclaseyjerarquíayentodolugaryocasióndeobedeceralaprincesaFausta,portadoradelapresente,bajopenadelavida.
—¡LaprincesaFausta!—murmuróBussi-Leclerc.Dirigió una mirada de curiosidad hacia ella e inclinándose profundamente le
devolvióelpapeldiciendo:—Obedezco,señora.—Bien, conducidme ahora al lugar en que se hallan las Fourcaudes, o mejor
dicho,adondeestálamásjoven.Sin decir una palabra, Bussi-Leclerc, cada vez más asombrado, se apresuró a
tomaruncandelabroyaconduciralavisitante.Enelcorredorhallóalsargentoyledijo algunas palabras en voz baja. El sargento se inclinó y, corriendo, tomó la
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delantera.Bussi-Leclerc, siempre seguidodeFausta, bajóuna escaleray llegó al patio en
que esperaban la litera y los cuatro caballeros de la escolta. Allí encontró a doscarceleros avisados por el sargento. Todo el mundo miraba con asombro algobernador,queibaanteladesconocidasosteniendouncandelabro,comosiguiaraelcaminoaunareina.Faustadivisóalsargentoyledijo:
—Veabuscaramiprisionera.Algunosmomentosmástarde,Violetaaparecíaentrelossoldados,quelallevaban
cogida por el brazo. Temblaba de espanto, pero no oponía ninguna resistencia,comprendiendoquehubierasidoinútil.
—¡Adelante!—dijoentoncesFaustaalgobernador.Éstesedirigióaunapuertabaja,acompañadodelosdos.TrasellosibaVioleta,
muertademiedo.SiguiéndolaandabaFausta,quenolaperdíadevista.Elsargentocerrabalamarcha.Bajaronunaescaleradecaracolquesehundíaenelsuelocomountornillo.
Loscarcelerossedetuvieronanteunapuertaydescorrieronelcerrojo.Faustahizounaseñaytodoelmundosedetuvo.Entrósoladespuésdehabertomadolaantorchade manos de Bussi-Leclerc. El calabozo era estrecho. Las bóvedas bajas parecíanpesar sobre losque estabanallí.Enunánguloy acurrucada en el suelo, una jovenadelgazada, casi una niña, se levantó al observar que abrían la puerta. Parecíaresignada,perosusojosbrillabanextraordinariamente.Eramuyhermosaapesardesupalidezyensuactitudseadvertíaalgomuysemejanteaunreto.AquellajoveneraJuanaFourcaud.
—¿Acasovienenabuscarmeparaelsuplicio?—preguntó—.Estoydispuesta.—JuanaFourcaud—dijoFausta—.Noseréisajusticiada.Enadelantegozaréisde
lavidaydelalibertad.—¡Oh!—murmuró la infortunada—. ¿Quiénme habla así con tan dulce voz?
¿Cuál es el ángel que se inclina haciamí por primera vez desde que entré en esteinfierno?
—JuanaFourcaud—continuóFausta—,nosoyunángel,sinosencillamenteunamujer que se ha apiadado de vuestras desgracias y que ha empleado toda suinfluenciaparasalvaros.
—¿Acasoelreymehaperdonadolavida?—preguntólapobreniña.—Osconcedelavidaylalibertad.Soislibre,venid.Juanaibaasalirdelcalabozo,ebriadealegríaaloírlapalabramágica:«Libre»,
perounpensamientoterribleatravesósuespíritu.—¿YMagdalena?—preguntó—.¿Ymihermana?¡Oh,señora!Aceptolalibertad
sihededisfrutarlaconella,peroyosola,no;prefieromorir.Fausta hizo un gesto de contrariedad ante aquel obstáculo imprevisto, pero
sonriendoyconvozmásdulcetodavíadijo:—VuestrahermanaMagdalenaestásalvadacomovos.Yahasalidodeestatriste
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prisiónyosespera.Venid.JuanaFourcaud cayó de rodillas y cogiendo lasmanos deFausta las cubrió de
besos.Seprodujoenellaunareacciónviolenta.Tranquilayfuerteantelamuerteparalacualestabapreparada,larepentinanuevadesusalvaciónlerestóánimo.Llorabaydesbordaba su agradecimiento con las lágrimas. Fausta, haciendo un gestó deimpaciencia, la levantó y la arrastró casi desfallecida de alegría. Una vez en elcorredorlaentregóauncarcelero,aquiendijo:
—Conducidlaalalitera.El carcelero obedeció a una seña de Bussi-Leclerc y se llevó a la prisionera
perdonada.Entonces Fausta se volvió hacia el otro carcelero y le dijo señalando aVioleta:
—Encerradaestajoven.Violeta,antelapuertaabiertadelcalabozo,retrocedióinstintivamenteyprofirió
un gemido. Pero sobre ella cayó lamano del carcelero y unmomento después secerrólasólidapuertadelantro.
ConunademánFaustadespidióentoncesalcarceleroya losdossoldados,quevolvieron a subir la escalera. La princesa se quedó sola con Bussi-Leclerc y unasonrisadistendiósuspálidoslabios.
—¡Pardaillán!—murmuró—.¿Teatreverásabuscaratuamadaenestatumba?Bussi-Leclerc lacontemplabaconasombroy terror.Faustaentoncespreguntóa
Bussi:—¿Nocomprendéis?—Esperoquemeexpliquéis…—¿DóndeestáahoraMagdalenaFourcaud?Bussi-Leclerctendióelbrazohacialapuertadeuncalabozovecinoydijo:—Allí.FaustaentoncesseñalóelcalabozoenquesehallabaVioletaydijo:—PuesaquíestáJuanaFourcaud.—¿Cómo?—balbuceóelgobernador—.¿Acasoqueréissustituirestajoven?—En adelante se llamará Juana Fourcaud. Y mañana por la mañana debéis
entregaralasdosFourcaudesalajusticiadelpuebloyloharéis.Yapodéisver,micerLeclerc,quenofaltaréisavuestrapalabra.
CuandoelgobernadoryFaustasehallarondenuevoalniveldelsueloenaquelpatioestrechoynegroqueparecíaunmaravillosohorizontealosquehabíanvistoloscalabozossubterráneos,JuanaFourcaudfuecolocadaenlaliteracasidesvanecidadealegría.
—¿Quieres saber lo que ha sido de la hija de Claudio? —preguntó Fausta aBelgodere.
—Meharéis un gran favor con ello, señora. Perdonadme, pero hace ocho añosquemeperteneceVioleta.Yolaguardabacelosamenteparaloquevossabéis.Porfinenvezdevenderlaamonseñorelduque,oslavendíavos.Comprendoqueahoraha
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llegadolaocasióndehablaraClaudio.—No, pero lo encontraré. No tengáis cuidado, Claudio y yo nos hemos
encontradosiempre.LosojosdeBelgoderebrillarondeodio.—Veamos—dijo entonces Fausta pensativa—.Varias vecesme has prometido
contarmetuhistoria.Hallegadoelmomento.Heaquíloquevasahacer.Conducirásla litera a la abadía. Mis hombres te escoltarán y luego te llevarán a mi palacio.Dejarán a la nueva prisionera en sitio seguro y en cuantome hayas dicho por quéodiasaVioleta,yoteexplicaréloqueserádeella.
—¡Oh, estoy tranquilo! —dijo Belgodere con sombría voz—. Sé que está enbuenasmanos.
—Señor gobernador—dijo Fausta en voz alta—, ¿a qué hora tendrá lugar elespectáculoquehabéisprometidoalosparisienses?
—Meparecequealsalirelsol.—Esdemasiadotemprano.Quieroverloymeparecequelasdiezdelamañanaes
unahoraconveniente.—Comoqueráis.Alasdiez,pues.—¿Dóndeselevantaránlashogueras?—añadióFausta.—EnlaplazadelaGrève,ysiestelugarosconvienemepareceelmejor.—Sí,meconviene.Faustamontóentoncesacaballo.BelgoderesecolocóalladodeJuanaFourcaud
ylaescoltaempezóaandar.UnavezfueradelaBastilla,Faustadiounaordenaunodesuscaballeros.
—¿Yvos,señora?—dijoéste—.¿Volveréisapalaciosinescoltaalguna?—¿Yo?—dijolevantandoeldedohaciaelcieloestrellado—.Yoestoyguardada
porelquemehaenviadoalatierra.Idos.Laliteraylaescoltasedirigieronentoncesporelcaminoqueanteshabíanhecho
ensentidoinverso.FaustasolamarchóhacialaCité.Yyafuesequeeraloquehabíadichooquesuvalorfueraextraordinario,notuvounmomentodetemoralatravesaraquellascallejuelasnegras,cadaunadelascualespodíaconstituirunaemboscadayporlasquelosmásvalientescaballerosnoseaventurabansinirbienarmadosyenbuenacompañía.
Belgodere,unavezllegadoalaabadíadeMontmartre,condujoaJuanaFourcaud,su nueva prisionera, a la casita que por algunos días había servido de albergue aVioleta. En la habitación sin ventana, y alumbrada por un candelabro, tuvo lacuriosidaddeexaminaralasucesoradeVioleta.Teníaloscabellosnegrosyrizadosylos ojos grandes y luminosos como los de las mujeres orientales. Belgodere,sorprendidoporaquellabellezatanpocosemejantealadelasparisienses,moviólacabezay franqueando lapuerta lacerrócuidadosamente. Juanaseestremeció.¿Porquélaencerrarían?
—¿Quiénseráestamuchachaalaquedebovigilarahora?Eldiablomellevesi
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comprendo lomásmínimodeeste asunto. ¡Graznido! ¿Adóndeme llevaráFausta?¡Bah!Losabrémuypronto.Mehadicho:«Cuéntametuhistoriaytediréloquevaaser de Violeta». Voy allá. ¡Graznido! Ya velará sobre la prisionera durante miausencia.¡Graznido!
Aestatercerallamadaelinterpeladonocontestótampoco.—¿Duermes?—gritó Belgodere—. ¿Te atreves a dormir mientras yo trabajo?
Esperaunpoco,sinvergüenza;yavoy,notemolestes.Ymurmurandoalgunosinsultosdemayorcalibre,elgitanocogióelgarrotecon
elcualGraznidohabía trabado tanbuenconocimiento,ysinprisasubió laescaleraque conducía al sobradillo.Allí profirió una exclamación de rabia al observar queGraznido no estaba. Belgodere, para tranquilizar su conciencia, dio algunosgarrotazos en el montón de heno y, por fin, cuando se hubo convencido de queGraznidohabíadesaparecido,volvióabajarylobuscóportodoslosrinconesdelacasa y del recinto. Entonces tuvo que rendirse a la evidencia. Graznido habíaemprendido la fuga.Belgodere no se inquietómucho por ello, si bien se reprochómentalmenteelnohaber encerradoa suantiguohércules,Reflexionóque,porotraparte,aquellanuevaprisionera,cuyonombrenosabíayporlaquenoseinteresabaenlomásmínimo,nopodríaevadirsetanpronto,ysinavisaralaabadesa,fueareunirseconloscaballerosdeFaustaqueloesperabanparaconducirloalpalaciodelaCité.UnahoramástardeBelgodereentrabaenlamisteriosacasaendondealsiguientedíadesullegadaaParíscondujoaVioletacreyendoentregarlaalduquedeGuisa.
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XXXII-ElsecretodeBelgodere
FAUSTAESPERABAalgitanoenaquellahabitaciónenquehemosintroducidoyaanuestros lectoresyenquesusdoscriadasfavoritas,MyrthisyLea,seocupabanenprepararleunabebidacordial.Alentraryhaciendounareverencia,Belgoderedirigióunamiradadesoslayohaciaaquellospreparativos.
—Quetraiganvino—dijoFaustacomprendiendolamirada.Apenashabíapronunciadotalespalabras,cuandoaparecióuncriadollevandouna
mesita,sobrelacualseveíaunabotelladerespetabletamaño,yuncubiletedeplatamaciza.TodoellofuecolocadoanteBelgodere,elcual,porindicacióndeFausta,sesentósinhacercumplidos.
—¡Magníficocubilete!—dijopordeciralgo.—Bebed,amigo,bebed.Encuantoalcubiletepodéisguardárosloenrecuerdode
vuestravisita.LosojosdeBelgodereexpresarongranalegría.Sesirvióunvaso,yechando la
cabezahaciaatrás,lovaciódeuntrago.—¡Excelente!—dijoporgalantería,porquecomoerapocointeligenteenbuenos
vinos,yaquéleraunaverdaderaambrosía,parecíamedianoasuardorosagarganta.—Es Lácrima Christi —dijo Fausta sonriendo—. ¿Y bien… —añadió
humedeciendosuslabiosenelvasodecristalquelepresentabaMyrthis—,medijistequeteníasunahistoriamuyinteresantequecontarme?
—¡Psé! Es la historia de un gitano, despreciado, maltratado, apaleado, oatormentadoyavecesobligadoaconvertirsealcristianismoo,loqueesigual,aserdescreído.
Faustasonrió.Elvino,porpocoqueparecieraaBelgodere,lehabíadesatadolalengua.
—Así, pues —continuó el bandido—, es una historia que os parecerá pococuriosa. Cien veces habréis oído otra semejante pues, como ya os digo, se tratasolamentedelahistoriadeungitano.
—Yatehedicho—contestóFausta—quesiempreheconsideradoa losgitanoscomohombressemejantesaloscristianosyqueensuscostumbresnoencuentronadadignodereproche.
—Sí, es verdad y por estomás que por otra cosa, he sentido afecto por vos yahorasoyvuestroperro.
—Cuenta, pues, sin miedo —dijo Fausta sonriendo—. Si han cometido unainjusticiacontigo,podrérepararla.
—Esdemasiadotarde—dijoBelgodere.—Sitienesalgúndolorincurable,talvezpodréconsolarte.—Asímepartaunrayoantesquedejarquemeconsuelen—exclamóBelgodere.—Yporfin,siodiasalosquetehanhechodañoysiquieresvengartedeellos,tal
vezpodréayudarte.
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—Sí —contestó Belgodere— podréis completar mi venganza. Sois fuerte ypoderosa.Gracias a vos, Claudio sufrirámás de lo que yo hubiera podido hacerlesufrir.
—¿DemodoquequieresvengartetansólodeClaudio?Belgodere había vaciado la botella. Bajó la cabeza y la apoyó en sus enormes
manos.Faustahizounaseñayactoseguidounabotellallenareemplazólavacíaqueestabasobrelamesa.
—Escuchad—dijoentoncesBelgodere—.Tengoaspectodefiera,¿noesverdad?¿Peroquédiríaisalsaberqueenmipecholateuncorazóndehombre?
Faustanocontestó.—Sin embargo, es así—continuó Belgodere—. Por inconcebible que parezca,
tengouncorazón,pueshubounaépocaenmividaenquenopensabaenelodionienlavenganza,esdecir,untiempoenqueamé.
Belgoderesecallónuevamentecomosinoquisieraremoverlosrecuerdosdesupasado.
—Continúa—dijoFaustaconmisteriosotono.—Hubo,pues,un tiempo—dijoentoncesBelgodere—enqueyonoera loque
parezcoahora.Noquierodecirquefueseunmansocordero,perotampocountigre.Paradecirloenunapalabra,vivíasinhacerbiennimal,cuandoundíamedicuentadequeestabaenamorado.Paraotrohombreestonoesnada,peroparamíeraterrible.Enefecto,yoeramuyfeo,¡melohabíanrepetidotantasveces!Yoeraelmásfuerteyelmástemibledemitribu.Acualquieraquememirasedereojo,ledabasumerecido.Yo, que sólodeseabavivir enpaz, no teníaningún inconveniente en agujerear unapiel. ¡Oh! Sí, me temían, hombres y mujeres; todos temblaban ante mí. Pero, encambio,yo temblabaanteMagda,yestoporquesabíacuántaerami fealdadyveíaquealrededordeellasiemprerondabancincooseis jóvenes, losmásguaposdemitribu,ydeloscualeselmásfeoeracienvecesmásagradablequeyo.
Belgoderediounroncosuspiroymascullóalgunasblasfemias.—Jamás —prosiguió— me atreví a decir una palabra a Magda. Únicamente,
cuando pasaba por su lado, sentía sus ojos negros posados sobremí; veía que ellasonreía, pero no sabía la causa. Yo no dormía, ni comía y comprendiendo que nopodíacontinuardeaquelmodo,unanochereuníalospretendientesdeMagda.Unavezestuvimostodosjuntos,roguéaéstaquesepresentarayencuantollególedije:«Magda, vasa cumplirquinceaños y yaes tiempodequeelijasunhombre». Losotros,queestabantanenamoradosyteníantantaprisacomoyo,exclamaron:«Sí,sí,esnecesarioqueelijasalqueestamismanochebeberáentuvasoyserátuesposo».Magda sonrió y como al azar señaló a uno de mis rivales diciendo: «Tú eres elelegido».
—¡Ah,pobreBelgodere!—exclamóburlonamenteFausta.—Sí—dijoelgitano—peroyaveréis.Deunsaltomeplantéantemiafortunado
rival.Él,comprendiendoloqueyoquería,desenvainósucuchilloyyoelmío.Cinco
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minutosmástardelohabíaderribadoalsuelo,yencuantosupechoestuvobajomisrodillaslecortélasorejas.Selevantóaullando.EntoncesMagdadijotranquilamente:«Noquieroaunhombresinorejas».Puesbien,eligeotro.«Éste»,exclamóseñalandoaotrodemis rivalesy siempre sonriendo.Mepuseante éste como lohabíahechoanteelprimero.Sereanudólapelea,queestavezduródiezminutos.Cuandoporfinhube conseguido derribarlo, le corté la nariz. Éste no gritó, pero se quedódesvanecido. Naturalmente, Magda no quiso tampoco a un hombre sin nariz, asícomotampocoauntuerto,porquereventéunojoalterceroquesepresentóytambiéndesprecióalosdosrestantesporquehuyeroncobardemente.Entoncesquedésolo.
Belgoderesecallóunosinstantesyluegocontinuó:—EntoncesMagdamedijo:«Atiteelijo.Desdehacemuchotiempohassidomi
preferido,peroquiseversieraselquemeimaginaba».LamismanochemecaséconMagda,deacuerdocon lacostumbredemi tribu.Durante seisaños fuiunhombrefeliz.TuveprimerounahijaquesellamóFloraycuatroañosmástardeotrallamadaStella.SedecíaqueFloraerahermosacomounaflorcuandoporlamañanaseinclinaagobiadaporelpesodelosdiamantesderocío;yStellahermosacomounaestrelladela tardecuandobrilla enel cieloentre suscompañerasmenores.Heaquí loque sedecía.Yonosésierantanhermosascomomedecían,peroalverlassentíaalegríayal estar separado de ellas ganas de llorar.Cuando se es padre se tienen ideasmuyraras.
—Cuandoseespadre—murmuróFaustaestremeciéndose.YsindudapasóantesusojoslaimagendeFarnesio,elpadredeVioleta.—Meparecequehevaciadolabotella—dijoBelgodere.Erayalacuartaeinmediatamentetrajeronotra.—El séptimo y último año de mi felicidad—continuó el gitano—, vinimos a
París.Flora teníaentonces seisañosyStellados.Vivíamosmuy tranquilosapesardelodioyeldespreciodelasgentesdeParís,cuandounatardecorrióelrumordequealgunos malvados habían penetrado en una iglesia y robado los vasos de oro quesirven a los sacerdotes cristianos para celebrar sus ritos. La iglesia era la de SanEustaquioynosotrosvivíamosenlavecindad.Ycomolos truhanes,pormalosquesean,nodejandesercristianoseincapacesdetalfechoría,nosacusaron.Unamañanadetuvieronaunaquincenademitribuentrehombres,mujeresyniños,ylosllevaronalacárcel.Porelcaminoconseguíescaparmedelasmanosdelosguardias,aunquetal vez habría hecho mejor con dejarme ahorcar como los demás, porque dieronmuerteacincohombresyseismujeres.EntreéstassehallabaMagda.¡PobreMagda!Alpiedelahorcasonreíaaúnmisteriosamentecomolohicieraantañocuandovencíatodosmisrivales.
Belgodere,deuntrago,vacióelrestodelaquintabotellaquefueinmediatamentereemplazadaporotra.Estabapálidoygrandesgotasdesudorresbalabandesufrente.
—LavísperadeldíaenqueMagdafueconducidaaMontfaucon,mepresentéalverdugo. Durante los dos meses que duró el proceso, reuní oro, mucho oro, ya
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vendiendotodoloquenospertenecíaoacechandodenochealosricosburguesesenlasdesiertascalles.Fui,pues,abuscaralverdugo.
—¿Dóndevivía?—preguntóFausta.—EnlacalleCalandre,enlaCité—dijosordamenteBelgodere.—¿Ycómosellamaba?—Claudio —contestó Belgodere con voz más sorda todavía—. ¿Por qué me
obligáisapronunciarestenombresiyalosabíais?—Continúa—dijosencillamenteFausta.—Así,pues,fuiasucasa.Leofrecíoro,mearrodillé, lloré, lesupliqué, lepedí
una cosa muy sencilla. Le pedí que pusiera una cuerda desgastada al cuello deMagda.Lacuerdaserompería,locualerauncasodeperdón.Encuantoasacarladelacárcel,yoyamehubieraarreglado.
—¿YquéhizoClaudio?—Tomóeltalegodeoroylotiróalacalle.Luegomecogióporloshombrosy
mesacódesucasacerrandotrassílapuertacondoblellave.Entoncesyomesentéenel sueloycon la cabezaentre las rodillas, lloré toda lanoche.Alapuntar eldíavisaliralverdugoyloseguíhastaMontfaucon.VeinteminutosmástardeviaMagdaquesebalanceabaalextremodeunacuerdaentreotroscadáveres,mientraselpueblodabagritosdealegríaqueaúnmepareceoír.
—¿Ytushijas?¿Quéfuedeellas?Belgodereseestremeció,ycerrólospuñosllenoderabia.—¿Qué?¿Acasolasahorcarontambién?—No—contestóelgitano—perolasbautizaron.—Puesdes-bautizándolasestáslisto.—Nohe sabidonuncaque fuedeellas—exclamóBelgodere—.Nosé si están
muertasovivas.Nolosénilosabrénunca.Eldíaqueprendieronamimujeryalosotrosgitanos,sellevaronconellosatodoslosniñosquesehallaron,loscualeseranen número de cinco y entre ellos Stella y Flora. Al día siguiente de la escena deMontfaucon, supe que, gracias al verdugo, los niños habían sido entregados acaritativas familias, que se encargaron de criarlos. Durante tres meses busquéincesantemente,registrétodoParís,peronopudeadquirirnoticiaalgunademisdoshijas.
—¿Yquéhicisteentonces?—Alcabodetresmesesfuiacasadelverdugoyledije:«Hasmatadoalaque
amaba y yo he hecho juramento de vengarme, pero si quieres contestarme, teperdonaré.TedaréeloroquerecogíparaelrescatedeMagda.Harémás,mepondréa tu servicio y seré el fiel guardián de tu casa y de tu vida. ¿Di, quierescontestarme?».«Pregunta»,medijoelverdugo.Entonces reuní todomivalorparapreguntarle:«¿Sabesdóndeestánmishijas?».YexperimentéalegríadelirantealoírqueClaudiome contestaba: «Sin duda, porque las he colocado en una casa. ¡Oh,tranquilízate,gitano!…tushijashan tenidomuchasuerte.Hansidoadoptadaspor
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unricoburgués».Estaspalabrasnoteníanparamíningúnsentido,peromedijequeelverdugoacabaríaporindicarmeellugarenqueestabanmishijas.
BelgoderediounfuertesuspiroymiróaFausta.—¿Osfiguráisquehabló?—dijoechándoseareírsiniestramente.—Sin duda alguna —dijo Fausta—. Lo contrario me parecería una
monstruosidad.—Rogué al verdugo que me dijera dónde estaban mis hijas y movió
negativamente la cabeza. Como la primera vez, me puse de rodillas ante él. Lesupliqué que me las dejara ver una vez tan sólo, jurándole que no trataría dellevármelas. Por toda respuesta me levantó cogiéndome por los hombros. Le pedíperdón y misericordia. Entonces me dijo: «Escucha gitano, debería arrestarte yentregartealoficial.Dejándotemarcharcomoyalohiceunavez,faltoamideber;no me agotes la paciencia». «¡Mis hijas, mis hijas!», grité. «Tus hijas están enbuenasmanosyseránmásfelicesquecontigo».Entonces,sincólera,pero tambiéndespiadadamente,aquelhombremedijo:«Vete».Ycomohicieralaprimeravez,puesesmuchomásfuertequeyo,mecogiócomosifueseunniñoymeechóalacalle.Entonces,tambiéncomolavezprimera,pasélanochellorandoyreflexionandoenmidesgracia,juréqueClaudiosufriríaexactamentelomismoqueyo.
—Hermosojuramento—dijoFausta—,perohabíaquecumplirlo.—Ya lo veréis —dijo Belgodere—. No tenía prisa. Habría podido matar a
Claudio, pero estome parecía insuficiente. Empecé a seguir todos sus pasos y asísupequeteníaunahija,alaqueamaba,yadorabacomoyohabíaamadoyadoradoaStellayaFlora.Eldíaenquelosupe,estuveapuntodevolvermelocodealegría.Por finme iba a ser posible queClaudio, que amaba a su hija, sufriera como yo.Comoyo, la lloraríaycomomishijas, la suya ibaavivircongentedeotra razayreligión.EstahijaeraVioleta.
—¿LahijadeClaudio?—preguntóFausta.—Sí,señora—contestóBelgodereasombradodelapregunta.—¿VioletaeshijadeClaudio?—Sin duda, por esto la odio. En ella odio a Claudio, pero ¿por qué me lo
preguntáis?—ParaestarseguradequeVioletaeshijadeClaudio.Puestoquemeaseguras…—Completamente. Continuó. No tardé en descubrir que el verdugo amaba
entrañablemente a su hija. Resolví herirlo en ella y tomé todas las precaucionesconducentesa larealizacióndemiproyecto.Desgraciadamente,undíaobservéqueme seguían yme vi precisado a huir de Francia. Los gitanos son pacientes en susamores y en sus odios. Esperé el tiempo necesario para ser olvidado. Al cabo dealgunosañosvolví.Miamorestabamuerto,perolaesperahabíaavivadomiseddevenganza.
FaustacontemplabaaBelgodereconextremadacuriosidad.—MeapoderédeVioleta—prosiguióelgitano—.Unanoche,enunióndedoso
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trescompañeros,penetréenlacasitadeMeudonenquevivíalaniña.Violetaestabaal cuidado de una mujer llamada Simona. Para que no pudiera denunciarme, meapoderétambiéndeella.LuegolashicepartirhaciaBorgoñayyoquedéenParísparajuzgarelefectodemivenganza.Fueterrible.PoralgunosdíastemíqueClaudiosemoriríadepesar.Felizmenteserestablecióydejándoloencompañíadesudolor,meuníamicompañía.TeníamiideaacercadeVioleta.
—¿Quéqueríashacerdeella?—Unaramera,paraentregarla luegoaunseñorcualquiera.Entoncesmehabría
presentadoaClaudioparadecirle:«Mehasrobadoamishijasyyoteherobadoalatuya.Convertistea lasmíasencristianasyyoa la tuyaenramera».Dichoesto lehabría matado. El azar pareció favorecer este plan. Cuando Violeta me parecióhallarseensazónparaservendida,meencaminéhaciaParís.EnOrleáns,endondepermanecíalgúntiempo,viqueionpoderososeñorrondabaentornodelapequeña.Me informé y supe que aquel hombre era el duque de Guisa, es decir, el máspoderoso señor de este país. Vine, pues, a París y mi buena estrella hizo queencontrase al duque en las puertas de la ciudad.Lo vimás enamorado que nunca;convine un buen precio con él, lo cual nomedesbarataba el negocio y entregué aVioleta.Peroapartirdeaquel instante, lascosasempezaronaenredarseporqueenvezdeentregarlapequeñaalduquedeGuisa,oslaentreguéavos.
—¿Lolamentasacaso?—No lo sé —dijo Belgodere con ligera vacilación—. Mi plan estaba bien
combinado. Más todo ha cambiado. He aquí mi historia. Ahora os toca cumplirvuestrapalabra.Meprometisteisunahermosavenganza.
—Violetaestáenelfondodeuncalabozo.¿Acasoestonotebasta?—Adecirverdad,no,señora.—Puesbien,¿quédiríaissiyoquisierahacerahorcaraVioletaante losojosde
ClaudiodeigualmodocomoésteahorcóaMagdaantetusojos?UnaterriblesonrisasedibujóenloslabiosdeBelgodere.—Ahorcadayquemada—insistióFausta.—¡Oh!¿YClaudioloverá?—Sí.—¿YpodréestaralladodeClaudio?—Estarásasulado.—¿Ypodréhablarle?¿Podréobligarloamirar?¿Podrédecirlequehesidoyoel
quelerobóasuhijayelquelahaentregadoalpueblo?—Estarásasuladoypodrásdecirleloquequieras.—¡Porelinfierno!—exclamóBelgodere—,nuncahabríaimaginadotanhermosa
venganza.—Puesbien,escucha.Mañanaporlamañana,alasdiez,enlaplazadelaGrève,
serán ahorcadas y quemadas dosmuchachas jóvenes. Su crimen es ser hijas de unpadre que antes profesaba la religión romana y que luego adoptó otra. Pero poco
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importa.Estehombrese llamabaFourcaudymurióen lacárcel.Mañanaelpuebloejecutará a esas dosmuchachas.Ahora bien, ¿sabes lo que hicimos en laBastilla?HemoslibertadoaunadelasFourcaudes.
—Sí,laqueyocondujealaabadía—exclamóBelgodere.—Sí,yensulugarhemos…—DejadoaVioleta—rugióBelgodere—.¡PorDios,esmagnífico!¡Québienhice
entrandoavuestroservicio!YBelgoderecontemplóadmiradoaFausta.—Así,pues—dijoriéndose—,mañanaporlamañana,alasdiez,ahorcaránenla
plazadelaGrèvealasdosmuchachas.Violetavaamorirantesumismopadre.—Sí,antesupadre—murmuróFaustaestremeciéndose.—¿Yquiénserálaotra?—MagdalenaFourcaudyJuanaFourcaud.Heaquí lasquemorirán.Magdalena
serálamisma,peroenvezdeJuanaestaráVioleta.Belgodereselevantó,dioalgunospasosymurmuróensulenguaalgunaspalabras
quedebíanserimprecacionesdeterriblealegría.Deprontosedetuvo.—¿PeroyClaudio?—dijo—.¿Cómoloverá?Porqueesoeslomásimportante.
¿Cómoleavisaré?Porquequieroavisarleyomismo.—Bueno,escúchame.MañanaporlamañanairásalaplazadelaGrève.Cuando
veasa lamultitudreunidayoigassusgritosque tedaránaentenderque llegan lascondenadas,entrarásen lacercanacasaqueseencuentraa la izquierdade laplazavolviendolaespaldaalrío.
—Laterceracasa;perfectamente.—Nopodrás engañarte.En todas lasventanashabrágente, a excepcióndeesta
casaqueparecerállevarlutoporlascondenadas.Encuantohayasentrado,solicitaráshablarconelpríncipeFarnesio.
—¿Quiénes?—preguntóClaudio.—¿Quéimporta?Teconduciránanteélyesprobablequetehaganentrarenuna
granhabitación,cuyaventanadaalaplazadelaGrève.—¿PeroyClaudio?—ClaudioestaráalladodesuamigoFarnesio.—Nocomprendo—dijoBelgoderemoviendolacabeza—.Nocomprendoqueun
exverdugoseaamigodeunpríncipe.No importa, iréyobrarécomomedecís.¿Yluegoquéharé?
—Si,comoloespero,elpríncipeFarnesioestáenlacasayconélmaeseClaudio,si tehallasconellosenelmomentoenquelasFourcaudesentrenenlaplazade laGrève,elrestoteconcierne.
—Pero—observóelgitanoqueconapasionadointerésescuchabaestosdetalles—.¿YsinoestáelpríncipeFarnesiooClaudio?
—Estaránlosdos.—¿Ysinoquierendejarmeentrar?
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—Dirás que eres el hombre esperado por el príncipe Farnesio a las diez de lamañana.
—¿Meesperarán?—dijoelgitanoestupefacto.—Sí,teesperaránlosdos.Yaves,pues,queporhaberseretardado,tuvenganza
noesmenoscompleta.Vetemañanapor lamañana,podrásmostraraClaudioa suhijaVioletaenlahoguera.
Belgodere, dando un ronco gruñido, salió apresuradamente de la casa de laprincesaFausta.SedirigióenseguidahacialaplazadelaGrève.Lanocheeraoscura,peroa la luzdealgunasantorchas,unoscuantosobreros llevabanacabouna tareasingular.Elgitanolosexaminódurantealgunosminutos.
—Lasdoshogueras—sedijo.En efecto, aquellos obreros eran los ayudantes del verdugo de París. Y aquel
montón de maderos y ramas secas que hacinaban alrededor del poste, eran lashoguerasdestinadasalasFourcaudes.
DespuésdelasalidadeBelgodere,Faustaempezóaescribirlosiguiente:
Vuestra rebeliónmerecía un castigo y por esta razón os he infligido unsufrimientoproporcionadoa la falta.Yaquevuestra rebeliónha tenidoporcausavuestrahija,hequeridotambiénqueelcastigovinieradeella.Porestoos dije que estaba muerta. Pero, como sois mi discípulo muy amado, noquiero prolongar el castigo. Cardenal, sabed que Violeta no hamuerto. Siqueréisverla,idmañanaavuestracasadelaplazadelaGrèveyalhombrequeiráaverosantesdelasdiez,pedidlequeosenseñeavuestrahijayoslamostrará.
Vuestraafectísimaqueesperaregreséis.Fausta
Unmensajeropartióenseguidaparallevarlacartaasudestino.EntoncesFausta,dejandocaerenlamanosucansadacabeza,murmuró:
—He conseguido herir a Farnesio. ¿Pero cómo herir a Pardaillán antes deentregarlo a Guisa? El padre asistirá al suplicio, ¿por qué no asistirá también elamante?
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XXXIII-Lamujerguerrera
FAUSTA PERMANECIÓ INMÓVIL durante largo rato y en extremo pensativa.Hastaaquelmomentohabíaluchadoconlapasión.Dueñadesussentimientos,habíadespreciadolasprimerasadvertenciasdelamor,peroalasazónhallábasedominadacompletamente por este sentimiento y en vano luchaba para desprenderse de él.Entoncestratóderazonar.
«Tal vez» —se dijo— «estoy celosa, de lo cual podré curarme con relativafacilidad.¡Celosa!¿Dequién?¿Delagitana,delahijadeFarnesio?Malditoseaeldíaenqueloconocí.Perobueno,laoperaciónvaacurarme.Violetamorirámañanayunavezmuerta¿quécelospodrétener?»
Suprimidalacausadeloscelos,Faustaseimaginabapodervencerelamor.Pero mientras formaba estos proyectos comprendió que no le sería posible
desterrarelamorquesentíaporPardaillán.«Loamodesdehacemuchotiempo»—dijo—,«yunavezmuertaVioleta,seguiré
amándolo».—Mi querida soberana —murmuró en aquel momento Myrthis—, estáis muy
pálidayesmuytarde;¿noqueréisirosadescansar?Fausta levantó la cabeza. Su mirada hízose más dulce y haciendo un gesto
despidióalacriada,que,sinlamenorvacilación,seapresuróaobedecer.Unavezsola,Faustaseentregódenuevoasusmeditaciones.«Amo»—dijo—.«Nohaylamenordudadeello.Porespantosoqueseaparamí,
nadapuedohacerqueasínosea.AmoaesePardaillán,yoquesiempremeburlédelamor que me ofrecían los más apuestos nobles de Roma,Milán y Florencia. Portodaspartes endondehepasado,heprovocadopasiones.Cuandomiro trasdemíveounaesteladeamoryyo,quenoheamadonunca,meveoheridaamivez.Amoaesehombrequehaosadomirarmecaraacara.Peronodeboamarlo.EsunapruebaquemeimponeDios,ydeelladebosalirvictoriosa.Unalmacomolamía,nosehahecho para las pasiones ordinarias. Amaré a ese hombre mientras viva y, por lotanto,hademorir.Unavezmuertoloamaréaúntalvez,peroyanoquedaráenmímásqueelmelancólicorecuerdodeunmalpasadoycuradopormipropiavoluntad.Pardaillánmoriráyparaqueeltriunfosobremíseacompleto,esprecisoqueyoenpersonalomate».
Acabandodedecirestaspalabras,selevantó,añadiendoluego:«Esprecisoqueyopuedatenerloantemiespadayquepormíseavencido.Tal
vezeldesdéndesuderrotaahogaráenmíhastaelrecuerdodelamor.Delaprueba,mi alma debe salir más invulnerable, como el acero después de haber sidotemplado».
La palabra acero cambió el orden de sus ideas, y desenvainando la espada, laexaminó atentamente. A la sazón, ya tranquila, sonreía. Dobló el acero entre susmanos,yentonceslahojaserompióendostrozos:
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«Cuandosevaa lucharcontraunPardaillán»—murmuró—«es necesariounarmasólida.Mimanoestáacostumbradaalasespadaspesadas;elespañolMoliname proporcionó las espadas pesadas más sólidas y mejor templadas del mundo;Vanucci,deFlorencia,meenseñóelartedelaesgrima,ydosestocadasquesiemprecausanlamuertedelcontrario.Tengoprincipalmenteelinvulnerablevalordequiensabequesumisiónnoestácumplida,yquenopuedemoriraún.Yonopuedomoriry,porlotanto,Pardaillánseráelquepierdalavida».
Entonces pasó a una sala vecina.Era la sala de armas de aquel palacio en queFaustahabíaorganizadosuexistenciadelmodocomolohabíahechoenRomayportodaspartesdondeiba.Enlosmuroshabíaespadasdetodasformas,puñalesdetodasdimensiones, hojas anchas y delgadas y otras triangulares y agudas. Algunas enformadeserpiente,otrascondientesdesierra,esdecir,armasmortalesquecausabanheridasincurables.
Fausta pasó revista a todas ellas. Eligió una espada delgada y larga, flexible ysólidaalmismotiempo,quesurgíadeunaguardamuyancha,capazdeproteger lamanoyelbrazo.Laprobóparaasegurarsedequenoeraprecisoaguzar lapuntayporfinlaciñóasucintura.
Entonces se cubrió los hombros con una capa, el rostro con un antifaz deterciopeloylacabezaconunsombrerodefieltro.Dirigióunamiradaasureloj,queseñalabalastresdelamadrugada.
—Prontonaceráeldía—exclamó—.Yaestiempo.Diotressilbidosconunpitodeplataquesiemprellevabasuspendidodelcuelloy
aparecióunhombre.—Vamosdeexpedición—dijo.—¿Cuántoshombresdeescolta?—Vossolo.—¿Conquéarmas?—Sinninguna,porquevosnoosbatiréis.Sin hacer la más pequeña observación, el hombre dejó sobre la mesa las dos
pistolas que llevaba en el cinto, y quitándose la espada, la colgó al lado de lasrestantes.
EntoncesFaustasalióapiedelpalacio,seguidaporaquelhombredesarmado.LascallesdeParísestabanoscurastodavíaylasoledaderaabsolutaporquetodos
lostruhaneshallábanseyaensusguaridas.Ladébilluzenelfirmamento,anunciabala proximidad de la aurora. Fausta andaba con paso rápido y ligero. Durante elcamino dio instrucciones a su compañero y por mucha que fuese la autoridad deFaustayabsolutalaobedienciadetodoslosquelaservían,sindudalasinstruccionesdebíanserextrañas,porqueelhombrenopudocontenerungestodesorpresa,sibiencontenidoinmediatamente.
Cuando llegaronante laposadade«LaAdivinadora», eldíaempezabaanacer.Faustasedetuvoenlacalle.Elhombrelamirólargoratocomosi,vacilandotodavía,
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quisierapedirlaconfirmacióndelasórdenesrecibidas.—Id—dijosencillamenteFausta.Entonceselhombregolpeóvariasvecesconelllamadordelapuerta.El caballero de Pardaillán dormía profundamente, cuando un criado fue a
despertarle diciéndole que un extranjero, a pesar de la hora intempestiva, queríahablarlesindemora.Añadióque,habiendoobservado losalrededoresde laposada,no había visto nada sospechoso, y que, por fin, el extranjero estaba solo y no ibaarmado.Pardaillánobjetóquehabía tomadolacostumbrededormirpor lanocheyquehallabamuydesagradableelserdespertadoenunmomentoenquesoñabaunacosamuyagradable,yañadió:
—Sabe, amigo, que sólo me levantaría a esta hora, por dos cosas igualmenterespetables. Para recibir a unamujer honrada o para batirme con un enemigo quetuvieraprisa.
YPardaillánsevolviódeespaldasamenazandoconecharporlaventanaalcriadosileimpedíacontinuarelsueñoenelmismopuntoenquelohabíainterrumpido.
—Señorcaballero—dijounavoz—.Sinoesparalosdosmotivosindicadosporvos,porlomenosvenimosadespertarosporunodeellos.
Pardaillánsevolvió,eincorporándose,divisóalintrusoquehabiendoseguidoallacayofuetestigodesucoloquio.
—¡Caramba!¿Acasoquierevermealgunadama?Elincógnitoguardósilencio.—¿Es,pues,alguienquequierepartirmeendosantesdelaaurora?Elhombreseinclinósincontestar.—Perfectamente—dijo entonces Pardaillán, que había resuelto no asombrarse
pornada—.Dentrodediezminutossoyconvos.Ysevistióapresuradamentesilbandounairedecaza.Luegociñó subuena espada,bajó a la salade laposadaydistinguió almismo
desconocido, que le rogó cortésmente acompañarlo hasta la calle. El caballeroobedeció a esta invitación, asegurándose con rápidamirada de que la calle estabaperfectamente desierta. El hombre esperó a que el criado de «La Adivinadora»hubiesecerradolapuertayentonces,volviéndosehaciaPardaillán,sedescubrióyledijo:
—¿Sois,efectivamente,elcaballerodePardaillán?—Encarneyhueso,caballero,¿yvos?—Yo,señorcaballero,soyescuderodeunseñorquedeseaguardarelincógnito.
En nombre de mi amo, vengo a desafiarlos y a declararos cobarde y felón si noaceptáiseldesafío.
Pardaillánseechóareír.—¡Porloscuernosdeldiablo!—dijo—.Podríacontestaros,señorescudero,que
escostumbreenlosdesafíoselsaber,porlomenos,elnombredelenemigo.—Miamoosdirásunombrecuandooshayatendidoenelsueloynopodáis,por
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consiguiente,irarepetirloapartealguna.—¡Oh!—pensóPardaillán—.¿AcasoseráelduquedeGuisaquequierehacerme
elhonordecruzar suaceroconelmío?Perono; siGuisasupieramialbergue,mehabríahechoprenderydardepuñaladasoporlomenosmemandaríaapudrirmeenalguna mazmorra. Tal vez es Bussi-Leclerc que busca el desquite. Pero ¿por quéocultaríasunombre?
Deprontopalidecióyunasonrisacrispósuslabios:—¿SeráMaurevert?Yconvozalteradayroncadijo:—¿Dóndeestátuamo?Aceptosudesafío.En elmomento en que pronunciaba estas palabras, se destacó de la pared una
sombrayavanzóhaciaPardaillánehizoseña,alquedijosersuescudero.Éste,sindecirunapalabra,saludóalcaballero,seinclinóanteelreciénllegadoy
sinvolverlacabezasemarchó,desapareciendoalolejos.Pardaillányeldesconocidoquedaronsolos.Elcaballerodirigióardientemiradaasuinterlocutor.
—Noesél—murmuró—.Enrealidad,mehabríaasombradodequelofuera.Su extraño adversario parecía ser un joven de unos veinte años en el que se
adivinabalafuerzanerviosayágildeunseracostumbradoalosejerciciosfísicos.—Señor—dijo entonces el caballero con aquel aire de indiferencia que le era
peculiar—.Nohabéisqueridodecirmevuestronombreyaunqueelloseacontra lascostumbresdelduelo,noinsistoparaconocerlo;ocultáisvuestrorostroconunantifazyquierotambiénrespetarvuestravoluntaddeserdesconocidoparamí.Esciertoquetengo laesperanzadesaberquiénsois,unavezquemehayáis tendidoenel suelo.Estoespor lomenos loquemehadichovuestroescudero.Pero,enfin,¿nopodrésaberporquéqueréismatarme?
Mientrashablabanodejabadeobservaratentamenteasudesconocido,pero,porunaparte,laoscuridadreinante,yporotralasprecaucionesquesuadversariohabíatomadoparaimpedirlo,nopermitieronalcaballerodescubrirnadaquecondujeraalaidentificacióndeseada.
Pardaillánesperabareconoceraldesconocidoporlavoz,peroéstesólocontestódesenvainandolaespada.Elcaballerosaludóydesenvainóasuvez.
—Caballero—continuó—, antes de empezar el duelo os ruego tener en cuentaquetengotodaclasederazonesparapermanecerocultoenParís;apesardeellonohevaciladounmomentoenacudiravuestracita.Además,mehabéisinterrumpidoelsueño, cosa que me pondrá de mal humor para todo el día. En pago de tantasdeferencias,podríaishacermeunfavor.Noosconozcoyvos,encambio,parecequemeconocéis. ¿Podríaisdecirme,por lomenos, cómooshabéis enteradodequeyopasaba la noche en «La Adivinadora»? Ya sé que intentáis vencerme, pero si miestrella quisiera que no me matarais, tendría grandísimo interés en saber por quémediohabéisconocidomiretiro.¿Queréisdecírmelo?
Portodarespuestaeldesconocidosepusoenguardia.
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—No sois cortés, caballero —dijo Pardaillán— y sintiéndolo mucho me veréobligadoa arrancaros el antifazpara saber conquiénme lashe.Defendeosbieny,sobre todo, guardad vuestro rostro, porque os prometo no dirigir estocadas a otraparte.
Hacía ya algunos instantes que se entrechocaban las espadas. Desde el primermomento,Pardaillánsintiógransorpresa.Habíasebatidoincontablesvecesyconocíaelmododeesgrimirdelosespadachinesmásfamososdelreino.Peroalasazón,teníaanteélauntemibleadversario.Nuncahabíaencontradomuñecamásfirme,espadamáságilypunta,másamenazadora.Probódedesarmaraldesconocido,perono lefue posible. De pronto el incógnito caballero tendió el brazo y Pardaillán se vioobligadoadarunsaltoatrás.
—Os felicito —dijo el caballero—, con tal estocada teníais todas lasprobabilidadesdematarme,menosuna,yéstaesprecisamentelaquemesalva.
Asuvezatacóyquizáconsuprofundoconocimientodelaesgrimahallódosotresocasionesparaherirelpechodesuadversario.Perocomohabíadichoquesóloatacaríaelrostro,quisocumplirsupalabra.
Laluzdeldíaibaenaumento.Algunasventanasempezabanaabrirseyporellasasomaban algunas cabezas llenas de curiosidad. Nomanifestaban, sin embargo, elmenor espanto, porque era cosamuy corriente que dos hidalgos, después de haberpasadolanocheenalguna tabernademalareputación,sedesafiaranpor lamañanapor los hermosos ojos de alguna doncella. De pronto los espectadores seestremecieron; uno de los combatientes acababa de proferir un grito terrible comohombreheridomortalmente.Peroningunodelosdoscayó.
Elquehabíadadoelgritoeraeldesconocido.Pardaillán,despuésdeunaseriedeataques combinados con arte superior, consiguió tocarlo en la frente, y al retirar elbrazologróhacercaerelantifaz.
—¡Unamujer!—exclamóestupefacto.Y acto seguido bajó la punta de la espada. El antifaz negro cayó al suelo y
Pardaillán lo miró algunos instantes pensativo. Luego, dirigiendo la mirada a suadversario,lereconocióenseguidaysesintióinmediatamenteasusanchas.
Faustateníaenlafrenteunamanchitaroja.Levantólacabezaalcielocomoparamostrarlaapesardequelaheridaeramuypocacosa.Talvezpensóquelaheridanosólohabríadesgarradolapieldesufrente,sinotambiénalgoinmaterialenella:lafe.
Sí,laheridahabíalarecibidoenrealidadensufeabsolutaenlamisiónqueselehabíaencomendado.Sucreenciarecibíalaprimeraconmoción.
Pardaillán, con tranquilo gesto, levantó la espada, retrocedió tres pasos ydescubriéndosedijo:
—Dehaber sabidoque tenía el honorde cruzarmi acero con el de la princesaFausta,osaseguro,señora,quemehabríadejadotocar.
Faustaledirigióunamiradaterribleyconvozroncaledijo:—Defendeos.
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Pardaillánenvainólaespada.Ellaseprecipitócontraél, furiosadeamoryodioexclamando:
—Defiéndeteotemato.Pardaillánsecruzódebrazos.EntoncesFaustasesintiósobrecogidadeunataque
de locura y cogiendo la espada por lamitad de la hoja, dirigió la punta contra elcaballero, Pardaillán, en aquelmomento, cogió la espada con rápido gesto, y se laquitó dejando así desarmada a Fausta, que dio otro grito de rabia semejante alprimero.
Pardaillán tomó entonces la espada de Fausta por la punta y presentando laempuñaduradijohaciendounareverencia:
—Señora,notengoenelmundootrosbienesquemipobrevida,alacualprofesotodavía cierta estimación. Excusadme, pues, por defenderla, y perdonadme porhabermevistoobligadoahacercorrerlaslágrimaspreciosasqueveoenvuestrosojospornohaberpodidoderramarmisangre.
—¡Oh,demonio!—exclamóellaentresollozos—.Mehasvencidodosveces,enmi corazón y en mis armas. No creas por esto haber conseguido el triunfo. TearrancarédemicorazónconmifuerzadevoluntadyencuantoatupersonasiempreestarálaplazadelaGrèveparavengarme.
Elcaballeroapenasentendióelsentidodeestaspalabras.Dejandolaespadaalospies de Fausta retrocedió, pero la joven, llena de ira, cogió el arma y la rompió.Tranquilizándoseentoncesporunesfuerzodevoluntaddijoconcalmaasombrosa:
—Adiós,omásbiendicho,hastalavista.EsperoveroshoyalasdiezenlaplazadelaGrève.
—¡La plaza de laGrève!—murmuró Pardaillán en elmomento en que ella sealejaba—.Es la segundavezquemehabladeello. ¿Acasoquieredarmeunacita?¿Seráunlazo?Porloscuernosdeldiablo,soisalgosemejantealduquedeGuisa,quese muere de ganas por meterme en la Bastilla o en otra mazmorra más profundatodavía.Meparecequehallegadoelmomentodeabrirlosojosy,paraempezar,Voyamarcharmesinperdertiempode«LaAdivinadora».
PorlaesquinadelacalledesaparecióFaustaandandocontranquilopaso,cualsino hubiera experimentado ninguna emoción, como si no hubiera sido vencida yhumilladaenuncombateenquecreyeraobtenerlamáscompletavictoria.
Pardaillánlamiróhastaquedejódeservisible.Entoncesseinclinó,cogiólosdostrozosdelaespadaylosexaminó:
—¡Caramba!—murmuró—.Esunahojade los talleresdeMilán.Laverdadesque esa endiablada princesa la manejaba muy bien. Podría dar lecciones a maeseLeclercenpersona.LaplazadelaGrève,alasdiez,¿quéquerrádecir?
A la sazón era ya completamente de día. Pardaillán llamó en la puerta de «LaAdivinadora», aún cerrada, y habiendo entrado en la hostería se dirigió hacia lahabitaciónqueocupabaelduquedeAngulema.
—Esprecisomarcharnosinmediatamente—dijo—.Ayercreíamosquelaestancia
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enelpalacionoerasegurayporloqueseveahora,menosloestodavíaestaposada.¡Perocómo!¿Yaestáis levantado,príncipe?¡Perosinooshabéisacostado!Habéishecho mal, porque puedo aseguraros que las camas de «La Adivinadora» sonexcelentes.Lasconozcomuybien,pero¿quéeseso?¿Porquéestáaquíestapistolacargada?
Carlosestabapálidoytenía losojosenrojecidos.Pusolamanosobre lapistola.Eraevidentequehabíapasadolanochellorando.
—¿Queréismorir?—preguntóPardaillán.—Sí—contestósencillamenteCarlos.—Heaquíunaideaquenosemehabríaocurridonunca—continuóelcaballero
—.¿Porquémorir?¡Ah,sí,porqueellahamuerto!ConozcoenOrleánsunapobremujer que ha sufrido mucho. Vuestra señora madre—continuó el caballero— noesperalanoticiaquemeveréobligadoallevarle,porqueseránecesarioqueyovayayle diga: «Señora, habéis llorado mucho en vuestra vida; amabais a un hombremaldito por muchas gentes. Consagrasteis, vuestra vida entera a consolar aldesgraciadorey.Lovisteisperecerlentamente,porquelosasesinosdesangrereallomataron casi en vuestros brazos. Sí, señora, habéis sufridomucho y si fueraismimadretrataríadepagarosvuestraspenasconalegrías».
—¡Pardaillán!—exclamóeljovenduque.—«Felizmente, señora, teníais un consuelo. Teníais un hijo de noble corazón
comoelvuestro.Eravuestroorgulloyvuestraesperanza,perotodoello,señora,yanoexiste.Vos,quepasasteis la juventud llorando,pasaréisde igualmodo lavejez.Vuestro consuelo, vuestra esperanza y vuestro orgullo ya no existen.Monseñor elduque de Angulema no ha querido vivir para vos. El primer pesar con que hatropezadohaagotadosuvalor,ysehadadomuerteporquehadejadodeexistirunajoven».
—¡Oh!—exclamóCarlosoprimiendoconvulsívamentelaculatadesupistola—.¿Creéisacasoquenohepensadoenmimadre?Pardaillán,siahoraestoyvivoaún,esporquelaimagendemimadresehainterpuestoentremíylabocadelapistola.Perosufrodemasiado,caballero.Lavidaentalescondicionesnoessoportableyporestarazónladejo.
—¿Estáisresuelto?—Irrevocablemente—contestó Carlos con firmeza—. Pardaillán, despedíos de
mí.—Conmuchogusto—dijoPardaillánvigilandoatentamentelosmovimientosdel
joven—.¿Peroporquédiablostenéistantaprisa?Creohabersidoparavosunamigofiel.¿Ysiamiveztuvieranecesidaddevos?Apeloavuestraamistad.Hededecirosquehabéiscontraídounadeudaconmigoyqueahoraosexijoquemedevolváisunaadhesiónquenuncaosheregateado.
—Hablad,caballero;estoypronto.—Estáisapuntodemataros.Pormipartemeveoacorralado,ytalvezexpuestoa
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caer en manos de mis enemigos; no obstante, vos me contestáis tranquilamente:«Amigo, arréglate como puedas. Mi vida es insoportable y voy a matarme»…Muchasgracias.
—¿Quéqueréisdemí?—Muypocacosa;queesperéisamañanaparadespedirosdemí.CarlosdejósobrelamesalapistolayPardaillánseapoderódeellaconviveza.—Caballero—dijoelduquedeAngulema—.Comprendoelesfuerzoqueintenta
vuestra amistad. Esperáis que ganando tiempo lograréis disuadirme de mideterminación.Desengañaos,caballero.YoamabaaVioleta…
Yunsollozooprimiólagargantadeljoven.—Amaba a Violeta —prosiguió con creciente exaltación—, pero no podéis
haceroscargode loqueestosignifica,porque talveznohabéisamadonunca.Ellosignifica,Pardaillán,quehabíadedicadomialmaymividaenterasaellasola,¿mecomprendéis?Y,porlotanto,sumuerteeslamía.¿Veis,pues,cuálesmisituación?¿Yaúnmeproponéisquevivaalgunashorasmás?No,caballero,hedemorirahoramismo.
Pardaillánsintióqueseapoderabadeélunaprofundaemoción.ComprendíaqueCarlos,enelparoxismodesudolor,ibaamatarseyquenadapodríasalvarlo.
—Amigomío—murmuró con temblorosa voz—, vivid pormí, que sólo estoyligadoalavidaporelodioyquedesdequeosconozcomesientounidoaellaporelafectoqueosprofeso.
Carlosmoviólacabezaysumiradasefijóenlapistola.—¿Noqueréisrenunciaravuestrafataldeterminación?Losdoshombressemiraron.Todohabíaterminado.Pardaillán era un hombre sobrado enamorado de la independencia, un amigo
demasiadoseguro,paratratardeoponerseporlafuerzaalaresolucióndesuamigo.BuscabalarazónconvincenteyelargumentoquepodíadesarmaraCarlos,pero
nolosencontraba.—¡Adiós,Pardaillán!—dijoCarlosconvozfirme.EnaquelmomentotrágicoseabriólapuertayPicuicentrógritando:—Monseñor,yalohemosencontrado.¡Yaestáaquí!—¿Quiénhavuelto?—gritóPardaillánesperanzadoypensandoquetalvezalgún
acontecimiento imprevistopodríadesviarel intentodeCarlos—.¿Quiénhavuelto?¿Quiénestáahí?
—¡Yo!—contestóunavozprofundaylúgubre.YaparecióGraznido,mientrasPardaillánhacíaungestodedesencanto.—Yo—continuóGraznido inclinándose—.Yo, que a través demil peligros he
descubiertoelsecretodelaabadíadeMontmartre.Yo,queestanochehevistoraptaralapobreVioletay…
DoblegritodealegríadeliranteinterrumpiólaspalabrasdeGraznido.PardaillányCarlos saltaron a la vez hacia él. Lo hicieron entrar en la estancia, mientras el
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desgraciado, sofocado por la presión de las manos de los dos amigos, estabapersuadidodequeibaarecibirunapalizacompañeradelaquelehabíaadministradoBelgodereyenvanotratabadepedirperdón.
—¿Quéhasdicho?—exclamóCarlosmáslívidoanteaquellaesperanzaqueantelamuerte.
—¿HasvistoaVioletaestanoche?—preguntóPardaillán.—Sí—contestóGraznidodandounsuspiro—.Perdón,señores,notengoninguna
culpa…—¿Viva?—preguntóCarlossintiéndosemorir.—Claro—exclamóGraznidoasombrado.Carlos se tambaleó dando un suspiro de alegría. Su mirada volvióse hacia
Pardaillán,elcual,cogiendolapistola,laapoyóenlasiendeGraznido,quesepusoverde,sintiendoqueseledoblabanlaspiernas.
—Escucha—dijo Pardaillán con terrible calma—.Di la verdad y no trates deengañamos, porque, de lo contrario, te abraso el cerebro. ¿Dices que has visto aVioleta?¿Lacantante?¿Estásseguro?
—Estanoche,lojuro,hacepocashoras.—¿Viva?—Muyviva.—¿Estásseguro?¿Noteengañaráalgúnextraordinarioparecido?¿EraVioleta?—¡Caramba!Meparecequehacemuchosañosquelaconozco.Pardaillán tiró la pistola a un rincón y se volvió hacia Carlos, que sonreía
extasiado, murmuró algunas palabras y por fin, abriendo los brazos, cayódesvanecido. Sin embargo, a los pocos momentos había vuelto en sí. EntoncesGraznidotuvoquesufrirunverdaderoaluvióndepreguntas,ydesuscontestacionesresultóqueVioletahabíasidoraptadadelaabadíadeMontmartreyconducidaaotraprisión.
Carlos,atentoalaspalabrasdeGraznido,loescuchabacomosifueraunMesías.Porcentésimavez,Graznidocontócómohabíavistoagentesdemalaspectoycómofranqueó el recinto que había en el jardín de la abadía y que allí, intrigado y noescuchando más que su valor, las había seguido; luego cómo habiendo logradoencaramarsesobreeltechodelacasita,sedeslizóhaciaunsobradillodedondepudoobservar el interior y ver a Violeta prisionera, guardada de vista por siete u ochohombresarmadoshastalosdientes.
—Entonces—prosiguió—esperélanoche,puesteníaunaideayestabadecididoasalvaraVioleta.
—¡Bravo,Graznido!—exclamóCarlos—.Tomaestabolsa.—Gracias, monseñor. Así, pues, en cuanto vi dormidos a los guardianes de
Violeta,graciasasusabundanteslibaciones,porqueaquellosmiserablessebebieronnosécuántasbotellas,mientrasyomemoríadesedenelsobradillo,bajéymedirigíhacialapuertadelahabitaciónenqueestabaVioleta.Peroprecisamentecuandoibaa
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abrir entraron cinco o seis esbirros más, los cuales despertaron a los primerosdiciéndoles que era necesario transportar a la prisionera a otro lugar que nonombraron. Entonces quise esconderme, pero era demasiado tarde, porque ya mehabíanvistoytodossearrojaronsobremíconespadasdesenvainadas.Aúnconservolasseñales,mirad.
YGraznido, levantando lasmangas de su traje,mostró, en efecto, lasmanchasnegruzcasqueenlosbrazostenía.
—Peroesonosongolpesdadosconespadas—observóelcaballero—.Másbienparecengarrotazos.
GraznidohizounamuecaintraduciblepensandoenlatrancadeBelgodere,perorecobrandosuaplomo,continuó:
—Voy a explicároslo.Gracias ami presencia de espíritu, aquellos bandidos nopudieronalcanzarmeconsusespadas,peroaldefendermetropezóconlosmueblesylasparedesy…yacomprenderéis.
—Sí—dijo fríamente el caballero—.Has sido apaleado por losmuebles y lasparedes.
—Enefecto—dijoGraznidosatisfecho—.Noobstante,sucumbiendoalnúmerodemis enemigos,me vi obligado a emprender la retirada ymientras una parte deellosmeperseguían,losotrossellevabanaVioleta.
—¿Yporquénohasvenidoaavisarnosenseguida?—Recapacitad, señor caballero, queme he batido hasta la salida del sol en la
colina deMontmartre.Tan pronto vencido comovencedor,mehe visto obligado amatar a algunos hasta que por fin he podido poner en fuga a los dos últimosenemigos.EntoncescorríalacalledelosListadosynohallándooshevenidoaquí.
Comoyahabrásupuestoellector,laverdaderamuchomássencilla.DespuésdehabersemarchadoBelgodereyVioleta,Graznidobajódelsobradillo,huyóyocultoenunosmatorralesesperóeldíay laaperturade laspuertasdeParís.Laordendelduque de Guisa prohibía a todos la salida, pero no la entrada, y por esta razónGraznidopudollegarfácilmentehastadondeestabaPardaillán.
SiCarlosdeAngulemayPardaillánprestarononocréditoalrelatodeGraznido,no lo dejaron traslucir. Lo esencial era que Violeta estaba viva. Sobre este puntoGraznidoeramuyafirmativoynohabíamotivoparadudardesupalabra.Pero¿quéhabrían hecho de Violeta? ¿Adónde la habrían llevado? De pronto Pardaillánpalideció.
—¡La plaza de laGrève!—murmuró—. ¿Por qué la endiablada Faustame hacitadoestamañanaenlaplazadelaGrèvealasdiez?¿Acaso?…¡Oh,lainfame!
Ydirigióunamiradaalrelojqueenaquelmomentoseñalabalasnueveymedia.—Enmarcha—dijo—.Duque,armaoshastalosdientesyseguidme.—¿Adóndevamos?—preguntóCarlos.—AlaplazadelaGrève—contestóPardaillánechandoacorrer.
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XXXIV-Losdospadres
BELGODEREacabódepasarlanocheenlaplazadelaGrève,observandolasidasyvenidasdelosayudantesdelverdugoquelevantabanlaspirasyhorcasdestinadasal suplicio deMagdalena y Juana Fourcaud. Consistían en dos horcas como otrascualesquiera,peroalrededordecadaunadeellashabíanamontonadohacesdeleña,metódicamentedispuestos,yencimaalgunostroncosdemaderaseca.
Todoelloformabadoscubosbastanteregulares.Enlacuerdasecolgabaelcondenadoolacondenada.Luegoseincendiabanlos
hacesdeleña.Lasllamassubían,rodeabanelcuerpo,quemabanlacuerdayporfinelcadávercaíasobrelahogueraendondeacababadeconsumirse.
Belgodere asistió, pues, a esos preparativos. Una vez estuvieron dispuestosalrededordelashorcasloscombustiblesparalahoguera,vioquelosmismosobrerosconstruíanunaespaciosatribuna,alaquesesubíaporcuatroescalonescubiertosconuntapiz.
—¿Paraquiéneseseestrado?—preguntóaunodelostrabajadores.—¿Nosabéisque elHijodeDavidy su cortejodebenasistir al supliciode las
Fourcaudes?—¿ElhijodeDavid?¿Yquiéndiabloses?—MonseñordeGuisa—contestódesdeñosamenteelobrero—.¿Dedóndesalís,
buenhombre?Belgodereseechóareír.—Esunloco—sedijoelobreroalejándose.Belgoderenoestabaloco.Tansólopensabalosiguiente:—Vamos,lafiestaserácompleta.GuisaasistiráalsupliciodeVioleta.¡Québien!Entretantollegabaeldía,yamedidaquelaluzinundabalaplaza,éstasellenaba
degente.DetodoslosbarriosdeParísllegabangruposdegentealegreyataviadaconsusmejoresgalasafinde tomarsitioanticipadamente.ComodecíaBelgodere,era,enrealidad,unafiestaquesepreparaba.Porentrelamultitudcirculabanvendedoresdepastelesydehipocrás.Lasgentesestabanmuycontentas.
Hacia las ocho llegóuna compañíade arcabucerosde laLiga, que fue acogidacon aclamaciones, debidas principalmente a la observación de que se acercaba elmomentodelespectáculo.Alasazóncesólaalgazaraylosarquerosevolucionaron.Parte de ellos se colocaron en torno del estrado en queGuisa debía sentarse y losotros fueron a despejar las cercanías de la calle de SanAntonio, o sea por dondedebíanllegarlascondenadas.
Belgodere iba y venía entre la multitud. Sonreía cruelmente por parecerle quetodasaquellasgentesestabanallíparacontemplarsuvenganza.YcuandooíagritarcontralasFourcaudes,parecíalequeloaclamabanaél.
—¡Oh,hijasmías!—pensó—.FlorayStella,hermosaslasdos.¿Aquiénosdaríaelinfameverdugo?¿Porquénoestáisaquíparacontemplarlavenganzadevuestro
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padre?Acercóseentoncesalapartedelaplazacontiguaalrío.Acababadellegarallíuna
litera.Habíasecolocadodemodoquelaspersonasqueconteníapudierancontemplartodalaescena;laplaza,negradegente,másagitadaalasazón,excitadayexasperadaalavistadelospreparativosdelsuplicio;elgranestradorodeadodearquerosylasdoshorcasemergiendodelaspiras.Unaveintenadehombresarmadosdeespadasypuñalesrodeabanaquellaliteracuyascortinillasdecueroestabancorridas.
PoruninstanteseentreabrieronyBelgoderepudodistinguirel interior tapizadode seda blanca.Mostróse una cabeza pálida, que desapareció enseguida. Pero, porrápidaquehubierasidosuaparición,Belgoderelahabíareconocido.
—¡Fausta!—murmuró.En aquel momento resonó en la plaza una fanfarria de trompetas y estallaron
exclamaciones delirantes de alegría; las mujeres agitaron sus manteletas, y loshombressusgorrasysombreros;porlacalledelTempledesembocabaunacuádruplehileradecaballerosconbirretesadornadosdeplumas,jubonesdesedacarmesí,sobreloscualesdestacabaelescudodeGuisa.Loscaballosestabanricamenteenjaezadoscongualdrapasbordadasdeoro; los jinetes levantabanhaciael cielo sus trompetasadornadas con paños en los que estaba también bordado el escudo ducal de losLorenaysuruidosafanfarriaparecíaanunciarlallegadadealgúnreytodopoderoso.
Tras ellos iban los guardias particulares de Enrique de Guisa suntuosamentevestidosconpañodeoroyllevandoalhombrobrillantesalabardas.Luegoseguíaelcapitándeguardiasylosoficialesacaballo.
Y, por fin, solo, en un gran espacio que nadiemás ocupaba, ymontado en unmagnífico alazán cubierto de seda blanca, iba el duque de Guisa, con un mantocarmesí sobre los hombros, las riendas en una mano y el sombrero en la otra,haciendoejecutarasucaballoelegantescorvetasysonriendoa loshombresya lasmujeres,conloquelevantabaasupasograndesexclamacionesdejúbilo.
Tras él iban todos sus hidalgos con los trajes de gala llenos de bordados ycubiertosporcapasdesedadevistososcolores.
Era aquél un magnífico espectáculo. Guisa, resplandeciente, embriagado,saludabaconaltaneragracia,yloshidalgos,pintadosyrizadoscomomujeres,hacíancaracolearsuscaballosbajolalluviadefloresquecaíadelasventanas.
EnriquedeGuisay sushidalgosecharonpiea tierray fuerona sentarseen lossitialespreparadosalefectoenelestradoqueselevantabaantelashorcas.Casienelmismo instante surgieron del fondo de la calle de San Antonio los rugidos de lamultitudalpasodelasdoscondenadasquellevabanalsuplicio.
Entonces Belgodere miró el gran reloj de la casa de los prebostes y vio queseñalabacasilasdiez.
Volviósehacia la casaque le había sido señaladaporFausta.Estaba sombríaymuda,conlasventanasypuertascerradas,cosaquechocabaentrelasdemás,cuyasventanasestabanllenasdemujeresagitandopañuelosoechandoflores.
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—Yaestiempo—sedijoBelgodere.Yencaminándosehacia lacasacerrada, llamóconviolencia.Lapuertaseabrió
enseguida.Apareció un servidor vestidode negroy antes de que el gitanohubieraabiertolaboca,lepreguntóapresuradamente:
—¿VenísdepartedelaprincesaFausta?—Sí—contestóasombradoBelgodere.—Venid,venid.Monseñorosestáesperandocongrandísimaansiedad.—¿Meespera?—sedijoBelgodereestupefacto.Peroyaelservidorlehacíasubirunaanchaescalerayabrióunapuerta.Elgitano
sehallóenlaentradadeunavastasalaenquereinabamuydébilluz.Cerróamediaslosojosyconsuardientemirada recorrió laestancia.VioalpríncipeFarnesioquecon el rostro demudado iba a su encuentro. Luego, divisando en un rincón al exverdugo,sedijo:
—Estáallí.Sí,Claudioestabaallí.DespuésdelpactoquehabíanfirmadoelpríncipeFarnesio
ymaeseClaudiovivíanjuntoso,porlomenos,seveíanatodashorasunidosporsupropósitodemataraFausta.
Cuando Farnesio recibió la noche anterior la carta de Fausta anunciándole queVioleta vivía, Claudio estaba con él. Aquella noche fue interminable para los doshombres, pues alternativamente sentíanse animados o desesperados. Silenciosos ypálidosmirábanseunoaotrosinatreverseaexteriorizarsupensamiento.
Para Claudio, Violeta era un objeto de adoración y la idea de verla de nuevohabíale restado toda su fuerza moral. En cuanto a Farnesio, la vida de Violetarepresentabapara él la posibilidaddeobtener el perdóndeLeonor.Para losdos lavidadeVioletasignificabalavidaparaellostambién.
Encuantonacióeldíasevieronlosdostandemudadosquecasisedieronmiedo.Farnesiofueelprimeroensobreponerseaaquella lasitudmórbiday llamandoauncriadoledioórdenes.
—Esperemos—sedijeronunoaotro.Farnesiosequedóinmóvilconlosbrazoscruzados,entantoqueClaudioempezó
aandar lentamente.Tanpronto lesparecíanaturalísima lacartadeFausta,comoseimaginabanqueerafalsa.Pero¿conquéinteréshabríamentidoFausta?
—Esa mujer nunca miente —dijo Farnesio como contestando a su propiopensamiento.
Transcurrióunbuenratoyelcardenalsedijo:—¿QuiénsabesivendráVioletaenpersona?Claudionooyóestaobservación,probablemente,porquerepitióvariasveces:—¿Quién será esehombrequeva avenir? ¿Dóndey cuándonosmostrará a la
niña?Los rumores que subían de la plaza penetraron por sus oídos sin conseguir
despertarsuatención.Sinembargo,alalarga,ladeFarnesioseconcentróenaquellos
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ruidoscuyaintensidadcrecía.Enlasituaciónanormaldeaquellafebrilespera,llegóaimaginarunamisteriosarelaciónentrelacartadeFaustaylosclamoresqueoía.Fuea la ventana, entreabrió ligeramente los postigos, y apareció laGrève, con las doshorcas, el estrado y la multitud inmensa, todo lo cual constituía un espectáculoterriblequelohizoestremecer.
—¿Aquiénvanaejecutar?—preguntóconciertaalarma.Claudioquedóseunmomentohorrorizadoalcomprenderlaideaqueatravesabael
cerebrodeFarnesio,peroungritorecogidoporlamultitudlehizorecordarelnombredelasvíctimasyentoncessonrió.
—Tranquilizaos—dijo—.Yameacuerdo.VanaahorcaralasFourcaudes.—¿LashijasdelprocuradorFourcaud?—Sí,JuanayMagdalena.—¿Cómosabéissusnombres?—preguntóFarnesio.—Todoelmundolosabe—contestóClaudio.Yenvozbaja,yconmayorpalidez,elverdugomurmuró:—¡JuanayMagdalena! ¡Las hijas deFourcaud! ¡DeFourcaud! ¡Ay! ¿Podía yo
preverlocuando…?Unaldabonazoenlapuertadelacalleinterrumpiósusoliloquio.—Yaestáaquí—dijoFarnesioconapagadavoz.Claudionodijonada,perosusojossefijaronenlapuerta.Entoncesseoyófuera
uninmensoaullido:—¡Miradlas,miradlas!¡LasFourcaudes!Los dos ocupantes de la casa no oyeron aquel furor fúnebre que se
desencadenaba… Sólo tenían oídos para los pasos precipitados del que subía laescalera, del que iba a mostrarles a Violeta viva y que se la devolvería sin duda.Farnesio,llenodeansiedadespantosa,sedirigióhacialapuerta.
Claudioquisoprecipitarse tambiéna ella,peroenaquelmomento seabrióyelantiguoverdugosequedóclavadoenelsitioconloscabelloserizados.
¿No se volvía loco? En aquelmomento en que el recuerdo deVioleta hubieradebidollenarsuespíritu,nopensóenella,sinoquesedijo:
—¡Él!ÉlprecisamenteenelmismoinstanteenquelasFourcaudesvanasubiralpatíbulo.¡Oh,fatalidad!
Y retrocedió como ante un espectro que fuera a pedirle cuentas terribles.Retrocedió con extraña e incomprensible timidez, humildemente y con la cabezaagobiadaporalgúnpensamientoterrible.
FarnesioreconocióenseguidaalgitanoaquienhablaraenlaplazadelaGrèveyalquedieralaordendeconducirasuhijaVioletaalpalaciodeFausta.
¿NoeraellounapruebaciertadequeFaustanohabíamentido?ElgitanodebíasaberdóndeestabaVioleta.FarnesiodioungritodealegríaycogiendoelbrazodeBelgoderebalbució:
—¿Mihija?¿Dóndeestámihija?
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—¿Suhija?—exclamóelgitano—.¿Estarálocoéste?EnaquelinstantedivisóamaeseClaudio,ydesprendiéndoseconbrusquedadde
lamanodeFarnesio,sedirigióalexverdugo.Ésteseestremeció:—Hace ya mucho tiempo que no nos veíamos—dijo Belgodere soltando una
carcajadaqueresonómáslúgubrementequelosaullidosdemuertequeprocedíandelexterior.
—¡Mihija!—continuóFarnesio—.¿Eres túelenviadodeFausta?¿EreselquevieneadevolvermeaVioleta?
TalvezBelgodereno looyó.Dejócaer lamanosobreelhombrodeClaudioydijo:
—Desdecuándotenegasteadecirmedóndeestabanmishijas…La mirada de Claudio volvióse hacia la ventana con indecible expresión de
espanto.—Escuchadme —dijo—. Creí obrar bien, creí salvar el cuerpo y el alma de
aquellasniñas.¡Oh,oslojuro!Elquelasadoptóerahombredebien.¡Yonosabíaloqueibaasuceder!
—¡Salvaramishijas!—exclamóBelgodere—.¡Salvaralasniñasarrancándolasasupadre!¡Vayaunapretensión!Así,pues,dignoverdugo,notepreguntasteloquesufriríaelpadre.Perotampocotedijistequetrataríadedevolvertedolorpordolorysufrimientoporsufrimiento.¡Loco,loco!Tútambiénteníasunahija.
Claudio hundió su ardiente mirada en la de Belgodere con espantosainterrogación.
—¿Quédices?—TuhijaVioleta—añadióelgitano.—¡Violeta!—balbucióFarnesioasustadoconloqueentreveía.—¡Violeta!—continuóBelgodere,queparecíanoveraFarnesio—.¿Quiéntela
robó?Di,¿losabes?Fuiyo.Yo,¿quéteparece?Nuevamente la mirada de Claudio se dirigió hacia la ventana con singular
expresión de horror. Luego volvió los ojos hacia Belgodere, el cual, riéndoseferozmente,gritó:
—Y bien, verdugo, ¿no dices nada? ¿Quieres decirme lo que fue de Stella yFlora?YotediréloquehehechodeVioleta.Paraesohevenido.
—¡Esehombrehamatadoamihija!—gritóFarnesio.—¿Lahasmatado?—exclamóClaudio—.¡Oh,siesasí,desgraciadodeti!Belgodereseechóareír.—Dientepordiente—exclamó—.¿Quieresveratuhija,di,quieresverla?—¡Maldición!¿Quévasadecir?—dijoFarnesio.—Esta mañana —prosiguió Belgodere con voz de trueno—, en este mismo
momentovanaahorcaryquemaralasFourcaudes.Claudio,queyasedisponíaahundirsupuñalenelpechodeBelgodere,aloírel
nombredelasFourcaudesbajósumano,ysuslabiosbalbucieron:
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—¡Perdón!¡Oh,perdón!Yocreíaobrarbien.—¡Las Fourcaudes!Hay una que realmentemorirá en la hoguera. La otra, no.
¿Sabes quién es la otra Fourcaud? Di, ¿sabes quién morirá en lugar de JuanaFourcaud?¿Nolosabes,verdad?¡Puesbien,mira!
Deunsaltoterrible,Belgodereseacercóalaventanaydandounfuriosopuñetazoabrió un postigo. Penetró el sol en la estancia alumbrando aquellos tres rostroslívidos,convulsos,yconlaluzdelastroelespantosoclamordelamultitud.Farnesio,delirante,seprecipitóalaventana.Ungritolúgubredesgarróelespacio:
—¡Violeta!¡Allí,allí!¡Enlapira!¡Violeta!…—¡Violetaenlapira!—rugióClaudio.—¡Mira!—exclamóBelgodere.Claudiomiró.Sobrelapiradelaizquierdasebalanceabaelcuerpodeunadelas
Fourcaud, ya ahorcada, y las llamas la rodeaban. La otra Fourcaud, en aquelmomento,eraarrastradaalapiradeladerecha.YeraVioleta.
ClaudiocogióaBelgodereporelcuello.Espantadodeloqueveía,conelrostroquenoteníaexpresiónhumana,seinclinóobligandoalgitanoaquehicieralopropio.Lasdoscabezas,ladelverdugoyladelgitano,pegadasunaaotra,parecíanaquellasmonstruosas gárgolas que hay en las catedrales. Y Claudio, con voz ronca einenarrable,gritóaloídodeBelgodereestaspalabras:
—¡Mira tú también! ¡Mira, demonio, mira el cuerpo deMagdalena Fourcaud!¡Mira,lacuerdaserompe!¡Mira,yahacaídoenlasllamas!¡Belgodere,laqueardenosellamaFourcaudniMagdalena!¡SellamaFlorayestuhija!
Dichasestaspalabras,Claudio,confrenéticomovimiento,rechazóaBelgoderealinteriordelahabitación,yprofiriendounaimprecaciónsalvaje,pasólaspiernasporel antepecho de la ventana y saltó a la calle.Belgodere había proferido un aullidosiniestro.ComoensueñosvioaClaudioatravesarelespacio,caer,rodarporelsueloy luego levantarse daga enmano y precipitarse contra lamultitud, hacia la horca,hacia Violeta. Belgodere tendió los brazos con el rostro bañado en lágrimas y suroncavozseconvirtióenotratiernísimaparaexclamar:
—¡Flora!¡Floramía!¡Muerta!¡Muertacomotumadre!¡Muertadetanespantosamuerte!¡Oh,hijamía!
Ydeprontoexclamóconacentodesgarrador:—¿YStella?MipequeñaStella.¡Ypensarquenolareconocíestanochepasada!
¡Oh,bendiciónde losbienhechoresastros!Mequedauna todavía.Esperaunpoco,Stella.Allávatupadreparalibertarte.
EnsuimaginaciónnoveíamásqueasuhijaStellaencerradaporélenlaabadía.SeLanzó,pues,parasalirdelacasa,pero,depronto,sesintiócogidoporunamanodehierro.Sualocadamiradasefijósobreelhombrequelodetenía.
—¿Quiéneres?¿Quéquieres?—exclamó.—SoyelpadredeVioleta—dijoFarnesioconvozglacial—yvasamorir.—¿ElpadredeVioleta?—exclamóBelgodere llenodeasombro—.Elpadrede
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VioletaesClaudio.—¡Soyyo!—exclamóFarnesiocondesesperadoacento—. ¡Yyaque tú lahas
matado,muere!YalmismotiempoladagadeFarnesiodespidióunrelámpago.Perotangrandes
emocionesacabaronporagotarenél las fuerzasde lavida.LadaganocayósobreBelgodere,porqueelcardenalabriólosbrazos,diounavueltasobresímismoycayódesvanecido.Belgoderese lanzóhacia lapuerta,bajóasaltos laescalerayunavezfueraempezóacorrerhacialapuertadeMontmartre.EldesvanecimientodeFarnesiodurótansóloalgunosminutos.Abriólosojosyseviosolo.DelaplazadelaGrèvellegaba un extraño clamor que no eran los gritos de muerte de poco antes, sinofantásticotumultodeaullidosfuriosos.Farnesio,asombrado,sedirigióalaventana.
—¡Oh,quieroverlaotravez!—balbució.Seizó,apoyólasdosmanosenelantepechodelaventanayloquevioentonces
fueunodeesosespectáculosprodigiosos,comolosqueseimaginanenlosdeliriosdela fiebre, porque sus ojos se dilataron y su lívido rostro expresó un asombro sinlímites.
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XXXV-Laepopeya
ELDUQUEDEGUISAy subrillanteescoltaecharonpiea tierra juntoal estradoque había sido preparado para ellos; los caballos fueron agrupados en el ladoizquierdo,ytenidosdeladiestraporcriados.AladerechasecolocaronlosguardiasylosheraldosqueconsustrompetasadornadasconloscoloresdeGuisadabanalaireunafanfarriacadaminuto.
Enelmomentoenquelaoleadadehidalgossubiólosescalonesdelestrado,unpaje, con los colores de Guisa, fue a confundirse entre los otros del duque. Éste,habiendosaludadonuevamentealamultitudqueloaclamaba,sesentóenunsillónmásaltoquelospreparadosparaloshidalgos.Detrássealinearonlosochopajesconelpuñoenlacadera.Nomanifestaronlamenorsorpresaalverentreellosalnuevopaje, ni tampoco al observar que se colocaba en el sitio de honor, es decir,inmediatamente detrás del duque y tocando casi al respaldo de su sillón. Si sesorprendieronporellonoloexteriorizaron,sinembargo,porquelaetiquetarigurosadel palacio de Guisa les prohibía toda palabra y todo gesto cuando estabandesempeñandosupapelenalgunaceremonia.
TrasdelospajessecolocaronMaineville,Bussi-Leclerc,Maurevert,elseñordeMontluc,Bois-Dauphin,LaChapelle,Marteau,Rolland,Neully,JeanLincester,curadeSanGervasio,y lamultituddehidalgosquecomponían la escolta realde aqueljefequenoseatrevíaaserrey.Demodoqueelestradopresentabafastuosogolpedevistaylasaclamacionesdelamultitudredoblabanenintensidadyentusiasmo.
De pronto Guisa palideció. Los hidalgos del estrado se levantaron llenos deansiedad. Acababa de oírse un nuevo grito, procedente de un grupo numeroso,indisciplinado,quesehallabaalpiedelestrado.ResonótalgritoencuantohizounaseñaelpajedesconocidoquesehabíacolocadotraselsillóndeGuisa.Yelgritoeradadoconfuriaeimperiosamente,cosaquealprincipioasustóatodos.
—¡Vivaelrey!—¡VivaelnuevoreydeFrancia!Loscaballerosdelestradovacilaronunmomentocon losojos fijosenGuisa,y
luego,animadosporelejemplo,selevantaronydescubriéndosealavezgritaron:—¡Vivaelrey!—¡Vivaelrey!¡Vivaelrey!—repitiólamultitudexaltada.Elpajese inclinóhaciael respaldodelsillón,mientrasGuisabalbucíaconfusas
palabras,ymurmuróconvozfirme:—ReydeParís.HeaquílaocasióndeserreydeFrancia.Elduquesevolvióconviveza,impresionadoporaquellavozvibrante.—¿Vos,señora?¿Vos,princesa?¿Aquí?¿Enesetraje?—Estoy a vuestro lado, y poco importa el traje, ya que llevo vuestro blasón.
Duque,¿obraréishoy?EsepuebloosllevaráentriunfoalLouvre,sivosloqueréis.—Princesa—balbucióGuisaindeciso.
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—¡Vivaelrey!¡Vivaelrey!—rugíaelpueblo.—Nomellaméisprincesa—dijoFaustainmóvilentrelosdemáspajesmientrasel
duque se volvía al pueblo y saludaba—. La que os habla ahora en este minutosolemnenoeslaprincesaFausta,sinolaelegidaporelconclavesecreto,laquedebeoponerse a la autoridad de Sixto V, es decir, la que os habla en nombre de Dios.Duque,escuchadlavozdeDios.
—¡Vivaelrey!¡Vivaelrey!—gritabalamultituddominante,arremolinándoseentornodelestrado.
—¿Obedeceréis la orden del cielo?—proseguía Fausta con voz grave—. Todoestá presto, duque. El arzobispo de Lyón y vuestro hermano el cardenal, están enNuestraSeñora.MayennesehallaenelLouvre,Brissacesperaconseismilhombresdearmas.Duque,dentrodepoco,despuésdelsuplicioquevaainflamarelalmadelpueblo, dirigios a Nuestra Señora y dentro de una hora seréis consagrado rey deFrancia.
—Puesbien,sí—dijoelduquedeslumbradoytrastornado.—YluegoosdirigísalLouvre,duque,yestanoche,ya reydeFrancia,podréis
acostarosenlacamadeEnriquedeValois.—Sí,sí—repitióGuisalevantándoseysaludandoalamultitudqueloaclamaba.Entonces,sobreelestradoyalrededordeél,asícomoenlaplazaentera,resonó
un largo y rugiente clamor, mientras millares de brazos frenéticos agitaban lossombrerosydetodaslasventanascaíaunalluviadeflores.
—¡Vivaelrey!¡Vivaelrey!Enaquelmomento,desdeelfondodelacalledeSanAntonio,llegóhastalaplaza
unsiniestrorumor.—¡Yaestánahí!¡Yaestánahí!—¡Vivaelrey!¡Mueranloshugonotes!—¡VivaelsosténdelaIglesia!¡Mueranlosherejes!Aparecieronentonceslascondenadasyfueronsaludadasporunalaridosiniestro.
Cada una de ellas, rodeada de un numeroso pelotón de arqueros. MagdalenaFourcaud iba adelante, seguida a cosa de cincuenta pasos por la llamada JuanaFourcaud.
Guisahabíasesentadonuevamenteensusillón.Trasélse inclinabaFaustaasuoído.LosojosdeGuisaylosdeloshidalgosdelestradoestabanfijosenMagdalenaFourcaud,quefuelaprimeraqueentróenlaplaza.
—¡Hermosamuchacha!—dijoGuisa.A su alrededor todos se echaron a reír. En efecto, era hermosa con sus largos
cabellosnegros, supielmorenamate,doradacomosihubierasidodescendientedealgunagitana.Ytalaparienciaacabódeexasperaralamultitud.
—¡Muera!¡Muera!—clamarontodos.Losgritoshostilessedesencadenaronconmásviolenciaysalvajismo.Magdalena
Fourcaud, omejor dicho,Flora, hija deBelgodere, llegó al pie de la horca enque
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debíamorir.Dirigióasualrededorunamiradadedesesperaciónyangustia.Rápidamentefue
cogidalainfelizporlasmanosdedosverdugos,quelepasaronporelcuellolacuerdafatal.Enelmismoinstanteveinteotreintahombresdelpueblomássalvajesquelosdemás, se precipitaron hacia la pira y arrancando de manos de los verdugos lasantorchas,lasarrojaronalosmontonesdeleña.
Casi instantáneamente se elevó al cielo una nube de humo gris. Dos o tressegundos más tarde, las llamas empezaron a crecer. La túnica de la condenadaprendió fuego y cayó, pues no estaba sujeta más que por un cordón. EntoncesaparecióelcuerpodeMagdalenaenelsiniestroimpudordeaquelladesnudezcausadaporlasllamasyúnicamentevestidadesdeentoncesporlosvelosrojosdelfuegoquelarodeaban.
Guisamirabayrepetía:—¡Hermosamuchacha,afemía,hermosa!…Laúltimapalabranosaliódesugarganta.Surostrosepusolívidocomoatacado
deunrepentinomal.Labocaabiertaparadespedirungritodeespanto,nodejópasarningún sonido.Sus ojos desorbitados acababande fijarse en la segunda condenadaquearrastrabanentoncesalapira.
Guisa,llenodehorror,lareconoció.Lasegundacondenada,vestidatambiénconblancatúnica,eraaquéllaenquiennocesabadepensardíaynocheyalaqueamabaconverdaderapasióndesenfrenada.EraVioleta.
Pálidayvestidadeblanco,conelrostrorodeadoporsuscabellosdeoro,andabacomo atontada y sin comprender tal vez la razón de los gritos de lamultitud. Depronto,violahorcaylapira,asícomotambiénelcuerpodeMagdalenaquegirabaenvueltoporlasllamas.Lapobremuchachahizoungestodeterrorindescriptible.
Guisaprofirióunaroncaexclamación.¿CómoseexplicabaqueVioletaestuvieraallí en lugar de Juana Fourcaud?No acertó a preguntárselo porque, loco de dolor,sólo teníauna idea:salvarla,salvarlaacualquierprecio.Se levantódispuestoadarunaorden,cuandoresonóensuoídounavozqueledijo:
—¿Quévaisahacer?GuisasevolvióhaciaFausta,eincapazdepronunciarpalabralemostróaVioleta.—Ya lo sé—dijo Fausta con asombrosa frialdad—, pero está condenada y es
precisoquemuera.—No,no—exclamóGuisa.—Salvadla, pues, si podéis. Insensato: ¿no comprendéis que el amor de ese
puebloporvossecambiaráenodiosilearrancáisaunaFourcaud?DejaréisdeserelsosténdelaIglesiayelHijodeDavidparaconvertirosencampeóndelaherejíayosveréisllevado,noalLouvre,sinoalSena,Vamos,levantaos,dadlaordendesalvaralacondenada;yaveréisdequémodoejecutaParísesaclasedeórdenes.
Guisavolvióacaerensusillón.Ynodiolaordensalvadora,puestemblóporsutrono y por su vida. Pálido y sacudido por convulsivo temblor bajó la cabeza
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murmurando:—¡Oh,esespantoso!¡Noquieroverlo!Ycerrólosojos.Faustaretrocediódospasosysonriendomurmuró:—Hevencido.En aquelmomento resonaron vivas y aplausos frenéticos entre lamultitud; un
grupo, impaciente sindudaporquemara la segundaFourcaud,acababadeecharsesobrelosguardiasyelevabanaVioleta.Faustadioungritodeasombro.
CapitaneandoaquelgrupoacababadereconoceraunhombrequeseprecipitabaconlacabezabajahastaVioletayseapoderabadeella.EraPardaillán.
El caballero de Pardaillán y el hijo deCarlos IX salieron de la posada de «LaAdivinadora»seguidosporPicuic.EncuantoaGraznido,aquellasalidarápidayconlasarmasenlamanonolepresagiónadabuenoy,fielasushábitosdeprudencia,seencerróenelcuartodePardaillán,murmurando:
—Sihadehaberbatalla,mejoresqueseaaquí.Megustaestarsolocuandomebatodesdequehedescubiertoquesoyvaliente.
—¡Queridoamigo!—decíaCarloscorriendoal ladodePardaillán—.Mesientorevivir desde que sé que ella vive. ¿Pero dónde está? ¡Ah, para conquistarla seríacapazdehabérmelascontodoParís!
—Tantomejor,monseñor tantomejor—dijo Pardaillán con singular acento—.No sé si me engaña el instinto, pero me parece que huelo batalla y siento ciertocosquilleoenlasangrecomotodaslasvecesenquetengoquebatirme.
—¿Acasocreéisqueseránecesario?—Nolosé,perocorramos.—¿QuévamosahacerenlaplazadelaGrève?—¿Queréisqueoslodiga?—preguntóelcaballeroprecipitandoelpaso.—Osloruego.—Puesbien,meparecequevamosaveraVioleta.Carlospalidecióydiounsaltodesorpresa.—¡Oh!¿Oís,Pardaillán?—dijoalospocosinstantes.—Sí —contestó el caballero estremeciéndose—. Ya reconozco estos rumores
porque losheoídodoso tresvecesenmivida.YcadavezqueParíshaproferidosemejantesgritosesquesedisponeacometeruncrimen.
—Pardaillán,vossabéisalgoymeloocultáis.Portodarespuestaelcaballeromascullóunablasfemiayapresuróelpaso.¿Qué
pensaba?¿Quétemía?Nadapreciso,perocorríaalaplazadelaGrève,porqueFaustalohabíacitadoallí.
Cuandodesembocaronenlaplazajadeantesycubiertosdesudor,lamultitudquelallenabaproferíaespantososalaridosyaclamaciones.
Pardaillánpreguntóalprimerburguésqueselepusodelante:—¿Quésucede?
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—¿No lo sabéis? Van ahorcar y quemar a las Fourcaudes en presencia demonseñorelduquedeGuisa.
—¡Uf!—exclamóPardaillán—.Noesaellaaquienvanamatar.—¡Ella!—exclamópalideciendoelduque—.¿Quéoshabíaisfigurado?—¿Estáis seguro —dijo Pardaillán al burgués— de que se trata de las
Fourcaudes?—¡Yalocreo!—¿Ycuántasson?—Dos:MagdalenayJuana.—¡Pobres muchachas! —exclamó Pardaillán reprochándose la alegría que
sintiera.—¡Pardaillán!Ennombredelcielo,decidme,¿quéosfiguráis?—Ahora, nada. Sospechaba…; pero ¿para qué decíroslo? No obstante… —
añadió.—Si no teméis nada, vámonos —dijo Carlos—; estos espectáculos me ponen
malo.—Porelcontrario,avancemos—dijoPardaillán.Yenseguida,empezandoamaniobrarconloscodosyloshombros,avanzóhacia
lasdospirasenqueseelevabanlashorcas.—¡Buenosdías,señorcaballero!—dijodeprontoasuladounavozfemenina.Pardaillánmiróatentamentealajovenllenadecoloretequeacababadecogerlo
atrevidamenteporelbrazo.—¿Dóndetehevisto,muchacha?—lepreguntó.—¡Cómo!¿Noosacordáisdela«PosadadelaEsperanza»?¿Recordáiseldíaen
quefuisteisaveralagitanaquedecíalabuenaventura?Medisteisdosescudosyyo,encambio,osindiquéladireccióndemicasa.
—¡Luisa!—exclamóelcaballerosonriendo.—¡Ah!Veoqueosacordáisdeminombre—dijoalegrementelaramera.Unaráfagadegritoslainterrumpió.EraqueGuisaentrabaenaquelmomentoen
laplazaconsuescoltarealeiba,rodeadoporlasaclamaciones,ainstalarsesobreelestrado.
—¿Yquéhacesaquí?—preguntóPardaillán.—¡Caramba!—dijolaramera—.Enbuscadefortuna.—¿Contuamigo«ElRojo»?—preguntóelcaballeroriendo.—Conéloconotros—dijoLuisa—.Mirad,señorcaballero.Miradalladodelas
piras.—Noveomásquealgunosburguesesqueagitansusbirretesalaire,gritandoal
mismotiempocomosilesdieranunasangría.—Sí,ymientrassedivierten,másdeunabolsacaeenmanosdelosnuestros.Esta
noche habrá gran fiesta en la «Posada de la Esperanza», y si vos quisierais, señorcaballero,osrecibiríamosmuybien,puestodosconservanbuenrecuerdodevuestro
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valor.Luisanotuvotiempodeacabarlaamableinvitaciónqueteníaenloslabios.Una
nueva ráfaga de clamores más exasperados pasó por la plaza de la Grève y agitóprofundamente la multitud. Aquella vez eran las Fourcaudes que hacían ya suaparición. Magdalena iba delante rodeada de arqueros que a duras penas podíanprotegerladelosataquesdelasgentesimpacientespormatar.
En aquelmomento Carlos deAngulema estaba a pocos pasos de Pardaillán, yvolvíalaespaldahaciaellugarpordondeaparecíanlascondenadas.
Suardientemiradaestabafijaenelduque.Conlamanooprimíanerviosamenteelpomodelaespada.Meditabaunactoinsensato.Nadamenosquesaltaralestradoyprovocaralduque,comoraptordeVioletayasesinodeCarlosIX.Queríainsultarlorodeadoportodasucortedehidalgos,yporaquelpuebloidólatraqueconstituíaparaélotracorte,comoelreynolahabíatenidonunca.
EnaquelmomentoLuisa,empinándosesobrelapuntadelospiesparavermejoralascondenadas,vioveniraMagdalena.Laramerahizolaseñaldelacruzporqueerabuena católica, pero sumano se detuvo después, antes de acabar, al reparar en lasegundacondenada,llamadaJuanaFourcaud.
—¡Oh!—exclamó—.¡Quéextraño!PardaillántambiénacababadeveralacondenadaysibiennoconocíaaVioleta,
seestremeció.MilveceselduquedeAngulemahabíalaretratadoconsuspalabras.PardaillándirigióunamiradarápidahaciadondeestabaCarlos.Resonaronensus
oídos las palabras con que Fausta lo citó en la plaza de laGrève a las diez de lamañana.Estahoratocabaalasazónenelgranrelojdelpalaciodelosprebostes.Lasaclamacionesygritosdemuerterugíanysecruzabanenverdaderosremolinos.YenaquelmomentoenqueladudanacíasobreelespíritudePardaillán,larameraLuisaexclamó:
—¡Oh,quéextraño!Yoconozcoaesajoven.—¿Conoces a esa Fourcaud? —exclamó Pardaillán cogiendo el brazo de su
compañera.—Sí,estabaenla«PosadadelaEsperanza»encompañíadelgitano.Lallamaban
Violeta.ElrostrodePardaillánsetransfiguró.Dirigióunarápidamiradaentornosuyoy
pudo ver a la multitud y al estrado lleno de hidalgos. Luego su mirada expresóvivísimalástima.
—¡Vamos!—exclamócasienaltavoz—.Vamosaintentarloimposible,ysiesprecisomoriraquí,elloseráfinaldignodemivida.
Luisa había seguido, por así decirlo, el pensamiento del caballero. Oyó laspalabrasquepronuncióyviocómo ibaa reunirsealduquedeAngulema.Ycon larapidez intuitivaqueenciertasocasionesesmás rápidaqueel relámpago, lapobremujersedijo:
—Amaalacondenada.Poresofueabuscarlaala«PosadadelaEsperanza».Va
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amorirporella.Y,almismoinstante,Luisaselanzóatravésdelosgruposdeburguesescontan
furiosoademán,quetodosseapartabandeelladandogritosdeasombroydeespanto.PardaillánllegóadondeestabaCarlos.Elinstanteerasupremoyeraprecisoarriesgareltodoporeltodo.
—¿Quémiráis?—preguntó.ElduquesevolvióobservandoquePardaillánestabablancocomoelpapel,pero
no tuvo tiempo de contestar, porque el caballero extendía el brazo hacia lacondenada, que se hallaba a veinte pasos de la pira. Con voz atemorizante por lotranquilaenaquellosinstantes,dijo:
—Allíesdondedebéismirar.Carlosvolvióseyaldivisarasuamadasetambaleó.Dioungritoquedominólos
delamultitudyatrajolaatencióndeGuisa,Fausta,Maineville,Bussi-Leclerc,y,enunapalabra,detodoelmundo.
Y al mismo tiempo, Carlos, seguido de Pardaillán, se lanzó hacia delante. Elcaballero, quehabíadesenvainado la espada, la cogiópor la hojay se servíade laempuñaduracomounamaza.
—¡Sí,sí!—exclamóCarlos—.Morirporella.Conella.Pardaillánibasaltandodeunaparteaotra.Sinolefranqueabanelpaso,derribaba
alqueseinterponíaanteélconelpomodelaespada.Lamultitudseabríacomountrozo demadera al clavarse en ella una cuña de acero. Los heridos por Pardaillánhuían a derecha e izquierda, y el pánico empezaba a invadir a las gentes, queproferían toda suerte de vociferaciones, insultos y aullidos. Entre tanto, Pardaillánpasabacomounmeteoro,sonriendodeunmodoterrible.EnpocosinstanteshuboungranespaciovacíoentrePardaillánylosarquerosqueconducíanaVioleta.Ésta,enelmismoinstanteenque,locadeterror,mirabalapiraylahorca,asícomoelcuerpodela pobreMagdalena balanceándose entre las llamas, en aquelmomento, repetimos,vio a Pardaillán que avanzaba como una tromba y a su lado a Carlos. Tendió losbrazossonriendoextasiada.
Carlos, silenciosamente y con la cabeza perdida, se lanzó hacia delante. LosguardiascruzaronsusarmasyVioletasevioencerradaenunabarreradealabardasypicas.Entonces lamultitud se rehízoyel espaciovacío se llenódegentes furiosasmientrasdeloaltodelestradosurgíanestaspalabras:
—¡Matadlos!¡Matadlos!—¡Mueran!¡Mueran!Inmensorugidodelamultitudrepitióelgritoconruidodetrueno.Elpueblopor
unaparteylosguardianesporotra,seestrecharoncomountornillogigantesco,quese dispusiera a aplastar a Pardaillán y a Carlos. En aquel instante quince o veintehombres de siniestros rostros acudieronpuñal enmano.Empezaron a caer algunosburguesesylafugaempezódenuevomientraslosdesconocidosgritaban:
—¡Pardaillán!¡Pardaillán!
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Éste no se preguntó de dónde venía el esperado socorro ni qué gentes eranaquéllasqueproferíansunombrecomoungritodeguerra.
AntelarepentinayfantásticaacometidadelostruhanesamotinadosporLuisa,lamultitud refluía alocada por aquel pánico peculiar de las grandes aglomeracioneshumanas.
—¡Pardaillán!¡Pardaillán!—gritabanlostruhanespuñalenmanosaltandoentrelosburgueses.
Guisa, en pie, estaba rabioso. Maineville, Bussi y otros muchos se lanzabanespada en mano. Fausta, llena de furor, dirigía al cielo una mirada llena deimprecaciones y al dirigirla luego a Pardaillán expresó una admiración sin límites,porque,enrealidad,elactodelcaballeroerasobrehumano.
Heaquíloquepasaba:TodalagentemaleantedeParíshabíaacudidoalaplazade la Grève atraída por la certeza de fructuosas operaciones, entre una multituddemasiadoocupadaengritarcontralascondenadas.Lostruhanes,conmásardoraúnquelosmáscelososligueros,gritabanrepetidamente:«¡VivaelsosténdelaIglesia!».«¡Mueranlosherejes!».Perosibiengritabanmucho,noporesoperdíanlaocasióndedar un golpe de mano, sino muy al contrario. Como es natural, hormigueabanalrededordelaspiras,oseadondelamultituderamáscompacta.
Aquéllos que habían visto al caballero en la «Posada de la Esperanza» yguardaban de él un recuerdo de admiración y terror, lo reconocieron enseguidacuando se lanzó contra los arqueros.Atacar a los arqueros, a la ronda, y, en fin, acualquieragentedelaautoridadhasidosiempreunacosadeliciosaparalostruhanesygentesquevivenenpeleacontinuacontralasociedad.
Los truhanes de la plaza de la Grève habrían, pues, ayudado con placer aPardaillán, aun cuando no lo hubieran reconocido y aunque la ramera Luisa nohubieseinstadoalosjefesaquesalvaranalcaballero.Así,pues,todossedispusieronaayudarloyalospocosinstantesuncentenardemalandrines,procedentesdetodoslosámbitosdelaplaza,seamontonarontraselcaballero,adoptandosunombrecomogritodeguerra.
Seprodujounterriblechoque.Aquellamasa,dotadadelafuerzadeunatrombayarmada de puñales, penetró en la multitud, rechazándola a derecha e izquierdamientrasseoíanterriblesgritosdedolorydemaldición.
Porfinchocaroncontralafuerzapública.Enelmismoinstanteunaveintenadehombres, guardias o truhanes, cayeron muertos o heridos; los gemidos, lasimprecaciones,losgritosestridentesdelasmujeresquesedesvanecían,losclamoresde los burgueses alocados que clamaban venganza, aquellos millares de voces seentrecruzaron formando en el aire siniestro clamor. Entonces, los que en aquellaconfusiónconservaronbastantesangrefríaparaobservarloqueocurría,pudieronverunespectáculofantástico.
Pardaillán,coneltrajedesgarradoporlosgolpesdepica,ensangrentado,conloscabelloserizados,franqueócomounabalalasfilasdelosarcabuceros.
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—¡Atrás!—gritaronlosdosguardiasquesosteníanaVioleta.Laespadadelcaballeroselevantó,describiendouncírculo,yelpomodehierro
cayósobrelasiendeunodeellos.Elpobrehombresedesplomóinanimado;elotroretrocedió y en el mismo instante el caballero cogió a Violeta en los brazos, yvolviéndoseaparecióalosdelestrado.
—¡Matadlo!—vociferabaGuisa.—¡Mehavencido!—exclamabaFausta.Lapeleaentrelosguardiasylostruhaneseracadavezmásviolenta;loshidalgos
bajaban del estrado para correr hacia Pardaillán con la espada desenvainada. ÉsteechóaVioletaenlosbrazosdeCarlosyledijoconintraducibleacento:
—¡Ahítenéisavuestranovia!Carlos deAngulema, con el traje destrozado y creyendo soñar, con las fuerzas
centuplicadas por el frenesí de aquellosmomentos, recibió aVioleta, que en aquelinstanteabriólosojos,delosquehabíadesaparecidotodotemor.
—¡Adelante!—rugióPardaillán.Y seguido de Carlos, que había tirado la espada para llevar en sus brazos a
Violeta,echóaandar.¿Haciadóndeiba?¿Aquépuntodeaquellaplazaocupadaporlafuriosamultitud?¿Marchabaalazar?No.Deunamiradadescubrióellugarposiblede retiro, mejor dicho, casi imposible de concebir, pero no para él. Pardaillán erahombrequeencuantohabíaconcebidounaidealaejecutaba.
—¡Loscaballos!—dijoseñalandoaCarloslasmonturasdelaescolta,agrupadascercadelestrado.
Ysedirigióhaciaellos.—¡Muere,demonio!—aullóalguienanteél.Peroaquelalguiencayócomoheridoporunrayo,muertotalvez.—¡Caramba,eselseñordeMaineville!—exclamóPardaillán.Yaquellavezcogiólaespadaporlaempuñadurayempezóaandar.Yanocorría
comoantes.Laespadadescribíarápidoscírculosenelaireyapuntabaoamenazabaatodaspartes.AntePardaillánibancayendolosqueseinterponíanensucaminoyelcaballero,heridoenlosdosbrazos,enelcuelloyenelpecho,coneltrajedestrozadoy lleno de sangre de la cabeza a los pies, iba a la vanguardia cubriendo con elmolinete de su espada a Carlos y a Violeta que, extasiados, se miraban tal vezolvidandoellugarylasituación.
Pardaillánllegóhastaloscaballosenelmomentoenqueunaveintenadehidalgosseprecipitabansobreél,todosalavez.Entoncessepusolaespadadetravésentrelosdientes.
—¡Matadlo!¡Matadlo!—gritabanloshidalgos.Pardaillán cogió aCarlos y aVioleta y con terrible esfuerzo levantó a los dos.
Carlos subió a caballo y Violeta, sentada ante él cogíase a su cuerpo con los dosbrazos.
—¡Matadlo!¡Matadlo!—gritabanloscaballeros.
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Yseprecipitaroncontraél.Lostruhanes,diezmados,habíanhuido.Lamultitudvolvíaa lacargayconclamorsalvaje,comprendiendo,porfin,que lerobabanunaFourcaudyquelafiestahabíasidointerrumpida,puestoquenoseincendiaríaunadelas piras. Todos los hidalgos del estrado bajaron a la plaza y los arqueros yalabarderoshabíanseformadonuevamenteenfila.
Pardaillánvioqueestabasolo.Solocontradoscientosotrescientoshidalgos.Solocontra quinientos o seiscientos guardias. Y, finalmente, solo contra veinte milfuriososquellenabanlaplazadelaGrève.
EntoncesPardaillánsonrió.
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UNATRAGEDIAENLABASTILLA
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XXXVI-Socorroatiempo
POR TODAS PARTES, hacia el río, hacia las calles afluentes, se precipitabantorrentes humanos, queriendo escapar a toda costa de la plaza de la Grève. ¿Quésucedía?
Los caballos de la escolta, sobrecogidos sin duda por un acceso de locura,habíansedesbocado.
Erancasicuatrocientos;furiosos,relinchando,coceandoyalocadosporlosgritosdeespantodelamultitud,derribabanalosgrupos,losaplastaban,galopandoentodasdirecciones,sueltosounidos,chocando,mordiéndose,cayendoy levantándoseparacontinuarsufuriosacarrera.
¿Cuáleralacausadetodoello,sipocosmomentosantesloscaballosdelaescoltaestaban sumamente tranquilos, reunidos en grupos de seis o diez, con las bridassostenidasporloslacayos?
En el momento en que los truhanes habían sido dispersados, los guardias sereorganizarony loscaballeros seprecipitaroncontraPardaillán; éste,unavezhubodejado a Carlos y Violeta sobre el lomo de un caballo, saltó sobre el lacayomáspróximoydeunempujónlohizocaeralsuelo;almismotiempoempezóamanejarlaespadacontra losbrutoscomosi fueraun látigo,hiriéndolesenhocicosygrupasydescribiendoensuscuerposlíneasrojizas.
Loscaballos, locosdedolor, seencabritaronyempezaronamorderyacocear,emprendiendo luegounacarreradesenfrenada.Pardaillán sedirigióaotrogrupo,yllevandoacabolamismamaniobra,obtuvoigualresultado,esdecir,lafugarabiosadelosanimalesenloquecidos.Ibaadirigirseaotro,cuandosedetuvoalobservarquelosmismoscaballosseencargabandeponersuplanenpráctica.
Losprimerosdesbandadosderribaronaloslacayosyelpánicoinfernalinvadíaungrupotrasotroconespantosarapidez.Alversederribados,losservidoressoltabanlasbridas.Loscaballosfugitivos,quealprincipioeranunaveintena,fueroncincuentaalcabo de algunos segundos y cuatrocientos en menos de un minuto. Entoncesresonaronenlaplazagritosderabiaydedolor,relinchosfuriosos,yloscuatrocientosbrutosibanbarriendolaplaza,mientraslapiradeMagdalenaFourcauddespedíalasúltimas llamaradas, y Fausta, sola en el estrado, ante aquella terrible aventura queanonadabasusproyectos,cayódesvanecidasobreunsillón.
CarlosdeAngulema,estupefactoamásnopoderanteaquella terribleescena,yposeídodedoblepánico,murmuróalosoídosdeVioleta:
—¡Oh,amadamía!Quieroquemiúltimapalabraseadefelicidad.¡Osamo!—¡Hermosopríncipemío!—exclamóella extasiada—.Os amo tambiény seré
felizmuriendoenvuestrosbrazos.¡Osamo!Entoncesoyeronunaimperiosavozquelesdecía:—¡Adelante, por todos los diablos!No es propicio elmomentopara hacerse el
amor.
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YasuladovieronaPardaillán,montadoenuncaballoqueacababadesujetarporlabrida.Elcaballeroestabainundadodesudorydesangre.
—¡Adelante!—rugiódenuevo.Yselanzóhacialapartedelaplazaendondenohabíanadie,esdecir,haciael
río,porquelamultitudhabíatemidoelserlanzadaalaguayprefirióescaparporlascalles.Carlossiguióasuamigoyenpocosinstantesllegaronalaorilla.
—¡Huid!—dijoPardaillán—.Regresadavuestropalacioyesperadmeallí.—¿Yvos?—preguntóelduque.—Comonospersiguen,tratarédeatraerlos.Sihuimosjuntosaveriguaránellugar
enquevamosaguarecernosyseráaúnnecesariosostenerunsitiodespuésdeloqueaquíhapasado.
—¿Pero…?—¡Huid,portodoslosdiablos,queestányaaquí!Pardaillán,levantandolaespada,golpeólagrupadelcaballodeCarlos,queechó
acorrer.Encuantoaél,sequedóinmóvilmirandolatúnicablancadeVioletaquesealejaba y que muy pronto desapareció a lo lejos. Carlos y ella estaban salvados.Pardaillán dio entonces un suspiro, porque la túnica blanca que acababa dedesaparecer,recordabaensualmalajovenaquientantoamó.
En aquel momento y muy cerca de él oyóse un grito. Pardaillán se sintióarrancado del ensueño por el que empezaba a aventurarse y volviéndose miróasombrado, pues había olvidado casi la situación en que se hallaba y las terriblesaventurasqueacababadecorrer.
PeroniGuisa,niFausta,niMaineville,quehabíavueltodesudesmayo,niBussi-Leclerc,nilosdemáslohabíanolvidado,porquealasazónseprecipitaronmuchosdeellos en la plaza de la Grève que, gracias a los caballos, estaba desierta; Guisa yFausta eran los únicos que habían permanecido en el estrado.Ya no se trataba deemprenderlamarchatriunfalhaciaNuestraSeñoranihaciaelLouvre.
Entretanto,encontadosminutospudieronserdetenidosunoscincuentacaballosyconellosseformóunapatrullaqueselanzóenpersecucióndePardaillán.Estabancasiasuladocuandosusgritoslodespertaron,pordecirloasí.
Violentamentevueltoalarealidad,Pardaillándiodosespolonazosasucorcel.Elanimallanzóunrelinchodedolorysaltóechandoacorrerporunacallejuelaestrechaporlaqueseprecipitarontambiénlosperseguidores.
—¡Bueno!—exclamóelcaballero—.Yaestándespistados.Pensaba en Violeta y en Carlos. Su caballo galopaba furiosamente levantando
chispas con sus cascos. Tras él oíanse los gritos de furor de los perseguidores.Despuésdeunacallejuelaseinternabaenotra.FranqueódeunsaltolacalledeSanAntonio,derribandoaalgunasgentesqueconsusgritossaludaronelpasodeaquellacabalgatadesenfrenada.
—¡Alto!¡Alto!—gritabanlosperseguidores.—¡Cogedlo!—vociferabanlosburguesesalverlopasar.
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—Ahorayaestaránasalvo—pensabaPardaillán—.Sielduquetieneunpocodeinteligencia, esta misma noche irá en busca de un sacerdote para que bendiga suunión.LuegosellegaráaOrleánsydiráasumadre:«Señoramadre,heidoaParísenbuscadelavenganzaytraigoelamor».
—¡Matadlo!¡Matadlo!—gritabanasuespalda.Los que iban a la vanguardia de sus perseguidores, estaban a punto de darle
alcance.Oía la respiración jadeantedesus fatigadosbrutos.Él,porsuparte,corríadestrozandolosflancosdelsuyo,cuandoparecíadebilitarle,ypidiéndoleunesfuerzosupremo.¿Adóndetratabadeir?Enaquellosmomentossólologuiabaelinstinto.AlprincipiocorrióhastaunapuertadeParís,perolaviocerradayanteellalosguardiasalineadosconlaspicascruzadas.
—Las puertas de París están cerradas —pensó girando rápidamente hacia laizquierda.
Ydenuevoseaventuróporel centro,pero suscazadores lo siguieron también.Muchoshabíancaídoporelcamino,peroaúnquedabanunostreinta.
¿Qué quería Pardaillán? ¿Esperaba acaso agotar las fuerzas de sus contrarios,debilitar su número y buscar, finalmente, la salvación con alguna tentativadesesperada?Yacomprendíaqueapenassedetuviera, lasgentessearrojaríansobreél,porqueenlascallesqueatravesabaseoriginabagrantumultoalverlopasar.
Un hombre perseguido tiene siempre en su contra a la muchedumbre. Losinstintos del animal carnicero y cazador se despiertan en todos apenas ven a unoperseguido.Ysiéstecae,todosquierencontribuiraverlomuerto.Pardaillánlosabíaperfectamentey,por lo tanto,sóloesperabalasalvaciónenla ligerezayresistenciadel caballo que montaba. Si los perseguidores tenían caballos más resistentes yligerosqueél,estabaperdido.
Erainevitable,noobstante,elmomentodelacatástrofe.Pardaillánestabapreso,por decirlo así, dentro de París y no podía salir. Por todas partes su aparición erasaludadaconvociferaciones,porqueasuespaldalosgentilhombresgritabantambiéncontraél.¿Adóndehuir?Sucaballoperdíalasfuerzasyyadesusnaricesyflancosmanabagrancantidaddesangre.Elmismotambién,ensangrentado,coneltrajeroto,conlaespadadesnuda,atravesadaenlasilla,yconlosojosardientes,inclinadosobreelcuellodelcaballo,pasabacomounavisiónespantosa.
A pesar de ello, nadie trató de detenerlo. Todos, al observar su aproximación,huíanoseadosabanalasparedes.
¿Adóndeiba?¿Adóndellegaría?Difícilsaberlo.Hastaelpensamientoseapagabaenél.Peroenelfondodesualmaaúnquedabaunsentimiento:elodio,elodioquelehabíadadofuerzasparavivirdespuésdelamuertedesuadorada.
—¡Morir!¡MorirsinhabermatadoaMaurevert!Pardaillánpensóque su enemigo, aquiendurante tantos añospersiguió, iba en
adelanteapodervivirtranquilo.Éstaeraunaterribleironíadelasuerte,queavecesse entretiene en frustrar los proyectos de los hombres. Y Pardaillán, al pensarlo,
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sonriósiniestramente.Miróasualrededoryenlavertiginosacarreraparecióreconoceralgunosdetalles
y en la formade las casasuna calle familiar.Undestellode esperanza atravesó supensamiento. Aquella calle era la de Saint-Genis. Estaba, pues, cerca de «LaAdivinadora»,locualconstituíaunabrigoposible.Entonces,conlasupremasangrefría que nace en las circunstancias desesperadas, empezó a meditar la últimamaniobra,simeditaciónpuedellamarsealrápidotrabajodelespírituqueduraapenasunsegundodetiempo.
Trasélgalopabalatropadeperseguidoresaladistanciadedosotrescuerposdecaballo. El de Pardaillán, ensangrentado y lleno de espuma, corría de aquelmodoespecial que precede a la caída. Vio ya cerca el caballero el umbral de «LaAdivinadora»ysepreparó.Abandonólabridasobreelcuellodelcaballoysacólospies de los estribos; al mismo tiempo, pasando la pierna por sobre el cuello delanimal,hallasesentadoamujeriegas.Enaquelmomentollegóantelaposadaysaltó.
Alhacerlo,azotóalcaballoconlaespada.Elanimal,locodedolorylibreyadelpesodel jinete, saltóconnuevovigorycontinuósu furiosogalopepara iracaeraquinientospasosdeallí.Elpelotónde losperseguidores lanzadoalgalopepasódelargo como una tromba. Únicamente los primeros habían visto la maniobra dePardaillánytratarondedetenerse,cosaqueoriginóunaconfusiónterribleconlosqueseguían detrás, los cuales, impulsados por su velocidad, fueron a chocar con losanteriorescomocatapultasvivientes.
Tal escena se desarrolló a unos doscientos pasosmás allá de la puerta de «LaAdivinadora». Cinco o seis caballos cayeron al suelo, y diez jinetes heridos odesarzonados quedaron tendidos en el arroyo. Los gritos de los heridos, lasmaldiciones de los que aun a caballo trataban de salir de aquella confusión, y lasexclamaciones de las gentes que allí se habían congregado, originaban un terribleclamor. Por fin, cuando se restableció un poco de orden en el alocado pelotón, yahabíanpasadomásdecincominutosdesdeelinstanteenquePardaillánpenetraraenlaposada.
Entretantoelcaballerohabíaentradoen«LaAdivinadora»enelmismomomentoenque losbebedoresymozossalíana lacalleparaaveriguar lacausadel tumulto.AquellasgentesdejaronpasoaPardaillán,asombradosyasustadosalversuaspecto.
Pardaillán entró, tiró la espada y vaciló un momento. Luego, con poderosoesfuerzo, reaccionóydescubriendouncubilete llenodevinoqueunbebedorhabíadejado para correr a la calle, lo vació de un trago. Entonces cerró la puerta y lasventanasyconlatranquilidadquepresidíatodassusacciones,empezóaparapetarseenlaposada;entrelaprimeraventanaylapuertahabíaungranaparadorcargadodevajilla. Pardaillán empezó a empujarlo y, por fin, haciendo un frenético esfuerzo,consiguióllevarloantelapuerta.
Pasó a la cocina, que también tenía comunicación con la calle y en pocosmomentoslaobstruyóvaliéndosedeunarmario.
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Entonces, jadeante,volvióa la sala,y tomando laprimerabotellaqueencontróllenóunvasodevinoyselobebió.
—MaeseGrègoire tuvomuybuena ideaalponer rejasen lasventanas.Esomeevitauntrabajoconsiderable,sincontarqueyanopuedomás.¡Caramba!¡Québuenoesestevino!
Yunnuevovasoacabódeconfirmarlaapreciación.—¡Diosmío!—exclamódeprontounavoztemblorosa—.¿Quésucede?¿Quién
sois?¿Quéhacéisahí?¿Quiénhacerradolaspuertas?—Soyyo,miqueridaRosa.Tranquilizaos—dijoPardaillán,quealvolversevioa
lahuéspedaqueinopinadamentesehabíapresentado.—¿Vos,señorcaballero?¡Señor,yenquéestado!¿Peroosencontráismal?Pardaillánacababadecaerpesadamentesobreunescabel.Lapérdidadesangre,
laterribleagitacióndeaquellacarrerainfernalatravésdeParís,elvinoqueacababade tragarenabundancia, todoello loderribópor fin.Rosaacudióysosteniendoensus brazos la pálida cabeza del caballero, la contempló un instante con profundaexpresióndeternuraenquehabíalaconmiseracióndelaenamoradaydelamadre.
Entoncesse le llenaron losojosde lágrimasycongrandulzuraposó los labiossobre la frentepálidadePardaillán.Fueaquél elprimerbesodeRosa,que lahizoestremecerseemocionada.
Fueraempezabanaoírseaullidosymaldiciones.¿Fueelbesoolosgritosloquedevolvió el sentido a Pardaillán? Ambas cosas, sin duda. Abrió los ojos y sonriódandounsuspirocomodehombrequevuelvealavida.
—¡Mateo,Lubín!—llamóRosa—.¡Juana!¡Teresa!¡Corred!Dadmeesecordial.¡Oh!¿Dóndeestarán?
En efecto, la sala estaba completamente vacía. No había nadie en la posada.Pardaillánseechóareír.
—Alcerrarlaspuertasloshedejadofuera.—¿Peroporquéoshabéisparapetado?—Escuchad,queridaRosa—dijoelcaballeroponiéndoseenpie.En la calle y ante la posada oíanse maldiciones y gritos de muerte. Los
gentilhombresdeGuisasepreparabanalataqueylamultitudquenoconocíaaaquelhombre a quien querían prender, aullaba de alegría. Bussi-Leclerc y Maineville,rodeadosdeunaveintenadeamigos,examinabanatentamentelapuerta.
—Esnecesarioderribarla—decíaBussi-Leclerc.—Unmomento—exclamóciertavozronca,temblorosaderabiayalegría.Todos se volvieron y divisaron a Maurevert. A pesar de que sus propios
sentimientos estaban ya en el paroxismo, no dejaron de observar que el odio deMaurevert era sin duda muchísimo mayor, cosa que lo hacía jefe indiscutible delgrupo.
—Conozcoaesehombre—dijoMaurevert—ypodéisestarsegurosdequesiseha refugiado ahí, es porque tiene medios de defensa. Por esta razón es necesario
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meditarbienloquesehace,sincontarconquelapresaesmuyimportante.Hayqueavisaralduque.
—Yomeencargo—dijo,avanzando,ungentilhombre.—Entretanto,hagamosnosotrosguardia—dijoMaurevert.Rosayelcaballeronohabíanoídoestaspalabras,queseperdieronconfundidas
eneltumulto,perolaprimera,encambio,oyóperfectamentecómogritabanpidiendolamuertedePardaillán.
—¿Sedirigenavosesosgritos?—preguntóalcaballero.—¿Puesaquiénqueréisquesea?—contestóéste.—Pero,Diosmío,¿quéhabéishecho?—¿Yo?Nada.Sóloimpedirquelosdemáshicieran,porqueloquequeríanhacer
erahorroroso.—No comprendo —dijo Rosa—. Pero, en fin, caballero, sin duda alguna os
habéisinmiscuido…—En lo quenome importaba—interrumpióPardaillán—. ¡Oh!, padremío, ya
podéisdormirtranquilo.HeaquíquenuestrabuenaRosatomaasucargoelcontinuarlosconsejosquemedabais.
—¿Yquévaaserdevos,caballero?—preguntóRosatemblando.Talobservacióneramuyatinada,porqueRosanopodíadudarunsoloinstantede
quelaposadaseríaasaltadaporlafuriosamultitudydequeporfincaeríaenmanosde los enemigos. La buena mujer olvidaba sus intereses. Pardaillán la miró conadmiración.
—Ya sabéis, mi querida Rosa, que nunca me ha sucedido nada malo en «LaAdivinadora»—contestóelcaballero.
—¡Escuchad,escuchad!—dijoRosa.Enaquelmomentoestallóenlacalleunextrañotumultoquenoeraeldeataque.
Resonaban ruidos sordos, más no los de una puerta que se quiere hundir. Aqueltumultoeraeldeunamultitudquehuyeprecipitadamente.Losruidosparecíanmásbien loscausadospormueblesquecayerandesde loaltoy fuerana romperseen lacalleantelapuertadelaposada.Almismotiempooíanseenlapartealtadelacasaroncasvociferaciones.Enlacalle,Maurevertexclamaba:
—Ya me lo imaginaba que ese bandido de Pardaillán había reunido aquí suejércitodetruhanes.
Pardaillán,entretanto,decíaaRosa:—¿Acasotendremosdefensoresenlacasa?Se lanzó hacia los pisos superiores y, guiado por el formidable ruido, llegó al
segundoyúltimopiso.Unavezallíobservóque lasvociferacionesprocedíande lahabitación en que durmiera la noche antes, y que era la misma que ocupaba deordinariocuandosealojabaen«LaAdivinadora».
—Por lomenos hay quince ahí dentro—pensó—. ¡Gracias aDios!Empiezo acreerquedaremosundisgustoalosseñoresguisardos.
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Yabriólapuertagritando:—¡Eh, amigos, no arrojéis todos los muebles a la vez! Un poco de método,
¡caramba!Organicemosunadefensay…Y se detuvo asombrado por el espectáculo imprevisto que se le ofrecía. En su
habitaciónyanohabíamuebles.Lassillas,lossillones,lamesa,elcofreylamismacama, desmontada sin duda alguna, habían sido echados por la ventana. Ya noquedabamásqueunreloj,unodeaquellosrelojesantiguosencerradosenunarmariode madera. Aquel reloj entonces parecía hallarse animado de vida fantástica ysobrenatural. Bailaba, se balanceaba y chocaba contra las paredes con gemidossonorosybruscascampanadas,queprobabanelmalestadodesusentrañas.
Pardaillánquedómudodeasombro,élquedenadaseasombraba.Aquelrelojsebatíacontraunhombremuyalto,casitantoytandelgadocomoel
mismoarmarioqueconteníaalprimero.Eraaquelhombreelquehabíaarrojadotodoslosmueblesalacalle.Eraélquien,
abrazado al reloj, lo arrastraba también hacia la ventana, y por fin era él quienvociferabaconvozgruesayprofunda.Estababañadoensudor,pálidodeespantoyrebosantedecólera.Dabaalreloj terriblespuntapiésyloestrechabafrenéticamenteentresusbrazos.
—¡Ah,miserables!¡IgualqueenlacapilladeSanRoque!¡Igualqueenlaabadía!¡Veinte contrauno!Pero, juro aDios, queos arrojaré a todospor la ventana.Y tútambién—añadiódirigiéndosealreloj—.Tútambiénpasarásporelmismocamino.¡Alláva!
Yloempujóigualmente,despuésdeungranesfuerzo,hacialacalle.Elreloj,aconsecuenciadeunnuevoimpulsodelloco,puesrealmenteloestaba,
demiedooderabia,elreloj,repetimos,vacilandounmomentoenelantepechodelaventana,cayóporfinalacalle,yfueadestrozarsesobreelarroyo,siendorecibidasucaídaporuncorodemaldicionesfuriosas.
Entoncesel fantástico luchador, con losojosdesencajadosy la frente sudorosa,dirigióentornosuyounamiradadeestupefacción.
—¡Todosderrotados!Elúltimoacabadehuir.YPardaillánreconocióentoncesaGraznido.
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XXXVII-Belgodere
COMOyahemosvisto,Belgodereseprecipitóhacia lapuertadeMontmartreparallegaralaabadía.Hallólapuertacerrada,pues,comoserecordará,elduquedeGuisahabíadadolaordendequenosepermitieraanadielasalidadelaciudad.Belgoderenohizo,pues,lamenorobjeciónalosguardiasqueledieronelalto,yapartándoseadoscientospasosdelapuerta,subiósobrelamuralladiciéndose:
—A estas horas la hija de Claudio debe de haber sido reducida a cenizas.Mivenganza está satisfecha. ¿Qué hará ahora Claudio? Sin duda llorar. Me gustaríaverlo.
Y se imaginó la doble escenadeVioleta reducida a cenizasyClaudio llorandodesesperadamente.
—¡Flora ha muerto! —se dijo—. Pero, en fin, no debo pensar más en ella.Prefierohacerloen losvivos.Violeta tambiénhamuerto.MequedaStella.¿Qué lequedaencambioaClaudio?
Seinclinósobreelfosoymurmuró:—¡Imposible! Me rompería los huesos y quiero vivir porque tengo una hija.
¿QuiénsabesiClaudio…?Y se echó a temblar pensando que tal vez Claudio querría vengarse en Stella.
Entoncesbajóapresuradamenteycorrióhacialapuerta.—Dejadme pasar —dijo al jefe del puesto de guardia—. Pagaré lo que sea
necesario.Aquelhombrecubiertodesudor,desencajadoypálido,despertólassospechasdel
sargento de guardia, el cual hizo una seña y cinco o seis guardias se abalanzaronsobreBelgoderey lo arrojaron a la calle.El gitano corrió entonceshacia la puertavecina,perotropezóconlamismaconsigna.
—¿Cómomelasarreglaré?—pensó.Deprontodioungritodealegríayechóacorrer.—¿Porquénosemehabráocurridoantes?—dijo—.Ellameharásalir.AcababadepensarenFausta, lacual,probablemente,debíahallarseen laplaza
delaGrève,porqueallíhabíavistosulitera.Unavezllegadoalaplaza,laobservóvacía,aexcepciónde losheridosquealgunoshombres transportabanenangarillas.Belgoderenosepreocupódeaveriguarloquehabíasucedido.Sefijótansóloenquela fiesta había terminado. Entró en la Cité y muy pronto llegó ante el palacio deFausta.
ÉstaacababadellegaryrecibióaBelgodereencuantosupoquedeseabaverla.Elgitanonohabríapodidosospecharnuncacuáleseranlospensamientosquellenabanlacabezadeaquellamujer,porqueapesarde loocurrido,sóloestabaunpocomáspálidaquedecostumbre.
—¿Quéquieres?—lepreguntóconinterés.—UnsalvoconductoparafranquearlaspuertasdeParís—dijoelgitano.
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—¿Quieresacasodejarmiservicio?—No,señora,hoymenosquenunca,porquegraciasavosviveunademishijas.—¿Quédices?—Laverdad.Yaoscontémihistoria.Yasabéisquedespuésdelaprisióndelos
míos,mishijasFlorayStellafueronconfiadasauncristiano,elcualnoeraotroqueelprocuradorFourcaud.
Belgoderesesecólafrente.—Así,pues—continuó—,laquehasidoahorcadayquemada,esmihijaFlora,
lamayor.LaquevoshabéissalvadoesStella,alaque,porordenvuestra,llevéalaabadíadeMontmartre.Ahoralaspuertasestáncerradas.Yacomprendéisquenecesitounsalvoconducto.
Belgoderepronuncióentonorudoestaspalabras.—Yacomprendo—dijoFausta—yvoyasatisfacertudeseo.Sacóentoncesdeunmuebleunpapelylotendióalgitano,diciéndole:—Guárdalocuidadosamente.Estepapel tepermitirápasarpor todaspartes,aun
por los lugaresenqueestáprohibidoelhacerlo.PodrássalirdeParíspor lapuertaquemejorteparezca.Vete;estanochemelodevolverás.
BelgoderetomóelpapelquellevabalafirmayelsellodeGuisa.Saliósindarlasgracias a Fausta y, apenas estuvo fuera, ésta trazó algunas líneas sobre una hoja,llamóydijo:
—Que vaya un caballero a la abadía a entregar esta orden a la señora deBeauvilliers.Esnecesarioquellegueallíantesqueelhombrequeacabadesalir.
Belgodere se presentó de nuevo ante la puerta deMontmartre y cuando llegóestabadeguardiaelmismosargentoquelehabíanegadoelpaso.Reconocióalgitanoy a la sazón se preparaba a hacerle prender, cuando éste le exhibió el documento.Apenaselsargentolohuboleído,miróaBelgodereestupefactoyseinclinó.
—Talvezesunpríncipedisfrazado—sedijo:Yenvozaltaañadió:—Monseñor se dignará perdonar elmodo como antes lo traté. La consigna es
muyrigurosa.Belgoderemiróasombradoasualrededor,observandoalfinqueeltratamientode
monseñoribadirigidoaél.—Abre—dijoentonobreve.—Inmediatamente—contestóelsargento,convencidodequeselashabíaconun
personaje.Yañadió:—Noserámuylargoporqueacabamosdebajarelpuentelevadizoauncaballero
ynohahabidotiempodelevantarlodenuevo.Belgodere no se fijó en estas palabras. En cuanto la puerta estuvo abierta,
atravesó el puente levadizo y emprendió el camino hacia la abadía. Entre tantopensaba:
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—¿Cómose lodiré?Ellacree llamarseJuanaFourcaud,peroen realidadesmihijaysellamaStella.¿Querrácreerme?¡Bah!Acabaréporconvencerlaporque¡seríabuenoquenopudieraconseguirlo!
Taleseranlospensamientosdelgitano,loquepruebaquehastaenlasnaturalezasmásrudassiempredominauntiernosentimiento.
—No hay duda de queme creerá. Y luego, ¿qué haremos?Nosmarcharemos.Claudiodebeestarllorandoporahí,amenosquenohayamuerto.YonotengonadaquehacerenParísyporlotantomellevaréaStella.
Llegóenestoalaabadíayparaahorrartiempocreyómejoratravesarlabrecha.Allísedetuvomuypálido,emocionadoporlaideadevolveraverasuhija.
—Esprecisoquemetranquilice—sedijo—.Símepresentoanteellatrastornado,serácapazdeasustarse.
Echóaandarhaciaelcercadoyencuantoestuvoacienpasos,vioquelapuertadetablonesestabaabierta.Fruncióelentrecejoperoserepuso,pensando:
—Sindudaestanocheladejéasí.Echóacorrerycuandoestuvodentrodelrecinto,sufrenteseinundódesudorfrío
alobservarquenosóloestabaabiertalapuertadelaempalizada,sinotambiénladelpabellón.
—¿Quéseráeso?—exclamó.Deunsaltopenetróenlacasayentoncessoltóunrugidodefuror.Lapuertadela
habitaciónestabatambiénabiertaylahabitaciónvacía.—¡Stella! —gritó olvidando que aun cuando su hija estuviera allí no habría
contestado a tal nombre—. ¡Stella, Stella!—repitió—. ¡Soy tu padre! ¡No tengasmiedo!¿Dóndeestás?
Yempezóacorrer,llamando,sollozandoymezclandosusacariciadoraspalabrasconblasfemiashorribles.EncuantoestuvoconvencidodequeStellanoseencontrabanienelpabellón,nienelrecinto,corrióalmonasterioysubiólaescalerahaciendocaeraunhombrequeenaquelmomentobajaba,yunavezantelashabitacionesdelaabadesa,empezóallamarconfuerza.
—¡Stella!¡Stella!¿DóndeestáStella?—yrepitióestemismogritoalhallarseenpresenciadeClaudinadeBeauvilliers.
—¿Stella?—preguntóClaudinasorprendida.—Quierodecirlaprisionera,¿dóndeestá?—¿NooslallevasteisalaBastilla?—NohablodeVioleta,sinodelaquetrajeensulugar.—¡Ah!¿Demodoquetrajisteisaotraprisionera?Belgoderesemesóconambasmanos loscabellos.Alasazónrecordabaqueno
hablóanadiedelaprisionera.Luego,conentrecortadasvoces,hizounarelacióndelosucedidodurantelanocheanterior,explicandoquedespuésdehaberconducidoalaBastillaaVioleta,regresóparadejaraJuanaFourcaud.
—¿NodecísquesellamaStella?—observóClaudina.
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—Esigual.EnrealidadStellaessunombreverdadero.—Hicisteismalennoavisarme—dijoClaudina—.Silaprincesapidecuentasde
estanuevaprisionera,vossoloseréiselresponsable.Yaconcibovuestraemoción.—¡Ah!¿Esquenolosabéis?Yempezóasollozar.—Habráhalladomediodeabrirlapuertay,sinduda,hahuido—dijolaabadesa.PeroBelgodere ya no la escuchaba. Se lanzó fuera y volvió al recinto.Allí se
sentósobreunapiedraconlacabezaentrelasmanosyempezóareflexionarsobresusuerteadversa,profiriendodevezencuandolamentacionesoblasfemias.
—Hubierasidodemasiadohermoso.¿Acasounhombrecomoyohanacidoparaserfelizyparavivirencompañíadeunahija?Demasiadadichaparaungitanocomoyo. Mi sino es pasar la vida ocupado en asesinatos, puñaladas y pensamientoscriminales.
Semejantes ideas no podían tener duración en el espíritu de aquel hombre.Aquelladesesperaciónferozduródoshorasyluegoelgitanoempezóarecobrarenpartesucalmaacostumbrada.
Reflexionó ante todo acerca de la facilidad con que había podido entrar en lashabitacionesdelaabadesa.Siéstalohubieraesperado,nohabríapodidorecibirloconmayorprontitudnibondad,porquelaabadesalehabíahabladoconuncariñoquenoacostumbraba.
Entonces fue a examinar la puerta de la habitación en que Stella había sidoencerradayobservóqueelcerrojoestabaintactoydeningúnmodoforzadooroto.Yademás,¿porquéStellahabríatratadodehuir,cuandoBelgodereleafirmóqueibanareuniría con su hermanaMagdalena? Por último,Belgodere se fijó en que aquellapuertateníaelcerrojoporlaparteexterior.
Laconclusiónsaltabaalavista.Stellanopodíaabrir,perolehabíanabiertodesdefuera.
¿Y quién podía ser? ¿Quién podría tener interés en libertar a la joven? ¿Y eraaquellounaliberación?
Lassospechasibanganandoterrenoenelánimodelgitano.—¿QuiénsabíaqueStellaestabaencerradaenelconvento?ÚnicamenteFaustay
loscaballerosquehabíanacompañadoaBelgodere.Éste recordó entonces que en la escalera de la abadía había tropezado con un
hombre.Unavezhuborelacionadotodasestascircunstancias,yexaminadoelproyelcontradelacuestión,BelgoderesaliódelaabadíayempezóadescenderlentamentelacolinadeMontmartre.Surostrorudoparecíatranquiloenaquelmomento,perosuslabiosestabanblancosylosojos,encambio,rojos.Heaquíloquepensaba:
—Fausta sabía que yo iba a la abadía a hacerme cargo demi hija y envió uncorreo para queme la robaran. Perfectamente. ¿Quéquerrá?No lo sé. Pero si ellapudierasospecharloqueyopienso,haríamoriramihija.Noimporta,continuaréasuservicio,noladejaréuninstanteyporfinlograréaveriguarloquehahechodeStella,
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yentonces…Ungestoamenazadorcompletóelpensamientodelgitano.Cuandoporlanoche,
juzgándoseyabastantetranquiloparadominarsuemoción,sepresentóanteFausta,éstafuelaprimeraenpreguntar:
—¿Ymiprisionera?—Querréisdecirmihija.—Sí,tuhija;¿latraes?—Hadesaparecido—dijofríamenteBelgodere.—¿Ytelotomasconesatranquilidad?—Conlamismaconquevososenteráisdeladesaparicióndevuestraprisionera.FaustanoparecióasombrarseniescandalizarseconlarespuestadeBelgodere.Ya
hemos visto que sabía adoptar la actitud conveniente según con quien hablaba. YcomprendiendoquedeBelgoderenopodíaesperarotracosaquelafranquezabrutal,contestósencillamente:
—Laque,noséporquérazón,llamastuhija,puestoque,enrealidad,loeradelprocuradorFourcaud,noeraunaprisionera.Nos interesabaguardarlaalgún tiempoparaquenadiesepercataradelasustituciónquehicimosenlaBastilla.Peroyaquehahuido,buenviaje.
—Esoes,buenviaje—contestóelgitano.—Ya la encontraremos. Tranquilízate. Ahora puedes marcharte, pero antes
devuélvemeelsalvoconductoqueteconfié.—¿Aquelpapel?—exclamóelgitano registrandosusbolsillos—.¿Dóndeestá?
Nolotengo.—¿Lohasperdido?—Sí —dijo Belgodere, mirando a Fausta con fijeza—. Seguramente lo he
perdido.—Bueno,notieneimportancia.Vete,Belgodere,yesperamisórdenes.Anoser
quequierasdejarmi servicio,encuyocaso tediríaque fuesesaverami tesorero.¿Quierescontinuarsirviéndome?
—Sinomeecháis,prefierocontinuar.MeparecequenoheacabadoconVuestraIlustreSeñoría.
—Asímeparecetambién—dijoFausta.Yacompañósonriendoalgitanoque,despuésdehabersaludadohumildemente,
seretiródiciéndose:—Ahora estoy completamente seguro de que ha hecho robar a Stella. ¡Por el
infierno,señora!Nosólonoheacabadoconvos,sinoqueahoraempezamos.
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XXXVIII-Claudio
ELPRÍNCIPEFARNESIO,apoyadoenelantepechodelaventanadelaplazadelaGrève,asistiópetrificadodehorrorydeadmiraciónalterribleespectáculoquehemosprocuradodescribirsinesperanzadedarideadesutrágicagrandeza.
FarnesiovioaClaudioque,despuésdehabersaltado,selevantabapuñalenmanoy se precipitaba contra la multitud. Pero antes de que Claudio hubiera llegado alestrado,elpríncipeviocómoPardailláncogíaaVioletaylaarrancabaalosguardias.Luego, después de un instante inapreciable, en que todo desapareció en un granremolino,vioasuhijajuntoaCarlosdeAngulema;mástardetuvolugarelterribletropelquecostólavidaamásdetreintapersonasehiriótalvezadoscientas.
Elpríncipe-cardenalconangustiadelirantesiguiólaspartesdeaquellapesadillarealqueantesusojossedesarrollaba.Violetaestabasalvada.Violetafuearrebatadaalgalopeporsussalvadores.
A éstos Farnesio los reconoció. Eran los hombres a quienes habló en lospabellones de la abadía de Montmartre cuando la sutil y perversa diplomacia deFausta lo puso en presencia de la gitana Salzuma, de Leonor de Montaigues, suadorada,alaquecreyeramuertayalaquecontinuabaamandoapasionadamente.
Cuando Farnesio vio que su hija estaba salvada, exhaló un suspiro desobrehumana alegría y por la primera vez desde los dieciséis años dolorosos queacababadevivir,unrayodeesperanzaentróensucorazón.Peroaquellaalegríaeraegoísta,puesnosedirigíaaVioleta,sinosiempreaLeonor.Farnesioamabaasuhija.La había buscado ardientemente y sufrió una tortura espantosa cuando después decasihaberlahalladollegóacreerquelahabíamatadoFausta.Entoncessuodiocontrala Papisa fue puro y sin mezcla, pero después de haber vuelto a ver a Leonor,Farnesionodescubríaensuhijamásqueelmediodeconquistaralamadre.
Leonor estaba loca.Gracias aVioleta esperaba poder devolverle la razón, perocuando esto sucediera, Leonor sin duda sentiría odio por el seductor y entoncesFarnesioesperabaconquistarsuamorpormediodeVioleta.
Así,pues,Farnesioalverquesuhijaestabasalvada,pensó:—AhorayapuedoverdenuevoaLeonor.En algunos segundos formó su plan. Por medio de los dos salvadores hallaría
nuevamenteaLeonor,ysepresentaríaanteellallevándoleaVioleta,asuhija,yasícreíaconseguirqueleperdonarasupasado.
Veía nuevamente a Leonor tal como la contemplara en la abadía; todavíahermosa.SibiennoeralajovendelpalaciodeMontaigues,habíaseconvertidoenlamujerque sehallabaenel esplendorde subelleza. ¡Oh,cuántodeseabavolverlaaver!¡Cuántoanhelabapoderllevárselaencompañíadesuhijayrasgarparasiempreelmantodecardenal,ylapúrpuraqueleparecíahechaconsangre!Iríaseaunpaíslejanoenbuscadeladichayelamor.
Éstaeralavisiónquesepresentabaanteelcardenalenelmismomomentoenque
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Faustabajabadelestradofuriosaporlanuevaderrota.Peronoperdiendoporellosusangrefría,diodosórdenes.UnarelacionadaconlacasaenquealasazónsehallabaFarnesio,yyaveremosenbrevelaejecucióndelaotra.
Cuando el príncipe-cardenal hubo visto desaparecer el caballo que llevaba aCarlosyVioleta,volviósedespuésdehabercerradomaquinalmentelaventana.
Era preciso obrar de prisa porque no había duda de que Fausta trataría deapoderarse deVioleta. Entonces sintió amargamente el no haber dadomuerte a laprincesacuandolatuvoensupoderonohaberordenadoaClaudioqueporunavezvolvieraaserverdugo.
Pensandoentalescosas,Farnesiobajólentamentelaescalera.ElmismocriadovestidodenegroquehicieraentraraBelgodere,sepresentópara
abrirlelapuerta.Farnesioleentregóunabolsallenadeoro,diciéndole:—Sivienenabuscarmedepartedelasoberana…Elservidorhizolaseñaldelacruz.—Contestaréis que he salido de aquí diciendo que me marcho de París para
regresaraItalia.—Bien,monseñor—dijoellacayo.Y almismo tiempo abrió rápidamente una puerta que daba a cierta especie de
reductoqueocupaba.EnelmismoinstantesalierondeallícincooseishombresqueseprecipitaroncontraFarnesio.Enunabrirycerrardeojoslodesarmaronyunodeellos,amenazándoloconunadaga,ledijofríamente:
—Monseñor, tenemosordendeapoderarnosdevos,muertoovivo.Esperoquénosahorraréiselpesardetenerquemataros.
Farnesio,lívido,dirigióalcielounamiradadedesesperaciónymurmuró:—¡Oh,Fausta, tereconozco!¡Diosdejusticiaydebondad,miraloquehacetu
enviadayjúzgala!Luego,dirigiéndosealqueacababadehablar,ledijo:—Conde, nos conocemos hace tres años. Sé, por consiguiente, que cumpliríais
rigurosamente las órdenes que habéis recibido. Permitidme unas palabras tan sólo.¿Puedorogarosquemeconduzcáisloantesposiblealaqueosenvía?
—Monseñor—dijoel conde—,vuestro ruego será tantomejor acogido, cuantoquedebemos conduciros inmediatamente al palaciode laCité.Unicamente servíosrecordarqueungritooungestoduranteelcamino,oscostaríaposiblementelavida.
—Nogritaré—dijoFarnesioconlacalmaqueleerahabitual—.Vamos,señores;ossigo.Encuantoati—añadiódirigiéndosealcriadovestidodenegro—encuantoati,Judas,guárdatemidineroapesardetodo.Serviráparapagartutraición.
Elhombrehizolaseñaldelacruz,seinclinóydijo:—Diosmandayyoobedezco.Entoncessepusierontodosenmarcharodeandoalcardenal,yveinteminutosmás
tardelapequeñatropaentróenelpalaciodeFausta.Farnesiofueintroducidoenunahabitaciónamueblada,peroconlapuertaderoble
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guarnecida de sólida cerradura y con la ventana, que daba al Sena, protegida porgruesosbarrotesdehierro.
PidióquelollevaranenseguidaalapresenciadeFausta,peroportodarespuestael hombre que lo había conducido hasta allí cerró la puerta y corrió el cerrojo.Farnesiosesentóenunasillay,sonriendolúgubremente,murmuró:
—¿Quién sabe si vale más que muera? La maldición de Nuestra Señora pesasobremí y todo lo que conmigo se relaciona estámaldito. Lo único que siento esmorirsinhabermatadoaFausta.¿Yquéhacestú,Claudio,ahora?
¿Qué hacía entre tanto Claudio? Habíase lanzado en la dirección en que viogaloparaCarlosdeAngulema,llevándoseaVioleta.Faustaloviosindudayadivinóloqueibaahacer.Dijoalgunaspalabrasaunhombrequeasu ladoestaba,elcualechóacorrercomoClaudio.
Éstefueunodelosprimerosquecogióporlabridaauncaballodelosquecorríanpor todos lados. Montó en él y, sin haberlo deseado, hallóse formando parte delpelotóndejinetesqueperseguíaaPardaillán.Únicamentecuandoelcaballerodiolavuelta, Claudio no siguió al pelotón. Lanzóse al galope desenfrenado en lamismadirecciónqueCarlosdeAngulema,alqueveíadesapareceralolejosporlaesquinadeunacalle.LlegóaellaconoportunidadbastanteparavercómoCarlosentrabaenlacalledelosListadosytambiénseaventuróporella.
Carlossecreíaperseguido.Cuando se detuvo jadeante ante su palacio, saltó a tierra, cogió en brazos a
Violeta y llamócon tal energía que los criados salieron a abrir asustados.Unavezdentro dejó en la antecámara a Violeta desvanecida. En aquel momento, Claudiollegabaalgalopeysedeteníaantelapuerta.Carlossalióentoncesyapuntósupistolasobre Claudio, el cual, a pesar de darse cuenta del peligro, no intentó defenderse.Carlosdisparó,peroenelmismoinstanteenquesalíalabala,sedesvióelarma.Eljovensesintiócogidopordosbrazosdemujer,mientrasunavozsuplicanteledecíaaloído:
—¡Mipadre!¡Ibaisamataramipadre!El jovendioungritoymiróaterradoaClaudio,yviéndoloenpie,acudióasu
ladoylecogiólasmanos.—¿Osheherido?—No.—Entradvos,aquienellallamapadre.Dispensad,creíquenosperseguíaisy,por
lotanto,noesdeextrañarmiagresión.Algunos instantesmás tarde,CarlosdeAngulemayVioleta, reunidosenbrazos
deClaudioconfundíansussonrisasysuslágrimas.Elverdugosollozabadulcemente.Fueaquél, para los tres, unmomentode felicidadperfecta.ParaVioleta eraun
hermososueñorealizadoypara losdoshombreseraelasombroextraordinarioquesobrecogealasalmasmejortempladas,cuandodesdeelpeligrosepasadeprontoalaseguridadydesdeladesesperaciónaunafelicidadcomosihubieranvividosiempre
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juntos.ClaudiomurmuróaloídodeVioleta:—¿Ésteeseljovenseñorquefuiabuscarala«PosadadelaEsperanza»ynolo
encontré?—Sí,esél—contestóVioletaemocionada.—Señor—dijo entonces el joven sonriendo a Violeta—. Nuestra situación es
muysencilla:amoaesteángeldelquetenéislafelicidaddeserpadre.Esprecisoqueos diga quién soy.Me llamo Carlos, duque de Angulema; mi madre es la señoraMaríaTouchetymipadresellamabaCarlosIX.
—¡Elhijodeunrey!—exclamóVioletaasombrada.Su alma de pobre gitana sintió entonces un orgullo inocente semejante al que
sentiría Cenicienta al verse distinguida por el Príncipe. Su ensueño era radiante.Aquelseñoraquienellahabíaadoradosecretamenteyqueenaquelmomentolateníacogidadelamanoyquelaamaba,segúnledecía,eraelhijodeunrey.
Aaquellacalletranquilanollegabanlosclamoresdemuerte.Enaquellahermosasaladebrillantesmueblesyantiguastapiceríasreinabaunatranquilidadinfinita.ConlacabezaapoyadaenelpechodeClaudioylamanoenladeCarlos,Violetahubieradeseadomorir así, rodeada de aquella paz y de aquel amor. Carlos de Angulema,entretanto,añadía:
—Ahorayasabéisquiénsoy.Yseríamuyfelizenesteinstante,elmásdichosodemivida,sabiendoquiéneselpadredelaqueamo.
Claudio,quecontemplabaaVioleta, levantó lacabeza lentamente.Las lágrimasdefelicidadquecaíandesusojos,cesarondecorrer.Susonrisadefelicidadinfinitaseconvirtióenotraamargaydesesperada.
—¿Quiénsoy?—dijoconalteradavoz—.¿Queréissaberquiénsoy?Carlos lomiró angustiado, sospechando que en la actitud deClaudio había un
secreto.—Caballero—dijo—talvezhesidoindiscreto.Perdonadme…—No,no—dijoelverdugodandounsuspiro—esnecesarioquesepáis…Almismotiempo,coninstintivogesto,retirólamanoquelehabíatomadoCarlos,
aquellamano homicida, roja de sangre, aquellamano de verdugo que nadie habíaestrechadonunca.CarlosviocómosedesencajabaelrostrodelpadredeVioleta.
—Sivuestronombreesunsecreto—dijosencillamente—nolopronunciéis.Sólooslopreguntabaparadeciros:Padre,amoavuestrahija.Bendecidnuestroamorhastaqueunsacerdotebendiganuestraunión.
Violetapalideciócomprendiendocuáleraelpeligroque laamenazaba.Recordóla escena de la confesión de Claudio. ¿Quién querría casarse con la hija de unverdugo?
—¡Padre!¡Oh,padremío!—balbucióasustada.—No, no—repitióClaudio—.Nohabéis hechomal al preguntarmequién soy.
Porqueesprecisoquesepáisloquenosoy.Monseñorduque,nosoyelpadredeestaniña.
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—¡Padre,padre!—GritóVioletacondesgarradoracento—.Yamedijisteotravezlomismo,peronoquierotenerotropadrequetú.
—¡Benditaseas,hijamía!YcongranasombrodeCarlos,Claudiodiounabrazoalaniñayluegolallevóa
unahabitacióncercanaendondeladejósobreunsillón,diciendo:—Notemuevasni temasnada,puespapáClaudio loarreglará todo.Tecasarás
conelhijodelreyyprontoseráslaseñoraduquesadeAngulema.EntoncesvolvióalasalaenquehabíadejadoaCarlosycerrólapuerta.—¿Estáisasombrado?—preguntó.—Noloniego.Claudioempezóentoncesapasear,ydeteniéndosedeprontoanteCarlos,ledijo:—Monseñor, como ya os he dicho, no soy padre deVioleta. Sencillamente he
sidoelquelahacriado.Importa,pues,muypocoquesepáisquiénsoyoloquehesido.TansóloosdiréqueminombreesClaudioyquesoyburguésdeParís.
YsecallóestudiandoconansiedadelrostrodeCarlos.—Hayunsecretoenvuestravida—dijoeljoven.—SecretoqueosrevelaráVioleta—contestóClaudioconalteradavoz.—Puesnoquierosaberlo—dijoCarlos.Claudiodiounprofundosuspiro.—Loqueimporta—continuó—esquenosoyelpadredelaqueamáis.Violeta
es hija de monseñor el príncipe Farnesio y de la muy noble señora Leonor deMontaigues.
—¿Eselhombreaquienvienelpabellóndelaabadía?—Elmismo.—¿Elquemedijoquesuhijaestabamuerta?—Asílocreía.—¿YcuándopodréveralpríncipeFarnesio?—Yaoslodiré,porquesédóndeencontrarlo.—Puesbien,servíoshacerdemodoquepuedaverlocuantoantes.—El príncipe Farnesio—continuó Claudio— es el único que puede decidir la
suertedeVioleta,porqueyonosoysupadre,ni tengoelmenorderechosobreella.Quieroqueospenetréisdeestaverdad.
—Yamelohabéisdicho.—Porconsiguiente—añadióClaudiopalideciendo—unavezsentadoquenosoy
nadaparaVioleta,yqueellatampocoesnadamío,yque,porlotanto,podréissalirde París en cuanto estéis unidos sin necesidad de darme cuenta del lugar adondevais…
Yseinterrumpióparapasarlamanoporlafrente.—Unavezsentadotodoesto—continuó—,lomejorquepodéishaceresponeros
hoymismoencomunicaciónconelpríncipeFarnesio,elpadredeVioleta.—Éstaestambiénmiopinión—dijoCarlos.
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Elexverdugobajólacabeza.Traslaspalabrasqueacababadepronunciarnolequedabamásquemarcharseenseguida,parairenbuscadelpríncipeFarnesio.Más,apesardeello,permanecíaallísumidoentristemeditación.
Eljovenlomirabacadavezmásasombradoysintiendoalmismotiempolasmásterriblessospechas.¿QuémisteriohabríaentreélyVioleta,queledabaelnombredepadre?Y fueseono, en realidad, el padredeVioleta, veíase claramenteque aquelhombresentíaporlaniñaunamorsinlímites.
¿Por qué Claudio semostraría tan reservado? ¿Quién era? ¿Acaso su contactopodríamancillaraVioleta?EnelmomentoenqueCarlos sehacíaestaspreguntas,viotaldolorpintadoenelrostrodeClaudioque,llenodelástima,exclamó:
—Nopodemossepararnosasí.Caballero,ennombredelaquelosdosamamos,osconjuroparaquemedigáisquiénsois.
ElverdugodirigióaCarlosunamiradadulceytristealavez.—¿Nooslohedicho?—exclamócontemblorosavoz—.SoyunburguésdeParís
ymellamoClaudio.Esoestodo.—No,quierosaberelsecretoquepesasobrevuestravida.—¿Elsecreto?Yaoshedicho,monseñor,queVioletamismaoslorevelaría.—¡Oh, voy a saberlo enseguida!—exclamó el joven haciendo unmovimiento
comoparapenetrarenlahabitaciónenqueestabaVioleta.Peroelverdugolocogiódelbrazoyledijo:—ElpríncipeFarnesio,elpadrede laniña,osdará lasexplicacionesnecesarias
acercadelnacimientode laqueamáis.Nomecorresponde,dároslasyo,porquenosoysupadre.Monseñor,juradmequenohablaréisnuncademíalpríncipeFarnesio.Esnecesario—añadióviendoqueeljovenvacilaba.
—Pues bien, sea—exclamóCarlos—.Conmi palabra de caballero os aseguroquenuncapronunciarévuestronombreanteelpadredeVioleta.
—Bien. Juradmeahoraquenunca interrogaréis aVioleta acercademí.Nohayinconvenienteenqueellayporsímisma,sinserinvitada,osrevelesupasado,peroprometedmequenuncaselopreguntaréis.
—Tambiénos lo juro—contestóCarlos impresionadoporel tristeacentodesuinterlocutor.
Claudiohizoungestodesatisfacción.—Adiós—dijoentonces—.DentrodeunahoraelpríncipeFarnesioestaráaquí.
Encuantoamí,porsinovolvéisaverme,escuchad.—¿Porquénohedevolveraveros?—preguntóCarlos.—Sinomevolvéis a ver—insistióClaudio, como si nohubieraoído—puede
darseelcasodequelaniñacorraunpeligrocualquiera.—Nadiepensaráenbuscarnosaquí,ymañanamismonosmarcharemosdeParís.—Muy bien —dijo Claudio, dando un suspiro—. Precisamente os lo iba a
aconsejar.Noobstante,sisobrevinieraalgo,cualquiercosaquefuese,yvoscreyeraisqueyopodríaserútilalaniña,recordadquehacialamitaddelacalleGalandre,enla
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Cité,hayunacasitabajayaisladadelasdemás,cuyapuertayventanasestánsiemprecerradas.TantodedíacomodenocheymientrasestéisenParís,siemprequetengáisnecesidaddealgo,idallamarallí.Otrapregunta:¿cuándoosmarcháis?
—Mañanaaldespuntareldía.—¿Porquépuerta?—Pasaré por la calle de SanDionisio para recoger en «LaAdivinadora» a un
amigoaquienquieromuchoyquesupongoseharefugiadoallí.Luego,acompañadodelpríncipeFarnesioyVioleta,tomaréelcaminodeOrleáns.
—EntoncessaldréisporlapuertadeNotreDamedesChamps.Dichas estas palabras, Claudio dio algunos pasos como si quisiera entrar en la
habitaciónenquesehallabaVioleta,perosedetuvo,moviólacabezayvolvióalladodeCarlos.
—Monseñor—dijoentoncesenvozbaja—.Esaniñaosadora.Loséymeconstaporquesualmaespura,ysucorazóngeneroso.Hasufridomucho.
—Puesyahanterminadoparaellatodasuertedesufrimientos—exclamóCarlos—.Osjuroquelaharéfeliz.
Inefable alegría se mostró en el rostro del verdugo, que saludó a Carlos conhumildad.Ésteletendiólamano,peroporsegundavez,Claudiofingiónoadvertirloysaliórápidamente.Algunosinstantesmástardehabíasalidodelacasa.
Examinóatentamentelacalle,queestabatranquilaydesiertacomodecostumbre.EraevidentequenadiehabíaseguidoalduquedeAngulemacuandohuyódelaplazadelaGrève.
—¡Salvada!—exclamó ardientemente Claudio—. Ahora ya puede decirse queestásalvada.
Entoncesempezóaandar,despuésdehabermiradotristementelacasadeMaríaTouchetendondequedabalaalegríadesuvida.Ycuandohubodadoalgunospasosrompióallorar.SiguiólaorilladelríoendirecciónalaGrèveyallísemezclóconlosgruposdegentedelpuebloquecomentaban los acontecimientosquehabían tenidolugarenlaplaza.
EnelmomentoenqueelverdugosealejabadelacasadelacalledelosListados,unhombrequesaliódelquiciodeunapuertaenqueseocultabaempezóaseguirloadistancia.AquelhombreeraunodeaquéllosaquienesFaustadiounaordendesdeelestrado.MontóacaballoyllegóalacalledelosListadosconoportunidadbastanteparaveraClaudioentrarenlacasadeMaríaTouchet.Entoncesatósumonturaaunade aquellas anillas de hierro que había encima de los guardacantones, que servíanparaqueloscaballeroscubiertosporpesadaarmadura,pudieransubirconfacilidadasuscaballos.
Esperó, buscando al mismo tiempo un observatorio. Cuando salió Claudioabandonóelcaballoendondelohabíadejadoyempezóaseguiralverdugo.
—Heaquí—pensabaClaudioporelcamino—queyomehabíaforjadolailusióndevivirsiemprealladodeVioleta,olvidandoquenoeraunhombrecomolosdemás.
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Perono;yosoyelverdugo.Aquel hombre que lo seguía a distancia lo vio entonces acercarse al agua y
quedarsefijolargorato,mirándolacorrer.—Soyelverdugo—serepetíaeldesgraciado—.Nadapuedecambiarmipasado.
AunqueVioletamehayaperdonadonopuedovivirasulado,nialdelhombrequelaama.Éstelaquiere,nohaydudadeello.VioletaseráladuquesadeAngulemay,loqueesmás,viviráfelizyamada.
Elespíaviocómoelverdugohacíaungestoviolento,ycómoluegoremontandolaorilla,sedirigióhacialaplazadelaGrève.
—No importa —se lamentaba el desgraciado—, aunque él fuese el últimobarquerodelSenaountruhanenvezdeunduque,¿quiénconsentiríaenvivirconelverdugo? ¿Cuál sería el enamorado que no dijera a Violeta: «Te ha educado elverdugoyporlotantotútambiénestásmanchadadesangre»?Entonceshuiríallenodehorror.
LlegóalaplazadelaGrèveyatravésdelosgruposaúnnumerososyagitados,sedirigióalacasaenquedejaraaFarnesio.
—Una vez el verdugo desaparecido, yo muerto, todo cambia. Ya no inspiraréhorroranadiesisabenquemehematado.Sóloinspirarélástima.Sí,sí,sabráquehemuerto y que ya puede amar a Violeta. En la carta que haré llegar a Orleáns leexplicaré toda la historia. Y entonces Violeta podrá decírselo todo si quiere. Seráfeliz,graciasaquesupadreClaudiosehabrásuicidado.
Entonces se halló ante la puerta de la casa de la plaza de la Grève y llamófuertemente.
—Éste sí que es feliz—se dijo refiriéndose a Farnesio—.He aquí un padre aquienVioletapuedereconocer.
Abrióellacayovestidodenegro,yreconociéndole,ledirigióunasonrisa.—Quieroveramonseñor—dijoClaudio.—Subid—contestóellacayo.Yempezóasubirlaampliaescalinata.Enaquelmomentoelespía,quelohabía
seguidopasoapaso,penetróenlacasadespuésdehabercerradolapuertaehizounaseñaavariossujetosquepermanecíanallí,ocultos.Sinduda,aquellasgentesestabanallí desde que Fausta había escrito al cardenal. Eran siete u ocho y empezaron aseguirallacayo.
ClaudiollegóalapuertadeaquellagransalaenquehabíaestadoconFarnesioyentró. En el momento que lo hacía se sintió cogido por los brazos. Apenas tuvotiempo de ver a las gentes que le rodeaban, porque en el mismo instante se vioenvueltoendensaoscuridad.Enefecto,lehabíancubiertolacabezaconunsacodegruesatela.
Claudioestabadotadodeformidablefuerza.Nidioungritonipronunciópalabra,pero, con violentomovimiento de hombros, semejante al del jabalí cuando quieredesprendersede losperrosque le atacan, se sustrajoa susaprehensores.Almismo
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tiempo extendió las manos y al azar cogió dos cuellos. Dos gemidos breves seoyeron;doblecrujidodemúsculosyhuesosrotosycayeronenseguidadoscadáveresalsuelo.
Pero por rápido que hubiera sido estemovimiento, bastó a sus contrarios paraatarle el saco alrededor del cuello. Claudio privado de luz continuó la luchasilenciosa.Manejabasupuñocomosifueraunamazaycuandohallabauncráneo,elhombrecaía.
De pronto tropezó y cayó al suelo. Acababan de pasarle un nudo corredizoalrededordelaspiernas,yunafuertesacudidalehizoperderelequilibrio.
Claudio,tendidoenelsueloconlaspiernasatadasyciego,intentóaúnresistirse.Sintiócómolecolocabansuspotentesbrazossobreelpechoylosataban,dejándoleenlamáscompletainmovilidad.
Asualrededoroyólosgemidosdelosagonizantes,ylarespiraciónfatigosadelossobrevivientes.Comprendióquehabíamuertooheridoacincooseis.
Permanecióinmóvildándosecuentadequelohabíandejadosolo,ypensandoenVioleta. Luego sus ideas empezaron a sermás imprecisas y comprendió que iba amorirodesvanecerse.Yanooíanadaasualrededor.Anteshabíaoídoidasyvenidasypalabrascambiadasenvozbajayluegolodejaronallí.Porfin,cuandoquisohacerunesfuerzosupremopararomperlasligadurasdesusmanos,perdióporcompletolanocióndelascosas.
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XXXIX-Eltribunalsecreto
¿CUÁNTO TIEMPO estuvo desmayado? No lo sabía. Al volver en sí se sintióreanimadoporunaimpresióndefrescura,almismotiempoquesentíaelvaivéndelvehículo en el que iba conducido. Cada sacudida desgarraba un poquito más susmiembroshinchadosporlasligaduras.PeronosedabacuentadeelloporquepensabaenVioleta.
¿Adónde lo llevaban? No lo sabía. Comprendió solamente que había sidotransportado a una carreta durante su desvanecimiento. Comprendió también quehabíanesperadolanocheparallevarloyaelloatribuíaaquellasensacióndefrescuraqueatravésdelsacoquelerodeabalacabezallegabaasufrenteardorosa.
¿Quiénlehabríahechoprender?NotardóenestarconvencidodequehabíasidoFaustayseestremeció.Noporélmismo,sinoporVioleta.¿Noindicabaelloquelaprincesahabríahalladotambiénlapistadelajoven?Perosetranquilizópocoapocoalreconstituirlaasechanza.Leparecióevidentequesilohabíanesperadoenlacasade la plazade laGrève era que ignorabandedóndevenía.Depronto se detuvo elvehículoquelotransportabayClaudiofuerecogidoporalgunoshombresalosquenopudover.Oyóresonarelllamadormetálicosobreunapuertadehierro,comoeraladelpalaciodeFausta.
Claudio,llevadocomounfardo,sintióquesedeteníanotravezpara,descorrerelcerrojo de una puerta. Luego lo echaron sobre una alfombra y cerraron de nuevo.Entoncesoyóungritode asombro.Pasos apresurados se acercaron a él, unamanorápidayligeradesatósusligadurasy,porfin,pudocontemplaralpríncipe-cardenalFarnesioqueledecía:
—Claudio,¿vosaquí?LosojosdeClaudio,deslumbradosporunaluzmuyviva,secerraron.Depronto
creyósoñar,yluegoabriendodenuevolosojosexclamó:—¡ElcardenalFarnesio!Éste se había arrodillado a su lado. Claudio trató de incorporarse, pero sus
miembrosestabanentumecidosaconsecuenciadellargoratoqueloshabíanoprimidolascuerdas.DirigióaFarnesiounamiradallenadeasombro.
—¿Dóndeestamos?—exclamó.—¿Nolosospecháis?—preguntóFarnesioconvozsombría—.¿Nocomprendéis
queestamosencasadeesamujeraquieneldemoniomeindujoaserviryquepasapor la tierra sembrando lamuerte, semejantealgeniodelmaldesencadenadoentreloshombres?
—¡Fausta! —exclamó Claudio que consiguió ponerse en pie—. Ya lo habíasospechado.¿Perovostambiénestáispreso?
—FuicogidoenelmomentoenquesalíadelaplazadelaGrève.—Yyocuandovolvíaabuscaros.—¿Ymihija?—exclamóFarnesio.
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—¡Salvada! Quería conduciros a su lado. Vos sois el padre verdadero —dijoClaudio—ylaniñanecesitaunpadrequenoseaelverdugo.
DosardienteslágrimassalierondelosojosdeFarnesio.Entretantoelverdugosefrotabalosdoloridosbrazos,murmurando:
—Antes,cuandoyoatabaaloscondenados,apretabalascuerdassinpensarenelmalquehacía.
—Veamos—dijoFarnesiocontemblorosavoz—.Decíaisqueestásalvada¿noesasí?
—Asíes,tranquilizaos.—¿Yporquéqueríaisconducirmeasulado?—Ya os contaré detalladamente toda la aventura; por el momento es preciso
pensarensalirdeaquí.Lapuertaesderobleylasventanastienenfuertesrejas.Antetodoesprecisorecobrarse.Dadmedecomer.
—¿Decomer?—balbucióFarnesio.—Sí,memuero de hambre y sobre todo de sed.Dadmede beber.Un poco de
aguamealiviarámucho.FarnesiocogióelbrazodeClaudio.—Escuchad—dijo—.Estoyaquídesdepor lamañanay estapuerta sólo seha
abiertoparadarospaso.Yonotengohambre,perotambiénlasedmedevora.—¿Yqué?—dijoClaudio.—Pues que no hay nada para comer ni para beber—contestó Farnesio—. Ni
siquierapanyagua.—Perovan a venir sin duda.Esperemos, que tal vez será elmedio de escapar.
¿Soisfuerte?EnaquelmomentoyantesdequepudieracontestarFarnesio,seapagólalámpara
queagranalturaestabasuspendidaeneltecho,graciassindudaaalgúnmecanismoque maniobraban desde el exterior. Los dos prisioneros se quedaron silenciosos ytemblandodepavor,esperandoalgoterrible.
SeoyóunruidoligeroyparecióaFarnesioyaClaudioquesedeslizabaunlienzodepared.Unaluzdébilypálidaalumbrórepentinamentelaoscuridadyentoncesselesaparecióunfantásticoespectáculo.
Parecía haber desaparecido todo un muro de la habitación en que estabanencerrados. En su lugar había una reja de gruesos barrotes que la hacíaninfranqueable.Alotroladodelarejaveíaseunahabitacióndegrandesdimensiones,débilmentealumbradaporalgunoscandelabrosqueapenasdisipabanlaoscuridad.Enelcentrodeaquellasaladequelesseparabalareja,vieronelcardenalyelverdugo,inmóvilesyestupefactos,unaescenafantásticayterrible.
Seelevabaenelcentrodetalhabitaciónunestradodeterciopelorojo,coronadoporundoseldesedatambiénrojaconbordadosdeoro.LascolgadurasdeaqueldoselformabanunmarcosobreelcualsedestacabalahermosafiguradeFausta.
Estaba inmóvil enun tronodemarfil incrustadodeoroy revestida conel traje
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pontifical,deunblancodeslumbradorycuyacolabordadadeorollegabaalpiedelestrado. Llevaba una capa de terciopelo blanco, en que estaban bordadas las dosllaves simbólicas. Ceñía su frente con una tiara de oro, adornada con una cruz derubíesdemonstruosotamaño.Reposabalospiessobreungrancojíndesedablanca.Fausta,vestidaconaqueltrajedegrandiosaopulencia,escultural,hierática,llenademajestad endecoración tan extraordinaria, rodeadapor cuatro criadosque agitabansobre su cabeza las blancas plumas de sus abanicos, mientras al pie del estradoveíanseseiscardenalesvestidosdepúrpuraydoceobisposdecolorvioleta,entantoqueaderechaeIzquierdadelasala,seerguíaunadoblehileradehombresdearmascubiertos de acero y apoyados en alabardas. Fausta, repetimos, en aquel marcoinauditodemajestad,de fuerzaydegloria, aparecíacomo la expresión idealde lasoberaníapontificia.
EralaPapisaformidableygloriosaquesedignabamostrarseentodosuesplendoren lapenumbradeaquellasala.Unoscuarentagentilhombresenpieysombreroenmano, estaban inmóviles trasde su trono.Reinabaenaquella asambleaun silencioterrible.
Noanimabalaextrañaescenanielcantodelórgano,nilavozdelastrompetas,nilasalmodiadelasoraciones:Parecíamásbienunareunióndefantasmas.
Era magnífico y espantoso. Farnesio y Claudio, petrificados, contemplaban lavisión.
Depronto se animó la estatua blanca, yFausta se volvió hacia uno de los seiscardenales que estaban alineados al pie del estrado, e hizo un gesto con sumanopálidaenquebrillabalasimbólicasortijasemejantealaqueSixtoVostentabaenlasuya.
Claudio cogió la de Farnesio. Éste observó entonces que el cardenal, a quienFaustahabíahechounaseña,teníaunpapelenlamano.Elcardenalavanzóalgunospasos, arrodillándose ante Fausta y luego levantándose volvió la cara hacia lospresos,diciendo:
—¿SoisJuanFarnesio,obispodeParma,cardenal,unidoanosotrosporeltratadoaceptadoyfirmadoporvosanteelconclavereunidoenlasCatacumbasdeRoma?
ElcardenalFarnesioalzólacabezaycontestó:—Soyelquedecís,cardenalRovenni;¿quémequeréis?ElcardenalRovennisevolvióhaciaClaudioypreguntó:—¿SoismaeseClaudio,burgués,antiguoverdugojuradodeParís?¿SoisClaudio,
que aceptó el cargo de verdugo en nuestra asociación? ¿Sois el verdugo unido anosotrosporeltratadoquefirmasteisyentregasteisalcardenalJuanFarnesio?
—Sí—contestóClaudio.EntonceslavozdelcardenalRovennisehizomásgraveysolemne.—Cardenal Farnesio, y vos maese Claudio, escuchad. Estáis acusados de
crímenescapitalescontralaseguridaddenuestraasociaciónsagrada.Estoscrímenesos han traído ante nuestroTribunalSecreto, que los ha juzgadode acuerdo con su
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justicia soberana. El cardenal Lenaccia ha ejercido de acusador y puesto demanifiestolosactos,pensamientosytentativassubversivosqueseosatribuyen.LoscardenalesCorséyGrimaldi,aquípresentes,handefendidoa losacusados tratandode obtener para ellos la misericordia del Tribunal. Todo, por consiguiente, se hallevadoacabo,deacuerdoconelcapítulodécimooctavodelosestatutosquetodosnosotroshemosaceptadocomoley.
El cardenalRovenni se volvió después hacia los obispos y los cardenales, queextendieronlamanoparaatestiguarlaveracidaddesuspalabras.
—Debo,pues—continuó—,comunicaroslasentenciasinapelaciónquehasidopronunciada contra vosotros. Cardenal Farnesio —prosiguió desplegando elpergaminoqueen lamano tenía—.Seosacusadehaberosdejadodominarporunsentimiento humanoqueos ha impulsado, primero a la desobediencia y luego a larebelión.Seosacusadehaberamadoauna jovena laque llamáishija,másqueavuestrospropiosdeberes.Seosacusadehabertratadodeevitarlamuerteaestajovencondenada por nuestro Tribunal, porque es un obstáculo, porque con ella lleva laherejía,yporque,finalmente,suvidaesunpeligroparanuestraSociedad.CardenalFarnesio,¿reconocéishaberintentadosalvaralajovenpaganallamadaVioleta?
Farnesiohabíarecobradopocoapocosusangrefría.Sinduda,conocíayatodoaquel aparato y tal vez en otras ocasiones había formado parte de aquel tribunal ysabía,porconsiguiente,lasuertequeleestabareservada.Acercóse,pues,alarejaymirandoaFausta,dijo:
—Señora, fui el primero en rendir acatamiento a vuestra soberanía; llevé laprimerapiedraparaconstruireledificioquesoñabais;ysoyelprimeroquemerebelocontravos.Mesometíavuestraautoridad,porqueSixtomeparecíalaencarnacióndelatiraníaymeseparodevosporquemeparecéislapersonificacióndelaperversidad.Noreconozcovuestrasantidadnivuestrasoberanía.Odiovuestrosproyectosyestetribunalmepareceunacomedia infame.Séquevais amatarme,peromatadmesinfrases. Antes demorir, sin embargo, quiero deciros queme causáis horror. Ahoraentregadme al verdugo. Sin duda, uno de esos obispos felones o cardenalesrelapsos…
Farnesioretrocediócruzándosedebrazos.Niunestremecimientoagitólainmóvilasamblea, ni tampoco a Fausta que guardaba la impasibilidad de una estatua.EntonceselcardenalRovenniañadió,dirigiéndoseaClaudio:
—Maese Claudio, se os acusa de rebelión y de haber tratado de sustraer alsuplicioaunajovenpaganallamadaVioleta;seosacusadehaberosnegadoacumplirvuestra misión en esa joven que os habían entregado. ¿Reconocéis haberos hechoculpabledetodosesoscrímenes?
Claudio no contestó. Estaba aún bajo la impresión de asombro que desde elprimerinstantelohabíasobrecogido,paralizandosusfacultades.ElcardenalRovenniesperóuninstante;luego,convozsorda,empezóaleerelpergamino:
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En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; en nombre de lasleyes aceptadas y reconocidas por el conclave secreto, por los dignatariosadheridos a la nueva organización eclesiástica; en nombre de nuestraSoberana,elegidaparaocupareltronodePedroyejercerelpontificadoconelnombredeFausta,primeraensunombre,herederadirectadelatradicióninstituida por la soberana Juana, oído el acusador que ha probado loscrímenescometidosporJuanFarnesio,cardenal,yClaudio,verdugojurado;oídos los defensores, los Tres Jueces, habiendo consultado los capítulosdieciocho y veintinueve y los artículos en ellos contenidos, en su alma yconciencia declaran a Juan Farnesio, cardenal, culpable de alta traiciónhacia la Soberana Pontificia; y a Claudio, verdugo jurado, culpable derebeliónytraiciónhacianuestraSociedad.Enconsecuencia,losTresJueceshancondenadoalosacusadosalapenademuerte.Envistadelosserviciosprestadosanteriormenteporlosdoscondenados,losTresJuecesordenanquesedigaunamisasolemneparalasalvacióndesualma,yenvistadelafectoqueNuestraSoberanasentíaporJuanFarnesio,suSantidadsehadignadodeclarar que ellamismadirá estamisa.Vista, por fin, la naturalezade loscrímenesimputadosaloscondenados,ylascircunstanciasquerequierenaúnelsecreto,losTresJuecesquierenydeseandejaraSuSantidadelcuidadodedecidir la clase demuerte que deberá aplicarse a los dos condenados. Enconsecuencia, yo, Francisco Rovenni, cardenal por la gracia deDios, juezsuplentedenuestrosagradotribunal,heleídoaloscondenadoslasentenciademuerteenaudienciapúblicaysolemne;yunavezleídaestasentenciaenalta voz, he suplicado respetuosamente a Su Santidad, nuestra SoberanaPontificia, que sentencie sobre el género de muerte aplicable a loscondenados.
Encuantohuboterminadolalecturadeestasentencia,quetendíaadarcarácterlegalalasesinatodeFarnesioyClaudio,elcardenalRovennisevolvióhaciaFausta.LaPapisanohizounsolomovimiento.Únicamente susnegrosojosbrillaronen lasemioscuridad,yconvoztranquilaenlaquenopodíaadvertirseelmenorasomodeodioodelástima,dijo:
—Nos, Fausta I, Soberana Pontificia por la elección del conclave secreto,habiendoaceptadodeDios,quemehablabaporbocadesusservidores,lamisióndecrearlaNuevaIglesia,habiendoasumidoelderechoderecompensaralosbuenosycastigaralosmalos,envistadelasentenciaquecondenaamuerteaJuanFarnesio,cardenal,yaClaudio,verdugojurado,envistadequeesprecisoquesumuerteseasecreta,fallamos:
«Quelosdoscondenadosnoseanejecutadosostensiblemente».«Quenosufranningúnsupliciocapazdedejarrastro».«Queesperenlamuerteenelmismolugarenquesehallendetenidos».
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«Queseanolvidadosdetodoslospresentes».«Queelhambreylasedseanlasencargadasdecumplirlasentencia».Entonces se arrodillaron todos cuantos rodeaban el trono. Súbito resplandor
procedente de veinticuatro lámparas descubiertas de pronto, inundó el trono demarfil, los guardias cubiertos de acero, las rojas vestiduras de los cardenales, lasvioladas de los obispos y los sedosos trajes de los gentilhombres. Las trompetasdespidieron una fanfarria, semejante a unamarcha triunfal, que acompañaba a lasvocesdeunórganooculto trasel trono.SobreésteFausta,enpie, levantóelbrazoderecho y con tres dedos de aquella mano dio la bendición apostólica. De prontodesapareció aquel extraño espectáculo. Farnesio y Claudio se vieron sumidosrepentinamenteenprofundaoscuridad.Elmismoruidodeantesserepitió,ycuandoseencendiódenuevolaluzdeltecho,graciasaunmecanismoinvisible,vieronquelaparedestabaigualqueantesyhubieranpodidocreerquelaescenaanteriorhabíasidounapesadilla.
—¡Quéespantososueño!—balbucióClaudio.—¡Qué siniestra realidad! —contestó Farnesio con voz glacial—. No habéis
soñado.HeasistidoadosaudienciasdelTribunalSecretoyséquelassentenciassoninexorables.
—¡Cómo!¿Estamoscondenadosamuerte?—Sí,dehambreydesed.Claudioqueríamorir,peronodeaquellamuerteespantosa.Dirigióasualrededor
unamiradafuriosa.—¡Estaventana!—exclamó.Enunabrirycerrardeojoscolocóunescabelsobreunamesa,acercóéstaa la
paredyllegóalaventanaquedabaalSena.Sintióelairehúmedoprocedentedelríoensusemblanteyoyóalmismotiempo
el rumor del agua al rozar los cimientos del palacio de Fausta. La ventana estabadefendida,pormonstruososbarrotes,peroClaudio sonrióporque se sentíabastantefuerteparaarrancarlos.Bajó,cogióaFarnesioporelbrazoydijo:
—Nomoriremosaquí.Huiremosporestaventanaantesdedoshoras.Farnesioseencogiódehombrosylecontestó:—Nohuiremos.Moriremosaquí.Enaquelmomento,ycomoparaconfirmarlacertezaqueelcardenalexpresaba
con triste acento, un postigo se cerró violentamente en la parte exterior y tapó laventana.Eraunpostigodehierrodetrespulgadasdeespesoryparadesprenderloelex verdugo habría tenido necesidad de unmes de trabajo, una vez arrancados losbarrotesdelareja.Claudio,furioso,seprecipitócontralapuerta,peroalhacerlooyócomo tras ésta, que erade roble, cerrabanotramásgruesay fuerte a juzgarpor elruidoquehacía.
Claudio dio un rugido. Pocos momentos antes sentía sed, pero a la sazón lagarganta le ardía.Comprendió que iba a volverse loco y para terminar de una vez
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quisoherirsecon ladaga.Peroal iracogerlaobservóquese lahabíanquitado.Elcardenalestabadesarmadocomoél.Entonceslarealidad,loqueFarnesiollamabalasiniestra realidad, se le apareció en todo su horror.La fuga era imposible.Estabanencerradosvivosenunatumbaeibanamorirlentamenteenlaagoníamásespantosade todas.ClaudiomiróaFarnesio.Elcardenalestabasentadoenelsillón, inmóvil,conlosojoscerrados,ysusiluetamedioborrosaenlaoscuridadparecíaseryaladeun cadáver. Entonces el verdugo, con los cabellos erizados y lleno de espanto,retrocedióaunángulodeaquellatumba,seacurrucóallíy,atormentadoporlased,sepreguntócuántashorasibaadurarelsuplicio.
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XL-Hágasevuestravoluntad
OBLIGADOSpor lascircunstanciashemos tenidoqueacompañaralcardenalyalverdugo hasta la puerta de su prisión. Dejamos, por consiguiente, al caballero dePardaillán en la posada de «La Adivinadora», en donde estaba sitiado, y por otraparteaCarlosdeAngulemaensucasadelacalledelosListados,endondeesperabalallegadadelpadredeVioleta.Porlotanto,enlacalledelosListadosyenladeSanDionisiovanatenerlugarhechosinteresantesparalacontinuacióndeesterelato.
Pero antes iremos tras el espía que siguió amaeseClaudio hasta la casa de laplazadelaGrève,endondefuepreso.
DespuésqueClaudioquedósólidamenteatado,ysinquelefueraposiblehacerelmenor movimiento para desasirse, el espía abandonó la plaza y se dirigióaceleradamente al palacio de Fausta, en donde una vez introducido y ante supresencia,diocuentadelarrestoverificado.
Fausta tenía, pues, ya en su poder a Farnesio y a Claudio, los dos padres deVioleta,unonaturalyelotroadoptivo.Sinembargo,noestabaaúnsatisfecha,apesarde la rapidezyde laprecisiónconquesusórdeneshabíansidocumplidas,pues loque ella anhelaba sobre todas las cosas era apoderarse de Violeta. Así es queinterrogó largo ratoalespía,con la lucidezy lapenetraciónquehacíansiempredeellaelmás temiblede los jueces,ydesus respuestaspudocolegirque lagitanasehallabaenelpalaciodelacalledelosListados.
Enseguidadespidióalreciénllegadoypúsoseareflexionar, imprimiendoasuspensamientosaquelordenmatemáticotanpeculiarenella.Rápidamenteconcibiólasuertequelesreservabaalcardenalyalverdugo,yunmomentodespuésgolpeabalamesaconsumartillodeplata:
—QueentreelcardenalRovenni—ordenó.Pasadosbrevesinstantes,elcardenalentró,posternándoseanteFausta.—Sí, Santidad—respondió Rovenni—. He llegado esta mañana con los doce
obisposyloscincocardenalesdesignados.Aquíestamostodosdesdehacedoshoras.—¿Quénoticiastraéis?—QueSixtoestáenFrancia.—Losé.—Y que ha querido ver él mismo a Guisa antes de entregarle los millones
prometidos.—Losétambién—afirmóella,relampagueándolelamirada.—En este momento está en La Rochela, y pretende avistarse con el hereje
EnriquedeBearn.Yomepierdoenconjeturasparaexplicarmeeste incomprensiblecambiodepolítica.
—Loséyo,cardenal,yestobasta.—VuestraSantidades laomniscienciapersonificada—dijoRovenniconacento
de admiración humilde y afectuosa—. En cuanto a lo demás, todo va bien. Tres
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nuevos cardenales, siete obisposydoscientos sacerdotes dediferentes diócesis hansidoganadosanuestracausayestándispuestosapresentarseenRoma.
—Esovendrá luego, cardenal.Entre tanto, he aquí lo que puedodeciros: SixtocelebróunaconferenciaconCatalinadeMédicis,lacuallearrancóunapromesadeneutralidadyloconvenciódequeGuisaleharíatraición.Sixto,quequierevereneltronodeFrancia aun reyque le sea adicto, ha cambiadode rumboy sehavueltohacia Enrique de Bearn. Al ligarse con el hereje, acaba de perderse. En cuanto aGuisa, vacila. Su plan actual es esperar lamuerte deEnrique deValois.Debemos,pues, precipitar los acontecimientos. Preparaos todos a ir aChartres, que es dondeactualmentesehallaValois,yyaquelamuertedeésteesnecesaria,quemuera.
—¿Pero,quiénseatreveráaheriralreydeFrancia?—Tengouninstrumento,unfrailecuyamanohearmadoconafiladocuchillo.He
encargadode ello aunamujerquenoperdona.Actualmente, cardenal, hemos sidovencidos.Sehaninterpuestoenmicaminoalgunoshombresquehanestadoapuntodemalograrnuestrosproyectos.Tengoadosdeellosenmipoder.HeaquíunpapelquedemuestraloscrímenesquehancometidocontranuestraSociedad.Reunid,pues,alinstante,nuestroTribunalyhaceddemodoqueestamismanochepuedaleerselasentenciaamaeseClaudio…
—¿Nuestroverdugo?—YaJuanFarnesio—acabódiciendoFausta.—¿Cómo?¡ElcardenalFarnesio!—Hasidotraidor,cardenal.Id,obradprontamenteparaquesirvadeescarmiento
atodos.El cardenal palideció, porque las palabras de la Soberana equivalían a una
sentenciademuerte.Perotaleraelascendientedeaquellamujersobretodoslosquelarodeaban,quedisimulósuemociónysaliódespuésdehabertomadodemanosdeFausta el papel que le tendía, acta de acusación en que estaban resumidos loscrímenes que se atribuían a Claudio y a Farnesio. Ya hemos visto cómo fueobedecida.
Habiendo decidido así la suerte de Claudio y de Farnesio, Fausta empezó areflexionaracercadeVioleta.
ÉstasehallabaenlacasadelacalledelosListados.¿Conquién?ConPardaillán,sinduda.Elcaballerohabía libertadoaVioletade losguardiasque laconducíanalsuplicioy luegoconfió la jovenaunodesusamigos,quese la llevó.Todoesto lohabíavistoFaustaconsuspropiosojos.
PardaillánhabríasereunidoasuamanteenelpalaciodelacalledelosListados,casaconocidadeClaudio,puesaellahabíaacudido.DesdeallíClaudiosevolvióalacasade laplazade laGrèvesindudapara irabuscaraFarnesio,padredeVioleta.Porconsiguiente,enaquelmomento,Pardaillánysuamigo,queseríaelamode lacasa,esperabanconVioletaelregresodeClaudioconFarnesio.
Talfueel razonamientodeFaustayyasevequehabíaadivinado laverdad,en
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cuantoeraposiblehacerloporrazonamientos.Laconclusiónerasencilla.TeníaensupoderaFarnesioyaClaudio.Sólofaltaba
iralacalledelosListadosconfuerzassuficientesparaapoderarsedePardaillánydesuamante.
Una vez Fausta había tomado una resolución, no difería en ejecutarla. Llamó,pues,paradarlasórdenesoportunas.Elcriadoqueentróllevabaunabandejadeoroenlacualhabíaunacarta.
—Un gentilhombre de monseñor de Guisa —dijo el criado haciendo unagenuflexión—acabadetraerestamisivayesperalarespuesta.
Faustatomólacarta,laabrióyalleerlaseestremeció.Heaquíloquedecía:
Señora, tenemos en nuestro poder al maldito Pardaillán. Está en laposadade«LaAdivinadora»,sitaenlacalledeSanDionisioylacercamosportodaspartes.Lotenemoscogidoymehaparecidoqueosgustaríaasistira su prisión. Os mando, pues, a uno de mis fieles servidores, el señor deMaurevert,quesepondráavuestrasórdenesparaconducirosalcazadero.
Lacartanoestabafirmadanisellada,peroFaustareconociólaletradeGuisa.—Hacedentraraesegentilhombre—dijo.LasdeduccionesdeFaustaestabanequivocadas,comolodemostrabalacartaque
acababade recibir.Pardaillánnosehallabaen lacallede losListadosconVioleta,sinoen«LaAdivinadora»,cercadaporloshombresdeGuisa.
En aquel momento entró Maurevert, y como sabía que era enviado ante unaprincesa,nopudocontenerungestodeasombroalver aunpaje con las armasdeGuisa,dondeesperabaveraunamujer.Fausta,enefecto,nosehabíaquitadoeltrajedepajequevistieraparairalaplazadelaGrève.
—¡Caballero!—dijo—.¿SoiselenviadodelduquedeGuisa?—Sí,señora—contestóMaurevert,inclinándoseysonriendo,porqueasujuicio,
aquellamujerquellevabaeltrajedelospajesdeGuisa,nopodíasermásqueunadelasnumerosasamigasdeéste.
MaurevertnohabíavistonuncaaFausta.Sinembargo,laconocíadenombre,ycomoalgunos familiaresdeGuisa, conocía la existenciadeunamujer llamada así,que investidade temibleymisteriosopoder, había llegadoaParíspara ejecutaruntenebrosoplan,ydelcuallafugadeEnriqueIIIylaconstitucióndelaLiga,noeranmásquesencillos incidentes.PeroMaurevert ignorabaqueprecisamente sehallabaenpresenciadeaquellamujer.
—Señora—continuó—,miseñorelduquememandaavosparaconfirmaroslanoticiaqueosdaensumisiva.Enefecto,elseñordePardaillánvaasercogidocomounzorroensumadriguera.Sigustáisdeasistiraello, tenedlabondaddeseguirmesin demora, porque, por mi parte, tengo grandísimo interés en no perder ningúndetalle.
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Fausta estaba ocupada desde que entró Maurevert en examinarlo atentamente,para conocer el carácter y valía de aquel hombre. Cuando éste hubo acabado dehablar,comprendióqueestabaanimadoporunodio inextinguibleydesdeentoncesdejódeserasusojosunmensajeroordinario.
—Señor de Maurevert —dijo sonriendo—, no tengo menos prisa que vos enreunirmeconmonseñordeGuisa.
—Vamos,pues.—Unmomento.Quierodeciroslacausademiprisa,esperandoquemeayudaréis
enmiproyecto.—Disponeddemí—dijoMaurevertinclinándoseconelegancia—.PeroporDios,
señora,apresuraos.Faustalomirabaatentamenteysedecíaquetalvezseríaconvenienteparaellael
utilizarloenelvastoplanquemeditaba.—Quiero—dijofijandoescrutadoramiradasobreMaurevert—,quieropedirun
favoralseñorduquedeGuisayesperoquenomelonegará.Además,yaquehabéisquerido prometerme vuestro concurso, cuento con vos, porque sé que el duque osestimamucho.
—¿Ycuálesesefavor?—preguntóMaurevertretorciéndoseelbigoteconterribleimpaciencia.
—Muypocacosa—dijoFausta—.QuieropedirlelavidaylalibertaddelseñordePardaillán.
Maurevertsaltó.Seechóareírnerviosamenteypreguntó:—¿Y pretendéis que yo pida esto al duque? Escuchad, señora. Para evitar un
retraso que no me perdonaría yo mismo, permitidme que os diga algo que va amodificar vuestras ideas acercademí.Haceya casi dieciocho añosque conozco aPardaillán y el mismo espacio de tiempo que espero la ocasión que hoy se hapresentado.Porconsiguiente, simimejoramigomedijeraunapalabraen favordePardaillán se convertiría en el acto enmi enemigomortal. Simi padre hiciera ungesto para salvar a Pardaillán, sería capaz de matarlo. Si el duque de Guisa osconcediera el perdón de Pardaillán mataría al duque aun cuando sus guardiasdebierandestrozarme.Ysivosmismapedíssuperdónalduque,osmataré.
Aldecir estaspalabras,Maurevert, fuerade sí y con lamanocrispada sobre elmangodesudaga,parecía,efectivamente,estarprontoaarrojarsesobreFausta.Noobstante,haciendounesfuerzoconsiguiódominarseeinclinándosedijo:
—Adiós,señora.Perdonadmelaviolenciade laspalabrasquehepronunciadoapesarmío.Perdonadmetambiénquenoosacompañesabiendoloquevaisapedir.
—Apesardetodolopediré—dijoFaustalevantándose.—Porfortuna—exclamóMaurevert—notendrénecesidaddemataraunamujer
tanhermosacomovos,porquecreoqueelmismoduqueserácapazdematarospormucho que le pese luego, antes que concederos la vida y la libertad de sumortalenemigo.
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—Puesnodudéisdequemeloconcederá—dijoFaustaconautoridadirresistible—.Loqueosrehusaríayserehusaríatalvezasímismo,meloconcederáamí.
—¡Avos!—exclamóasombradoMaurevert—.¿Porqué?¿Quiénsoisparahablardeestemododemiseñor,delqueenbreveseráreydeFrancia?
—Hablo así porque si vos y París obedecéis a Guisa, éste me obedece a mí.Porqueyosoylaquedictatodossusactos.Yosoylaqueharevolucionadoelreinoydestronado a Enrique III. Soy la que prepara el trono para vuestro amo. Soy laenviadapararestablecerlascosasensudebidoorden,quelaignoranciadelosreyes,elorgullodelossacerdotesylarevolucióndelospuebloshabíanalteradoy,porfin,sabedquesoyFausta.
—¡Fausta!—exclamóMaurevertcontemor.Y entonces evocó la misteriosa leyenda de infinito poder que acompañaba al
nombre de aquella mujer que, pronunciado en voz baja en torno de Guisa, hacíapalidecer a éste, y despertaba el ecodeuna conspiraciónprofunda.Aquel nombre,pues,hizoqueMaurevertsesintierasobrecogidoporsupersticiosaangustia.
Dirigióuna rápidamiradahacia lamujerquese leaparecíacon tanmajestuosoaspectoysinpoderloremediardoblólasrodillas.
—¡Maurevert! —dijo Fausta con apacible tono—. Ya conozco tu odio contraPardaillán y ahora que sabes quién soy te pregunto: ¿quieres darme la vida y lalibertaddeesehombre?
El vértigo se apoderó deMaurevert. Su rabia fue extraordinaria al pensar quePardaillánseleescapabanuevamente,yporuninstantesintiódeseosdedarmuerteaFausta.Pero, tras aquellaspuertas, adivinóa losguardiasquevelabandispuestos aacudiralmenorgrito;trasFaustavioaGuisaamenazadoryatodalaLigapidiéndolecuenta de aquel asesinato. Dio un suspiro y resignándose a aplazar su venganzamurmuró:
—Hágasevuestravoluntad.Y como si sus fuerzas lo hubieran abandonado después de su derrota, dos
lágrimasresbalaronporsusmejillasyselevantóbalbuciendo:—Miodioconstituíamividaentera.Pongo,pues,mividaenvuestrasmanos.Fausta entonces invitó a Maurevert a que se sentara y su rostro adquirió
encantadoraexpresión.PeroMaurevertmoviólacabeza.—He aquí un hombre que está a punto de odiarme —pensó Fausta— y es
necesarioquesuodioseconviertaenadoración.SeñordeMaurevert—dijoenvozalta— al hacerme el sacrificio voluntario de vuestro odio adquirís derecho a miagradecimiento.Quieroofrecerosunarecompensadignadevos.
Maurevertmoviónuevamentelacabeza.—Antetodo—continuóapaciblementeFausta—sabedquevuestroodio,apesar
detanhermososacrificio,serásatisfecho.—¿Quéqueréisdecir?—preguntóardientementeMaurevert.—QuePardaillánmorirá.Quenosolamentenopediré superdónalduque, sino
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queosloentregaréencuantolohayancogido.Maurevertdioungritodealegría.Porunmomentosospechóqueaquellamujerse
burlabadeél.Perono,enelrostrodeFaustapudoleerlamáscompletasinceridad.—Señora—dijoconvehemencia—,hacepocopusemividaenvuestrasmanos,
peroahoraañadoqueospertenezcoporenteroyqueestoydispuestoaperderlaporvos.
—Ahoraesmío—pensóFausta—.SeñordeMaurevert,aceptovuestrapromesayoslarecordaréentiempooportuno.
—Mehallaréisdispuesto a cumplirla.Pero ¿noosparece, señoraquedebo ir areunirmeconelduquedeGuisa?
—No temáis nada. Nadie se atreverá a empezar el ataque contra «LaAdivinadora»sinordenmía,yvosllevaréislaorden.Ahoraescuchadme:osconozco,como también al señor deMaineville, aBussi-Leclerc y a todos los que rodean alduquedeGuisa.Séquesoispobreyqueelduqueestálobastantesegurodevuestrafidelidadparanoreservarosmásqueempleossubalternos.Hacedieciochoañosqueestáis a su servicio y no habéis hecho fortuna a su lado… Tal vez porque estáisabsortoenunaideafija.Ensuma,soisuncaballeropobre,dequienhacenpococasolosorgullososgentilhombresdeGuisayquenotenéisgrandesesperanzasdeavanzarenvuestracarreraaunqueelduque lleguea ser rey,porquecuantomásaltoestáelhombre,menospuededivisarasuspequeñosservidores.
—¡Señora! —exclamó Maurevert humillado por aquellas palabras verdaderas,perocrueles.
—¿Meengañoacaso?—No,loquedecíseslapuraverdad.—¿Queréisserricodeunavez?¿Queréisadquirirauntiempodineroysituación
lisonjera?Mañanamismoosharéentregarcienmillibrasyenlosucesivounempleoimportanteen lacortedeFrancia,algoasícomocapitángeneralde losguardias,siestáisdispuestoaobedecerme.
—¿Quédebohacer?—preguntóMaurevertdeslumbrado.—Yalosabréisestanoche.Venidalasonceyentoncesosdiréloqueesperode
vos. Ahora podéis ir a reuniros con el duque. He aquí mis órdenes en lo queconcierneavuestroenemigo.CogedvivoaPardaillányllevadloalaBastilla.Añadidquequieroquemeavisenencuantolocapturen.
—Yomismoosavisaré—contestóMaurevert, inclinándoseaturdidopor loqueocurríaymásaúnporelautoritariotonoconqueaquellamujerdabaórdenesalreydeParís,futuroreydeFrancia.
Fausta hizo un gesto de benevolencia altanera y Maurevert, alejándose, seencaminóatodaprisahacialacalledeSanDionisio.EncuantoaFausta,asíquesehubomarchadoMaurevert,apoyólacabezaenunamanoymurmuró:
—¡Pardaillán está cogido! Pronto van a conducirlo a la Bastilla. ¿Es alegría oterrorloquehacepalpitarmicorazón?¡Oh,miserable!¡Sinopuedoarrancartedemi
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pecho, por lomenos ahogaré tu rebelión!Pardaillánmorirá sin yoverlo de nuevo.Mañanadecidirésusuerte.
Ymoviendolacabezacomoparalibrarsedeunaideaquelamolestabaenaquelmomento,sedijo:
—¿Pero quién estará ahora el palacio de la calle de losListados? ¿Dónde estáVioleta?Esprecisoaveriguarloinmediatamente.
Hechaesta reflexión, llamóaMyrthisy aLea, quepor suorden le trajeronunvestido de gentilhombre. Quitóse el de paje que hasta entonces había, llevado, secubrióconelqueacababandetraerle,ocultósurostroconunantifazdesedablancaymontando a caballo se dirigió hacia la calle de los Listados escoltada por un solocriado.
AquelcriadoeraelespíaquesiguieraamaeseClaudio.En cuanto hubieron llegado, el espía se adelantó y fue a llamar al palacio de
dondevierasaliraClaudio.Faustaechópieatierrayalcabodepocosinstantesseabrióunventanilloporelqueasomóunhombre.
—¿Qué queréis?—preguntó mirando de paso a la calle y tranquilizándose, alobservarquesólohabíaenellalosdoshombresquellamaban.
—Vengo de parte del señor caballero de Pardaillán, de maese Claudio y demonseñorFarnesio—contestóFausta.
¿Fueporefectodeesatriplerecomendaciónobastóunsolonombre?Elcasoesqueapenashubodadotalrespuestaseabriólapuertayelcriadodijo:
—Entrad;monseñorosespera.—¡Monseñor!—sedijoFaustaextrañada.Yentrósinvacilar,enapariencia,perodisimuladamenteseaseguródequeensu
cintoestabanlapistolayladagadequesehabíaarmado.—Venid,caballero—dijoelservidoratravesandolaantecámara.PormuydeprisaqueFaustahubiesecruzadoaquellahabitaciónllenademuebles
antiguos,nodejódeobservaralgunasdesusparticularidades.Enunlienzodeparedviounretratodemujerdedulceymelancólicabelleza.Encimahabíauntapizqueenletrasdeoroteníaladivisa:«Jecharmetout».
—¡MaríaTouchet,laamantedeCarlosIX!En la sala en que fue introducida, Fausta vio la misma divisa e igual retrato
acompañadoporotrodeCarlosIX.Faustasonriómurmurando:—EstoyenelpalaciodeMaríaTouchet.YelamigodePardaillánaquienVioleta
hasidoconfiada,eselqueinsultóaGuisaenlaplazadelaGrève,elquevinoaParísparavengarasupadre,enunapalabra,CarlosdeValois,duquedeAngulema.
En aquel momento se abrió la puerta y Carlos de Angulema, avanzandorápidamente,dijoemocionado:
—Sedbienvenido,caballero,vosquevenísennombredelastrespersonasqueenestemomentoocupantodomipensamiento.
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XLI-LaentrevistaconCarlos
DESPUÉSde lasalidadeClaudio,elduquedeAngulemasequedóunos instantespensativo sin poder olvidar a aquel hombre que le inspiraba a la vez lástima,simpatía,temor,ysobretodocuriosidadporelsecretoquehabíaensuvida.Sindudaalguna aquel secreto era terrible. Violeta lo conocía, pero Carlos había jurado nointerrogaralajoven.
MuyprontoelpensamientodeCarlostomóotrorumbo.Seembebióporcompletoensuamor.Apenasalgunosmeseshabían transcurridodesdeeldíabienaventuradoenqueconocióaVioletayenquesóloalverlayanaciósuamor.
Ese bendito día se hallaba en Orleáns y pasando ante la catedral con algunosseñores amigos para ir de caza, vio a un grupo de gente alrededor de un carro desaltimbanquis, lo que constituía una diversión extraordinaria para una ciudadtranquilacomoaquélla.
Loshombrescontemplabanadmiradosadosmuchachosaltosydeextraordinariadelgadez,unodeloscualesengullíapedruscosysemetíaporlagargantaunaespadadeacero,mientraselotrosetragabaestopasinflamadas,conaparentesatisfacción.
Encuantoalasmujeresmirabanasombradasyllenasdecuriosidadaunagitanacubiertaconunantifazrojo,ycuyosdoradoscabelloscaíandesparramadossobresushombros.Aquellagitanadecíalabuenaventuraaquienqueríamostrarlelamano.
PeroeljovenduquedeAngulemanomirabanialamisteriosagitanadelantifazrojo,nialosdosgigantesesqueléticos,nitampocoaljefedetodaaquellagente.Sumiradaestabafijasinpoderapartarladeunajovencitavestidamiserablemente,perotanbonitaydecara tansimpática,queparecíamásbienunade las imágenesde lacatedral.Estabasentadaantelaentradadelmíserocarro,yacompañándoseconunaguitarraitaliana,cantabaconvozmelancólicaypuraquellegabaalcorazón.
¿Fue casualidad o atracciónmagnética? El caso es que los ojos de la pequeñaartista se fijaron en los del duque y aquellamirada fue la que inflamó el amor deCarlosydeVioleta,quetaleraelnombredelagitanilla.
Estos recuerdos evocaba en su espíritu el deAngulema en elmomento en quehabíapodidoreunirseconsuadorada.EncambionorecordólashorrorosasescenasquerecientementehabíantenidolugarenlaplazadelaGrève,puestodoellohabíaquedadooscurecidoporladichaquesentía.Sóloexperimentabalaprofundaalegríadepoderrepetirse:
—Estáallí,trasesapuerta.Yentró.Violetaalverloselevantóydandodospasoscogiólasmanosdeljoven
exclamando:—¿Vosaquí,queridoseñor?Osesperaba.Estabaunpocopálida.Ensusojossereflejabaelamorylaalegría.Carlos,deslumbrado,cogióunamanodelajovenylallevóasuslabiosconmás
cortesíaqueamor.Eljovenestabatemblorosoynosabíaloqueibaadecir.Entonces
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tuvounainspiraciónrepentinaycondujoalajovenanteungranretratodeunamujerquesonreíabondadosamenteydijo:
—Mimadre.Violetamiróatentamenteelretrato,uniólasmanosydijo:—¡Qué hermosa es, querido señor! ¡Cuán buena debe ser y cuánto ha debido
amar!Carlos,emocionadoporlasobservacionesdelajoven,lacondujoanteotroretrato
diciendo:—Mipadre,elreyCarlosIX,talcomoeradosañosantesdesumuerte.Violetamiróelretratoconatenciónyluegomurmuró:—¡Pobrerey!CarlosdeAngulemaseimpresionó.Noeraposiblehallarpalabrasmásjustaspara
traducir la impresión que daba el ver aquel pobre rey pálido y con los ojosextraviadosenlosqueseadivinabayaciertobrillovesánico.
—¿Locompadecéis?—preguntóelduque.—Sí,hadebidosufrirmucho.Carlossevolvió, fueaunantiguocofreadornadoconpreciosasfiguras talladas
enmadera, loabrióy sacódeélun frasco llenodevino rojo,yuncubiletedeorocincelado que estaba cerrado en un estuche, y después puso aquellos dos objetossobrelamesa.
—Heaquí—dijo—lacopaenquebebíamipadre.Eldíaenquemurió,mimadreestuvouninstanteasulado.ÉllerogóqueledieradebeberporúltimavezenestecubiletequemimadrecompróaDianadeFrancia,hijadeFranciscoI,pararegalarloa mi padre. Este vaso fue cincelado por Benvenuto Cellini. Sirvió a Francisco I.DianadeFrancia,quelohabíaheredadodesupadre,nopodíadecidirseacederloamimadreque,encambio,leentregóuncollardeesmeraldastasadoenmilescudosdeoro.
Losdosjóvenes,emocionadosenextremo,hablabandecosasindiferentesyquenoserelacionabanconsuamor,delcualnodecíanunapalabra,sibiensusojosseencargabandesuplirlafalta.
—Fijaos—continuóCarlos—.Elgranartista representóalrededordeesta copalos seres aéreos que revolotean comomariposas entre flores, y que sostienen unabandera,sobrelacualFranciscoIqueríahacergrabarunadivisa.Peronolohizo.Yporesta razónCarlos IX,mipadre,hizograbaraquí ladivisaque imaginóparamimadre.
Violeta, con susdedos finosypálidos examinaba la copa,magnífica joya cuyoorobruñidodespedíabrillantesresplandores.
—Leed—dijoCarlos.—Noséleer—contestósinavergonzarse.—¡Oh, ya os enseñaré, si queréis! Esta divisa es la demimadre: «Je charme
tout».
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—¡Oh, qué hermosa divisa!—contestó Violeta—. ¡Cuán bien sienta a vuestrahermosamadre!
—Yavostambién—exclamóCarlos.Ysemiraron sonriendo.LuegoCarlos sacódel cofreotroestuchequecontenía
algunas joyas, especialmente sortijas de diamantes y brazaletes. Entre las primerashabíaunamuysencilladeoromatequeteníaunaperlaincrustadaenelengarce.Eraunajoyafrágil,deadmirablefinura.
—Heaquí—dijoentonces—unasortijaqueCarlosIXdioamimadreeldíademinacimiento.MimadremeladiocuandosalídeOrleánsdiciéndomequeseríalasortijadebodadelaqueyoescogieraporesposa.
CarlosestabaenextremoemocionadoyencuantoaVioletaseconceptuabafelizsobretodaponderación.
Carlosdejó su sortija sobre lamesa.Luego, conmano temblorosa,vertió en elvaso de oro algunas gotas de vino rojo que cayeron semejantes a rubíes. Entoncestendiólacopaasuadorada,quelatomódandounsuspiro:
—DesdequemurióCarlosIX—dijoeljovenduque—nadiehapuestoloslabiosen los bordes de este vaso, querida Violeta. Sé que entre los gitanos con los quehabéis vivido existe una costumbre poética y encantadora.Dicen que la joven queeligeesposo,bebevinoenunvasoyloofreceenseguidaalpreferidodesucorazón¿noesverdad?
—Escierto,miqueridoseñor—dijoVioletasosteniendoelvasodeoromientrassurostropalidecía.
Y en aquel momento, vestida con la túnica blanca de las condenadas, con loslargoscabellosdoradosesparcidossobre loshombrosysugraciosaactitud,parecíaunadeaquellasninfasdequehablaVirgilio.
—Enefecto,estacostumbreexiste—continuó—yyaquesoygitanaamedias,hoyquieroseguirla.Comovos,beboenlacopa.
Yhumedeciósuslabiosenelrojolicor.Luego, sonriendo dulcemente, tendió a Carlos el cubilete de oro y el joven lo
vaciódeuntrago.Entonces,pálidoyebriodefelicidad,tomólasortijaylapusoenundedodeVioletabalbuciendo:
—Heaquí la sortijadebodaquemehadadomimadre.Ospertenece,Violeta,porquesoismidulceprometida.
Embriagados los dos y extasiados de felicidad, se buscaban las manos y losbrazos seabríanparaestrecharseentre ellos, cuandoenaquelmomento seabrió lapuertaycasienseguidaaparecióelcriadodeconfianzadelduque.
Carlossedirigióaélpreguntando:—¿EselpríncipeFarnesio?—No,monseñor,sinounjovenquevienedesuparte,asícomodeladelcaballero
dePardaillánydemaeseClaudio.—¡Mipadre!—murmuróVioleta—.¿Acasosehamarchadomipadre?
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—Querida mía —le dijo Carlos—. Ahora sabremos dónde está e iremos areunirnosconél.Notemáisnada.
Ydichasestaspalabras,fuehacialasalaenqueesperabaeljovenanunciado,entantoqueVioletasequedaballenadeansiedad,perotranquilizadaporlaspalabrasdesuamante.
Elduquesaludóconexquisitacortesíaalquepodíaconsiderarcasicomoamigo,todavezqueveníaennombredePardaillán,deFarnesioydeClaudio.Elmensajeroseinclinópreguntando:
—¿TengoelhonordehablaramonseñorCarlosdeValois,condedeAuverniayduquedeAngulema?
—¡Unamujer!—murmuróCarlos;ycontestóenseguidasubrayándolo:—Sí,caballero.—Monseñor—continuó entonces Fausta—, mi nombre no es conocido. Es el
nombredeunapobremujer traicionadayreducidaa ladesesperaciónporunvarónqueenestemomentoreinaenParís.
—¿ElduquedeGuisa?—Sí,yparavengarmedeélheadoptadoestetrajequemehapermitidoentraren
Paríssintemoraserreconocida.Peroestoimportapoco.Osloexplicosencillamenteparadisculparmedehaberpenetradoaquícomounhombre.Consideradmesolamentecomolamensajeradevuestrosamigos.
—¡Oh, señora! Sed bienvenida de cualquier modo. Por otra parte no tengáiscuidado.Vuestradesgraciameinspirasimpatía,puessegúnveosoisunavíctimadeGuisa.
—Nohablemosmásdeesehombre—dijoFaustasentándoseenelsillónqueleseñalabaCarlos—yvengamosalmensajequemehanencargadotransmitiros.
—Loesperoyaconimpaciencia.La situación de Fausta era algo peligrosa.Con la fría audacia que presidía sus
actos,hablaseaventuradoa lodesconocido.Sabíamuypocosdetallesy,paraforjarbiensumentira,eraprecisoobligaraCarlosaqueselosdiera.
—Monseñor —dijo—, permitidme una pregunta. Vuestros tres amigos hanparecidoinquietarsemuchoporundetalleque,enmicalidaddemujerquehasufrido,mehainteresadograndemente.LajovenaquienesellosllamabanVioleta¿estáaúnenestepalacio?
—Sí,aquíestáaún—dijoCarlossinsospecharlomásmínimo,porquelavozdeaquelladesconocidaleinspirabavivasimpatía.
—¡Alabado sea Dios! —exclamó ésta radiante de alegría—. El señor dePardaillán tendrá gran satisfacción al saberlo. Lo digo porque me parecía el másinquietode los tres.Sindudaamaaesta joven.Dispensadme,peromeparecióqueestabatanimpresionado…
—PardaillánamasindudaaVioleta—contestóCarlossonriendo—auncuandolaconoce desde hace muy poco tiempo. Si estaba inquieto reconozco en ello su
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generosaamistad,porqueVioleta,señora,esmiprometidayyotengoladichadeseramigodelcaballero.
AestaspalabrasFaustatuvoquehacerunesfuerzoterribleparacontenerungritode sorpresa. Tal noticia la trastornaba. Era la anulación de todo cuanto habíaimaginado.Violeta no era la amante de Pardaillán, sino la prometida deCarlos deAngulema.Nopudocontenerunsuspiro,manifestacióntalvezdeinmensojúbilo.
Porhablaralgoyparaganartiempo,dijo:—AhorayanomeasombraelinterésqueelseñordePardaillánparecíademostrar
poresajoven,parecesentirporvosinmensoafecto.—Sí—dijoCarlos enternecido—.Pardaillán es amigomíoy algo así comoun
diostutelar.Nosolamenteledebolavida,sinotambiéntodamidichaactual,porquesihepodidohallaralaqueamo,ysiellanohamuerto,selodeboaéltambién.
—¿Cómo?—exclamó Fausta—. ¿Acaso la pobre niña ha estado en peligro demuerte?
Lapreguntaeratannatural,lavoztansimpáticaylalocuacidadtanpoderosaenlos enamorados, queCarlos empezó a relatar los sucesos de la plaza de laGrève,insistiendoacercadelheroísmodelcaballerodePardaillán.
Fausta,mientrasescuchabaconatención,formabasuplan,cambiabasusbateríasydecidíalasuertedeVioleta.
Yanoeranecesariomatarla.BastabaconalejarparasiemprealajovendelduquedeGuisa.Ylasituaciónseresumíaasí:
ApoderarsedeCarlosdeAngulema,enemigodeGuisa,obstáculoposibleyhastaseguroenelcaminodeltrono.ApartaraVioleta,queeraotroobstáculo.
Pardaillánestabayacogidooibaaserlo.FarnesioyClaudioeransus,prisionerosy aquella misma noche el tribunal los condenaría a muerte. Sólo faltaba, pues,apoderarse del duque de Angulema y alejar a Violeta sobre este doble objeto seconcentróentoncestodalafuerzadevoluntadytodalainventivadeFausta.CuandoCarloshuboterminadosurelato,desbordantedeamorparasuprometidaydeafectoyreconocimientoparaelcaballero,Faustadijo:
—Lo comprendo perfectamente. Esos caballeros, en su apresuramiento nopudierondarmemásquedetallesincompletos,yyonocomprendíabienlamisteriosacitaqueosdaban.
—¿Unacita?—preguntóCarlosasombrado.—Ya veo que es preciso comunicaros detalles. Como ya os lo he dicho,
monseñor, apesardeestarmuyvigiladaheentradoenParís a favordemidisfraz.Franqueza por franqueza. Permitidme que os diga que nome anima un asunto deamorcontraelquellamanreydeParísysosténdelaIglesia.Paradecíroslotodoenunapalabra,soydelareligiónreformada,loqueellosllamanunahugonote.
Carlosseinclinó.Teníasobradaindependenciadeespírituparanoasombrarseporaquellaconfesión.Peroenaquellaépocaera terrible.Tantovaldríaennuestrosdíasconfesarseculpabledehaberasesinadoalpadreolamadre.
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—Enestecaso,señora—dijo—,osrecomiendoqueosocultéisbien,porqueenParísmatansinpiedadatodoslosdevuestrareligión.
—Lo sé—dijo Fausta con tono de amargura admirablemente fingido—.Ya séquelosdemireligiónytodoslosadictosanuestrogranreyEnriquedeNavarra,soncondenadosamuerte,encuantocaenenpoderdelosguisardos.Tenedlacertezadequeaotronohabríahechosemejanteconfesión.
—Aquí,señora,nohabéisdetemernada.—Sinembargo,caballero,vuestropadrefueuncazadordehugonotes.¡Oh!Yoya
sabía que vos no sois un fanático tan… feroz y que podía confiarse mi secreto avuestronoblecorazón.
Talespalabraseranlasmáspropiasparaaumentarlaconfianzadeljovenduque,yhubieran bastado a disipar sus sospechas si las hubiese tenido. Pero no era así.Únicamente aguardaba que su visita explicara el motivo de su presencia. Faustacontinuó:
—Siendo,pues,hugonote,comodicen,yhallándomeenParísparacumplirunamisióndifícil,adoptéestedisfraz,ymedirigíalhotelde…¡Ah!,perdonadmesimecalloelnombre,peroestesecretonomepertenece.
Carloshizoungestodeasentimiento.—Mealbergué,pues,enunasencillaposadasituadaenlacalledeSanDionisio,
«LaAdivinadora».Carlosescuchabacongrandísimointerés.—Pasé allí la noche tranquilamente y lamañana transcurrió sin incidentes.Me
disponía a salir, cuando se llenó la callede ruido.Gritabanpor todaspartes contraalguienquehuía.¡Ay!,dijeyo.Heaquíunodemishermanosperseguido.Depronto,unhombreconeltrajedestrozadopenetróenlaposadaycasienseguidapasóporlacalle,comounatromba,ungrupodecaballeros.
—¡EraPardaillán!—exclamóCarlos.—¿Cómolosabéis?—preguntóFaustaconingenuidadadmirablementefingida.—Lo sé, porque este generoso amigo, para salvarme y salvar a la que amo,
arrastrótrasélaloscaballerosdeGuisa.Eraél¿noeseso?¿Sehasalvado,verdad?Decídmeloantetodo.
—Sí,sehasalvado,tranquilizaos.Esecaballero,comosupemuypronto,era,enefecto, el señor Pardaillán. Yo lo tomé por hugonote y abriendo la puerta de unahabitaciónenquemehallaba,lehiceseñadequeserefugiaraallí.Acercósenocomoalguienquequiereocultarse,sinoconlamayortranquilidad,comosinoleamenazaraningúnpeligro.
—Enesolereconozco.—Lepreguntésierademireligiónyélmecontestódiciéndomesunombrepero
sinexplicarlosmotivosdequelopersiguieran.Entonceshicecuantosupeparalavary curar sus heridas. Entre tanto los gritos hostiles continuaban en la calle, pero,felizmente, nadie se preocupaba de entrar en la posada y los caballeros estaban ya
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lejos.Doshorastranscurrieronasí,yyaelcaballerosereponíadeladebilidadquelecausaransusheridas,cuandoentraronenlahabitacióndoshombresaquienesyonoconocía. El caballero les hizo una seña y ellos se acercaron. Y, cosa extraña,pronunció su nombre y el vuestro como si aquellos dos hombres no lo hubieranconocido.Eran,comoluegosupe,elpríncipeFarnesioyunburguésllamadoClaudio.
—Enefecto,noleconocían.Continuad,señora.—Entoncessostuvieronunaconversaciónbastantelargaenlaquesetratódevos
ydelajoven.Elburguésdijoqueveníadevuestropalacio,dedondesalióparairabuscaralpríncipeFarnesio.
—Esverdad—exclamóCarlos,queescuchabaatentamenteaFausta.—AñadióquelosdossalieronconintentodeveniralacalledelosListados,pero
que maese Claudio fue reconocido por los guardias del duque y que se vieronobligadosahuircomoanteslohabíahechoelcaballerodePardaillán.PenetraronenlacalledeSanDionisioyluegoenlaposadade«LaAdivinadora»paraesperarquesecalmaraeltumulto.
—Voyareunirmeconellos.—Guardaos—dijoFausta—.Ademásnolosencontraríais.Escuchadelfindemi
mensaje.—Excusadme,señora,yservíoscontinuar.—Entonces —añadió Fausta—, el llamado maese Claudio empezó un largo
relato.Comprendíquesetratabadevosylapalabracasamientoresonóvariasvecesenmisoídos.Tal relato fueescuchado religiosamenteporelpríncipeFarnesioyelcaballerodePardaillán.Por finelburguésmaeseClaudiofueaexaminar lacalleyvolviódiciendoqueestaballenadegentesencolerizadasyqueempezabanaregistrarlas casas vecinas. El caballero de Pardaillán propuso salir por una puerta trasera.¿Pero dónde ir luego? Entonces,monseñor, indiqué a aquellos tres hombres, cuyasituaciónmehabía interesadograndemente,quesealbergaranenelcercanopalaciodeunodemisamigos.«Sí»—dijoelpríncipeFarnesio—,«¿perocómoavisaremosalprometidodemihija?».
Carlos encontraba naturalísimo el relato que le hacía Fausta y no concebía lamenorsospecha.
—Cuando el príncipe Farnesio hubo manifestado la necesidad de avisaros,PardaillándeclaróquesecomprometíaaatravesarParísparallegaravos.
—¡Quévaliente!—murmuróCarlos.—Peroenlacalleresonabanaúnlosgritosdelpuebloyeraseguroquesielseñor
dePardaillánsalíaloreconocerían,notardandoendestrozarlo.Entoncesmeadelantéparaofrecermisservicios.
—¡Ah,señora!—exclamóCarloscogiéndoleunamanoyllevándolaasuslabios—. Hace poco estaba resuelto a respetar vuestro secreto, pero ahora os ruegoencarecidamente,quemedigáisaquiéndebounserviciotangrande.
Faustamoviólacabezaymurmuró:
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—Novalelapenaynomerezcoporellovuestragratitud.Minombreeseldeunapobremujer.Volviendo al objeto demimensaje, se convino que los tres hombresbuscaríanabrigoenelpalaciodemiamigoyquesaldríanporlanoche.ElseñordePardaillán me recomendó decir que iba de parte del príncipe Farnesio, de maeseClaudio y del caballero de Pardaillán. Entonces salimos todos por una puerta deservicio y los conduje al domicilio de mi amigo, en donde están completamentesegurosydedondesaldránalasoncedeestanoche.HeaquíexactamenteloquemedijoelcaballerodePardaillán:«PorDios,señora,suplicadalduquequenosemuevaentodoeldíadesucasa».
—¿Yquédebohacerestanoche?—preguntóCarlos.—Ahoraos lodiré.Enelmomentoenquemedisponía a alejarme, elpríncipe
Farnesio me cogió la mano, me dio las gracias y me encargó transmitiros lassiguientespalabras:«Estanoche,alasdoce,esperaremosalduqueyamihijaenlaiglesiadeSanPablo.Quenosepreocupedenadaporquetodoestarádispuesto».
—¿EnlaiglesiadeSanPablo?—repitióCarlosextasiado.—Son sus propias palabras y confieso que me han parecido extrañas. Pero
empiezoacomprender…—Sí—dijoCarlos—.Locomprendoperfectamente.Estanochealasdoceenla
iglesiadeSanPabloconVioleta.Allíestaré.Faustaselevantó,diciendo:—Réstametansólo,monseñor,desearostantafelicidadcomomerecéis.—¿Cómopodrépagarosmideudadeagradecimiento?—murmuróCarlos.Fausta parecióvacilar algunosmomentos como si estuvieramuy emocionaday
luego,contestó:—RecomendandoaladuquesadeAngulemaquedevezencuandorueguepormi
marido…Agrippa,baróndeAubigné.Yalmismotiemposaliódelaestancia.—¡Labaronesa deAubigné!—murmuróCarlos—. ¡Ah!Ahora comprendopor
quéno quería decir su nombre.No temas nada, noble corazón, que antes de hacertraiciónatusecreto,seríacapazdearrancarmelalengua[3].
El duque de Angulema, profundamente agradecido, y penetrado delconvencimiento de que, realmente, su interlocutora era la baronesa deAubigné, laacompañóhastalacalle.Algunosinstantesmástarde,Fausta,montadaensucaballoque iba al paso, y seguida a distancia por su criado, desaparecía en la inmediataesquina,diciéndoseenvozbaja:
—AhorasólomefaltacasaraVioleta.Carlos,observandoquelacalleestabaperfectamentetranquila,volvióaentraren
elpalacioyllenodealegríasereunióconVioleta,alaquedijo,cogiéndolelamano:—Querida mía, esta noche seremos unidos para siempre, y os llamaréis la
duquesadeAngulema.
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XLII-ElcasamientodeVioleta
LA IGLESIA de San Pablo estaba a dos pasos del palacio de María Touchet. Elduque de Angulema admiró la previsión de Pardaillán por haber escogido aquellaiglesiaconpreferenciaaotracualquiera.
No tenía ninguna duda acerca de la identidad de lamensajera.Y, no obstante,antesdecerrarlapuertadelacasa,nopudoabstenersedeobservarlacalleaderechaeizquierda.Sólovioaalgunasmujeresquetranquilamentetransitaban,yconvencidodequenadiepensabaentoncesenmolestarlo,fueareunirseconVioleta.
PerosiCarloshubieratenidolaideadeseguiralamensajera,habríavistocómo,ya en la inmediata calle, el lacayo echó pie a tierra, y mientras la baronesa deAubignécontinuabatranquilamentesucamino,aquellacayofueadejarsucaballoenunaposadayaapostarseaveintepasosdelpalaciodeMaríaTouchet,ocultándoseenunodelosnumerososángulosqueformabanlascasasmalalineadas.
Pocoapoco,yantesdequellegaralanoche,aparecieronotrospersonajesenlacalleyocuparonsitiossemejantesalqueeligieraellacayo,demodoquesiunahoradespuésdelasalidadelamensajera,Carloshubieretenidolaideadesalirdelacasa,nohabríadadodiezpasossintropezarconunodeaquellosespías.
Llegada la noche, se produjo unmovimiento extraño alrededor de la iglesia deSanPablo.Diversosgrupos,compuestocadaunodediezodocehombres, tomaronposiciones ante cadaunade las puertas de la iglesia, y de la calle deSanAntoniollegóunapesadacarroza.
MientrasFaustatomabasusdisposiciones,CarlosyVioletacontinuabanabsortosen su amor en lamisma sala que antes oyera los tiernos diálogos de Carlos IX yMaríaTouchet.Porfindieronlasonce.
—Yaeshora—dijoCarloscondulzura.—Vamos,señor—contestóVioleta.La jovenvestíaaún la túnicablancaquehabía llevadoen laplazade laGrève,
peroCarlosfueaunarmarioantiguoytomandounmantoquehabíapertenecidoasumadre,loechósobreloshombrosdesuadorada.EntonceslediolamanoydespuésdehaberrecomendadoaloscriadosquetuvieranlacasadispuestaparacuandoaldíasiguientevolvieraencompañíadeladuquesadeAngulema,salió.
Unavezenlacalle,Violetasecogiódesubrazo.Yextasiadoslosdos,sinpronunciarunapalabra,seencaminaronalaiglesiade
SanPablo.
*****
Lasoncedelanoche.EraelmomentoenqueClaudioyFarnesioescuchabanencasadeFausta la sentenciadel tribunal secretoque loscondenabaamuerte.Erael
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momento en que la suntuosa y fantástica visión desaparecía a los ojos de loscondenadosyenque, lívidosycon lagargantaardiente,pensabanestremecidosdehorrorenelhambreylasedqueibanasufrir.
Cuando el lienzo de pared se hubo cerrado nuevamente y Fausta en pie dio labendiciónpapal,losquelarodeabanseretiraronlentamente.
Faustabajódel tronoysedirigióaundormitoriocuyasencillezcasicenobíticahabría asombrado a cualquiera que hubiese podido admirar las maravillas quecontenía aquel palacio. Era la habitación en que dormía Fausta. Y en ella nopenetrabanotraspersonasextrañasqueMyrthisyLea.
Éstassehallabanallíenesperadesusoberana.LequitaronelespléndidotrajequellevabayentoncesvistiónuevamenteeldecaballeroconelcualsehabíapresentadoenlacasadelacalledelosListados.Entoncessedirigióaaquellaelegantesalaquepodíapasarporeltocadordeunamujercoqueta.Allílaesperabasentadounhombreque,alverla,selevantóapresuradamente.
—¿Estáisdispuestoallevaracabotodoloquehemosconvenido?—Estoypronto,señora—contestóelhombrecontemblorosavoz.—Puesentonces,venid.Salieron juntos del palacio de la Cité. Fuera esperaba una escolta de veinte
caballeros. Fausta subió a caballo, y emprendiendo la marcha, hizo seña a sucompañero para que se colocara a su lado. Empezaron a hablar en voz baja. Elpelotón capitaneado por Fausta y su compañero se dirigió hacia la calle de SanAntonio,despuésdehabersalidoalaCité.
El hombre que esperaba a Fausta y que a la sazón cabalgaba a su lado, era elseñordeMaurevert.
*****
CarlosyVioletallegaronalaiglesiadeSanPabloenelmomentoenquedabanlasonceymedia.Las campanadas alteraronpor algunos instantes el silenciode lanocheyluegoreinónuevamentelatranquilidad.
DuranteelcortotrayectodesucasaalaiglesiadeSanPablo,Carloshabíacreídoveralgunassombrasquesedeslizabanalolargodelasparedes,perosefiguróqueseríantruhanesogentedebajaestofa,pocotemiblesparaunhombredecidido,yporlotantosecontentóconoprimirelpomodesudaga.EncuantoaVioletanadavionioyó.Cogidaalbrazodesuprometido,nohabríaobservadounalegióndediablosquese interpusieran en su camino. Ante la puerta de la iglesia, Carlos se detuvo paramirarasualrededor,noporquetuvierasospechaalgunaniporquetemieraunataque,sinoparaver si divisabaa sus amigos.Novio anadie, peroobservóque lapuertaestabaentreabierta,cosaqueledemostróqueloesperabanenelinterior.
—Entremos—dijoenvozbaja.La iglesia estaba débilmente alumbrada por dos cirios encendidos ante el altar
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mayor. Cerca del coro entrevió entonces a tres hombres, que agrupados parecíanesperar,hablandoalmismotiempo.
—Ahíestán—dijoCarlos.—¿Quién?¿Mipadre?—Sí,vuestropadre,vidamía.Ymirad,allíestáelsacerdotequehadecasamos.Elsacerdoteacababadeaparecerseguidodeotrosdos.—Vanadarlasdoce.Heaquílahoraenquevamosaestarunidosparasiempre.Yavanzaronlentamentehaciaelcoro.Amedidaqueseacercaban,seprodujounextrañomovimientoenlaiglesia.De
las capillas laterales, hundidas en la oscuridad, y de todos los rincones tenebrosossalíanalgunoshombresque, silenciosamente, empezabana seguir a lapareja.Muypronto aquellos desconocidos alcanzaron el número de treinta, y envueltos en suscapas,conlamanoenlaguardadelasespadas,parecíanunaescoltareunidaparaelcasamientosecretodealgúnpríncipe.
CarlosyVioleta,conlosojosfijosenlostreshombresqueesperabanenelcoro,avanzabansonriendo.DeprontoCarlosseestremecióysusojosexpresaronasombroyterroralobservarqueaquéllosnoeransusamigos.
Los tres desconocidos habían dejado caer sus capas. Y no eran Pardaillán,FarnesioniClaudio.EntoncesCarlosreconocióadosdeaquelloshombres.Loshabíavisto en varias ocasiones, especialmente en elmolino deSanRoque.En cuanto altercero,llevabaunantifaz.
Coninstintivomovimiento,CarlosrodeóeltalledeVioletaconelbrazoizquierdomientrasconlamanoderechadesenvainabasupuñal.Enelmismoinstantelajovendioungritodeespanto.Ellatambiénhabíaobservadoqueaquellostreshombresnoeranlosqueesperaba.Porsuparteéstospermanecíaninmóvilesynoparecíanabrigarmalasintenciones.
—Notemáisnada,queridamía—díjoleCarlos.—Notengomiedo—contestólajovenarrimándoseaél.Carlos entonces contempló por un momento a aquellos tres hombres que lo
mirabansinhablar.—Caballeros—preguntó—,¿quéhacéisaquí?—Monseñor —repuso Bussi-Leclerc—. Hemos venido a presenciar dos
ceremonias.Uncasamiento…—¿Un casamiento?—exclamó Carlos sintiendo que la frente se le llenaba de
sudorfrío—.¿Quécasamiento?—PueselcasamientodelahijadelpríncipeFarnesio,llamadaVioleta.Ésta,llenadeangustia,profirióundébilgemido.—¡Oh!—rugióCarlos—.Maineville,Leclerc,tenedcuidado.Yconladagadesenvainadasedisponíaaacometeralosdoshombres.—¡Monseñor!—continuóBussi-Leclerc, siempre con lamisma tranquilidad—.
Ahorasabréisloquehemosvenidoahacer.Estamosaquíparadosceremonias.Para
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un casamiento y para un arresto.Monseñor, servíos entregarmevuestra espada.EnnombredeltenientegeneraldelaSantaLiga,osarresto.¿Quéqueréis?,acadaunolellegasuvezyésteesnuestrodesquitedelmolinodeSanRoque.
Violetadioungritodedolor.Carlos,echándoseareír,lacogióenbrazosydijo:—Elprimeroquedeunpasoeshombremuerto.Ymientrashablaba,locodedesesperación,parecíaenverdadquesumiradahabía
fascinado a sus enemigos, porque ninguno de los tres hizo el más pequeñomovimiento. Retrocedía y ya empezaba a sentir esperanzas, cuando Mainevilleexclamó:
—Monseñor,todaresistenciaesinútil.Volveosymirad.Carlos,congestomaquinalyfurioso,sevolvióyentoncesdioungritoderabiaal
observarqueanteélhabíaunanchosemicírculodeespadasdesnudas.EnelmismoinstantelosdosextremossepusieronenmovimientoyCarlossevioencerradoenuncírculo.
—¡Maldición!—gritóeldeAngulema.Violetacogiólacabezadeljovenylobesóenlaboca,murmurando:—Muramosjuntos,señormío.Yalmismotiempolajovensedejócaeralsueloycogióladagadesuprometido.
Carlos,embriagadoporlasensacióndeaquelbesodeamor,dirigióasualrededorunamirada suprema que le mostró la iglesia llena de sombras. Maineville y Bussi-Leclerc, así como el desconocido enmascarado, al pie del altar, permanecieronsilenciosos y el sacerdote, por su parte, empezaba a oficiar.Entonces el círculo deaceroempezóaestrecharseyCarlos,desenvainandolaespada,exclamó:
—Muramosjuntos,almamía.Enseguidasetiróafondo,teniendosiemprecogidaaVioletadelamanoconla
loca esperanza de poder atravesar el círculo de acero y huir.En elmismo instantediezbrazoscayeronsobreélyotrostantossobreVioleta.Tuvolaimpresióndequelearrancabanlavidaydioungritoalquecontestóotrodesuadorada.Conlaespada,Carlos,dabaterriblesgolpes,exclamando:
—Espérame,Violeta.Voyenseguida.Se le rompió el arma, pero con el trozo que le quedó en la mano continuó
combatiendo.Asualrededorcorría la sangreyalgunoshombrescaían.El trozodeespadalefuearrancadoporfinyluegolejos,muylejos,oyólosgritosdeVioletaquelollamaban.Conlasuñasylosdientes,Carlos,ensangrentadoyherido,continuólaespantosa lucha.Elloduróotrominuto,peropor fincayóderodillasporquediezoquincehombresseecharonsobreél.Entoncessesintióatado,levantadoysacadodelaiglesiayalojadoporfinenunacarrozaqueechóaandarinmediatamente.
En aquella carroza, cuyas cortinillas de grueso cuero estaban atadascuidadosamente y que constituía una cárcel ambulante, Carlos se quedó inmóvil,sobrecogidodeasombroextraordinario.Noacertabaacoordinarunaidea.
Menosde tresminutosmás tarde, la carroza atravesó el puente levadizo, luego
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pasóbajounabóvedayporfinsedetuvo.ElduquedeAngulemasehallabaenlaBastilla.EnlaiglesiadeSanPablosedesarrollabaentoncesunaescenaatroz.Enefecto,Violeta,vinavezarrancadadelosbrazosdeCarlos,fueconducidaala
fuerzaalpiedelaltar.Allí,comoyahemosdicho,sehallabantreshombres;dosdeellos nos son ya conocidos. Eran Maineville y Bussi-Leclerc. El tercero sedesenmascaró en el momento en que la joven llegó a su lado medio muerta dedesesperaciónyandandoapenas:eraMaurevert.
Violetadirigióensutornounamiradadeestupor.FueenaquelmomentocuandoMaurevertlecogiólamanoyledijo:
—Gracias,amadamía.Graciasporhabersidopuntual.Todoestápreparadoparanuestrocasamientoyheaquíelsacerdotequevaaunirnos.
—¿Unirnos?—exclamóVioleta—.¡Convos!¡Oh!Porfavor,señores,decidme,¿quéhanhechodemiprometido?
—¡Violeta!—exclamóMaurevert—.¿Quéextrañalocuratesobrecoge?Mírame,¿nome reconoces?Soy tu prometido, el que te amay el que tiene la dicha de seramadoporti.
—¡Diosmío!¡Mevuelvoloca,loca!¡Carlos,amadomío!¡Socorro!¡Oh,cuandonorespondelohabránmatado!¡Carlos,Carlos!¡Muramosjuntos!
Entonces levantó el brazo para herirse con la daga que tomara a su prometido,peroobservóquelehabíanquitadoelarma.Sumanocrispadacayósobresufrenteylocadedolorsedesplomóderodillas.Maurevertimitósuejemplo.
Entonces el sacerdote se volvió hacia ellos pronunciando las palabrassacramentalesylevantóelbrazoparabendecirlos.Violetaalzólacabezayleparecióreconocer a aquel sacerdote. Era muy joven y tenía los ojos negros y brillantes.¿Dónde lo había visto? Ella había Oído aquella voz que seguía murmurando lasfórmulassagradas.¿Perocuándo?
De pronto, con la rapidez del relámpago recordó la temible escena en quereconocióaClaudio,despuésqueBelgoderelahuboconducidoalacasadelaCité.Recordó el rostro de lamujer que ordenaba aClaudio que dieramuerte a su hija.Aquel sacerdote era ella misma, era Fausta, que celebraba el matrimonio deMaurevertconVioleta.
Terror inexplicable sobrecogió a la joven, que quiso levantarse sin lograr otracosa que caer nuevamente de rodillas.Quiso separar sumano de la deMaurevert,peronotuvofuerzasparallevaracabosupropósito.Quisolanzarungrito,peronofuecapazdeotracosasinodedarungemidodeespanto.
Enaquelinstanteperdióelconocimiento.Yentonceselsacerdote,extendiendoelbrazo,decíacongravedad:
—Id.EnnombredeDiosvivoestáisunidosparasiempre.
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XLIII-DecomoelhérculesGraznidoyelperro«Pipeau»trabaronconocimiento
YASEHAVISTOqueelcaballerodePardaillán,atraídoporelruidoextraordinariodesuhabitación,entróa tiempoparaasistiralcombateextraordinariodeGraznidoconunreloj.Pardaillánalprincipiosequedóestupefacto.Peroluego,apesardesusheridas y del peligro de la situación, soltó una carcajada, mientras en la calleaumentaban las vociferaciones de la multitud. Graznido miró al intruso yreconociendoalcaballero,exclamó:
—Yaestá.¡Uf,québatalla!—¿Quédiablohacíasahí?—preguntófinalmenteelcaballero.—¿Cómoquéhacía?Noshemosbatido.Ahísevecómoestáisheridoyllenode
sangre.¡Ah,monseñor!,confesadquesinollegaaserpormiayudasucumbíaisanteelnúmerodevuestrosenemigos.
—¿Sehabrávueltolocodemiedo?—pensóPardaillán.No,Graznido no estaba loco, o, por lomenos, no lo estaba desde que viera a
Pardaillán. Había seguramente un germen de locura en aquella imaginación, quesobreexcitadaporelterror,veíaencarnizadosenemigosendondenohabíaotracosaquemuebles;peroenpresenciadePardaillán,Graznidosetranquilizaba.
Enaquelmomentoseoyeronaullidosenlacalle.Pardaillánseacercóalaventanaparaverloquepasaba.Erasencillamentequedospelotonesdearquerosacababandetomarposicionesenlacalle,yqueelpueblolosaclamabaaprovechandolaocasiónparahacerlotambiénconelduquedeGuisa,auncuandoéstenosehallabapresente.Losgritosde:«¡VivaEnriqueelSanto!».«¡VivaelgranEnrique!».«¡Vivaelsosténde la Iglesia!». Alternaban con: «¡Muera Herodes!». «¡Muera Nabucodonosor!».«¡Mueranlosherejes!».Yporfintalesgritossereuníanyconfundíanfraternalmenteenunosolo:«¡Vivalamisa!».
—¡Puesquevayanamisa!—exclamóPardailláncerrandolaventana.Salió de la habitación seguido de cerca por Graznido, que habría preferido la
muerte a quedarse solo en su campo de batalla. Los aullidos del exterior habíanproducidoefectosobreelpobrehércules.Cuando,encompañíadePardaillán,llegóalasalaprincipaldelaposada,temblabadepiesacabeza.
—Amigomío—dijoPardaillán—.¿Tieneshambreacaso?Latranquilidaddelcaballeroyaquellapreguntaqueennadarecordabalapelea,
reanimaronelvalordeGraznido,quecontestó:—A femía, caballero, tengo hambre y sed, y ya sabéis, o mejor dicho, no lo
sabéis,quedespuésdeestosterriblesasaltosseavivaelapetito.—Pues bien —dijo Pardaillán—. Come y bebe. Vete a la cocina, en donde
hallaráslonecesario.Precisamentesalíadeellalahostelerallevandountazónyvendas.Rosalodejó
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todosobre lamesa.Maquinalmente,Pardaillánfuea lapuertade lacocina.Dirigióunamirada,sedetuvoysonriendomurmuró:
—He aquí dos que son felices. ¿Para qué molestarlos? Y Pardaillán cerró lapuerta de la cocina para que nadie pudiera interrumpir la comida del gigantescoGraznido.
Éste, por invitación del caballero, entró en la cocina desierta y le pasó revista.Abríaunarmario,cuandooyódeprontoa suespaldaungruñido ferozyalmismotiemposintióundolormuyvivoenlapantorrilladerecha.
—¡Elenemigo!¡Elenemigo!—gritóconvozestentóreaqueseoyódesdelacalleehizoretrocederalosarcabuceros,persuadidosdequeungrannúmerodesitiadossepreparabanahacerunasalida.
Graznido divisó una mantequera, se apoderó de ella y volviéndose, empezó agritar:
—¡Ah,miserables!¿Hastaenelmomentodecomer?Peroesperad,vaisasaberquiénsoy.
YGraznido,vociferando,esgrimióunasadorconfrenesí.Peroaquellavez,enlanuevabatalla,seprodujerondosacontecimientosquelollenarondeasombro.Pordepronto el enemigo le hizo sentir sus armas, toda vez que estaba herido, y luegocontestaba a sus vociferaciones con aullidos igualmente prolongados, con todo locualsepromovióuntumultoespantoso.
Enlacalleloshombresdearmasprepararonsusarcabucesyestrecharonlasfilas.Enlacocina,Graznido,bufando,sudando,conloscabelloserizados,losojosfueradelasórbitas,derribabainvisiblesenemigos.Lascazuelasycalderoschocabancongranestrépito. Y, no obstante, el único enemigo perfectamente visible no había sidodescubiertoporelhércules.
Aquelenemigoeraunperro:«Pipeau».El animal, al ver que Graznido registraba un armario en que se guardaban
suculentas cosas, pensó que no podía ser más que un ladrón. No hay nada tanencarnizadocomounladróncontraotrosdesumismooficio.Y«Pipeau»,queloerapornaturaleza,noqueríaqueotrosrobarantambién.
Durantediezminutos,elhombreyelperroaullaronacualmásentantoquelascacerolasyutensiliosdecocinaproducíanespantosoruidoalcaer.AlcaboGraznidoechódeverqueteníaunperroentrelaspiernas.
—¡Caramba!—exclamóretrocediendo—.¿Puesnohanolvidadoalperro?Pero¡quéfuga!—añadiólevantandolacortinadelavidrieraquecomunicabaconlasaladelaposada—.¡Miserables!¡Mehanencerradoaquí!Vamos,cállate—dijoalperro—.¡Toma!
Ydiciendoestaspalabrasdioa«Pipeau»mediopolloquehabíaencontradoenlaalacena. «Pipeau», quehabíamordido aGraznido, cuandovioque éste le regalabacontanexquisitobocado,aceptóelobsequioyseechóasuspiesmeneandoelmuñóndesucola.Graznidoyanoeraladrón,puestoquecompartíaconelperroelproducto
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desurobo.
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XLIV-HeroísmodePardaillán
ROSAHABÍADEJADOsobrelamesaeltazónylasvendasquellevaba.Elprimerocontenía un excelente ungüento compuesto porRosa para cicatrizar las heridas delcaballero,ylasvendasdetelaservíanparamantenerlascompresas.
—¿Paraquiénestodoeso?—preguntóPardaillán.—Para vos, señor caballero—contestó Rosa, que, pálida y temblorosa por las
exclamacionesqueoíaantelapuertadesucasa,olvidaba,noobstante,sustemoresparacumplirlosdeberesdelahospitalidadconPardaillán.
—¡Caramba!Esciertoque tengoalgúnarañazo—exclamóPardaillán fijándoseentonces enque fluía la sangrede susmanos—.Pero,miqueridaRosa,porbuenacirujanaqueseáis,soninútilesvuestroscuidados.Dentrodealgunosminutostendréisqueempezardenuevo,cosaqueosdaríademasiadotrabajo,sincontarconque lasvendasmemolestarían.
—¡Dios mío, señor caballero! ¡Habláis como si estuvierais a punto de seratacado!
—¿Atacado,queridaRosa?Creoquedentrodemediahoranoquedarágrancosade vuestra posada.De nuevo voy a ser la causa de que os lo destrocen todo, peroconsolaos,porqueserálaúltimavez.
—Pero¿yvos?—exclamóRosaconvozapagada.—¡Oh! Todas las vendas que me pusieran vuestras lindas manos serían
perfectamenteinútiles.Consolaos,Rosa,todossomosmortales.Alcaboseráparamíunconsueloelmorirenestaposadaenquehepasadolomejordemivida.
Rosa dio un gemido, se sentó en un escabel y cubriéndose el rostro con eldelantal,empezóallorar.
Pardaillán, entre tanto, no había estado ocioso, y arrastraba mesas y bancosreforzando labarricadaqueconstruíacon todas las reglasdelarte.Cuando lahuboterminado retrocedió para examinar el conjunto y cerrando a medias los ojos,exclamó:
—Perfectamente.Consemejanteparapetocreoquedaréquehaceraesosseñoresde la misa. Siempre he dicho, Rosa, que cuando yo diera el gran salto hacia lodesconocido, me haría acompañar por buen número de mis enemigos.Mirad esasaspilleras y esas… ¡Caramba!—exclamó de pronto—. ¿Pues no está llorando?Escierto;yanomeacordaba.¡Quéestúpidosoyhablandodetodoesto!¡Rosa!¡Rosa!¡MiqueridaRosa!Yaveisqueexagero.
Lahosteleramoviólacabezadenotandosuincredulidad.—Veamos—contestóPardaillándesolado—.Vanaemplearlomenosinediahora
enderribartodoestoyentretantoveremosdeemprenderlaretirada,paraloqueyaencontraremosalgúnmedio.¡Quédiablo!
Pardaillánsabíaperfectamentequenohabíamediodehuir.Todaslassalidasdelacasayhastaladeuncorredorquedabavueltaalacocina,ibanapararalacallede
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SanDionisio.Éstasehallaballenadehombresdearmas,cuyaspicasseoíanresonarcontrael
suelo,ydeunamultitudfuriosaqueestabaaullandocontinuamente.Pardailláncogiólasmanosdelahosteleraylaobligóalevantarse.Elladejócaer
eldelantalymostrósuhermosorostropálidoydolorido.—Veamos—dijoelcaballero—.Esnecesariobuscarunrincónendondepodáis
ocultaros, mientras yo contengo a esos furiosos. No creo deciros nada nuevo almanifestarosquelafugadequeoshablabaseríaunpocodifícil.
—Imposible—balbucióRosasollozando.—Yaveisqueesprecisoocultaros.Podríaishacerloen labodega,porejemplo.
Únicamente quieren cogerme amí y una vez lo hayan logrado no proseguirán laspesquisas.Venid,queridamía,venid.Esesilenciorelativoquereinaenlacallenomeanuncianadabueno.
—¡Voscogido!—murmuróRosa—.Unavezestéismuerto,¿quéserádemí?Yapoyósobreelpechodelcaballerosucabezaencantadora,quetransfigurabael
amor.Fuera,enelsilenciorelativoquehabíaseñaladoPardaillányque,realmente,no
anunciabanadabueno,resonabaunavozduraeimperiosa:—Esos tablones, aquí. Los arcabuceros, allí, en dos filas. Preparad las armas.
Aquílosalabarderosyallílosarqueros.¡Atención!—Pardaillán—dijo Rosa con dulzura—. Ya que no he podido vivir con vos,
dejadmemorirporlomenosenvuestracompañía.Micorazónhacemuchosañosquellevagrabadavuestraimagen.Noesperabavuestroamorporquesabíaquelohabíaisdadoaotra.Sabíaqueadorabais aLuisamuerta como la amasteis envida.No,noesperaba nada. Únicamente cuando estabais aquí, os esperaba. ¡Cuántas horas hepasadojuntoalapuertaanhelandovuestroregreso!Porqueyosabíaqueporlejosqueos hubiera llevado vuestra desesperación, vuestro amor o vuestro odio, pormuchotiempoqueestuvieraisausente,osapearíaisundíaanteestapuertaymedirigiríaisuna sonrisa, que es todo lo que podéis darme. Yo me decía: piensa en la buenahostelera, y sabe que aquí hallará siempre apoyo y consuelo. Y así vivía con estaesperanza,deseandoveros.
En el exterior, la voz del jefe de la fuerza continuaba dando órdenes para elataque.
Pardaillán,muypálido, escuchabaatentamente,no lavozdelque sedisponíaamatarlo,sinolaentrecortadaporelllanto,queleconfesabaunamoryaconocidoporéldesdelargafecha.
Rosa, que no escuchaba más que a su corazón, habíase atrevido, por fin, aconfesarconsuspalabraselamorqueanteshabíamanifestadoconlosojos.
—¡Atención! Veinte hombres aquí para manejar los tablones. Y en cuanto seabranlasventanas,¡fuego!
—Yaloveis,Pardaillán.Sisólotratarandeprenderos,podríaabrigarlaesperanza
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delibertaros.—¡Rosa,miqueridaRosa!Deesoprecisamentesetrata.—No, no, vais amorir, Pardaillán.Vuestros preparativos y vuestro aspectome
dicenclaramentequevaisahacerosmatar.—Estoydecididoadefenderme.Heloaquí todo.¿Osfiguráisacasoqueesmuy
agradablequeleencierrenaunoenlaBastilla?—PerodelaBastillasesale,ydelatumba,no.—¡Hum!Sesale…sesale…Nosiempre.—¿Tangraveesloquehabéishecho?—No tiene gravedad. Como ya os lo he dicho, no he hecho nada. Sólo he
impedido que hicieran. Pero, en fin, os confieso que me asustan los ocho o diezmesesdeprisiónquemeamenazanyprefieroarriesgareltodoporeltodo.
—Pues eso quiere decir que estáis decidido a morir —contestó Rosa—.Pardaillán, dejadmemorir con vos. Pensad que es imposible lo queme proponéis.¿Ibayoaencerrarmeenlacueva,mientrasesosfuriosososatacaban?¿Ibayoaoírtodoelcombate,asícomoelgritodetriunfodelqueosdieraelgolpedegracia?¿Yosimagináisacasoqueesperaríatranquilamenteelfinaldeldrama?¡Oh,Pardaillán!¿Porventuranomehabéiscomprendido?Osrepitoqueunavezmuertovosnotengonadaquehacerenlavida.Yanopuedosernadaparavos,perovoslosoistodoparamí.AfrentaríalamemoriadeLuisa,vuestraesposa,siosdijeraqueosamo.Suponedquesoyunahermanaquedespuésdehaberloperdidotodo,notieneenelmundomásque a vos. O si no figuraos que soy una madre. Esa palabra me envejece ¿no escierto?Peroyonosoyjoven.Unamadre,esoes.
Yechándoseallorar,murmuró:—Yaveisquemipapelnopuedeinquietaralaqueduermeenvuestrocorazón.
Pardaillán,queridohijomío,¿nosabéisqueeldeberdeunamadreesmoriralladode…?
Lossollozoslaimpidieroncontinuar.—Basta,Rosa,basta—dijoPardaillánconvozbajaytemblorosa—.Nosoispara
míniunamadreniunahermana.Sois lamujeraquienmásheamadodespuésdelángelqueperdí.Sois laelegidademicorazónsi éstenohubiesemuertoalmismotiempoqueLuisa.Nivosniyomoriremos.Vamos,secaoslaslágrimasqueenrojecenvuestros lindos ojos. ¡Caramba, hermosamía!Quiero volver a probar el excelentevinodevuestrabodegayelmásdulcetodavíaquefluyedevuestroslabios.Rosa,encuanto hayamos salido de este apuro y de la prisión en que van a encerrarme,preparadlahabitaciónqueantesocupaba.Envejeceremosjuntos,hablandodelseñorPardaillán,mipadre,quetantoosquería.
Pardaillán empezó a andar con aparente tranquilidad. Pero estabamuy agitado.Heaquíloquepensaba:
—Ha llegado la hora de pagar a la buena huéspeda de «La Adivinadora» lasdeudascontraídaspormipadreypormí.Estesacrificio,yesteamorquelosañosno
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hanconseguidodebilitar,merecenpormiparteunesfuerzoquenuncahabríahecho.¡PobreRosa!Acambiodetuamorsólomepideselderechodenomorirtedepena.¡Ay!Nopuedoevitarteestedolor,porqueloslobosqueaúllanenlacallequierenmimuerte, pero, por lo menos, puedo evitar el horroroso espectáculo de mi cuerpodestrozadoantetusojosyademás…sinomevesmorir,teconsolarás…talvez.
Yconelrabillodelojovioqueyanolloraba,yquelomiraballenadeansiedad.—¡Oh,padremío!—pensóPardaillán—.Vosquemeenseñasteiscómoespreciso
batirseycómosedebemorir,vaisavercómomerindo.Ydichasestaspalabrasdesenvainólaespadaylarompiócontrasurodilla.—¿Quéhacéis?—exclamóRosa.Elcaballerotomóladagaylaarrojóenunrincón,echándoseareír.—¡Pardaillán!—Yaloveis,queridamía.Cedoavuestrosconsejos.Voyadejarquemeprendan.
Algunos meses de prisión pasan pronto. Quiero vivir, Rosa. Quiero vivir, porqueacabáis de demostrarme que la vida puede ser dulce para mí. Esperadme, pues,tranquilayconfiadayosgarantizoquenoenmoheceréenlaBastilla.
—¡Pardaillán!¡Pardaillán!—gritóRosallenadealegría.PeroPardaillánnoescuchaba.Derribabaelandamiajequehabíaconstruidoante
lapuerta,enelinstanteenqueseoíafueraunclamorinmenso.—¡Guisa!¡Guisa!¡VivaelgranEnrique!¡VivaEnriqueelSanto!EraGuisa,enefecto,que,rodeadoporunaescoltamagnífica,sedeteníaante la
puertade«LaAdivinadora».—Monseñor —dijo Maineville—, todo está pronto. ¿Queréis dar principio al
ataque?EntoncesseabriólapuertayPardaillánaparecióenelumbral.—¡Pardaillán!—exclamóRosa,cayendoderodillas,llenadeterror.Elcaballerosevolvióhaciaella,sedescubrióyledijo:—Hastalavista,queridaRosa.Hastapronto.Y cubriéndose de nuevo, se volvió a la calle.Los guardias, los arqueros, y los
arcabucerosapiñados,losgentilhombresacaballo,Guisaenelcentro,lamultituddelacalleydelasventanasy,enfin,todoslosquegritabansequedaronsilenciososalveraPardaillánque,coneltrajerotoyllenodesangre,avanzabahaciaelduquedeGuisa.
A medida que lo hacía se apartaban todos. Solo y sin armas parecía ser mástemibleaún.Sedetuvoanteelduqueyenelgransilencioqueentonces reinabaseoyósuvozfirmeyalgoirónicaquedecía:
—Merindo,monseñor.Guisa quedó atónito por algunos instantes. Pardaillán lomiraba cara a cara.El
duquedirigióasualrededorunamiradadedesconfianzayPardaillán,alobservarlo,dijo:
—Notengáismiedo,monseñor,nohayningunaemboscada.
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Guisa palideció de ira al oír tan insultantes palabras e hizo un gesto.Inmediatamente los guardias cercaron a Pardaillán, y en cuanto el duque le viorodeadodehombresdearmas,exclamó:
—¿Os rendís, caballero? ¡Yo que llegué a figurarme que erais un hombreinvencible,indomable,algoasícomoAmadísdeGaulaoRolando!¿Osrendís?Afemía, señores,queencuentroalgo ridículaesaexhibiciónde fuerzas.Paraprenderaesehombre,quenoesmásqueuno,habíasuficienteconotro.
PardaillánsecruzódebrazosyGuisaseencogiódehombros.—Vamos—continuódiciendoelduque—.Habíavenidoconla ilusióndevera
un paladín…Guardias, conducidlo a laBastilla.Mucho siento habermemolestadoparaverauncobarde.
Pardaillánsonrió,peroentalsonrisaseadvertíaunairaformidable.Extendióelbrazo,coneldedoseñalóelrostrodelduqueyconvozmuytranquila,dijo:
—Creí rendirmealverdugo,peromehe engañado,puesme rindoaEnrique elAbofeteado. Guardadme bien, Enrique de Lorena, mientras me tenéis en vuestropoder. Matadme mientras podáis asesinarme y, si aún creéis en Dios, vos que endieciséis años habéis inmolado veinte mil víctimas inocentes, si creéis en Dios, aquienvaisrogandopararobaruntrono,rogadlebien,porqueosjuro,porelnombredemipadre,quesinomematáisosmataré.Yesteinsultantecalificativoqueacabáisdedirigirme,lorecojoyosloclavaréenelcuelloconlapuntademidaga.¡Guardias,enmarcha!
Y dada esta orden, el prisionero echó a andar, no como tal, sino como un reyescoltadoporsuscaballeros.
—LlevadloalaBastilla—exclamóelAcuchillado—.AlaBastilla,yqueaviseninmediatamentealatormentadorjurado.
Rosa,derodillasenlasalade«LaAdivinadora»,murmuraba:—Ahorametocasalvarlo.
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XLV-Consejodefamilia
GUISAsedirigióasupalacio,saludadoalpasoporlasaclamacionesdelpueblo,enelcualcreyóadvertirciertaexpresióndeodio.
—¡VivaEnriqueelSanto!¡VivaelsosténdelaIglesia!—¡Mueranloshugonotes!¡VivaLorena!YentoncesEnriquedeGuisafuearrancadodelasillayllevadoenhombrosporel
pueblo entusiasmado.A lo lejos resonaron algunos arcabuzazos.Disparaban contracasassospechosas.Lasgentessemirabanconexpresióndeodio,ydesgraciadosdeaquéllos que no llevaran rosario al cuello, porque en un momento, tanto si erancatólicos como si no, veíanse destrozados por la multitud furiosa. Ante Guisamurieron unos treinta infelices,mientras el duque, sonriente, agitaba su sombrero,gritando:
—Sí,amigosmíos,Diosloquiere.AsífuecomoelAcuchilladoregresóasupalacio.LanochecaíayenParíscontinuabarugiendoelodioqueanimabaalasgentes.Se
oíaunconfusorumor;yencadabarriosereuníanlosligueros;loscapitanesvestíanapresuradamentelacorazayyalalistadecasassospechosascorríademanoenmano.
El duque deGuisa hizo cerrar las puertas de su palacio y no pormiedo de latempestadqueseformaba,puesdesobraleconstabaqueeraadoradoporelpueblo,sinoporque teníanecesidadderecogerseyreflexionaracercade loqueacababadever. Sin lamenor duda, París había agotado su paciencia y era necesario hallar elmediodeocuparloydistraerlo.
Guisa entró en su gran despacho seguido de Maineville y Bussi-Leclerc, susfavoritos.
—NoveoaMaurevert—dijo.—Monseñor—contestóMaineville.Maurevertestáenplenadigestión.—Puesnohasidomuyoportunoparacomerydigerir.Quevayanabuscarlo.—Dejadmeterminar,monseñor.Maurevertdigierelavenganzaquesaboreóhace
pocoante«LaAdivinadora».—¡Ah,sí!NorecordabaquesientegranamistadporPardaillán.Nodudodeque
estarásatisfecho,peromásloestarámañana,pormuchoqueseasuapetito.—Puesafequeyolotengotambién,monseñor—dijoMaineville—.Desdeque
ocurriólaaventuradelmolinodeSanRoque…—Sí,lorecuerdo.—SincontarconqueLeclercnohadejadodellevarunciriocadadíaaNuestra
Señora,afindequelaVirgenfepermitavengarse,¿noesverdad,Bussi?—Esciertoysientoqueelbribónsehayarendido.Porlomenos,heperdidodiez
ducadosconlaceraquehecompradoinútilmente.—Ya te quejarás de ello aNuestra Señora cuando vayas al Paraíso—contestó
Guisa.
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—Comodecía,Bussiyyoteníamosmuchoapetitodevenganza,perotodoellonotiene comparación con el hambre deMaurevert. Cuando el truhan fue a colocarseentrelosguardias,Maurevertmeestrechóelbrazodiciendo:«Ésteeseldíamejordemivida».
—Bueno, dejemos aMaurevert y a su presa, y ocupémonos ahora de nuestrosligueros.Esnecesariotomarunadecisión—dijoGuisa.
—Sí, hermanomío—afirmóen aquelmomentounavoz ruda—.Ha llegado lahoradetomarunadecisión.
Ysevioentraralhombrequeasíhablaba.—¡Luis!—exclamóEnriquedeGuisa.—YCarlos—dijoun segundopersonaje, que entródando resoplidos, comoun
bueyfatigado.—YtambiénCatalina—añadióunavozdemujerdulceymaliciosaauntiempo.—Ytumadre,Enrique—agregóésta,entrandoenlaestancia.ElduquedeGuisaalveraloscuatropersonajesqueacababandeentrar,hizoseña
a Maineville y Bussi-Leclerc, los cuales, después de haber hecho una profundareverencia,desaparecieroncerrandolapuerta.
—¡Hermanos! ¡Madremía!—dijoentonceselduque—.Sedbienvenidos.Nadapodía serme tan agradable comover reunida a toda la familia en circunstancias enque se decide la gloria de nuestro nombre y en que la casa de que soy jefe puedeconquistarunlugarpreeminenteenelmundo.
—Acercadeesaconquistahemosdedecidir—dijolamadre—.Vuestrafamilia,Enrique,haarriesgado la fortuna, lagloriay lavida,para facilitaroselcaminoquellevaal trono.Sólo tenéisquedarunpasoyvaciláisendarlo.Ysinoosdecidísaello,Enrique,estamosperdidos.
El duque de Guisa palideció y se llevó una mano a la frente. Luego,comprendiendo que había llegado la hora de explicarse de un modo decisivo, sesentó,invitandoasufamiliaaquehicieralopropio.
—Hablemos,pues,madre—dijo—,porqueyasabéisquedaríacongustolavidaparanoverosamenazadadeunpeligrocreadopormí.
Los cuatro personajes se sentaron. Eran Luis de Lorena, cardenal de Guisa;Carlos de Lorena, duque de Mayena; María Catalina de Lorena, duquesa deMontpensier, y Ana de Éste, duquesa de Nemours, viuda de Francisco de Guisa,asesinadoenelsitiodeOrleáns.
LamadredelosGuisateníarostrodefanática.Bajolosgrisesmechonesdesuscabellos,susojosindicabanunaresoluciónindomable.ParecíaseunpocoaCatalinadeMédicis,conladiferenciadequemientraslamadredelosValoiserasupersticiosa,la de los Guisas era una creyente, en toda la terrible fuerza que este calificativoindicabaentonces.
ElduquedeMayena,hombrequeamabalavida,nosedecidíafácilmenteatomarunadecisiónyconmayorlentitudsedisponíaaejecutarla.Eraglotón,algodadoala
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bebiday afligido con aquella obesidaddeque tantodebíaburlarse elBearnés.Eravalientearatosy,ensuma,constituíaeltipomáshumanodelafamilia.Apesardesuaficiónporlabuenamesa,eraastuto,bieneducadoy,además,muyindulgente,yestaúltimacalidadledabaciertasuperioridadsobresushermanos.
El cardenaldeGuisa era la antítesisvivientedelduquedeMayena.Era elhijotercero de Francisco de Lorena y, según la costumbre de entonces en las grandescasas,habíasidodestinadoalaIglesia,entantoqueCarlos,elsegundohijo,lofuealasarmas,yEnrique,elmayor,comoherederoy jefede lafamilia,debíacuidardemantener y aumentar el lustre y la gloria de los Guisa. Pero las aptitudes de loshermanosnoestabandeacuerdoconlacarreraemprendida,porqueCarlos,duquedeMayena,habríahechounmonjeadmirable,entantoqueLuis,elcardenal,habríasidounguerrerocumplido.Veíaseraramenteenla iglesiaal talcardenal.Encambio,noeraextrañoverlocubiertodehierro,alacabezadesubandadehombresdearmasquesedistinguíanpor losexcesosde todaclase.Eraunserdeferozrudezay testarudaviolencia.Tanorgullosocomosuhermanomayoryde igualmodoviolento,eraunguerreroexperimentado,yqueteníaademáscondicionespolíticasydiplomáticasdeque parecía Enrique. Venía a ser la cabeza de la familia, en tanto que Enriqueresultaba solamente el brazo. Su ambición era muy grande y si había instadorepetidamenteasuhermanoparaqueseapoderaradelacorona,hízolotalvezconlaesperanzadequellegaríaporfinaceñirsuspropiassienes.
En cuanto a María deMontpensier, ya hemos tenido ocasión de presentarla anuestros lectores, y por esta razón no describiremos a aquella mujer, capaz decometerriendouncrimenatrozsindarsecuentadelopunibledesuacto.
Los cinco personajes se hallaban, pues, reunidos en el inmenso gabinete cuyasparedes estaban llenas de armas,mientras en el resto del palacio y enParís enterosóloseoíanruidosdearmasyvocespidiendoagritoslamuertedeloshugonotes.
LaduquesadeNemourshabíasesentadoenelgransillóndesuhijomayor.Dabalaespaldaa laventana teniendoenfrenteun inmensoretratodeFranciscodeGuisaque,conlasdosmanoscubiertasconguanteletesyapoyadasenlacruzdesuespada,parecíamirarla.
Enrique de Guisa estaba sentado ante ella, vuelto de espaldas al retrato. A laderechasehabíasentadoelcardenaldeGuisa,conlaspiernascruzadas,tranquiloenapariencia, pero jugando nerviosamente con el pomo de su daga. A la izquierdaestabaMayena,elcual,nohallandounsillónbastanteanchoparaél,sesentóendossillas. Por fin, un poco más cerca de la ventana que su madre, y apoyada en elrespaldodelsillóndeésta,MaríadeMontpensiersonreíajugandoconlastijeritasdeoro que llevaba colgadas a la cintura por una cadenita, y que estaban destinadas,comoyarecordaránnuestroslectores,atonsuraraEnriqueIII.
ElcardenaldeGuisafueelprimeroenhablar,diciendo:—HerecibidodelaquenosguíalaordendeesperarenNuestraSeñoralallegada
demihermanoEnrique.Todoestabapreparadoparalaceremoniadelacoronación.
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Me rodeaban seis cardenales y doce obispos enviados de su Santidad Fausta.Trescientos curas, decanos o vicarios estaban dispuestos a desparramarse por Paríspara anunciar la buena nueva. Todo estaba preparado, pero faltaba mi hermanoEnrique,elcualnohacomparecido.
Enriquefruncióelentrecejo.YMayenatomólapalabraparadecir:—AfemíahevenidodeAuxerreaParísreventandocaballos,obedeciendoauna
misivaquemeenviólahermosaFausta.Porelcaminotemíallegardemasiadotarde,pero, por el contrario, he llegado antes de sazón. Reuní por las calles dos milcombatientes y con losmil hombres de armas que llevaba, tomé posiciones en elLouvre.PeroenvanoesperéamihermanoEnrique.
Éstesemordióloslabios.—En laGrève—dijo a su vez la duquesa deMontpensier— tenía yo reunidos
quinientos hombres del pueblo, que habían recibido la consigna de nuestraincomparableFausta.Mehizounaseñayyoentoncesgrité:«¡Vivael rey!»,ymisgentes repitieron tal grito, pero no hubo rey.Os aseguro, hermanos, queParís estámuydisgustadodehabergritado«¡Vivaelrey!»ynotenerlotodavía.
—Parísestáborracho—dijoMayena—yyasabéisquetienemalvino.—¡París!¡París!—exclamóEnrique—.Nosabéishablardeotracosa.Quienos
oyerasefiguraríaqueelreinodeFranciaestáenlaciudad.IraNuestraSeñoraparahacermecoronar,marcharluegoalLouvreparadecretarallíeldestronamientodelosValois.Eraposibleymuyfácil.Pero¿ylasprovincias?¿YlosParlamentosquemehabríandenunciadocomoautorderevueltaysedición?¿YlosobisposfielesaSixto,queme imponen la sumisión absoluta aRoma? ¿Y el rey de España queme pidepruebasdemiderechoareinar?Quieroserreytantopormícomoporvosotros,pero,por Dios, quiero ser un verdadero rey que ciñe la corona que legítimamente lecorrespondeynounusurpadorque seaprovechade la actual situacióndeFrancia.Vosotros ¿quéme traéis? París. ¡Si París lo he conquistado yo! ¿Podéis darme losParlamentos,losobispos,RomayEspaña?No.Puesbien,unamujermedatodoeso:CatalinadeMédicis.Sí,CatalinadeMédicisque,viejayyasinfuerzas,yviendoquesuúnicohijoEnrique,eselúnicosupervivientedelosValois,prefiereunGuisaaunNavarra.Catalina sabeque suhijo tieneunaenfermedadmortalymeha suplicadoqueespereunaño,nadamásqueunaño,paraquemuerasuhijo.Mehasuplicadoqueleconcedieraunañodetranquilidad.Catalina,porfin,mehajuradoyprometido,acambiodelatranquilidadconcedidaalaagoníadesuhijo,hacermedesignarcomolegítimosucesorsuyo.Heaquí,pues,miplan:voyaChartresy,comosúbditofiel,traigoalreyaParís.Enpremioamisserviciosmedalatenenciageneral,esdecir,elvirreinatooseaunasientojuntoaltrono.Pasoelañodeplazogobernandoennombredeeserey,queestarámuysatisfechosiledejoorganizarprocesionesencompañíadesusfavoritos;yencuantomuera,singuerrasnioposicionesdeningunaclase,soyelreylegítimo.¿Podéisofrecermealgomejor?
Hablandoasí,elduquemirabaaladuquesadeNemours,peroésta,conelcodo
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apoyadoenelbrazodelsillón,teníalosojosfijosenelretratodesumarido.—Hablad—dijoEnriqueconimpaciencia—.Vamos,hermanamía¿quédecís?—Digo—exclamóladuquesadeMontpensier—,queesvergonzosoveralgran
Enrique, a Enrique el Santo, a Enrique el Conquistador, descender a semejantescálculos, los Siemmala Lotharingiae et Barrídacum han probado al mundo quenuestracasatienesuorigenenClodiónelCabelludo.DigoqueestádemostradoquelosCapetoylosValoissonusurpadoresyquevossoiselreylegítimo.AversiFelipedeEspañaescapazdedemostrarlocontrario.
—Todoloqueacabáisdedeciryalosé,pero¿ylasprovincias?—Acabo de recorrer Borgoña—dijo el duque deMayena— y todo el mundo
grita:«¡MueraHeredes!».Ysindudaalgunagritaránencuantopuedan:«¡VivaEnriqueIV,reydeLorenay
deFrancia!».EstanoticiaimpresionóalduquedeGuisa.—Siqueréissabermiopinión—continuóMayenadándoseuntirónalabarba—,
osdiréque,enelfondo,tantomeimporta.Peroyaquemehabláisdelasprovincias,es lástima dejar que sus habitantes se desgañiten pidiendo un rey. Lo mejor seríaavisarlos de que deben esperar un año y así entonces tendrían aún voz llegada laocasión.
YelduquedeMayenaseechóareírirónicamente.—SiBorgoñayelFrancoCondadoestándispuestasaesperar,nopuedodecirlo
mismodelaChampaña—dijoelcardenaldeGuisa—.AcabodellegardeTroyes.Elpueblosehaprecipitadoamiencuentro.Hanahorcadoalosconcejales.LaefigiedeHerodeshasidoquemadaylospocosfielesqueValoisteníahanemprendidolafuga.Yo he hecho elegir nuevos regidores. Una guarnición de dos mil reitres apoya alpuebloamotinadoyadictoalnombredeGuisa.Tresmiljinetesrecorrenlacomarca,ylaChampañaenteraosaclama.LatempestadsepropagayextiendeporlaPicardíay elArtois,Normandía seguirá el ejemplo.Enrique,Enrique, hemospropagadounincendio terrible y cuando va a consumir esa raza podrida, purificar el reino,exterminar la herejía, destruir aValois, cuando el pueblo deFrancia os llama y osreclama, nos pedís que apaguemos el incendio y destruyamos la esperanza de estepueblo.Medaislástima.Mevoy.Tenedcuidado,Enrique.¡MiradqueeserayoquehemosforjadonocambiededirecciónyenvezdeheriraValoiscaigasobrevuestracabeza!
Elcardenalselevantó,hiriendoelsueloconelpieymurmurando:—Reydecartón.¿Porquéhabrésidoelterceroennacer?Ydioalgunospasoshacialapuerta.—Quedaos,Luis—dijoentoncesladuquesadeNemours.Elcardenalobedecióinmediatamente,porqueenaquellasépocaslaautoridadde
lamadreeraindiscutible.—Quedaos, hermano—añadió Enrique—. Cualquiera que sea la decisión que
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tomemos,esprecisoqueseaaceptadaportodosnosotros.Convoslosoytodoysinvosmuypocacosa.
El cardenal, contento por haber humillado por un instante el orgullo de suhermano,volvióasentarse,ydijo:
—Además,miqueridoEnrique,voyadescubrirosalgoquesindudamodificarávuestrasideas.ValoisestálejosdehallarsetanenfermocomopretendensumadreyMirón.Notieneganasdemorirse.Loséporsuconfesorquehapodidodarsecuentadesuverdaderoestado.¿QuédiríaissienvezdeunañoqueosseñalaMédicisfuesenecesarioesperarcincoodiez?¿Quéseríaentoncesdevuestroplan?
—Una vez terminado el año —contestó Enrique tratando de convencer a sufamilia—, soy libre y ya no me hallo ligado por mi juramento. Entonces habríallegadolaocasión.¿Quéosparece,madre?
Elcardenalseencogiódehombros.MayenadiountirónasubarbayladuquesadeMontpensieragitólastijeritas.Losdoshermanosylahermanasemiraroncomodiciendo:
—Nohaynadaquehacer.La madre de los Guisa miró entonces a su hijo mayor y con voz en que se
adivinabaunodioinveteradoquelosañosnohabíanlogradoaminorar,dijo:—Enrique, he aquí el retrato de vuestro padre y os aseguro queme anima su
espíritu.Sieseretratopudierahablarososdiría:«Hijo mío, he sido asesinado cobardemente por uno de esos miserables que
insultanalaIglesiayqueenmíhirieronalservidordeDios.EnnombredelaIglesiaburladayennombredemisangrevertida,¡venganza,hijomío,venganza!».
—YahicimoslamatanzadeSanBartolomé—dijoEnriqueconsombríavoz—ymatamosaveintemil.
—Sí—contestó la anciana duquesa—, hemos matado a algunos, pero no sonbastantes.Esprecisoexterminar completamente la secta.Esprecisoqueen todoelreinonohayaunsolohombrequepuedajactarsedeperteneceralamismasectadelmiserable que asesinó a Francisco de Guisa ante las murallas de Orleans; y paracumplirvuestragrandeobra, el reinonecesitaun reycomovos,hijomío—afirmóconmaternalorgullo—.Unreycapazdedespoblar, terciadoenmano,aFranciadeestarazamaldita.Unrey,porfin,quemereciendoelnombredeHijodeDavid,seahermoso, indomable y terrible como vos.Que vaya de victoria en victoria, que denuevamentelasbatallasdeVasy,JarnacyMontcontour,ycompletelajornadadeSanBartolomé.Vos,hijomío,soiseserey.
El cardenal se estremecía. María miraba sonriendo a su hermano y Mayenaescuchabatranquilamenteconlasmanoscruzadassobreelvientre.
—Sí,sí—exclamóelcardenalconardientevoz—.Diosloquiere.—TonsuremosalhermanoValois—dijoladuquesaconvozagria.—Caramba—pensóMayena—, es preciso convenir en que Dios tiene mucho
apetito.
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—¿Sabéisloquenosamenaza?—continuólamadredeGuisa—.¿Sabéisloquepasaenestemismoinstanteenquediscutimos,mientraslosotrosobran?CorremoselpeligrodequelacoronapaseamanosdelosBorbonesimpíos.EltronodeFranciaentregadoaloshugonotescismáticosyasesinosdeFranciscodeGuisa.Sí,elPapahamaldecidoalosherejes.SixtohaexcomulgadoalosBorbonesdeclarándolosineptospara el trono. ¿Sabéis dónde está actualmente ese Papa hipócrita, rebelde a la leydivinay talvezrelapso?¿DóndeestáSixtoV,Enrique?¿DóndeestáelPapa,hijosmíos?SixtoVestáenelcampodelreydeNavarra.SixtoVsereconciliaconEnriquedeBearnylehaentregadolosmillonesquenosestabandestinados.
—¿Esposible,señora?—exclamóMayena.—¡Oh!Sifueracomodecís—rugióEnriquedeGuisa.—Asíes—exclamóelcardenal.—Escomolodigo—continuólamadredeGuisa—.Y,comodemostréhacerato,
estamos todosperdidos sino tomamos ladelanteraynosapoderamosde la coronaantes de que Enrique de Navarra la ciña en sus sienes. Si eso llega, podemoscontarnosentrelosmuertos.PorquelaprimeroqueharáEnriquedeBorbónencuantoseareydeFrancia,seráprendernos,hijosmíos.Ycuandolacabezadevuestramadrecaigabajoelhachadelverdugo,osdirigiráunamaldiciónsuprema.
EnriquedeGuisadesenvainó ladagacomosiquisieradefendera sumadredelverdugoqueéstahabíaevocado.LaduquesadeNemoursselevantóasuvez,letomóelarmayledijo.
—¡Hijomío, sálvate! Sálvanos y salva a la religión. Jura sobre esta arma quetambiénesunacruz,marcharsobreelinfielyheriralhereje,aunquesellameBorbónoValois.¡Jura,hijomío!
—Jurad,hermano.—Juro —dijo el Acuchillado con tal acento que era imposible dudar de su
resolución.Entonces se sentaron nuevamente y semiraron pálidos en extremo, porque, en
efecto, lo que acababan de jurar era nada menos que el asesinato de Enrique deValois,reydeFrancia.
—Sólo falta combinar nuestra acción —dijo el cardenal de Guisa, que, yacalmado,volvíaaserdiplomático.
Parecíacomosiningunoseatrevieraaromperelsilencioquepesabasobreellos.Mayenaadujotranquilamente:
—Loprincipalessabercómoloharemos.—Yomeencargo—repusoladuquesadeMontpensierconextrañasonrisa.—Dejadtranquilasvuestrastijeras—exclamóMayena,encogiéndosedehombros
—.Lasoluciónpropuestapormiilustremadremepareceposibleyaunañadiréqueno veo otra. Evidentemente es preciso que Valois muera. Tan sólo hay que tenerpresente que en este juego el que nomata esmuerto. Por esto quiero saber cómollevaremosacabonuestropropósito.
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—Yo me encargo —dijo la linda duquesa, con tono que a la sazón atrajo laatencióndelcardenaldeGuisa.
—¡Diosmío!—continuóMayena—.NoesquemeresistaahundirmidagaentrelosdoshombrosdealguienydeelloestestigoSaint-Megrin,¿noescierto,Enrique?Pero,enfin,noesposiblemataraunreyrodeadodesusguardiasydeunejército,comoaunhidalgoenunacallejuelayennocheoscura.
—Yomeencargo—repitióladuquesitadeMontpensier.—Yahoramiremoselasuntodesdeotropuntodevista—continuóMayena,sin
prestaratenciónalaspalabrasdesuhermana—.SupongolaoperaciónterminadayaValoisenterrado.Puesbien,¿quéseremos,nosolamentealosojosdelreino,sinoalos de los reyes vecinos? Nada más que asesinos y, podéis creerme, no dejaránestableceren.Europaelprecedentedequeunasesinosubaaltronodelavíctima.DeellodeduzcoqueningúnGuisadebeheriraValois.¿Quédecísaeso,madre?
—Habla,María—dijolamadredelosGuisa.Laduquesita,sonriente,ycomosisetrataradeunabroma,exclamó:—TodoloqueacabadedecirelgruesoMayenaestállenodebuensentido.Mayenamiróenfurecidoasuhermana,porquenolegustabaqueseburlarandesu
obesidad.—Sí, gordísimo Carlote. Habéis derramado una barrica de razones excelentes.
Valois está bien guardado, porque Enrique le dio oportunidad para que tuviera unejército.Esnecesarioherirloconmanosegura,puesdelocontrarionuestrascabezasrodaríanenelcadalsodequehablabais,madremía.DeellosedesprendequéningúnGuisadebedaresegolpe.Todoesverdadero,justoylegítimoyporestocontestoquemeencargodeello.
—Explicaos,hermana—dijoelcardenaldeGuisa.—Esmuysencillo—prosiguió laduquesa—.Conozcoaunhombrequequiere
mataraValois,esdecir,queenelloestácomprometidasuvidaespiritual.Subrazonoseengañará.
—¿OdiaaValois?—Deningúnmodo,peroamaaunamujerqueodiaaEnriqueIII.Porestarazón
conseguirásu intentoencircunstanciasenquefracasaríaunenemigodel rey.Entretantosbrazoscomopodríamosarmar,éseeselúnicoqueno temblará,porqueDiosmismolohaarmadoyunodesusángeleshaentregadoaesehombreelpuñalquehademataraValois.
EsaspalabrassorprendieronatodosylamadredelosGuisaordenó:—Continuad,hijamía.—Ese hombre —añadió María sonriente—, ese hombre a quien Dios ha
entregado un puñal, ese hombre que ha visto a un ángel del que está enamorado,esperayrezaenelfondodelmonasterio.Esperaaqueseleaparezcanuevamenteelángeldiciéndole:¡Hiere!¡Hallegadolahora!
MaríadeMontpensierseechóareíryañadió:
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—He de manifestaros, hermanos míos, que tengo la suerte de conoceríntimamenteaeseángel,ypuedollamarlocuandoquiera.Encuantolehagaunaseñasepresentaráa JacoboClementeel ángel exterminadory ledirá: ¡Hiere!YJacoboClementeherirá.
—¡Jacobo Clemente! ¡El fraile! —murmuró Enrique de Guisa—. ¡Oh, yacomprendo!,eselhombrequeunanocheenlaposadadel«BrochedeHierro»…
—Chitón, hermano—dijoMaría, que no se tomó lamolestia de ruborizarse alrecordar la orgía evocada por tales palabras—; chitón, no revelemos losmisteriosdivinos.
—¿Ydecísqueesehombreestápronto?—Noseapartaunmomentodelpuñalsagradoqueleentregóelángel.—¿Ydecísquenotemblará?—Estoysegura.Ybien—preguntóMaríadeMontpensier—,¿queréisquehaga
unaseñalalángel?—¡Ay!—contestósordamenteelduquedeGuisa—.Tantodaelbrazoquehiera;
lonecesarioesqueelarmaseamortal.Yconeltonodemandoqueleerahabitual,añadió:—Hermanos, está decidido. Nos iremos a Chartres. Haced cundir por París la
noticiadequeel reydeFrancia cedepor fin a los ruegosoa losmandatosde susvasallos, despide al duque de Epernon, acepta los regidores nombrados por laburguesíadeParís,reconocelaSantaLiga,quesecomprometeahacerlaguerraaloshugonotes,yporfinseobligaareunirlosEstadosGenerales.Heaquíloquedebensaber losparisienses.Que lesdigan tambiénqueEnriquedeGuisahadecidido iraChartresparaobligar aValois aquecumpla suspromesasyque invita a sus fielesligueros a que lo acompañen procesionalmente para impresionar el ánimo del rey.Entretanto,vos,cardenalyvos,Mayena,reunidavuestrasgentesbajolasmurallasdeParís.Vos,hermana,idabuscaralángelyvos,madremía,rogadaDiosportodos.
—PorEnriquedeLorena,reydeFrancia—dijolamadreextendiendolosbrazosparabendecirasuhijo.
—Vamosacomer—murmuróMayena,quemirandoalrelojobservó,conpesar,quehabíapasadoyalahoradelacomida.
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XLVI-Eltigreenamorado
ERANCASIlasoncedelanoche.HabíancesadotodoslosruidosenelgranpalaciodeGuisa.Parísdormía.ElAcuchillado, en aquel vastogabinete endonde se habíacelebrado el consejo de familia y decidido el asesinato de Enrique III y el viaje aChartres, sepaseabadeunaparteaotracongrave lentitud.Desdeque salieron losindividuosdesufamiliapensaba:
—¡Serrey!Sindudaserámagnífico.Serérey.Comohadichomimadre,notengomásquedarunpaso.Sí,peroesepasovaa llevarmefueradeParísy lejosdeunagitanita que muchos nobles tal vez mirarían con desdén y he aquí el por qué micorazónnosellenadeorgulloantelaesperanzadelarealezapróxima.¡Ah!,esquealacercarmealtronodeboalejarmedeVioleta.
EntretantodoshombresestabanenunángulodelapiezaesperandoqueGuisalesdierapermisopararetirarse.EranMainevilleyBussi-Leclerc.
—¿Dóndeestará?—sepreguntabaEnrique—.Unavez salvadade la espantosamuertequeleestabareservadaenlaplazadelaGrève, laheperdidoparasiempre.¿Por qué no habrámuerto?Ya no pensaríamás en ella. Los celos son un suplicioespantoso.Cuandopiensoenaquelhombrequelacogióensusbrazosyselallevó,yo,quevoyaserrey,mejuzgomiserable.
—Nuestroreypiensaenlacorona—murmuróBussi-Leclerc.—Sí, pero son las once—dijo Maineville en voz baja, señalando un reloj de
pared.—¡Caramba! Y Maurevert que nos espera. No podemos abandonarle en tales
circunstancias.Bussi-Leclerchablababurlonamente.EntoncesMainevilleseacercóalduqueyle
dijo:—Monseñor…Guisaseestremecióyparecióasombrarsealverasusfavoritos.—Oshabíaolvidado—dijopasándoselamanoporlafrente.—Yalosuponíamos—dijoMaineville—ynoshemosatrevidoadistraervuestros
pensamientosreales.Guisasonriódeunmodoextrañoycomohaciendounesfuerzo.—Como ya son las once —añadió Bussi-Leclerc— nos permitimos rogar a
monseñorquenosdepermisopararetirarnos.—Sí,eldíahasidopesadoyestaréiscansados.—Nuncanoscansamosavuestroservicio—contestóMaineville—,perotenemos
unacitaalasdocedelanoche.—¿Unacitadeamor?¡Ah,vosotrossoisfelices!Vosotrospodéisamaraquienos
parece.—Osengañáis,monseñor.Enrealidadesunacitadeamor;perononuestra;es…
pero¡caramba!,habíamosprometidonodecirloanadie.
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—¿Setratadealgunamujer?—No,monseñor,sinodeMaurevert,quesecasa.Y asistimos a esa aventura de igual manera que lo acompañamos a todos sus
desafíos.—¿Maurevertsecasa?Sinomehadichonada.—Avosmenosqueanadie,monseñor.—Pero sabiéndolo vosotros, ¿por qué no me lo dijisteis? No quiero que los
gentilhombresdemicasasecasensinmipermiso.—Nada sabíamos, señor —dijo Maineville—. Esta misma tarde, mientras vos
celebrabaisconsejoconlaseñoraduquesadeNemours,llegóMaurevertydespuésdehacernos jurar el secreto, nos anunció subodapara estamismanoche, rogándonosqueasistiéramosaellayañadiendoquelaaventuraleparecíatanextrañaaélmismo,quenecesitabaadosbuenosamigoscomoanosotros,paraguardarsedeunaccidenteodesgraciaposibles.
—Esmuyextraño,enefecto,y¿conquiénsecasa?—Loignoramos,monseñor.Si lopermitís,pues,nos retiraremosa findepoder
estaralasonceymediaenlaiglesiadeSanPablo.—Puesbien—contestóelduquedeGuisa—,nosolamenteosautorizoparaque
acudáisatanextrañacita,sinoqueosacompaño.¡Pardiez!YotambiénquieroveralanoviadeMaurevert.
Ydichasestaspalabras,elduqueseciñólaespada,ysecubrióloshombrosconuna capa. Maineville y Leclerc se miraron uno a otro comprendiendo que habíancometidoalgoasícomounatraición,sinimportanciasielduqueguardabaelsecreto,peroquedisgustaríagrandementeaMaurevertsireconocíaaGuisa.
—Monseñor—dijoBussi-Leclerccomovacilando—,hemosprometidonodecirnadaanadieyaúnmenosavos.
—Notengáiscuidado,yoprocuraréquenomeveanadie.Enmarcha,señores.Tranquilizados con la promesa de su señor, los dos gentilhombres siguieron al
duque de Guisa que, sin otra escolta, salió del palacio muy contento por aquellaaventuranocturnayporsubstraerseasuspropiasideas.
Los treshombres llegaronrápidamenteaSanPablo.Bussi-LeclercyMainevillepenetraron en la iglesia dejando al duque en el pórtico, según se había convenidoduranteelcamino.Guisasequedóinmóvil,procurandonoservistoysobrecogidoasupesarporextrañaangustia.
Algunas sombras pasaron por su lado y entraron silenciosamente en la iglesia.LuegoantelapuertasedetuvounacarrozasinhacerruidoyaGuisaleparecióqueaciertadistanciaseparabaunalitera.
—¿Quésignificatodoeso?—sepreguntóelduque—.¿Acasohabrédescubiertoporazarunbuencomplot?¡Hum!Maurevertesunhombremuyraroquenuncamehainspiradogranconfianza.Nometranquilizamuchoestecasamientoamedianoche,el empeño de que yo no lo supiera y esas gentes que acaban de entrar con tanto
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misterio.Aun cuando Guisa era muy valiente en el campo de batalla, sintió haberse
aventuradoenaquelasunto.Seaseguródequellevabalacotademallabajoeljubónyluego,dominadoporlacuriosidad,sedispusoaentrarenlaiglesia.Enaquelmismoinstantedelfondodelanavellegóelruidodeluchaviolenta.
—No es ningún complot—murmuróGuisa tranquilizado—, sino un asesinato.¿Quiénserálavíctima?
Entró.Losgritosbrevesyahogados,elchocardelasespadasllenabanlanave.Alolejos,enelcoroyenvueltasporlaoscuridad,seagitabanalgunassiluetas.Luegoobservóquearrastrabanauno,yelgrupoenteropasóatrespasosdedondeélestaba.Algunosmomentosmás tardeoyócómosealejaba lacarrozaycomprendióquesellevabanaalguienaundestinodesconocido.
ExtraordinarioasombroseapoderóentoncesdeGuisa.Enefecto,cuandocreyóquetodohabíaconcluido,oyóungritodemujerydirigiendolavistahaciaelcoro,vio a un sacerdote que oficiaba en el altar, y arrodillados, semejantes a dosprometidos,aunhombreyaunamujervestidadeblanco.Elhombresosteníaa lajovenen susbrazos, y aGuisa lepareció, desde el lugar enque sehallaba, que lanovia se apoyaba con abandono en el brazo deMaurevert, pues no podía ser otro.Guisaentoncessintióaumentarsucuriosidad.¿Quiénseríaelquese llevaronen lacarroza? ¿Quién era la desposada que con tan tierno abandono se apoyaba enMaurevert?
DeprontoelduqueseestremecióalobservarqueunavezlaceremoniaterminadaylevantadoMaurevert,laesposaestabadesvanecida,talvezmuerta.Loquetomaraportiernoabandononoeramásquelaactituddelcuerpoqueyanosesostiene.Enaquelmomentodosmujeressalíandelasacristíayunavozdijo:
—Conducidlaalaliterayesperadme.—¡LavozdeFausta!—murmuróelduqueconasombroyespantoalavez.Maurevert, a pesar de ser el marido, no acompañaba a la desposada. Las dos
mujeres tomarona la jovenvestidadeblancoyse la llevarondesvanecida.Pasaronpor el lado de Guisa y éste, a la débil luz de la iglesia, miró ávidamente a ladesmayada.Ahogóunrugidoyquisolanzarsesobreella,perosesintióclavadoenelsuelo.
Aquellamujereralaqueamabalocamente;eralagitanilla,Violeta.En algunos momentos la iglesia quedó desierta, y Guisa, recobrándose de su
asombro,exclamó:—¡Yalatengo!¡Yaesmía!Eibaasalir,cuandoviollegardelfondodelcorodoshombres,unodeloscuales
eraMaurevert,elmaridodeVioleta.¿Qué significaba aquel casamientomisterioso? ¿Por quéMaurevert acababa de
casarseconVioleta?¿Acasolaamabaensecreto?ÉstosfueronlospensamientosdeGuisayquisoaveriguar laverdad.Yresguardándoseen lasombraprestóoídoa lo
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quedecíaMaurevertomásbienelqueloacompañaba.PuestoqueMaurevertestabaallí,eraindudablequeVioletanosealejaría.Ibaa
saberlaverdad.Llenodeangustiaescuchóardientementelavozdeldesconocido,quenoeraotrosinoFausta.
—Así,pues—decíaésta—,pasaréisporelpalaciodelaCitéyallíosdaránlascienmillibrasconvenidas.Paraelrestoconfiadenmí.Elduqueseráreydentrodeunmes y entonces olvidará a la gitanilla. Aun cuando llegase a saber lo sucedido osaseguro el perdón. Cumpliré mis promesas. Seréis capitán de los guardias de sumajestadEnriqueIV,reydeLorenaydeFrancia.
—¡Ah,señora!—dijoMaurevert—.¡Benditoseaelmomentoenqueosconocí!¿Cómopodrépagarmideudadeagradecimiento?
—Yaoslohedicho—contestóFausta.—¡Oh!Acercadelajovenestadtranquila.—¿Demodoqueosmarcháis?—Sí, señora, pero ya sabéis que antes de salir de París tengo que ver a cierta
persona.—Idaveraesehombre,yaqueasíloqueréis—contestóFaustadespuésdecierta
vacilación.—¡Ah!, con gusto renunciaría a cuantome habéis prometido para poder verlo
encadenadoyamimerced.Bussi-LeclercmeesperaenlacalleymeconduciráalaBastilla.
—Bien,yoentretantoosguardaréavuestramujer.—Gracias,señora,¿ydóndelaencontraré?—UnavezhayáissalidodelaBastillaypasadopormipalacio,idaMontmartrey
presentaosalaseñoraabadesadelconventodelasBenedictinas.Osentregarávuestraesposayosdarámisúltimasinstrucciones.Ahora,idos.
GuisaviocómoMaurevertseinclinabarespetuosamenteanteFausta,lebesabalamanoyluegosalíadelaiglesia.AlasazónelduqueyasabíadóndepodríaencontraraVioleta.Teníadoso treshorasanteél.Porconsiguiente,esperóypudooírcómoFaustamurmuraba:
—¿DeboirtambiénalaBastilla?Alasazónlaiglesiaestabacompletamentevacía.Faustasalióporfinyelduque
tras ella, siguiéndola a cierta distancia. La princesa se dirigió hacia la litera querodeabanunadocenadecaballeros,unodeloscualesllevabaunaantorcha.Lacalleparecíadesierta.
—AlaabadíadeMontmartre—murmuróFausta,sinsubiralalitera.ElvehículoylaescoltadesaparecieronporelfondodelacalledeSanAntonio.
Faustasequedósola.DioalgunospasosendirecciónalaBastilla,perodeprontosedetuvocomoindecisa.Enaquelmomentoelduqueseacercóaella.
Fausta,aloírpasosasuespalda,desenvainóladaga,peroladevolvióenseguidaalavainaunavezhuboreconocidoaGuisa.Éste,sombreroenmano,yconvozenque
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seadvertíaciertairritación,dijo:—Señora ymuy amada soberana. Las calles de París sonmuy poco seguras a
estashoras.Sinohicieratanpocotiempoqueestáisenlaciudad,yalosabríaisynooshubierais aventurado sola,peroyoque lo sé, consideromideberelofreceroselapoyodemibrazoylaproteccióndemiespada.
—Duque—contestócongravedad—.Yasabéisqueestoyalabrigodetodaclasedeataquesyqueparamínohaypeligroenesascalles,aunqueestuvieranllenasdetruhanes.Laespadamaterialquemeofrecéisesmuypocacosaalladodelaespadaespiritualdequepuedodisponer.
—¡Señora!—exclamóelduqueconsupersticiosotemor.—Duque,acabáisdesalirdeesaiglesia—dijoFaustaseñalandoladeSanPablo.Noeraunapregunta,sinounaafirmación,comosihubieraestadosegura,peroen
realidadnolosabía.—Sí,señora—contestóGuisa—,yprecisamenteporquesalgodeesaiglesia…—Pues bien, volvamos —interrumpió Fausta—; para lo que hemos de decir,
mejorseráhacerloanteDios.YFaustaentróresueltamenteenlaiglesiadeSanPablo.Guisa,sintiendoalavez
cóleraytemor,perosubyugadoporaquellamujer,lasiguióhastaelcoro,endondeellasedetuvo.
Entretantosehabíanapagadolosdosciriosquesirvieronparalaceremonia.Elcoro sólo estaba alumbrado por la mariposa suspendida a una larga cadena quedescendíade la bóveda.Fausta tomóentonces lamanodeGuisay convoz rudayamenazadoradijo:
«¡EnnombredelaSantísimaTrinidad!».«Juro por Dios Creador, y puesta la mano sobre el Evangelio, bajo pena de
anatema y condenación eterna, que he entrado en la Santa Asociación Católica,según la fórmulaquemehasido leída, lealysinceramente,yaseaparamandaroparaobedecer».
«YprometopormividaymihonorseguirenlaAsociaciónyverterporellalaúltima gota de mi sangre, sin poder contravenir sus órdenes ni retirarme porcualquierexcusaomotivo».
EralafórmuladeljuramentodelaLiga,delaqueGuisaeraeljefesupremo.Fausta, que tenía cogida lamanodeGuisa, la levantóhacia el altar y continuó
diciendo:«¡EnnombredelaSantísimaTrinidad!»«LaAsociacióndelospríncipes,señoresynoblescatólicosdebetenderytiendea
restablecerlaleydeDiosensuverdaderaforma,paraconservarymantenerelsantoservicio del Creador, según nos enseña la Santa Iglesia católica, apostólica yromana,abjurandoyrenunciadoatodosloserroresencontrario».
FaustadejócaerlamanodeGuisa.—Heaquíloquehabéisjurado—dijo.
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—Yloqueestoydispuestoajurardenuevo—contestóelduque.—Perfectamente —repuso Fausta—. Ahora, duque, permitidme una pregunta:
¿sabéiscuáleselcastigoreservadoatodocatólicoquesecasaconunahereje?—Lapenademuerte—contestóGuisa.—Sí, la pena demuerte, aplicada, no solamente al que se casa conuna hereje,
sinotambiénalqueporcontactoconellaseconvierteendemoníaco.¿Esverdad?—Esas leyesmortales implacablesy feroces—contestóGuisa—,ya sabéisque
las hicimos paramantener a los ligueros en la obediencia absoluta. Ya sabéis quenosotros,quepensamoscomocabezasdelaLigaquesomos,nopodemossometernosasemejantespenas.
—Duque,¿soisvoselqueasíhabla?¿Voseljefeyelreydemañana,quehabéisjurado,osatrevéisahoraaolvidarvuestrojuramento?Entalcaso,decidlo,paraquesepantodosquelapalabradeGuisavalemenosqueladecualquierliguero.Siesasí,idporvuestroladoyyoiréporelmío.
Guisa tembló. En un momento vio a París amotinado contra él. Con laimaginaciónoyólasaclamacionesconvertidasengritosdeodio.ViósefugitivocomoEnrique III, suponiendoque tuviera tiempodehuir.Entonces se irguió tratandodeocultarsuturbaciónconsuorgullo.
—¡Por Dios vivo! —exclamó—. Nadie podrá decir que Enrique de Guisa hafaltadoasudeber.Perolaqueyoamonoeshereje.
—Habláisdelagitana,¿noescierto?—Enefecto.—¿Sabéissuhistoriayladesumadre?—Sí,larecuerdo—contestóGuisaestremeciéndose.—¿Recordáis al baróndeMontaigues? ¿Recordáis que lo cegasteis?Puesbien,
ése era abuelo de Violeta. ¿Sabéis también que a consecuencia del crimen de sumadre,Violetanacióenelcadalso?Perteneceaunarazadedemonios.AhoraveiselporquéyolahabíacondenadoamorirenlaplazadelaGrève.
—¡Oh,tenedpiedad!¡Nolamatéis!—Seha salvado—dijoFaustaencogiéndosedehombros—.Yavisteis cómoel
infernalPardaillánlaarrancóalverdugo.—Sí,sí,sesalvó.Denohabersidoasí,yomemoriría.—Medaislástima,duque.EnlaplazadelaGrèveosvitantemblorosoypálido
quenotuvedificultadningunaencomprendercuánpoderosoeselsortilegiodequeesta muchacha os ha hecho víctima. Para entregarla al suplicio esperaré haberoslibradodevuestrapasión.Agradecedme,duque,loscuidadosquemeinspiravuestradebilidad.
—¿Peroparaquéesecasamiento?¿PorquéMaureverteselmaridodeVioleta?¿Por qué rigen para él diferentes leyes que para mí? Si el amor de la gitana memancilla,éltambiéndebeestarmancillado.¡Ah,quetengacuidado!
—Quietoelpuñal.Hadeservirosparaheriralosenemigosynoalmejorymás
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fiel de vuestros servidores. Maurevert se ha sacrificado por vos. Maurevert haconsentidoenesesimulacroparaalejardevosalagitana,peroMaurevertnoseráelmaridodeVioleta.
—¿Quéserá,pues?—Su carcelero. Enrique deLorena, amáis a la nieta del hombre que cegasteis.
¿Noseoshaocurridoqueestepensamientoimpuroosparaliza,osdetienealpiedeltronoyquehacedevoselmásdébildetodoslosdelaLiga?
La idea que acababa de enunciar Fausta impresionó grandemente el espíritu deGuisa.Enefecto,Violetaeralanietadesuvíctima.Noobstante,nopodíaresolverseaperderalajoven,perovioqueeraprecisorenunciaraellaoalacorona,yGuisanoqueríaprivarsedeunanideotra.Eranecesarioganar tiempoyconvenceraFaustaparaconseguirsuayudahastaeldíaenque…
Cerróconvulsívamentelospuños,mientrasFaustalomirabaatentamente.—Mehabéis recordadomi juramento—dijoelduque—,peroyovoyapediros
otro.Estoydispuestoacumplirlosmíos.Tengoalagitanaporherejeynopresentoobstáculoensometermealexorcismo.Creoyesperoquegraciasavuestrapoderosaintervenciónmecurarédeesteamor,ydeestepensamiento impuro,peroavuestravezjuradmequeMaurevertnoseráelmaridodeesamuchacha.
—Oslojuro,duque.VioletanoseráesposadeMaurevertnidenadiemás,hastael momento en que vos mismo, ya curado, deis orden para que sea conducida alsuplicio.
—Peroesonoestodo—continuóGuisa—;yaquelagitanavaaserprisionera,quierosaberellugarenqueseráguardada.
—EnlaabadíadelasBenedictinasdeMontmartre—contestóFaustasinvacilar.—¿Mejuráis,señora,quepermaneceráallíhastaeldíaquemedecísoseacuando
yo,curadodemiamor,deordendesometerlaalsuplicio?—Oslojuro—murmuróFausta.Transcurrieron algunos momentos de silencio. Guisa formaba entre tanto el
siguienteplan:VioletaprisioneraybajolaguardadeMaurevertestaríasiempreasualcance.Entre tanto se serviría deFausta para conquistar la corona y una vez estologrado,yaprocuraríasubstraersealdominiodelaprincesa.
—Adiós, señora y soberana—dijo inclinándose—.Cuento con vuestra palabrasagrada,esdecir,conquelagitananoseadenadieyquecontinuaráprisioneraenlaabadía.
—Nopuedomentir—dijogravementeFausta—;peroavos,quesoisunhombrecontodaslasdebilidadesdeloshombres,notengonecesidaddedecirosquecuentoconvuestrapalabra,yqueencasonecesarioosobligaréacumplirla.
—Osacompañaréhastavuestracasa—dijoelduqueconalteradavoz.—Micasaestáentodaspartes,puesnuncacorroelmenorpeligroyauncuando
después de haberos dado el trono de Franciame encerrarais en la Bastilla, sabed,duque,quelosmuroscaeríanaunaseñalmía.
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Y se alejó dejando a Guisa estupefacto, al ver que Fausta había adivinado supensamientoaúnconfuso.
—¿SeráverdadquelainspiraelespíritudeDios?—murmuróGuisa.Entonceselduque,estremeciéndoseyllenodeterror inmotivado,huyóhaciasu
palacio.
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XLVII-EldesquitedeBussi-Leclerc
MAUREVERT,comolohabíadicho,eraesperadoenlacalleporBussi-Leclerc.Alsalir de San Pablo lo halló al abrigo de un portal de la calle de San Antonio yenseguidasedirigieronlosdoshacialaBastilla.
—¿Ha ido todo bien?—preguntó Bussi-Leclerc, pensando en la presencia delduquedeGuisa.
—Sindudaalguna—contestóMaurevertasombrado—.¿Porqué?—Pornada.Vamos.—Sí,vamostengoganasdeveraesehombre.¿Estáencadenado?—Debidamenteencadenado,notemasnada.Bussi-Leclerc empezó a silbar yMaurevert apresuró el paso. Algunosminutos
mástardefranqueabanelpuentelevadizoyentrabanenlaBastilla.—Heaquímisdominios—exclamóriendoBussi-Leclerc—.Laverdadesqueno
sonmuyalegres.ValienteideatuvoelduquealhacermegobernadordelaBastilla.—No,noesalegre.Es terrible—contestóMaurevert—.¿Dóndeestá?Vamosa
verle.—¡Paciencia,quédiablo!¡Hola!¡Cuatroguardiasyunfarol!Inmediatamentesepresentaroncuatrosoldadosarmadosyuncarceleroprovisto
deunalinterna.—Lasllavesdelnúmerodiecisiete—añadióBussi-Leclerc.Elcarcelerofueabuscarlasllavesyalospocosinstantesregresódiciendo:—¿Elnúmerodiecisiete?TorredelNorte,segundosubterráneo.—Guíanos—dijoBussi-Leclerc—;yvosotros,seguidnos—añadiódirigiéndose
alossoldados.Atravesaron algunos patios cercados de altos y negros muros; pasaron bajo
bóvedas de sillares roídos por el tiempo. Bussi-Leclerc silbaba entre dientes yMaurevertsentíaciertotemor.Parasubstraerseaél,dijo:
—Ciertamente,tudominionoesalegre,Bussi.¿Ycuántosvasallostienesenestereinodeldolor?
Bussi-Leclercnolosabía,einterrogóalcarceleroconlamirada.—Veintiochoprisioneros—dijolacónicamenteelcarcelero.Habían llegado a un estrecho patio, en el que se entraba después de haber
franqueadounagruesareja.Elpatioerainfectoporqueallínollegabanuncaelsol.Deélemergíauncolosodepiedra,cuyacabezaseperdíaenlanoche.EralatorredelNorteyalpiedeellaseabríaunapuertadehierro.
—Aquíencerramosalosmenosnotables,¿noesverdad?Comtois el carcelero movió la cabeza y empezó a abrir la puerta, cosa que
requirióalgunosminutos.Apenasabierta,unacorrientedeairemefíticodioenlacaraaBussi-Leclerc.
—¡Caramba!—exclamóretrocediendo—.Estohueleamuerto.
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—Entremos —dijo Maurevert, aspirando con delicia aquellas emanaciones deairecorrompido.
—Atención—dijoComtois—,haypiedrascaídas.Yempezóabajar.LeseguíaMaurevertytrasésteBussi-Leclercyloscuatroarcabuceros.Laescaleradecaracolsehundíacadavezmásenlatierra,ysedetuvierondespuésdehaberbajadotreintaescalones. El aire era apenas respirable y sobre el suelo fangoso se agitaban seresinmundos.
Bussi-Leclercseñalódeprontounapuertaconeldedoydijo:—Númerocatorce.Aquíestá,eseretoñodelosValois.ElseñordeAngulema.—¿Yamíquémeimporta?—exclamóMaurevert—.Bajemos.Yempujóalcarcelero.Enaquelmomentosaliódelcalabozonúmerocatorceun
grito furioso. El desgraciado que en él estaba encerrado, sacudió la puerta y unamaldiciónatravesólastinieblas.Luegoelsilencioserestableció.
—Los primeros días todos hacen lo mismo —dijo Comtois encogiéndose dehombros.
Bussi-Leclerc palideció. Aquel espadachín sin fe ni ley no tenía el alma decarcelero.Maurevertnohabíaoídonada.BajabainmediatamentedespuésdeComtoisexperimentando inmensaalegría alver suvenganza satisfecha.Habríadeseadoqueaquelantrofuesemáshorrorosoyelairemásirrespirable.Ysinembargo…
—Heaquíelnúmerodiecisiete—dijodeprontoComtois,deteniéndoseanteunapuerta.
Estabanenelsegundosubterráneo.—Abre—dijoMaurevertconroncavoz.Tomóelfaroldemanodelcarcelero;ycomoéstenoanduvieralobastantelisto
para abrir la puerta, se dispuso a ayudarlo y al cabo de pocos momentos quedóabierta.Maurevert,farolenmano,diodospasosenaquelagujeroqueenrealidaderauncalabozo.Ladébil luzdela linternaalumbrólaspiedras llenasde inscripciones,oraciones supremas, maldiciones, amenazas, exclamaciones de dolor, todo ellodesgastadoporlasgotasdeaguaqueseformabanenlabóvedaparacaerluegocomolágrimassobreelsuelofangoso.Maurevertloviotododeunarápidaojeada.
Enlapared,ysujetoporlaspiernasadoscadenas,estabaunhombreenpie.—Nolohemosencadenadosintrabajo—dijoComtois,disponiéndoseahacerde
cicerone—.Tresdenosotroshanmuerto.Bussi-Leclerc entró e hizo salir al carcelero. Maurevert temblaba ligeramente
mirandoalprisionerocon indescriptible sonrisa.Elcaballero sonreía también,perodeotromodo.Maurevert,alcabodeunmomentodecontemplación,colgóelfaroldeunclavoqueestabaenlapared,sindudaparaesteobjeto,ydijo:
—¡Hola,Pardaillán!Hacedieciséisañosquecorrernosuno trasotro,y,por fin,nosencontramos.
—¡Caramba!—dijo apaciblemente el caballero—. He aquí al señor de Bussi-Leclerc,carceleroenjefedeestaagradablemansión.Bienvenido,señorLeclerc.
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Maurevertrechinólosdientesydijo:—No te atreves a mirarme ni a dirigirme la palabra, pero yo he venido para
hablarteymeescucharás,malquetepese.—Señor Leclerc—dijo Pardaillán—, la espada que lleváis es muy larga, pero
menosquelaquehicesaltardevuestrasmanosenelmolino.Bussi-Leclercpalideció,ysoltóunablasfemia.—Apresúrate,Maurevert—dijo—,porquenorespondodemataraesemiserable.—¡Bah!—dijoPardaillán—.Noosatreveríais, señorLeclerc,puescomo tengo
lasmanoslibresaúninspirociertotemor.Peronopongáistanmalacara,porquemerecordáislaqueteníaisenelmolinocuandoosatéaunadelasaspas.Siseguísasímevoyamorirderisa,yelverdugoospedirácuentas.
Pardaillánseechóareír.—¡Malditoseas!—dijoLeclercdesenvainando.—Déjalo —contestó Maurevert—. El señor Pardaillán tiene razón. El
atormentador que ha de venir mañana tendría un gran disgusto si no le daban unhombrevivo.
Pardailláncontinuabariendo.—Señor Leclerc —dijo—. ¿Sabéis que yo también llegué a creer en vuestra
reputacióndemaestrodearmasinvencible?Cuandoosviantemí,espadaenmano,nopudeabstenermedeencomendaraDiosmipobrealma,peroprecisamentecuandolohacía,vuestraespadaempezóatrazardibujosenelaire.
Yentoncesviqueenvezdemaestronoeraismásqueunpobreaprendiz.Bussi-Leclercestabarabioso.CadapalabradePardailláneraparaélunapuñalada
asuvanidaddemaestroinvencible.Nopodíadirigirsealmaestrodearmasinsultomásterriblequedecirlequenoera
unmaestro.Yquienselodecíalohabíadesarmado,cosaqueloavergonzabatodavíamás.—Mañana te verás con unmaestro en hundir cuñas—dijoBussi-Leclerc—.Y
quetambiénesmaestroenarrancaruñas.—Unaprendiz—contestóPardaillán—,unbuenaprendiz,loconfieso.Seveque
tenéisbuenasdisposiciones,señorLeclerc.Condiezañosmásdeestudiollegaréisasercasi,casiunbuenayudante.
Estaconcesiónpusorabiosoalmaestrodearmas.—¡Miserable!Mecogisteatraición.Poco a poco llegó a olvidar la situación. En Pardaillán no veía más que un
maestro que se alababa de haberlo vencido. Creía hallarse en la sala de armas ysacandolaespadaempezólademostración.
—Mira,Maurevert—dijo—,teníamiespadaenterciaasí,cuando…—¡Oh, señor Leclerc! —interrumpió Pardaillán—. ¿Qué modo de ponerse en
guardia es ése? Demasiada rigidez en la muñeca, ¡caramba! No adelantéis así elantebrazo.
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—¡Bandido!—vociferóBussi-Leclerc—.Ahoramedalecciones.—Entalcaso,pagádmelas—dijoPardaillán—.Fijaos.Elbrazonodebetemblar
comoahora.Únicamentedebetrabajarlamuñeca.¿Peronolocomprendéis?No,nolocomprendéis,esunalástima.
Leclerc envainó nuevamente la espada y salió tendiendo el puño a Pardaillán,perseguidoporelburlónacentodeéste,queledecía:
—Id a encontrar a maese Ambrosio de mi parte y os enseñará a cogerdebidamenteunaespada.
MaeseAmbrosioeraunmalesgrimidor,tancélebreporsusderrotascomoBussi-Leclercloeraporsusvictorias.
Éste se hallaba a punto de llorar de rabia. Hizo una seña ordenando a losarcabucerosqueesperasenaMaurevertysubiólosescalonesdecuatroencuatro.
—Esperandolaocasióndequeteatormenten,Pardaillán,escúchame.YonosoyBussi-Leclerc y confieso que te he tenidomiedo. El hombre que tienes ante ti sellamaMaurevertyeselquellevaenlamejillalacicatrizdelaheridaqueleinferistecon tu espada.Maurevert, que fue uno de los que contribuyeron a lamuerte de tupadreyque,sobretodo,dioatuqueridaLuisadeMontmorencyaquellapuñaladaquelahizomorir.
Elmiserableescuchabaatentamenteelefectodesuspalabras.Antes,examinadoellargodelascadenas,sehabíaaseguradodequePardaillánnopodríaalcanzarlo.
Nopudo advertir ninguna alteración en la fisonomíadePardaillán, aun cuandoéste interiormente rugíade furoral recordar lamuertedesupadreydesuadoradaLuisa.
—¡Maldición!—exclamóMaurevert—.¿Acasoyanosufreconel recuerdodelpasado?Mehasbuscado—dijoenaltavoz—,hacemuchosañosquecorrestrasdemí y hace tambiénmucho tiempo que yo procuro huir. Por fin tuve curiosidad desaberloquequeríasdecirmeyhepreparadoestaentrevista.Vamos,estoydispuestoaoírte,¿quéhasdedecirme?
Pardaillánseguíaconlamiradaelvuelodeunmurciélagoquehabíaentradoenelcalabozoydeslumbradoporlaluzdelalinternanohallabalasalida.
—Aversipodrásalir—murmuróelcaballero.Maurevertestabacadavezmásrabioso.—Tútambiénsaldrásdeaquí,peroconlospiesdelante,esdecir,cuandoyaseas
uncadáverensangrentado.Tranquilízate,Pardaillán,noirássolohastaelcementeriodelosajusticiados,ycuandoveaquesobretucadáverhanechadolaúltimapaletadadetierra,meirécontentoyfeliz,ymividayanoestarásujetaalosterroresquehastaahorahabíasentido.
Yahoraquemeacuerdo—continuó—,túconocesamimujer.QuieroanunciartequemehecasadoynadamenosqueconVioleta,¿quéteparece?
Ni un solo gesto ni lamenor contracción de los labios indicó aMaurevert quePardaillánsehubieseenterado,perotalimpasibilidadcostóalcaballerounesfuerzo
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extraordinariosobresímismo.—En cuanto hayas muerto—continuóMaurevert—memarcharé con Violeta.
Tantomeimportaquemeamecomono.Porelcontrario,preferirésuodio,porqueasítendréelplacerdesereldueñodeestamuchachaapesardesuamorporotro.Yeseotro es uno de tus amigosmás queridos. ¡Ah!Y a propósito; lo han condenado amuerte. Pero escucha, ¿no le oyes como grita? Está encima de ti, en el calabozonúmerocatorce.AllíestáCarlosdeAngulema.
Pardailláncontinuabaimpasible.—Así, pues—continuóMaurevert—, la hermosagitana llevami nombre yme
pertenece por entero. El joven Valois está allí arriba en un calabozo semejante altuyo.Desdeaquípuedesoírcómogrita.SiempreseráunadistracciónparaesperareltormentoqueteharáaplicarelseñordeGuisa,escoltadoportuhumildeservidor.
Yreanudóenseguidasumonólogo.—¿Qué te parece, Pardaillán? ¿No es extraordinario que yo, después de haber
matadoatuqueridaLuisaconaquelpuñal…?Apropósito,¿sabesquiénmelodio?PueslareinaCatalina,a laquehicisterabiarunpoco.¿Notepareceextraordinarioquedespuésdehaberhuidodetidurantedieciséisañossalgadeaquífeliz,yrico,ysegurodevivirenpazenadelante?Yacadamomentodemivida,merepetiréqueyaestásmuertoyqueyomismoechéentutumbalaúltimapaletadadetierra.Medirétambién que he matado a tu amigo Valois y esta noche su amiga Violeta meescanciarávinoofreciéndomesuamor.¿Quéteparece,Pardaillán?
Pardaillánsonreía,peroMaurevertnovioqueparanocaersehabíaapoyadoenlapared.
—Ya ha salido —murmuró el caballero con voz tranquila y refiriéndose almurciélago—.¡Cuántosueñotengo!—añadióenvozbaja—;durmamos.
Ysetendióenelsuelo,conlacabezaapoyadaenunbrazo,ycerrólosojos.SiMaurevert hubiese podidover el sufrimiento horrorosode aquel hombre, se habríavueltolocodealegría,peroobservóqueelcaballerodormíatranquilamente,quesupecho se hinchaba con inspiraciones rítmicas. Entonces Maurevert profirió unablasfemiaygritó:
—¡Tuúltimosueño!¡Duermetuúltimosueño!YovoyaveralduquedeGuisayvolveremos en compañía del verdugo. Duerme bien, Pardaillán, pero antes quieroadvertirte que Claudio y Farnesio han caído en poder de la omnipotente Fausta yestán condenados a morir de hambre. ¿Qué te parece? Ninguno de tus amigos haquedadolibre.Ahoraqueyatelohedichotodo,adiós.
Pardaillánnosemovió.Enaparienciacontinuabadurmiendo.—Adiós,hastamañanaotalvezhastapasadomañana,porque,sipuedo,tedejaré
querabiesunpardedíasaún.Ysaliódeespaldas,conlosojosfijosenelprisioneroyesperandosorprenderun
movimiento;peroPardaillándormíaapaciblemente.EntoncesMaurevert, después de haber dirigidoun insulto al caballero, cerró la
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puerta.Apoyócontraellaeloído,peronosorprendióelmáspequeñorumor.Subióprecipitadamente la escalera seguido por el carcelero y los arcabuceros. AlgunosminutosmástardeentrabaenlahabitacióndeBussi-Leclerc.
—¿Porquéestástanpálido?—lepreguntóelgobernador—.¿AcasoPardaillántehainsultado?¿Quétehadicho?
—Nada—contestóMaurevertsirviéndoseunvasodevino.—¿Nada?¡Quéextraño!—dijoBussi-Leclerc—.Pero,enfin,pocoimporta:has
satisfechotugustoyestoesloesencial.—¿Paracuándoestáavisadoelverdugo?—preguntóMaurevert.—Para pasadomañana por la tarde.Nuestro granEnrique quiere ver aplicar el
tormentoysupongoqueatiteocurrirálopropio.—Sinduda.Acompañaréalduquecomodecostumbre.¿Yaquéhoraserá?—Sobre las nueve. Luego el duque se irá a acostar porque al día siguiente se
marchaaChartres,congrancortejo.¿Irástú?Maurevert no contestó a esta pregunta y balbuciendo algunas palabras de
despedida se retiró.Unavez fuera de laBastilla se dirigió aMontmartre; yBussi-Leclerc,quedándosesolo,murmuró:
—EsePardaillán lohabrá llenadode insultos comoamí.Pero loque esyonodejoquemeinsultenasícomoasí.Enelmolinomecogiódesprevenido,peroahorayaconozcosujuego.
Bussi-Leclercseacostóysindudapasómalanocheporque llamó tresocuatrovecesasuayudadecámaraparaquelellevaravinoycadavezlepreguntaba:
—Dime,¿hasoídojamásdecirquemehandesarmado?—Nunca,monseñor.—Muybien,porquedelocontrario,tehabríacortadolasorejas.Elcriadoseretiróasustado,nosinobservarquesuamohacíagranconsumode
todaclasedeblasfemias.Aldía siguiente se levantómuy tempranoy su criado, alvestirlo,oyóquemurmuraba:
—Simuere antes, todo elmundo seguirá creyendo queme venció; y como nopuedovivirconestaideaseráprecisohacerlonecesario.
Pasóaqueldíaenlasaladearmasquehabíahechoinstalarensushabitacionesdela Bastilla e hizo venir sucesivamente a los prebostes ymaestrosmás notables deParís.Ylesdecíaatodos:
—Voyaenseñaroselgolpe.Vaisaverlo.Y, en efecto, tan pronto como un preboste o maestro de armas se ponía en
guardia, Bussi, después de algunos pasos rápidos, le hacía saltar la espada de lamano.
AqueldíalafamadeBussi-Leclercllegóasuapogeo.A todos los espadachines de la ciudad ofreció un premio de sesenta ducados
dobles si conseguían tocarlo o desarmarlo. Llegaron cinco o seis que pasaban porsabermataralcontrarioenpocosmomentos.Sevioentoncesesgrimiralaitaliana,a
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la francesa, a la española y con otros sistemas desconocidos, y más o menospracticadosporlostruhanesyasesinos.Bussi-Leclercsebatiósucesivamentecontraunaquincenademaestros,prebostesoespadachinesfamosos,peroningunoconsiguiótocarlo. Antes de cruzar las espadas enseñó a todos la sencilla y rápida maniobragraciasalacuallosdesarmaría,peroapesardeello,todosfuerondesarmados.
Grannúmerodecaballerosfueroninvitadosaasistiraaquelmemorable torneo.Porlanoche,Bussi-Leclercfueproclamadomaestrodelosmaestros.
—Estonoobstante—dijoMaineville—,hassidodesarmado.—Escierto—contestóBussi-Leclerc—,peroelquelohizonopodráalabarsede
ello.Llegó la noche. Leclerc cenó con sobriedad y luego durmió cuatro horas. Al
despertar se hizo frotar como los luchadores antiguos, y después de una hora dereposo, vistió un traje ligero y se sintió fuerte como Sansón. Entre tanto, por losasaltosdearmasdeldía,yllenodefuerzayvalorcreíaquenoexistíaenelmundohombrecapazderesistirsuacometida.
Se Envolvió en una capa bajo la que se ocultaban dos espadas, bajó, llamó aComtois, el carcelero de lo torre del Norte, y seguido por cuatro arcabuceros, sedirigióalcalabozodePardaillán.
Enelprimersubterráneodejóalcarceleroyalossoldados,ordenándolesqueloesperasenallí.Luego, tomandola linterna,bajó,entróenelcalabozodePardaillán,colgólalinternaenelclavoytendiendounaespadaalcaballeroledijo:
—Caballero,graciasaquemecogisteisdesprevenido,pudisteisdesarmarmeunavez. Podría mataros ahora, pero monseñor de Guisa, que quiere someteros altormento, podría pedirme cuentas. Tenéis los pies encadenados, es cierto, perovuestrascadenassonbastantelargasparapoderponerosenguardia.Pormiparteosjuroquenomemoveréhaciaadelantenihaciaatrás.Estamos,pues,encondicionesiguales.Heaquíunaespada.Medesarmasteisunavez,peroahoraosdesarmaréyo.Yuna vez probado que soy vuestro maestro, me pondré a vuestra disposición encualquiercomisiónquemeencarguéisparacuandoestéismuerto,cosaquesucederámañana al salir el día. Creo, caballero, que seréis lo bastante amable para norehusarmeeldesquite.
—SeñorBussi-Leclerc—dijotranquilamentePardaillán—.Estabasegurodequeunhombrecomovosnose resignaríaa laderrota.Porestoyaveisquenodormía,sinoqueosesperaba.
En efecto, Pardaillán estaba perfectamente convencido de que Bussi-Leclerc,impulsadoporsuvanidad,nodejaríadepresentarseaélparaproponerleundesafíoyconintensaalegríaseconvenciódequehabíaacertadoensuconjetura.
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XLVIII-LaBastilla
—¿MEESPERABAIS?—dijoBussi-Leclerc.—Sí,afemía,caballero.Bussi-Leclercmiróasualrededorconciertadesconfianza.«Tal vez he hecho mal dejando mis hombres arriba»—pensó—. «¿Los haré
bajar?Perono,porquesimedesarmadenuevo,serádoblevergüenzaparamí».Pardaillán observaba atentamente al gobernador. Comprendió que aún
encadenadoeradecuidadoytemióqueelgobernadorsealejara.—Os esperaba—continuó—. ¿No me habéis anunciado que me someterán al
tormento?Yaqueestáisaquí,supongoquenoandarálejoselverdugo.—No, caballero, no es esta noche—contestó Bussi-Leclerc—, sinomañana al
salirelsol.—¿Noesdedíaahora?—No,tranquilizaos,osquedanaúnalgunashoras.Volvamosaloqueosdecía.Ya
habéisoídomiproposición.¿Laaceptáis?—Osharéobservar,caballero—dijoPardaillánllenodealegría—,quemehallo
enunasituacióndecompletainferioridadconrespectoavos.Bussi-Leclerc sintió gran alegría porque aquella observación de Pardaillán le
parecíaunaconfesión.—Tienemiedo,estáperdido—pensó.Y retrocediendo cuatro pasos tomó el espacio necesario para aquel extraño
desafío.Pardaillánseafirmósobresuspiernascontodalacomodidadquelepermitíanlas
cadenas.Unavezsehubopuestoenguardia,profirióunaespeciedegemido.—Veamos—dijoLeclerc—,estáisbien,segúncreo.—¡Oh,caballero!¡Terriblementemolesto,porelcontrario!—¡Bah! Mientras yo permanezca en la misma posición estamos en iguales
circunstancias.Mecomprometoanoavanzarniretrocederyvosnopodéishacerlo.Osdoymipalabradehonordenoutilizarlaspiernas.Soyunbrazoarmadodeunaespadacomovos.¿Dequéosquejáis,pues?
—Nomequejo—dijoPardaillán.Pero con toda evidencia tenía miedo; Bussi-Leclerc dio un suspiro y riendo
exclamó:—Vamos,¿estáispronto?—Estoy—contestóPardaillán.Ysecruzaronlasespadas.PardaillánintentódesarmaraBussi-Leclercvaliéndose
del mismo medio que empleara en el molino de San Roque, pero la espada delgobernadorpermaneciófirmeensumano.
—¡Maldición!—rugióelprisionero—.Haaprendidoelpase.—¡Ah! —exclamó Bussi triunfante—. ¿Qué os figurabais, maestro? Sí, he
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aprendidoestepaseytambiénotroquequieroenseñaros.Ydiciendoestaspalabrasbajóalsuelolapuntadelaespada.Pardaillánloimitó
diciendo:—¡Desgraciadodemí!Bussi-Leclercestabacontentísimo.Aquelmomentofueunodelosmásfelicesde
suvida.Habíaganadolaprimerapartedesudesquite,puestoquePardaillánnologródesarmarlo. Tal vez, con mayor sangre fría, hubiese advertido que su adversarioestaba singularmente torpe. PeroBussi-Leclerc no se fijó en este detalle. Reíase acarcajadasyluegodijo:
—Ahora voy a desarmaros, señor de Pardaillán, y así estaremos en paz.Únicamente como quiero probar a todos que os he vencido y que nadie puedemedirse conmigo, os devolveré la espada y luego os heriré. Veamos —añadióapoyandoenelsuelolapuntadelaespada—.Tengoprohibidoelmatarosporque,denoserasí,yalohabríahecho;peromirad,voyatocarosenmediodelafrente.¿Quéosparece?¿Estábien?Puesenguardia.¡Ah,demonio!
Estas últimas palabras fueron un verdadero aullido de rabia y asombro.Disponíaseadesarmarasucontrariocuandoéste,inesperadamente,lehizosaltarsupropia espada. Por segunda vezBussi-Leclerc, el invencible, había sido vencido ydesarmado. Pardaillán no se había movido. Apoyado en la pared con la manoizquierda,continuabaenguardiaydijoconextraordinariafrialdad:
—Recoged vuestra espada, caballero. Ya podéis hacerlo, porque estoyencadenado.
Pardaillánentretantopensaba:—¡Imbécil! ¡Estúpido!Nohepodido resistir aldeseodedaruna lecciónaeste
espadachín.Todosehaperdido.Ahorabajansushombresysemarchará.¡Oh,locodemí!
Enefecto,aloírelgritodeLeclerc,bajaronapresuradamenteelcarceleroy lossoldados, imaginándose talvezquedegollabanalgobernadorde laBastilla.Bussi-Leclerc, llenodevergüenzayconlacaracongestionada,recogióelarmayabrió lapuerta.
—¡Bandidos!—gritóLeclerc—.¡Carnedeverdugo!¿Quiénoshallamado?—Monseñor—balbucióComtois.—¿Quévenísaespiaraquí?¡Arriba,bergantes,yalprimeroquevuelvaabajar,lo
despedazo!Pardaillánsintióunestremecimientodealegríafrenéticaysedijo:—¡Estoysalvado!Losarcabucerosyelcarcelerosubieronconmayorprecipitacióndelaquehabían
empleadoalbajar.—Idosalpatio—gritabaLeclerc.Cuandonooyónadavolvióalcalabozoy,comoanteshiciera,cerró lapuertay
colgóenelpalolalinternayelmanojodellaves.Luegosepusoenguardia.
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—¡Por Dios! —exclamó—. Tanto me importa el verdugo. Vas a morir a mismanos.
A.lasazónnosetratabadeunasaltodearmasyBussi-Leclercyanopermanecíasegún había jurado. Quería matar; saltaba a derecha e izquierda, avanzaba yretrocedía,mientrassuadversarioprocurabamantenerloalamismadistancia.
LlegóunmomentoenqueLeclerc,fatigado,seapoyóenlapuerta.—¡Oh!—murmuró—.¿Porquélehabrédadounaespada?Yllenodefurorexclamó:—¡Oh,quieromatarlo!¡Prefieroreventaraprivarmedelgustodebañarmeensu
sangre!Yadescansado,reanudóelataque.Enelcalabozosolamenteseoíaelruidodelos
acerosalchocarunocontraotroyalasazónPardaillánretrocedióparaacurrucarseenunrincón.
—¡Yaesmío!—pensóBussi-Leclerccondelirantealegría.Yavanzódospasosparaelataquefinal,rugiendo:—¡Yatetengo!¡Voyaclavarteenlapared!Enelmismo instantede sugarganta salióun ruido roncosemejanteal estertor;
quisollamarpidiendoauxilio,peronopudopronunciarpalabraalguna.¿Quéhabíasucedido?QueBussi-Leclerc,aladelantarse llenodealegríayfuroraun tiempo,sesintió
cogido por dos manos poderosas que le oprimieron el cuello y continuaronhaciéndolo hasta que perdió el sentido. Entonces Pardaillán aflojó lasmanos, dejócaeraBussi-Leclercy,bajándose,loexaminóatentamente.
—Bueno,nohamuerto—exclamó—.Afemíaquelohubierasentido.Yavolveráensíyentonces,siquiere,podremosreanudareldesafío.
Pardaillán se irguió nuevamente, alargó sumano a tanta distancia como le fueposible, y se apoderó del manojo de llaves. En un momento abrió los enormescandadosquesujetabanlascadenasasustobillos.
Entoncesquisosalir,perollenodedesesperaciónobservóquenopodíaandar.Enefecto,apenaspodíasostenerse.ComprendióqueibaacaeralladodeBussi-
Leclerc.Éstevolveríaensíalospocosminutosyentonces…Pardaillán cayó de rodillas. Con gesto instintivo se apoderó de la daga de su
adversarioyoprimiendoelmangoesperó.Fueaquélunminuto largocomounahora,unminutoenqueseviopresade la
desesperaciónyde laangustia;unminutoenquetodalafuerza, todalavoluntadyenergíadesualmaseemplearonenvencer ladebilidadyenoriginarunareacción.Éstaseprodujo.Pardaillánhumedeciólasmanosenelaguaquehabíaenelsueloylafrescuraacabódereanimarlo.Entoncesselevantó.
—¡Quiero!—dijoconlosdientesapretadosporelesfuerzodelavoluntad—.¡Ysiquiero,puedo!¡Quieroandar!¡Quierosaliryquierovivir!
Ysecumplióelmilagro,operadoporunalmaenuncuerpo.Pardaillán,apesarde
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la pérdida de sangre, de la fatiga y de que no había comido hacía muchas horas,consiguió levantarsey andar.Cogió la linternay elmanojode llavesy salióde sutumba.YhabiendocerradolapuertadelcalabozoenqueyacíaLeclercdesvanecido,dio un suspiro que expresaba unmundo, y reanimado por la esperanza, empezó asubirlaescaleracongranagilidad.
EnelpatioesperabanComtoisylossoldados.Pardaillánsedetuvoenelprimersubterráneo. Se hallaba ante la puerta del calabozo de Carlos, según le dijoMaurevert. Pardaillán, entonces, con tranquilidad asombrosa, empezó a probar lasllaves,unatrasotra,enlacerraduradelapuerta.
Enaquelmomentosubierondelsubterráneoinferioralgunosclamoresahogadosygolpes sordosen lapuerta.EraBussi-Leclercque,vueltoen sí, advirtióqueestabaencerradoyempezóagritaryadargolpescontralagruesapuerta.
—Habría debido estrangularlo por completo —pensó Pardaillán—. ¡Pero bah,pobregobernador!Laverdadesqueledeboeldesquite.
Mientras hablaba así, abrió la puerta del calabozo número catorce y Pardaillánentróenélcerrandolapuertacuidadosamente.
La luzde la linternaque llevaba alumbró el calabozoy con su ayudavio a unhombreacurrucadoyconeltrajeroto.
Aquelhombrediounsalto terribleyPardaillánse sintiócogidopordosbrazosfuriosos. Una mano se crispó en su garganta, mientras una voz apenas inteligibleexclamaba:
—¡Yatengoauno!¡Muere,bandido!—Carlos,hijomío—exclamóPardaillán—.¡Silenciooestamosperdidos!Carlos,aloír lavozdePardaillán,soltólapresaydandounsaltoatráscayóde
rodillas.Disponíaseadarungritodealegría,cuandoPardaillán,queestabaatentoaloqueocurríaenelexterior,oyóruidodegentequebajabalaescaleraeinclinándosehaciaeljovenletapólabocaconunamano.
Comtoisylosarcabucerospasabanantelapuerta.—¡Socorro!¡Socorro!—gritabalavozdesdeabajo.—Aquíestamos,monseñor—exclamóComtois.Continuaronbajandohaciaelsubterráneoinferior.Pardaillánentonces levantóa
Carlosyledijoaloído:—Silencio,ennombredeVioleta,queestáviva.Dichas estas palabras el caballero abrió la puerta del calabozo y subiendo
apresuradamente laescaleraencompañíadesuamigo, llegóalpatioyunavezallícerró la puerta de la torre dejando encerrados al gobernador, al carcelero y a lossoldados.Enaquelmismoinstanteseoyótras lapuerta lacarreraalocadade todosellos que tropezaron con la puerta cerrada. Pardaillán se detuvo un instante pararecobrarelalientoyCarlosseechóasuspiesdiciéndole:
—¡Oh,Pardaillán!¡Oh,hermanomío!Quisemataros.Perdonadme,porqueestabaloco.
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El caballero se inclinó y obligando al joven a que se levantara, lo abrazótiernamente.
—Niño—murmuró—.Desdequemuriómipadreymi esposa, sólovivíaparasatisfacermiodioymivenganza.Muchoosdeboporhabermerecordadoqueenvostengounhermano.
—Sí,Pardaillán—dijoardientementeel joven—.Unhermanoqueosadmirayqueosquieretantoquesepreguntacómopodráserdignodevos.
Así aquellas almas bien templadas olvidaban el peligro para testimoniarse suamistad. Y, sin embargo, la situación era terrible, pero Pardaillán estaba yaacostumbradoatalescosasynadalehacíamella.EncuantoaCarlosdeAngulema,junto a aquella alma excepcional, se sentía crecer y capaz de llevar a cabo actosheroicos.
SehallabanenaquelpatioestrechoporelcualsepenetrabaenlatorredelNorte.Apartedeéstahabíaotrasyallíencontraríancentinelas,carceleros,guardias,yenfin,unaguarnicióncompleta.PortodaarmanoteníanmásqueladagaarrancadaporelcaballeroaBussi-Leclerc.
Pardaillánlevantólosojosal trozodecieloquesedivisabaentrelasmurallasyporelbrillodelasestrellasvioquetodavíaquedabanalgunashorasdenoche.
EnelmomentoenquePardailláncalculabalaposibilidaddecumplirelmilagrodesalirvivodelaBastillaconCarlosdeAngulema,sefijóenelruidoquetrasdelapuertahacíanComtoisylosarcabuceros.
—Estosmalditos seríancapacesdedespertaraunmuerto,yconmayormotivopuedendespertaralosvivos.
Afortunadamente el patio del Norte estaba bastante lejano de los centinelas, ysobre todo del cuerpo de guardia de la puerta de entrada, compuesto de unoscincuentahombres.Elcaballero,viendoquelosgritosdelosqueestabanencerrados,lejosdedebilitarse,aumentabanenintensidad,exclamó.
—Voyaversilosasusto.YPardaillánempezóagolpearviolentamentelapuertavociferando:—¡Eh!¿Estáisrabiosos?Aversivoyabuscarlarondaparaqueoscierreelpico.Comtoisylosguardiassecallaronaloírtalespalabras,sindudasobrecogidosde
asombro.—¿Quéqueréis?—preguntóPardaillán.—¡Queremossalir,diantre!Estamosaquíencerradosconel señorgobernadory
nosabemosquiénlohahecho.Quienquieraqueseáisidaavisaralcuerpodeguardia.Era Comtois el que hablaba así. En efecto, el carcelero no había podido
imaginarselosucedido.AloírlosgritosdeBussi-Leclercbajóalsubterráneoinferior;peroasuspreguntaselgobernadorsólocontestóconamenazasdedespedazarlosinoabríainmediatamente.
Comtoisempezóasubirlaescaleraparairabuscarotrasllaves,todavezquelassuyasestabanencerradasconelgobernadorycon loscuatroguardias,pero tropezó
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conlacerradapuertadelatorre.—¿Demodo—continuóPardaillán—quenosabéisquiénoshaencerrado?—Nopuedeserotroqueeldiabloenpersona.—¿Ynosabéistampocoquiénhaencerradoalseñorgobernador?—No,hombre.¡Corred,portodoslosdiablos!—Puesvoyadecíroslo.Hesidoyoquienencerróalseñorgobernadorytambiéna
vosotros.—¿Yquiénsoisvos?—gritóComtois.—Pardaillán—contestótranquilamenteelcaballero.Oyóseungritoderabiaseguidodealgunosmomentosdesilencio,quesinduda
empleóelcarceleroenarrancarseloscabellos.Luegoseoyóunaseriedeblasfemiasylamentos.Lasituación,enefecto,eraespantosa.Aunqueelpobrehombrenohabíahechootracosaqueobedecer lasórdenesdelgobernador,probablementenopodríalibrarsedelaacusacióndeestarenconnivenciaconelprisionero.
—¡Estoyperdido!—gritaba—.Mañanaporlamañanamevanaahorcar.—¡Tranquilizaos, señor carcelero! —dijo entonces Pardaillán—, no seréis
ahorcado…porlomenosahorcadovivo.Ahora,siosahorcancuandoestéismuerto,tantodebeimportarosavosyavuestroshombres.
—¡Eh!¿Quédice?—exclamaronlossoldados,quecreyéndosealabrigodetodoloquepudieraocurrir,estabanencantadosconlaaventuradesugobernador.
—Digo—contestófríamenteelcaballero—queesta torreestámuylejosdeloscuerpos de guardia y que nadie podrá oíros.Dentro de una hora estaré fuera de laBastillayentoncesharéavisaraloficialdeguardiadequeelgobernadorhasalidodeviaje escoltado por un carcelero y cuatro arcabuceros. Por esta razón nadie vendráaquíyasípodréismorirosdehambrecontodatranquilidad.
Seoyóatravésdelapuertaunconciertodeblasfemiasymaldiciones.EncuantoPardaillánvioqueloslamentoshabíanllegadoalpuntoqueéldeseaba,
diounpuñetazoalapuertaparaindicarlesqueprestaranoído.Inmediatamentereinóabsolutosilencio.
—Laverdadesquemedaislástima—dijo.—¡Perdón,caballero!¡Dejadnossalir!—exclamaronloscuatrosoldados.Elcarceleronohablónada.—Estoydispuestoasalvarosconunacondición.—Conciensiqueréis—exclamaronlossoldados.—Unasolayesésta.Queosrindáis.Entalcasoabro,ysino,mevoy.Osdoyun
minutoparareflexionarsobreestacapitulaciónhonrosa.—Nosrendimos—exclamaronalavezloscuatrohombres.Pardaillánseestremeciódealegría.—Puesyonomerindo—gritóelcarcelero—.Soisunoscobardesyelmiedoos
vuelve tontos. Ese hombre no puede salir de la Bastilla y en cuanto a nosotrosseremospuestosenlibertadporlarondaquepasaalastres.
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—Y ahorcados también —contestó Pardaillán— porque diré que sois miscómplices. Pero, en fin, tantome importa que osmuráis de hambre como que osahorquen.Adiós.
—Esperad,monseñor—gritaronlossoldados—.Esperadunmomento,porDiosvivo.
Entonces se oyó un ruido de lucha en la escalera. Los cuatro arcabuceros sehabían arrojado sobre el carcelero, que se defendió lo mejor que supo, perofinalmente se vio amordazado y atado por un pañuelo y los cinturones de losguardias, respectivamente. Pardaillán comprendió lo que sucedía y en cuanto serestablecióelsilencioentreabriólapuerta.
—Entregadmelosarcabucesylasdagas—dijo.Los soldados obedecieron con prontitud. Entonces abrió la puerta y los cuatro
hombres salieron apresuradamente como asustadas aves nocturnas. Dejaron aComtoisatadoenelsuelodiciendo:
—Aquíestá,monseñor.Pardaillán se echó a reír. En cuanto a Comtois, al observar que no solamente
estabalibrePardaillán,sinotambiénelpresodelnúmerocatorce,lanzóunamiradadefurorquehabríahechoestremecerauntigre.
Pardaillán desató los pies del carcelero, el cual se levantó enseguida. Luego lequitólamordaza,peroalmismotiempoapoyólapuntadeladagaensucuello,gestoqueequivalíaaldiscursomáselocuente.PorestarazónComtois,queyaabríalabocaparapedirsocorro,seconvenció inmediatamenteante tantaelocuenciay lacerróalpunto.
—¿Terindes?—preguntóPardaillán.—ConlacondicióndequemehagáissalirdelaBastilla—contestóComtois.—Nosóloteloprometo,sinoqueademástúyesosvalientesrecibiréiscadauno
unañocompletodevuestrosueldo.MonseñorCarlosdeValois,duquedeAngulema,sehaceresponsabledetaldeuda.
Carlosasintióconunmovimientodecabeza.—Entalcasopodéiscontarconmigo—dijoComtois.Loscuatrosoldadosnodijeronnada,perosuactituddemostrabaque,despuésde
haber estado a punto de volverse locos de miedo, iba a sucederles lo mismo aimpulsosdelaalegría.Enefecto,unañodesueldoparaaquellasgentesqueapenascobraban lamitad,queestabanmalalimentadosypeor tratados,era la riquezay lalibertad.
—Vamos,queridoamigo—dijoentonceselduquedeAngulema.—Unmomento—contestóPardaillánconsingularacento—.Siemprehe tenido
deseos de visitar la Bastilla y ahora que se me presenta la ocasión, no quierodesaprovecharla.
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XLIX-PardaillánvisitaLaBastilla
EL JOVENDUQUE dirigió a su amigo una mirada de asombro. En efecto, paraCarlossólohabíaunacosaquehacer:Marcharse.Eljovennopensabaenlasrejas,enloscentinelas,enlaspuertasyotrosobstáculosinfranqueables.PeronopudodejardepensarquecuandoPardaillánhablabadevisitar laBastilla,eraquenoestabaensusanojuicio.
—Amigomío,vámonos—exclamóconangustiaextraordinaria.Pardaillán sonrió.Por supartehabíapensadomuybienen todos losobstáculos
quelesimpedíanlasalidadelaprisiónyporestarazón,eimpulsadoademásporsusbuenossentimientos,sepropusovisitarla.VolvióseporconsiguientehaciaComtois,ledesatólasmanosyledijotranquilamente:
—Pasadelanteyábrenoslaspuertas.—Notengolasllaves—contestóelcarcelero.—Aquíestán—contestóPardaillán—.Vosotros—dijoa los soldados—ida su
lado,ysihaceungestosospechoso,matadlo.Pardaillán no parecía un prisionero que se fuga, sino un jefe que manda y
distribuye las fuerzas. Los soldados rodearon a Comtois. Pardaillán tomó dosarcabucesydiootrostantosaCarlosdeAngulema.
—¿Quéqueréisver?—preguntóelcarcelero.—Losprisioneros.—¿Losprisioneros?—exclamóComtoisasombrado.—Andando,osino,ereshombremuerto.¿CuántosprisioneroshayenlaBastilla?—Veintiséis, ocho de los cuales están en la torre del Norte, cuyo servicio me
estabaencomendado.—VamosaverlosochodelatorredelNorte.Comtoisdirigióunamiradaasualrededor,comosihubieraesperadolarepentina
aparicióndeunaronda,perovioidoquetodaresistenciaerainútil,abrióunapuertacercanaquedaba acceso a la torre.Entonces todos juntos empezaron a subir y lossoldadosalumbrabanelcamino.Enelprimerpiso,enuncuartoespaciosoybastantebienventilado,habíatresjóvenesquedormíanprofundamenteyquealoírelruidodelosreciénllegadossedespertaronconsobresalto.
—Caballeros—dijoPardaillán—.Servíosvestirosinmediatamenteyseguidme.—¿ParairalaplazadelaGrève?—preguntóuno.—¿Acasoparavisitaralseñorverdugo?—preguntóelsegundo.—¿Otalvezparaqueacabemoslanocheencompañíadenuestrasqueridas?—
dijoeltercero.—Voslohabéisacertado,caballero—dijoPardaillán—.Apresuraos.Losprisionerosdieronunsaltodealegría.Elquehabíasidoelúltimoenhablar
volviósealcaballeroyledijo:—Caballero,veoqueestáiscubiertodesangreyquelleváiseltrajedestrozado,y
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no puedo adivinar la verdad. Escuchad: he aquí al señor de Chalabre, que tieneveintidósaños;al señordeMontsery,que tieneveinte,yyo,elmarquésdeSainte-Maline,que tengoveinticuatro.Osdigoestoparadaros a comprender cuángrandeironíaseríaelofrecernosunalibertadilusoriacuandoesperamoslamuerte.Caballero,estamoscondenadosamuerteporelseñordeGuisa,porserfielesgentilhombresdeSuMajestad.
—¡Vivaelrey!—exclamaronlosotros.—¡Por favor! —dijo el que hablaba—. Decidnos la verdad. ¿Adónde queréis
conducirnos?—Yaoslohedicho—contestóPardaillán.—¿Estamoslibres?—exclamaronlosdesgraciadosjóvenes.—Vaisaestarlo.—¿Noshanindultadoacaso?—Estáisindultados.—¿Quiénnosindulta?¿ElseñordeGuisa?—Nadie,únicamenteyoosconcedolalibertad.—¿Cómoosllamáis?—preguntaronlostresenextremoemocionados.—Yaquemehabéishonradodiciéndomevuestronombre,sabedquemellamoel
caballerodePardaillán.—Ahoraoscomprendo,Pardaillán—exclamóCarlos.—Apresuraos, caballeros—continuóPardaillán—, porque si queréis la libertad
queosofrezcosetratadeconquistarla.Nuestrosjóvenesestuvieronvestidosenunabrirycerrardeojos.Pardaillándio
un arcabuz a cada uno de ellos. Entonces el marqués de Sainte-Maline saludó aPardailláncon tantagraciayeleganciacomosi losdos sehallasenenunsalóndelLouvre.
—SeñordePardaillán—dijo—,osdebemoslalibertadyprobablementelavida.No somos amigos de palabras y, por consiguiente, sabed que os debemos treslibertadesytresvidas.Cuandoosplazcavenidapedirlas,porqueospertenecen.Esunadeudadehonorquepagaremosinmediatamente,¿noescierto,señores?
—Cumpliremosencuantonoslopida—dijeronChalabreyMontsery.Pardaillánseinclinóparadargraciasportalpromesa.—Enmarcha,señores—dijolacónicamente—.Ytútambién,enmarcha.Comtoislevantólosbrazosalcieloyobedeció.Lostresgentilhombres,quelosguisardosdestinabanalsuplicio,formabanparte
del famoso grupo de losCuarenta yCinco gentilhombres que el rey tenía para sudefensa personal. Eran espadachines consumados, incapaces de sentir lástima denadie.Valienteshastalatemeridad,cuandoelreylesseñalabaunavíctimaheríansinvacilar,aunqueéstaformarapartedesusamigosoparientes.
El carcelero subió al piso inmediato y abrió una puerta. Por ella entraronPardaillányCarlos,mientraselrestoesperabaenelexterior.Alaluzdelalinterna
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Pardaillánvioacurrucadoenunánguloaunserdemiserableapariencia,vestidoconsuciosydestrozadosharapos,conloscabellos larguísimosyenmarañados, labarbablancaylamiradaapagada.
Aquelmiserabletemblabacontodossusmiembros.—¿Quiénsois?—lepreguntóPardaillán.—¿Nolosabéis?Soyelnúmeroonce—contestóelpobrehombre.—No,quierosabercómoosllamáis.—Nolosé.Pardaillánseestremeció.—¿Hacemuchotiempoqueestáisenestatorre?—preguntó.—Diezoveinteaños,yanoloscuento.ElreyCarlosIXmehizodetenereldíade
suadvenimientoaltrono,asícomoacuatroamigosmíos,acausadeunacanciónquecantamos.
—Puesvenid,amigomío:soislibre—ledijoPardaillán.Eldesgraciadoselevantóllenodeasombro.—¿Cómo?—exclamó—.¿Quémedecís?—Quehanterminadovuestraspenas.Queestáislibre.El preso se echó a reír, pero luego, reaccionando, rompió en sollozos.
Comprendiendo apenas lo que sucedía, empezó un discurso extravagante en quetratabadedescribirsussufrimientos,peroviendoquesuslibertadoressemarchabandespués de haberle hecho seña de que los siguiera, se cubrió lomejor que pudo yechóacorrertrasellos.
Pardaillánhabíaentradoyaenuncalabozocontiguo.Tambiénestabaocupadoporunviejo,peroésteibadecentementevestidoyensurostroseadvertíalaexpresióndenoble inteligencia. Trabajaba a la luz de una lamparilla, dibujando sobre unoscartones.Alverasusnocturnosvisitantes,selevantódiciendo:
—Sed bienvenidos en la vivienda que Catalina de Médicis ha destinado aBernardodePalissy.
—¡SeñordePalissy!—murmuróPardaillán.Era,enefecto,elilustreartistaysabioinventor,encerradoenlaBastillaporhaber
disgustadoaCatalinadeMédicis.—Caballero —contestó Bernardo de Palissy—. ¿Sois de la corte? ¿Queréis
encargarosdeentregaraSuMajestadunamemoriaenlaqueexplicominecesidaddecompasesydelápices?Yamehanconcedidounalámpara,peromeveoobligadoaahorrarelaceite.
—Siento no poder encargarme de vuestra memoria —dijo Pardaillán con latranquilidadqueleservíaparaocultarsusemociones—.Venid,soislibre.
Pardaillán salió, mientras el artista se quedó inmóvil, por un momento,estupefacto. Luego reunió con temblorosa mano sus cartones y tomándoloscuidadosamentebajoelbrazo,seunióalosdemásprisioneroslibertados.
—¿Quiénesesehombre?—preguntóalviejoastrososeñalandoaPardaillán.
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—Nolosé.Sólosédeélquemehaconcedidolalibertad.Yprosiguieronsucamino.Eneltercerpiso,Comtois,suspirandodepenaalverse
obligadoadarsueltaalospresos,abrióunapuertatraslacualPardaillánhallóatreshombresquehabiendooídoelruidodelospasosescuchabanconansiedad.Erantreshugonotesqueenbrevedebíanserajusticiados.Los infelices, alvera todaaquellagente,creyeronllegadoelmomentoterribleycondesesperadaenergíaentonaronunsalmo.
—Yacantaréismañana—exclamóPardaillán—.Ahora,seguidme,soislibres.Lostresfanáticoscallaroninstantáneamenteymiraronconterroraaquelhombre
que con el vestido rojo y ensangrentado lesmostraba la puerta del calabozo. PeroPardaillánsealejabaya,seguidoporComtois,quemascullabasordasmaldiciones.
Entonces,loshugonotes,viendoquetodaaquellagentesealejaba,seapresuraronaseguirlos,llenosdelaalegríaquepodríasentirunenterradovivoalversefueradelataúd.
Pardaillánfueelprimeroenbajar, farolenmano,por laescalerade la torredelNorte.Le seguíanCarlosdeAngulema,el carcelero, los soldadosy losprisionerosquehabíalibertado.
En el patio, Pardaillán se detuvo al divisar, a través de la reja que ya hemosseñalado, una linterna semejante a la suya que dejaba distinguir las siluetas dealgunoshombresarmados.
—¡Larondadelastres!—exclamóunavozaespaldasdePardaillán.EraComtois quehabía habladoyPardaillán comprendióque el carcelero iba a
gritarpidiendosocorro.—¡Alerta!—gritóComtois—.¡Socorro!¡A…!No tuvo tiempo de acabar. El puño de Pardaillán se levantó semejante a una
maza,ycayósobrelasiendelcarcelero,querodóportierra.La rondahabíaoídoelgritodealarmayacudíaprecipitadamente.Abajo, enel
fondodelatorre,sepercibíanlosgolpesquedabaBussi-Leclercencerrado.Losochoprisioneros, estremeciéndose de espanto ante el temor de verse en sus celdasnuevamente, empezaron a gritar. Chalabre, Sainte-Maline, Montsery y Carlos deAngulemaapuntaron sus arcabuces.La rondacompuestadedocehombresydeunoficial,desembocóenelpatio,gritando:
—Aquíestamos,¿quésucede?—¡Fuego!—ordenóPardaillán.Yalmismotiempoquetronabanloscuatroarcabucesseprecipitódagaenmano
hacia la rejadehierro, que cerró.Entonces en las tinieblasde aquelpatio estrechohuboun terriblecombatecuerpoacuerpoenquevariassombrassaltaban,entreunclamor de gritos, quejas, blasfemias y gemidos. Se oía también el ruido de lasalabardas al chocar tinas contra otras y de vez en cuando un fogonazo alumbrabaaquellaterribleescena.Todolocualduróunminuto,cesandoluegodepronto.
Pardaillán, habíase fijado enseguida en el oficial. Saltó sobre él, le arrancó la
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espada,locogióporelcuelloyacorralándoloenunrincón,ledijo:—Caballero,somostreintayvosotrosunadocena.Mandadalosvuestrosquese
rindanuosmatoahoramismo.Eloficial,llenodeestupor,contemplólaextrañabatalla.Talveznocomprendió
lo que sucedía, pero en cambio sintió la punta de su propia espada clavarse en sugarganta,cosaquesindudabastóadecidirlo.
—¡Abajolasarmas!—gritóconvozalteradaporelmiedo.Losguardiasobedecieroninstantáneamente.—¡Aquí!—mandóPardaillán.Alocadosporelmiedo,lossobrevivientes,heridosono,obedecieronaestaorden
imperiosa,mientraslosprisioneros,apoderándosedelasalabardas,formabancírculoa su alrededor. Entonces uno a uno, desde el oficial hasta el último soldado, leshicieron entrar en la torre. Cuando todos estuvieron dentro, Pardaillán cerrótranquilamentelapuertaydijo:
—Ahoraestamostodosarmados.Enelpatioyacíantresocuatrosoldadosmuertosoheridos.Entoncesabriólareja
dehierroquehabíacerradoparacortarlaretiradaalosguardiasyhaciendoseñaasupequeño ejército para que lo siguiera, se aventuró bajo una larga bóveda, a cuyoextremohallóotropatio.Allí el silencioeracompleto.Noseveíanadieninada, aexcepcióndelosmurosdelosedificiosinteriores.
Pardaillán dio mentalmente las gracias al arquitecto de la Bastilla, que habíadispuestoeledificiodetalmodo,quefueraimposibleeloírdesdeallíeltumultoquepocoantestuvieralugarenelpatiodelatorredelNorte.Buscóunasalidarodeandolas paredes y casi enfrente de la bóveda que acababa de franquear, vio un largocorredoroscuroyhúmedo.Penetróenélyalllegaraunaciertadistanciaoyóunavozquegritaba:
—¿Quiénvive?Ylamismavozexclamóinmediatamente:—¡Centinela,alerta!Alolejosseoyóentoncesotraquecontestaba:—¡Alertaestá!Pardaillán se precipitó hacia adelante, daga en mano, pero no halló a nadie,
porqueelcentinelahabíaechadoacorrersindudaalguna.Peroalasazónseoyóelconfusorumordepasosyarmasqueseacercaban.
Pardaillánsevolvióasusfielesylesdijo:—¿Queréisarriesgarlavidaporlalibertad?Algunosdenosotrosmoriremos,pero
lamuerteespreferiblealaprisión.—¡Queremosserlibresomorir!—gritarontodos.—Puesbien—dijoPardaillán—.Adelante.TomemoslaBastilla.—¡Adelante!¡TomemoslaBastilla!—vociferarontodos.Pardaillánsepusoenmarcha,tranquiloenapariencia.Entretantooíansefuertes
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gritosanteél.—¡Alasarmas!¡Rebelión!¡Alasarmas!Traséllosprisioneros,cadavezsintiendomayorasombro,marchabansilenciosos
yconlosojosfijosensulibertador.Depronto,adiezpasosanteélyalaluzdelasantorchas,vioacercarseunamasadehombresarmados,mandadosporunoficial.
Éste, con un gesto, detuvo a su gente a la entrada del corredor, tratando dereconocerelnúmerodelosenemigos.
—¡Hola!—gritóeloficial—.¿Quiénessois?Rendíos.—¡Adelante!—rugióPardaillán.Enelmismoinstantediounsaltoincreíble,ysearrojósobreeloficial.Atalsalto
siguió un ataque rápido y el jefe de los enemigos cayó al suelo muerto de unapuñalada.
Los guardias, viendo caer a su jefe, retrocedieron instintivamente. Y estemomento, por cortísimo que fuera, bastó a los revoltosos para salir del corredor ypenetrarenelpatio.
—¡Fuego!—gritóunsargento.Sedispararoncuarentaarcabuces.Elhuracándehierropenetróenelcorredor,las
balas chocaron contra las paredes y al mismo tiempo que aquel trueno, estallaronnumerosos gritos de triunfo seguidos inmediatamente de furiosas maldiciones. Enefecto, los guardias, imaginándose que el corredor estaba lleno de invisiblesenemigos, dispararon en aquella dirección. Pero los fogonazos les mostraron elcorredorvacío,mientrasalmismotiempo los revoltosos,armadosdealabardas, losatacabanporladerecha,laizquierdaylaretaguardia.
Con los arcabuces descargados, los guardias no teníanmedio de defensa, puesnecesitaban por lomenos dosminutos para volverlos a cargar. Entonces, entre lasmaldicionesdelosheridosylosgemidosdelosmoribundos,huboenaquelpatiounsegundocombate,tantomásterrible,cuantoquesehabíanapagadolasantorchas.Losguardiasportodaarmamanejabansusarcabucesaguisademazas.
Yentreaquellaconfusión,Pardaillán,dagaenmano,heríaaderechaeizquierdahaciendogranmatanza.Transcurrierondoso tresminutos; el patio estaba llenodesangre.Losguardias,alocadosysobrecogidosdeterror,huían;yfueradelaBastillalasgentespreguntabancuáleralacausadetodoaqueltumulto.Dentrodelaprisiónunacampanaempezóatocararebato.Elcuerpodeguardiadelapuertadeentrada,reducido a veinte hombres, se parapetaba disponiéndose a la resistencia. Distintaseran las versiones que corrían para explicar aquel extraño suceso, pero la másextendida era que habían entrado en París Enrique III y sus hombres, lograndopenetrar en la Bastilla por una poterna mal guardada. Entre tanto, en el patio,Pardaillán llevaba a término la derrota de los guardias,mientras los prisioneros sedesparramabanporloscorredoresprofiriendogritosdevictoria.
Espantosa fue la confusión y la fuga a través de los patios y corredores de laBastilla.Enelpatioprincipalyacíansobrelaslosasunatreintenadecadáveres,entre
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loscualessehallabaelviejoharaposoqueignorabasupropionombre.Pardaillán,CarlosdeAngulema,Montsery,Sainte-MalineyChalabrecelebraron
consejo.Luegoloscincosedirigieronalapuertadeentrada.Devezencuandoseoíael disparo de un arcabuz. Huyendo pasaban algunos guardias que, alocados, seatacabanmutuamente,mientrasotrosarrojabansusarmas,gritando:
—¡Perdón!¡MueraGuisa!¡Vivaelrey!Pardaillánllegóantelapuertadeentrada.Allícontinuabaparapetadalaveintena
deguardias.Deuncodazo,Pardaillánhizo saltar el vidriode laventana.Entoncespasóporéstasucabezaensangrentadaydeferozaspectoygritó:
—¡Ennombredelrey,rendíos!HaydosmilrealistasenlaBastilla.—¡Vivaelrey!—vociferaronlossitiados.—¡Entregadlasarmas!Losarcabucesylasalabardaspasaronatravésdelosbarrotesdelaventana.—Bueno,noosmováisosoismuertos.Seperdonarálavidaatodoslosquenose
muevan.—¡Vivaelrey!¡MueraGuisa!—gritarontodosasustados.Al mismo tiempo Sainte-Maline, Montsery y Chalabre abrieron la puerta
principalytendieronelpuentelevadizo.—¡Vámonos!—gritaron.—Idos—contestóPardaillán.—¿Yvos?—¡Idos,poreldiablo!—Adiós,señordePardaillán.Acordaosdenuestradeuda.Los tres caballeros cruzaron el puente levadizo, y un instante después
desaparecieron en la noche. Carlos, sin comprender el propósito de Pardaillán, lomirabaconaquellaconfianzasinlímitesqueteníaenél.¿Quéeraloqueseproponía?¿Porquénosalíaenunióndelosdemás?
Y, no obstante, la situaciónque, después de haber sido trágica, era, a la sazón,favorable, amenazaba convertirse en terrible. En efecto, al toque de rebato en laBastilla contestaron otros en la ciudad. Los rumores fueron creciendo. Abriéronsepuertas y ventanas.Aparecían gentes en las calles preguntándose qué sucedía y siParíshabíasidosorprendidoporlosherejes.
LoquesucedíaeraquePardaillántomabalaBastilla.Despuésdehaberlologrado¿quéquería?Acercósea laventanaenrejadaenque losveinteguardias,alocadosyaterrorizadosporaquellosgritosqueoíanypersuadidosdequeEnriqueIIIestabaenParís,hablabanunosconotros.
—¿Quiéneseljefe?—preguntóPardaillán.Unsargentoacudió,diciendo:—¡Perdón!Nosoymásculpablequelosdemás.—Tranquilízate,amigo—dijoPardaillán—.Atodosseosharágraciadelavida.
Damelasllavesdeloscalabozosysalencompañíadeseisdeesosvalientes.
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—¡Vivaelrey!—gritóelsargento.AlgunosinstantesmástardeseunióaPardaillánconsusseishombres,cadauno
deloscualesllevabaunmanojodellaves.—Amigo—dijoPardaillán—.Elreyquiereverestamismanochealospresosde
laBastilla,exceptuandoalosdelatorredelNorte.—Sonpeligrosos.—Esverdad.Veenbuscadetodoslosdemásyprocurairdeprisa,siquieresque
seolvidequefuisteguisardo.—¡Vivaelrey!—repitióelsargentoechandoacorrer.Transcurrieron diez minutos. En la Bastilla se apaciguaban poco a poco los
rumoresy si algúngrito seoía era elde«¡Vivael rey!».Pero fuerade laBastilla,París, despertado por los toques de rebato, se armaba y se desparramaba por lascalles.Nadiesabíaapuntofijolacausadeaquellaalarma.CarlosdeAngulemamiróentoncesaPardailláncomoindicándolequeeratentaraDioselesperarmástiempo.Pardaillánseechóareírydijo:
—¿Sabéisenquépienso?—No,queridoamigo,peroosconfiesoque…—Pues bien—interrumpió Pardaillán—. Pienso en la cara que debe poner el
gobernadorencerradoenmicalabozooyendolosgritosde«¡Vivaelrey!».En aquelmomentoBernardo dePalissy llegaba al puente levadizo con los tres
hugonotes libertados.Aquellos treshombres ibancon losvestidosrotosy llenosdesangre,pruebaindudabledequesehabíanbatidovalerosamente.Unodeellosestabaheridodegravedadyandabasostenidoporlosotrosdos.Peroapesardeellolostresestabanposeídosdeextraordinariojúbilo.ÚnicamentePalissyestabamuytranquilo.Congranprecipitaciónfranquearonelpuentelevadizo,yseperdieronenParís.
En aquel momento apuntaba el día. Las calles se llenaban de alarmadosburgueses. Pasaban corriendo algunas patrullas de soldados. Las tropas se dirigíanhacialaspuertas,yelpuebloalasmurallaspararechazarelataque,porquetodoelmundo creía que ante París estaba el ejército de Enrique III o los hugonotes deEnriquedeNavarra.
—¡Alerta!¡Alasarmas!Portodaspartesseoíangritosconfundidosconlostoquesderebato.Enelcuerpo
deguardiadelaBastillalossoldadosencerrados,gritabansincesar:—¡Vivaelrey!Asíesperabanhacerseperdonarelhaberservidoa lacausadelduquedeGuisa,
queseguramenteseríadeclaradorebeldeytraidor.De pronto apareció un extraño grupo a los ojos de Pardaillán y Carlos de
Angulema; un grupo compuesto de gentes delgadas, pálidas, descarnadas, con losojosagrandadosporladelgadezdelrostro,ydeslumbradostodosporlaluzdeldía,comosi fueranavesnocturnas.Lamayorparte ibanvestidosdeandrajosyalgunosestaban casi desnudos. Todos llevaban pintado en el rostro el asombro más
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extraordinario.Aquélloseranlosdieciochoprisionerosrestantes.Elsargentoysushombreslos
empujabanporquemuchosdeaquellos infelices, resistiéndoseacreeren la libertadquese lesofrecía, se imaginaban,porelcontrario,quese tratabadedarlesmuerte.AntelapuertaabiertadelaBastilla,yelpuentelevadizotendido,sedetuvieronconciertadesconfianza.Pardaillánalverlosseemocionó.
—¿Quéesperáis—dijo—paramarcharos?—¿Noos he dicho que el rey os perdona?—grito el sargento—. ¡Viva el rey!
¡VivaelnuevogobernadordelaBastilla!Pardaillánseñalólapuertaconlamano.—Marchaos.Soislibres.Entonces todos aquellos desgraciados empezaron a gritar y a llorar, ebrios de
alegría.Levantandolasmanosalcielo,seprecipitaronhaciaelpuentelevadizoyenpocosinstantesdesaparecieron,dejandolaBastillavacíadeprisioneros.
—Ahora,vámonos—dijoPardaillán.Yasuvez,enunióndeCarlosdeAngulema,franqueóelpuentelevadizo.—¡Señor gobernador! —dijo entonces el sargento que le había escoltado
sombreroenmano.—¿Qué?—preguntóasombradoPardaillán.—Señorgobernador,¿queréisdarmevuestrasórdenes?¿Debocerrarlaspuertas?—¿Peroaquégobernadorhabláis?—expresóPardaillán.—Avos,porquesupongoqueseréiselnuevogobernador.—¡Hombre!—exclamóPardaillán—.Yameolvidaba.Amigo,hacedmeelfavor
deiralatorredelNorteydelibertaravuestroscamaradasqueestánallíencerrados.Encuantoalgobernador, loencontraréisenelcalabozodelsegundosubterráneoendondemedebeestarmaldiciendoloshuesos.Id,amigomío.
—¿Perono sois el nuevogobernador?—exclamó el sargento, llenode espantoporloquecreíaadivinar.
—¿Yo?—dijoPardaillán—.Yonosoymásqueunpresocomolosquehansalidoy,yaloveis,memarcho.
Elsargentoquedócomoheridoporunrayo.—Decidalseñorgobernador—gritóPardaillán,marchándoseconCarlos—que
siempreestaréasusórdenesparacuandoquieraeldesquite.—¡Alasarmas!—gritóelsargento,arrancándoseloscabellos—.¡Traición!Peroyaelcaballeroyeljovenduquedesaparecíanporlaesquinainmediata.Medio loco, el sargento ordenó cerrar la Bastilla a una patrulla que en aquel
momentopasabapor lacalle,peroéstacorríaa lasmurallasynohizocasode susgritos. Por otra parte, todo el mundo gritaba, y cuando salió el sol un extrañoespectáculoseofrecióalosparisiensesquesehabíanquedadoensuscasas.
Lamayorpartedeéstasestabanparapetadas.Todapersonacapazdeempuñarunarmahabíaidoalasmurallas.
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ElduquedeGuisa,enlaPuertaNueva,queeraelpuntodébil,puesporallípodíaintentarse la entrada en París por el Sena, había apostado a sus mejores tropas.Algunos grupos de caballeros habían salido de la ciudad, patrullando en lasinmediacionesafindedescubriralosrealistas.
Pocoapocolosexploradoresregresaronunotrasotro, trayendotodoslamismarespuesta:
NohabíarealistasalrededordeParís.Noexistíanlosenemigosynoseobservabalamenorseñaldeataque.
¿De dónde vendría aquel pánico? ¿Por qué se tocaba a rebato? ¿Cuál era lacampana que había empezado? No se sabía. Guisa, nervioso y pálido, acabó porencogersedehombrosydijoaMaurevertyMainevillequeestabanasulado:
—Si los parisienses se alarman así por una sombra, ¿qué será cuando vean allobo?Vamos,mishermanosymimadretienenrazón.Esprecisopartir.
Las tropas volvieron a la ciudad. Los burgueses regresaron a sus hogares concierto desencanto. Se deshicieron las barricadas. Guisa regresó a su palacio, ymientrasatravesabanlascalles,cundióelrumordequeseorganizabaunaprocesión,yqueelhijodeDavid,elgranEnrique,EnriqueelSanto,iríaalencuentrodeValois.
Erancasilassietedelamañana,cuandoGuisallegóasupalacioyentoncesdiolaordendeprepararlotodoparamarcharaChartres.
—Maurevert,nosacompañaréis—dijomirándolefijamente.—¿Porquénoloharía,monseñor?—Talveztuvieraisalgúnproyecto.Porejemplo,iralaabadíadeMontmartre.Maurevertpalideció.Guisaseacercóaél,lotocóconlapuntadeldedoyconvoz
sorda,ledijo:—Auncuandotengaslascienmillibrasyseaslobastantericoparadejarme,aun
cuandohayasaceptadounamisióndevigilanciaenMontmartreyestésdebidamentecasado,teprohíbomiraralaquesabes.Teprohíboquemedejes.
—Monseñor—balbucióMaurevert—,tenedlaseguridad…—Estarássiempreamilado.Tealbergarásenelpalacioyduranteelviajequiero
verteconstantementeporque,delocontrario,tucabezalopagaría.Maurevert se inclinó murmurando algunas palabras para asegurar perfecta
obediencia,peropensando:—EncuantoesecondenadoPardaillánhayamuerto,memarcharé,precisamente
porquetengoapegoamicabeza.Yenvozaltaañadió:—Monseñor, esta mañana debemos ir a la Bastilla y ya recordaréis que me
prometisteis…—Si—dijoelduquecalmadoporlaservilactituddeMaurevert—.Eresunbuen
servidorytenlaseguridaddequenoolvidarénuncanada,nitampocoelempleodecapitándeguardiasquetehanprometido.
Maurevertseestremeció.
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—Únicamente—continuó el duque— trata de ganarlo con tu fidelidad al quepuedeconferirteelgradoqueambicionas.EncuantoaloquemedicesdelaBastillatienesrazón.Asistirásalsupliciodetuenemigo.
—En tal caso, monseñor, ya es hora—dijo Maurevert—. El verdugo ha sidocitadoparalassietey…
—Vamos—exclamó riendoGuisa—.Vamos a satisfacer tu apetito, pues de locontrarioseríascapazdedevorarme.¡AlaBastilla!¿Vienes,Maineville?
—Afemía,monseñor,hedeconfesarmiodioporPardaillán,peroalcaboesunvalienteymerepugnavermoriraunhombrecuandonopuededefenderseespadaenmano.
—Puesamímegusta—repusoMaurevert.Y se apresuró a dirigirse a la puerta como invitando a Guisa a marchar
inmediatamente.Enaquelmomentooyóseunrumorenlaantecámaraylapuertadelgabinete,apesardelasreglasdeetiquetaqueeranmásseverasencasadeGuisaqueen el Louvre, se abrió para dar paso a un hombre que entró corriendo. EraBussi-Leclerc.
—¿Quépasa?—dijoelduquefrunciendoelceño.—¡Monseñor!¡Ah,monseñor!¡Heridme,pegadme,matadme!Soyunmiserable.YBussi-Leclerccayóderodillasanteelduque.MainevilleyMaurevertestaban
estupefactos. El espadachín temblaba y con cara descompuesta parecía presa dedelirio.
—Levantaos,Leclerc—dijoGuisa—yexplicaos,o,porNuestraSeñora,creeréqueestáisloco.
—¡Ojalá lo estuviera!—exclamó Bussi-Leclerc—. ¡Asíme hubiera partido unrayo!Todoseríamejorqueladesgraciaquemehacaído.Monseñor…laBastilla…
—Bueno¿yqué?—exclamóGuisaimpaciente.—Pardaillán…elmalditoPardaillán…—¡Pardaillán!—rugióGuisadandounpuñetazoenlamesa.—¡Sehaevadido!—exclamóBussi-Leclerc.OyóseungritoyMaurevertcayóinanimado,peronadiesefijóenél.—¡Maldición!—exclamóEnriquedeGuisa,pálidoderabia.Después de un momento en que permaneció paralizado de asombro, se
desencadenóunaespantosacrisisenGuisa.Maineville,queconocíaaquellosterriblesaccesos,alverqueelduqueseponíalívido,retrocediótembloroso,pensando:
—Bussi-Leclerceshombremuerto.Ésteconocíatambiéntalesaccesosdefuror.Selevantóconvivezaypreviendolo
queleibaasuceder,recobrósusangrefría.Guisa lomiró unmomento, indeciso acerca de lo que iba a hacer y levantó la
manocomoparaabofetearalespadachín.Peroéste,prontocomoel rayo,cogióunpuñalqueestabasobrelamesaylotendióalduqueexclamando:
—Monseñor,matadmesiqueréis,peronomepeguéis.
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LamanodeGuisacayósinllevaracaboelinsulto.Bussi-Leclerctiróelpuñalalsueloysecruzódebrazos.Guisaentoncesempezóapasearporlaestanciarespirandoruidosamenteygolpeandoelsueloconeltacón.PocoapocosecalmóyvolviendoaBussi-Leclercledijo:
—¿Quéhabríashechosiyotehubieseabofeteado?—Monseñor—dijoBussi-Leclercconlatranquilidaddelhombrequearriesgala
cabezapara salvar la vida—,monseñor, os habría apuñalado e inmediatamentemehabríadadomuerte.Deestemodoquedaríanborradosdosactosdeshonrosos.Elmío,porhaberosdadomuerte,yelvuestro,porhabermeabofeteado.
Guisarechinólosdientes.YBussi-Leclercesperólaordendearrestopensando:—Hedichodemasiadoparaquemeperdone.Estoyperdido.Perono,talrechinamientodedientesnosedirigíaaBussi-Leclerc.Elaccesode
cóleradeGuisa,sedebíaalrecuerdodequePardaillánlohabíaabofeteadoyelduquesedecíaquetalhombrepodríaalabarsedehaberdeshonradoalfuturoreydeFrancia.
Era,pues,precisohallarnuevamenteaPardaillán.Yparaellonodebíaprivarsedesusmejoresservidores.Estaidealedevolvió,si
nolacalma,lamoderaciónnecesariaparallevaracabosusproyectos.Renunciando,pues,atodavenganzacontraBussi-Leclerc,oaplazándolaparamástarde,letendiólamano,diciendo:
—Vamos,hehechomal,Bussi.Seamosamigos.Enlostiemposquecorremosesprecisoperdonarnoselmalhumor,confieso,sinembargo,quelafugadeunhombrecomoéste,delquemerespondías,podía…Perocuéntamecómohasidotodoeso.
—¡Ah!¿Quésucederácuandolosepáistodo?—Espera, Bussi—dijo una voz llena de rabia y desesperación—. Yo también
quieroenterarme.EraMaurevertque,vueltoensí,selevantabayarrastrándosesedirigíahastaun
sillónendondecayócomosiolvidaralapresenciadeGuisa,suamo.Guisa pareció también olvidar que en otras circunstancias habría reprendido
severamentelaconductadeMaurevert.Entonces, con palabras entrecortadas por blasfemias, suspiros y maldiciones.
Bussi-Leclerc empezó el relato del fantástico duelo en el fondo del calabozo; ydespertándose su vanidad demaestro de armas invencible, se acusó de imprudentediciendoqueeraunmiserable,perosintióquelaspalabrassenegabanasalirdesugargantacuandollegóelmomentodeconfesarquehabíasidodesarmadoporsegundavez.
Bussi-Leclerc entonces mintió. Mintió jurándose matar a fuego lento a aquelPardaillán,causadesumentira.
Inventó peripecias, se extendió en detalles y probó que Pardaillán había sidodesarmado.
—Entonces —añadió— en el momento que yo me inclinaba para recoger suespada,él,traidoramente,medescargóenlacabezaunpuñetazocapazdederribarun
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buey.Perdíelsentidoyalrecobrarlomehallésoloyencerradoenelcalabozo.Perohay más. El resto es increíble, pero cierto. Estoy seguro que para haberlo podidollevaracabo,Pardaillánhahechopactoconeldiablo.
Entoncesrelatócómodespuésdehabergritadoyaporreadolapuerta,alcabodemucho rato le abrieron un sargento y varios guardias locos de terror. Subieronapresuradamente al exterior y se ofreció un espectáculo fantástico a sus ojos. Portodas partes sangre, muertos y heridos. Todos los calabozos abiertos, tendido elpuentelevadizoy,porfin,habiendointerrogadoalossobrevivientes,seenteródelaespantosacatástrofe:loscombatesenlastinieblas,quehicieroncreerasushombresque Pardaillán disponía de un ejército y que el rey estaba en París. Y, por fin, seenteródelafugadetodoslospresos,libertadosporeldemoniodePardaillán.
Sus oyentes se figuraron oír el relato fantástico de las hazañas de los antiguospaladinesyPardaillán,asusojos,tomódesmesuradasproporciones.
Guisa se ciñó la larga espada, como si esperase ver comparecer a Pardaillán.Mainevilleseaseguródequebajoeljubóndeterciopelollevabalacotademalla.
—Perfectamente—dijoelduque—.Voyahacercontraesehombretodoloqueesposiblehacercontrauntruhan.
Yempezóaescribirfebrilmenteunaorden.—Bussi—dijoMainevilleenextremopálido—.Creoquetienesrazónyqueese
miserablehahechopactoconeldemonio.—Amenosquenoseaeldiabloenpersona—contestóBussi-Leclerc,dispuestoa
aceptar esa explicación, pues le parecía inverosímil queunhombrehubierapodidodesarmarlo.
EncuantoaMaurevertnodecíaunapalabra,perosusideaseranhorrorosas.—Ya está —dijo el duque acabando de escribir—. Que ejecuten esta orden
inmediatamente, porque si el truhan ha libertado a veintiséis prisioneros de laBastilla,nopuedeserconotroobjetosinoeldeformarunpelotóndecombatientesparaofrecerloaEnriquedeValois.Chalabre,Sainte-MalineyMontseryestabanentrelosprisioneros.
En efecto, nunca hubiera podido ocurrírsele a Guisa, ni a ningún hombrerazonable,quePardaillán,enlaterriblesituaciónenquesehallaba,hubieraperdidoeltiempoenlibertaralospresosdelaBastilla,únicamenteporelgustodehacerlo.
—Bussi—dijoelduque—teperdono.—¡Ah,monseñor!—balbucióLeclercbesandolamanodeGuisa.—Noquieroquesetratemásdeestedesagradableasuntosinoparadefendernos.
Maurevert,MainevilleyBussi, los tresestáisunidosamíporotracosamás fuertequelaamistad,lafidelidadolaambición.
—¿Porqué,monseñor?—preguntóMaurevert.—Por el miedo —contestó el duque de Guisa—, porque los cuadro debemos
temerenadelantequePardaillánquieramatarnos.Todosseestremecieron,porque,enefecto,talerasupensamiento.
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—Pues bien, a partir de hoy, unamos nuestras fuerzas, nuestras inteligencias ynuestrovalor.Somosviajerosextraviadosenunbosqueporelquecorreenlibertadun jabalí furioso. Estemos alerta. No nos separemos. Ataquemos juntos al animal,porquemientrasésteviva,nodaríayounóboloporvuestrapielniporlamía.
Y atemorizados todos por la amenaza de un peligro desconocido, los trescortesanos,encumplimientodelasórdenesdeGuisa,empezaronarecorrerelpalacioparadarordendedoblarlasguardias.
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L-Laposadadel«Brochedehierro»
¿QUÉHACÍAentretantoelqueeracausadetantostemoresycausatambiéndelossucesos que iban a ocurrir, sólo porque tuvo el capricho de visitar la Bastilla?Pardaillán —y nos duele confesarlo— comía con gran apetito en el «Broche deHierro»,ocupaciónquenadateníadeheroica.
AlsalirdelaBastilla,élyCarlosdeAngulematomaronlacalledeSanAntonio.Estaba llena de grupos de gente asustada que gritando se dirigía a las murallas.Graciasaesamultitudyalaagitacióndequeerapresa,pasaroninadvertidos.AcosadequinientospasosdelaBastilla,Pardaillánsedetuvoyseadosóaunapared.
—¿Quétenéis?—dijoCarlos—.Estáisemocionado¿verdad?¿Otalvezserá lapérdidadesangre?
Ycomoelduqueparecieraasombrado,elcaballeroañadió:—¡Pardiez!Yaquisieraverosenmilugar.Hacecuarentayochohorasquenohe
comido.—NoestamoslejosdelacalledelosListados—dijoCarlos—,perodespuésde
loquenoshasucedido,creoqueallíes,paranosotros,elalberguemásinsegurodeParís.
—¿Peroquéoshapasado?—preguntóPardaillán—.¿Cómosecomprendequedespuésqueosalejasteissinserperseguido,osmetieranenlaBastilla?
—Entremos en esta taberna—contestó Carlos dando un suspiro— y mientrascomemososrelatarélahistoriademiinfortunio.
—Entremos, porque también tengo mucha sed. Un momento, duque, ¿tenéisdinero?Porqueyonollevouncuarto.
Carlosregistróinútilmentesusbolsillos.—Losbandidosmehabránquitadoeldinero—dijo.—Puesenestecaso—dijofríamentePardaillán—esprecisoiravuestropalacio,
sucedaloquesuceda.Se dirigieron, por consiguiente, hacia la calle de los Listados, que Pardaillán
registró con la mirada antes de aventurarse por ella. La calle estaba desierta yformabaunoasisdetranquilidadentrelaagitaciónquereinabaenParís.Entraronenelpalacio,endondeelcaballeroreanimósusfuerzascondosvasosdevino.
CarloscondujoaPardaillánaunaestanciaenquesupadregustabadedescansaryendondedormíacuandoteníamiedodehacerloenelLouvre.
AllídescolgódeunapanopliaunasólidaespadaquehabíapertenecidoaCarlosIX,granaficionadoalasarmas,yselaofreciódiciéndole:
—Aceptadestaespada.—Laacepto—contestósinceremoniaPardaillán,ciñéndoseelarmaconvisible
satisfacción.Eljovenduqueentoncespasóasuhabitaciónysevistiódepiesacabeza,porque
tambiénteníaeltrajeroto.Luegosereunióalcaballero,diciendo:
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—He ordenado a mis criados que nos preparen una de esas comidas que osgustan. Dentro de media hora nos sentaremos a la mesa y podremos hablar,Pardaillán,porquetenemosmuchascosasquedecirnos.
—Tambiénpodremoshablaren lacalleyencuantoacomernoscontentaremosconlaprimeratabernaquehallemosalpaso.Heobservadounacosa,monseñor,yesque losque,comonosotros, tienennecesidaddeocultarse,nuncaestán tanseguroscomo cuando se hallan bajo el abrigo del cielo y entre la multitud de gentesdesocupadas. Vámonos, pues, porque ya os veo equipado y supongo que tambiénprovistodedinero.
Por toda respuestaCarlosextendió sobre lamesadoscientosducadosdoblesdeoro de los que tomó la mitad, y entregó el resto a Pardaillán que, sin el menorcumplido,losmetióensucintodecuero.
Alsalirdelpalacio,elcaballeroentróenunatiendaderopavejeroycompróuntrajequelavendedoraaseguróhabersidohechoparaelilustreEnriquedeGuisa,elcualnoloquisoporhallarlatelademasiadogruesa.
—Puesyolotomo—dijoPardaillán—porquesoyamigodeestegranhombre.Completósuequipoconunabuenacorazadecuerodebueyyunacapa.Entonces
echaronaandarenbuscadeunatabernabastantesolitariaparapoderestarsegurosenella.
—Ahora que casi estamos tranquilos—dijoCarlos andando—quisiera rogarosqueme repitieraisunaspalabrasquemedijisteis alpresentarosenmicalabozo, enquemefigurémorir.MerecomendasteissilencioennombredeVioletaviva.
Carlos sedetuvomuypálido.Estapregunta lo atormentaba sindudadesdequesalierondelaBastillayhastaentoncesnosehabíaatrevidoaformularla.
—Sí—contestóelcaballero—.Ajuzgarporloqueheoído,Violetaestáviva.Elduquediounsuspirodealegría.—¿Qué ha sido de ella?—exclamó, confiando tal vez en que Pardaillán iba a
llevarloalladodelajoven.—Ya procuraremos saberlo en cuanto me hayáis explicado lo que es sucedió.
Peroantes,unaadvertencia.¿ConocéisalseñordeMaurevert?—LovienOrleánscuandopasóGuisa.—Pues bien, si alguna vez veis a ese hombre, dondequiera que sea, tratad de
apoderarosdeél.—Bueno.Unaestocadaobienunapuñalada,¿noesasí?Yaséqueloodiáis.—No, no—dijo Pardaillán con singular sonrisa—.No lo hiráis, porque quiero
tener laoportunidaddedecirledospalabras antesdequemuera.En fin, si loveis,cogedlovivoy traédmelo.Ysideaquí a entoncesnohemosencontradoaVioleta,tened la seguridaddequeMaurevertnosdará indicacionespreciosas.Esnecesario,pues,encontraraMaurevert.
Carlos se preguntó qué relación podría haber entre Maurevert y Violeta.Pardaillán se guardó muy bien de contarle lo queMaurevert le había dicho en el
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calabozo,oseaquesehabíacasadoconlagitanilla.—Pero, en fin —repuso Carlos—, explicadme, en primer lugar, por qué me
citasteisenlaiglesiadeSanPablo.—¿EnSanPablo?—Sí,endondedebíaisesperarmeconFarnesioymaeseClaudio.—¿El príncipe Farnesio y maese Claudio?—repitió Pardaillán—. ¡Ah, ya!—
añadió recordando que Maurevert había pronunciado esos dos nombres en elcalabozo.
—¿DemodoqueyodebíaesperarosenSanPabloconFarnesioyClaudio?¿Ydecísqueosdicita?
—PormediodelaseñoradeAubigné,quemevinoaverdepartevuestra.Entonces Pardaillán reflexionó acerca de lo que le había dicho Maurevert; es
decir, que Farnesio y Claudio estaban encerrados en el palacio de la Cité ycondenadosamorirdehambre.CarlosdiocuentadelavisitaquehabíarecibidoyloqueacontecióluegohastalaescenanocturnaenSanPablo.
—Muy bien —dijo Pardaillán que había escuchado atentamente—. Ahora,monseñor,voyadecirosdoscosas:LaprimeraesquenohepodidocitarosenunióndeFarnesioyClaudio,porquenohevistonuncaaesteúltimo,ydesdelaescenadelaabadíadeMontmartre,nohevueltoaveralpríncipeFarnesio.Todoellosincontarquedoshorasdespuésdehaberosdejadofuipresoen«LaAdivinadora».
—¡Oh!—exclamóCarlos—.Hesidovíctimadeunengañoymehanatraídoaunatrampa.
—Lasegunda—continuóPardaillán—esqueladamaenmascaradaydisfrazadadecaballeronosellamalaseñoradeAubigné.
—¿Puescómo?—exornóCarlossorprendido.—¡Fausta!—¿Fausta?—¿No conocéis ese nombre? Paciencia. No tardaréis en conocerlo bien, y en
apreciarenloquevalelaextraordinariamujerqueasísellama.—Pero,enfin,¿pertenecealafamiliadeAubigné?—No,sinoaladelosBorgia.¿Habéisoídohablardeéstos,monseñor?—¡Ay,Pardaillán!Enmipropiafamiliahayunamujermásfunestaquelacélebre
Lucrecia,pueslamadredeCarlosIXyEnriqueIII,sellamaCatalinadeMédicis.—Sí, ciertamente.La granCatalina es unabribonade cuerpo entero.Ypormi
parte he podido admirar de cerca a ese genio sombrío. Añadiré que desde lapenúltimanocheenquerecibíenmicalabozounaagradabilísimavisita,hacrecidode talmodomiadmiraciónporCatalina,quenodescansaréhasta reunirmecon tanilustrepersona.
—¿Quéhabéisaveriguado?¿Quéoshahecho?—preguntóCarlosconasombro.—Mehahecho…peronosetratadeello.QueríadecirosqueCatalinadeMédicis
esunacolegialaalladodeladescendientedelosBorgia.TenedcuidadoconFausta,
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monseñor.Noveo todavíacuáles suobjeto,aunqueheadivinadounapartede susesperanzas.Peroloquecomprendobien,auncuandohacepocosdíasquenoloveíaclaro, es el rapto de Violeta por Belgodere. El que Violeta haya sido llevada alsupliciobajoelnombredeunaFourcaud,esobradeFausta.
—En tal caso, ¡desgraciada de ella! —exclamó el duque de Angulema—.Pardaillán, es preciso encontrar a la tigresa, aun cuando debiera ahogarla conmismanos…
—¡Paciencia!Tal vez la hallaréis antes de lo que os imagináis.Tened cuidado.Porlavisitaqueoshahechoyellazoqueoshatendido,yapodéiscomprendercuánastutaes.
—¡Aunquemecuestelavida!—exclamóCarlos.—¡Pardiez!Sisólosetratasedemorir,seríafácil,perosetratadevivirydehacer
lavidaagradableavuestraamada.—Esverdad.—YparaellobastaquenosapoderemosdelseñordeMaurevert.—¡Oh,Pardaillán!Mirazónseextravía,¿quétienequeverentodoesoelseñor
deMaurevert?Elcaballeromiróconlástimaasujovencompañero.—¡Pobremuchacho!—añadióparasí.¿Quédiríasalsaberquetuprometidaesla
esposadeMaurevert?Digo—añadióenvozalta—queesnecesarioapoderarsedeMaurevert, porque es el auxiliar de lasmaquinaciones de Fausta. Por él sabremosmuchascosas.UnavezMaurevertennuestropoderhabremosprivadoaFaustadesumanoderecha.
—¿PorquénoatacardirectamenteaFausta?¿Acasonoveis,Pardaillán,quenopuedovivirasí?
—Dejadmehacer—dijo—.Yasabéisque todo tiene remediomenos lamuerte.Violetaestávivayheaquítodoloquenosimportasaber.EncuantoaFausta,pensadquesoisunodeaquéllosenquienessehafijadosumiradamortal.Tenedcuidado;noadivinoel interésquepuede tenerpersiguiendoaVioleta,peronodudéisdequesisabe que amáis a esa joven, y lo sabe sin duda alguna, os perseguirá comomehaperseguidoamíyhaperseguidotambiénaFarnesioyaClaudio.
—Pero¿tantoeselpoderdeesamujer?—preguntóCarlos.—Esmás reina en Francia que Enrique III. Reinamás en París que elmismo
Enrique de Guisa. Éste obedece todos sus mandatos. Es más que el jefe de laasociacióndelaLiga.Eselalma.HatrastornadoelreinoyserácapazdetrastornarParís para apoderarse de vos si se lo propone. Al lado de la inteligencia y de losrecursosdeestamujernosonnadalosvenenosdelosBorgiaydelosMédicis.Tieneunejércitoytribunalespropios.Millaresdeespíassuyosrecorrenelreinoylaciudady,enunapalabra,estáenteradade todoabsolutamente.Paraherira losquesonunobstáculoasumarcha,desdeñaelvenenoyelpuñal.Encambioempleaotrasarmasmás poderosas; la justicia y la religión. Monseñor, guardaos de los jueces y los
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sacerdotesdeFausta.ÉstoshacenydeshacenmatrimoniosysusjuecesseapoderandesusenemigosparaecharlosalaBastillaoalcadalso.
—Cuantomedecíspareceincreíble.—Pensar en Enrique III echado de París. Pensar en la hoguera para Violeta.
Pensadenquenosotrosmismos,nohacedoshorasqueaúnestábamosenlaBastilla.PensadenmaeseClaudioyenelpríncipeFarnesio.
—¿Quéhabrásidodeesosdosdesgraciados?—Yolosé,graciasalaagradabilísimavisitaquetuveenmicalabozo.—Pardaillán—exclamóCarlos—.Esnecesariolibertaraesosdoshombres.Uno
eselpadredeVioletayelotronoséquées,peroVioletaloama.¿Dóndeestán?Silosabéis,decídmelo.
—Están ahí—dijo Pardaillán señalando una casa ante la queCarlos se detuvoestremeciéndose.
Hacíaalgunosminutosquehabíanentradoen laCité.El jovenduquesevioenpresenciadealtosmurosagrietados,queformabanunafachadasombríaymuda,conuna puerta de hierro y pocas ventanas, todas cerradas, como si la casa estuvieraabandonadadesdemuchotiempoatrás.
—¡Oh!—exclamóCarlos—.Ningunaprisióntieneaspectotanseveroysiniestro.¿Quécárcelesésta?
—EselpalaciodeFausta—contestóPardaillán—.Llamadaesapuertadehierro—añadiófríamente—ydentrodediezminutosestaremosencompañíadeClaudioydeFarnesio,quesemuerendehambre.
—¿Dehambre?—balbucióCarlossecándoseelsudordelafrente.—Sí; por lomenos asíme lo contó el queridísimo amigo queme visitó en el
calabozo.—¿Quiénera?—Maurevert. Pero eso me recuerda que me muero de hambre. He aquí
precisamente,alladodelacasaenquesemuerendehambre,otraenquesecomeysebebe.
Carlosmiró laposadaque leseñalabaPardaillán.Teníamuyagradableaspecto.ElcaballerorecordóperfectamentequelanocheenqueentróenelpalaciodeFaustaconunamujerdesvanecidaenbrazos,lanocheenquecelebróconladueñadelacasaaquellaconversaciónqueterminóenpelea,recordó,repetimos,quehabiendoentradopor la puerta del palacio, pudo huir por la posada. Había, pues, seguramentecomunicaciónysindudarelacionesentreelsiniestropalacioylagraciosahostería.
—¡Pardaillán!—dijoCarlos—.Yono tengo hambre.Es preciso libertar a esosdosdesgraciados.
—Puesprecisamenteporesovamosacomeralaposadadel…del…Veamoslaenseña…Entremos—dijodepronto.
Ysedirigióhacialaposadaque,segúnrezabalaenseña,pertenecíaaPaquitay«LaRoja».
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Enelmomentoenqueibanafranquearlapuertaaparecióunpregoneropúblicoescoltadoporcuatro soldadosyque tocódosvecesen su trompeta.Auncuandoelbarrioestababastantedesierto,acudieroninmediatamentegrannúmerodecuriososyde comadres que rodearon al pregonero. En el umbral de la posada aparecieronsoldados,estudiantesymujeres.
—Escuchemos —dijo Pardaillán—. Los pregoneros dicen a veces cosas muycuriosasyéste,segúnveo,vaescoltadoporcuatrosoldadosquellevanlasarmasdenuestroamadoduquedeGuisa.
Cuandoelpregonero juzgóqueestabarodeadodebastantegente,empezó,noaleer,sinoarecitarenaltavozunbandoque,sinduda,habíaaprendidodememoria.Apesardeellollevabaenlasmanosunpergamino.
Nos, maese Guillermo Guillaumet, pregonero público de la ciudad deParís, por orden expresa de monseñor el duque regente de la ciudad, enausenciadeSuMajestadelRey:
—¡VivaGuisa!¡MueraHerodes!—interrumpiólamultitud.
Segúnlaordenaquípresente,firmadaporsumanoyselladaconsuselloducal,hacemossaberatodoslospresentes,ordenándolesquelorepitanalosnopresentes:
El señor de Pardaillán, antes conde de Margency, es declarado felón,traidoryrebeldealosinteresesdelaIglesiaydelaSantaLiga.
Ordenamosatodoslosfielesservidoresdelafeeclesiásticaolaica,queseapoderendedichoseñordePardaillán,yloentreguenalOficial.
Quesinopuedenentregarlovivoloentreguenmuerto.El citado señor de Pardaillán es de mediana estatura, más bien alto,
ancho de espaldas; viste traje de terciopelo azul y sombrero con pluma degallo.Llevabigoteybarba, tienelafrenteancha, losojosclarosyelrostroinsolente.Conestasseñalesnadiepuededejardereconocerle,cualquieraqueseaellugarenqueseoculte.
Manifestamosademásyprometemos:Que se entregará una suma de cinco mil ducados de oro a cualquier
eclesiástico o seglar, hombre o mujer, que prenda vivo al citado señor dePardaillán o presente su cabeza, ya sea alOficial o al gran preboste, o acualquieroficialdejusticia.
MaeseGuillermoGuillaumetsoplóunavezensutrompaparadaracomprenderquehabíaterminadoelpregón.
Ylamultitud,asombradaporlapromesadecincomilducadosdeoro,unafortuna
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considerable,olvidógritar:¡VivaEnriqueelSanto!¡VivaelsosténdelaIglesia!El pregonero se alejó seguido por varios curiosos que querían oír de nuevo la
mágicapromesadecincomilescudosdeoroyyabuscabanmentalmenteelmediodeganaraquellafortuna.
Enlasalacomúndel«BrochedeHierro»enqueentraronCarlosyPardaillán,elprimerolívidodeespantoyelsegundomuytranquilo,nosehablabadeotracosaquedel pregón. Las preguntas y las respuestas se cruzaban y siempre, como unencantadorestribillo,serepetíalafrasedeáureoson:
—¡Cincomilducadosdeoro!Pardaillán atravesó tranquilamente la sala común, y se dirigió a un gabinete
aislado que recordaba haber franqueado de un salto la noche de la algarada delpalaciodeFausta.Queríaacercarselomásposiblealapuertadecomunicación.¿Perodóndeestabaésta?Sesentóanteunamesayalamujerquefueaenterarsedeloquedeseabanaquelloshidalgos,lecontestó:
—Comer.ElpregóndelseñorGuillaumetmehaabiertoelapetito.Diezminutosmástarde,unatortilladeliciosamentedoradaexhalabaanteellossu
aromáticoperfume.Pardaillánladespachóenpocosbocados.Luegoatacóunguisadode anguilas, del que no dejómás que el plato. Además declaró la guerra a ciertocapónquelahuéspedareputóporsuperioralosdeMans.Todoellofueregadoconalgunas botellas de un vinillo de Saumur picante como el champaña. Sin perderbocado,Pardaillándecíadevezencuandoalduque:
—Comed,caramba.Hacéiscaradecuaresma.Cualquierasefiguraríaquetenéislaconcienciallenaderemordimientos.¿Noescierto,amablehuéspeda?
Ésta,queeraunamujerdepelorojoque,sinduda,habíasidomuybonitaenlostiemposdesujuventud,acababadedejarungranpotesobrelamesadiciendo:
—Sonmelocotonescocidosconvino,azúcarycanela.Undeliciosopostrequeesinvenciónmía.
—Se ve que sois tan inteligente como hermosa—dijo Pardaillán—. ¿Cómoosllamáis?
—«LaRoja»,caballero,paraserviros.Enaquelmomentoentróunjovenvestidodenegro,ysesentóaunamesavecina.
Susojosnegrossefijaronenelcaballeroconextrañaatención.—Yporestarazón—continuóPardaillán—osadvierto,señora«Roja»,queme
instalo envuestra posaday nomemuevode ellamientras quedeun escudo enmicinto.¿Haybuenascamasaquí?
«LaRoja» hizo un esfuerzo para ruborizarse, pero debemos confesar con penaque no lo consiguió.Luego se acercó al joven vestido de negro y le preguntó quéqueríabeber.
—Elmismovinoqueestosseñores—dijoeldesconocido.EntretantoCarloscontemplabatristementeaPardaillán.—¡Por Dios! —exclamó Pardaillán viendo volver a «La Roja»—. Cualquiera
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creería que tenéis un crimen en la conciencia,mi querido compañero.No podríaisestarmástristesifueraisesePardaillán,acuyacabezaacabadeponerprecioelseñorpregoneropúblicodelaciudaddeParís.Ybonitoprecio,afemía.Cincomilducadosenoro.¡Cáspita!QuisieraconoceraesePardaillán.
Entonces«LaRoja»,poniéndoseseria,dijo:—Puesyoleconozco.Carlos se estremeció y Pardaillán al notarlo le dio un pisotón por debajo de la
mesa.—¿Deveras?—dijo.—Sí,señor,leconozco—repitió«LaRoja».Pardaillánsevolvióhaciaellay,mirándola,ledijo:—Describídmelo,puestengoganasdeganarloscincomilducados.—Pues yo apuesto diez ducados a que vos lo conocéis también —dijo con
tranquilidadeldesconocidodesdesusitio.
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LI-EnquePardaillándescubrequelahuéspedaesmásbonitadeloqueparece
PARDAILLÁN dirigió unamirada de soslayo a su espada para asegurarse de queestaba al alcance de sumano, luego hacia la puerta para ver si sería posible salirrápidamente en casonecesarioypor fin al desconocidoque acababadehablar así.Pero el joven dejó caer su cabeza sobre el pecho, y lejos de parecer que quisierasostenerlaapuestaquepropusieraseabsorbióenprofundameditación.
—¿Demodo,caballero—preguntóPardaillán—,queleconocéis?—Sí,señor—contestóeldesconocido.—Yotambiénleconozco—dijoenaquelmomentounavozdulce.Yunamujerquepocosmomentosanteshabíaentradoenelgabineteavanzóhasta
apoyarseenelbrazode«LaRoja».Pardaillánseechóareírnerviosamente.EncuantoaCarlosdeAngulemahabía
desenvainado la dagapor debajo de lamesa y se preparaba a vender cara su vida,pues no dudaba de que Pardaillán había sido reconocido. La sala principal de laposada estaba llena de soldados a los que, sin duda, había prevenido lamujer queacababa de entrar. Era, pues, indudable, que el ataque iba a tener lugar enseguida.Carlos,conladagacogida,sevolvióhaciaeljovenpálido.
—Loqueeséstepuedecontarseentrelosmuertosencuantonosataquen—pensó—.¿Enquéavisperonoshemosmetido?
Peroeldesconocidodelrostropálido,parecíaestarmásmeditabundoquenuncaysehubierapodidocreerquehabíaolvidadoaPardaillán,elcual,comohemosdicho,seechóareír.
—¡Caramba!—exclamó—.¿Acasoloconocetodoelmundo?—¿Noesciertoqueloconocemos,Paquita?—preguntó«LaRoja».—Sinduda—contestólainterpelada.—Puesdescribídmelo—dijoPardaillán.—Si es para ganar los cincomil ducados, no contéis con nosotras—dijo «La
Roja».ElasombrodePardaillánllegóasucolmo.—¡PorBarrabás!—sedijo—.¿Acasosueño?Bueno,sentaos—dijoenvozaltaa
lasdosmujeres—,no tengodeseosdeganar loscincomilducados.Y lapruebaesqueaquívandiezparacadaunadevosotras.
Yuniendolaacciónalaspalabras,pusosobrelamesaveinteducadosdeoro.«LaRoja» y Paquita abrieron los ojos llenos de asombro.Aquella nunca vista
generosidadlashizopalidecer.¡Veinteducados!—¡Cogedlos, pardiez!—exclamó Pardaillán señalando los dos montoncitos de
oro—, pero en cambio contadme cómo habéis conocido a Pardaillán. Una buenahistoriadespuésdecomeryavalelosveinteducados.
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Lasdoshosteleras sehicieron seña con el codo, se interrogaron con lamirada,tomaron el oro que se les ofrecía y se sentaron. Para éstas Pardaillán era algúnpríncipedisfrazadoyestabanconvencidasdequeibanarealizarunbuennegocio.
—YaqueVuestraAltezaledesea—exclamó«LaRoja».—Sí,miAltezalodeseayloexige—contestóPardaillán.—PeronodaremoslasseñasdelcaballerodePardaillán.—Nosonnecesarias.—Puesbien,señor,hemosdeempezardiciéndoosqueestaposadaladebemosal
caballerodePardaillán.—¿Demodoquenoesmásquecaballero?—preguntóPardaillán.—Nada,más,peroporsuvalorynobleza,mereceríasermarquésopríncipe,¿no
escierto,Paquita?—Esverdad—contestóésta.—¡«LaRoja»!¡Paquita!—sedijoelcaballerotratandoderecordar.Peroapesardesusesfuerzosnoloconsiguió.—Ellosucediólanochedel24deagostode1572.—Lanocheenqueempezaronamatarherejes—añadióPaquita.Pardaillánsepusopálido.—EnaquellaépocaconocíamosaunamujerllamadaCatho.Elcaballerosesintióconmovidoaloírtalnombre.«LaRoja»continuó:—Amábamos a Catho como a una hermana, y Catho amaba al caballero de
Pardaillánsinhabérselodichonunca.NosotrashabríamosmuertogustosasporCatho.Yéstaasuvezporelcaballero.Lapruebaesquesehizomatar,comoyaveréis.
—¡Ah,sehizomatar!—murmuróPardaillánconroncavoz.—Sí.Perovolvamosalcaballero,asícomoasupadre,unviejoaquienmeparece
vertodavía,alto,seco,delgado,conunacaraterrible.LosdosestabanencerradosenelTempleycondenadosaunsupliciodelquenopodéisformarosidea.Parecíaqueloshabíanencerradoenunajauladehierrocuyasparedesmovibles,alacercarseunaaotra,debíanaplastarlos.
—Es cierto —murmuró Pardaillán, que ante aquel recuerdo sintió que se leerizabanloscabellos.
—¿Cómo lo supo Catho? Lo ignoramos. Pero amotinó a todas las rameras deParís.
Pardailláncerrólosojos.Unsuspiroprofundohinchósupecho.Lahorapresentedesaparecióparaél,yencambiorevivióelpasado,laterribleescenaevocadapor«LaRoja».Desaparecíatodoloquelerodeaba,yvionuevamenteaCathoquemurióporsalvarle. Volvió a contemplar las horrorosas escenas que se desarrollaron en Parísaquellanoche,yprosiguiendolasucesióndelosrecuerdos,contemplónuevamenteelataque del palacio deMontmorency, y lamilagrosa salvación deLuisa y Juana dePiennes.
Abrióentonceslosojosy,alverlos,lasdosmujeressintieronmiedo.Elcaballero
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seechóareírydirigiéndosealjovenvestidodenegro,ledijoconvozextrañaqueaélmismoloasombró:
—¡Eh,caballero!¿Queréisganarosloscincomilducadosdeoro?Eldesconocidolevantólacabeza,yyendoasentarsealladodePardaillán,dijo:—No, caballero, porque antes de denunciaros y entregaros, me arrancaría la
lengua.¿Loentendéis,señordePardaillán?Al oír este nombre, «LaRoja» yPaquita profirieron un grito y la última fue a
cerrar la puerta del gabinete. Carlos, que se había levantado de un salto, volvió asentarse.Lasdosmujereslomiraronentoncesconlasmanosjuntasymurmurando:
—¡Esél!Todaestaescenatuvoladuracióndeunrelámpago.—¿Quiénsois,caballero?—preguntóPardaillán—.¿Porqué,conociéndome,no
obedecéislaordenquehanpregonado?—Mirad a esas dosmujeres, señor de Pardaillán—contestó el desconocido—.
Paraellascincomilducadosseríaunafortuna,pero,noobstantepreferiríanmoriraentregaros.
—Escierto,yesoporquetodaslasgenteshumildesloamábamos.—Nuncatuvounapalabradedesprecioparalapobrerameraquedurantelanoche
searrastraporlasnegrascallesenbuscadeunpedazodepanacambiodelamorqueofrece—dijo«LaRoja».
—Yporque,muchasveces,suespadahizohuiralosdelarondaquesellevabanaunapobremujeralacárcel—dijoPaquita.
—Catho también lo adoraba por su bondad. Por esta razón nos reunió a todas,viejasy jóvenes,paraquefuéramosa libertarlo.Yahora,caballero,osaseguroquesoyfelizdehabersidounadelasquecontribuyeronasalvaros,porque,porvuestracara,veoqueseguíssiendoelamigodetodoslosquelloran.
Pardaillánmiróa«LaRoja»,queparecíahaberse rejuvenecidoy transfigurado:Lavieja rameraestabahermosacon lahermosuradelalma ignoranteysencilla.Lapobremujerllorabadealegríaydetristeza.
DealegríaporvernuevamenteaPardaillán,cuyorecuerdonolahabíadejadouninstanteydetristezaporelbandoquepocoanteshabíapregonadomaeseGuillaumet.
Y Pardaillán, al ver aquellas lágrimas, sintióse en extremo conmovido. Paraocultar su turbación vació el vaso de un trago y se echó a reír, no sabiendo quécontestaraaquellaspobresmujeres.Cogióunamanoa«LaRoja»yotraaPaquitaylasbesómuy respetuosamente, cosaque inspiró inmensoorgullo a aquellas pobresmujeres.
—Ahora a mi vez —dijo el joven vestido de negro— no os haré traición,caballerodePardaillán,ymataréacualquieraquesedispongaaentregaros.LoharéporquemellamoJacoboClementeysoyelhijodeAliciadeLux,alaquedirigisteispalabrasdeconsueloyosesforzasteisensalvardesutristefin.HesabidolaterriblehistoriademimadreporunacamareradeCatalinadeMédicis.Séqueéstatambién
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os persiguió como a mi pobre madre, pero no temáis; le reservo un suplicioespantoso,porqueconozcoelúnicopuntovulnerabledesucorazónmaldito.PorestarazónleheriréensuhijoyalheriraHerodes,nosolamentevengaréamimadreyavos,sinotambiéncontribuiréaqueserealicenlosproyectosdeDios,porqueDiosmehaarmadoconelpuñalvengador.
Dichasestaspalabras,yantesdequePardaillánpudierahacerungesto,antesdeque Carlos de Angulema hubiera podido preguntarse si aquel desconocido era unloco,JacoboClementesevolvióhacialasdoshosteleras,leshizounaseñamisteriosaydijo:
—Adiós,caballerodePardaillán.Seguidvuestroenvidiabledestino.Yyosigoelmío, que es espantoso.Ahora abridme la puerta de comunicación—dijo a las dosmujeres.
Éstashabíanobservadolaseñaconciertaturbación.Sedirigieronhaciaelfondodelaestanciayentraronenunasalavecina,seguidasporJacoboClemente.Volvieronunosinstantesmástarde.Durantesuausencia,PardailláncogiólamanodeCarlosdeAngulemayledijoenvozbaja:
—¡La puerta de comunicación! Es decir, el medio de llegar hasta Claudio yFarnesioytalvezhastaVioleta.
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LII-«Pipeau»,Graznido,Picuicycompañía
ELENCADENAMIENTOdeperipeciasdeesterelatonosobligaaretrocederadosdías atrás, es decir, al instante en que Pardaillán después de haber deshecho lasfortificaciones que construyera en el interior de «La Adivinadora», franqueaba lapuertadelacalleyserendíaalduquedeGuisa.EntoncesfuecuandoRosa,cayendoderodillas,murmuró:
—Esprecisosalvarlo.FuetambiénelmomentoenqueGraznido,despuésdesuheroicaluchacontraun
relojprimeroy luegocontraunperro,empezóadevoraralgunasde lasprovisionesque había en la cocina de «La Adivinadora», persuadido de que sus numerososenemigoshabíanemprendidolafuga.Enefecto,elsilencioquereinóenlacalleunavez los guardias se hubieron apoderado de Pardaillán, pudo hacerle creer que latranquilidadsehabíarestablecido.
Loscriadosdelaposada,varonesyhembras,quehabíansalidoalacalleparaverloquesucedía,yqueluegonopudieronentrarporquePardailláncerrólapuerta,loscriados,repetimos,volvieronalaposadaunavezelcaballerohubosalidodeella.Suprimercuidadofueeldeasegurarsedequesuamanohabíasidomuertaniheridaporelpeligrosotruhanohugonote,puesnosabíanapuntofijoquéeraeldetenido.PeroRosa les aseguró que no tenía otro mal que el miedo. En seguida subió a suhabitaciónysevistióconeltrajedeldomingo.Dejandolaposadaalcuidadodesuscriados,saliósindeciradóndeibaniaquéhoravolvería.
Loscriados,entonces,empezaronaproferirexclamacionesdesorpresaydisgustoalverelestadodelaposada.Lavajillaestabarotaycasitodoslosmueblesfueradelugaryalgunosdestrozados.
Emplearon almenosunahorapara ponerlo todo enorden lomejor que les fueposible.Luego,conobjetodeprepararlacena,tratarondeentrarenlacocina,peronolesfueposibleconseguirlo,pueslapuertaestabaatrancada.Porfin,reuniendotodassusfuerzas,consiguieronvencerelobstáculoqueseoponíaasuentradayentoncespudieron ver al gigantesco Graznido, que, con las piernas estiradas y la espaldaapoyadaenlapared,digeríasuvictoriaysucomida.
—¿Quiénsois?—preguntóelcocinero.—¿Quéhacéisahí?—añadióeldespensero.—¿Cómohabéisentrado?—terminólafregonaponiéndoseenjarras.—¡Bergantes!—dijoGraznidohaciéndolosretroceder—.¿Osatreveríaisaponer
lamanosobreunhombrequehaganadotresbatallas?—¡Ah!¿Erestúelqueechóporlaventanatodoloquehabíaenelcuarto?—Sí,yosoy—contestómodestamenteGraznido.—¿Túhassido,truhan?¡Ah,ladrón!¡Cogedlo!Graznido recibió casi inmediatamente algunos escobazos aplicados al principio
conciertavacilación.
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Sonrióamargamentecomohombreque renunciaa lucharcontra lamala suerte,perocomolosgolpes,queparabalomejorquepodía,erancadavezmásfuertes,susonrisaseconvirtióenunamuecayéstadegeneróenungritodedolor.Viendoqueelpobre diablo no hacíamás que agitar sus largos brazos y dar gritos lastimeros portodadefensa,susenemigosque,alprincipio,eranbastantetímidos,seconvirtieronenvalientesyluegoenrabiosos.Graznidoempezóasaltar,yporfin,observandoquelapuertaestabaabierta,salióalasalaprincipalseguidoportodossuscontrarios.Perono sedetuvoallíy echándosea la calle, empezóacorrer con tal rapidez,que todapersecucióneraimposible.
Cuandodespuésdedoshorasdecorrersedetuvoporfindoloridoycansado,vioque casi era de noche. Se guareció bajo un soportal y viéndose solo en elmundo,pobreymolido,lloró.
—¡Ah, maldita bravura! —pensó—. ¡Maldita la hora en que supe que eravaliente!¡Estabatantranquilocuandoeracobarde!¿Quéharéahora,pobredemí?
Una vez hubo exhalado estas quejas legítimas, divisó de pronto a sus pies unperroquejadeabasacandounalenguadeapalmo.Graznidoreconocióalperro.Erael de la posada. Pero como el animal no parecía dispuesto amorder, se bajó y loacarició,cosaqueelperroagradeció,agitandoelmuñóndesucola.Aquelperroera,enefecto,«Pipeau»quesalióde«LaAdivinadora»siguiendoaGraznidoy lohizoporqueunodelosescobazosdestinadosalhombreseextravióyfueacaersobreloslomosdelanimal,elque,porestarazón,ycreyendoquesuamahabíadesaparecido,cosa que le acarrearía una serie no interrumpida de bastonazos, huyó, como eranatural,encompañíadesucompañerodeinfortunio.
Graznido,juzgandoquesusenemigosestabandespistados,echóaandar.Elperrolosiguióconlacabezabaja.¿AdóndeibaGraznido?¿Adóndedirigíasuspasos?Nolosabía;marchabaalazar.
Graznidoy«Pipeau»pasaron juntosalgunashorasmuy tristes.Avecesveíansedetenidosenalgunaencrucijadaporuntruhanquelespedíalabolsaolavida,peroluegolosdejabapasaralconvencersedesumiseria.Otrasvecespasabaunapatrulladelarondaprecedidadeunalinterna.Deterrorenterror,alasdosdelamadrugadayenelmomentoenquelaluzdeunaventanailuminólacalle,Graznidodescubrióunagran puerta que le pareció apropiada para abrigar su sueño. Se Dirigió hacia ellapalpando,porquelastinieblas,unavezcerradalaventanaaquélla,eranprofundas.
Depronto«Pipeau»dioungruñidoyGraznidosintióquecogíansubrazotendidohaciaadelante.Yalmismotiempo,porterceraocuartavezaquellanoche,oyóqueledecían:
—¡Labolsaolavida!—¡Ah,mibuenseñor!Nohetenidonuncabolsayencuantoamividavaletan
pocoquenodaríaporellaunsueldo.—¡Graznido!—exclamólavoz.—¡Picuic!—gritóentoncesGraznido,reconociendoasucompañero.
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PicuicsoltóelbrazodeGraznidodiciendo:—¡Vayaunasuerteque tengo!Hacecuatrohorasqueestoyalacechoycuando
mefigurabaverveniraunburguésyganaraunquenofueramásqueunmiserableescudo,me encuentro con que el burgués eres tú. ¿Qué haces por la calle, a estashorasdelanoche?
—¿Y tú? —dijo Graznido tranquilizado y muy contento al encontrar uncompañerodemiseria.
—¿Yo?Buscandoaventuras.Estoysegurodequeeldiablomehaimpedidohacernadadeprovecho.DesdequeelseñordePardaillánfuearrestado…
—¿Cómo?¿Esedesgraciadoseñorhasidopreso?—VicómoselollevabanlosguardiasdelduquedeGuisa.—¡Ah,siyohubieraestadoallí!—Fueantelapuertade«LaAdivinadora».—¡Ah,siyohubieraestadoallí!—repitióGraznidoconmagníficoaplomo.—Alverlo—continuóPicuic—medijequemearrestaríanamí.Esperélanoche
ymedirigíalhermosopalaciodelacalledelosListados,endondehemosllevadotanbuenavida.
—¡Hombre! —exclamó Graznido golpeándose la frente—. No me habíaacordado.Vámonosallí.
—Espera. Encontré en la calle de los Listados y en las vecinas, grupos dehombres armados hasta los dientes, cosa que me dio a entender que tambiénprenderían aj compañero del caballero, es decir, al duque deAngulema. Entonces,viendoquecarecíadealbergue,salícomopudedeaquelavispero,yrecordénuestroantiguooficio.
—¿Dechantre?—preguntóGraznido.—No,detruhan.Pero¡malditoseaeldiablo!Nadieexceptotúsehaacercadopor
aquíyahorameestoymuriendodehambre,desedydefatiga.—¿Quéserádenosotros?—exclamóGraznido,sentándoseenelsuelo.—Puesmira:ejercernuestroterceroficio.Eldejuglares.—¡Caramba!Esverdad.Estamossalvados.Picuicsequedósilencioso.Sucompañeroy«Pipeau»hicieronlomismoypoco
despuéslostressehallabanprofundamentedormidos.Asítranscurriólanoche;alamañana siguiente, pocodespuésde aparecer el sol, hallábanseya en la plazade laGrève, que era lamás concurrida por las gentes, pues nunca faltaba en ella algúnespectáculo digno de verse, ya fuese una feria o la ejecución de un condenado amuerte.
Como de costumbre, tal plaza estaba llena de gente y aquel día había másconcurrenciaquedeordinario,pueslosparisiensesestabaninquietosporsaberloquedecidiríasuídolo,EnriquedeGuisa.AdemáshabíasesiónpermanenteenlasCasasConsistorialesacausadelaeleccióndelosnuevosconcejales.Graznidosintiógrancontentoalvertantagenteydijo:
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—Hoy,amigo,vamosaganardinero.Pero Picuic movió tristemente la cabeza, como dudando de las buenas
disposicionesdeaquellamultitudparacontemplarelespectáculoquelosdospobreshérculesibanaofrecerles.Noobstante,tratódeatraerlaatencióndelosburgueses,yponiendosusdosmanosjuntoalaboca,imitóelsonidodelatrompeta,ejercicioenel cual sobresalía. Entre tanto Graznido entonaba a plenos pulmones una canciónguisardaenqueEnriqueIIIsalíamuymalparado.
Gracias al talento de Picuic, a la extraña voz de Graznido o también a lacacofoníaque resultabade aquellasdosvocesunidas, se formó inmediatamenteuncorro en torno de los dos parias. Su delgadez y la longitud extraordinaria de suscuerpos eran ya un espectáculo y como, por otra parte, la canción de Graznidoresultabaperfectamenteortodoxa,nofuenecesariomásparaexcitarlacuriosidaddelosespectadores.
—Burgueses,señoritas,marquesesypríncipes—dijoentoncesPicuicconsuvozdefalsete—.Llegoenlínearectadelreinode los turcosy losmoros,ymedirijoaEspañaparapresentarmeasureyquemeesperaencompañíadesucorte.Apeticiónuniversaldelosparisienses,heconsentidoendetenermeundíaenestailustreciudad.(Aquíuntrompetazoperfectamenteimitado).
«¿Yporquétehasdetenido?»,mepreguntaréis.Antetodooscontestaréqueparatenerelhonordecontemplaralgrandehombrecuyafamallegóhastaelfondodelosdesiertosenqueyovivía.¿EsnecesarioquenombreasuAltezaelduquedeGuisa?(Trompetazoyaplausosde los espectadores).Luego, unavez cumplido este deber,paramostrarosunserfabulosocuyaexistencianadiesospechabaantesdequeyolehubieraencontradoenlosmásremotosdesiertosdelaArabia.Eseanimalsepareceaunhombre,tieneojos,narizybocacomonosotros,peronoosfiéis.Esunanimaldeespecie desconocida. (Picuic cogió por el pescuezo a Graznido, que estabaasustado).Esteanimal,noblesseñoritasymagníficosburgueses,poseeunacualidadasombrosa.(Trompetazo).Nocomepannivino,nifrutas,ninadaparecidoaloquecomenloshombres.Tampococomehugonotes.(Risasyaplausos).Peroentonces,mepreguntaréis,«¿dequésenutreesteanimalárabe?».Éstaeslahoradesualmuerzo.Su almuerzo, señoritas y burgueses, se compone únicamente de guijarros crudos(estremecimiento de curiosidad) y para su comida no quiere tragar nada más queespadascrudas,sables,alabardas,puñalesyenfincualquiercosaqueseadeacero.(Trestoquesdetrompeta).Y¿quécuestaasistiralalmuerzodeesteanimalincreíble?Unnoble,mediréis.No.Unducado.Tampoco.Niundoblón,niunescudo,niunalibraniunsueldoparisis.Nocostarámásqueunliardounóbolo.Aelegir.
UnburguéscogiódosotresguijarrosylostendióaPicuicdiciendo:—Heaquíelalmuerzodelanimal.Picuictomólosguijarros,cogióporelcogoteaGraznido,ylepresentóuno.—Atención—gritó.—¡Perosiésosnosonnuestrosguijarros!—gimióeldesgraciadoGraznido.
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—¡Trágatelooestamosperdidos!—contestóPicuicenvozbaja.Ypresentóalabocadelanimalunapiedragrandecomounamanzana.—¡Trágatela!—vociferó.—¿Yqué?¿Noquierecomerelanimal?—gritólamultitudriendo.Graznido cerraba la boca y se defendía enérgicamente. En efecto, aquellos
guijarros naturales no tenían nada que ver con los de tripa que le hacía tragarBelgodere.Porfinlasgentesempezaronagritar.
Graznidotuvounainspiraciónyexclamó:—¡Notengohambre!—¡Haberlodichoantes!—contestóPicuic—.¡Ah,sinvergüenza!Nomeasombra
dequenotengahambre,porquesehacomidotodoslosguijarrosdelacarreteradeOrleánsquehemoscruzadoestanoche.Nohadejadoniuno.Señoritas,señores.Noosvayáis,porfavor.Vamosaenseñaros…
Pero los curiosos, irritados por no haber visto cómo Graznido se comía losguijarros,empezaronarecogertantoscomohallaronconobjetodelapidaralosdosinfortunados.Unguardiaexclamó:
—¡Leharétragarmisable!Hubo algunos empujones. Graznido, más muerto que vivo, emprendió la fuga
seguidoporPicuic, traselcual iba«Pipeau».EnpocosinstantesdesaparecieronlostresdelaplazadelaGrève.Apocosehallaronunoalladodelotroalaorilladelríoyseacusaronmutuamentedesudesgracia.
Picuic comprendió un poco tarde que sin los utensilios necesarios, tales comoguijarrosfalsos,sablesplegadizosyotrossemejantes,eraimposibledarespectáculosyganardinero.
Entonces trataron de mendigar. A este efecto Picuic sacó de los bolsillos unaúlcera,unallagasanguinolentaydosojosdeciego.Desgraciadamentelaúlceraylallagaestabanmuyestropeadasacausadelaprolongadaestanciaensusbolsillos.Losdosojosdeciegosehallabanenbuenestado.
—Bueno—dijo—.Túserásciegoyyomanco.Yretirándoseaun rincónsolitario, losdoshérculesse transformaron,Graznido
en ciego y Picuic enmanco. Para elloGraznido tuvo que aplicarse bajo los arcossuperciliares, dos trozos de tafetán artísticamente recortados, con algunos agujerospara ver claro, y pintados en la parte exterior de modo que imitaran a dos ojosblancossinmirada.Conelloestabaasquerosamenteciego.
Graznido ató al cuello de «Pipeau» un cordel, cogiendo con la mano el otroextremo.EncuantoaPicuicdoblósubrazoizquierdobajoel jubóny losujetóconuna ligadura de su invención y se convirtió en un manco bastante presentable.Nuestrosdoscompadresasícaracterizados,empezaronaandarlentamente.Graznido,elciego,seapoyabaenelbrazoderechodePicuic,elmanco,y«Pipeau»,fastidiadoybostezando,tirabaconfuerzadelcordel.
AcadadiezpasosPicuicsedeteníayconvozdoliente implorabaasí lacaridad
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pública:—¡Caridadparamipobrecompañerodearmas,cegadoporunarcabuzazoenla
cara en la batalla de Vimery, combatiendo al lado de Enrique de Guisa! ¡Caridadtambiénparamí,aquienuninfamehugonotedeNavarracortóunbrazoconungolpedeterciadoenlabatalladeCoutras!
—Medesgarraselcorazón—decíaGraznido,queyasefigurabahaberasistidoenrealidadalabatalladeVimery.
—¡Ay!—continuabaPicuic—.¿SeráposiblequedosvalientessoldadosdelgranEnriquetenganquemorirsedehambre?
Peroapesardeestasconmovedoraspeticiones,nopudieronrecogerotracosaquealgunos «Dios os ampare», lo cual es un alimento muy poco substancioso.Únicamentepor lanoche,mediomuertosdehambrey fatiga,cuandoyase sentíandesesperados, recibieron tres óbolos, dos liards, un pan de centeno y dos cebollascrudas.Los tresóbolosy losdos liards asegurabanbienomal el almuerzodeldíasiguiente.Elpanylascebollasfuerondevoradascondelicia.Peroencuantohubieronterminado esta comida, observaron que sólo eran dos, porque «Pipeau» habíadesaparecido.
—¡Ingrato!—exclamóGraznidopensandoenelmediopolloquedioalperroeldíaanterior.
El siguiente día fue para los dos infelices tan nefasto como el que acababa detranscurrir.Alastreintayseishorasdeestaexistencia,Picuiccomprendióqueestabadestinadoamorirdehambre.YanoerasombradesímismoyencuantoaGraznidoparecíahabercrecidoafuerzadeadelgazar.
Porlatardedelcuartodía,despuésdehaberimploradolimosnaytratadoenvanodedarunespectáculodeluchayaúnmásinútilmentedeatacaraunburgués,losdosinfelices,muertosdehambre,llegaronalapuertadeMontmartreenelmomentoenqueibaacerrarse,ycomoParíslesdabahorror,salieronalcampoysentándosebajounrobleempezaronalloraro,porlomenos,Graznidolloróporlosdos.
—¡Ypensar—selamentabaPicuic—quehacetanpocotiempoéramosfelices!¿Quién nos hubiera dicho que el hambre no tardaría en atormentarnos cuandoescoltábamosanuestrosamoshacialaabadíadeMontmartre?
Graznido,aloírestaspalabras,selevantó,dándoseunapuñadaenlafrente.—¡LaabadíadeMontmartre!¡Yonohabíapensadoenella!—¿Quéquieresdecir?—¡Quéestamossalvados!—¡PobreGraznido!Elhambretehatrastornadoeljuicio.Noereselprimero.He
vistoamuchosquedespuésdeunlargoayunodecíancosasextravagantes.—No estoy loco, Picuic. Digo que estamos salvados, porque en la abadía de
MontmartreestásorFilomena,¿comprendes?—Sí,yaveoqueestásdelirando.—¡No,porSanBenito!¿NosabesquiénessorFilomena?
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Picuic,conunamirada,seaseguródequepodíaencaramarseporelárbolencasodequesuamigosepusierafurioso.
—Filomena —continuó Graznido— es una muchacha fuerte, muy capaz deproporcionarcomidaybebidaadoshombrescomonosotros.Ven,vamosenbuscadeFilomena.
—¿Yporqué?¡Portodoslosdiablos!¿AcasoFilomenavaadarnosalojamientoycomida?—exclamóPicuic.
—Sí,loharáporquemeama—contestóorgullosamenteGraznido.—Nolocontrariemos—pensóPicuic,reuniéndoseasuamigo.Media hora más tarde los dos compadres llegaron juntos a la abadía de las
benedictinas,yrodeandoeledificio,entraronporlabrechaqueyaconocían.
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LIII-ElpalaciodeFausta
DEJAREMOSaesosdoscompañerosdeinfortunio,quepenetraronenelconventoen donde esperaban hallar albergue y comida gracias a la pasión que GraznidopretendíahaberinspiradoasorFilomena,yregresaremosalaposadadel«BrochedeHierro»enelmomentoenqueJacoboClementeentróenelpalaciodeFaustaporlapuertaquelocomunicabaconlahospedería.
Lashostelerasseapresuraronaobedecersuorden.Lo introdujeronenunagransalaadornadacon lujososmuebles,ydispuesta,en fin,con tal suntuosidad,quenohubierapodidosospecharseenlapobreposada.JacoboClementereconocióaquellasalayseestremecióalrecordarlaorgíaaqueunavezsevioatraído.Alasazónnosetrataba de ninguna orgía, sino de recibir las órdenes de Dios para el granacontecimientoquesepreparaba.
Jacobo Clemente había podido asombrarse. Era la segunda vez que iba a laposada del «Broche de Hierro», pero a pesar de la anomalía de que la posada secomunicaraconunpalacio,JacoboClementeapenassefijóenello,puesnoeramásqueunafuerzaimpulsadaporelamorquesentíaporMaríadeMontpensier.
Enlasaladelaorgíatuvoquerepetirlaseñaqueanteshiciera.—¿Nosabéisnadamás?—preguntó«LaRoja».—Estoesloquebastaparallegaraquí—dijoelfraile—,perocomoquieroirmás
lejos¡mirad!Y trazó en el aire una especie de triángulo. Al verlo, «La Roja» levantó una
cortinaydijodescubriendolapuerta:—Esaquí.¿Sabéiscómosellama?—Sí—dijoelfraile.Las dos hosteleras desaparecieron de la sala y la coboClemente llamó de una
maneraespecialalapuertaquelehabíanseñalado.Comosilohubieranesperado,lapuertaseabrióenseguida.JacoboClementeentró,viéndoseentoncesenunaestanciaalumbradaporunalámpara,auncuandoenelexterioreradedía.Sindudanollegabahastaallílaluzdelsol.Unamujervestidadeblancoysentadaenungransillónyasísumidaenlasombra,lehizoseñadequeseacercase.
—¿SoismicerJacoboClemente?—preguntó.—Sí,señora.—¿JacoboClemente,delconventodelosJacobinos?—Sí,señora,ysivengovestidodecaballeroesporquemeloharecomendadomi
prior.—¿ElreverendoBourgoing?—Sí,señora.—¿Ysabéisquiénsoyyo?—SupongoquesoislaprincesaFausta.—Enefecto—dijoéstaconsencillez.
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—Mireverendoprior,elvenerablepadreBourgoing,mehadichoquepodíatenerconfianzaenvos—repusoJacoboClemente.
—Así es —contestó Fausta con dulzura—. Podéis confiar en mí. Hablad sintemor.
—Yaveoquepuedohablarsinmiedo—contestóel joven—.Puesbien,señora,micorazónhaconcebidounproyectoterribleyloejecutaréauncuandomecondene.PerohepedidoalreverendopadreBourgoingquemeconcedieralasantaabsoluciónymehacontestadoqueparauncasotangrave,sólounapersonaenelmundopuedeabsolverporanticipado.Mehaaseguradoquevosmepresentaréisaesapersonaparaquepuedaoírmeensecretodeconfesión.
—Hablad,señorfraile—dijotranquilamenteFausta—,porqueoshalláisantelapersonaquepuededaroslaabsolución.
YentoncesFaustase levantómajestuosamenteapareciendoa losojosdelpobrefrailecomounserdotadodeextraordinariaautoridadypoderío.
Éstesesintióimpresionadoalverantesíalaterribleprincesa.MiróaFaustaynolareconoció.Vioqueaquelrostroantestandulceyfemenino,
eraalasazónradianteymajestuoso.Yentonces,comosusojossedirigieranporazarhacialamanodeFausta,viocongrandísimoasombroqueéstaceñíalasortijadelospapas.
—¿Quiénsois?¿AcasoelSeñorosenvíaamí?¿Soisunode losángelescomoella?
—Osequivocáis,señorfraile,nosoyunángel,perotenedporseguroquesoylaenviadadeDiosyqueÉlmehaconfiadolamisiónderestablecersuautoridadenestemundo.
—¿Quiénsois,pues?—preguntóelfraile.—Soy vuestra Soberana Pontificia—contestó Fausta conmajestuoso acento—.
SoylaqueelconclavesecretoeligióparacombatirladebilidadyastuciadeSixtoVyhevenidoaFranciaparadestruirlaherejía.
—¡Soberana Pontificia! —murmuró Jacobo Clemente—. El reverendo padreBourgoingyamehablóconpalabrasencubiertasdeesteextrañoacontecimiento,peromeparecióunafábula.
—¿Acaso la aparición del ángel es una fábula también?No dudesmás, fraile.Humilla tu cerviz ante la Santidad de Fausta I, del mismo modo que Fausta sehumillaantelagloriadelTodopoderoso.Hasvenidoaquíenbuscadeunaabsoluciónquesolamenteestadiestrapuedehacerdescendersobretucabeza.Yafindequenotengasdudaalgunasobretudestinooelmío,¡mira!
Faustamostróentoncesalfraileunpuñalquellevabaenlacintura.—¿Eselmismo?—preguntóFausta.—Sí—exclamósordamenteelfraile—.Yaveoqueestáisencomunicaciónconel
ángel.En aquel momento las tinieblas reinaron alrededor de Jacobo Clemente. De
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prontounaclaridadmuydulceiluminópocoapocoelfondodelaestanciayentonceselfraileviosurgirelángelque,comolavezprimera,teníalosrasgosfisonómicosdela duquesa de Montpensier. Jacobo Clemente tendió los brazos a la aparición. Elángel,entonces,seacercóaél,einclinándosemurmuró:
—Hoy,JacoboClemente,sabrásporquécaminollegarása la inmortalidad,a lagloria y a la felicidad en la tierra. La Soberana Pontificia está encargada de darteinstrucciones.Escúchala.
Inmediatamente el ángel se retiró produciendo en el fraile la ilusión de que sedesvanecía. Nuevamente hízose la luz en la estancia, y el fraile, fuera de sí, seprecipitó hacia el lugar enquehabía aparecido el ángel, pero nohabíamásque latapiceríaquecubríaun lienzodepared.Entonces levantóel tapizparaver sihabíasidovíctimadeunasuperchería,perotuvoquerendirsealaevidenciaporquedetrásnoviosalida.
—EnnombredelCielo,señora,¿habéisvistoalgocuandoestábamosaoscuras?—Señorfraile—dijoFausta—,reportaos,porquelaluznohacesadodebrillar.—¿Cómo?¿Nonoshemosquedadoaoscuras?—No,deningunamanera.—¿Ynohabéisvistouncuerpoaéreoanteestetapiz?—Anadiehevistosinoavos.—¡QuéDiosmeconservelarazón!—exclamóJacoboClemente.—Yaoslaconservarásilaponéisasuservicio.—¿Quédebohacer?—exclamóelfraile.—Sé—dijo Fausta— que recibisteis del ángel un puñal semejante almío que
acabodeenseñaros.ConéldebéisheriraValois.—¿Demodo—exclamóJacoboClemente—queestápermitidomataraunrey?—¡Quiénloduda,siestereyescriminal!—¿Yseréabsueltodetalpecado?—Yo os absuelvo —dijo Fausta, dando en el acto la bendición apostólica a
JacoboClemente,quelarecibióderodillas.—Soberana—dijo el fraile con temblorosa voz—.Dadme instrucciones. ¿Qué
debohacer?Faustalevantólamanoenquebrillabaelanillopontifical.—Pasado mañana —dijo— saldrá de Paris la gran procesión que debe ir a
Chartrespara llevaral rey lasquejasdelpueblodeParis.Formadpartedelcortejo.Nadie se asombrará de veros. Durante el camino procurad no llamar la atención.Confundíosmodestamente entre la multitud, rezad pensando que lleváis al mismotiempolapalabradeDiosylasalvacióndelanuevaIglesia.
—¿YunavezenChartres?—preguntóelfraile.—Me encontraréis allí para guiaros, a no ser que el ángel os haya dado
instrucciones.—¿Elángel?—murmuróJacoboClemente—.¿Lovolveréaver?
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—Asílocreo,perotalvezenformamaterial.ElfraileaquellavezmirócondesconfianzaaFausta,preguntando:—¿Cómo,señora?¿Conocéisesaformamaterial?—Sí,yporesoosdigoquesiveisalángelenChartres,será talvezqueallíse
hallaráladuquesadeMontpensier.Peroosadviertoquesielángelesdignodetodavuestraconfianza,encambiodebéisdesconfiardesuformamaterial.
—¿DesconfiardeMaría?—murmuróelfraile.—¿Nohatratadoyadeinducirosalpecadomortal?Recordadlasalaquehabéis
atravesadoparallegarhastaaquíytambiénloqueenellaossucedió.—Todolosabéis—exclamóelfraile.—PorestarazónosdigoquedesconfiéisdeMaríadeMontpensieryhedeañadir
queella…—¿Qué?—preguntóelmonjeconansiedad.—Queellatambiénosama.Elmonjedioungritoyarrodillándose,exclamó:—¡Meama!¿Desconfiardeella?¡Ah,no!Aunquemecondujeraalinfierno.Al levantarse vio con sorpresa que Fausta había desaparecido. En su lugar le
esperabaunamujersonrienteque,tomándolodelamano,locondujoanteunapuertaqueacababadeentreabrirse.
Elmonjelaatravesóyalhallarsedenuevoenlaposadadel«BrochedeHierro»habríapodidocreerquelosucedidoeraunsueño.Noobstante,saliódelaposadasinentretenerseenellaysealejórápidamente.
EnelpalaciomisteriosoFaustaseretiróporunapuertaquesedisimulabaenlaparedyordenóaunasirvientaqueacompañaraalfraile.
Entróenunaestanciavecinayallíencontróaunamujerquelaesperabasindudaconimpaciencia,porquealveraFausta,seadelantórápidamenteasuencuentro.Sielmonjehubieseestadoallíhabría reconocidoenseguidael trajede lanablancay loslargoscabellosdoradosdelángelqueselehabíaaparecido.Únicamentelasfaccionesdeaquelángel,degravesymelancólicas,habíansetornadoenalegresyrisueñasyelrostrodeladuquesadeMontpensierhabríainferidoungolpemortalalascreenciasdelfraile.
Seacomofuere,elángelavanzóhaciaFausta,éstaletomólasmanosybesándolaenlafrenteledijo:
—Soisrealmenteelángeldegraciaydebelleza,enlaterriblebatallaenquetodoestannegroytristeanuestroalrededor.
—¿De modo que se figura que soy un ángel? —preguntó la duquesa deMontpensier—.¡Pobrejoven!
—Sí,asílocree—continuóFausta—,peroseacercalaocasiónenquedeberéisdespojaros de esta personalidad —dijo Fausta—. Débil como sois, no podríaissostenerlopormástiempo.EnChartresosapareceréisalmonjeencarneyhueso,esdecir,convuestroverdaderonombre.
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—Lo prefiero—murmuró la duquesa—, y ya que ese joven se sacrifica paraofrecermelacabezadeValois,quierorecompensarlo.
—JacoboClementeformarápartedelaprocesión—dijoFausta.—Puesduranteelcaminoprocuraréirasulado.Iréapie,enpenitenciademis
pecadospasadosofuturos.Ydespuésdehaberhechounarápidagenuflexiónladuquesasealejóligeramente
yapocosalióporlapuertadehierro.EncuantoaFaustasedirigióalaestanciaquecomunicabaconlaposada.Allímurmuró:
—Lasuerteestáechada.EnriqueIIImorirá.Enaquelmomentounadesuscriadasentróyledijoalgunaspalabrasenvozbaja.
Faustahizoungestodesorpresa,perocontestó:—Hazloentrar,Myrthis.La criada salió para volver algunos instantes más tarde acompañando a un
hombrequeseinclinóanteFaustasinpronunciarunapalabra.—¡Cómo!¿Soisvos,señordeMaurevert?—dijoirónicamenteFausta—.¿Acaso
mitesoreronooshaentregadolascienmillibrasconvenidas?—Sí,señora.—¿Acasovenísapedirmevuestroempleodecapitándeguardiasque,sintiéndolo
mucho,nopuedodarosantesdeunmes?—No,señora.—Entonces,¿porquénoestáisenlaabadíadeMontmartre?—Voyadecíroslo,señora;monseñordeGuisaestácelosoymelohaprohibido.—¡Oh!—sedijoFausta—.Yoqueríadejarlavivir,perono tendrémásremedio
quematarla.—Como ya me conocéis, señora, supondréis que a pesar de la prohibición de
monseñordeGuisa,yoestaríayaenlaabadía,yapoderándomedemimujer,porqueloes,yhabríahuidoagrandistancia.
—Esoesloqueestabaconvenido—dijofríamenteFausta.—Sí,perohaocurridoalgoquemehaquitadolasganasdemarcharmesolo,sin
contarqueelduquemehaaseguradosuprotección.—¿Quéhasucedido,pues?—QueelseñordePardaillánsehaevadidodelaBastilla.Faustarecibiótanterriblenoticiaconlamayorindiferenciaaparente.Luegodijo:—¡PobreseñordeMaurevert!¿Quévaaserdevos?—¿Quéva a ser demí?—contestó suspirando condesaliento—.Yaos lo dije,
señora.EsprecisoquemeapoyeenmonseñordeGuisa.Somoscuatroactualmentequeodiamos a ese hombre.Guisa,Maineville,Bussi-Leclerc y yo, es decir, cuatroodiososilopreferíscuatromiedos.
—¿Miedos?Vamos,señordeMaurevert,Guisanotienemiedo.¿Osfiguráisquetodossoncomovos?
PeroFaustaexaminándoseinteriormentevioqueensualmahabíaalasazónun
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sentimiento antes ignorado. Elmiedo. Sin embargo,Maurevert no pudo traslucirloporelaspectodelaprincesa.
—Sí,señora—contestó—.Guisatienemiedo,comoBussi-Leclerc,Mainevilleyyo. Lo único que puede salvarnos, es unir nuestro espanto, para ser más fuertes.Todosnosotroshemosvistolamuertecaraacaraendistintasocasionesysiemprelahemoscontempladosonriendo.ElduquedeGuisa,señora,noshadicho:«CreoqueloscuatromoriremosamanosdelmalditoPardaillán».Encuantoamí,hacedieciséisañosqueloséynoespormiedoalamuerte,señora,porquenolatemo,sinoporqueparamíypara todos,Pardaillán representacosas formidablesdelpasadoyporesomientrasvivatenemosunporvenirterrible.
EntoncesMaureverthizoenpocaspalabraselrelatodelosucedidoenlaBastilla.FaustaloescuchócontranquilidadyMaurevertacabódiciendo:
—He aquí lo que he venido a deciros, señora, o sea que los cuatro nos hemosunidoparacombatiralenemigocomúnyporestarazónnopuedoentretenermeenlaabadíadeMontmartre.ElduquepartehaciaChartresylostresloacompañamos.
—No estámal—dijoFausta—.Ydesde que ese hombre se ha escapado de laBastilla¿quéhabéishechoparacogerlonuevamente?
—Hemospuestoprecioasucabeza.Ofrecemoscincomilducadosdeoro,perono tenemos ninguna esperanza. Sin duda ha salido de París a primera hora de lamañana. Lo han visto ir hacia la puerta de San Antonio. Hemos lanzado algunoscaballerosensupersecución,perohasidoinútil.
—Volved al lado del duque —dijo entonces Fausta—. Nuestros proyectosparticulares, señor de Maurevert, los realizaremos cuando, con ayuda de vuestrosamigos,hayáistriunfadodelenemigo.
Maurevertseinclinóysedirigióhacialapuertaporlaquehabíaentrado.—No—dijoFausta—,pasadporaquí.Y le enseñó la puerta que comunicaba con la posada. En el palacio de Fausta
habíaelprincipiodequeduranteeldíasevieranentrarosaliralmenornúmerodegentesposible.
Maurevert,despuésdesaludaraFausta,salióysehallóentoncesenaquellasalasuntuosa de la posada que parecía ser una prolongación del palacio.La atravesó yllegóaungabinete enelmismo instante enqueentrabaporotrapuertaunade lashosteleras. Paquita, al divisar a aquel extraño, cerró la puerta con viveza comotemiendo que Maurevert pudiese ver a las personas que estaban en el gabinetecontiguo.MaureverthabíallegadoyaalasalaprincipalycomoPaquitalepreguntasequé deseaba, se dio cuenta entonces de que se hallaba en una posada. Moviónegativamentelacabezaysalió.
—Es un loco —pensó Paquita que tomando una botella de Saumur entró denuevoenelgabinetededondehabíasalido.
—Hetenidomiedo—dijoalentrar.—¿Dequé?—preguntóPardaillánburlonamente.
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AquellaspersonasaquienesMaureverthabíaestadoapuntodever,cosaquenoconsiguió,graciasaPaquita,eranPardaillányCarlosdeAngulema.
—¿Dequé?—repitióPardaillán.—Deunhombre siniestroquenomehacontestadoaningunademispalabras.
Diossabesiandabuscándoos.—Quebusque—dijoPardaillán.Ycontinuandolaconversaciónquehabíainterrumpido,añadió:—Así,mis queridas «Roja» y Paquita, no sois aquí las dueñas del «Broche de
Hierro»sinoenrealidadlasservidorasdeunadamamisteriosa.—Diososguardedeconocerla—dijo«LaRoja».—No somos sus servidoras —dijo Paquita—. He aquí lo que pasó. Al día
siguientedeabrirestaposada,sepresentóuncaballerovestidomagníficamentecontrajenegro.Teníaelaspectomuytriste¿noescierto,«Roja»?
—Es verdad.Monseñor Farnesio era a la vez el caballeromásmagnífico y elsacerdotemáslúgubrequeexiste.
—¿MonseñorFarnesio?—exclamóCarlosdeAngulema.—Asísellamaba,comosupimosmástarde.Segúnpareceescardenal.Enfin,nos
propuso ayudamos en nuestro comercio y nos pagó ochomil libras, que es lo quehabía costado la posada. No contento con esto, nos aseguró darnos seiscientosescudosacadaunadenosotrassiqueríamosalquilarleaperpetuidadunasalaenelfondodelaposada,ypermitirqueseabrieraenaquéllaunapuertaquecomunicaracon la salavecina.Comoesnatural, aceptamosesasproposiciones.Entoncesaquelhombrenosexplicóloquesuamaesperabadenosotras.Amueblaronmagníficamentelasaladel fondoy,devezencuando, tuvieronallí lugarmaravillosasorgías.Otrasveces entraron algunas personas a las cuales no hemos visto más. Cuandodescubrimosquesucedíanallíextrañascosasyqueestaposadaera,enrealidad,unanzuelo, para atraer a ciertas personas, nos arrepentimos, pero ya era demasiadotarde.Yademás¿quénosordenaban?Sencillamenteconduciralasaladelfondoalaspersonasquenoshicieranlaseñaconvenida.
—¿Igual a la que os ha hecho ese joven? —preguntó Pardaillán aludiendo aJacoboClemente.
—Lamisma. Por esta razón, en cuanto nos hacen esta seña introducimos a lasgentesenlasala.Porlodemás,nosabemosloqueallísucede.
—¿Ynohabéistratadonuncadepenetrar?—preguntóPardaillán.—¡Oh,sí!—contestó«LaRoja»—pero…—¿Peroqué?—preguntóPardaillán.—Un día quisimos abrir, pero no nos fue posible. Entonces sentimos mayor
curiosidady«LaRoja»sedecidióallamaralapuertasegúnestáconvenido.—¿Cómosehace?—preguntóPardaillán.—¿Pero no sabéis, caballero, que hablando de esto arriesgamos la vida? ¿Qué
sucederíasicontestáramosavuestrapregunta?
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—Bueno,bueno,nohablemosmás.Continuad.—FuePaquita la que llamó—prosiguió «LaRoja»—y apenas lo había hecho
cuandoseabrió lapuerta.Demomento retrocedimos,pero luego, cobrandoánimo,nosatrevimosaentraryentonces lapuerta secerrópor sí sola. Inmediatamente seapagólaluzqueiluminabalaestanciaydandogritoscaminamoslasdosderodillas.Casi inmediatamente sehizounpocodeclaridaden laestanciaypudimosverdoscuerdas que colgaban del techo, con un buen nudo corredizo en los extremos.Comprendiendo que íbamos a ser ahorcadas, empezamos a llorar. Entoncesaparecieron dos hombres gigantescos, los cuales cogieron cada uno un nudocorredizoylospasaronalrededordenuestrocuello.
—¡Diablo!—exclamóPardaillán—.Vuestrasituaciónnoeraalegre.—Esverdad,señorcaballero.—¿Ycómoossalvasteis?—Yaloveréis—continuó«LaRoja»—.Unavezconlacuerdaalcuello,empecé
arezarparasalvarmialma.Dirigiendoluegounamiradaamialrededor,observéquelos dos gigantes habían desaparecido. Entonces, señor caballero, sucedió una cosaespantosa.MientrasyomirabaaPaquita,queestabablancacomounahojadepapel,sentíaclaramentequelacuerdaempezabaasubir.LlenadeterrormepuseenpieyPaquita imitómi ejemplo.Al advertirlo las dos proferimos un grito y tratamos dequitarnoselnudocorredizo,perofueimposiblelograrlo.Lacuerdasetendíacadavezmáshaciaeltecho.Yporfin,sintiéndonosyamedioahogadas,tuvimoslasuertedeveranuestro ladodosescabeles,de losquenosapoderamosparaencaramarnosenellos. Estábamos, pues, salvadas por espacio de tres o cuatro minutos, porque lasmalditas cuerdas continuaban subiendo.Cuando nuevamente llegaron a oprimirnosotravezelcuello,viendoqueyanohabíasalvaciónposible,empecéagritarpidiendoperdónyPaquitahizolopropio.Apesardequenohabíanadie,lasdosnocesábamosde pedir gracia, prometiendo a voces que otra vez no trataríamos de sorprender elsecretodelacasa.Lacuerdacontinuabasubiendoperodeprontosedetuvo.Entoncesoímosunavozquedecía:«¿Osarrepentís?».
—Sí,sí—contestamoslasdos.—¿Intentaréissorprendernuevamentelossecretossagrados?—¡Nunca,nunca!—Puesbien,Diososperdona.Idysedfieles.Entonces las cuerdas se aflojaron nuevamente y pudimos desembarazarnos de
ellas.Yomedesvanecíyalrecobrarelsentidomehalléenlaposadayanoserporeldolor que las dos sentíamos en el cuello, habríamos podido creer que todo fue unsueño.
—Heaquí loquenos sucedióporhaberqueridoentrar en esa casa—confirmóPaquita.
—Yyacomprenderéis—añadió«LaRoja»—quenohemostenidomásdeseosdeintentarlaaventura.
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—¡Caramba!—exclamóPardaillán—.Puestodoloquemehabéiscontadomedavivísimodeseodeiraverloquesucede.
Lasdosmujeressemiraronpalideciendo.—Tendréisunadesgracia—dijouna.—Guardaosbien—añadiólaotra.—¡Bah!Meparecequeexageráisunpoco.A la sazón, atardecía.En laposadahabíanseencendidoalgunasantorchasy las
lámparasdehierrosuspendidasdeltecho,despedíangrancantidaddehumo.Entre tanto, las botellas habíanse vaciado. «La Roja» y Paquita, que habían
participado de su contenido, no estaban con las cabezas muy seguras. Por muyacostumbradas que estuvieran a la bebida. Pardaillán, que era un bebedor terrible,habíaconseguidohacerlesperderlalucidezdeespíritu.
—Veamos¿quémecontestaríaissiospidieraquemerevelaseislafamosaseñal?«La Roja» y Paquita estaban casi borrachas, pero no habían perdido
completamente la razón. Al oír la pregunta de Pardaillán, «La Roja» preparó laretiradadiciendo:
—Vámonos, Paquita, a vigilar a nuestras criadas, que sin duda estáncarbonizandolospollos.
—¿Perodóndevais?—exclamóPardaillán.El duque deAngulema comprendió perfectamente la intención de Pardaillán y
yendohacialapuertalacerróparaimpedirelpasoalasdosmujeres.—Nohabéiscontestadoamipregunta—dijoelcaballerotranquilamente.—Señorcaballero—dijo«LaRoja»—.Yasabéisquemehebatidoporvosyhe
aquí a Paquita, que, como yo, arriesgó su vida para salvaros. ¿Queréis, pues, queahoranosperdamosyqueosdemosocasiónparaperderosvostambién?
—Laverdadesquemeconmovéis—dijoPardaillán—yreconozcoquesoyuningratodispuestoadarosdepuñaladassinomeindicáiscuantoantescuáleslaseñalconvenida.
Pardaillán sacó la daga. Las dos mujeres se miraron con desesperación y «LaRoja»balbucióporfin:
—Enlapuertadelasalahaycincoclavos.Bastacondarungolpesobrecadaunodeellosempezandoporelinferiordelaizquierda,ysiguiendohacialaderechaparaacabarporelcentro.Asíseabrirálapuerta.
Ycubriéndoseelrostroconsudelantalexclamósollozando:—¡Estamosperdidas!—Soisbuenasmuchachas—dijoPardailláncongrandulzura—.Yosruegoque
meperdonéissioscausoalgúnpesar.Vuestraposadavalepocomásomenosdedoceaquincemillibras.Así,pues,oslacompro.
Ydiciendoestaspalabrasvaciósobrelamesaelcontenidodesucintodecuero,haciendoseñaaCarlosque lo imitósinvacilar.«LaRoja»yPaquitaseconsolaroninstantáneamente al ver el montón de oro. De modo que si sus ojos continuaban
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llorando,laboca,encambio,sonreía.—Contodoeseoro—dijoCarlos—podréishuir.—¿Quénecesidadtenemosdeello?—¿Yanoosacordáisdelascuerdas?—dijoCarlos.—No,nolastememosporquejuraremosqueentrasteisconelcaballerovestidode
negroqueestuvoaquíyqueélsindudaosenseñóelmododeentrar.—¿Ysinooscreen?—Entoncesserátiempodepensarenlafuga.Pardaillán admiró la facilidad con que las mujeres resuelven los casos de
concienciayluego,seguidoporCarlosdeAngulema,sedirigióhacialasuntuosasalaque servía,pordecirlo así, de transiciónentre laposadayelpalacio.Sedirigió enlínearectahacialoscincoclavosdequelehablara«LaRoja»ydeacuerdoconlasinstruccionesrecibidasempezóagolpearlos.Alquintogolpeseabriólapuerta.
*****
DespuésdelapartidadeMaurevert,Faustasequedósolaenaquellaestanciaenquepermanecíadeordinario.Habíadespedidoasusmujeresque,deacuerdoconsuobligación,sehabíanpresentadoparadistraerla,yaseacantandootocandoellaúd.
FaustahabíarecibidoconextraordinariacalmalanoticiadelafugadePardaillán.Unavezsola,fueacerrarlaspuertas,bajólostapicesquevelabanlaluzdeldíaysesentóparareflexionar.
—Ese hombre me dijo que sería un obstáculo para mis proyectos. Cumple supromesaporquelogrécuantomepropuseantesdequeseinterpusieraenmicamino.¿Peroseráverdadqueelmaléxitodemisplanesesobrasuya?¿Noserámidebilidadla que prepara la ruina deGuisa, la de la Liga, de la nueva Iglesia y lamía? EseMaurevert—pensó—mehahabladodelespantoquesiententodos.¿Acasoestaríayotambiénasustada?
Yenefecto,sentíamiedo,auncuandolehabríasidodifícilprecisarsucausa.—Mi propia debilidad —se dijo— es la que hace su fuerza. Hay en mí un
sentimiento que no debería conocer. Yo debería ser la virgen inmaculada, nosolamentedecuerpo,sinodealmayyanolosoy.
Permanecióalgúnratopensativayluegocontinuódiciéndose:—Para ejecutar mi proyecto es necesario que, de nuevo, me apodere de ese
hombre.Cuandosedecíaestaspalabrasoyóquellamabanalapuertadecomunicaciónque
dabaalaposada.—¿Quiénpuedeser?—sepreguntó—.¿SeráGuisaoelfraile?Lapuertaseabríaautomáticamenteunavezhabíandado loscincogolpes,pero
Fausta podía impedir que se abriera oprimiendo un resorte que había en suhabitación. Al oír el cuarto golpe tuvo por un momento la idea de detener el
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mecanismo,pero,pensándolomejor,selevantópararecibiralinesperadovisitante.Fausta,alllegarantelapuerta,sequedópetrificada.Pardaillánestabaanteella.El
caballerosevolvióentoncesaCarlosdeAngulemayconextrañotonoledijo:—Monseñor,cuentoconvosparavigilaralpreso.—¿Quépreso?—pensóelduque.—Sidentrodeunahoranomehabéisvisto,matadlosinpiedadyluegoosdirigís
aChartresalgalopeparaavisaralrey.—¿Quétendréquedecirle?—sepreguntóestupefactoelduque.Su confianza en la fuerza y espíritu inventivo de Pardaillán era ilimitada.
Comprendióqueenaquelmomentojugabaunapartidaarriesgada.PorestarazónsedisponíaanoabandonaralcaballeroydiounpasoparaentrarencasadeFausta.
—Monseñor—dijo Pardaillán cogiéndolo del brazo—me habéis comprendido¿noescierto?
Y era tal el tono de su voz, que Carlos comprendió que la vida de su amigodependíatansólodesuobedienciapasiva.
—Tranquilizaos—contestó—.Si dentro de una hora no habéis vuelto,mato alprisioneroycoitoaavisaralrey.
—Muybien—dijoPardaillán.Ydejandodesujetarlapuertaéstasecerróconruidoasuespalda.Carlos, asombrado aúndehaber consentido en separarsedePardaillán, pegó el
oídoalapuerta,peronooyónada.ElcaballeroavanzóhaciaFaustasombreroenmanoyconrespetuosaactitud.—Señora—dijo—, ¿me perdonaréis por haber entrado en vuestra casa de esta
manerayatalhora?FaustasesentósincontestaryPardailláncontinuó:—Unaconversaciónentrevosyyo,señora,eraindispensableyurgente.Poresta
razónheentradocomohepodido.Espero,porconsiguiente,quemeperdonaréisestagraveinfracciónalasreglasdetodaetiqueta,seaprincipesca,realopontificia.
EntoncesFaustagolpeóuntimbreyentróunhombrequenomanifestóasombroalveralcaballero.
—¿Cuántosguardiashayenpalacio?—preguntóFausta.—Veinticuatro arcabuceros, pero siVuestra Santidad lo desea, podremos hacer
veniralosarquerosquegozandeasuetohastamedianoche.—¿Cuántosgentilhombreshaydeservicio?—Doce,comosiempre,pero…—Silencio. Armad a los guardias y vigilad todas las salidas. En cuanto a los
gentilhombres, deben estar preparados para entrar aquí en cuanto oigan un silbato.Idos.
Elhombrehizounagenuflexiónysalió.Pardaillánsonrióalverque,porfin,podríahabérselasconhombres.—¿Quiénsois?—preguntóFaustacomosivieseporvezprimeraalhombreque
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anteellaestaba.—Señora—contestóPardaillán—.Soyelhombreaquienhicisteiscometeruna
falta gracias a vuestra habilidad en disfrazaros y en manejar la espada. Tened lacertezadeque,dehaberlosabido,nuncahabríadirigidomiespadacontraelpechodeunamujer.
Pardaillán, sombrero en mano, hablaba tranquilamente y con gran sinceridad.Faustacomprendió,alverlo,queaquéleraunadversariodignodesupoder.
—Señor de Pardaillán —dijo—, os perdono por haber entrado aquí sin serllamado.Tambiénosperdonoelhabermeheridoenlafrente,peroosaseguroquenosaldréisvivodeaquí.¿Habéisoídolasórdenesquehedado?
Pardaillán,sonriendo,hizounaseñaafirmativa.—Yaquevaisamorir, tambiénosperdonoporhabersorprendidomissecretos,
porsaberquiénsoy,yporhaberestadoapuntodehacerfracasarmisplanes.Pardaillánseinclinóceremoniosamente.—¡Señora!—dijocon tranquilidadperfecta—.Yaquequeréisperdonarme todo
eso,¿porquéosdisponéisamandarquemematen?Faustasepusomáspálidadeloqueestabaycontestó:—Vaisacomprenderloenseguida,señordePardaillán.Quieromanifestarosque
os admiro y que os estimo en lo que valéis, pero precisamente por eso me veoobligadaacondenarosamuerte.Siosodiaraosdejaríavivir,peroesnecesarioquemuráis,porqueosamo.
Pardaillánseestremeció.Loqueacababadedecirlelepareciómásextraordinarioque laordendada en supresencia.Se sintióperdido, pero sin embargo sepropusosalvarseafuerzadesangrefría,ycontestó:
—Señora,meamáis,yencuantoamícreedque tambiénosamaríasinofueseporqueyaamo.
—¿Amáis?—preguntóFaustaconextrañafrialdad.—Sí,amoyamaréhastaelúltimomomentodemiexistencia.Nohayenmialma
otrosentimientoposiblemásqueesteamor,sinelcualnoviviría.Amo,señora,amoaunamuerta.
—¡Muerta!ÉstefueungritoqueseescapóaFausta,ungritoenelquehabíaasombro,alegría
ytalveztambiénpesar.—Osdebéisfigurarquesoyunmiserableloco—dijoPardaillán—,peronoesasí.
Amoaunamuertadesdehacedieciséisañosquemurió.Así,pues,señora,oslojuropor mi honor que bendeciría el momento en que los asesinos vinieran a darmemuerte, si no tuviese interés en vivir todavía; pero lo tengo y viviré, porque esnecesarioqueviva.
Fausta sintió una humillación violenta. Acababa de apostar asesinos para quedieranmuerteaPardaillányéste,encambio,leasegurabacontodatranquilidadqueseguiríaviviendo.Estuvoapuntodehacerlaseñal,perosecontuvosonriendo.
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—Señora—dijoelcaballero—,antesdequetengaquehabérmelasconvuestroshombres…
—¿Tenéisesperanzasdevencerlos?—preguntóFausta.—Esnatural.Así,pues,antesdesalirdeaquí,quierohaberobtenidoloqueme
propongoyparaelloesnecesarioqueosdigacómoconseguíentrar.YPardaillánsedijoasímismo:—¡Oh,Paquitay«LaRoja»!Voyasalvaroslapiel.Yañadióenvozalta:—Esnecesarioquesepáisquetengounenemigo.Excusadme,señora,peroestos
detalles son necesarios. Este enemigo es un fraile jacobino y se llama JacoboClemente.
Faustacerrólosojosparadisimularsuemoción.—Este fraile—continuóPardaillán—hacaídoenmipoderhacepoco rato.En
cuantosaliódevuestropalacio.Y,además,séloqueintentahacer.Pardaillán sólo sabía una cosa: que Jacobo Clemente intentaba dar muerte a
EnriqueIIIyquehabíaentradoenelpalaciodeFausta.Elrestoacababadesuponerloconsuvivaimaginación.Ymientrashablaba,sedecía:
—Simeengaño,soyhombremuerto.SiFaustanohasido laquehaarmadoelbrazodeJacoboClementeynotieneinterésenqueValoismuera,nosaldrédeaquí.
Faustahabíacerradolosojos.Elcaballero,porlotanto,nopodíaadivinarcuálesseríansuspensamientos,perocontinuóhablandoatrevidamente.
—ElhermanoJacoboClemente,señora,tienelamisióndemataraEnriqueIIIdeValoisysoisvoslaqueloimpulsáisaeseasesinato.Heaquíloquesé,señora,peroahoraescuchadme.ObligandoahablaraJacoboClemente,hesabidocómoseentraenestepalacio.Hacemuchosañosqueconozcoaestefraileyosaseguroquehabéisdadoconun instrumento terrible.ConseguirámataraValoisyentoncesGuisa serárey.
Hablabalentamentecomohombrequepisaunterrenodesconocido.—ParaqueJacoboClementetengaéxito,¿quésenecesitaantetodo?Quegocede
la libertad y luego que Enrique de Valois no reciba ningún aviso de que el señorduquedeGuisaloquierehacermatar.
El golpe fue tan fuerte, que Fausta se estremeció. Al observarlo Pardaillán,respirósatisfecho.
—Empiezoacreerquenoestoymuerto—pensó.—¿Así—dijoFausta—,elmonjeoshaconfesadoquequieremataraValois?—¿Esohedicho,señora?Supongamosquemeheengañado.Únicamenteséque
quieremataralreyporcuentadeGuisayporestarazónmeheapoderadodeél;simedejáis libre, si me concedéis el favor que vengo a pediros, Jacobo Clemente serápuestoenlibertadypodráiryvenirasuantojo,yhacerloquelevengaengana.AmímeimportapocoqueValoismueraoviva,pero,encambio,lamuertedeValoisinteresamuchoalduquedeGuisa.SiValoisnomuerepronto,Guisaestáperdido.Él
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ya lo sabe y vos también. La vida de Enrique representa lamuerte de Guisa y lavuestra.
Fausta, al oír estas palabras, comprendió que aquél era un hombre no sólo deindomablevalor,sinodetalentoextraordinario.Alnotarlo,pensó:
—¿PorquéestehombrenosellamaráduquedeGuisa?Pardaillán continuó su exposición y nadie, al verlo, habría podido sospechar el
dramaespantosoqueallísedesarrollaba.—Así,pues—continuó—,sabiendoconseguridadqueClementehasidoarmado
porvosyporGuisaysabiendo,además,quenoencontraréisotrohombrecapazdellevar a cabo semejante empresa, me he apoderado de él. Si vos hacéis lomismoconmigo,élmuere,comoyalohabéisoídoporlasinstruccionesquehedadoalseñorduque de Angulema. Entonces todos vuestros planes se vienen al suelo. Valois sedefiende,Guisaestáperdidoyvostambién.
Fausta, pálida como un cadáver e impasible en apariencia, sufrió en aquelmomentocomonuncahabíasufrido.Odiabaaaquelhombrequeseatrevíaadesafiarsupoder.Porfin,nopudiendocontenerse,exclamó:
—Enunapalabra:decidmeloquequeréis.—Pocacosa.ContralalibertaddeJacoboClementeycontraeljuramentoqueos
hago de no oponerme en nada a su proyecto, os pido la vida y la libertad de doshombres.
—¿Dedoshombres?—exclamóFaustasorprendida.—Y ahora viene lo bueno del caso y es que yo no los conozco. Su vida o su
muertemesoncompletamente indiferentescomoladeValois.Meintereso tansólopor ellos porque son amigos demonseñorCarlos deAngulema, el cual es sagradoparamí.UnodeelloseselpadredeVioleta,quequisisteishacermorirenlaplazadelaGrève.¿Seguísmirelato,señora?
—Sí,perfectamente.—El otro es un pobre hombre llamado maese Claudio. Sé que los dos están
condenados amorir de hambre y de sed, y humildemente vengo a rogaros que lospongáisenlibertad.
AquíFausta,aloírtalespalabras,imaginóenseguidaquealgunodesusservidoreslehacía traición. ¿CómohabíapodidoaveriguarPardaillánqueClaudioyFarnesioestabancondenadosensupalacioamorirdehambreysed?Dejóparamástardeelaveriguar cuál sería el traidor, y llena de asombro y casi respeto preguntó alcaballero:
—¿Demodoquehabéisvenidoahacerosmatar sóloconel intentode salvar aesosdoshombresaquienesnoconocéis?
—Osequivocáis,señora—dijoPardaillán—.Hevenido,enefecto,parasalvaraesosdoshombres,perodeningúnmodoconelintentodehacermematar,puescomoyahe tenido el honor demanifestaros, tengonecesidaddevivir.Nohagomásqueproponerosuntrato,creyendoquelavidadeJacoboClemente,aquientengoenmi
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poder,valemásparavosqueladeClaudiooFarnesio.¿Meheengañadoacaso?—exclamóconansiedadnofingida.
—No,nooshabéisengañado—dijoFaustacongravedad—.Ylapruebaesqueperdono a esos dos hombres, a pesar de estar condenados por un tribunal cuyassentenciasnotienenapelación.
Pardaillánsequedóestupefacto,sin resolverseacreerque laburdaestratagemadequesehabíavalidohubiesepodidoteneréxito.
Durante toda la conversación que acabamos de reseñar, había permanecido enguardia, es decir, con el oído atento a los ruidos del interior de la casa y lamanopreparadaparadesenvainarlaespada.
Fausta golpeó dos veces el timbre. Entró un hombre y en el momento en quelevantóeltapizdelapuerta,Pardaillánpudovertrasellaabuennúmerodehombresinmóviles,espadaenmano.
—Seránlosdocegentilhombres—pensó.Faustapreguntabaentretantoalreciénllegado:—¿Quéhacenlosprisioneros?—ElpríncipeFarnesioestásentadoenunsillónyelverdugoechadoenelsuelo.—¡Elverdugo!—sedijoPardaillán.¿Quién sería aquel verdugo? ¿Qué misteriosa relación podría haber entre él y
Violeta?¿SeríaacasomaeseClaudio,elqueVioletaamabamásqueasupadre?—¿Quédicen?—continuóFausta.—Nodicennada.Parecequeestánprivadosdesentido,peroaúnviven,sibienno
creoquepuedanresistirmuchotiempoalainanición.—Yaveis,pues,señordePardaillán—dijoFausta—,queesosdoshombresestán
apuntodemorir.Pardaillán hizo un esfuerzo para dominar la sensación de horror que lo había
sobrecogido.—Queabranlapuertayquesereanimealosdoscondenados.Luego,cuandose
hallenenestadodeandar,queselespongaenlibertad,diciéndolesantesquehansidoperdonados por la intercesión del caballero de Pardaillán. En cuanto hayan sidoreanimados,quemeavisen.
—¡Señora!…—murmuróPardaillán.Faustahizoungestoaltanero,comodiciendo:—Esperad,queaúntenemosquehablar.Elservidorseretiró.Pardaillánmirabaaterrorizadoaaquellamujerterribleque,
no obstante, le había dado satisfacción tan completa. Transcurrió media hora ensilencio,alcabodelacualreaparecióelservidordeantes,diciendo:
—Loscondenadosestánreanimados.Sólofaltahacerlossaliralacalle.—SeñorcaballerodePardaillán—dijoFausta—,acompañadavuestrosamigos
hastaelvestíbuloyyoosesperaréaquí,porquesiospruebohaberaceptadoeltratopropuesto, vos debéis probarme, en cambio, que mi hombre está libre como los
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vuestros.Hizounaseñalalcriado,elcualechóaandarseguidodePardaillán.Elcaballero,
precedido de su conductor, atravesó tres grandes salas magníficamente adornadas,siguióuncorredoryllegó,porfin,aunapuertaabierta.
—Esaquí—dijoelcriado.ElcaballeroentróysentadosendossillonesvioalpríncipeFarnesioyamaese
Claudio.Un personaje vestido de negro,médico sin duda alguna, estaba inclinadosobreellosylesprodigabaalgunoscuidados.
TranscurrieronvariosminutosyPardaillánesperabaconlagargantaoprimidaporlaangustia,mirandoconcuriosidadmalsanaaaquellosdosrostroshumanosenqueelsufrimiento había dejado terribles huellas, más parecidos a fantasmas que a seresvivos.
LuegoelhombrevestidodenegroselevantóyriéndosesilenciosamentesevolvióhaciaPardaillán.
—Se restablecerán —dijo—, con la condición de que coman y beban muymoderadamenteduranteochodías.¡Alabadaseanuestrasagradasoberana,queloshaperdonado!
Entonceselviejohizounareverencia,tapócuidadosamenteelfrascoqueteníaenla mano, y mirando otra vez a los condenados, desapareció silenciosamente.Pardaillán dirigió la vista a su alrededor y descubrió que estaba solo; entonces,acercándoseaFarnesio,ledijoenvozbajaaloído:
—AI salir de aquí, id a la vecina posada. Reuníos con el señor duque deAngulema,queallíestá,eidaesperarmelostresalacalledeSanDionisio.Ybien,señores—añadióenvozalta—.¿Cómoosencontráis?
El cardenal y el verdugo se miraron asombrados. Se hallaban pálidos comoespectros.Susmejillasestabandescarnadasysusojosprofundamentehundidosenlasórbitas. Pero casi enseguida y con rapidez súbita la sangre afluyó a sus rostros.Ellicordelviejohacíasuefecto.Pusiéronseenpieysuprimermovimientofueirhaciala puerta. Pero antes de trasponerla se detuvieron como dominados por un miedoinfantil.
—EnnombredeVioleta—lesdijoelcaballeroenvozbaja.—¡Violeta!—exclamóFarnesiocomosilecostararecordar.Pero tal nombre produjo en el espíritu de Claudio el efecto de un revulsivo y
cerrandolospuñosexclamó:—¡Violeta!¿Violeta,decís?—Sí —contestó Pardaillán en voz baja—. Si la amáis, hacer lo que os digo.
Entradenel«BrochedeHierro»,reuníosalduquedeAngulema,eidaesperarmelostresen«LaAdivinadora».Silencio,nosescuchan.
YalmismotiempoPardailláncogiólamanoaFarnesioyaClaudio,ylosobligóaandar.
—¿Nohabéisoído—añadióenvozalta—que lagloriosaFaustaosperdona la
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vida?Losdoshombresempezaronaandarpresadeasombroextraordinarioypudiendo
apenas coordinar las ideas. Algunos instantes más tarde llegaban al vestíbulo,arrastradosporelcaballero,elcual,a suvez,eraguiadoporel servidordeFausta.Todas las habitaciones que atravesaron estaban desiertas, pero en el vestíbulohallaronaunaveintenadeguardias.Seentreabriólagranpuertadehierro,yapocoClaudioyFarnesiosehallaronenlacallemientraselcriadoexclamaba:
—Idos, y bendecid a la Soberana que os perdona por la intercesión del señorcaballerodePardaillán.
El caballero tuvo por un momento la idea de aprovecharse de la situación yabrirsepasopor entre loshombresde armaspara salir a la calle.Pero sedijoque,dadalasituacióndeFarnesioyClaudio,quenopodíandefenderse,seríanmuyprontocogidoslostresyencerradosdenuevo.
Dejó,pues,quesecerraralapuerta,ysiguiendoalcriadoquehastaentonceslohabíaguiado,sehallópocosinstantesmástardenuevamenteenpresenciadeFausta.Entonces,inclinándoseanteella,ledijo:
—Señora,losdosdesgraciadosyaestánlibres.Noolvidaréjamáselderechoquehabéisadquiridoamiagradecimiento.
YcomovieraqueFaustanocontestaba,añadió:—Porpocoqueyosea,señora,ypormuyaltaqueestéisvos,talvezsepresente
laocasióndedemostrarosmigratitud.Faustavolvióligeramentelacabezaypreguntó:—¿Dóndeestáelfraile?—Está libre, señora —contestó Pardaillán—, tan libre como el cardenal y el
verdugo que acaban de salir de aquí. De todas suertes, señora, podéis guardarmecomo rehén, pero no quiero engañaros después de la generosidad con que habéisacogido mi súplica. Al confesároslo, pierdo, tal vez, toda esperanza de salvación,perosabedqueJacoboClementenohaestadonuncaenmipoder,asícomotampocoeneldelduquedeAngulema.
—¿Demodo—preguntó Fausta— que puedo dar la orden demataros sin quesufranimpedimentolosproyectosdelfraileconrespectoaEnriqueIII?
—Podéishacerlo,señora.Entonces Fausta, con aquella voz tranquila, capaz de hacer temblar al más
valiente,dijo:—Voy,pues,adarlaorden,caballero.Preparaosamorir.Pardaillán desenvainó la espada con gran lentitud, miró atrevidamente a su
interlocutorayledijo:—Estoypronto,señora.FaustaselevantódirigiéndosehaciaPardaillán,elcualapenaslareconoció.Yanoeralamujerimpasiblecomounaestatuanitampocolamajestuosasoberana
quehacíainclinarlacabezaalosmásatrevidos.Laqueaélllegabaeraunamujeren
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elesplendordesuhermosura,yanimadaporvolcánicoamor.Pardaillánapoyólasdosmanosenelpomodelaespada,cuyapuntaseclavóen
el suelo.Estaba inmóvil, estupefacto y no acertando a creer lo que sus ojos veían.CuandoFaustaestuvoalladodePardaillán,palpitante,conelsenoagitadoylosojosanegados en lágrimas, era tan hermosa su expresión, que un artista es habríadesesperadopornopoderfijarlaentelasoenmármoles.Ysusdosbrazosrodearonelcuello de Pardaillán. Envolvió al caballero con su caricia y luego, lentamente,aproximósuslabiospálidosalosdelcaballeroylediounlargobeso.
La ardorosa sensación de aquel beso hizo estremecer aPardaillán hasta lomásprofundo de su ser…, pero sus labios permanecieron insensibles a la caricia.Pardaillánamabaaladifunta.
Despuésdelbeso,Faustasedesprendiódelcaballeroyretrocedió.Amedidaquelo hacía, pareció a Pardaillán que ya no era lamujer, es decir, el ser animado porintensoamor,sinolaSoberana,laMajestad,laSantidad…
Cuandoestuvoaciertadistancia,Faustahabló:—Pardaillán, vas a morir. No porque has querido contrariar mis designios, ni
porque tehasopuestoamipoder,ni tampocoporquemehasvencido.Vasamorirporqueteamo.
Se calló unmomento.El caballero continuaba atónito, sobrecogido por intensoasombro.
Entonces Fausta, con voz de inefable dulzura, melopea de amor y de dolor,añadió:
—Eresamadodelaquenuncaamó.Micorazóndediamante,quenuncareflejómás que la llama de los pensamientos supra terrenales, ha reflejado tu imagen.Lavirgen de orgullo y pureza se ha humillado ante ti; y como yo no debo amar, elelegidodemicorazónhademorir.Pardaillán, lloropor ti,pero temato.Y tú,queamas a la difunta, tú que llevas en tu alma la de una muerta, comprenderás elsignificadodelbesoquelavirgenhadepositadoentuslabios.Así,pues,yotambién,almatarte,amaréaunmuerto.Adiós,Pardaillán.HasrecibidoelbesodeFausta,yestebesodeamoreselbesodemuerte.
Dichas estas palabras, Fausta se alejó flotante como una sombra. A los pocosinstantesPardaillánnovioanadie:estabasolo,rodeadodeabsolutosilencio.
Elcaballeronoerahombrequepermanecieramuchotiempoindeciso.Notardó,pues,enrecobrarsuánimo.
—¡Morir!—murmuró—.Prontosedice.Faustaeshermosayeslástimaquetanbello cuerpo encierre un alma tan mala. Y ahora quiere matarme porque me habesado.Laverdad es queno encuentromuy justificado elmotivo.Pero, en fin, encuantasocasionesmehevistoenpeligrodemuerte,hedefendidomipieltodoloquemehasidoposibleylomismoharéahora.¡Quédiablo!
Comoelsilenciocontinuabasiendoabsoluto,PardaillánsepreguntóquégénerodemuertelereservabaFausta.Nosintantearelsueloconlapuntadelaespadaacada
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pasoquedaba, se dirigióhacia la puerta por la quehabía entrado, es decir, la quecomunicaba con el «Broche de Hierro». Trató de abrirla, pero no observó en ellacerrojonicosaalgunaquelaasegurase.Porfinsediocuentadequesinconocerelsecretoeraimposibleabrirla.
EntoncesrecordóelrelatodePaquitay«LaRoja»ylevantólosojosaltechoparaver si descubría en él algún nudo corredizo. Pero nada pudo ver que sirviera paraahorcar.
—Apesardetodo,quieromarcharme—sedijo.Ysedirigióresueltamentehacia lapuertapordondehabíadesaparecidoFausta.
Levantóuntapizyviouncorredordesierto.—¡Caramba! —se dijo avanzando—. No se dirá que haya esperado
tranquilamentelasuertequemereservaestabuenaseñora.Adelante,pues.Avanzóagrandespasosyprontollegóaunasalatambiéndesierta.Peroasíque
huboentrado,lapuertasecerróporsísolaasuespalda,mientrasqueladelextremoopuestoseabríatambiénautomáticamente.
—Segúnparece,debopasarporahí—sedijo.Ycontinuóandandoespadaenmano.Elpalacioestabasolitario.Peroamedida
que franqueaba una puerta, ésta se cerraba tras él. Atravesó así muchas salasdecoradasconlujofantástico,peroyasecomprenderáquenoestabadehumorparaadmirarlosmuebles,cuadrosyestatuas.
¿Enquéconsistiríaelpeligro?¿Seríaéstemortal?Pardaillánnopodíacontestarseningunadeestaspreguntas,peroapesardetodo
continuabaavanzandoysedecía:—Nohaydudadequellegaréaunaparteuotra.Aunreuniendotodosuvalor,experimentabaelvértigodeunpeligrodesconocido.
Franqueó una sala, inmensa y suntuosa, con columnas de jaspe; la sala del trono.Luego dos o tres habitaciones, más, que atravesó corriendo y gritando a plenospulmones:
—¡Parecequetodoelmundometemaenestenidodeasesinos!Seengañaba.Eraélquienteníamiedo.Miedodelsilencio,delasoledadydelo
desconocido. De pronto se tranquilizó porque penetró en una sala de paredesdesnudasysiniestras,algoparecidoauncalabozo,peroallíhabíahombresdecarneyhuesocomoél.Respiróprofundamenteyseechóareír,poniéndoseenguardia.
—¡Porlastripasdeldiablo!¡Parecequeyahellegado!—exclamó.Yentoncesprecisamenteeraelmomentodesentirmiedo.Loshombresestaban
ennúmerodetreinta,eibanarmadosdeespadaypuñales.Estabanenpieadosadosala pared de la sala.Al entrar Pardaillán, ninguno de ellos hizo elmenor gesto. Elcaballerotuvotiempodedarsecuentaexactadelasituación,queeraterrible.Pordeprontolapuerta,comotodaslasdemás,sehabíacerradoporsímisma.Luego,enelcentrodelasala,yenelsuelo,seabríaungranagujerocuadrado,debajodelcualseoíanmugirlasaguasdelSena.Resultabadeelloquesidabaunpasoparadefenderse
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caíasinremisiónenelagujero.Porelcontrario,siqueríaresistir,veíaasualrededorgran número de armas asestadas contra él. Pardaillán, como ya habrá supuesto ellector, se hallaba en la sala de ejecuciones en que Claudio y Violeta estuvieron apuntodeperecer.Reinóunmomentodesilencio.
—Sipudieraadosarmeaunodeesosrincones…—pensóPardaillán.Entonces oyó, como procedente del exterior, el ruido de un címbalo e
inmediatamenteseanimaronlasestatuasvivientes.Enelmismoinstante,Pardaillánseviorodeadoporungrancírculodeaceroqueempezóaestrecharselentamente.
Cadaunodeaquelloshombres,empuñandolaespadadesnuda,sedirigíahaciaelagujero del centro de la sala. Parecían no ver a Pardaillán ni ocuparse de él. Lamaniobraera,comocomprendióelcaballero,deespantosasencillez.Cualquieraquefueseelpuntoaquevolviera la espada,hallabaunaespadadirigidacontraél.Contodaseguridad ibaaseracribilladoaestocadasy luegoobligadoa retrocederhastacaerenelagujero.
Pardaillán comprendió todoesodeunaojeada.Enelmismo instante enque seanimaban las estatuas, se precipitó sobre ellas para franquear el círculo de acero ydirigiódosotresestocadas.Entoncesunestremecimientodeterroragitósucuerpo.Estabasegurodehaberasestadoasusenemigosdosotresestocadasmortales,peroninguno cayó. Comprendió que todos llevaban cotas de malla que los hacíaninvulnerables, excepto en el rostro. Pero al fijarse en éstos vio que no teníanexpresión,yestabanabsolutamenteinmóviles,cosaqueindicabaqueeranmáscarasynorostros.
Dirigióasualrededorunamiradayvioasuespalda,atrespasosdedistancia,elagujeronegroqueloesperaba.Porsegundavezinicióelataque,perosinconseguirdesembarazarsedeningúnenemigo.Encambio,élfueheridoenelhombro.
Elcírculodeaceroseestrechabacadavezmás.Alasazón,parapoderloformar,loshombressevieronobligadosacolocarseendosfilas.
Enaquelmomentoseoyóunclamorfúnebredesdelasprofundidadesdelpalacio,como si gran número de frailes o sacerdotes unieran sus voces para cantar unDeprofundis.Almismotiempounacampanaempezóadoblaramuertoyunórganodejóoírsusquejumbrosossonidos.
Pardaillánseestremecióalcomprenderqueaquelcantofuneraleraporél.Fausta,organizadorarefinadadefantásticasescenas,hacíacantareloficiodelosmuertosporuno que todavía no lo estaba. Entonces Pardaillán, comprendiendo que estabaperdido, quiso arriesgar el todo por el todo y se dispuso a poner en práctica suirrealizableplan.
En el preciso instante en que las puntas de las espadas iban a herirlo y aempujarlohacia el agujero, sebajó recogiéndose sobre símismo,y, depronto, porentrelaspiernasdelosenemigosseoyóelrugidodeunafieraquepasamordiendo,deun jabalíquehundesuscolmillosenelenemigo.Resonarondoso tres fritosdedolorydoshombrescayeronconelvientreagujereadoporladagadePardaillán,el
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cual, no pudiendo herir ni al pecho ni al rostro, destripaba a sus enemigos. Unmomento después se hallaba fuera del círculo fatal, y levantándose de un salto seadosóaunrincóndelaestancia.
Transcurrió unminuto durante el cual no se oyeronmás que las voces de lossacerdotes,eltañidodelascampanasylasnotasdelórgano.
Los verdugos u hombres de armas de Fausta estaban asustados. Luego uno deellos,eljefesinduda,pronunciórápidamentealgunaspalabrasyenseguidaserompióel círculo silenciosamente. Se formáron tres o cuatro filas que avanzaron hacia elrincónenquesehallabaPardaillán.
Entretantoelcaballero,conlostendonesdistendidosylacabezaardorosa,dirigióasusenemigosunamiradacomparablealadelafieracogidaenlatrampa.Respirófuertemente, y al mismo tiempo envainó la espada y cogió un objeto que estabacolgadoenlapared.
Aquellasalaeraladelasejecuciones,comoyarecordaráellector.Allíeradondesematabaaloscondenadosporeltribunalsecreto.Eralasaladelverdugoyporestarazónenlasparedesestabancolgadosordenadamentevariosinstrumentosdetortura,talescomorollosdecuerda,mazas,cuchillosyhachas.
El objeto quePardaillán acababa de coger, era una pesadamaza, hecha de unaenorme bola de hierro erizada de puntas y con mango de madera rugosa apenaspulida. Hubo, como ya hemos dicho, una tregua, durante la cual los asesinos seorganizaronparaunnuevoataque.Pardaillán,mazaenmano,vio cómoavanzabanhaciaél.
—Siespero,soyhombremuerto—sedijo.Y en el mismo momento adelantó unos pasos para ir al encuentro de sus
contrarios.Yentonceslevantólamazaenorme,lahizogirarsobresucabezayladejócaer. Inmediatamente se oyeron golpes sordos, suspiros breves como de bueyesderribadosycaerdecuerposconloscráneosrotos.Luegohuboundesordenfuriosoyla banda olvidó toda disciplina y toda consigna de silencio. Resonaban aullidos ymaldicionesentremezcladosconlaslejanasvocesdelossacerdotes.
Pardaillán estaba en el centro de sus enemigos que, vociferando, trataban deinferirleelgolpemortal.¿Pero,cómolograrlo?Lamaza,laterriblemazadescribíauncírculodemuerte.
Losasesinosretrocedierondesordenadamentedejandosietecadáveresenelsuelo.Yensuretrocesotodossedirigíandealocadamanerahaciaelagujeronegro.Cincocayeronenél.Algunospudieronsujetarsealbordeporalgunosmomentos,peroluegodesaparecieronprofiriendosalvajesaullidos.
Y entonces, después de aquel ataque que tal vez sólo había durado cincosegundos, Pardaillán empezó a andar persiguiendo amazazos a sus enemigos, queestabanlocosdeespanto.
Una vez hubo llegado al extremo opuesto de la sala, se volvió apoyándose unmomentoenlamaza,llenodesudoryconlarespiraciónjadeante.
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Descansó unos segundos y entre tanto vio en tierra una docena de cuerposretorcidos en diversas posiciones. Vio el suelo cubierto de espadas rotas y demáscaras de alambre de acero, y grandesmanchas de sangre.Y contra uno de loslienzos de pared, sin duda el lugar en que se abría la puerta, algunos hombresllamaban desesperadamente con el pomo de sus espadas, pidiendo auxilio conangustiadasvoces.
La puerta, cerrada por un mecanismo, no se abría, y ésta era, sin duda, unaprecaucióndeFausta,quehabíaqueridoquePardaillánmurieseallísinesperanzadesalvación.
Elsonidodelórganoydeloscánticosreligiososcubríaeldelasvocesdelosquepedíanauxilio,yauncuandolosoyeran,talvezsefiguraríanquePardaillánintentabaunadefensadesesperadayquematabaaalgunosantesdemorir.
Pardaillány susenemigos locomprendieronasí.Yéstos, cesandodeprontoensus vanas llamadas, se reunieron en un grupo y ferozmente se arrojaron sobre elcaballero.
Éstediodospasosylevantódenuevolamaza,quefueadesplomarsesobrelosmásatrevidos,quecayeronalsuelocomoheridosporunrayo.TodoscomprendieronentoncesqueeraimposibleacercarseaPardaillányempezaronaretrocedermientrasélavanzaba.
Anduvodeunoaotroextremodelasalaydeprontoseechóareírnerviosamentealobservarque,ensualocadafuga,treshombresmáshabíancaídoenelagujero.Alasazón no quedaban más que seis o siete, que locos de espanto y sin voz eranincapacesdemanifestaragritossudesesperación.
Por tres veces más trataron de echarse contra él y herirlo en donde les fueraposible,peroacadaataquesaltóuncráneorotoenvariospedazos.Lamazagirabacomountorbellinoycadavezquehallabaunacabezaounhombrolodestrozaba.Y,depronto,Pardaillánvioqueeraelúnicoqueestabaenpie.Entonceslecayólamazadelasmanos.Tratódelevantarla,ynoconsiguiéndolo,exclamó:
—¿Cómohabrépodidomanejareso?Miróasualrededorycomosintieradificultadenrespirar,arrancóelcuellodeun
jubón.Entoncessefijóenlaterriblematanza,ydepálidoqueestaba,sepusolívido.Sintióodiofuriosocontraaquellamujercausantedetantoshorrores.Ynohaydudadeque,sienaquelmomentose leapareceFausta, lehabríadadomuerte.Luegosecalmó,ysecandoelabundantesudordesurostro,exclamó:
—¡Pobreshombres!Ysesecódenuevolacaracreyendoquesudaba,cuandoadvirtióqueenrealidad,
lloraba.En el palacio, las fúnebres voces salmodiaban sumuerte.Depronto reinógran
silencio. Pardaillán comprendió que iban a llegar y que abrirían la puerta paraasegurarsedesumuerte,esdecir,dequesucadáverhabíasidoarrojadoalrío.Estaidealedevolviósusangrefríaylepermitiódarsecuentadesusituación.
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—Cadaunosedefiendecomopuede—exclamó—.Estoesuncampodebatallaysihematadohasidoparanovermemuerto.Yyaquemehedefendidocuantomehasidoposible,eshoradesalirdeestacasa.
Hablandoasímirabaconelrabillodelojoelagujerohaciaelcualhabíanqueridoprecipitarloyque,enrealidad,eraelúnicopasopracticableparalafuga.Seacercóalborde,miró,peronoviomásquetinieblas;másalfondooyómuybienelruidoquealdeslizarsehacíanlasaguasdelrío.Nohabíaunmomentoqueperder.Secolgóporlasdosmanosalbordeyasísuspendidosedejócaerdentrodelagujeroycon lospiesbuscando en el vacío.Y sucedió lo que había previsto. La sala de las ejecucionesestaba,comoyahemosdicho,sobreelrio.Noformabapartedelcuerpodelpalacio,sino que era un anexo, algo semejante a una jaula colgada de una pared. El sueloreposabasobreunandamiajedepuntalesquesalíandelagua.LospiesdePardaillánhallaron uno de aquellos puntales que partía de otro vertical y se elevabadiagonalmentehastaelsuelodelasala.LospiesdePardaillán,palpando,pordecirloasí, siguieronaquella líneadiagonalque terminabacasienelbordedelagujero.Alobservarlo,Pardaillándioungritodealegríacomprendiendoquesehabíasalvado.
Entonces rodeó sus piernas al puntal y una vez sujeto soltó las manos pavacogersealmadero,yhechoesto,sedeslizóporél.
Casi inmediatamente llegó al punto en que elmadero se apoyaba en el puntalvertical,delmodoqueunaramaseapoyaeneltronco.Sedejódeslizarnuevamenteporéstayapocosehallóenelagua.
—Ahoradescansaré—pensó—y luego,nadando, creoqueconseguiréganar laorilla.YaestoysalvadodelasgarrasdeFaustaymeparece…
En aquel instante algo le rozó suavemente. Pardaillán tocó el obstáculo y unestremecimientodehorrorcorrióporsucuerpo.Eraelcadáverdeunodeloshombrescaídosalrío.Casiinmediatamenteotrocadáverfuearozarconél.Elagualosllevabadeunaparteaotra,peronolosarrastraba.
¿Cuáleralacausadetalanomalía?Pardaillánsintióentoncesinmundoscontactos.Lerozaronmanosheladas;todos
aquelloscadáveresgirabanporeltorbellinodeaguaqueallíseformaba.Sehubieradichoquetodoslollamabanytratabandearrastrarlo.Erahorroroso.
Elcaballero,llenodehorroryconloscabelloserizados,tratabadedarsecuentaexacta de la situación, pero no podía hacerlo de unmodo preciso. Su facultad depensarestabalimitadaporelhorror.
Por fin,conunesfuerzo furioso,Pardaillánconsiguiódesprenderseenpartedelespanto. Entonces pensó en huir del contacto de los cadáveres remontándose a lasuperficie.Comenzóaizarseymuyprontoestuvofueradelalcancedeloscadáveres,Entoncesrespiró.
Ycuandoestabayaamediocaminoentreelagujeroyloscadáveres,oyóvocesenlasala.Unestremecimientolerecorrióelcuerpoalcomprenderquenopodíasubirallí,puesresonabannumerosospasos,exclamacionesymaldiciones.
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Así,pues,aldescendervolveríaahallarseentreloscadáveres,y,desubir,apenassu pálida cabeza apareciera por el orificio, seríamuerto y arrojado con los demás.Pardaillán, cogidodebrazosypiernasalpuntaldemadera, sedetuvo indeciso.Deprontoreinósilencioenlasalayluegooyóunavozquedecía:
—¿Quésucede?¿Dóndeestáelcondenado?Yoyócómocontestaban:—VuestraSantidadpuedeverqueelseñordePardaillánhasidoprecipitadoalrío
por losnuestros,pero leshacostadocaro. ¡Quécarnicería!Haechadoal rioaunadocenayhamuertoalosdemás.
Pardaillánlevantólacabezaydivisóalgunassombrasqueseinclinabanhaciaelagujero.ReconocióclaramenteaFausta.Pudoverladurantealgunossegundosyoyóelsuspiroroncoquesaliódesuseno.Luego,lentamente,seapartó.Elmismohombrequehabíahabladodijoentonces:
—Felizmente,VuestraSantidadtuvolaideadeponerunanasaydeestasuerteyanohayfugaposiblecomosucedióconmaeseClaudio.
Seoyeronenlasalaalgunas idasyvenidasy luegolejana,perodistintaaún,elcaballerooyólavozdeFausta.
—Mañanadebeabrirselanasaparaqueloscadáverespuedanserarrastradosporelaguayentretanto,ciérreselatrampa.
EnelmismoinstantedesapareciólaluzqueiluminabaellugarenquesehallabaPardaillán,ylatrampasecerróconruidosobresucabeza.
Elcaballerocomprendióentoncesqueestabaperdidoyquenadapodríasalvarlo.Enefecto,porarribalehabíancerradolasalidayporelríoéraletambiénimposiblelafuga.Alasazóncomprendíaporquéloscadáveresnohabíansidoarrastradosporelagua. Comprendió que Fausta, a consecuencia de alguna aventura semejante a lasuya,enquealguienconsiguióevadirseporelrío,habíahechoestablecerunaespeciede pozo con rejas y que formaba, como dijera el hombre, una nasa de la que eraimposiblehuir.
Conesfuerzofinalseizóhastaelpuntoenqueseapoyabaelpuntaldiagonalconelverticalysesentóenelánguloqueformabanlosdos.Yaeratiempo,porqueestabaderrengado.Entoncesrespiróprofundamenteyseoperólareacciónenaquellaalmadeexcepcionaltemple.
A horcajadas sobre el madero, con la espalda apoyada en el puntal diagonal,Pardaillánexperimentóentoncesunrepesodecuerpoyalmaquelepareciódelicioso.Desaparecieron las sensaciones de horror y de miedo; sonrió apaciblemente. Sucerebro dolorido luchaba con trabajo contra la fatiga y se sorprendió bromeandoconsigomismo.
—Enlanasa—murmurósonriendo—nimásnimenosqueunatrucha.Peroyono soy un pez, señora. Es extravagante el pretender que yo sea un pez. ¡Ah!,señora…,lanasa…latrucha…la…
Deprontosecallóyyanoseoyómásqueelsoploregulardeunarespiración,y
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abajoelrocesedosodelagua,ylosblandoschoquesdeloscadáveresquetropezabanunosconotroscontinuandosuscírculosmacabros.
¡Pardaillándormía!
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Estaaventuracontinúaeneltomotitulado:FAUSTAVENCIDA
Episodio11-«Vidaporvida».
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«LosPardaillán».Laserie.
NUNCAelinterésfuemantenidoalolargodeunaextensanarracióndeunamaneratanvivaycrecientecomoenLosPardaillán—laobracumbredeMiguelZévaco—,dondelaintriga,hábilmentellevada,seprolongaenunarefulgentecadenaderecioseslabonesquecautivanyalavezencantanallector.
QuiensesumergeeneltorbellinodeLosPardaillánseconvierteinmediatamenteen un devoto de esa literatura sublime que subyuga el pensamiento y acelera loslatidos del corazón. Zévaco, el famoso novelista francés, autor de más de 60narracioneshistóricas,conunaagilidadasombrosa,conundominiodelassituacionesdramáticas difícilmente igualado por escritor alguno, arrebata y conmueve hasta elextremoallector,siempreávidopordesentrañarelfindelaalucinanteaventuraquesedesarrollaantesusojos.
ElespectáculodelasCortesfastuosas,deloslúgubrespasadizosdelospalacios,de las alegres y bulliciosas ciudades, de unpuebloque alborota, ríe o se pasma alpasodelasregiascarrozasoalconocerloscontrariospensamientos,lasenvidias,loscelos,lasmásturbulentaspasionesqueagitanelpechodelosreyesypríncipesquelegobiernan, constituye por sí solo un aliciente bastante para estimular el interés dellector.
Pero además quien tiene entre susmanos uno de los episodios que integran laseriedeLosPardaillánnoseconformarácondarlecima,sinoque,enseguida,vasallodesupropiapasión,desuparticulardesasosiego,selanzaráenelvértigodelepisodiosiguiente, y así, no se hallará satisfecho hasta dar remate al últimovolumen, hastarecorrerhastasutérminoesasendaincitanteeinfinitamentevariadaquehadibujadoZévaco conmanomaestra enLos Pardaillán y que se extiende ante él como unatentaciónsincesarrenovada.
Y luego, los recuerdosquedanenelalma impresionada tana lovivoy losmásrelevantesepisodiospermanecengrabadoscontantafuerzaenlamemoriadellector,que éste adquiere inmediatamente el convencimiento de que las vidas ajenas hanenriquecido la vida propia y de que jamás su tiempo estuvo tan bien aprovechadocomo cuando se contaminó del frenesí que agita y acongoja a cuantos personajescruzanporlaspáginasincendiadas—deamorodeodio—deLosPardaillán.
Laserieconstade27episodioscuyapublicaciónoriginalescomosigue:
Parte1—Publicadaen:1907(en1902porentregas).Épocaenquetranscurre:1553-1572,(elreinadodeCarlosIX).Tomo1-LosPardaillán.Incluyelosepisodios01-04:Enlasgarrasdelmonstruo,LaespíadelaMédicis,
HorriblerevelaciónyElcírculodelamuerte.Tomo2-Unaepopeyadeamor.
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Incluye los episodios 05-07: El cofre envenenado, La cámara del tormento ySudordesangre.
Parte2—Publicadaen:1908(en1903porentregas).Épocaenquetranscurre:1588-1589,(elreinadodeEnriqueIII).Tomo3-Fausta(estelibro).Incluyelosepisodios08-10:Lasaladelasejecuciones,LavenganzadeFaustay
UnatragediaenLaBastilla.Tomo4-Faustavencida.Incluye losepisodios11-13:Vidaporvida,LacrucificadayElvengadorde su
madre.
Parte3—Publicadaen:1913.Épocaenquetranscurre:1590,(elreinadodeEnriqueIVdeFranciayFelipeII
deEspaña).Tomo5-PardaillányFausta.Incluyelosepisodios14-16:JuanelBravo,LahijadelreyhugonoteyEltesoro
deFausta.Tomo6-LosAmoresdeChico.Incluye los episodios 17-19: La prisionera, La casa misteriosa y El día de la
justicia.
Parte4—Publicadaen:1914/1916).Épocaenquetranscurre:1610,(elreinadodeEnriqueIV).Tomo7-ElhijodePardaillán.Incluyelosepisodios20-21:ElSantoOficioyAnteelCesar.Tomo8-EltesorodeFausta.Incluyelosepisodios22-23:FaustaladiabólicayPardaillányFausta.
Parte5—Publicadapóstumamenteen:1926.Épocaenquetranscurre:1614,(laregenciadeMaríadeMédicis).Tomo9-ElfindePardaillán.Incluyelosepisodios24-25:TallodelirioyLaabandonada.Tomo10-ElfindeFausta.Incluyelosepisodios26-27:LadamablancayElfindelosPardaillán.
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MIGUELZÉVACO(1860−1918).NacióenAjaccio (Córcega)el1de febrerode1860,ymurióenEaubonne (Val-d’Oise,Francia) el8deagostode1918, a los58años.
Después de una breve experiencia como profesor, a los 20 años, ingresó en elejército,dondepermaneciócuatroaños(Tenientededragonesen1886).FueenestafechaquesetrasladóaParís.
AtraídoporlasletrasylapolíticaMiguelZévacoseconvirtióencolumnistaysub-editoren«LeÉgalité»,quedirigíaentonceselrevolucionariosocialistaJulesRoques.
Activistapolítico,sepostuló(sinéxito)enlaseleccioneslegislativasde1889paralaLiga Socialista Roques. En esa época, conoció a Louise Michel, Aristide Bruant,Séverineyotrossocialistasnotables.
Enunaépocaenquenoexistía la libertaddeexpresión;debidoa lo intensodesusdiscursosylavirulenciadesuspalabrasenmediodelosatentadosanarquistasdelaépoca, Zévaco fue etiquetado de anarquista y en varias ocasiones encerrado enprisión: ya sea por hablar en contra de personajes públicos, o por defender susconvicciones y la libre expresión, o por elogiar a socialistas declarados. Como unejemplo:el06deoctubre1892,fuecondenadoporelTribunaldeloPenaldelSenaporhaberdichoenunareuniónpúblicaenParís:
«A los ciudadanosnos estánmatandodehambre…Robar,matar,dinamitar; todoslosmediossonválidosparadeshacersedeestainfameopresión».
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En1900,MiguelZévaco abandonóel periodismopolíticoparadedicarse a escribirnovelasporentregas.Comenzóestanuevacarreracon lanovela:Borgia, publicadaeneldiario:LePetiteRépubliquedeJeanJaurès,lograndounéxitosinprecedentes.El enorme éxito de esta narración explica porqué el autor continuó escribiendonovelashistóricas.Traseléxitodesuprimeraobra,Zévacosigueescribiendo,loqueseconvertiríaenunalargacadenadeéxitos.Obrascomo:Triboullet(1900-1901),ElPuente de los Suspiros (1901), Los Pardaillán (1902… 1918), Flores de París(1904),LosMisteriosdelaTorredeNesle(1905),LeCapitán(1906),Nostradamus(1907),LaHeroína(1908),oElHotelSaint-Pol(1909),etc.
Zévacocontinuócongranéxitosucarreracomoescritorhastasumuerteen1918,y,es considerado uno de los más brillantes exponentes de la novela de capa yespadadetodoslostiempos.
FueradeFranciaMiguelZévaconoesmuyconocido,yestoseatribuyeadoscosas:aquefueetiquetadodeanarquistaporelgobiernodesuépoca,yalboicotpromovidopor las autoridades eclesiásticas a quienes no gustaba que las cosas fueran dichasclaramente, en lugar de presentarlas en un angulo siempre favorable a la iglesiacatólica. Sin embargo los documentos históricos avalan completamente losacontecimientos tal como son presentados por Zévaco, a pesar de que éste lospresenta,sólocomoescenariodesusnovelas.
Durante laPrimeraGuerraMundial,MiguelZévacodejóPierrefondsdonde residiódesde el final del siglo y se instaló en Eaubonne (Val-d’Oise), donde finalmentemurióenagostode1918,probablementedecáncer.
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Notas
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[1]LéaselaobrainteresantísimadeZévacoElseñordeCapestang,enlaqueVioletayelduquedeAngulemasonlospersonajesmásimportantes.(N.delE.)<<
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[2]VéaseNostradamus:ElNigromante.(N.delE.)<<
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[3]Agrippa daAubigné, hugonotemilitante y uno de los capitanesmás crueles deEnrique de Bearn, era conocido como conspirador temible, y los jefes de la Ligahabíanpuestoprecioasucabeza.(N.delE.)<<
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