Felicidad Conyugal - León Tolstoi

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  • LEN TOLSTOI

    FELICIDAD

    CONYUGAL

  • PRIMERA PARTE

  • 3

    CAPTULO I

    atia, Sonia y yo llevbamos luto por nuestra madre, que haba fallecido en

    otoo. Pasamos aquel invierno solas en la aldea.

    Katia, una antigua amiga de la familia, era nuestra institutriz; nos haba criado

    a todos y yo la recordaba y quera desde que tena uso de razn. Sonia era mi

    hermana menor. Pasbamos aquel invierno triste y sombro en nuestra casa

    de campo. Haca fro, soplaba el viento y la nieve se haba acumulado hasta

    las ventanas, que, casi siempre, estaban empaadas y cubiertas de escarcha.

    Casi no salamos, no bamos a ningn sitio. Raras veces venan a visitarnos,

    pero si alguien lo haca no era para traer alegra a nuestra casa. Todos

    estaban tristes, todos hablaban en voz baja como temiendo despertar a

    alguien, y nadie rea. Se oan suspiros y con frecuencia se echaban a llorar al

    mirarme y, sobre todo a la pequea Sonia, con su vestidito negro. An

    pareca sentirse la muerte en la casa; la tristeza y el horror flotaban en el

    ambiente. El cuarto de mam estaba cerrado. Cuando pasaba junto a l para

    ir a acostarme, me daban escalofros y algo me impulsaba a echar un vistazo

    a esa habitacin fra y deshabitada.

    Por aquel entonces tena diecisiete aos. En el ao de su muerte, mam

    haba querido que nos trasladramos a la capital para que yo empezara a

    frecuentar la sociedad. La prdida de mi madre constituy una terrible

    desgracia para m, pero debo confesar que precisamente por ella comprend

    que era joven y bonita, cosa que me decan todos. Y, sin embargo, era el

    segundo ao que pasaba en la soledad del pueblo. Hacia fines de invierno, mi

    tristeza y aburrimiento llegaron al extremo de que dej de salir de mi

    habitacin; no abra el piano ni coga un libro. Cuando Katia me rogaba que

    me ocupase de algo, le responda: No tengo ganas, no puedo. Una voz

    interior me deca: Para qu? Para qu emprender algo cuando pierdes los

    mejores aos de tu vida de un modo tan absurdo? A este Para qu? slo

    respondan las lgrimas.

    K

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    Todos decan que haba adelgazado y estaba desmejorada, pero eso no

    importaba. Para qu? Por quin iba a preocuparme? Tena la sensacin de

    que mi vida entera deba transcurrir as, en aquel solitario rincn, en un

    perpetuo hasto del que no tena deseos ni fuerzas para evadirme. Al

    terminar el invierno, Katia, preocupada por mi salud, decidi llevarme al

    extranjero a toda costa. Pero para eso haca falta dinero. No sabamos a

    ciencia cierta lo que nos haba dejado mi madre y esperbamos de un da

    para otro la llegada del tutor, que deba esclarecer nuestra situacin. Lleg

    en marzo.

    Gracias a Dios, por fin ha llegado Serguei Mijailovich me dijo Katia un da

    en que yo vagaba como una sombra, desocupada, sin pensar en nada. Ha

    mandado preguntar por nosotras. Quiere venir a la hora de comer. Anmate,

    Mashenka! Qu va a pensar de ti? Os quera tanto a toda la familia!

    Serguei Mijailovich era vecino nuestro y amigo de mi difunto padre, aunque

    mucho ms joven que l. Su llegada cambiaba nuestros planes y nos ofreca

    la posibilidad de marcharnos de la aldea; adems, desde mi infancia me haba

    acostumbrado a respetarle y le tena afecto. Al aconsejarme que me

    animase, Katia adivinaba que, de todos nuestros conocidos, Serguei

    Mijailovich era la persona ante quien me habra importado ms presentarme

    bajo un aspecto desfavorable. Todos los de la casa, empezando por Katia y

    Sonia ahijada de Serguei Mijailovich hasta el ltimo de los cocheros, le

    queramos por costumbre. Por otra parte, su persona tena para m una

    importancia extraordinaria por unas palabras que o decir a mi madre. Le

    haba dicho en una ocasin que hubiera deseado para m un marido como l.

    En aquella poca, eso me haba parecido extrao y hasta desagradable.

    Soaba con un galn delgado, plido y triste. En cambio Serguei Mijailovich

    era de cierta edad, grueso y al parecer de carcter alegre. Pero, a pesar de

    todo, esas palabras me haban hecho impresin, y seis aos atrs, cuando yo

    tena once y l me hablaba de t, jugaba conmigo y me llamaba nia-violeta,

    me preguntaba a veces, no sin temor, que hara si quisiera casarse conmigo.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    Serguei Mijailovich lleg antes de la hora de comer. Katia haba mejorado el

    men, preparando una salsa de espinacas y un pastel de nata. Vi por la

    ventana que nuestro tutor se acercaba a la casa en un pequeo trineo; pero

    tan pronto hubo doblado la esquina, me apresur a entrar en el saln; quera

    fingir que no le haba esperado en absoluto. No obstante, al or su recia voz y

    sus pasos, desde el recibidor, no pude dominar mi impaciencia y corr a su

    encuentro. Risueo, con la mano de Katia entre las suyas, hablaba en voz

    alta. Al verme se interrumpi. Durante un momento me mir sin decidirse a

    saludarme. Me sent cohibida y not que enrojeca.

    Pero, es posible que sea usted? exclam en ese tono sencillo y resuelto

    que le era habitual, mientras abra los brazos y se acercaba a m. Cmo es

    posible cambiar as? Cunto ha crecido! Vaya! La violeta se ha convertido

    en un verdadero rosal.

    Me estrech la mano con fuerza, casi hacindome dao, con la suya, muy

    grande. Pens que me la iba a besar y me inclin hacia l, pero se limit a

    estrecharme la mano de nuevo y a fijar sus ojos de expresin firme y alegre

    en los mos. Haca seis aos que no nos habamos visto. Haba cambiado

    mucho; estaba curtido por el sol y llevaba unas patillas que no le favorecan.

    No obstante, tena los sencillos modales de siempre y tambin era el de

    siempre su rostro de grandes rasgos, sus inteligentes ojos brillantes y su

    sonrisa casi infantil.

    Al cabo de cinco minutos, dej de ser el husped y se convirti en una

    persona de casa incluso para los criados, a quienes haba alegrado su llegada,

    lo que poda deducirse por el celo que mostraban.

    Se port de un modo completamente distinto a como solan hacerlo los

    vecinos que venan a vernos despus del fallecimiento de mam, los cuales

    consideraban necesario callar y llorar mientras permanecan en casa. Por el

    contrario, Serguei Mijailovich estuvo alegre y comunicativo. No dijo ni una

    palabra referente a mam. Al principio esta indiferencia me pareci extraa,

    incluso incorrecta, por parte de una persona tan allegada a nosotros. Pero

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    luego comprend que no se trataba de indiferencia, sino de sinceridad, y me

    sent agradecida.

    Por la tarde, a la hora del t, Katia ocup en el saln el sitio de siempre, como

    en la poca de mam. Sonia y yo nos sentamos a su lado. El anciano Grigori

    trajo una vieja cachimba de pap que haba buscado para Serguei Mijailovich,

    y ste se puso a recorrer la estancia, como sola hacerlo antao.

    Qu cambios se han producido en esta casa! Cuando pienso exclam, interrumpindose.

    Es verdad asinti Katia con un suspiro.

    Y despus de tapar el samovar, lo mir con expresin compungida.

    Supongo que recuerda a su padre me dijo Serguei Mijailovich.

    Poco contest.

    Qu bien estaran ustedes con l ahora! pronunci en voz baja,

    mirndome a la frente, por encima de los ojos. Yo estimaba mucho a su

    padre! aadi en un susurro.

    Me pareci que sus ojos se haban vuelto ms brillantes.

    A ella tambin se la ha llevado el seor dijo Katia, quien, despus de

    dejar la servilleta sobre la tetera, sac el pauelo y se ech a llorar.

    Ha habido grandes cambios en esta casa repiti Serguei Mijailovich,

    volvindose. Sonia, ensame tus juguetes dijo al cabo de un rato, y se

    fue a la sala.

    Mir a Katia con los ojos llenos de lgrimas.

    Es un buen amigo coment.

    Experiment una sensacin de bienestar por la compasin que nos mostraba

    ese hombre tan bueno, que, al fin y al cabo, era un extrao para nosotras.

    Desde la sala se poda or gritar a Sonia, que jugaba con Serguei Mijailovich.

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    Mand que le sirvieran el t. Se haba sentado al piano y golpeaba las teclas

    con los deditos de de Sonia.

    Mara Alexandrovna! Venga, tquenos alguna pieza reson su voz.

    Me agrad que me tratase con esa sencillez y esa amistosa autoridad.

    Fui a su lado.

    Toque esto dijo, abriendo un libro de sonatas de Beethoven. Era el

    adagio de la sonata quasi una fantasia. Vamos a ver qu tal lo hace

    aadi, retirndose a un rincn de la sala con el vaso de t en la mano.

    No s por qu, pero me di cuenta de que era intil negarme, argumentando

    que tocaba mal. As, pues, me sent al piano y empec a tocar.

    Tema el juicio de Serguei Mijailovich, pues me constaba que le gustaba la

    msica y que la entenda. El adagio estaba en consonancia con los recuerdos

    que provocara en m la charla durante el t y, al parecer, lo interpret

    bastante bien. Sin embargo, Serguei Mijailovich no me dej acabar el scherzo.

    No lo interpreta bien dijo, acercndose a m. Djelo! Lo primero no le

    ha salido mal. Me parece que entiende la msica.

    Este discreto elogio me alegr tanto que hasta me ruboric. Me agrada el

    hecho de que ese amigo y compaero de mi padre hablara conmigo a solas

    en tono serio y no como antes, como cuando era nia. Katia subi a acostar a

    Sonia; nosotros nos quedamos en la sala. Serguei Mijailovich me habl de mi

    padre, de lo compenetrado que haba estado con l, de la vida alegre y

    divertida que llevaran en otro tiempo, cuando yo me interesaba slo por los

    libros y los juguetes. Y mi padre se me apareci por primera vez como un

    hombre sencillo y agradable, distinto de cmo lo haba conocido. Serguei

    Mijailovich me hizo preguntas acerca de mis proyectos, de lo que me

    gustaba, de lo que lea, y me dio consejos. Ya no era aquel ser bromista y

    divertido que me haca rabiar y me confeccionaba juguetes, sino un hombre

    serio, sencillo y afectuoso por el que, involuntariamente, sent respeto y

    simpata. Me encontraba a gusto en su presencia y, sin embargo, me cohiba

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    hablar con l. Tema por cada una de mis palabras; deseaba ganarme por m

    misma el cario que me otorgaba por el hecho de ser la hija de mi padre.

    Cuando hubo acostado a Sonia, Katia se reuni con nosotros y se quej de mi

    apata, que yo no haba mencionado para nada.

    No me ha contado lo ms importante exclam Serguei Mijailovich,

    sonriendo y moviendo la cabeza con aire de reproche.

    Para qu iba a contrselo? Es muy aburrido Ya se pasar. Adems, no

    tiene importancia. Ya se pasar.

    En aquel momento no slo me pareca que mi tristeza pasara, incluso que

    nunca haba existido.

    Est mal que uno no sepa soportar la soledad. Ser posible que sea usted

    ya una seorita?

    Desde luego contest, echndome a rer.

    Pero una seorita mimada que slo vive mientras la admiran; en cuanto se

    queda sola, se abandona y nada le es grato. Todo en ella es externo, todo es

    para los dems; nada tiene para s misma.

    Bonita opinin tiene usted de m! exclam por decir algo.

    No en vano se parece usted a su padre pronunci despus de un breve

    silencio. En usted hay y su mirada, atenta y bondadosa, se pos de

    nuevo en m, turbndome de un modo agradable.

    Slo en aquel momento me di cuenta de que, pese a su expresin, que en un

    principio pareca alegre, tena una mirada clara, peculiar, que, poco a poco,

    se tornaba grave y melanclica.

    No puede ni debe estar triste. Comprende la msica, tiene libros, ha

    cursado estudios y toda su vida est por delante. Lo nico que debe hacer es

    prepararse para ella con objeto de no arrepentirse despus. Dentro de un

    ao, ser tarde.

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    Me hablaba como si fuera mi padre o un pariente; sin duda se esforzaba por

    ponerse a mi nivel. Me doli que me considerase como a una inferior, pero

    era agradable que se mostrara distinto slo para m.

    Pas el resto de la tarde hablando de nuestros asuntos con Katia.

    Bueno, adis, mis buenas amigas dijo al fin, y acercndose a m, me

    tom la mano.

    Cundo le volveremos a ver? pregunt Katia.

    En primavera contest Serguei Mijailovich sin soltarme la mano. Ahora

    voy a Danilovka era otra aldea nuestra; ver en qu estado se encuentra

    y arreglar lo que pueda. Despus ir a Mosc para unos asuntos

    particulares. Pero en verano nos veremos a menudo.

    Es posible que se vaya para tanto tiempo? exclam con profunda

    tristeza.

    Me haba hecho ilusiones de verlo todos los das. De repente me dio miedo

    de que volviera a embriagarme la tristeza. Eso debi de notarse en mis ojos y

    en el tono de voz.

    Dedquese a algo; no se deje llevar por la melancola replic Serguei

    Mijailovich en un tono que se me antoj extremadamente fro. En

    primavera le har un examen concluy, soltndome la mano sin mirarme.

    Fuimos a acompaarle al recibidor; se puso la pelliza rpidamente y me mir.

    Es intil pens. Se imagina acaso que me agrada que me mire? Es

    usted muy buena persona, muy buena persona, pero nada ms.

    Aquella noche Katia y yo tardamos en dormirnos. Hablamos mucho, pero no

    de l, sino acerca de cmo pasaramos aquel verano y dnde y de qu

    maneras viviramos en invierno. Ya no se me presentaba la terrible pregunta:

    Para qu? Me pareca claro y sencillo que se deba vivir para ser feliz y no

    dudaba de que el futuro me reservaba toda clase de venturas. Era como si

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    nuestra vieja y sombra casa de Pokrovskoie se hubiese llenado sbitamente

    de vida y de luz.

  • 11

    CAPTULO II

    leg la primavera. Mi tristeza se haba esfumado, sustituyndose por una

    melancola primaveral, llena de ensueos, de inexplicables deseos y

    esperanzas. Ya no viva sin hacer nada, como al principio del invierno, sino

    que me ocupaba de Sonia, tocaba el piano y lea. Sin embargo, sola vagar por

    los senderos del jardn o sentarme en algn banco, y slo Dios sabe qu

    pensamientos y deseos y esperanzas me embargaban. A veces, sobre todo

    cuando haba luna, me pasaba la noche entera sentada junto a la ventana de

    mi cuarto; otras, sin ponerme nada encima, tal y como estaba, con una

    blusita y una falda, procurando que no me oyese Katia, bajaba la escalera y

    corra al estanque por la hierba cubierta de roco. Una vez hasta sal al campo

    y regres rodeando todo el jardn.

    Ahora me resulta difcil comprender los sueos que llenaban entonces mi

    imaginacin. Cuando los recuerdo, me parece imposible que fueran mos.

    Eran tan extraos! Tan irreales!

    Serguei Mijailovich regres de su viaje a fines de mayo, conforme haba

    prometido.

    Vino a verme a ltima hora de la tarde, no lo esperbamos en absoluto. Nos

    disponamos a tomar el t. El jardn haba reverdecido ya y en los tupidos

    macizos anidaban los ruiseores. Los arbustos de lilas aparecan como

    salpicados de algo blanco y violeta; las flores estaban a punto de abrirse. Con

    el sol poniente, el follaje de la alameda apareca transparente. Una sombra

    suave invada la terraza. El roco vespertino iba cayendo sobre la hierba.

    Desde el patio, al otro lado del jardn, llegaban los ltimos ruidos del da; un

    rebao volva a la aldea; Nikon, el tonto, rodaba un barril por el senderito,

    delante de la terraza, y el chorro de agua fra caa de la regadera,

    ennegreciendo la tierra en torno de los tallos de las dalias y a los puntales.

    L

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    En la mesa, sobre el blanco mantel, herva el resplandeciente samovar, junto

    a una jarrita con nata y platos de rosquillas y galletas. Con sus manos

    regordetas, Katia enjuagaba las tazas. El bao me haba abierto el apetito; no

    tuve paciencia para esperar que sirvieran el t y empec a comer pan con

    nata fresca. Llevaba una blusa de hilo con manga corta y tena el cabello

    mojado, atado con un pauelo. Katia fue la primera que vio a Serguei

    Mijailovich.

    Ah! Precisamente hablbamos de usted exclam, salindole al

    encuentro.

    Me levant para irme a cambiarme de ropa, pero nos encontramos en la

    puerta.

    Nada de cumplidos, estamos en el campo me dijo con una sonrisa,

    mirndome a la cabeza. No le avergenza que Grigori la vea as, verdad?

    Pues bien: Soy Grigori para usted. De veras.

    Pero en aquel momento me pareci que me miraba de un modo distinto a

    como poda hacerlo aqul, y me sent molesta.

    Enseguida vuelvo repliqu alejndome.

    Est muy bien as! me grit Serguei Mijailovich. Parece una muchacha

    campesina.

    Qu modo tan raro de mirarme! pens mientras me cambiaba

    rpidamente de ropa en el piso de arriba. Pero gracias a Dios, ha vuelto, y

    todo resultar ms alegre ahora.

    Despus de contemplarme en el espejo, muy contenta, corr escaleras abajo

    y, sin ocultar mi apresuramiento, entr jadeante en la terraza. Serguei

    Mijailovich, sentado junto a la mesa, hablaba con Katia de nuestros asuntos.

    Al verme sonri, pero prosigui la conversacin. Segn sus palabras, todo iba

    perfectamente. Tendramos que pasar el verano en la aldea, pero luego nos

    marcharamos a San Petersburgo o al extranjero para poder educar a Sonia.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    Debera usted acompaarnos; de otro modo, nosotras solas nos

    sentiremos en el extranjero como en un bosque.

    De buena gana dara la vuelta al mundo con ustedes! exclam Serguei

    Mijailovich, medio en serio, medio en broma.

    Por qu no? repliqu. Podemos emprender un viaje alrededor del

    mundo.

    Y mi madre? Y los negocios? arguy, moviendo la cabeza. Pero

    dejemos eso. Cunteme cmo ha pasado este tiempo atrs. Se ha dejado

    llevar de nuevo por la tristeza?

    Le contest que, en su ausencia, me haba ocupado de algunas cosas y que

    no haba estado triste. Katia confirm mis palabras. Entonces me elogi y me

    acarici con la mirada, como si yo fuera una criatura y l tuviera derecho a

    hacerlo. Cre indispensable darle detallada cuenta de cunto haba hecho de

    bueno y reconocer, como en una confesin, todo lo que pudiera disgustarle.

    Haca una noche esplndida. Por tanto, cuando retiraron el servicio del t,

    nos quedamos en la terraza. La conversacin result tan entretenida que no

    me di cuenta de que poco a poco dejaron de orse las voces de los criados. El

    aroma de las flores se hizo ms intenso, un copioso roco cubri la hierba, un

    ruiseor empez a cantar en un arbusto de lilas, cerca de la terraza, pero

    enmudeci al or nuestras voces; el cielo, muy estrellado, pareca haber

    descendido sobre nosotros. Comprend que era de noche porque un

    murcilago penetr bajo la lona de la casa y alete junto a mi pauelo

    blanco. Me arrim a la pared dispuesta a gritar, pero el murcilago sali de

    all silenciosa y velozmente y se perdi en la penumbra del jardn.

    Cmo me gusta Pokrovskoie! exclam Mijailovich, cambiando de

    conversacin. Me pasara la vida entera sentado en esta terraza.

    Puede hacerlo, si quiere replic Katia.

    S, claro; pero la vida es movimiento.

    Por qu no se casa? pregunt Katia. Sera usted un marido excelente.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    Pues porque me gusta permanecer sentado sin hacer nada exclam

    Serguei Mijailovich, echndose a rer. No; Katerina Karlovna, ni usted ni yo

    nos casaremos ya. Hace mucho que nadie se fija en m como en un hombre

    que puede casarse todava. Yo pienso en eso menos que nadie. Y me

    encuentro muy a gusto, se lo aseguro.

    Me pareci que deca esto apasionadamente.

    Qu cosas tiene! A los treinta y seis aos se considera caduco exclam

    Katia.

    Y hasta qu punto! Slo tengo ganas de estar sentado. Para casarse se

    requiere otra cosa. Pregnteselo a ella dijo Serguei Mijailovich,

    sealndome con la cabeza. Estas muchachas son las que deberan casarse.

    Nosotros disfrutaremos vindolas.

    En el tono de su voz haba cierta tensin y cierta tristeza oculta que no me

    pasaron inadvertidas; call durante un rato; Katia y yo no hicimos ningn

    comentario.

    Imagnese prosigui, revolvindose en la silla que por desgracia me

    casara con una muchacha de diecisiete aos, con Mash, con Mara

    Alexandrovna, por ejemplo. Estoy muy contento de que se me haya

    ocurrido Es el mejor ejemplo.

    Me ech a rer, sin poder comprender por qu Serguei Mijailovich estaba tan

    alegre, ni por qu se le haba ocurrido ese ejemplo

    Dgame la verdad, con la mano puesta sobre el corazn exclam,

    dirigindose a m en tono de broma. Acaso no sera una desgracia unir su

    vida a la de un hombre viejo, caduco, cuyo nico deseo es estar sentado,

    cuando usted se encuentre henchida de sueos y deseos?

    Me sent molesta y guard silencio, sin saber qu responder.

    No le hago una proposicin argument riendo. Dgame con franqueza:

    verdad que no suea con un marido como yo cuando pasea sola por el

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    jardn a la cada de la tarde? Verdad que esto sera una desgracia para

    usted?

    No precisamente una desgracia empec diciendo.

    Pero no estara bien concluy Serguei Mijailovich.

    Claro que puedo equivo

    Me interrumpi de nuevo.

    Ya lo ve; tiene razn. Le agradezco su franqueza y me alegro de que

    hayamos suscitado este tema. Adems, para m tambin sera una terrible

    desgracia aadi.

    Qu divertido es usted! No ha cambiado en absoluto dijo Katia.

    Y abandon la terraza para mandar que sirvieran la cena.

    Ambos guardamos silencio. El ruiseor empez a cantar de nuevo, pero no

    como por la tarde, con aquellos gorjeos indecisos y entrecortados, sino

    lanzando unos trinos reposados y tranquilos, que se desbordaban por todo el

    jardn. Otro ruiseor le contest desde una lejana hondonada. El del jardn

    enmudeci un momento, como si escuchara; luego sus sonoros trinos

    tornronse ms agudos y vibrantes. Resonaban serenos y majestuosos en ese

    maravilloso mundo, ese mundo nocturno, ajeno a nosotros. El jardinero pas

    en direccin al invernadero; iba a acostarse; omos cmo se alejaba por el

    sendero, haciendo ruido con sus gruesas botas. Luego se oy un silbido

    penetrante desde la falda de la montaa y de nuevo qued todo en silencio.

    El follaje se estremeci imperceptiblemente, se agit la lona y la brisa

    esparci un agradable aroma. Resultaba molesto callar despus de lo que

    habamos hablado, pero no saba qu decir. Lo mir. Sus ojos brillantes se

    fijaron en m.

    Qu bien se vive en este mundo! dijo.

    Suspir sin saber por qu.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    Qu me dice?

    Qu bien se vive en este mundo! repet.

    Callamos de nuevo y volv a sentirme molesta. Me figur que le haba

    disgustado asintiendo que era viejo y quise consolarlo, pero no supe cmo.

    Tengo que marcharme dijo, levantndose. Mi madre me espera para

    cenar. Apenas si la he visto hoy.

    Quera tocarle una sonata nueva! exclam.

    En otra ocasinreplic con frialdad.

    En aquel momento me pareci an ms evidente que se haba disgustado y

    me dio lstima. Katia y yo le acompaamos hasta la escalinata y

    permanecimos un rato mirando el camino por el que desapareca. Cuando

    dejaron de orse los cascos de su caballo, volv a la terraza, desde donde

    contempl el jardn, envuelto en neblina y poblado de ruidos nocturnos.

    Estuve largo rato viendo y oyendo slo lo que quera ver y or.

    Serguei Mijailovich vino por segunda y tercera vez. La sensacin molesta

    producida por la extraa conversacin que habamos sostenido desapareci

    por completo y no volvi a renovarse. Durante el verano nos visitaba dos o

    tres veces por semana. Me acostumbr de tal modo a su presencia que, si

    tardaba algo ms en venir, la vida se volva aburrida, y me enfadaba con l.

    Me pareca que obraba mal abandonndome. Me trataba como a un

    compaero joven a quien estimase; me haca preguntas, me induca a una

    sinceridad completa, me daba consejos, me estimulaba y, a veces, me

    reprenda y frenaba mis mpetus. Pero, a pesar de su esfuerzo por

    mantenerse continuamente a mi nivel, lo comprenda slo hasta un lmite,

    ms all del cual exista un mundo entero, ajeno para m, en el que no

    consideraba necesario introducirme. Eso me infunda respeto y me atraa.

    Supe por Katia y por los vecinos que, adems de las preocupaciones que

    tena con su anciana madre, con su propiedad y con nuestra tutela, ciertos

    asuntos de la nobleza le daban grandes disgustos. Pero nunca logr que me

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    dijera qu opinin tena de todo aquello, ni cules eran sus ideas, ni sus

    planes. En cuanto a empezaba a hablarle de sus asuntos, frunca el ceo de

    una manera que le era peculiar, como diciendo: Basta, por favor, eso no le

    incumbe, y cambiaba de tema. Al principio esto me ofenda; luego me

    acostumbr de tal forma que slo hablbamos de cosas que me concernan,

    lo que pareca muy natural.

    Otra particularidad suya, que tambin me disgust en los primeros tiempos,

    pero que ms adelante me fue simptica, era su completa indiferencia y un

    cierto desprecio respecto de mi fsico. Nunca haca alusin a mi belleza con

    una mirada o con una palabra, y es ms, frunca el ceo y se echaba a rer

    cuando alguien me deca en presencia suya que era bonita. Le gustaba

    encontrarme defectos, y me haca rabiar con ellos. Los das de fiesta, Katia

    sola engalanarme con vestidos y peinados de moda, pero eso no haca ms

    que provocar las burlas de Serguei Mijailovich. Al principio, esa actitud me

    desconcertaba y la pobre Katia se afliga. En su fuero interno, estaba

    convencida de que yo le gustaba a Serguei Mijailovich y no comprenda cmo

    era posible que no le agradase verme bajo el aspecto ms agradable. Tard

    en entender que Serguei Mijailovich necesitaba estar seguro de que yo no

    era coqueta. Cuando me di cuenta de ello, no qued en m la menor sombra

    de coquetera en el vestir, en el peinado ni en los movimientos; pero, en

    cambio, surgi la coquetera de la sencillez, en una poca en que an no

    poda ser sencilla.

    Me constaba que Serguei Mijailovich me quera; no me preguntaba si era

    como a una nia o como a una mujer. Presenta que me consideraba como la

    mejor muchacha del mundo y no poda por menos de desear que este

    engao continuara. Involuntariamente engaaba a Serguei Mijailovich. Pero,

    al hacerlo, me volva mejor. Me di cuenta de que era mucho mejor y ms

    digno mostrarle las cualidades de mi alma que las perfecciones de mi cuerpo.

    Haba valorado inmediatamente mis cabellos, mis manos, mi cara y mis

    costumbres, fuesen buenas o malas, y saba que ya no me era posible aadir

    nada que no fuera ficticio a mi persona externa. En cambio, no conoca mi

    alma porque estaba en plena evolucin; por tanto, poda engaarle y lo

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    18

    haca. Qu bien me sent en presencia de Serguei Mijailovich cuando

    comprend esto con claridad! La turbacin inmotivada y la sensacin molesta

    de antes desaparecieron por completo. Saba que ya no poda verme de

    frente, de perfil, sentada o en pie, con los cabellos recogidos o sueltos, me

    conoca toda, y tena la impresin de que estaba satisfecho de m tal como

    era. Creo que si, en contra de sus costumbres, me hubiese dicho, como lo

    hacan los dems, que tena un rostro encantador, no me hubiera alegrado

    en absoluto. En cambio, mi alma se hencha de regocijo cuando, a cualquier

    palabra que yo dijera, me miraba fijamente y exclamaba conmovido, aunque

    procurando dar un tono jocoso a su voz:

    En usted hay algo. Debo decirle que es una buena muchacha.

    Por qu me otorgaba esta recompensa que llenaba mi corazn de orgullo y

    alegra? Porque haba dicho que me conmova el cario del viejo Grigori por

    su nieta, porque se me saltaban las lgrimas al leer unas poesas o una

    novela, o porque prefera Mozart a Schulhof. Mi intuicin para lo que estaba

    bien y se deba apreciar era sorprendente, porque, en realidad, en aquella

    poca no tena la menor nocin de tales cosas. La mayor parte de mis gustos

    y costumbres de antes no agradaban a Serguei Mijailovich. Bastaba un

    movimiento, una mirada o que su rostro adquiriera una expresin especial,

    ligeramente despectiva, para que en el acto dejara de gustarme lo que me

    haba deleitado un momento atrs. A veces, cuando se dispona a

    aconsejarme, me pareca saber de antemano lo que iba a decir. Cuando me

    preguntaba algo mirndome a los ojos, su mirada extraa de m lo que

    deseaba. Todas las ideas y sentimientos que tena en aquella poca no eran

    mos, sino de l; eran ideas y sentimientos que sbitamente se haban hecho

    mos y haban pasado a mi existencia, iluminndola. Sin darme cuenta

    comenc a considerarlo todo desde otro punto de vista; a Katia, a nuestros

    siervos, a Sonia, a m misma y mis ocupaciones. Los libros que leyera antes

    slo por aburrimiento, se convirtieron en uno de los mayores placeres. Esto

    era debido a que era l quien los traa, a que leamos juntos y comentbamos

    las lecturas. Antes las lecciones que daba a mi hermana constituan para m

    una pesada carga que me esforzaba en cumplir como un deber, pero desde

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    19

    que Serguei Mijailovich presenci una clase, los progresos de Sonia me

    proporcionaron mucha alegra. Antes me pareca imposible aprender una

    pieza de msica entera; en cambio, por aquel entonces, sabiendo que l iba a

    escucharme y que tal vez me elogiara, repeta hasta cuarenta veces el mismo

    pasaje sin aburrirme. La pobre Katia se tapaba los odos con algodn. Las

    sonatas sonaban de un modo distinto, las ejecutaba de otra forma, mucho

    mejor.

    Tambin Katia, a la que conoca perfectamente y quera como a m misma,

    cambi ante mis ojos. Comprend que no tena obligacin de ser nuestra

    madre, nuestra amiga y nuestra sierva, pues en realidad eso es lo que era

    para nosotras. Comprend todo el sacrificio y la abnegacin de este ser

    amante, comprend cunto tena que agradecerle, y empec a quererla an

    ms. Serguei Mijailovich me ense a considerar a nuestra gente, a los

    campesinos y a los criados de una forma completamente distinta. Resulta

    extrao, pero la verdad es que hasta los diecisiete aos viv entre esos seres y

    era para ellos ms ajena que para gente que no haba visto nunca. Jams se

    me ocurri pensar que amaban y tenan deseos y sentimientos como yo.

    Nuestro jardn, nuestros bosques, nuestros campos, que conoca desde haca

    tiempo, tornronse de pronto nuevos y maravillosos. No en vano Serguei

    Mijailovich deca que slo existe una felicidad indudable en el mundo: vivir

    para los dems. Esta idea me pareci extraa entonces porque no la

    comprenda; no obstante, se infiltr en mi corazn sin razonamientos.

    Serguei Mijailovich me descubri un mundo entero de alegras en el

    presente, sin cambiar para nada mi existencia, sin aadir ms que su persona

    a cada emocin. Todo aquello haba vivido en silencio alrededor mo desde

    mi infancia y haba bastado que viniera l para que resonase y entrase a

    raudales en mi alma, llenndola de felicidad.

    Aquel verano a menudo suba a mi habitacin, me echaba en la cama y, en

    lugar de aquella antigua tristeza de primavera, llena de deseos y esperanzas

    para el futuro, me embargaba la inquietud de una felicidad inmediata. No

    poda dormir; entonces iba a sentarme en la cama de Katia y le deca que era

    feliz. Al recordar esto ahora, comprendo que no era necesario decrselo;

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    20

    poda serlo sin ms. Katia me besaba, asegurndome que ella lo era tambin,

    que nada le faltaba. Pero admita la posibilidad de dormir, hasta simulaba

    enfadarse echndome de su lado, y no tardaba en conciliar el sueo.

    Yo estaba desvelada; durante mucho rato daba vueltas en mi imaginacin a

    todo lo que me haca feliz. A veces me levantaba para rezar; otras, daba

    gracias a Dios por la dicha que me haba concedido.

    Reinaba el silencio en la estancia. Se oa la respiracin regular de Katia y el

    tic-tac del reloj. Dando vueltas en la cama, murmuraba palabras, me

    santiguaba y besaba la cruz que llevaba al cuello. Las puertas y las persianas

    estaban cerradas. Una mosca o un mosquito se agitaba zumbando en algn

    rincn. Me hubiera gustado no salir nunca de este cuarto, me hubiera

    gustado que no llegase el da que iba a esfumar la atmsfera espiritual que

    me envolva. Tena la sensacin de que mis ideas, mis sueos y mis oraciones

    eran unos seres vivos que vivan en la oscuridad, revoloteaban en torno a mi

    cama y gravitaban por encima de m. Cada uno de esos pensamientos era un

    pensamiento de l, y cada uno de esos sentimientos le perteneca tambin.

    Por aquel entonces ignoraba que eso era el amor; crea que eso poda

    suceder siempre, que era un sentimiento que nos embargaba sin ms ni ms.

  • 21

    CAPTULO III

    ra la poca de la cosecha. Una tarde, despus de comer, Katia, Sonia y yo

    fuimos al jardn a sentarnos en nuestro banco preferido, a la sombra de

    los tilos, desde donde se dominaban el bosque y los campos. Haca unos tres

    das que Serguei Mijailovich no haba vuelto a vernos, y en aquel momento lo

    esperbamos porque haba prometido al administrador dar una vuelta por

    los campos. Hacia las dos de la tarde lo vimos pasar, montado a caballo, por

    el campo de centeno. Katia orden que sirvieran melocotones y cerezas; era

    la fruta predilecta de Serguei Mijailovich. Despus, mirndome risuea, se

    tendi en el banco y se qued adormilada. Arranqu una rama de tilo, cuyas

    hojas y corteza jugosas me humedecieron la mano y, agitndola por encima

    de Katia, prosegu mi leccin. Pero levantaba los ojos sin cesar hacia el

    camino por el que deba venir Serguei Mijailovich. Junto a un viejo tilo, Sonia

    construa un cenador para las muecas.

    El da era caluroso, sofocante, no corra el menor soplo de viento; las nubes

    se condensaban, tornndose ms oscuras y ya desde por la maana pareca

    que iba a desencadenarse una tormenta. Me sent alterada, como siempre

    que haba bochorno. Al medioda, las nubes haban empezado a disiparse y

    apareci el sol en el cielo despejado; a lo lejos, retumbaron ligeros truenos;

    por un pesado nubarrn, suspendido en el horizonte, que se confunda con el

    polvo de los campos, descendieron hasta la tierra plidos rayos

    zigzagueantes. Era evidente que la tormenta no descargara, al menos en

    nuestra aldea. Por el camino que se divisaba a trechos ms all del jardn, ora

    se vea una fila de altos carros chirriantes, cargados de haces, que se

    arrastraban lentamente, ora una fila de carros vacos, que iban veloces en

    direccin contraria, con campesinos, cuyas camisas ondeaban el aire. La

    densa polvareda, inmvil, se mantena en el aire entre el transparente follaje

    del jardn. Desde la era, que estaba algo ms lejos, se oan voces y chirriar de

    ruedas, y los mismos haces amarillos que haca un momento haban pasado

    en los carros volaban por el aire transformndose en ovalados almiares. Se

    E

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    22

    destacaban sus tejados puntiagudos y las siluetas de los campesinos que se

    agitaban sobre ellos. Delante, en un campo polvoriento, veanse tambin

    carros y haces de mieses y llegaban hasta m el alboroto y las canciones. A la

    derecha, en un campo segado, se destacaban los abigarrados vestidos de

    mujeres que ataban las gavillas. El campo iba despojndose y cubrindose de

    hermosos haces. Era como si de repente el verano se estuviese convirtiendo

    en otoo ante mis propios ojos. Haca bochorno y por doquier, a excepcin

    de nuestro rincn preferido del jardn, se alzaban nubes de polvo. Por todas

    partes bullan los trabajadores, envueltos en aquel polvo y bajo aquel sol

    ardiente.

    Katia dormitaba dulcemente con el rostro cubierto con un pauelo blanco de

    batista; las jugosas cerezas relucan, nuestros vestidos eran impecables, los

    rayos del sol jugueteaban en el agua de la jarra formando claras irisaciones y

    yo me encontraba muy bien. Qu culpa tengo de ser feliz? pens.

    Cmo podra compartir mi dicha? A quin entregarme por completo?

    El sol se haba puesto ya detrs de las copas de los lamos del jardn y el

    polvo iba posndose sobre los campos. A la luz de los oblicuos rayos del sol la

    lejana se vislumbraba ms difana; las nubes se haban disipado y en la era,

    ms all del arbolado, se vean las cimas de tres almiares nuevos, de los que

    bajaban algunos campesinos. Pasaron unos cuantos carros, armando gran

    estrpito. Sin duda eran los ltimos. Despus, las mujeres que iban cantando

    con los rastrillos al hombro y unos hatos colgados a la cintura. Pero Serguei

    Mijailovich no llegaba, a pesar de que haca un rato que lo haba visto bajar

    hacia la falda de la montaa. De repente, divis su silueta en la avenida; no

    esperaba que viniese por ah; sin duda haba dado la vuelta al valle.

    Se acercaba a m a grandes pasos, radiante de alegra, y con el sombrero en

    la mano. Al ver que Katia dorma, se mordi los labios, cerr los ojos y

    empez a andar de puntillas. Enseguida me di cuenta de que se hallaba en

    ese estado de nimo alegre que tanto me gustaba y que solamos llamar

    entusiasmo salvaje. Enteramente pareca un escolar travieso que haba

    hecho novillos. Todo su ser expresaba alegra y felicidad.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    23

    Buenas tardes, joven violeta. Cmo est? Cmo se encuentra?

    pregunt en voz baja, mientras me estrechaba la mano. Estoy

    perfectamente contest a mi pregunta. Me parece que tengo trece aos;

    me dan ganas de jugar a los caballitos y de subirme a los rboles.

    Tiene entusiasmo salvaje? inquir.

    Y, al mirarle a los ojos, not que me contagiaba de su alegra.

    S me contest guiando un ojo y conteniendo una sonrisa. Pero, por

    qu no pega a Katalina Kariovna en la nariz?

    Mientras le miraba, haba seguido sacudiendo la rama y, sin darme cuenta,

    haba tirado el pauelo de Katia y le azotaba el rostro con las hojas.

    Me ech a rer.

    Luego nos dir que no dorma susurr como si temiera despertarla, pero

    en realidad era porque me agradaba hablar en voz baja con l.

    Serguei Mijailovich movi los labios, hacindome burla. Al reparar en las

    cerezas, cogi el plato con ademn furtivo y, dirigindose hacia Sonia, que

    estaba bajo el tilo, se sent encima de sus muecas. Sonia se enfad. Pero en

    breve hizo las paces con Serguei Mijailovich porque ste le ense un juego

    que consiste en ver cul de los dos se comera ms cerezas.

    Si quiere, traer ms cerezas. O mejor, venga usted mismo a buscarlas.

    Serguei Mijailovich tom el plato, puso encima las muecas y nos dirigimos al

    huerto. Sonia corri detrs de nosotros riendo y tirando a Serguei Mijailovich

    de la chaqueta para que le devolviese los juguetes. ste acab por drselos y

    se dirigi a m con expresin seria:

    Ya lo creo que es una violeta! dijo en un susurro, a pesar de que no

    haba ya peligro de despertar a nadie. En cuanto me he acordado de usted,

    despus de todo el polvo, el calor y las faenas, he recibido perfume a

    violetas. Pero no a violetas olorosas, sino a esas otras, ya sabe, esas violetas

    tempranas, oscuritas, que huelen a aguanieve y a hierba de primavera.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    24

    Qu tal marchan las faenas del campo? pregunt para ocultar la alegra

    y la turbacin que me haban producido sus palabras.

    Admirablemente! Estas gentes son admirables en todas partes. Cuanto

    ms se las conoce, ms se las quiere.

    Es verdad. Antes de llegar usted estuve contemplando a los campesinos

    desde el jardn, y, de pronto, sent remordimiento al pensar que ellos

    trabajan, mientras que yo estoy tan

    No coquetee con eso, amiga ma me interrumpi, mirndome a los ojos

    con expresin grave, aunque cariosa. Es una cosa sagrada. Dios la libre

    de presumir de tener ese sentimiento!

    nicamente se lo digo a usted.

    S, ya lo s. Bueno, dnde estn esas cerezas?

    El huerto estaba cerrado y no estaban los jardineros. Los haban mandado a

    ayudar en las faenas del campo. Sonia corri a pedir la llave, pero Serguei

    Mijailovich no esper a que volviera. Se ecaram en la valla, levant la tela

    metlica y salt al otro lado.

    Quiere darme el plato? le o decir desde ah.

    No; quiero arrancarlas yo misma; voy a buscar la llave repliqu. Sonia no

    la encontrar

    Pero en aquel momento sent deseos de ver lo que haca en el huerto, cmo

    miraba y cmo se mova, al imaginar que nadie lo vea. No quera perderle de

    vista ni un momento. Rode el huerto corriendo de puntillas por las ortigas

    hasta llegar a un sitio donde la valla era ms baja. Sub sobre un barril vaco, y

    pude asomarme al otro lado. Ech un vistazo al interior del huerto con sus

    viejos rboles retorcidos de achas hojas dentadas, entre las que colgaban

    oscuras y jugosas cerezas. Introduciendo la cabeza bajo la tela metlica, vi a

    Serguei Mijailovich. Sin duda pensaba que me haba marchado y que nadie lo

    vea. Permaneca sentado, descubierto, con los ojos cerrados, sobre la rama

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    25

    de un viejo cerezo. Sus dedos se entretenan haciendo una bolita de resina.

    De repente, se encogi de hombros, abri los ojos y murmur algo. Una

    sonrisa le ilumin el rostro. Su expresin era tan distinta a la de siempre, que

    me avergonc de haberle espiado. Cre que me haba dicho Masha. No

    puede ser, pens. Querida Masha, repiti ms bajo y con mayor ternura.

    Esta vez o distintamente esas dos palabras. El corazn empez a latirme con

    tal fuerza y fue tal la alegra que me embarg, que tuve que agarrarme con

    ambas manos a la valla para no caer y descubrir mi presencia. Debi de or

    mis movimientos. Se volvi asustado y, bajando los ojos, se ruboriz como un

    nio. Quiso decirme algo, pero no pudo y se puso todava ms colorado. No

    obstante, al mirarme de nuevo, sonri. Sonre tambin. Su cara expres una

    granalegra. Ya no era aquel seor viejo que me acariciaba y me instrua, sino

    un igual que me amaba y me tema, y a quien yo amaba y tema a mi vez. No

    nos dijimos nada, nos contentamos con mirarnos. Pero sbitamente Serguei

    Mijailovich frunci el ceo, desapareci el brillo de sus ojos y de nuevo me

    habl con tono paternal y hasta con frialdad. Era como si estuvisemos

    haciendo algo malo y se hubiese recobrado y me aconsejara que siguiera su

    ejemplo.

    Baje! Puede lastimarse. Arrglese el cabello. No sabe lo que parece.

    Por qu disimular? Por qu quiere hacerme dao?, pens despechada. Y

    en aquel momento me dieron ganas de turbarlo de nuevo y probar mi poder

    sobre l.

    No; las quiero coger yo misma dije, agarrndome a una rama que estaba

    cerca y saltando por encima de la valla.

    Antes que le diera tiempo de sujetarme, ya haba saltado a tierra.

    Qu tonteras hace! exclam ruborizndose como antes, pero

    procurando disimular su azaramiento por medio de la indignacin. Poda

    haberse hecho dao. Y ahora cmo va a salir de aqu?

    Estaba ms turbado que haca un momento; pero, lejos de alegrarme, me

    asust de verlo as. Me turb tambin y, rehuyendo su mirada y sin saber qu

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    26

    decir, me puse a coger cerezas, aunque no tena dnde ponerlas. Me

    reproch mi proceder, me senta arrepentida y asustada, pensando que ya no

    podra rehabilitarme ante sus ojos.

    Ambos callbamos sintindonos molestos. Sonia vino con la llave y nos libr

    de la molesta situacin. Sin embargo, an estuvimos mucho rato sin

    hablarnos, dirigindonos tan slo a Sonia.

    Cuando regresamos junto a Katia la cual nos asegur que no haba dormido

    y lo haba odo todo, me haba tranquilizado ya; Serguei Mijailovich

    procur recobrar su tono protector y paternal de siempre, pero no pudo

    lograrlo ni tampoco engaarme. Entonces record una conversacin que

    habamos sostenido algunos das atrs.

    Katia afirmaba que al hombre le es ms fcil amar y exteriorizar sus

    sentimientos que a la mujer.

    El hombre puede decir que ama, pero la mujer, no dijo.

    A m me parece que el hombre no puede ni debe decir que ama replic

    Serguei Mijailovich.

    Por qu? pregunt.

    Porque siempre es mentira. Acaso es un descubrimiento que le hombre

    ama? Es como si al pronunciar esa palabra, empezase a funcionar un

    mecanismo: clic, y uno empezase a amar. Como si fueran las salvas de un

    can Me parece que los hombres que pronuncian con solemnidad te

    quiero se engaan a s mismos, o, lo que es peor, engaan a los dems.

    Entonces, cmo puede saber una mujer que la quieren si no se lo dicen?

    pregunt Katia.

    No lo s respondi Serguei Mijailovich. Cada cual tiene su manera de

    expresar su amor. Si existe ese sentimiento, se exterioriza. Cuando leo

    novelas me imagino siempre la cara de preocupacin del teniente Streisky o

    la de Alfredo cuando exclama te quiero, Eleonora, esperando que suceda

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    27

    algo extraordinario. Pero, en realidad nada les sucede, ni a l ni a ella. Siguen

    con los mismos ojos, la misma nariz y con todo igual que antes.

    Entonces ya, al or aquella broma, present que se trataba de algo serio, que

    se refera a m. Katia no pudo soportar que se hablara con ligereza de los

    hroes de las novelas.

    Siempre con paradojas! exclam. Dgame en serio: no ha dicho usted

    nunca a ninguna mujer que la ama?

    No; nunca. Tampoco me he puesto de rodillas, ni pienso hacerlo replic

    Serguei Mijailovich, echndose a rer.

    No tiene que decirme que me ama pens, recordando vivamente esa

    conversacin. Lo s, y por ms que se esfuerce en aparecer indiferente no

    lograr desengaarme.

    Durante la velada, Serguei Mijailovich habl poco conmigo. Pero en cada

    palabra que diriga a Katia y a Sonia, en cada gesto y cada mirada vea su

    amor y no poda dudar de l. Slo me causaba despecho que an creyera

    necesario disimular, fingirse fro, cuando todo estaba tan claro, cuando

    hubiramos podido ser inmensamente felices. Sin embargo, sufra por haber

    saltado al huerto, como si hubiese cometido un crimen. Tena la impresin de

    que Serguei Mijailovich haba dejado de respetarme y que estaba enfadado

    conmigo.

    Despus de tomar el t, me dirig al piano y Serguei Mijailovich me sigui.

    Toque algo, hace mucho que no la oigo me dijo al entrar en el saln.

    Era lo que iba a hacer Serguei Mijailovich! repliqu, mirndole a los

    ojos; y de pronto, pregunt: Est enfadado conmigo?

    Por qu?

    Por haberle desobedecido esta tarde dije, enrojeciendo.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    28

    Me comprendi y movi la cabeza risueo. Su mirada deca que me hubiera

    merecido una reprimenda, pero que no se senta con fuerzas para drmela.

    No ha pasado nada, somos amigos lo mismo que antes dije, sentndome

    al piano.

    No faltara ms!

    En el gran saln de altos techos slo haba dos velas encima del piano; el

    resto de la estancia estaba en la penumbra. Por las ventanas abiertas se vea

    la clara noche estival. Reinaba el silencio; nicamente se oan de vez en

    cuando los pasos de Katia y al caballo de Serguei Mijailovich, que, atado al

    pie de la ventana, piafaba y relinchaba. Serguei Mijailovich se sent a mis

    espaldas; notaba su presencia en la penumbra de la estancia, en los sonidos y

    hasta en m misma. Cada mirada, cada movimiento suyo que yo no vea, me

    repercutan en el corazn. Ejecut la Sonata-fantasa, de Mozart. Me la haba

    trado Serguei Mijailovich y la haba estudiado para l y bajo su direccin. No

    pensaba en lo que estaba tocando, pero sin duda lo haca bien, y l me

    escuchaba con gusto. Yo tambin estaba encantada y, sin mirarle, senta su

    mirada clavada en m.

    Me volv sin querer. Su cabeza se destacaba sobre el fondo claro de la noche.

    La tena apoyada en las manos, y me miraba fijamente con sus ojos brillantes.

    Al ver esa mirada, sonre y dej de tocar. Serguei Mijailovich sonri tambin y

    con un movimiento de cabeza me indic la partitura para que continuase.

    Cuando termin, la luna se haba remontado y la habitacin estaba iluminada

    por unos rayos plateados, que caan sobre el suelo. Katia me reproch que

    me hubiese interrumpido en el mejor pasaje y dijo que haba tocado mal; por

    el contrario, Serguei Mijailovich me asegur que nunca lo haba hecho tan

    bien como en esta ocasin. Luego se levant y se puso a recorrer las

    habitaciones: atravesaba el saln, entraba en la oscura sala, y volva al saln,

    mirndome y sonriendo cada vez que pasaba junto a m. Tambin yo sonre e

    incluso senta deseos de rer sin motivo alguno, hasta tal punto estaba

    contenta por algo que acababa de suceder. En cuanto Serguei Mijailovich

    desapareca por la puerta, yo abrazaba a Katia y la besaba en el cuello, bajo la

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    29

    barbilla, en el sitio que prefera; pero cuando volva adoptaba una expresin

    seria y me esforzaba en contener la risa.

    Qu le ocurre hoy a Masha? pregunt Katia.

    Serguei Mijailovich no contest, limitndose a sonrer. l saba lo que me

    pasaba.

    Fjese qu noche! exclam al cabo de un instante desde la sala,

    detenindose ante el balcn abierto que daba al jardn.

    Nos acercamos. En efecto, haca una noche maravillosa. Nunca he vuelto a

    ver otra igual. La luna llena se haba remontado por encima de la casa y

    quedaba a nuestras espaldas. Parte del tejado, la lona de la terraza y sus

    pilares se proyectaban en raccourci en el senderito arenoso y en los

    cspedes. todo lo dems apareca cubierto de roco y baado de una luz

    plateada. El ancho sendero florido, en el que caan oblicuamente las sombras

    de las dalias y cuya grava resplandeca, se esfumaba en la lejana, envuelto en

    la bruma.

    Ms all de los rboles, se divisaba el tejado claro del invernadero y desde el

    valle se elevaba una niebla que crea por momentos. Los arbustos de lilas,

    algo despojados ya, aparecan iluminados hasta las ramas. Se hubieran

    podido distinguir una de otra todas las flores. La sombra y la luz se

    confundan hasta el punto de que las alamedas con sus rboles parecan unas

    casas trmulas, vacilantes, irreales. A la derecha, bajo la sombra de la casa,

    todo estaba negro, confuso y feo. Pero en esta oscuridad se destacaba, sin

    embargo, la magnfica copa de un lamo que, no se sabe por qu, estaba

    cerca de la casa baado de radiante luz, en lugar de haberse volado lejos,

    hacia el fugitivo cielo azulado.

    Vamos a dar un paseo propuse.

    Katia accedi, pero me dijo que me pusiera los chanclos.

    No hace falta, Katia; Serguei Mijailovich me dar el brazo repliqu, como

    si aquello pudiera evitar que me mojase los pies.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    30

    No obstante, mis palabras resultaron comprensibles para los tres y no nos

    extraaron en absoluto. Antes, Serguei Mijailovich nunca me haba dado el

    brazo; esta vez se lo cog yo misma y l lo encontr natural. Aquel mundo,

    aquel cielo, aquel jardn y aquel aire eran distintos a los que haba conocido

    hasta entonces.

    Al mirar hacia el fondo de la alameda por la que avanzbamos, me pareci

    que no podamos seguir adelante, que all terminaba el mundo de lo posible,

    de todo aquello que deba estar hechizado por su belleza. Pero seguimos

    avanzando y la muralla encantada se separ para dejarnos entrar. Y ese lugar

    me pareci tambin un jardn conocido, con sus rboles, sus paseos y sus

    hojas secas. Caminbamos realmente por aquellos paseos, pisando los

    crculos de luz y las sombras; las hojas secas crujan bajo nuestros pies y las

    ramas tiernas me rozaban la cara. Era l, realmente, quien iba a mi lado,

    erguido, silencioso, llevndome con cuidado del brazo, y era Katia quien

    respiraba con fatiga, caminando junto a nosotros. Era la luna, en efecto, la

    que nos iluminaba desde el cielo a travs del follaje inmvil

    Pero a cada paso que dbamos, tanto detrs como delante de nosotros,

    surga esa muralla encantada, y yo crea que ya no se poda ir ms lejos, y que

    todo lo que me rodeaba era irreal.

    Ay! Una rana! grit Katia.

    Quin ha dicho eso? Para qu?, pens. Luego me di cuenta que era Katia

    y record que le daban miedo las ranas. Mir a mis pies. Una ranita

    permaneca inmvil ante m, proyectando una pequea sombra en el claro

    sendero arcilloso.

    No le dan miedo? me pregunt Serguei Mijailovich.

    Me volv hacia l. Faltaba un tilo en el lugar de la alameda por donde

    pasbamos y pude distinguir claramente su rostro. Era tan encantador y

    expresaba tanta felicidad!...

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    31

    Haba dicho: No le dan miedo?, pero yo haba odo: Te quiero, querida

    pequea. Te quiero, te quiero, repitieron sus ojos. Su mano, la luz, las

    sombras y el aire.

    Habamos rodeado todo el jardn. La pobrecilla Katia iba a nuestro lado

    bastante despacio, respirando con dificultad; estaba cansada. Dijo que era

    hora de volver. Me dio lstima. Por qu no siente lo mismo que nosotros?

    pens. Por qu todo el mundo no es joven y feliz como la noche y como

    l y yo?

    Volvimos a casa. Serguei Mijailovich tard en marcharse, a pesar de que ya

    haban cantado los gallos y de que todos dorman. El caballo relinchaba cada

    vez con ms frecuencia, piafando al pie de la ventana. Katia nos hizo alusin a

    que era tarde y charlamos de cosas triviales, sin darnos cuenta, hasta las tres

    de la madrugada. Cuando Serguei Mijailovich se march, cantaron por

    tercera vez los gallos y empez a despuntar la aurora. Se haba despedido

    como de costumbre, sin decir nada extraordinario; pero yo saba que desde

    aquel da era mo, y que ya no le perdera. En cuanto me confes a m misma

    que lo amaba, se lo cont todo a Katia. La conmovi mucho mi confidencia, y

    la pobrecilla no pudo dormir aquella noche. En cuanto a m, pase largo rato

    por la terraza; luego baj al jardn, y, recordando cada palabra y cada

    movimiento de Serguei Mijailovich, atraves las alamedas por las que haba

    paseado con l. No me acost en toda la noche y vi amanecer por primera

    vez en mi vida. Nunca he vuelto a ver una noche como aquella ni semejante

    amanecer.

    Por qu no me dir sencillamente que me quiere? Por qu complica las

    cosas y se las da de viejo, cuando todo es tan sencillo y encantador? Por qu

    pierde un tiempo precioso, que tal vez nunca volver? Que me diga: Te

    quiero. Que me lo diga con palabras. Que me tome la mano, que incline la

    cabeza y pronuncie: Te quiero. Que se ruborice y baje la vista delante de

    m; entonces le confesar todo. En vez de hablar, lo abrazar, me apretar

    contra l y me echar a llorar. Y si me equivoco? Y si no me quiere?, se me

    ocurri de pronto.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    32

    Me asust de mi propio pensamiento, que Dios sabe a dnde poda

    conducirme, record su turbacin y la ma cuando salt al huerto, y sent un

    enorme peso en el corazn. Brotaron lgrimas de mis ojos, y me puse a rezar.

    Entonces tuve una idea que me tranquiliz. Decid que desde aquel momento

    empezara a ayunar, comulgara el da de mi cumpleaos y sera su prometida

    a partir de entonces.

    Para qu? Por qu? Cmo iba a suceder aquello? No saba nada, pero me

    constaba que iba a suceder as. Era completamente de da y los criados

    empezaban a levantarse cuando volv a mi habitacin.

  • 33

    CAPTULO IV

    ra la poca que precede a la Asuncin, y por eso nadie se extra de que

    empezara a ayunar.

    Aquella semana, Serguei Mijailovich no vino ni una sola vez, pero eso no me

    sorprendi ni inquiet en lo absoluto. No me enfadaba con l; por el

    contrario, estaba contenta de que no viniese; lo esperaba slo para mi

    cumpleaos. Sola levantarme muy temprano y, mientras enganchaban los

    caballos, paseaba sola por el jardn recordando mis pecados del da anterior y

    reflexionando sobre las cosas que no deba hacer para estar satisfecha de m.

    En aquella poca me pareca muy fcil vivir sin pecar. Estaba persuadida de

    que slo era necesario esforzarse un poco para conseguirlo. Cuando llegaba

    el coche, me instalaba en l con Katia o con alguna doncella y nos dirigamos

    a la iglesia, a tres vertas de nuestra casa.

    Al llegar me deca que era preciso recogerse para rezar por todos, y

    procuraba subir los dos peldaos cubiertos de hierba que conducan al atrio,

    animada de ese sentimiento. A esas horas no haba en la iglesia ms de diez

    personas, entre campesinos y criados. Procuraba contestar a sus saludos con

    la mayor humildad e iba en persona cosa que se me antojaba una

    verdadera hazaa a coger los cirios, a cuyo cuidado estaba el starosta, un

    viejo soldado. A travs del iconostasio se divisaba el pao del altar, bordado

    por mi madre, dos ngeles con estrellas, que me parecan muy grandes

    cuando era pequea, y una paloma dorada. Ms all del coro se vea la pila

    en la que bautizaban a los hijos de nuestros criados, de los que yo era

    madrina, y en la que tambin me haban bautizado a m. El viejo sacerdote,

    con una casulla confeccionada con la cobertura del fretro de mi padre, deca

    la misa. Su tono era el de siempre, el mismo que cuando bautiz a Sonia,

    cant los responsos de mi padre y los funerales de mi madre. Desde el coro

    resonaba tambin la misma voz, algo trmula, del sacristn, y la misma

    viejecita encorvada, a la que sola ver en la iglesia durante las ceremonias,

    E

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    34

    permaneca junto a la pared, con los ojos llorosos, fijos en un icono.

    Estrechaba los dedos cruzados contra su pauelo descolorido y murmuraba

    algo con la boca desdentada. Ninguna de estas cosas me resultaba curiosa

    y no es que me fueran familiares slo por los recuerdos y hasta se me

    antojaban majestuosas, sagradas y llenas de profunda significacin.

    Escuchaba cada palabra de la oracin que recitaban, y si no entenda algo,

    peda a Dios que me iluminara. Cuando el sacerdote lea alguna plegaria

    alusiva al arrepentimiento, recordaba mi infancia, clara e inocente, y se me

    apareca tan negra en comparacin con el puro estado de nimo que me

    embargaba en aquel momento, que rompa a llorar, horrorizada de m

    misma. Sin embargo, presenta que todo eso se me perdonara y que, si

    pesaran mis pecados sobre mi alma, mayor sera mi dicha al arrepentirme. Al

    final de la ceremonia, cuando el sacerdote deca: Que la bendicin del seor

    sea con vosotros, crea sentir fsicamente esa bendicin. Era como si una luz

    y un gran bienestar invadieran de pronto mi alma.

    Terminada la misa, el sacerdote sola preguntarme si quera que fuese a casa

    a rezar las vsperas. Le daba las gracias, conmovida por aquella atencin que

    me figuraba tena slo conmigo y le contestaba que ira a la iglesia.

    Yo no saba qu contestar para no cometer un pecado contra la humildad.

    Los das que no me acompaaba Katia, sola despedir el coche y volva a pie.

    Saludaba a todos los que me encontraba y buscaba ocasin de prestar

    servicio, dando un consejo, ayudando a levantar una carga, acunando un nio

    y cediendo paso aunque me manchara los pies de barro. En una palabra,

    haciendo un sacrificio por los dems.

    Una noche el administrador, al dar el informe a Katia, haba dicho que uno de

    nuestros mujiks, llamado Semin, haba pedido chillas para construir un

    atad para una hija que se le haba muerto, y un rublo para la colacin

    fnebre.

    Acaso son tan pobres? le pregunt.

    S, seorita; no tienen ni para comprar sal respondi el administrador.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    35

    Al or esto, se me encogi el corazn; pero, al mismo tiempo, tuve como una

    sensacin de alegra. Enga a Katia dicindole que iba a dar un paseo. Corr

    al piso de arriba, cog todo mi dinero tena muy poco y, despus de

    santiguarme, me dirig a la isba de Semin. Estaba en un extremo de la aldea.

    Sin que nadie me viera, me acerqu a la ventana, puse el dinero en el alfizar

    y di un golpecito. Rechin la puerta y alguien sali de la isba. O unas

    palabras. Temblando de miedo, como si hubiese cometido un crimen, volv a

    casa a todo correr. Katia me pregunt qu me haba sucedido, pero yo no era

    capaz de entender lo que me deca, y no le contest. Encerrada en mi

    habitacin, pase de arriba abajo durante mucho rato, incapaz de hacer ni de

    pensar nada, ni de analizar mis sentimientos. Pensaba en la alegra de aquella

    familia, en las palabras con que nombraran al donante del dinero, y me dio

    lstima de no haberlo entregado personalmente. Tambin me figuraba lo que

    dira Serguei Mijailovich si se enterase, pero me complaca la idea de que

    nadie llegara a saberlo nunca. Era tal mi alegra que, a pesar de que todos,

    inclusive yo misma, me parecan seres imperfectos, senta un gran

    enternecimiento hacia mi persona y hacia los que me rodeaban. La idea de la

    muerte se me present como una dicha. Sonrea, rezaba, lloraba, y en aquel

    momento quera apasionadamente a todos y hasta a m misma.

    Generalmente, al volver de misa, lea los Evangelios, que cada vez iba

    comprendiendo mejor. Cada vez se me representaba ms clara y ms

    conmovedora esta historia de una vida divina, y ms hondas e impenetrables

    las ideas que hallaba en su estudio. En cambio, qu claro y sencillo me

    pareca todo cuando, separndome del libro, consideraba de nuevo la vida

    que me rodeaba! Me pareca tan arduo vivir mal y tan sencillo querer a mis

    semejantes y ser querida por todos! Todos eran buenos y dulces conmigo.

    Incluso Sonia, a quien continuaba dando clase, pareca completamente

    distinta. Procuraba comprender las cosas y no disgustarme. Todos me

    trataban como yo a ellos. Rememorando a mis enemigos, a quienes deba

    pedir perdn antes de confesarme, me acord de una seorita vecina, de

    quien me haba burlado en una ocasin en presencia de unos invitados y la

    cual dej de visitarnos desde entonces. Le escrib una carta, reconociendo mi

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    *. Niera. 36

    culpa y pidindole perdn. Me contest con otra; me perdonaba y a su vez

    me peda perdn. Llor de jbilo al leer esas sencillas lneas, que me

    parecieron llenas de sentimiento tierno y conmovedor. Tambin mi niania*

    se ech a llorar cuando le ped perdn por cuanto hubiera podido ofenderla.

    Por qu todo el mundo es tan bueno conmigo? Qu he hecho para

    merecer tanto cario?, me preguntaba. E involuntariamente recordaba a

    Serguei Mijailovich y pensaba mucho en l.

    No poda por menos de hacerlo y no lo consideraba como un pecado. Pero ya

    no pensaba en l como la primera noche en que supe que le quera, sino

    como en m misma, y lo asociaba con cada pensamiento de mi porvenir. La

    agobiante influencia que experimentaba en su presencia haba desaparecido.

    Me senta igual a l y lo comprenda desde lo alto del estado espiritual en

    que me encontraba. Vea claro lo que antes me pareca extrao. Slo

    entonces comprend por qu me deca que la felicidad estriba en vivir para

    los dems, y estuve de acuerdo con l.

    Me pareca que seramos dichosos, que disfrutaramos de una felicidad

    serena.

    No me representaba viajes al extranjero, diversiones mundanas, ni lujos, sino

    una vida de aldea tranquila, llena de abnegacin y de amor mutuo, bajo una

    fe inquebrantable en la Divina Providencia.

    Tal como lo haba previsto, comulgu el da de mi cumpleaos. Cuando

    regresaba de la iglesia estaba henchida de felicidad, tena miedo de la vida,

    tena miedo de cualquier impresin, de todo lo que pudiera quebrar esa

    dicha. En cuanto nos apeamos del coche y subimos la escalinata, se oy

    desde el puente el traqueteo tan conocido del coche de Serguei Mijailovich, y

    lo vi aparecer. Me felicit y entramos juntos en el saln. Desde que lo

    conoca nunca me haba sentido tan tranquila, ni tan independiente en

    presencia suya como aquella maana. Tena la impresin de que haba

    dentro de m todo un mundo nuevo que l no poda comprender, un mundo

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    37

    demasiado elevado. No me turbaba en lo absoluto estar a su lado. Serguei

    Mijailovich debi comprender a qu obedeca mi estado de nimo.

    Se mostr particularmente atento, dulce y respetuoso conmigo. Me acerqu

    al piano, pero l lo cerr, guardndose la llave en el bolsillo.

    No estropee su estado de nimo dijo. En este momento tiene en el

    alma la mejor msica del mundo.

    Le agradec aquello, aunque en el fondo me desagrad ligeramente que

    comprendiera con tanta facilidad lo que debiera permanecer en mi fuero

    interno, oculto para todos. Durante la comida, Serguei Mijailovich nos dijo

    que haba venido a felicitarme y, al mismo tiempo, a despedirse, porque al

    da siguiente se iba a Mosc. Al decir estas palabras, tena los ojos clavados

    en Katia, pero luego me mir a hurtadillas; comprend que tema ver emocin

    en mi rostro. Pero no me sorprend, ni me inquiet, ni siquiera le pregunt si

    se marchaba para mucho tiempo. Me constaba que lo deca por decir, pero

    que no lo hara. Cmo poda saberlo? Ahora no puedo explicrmelo; sin

    embargo, aquel da memorable me pareca saber de antemano todo lo que

    iba a ocurrir. Aquello pareca un sueo feliz; me daba la impresin de que lo

    que estaba sucediendo haba sucedido ya, pero que, no obstante, volvera a

    producirse. Serguei Mijailovich haba querido marcharse en cuanto

    terminramos de comer. Pero como Katia, cansada despus de la misa, se

    haba echado un rato, tuve que esperar a que se levantara para despedirse

    de ella. La sala estaba invadida de sol. Salimos a la terraza. Tan pronto nos

    sentamos, abord el tema que haba de decidir el destino de mi amor.

    Empec a hablar en el preciso momento en que nos sentbamos, antes de

    haber cambiado una sola palabra, mientras nada poda estorbar a mi

    propsito. Ahora no comprendo cmo pude expresarme con aquella

    tranquilidad, aquella decisin y precisin de palabras. Era como si no fuese

    yo quien hablara, sino una fuerza misteriosa que estuviese dentro de m.

    Serguei Mijailovich, sentado enfrente y apoyado en la barandilla, haba

    acercado a s una rama de lilas que deshojaba. Al cabo de un rato, haba

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    38

    soltado la rama y apoyado la cabeza en la mano. Esta actitud poda ser tanto

    la de una persona completamente tranquila, como muy alterada.

    Por qu se marcha? pregunt en tono significativo, mirndole con

    fijeza.

    No contest.

    Los asuntos! brome al fin, bajando los ojos.

    Comprend lo difcil que le resultaba mentirme a una pregunta formulada con

    tanta sinceridad.

    Escuche, usted sabe lo que significa para m el da de hoy. Es muy

    importante por muchas razones. Si le hago esta pregunta, no es por mero

    inters (ya sabe que me he acostumbrado a usted, y que le quiero), sino

    porque necesito saberlo. Por qu se marcha?

    Me es muy difcil decirle la verdad. Esta semana pasada he pensado mucho

    en usted y en m, y he decidido que debo marcharme. Comprende por qu

    lo hago? Si me aprecia, no me pregunte nada ms.

    Se pas la mano por la frente y cerr los ojos.

    Me es penoso Usted debe comprenderlo aadi.

    Empez a latirme el corazn con fuerza.

    No puedo comprender! exclam. No puedo, pero usted me lo dir,

    por el da que es hoy. Dgamelo, escuchar lo que sea con tranquilidad

    aad.

    Cambi de postura, me mir y de nuevo atrajo la rama.

    Claro que empez diciendo despus de un breve silencio con un tono

    de voz que en vano pretenda ser firme aun cuando sea casi imposible

    decrselo con palabras y por penoso que me sea, procurar hacerlo.

    Hizo una mueca como si experimentara un dolor fsico.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    39

    S; s lo anim.

    Imagnese un seor llammosle A. Un seor viejo, y caduco, y una

    seorita B, joven, feliz, que no conoca a los hombres ni la vida. Por las

    relaciones existentes entre las dos familias, A ha tomado cario, como a

    una hija, a la seorita B, sin figurarse que un da la querra de otra forma.

    Guard silencio, yo no lo interrump.

    Pero haba olvidado que B era demasiado joven, que la vida era an un

    juego para ella continu de repente con tono resuelto y sin mirarme, que

    era fcil quererla de otra forma y que eso le resultara divertido. Y de repente

    se dio cuenta de que otro sentimiento, penoso como el arrepentimiento,

    invada su alma. Y se asust. Le dio miedo perder la antigua amistad; por eso

    decidi marcharse antes de destruirla.

    Al decir esto, se frot los ojos aparentando indiferencia.

    Por qu tema quererla de otro modo? pregunt en un murmullo,

    conteniendo mi emocin.

    Mi voz era tranquila; sin duda debi de creer que me burlaba.

    Usted es muy joven y yo no. Usted tiene ganas de jugar; en cambio, yo

    necesito otra cosa. Juegue, pero no conmigo. De lo contrario, voy a creerme

    lo que me diga, esto me har dao, y le remorder la conciencia. Estas

    fueron las palabras que dijo A. Pero bueno, esto es absurdo; ya puede

    comprender por qu me marcho. No hablemos ms, por favor!

    No! No! Contine! exclam, y mi voz tembl, ahogada por los

    sollozos. l la quera o no?

    Serguei Mijailovich no contest.

    Si no la quera, para qu ha jugado con ella como con una criatura?

    balbuc.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    40

    Desde luego, A tuvo la culpa replic, interrumpindome. Pero todo

    termin y se separaron tan amigos.

    Es horrible! Acaso no puede haber otro desenlace? exclam,

    asustndome acto seguido de lo que haba dicho.

    S, claro respondi Serguei Mijailovich descubriendo su rostro

    emocionado y mirndome con fijeza. Hay otros dos. Pero, por Dios!, no

    me interrumpa y comprndame. Unos dicen prosigui levantndose y

    sonriendo con expresin dolorosa que A perdi la razn, se enamor

    locamente de B y se lo dijo y que sta se ech a rer. Para B aquello era

    una broma, en cambio para l se trataba de su vida.

    Me estremec y quise decirle que guardase de hablar por m; pero Serguei

    Mijailovich me contuvo, puso una mano sobre la ma y prosigui con voz

    temblorosa:

    Espere. Otros dicen que ella se compadeci de l. La pobrecita no conoca

    el mundo, se imagin que podra quererlo y lo acept por marido. l, como

    un insensato, crey que su vida empezaba de nuevo. Pero la muchacha se dio

    cuenta de que lo haba engaado y haba sido engaada a su vez No

    hablemos ms de esto concluy sin fuerzas para continuar.

    Y comenz a pasear junto a m.

    Haba dicho: No hablemos ms de esto; sin embargo, me di cuenta de que

    esperaba mi respuesta con todas las fuerzas de su alma. Quise hablar, pero

    no pude; algo me oprima el pecho. Lo mir: estaba plido y le temblaba el

    labio inferior. Me dio lstima. Hice un esfuerzo, romp el silencio que iba

    paralizndome y habl en voz baja, temiendo en cada momento que se

    quebrase.

    Y el tercer desenlace dije y me interrump; Serguei Mijailovich sigui

    callado, el tercero es que A no la quera. Haba causado mucho dao a

    B; pero, creyendo que proceda bien, se march. Y encima se senta

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    41

    orgulloso! Es para usted para quien se trata de una broma, y no para m. Yo le

    am desde el primer da, le am desde el primer da repet.

    Involuntariamente, al pronunciar la palabra am, mi voz tan queda antes,

    se transform en un grito salvaje que me asust.

    Serguei Mijailovich permaneca frente a m, muy plido. Cada vez le temblaba

    ms el labio. De pronto, dos lgrimas se deslizaron por sus mejillas.

    Eso est muy mal! grit ahogada por sollozos de ira. Qu he hecho

    para merecerlo?

    Me levant con intencin de irme. Pero Serguei Mijailovich no me dej.

    Coloc la cabeza sobre mis rodillas y me bes las manos, todava trmulas,

    por las que sent correr sus lgrimas.

    Dios mo! Si lo hubiese sabido! balbuce.

    Qu he hecho? Qu he hecho? repet.

    Pero mi alma estaba henchida de felicidad, que haba credo perdida para

    siempre.

    Cinco minutos despus Sonia subi a buscar a Katia. Iba gritando por toda la

    casa que Masha quera casarse con Serguei Mijailovich.

  • 42

    CAPTULO V

    o haba motivos para aplazar nuestra boda. Ni Serguei Mijailovich ni yo

    lo desebamos. Cierto es que Katia quera ir antes a Mosc para realizar

    compras y encargar el ajuar, y la madre de Serguei Mijailovich exiga que

    antes de casarse comprase un coche nuevo, muebles y empapelase la casa.

    Pero los dos insistimos en hacer todo eso despus, ya que era indispensable,

    y contraer matrimonio dentro de dos semanas en la intimidad, sin ajuar,

    invitados, testigos, cenas, champaa ni ninguna de esas cosas

    convencionales.

    Serguei Mijailovich me cont que su madre de haba disgustado porque

    nuestra boda iba a celebrarse sin msica y sin haber renovado toda la casa

    la suya se haba hecho por todo lo alto y haba costado treinta mil rublos y

    que, a espaldas de l, revolva los bales del desvn, pidiendo consejo a

    Mariushka, el ama de llaves, referente a los tapices, cortinas y bandejas,

    imprescindibles para nuestra felicidad.

    Katia por su parte haca lo mismo con Kusminishna, nuestra niania. Y no se le

    poda hablar en broma sobre este particular. Estaba plenamente convencida

    de que cuando tratbamos de nuestro porvenir, slo nos decamos palabras

    tiernas y hacamos tonteras, como corresponde a la gente que se halla en un

    trance como el nuestro. A juicio suyo, nuestra felicidad dependa nicamente

    del buen corte y de la perfecta confeccin de las camisas y de los dobladillos

    de los manteles y servilletas.

    Entre Pokrovskoie y Nikolskoi se cruzaban a diario mensajes secretos sobre lo

    que se preparaba. Aunque las relaciones entre Katia y la madre de Serguei

    Mijailovich parecan muy cordiales, en realidad eran hostiles. Claro que no

    faltaba diplomacia.

    Tatiana Semenovna, a quien posteriormente conoc ms de cerca, era una

    mujer afectada, un ama de casa severa y chapada a la antigua. Serguei

    N

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    43

    Mijailovich no slo la quera como hijo, por deber, sino de corazn,

    considerndola como la mujer ms perfecta, inteligente y cariosa del

    mundo. Tatiana Semenovna se mostraba muy bondadosa con nosotros y

    particularmente conmigo. Estaba contenta de que su hijo se casara, pero

    cuando la visit siendo ya la prometida de Serguei, me pareci que quiso

    darme a entender que ste hubiera podido encontrar un partido mejor, y que

    no vendra mal tener eso siempre presente. La comprend perfectamente y

    estuve de acuerdo con ella.

    Durante las dos ltimas semanas nos veamos a diario. Serguei Mijailovich

    vena a la hora de comer y se quedaba hasta medianoche. Pero a pesar de

    que deca que no poda vivir sin m y me constaba que era verdad, no

    pas ni un da entero conmigo y continu ocupndose de sus asuntos. Hasta

    el da de la boda nuestras relaciones no cambiaron exteriormente. Seguamos

    hablndonos de usted; Serguei Mijailovich ni siquiera me besaba la mano y

    hasta rehua quedarse a solas conmigo. Era como si temiera entregarse a una

    excesiva ternura, una ternura nociva que llevaba dentro. No s cul de los

    dos haba cambiado, pero me senta completamente igual a l. Ya no

    encontraba en Serguei esa sencillez afectada que antes me disgustaba, y a

    menudo vea ante m un chiquillo dcil y muy feliz, en lugar del hombre que

    inspira respeto y temor. Eso es todo cuanto hay en l pensaba con

    frecuencia; es una persona como yo nada ms. Y si descubra algo nuevo

    era sencillo y estaba en consonancia conmigo. Incluso los planes que haca

    para el futuro eran iguales a los mos, aunque ms claros y mejor expresados.

    Durante aquellos das haca mal tiempo; pasbamos la mayor parte del da

    dentro de la casa. Las charlas mejores, las ms ntimas, tenan lugar en un

    rincn, entre el piano y la ventana. La luz de las velas se reflejaba en los

    oscuros cristales; de cuando en cuando caan sobre ellos algunas gotas que

    resbalaban lentamente. Se oa la lluvia que golpeaba el tejado y caa a un

    charco. Notbamos la humedad que llegaba desde el jardn. Y entonces

    nuestro rincn pareca an ms claro, ms acogedor y alegre.

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

    44

    Sabe que hace mucho que quiero decirle una cosa? me dijo Serguei

    Mijailovich en una ocasin en que nos quedamos solos, hasta bastante tarde,

    en aquel rincn. Mientras estaba usted tocando el piano pensaba en ella.

    No me diga nada, lo s todo exclam.

    Serguei Mijailovich sonri.

    Si es verdad, no hablemos ms.

    Sin embargo dgamela.

    Se trata de lo siguiente: recuerda la historia de A y B que le cont?

    Cmo no me voy a acordar de esa historia tan tonta? Est bien que haya

    terminado as.

    Pero un poco ms, hubiera echado a perder mi felicidad por mi culpa. Me

    ha salvado usted. Pero lo ms importante es que entonces ment y que me

    remuerde la conciencia. Quiero terminar de relatarle esa historia.

    Oh, no es necesario!

    No tenga miedo dijo Serguei Mijailovich, sonriendo. Slo necesito

    disculparme. Cuando empec a contrsela, simplemente tena deseos de

    razonar.

    Para qu? No hace falta.

    Pero lo hice mal. Despus de las desilusiones y de los errores de mi vida, al

    volver a la aldea, me dije que el amor haba concluido para m, que slo me

    quedaba la probabilidad de cumplir con mis obligaciones durante el resto de

    mi vida. Tard mucho tiempo en darme cuenta de mis sentimientos hacia

    usted y en comprender adnde podan conducirme. Esperaba y desesperaba;

    tan pronto me pareca que coqueteaba usted conmigo, tan pronto que me

    tomaba en serio, y yo mismo ignoraba lo que iba a hacer. Pero despus de la

    noche que paseamos por el jardn la recuerda? me asust; mi felicidad

    me pareci demasiado inmensa, imposible. Qu hubiera ocurrido si llegara a

  • LEN TOLSTOI FELICIDAD CONYUGAL

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    abrigar esperanzas intiles? Naturalmente, slo pensaba en m, porque soy

    un vil egosta.

    Serguei Mijailovich guard silencio y me mir.

    Sin embargo prosigui, no era tan absurdo lo que dijo entonces. Poda

    y deba tener miedo. Recibo tanto de usted y, en cambio, puedo darle tan

    poco! Es usted an una chiquilla, un capullo que ha de florecer. Ama por

    primera vez, mientras que yo

    Dgame la verdad exclam; pero de pronto sent miedo de su

    respuesta. No, no hace falta.

    Si he amado antes? Es eso? pregunt adivinando mi pensamiento.

    Puedo decrselo. No, no he amado. Nunca he experimentado nada parecido a

    este sentimiento.

    Un penoso recuerdo debi de cruzar por su imaginacin.

    Necesito su corazn para tener derecho a amarla aadi con tristeza.

    No cree que era preciso que lo pensara antes de decidirme a confesar que la

    quiero? Qu le ofrezco? Amor, desde luego

    Acaso es poco? repliqu, mirndole a los ojos.

    S, amiga ma. Para usted es poco prosigui. Usted es bella y joven.

    Paso noches enteras sin poder dormir a causa de mi felicidad, y

    continuamente pienso en nuestro porvenir. He sufrido mucho y me parece

    que he hallado lo que precisaba para la felicidad. Una vida de aldea apacible,

    aislada del resto del mundo, con la posibilidad de hacer el bien a la gente,

    cosa muy fcil de realizar. El trabajo, un trabajo que produce beneficios;

    despus, el descanso, la naturaleza, los libros, la msica, amar al ser querido:

    he ah mi felicidad. Es mucho mayor de la que soaba. He encontrado una

    compaera, tal vez tengamos hijos; eso es cuanto puede desear un hombre.

    Tiene razn afirm.

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    Para m, desde luego, porque ya pas mi juventud; pero usted que no ha

    vivido todava, tal vez quiera buscar la dicha en otra cosa, y tal vez la

    encuentre. Ahora le parece que esto es la felicidad, porque me quiere.

    Siempre me ha gustado esta apacible vida familiar. Usted no hace sino

    expresar lo que yo pienso.

    Serguei Mijailovich sonri.

    Eso le parece, amiga ma; pero no es as. Es usted bella y joven repiti,

    pensativo.

    Me enfad porque no me creyese. Pareca echarme en cara que fuese joven y

    bella.

    Por qu me ama? pregunt, enojada. Por mi juventud o por lo que

    soy realmente?

    No lo s. Pero lo cierto es que la quiero respondi.

    Y clav en m su mirada de expresin atenta.

    Involuntariamente lo mir a los ojos. De pronto me sucedi algo extrao;

    dej de ver cunto me rodeaba y su rostro desapareci tambin; tan solo sus

    ojos brillaban muy cerca, frente a los mos, y hasta tuve la impresin de que

    estaba dentro de m. Todo se enturbi, no vea nada. Cerr los ojos y para

    librarme de la sensacin de placer, de pnico que me produca su mirada

    La vspera de nuestra boda, al atardecer, mejor el tiempo. Despus de las

    lluvias, que haban empezado en verano, lleg la primera noche fra de

    otoo. Todo estaba hmedo y gris, y por primera vez se not en el jardn que

    los rboles estaban despojados. El cielo apareca claro y plido. Fui a

    acostarme, feliz ante la idea de que al da siguiente, el de nuestra boda, hara

    buen tiempo.

    Me despert al amanecer. Pensar que era ese da pareci asustarme y

    asombrarme. Baj al jardn. Acababa de salir el sol y brillaba a travs del

    follaje amarillento de los tilos de la alameda. El sendero estaba cubierto de

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    hojas secas. Los serbales aparecan llenos de bayas rojas con sus escasas

    hojas secas, muertas por el fro. Las dalias estaban marchitas, ennegrecidas.

    La escarcha cubra con su brillo de plata la hierba verde plida y las bardanas

    destrozadas que haba al lado de la casa. En el cielo claro no se vea ni una

    sola nube.

    Es posible que sea hoy? me preguntaba sin creerme mi felicidad. Es

    posible que no me despierte aqu maana, sino en aquella casa de columnas

    de Nikolskoie? No volver a esperar a Serguei Mijailovich para salirle al

    encuentro, ni hablar de l en presencia de Katia por las noches? Ya no me

    sentar al piano junto a l en el saln de Pokrovskoie? No le acompaar ni

    temer que le pase algo malo en las noches oscuras? Record que me haba

    dicho la vspera que era la ltima vez que vena, y Katia me haba obligado a

    probarme el vestido de novia diciendo: Para maana. Por un momento cre

    en todo eso, pero luego dud de que fuera verdad. Ser posible que desde

    hoy viva all, en Nikoslskoie, con mi suegra, sin Nadiedja, sin el viejo Grigori, y

    sin Katia? No besar antes de acostarme a la niania ni la oir decir, segn su

    vieja costumbre, despus de bendecirme: Buenas noches, seorita? Ya no

    le dar clase a Sonia, no jugar con ella, no golpear la pared para

    despertarla, no oir sus sonoras carcajadas? Me convertir desde hoy en

    una persona extraa para m misma? Se abrir ante m una vida nueva

    realizndose mis esperanzas y deseos?

    Esper con impaciencia a Serguei Mijailovich porque me apesadumbraban

    mis pensamientos. Vino temprano. Slo al estar a su lado cre que aquel da

    iba a ser su mujer, y esa idea dej de parecerme extraa.

    Por la maana asistimos a un funeral por mi padre.

    Si viviera!, pensaba mientras regresbamos a casa y me apoyaba, callaba,

    en el brazo del hombre que haba sido su mejor amigo.

    Durante el funeral, con la cabeza inclinada hacia el fro suelo de piedra me

    haba representado vivamente a mi padre. Cre que me comprenda, que

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    aprobaba mi eleccin y hasta me pareci que su alma volaba por encima de

    nosotros, bendicindonos.

    Los recuerdos, las esperanzas, la felicidad y la pena se unan en m en un

    sentimiento grato y solemne, que armonizaban con el aire fresco, el silencio,

    la desnudez de los campos y con el plido cielo del que descendan dbiles

    rayos que calentaban mis mejillas. Tena la impresin de que Serguei

    Mijailovich comparta mis sentimientos. Caminaba despacio y en silencio; su

    rostro expresaba ora tristeza, ora alegra, sentimientos que inspiraban la

    naturaleza y embargaban tambin mi corazn.

    De repente, se volvi hacia m y comprend que quera decirme algo.

    Ser posible que me hable de algo distinto a lo que pienso?, me pregunt.

    Pero me habl de mi padre, aunque sin nombrarlo.

    Una vez me dijo en broma: Csate con mi Mashenka.

    Qu feliz sera ahora! exclam, apretando con fuerza su brazo.

    Entonces usted era una criatura continu, mirndome a los ojos. Yo

    besaba sus ojos y los quer