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Ficha de lectura
Antonio Escorcia
El punto clave que el autor hace anotar para empezar el análisis del estudio de la
antropología médica, punto abordado en este capítulo, es el posicionamiento de la
dicotomía creencia-ciencia, dado a que es el diacrítico que acentúa el marco
epistemológico que va a manejar la antropología para posteriormente, en lo
tocante a la antropología médica, definir sus objetos y tratamientos conceptuales
para derivar en una compresión crítica de su propio campo.
En esa medida, toma tres ejes o etapas que van a dar cuenta de esos programas
de investigación que buscarán concretar criterios de validez para el análisis de los
sistemas médicos, sea “local” u occidental y en los primeros indicios de una
constitución “subdisciplinaria” de la antropología médica: 1) modelo clásico, 2)
modelo pragmático y 3) modelo crítico.
Comenzando con el modelo clásico se entraría en primera instancia a chocar con
dos categorías que en las ciencias sociales distingue “lo verdadero” de lo
“imaginado”: creencia y ciencia.
La constitución de la antropología ha dibujado un plano de distinción que
academiza a unos otros -unos regímenes de representación entorno a la
dicotomía otros/nosotros- objeto de estudios y que, para esta etapa general de la
antropología, tienen ciertos conocimientos los cuales no llegan al grado de
“veracidad y verificabilidad” de la ciencia, son pensados como saberes “aislados” o
“arcaicos” que están a falta de unos mecanismos que formulen o sean inclinados
al campo racional, válgame decir criterios de “abstracción”.
Es decir, el poder categorizar, segmentar, dividir, reducir y aislar en el plano
práctico unas nociones o preconceptos que sean operadores imperativos de la
acción individual o colectiva.
Para tal grado llegar hasta desconectar de esas formas de saberes al cuerpo de la
mente, a la naturaleza de la cultura, etc. sin mediar ni dialogar con los saberes
sometidos sino, por el contrario, seguir ocultando y solapando las particularidades
de las formas de conocimientos que cada colectivo e individuo tiene.
Esto es pertinente hacerlo notar porque, como empieza a configurarse en las
ciencias sociales a finales del siglo XVIII y su adecuación al marco epistémico
occidental, que entre tales hechos destaca las influencias positivistas y
extremamente racionalistas de la época, –o las mayorías de las producciones
académicas- y el sistema económico-político capitalista que media a una
instrumentalización del saber para develar en ese nuevo objeto, el hombre o ser
humano, sus comportamientos, sus vitalidades, sus maneras de ser en el mundo y
así ejercer sobre ellos todo un aparato estatal o de control que dé “coherencia” y
“manejo óptimo” de la sociedad.
Esta connotación de cientificidad de ese conocimiento experto, especializado
heredado de las ciencias naturales, dará la posibilidad a tales disciplinas
incipientes de poder hablar sobre, entre, por encima de los “otros” para así
intervenir y normalizar tanto cuerpos como subjetividades, y es en ese juego del
poder del saber académico, que no es escapa de la antropología, el que va a
definir que el conocimiento científico es el “válido” y lo que está por fuera de esa
“teología del ser humano”, es “inválido”.
Por tanto, para hablar de lo creencial versus la ciencia hay que ver que la
antropología médica no está, aún, albergando –en esta etapa- en sus criterios
reconocer a los sistemas de curación o expresión “médica” local, pues para el
corpus antropológico lo que interesa es la totalidad, la civilización “en esas
distinciones tripartitas de los evolucionistas”, la “cultura” y esas manifestaciones
hacen parte de la cultura, entonces la cultura como epicentro del pensamiento
debe ser indagada para describir todos las instituciones “nativas” en la cual se
incluye la “brujería, la magia, la religión”.
Siguiendo esa tónica, la totalidad queda aislada al ojo del etnógrafo, ese universo
es el que hará describir que las cosas externas a ésta son cuestiones de la
“naturaleza”; así es llegada a ser vista la enfermedad, pues es un hecho “natural” y
que como total es inherente al proceso de ser parte de un ambiente, ambiente que
no es objeto de la antropología. En otras palabras: no articula las relaciones
humano y no humano dado a que, y eso el autor lo ejemplifica precisamente, “lo
que está en juego (…) es la teorización sobre la
irracionalidad del pensamiento primitivo y, de forma más oculta, la reflexión sobre
la
racionalidad del mundo social o civilización que los propios antropólogos
representan. (Martínez, 2008, p. 18)
La segunda etapa se es considerada como el modelo pragmático. Aquí el punto
clave viene siendo la aplicabilidad de las reelaboraciones del concepto de cultura
desde la definición boasiana que ve a la “cultura” como algo particular, sui generis,
relativo en oposición al modelo clásico que lo toma entrelazado con una evolución
biológica.
En este punto, lo que remarca y da la particularidad del modelo pragmático es una
ateorización y unas nuevas mecánicas de producción del discurso donde el
esquema biomédico manifestado en brigadas de salud, las instalación del mismo
concepto de cultura para profundizar en el reconocimiento de la particularidad de
las comunidades, programas de redireccionamiento de recursos económicos para
fabricación de fármacos y placebos son, en sentido estricto, criterios que
delinearán el mapa de esta etapa.
Es en esta etapa que hay, como el autor dice, no una antropología médica sino
“una antropología en la medicina” pues no hace un ejercicio eficaz de las teorías
antropológicas para comprender los sistemas médicos locales sino, todo por el
contrario, tener una fuente bibliográfica de las localidades para acapararla de
jornadas de vacunación y programas de prevención estatal regulando y
atravesando las prácticas locales y considerándolas como “obstrucción” a una
efectiva intervención.
Si se refiere a entrar en detalles para cada etapa la que ha tenido –y en mi
perspectiva sigue teniendo un impulso de aplicación práctica- es la del modelo
pragmático.
Es de lo anterior que vuelve su mirada al antropólogo para que deje el terreno
“fértil” a los médicos o los especialistas en la salud y sea visto como instrumento
que llevará toda una información específica haciendo pues que el trabajo de
intervención reluzca y no opere con inconvenientes.
Gracias al modelo pragmático se empieza, de una forma u otra, a zanjar de las
visiones del modelo clásico de todo la mirada hacia lo “creencial” para hacer las
primeras descripciones de los sistemas médicos locales pese a que siguen siendo
descripciones asimétricas puesto que el afán es aplicar un marco médico
occidental más que revelar el componente simbólico de estas prácticas médicas
frente a ese modelo occidental con sus dispositivos de poder.
Por último es la etapa del modelo crítico que en sí empieza a discutir el aporte y
creación teórica de lo que deviene en la antropología médica. Aquí es donde se
empieza a borrar esa frontera entre lo creencial y la ciencia: lo que se daba por
ciencia es objeto de “exotización” para la antropología, haciendo ver que hay
creencia en la ciencia, y cómo esos productos de la ciencia han transformado y
configurado nuevos campos del saber y subjetividades en las localidades.
Es desde aquí donde la biomedicina se pone en paréntesis para ver empezar a
desconstruir sus mecanismos de producción de verdad, el para qué ha llevado un
marco epistemológico específico y no se ha confrontado sus formaciones de
criterios.
De igual forma se empieza a penetrar por conceptos como el poder, que logran
ver cómo un sistema médico (occidental) atraviesa a los sistemas médicos otros; y
el concepto de naturaleza y cultura queda reensablado para dar cuenta de que
son construcciones sociopolíticas del saber que hacen que ciertas cosas sean
consideras enfermedad (naturaleza) y otras curación (cultura).
Aquí las dos tanto pueden combinarse como pueden estar una entre la otra y
demás combinaciones o la inexistencia vivencial, desde esa mirada a los
conceptos, de la distinción naturaleza y cultura.
Bibliografía
Martínez, Ángel. (2008). Medicina, ciencia y religión. En: Antropología médica: teorías sobre la cultura, el poder y la enfermedad. Pag 11-44. Barcelona.