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FILOSOFÍA DE LA ARQUEOLOGÍA; FILOSOFÍA EN LA ARQUEOLOGÍA
Alison Wylie
Traducción Carlo Del Razo Canuto
Maestría en Filosofía de la Ciencia
Campo de consentración: Epistemología Histórca
Nombre de la Investigación: Inferencia a la mejor explicación en arqueología
1 . DEFINICIÓN Y POSTURA DOMINANTES
La Arqueología realiza un corte transvesal en una grán cantidad de campos. En algunos
contextos es tratada como una disciplina autónoma y acogida en los departamentos e
institutos arqueológicos independientes, pero con mucha frecuesncia es enseñada y
practicada como un componente de la Antropología, de la Historia del arte, o bien, de
los clásicos. Las tradiciones intelectuales características de la Arqueología dentro de
estos contextos disciplinarios difieren substancialmente uno del otro. Me enfoco en la
Arqueología antropológica: el debate filosófico ha sido especialmente activo en este
contexto, animado por preguntas sobre la categoría científica del campo y sus
auxiliares sobre el estatus de la evidencia arqueológica. Las tradiciones humanísticas
de la interpretación literaria y estética típicas del arte histórico y la arqueología clásica
despiertan problemas filósóficos diferentes que quedan fuera de la extensión de este
capítulo.
Comienzo con una revisión sobre el intercambio entre filósofos y arqueólogos –
primero, los análisis que los filósofos han desarrollado sobre la arqueología y después,
los debates filosóficos en la arqueología– culminando con la formulación de un inter-
campo filosófico algunas veces referido como meta-arqueología. Después considero
seis temas centrales en los debates filosóficos que han tomado forma en y sobre la
arqueología antropológica: explicación: razonamientos evidenciales: ideales de
objetividad (incluyendo los desafíos y argumentos relativistas para el pluralismo
epistémico): preguntas fundacionalistas y ontológicas (teoría social, conceptos de
cultura): problemas normativos (éticos y socio-políticos de la arqueología): y
preguntas metafilosóficas sobre el papel del análisis filosófico en, y su valor de, un
campo parecido al de la arqueología.
1.1Compromiso arqueológico con la Arqueología
Periódicamente la arqueología ha atraido la atención de los filósofos. La arqueólogía o,
más específicamente, la excavación y estratificación arqueológica figura como una
metáfora para el análisis dentro de un margen de contextos y existen las dispersas
referencias en la filosofía de la ciancia a la arqueología como un ejemplo de
investigación práctica epistémicamente interesante. Por ejemplo, Hempel considera la
dependencia tácita de la inferencia arqueológica en el Derecho (e.g., al datar
materiales arqueológicos) al final de “La Función de las Leyes Generales en la Historia”
[Hempel, 1912. 48], y filósofos de las ciencias de la vida y de la Tierra, especialmente
aquellos interesados en la teorización evolutiva, consideran la estructura y las
limitaciones de la inferencia histórica basada en el registro arqueológico: Toulmin y
Goodfield discuten la formación de los horizontes contemporáneos sobre el tiempo
geológico e histórico como una unión del problema epistémico y ontológico en El
Descubrimiento del Tiempo [Toulmin y Goodfield, 1965], y Tucker ofrece un análisis
comparativo sobre los patrones de inferencia biológicos e históricos en Nuestro
Conocimiento del Pasado [Tucker, 2004]. Ejemplos de lo anterior, análisis filosóficos
más sistemáticos sobre la arqueología incluyen, durante el siglo XIX, la discusión de
Whewell sobre la arqueología comparativa como un ejemplo de las “ciencias
paleontológicas,” las ciencias que lidian con los objetos que descienden de “una
condición más antigua, de donde el presente se deriva por causas inteligibles”
[Whewell, 1847, 637]. Y en el perido entre guerra, Collingwood confió en demasía en
ejemplos de inferencia arqueológica para desarrollar su análisis sobre razonamiento
histórico en la “lógica de la pregunta y la respuesta” en La Idea de la Historia
[Collingwood, 1946, Epilogomena]. En Una Autobiografía [1939] hace explícito un gran
número de lecciones filosóficas que había aprendido a lo largo de su búsqueda, junto
con sus intereses filosóficos, una carrera en la Arqueología de la Bretaña Romana. Esto
anticipa una complejidad de problemas que han llegado a dominar recientemente el
debate filosófico en y sobre la arqueología:
La larga práctica en la excavación me había enseñado que una condición –de
hecho la condición más importante– de éxito fue que la persona responsable de
cualqueir pieza de cavado, sin importar cuán pequeños o grandes, debería saber
exactamente qué es lo que quiere descubrir, y después decidir qué tipo de excavado le
mostraré. Esta fue el principio cntral de mi 'lógica de la pregunta y la respuesta' como
aplicado a la arqueología [Collingwood, 1939, 121–122].
Aunque la arqueología permanece dentro de un interés minoritario entre los
filósofos interesados en las ciencias sociales, desde la “filosofía analítica de la
arqueología” de la década de 1970 [Salmon, 1993, 324] o, más ampliamente, “meta-
arqueología” [Embree, auto-consientemente positivista de los Nuevos Arqueólogos al
que volveré en un momento.
1.2Compromiso arqueológico con la Filosofía
Los arqueólogos se han actívamente comprometido con problemas filosóficos y han
sido arrastrados en análisis filosóficos sobre la investigación prácita desde que la
disciplina se estableció en la universidad y en el museo como empresa base a
principios del siglo XX. Los defensores anteriores de la disciplina arqueológica
promovieron un acercamiento científico estrechamente paralelo al influyente “método
de múltiples hipótesis” de Chamberlin, una práctica caracterizada por la prueba
comparativa enfocada en la sistemática evaluación empírica de la hipótesis
competidora [Chamberlin, 1890]. Los exponentes clave de los “métodos más sanos y
verdaderamente científicos” en la arqueología insistieron en la importancia de buscar
“preguntas definidas” en preferencia con las prácticas “afligidamente causales e
incoordinadas” asociadas con el anticuarismo [Dixon, 1913, 563, 365]. Dixon citaba
directamente a Chamberlin y, con Wissler, el abogado de una “arqueología nueva y
real,” impulsó un cambio de énfasis de la recolección de “objetos curiosos y costosos
una vez utilizados por el hombre” a preguntas históricas y antropológicas agudamente
enfocadas “adecuadas para la ciencia del hombre” [Wissler, 1917, 100].1
Los críticos de las décadas de 1930 y de 1940 quienes deploraron “a los
empiristas estrechos” las tendencias de una arqueología con la intención de establecer
su reputación como un campo de la ciencia riguroso utilizaron a Whitehead y después
a Teggart y a Mandelbaum para hacer el caso para una arqueología más extensa y
teóricamente informada [Kluckhohn, 1939: Kluckhohn, 1940: Taylor, 1948]. Liuckhohn
publicó una de estas discusiones en Philosophy of Science [Kluckhohn, 1939]. Dewey
fue una influencia muy importante para al menos uno de los que insistieron en la
décadade 1950, que los arqueólogos no pueden evitar un grado de subjetivismo en su
investigación [Thompson, 1956]. Y aquellos que reaccionaron en contra de este
subjetivismo en las décadas de 1950 y 1960 fueron influenciados por el “positivismo
1 Para la discusión sobre las especificaciones de estos argumentos tempranos para una arqueología antropológica auto-conscientemente científica, ver Wylie [2002, 25–41].
liberal” que asociaron a Bergman, Kennedy y a Feigl [Spaulding, 1962, 507], después
llevaron a Hempel, Brodbeck y Kaplan a delinear los objetivos explicativos de una
arqueología científica que anticipaba directamente los argumentos de la Nueva
Arqueología [Spaulding, 1968, 34]. En este espíritu Meggars se apoyó en Reichenbach
para desarrollar un argumento para modelar la arqueología en la práctica teóricamente
informada que ella entendía para caracterizar lo más exitoso de las ciencias naturales
[Meggars, 1955]. Los arqueólogos británicos que compartieron estos compromisos a
una forma de práctica más ambiciosa y sistemáticamente científica llegó a tomar su
inspiración de Braithwaite [Clarke, 1968: Renfrew, 1989a].
La dinámica del debate interno en donde estas fuentes filosóficas figuran han
sido por mucho tiempo estructuradas por una problemática central, un dilema
interpretativo [Wylie, 2002, 117–126], que proviene de una ansiedad epistémica
profundamente asentada de que el registro arqueológico está tan fragmentado y es tan
efímero como para sostener un programa antropológico de investigación en la
arqueología. Las afirmaciones sobre el pasado cultural que le interesa a los
arqueólogos qua antropólogos inevitablemente se extienden más allá de lo que puede
establecerse con seguridad, sobre la basse del registro material sobreviviente con el
que trabajan. La preocupación es que, bajo estas condiciones, los arqueólogos deben
escoger entre, o haber típicamente migrado hacia, dos opciones insatisfactorias. Por un
lado, un compromiso con los ideales de la responsabilidad epistémica aconseja la
cautela epistémica, con frecuencia interpretada como un requerimiento que los
arqueólogos restringen a sí mismos a objetivos estrechamente descriptivos: los
“empiristas estrechos” hacen espavientos sobre el dilema. Por otro lado, aquellos que
se resisten a abandonar los objetivos antropológicos e históricos se sienten obligados a
abrazar el cuerno especulativo del dilema: la alternativa a la descripción empírica es el
elaborar narraciones arqueológicas que sean entendidas como una forma de ficción
interpretativa en donde las espectativas y las preocupaciones contemporáneas son
proyectadas hacia el pasado. Aquellos que tratan a estas opciones como mutuamente
exclusivas y eshaustivas –como genuinamente problemáticas– comúnmente establecen
los estándares de la credibilidad epistémica de manera alta e invocan a otra premisa:
que las conexiones entre los rastros de material sobreviviente que cubren el registro
arqueológico y los eventos o condiciones de fondo que los produjeron son todos en
conjunto extrema e igualmente ténues.
El locus classicus para un argumento así es ampliamente citado en una nota de
discusión publicada en el British Archaelogical Newsletter en 1955 por M. A. Smith, un
arqueólogo de campo que fue influenciado por temas escépticos en el empirismo
británico. Ella insiste en que “no existe una relación lógica” entre lo social, el pasado
cultural y su registro sobreviviente, por lo que no parece referirse a ninguna relación
de vinculación deductiva: la interpretación arqueológica incorpora inevitablemente “un
elemento de conjetura que no puede se probado” [Smith, 1955, 4–5].
Consecuentemente el problema Diogesiano, como ella lo describe, es inescapable: los
arqueólogos “pueden encontrar la tina, pero en conjunto pierde Diogenes” [1955, 1–2]
y puede no tener manera de saber lo que han perdido. Lo que comienza como un
problema de subdeterminación contingente se ve de esta manera generalizado: el
potencial para un error persistente e indetectable es inferido a partir de instancias
específicas del error fortuitamente detectado o contrafactualmente proyectado. Es así
como un escepticismo de dominio amplio, si no es que completo, es inescapable: la
única alternativa a la especulación irresponsable es una arqueología caracterizada por
ambiciones severamente acortadas.
Este dilema interpretativo ha generado una serie de debates críticos que se han
suscitado aproximadamente cada veinticinco años desde principios del siglo XX. En
este contexto han sido articuladas tres estrategias de respuesta para cada uno, y se
espera con esto, que el dilema interpretativo pueda ser moderado o engañado [Wylie,
2002, 28–41].
Acercamientos de etapas secuenciales. Defendido por los conservadores
optimistas, estos se caracterizan por una insistencia de que lo arqueólogos
epistémicamente responsables deberían hacer la persecusión de objetivos descriptivos
como primera prioridad y deben evitar la especulación teórica (prematura). Las
demandas para una más ambiciosa arqueología orientada al problema desarrollada por
Dixon y Wissler en el periodo de la Primera Guerra Mundial provocó una temprana y
especialmente estridente defensa de este acercamiento a los datos de primera mano
[Laufer, 1913, 577]. Después, aparecieron argumentos más NUANCED para inferir que
las preguntas antropológicas e histórica reflejaban una convicción de que, cuando un
cuerpo lo suficientemente rico de datos arqueológicos habían sido recolectados, podría
esperarse que surgieran “verdades más amplias” [Wedel, 1945, 386]. En la primera
instancia, las regularidades temporales, espaciales y formales inherentes en el registro
deberían volverse evidentes, proporcionando así la base para esquemas
tipológicamente comprensivas: esto debería, a cambio, producir opiniones sobre la
identidad de los grupos culturales representados en el registro, así como la dinámica
de su difusión, interacción y transformación en el tiempo. La recuperación de datos, la
descripción y la sistematización no es un final en sí mismo sino una preliminar
necesaria, una cuestión de establecer un seguro fundamento empírico antes de
aventurarse a las hipótesis históricas o antropológicas. Como un par de comentaristas
sardónicos lo señalan, el teorizar está así inferido hasta que aparezca en la escena un
“futuro Darwin de la Antropología” que pueda “interpretar el gran esquema histórico
que será erigido” [Steward y Setzler, 1938, 3].
Constructivismo. Desde su origen, los críticos de los acercamientos de las
etapas secuenciales objetaban que no era posible ninguna investigación del registro
teóricamente inocente, como un necesario preliminar o como un final en sí mismo. La
identificación del material como arqueológico, mucho menos la construcción de
secuencias cronológicas y regionales o esquemas tipológicos culturales, rquieren de
una inferencia interpretativa substancial más allá de la descripición del material
contenido en el registro (e.g., [Steward y Setzler, 1938]). E incluso si la
documentación interpretativamente neutral sobre el registro arqueológico fuera
posible, no contaría para producir los tipos de evidencia que los arqueólogos
requerirían cuando vuelven a las preguntas arqueológicas e históricas sobre el pasado
cultural [Kluckhohn, 1939]. Aunque Kluckhohn, así como Steward y Setzler, eran
optimistas en cuanto a que una arqueología teóricamente informada podría
exitosamente llevar a las preguntas antropológicas e históricas (ellos ultimadamente
defendieron una forma de la opción integrativa descrita abajo), los pesimistas
epistémicos han, en varias coyunturas, abrazado el cuerno escéptico del dilema
interpretativo. Debido a que los argumentos constructivistas para reconocer que los
datos arqueológicos son inevitablemente soportados por la teoría (para un uso más
reciente en el lenguaje filosófico), concluyeron que la descripción y la interpretación
arqueológica incorpora un elemento irreductible sobre la subjetividad [Thompson,
1956], o abrazan un pragmatismo metodológico [Brew, 1946; Ford, 1954b]. Críticos
más recientes de la Nueva Arqueología positivista han defendido un pluralismo o
relativismo políticamente informado [Hodder, 1983; Shanks y Tilley, 1987].
Acercamientos integracionistas. En toda coyuntura en donde los méritos de la
etapa secuencial y de los programas de investigación constructivista han estado
debatiendo, los críticos internos han dicho que, más que aceptar cualquiera de estas
opciones, los arqueólogos deberían rechazar los términos del dilema interpretativo.
Comúnmente estos críticos aceptan los argumentos desarrollados por los
constructivistas; su punto de partida es el reconocimiento de que la evidencia
arqueológica es persisténtemente THEORY-LANDEN y que las extensiones
interpretativas más allá de lo empírico no puede ser inferido por etapas posteriores de
averiguación. Pero consideran a las conclusiones subjetivistas y relativistas como la
reductio de cualquier argumento de estas premisas que refuerzan la vuelta a la
especulación. Mientras que virtualmente todas las afirmaciones arqueológicas
(interesantes) sobre el pasado culturar sobre-alcanza lo que puede ser establecido con
la seguridad establecida, no implica, ellos insisten, que (todas) estas afirmaciones se
reducen a la especulación arbitraria.
Dos perspectivas rinden cuentas sobre el rechazo del dilema interpretativo.2La
primera es una apreciación de que, aunque los datos arqueológicos que se paran como
evidencia sólo bajo la interpretación y que rara vez puede esperarse que aseguren
conclusiones únicas e incontroverciales, el registro arqueológico demuestra
rutinariamente una capacidad para derrivar incluso nuestras espectativas más
fuertemente sostenidas sobre el pasado. La evidencia arqueológica puede ser
enigmática pero no es por ningún motivo completamente plástica: puede ser soportado
por la teoría pero no persistente y típicamente por las teorías que sostienen las
hipótesis reconstructivas y explicativas que se utilizan para apoyar o para evaluar. La
segunda perspectiva, por extensión, es una apreciación de que los arqueólogos
pueden, y con frecuencia lo hacen, deplorar de manera muy efectiva lo recalcitrante
del registro empírico, sistemáticamente diseñando la investigación arq elaboraron
ueológica de tal manera que las elícitas restricciones empíricas que algunas veces
hablan muy poderosa y precisamente a favor o en contra de hipótesis interpretativas
específicas. Los defensores de una “arqueología nueva y real” durante las dos primeras
décadas del siglo XX [Dixon, 1913; Wissler, 1917] bosquejeando los contornos de un
acercamiento así, y sus sucesores en las décadas de 1930 y 1940 elaboraron su
motivación crítica [Kluckhohn, 1940; Krieger, 1944; Taylor, 1948]. Ampliamente
caracterizado, lo que buscan es un acercamiento orientado al problema para averiguar
2 Los detalles de este análisis son presentados en Wylie [2002, 37–39].
en cuáles etapas del proceso de investigación –los datos recolectados y el análisis, la
interpretación reconstructiva y la teorización explicativa– e integrados alrededor de
problemas agudamente deinidos o, en algunas formulaciones, hipótesis que pueden ser
probadas empíricamente en contra del registro arqueológico.
La Nueva Arqueología de las décadas de 1960 y 1970 (también identificada
como “arqueología procesual”) fue una intervención en este debate de larga duración
que tomó la forma de un rechazo particularmente incomprometido del dilema
interpretatativo. Aunque representado como una separación completamente nueva –
los Nuevos Arqueólogos llamaban a una revolución en donde la arqueología
propiamente antropológica y científica podría finalmente desplazar las formas de
práctica “tradicionales”– de hecho es la última nueva arqueología compartió mucho con
los intentos anteriores para articular e implementar que he descrito como
acercamientos integracionistas [Wylie, 2002, 41, 57–62]. Al igual que los abogados
defensores del problema orientado, las formas de la práctica teóricamente sofisticadas,
los Nuevos Arqueólogos estuvieron motivados por la creciente frustración de que,
aunque los arqueólogos habían acumulados grandes cantidades de datos arqueológicos
y detallados esquemas de clasificación finamente elaborados (“sistematizados en
espacio y tiempo”), sus trabajos se produjeron muy poco a la manera de la perspectiva
antropológica. Al mismo tiempo tuvieron la seguridad de que, si hicieron un esfuerzo
concertado para ponder a trabajar estos datos –para usarlos como evidencia del
pasado cultural– deberían ser capaces de hacer algo más que ofrecer historias a
medias. Al desarrollar estas últimas posibilidades, el sello distintivo de la Nueva
Arqueología fue su compromiso programático a los principios centrales del positivismo
lógico: tenían la confianza de que, si los arqueólogos implementaran un programa de
investigación rigurosamente científico moldeado en los ideales Hempelianos, se
escaparían de los cuernos del dilema interpretativista. Los tablones principales en esta
plataforma porgramática fueron los siguientes.3
3 El reconocido arquitecto de la Nueva Arqueología, Lewis R. Binford, elaboró estas tesis clave en una serie de artículos “de pelea”, como después se refierió a ellas, y que aparecieron druante la década de 1960 y principios de la década de 1970 [Blinford, 1962; Blinford, 1972; Blinford y Blinford, 1968]. Desde entonces las ha defendido vigorsosamente en contra de los desafíos anti-procesuales y pos-procesuales [Blinford, 1989]. Blinford invocó a Hempel y al positivismo lógico en muchos contextos pero fue una generación de arqueólogos más joven la que fue influenciada po él y quienes elaboraron los detalles. De hecho, el compromiso de Blinford con el positivismo es parcial y contradictorio [Wylie, 1989b]. Brinda apoyo a la función retórica en sus primeros argumentos y recibe muy poca atención y desarrollo en su trabajo posterior.
1. El objetivo central de la Arqueología, como un subcampo de la Antropología,
debería establecer un entendimiento explicativo a largo plazo, el proceso
cultural a gran escala (de ahí el nombre, arqueología “procesual”). Este
entendimiento del proceso cultural fue nomotético: el objetivo fue el tomar un
agarre de las leyes que gobiernan la estructura y la dinámica de los sitemas
culturales, las regularidades invariantes que señalan las complejas
especificaciones de la acción humana y de los eventos históricos [Flannery,
1967]. La reconstrucción de las formas de vida del pasado y las trayectorias
históricas era el medio para este fin, no un fin en sí mismo: las leyes duraderas
del proceso cultural podrían ser vislumbradas en estos detalleys y debían, a
cambio, ser explicados por medio de la subsuposición bajo las regularidades del
nivel de sistemas de las cuales eran instancias, conforme a a la variante
nomológica-deductiva [N–D] sobre la ley de cobertura del modelo de la
explicación. Inclusive, la reconstrucción de los detalles del pasado cultural fue
entendio para requerir una “retrodicción” mediada por la ley, como Hempel
había descrito en conexción con la inferencia histórica [Hempel, 1942].
2. La práctica de la Arqueología fue el ser rigorosamente orientada al problema.
Más que formular hipótesis interpretativas o explicativas tras el hecho de servir
para los resultados de una exploración empírica OPEN-ENDED sobre el registro,
las hipótesis anticipada debería ser el punto de partida para la averiguación:
todos los aspectos de la investigación arqueológica fueron diseñados como una
prueba sistemática de sus implicaciones empíricas. Invocando la distincipon
positivista convencional entre los contextos del descubrimiento y de la
verificación, los defensores de la Nueva Arqueología insistían en que las
consideraciones inductivas, intuitivas y especulativas que dieron origen a una
hipótesis no han podido mantener su adjudicación: debería aceptarse o
rechazarse estrictamente sobre la base de confirmar o desconfirmar la
evidencia de prueba, evaluada dentro del marco conceptual presumiblemente
deductivo establecdido por el modelo hipotético–deductivo [H–D] de
confirmación de Hempel. La Nueva Arqueología estaba, entonces, caracterizado
por un programa de investigación rigurosamente deductivo tanto en los
objetivos, como en la práctica, en contraste con el inductivismo imputado de la
arqueología tradicional.
3. El sujeto cultural de averiguación fue conceptualizado en términos
reductivamente eco-materialistas y, en algunos casos, en eco-deterministas:
para propóositos d la investigación científica, las culturas eran concebidas como
sistemas de componentes fuertemente integrados (social, ideaciona, material)
que, en conjunto, median la respuesta adaptativa de las poblaciones humanas a
sus entornos materiales [Blinford, 1962]. De esta manera se constituyó un
sujeto dominante que era dócil al análisis causal, capaz, en principio, de
sustentar la investigación para las leyes Hempelians sobre el comportamiento
humano y el proceso cultural a través de una práctica de prbar las implicaciones
(deductivas) de las hipótesis explicativas en contra del registro arqueológico.
La Nueva Arqueología provocó un intenso debate dentro de la arqueología que estaba
enfocada, en parte, en preguntas sobre la adecuación y la aplicabilidad de los modelos
Hempelianos que fueron la inspiración de su positivismo resoluto. Los filósofos
entraron al debate cuando estos modelos fueron abandonados en una cartilla
autodescrita para la Nueva Arqueología [Watson, et al., 1971], y en publicaciones
sobre la explicación arqueológica, la observación y la prueba de la hipótesis [Fritz,
1972: Fritz y Plog, 1970; Hill, 1972].4 En algunos casos los comentaristas filosóficos
simpatizaron, u ofrecieron amistosas enmiendas: R. A. Watson fue un principiante
temprano en este debate y que consistentemente defenció la orientación positivista de
la Nueva Arqueología en contra de sus críticas [Watson, 1972; Watson, 1990; Watson,
1991]: y M. Salmon publicó muchos artículos cortos para clarificar conceptos filosóficos
clave y las distinciones que fueron ampliamente leídas y bien recibidas [Salmon, 1975;
Salmon, 1976]. Pero otros fueron agudamente críticos. Dos revisiones muy hirientes
fueron la crítica marchita de Morgan sobre Watson, Leblanc, y Redman [Morgan,
1974], y la brutal revisión de Levin a Fritz y Plog [Levin, 1973], en donde los
arquelógos se encontraron así mismos siendo castigados no sólo por obtener mal los
detalles del análisis filosófico, sino también por no entender correctamente el proceso
y la historia reciene del debate filosófico. El positivismo lógico se había enfrentado a su
fallecimiento: Morgan y Levin, así como una gran cantidad de críticos arqueológicos
internos (e.g., Tuggle, 1972), señaló que la adecuación de los modelos Hempelianos
como un informe de la práctica cieentífica (en cualquier dominio) había sido
4 Para una revisión más detallada sobre los argumentos filosóficos que emergen en esta literatura altamente polémica, ver Wylie [1992; 2002, parte 3].
decisivamente desafiado por el tiempo y fue abrazado por los Nuevos Arqueólogos.
Inclusive, este ejercicio “importado” , como Morgan lo describía, fue fundamentamente
mal entendido: no podía esperarse que las teorías filosóficas de la ciencia
proporcionaran respuestas autoritativas a las preguntas metodológicas, especialmente
en un campo tan remoto como el físico y el de las ciencias naturales que eran el foco
de interés filosófico en la Arqueología.
Estas intervenciones de marca correctiva y divisorias generaron una
considerable desafección entre los arqueólogos, algunos de los cuales rechazaron
categóricamente el filosofar de todos los tipos de fundamentos que eran
inevitablemente divisibles y ampliamente relevantes al trabajo (empírico) arqueológico
real. Estos temas predominaron en la lamentación de Plog, “¿Es un poco de filosofía
(de la ciencia) algo peligroso?” [Plog, 1982]. En la burlona revisión de Renfrew sobre
“Ismos de nuestro tiempo” [Refrew, 1982a: 8–13], y en la parodia de Flanery, “The
Golden Marshaltown,” en donde compara las pretensiones de una élite filosófica para
los pronosticos de comentadores deportivos auto-satisfechos y que han perdido su
toque cuando se trata de realidades arenosas de la práctica real [Flannery, 1982]. En
una revisión de este debate que apareció cuando las hostilidades estuvieron más
marcadas, Schiffer, de una segunda generación de Nuevos Arquólogos, hizo el caso de
que el análisis filosófico sistemático es indispensable para un campo como el
arqueológico.5Pero impulsó a los filósofos a comprometerse con los problemas
epistémicos a los que los arqueólogos se enfrentan en la práctica –los problemas que
motivaron la semejanza de los Nuevos Arqueólogos a los modelos Hempelianos– más
que disparar sus intentos por resolver estos problema mediante modelos filosóficos
apropiados que en ningún momento tuvieron la intención de este propósito [Schiffer,
1981].
5 Un argumento similar puede ser hecho en Clarke en el contexto del debate sobre las implicaciones de adoptar técnicas científicas y formas de la práctica en la Arqueología británica. Con el crecimiento de la sofisticación técnica, los arqueólogos llegaron a perder su “inociencia” más que proceder sobre la base de un marco conceptual sin examinar sobre los compromisos epistémicos y teóricos, muchos de ellos ahora obsoletos, impulsó a los arqueólogos a hacerse responsables por las presuposiciones que rinden cuentas de su práctica y las sujetan a un sistemático escrutinio crítico: lo que esto requería, afirma, no era la imposición de modelos desarrollados para darle sentido a otras disciplinas, sino una rigurosa “filosofía interna de la Arqueología” [Clarke, 1973]. En este espíritu Fitting argumentaba que, en “la Fontanería, la Filosofía y la Poesía,” los arqueólogos deberían ser muy conscientes de que deben hacer la evaluación sistemática de sus presuposiciones y tomar eso como parte integral de su práctica, pero a la vez condenó sonoramente la compulsión, en la parte de los filósofos profesionales para reforzar la “puridad ritual” de la doctrina filosófica [Fitting, 1973].
1.3 La formación de una campo intermedio: la Meta-arqueología
A pesar de este faccionado debate, un gran número de arqueólogos desarrollaron una
sofisticación filosófica substancial, así como un creciente contingente de filósofos
inmersos en sí mismos dentro de las especificaciones de la práctica arqueológica, con
frecuencia trabajaron en colaboración con arqueólogos para desarrollar análisis
constructivos que fueron más allá de la crítica y de la corrección. El resultado es un
próspero campo intermedio en donde filósofos arqueológicamente literales y
arqueólogos filosóficamente estructurados han explorado un margen muy extenso de
recursos filosóficos, con frecuencia desarrollando modelos inovadores de explicación y
de razonamiento evidencial, ideales de objetivad, y suposiciones fundacionales que no
conforman a ninguna de las tradiciones filosóficas de pensamiento anteriormente
establecidas sobre la ciencia.
Un foco de anterior anterior fue un racimo de prácticas interpretativas y
explicativas típico de la arqueología que había sido muy poco discutido a detalle dentro
de los análisis filosóficos de la ciencia: Nickles publicó un estado de cuentas de
explicación causal singular que estuvo basada en ejemplos arqueológicos [Nickles,
1977] y, cuando Levin regresó de la crítica, desarrolló un análisis sobre las estrategias
de inferencia a los que los arqueólogos adscriben una importancia funcional a los tipos
específicos o clases de artefacto [Levin, 1976]. En la primera monografía que apareció
en este emergente subcampo, Filosofía y Arqueología [Salmon, 1982]. M. Salmon
plasmó en un rango de modelos filosóficos establecidos –e.g., modelos bayesianos de
confirmación y el estado de cuanesa de ralevancia estadística sobre la explicación de
W. Salmon– pero substancialmente re-trabajados para darle sentido a las formas de
inferencia reconstructiva y de adscribpción funcional discutida por Nickles y por Levin,
así como de gran cantidad de otros rasgos distintivos de la práctica arqueológica: e.g.,
la explicación funcional de sistema-nivel y los patrones de la teoría de la construcción
que dependen de fuentes externas. Seis años después Hanen (un filósofo de la ciencia)
y Kelley (un arqueólogo) publicaron una monografía, Arqueología y metodología de l
ciencia, la cual explora a profundidad los rompecabezas filosóficos generados por la
práctica arqueológica [Kelley y Hannen, 1988]. Influenciado por Kuhn y por Goodman,
argumentaron que un constructivismo no realista es el que captura mejor los objetivos
y la práctica inferencial típica de la arqueología, pero las especificaciones de los
modelos que expusieron (inferencia a la mejor explicación y la revisión de la creencia
de peso) deriva primordialmente de un análisis cercano a un número de caso
arqueológicos extensos. El siguiente año apareció una tercera monografía, Explicación
en la Arqueología [Gibbon, 1989], en donde Gibbon (un arqueólogo que había pasado
por un entrenamiento substancial en filosofía de la ciencia) decía que un realismo
científico robusto es la laternativa más prometedor al positivismo de la Nueva
Arqueología. De nuevo, aunque cita a Harré, a Bunge y a Putnam como influencias
importantes, la mayoría de su análisis está especificado en la arqueología; con Kelley y
Hanen dice que si el análisis filosófico es el de tomar agarre de los matices de la
práctica arqueológica, se debe estar ricamente informado con un entendimiento de la
historia social, la cultura disciplinaria y la dinámica institucional que dan forma a esta
práctica.
Dos monografías recientes construidas en esta tradición de análisis de campo
intermedio, ambas hechas por filósofos de la ciencia cuyos análisis del razonamiento
evidencias están informados por la experiencia del campo arqueológico: Conociendo el
Pasado: Problemas Filosósficos de la Historia y de la Arqueología de Peter Kosso
[Kosso, 2001] y mi Pensamiento de la cosas: Ensayos en la filosofía de la Arqueología
[Wylie, 2002]. En Conociendo el pasado, Kosso elabora un modelo de razonamiento
evidencias que había ya puntualizado en muchos artículos previos, e ilustra cómo se
aplica a la práctica mediante el análisis sustentado de ejemplos extraidos de un
programa de trabajo de campo arqueológico en los sitios medievales de Grecia.
Argumenta que las afirmaciones evidenciales en la arqueología pueden ser
fructíferamente entendidos como una forma de observación inferencialmente compleja,
expandiéndos en los análisis multi-componentes que han probado ser necesarios para
dar sentido a la práctica observacional en la Astronomía, en la alta energía de la Física,
y en la Biología evolutiva [Kosso, 1988; 1992]. En los ensayos que ensamblan
Pensamiento de las cosas, hago un argumento complementario para enfocarme en el
papel de las suposiciones de fondo y auxiliares que sirven como intermediarios en la
inferencia arqueológica (interpretativa y explicativa, así como evidencial), inicialmente
en consideración del razonamiento análogo [Wylie, 1982a; 1985], y subsecuentemente
mediante el análisis comparativo de ejemplos del campo de trabajo tomados por los
Nuevos Arqueólogos y por un gran margen de practicantes anti y pos-procesuales. A
pesar de las diferencias programáticas, encuentro que esta ejemplifidad es un común
patrón (enmendado) de autoarranque sobre la evidencia inferencial [Wylie, 1986b;
1989a; 1992]. Una sorprendente separación de esta creciente tradición del análisis
arqueológicamente fundamentado es el caso prescriptivo de que Bell (un filósofo de la
ciencia) hace para estructurar la práctica arqueológica alrededor de los principios de un
falsacionismo Popperiano no comprometido. En Reconstruyendo la Prehistoria: El
método científico en la Arqueología Bell propone una lista de preguntas diseñadas para
asegurar que las hipótesis arqueológicas son testables en un sentido Popperiano, y que
están sujetas a los intentos apropiadamente rigurosos para refutarlas [Bell, 1994].
Por contraste a estos análisis, mismos que presuponen un amplio apoyo a las
ambiciones científicas de la Nueva Arqueología, la mayoría de los críticos pos-
procesuales rechazan en conjunto la fascinación de los Nuevos Arqueólogos con los
modelos científicos de la práctica y buscan inspiración filosófica en la hermenéutica
filosófica [Hodder, 1982a; 1983; 1991; Johnsen y Olesn, 1992; Tilley, 1993], en la
fenomoenología [Gosden, 1994; Shanks, 1992], en la teoría crítica [Leone et al.,
1987], y en varias formas del análisis posestructrualista [Tilley, 1990]. Dos filósofos
continentalmente entrenados proporcionaron contribuciones previas a la literatura
filosófica en la Arqueología, aunque no como intervenciones en el debate entre los
arqueólogos procesuales y pos-procesuales: Embree (un fenomenólogo) realizó un
estudio basado en la recolección de las percepciones arqueológicas sobre la “teoría” a
finales de la década de 1980 [Embree, 1989], y Patrik ofreció un análisis temprano e
incisivo sobre las concepciones divergentes de un “registro arqueológico” como, por un
lado, un texto que requiere de la interpretación hermenéutica y, por el otro, como un
registro fósil dócil al análisis físico [Patrik, 1985]. Los contribuyentes a una reciente y
predominantemente europea colección de ensayos, Filosofía y Práctica Arqueológica
[Holtorf y Karlson, 2000], extendió la mira de esta creciente tradición sobre la filosofía
no-analítica de la arqueología, obteniendo su inspiración de fuentes filosfófica tan
diversas como Wittgenstein (Bintliff), Foucault y Derrida (Cornell), Feyerabend
(Holtorff), Levinas (Hegardt), Butler e Irigaray (Tarlow), Merlean-Ponty (Staaf), y
Heidegger (Thomas).
En 1992 Embree mencionó que este creciente cuerpo de trabajo había
alcanzado la madurez necesaria para ser reconocido como un subcamp que hace uso
de los modos históricos y de lo sociológicos, así como de los modos filosóficos de
averiguación (tanto analíticos como continetales) para encausar un segundo grupo de
preguntas sobre la práctica arqueológica [Embree, 1992]. Un año después Salmon
distinguió la “filosofía analítica de la arqueología” de los “acercamientos filosóficos de
la arqueología” [Salmon, 1993, 324], y caracterizó a la primera como un campo de
práctica establecido preocupado por los “problemas metafísicos, epistemológicos,
éticos y estéticos que se suscitan en la teoría y en la práctica de la arqueología”
[Salmon, 1993, 323]. Todas estas áreas de la meta-arqueología continúan creciendo a
su paso, aunque estando en desacuerdo con las demandas para la responsabilidad
presta una particular urgencia en los análisis de los problemas normativos que
comprenden a un floreciente campo en la ética arqueológica.
2 PROBLEMAS DE FOCO Y TEMAS CENTRALES
Conforme la metaarqueología ha ido tomando forma, seis problemas siguen
persistiendo, o emergen ahora, volviéndose el foco de la atención filosófica: la práctica
explicativa: el razonamiento evidencial: las suposiciones fundacionalistas concernientes
a la naturaleza del sujeto de averiguación (conceptos de cultura, ontología social):
problemas normativos, principalmente problemas éticos suscitados en y por la práctica
arqueológica: y sobrearqueadas preguntas metafilosóficas sobre el papel de los análisis
filosóficos y en un campo como el de la arqueología (su interés intrínseco: su
relevancia práctica). Considro a cada uno esquemáticamente, con el objetivo de
delinear las posiciones clave articuladas en el pasado y dirigiendo la atención a los
debates emergentes actuales.
2.1Explicación
El punto de partida para el debate filosófico generado por la Nueva Arqueología fue la
difundida reacción en contra del argumento prescriptivo de que los objetivos de la
arqueología deben adaptarse a la extrecha plantilla del modelo de la ley de cobertura
de Hempel sobre la ley de explicación. En la ronda inicial del debate descrito arriba, los
críticos se enfocaron en la apreciación de los modelos de la ley de cobertura (en
cualquier aplicación) y su relevancia para un campo como el de la arqueología, pero la
atención se vuelve rápidamente hacia un margen de modelos alternativos de
explicación. Conforme los análisis sobre la explicación han ido proliferando, se ha
vuelto claro que los arqueólogos explican en muchos sentidos diferentes y en distintos
niveles. Un gran reto ha sido el entender cómo es que fueron producidos los
contenidos del registro arqueológico y qué es lo que representan como evidencia, una
práctica que requiere de la inferencia reconstructiva de los contenidos y de la
configuración del registro arqueológico a los eventos específicos, las condiciones de
vida, las acciones intencionales y “los procesos de formación” que producen. Conforme
arqueólogos y filósofos han ido luchando con las complejidades de la práctica actual, se
ha vueto claro que estas reconstrucciones histórico-culturales, desacreditadas por los
Nuevos Arqueólogos como meramente descriptivas, son una forma de explicación
localizada: las explicaciones procesuales de sistema-nivel que identificaron como la
preocupación primordial de una arqueología científica que dependía y era contínua con
estas explicaciones sobre el registro más modestas y su antecedentes inmediatos
[Wylie, 2002, 86–92]. Mientras que este pundo parece ampliamente aceptado, el
índice de postura sobre cómo debe entenderse la explicación arqueológica (a cualquier
escala) es enormemente amplia y continúa proliferando.
Sistemas de explicación. Un rival previo de los modelos de ley de cobertura fue
propuesto por los críticos arqueológicos que insistían en que la dinámica de los
sistemas culturales complejo no podía ser entendido al defender las leyes de cubierta
deterministas: defendieron un acercamiento a los sistemas, inspirado por Meehan
[1968], el objetivo a cubrir era el desarrollar modelos formales que capturaran la
estructura implícita de la interacción entre las múltiples variables que constituyen
sistemas culturales particulares [Flannery, 1967; Tuggle et al., 1972]. En un debate al
que se unieron los arqueólogos en un intento por defender el modelo de la ley de
cobertura [LeBlanc, 1973] y por filósofos que promovían una postura más
sistemáticamente crítica de este modelo [Salmon, 1978a; 1989], el punto fue
rápidamente hecho en cuanto a que la explicación en el modelo de la ley de cobertura
de Hempel no es necesariamente mono-causal o determinista: en cualquier
formulación del modelo de la ley de cobertura un número de leyes causales pueden ser
invocadas en una serie de explicaciones anidadas que cuente para un complejo
expanandum y, en variantes posteriores del modelo, estas leyes pueden ser
estadísticas y la inferencia un patrón inductivo (e.g., variantes más estadístico-
inductivas que nomológico-deductivas sobre el modelo de la ley de cobertura). Incluso,
los “sistemas paradigmáticos” alternativos no se escapan a la dependencia de
proposiciones tipo ley si es para sostener la predicción y la explicación de los estados y
resultados del sistema; como caracterizado por los arqueólogos influenciados por
Meehan, esta función modeladora depende de “reglas” formales que enlazan las
variables del sistema, capturando las regularidades de la interacción y de la
interdependencia que tienen todas las características de, y no má robusto contenido
causal que, las leyes Hempeleanas [Flannery, 1967, 52]. El problema fundamental con
los modelos de la ley de cobertura de Hempel, Salmon decía, es que sus
requerimientos formales y sintácticos no incorporan ninguno de los criterios de
relevancia para distinguir entre los casos genuinamente explicativos y los espurios en
donde una explanandum es mostrada para ser una instancia que donforma un patrón
proyectable. Este punto fue tomado por los anteriores defensoras de la ley de
cobertura y de los acercamientos de los sistemas (LeBlanc y Read, respectivamente)
quienes, trabajando con un marco conceptual ampliamente empírico, lógico y
positivista, argumentaron que el nivel más bajo de las explicaciones de la ley de
cobertura debería ser integrado en un marco teórico que tiene los recursos para
distinguir entre las regularidades accidentales y las causales [Read, 1978] .
Concibieron este edificio teórico como una jerarquía de las representaciones cada vez
más abstractas del modelo estructural que son la base de, somo subsumen, las
regularidades capturadas por el nivel inferior de las leyes empíricas; no proporcionaron
un informe de cómo la teoría, concebida de esta manera, incorporaría cualquier
contenido causal adicional más allá de las enunciaciones de la regularidad empírica que
iban a subsumir.
Modelado causal. A pesar del endoso oficial de los Nuevos Arqueólogos sobre los
modelos de la ley de cobertura de Hempel, las intuiciones causalistas figuran
prominentemente en los argumentos que dan para defender los modos científicos de
explicación en la Arqueología. En uno de los más tempranos e influyentes de estos,
Binford objeta que los arqueólogos no han, de hecho, explicado los mayores eventos
transformadores de la cultura cuando citan eventos de fondo o conjunciones de
factores que están simplemente correlacionados con el evento explanandum en
cuestión. Estas asociaciones pueden ser accidentales: un entendimiento genuinamente
explicativo requiere una cuenta de los mecanismos causales por los cuales estos
factores o eventos llevaron a la transformación en cuestión [Binford, 1968]. Estas
tensiones introducidas por la apreciación de las leyes Hempelianas en esta explicación
de JUNTURE (incluyendo, inicialmente, un acercamiento de “sistemas”). Las leyes
aceptables de un positivista lógico –leyes cuyo contenido reduce a la sistematización
de lo observable– no proporciona una opinión en los mecanismos o procesos causales
con regularidades empíricas implícitas, de hecho, Hempel evitó cualquier tipo de
“desvío por el sendero de los inobservables” [Hempel, 1958]. Incluso, se volvió
rápidamente evidente que las leyes que encajan en el informe de Hempel no figura del
todo en la práctica arqueológica, ya sea como objetos de avertiguación, o como la base
importada para la explicación.
En la práctica, una gran cantidad de investigación arqueológica se preocupa por
construir y probar modelos de una forma, escala y contenido ampliamente variantes.
Una extensa literatura arqueológica en esta práctica incluye la consideración del
modelados descriptivos y fenomenológicos (esquemas clasificatorios sistematizantes),
simulación a varias escalas (con una medición a distancia que va desde modelos
usados del sitio local a subsistentes patrones regionales de larga duración), y modelos
explicativos, tanto realisticos como hipotéticos.6 Mientras que en muchos casos esta
práctica es heurística e instrumentallista –es una cuestión de conjunciones modeladas
de factores o eventos sin ninguna preocupación para capturar los mechanismos de
intervención– mucho es causalista y realista; el objetivo es el enterdér cómo es que
condiciones de vida específicas fueron producidas, sustentadas o cambiadas. Esta
característica orientación de la práctica arqueológica es capturada por una gran
cantidad de modelos de la explicación que han sido propuestos como alternativas a la
ley de cobertura y al acercamiento de sistemas que dominaron el debate temprano. M.
Salmon desarrolló un modelo sobre la explicación con relevancia estadística
“causalmente suplementada” , edificado en el análisi causalista desarrollado por W.
Salmon en una serie de publicacions en donde se da el caso de que la explicación debe
ser entendida, no como un argumento conforme a los requerimientos formales de una
u otra variante del modelo de la ley de cobertura, sino como un ensamble de factaros
donde cada uno ha demostrado relevancia causal al resusltado en cuestión [Salmon,
1982: 113–139: 1978b: 1984].
Un acercamiento un tanto robustamente causal fue defendido por los realistas
científicos que argumentaban que el énfasis de los positivistas y empiristas lógicos
sobre “salvar los fenómenos” debería ser considerado. Más que tratar a las
construcciones teóricas como dispositivos heurísticos que sirven al propósito primario
de sistematizar los observables, los filósofos deberían reconocer que con frecuencia el
objetivo central de la averiguación científica es la de construir modelos teóricos de
mecanismos causales inobservables [Harré, 1970: Harré y Secord, 1972; Psillos, 1999;
Wylie, 1986a]. En muchos aspectos las ambiciones de los Nuevos Arqueólogos parecen
estar capturadas más por este estado de cuentas que por cualquier refinamiento de los
6 Para una descripicón, ver Wylie [2002, 91–96]; discusiones representativas incluye a Aldenderfer [1991], Clarke [1972], Flannery [1986].
modelos empiristas lógicos; el potencial para este análisis fue señalado por Mellor en
dos comentarios anteriores sobre los argumentos hechos para esto dentro del análisis
crítico sobre las tensiones inherentes en la Nueva Arqueología [Wylie, 1982b]. Pero el
caso más sustentado para un análisis realista de los objetivos y la práctica
arqueológicos fue desarrollado por Gibbon, quien enfatizó el papel central de la
construcción y evaluación del modelo [Gibbon, 1989, 102–133]. Esto es lo que
parecería ser un área particularmente prometedor para un trabajo posterior debio a los
paralelos cercanos y, hasta ahora, inexplorados entre los problemas con los cuales los
arqueólogos luchan en la literatura interna sobre modelos y problemas arqueológicos
que son del interés de filósofos de la ciencia que han girado recientemente su atención
a la práctica modeladora en otros campos [Morrison y Morgan, 1999].
Modelos unificacionistas. Aunque nadie ha mencionado el caso para entender la
explicación arqueológica en términos de modelos unificacionistas,7 las intuiciones
centrales para un estado de cuentas sobre la explicación como este son evidentes en el
debate interno sobre los méritos relativos para explicaciones arqueológicas específicas.
Por ejemplo, Renfrew defiende su trabajo de “difusión-démica” ampliamente influyente
sobre la difusión de los proto-lenguajes en justo estos términos [Renfrew, 1989b;
1992; Renfrew y Bahn, 1991]. He argumentado que la unificación que afirma es
espuria y que el poder explicativo de este trabajo depende de la credibilidad de las
afirmaciones implícitamente causalistas que han sido el foco primordial de la crítica
[Wylie, 1995].
Trabajos pragmáticos y erotéticos. Los temas no-realistas y ampliamente
pargmatistas han sido prominentes en gran cantidad de respuestas críticas tanto para
los modelos de la ley de cobertura como para los modelos causalistas de la explicación
en la Arqueología. Morgan tomó la posición, en el debate con Watson, LeBlanc y
Redman, de que el propósito de la ciencia no es primordialmente el de explicar, y
ciertamente no es el explicar por medio de la subsumsión de instancias regidas por
leyes. La explicación es a lo mucha heurística, un medio con la finalidad de adquirir un
sistemático conocimiento empírico sobre el mundo: “el descubrir cuáles son los
7 Estos fueron propuestos por Friedman y por Kitcher quienes endosaron un acercamiento ampliamente epistémico para entender la explicación y defendieron estos como los sucesores de los modelos de la ley de cubierta [Friedman, 1974; Kitcher, 1976; 1989]; para una descripción sobre estos argumentos, ver Kitcher y Salmon [1989], Wylie [1995, 1–3].
hechos” [Morgan, 1973, 260]m Kelly y Hanen subsecuentemente argumentaron que es
un error el esperar que la explicación arqueológica conforme cualquier fórmula simple
sobre si especifica la estructura (sintáctica y lógica) o el contenido (causal): las
explicaciones en la arqueología son mejor vistas como respuestas a “preguntas sobre
el por qué” que deploran cualquier información científicamente creíble que sobresale en
un contexto en particular del debate o un enigma [Kelly y Hannen, 1988, 217–224].
ellos no desarrollaron los detalles de un análisis erotético de la explicación
arqueológica como tal, pero los análisis de la explicació antropológica junto a las líneas
defendidas por Risjord ofrecen ricos recursos para construir en las propuestas de Kelley
y Hannen [Risjord, 2000].
2.2Razonamiento evidencial
Un segundo tema que rápidamente se volvió dominante en el debate filosófico en y
sobre la arqueología tiene que ver con explicar las formas de inferencia por medio de
las cuales los dato arqueológicos son interpretados como evidencia y traídos para
cargar con las afirmaciones interpretativas y explicativas sobre el pasado cultura.
Inicialmente, de nuevo, la discusión estuvo estructurara por la reacción del
deductivismo defendido por la Nueva Arqueología. En evaluciones críticas anteriores el
punto era hecho repetidamente, tanto por los arqueólogos como los filósofos, que los
Nuevos Arqueólogos se equivocaban con su convicción de que, si implementaban una
metodología de prueba hipotético-deductiva; podían eliminar toda la confianza en las
formas de inferencia ampliativas e inductivas [Salmon, 1976; Smith, 1977; Wylie,
1982c]. Una buena cantidad de mdelos han sido propuestos para capturar de manera
más adecuada la complejidad inductiva de la práctica arqueológica. Incluyen análisis
sobre el razonamiento abductivo y, específicamente analógico por el cual los datos
arqueológicos son interpretados como evidencia sobr el pasado cultural; la adscripción
de las funciones para los sitios arqueológicos, las características y los artefactos; y,
crecientemente, el papel desempeñado por las hipótesis, para usar la terminología
Hempeliana; “la teoría de mediano nivel,” como los arqueólogos ahora se refieren
[Raab y Goodyear, 1984]; y lo que Kosso describe como “gap-crossers”/{CREO QUE
SIGNIFICA 'CRUZADORES DE HUECOS' O LO QUE COLOQUIALMENTE ES CUBRIR LA
DISTANCIA'} [Kosso, 1991].
Razonamiento abductivo y analógico. En una constructiva porpuesta previa a la
nueva formación del debate sobre la viabilidad de los ideales deductivistas, Smith (un
arqueólogo) defendió un modelo “hipotético-analógico” más realista sobre el
razonamiento evidencial en la Arqueología [Smith, 1977]. Más que insistir en un ideal
intachable de la certeza deductiva en la prueba, decía, sería preferible reconocer que la
virtualidad de todos los usos de los datos arqueológico para probar las hipótesis
explicativas confían en la interpretación analógica de estos datos como evidencia. En
los argumentos filosóficos que se enfocaron específicamente en la estructura del
razonamiento analógico. Salmon y yo argumentamos que, a pesar de sus
rectificaciones, los Nuevos Arqueólogos rutinariamente confían en que la inferencia
pude ser extrechamente controlada. Es un error el igualar al razonamiento analógico
con la arbitrariedad y la proyección total de las formas de vida pasadas se prácticas
culturales etnohistóricamente documentadas en las formas de vida pasadas que
podrían llegar a tener muy poca semejanza a cualquier cosa familiar del presente o del
pasado reciente: si estos son ejemplo de una analogía del razonamiento (como
opuesto a los argumentos de una afirmación de identidad), son usos débiles o falso de
analolgía en donde no se ha hecho ninguna evaluación sistemática de peso e
importancia relativa sobre la analogía de donde el argumento es basado [Salmon,
1975; 1982, 57–81; Wylie, 1982a; 1985]. Shelley ha desde entonces desarrollado un
sofisticado trabajo sobre razonamiento abductivo en la arqueología que considera un
papel de imaginario mental y visual al momento de generar hipótesis sobre la
importancia cultural del material arqueológico [Shelley, 1996], y una buena cantidad
de arqueólogos han publicado trabajos estrechamente especificados sobre cómo las
diversas formas de inferencia analógica pueden ser controladas [Lightfoot, 1995;
Stahl, 1993].
Bayesianismo. Salmon propuso un trabajo bayesiano modificado como marco
conceptual para el entendimiento de juicios universales que los arqueólogos hacen
sobre la importancia de la evidencia arqueológica para señalar las limitaciones más
preocupants del modelos de confirmación nomológico-deductivo: su falta de criterios
de relevancia. La ventaja primordial de un esquema Bayesiano es que éste hace
explícitas las consideraciones que dan cuenta de las NUANCED evaluaciones sobre el
importe de la evidencia, específicamente, de las evaluaciones sobre el grado con el que
la nueva evidencia cambia la probabilidad de una hipótesis dada la serie de la
evidencia existente que la sustenta (una medida de probabilidad anterior), y sobre la
extensión de cuáles elementos particulares sobre la base evidencial que proporciona
una prueba perspicaz sobre la hipótesis (una medida sobre la probabilidad de que una
prueba dada generaría la evidencia en cuestión sobre si la hipótesis era o no
verdadera) [Salmon, 1982, 49–56]. Los modelos bayesianos han desde entonces
disfrutando un poco de la moda en los contextos arqueológicos [Buck et al., 1996],
aunque ha habido muy poco compromiso con la extensa literatura filosfófica sobre la
viabilidad de los modelos bayesianos de la evaluación de la hipótesis [Earman, 1992;
Wylie, 1985].
Inferencia a la mejor explicación. Con anterioridad en los debates generados
por la Nueva Arqueología, Hanen y Kelley propusieron un acercamiento pragmático
informal para entender la evaluación de la hipótesis: descubrieron que la inferencia a
los modelos de la explicación es atractiva porque estas enfatizan la naturaleza
comparativa del razonamiento evidencial y espacio abierto para considerar un margen
de factores no-cognitivos que dan cuenta de juicios sobre el importe de diversas, y con
frecuencia contradictorias, líneas de evidencia. Hanen y Kelley caracterizan al
razonamiento arqueológico para la evidencia como un proceso eliminativo, aunque no
en el estricto sentido defendido por los Popperianos doctrinarios: el objetivo es el de
proporcionar una evaluación de los méritos relativos, específicamente, la adecuación
empírica, de alternativas hipótesis en funcionamiento, no para establecer los
fundamentos para aceptar a una hipótesis como verdadera [Hanen y Kalley, 1989;
Kelley y Hanen, 1988, 216–219]. En un argumento influenciado por el constructivismo
Goodmaniano y el holismo Quineano –específicamente, la metáfora de Quine sobre la
red de creencias [Quine y Ullian, 1970]– hacen un caso para reconocer que, además
de los requerimientos convencionales de adecuación empírica, poder explicativo y
coherencia interna, el grado con el cual una hipótesis es consistente con un “Sistema
de Núcleo” -un grupo de creencias y suposiciones sobre las cuáles existe un amplio
consenso entre los practicantes– desempeña un papel crucial en su evaluación [Kelley
y Hannen, 1988, 111–120]. Gibbon sostiene una situación similar pero, como realista,
argumenta que “las mejores explicaicones” son aquellas que permiten la explicación
causal más comprensiva y plausible de los datos disponibles [Gibbon, 1989, 83, 88–
91]. Los rasgos centrales de este acercamiento comparativo y eliminacionista tienen
profundos orígenes en la práctica arqueológico y la reflexión metodológica: están
anticipados por los defensores de principios del siglo XX de una arqueología científica
que apelaron al “método de múltiples hipótesis en funcionamiento” de Chamberlin
(descrito en la primera sección de este capítulo) y, como Kelley y Hanen lo
demostraron mediante una serie de estudios de caso, son prominentes en una gran
cantidad de influyentes ejemplos de la práctica de investigación.
Falsacionismo. A pesa de la preminisencia de los argumentos para las
estrategias de prueba eliminacionista en la arqueología, las influencias Popperianas son
sorprendentemente mudas. Son evidentes entre los arqueólogos que rechazan el
positivismo de la Nueva Arqueología bero que acogen sus ambiciones científicas, por
ejemplo. Peeble trae selectivamente a Pooper, y también a Toulmin, en el contexto de
un argumento para una arqueología ontológicamente más rica, pero no menos
empíricamente rigurosa [Peebles, 1992, 364–367]. Como se indicó anteriormente, un
estricto acercamiento Popperiano ha sido logrado por Bell quien, en 1994, renovó el
argumento de los Nuevos Arqueólogos en contra del “inductivismo,” argumentando que
la hipótesis de prueba en la Arqueología debería ser exclusivamente una cuestión de
poner en peligro a osadas conjeturas –probándolas para exponer las debilidades y los
errores– no un proceso de construir el apoyo evidencial para las hipótesis [Bell, 1994].
Autoarranque y robustez fundada (EVIDENCIAL). A principios de la década de
1980 tanto los críticos como los exponentes del positivismo arqueológico han aceptado
los argumentos contextualistas (de Kuhn y Hanson) para el eecto de que las
afirmaciones evidenciales están inevitablemente THEORY-LADEN [Binford y Sabloff,
1982; Hodder, 1982b]. Los Nuevos Arqueólogos y sus sucesores fijaron su atención en
los programas de investigación científica –arqueología experimental, etnoarqueología–
diseñados para asegurar la serie de suposiciones auxiliares (“teoría de mediano
rango”) que establecen las conexiones causales, funcionales, y simbólicas, entre otras,
establecidas entre los elementos de cultura material que sobrevive en el registro y en
los tipos de eventos o condiciones de trasfondo que pueden ser inferidas (con grados
variantes de confiabilidad) para explicar su producción y supervivencia en los contextos
arqueológicos. El análisis metametodológio y filosófico interno se ha enfocándose cada
vez más en preguntas sobre qué tanto las suposiciones mediáticas funcionan en el
razonamiento evidencial y cómo es que la credibilidad de las afimaciones evidenciales
resultantes es establecida y evaluada. Una gran cantidad de trabajos filosóficos han
sido propuestos para incorporar componentes tanto normativos como descriptivos,
reconstructores de los principios que sostienen la mejor práctica (evidencial) en
arqueología.
Un punto de partida para estos análisis ha sido el modelo de autoarranque de la
confirmación de Glymour: esta informa sobre las “deducciones de los fenómenos” saca
a la luz el papel central desempeñado por suposicones mediáticas y conocimiento de
fondo al momento de traer evidencia que se apoye en una hipótesis de prueba
[Glymour, 1980]. Encuentro este trabajo útil en cuanto a que muestra por qué la
confianza en los auxiliares no necesitan vincular la circularidad viciosa, incluso si estos
auxiliares son componentes de la teoría a prueba [Wylie, 1986b]. En contextos
arqueológicos, las condiciones bajo las cuales esta circularidad se vuelve amenzante
son rara vez realizadas: existen pocas teorías sobrearqueadas que incorporan a las
hipótesis en las que los arqueólogos están interesados en probar. Así como los
principios de acoplamiento necesarios para interpretar los datos como evidencia
relevante para probar estas hipótesis. Los arqueólogos comúnmente confía en un
amplio rango de fuentes de trasfondo para interpretar sus datos como evidencia, pocas
de las cuales son componentes de –o, de manera más precisa, pocas de las cuales
vinculan o están vinculadas por– las hipóesis explicativas y reconstructivas sobre el
proceso cultural presupuesto por estas hipótesis. Es esta independencia potencial de la
evidencia de las hipótesis de preuba que ayudan a lo recalcitrante del registro
arqueológico, su capacidad para derribar incluso las suposiciones más profundamente
enraizadas sobre el pasado cultural [Wylie, 1989b].
Se han desarrollado gran cantidad de trabajos sobre las condiciones bajo las
cuales la independencia epistémicamente significativa puede ser establecida entre la
evidencia (interpretada) y las hipótesis que son usadas paa evaluar. Kosso ha
propuesto un elegante análisis de independencia dentro de las cadenas de inferencia
evidencial en conexción con su trabajos sobre observación arqueológica [Kosso, 1991;
1992; 1993; 2001, 75–89]. He argumentado que la independencia epistémica es
establecida sobre dos dimensiones: verticalmente, entre la hipótesis de prueba y los
principios de acoplamiento (como el descrito arriba); y horizontalmente entre las
distintivas líneas de la evidencia donde cada una de las cuales está constituida por un
cuerpo diferente de conocimiento de fondo [Wylie, 1996a; 2000a]. La independencia
en tres dimensiones complementa las evaluaciones de la seguridad de líneas
particulares de la evidencia que es el foco de esfuerzos arqueológicos para establecer
los robustos principios experimentales y etnoarqueológicos sobre los cuales se basa la
interpretación de los datos como evidencia. Kosso y yo hemos dicho que estos modelos
pueden ser generalizados más allá de la práctica arqueológica: están inspirados por
una extensión de los análisis de la robustes evidencial y las estrategias de
triangulación desarrollada por Wimsatt, Shapere, y Hacking, entre otros [Hacking,
1983; Shapere, 1982; 1985; Wimsatt, 1981]. Kosso enfatiza en las continuidades con
las ciencias naturales [Kosso, 2001, 39–48]; identifico similitudes con las estrategias
de la etnografía y de la interpretación histórica [Wylie, 1989a].
2.3 Ideales de objetividad; Desafíos relativistas; Pluralismo epistémico
La desilusión con el positivismo de la Nueva Arqueología provocó un agudo desafío
para los ideales del objetivismo a mediados de la década de 1980, regenerando, en
una nueva formulación, el cuerno especulativo del dilema interpretativo. Los críticos
pos-procesuales insistían en que la THEORY LADENNESS de la evidencia vincula una
circularidad viciosa. Debe cencederse, decía Hodder, que los arqueólogos simplemente
“crean hechos” [Hodder, 1983, 6], y si, en estos argumentos, la evidencia arqueológica
es “ya siempre” una construcción interpretativa, no puede entonces funcionar como un
árbitro independiente de la credibilidad de afirmaciones interpretativas o explicativas
sobre el pasado; “no existe literalmente nada que esté en contra o que sea
independiente de la teoría o de las proposiciones puestas a prueba” [Shanks y Tilley,
1987, 111]. Este “hiperrelativismo,” como Trigger lo describe [Trigger, 1989b], fue
reforzado por los resultados de detallados estudios empíricos de la “sociopolítica” de la
arqueología que demuestra qué tan profundamente el pensamiento arqueológico ha
estado implicado e influenciado por las relaciones de poder constituyentes de los
contextos en donde se practican; estos incluyen la vinculación de la arqueología con
las empresas coloniales, nacionalistas e imperialisas detalladas por Trigger, y con los
intereses de las élites intra-nacionales por Patterson, así como los análisis que han
expuesto tendencias de sexismo persistente, androcentrismo y racismo [Gero y
Conkey, 1991; Gero et al., 1983; Patterson, 1986a; 1986b; Trigger, 1989a]. En su
extremo más alejado, los críticos pos-procesuales concluyeron que los arqueólogos
deberían darse por vencidos en toda esa pretensión a las negaciones del valor de la
objetividad neutral y que candidamente resuelven “contar las historias” que necesitan
ser contadas, historias que son políticamente sobresalientes en contextos específicos
de la acción [Hodder, 1983; Shanks y Tilley, 1987]. Sin embargo, en el evento, los
pocos que produjeron esta reacción en contra de la Nueva Arqueología han mantenido
una instancia conssitentenmente relativista, si sólo porque rápidamente prueba ser
auto-derrotista, tan política como epistémicamente [Wylie, 1992, 270–272]. Ellos
cambiaron de razón, produciendo un “cauteloso compromiso con la objetividad”
[Hodder, 1991, 10], un “particular y contingente objetividad” [Shanks y Tilley, 1989,
43], que suscribe sus reexaminaciones críticas sobre las formas convencionales de
interpretación y sus propuestas para alternativas ricamente humanísticas. En el
proceso de desarrollar estas agendas de investigación pos-procesualistas
conjuntamente críticas y constructivas rutinariamente hacen uso efectivo sobre la
capacidad del registro arqueológico para exponer el error y canalizar la teorización
interpretativa, declarando que, a pesar de ser radicalmente una construcción, puede
muy fructíferamente ser desplegada como una “red de resistencias a la apropiación
teórica” [Shanks y Tilley, 1989, 44]. Pero a pesar de estas inversiones y en las
manifiestas contradicciones que introducen, los pos-procesualistas han hecho muy
poco por reexaminar las premisas que inicialmente llevaron a conclusiones relativistas,
o por desarrollar un trabajo constructivo sobre ideales objetivistas que ahora endosan
como una alternativa al positivismo, concepciones científicas de objetividad que ellos
mismos repudian. Los análisis de independencia epistémica señalados arriba fueron
desarrollados, en parte, como respuesta a esta laguna.
Una posición mediática que se mueve en dirección de articular un rechazo de
principio sobre los extremos del objetivismo y del relativismo generado por el debate
sobre la Nueva Arqueología es el “relativismo moderado” defendido por Trigger desde
finales de la década de 1960 [Trigger, 1978: 1995]. En su defensa más detallada sobre
esta posición Trigger señala un argumento evolutivo para justificar la convicción de que
nuestro mejor conocimiento de las prácticas productoras y certificadoras rastrea la
verdad: los humanos no hubieran sobrevivido de no haber desarrollado sistemas
perceptuales y cognitivos que proporcionan una guía confiablemente precisa en los
ambientes que negociamos [Trigger, 1998]. Mientras que esto puede contar en
terminos muy generales para el éxito epistémico en el tono de habilidades cognitivas
humanas, encuentro esto carente de obligación como justificación para la confianza de
que las prácticas epistémicas específicas de la arqueología son confiablemente auto-
correctivas [Wylie, 2006]. Siguiendo la guía del propio Trigger, como promientne
analista de factores sociales, políticos y económicos que han moldeado la práctica de la
investigación, un acercamiento más prometedor parecer ser una investigación
específica-de-la-disciplina sobre las condiciones bajo las cuales se ha suscitado el error
sistemático, y han sido identificados y corregidos, en pareja con un análisis cercano de
estrategias mediante las cuáles los arqueólogos despliegan “resistencias” empíricas en
este proceso de modelo constructor, de prueba y de revisión.
Otra respuesta más común para el conflicto bruscamente dibujado sobre los
ideales objetivistas ha sido el de aprobar una postura pluralista que promueva la
tolerancia a las divergentes tradiciones de la práctica. Confrontados con agudas
diferencias en el entendimiento interpretativo y explicativo sobre el pasado que están,
en cambio, arraigados en un desacuerdo fundamental sobre los objetivos y los
estándares de la averiguación, un ceciente número de arqueólogos rechazan la
suposición de que la averiguación epistémicamente creíble debe adherirse a un grupo
unificado de ideales regulativos y que debería esperarse que generen resultados que
converjan en un mismo informe (verdadero) sobre el pasado cultural. Este pluralismo
es especiamente prominente ente los arqueólogos anti y pos-procesuales que
defienden acercamientos más humanísticos e “interpretivistas” para la arqueología
[Hodder, 1999], y es reforzada por los desafíos de las comunidades descendientes,
especialmente comunidades indígenas y oborígenes, que insisten en que los modos
científicos de averiguación no deberían ser privilegiados en relación con su
entendimiento tradicional sobre el pasado.
Mientras que este pluralismo es atractivo en cuanto a la desactivación del
discutible desacuerdo, lo que esquiva las difíciles preguntas epistémicas que surgen
cuando las divergentes tradiciones de investigación generan substanciales desacuerdos
sobre el pasado. El pluralismo epistémico presupone una tesis cuasi-empírica para el
efecto de que estos desacuerdos con frecuencia reflejan, o deberían reflejar, ideales
epistémicos que son literalmente inconmensurables; surgen de las tradiciones de
investigación que tienen estos objetivos fundamentalmente diferentes y estándares de
adecuación donde no hay base para comparar o para adjudicar las formas divergentes
de entender lo que producen. Esta suposición rara vez es defendida explícitamente a
pesar de que hay fuertes razones para sospechar que es realizada, si a caso, en una
pequeña minoría de casos.8 Donde las diferencias entre las arqueologías auto-
conscientemente científicas (procesuales) y las deliberadamente humanísticas (anti- o
pos-procesuales) de interés, tanto los comentaristas arqueológicos como los filosóficos
8 Para un argumento paralelo que se refiere a las presuposiciones del relativismo moral, ver Moody-Adams [1997].
han argumentado que la polarizante dinámica del debate ha obscurecido mucho de lo
que comparten; en la práctica, los adherentes a estos acercamientos
programáticamente diferentes confían esencialmente en las mismas estrategias para
construir afirmaciones evidenciales y los mismos estándares de adecuación al
momento de evaluarlas [Kosso, 1991; VanPool y VanPool, 1999; Wylie, 1992].
Considerando el caso de manera más amplia, he mencionado que los ideales de
objetividad son mejor entendidos como designando una coraza de virtudes epistémicas
[Wylie, 2000b]. Estos incluyen consideraciones de adecuación empírica, coherencia
interna, poder explicativo y diversas formas de considtencia con cuerpos de
conocimiento bien establecidos en áreas relacionadas, cada una de las cuales requiere
de interpretación y debe ser pesada en contra de otras; sus implicaciones para la
práctica están por ningún motivo arregladas y están abiertas a la continua
reexaminación y refinamiento dentro de las tradiciones de investigación. Concebidas
así, las virtudes epistémicas que constituyen a la objetividad ofrecen numerosas bases
para la comparación entre las tradiciones; estas no garantizan la resolución definitiva
de diferencias de inter-tradición, pero se enfrentan a la presuposicón de que, sin
ningún estándar (monolítico, fundacional) autoritativo puede ser identificado en cuanto
a que atraviesa por todas las tradiciones, estas diferencias no son negociables. En esto
abren espacio a lo que he descrito como un “objetivismo mitigado” [Wylie, 1996a;
2000b]. En donde los puntos cruciales de comparación son evidenciales, como con
frecuencia lo están, los modelos de razonamiento evidencial descritos arriba ofrecen un
trabajo FINEGRAINED de las consideraciones conjuntamente empíricas y conceptuales
(de independencia de seguridad y epistémica) que tienden a provocar confilicto, una
adjudicación sistemática den donde puede productivamente estabilizarse el debate en
casos de conflicto recalcitrante incluso si no constituyen un fundamento
arreglado/establecido.