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FRANCISCO LUIS URQUIZO BENAVIDES Nació en San Pedro de las Colonias, Coah., México, el 21 de ju- nio de 1891. Muere en México en 1969. Activo revolucionario, figuró entre las filas maderistas y formó parte del Estado Mayor de Carranza, a quien siguió hasta el desastre de Tlaxcalantongo. A él se deben los estu- dios más vivos sobre Don Venustiano, cuyo culto ha mantenido sin desmayo. Ha sido Secretario de la Defensa Nacional, Jefe del Departamento de la Industria Militar y Comandante Ge- neral de la Legión de Honor Mexicana. Entre sus múltiples obras mencionaremos las siguientes: De la vida miUtar mexicana (1930); México-Tlaxcalantongo (1932); Recuerdo que... (1934); Don Venustiano Carran- za (1945); Charlas de sobremesa Al937); 3 de Diana (1947); Morelos (1945); ¡Viva Madero! (1954); Páginas de la Revo- lución ( 1956) ; Aquellos años veintes; Remembranza de una amiga (1965); Breviario Humorístico (1963); El desván; Na- rraciones (1963); Madrid de los años veinte (1961); Símbo- los y números ( 1965) ; El viento; Teatro de radio que fue realidad (1944); Asesinato de Carranza (1959); Orígenes del Ejército Constitucionalista (1964) ; Un pedazo de historia de la Revolución; El Gral. Federico Montes (1960); La ciu· dadela quedó atrás; Escenas vividas de la Decena Trágica (1965); Mi tío Juan; Novela fantástica, Lo incognoscible, La caballería constitucionalista, El Capitán Arnaud, Páginas de la Revolución, y otras más, así como abundantes artículos, la mayor parte en torno de su experiencia revolucionaria, apa- recidos en diarios y revistas. Se ha ocupado de él Antonio Castro Leal en La Novela de la Revolución Mexicana, 2 v. México, 1960. Fuente: Francisco L. Urquizo. Carranza. En Repertorio de la Revolución (Ediciones del Patronato de la Historia de So- nora), Nos. 7-8., 1961, p. 43-80. VENUSTIANO CARRANZA Requieren los grandes hombres como Carranza, para apreciar- los clara y justamente, vérseles de lejos, como a los cuadros de excelsitud impresionista, para apreciar el conjunto, su co- lorido y su expresión total, desvaneciéndose los pincelazos que de cerca parecen arbitrarios y violentos; pero que res- ponden a la armonía de conjunto y pasman la intención de- seada.

FRANCISCO LUIS URQUIZO BENAVIDES

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FRANCISCO LUIS URQUIZO BENAVIDES

Nació en San Pedro de las Colonias, Coah., México, el 21 de ju­nio de 1891. Muere en México en 1969.

Activo revolucionario, figuró entre las filas maderistas y formó parte del Estado Mayor de Carranza, a quien siguió hasta el desastre de Tlaxcalantongo. A él se deben los estu­dios más vivos sobre Don Venustiano, cuyo culto ha mantenido sin desmayo. Ha sido Secretario de la Defensa Nacional, Jefe del Departamento de la Industria Militar y Comandante Ge­neral de la Legión de Honor Mexicana.

Entre sus múltiples obras mencionaremos las siguientes: De la vida miUtar mexicana (1930); México-Tlaxcalantongo (1932); Recuerdo que... (1934); Don Venustiano Carran­za (1945); Charlas de sobremesa Al937); 3 de Diana (1947); Morelos (1945); ¡Viva Madero! (1954); Páginas de la Revo­lución ( 1956) ; Aquellos años veintes; Remembranza de una amiga (1965); Breviario Humorístico (1963); El desván; Na­rraciones (1963); Madrid de los años veinte (1961); Símbo­los y números ( 1965) ; El viento; Teatro de radio que fue realidad (1944); Asesinato de Carranza (1959); Orígenes del Ejército Constitucionalista (1964) ; Un pedazo de historia de la Revolución; El Gral. Federico Montes (1960); La ciu· dadela quedó atrás; Escenas vividas de la Decena Trágica (1965); Mi tío Juan; Novela fantástica, Lo incognoscible, La caballería constitucionalista, El Capitán Arnaud, Páginas de la Revolución, y otras más, así como abundantes artículos, la mayor parte en torno de su experiencia revolucionaria, apa­recidos en diarios y revistas. Se ha ocupado de él Antonio Castro Leal en La Novela de la Revolución Mexicana, 2 v. México, 1960.

Fuente: Francisco L. Urquizo. Carranza. En Repertorio de la Revolución (Ediciones del Patronato de la Historia de So­nora), Nos. 7-8., 1961, p. 43-80.

VENUSTIANO CARRANZA

Requieren los grandes hombres como Carranza, para apreciar­los clara y justamente, vérseles de lejos, como a los cuadros de excelsitud impresionista, para apreciar el conjunto, su co­lorido y su expresión total, desvaneciéndose los pincelazos que de cerca parecen arbitrarios y violentos; pero que res­ponden a la armonía de conjunto y pasman la intención de­seada.

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711.2 ERNESTO DE LA TORRE

Sólo de lejos apreciamos la grandeza del mar, cuando nues­tn1 vista puede volar por encima de las olas encrespadas del océano.

Sólo sin nubes bajas podemos observar el azul purísimo del cielo.

La montaña altiva sólo se aprecia, en su total grandeza, a la distancia.

Carranza es montaña que se yergue y perdura al través del tiempo.

Es mar embravecido que lava las manchas de la tierra patria.

Es fuego que purifica y, a la vez, luz que guía. Es el hombre símbolo de la Revolución, que redime al paria. Es la justicia que vuelve por sus fueros, la evolución que

llega, la dignidad patente. Carranza es emblema de dignificación nacional, baluarte

de los derechos conculcados un día; refugio de los dignos, brazo demoledor de unél tiranía, cerebro organizador de un pueblo hecho ejército ; corazón firme todo para su patria y hombre de una pieza en alma y cuerpo.

Nació en la Villa de Cuatro Ciénegas, del Estado de Coa­huila, el día 29 de diciembre del año de 1859.

Fueron sus padres el coronel liberal don Jesús Carranza y doña María de Jesús Garza.

Vio la luz primera cuando el suelo de la patria se teñía de sangre en tremenda lucha fratricida y cuando germinaba en la mente conservadora la intervención francesa y el segundo ;mperio.

Su padre, el coronel Jesús Carranza, desde muy joven se alistó en las filas liberales, luchando con denuedo en las lar­gas campañas de la época.

Sus primeras armas las hizo en contra de las tribus de indios rebeldes a todo gobierno, abigeos y asesinos, de vida nómada y salvaje, que tenían en continuo sobresalto a los in­defensos poblados del norte del país.

Fueron teatro de sus campañas las entonces vastas llanuras o las abruptas serranías de los Estados de Chihuahua y Coa­huila.

Más tarde, ya en la famosa Guerra de Tres Años, a las órdenes del entonces leal general Vidaurri, estuvo al lado del Benemérito licenciado Benito Juárez, teniendo bajo su mando un regimiento de Caballería norteña, al frente de cuya fuerza

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logró despojar al enemigo conservador de la ciudad de Aguas­calientes.

Participó en otras muchas acciones de armas en el centro de la República y regresó a sus patrios lares después de la batalla de Ahualulco.

El pie veterano que fue base del Ejército del Norte que mandó el general Mariano Escobedo -ya en la época de la intervención francesa-, fue organizado por el coronel Jesús Carranza, con sus propios recursos. Aquel contingente de pa­triotas era oriundo ele Cuatro Ciénegas .

El los proveyó de armas, monturas, caballos y equipo, y más aún, de dos m~ses de haberes, para principiar la campaña que había de dar fin en el sitio de Querétaro culminando con el triple fusilamiento en el Cerro de las Campanas.

Fue un adicto incondicional del Benemérito Juárez y pudo demostrárselo acompañándolo en su penosa peregrinación has­ta Chihuahua y facilitándole fuerte suma de dinero en los momentos apremiantes para la causa de la República, en aque­llos en que sentía en su derredor el vacío más completo y el más grande desaliento.

Desempeñó largo tiempo la jefatura de policía de Monclova y pudo realizar allí un amplio programa de mejoramiento colectivo impulsando el desarrollo de las riquezas de la región y colonizando y creando pueblos nuevos en el arisco desierto norteño.

Tal era el padre de don Venustiano Carranza, hombre de recta talla moral y singulares virtudes

Nació el que más tarde había de ser caudillo, en medio del fragor de una lucha formidable.

El ambiente bélico que saturara la época de su nacimiento habría de retornar más tarde a cobijar su vida hasta acom­pañarlo en la última trágica noche de Tlaxcalantongo.

En su pueblo natal, Cuatro Ciénegas, pasó don Venustiano los años de su infancia en compañía de sus padres y de sus numerosos hermanos: Rosario, Pascual, María Ana, María Ignacia, Pánfila, Ursula, Cirenia, Emilio, Jesusita, Jesús, Ma­ría, Guadalupe, Sebastián y Hermelinda.

Allí, en su pueblo, hizo sus primeros estudios y más tarde la familia toda se fue a Saltillo para completar la educación de sus hijos.

El venerable "Ateneo Fuente" dio albergue al noveno hijo del coronel Carranza y ha jo la dirección del distinguido edu­cador don Miguel López, cursó don Venustiano, con éxito ex-

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traor<linario, la instrucción superior y dos años de latinidad, habiéndose distinguido y llamado la atención de sus profesores y condiscípulos por su laboriosidad y aprovechamiento ma­nifiestos.

Años más tarde, en 1874, don Venustiano Carranza y su hermano Emilio, marcharon a la capital de la República a continuar su educación en la Escuela Nacional Preparatoria.

Cuatro años estuvo en la Escuela de San Ildefonso figuran­do siempre como un alumno distinguido.

En los archivos del plantel se encuentra la comprobación documentada de aprovechamiento del estudiante.

Entre sus condiscípulos gozaba de simpatías generales por sus relevantes cualidades y la firmeza nada común de su ca­rácter, así como la rectitud de su conducta.

Una enfermedad inesperada fue a truncar los estudios de Carranza y hubo de someterse a un largo y doloroso trata­miento que le impuso la eminencia médica de entonces: Doc­tor Carmona y Valle.

Se hizo necesario buscar un especialista en los Estados Uni­dos y fue sólo hasta allá donde pudieron evitar que perdiera la vista.

Muy a su pesar se vio obligado a abandonar sus estudios, dedicándose desde entonces a la agricultura y a la ganadería en las fincas de su padre.

La vida de este grande hombre carece de los tintes popula­res que han tenido otros hombres destacados de la Revolución Social de México.

Es la suya, en la intimidad, de un tono absolutamente tran­quilo y recto; la de un hombre nacido en cuna de familia aco­modada y honorable, con educación esmerada y bajo el am­biente manifiesto y constante de buenos ejemplos de virtudes cívicas y acrisolada honradez.

No existen en la vida de don Venustiano Carranza los arran­ques pintorescos de los años juveniles de Emiliano Zapata o de Francisco Villa.

No hay en su vida los recursos y temas literatizantes, fácil­mente explotables, que tuvieron aquéllos.

No son su figura, ni su cuna, ni el medio ambiente en que pasaron sus primeros años, los medios deseados para hacer surgir un tipo mexicano que logre atraer súbitamente la popu­laridad ingenua.

No es el vestido de charro, ni la pistola pronta, ni el caballo nervioso, ni las aventuras guerreras o galantes lo que ha lo-

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grado el milagro de congregar a su lado a masas de hombres; es sólo su carácter un tanto seco, su patriotismo manifiesto, su preparación política y su energía sin límites, lo que en la madurez de su vida, ha de ser la hase sólida que forme el cau­dillo y que haga que cristalicen sus esfuerzos, plasmando la obra más trascendental que se haya consumado de la Indepen­dencia para acá.

Joven aún, conti·a jo matrimonio en su pueblo natal. Fue la señorita Virginia Salinas la electa para compañera de su vida, y así como había sido un buen hijo, foe un buen esposo y amoroso padre de familia.

Ciudadano destacado como lo era, fue favorecido en los co­micios municipales de su pueblo natal y ocupó en el año de 1887 la Presidencia Municipal de Cuatro Ciénegas. Allí co­menzó su carrera política.

Una intensa crisis económica reinaba en aquel entonces en la región y la municipalidad de Cuatro Ciénegas pasaba por un período de escabrosa solución.

Gobernaba el Estado de Coahuila, por entonces, don José María Garza Galán, de triste memoria en los anales del Esta­do. Se caracterizó su actuación por la arbitrariedad, por el despotismo, la infamia y los escándalos estentóreos. Antes ja­más el viril Estado de Coahuila había sentido sobre sí un ré­gimen político como el que imperaba. Grandes orgías, verda­deras bacanales, festejos a diario con los dineros del pueblo y desmanes sin cuento ni medida. Tales eran las líneas carac­terísticas del garzagalanismo.

Lógicamente, llegó un rompimiento entre el probo Presiden­te Municipal de Cuatro Ciénegas y el Gobernador Garza Ga­lán. Quería éste, quizá para informar al Gobierno del Centro, que todas las autoridades municipales le comunicaran por es­crito que la situación por la que atravesaba el Estado era palpablemente bonancible. Naturalmente, negóse el señor Ca­rranza a la farsa de tal consigna y se vio obligado a renunciar a su investidura y a retirarse, por el momento, de la cosa pública.

Había servido lealmente a su pueblo; había rechazado con­signas y se había erigido arrogante ante un Gobernador des­pótico en una era en que imperaba en la República la tiranía científicamente cimentada y ciegamente robustecida.

Y a desde entonces, tenía una clara visión de lo que debía de ser el Municipio Libre, principio de la inicial revelación

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política del pueblo y futuro ennoblecedor de las instituciones patrias. Creía, desde entonces, que la libertad municipal era absolutamente necesaria, indispensable en las democracias y luchó tesoneramente para conseguirla, logrando hacerlo cuan­do el libre y espontáneo voto de sus conciudadanos lo llevó a la primera magistratura de su Estado natal y más tarde pudo asimismo --cuando fue árbitro de los destinos de la Nación­implantar en la República entera, como fundamental principio de la ética nacional, el Municipio Libre.

El Gobernador Garza Galán apoyado por el Centro trató de reelegirse. Un clamor de protesta se alzó por todos los ámbitos del vasto Estado de Coahuila. Surgió así un candidato del pue­blo para enfrentarlo al mal Gobernador: el licenciado Miguel Cárdenas era el indicado para substituir a Garza Galán y para llevar paz, justicia y orden al atribulado pueblo coahuilense.

La lucha fue enconada en los comicios. El Gobierno esgri­mió cuantas armas estaban en sus manos para ahogar el grito del pueblo. Se abrieron las cárceles, surgió el fraude electoral y se preparó la farsa consiguiente para asegurar el continuis­mo despótico.

Coahuila siempre ha sido un Estado de gente viril. Han tenido sus habitantes una idea clara de sus derechos y una arrogante decisión para defenderlos. Por eso, perdida toda esperanza de un cambio de situación política por medio del sufragio, acallada por la fuerza la voz de la razón y del dere­cho ciudadanos, se imponía la voz de las armas.

Los Carranza, don Emilio y don Venustiano, fueron las ca­bezas del movimiento. Fue necesario que don Venustiano aban­donara su familia y sus intereses y se lanzara por entero a la lucha. Surgieron soldados improvistos, campesinos fronterizos que ensillaban el caballo y empuñaban el Winchester venade­ro, se alistaban en las filas rebeldes al amoral gobierno. Hubo combates en contra de las fuerzas del Estado: en San Buena· ventura, en Ahasolo, en el Puerto del Carmen; se derramó la sangre y la victoria estuvo siempre del lado de los insurrectos.

Intervino el Gobierno del Centro comisionando al general Bernardo Reyes para que se acercara a uno y a otro bandos y buscara la solución adecuada al conflicto. Se concertó una transacción y se convino en que el eminente ahogado don José María Múzquiz quedara como Gobernador de la entidad.

Con el advenimiento del licenciado Múzquiz, Coahuila entró en una era de tranqufüdad y de bienestar. El voto del pueblo

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llevó nuevamente a la Presidencia Municipal de Cuatro Ciéne­gas al señor Carranza, desde 1894 hasta 1898. El mismo voto popular lo llevó más tarde a ser diputado de la Legislatura Local, diputado federal suplente, senador suplente y luego se­nador propietario del Congreso de la Unión.

El gesto que tuviera don Venustiano Carranza enfrentándo­se con las armas en la mano contra los desmanes y la imposi­ción garzagalanista, surgiendo como representativo viril del consciente pueblo coahuilense, dio a su figura preponderante relieve en la política local.

Sin el menor temor a la dictadura imperante, habíase levan­tado ante el propio general Porfirio Díaz, haciéndole compren­der que en aquel jirón patrio, los hombres tenían plena con­ciencia de sus derechos y energía de sobra para defenderlos.

En el año de 1908, debido a una licencia que obtuvo el Gobernador Cárdenas para separarse de su cargo durante dos meses, el Congreso del Estado designó al señor Carranza para el puesto de Gobernador Interino. Pudo él entonces manifes­tarse plenamente como un estadista de excepcionales dotes administrativas. Consolidó ampliamente su prestigio de fun­cionario probo y la opinión unánime de los coahuilenses seña­ló como futuro Gobernador del Estado para el próximo perío­do constitucional, al entonces Gobernador Interino.

Era tal su sólido prestigio, que el mismo don Francisco l. Madero, creador del Partido Antirreeleccionista, fue hasta Cua­tro Ciénegas a ofrecer al señor Carranza, en nombre de su par­tido, trabajar gustosamente para que triunfara su candidatura.

Se avecinaba la lucha presidencial. Como fuerte tendencia futurista se perfilaba el reyismo y frente a él, con opuesta ideología política, surgía el corralismo. Ambos grupos se au­torrespaldaban con la figura del caudillo imperante, pero la del general Bernardo Reyes prometía un derrumbe del sistema seguido, en tanto que el partido de don Ramón Corral signifi­caba, evidentemente, la continuación en el poder del llamado partido de los científicos, detentadores desde hacía mucho y a la sazón, de los destinos de la alta política nacional.

A don Venustiano Carranza podía considerársele como ami­go del general Reyes, y, por lo mismo, en posición contraria a los amigos del dictador.

El veterano general don Gerónimo Treviño, enemigo del general Reyes, fue encargado de asesinar a don Venustiano Carranza. El fue a ordenarle, de parte del dictador, que reti-

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rara su candidatura. La respuesta fue lapidaria: "Mientras haya un solo ciudadano que me postule, no retiraré mi can­didatura."

Llegaron las elecciones y triunfó el candidato corralista li­cenciado Jesús del Valle. Constituía aquello el retorno del nefasto régimen garzagalanista.

En esos días, la escena política nacional fue hondamente sacudida por la aparición del libro de don Francisco l. Made­ro La Sucesión Presidencia/, en 1910. Era aquella la primera clarinada libertaria, lanzada con audacia inaudita por el que fuera el Apóstol de la Democracia. Lógicamente, Carranza fue con Madero. Estalló la Revolución en noviembre de 1910 y don Venustiano Carranza fue a San Antonio, Texas, y desde luego formó parte de la Junta Revolucionaria Mexicana que se estableció en aquella ciudad.

Revolución que transa es Revolución perdida

Durante los ominosos días de las pláticas de La Casa de Adobe, pláticas que eran el mejor exponente de la inseguridad del bando porfirista y de la más amplia confirmación de que las ideas de la revolución maderista habían permeado sufi­cientemente el sentir popular de los mexicanos; en aquella reu­nión del día 7 de mayo de 1911, cuando los delegados oficiosos del gobierno porfirista, argumentando que los disparos que se hicieron sobre las fuerzas federales que defendían Ciudad Juárez podían llegar hasta El Paso y, por lo mismo, determi­nar un conflicto internacional; estando reunidos esa mañana en La Casa de Adobe que servía de Palacio Nacional provisio­nal a los líderes de la Revolución: Francisco l. Madero, Fran­cisco Madero Sr., licenciado José María Pino Suárez, José Vasconcelos, Federico González Garza, Dr. Fernández de Lara, Venustiano Carranza, Rogelio Fernández Güell, general Pas­cual Orozco, coronel José de la Luz Blanco, Juan Sánchez Az. cona, Alfonso Madero y los delegados oficiosos del gobierno: Osear Braniff, licenciados Toribio Esquivel Obregón y Rafael Hernández, primo hermano este último del señor Francisco l. Madero, parentesco que trataron de usar como influencia los científicos para inclinar la voluntad del señor Madero; en esa ocasión, cuando las pláticas estaban prácticamente suspendi­das, hablaba el licenciado Rafael Hernández y, en un momen­to de su peroración, partidista y vehemente, dijo: "¿Queréis la renuncia del general Díaz? ¡Pedís demasiado! Se os dan

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cuatro ministros y catorce gobernadores y aun esto, que es mucho, ¿se os hace poco? ¿Es que no os dais cuenta de vuestra situación? ¡Reflexionad, reflexionad! ... " una voz grave, serena y sonora brotó diciendo:

"Pues precisamente porque hemos reflexionado con toda atención y madurez nuestra situación frente al Gobierno, por eso mismo rechazamos vuestros argumentos y no aceptamos lo que se nos propone."

El que interrumpiera al licenciado Hernández y al que todos viva y fijamente contemplaban, era un hombre de edad ma­dura, de elevada estatura; de complexión robusta, de nívea y poblada barba; de color blanco-rojizo. Su mirada, al través de unos lentes semioscuros, penetrante y serena; de continen­te severo y majestuoso y pulcra y sencillamente vestido. De pie, erguido, lamentando con significativas y ceremoniosas in­clinaciones de su busto y aire apenado no haberse podido con­tener interrumpiendo al anterior orador, en medio de un impo­nente y emocionante silencio, esperaba la venia del licenciado Pino Suárez, que presidía la asamblea, para proseguir. Una vez que el que luego fuera Vicepresidente de la República le concediera el uso de la palabra, el orador expresó con voz fuerte y clara, impregnada de profunda convicción :

"Nosotros los verdaderos exponentes de la voluntad del pue­blo mexicano, no podemos aceptar las renuncias de los señores Díaz y Corral, porque implícitamente reconoceríamos la legi­timidad de su gobierno, falseando así la base del Plan de San Luis.

"La Revolución es de principios. La Revolución no es per­sonalista y si sigue al señor Madero, es porque él enarbola la enseña de nuestros derechos, y si mañana, por desgracia, este lábaro santo cayera de sus manos, otras manos robustas se aprestarían a recogerlo.

"Sí, nosotros no queremos ministros ni gobernantes, sino que se cumpla la soberana voluntad de la nación.

"Revolución que transa es Revolución perdida. "Las grandes reformas sociales sólo se llevan al cabo por

medio de victorias decisivas. "Si nosotros no aprovechamos la oportunidad de entrar en

México al frente de cien mil hombres, y tratamos de encauzar a la Revolución por la senda de una positiva legalidad, pron­to perderemos nuestro prestigio y reaccionarán los amigos de la dictadura.

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"Las Revoluciones para triunfar de un modo definitivo ne­cesitan ser implacables.

"¿Qué ganamos con la retirada de los señores Díaz y Co­rral? Quedarán sus amigos en el poder; quedará el sistema corrompido que hoy combatimos.

"El interinato será una prolongación viciosa, anémica y estéril de la dictadura. Al lado de esa rama podrida el ele­mento sano de la Revolución se contaminaría.

"Sobrevendrán días de luto y de miseria para la República y el pueblo nos maldecirá, porque por un humanitarismo en­fermizo, por ahorrar unas cuantas gotas de sangre culpable, habremos malogrado el fruto de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios.

"Lo repito: j La Revolución que transa, se suicida!" Palabras de vidente fueron aquellas que pronunciara aquel

orador reposado, sí, pero convencido. Hubo un silencio im­ponente que duró unos instantes, como si la mano augusta de la historia se diera el tiempo necesario para grabarla en sus páginas inmortales de gloria, igual que el nombre: Venustiano Carranza, que fuera el del orador que las pronunciara.

Carranza en el Maderismo

El Estado de Coahuila estaba en armas. Por todas partes se aprestaban a la lucha en todo el territorio del Estado. Los amigos de Carranza esperaban sólo la llegada de éste para emprender la campaña.

Don Francisco l. Madero tuvo el acierto de nombrar a don V enustiano Carranza como Gobernador Provisional del Estado de Coahuila y Comandante en Jefe de la Tercera Zona Militar que comprendía los Estados de Coahuila, Nuevo León y Ta­maulipas.

Dicen que el general Díaz, profundo conocedor de los hom­bres y de la vida nacional, al conocer dicha designación, co­mentó: "Un peligro mayor que el de Chihuahua apunta en Coahuila si Carranza se posesiona bien de aquella región."

En los tratados de paz que se celebraron en Ciudad Juárez, Chihuahua, fue don Venustiano Carranza, con su innata fir­meza de carácter, quien sostuvo siempre la base fundamental de que para pactar la paz era imprescindible la retirada abso­luta del general Porfirio Díaz.

Había ya un Gobierno Provisional de la República, con don Francisco l. Madero como Presidente y don Venustiano Ca-

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rranza como secretario de Guerra y Marina. Triunfante la Revolución de mayo de 1911 y desintegrado el Gobierno Pro­visional, don Venustiano Carranza se hizo cargo de la guber­natura de Coahuila, con carácter de Interino.

1911. Por elección unánime del pueblo, don Venustiano Carranza llegó al cargo de Gobernador Constitucional del Es­tado de Coahuila. Su gobierno se caracterizó por su rectitud y acrisolada honradez. Ese gobierno, bajo la dirección de don Venustiano, es respetuoso de la Ley, enérgico y reformador. Secunda decididamente la actuación del Presidente Madero y es su más fuerte sostén.

La Revolución es un hecho palpable en el Estado de Coa­huila, pues se traduce en conquistas reales y no en un simple cambio de mandatarios.

Surge potente el brote reaccionario que encabeza Pascual Orozco y el Gobernador Carranza se apresta a colaborar efi­cazmente con el gobierno del Centro para sofocar el intento rebelde.

Convoca a los suyos. Crea milicias auxiliares y organiza la campaña contra las huestes orozquistas que intentan invadir a Coahuila por Sierra Mojada. Son los antiguos maderistas de Coahuila los que mandan las fuerzas irregulares del Esta­do: su hermano Jesús Carranza, Pablo González, Cesáreo Cas­tro, Lucio Blanco, Francisco Coss, Osuna, Zuazua, Ricaut, Murguía, todos los que han de ser más tarde prestigiados generales del Ejército Constitucionalista.

Don Venustiano organiza la nueva lucha y su experiencia y visión política le hacen prever que la campaña ha de ser larga y penosa. No es a Pascual Orozco y a su pequeño grupo de descontentos a los que hay que combatir. El enemigo está emboscado dentro de las mismas filas de los que aparecen co­mo defensores del flamante gobierno emanado de la revolu­ción triunfante. El verdadero enemigo está integrado por el Ejército Federal ~que permanece intacto, bien abastecido y lleno de soberbia- apoyado y respaldado por los políticos porfiristas y el clero.

Existe una inquietud latente en el pueblo que materialmen­te se palpa por doquier con claridad meridiana. La Revolución que llevó por bandera: "Sufragio Efectivo y No Reelección", no perseguía solamente ese único fin. Es una transmutación completa lo que desea la masa popular. Sin manifestarse abier­tamente, el pueblo siente la necesidad de un cambio radical

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en las cosas que pesan sobre él. No se trata únicamente de modificar un carcomido sistema político, sino que se desea el advenimiento de la Revolución Social. El Gobierno de don Francisco l. Madero, profundo respetuoso de la Ley, encla­vado en el foco mismo de sus pasados -aún recientes- ene­migos, tiene el peligro de fracasar en manos de ellos. Don Venustiano Carranza palpa la realidad, siente el peligro y se pone en guardia para un futuro que él avizora no lejano.

Establece fuertes ligas de amistad con los Gobernadores de bien definida procedencia maderista y pacta el convenio de respaldar con energía, por medio de las armas, al Gobierno de don Francisco l. Madero, cuando la necesidad lo requiera así. Los Gobernadores de Coahuila, Sonora, San Luis Potosí y Aguascalientes quedan perfectamente identificados entre sí.

Sofoca el Gobierno del señor Madero la intentona rebelde del general Bernardo Reyes en el norte, el cuartelazo de Félix Díaz en Veracruz, la fuerte asonada de Pascual Orozco y hay una ligera esperanza de que la paz sea una cosa tangible en la República.

Inesperadamente estalla impetuosa rebelión en la propia ca­pital de la República. Tienen lugar, como consecuencia de ese movimiento, los aciagos días de la decena trágica y sucum­be el Presidente don Francisco l. Madero, con aureola de már­tir, a manos de los enemigos de la obra apenas iniciada.

Parece que todo ha terminado; que volvió la realidad al cabo de un sueño profundamente grato, que los ideales de democracia, mejoramiento social, justicia y todo lo que con­tenía la ideología de la Revolución, fueron sólo un pasatiempo efímero e inconsciente. Huerta y los suyos ahogan en sangre la aspiración que apenas nacía.

Vuelve a reinar la paz de las tumbas. Silencio impenetrable de las cosas muertas.

Empero, don Venustiano Carranza, austero e inconmovible, está en su puesto. Ha jurado, como Gobernador de su Estado, cumplir y hacer que se cumplan los preceptos de la Constitu­ción vigente. Es un carácter firme y decidido capaz de en­frentarse a las más difíciles situaciones y a los más grandes conflictos. Siente, además, hondamente en su pecho, el ideal revolucionario y en su cerebro bullen pensamientos que han de llegar hasta el pueblo, quien sabrá recogerlos e impulsarlos

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vigorosamente hasta alcanzar, pasada intensa lucha, el éxito más completo.

El arranque efectivo de la vida ejemplar de don Venustiano Carranza, de la etapa gloriosa, parte del 19 de febrero de 1913, un día después del sacrificio de don Francisco l. Ma­dero y don José María Pino Suárez. Aquel mismo día, Huerta, el usurpador, en execrable mensaje, comunicó a todos los Go­bernadores del país que, autorizado por el Senado de la Re­pública, había asumido el Poder Ejecutivo de la Unión y que tenia presos al Presidente Madero y a los miembros de su gabinete.

Carranza, desde luego, solicita del Congreso del Estado que no se reconozca al asesino traidor y pide también que se le concedan amplias facultades para combatirlo. El honorable Congreso del Estado de Coahuila secunda dignamente la he­roica actitud del Primer Mandatario del Estado y lanza el memorable decreto número 1421, de 19 de febrero de 1913 desconociendo a Huerta y aprestándose a la lucha.

Don Venustiano Carranza no piensa ser el jefe de un mag­no movimiento reivindicador. No ambiciona el mando, ni la gloria, ni el caudillaje. Considera, simplemente, que su actitud será seguida o simultánea a la de otros Gobernadores dignos y la de altos jefes del ejército con limpia ejecutoria. Invita a que lo secunden los gobernadores y los generales pundonoro­sos, entre los que considera, por conot!erlos personalmente, a don Gerónimo Treviño, José María Mier y Fernando Trucy Aubert.

Al primero de ellos, por sus antecedentes gloriosos, le ofrece la jefatura del movimiento legalista. Confiaba en que no todo estaba contaminado en la política y en el ejército. Tenía la esperanza de que muchos jefes federales y las fuerzas militares se alistarían para la lucha. Vana creencia que se desvanece casi al nacer. De los veintisiete gobernadores solamente cua­tro: los de ·Sonora, San Luis Potosí, Aguascalientes y natural­mente, Coahuila, desconocieron a Huerta. Todo el ejéi'cito federal estaba con él. Los gobiernos extranjeros reconocían apresuradamente al nuevo gobierno, emanado del crimen y la traición. Fuerzas federales, numerosas y bien pertrechadas, a corta distancia de Saltillo, estaban prontas a ir a batirlo. Estaba a punto de abortar el incipiente impulso reivindicador.

Los vencedores estaban aturdidos por la fácil victoria. Un gobernador lejano que, arrogante, desconocía al nuevo go­bierno, ¿qué era? No faltaban amigos oficiosos que interce-

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dicrau para que Carram~a corrigiera :.;u actitud. Carranza supo <1provccl1ar el momento oportuno que salía a su encuentro y entretuvo hábilmente al enemigo en tanto que reunía con pre· mura a las fuerzas auxiliares del Estado, las que, diseminadas, operaban por puntos lejanos a la capital. Así que tuvo la cer· teza <le que los suyos estaban a su lado o iban en camino para incorporársdc, salió de Saltillo en franco son ele rebeldía.

Ahí empezaba la emnpaña conslilucionalista.

El <lía 2(> de marzo de 1 <Jl3, lus jefes y oficiales <le las fuer­zas coahuilc11:3cs que siguieron a don Venustiano Carranza en su aventura reivindicadorn, en la hacienda de Guadalupe, Coah., lanzaron el plan que daba forma al naciente movimiento armado. Era ese plan una sencilla declaración y una procla­ma: Se desconoce a Victoriano Huerta y se proclama Primer Jefe del Ejército Constitucionalista al gobernador del Estado de Coahuila, C. Venustiano Carranza.

Solamente ~e prometía restaurar d orden constitucional in­krrumpido por la traición y se improvisaba un ejército para la 1ucha inmediata. Nada más se prometía, como no fuera una campaña que se adi\·üiaba larga, desigual y sangrienta. El Plan de Guadalupe se distingue en la historia patria por su sobriedad y sencillez. Primero habría que ser, y, después, buscar la manera de ser.

La biografía de don Venu:;tiano Carranza, desde esta fecha, estú ligada íntimamenle C'üll la historia completa de la Revo­lución Cnn5litucionalista. El fue el creador de un formidable t'jércilo formado por masas proletarias, él fue organizador de la cam}JaÍla tuda~ t"·l e::-lrutega, él modelador de la victoria. Su nombre fue el grito de guerra que sacudió a la República de norte a sur y de oriente a occidente. Habla1· de la vida de Ca­rranza implica hablar de la colosal obra llevada al cabo por i-1 y que constituye c11 ~í, la Hevolución Social más grande de América.

Sería meucslcr un libro, varios libros, para lograr una des· criµción completa del homhre y :-;u obra.

Larga sería la narración de la vida del grande hombre e inadecuada para uua publicación corno ésta, por ello me limi­taré tan :;ólu a expresar las principales características <le su persona.

Físicamente: era de constitución vigorosa; bien musculado, algo oheso: de alta estatura, barba florida y espeso bigote.

L saba constantemente lentes para mirar a larga distancia;

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para leer u observar de cerca alguna cosa se despojaba de sus espejuelos. A veces, cuando reconcentraba su pensamiento en algo interesante, acariciaba con la mano diestra su harba en­trecana. Era tardo en sus movimientos, reposado en el hablar y sobrio en la palabra. Su sola presencia inspiraba respeto. Su traje favorito desde que se lanzó a la lucha contra Huerta, ha~ta que cayó acribillado a balazos en Tlaxcalantongo, era: Sombrero de fieltro gris, de anchas alas, estilo norteño; cha­quetín de gabardina sin insignias militares, pero con botones dorados de general del Ejército; pantalón de montar, botas de charol o mitazas de cuero amarillo de Saltillo.

Cuando despachaba en el Palacio Nacional o en el Castillo de Chapultepec, vestía de saco o j aquet y se tocaba con un sombrero bombín. En cualquier parte que estuviera, tenía por costumbre levantarse temprano y, como la gente campira­na de la frontera, tomaba una taza de café solo y después hada a caballo un recorrido por una o dos horas. Le acom­pañaban siempre uno o dos ayudantes y su fiel amigo Secun­dino Reyes. Andaba sin temor por todas partes, sin escolta, a la que solamente utilizaba para las jornadas formales o para el resguardo de su alojamiento.

Cuando regresaba de su paseo diario, almorzaba al estilo coahuilense; chile con queso, cabeza de carnero tatemada al horno o carne asada. Nunca faltaba el café negro ni las torti­lla:! de harina. Después del almuerzo se dedicaba de lleno al trabajo; se enteraba de la voluminosa correspondencia diaria, de los telegramas en clave; acordaba con los Secretarios de Estado, con el Jefe del Estado Mayor; daba audiencias, dicta· ha órdenes y formaba planes para actividades futuras, tanto del orden civil, como guerreras.

A las once de la mañana tenía por costumbre comer un poco de fruta fresca. Continuaba su trabajo y comía invariablemen­te entre una y dos de la tarde, en compañía de su familia, del ayudante de guardia y de algún convidado, siempre alimentos hogareños: caldo, sopa de arroz, cocido con verduras, algún gui~ado y café.

Nunca tomaba una copa de licor ni tenía el hábito de fu­mar. Por la tarde continuaba su trabajo. Cenaba a la hora ordinaria y proseguía despachando asuntos oficiales hasta al­tas horas de la noche. No era amante de diversiones; pero tampoco era insociable. Concurría con su familia a las recep· ciones oficiales y cumplimentaba a las damas; a las señoritas,

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daba agradable cmn-ersación. Tenía, dentro de su austeridad, un exquisito don de gentes que hacía atractiva ~u personalidad.

En campaña, a pesar de su edad, era el más duro para ren­dirse a la fatiga. El y su caballo negro eran una sola pieza des­de SaltilJo hasta ~\fondova cuando desconoció a Huerta; desde Monclova hasta Candela, cuando derrotó a la caballería federal de Rubio Navarrete; de Candela a Monclova y de ahí a Cuatro Ciénegas, cuando el avance de la columna federal de Joaquín Mass .

.Atravesó el desierto coahuilense y fue hasta Torreón a po­ner asedio a la plaza. Después, cruzó el interminable e inhos­pitalario Bolsón de :\fapimí, el Estado de Chihuahua, trasmon­tó la Sierra l\fadre Occidental y llegó hasta Sonora.

Meses más tarde fue desde Sonora hasta Ciudad Juárez, Chihuahua, cruzando nuevamente la Sierra Madre Occidental por el Cañón del Púlpito. Y cuando murió, pudiera decirse que fue al pie de su caballo en la -para él- inhospitalaria Sierra de Puebla.

Siempre, en tales circunstancias, fue tranquilo, digno, estoi-' co ante el peligro, ante la fatiga física, ante el hambre~ ante las inclemencias del tiempo.

Era el hombre de campo, el campirano del norte hecho a las fatigas diarias; el que primero cuidaba de su caballo -com­pañero fiel- que de su propia persona; el que encontraba fácil acomodo en el escuei.o barrial o en la dura peña; el que concedía fuego en el campamento a la vez que atizaba el en­tusiasmo de los suyos.

Hombre valiente sin alardes, arrogante sin jactancia. Usa­ba carabina bajo el arzón de su montura y la empuñaba y hacía uso de ella, llegado el caso.

Militarmente, fue un genio organizadoL Al conjuro de su palabra brotaron los soldados del pueblo y lo siguieron a la lucha con entusiasmo y con fervor. Se sentía el peso de su recta personalidad, su espíritu fuerte, la suprema autoridad que emanaba de su persona.

Impulsaba y al mismo tiempo .modelaba con energía a aquel naciente ejército constitucionalista, cuyo pie veterano fueron las fuerzas de Coahuila y de Sonora y el proletariado orga­nizado bajo el mando sindical de la Unión Minera Mexicana que, al llamado de Carranza, había abandonado los negros ti­ros de las minas de carbón, el constante peligro de las explo­siones de gas grisú, allá, bajo el suelo, para formar falanges

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guerreras y marehar a batir el deshonor, oponiéndole el pecho sano, los músculos endurecidos y todo el aplastante peso de sus convicciones.

Esa era la simiente propicia que Carranza hacía crecer paulatina, pero constantemente. Día con día llegaban los que habían sido revolucionarios en 1906 y 1910; los pobres del campo y los pobres del taller. La sola fuerza de la perso­nalidad del señor don Venustiano Carranza lograba el milagro de germinar virtudes militares sólo logradas en los ejércitos a fuerz~ de educación profesional técnica previamente impar­tida, sin que hubiera tiempo ni para entrenamiento ni para escuela, sin que existiera rigor ni siquiera hubiera d incen­tivo del sueldo diario.

Amaba las cosas militares; veía a los soldados con cariño y se interesaba por sus asuntos. Se satisfacía visitando los cuarteles o los campos de maniobras. Sin pretender ser mili­tar, fue un general notable, fecundo en magnas concepciones estratégicas.

El era quien planeaba las gTandes operaciones del ejército constitucionalista cuando éste fue integrado por poderosos cuerpos de ejército y aguerridas divisiones.

Seña1aba los objetivos, precisaba la cooperación de las fuer­zas, indicaba caminos y, especialmente, cuidaba de los abas­tecimientos. El buen éxito de la mayoría de las operaciones se debió al cerebro del ejército que era don Venustiano Ca­rranza.

Tácticamente fue un desafortunado. Era un valiente, pero la suerte nunca le acompañó. Aparte de las victorias de Can­dela, Coah. y de Rinconada, Pue., sus combates fueron desas­trosos.

Don Venustiano Carranza fue un patriota. Su vida entera la consagró a hacer bien a su patria. Era un patriota consciente, meticuloso. Se había nutrido hondamente en la historia de los pueblos más adelantados y, con especialidad, en la de su pa­tria. Era un profundo conocedor de ella. Seguramente su acen­drado patriotismo tuvo como punto de partida ese conoci­miento. A través del estudio de la Historia, había llegado a penetrar en el alma de su pueblo, mediante la observación de los elementos ancestrales perpetuados por los siglos.

Sabía que el pretérito plasmado en las páginas históricas re­presentaba la conducta del pueblo --consecuencia lógica de

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su mentalidad- y constituía su principal preocupac10n esa mentalidad, largamente adormecida. Venustiano Carranza co­nocía la Historia y con pleno conocimiento de ella, obraba.

Su afición hacia el estudio del pasado tuvo su origen desde su lejana juventud. Su rancho de Las Animas, allá en Coahui­la, enclavado en aquel infernal desierto que se extiende entre Cuatro Ciénegas y Sierra Mojada, carecía de agua no sólo para el cultivo sino hasta para calmar la sed del ganado. Se hizo, por eso, el propósito de construir una presa en una hondo­nada del terreno, para captar el agua de las escasas lluvias y dio principio a su obra con la dedicación y la energía que siempre puso en cuanto acometió.

En aquel terreno de su propiedad no existía casa alguna. Tuvo que guarecerse durante largos meses en una cueva del cerro que casualmente quedaba cerca del sitio de la construc­ción. Desde ahí vigilaba el transporte de los materiales, el trabajo de los albañiles, la marcha de la obra, en una palabra. Y mientras tanto, leía, leía. Leyó mucho, especialmente His­toria. Quizá ahí, en medio de aquel barrial desolado, lejos del mundo, meditó largamente sobre las enseñanzas sacadas de los pasajes del ayer que desfilaron, ininterrumpidamente, de­lante de sus ojos en sus lecturas.

Conoció el alma del pueblo, de la raza. Analizó los hechos, hizo deducciones y se trazó el programa de acción que había de seguir en su vida cuando las circunstancias le fueron propicias.

Allí tuvo el conocimiento profundo del pueblo mexicano. Advirtió cuáles eran las llagas que lo corroían y sangraban de continuo, cuáles eran sus dolores. Se compenetró de sus vi­cios seculares. Valorizó la ignorancia, la miseria, la maldad. Se percató de que los pueblos no alcanzaban su libertad por simples decretos o deseos de mejoría, sino que fatalmente ha­brían de luchar y de hacer adaptaciones calculadas sabiamen­te y desarrolladas con paciencia, tenacidad y honradez.

No era un iluso que intentara sobreponerse al curso de las leyes naturales cambiando la estructura social de la noche a la mañana, caprichosamente.

Conoció la psicología de los pueblos resultante de la obra de sus antecesores étnicos y su pasado histórico, y obró, cuan­do fue oportuno, impelido por la aspiración de llevar hacia el mayor número de sus conciudadanos la felicidad que sólo puede alcanzarse por medios adecuados, inspirados en la cien­cia, en la moral y en la justicia.

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Cuando estuvo en posihilidad de hacerlo, trató de recons­truir a México sobre la hase de una verdadera autonomfo, tanto en el orden militar, cuanto en el económico e internn­ciona1.

Había en su persona un tinte majestuoso de solemnidad. Parecía un patriarca. Un patriarca temible, legislador, guerrero y socialista.

En la postrera jornada, en el calvario doloroso del final de su ~ida, cuando le faltaron los amigos, cuando las circuns­tancias le fueron adversas, cuando la tormenta abatió su pe­nacho, fue el mismo, el que siempre había sido: Entero, fuer­te. seguro de sí mismo, con la misma fe de cuando derrotó a Huerta y cuando deshizo a Villa, con el mismo ;.resto estoico que lo peculiarizara.

Delante de una línea de tiradores fieles, cabalgando gallar­damente frente al cerro de Rinconada ocupado por los infi­dentes de Mireles, fue blanco de las halas enemigas.

Cayó del caballo -muerto su fiel compañero-- y continuó desmontado, resistiendo impasible el peligro inminente del combate rudo.

Por la para él inhospitalaria Sierra de Puebla, caminando día y noche, huyendo d~l enemigo y seguido sólo por unos cuantos leales, tuvo el último gesto de autoridad en su vida, mandando retirarse de su lado a los heroicos cadetes de ca­ballería del Colegio Militar que le habían sido fieles hasta lo último y que rehusaban retirarse de su lado. No estimó justo el sacrificio inútil de aquellos jóvenes y prefirió quedarse solo para aguardar estoicamente el desenlace final.

20 de mayo de 1920. Tlaxcalantongo. Acto final del drama. Escenario amplio, imponente, apro­

piado para la última escena de un hombre también grande e imponente.

Noche tempestuosa cargada de elementos y pasiones. Noche negra, propicia a la traición y al crimen.

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