FRANCO FRENTE A HITLER€¦ · muestra la amplitud de la beligerancia franquista y la incondicionalidad de Franco y Falange junto a Hitler (…). La División Azul fue enviada al

Luis E. Togores

FRANCO FRENTE

A HITLERLa historia no contada

de España durante la Segunda Guerra Mundial

Índice

1. lA pérfidA Albión ......................................................... 13

2. ¿espAñA quiere enTrAr en lA guerrA? sepTiembre de 1940 ......................................................................... 41

3. frAnco en HendAyA y bordigHerA .............................. 109

4. gibrAlTAr decidió lA guerrA ....................................... 147

5. lA división Azul, unA JugAdA diplomáTicA de lA espAñA nAcionAl .................................................. 175

6. lA pAcienciA forzAdA de un neuTrAl ........................... 207

7. el progrAmA secreTo de comprA de ArmAmenTo bär .. 239

8. TrAbAJAdores espAñoles en el Tercer reicH ............... 291

9. lAs fierecillAs domAdAs: los inTenTos espAñoles pArA forzAr lA enTrAdA en lA guerrA ................................. 329

Epílogo ................................................................................. 385Anexo documental .................................................................. 389Bibliografía ............................................................................ 413Notas .................................................................................. 419

1

LA PÉRFIDA ALBIÓN

A mediados de abril de 1945 los carros soviéticos entraban en Ber-lín tras medio mes de combates. La última gran batalla en Europa

concluía con los soldados soviéticos enarbolando la bandera roja, con la hoz y el martillo, desde los tejados del Reichstag. El 2 de mayo de 1945 el general Helmuth Weidling se rendía al comandante del Octa-vo Ejército de la Guardia, el soviético teniente general Vasily Chuikov. El sueño de un Reich que durase mil años se había esfumado en poco más de una década, dejando el continente europeo en ruinas. Los ven-cedores se lanzaron al saqueo y a la violación de las mujeres alemanas, cometiendo más de cien mil ataques sexuales de ese tipo durante va-rias semanas. La guerra había terminado.

El 16 de abril los soviéticos se lanzaron a la carrera sobre la capital alemana. Dos millones de soldados, 6.000 carros de combate y más de 16.000 cañones se pusieron al servicio de un nuevo Atila, el mariscal Zhúkov, para entrar en una ciudad a la que un hombre había soñado con equiparar con Roma. Pero a mediados del siglo xx, al igual que en el pasado, ya no había legiones que defendiesen la capital de Occiden-te y en 1945 no existía un papa como León I «el Magno» que conven-ciese a Stalin de que impidiese que sus tropas entrasen a sangre y fuego en la ciudad.

El 21 de abril el Einheit Ezquerra, acantonado en Potsdam, reci-bió la orden de dirigirse a las ruinas de Berlín. La 15.ª División SS (Letona n.º 1) estaba siendo reorganizada y junto a ellos fueron des-plegados los españoles del Einheit Ezquerra en el distrito centro de la capital del Reich, en una zona de edificios oficiales, donde los comba-tes comenzaron el 27 de abril.

14 frAnco frenTe A HiTler

En menos de un día la diminuta unidad de españoles había sido casi aniquilada. Del escaso centenar de hombres que formaban el Ein-heit Ezquerra casi ninguno sobrevivió a los combates que se prolon-garon hasta el día 2 de mayo.

Es incuestionable que muchos españoles, especialmente los falan-gistas, estaban política y sentimentalmente con Alemania. Pero no es menos cierto que el gobierno de Madrid les prohibió combatir con el Eje tras la salida de los divisionarios de Rusia. En enero de 1944 un grupo de veteranos de la División Azul se dirigió al ministro Jordana para que les autorizase volver a Alemania para luchar contra el comu-nismo. La negativa fue tajante, aunque estos voluntarios, 130, contac-taron con la embajada alemana en Madrid para intentar alistarse en la Wehrmacht o en las Waffen SS.

Franco había decidido repatriar la División Azul en octubre de 1943 y la Legión Azul y la Escuadrilla Azul en febrero de 1944. El día 20 Hitler en persona ordenó la repatriación de los dos contingentes españoles, adelantándose a la solicitud oficial de España, para no dar la sensación de que se veía forzado a aceptar las peticiones de Madrid. Las presiones de los Aliados, gracias a la palanca política de los navicert, habían dado su fruto. Franco y sus gobiernos actuaron siempre en el único beneficio de España, pues como ha señalado Walter Görlitz, «sencillamente, fue la ley de la supervivencia la que obligó a los espa-ñoles a mantenerse apartados de la guerra, tal como le manifestó el general Franco a Canaris el 7 de diciembre de 1940».1

Aunque la simpatía de España por el Eje era en muchas cuestiones evidente, pero no total, el pragmatismo político de Franco y de sus ministros de Exteriores había permitido poner una vela a Dios y otra al diablo durante los cinco años de lucha, con el único y exitoso obje-tivo de evitar que España fueses arrastrada a una nueva guerra. Pero a la España nacional nunca se le perdonó su afinidad ideológica, más formal que real, con los fascismos. En marzo de 1944 se podía leer en el periódico España Popular, editado por el PCE en Méjico: «Un nue-vo crimen del franquismo. Contingentes militares franquistas comba-ten contra las Naciones Unidas en los frentes de Italia». Era una ma-niobra política convertida en supuesta noticia, propaganda de guerra:2

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La noticia es exacta, la hemos recibido directamente de Argel. Y los

mejor enterados son las autoridades militares norteamericanas, pues

ellas son las que han descubierto este nuevo e importante aspecto de

la beligerancia de Franco junto a Hitler. Hace aproximadamente dos

meses los soldados norteamericanos capturaron a cinco soldados fran-

quistas en el frente de Cassino (…). Los cinco franquistas, formando

parte de un contingente militar importante, habían salido de España

para engrosar las filas de la Legión franquista en el Frente Oriental;

mas antes de llegar al frente soviético fueron incorporados a la División

Goering y enviados a Italia. Formando parte de esa división combatían

cuando fueron hechos prisioneros (…). Este es el hecho monstruoso.

Franco y Falange (…) no solo han enviado decenas de miles de hom-

bres al Frente Oriental, sino que contingentes militares suyos comba-

ten a los Aliados en los caminos de Roma. Este descubrimiento de-

muestra la amplitud de la beligerancia franquista y la incondicionalidad

de Franco y Falange junto a Hitler (…). La División Azul fue enviada

al Frente Oriental por ser este el más importante, decisivo y en cierto

modo único. Si la tormenta de la guerra hubiese hecho sonar sus

truenos en otra parte de Europa, si hubiera sido en otro lugar donde

Hitler se hubiera jugado la suerte de la guerra, allí habría corrido

Franco con su ayuda. (…) Es de esperar que por su parte los gobiernos

de Inglaterra y Estados Unidos no podrán permitir que este crimen

quede impune.

El gobierno español intentó desmentir estas noticias. El 2 de agos-to de 1944 el ministro de Asuntos Exteriores español había ordenado al cónsul en Argel y al embajador español en Washington que negasen de forma categórica la existencia de miembros de la División Azul en el Frente Oeste en labores de policía al servicio de la Gestapo o for-mando parte de las Fuerzas Armadas alemanas, señalando que si había algún español en esa situación era contraviniendo explícitamente las órdenes del gobierno. En Madrid, a través de la buena red consular española en Francia, se tenía noticia del alistamiento de exilados repu-blicanos, «rojos», en las fuerzas de seguridad nazis en lucha con la re-sistencia francesa repleta de comunistas y socialistas españoles.


Los franceses libres del general De Gaulle no quedaron satisfechos con las explicaciones dadas y el día 5 de agosto presentaron en Madrid una protesta alegando tener pruebas de la existencia de 400 falangistas preparados para cruzar la frontera de los Pirineos y unirse a las tropas alemanas que combatían contra los Aliados. El día 7 la embajada bri-tánica también presentaba oficialmente una nota de protesta afirmando que 20 o 30 veteranos de la División Azul se acababan de unir a la Gestapo en San Juan de Luz.

Jordana, muy preocupado, preguntó el 8 de agosto —el desembar-co de Normandía había comenzado el 6 de junio anterior— a su colega Arrese si era cierto que varios centenares de falangistas se pre-paraban para unirse a los alemanes. Arrese desmintió el rumor. El día 11 la embajada norteamericana elevaba una protesta alegando que la embajada alemana en Madrid, y los consulados de Barcelona y San Sebastián, con apoyo de Falange, estaban reclutando voluntarios para luchar contra la resistencia francesa. La presión crecía. El día 17 la Agencia Reuter publicaba que los franceses de De Gaulle aseguraban tener información fiable sobre 400 españoles alistados en las Waffen SS que combatían en el sur de Francia. Estos rumores eran especialmente fuertes en relación a la cercana ciudad fronteriza de Barcelona donde existía un grupo numéricamente muy importante de jóvenes falangis-tas muy radicales. Para prevenir acciones contrarias a los entonces con-siderados intereses de España, fue enviado un veterano de la División Azul, Carlos Alonso del Real, que según Carlos Caballero «debía ha-blar ante los jóvenes falangistas catalanes el 10 de septiembre. Según cuenta una historia del Frente de Juventudes barcelonés la argumen-tación de Alonso del Real provocó rechazo de los oyentes, alguno de los cuales abandonó el lugar ostensiblemente (…). El acto acabó en abucheo, sobre las doce de la noche».3

A finales de 1942 Franco ya tenía claro que Alemania iba a perder la guerra. En junio de 1943, un mes antes de la entrevista de Franco con el embajador yanqui Hayes,4 el Caudillo estaba ya decido a retirar la División Azul. Italia,5 Hungría y Eslovaquia habían retirado sus tro-pas del Frente Oriental y Rumania solo tenía tropas en la cabeza de puente del río Kuban. El embajador en Berlín, Vidal y Saura, y los

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embajadores en Londres y Washington, el duque de Alba y Juan Fran-cisco de Cárdenas respectivamente, se pusieron a preparar la salida de los soldados españoles de Rusia. Señala Moreno Juliá que, en septiem-bre de 1943, en los círculos de poder de España no se tenía duda sobre la derrota de Alemania:6

Franco redactó dos notas manuscritas en las que dejó patente su pos-

tura ante la guerra, los Aliados y Alemania, así como su decisión de

propiciar la inmediata retirada y repatriación de la división. En una

de ellas, hizo una declaración de buenas intenciones sobre las futuras

relaciones con los Aliados anglosajones, y de manera especial con Gran

Bretaña. La guerra, a pesar de la evolución favorable a los Aliados de

los últimos meses, todavía sería larga; y, aunque los éxitos del Ejército

Rojo habían sido, de momento, los más transcendentes, la postura

anticomunista del gobierno español se mantenía incólume. Sin em-

bargo, el deseo de entendimiento con los anglosajones estaba por

encima de ambas circunstancias, (…) la segunda nota (…) informó de

su intención [de Franco] de repatriarla [la División Azul].

Con todo, seguramente de forma equivocada, Franco decidió de-jar una legión, inicialmente de tres batallones, para no romper total-mente con el Tercer Reich. A finales de julio de 1943 Mussolini perdía el poder y era arrestado. Unos días antes los Aliados occidentales ha-bían desembarcado en Sicilia, la noche de 9 al 10 de julio de 1943, abriéndose así un nuevo frente en Europa.

Aunque la Operación Torch casi había eliminado la importancia estratégica de Gibraltar como puerta del Mediterráneo occidental, la entrada de España en la guerra, ahora ya prácticamente imposible, se-guía siendo una de las ensoñaciones del Tercer Reich.

En las filas alemanas, hasta el último momento, se siguió «inten-tado» lograr la entrada de los españoles en la guerra. El capitán Ger-lach fue quizás el autor del último plan fallido para provocar la entra-da de España en el conflicto. Formó un grupo de combate de las SS que incluía a 25 españoles, el Grupo Roland, que pretendía provocar en los últimos días de la guerra la invasión de España por grupos de


resistentes comunistas españoles del sur de Francia. Pero Gerlach no necesitó poner su plan en marcha, ya que los comunistas españoles desencadenaron por su cuenta la invasión de España a través de los Pirineos bajo el nombre de Operación Reconquista de España, sien-do vencidos sin muchos problemas por el Ejército español y sin que tuviese ninguna de las consecuencias que pensaba Gerlach que se desencadenarían.7

Terminada la guerra, los gobiernos de Washington y Londres per-donaron, como era lógico, la alianza nazi-soviética para vencer a Polo-nia, no tomaron ninguna represalia contra Finlandia y menos contra Suecia, a pesar de que dejó pasar tropas alemanas por su territorio, cosa que no hizo en puridad España. El emperador de Japón fue excluido de los juicios de Tokio. Numerosos científicos alemanes y algunos ja-poneses fueron acogidos en Estados Unidos y en Rusia, olvidándose su fundamental colaboración con el esfuerzo de guerra del Eje.

Los españoles habían evitado de forma incuestionable la caída de Gibraltar, lo que fue uno de los factores más determinantes para la victoria final de Gran Bretaña y Estados Unidos, al tiempo que, con su pragmatismo en relación al futuro del Protectorado francoespañol en el Norte de África, habían evitado que el Marruecos francés cayese en manos de Alemania. Al terminar la guerra el Régimen franquista fue estigmatizado no solo por Moscú, sino también por los gobiernos de Londres y Washington, que aplicaron la realpolitik a la nueva situación, lo que, por ejemplo, llevó a los británicos a entregar en Austria a mi-llares de cosacos anticomunistas, con sus familias, a Stalin, que los ex-terminó sin que nadie hiciese nada por evitarlo.

El gobierno inglés, ahora presidido por Attlee, olvidó los servicios que España le había prestado durante la guerra en unos años en que mantener la neutralidad real, con la amenaza constante de los dos cen-tenares de divisiones alemanas proyectando su sombra sobre los Piri-neos, y con una Inglaterra sola y depauperada, suponía una acción increíble, casi imposible, y que demostraba la decidida neutralidad práctica de los españoles en la guerra que se estaba librando al norte y al sur de sus fronteras. Inglaterra, como siempre, se mostró desagrade-cida, solo atenta a su propio interés.

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Cuando terminó la guerra los vencedores se cebaron con la Espa-ña de Franco, por sus innegables aires fascistas, propiciados por las ca-misas azules y brazos en alto de los falangistas, por sus ya vacíos y olvi-dados discursos de amistad hacia Alemania, y por su acogimiento de viejos nazis como Léon Degrelle, Otto Skorzeny, Reinhard Spitzy y Otto Remer.

España, sin luchar, había perdido la guerra, aunque no había sufri-do las destrucciones y calamidades que habría padecido de combatirse una vez más sobre su territorio. Se veía abocada a sufrir una posguerra de más de una docena de años, en la que los españoles pasarían las mismas penurias que muchos europeos, aunque menores y mucho menos duraderas que las que padecerían los que cayeron bajo la bota soviética. Los españoles fueron juzgados y tratados como los perdedo-res, pero sin recibir la ayuda de los vencedores, el cacareado Plan Mar-shall, que benefició a pueblos europeos que habían combatido en la Segunda Guerra Mundial.

España fue una de las pocas naciones que tuvo el privilegio de salir de la Segunda Guerra Mundial con su Régimen y su territorio intactos, a pesar de su debilidad y de su incuestionable posición estra-tégica. Ha dejado escrito Raymond Proctor:8

Jugó Madrid con unos y otros. Cooperó, ciertamente, con los alema-

nes en el este, combatiendo contra el comunismo, y así terminó de

pagar la enojosa deuda que tenía con el Eje; pero, al mismo tiempo,

concedía a los Aliados privilegios que sobrepasaban ampliamente lo

que por neutralidad se entiende, como, por ejemplo, devolver a sus

países respectivos a entrenadísimos aviadores aliados, en lugar de rete-

nerlos, de acuerdo con el derecho internacional, de tal modo que,

desde noviembre de 1942 hasta junio de 1944, salvó a más de mil cien

aviadores estadounidenses, siendo de considerar que la mayoría de

estas repatriaciones se efectuaron cuando la División Azul estaba em-

peñada en la cruzada contra el comunismo. De otro lado, permitió

Franco que miles de soldados franceses pasaran por la Península para

unirse al ejército francés que luchaba con los alemanes en África del

Norte; más aún, permitió que actuasen en el país propagandistas y


agentes aliados y expulsó a los del Eje, a instancia de Londres y Wa-

shington. La aquiescencia del gobierno madrileño llegó hasta el ex-

tremo de recoger el material secreto de los aviones norteamericanos

estrellados y entregarlo intacto, sellado, a los oficiales estadounidenses;

después, a medida que avanzaba la guerra, vendió al mejor postor

materiales estratégicos, pero incluyó en una lista negra a las empresas

españolas que negociaban con Alemania.

Tesis con la que coincidía Churchill:9

Durante la guerra, Franco tuvo una política totalmente egoísta y fría;

pensó únicamente en España y en los intereses de los españoles; nun-

ca se acordó de la gratitud que debía a Hitler y a Mussolini; tampoco

guardó rencor a Inglaterra por la hostilidad de nuestros izquierdistas;

taimado jefe, solo trataba de ahorrarle otra guerra a su desangrado

pueblo (…). Así, con sutilezas, ardides y halagos, consiguió superar las

dificultades y mantener a España fuera de la guerra, lo cual fue ines-

timablemente valioso para Inglaterra, cuando esta se hallaba comple-

tamente sola.

Cuando en abril de 1945 se reunieron en San Francisco los dele-gados de los vencedores para tratar la organización de la futura ONU, entre ellos estaba el escritor y periodista filocomunista norteamerica-no William Shirer, acompañado por Freda Kirchwey, prosoviética y comunista, y Julio Álvarez del Vayo, exministro del gobierno del Fren-te Popular español, grupo de presión que logró engatusar al ministro australiano de asuntos exteriores Herbert Evatt, para luego ganar el apoyo de los delegados mejicanos, a los que se unió el voto y apoyo soviéticos de Ucrania y las palabras del delegado comunista de la Rusia Blanca, que recordó a los miles de madres rusoblancas que lloraban la muerte de sus hijos e hijas a manos de los torturadores franquistas. Escribe Shirer al respecto: «Hoy han decidido los representantes de San Francisco que no hay lugar para España en tanto siga Franco en el poder, lo cual es, en cierto modo, una victoria de nuestra comisionci-lla, que tanto ha trabajado por este resultado. Mexicanos, australianos,

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franceses y rusos fueron el mejor ariete contra Franco, y el menos efectivo, ingleses y estadounidenses».10

Cuando el 9 de febrero de 1946 se reunió en Londres la Asamblea General de las Naciones Unidas, se aprobó por unanimidad no admi-tir a España, al haber sido el Régimen de Franco amigo del Eje. En sesiones posteriores el representante de Estados Unidos Eduard Stet-tinus afirmó la voluntad de la Casa Blanca de derribar al Régimen franquista, aunque no por la fuerza, mientras que el representante de Holanda, Kleffens, manifestaba que el Régimen existente en España solo incumbía a los españoles. El 4 de marzo de 1946 los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos —los que más motivos tenían de agradecimiento a la España franquista— apoyaron la petición de que Franco abandonase el poder cediéndolo a un gobierno provisio-nal y se ilegalizase la Falange, al tiempo que se recomendaba a los miembros de la recién nacida ONU que rompiesen relaciones con España. El delegado de la Unión Soviética, después de recordar a la División Azul, intentó lograr una condena más enérgica a España por la Asamblea, sin éxito. El 12 de diciembre de 1946 la 59.ª Asamblea General de la ONU aprobaba la resolución 39-1 «sobre la cuestión española», por 34 votos a favor, seis en contra y 13 abstenciones.

Los vencedores retiraron de Madrid a sus embajadores y a España se le hurtó la oportunidad de entrar en la ONU.11 Franco era aclama-do por los españoles en la Plaza de Oriente, mientras enarbolaban pancartas en las que se podía leer: «¡Si ellos tienen ONU nosotros te-nemos DOS!». Como era de esperar, la España nacional que había apostado por la neutralidad real durante la guerra, con los riesgos que para su independencia y futuro esta suponía, vio con amargura cómo Londres y Washington, aliados de un Moscú que comenzaba a apro-piarse de media Europa, al igual que había intentado Hitler cinco años antes, le daban la espalda, como habían hecho durante la Guerra Civil española. España entraría en la ONU en diciembre de 1955 con Fran-co aún en El Pardo.

El ostracismo a que fue sometida la España franquista era fruto de una ficción política que, como veremos en los siguientes capítulos, no se ajustaba a la realidad de los hechos. Estados Unidos, como primera


gran potencia del mundo libre, en muy pocos años encabezaría ma-niobras interesadas para estrechar lazos con España. El Régimen fran-quista era profundamente anticomunista, y el comunismo era el nuevo enemigo de Washington, era fiable, gobernaba en un espacio geográ-fico de incuestionable importancia estratégica y por todo esto suponía una pieza importante en la gran partida por el dominio mundial que se iba a jugar durante la Guerra Fría.

El amigo americano

Estados Unidos era en los años cincuenta una nación pragmática y dispuesta a emplear todos los recursos disponibles para enfrentarse a la Unión Soviética por la hegemonía. En la Guerra de Corea Washing-ton comprobó que Moscú y los países comunistas estaban dispuestos a combatir por imponer sus ideas y hacerse con el control de cuantos territorios pudiesen conseguir. En 1950 Estados Unidos aún no había calibrado la importancia del conflicto que comenzaba, ni tenía muy clara la capacidad de los comunistas para echar un pulso a la nación industrial y militar más poderosa del planeta. Pero en el verano de 1953, el recién elegido presidente Dwight Eisenhower (29 de no-viembre de 1952), que había sido comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, ya había llega-do a la conclusión de que el enfrentamiento con la URSS y sus aliados iba a ser algo más que un pequeño conflicto de relativamente corta duración. Washington estaba dispuesto a apoyar a sus aliados con todas sus fuerzas en la lucha contra el comunismo. Era una contienda que iba a durar casi medio siglo, hasta 1989.

La política norteamericana respecto a España vino mediatizada por muchas cuestiones y una de ellas, no poco importante, fue que al frente de Estados Unidos estuviesen Roosevelt y su mujer, Truman o el general Eisenhower. En cualquier caso, desde muy pronto Franco pudo tomar nota de que Estados Unidos, más tarde o más temprano, si jugaba bien sus cartas, admitiría su Régimen. La llegada de un nuevo embajador norteamericano a Madrid, Carlton J. H. Hayes, resultó de

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suma importancia. Hayes era católico y profesor de Historia de España del siglo xvi y admirador de Isabel la Católica; «Hayes veía en Franco una personificación de los valores cristianos (…). También lo conside-raba un fenómeno específico de la historia política española, una figu-ra cuyo sentido del orgullo nacional podía hacerle rechazar cualquier intento de Hitler de integrar España en el Tercer Reich».12 Hayes transmitió a Franco un mensaje de Roosevelt que se puede sintetizar en los siguientes puntos:

1. Estados Unidos respetaría la soberanía y fronteras de España junto a todas sus posesiones y su Protectorado de Marruecos.

2. Admitía el régimen de gobierno que España se daba a sí mis-ma y sin dar apoyo a los grupos de exiliados «republicanos» en Estados Unidos.

3. Washington no ejercía coacción alguna sobre los países hispa-noamericanos en sus relaciones con España.

Todo esto a pesar de que su país deseaba que España abandonase la «no beligerancia» para regresar a la «neutralidad», que terminase el trato de favor que ciertos sectores de la prensa daban al Eje en detri-mento del prestigio de los Aliados, y, sobre todo, deseando la retirada de la División Azul del Frente Ruso. Hayes puso de manifiesto, como ha señalado Moreno Juliá, que Estados Unidos «compartía con las autoridades españolas el odio hacia el comunismo, tanto por anticató-lico como por destructor de la humanidad», pero que, dado el cambio de signo de la guerra, el mantenimiento de la división en el Frente del Este situaba a España en una situación internacional difícil, por lo que «sería muy conveniente su retirada cuanto antes», para que cuando, acabada la guerra, Rusia planteara posibles represalias, «Inglaterra y Estados Unidos pudiesen argumentar en favor de España».13

En 1945 se produjo en Argelia una revuelta musulmana contra el dominio colonial francés, que costó la vida a un centenar de europeos. La respuesta francesa se saldó con la muerte de 80.000 argelinos. En marzo de 1947 se produjo otra revuelta contra Francia, ahora en Mada-gascar, donde 37.000 colonos galos dominaban un país con 4,2 millones


de habitantes. La insurrección fue sometida al coste de más de 90.000 súbditos negros de París aniquilados. La Francia que había soportado con una sonrisa la ocupación alemana no mostró el menor atisbo de compasión con sus súbditos coloniales. En Indochina Francia no desa-rrollaba una política muy distinta de la que tenía en Argelia o en Mada-gascar. Una realidad colonial que otras naciones occidentales ejercitaban en sus posesiones de ultramar de forma muy parecida. Los británicos no podían asustarse de lo que estaba pasando en Indochina, pues ellos, en Malasia, Kenia, Chipre o Adén habían actuado con igual o mayor dure-za que los franceses. Las guerras coloniales, ahora contra el comunismo, no eran aptas para estómagos sensibles. Eisenhower aspiraba a que los comunistas «se llevaran una buena paliza en Indochina».14

Francia mantenía el control de su más apreciada colonia, Indochina, gracias a 62 batallones de infantería, 13 de ellos norteafricanos —los más temidos y odiados por los vietnamitas—, tres de paracaidistas y seis de la Legión Extranjera. A pesar de la dureza de la colonización francesa, Washington decidió apoyar a París, al tiempo que «consintió la exis-tencia de la tiranía fascista del general Francisco Franco, en España, así como de las largas dictaduras en la América Central y del Sur, cuyo único mérito eran sus declaraciones de anticomunismo».15 La Guerra de Corea resultó fundamental para que los estadounidenses apoyaran a los franceses en Indochina y con ellos comenzasen una verdadera cruzada anticomunista a nivel mundial, de la que salió muy beneficia-da la España de Franco.

A principios de 1951 Francia recibía de Estados Unidos 7.200 toneladas mensuales de equipamiento militar, ayuda que pronto se convirtió, después de la visita del general De Lattre de Tassigny a Esta-dos Unidos, en el envío de 130.000 toneladas de material para las tropas galas de Indochina, incluidos 53.000.000 de balas, 8.000 camio-nes y jeep, 650 carros de combate, 200 aviones, 14.000 armas automá-ticas y 3.500 equipos de radio. A finales de 1953 la nueva administra-ción republicana de Eisenhower financiaba el 80 por ciento del coste de la Guerra de Indochina, que se elevaba a 1.000 millones de dólares al año. Estados Unidos gastó 2.500 millones de dólares para financiar la guerra de Francia en Vietnam.

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Mientras que un nuevo gobierno británico presidido por Winston Churchill se ponía de perfil, seguía la escalada militar y de gastos de su principal aliado, Estados Unidos, lo que provocó que, durante la Crisis de Suez, el presidente de norteamericano hiciese lo mismo con res-pecto a Gran Bretaña y Francia.

En este ambiente no resulta extraño que los norteamericanos vie-sen al Régimen franquista desde un punto de vista muy distinto al que había tenido durante la Segunda Guerra Mundial, un tiempo en el que una Inglaterra acosada pedía a Washington comprensión, paciencia y dinero para una España neutral pero con evidentes simpatías por el Eje, mientras que Estados Unidos, que en ningún caso se había visto afectado por el carácter fascistoide de España, se mostraba reacio a hacer gesto alguno de amistad hacia Franco, de los que tan necesitada estaba en aquellos días Gran Bretaña.

Las Fuerzas Armadas españolas, a finales de los años cuarenta, eran solo una inmensa máquina militar sumida en la pobreza y únicamente apta para afrontar un conflicto armado de muy baja intensidad, como fue el intento de invasión del territorio español por los comunistas, el maquis, al final de la Segunda Guerra Mundial. Con los dos siguientes testimonios queda perfectamente evidenciada esta situación. El gober-nador militar de Vizcaya escribía al capitán general de Burgos, Yagüe, sobre la situación del Grupo Artillero 101 del 46.º Regimiento, de piezas calibre 15,5, que solo contaba con dos capitanes, ambos proce-dentes de tropa, y tres alféreces provisionales de infantería en prácticas. Informaba de que el 30 por ciento de la tropa no tenía calzado, el 50 por ciento de la unidad carecía del armamento portátil reglamentario, contando solo con nueve camiones, que no funcionaban y sin coche-ras, para mover las piezas del grupo. Además, la unidad carecía de carros, volquetes y carrillos de munición y, por no tener, no tenía médico ni gasolina. Desde otra unidad escribía al capitán general de Burgos:16

Es de destacar que las unidades, especialmente Flandes, se encuentran

en una situación económica difícil para atender a los gastos de la tro-

pa, debido, como Vd. sabe, a que se les debe bastante dinero y, según

noticias, no cobrarán los próximos libramientos hasta el 2 del próximo


mes de mayo. Estas circunstancias han dado lugar a que el comandan-

te del 3.er Batallón de Flandes haya tenido que poner de su peculio

particular la suma de 10.000 pesetas por no ver a sus tropas desaten-

didas, e incluso que el coronel del mencionado regimiento piense

pedir un préstamo de 120.000 pesetas a la Caja de Ahorros de Vito-

ria… no habían cobrado noviembre y diciembre estando en marzo,

sin una peseta en la caja, lo que hacía difícil alimentar a la tropa. Los

jefes y oficiales compraban patatas en el mercado negro para alimen-

tar a la tropa.

Desde mediados de la Segunda Guerra Mundial, fue constante la política del franquismo de acercamiento a los Aliados, materializada en una enorme lista de «favores» durante la contienda.

Nada más terminar la Segunda Guerra Mundial se intensificaron los contactos con los norteamericanos, ahora vencedores. En 1945 varios agregados militares yanquis visitaron los Pirineos y la red de fortificaciones levantadas por España para oponerse a una, entonces, más que posible invasión alemana. Entre estos estaba el coronel Wen-dell G. Johnson, que abandonó España en 1947 siendo «un buen ami-go» del Régimen. Desde antes de terminar la guerra, los militares norteamericanos comenzaron su acercamiento a sus colegas españoles, lo que pronto se tradujo en la firma de los primeros acuerdos secretos en una fecha tan temprana como finales de 1943.

Estados Unidos evaluó la base aérea española de Gando en Cana-rias como necesaria para el nuevo sistema de seguridad de cara al fu-turo, lo que implicaba la apertura de negociaciones con la España de Franco:17

Al año siguiente, 1944, se llevaron a cabo, efectivamente, negociacio-

nes entre los dos gobiernos, pero se limitaron a los derechos de sobre-

vuelo y escala de la aviación comercial. El 2 de diciembre, el ministro

de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica, y el embajador de

Estados Unidos en Madrid, Carlton J. H. Hayes, efectuaron un canje

de notas que estableció los términos del «Convenio entre España y los

Estados Unidos de América relativo a los Servicios Internacionales de

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Transporte Aéreo». Dicho convenio concedía a las empresas de trans-

porte aéreo norteamericano el derecho de establecer tres rutas, la

primera empezaba en Nueva York y seguía por Lisboa, Madrid, Bar-

celona, Marsella y otras escalas. La segunda empezaba igualmente en

Nueva York y seguía por Lisboa y Madrid, pero continuaba hacia

Argel y otros puntos. La tercera era la más compleja y sería la que, en

última instancia, habría de tener transcendencia militar. Decía textual-

mente: «Ruta de Nueva York o Miami, por América del Sur, África

Occidental, Villa Cisneros y Marruecos francés a Sevilla, Madrid, Bar-

celona, continuando desde allí a París y otros puntos más allá de esta

capital».

El convenio civil entró plenamente en vigor nada más terminada la guerra en Europa, pero antes, el 19 de febrero de 1945, se llegaba a un acuerdo secreto entre los dos gobiernos que permitía la utilización de una parte de la tercera ruta, el sobrevuelo de las posesiones españo-las africanas, a los aviones del Mando de Transporte Aéreo de la Fuer-za Aérea norteamericana. En los mismos días que se estaba producien-do la conferencia de Yalta (4 a 11 de febrero de 1945), cuando la guerra en Europa estaba terminando, España se alineaba ya de forma clara, secreta y por escrito con los que iban a ser vencedores de la Se-gunda Guerra Mundial, violentando su situación de nación neutral.

En mayo de 1945 Alemania se había rendido, pero la guerra en el Pacífico continuaba. Estados Unidos necesitaba trasladar una parte de su inmenso ejército en Europa a los frentes de combate aún abiertos. Tres millones de soldados yanquis fueron inmediatamente repatriados. Los aviones de la época carecían de autonomía suficiente para cruzar el Atlántico Norte sin escalas, debiendo volar desde Senegal a Brasil para cruzar este océano. En Dakar se reunían dos rutas aéreas, la que iba desde allí a América y otra en dirección a la India:18

El Mando Superior de Transporte tenía su sede en El Cairo, pero el

Cuartel General de la División de Transporte del Norte de África se

encontraba en Casablanca (Marruecos francés). Antes del acuerdo con

España, la ruta Dakar-Casablanca y viceversa se realizaba por el interior


del desierto del Sahara, sobrevolando los territorios de soberanía fran-

cesa. Dicha ruta era peligrosa: los aviones tenían que sobrevolar la

cordillera del Atlas, con alturas de más de 4.000 m; luego tenían más

de 2.000 km de desierto, con solo dos aeródromos disponibles en caso de

emergencia: Tinduf, en Argelia, y Atar, en la actual Mauritania. La

ruta de la costa, sobre territorio español, era mucho más segura, sin

fuertes temperaturas y con tres aeródromos disponibles: Cabo Jubi,

Villa Cisneros (ambos en nuestro antiguo Sahara) y Saint Étienne, la

actual Nuadibú mauritana, que eran bastante mejores que los de Tin-

duf y Atar.

Los norteamericanos volvieron a negociar con España y a finales

del citado mes de mayo, el acuerdo de febrero se había ampliado: la

ruta podría ser utilizada por todo tipo de aviones de la US Army Air

Force.

Como fruto de estos acuerdos se establecieron dos bases norteame-ricanas en los dos aeropuertos militares españoles del Sahara, creándose la 1.274 Unidad de Mando de Transporte Aéreo de la División Norte-africana de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, con sede en Villa Cisneros como principal base de operaciones. La pista tenía 2.100 me-tros y barracones e instalaciones adecuadas para sus fines. Completaban el despliegue de las fuerzas aéreas norteamericanas en el Sahara español dos bases de apoyo con equipos de radionavegación, comunicación y mantenimiento en Cabo Jubi, Sahara español, y en la posesión gala de Port Étienne. El mando lo desempeñó el mayor Harry J. Jenkins tenien-do como enlace al capitán español Francisco Bacariza:19

El 9 de julio de 1945 un Douglas C-47 de las Fuerzas Aéreas de Es-

tados Unidos despegó de Casablanca, con un oficial y nueve soldados

americanos a bordo. Su destino era Villa Cisneros, y el oficial, el mayor

Jenkins. Fueron recibidos en el aeropuerto por el delegado del Go-

bierno en Río de Oro, comandante Jorge Núñez, empezando a partir

de aquel momento un periodo de amistad, cooperación y ayuda mu-

tua que duraría un año, y que dejó en todos los norteamericanos que

por allí pasaron un recuerdo imperecedero.

luis e. Togores 29

En Villa Cisneros se estableció el contingente principal de nortea-mericanos, que llegó a estar compuesto por un centenar de militares de esta nacionalidad, mientras en Cabo Jubi había otros cincuenta mandados por el teniente Zanoli. Su misión consistía en dar apoyo a los aviones que volaban sobre las costas de Sahara, gracias a sus enton-ces muy modernos equipos de comunicaciones y dos radiofaros. La base de Villa Cisneros contaba con un radiogoniómetro omnidireccio-nal de 1,2 kilovatios de potencia y de 359 kilociclos por segundo, modelo Adcock de tubos de rayos catódicos, de onda corta, con indi-cativo CD.20 En Cabo Jubi la estación norteamericana operaba en frecuencia modulada y el radiofaro solo tenía la potencia de medio kilovatio.

En los aeropuertos españoles solo aterrizaban los aviones con pro-blemas. En ellos podían repostar queroseno y obtener lubricantes y repuestos. Fueron un centenar de aviones los que tuvieron que aterri-zar en Villa Cisneros y en Cabo Jubi. Normalmente eran de transpor-te, pero se dio el caso de un bombardero B-17 que tuvo que aterrizar envuelto en llamas.

La presencia norteamericana en el Sahara español terminó el 30 de mayo de 1946. Cuando dejaron las bases españolas, el delegado del Go-bierno en el África Occidental española, comandante Jorge Núñez Rodríguez, escribió al jefe americano en Casablanca: «Estoy seguro de interpretar los más exactos sentimientos del coronel gobernador del África Occidental española al decirles que lamentamos la marcha del destacamento de estas tierras españolas (…). Tenga por seguro, mi coronel, que este año de sincera y leal colaboración de los tres Ejércitos de España con el destacamento de las fuerzas de su mando es la expre-siva y sincera demostración de camaradería y amistad hacia su nación».21

En 1950 se hizo cargo del Ministerio del Ejército el primer jefe de la División Azul, Muñoz Grandes, que, cargado de pragmatismo, comenzó a realizar algunas reformas que necesitaba el «ejército de piojosos» que eran las Fuerzas Armadas españolas al terminar la guerra en Europa. En los años cuarenta el Ejército de Tierra contaba con muchos efectivos, con una oficialidad buena y con gran experiencia bélica, pero carecía de todo. Con Muñoz Grandes se inició una drás-


tica reducción de efectivos, se afrontó la eliminación de organismos innecesarios y el paso al retiro o a la reserva de mucho personal so-brante. El ministro adoptó unas medidas muy duras, que llevaron a algunos de sus compañeros a decir que Muñoz Grandes estaba ha-ciendo las mismas reformas que hizo Azaña. Al llegar a la cartera del Ejército, las fuerzas de tierra, las más importantes, se componían de 26 divisiones teóricas. Don Agustín las redujo en 1955 a 18 y a solo 14 en 1960.

Las Fuerzas Armadas necesitaban proceder a su modernización urgente, ya que los equipos comprados a Alemania en el Programa Bär eran insuficientes, muchos de ellos habían quedado obsoletos y con la derrota de Alemania carecían de repuestos. España no podía seguir con unidades a caballo, sin equipos de zapadores ni de transmisiones, sin camiones y vehículos ligeros, sin gasolina. Tener unidades acorazadas acordes a su tiempo —la División Acorazada Brunete se fundó en agosto de 1943 siendo más un alarde de voluntad y de propaganda que una realidad operativa—22 era solo un sueño, como tener buques de guerra modernos y una fuerza aérea acorde a la era de los aviones a reacción, que estaba comenzando de forma imparable. Esta moderni-zación tendría que venir de manos de Estados Unidos, gracias al radi-cal anticomunismo del Régimen español en plena Guerra Fría. Todo cambió con la firma de los acuerdos entre Madrid y Washington de 1953, que lograron su punto de mayor integración con la entrada de España en la OTAN en tiempos del gobierno socialista de Felipe González. El 19 de septiembre de 1951 escribía Muñoz Grandes a Yagüe, en relación a los nuevos contactos con los miembros de las Fuerzas Armadas norteamericanas:23

Tenían de nosotros una concepción desfavorable y se encuentran sor-

prendidos al ver que tenemos una organización y unos medios que

no esperaban. Han repetido insistentemente su deseo de estrechar

nuestras relaciones; y únicamente el teniente coronel que vino de jefe

de los equipos de trabajo dijo que estos deseos se encontraban con la

dificultad que le presentaba nuestro Régimen (…). Dijo también que

el ejército francés estaba bien y la oficialidad, aunque procedía en gran

luis e. Togores 31

parte de la Resistencia, estaba de nuestro lado, menos una minoría que

estaba fichada para ser detenida en su día.

Una percepción que quedaba constatada por el general de brigada Samuel G. Conley, que escribía en octubre de 1951: «He llegado a tener una gran admiración por la competencia, carácter y voluntad del pueblo español. Un pueblo con tal voluntad de vencer al comunismo merece el triunfo. Puede Vd. estar seguro de que considero un honor y un privilegio el tener a vuestra nación como amiga».24 En junio de 1954 una comisión militar española, formada por los generales Gutié-rrez de Soto, Alamán, Villegas, Isasi Isasmendi y Rodríguez Cano, visi-tó la Escuela de Mando y Estado Mayor de Forth Leavenworth, en Kansas. Al terminar la visita el general de brigada Charles E. Beau-champ dijo:25

[…] manifestar una predisposición por parte de las Escuelas de Man-

do y Estado Mayor a trabajar en armonía con los representantes acre-

ditados del Ejército Español, apretando los lazos que unen las fuerzas

nacionales de los dos estados soberanos en un propósito común.

Hay que recordar que los conquistadores españoles fueron los

primeros en traer la civilización europea al hemisferio occidental.

Desde entonces, la influencia española desempeña un papel impor-

tante en la vida de los pueblos de ambas Américas. Estos americanos

están orgullosos de su herencia española.

En cualquier caso, las carencias de las Fuerzas Armadas españolas y la amistad contenida de Estados Unidos se evidenciaron en la Guerra de Ifni de 1957-1958 en la que, al no enfrentarse España al comunis-mo sino al expansionismo de un Marruecos recién llegado a la inde-pendencia, Washington impidió el empleo de muchos de los pocos medios militares que ya estaba entregando a España. La Fuerza Aérea española siguió usando los viejos Junker y algunos cazas alemanes. El Ejército comenzaba de forma lenta su modernización. Cuando empe-zó la guerra ya se habían creado las banderas paracaidistas, pero el Ejército de África se movía en viejos camiones Ford K y unos pocos


jeep, a los que luego se unieron 10 autoametralladoras M-8 norteame-ricanas de la Segunda Guerra Mundial, compradas a Francia, algunos carros M-24 para los dragones del Pavía, llegando las autoametrallado-ras M-3A1 usadas en la Segunda Guerra Mundial al final, junto a los Chevrolet C-15 Trumphy canadienses, que fueron entregados a la Le-gión tras pasar por la Brunete, donde desfilaban tirando de cañones Pak 40 de 75 mm alemanes del Programa Bär. La Legión y otras uni-dades de infantería combatieron en esta guerra con el máuser 7.92 de cerrojo,26 un arma de comienzos de la Segunda Guerra Mundial, el mortero ECIA de 50 y 81 mm, los subfusiles Coruña y Z-45 y las ametralladoras Alfa.

Por su interés, y por el común anticomunismo los gobiernos de Washington y Madrid comenzaron a tejer una serie de lazos en los que los militares de ambos países tuvieron un papel muy destacado y que terminaron por la inclusión razonable de España en el mundo occidental, aunque siempre existió cierta antipatía por el Régimen de Franco entre algunos integrantes del mundo libre.

El egoísmo inglés

Gran Bretaña, la más beneficiada de entre todas las naciones aliadas por la neutralidad singular del Régimen de Franco, fue la que, a pesar de los muchos favores recibidos del gobierno de España y también de las muchas y continuas manifestaciones de amistad y comprensión hacia la difícil situación de España en la guerra, y de haber ponderado la forma tan acertada en la que Franco había sorteado la entrada en la guerra al lado del Eje, evitando que su país fuera invadido por los ale-manes, a la hora de la verdad no tuvo reparos en situarse con los ene-migos de España. Inglaterra, en el pasado y en el presente, y segura-mente en el futuro, siempre ha trabajado en su exclusivo beneficio, sin interesarle nada ni nadie.

La principal causa de tensión entre Londres y Madrid fue y es Gibraltar. A finales del siglo xix los británicos propusieron la construc-ción de un hipódromo en la zona neutral, lo que fue muy bien acogi-

luis e. Togores 33

do por los españoles, dada la afición a los caballos de los andaluces. El hipódromo se convirtió en un foco de vida social y esparcimiento de la población del Campo de Gibraltar. Durante la Guerra Civil de 1936 a 1939 los ingleses aprovecharon la existencia de las pistas de carreras para apropiarse de la mitad del istmo y construir un aeropuerto de uso militar.

En los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial se habían firmado los Acuerdos de Cartagena de 1907, un cambio de notas di-plomáticas entre Francia, Gran Bretaña y España, que solo sirvieron para que Madrid se posicionase con Londres y París contra las ambi-ciones de Alemania sobre Marruecos, sin que sus «amigos» diesen nada a cambio.

El 5 de agosto de 1908 el embajador inglés en Madrid comunica-ba que su gobierno había decidido construir una verja en el lado bri-tánico del territorio neutral, quedando así «conquistados» 800 metros de la zona neutral. El 18 de febrero 1909 comenzó la construcción de la verja, de 2,75 metros de altura, coronada por tres filas de alambres de espino. Las protestas de los gobiernos de Alfonso XIII no sirvieron para nada, ya que el gobierno de Su Majestad británica «no encontra-ba motivos» para suspender los trabajos. En aquellas fechas Gran Bre-taña era la potencia más poderosa del mundo. La verja tenía una sola puerta que permitía el paso de personas y carros entre España y Gi-braltar, estando controlada exclusivamente por los británicos.

La dictadura de Primo de Rivera tanteó la posibilidad de permu-tar Gibraltar por Ceuta, sin que la cuestión pasase de algunas conver-saciones. Con la llegada de la Segunda República a España el nuevo gobierno realizó maniobras militares en el istmo y prohibió que los gibraltareños comprasen fincas rusticas en el Campo de Gibraltar.

Como señala Carrascal, «los ingleses no serían ingleses si no apro-vecharan el siguiente periodo de debilidad española». En 1938 cons-truyen el aeropuerto, en el istmo neutral donde antes estaba el hipó-dromo. El duque de Alba, embajador de Franco en Londres, elevó una protesta que no tuvo ningún efecto. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial los ingleses ampliaron la pista hasta los 1.829 metros actuales, adentrándose en la Bahía de Algeciras, de indiscutible sobera-


nía española. Durante la Guerra Civil los nacionales, que dominaban el Campo de Gibraltar, no hicieron nada. Es importante el hecho de que las autoridades del Peñón fuesen abiertamente partidarias de los sublevados.27 Churchill declaró: «Si yo fuera español, sería partidario del general Franco, porque es él quien tiene la razón. Pero soy inglés, y tengo que defender la política y las conveniencias de Inglaterra».28

Terminada la Guerra Civil, el nuevo gobierno español protestó por la existencia del aeropuerto construido en la zona neutral, respon-diendo Londres que era solo una pista de aterrizaje de emergencia (emergency landing ground). Pero de forma casi inmediata se convirtió en un aeropuerto militar de enorme tráfico.29

Durante la Segunda Guerra Mundial la siempre prepotente diplo-macia británica no tuvo ningún reparo en mostrar a la España de Franco su amistad. En junio de 1940, después de la batalla de Francia, ante el temor a que España entrara en guerra al lado del Eje, en Lon-dres se comienza a estudiar la posibilidad de entregar a España Gibral-tar a cambio de su neutralidad, idea propuesta a Churchill por el en-tonces secretario principal de Estado para los Negocios Extranjeros. Rechazó la idea al pensar que «un ofrecimiento de esta índole no pudiera influir para nada en la decisión española». El 4 de julio de 1940 el embajador de España en Londres, duque de Alba, telegrafió a su ministro, entonces Beigbeder:30

Hablé esta mañana con el subsecretario parlamentario de Asuntos Ex-

teriores, quien me dijo: «El Gobierno inglés espera continuemos en

buenas relaciones con él, ya que había aprendido una lección de sus

errores pasados en su política para con España y está dispuesto a con-

siderar, más tarde, todos nuestros problemas, incluso el de Gibraltar».

En otro telegrama informaba Alba a Beigbeder:31

El ministro de Colonias, en un aparte, me ha dicho, previniéndome

que hablaba a título personal y no como ministro, que en los últimos

días había aconsejado repetidas veces al presidente del Consejo de

Ministros, con el que le unía una gran amistad, que Inglaterra adop-

luis e. Togores 35

tara la política de incitar a España a ocupar el Marruecos francés. Yo

le respondí que, puesto que hablaba a título personal, no debía olvidar

Gibraltar.

Un año después, el 2 de octubre de 1941, en una comida en la embajada de España, el propio Churchill, primer ministro inglés, sacó el tema, estando presente su ministro de Negocios Extranjeros Anthony Eden y su embajador en Madrid sir Samuel Hoare. Escribe Alba:32

Hoy almorzaron en nuestra embajada Churchill, Eden, embajador

Inglaterra en Madrid (Hoare) y otros. El primer ministro en conver-

sación me dijo que su deseo era que España sea cada vez más próspe-

ra y fuerte; que si Inglaterra gana la guerra, lo que para él no ofrece la

menor duda, Francia le deberá mucho y ella a Francia nada (…). Italia

quedará, como Francia, bastante disminuida, lo que proporcionará a

España ocasión de ser la potencia más fuerte del Mediterráneo, en el

cual podrá contar con la ayuda decidida de Inglaterra. Estamos deci-

didos —añadió— a ayudar a España en todo, solo pedimos que Espa-

ña no deje pasar por su territorio a los alemanes.

El 18 de mayo de 1948 Franco habló en las Cortes Españolas so-bre la situación internacional, leyendo el telegrama anterior de su em-bajador duque de Alba. El 21 de mayo de 1949 Hoare publicaba una carta en el Times negando haber asistido al almuerzo en la embajada de España al que aludía Alba:33

Señor Director del Times:Muy Señor mío: en su artículo del 18 de mayo, su corresponsal

en Madrid declara que el general Franco ha acusado al gobierno bri-

tánico de haber roto una promesa hecha durante una reunión en la

que participaron Mr. Churchill, Mr. Eden, Sir Samuel Hoare, los jefes

del Estado Mayor y el duque de Alba.

Escribo para decir que no solo no asistí nunca a una reunión de

esa clase, sino que jamás oí hablar de que se llegara a celebrar seme-

jante reunión sin que yo estuviera presente.


Este relato, por consiguiente, es tan apócrifo como otros tantos

que el general Franco ha hecho anteriormente en las reuniones, cui-

dadosamente preparadas, de sus partidarios.

Su atento servidor

Templewood (Sir Samuel Hoare)

Cámara de los Lores, 19 de mayo.

La Oficina de Información Diplomática española demostró la mentira de Hoare, ya que la prensa londinense dio noticias del citado almuerzo al que asistió el diplomático: «El primer ministro ha sido invitado de honor en el almuerzo ofrecido ayer por el embajador de España en la sede de la embajada española, en Belgrave Square. Entre los demás invitados figuraba: el embajador de Portugal, Mr. Anthony Eden, lord Croft, Sir Samuel Hoare, Mr. R. A. Butler, el comandante Dresmond Morton, el señor Tuesta y el señor Villaverde».34 Sin co-mentarios.

En los prolegómenos de la Operación Torch el istmo de Gibraltar estuvo repleto de aviones y equipo de todo tipo, hacinados de tal for-ma que un solo morterazo lanzado desde la zona española o cualquier otro tipo de acción o atentado habría hecho saltar por los aires e in-cendiarse todos estos fundamentales equipamientos para la buena mar-cha de la guerra de los ingleses. España no hizo nada.

En la entrevista que mantuvo Franco con el embajador alemán el 17 de marzo de 1944, que recoge Jordana en sus diarios,35 el Caudillo aludió directamente al deseo de Finlandia, Rumania y Bulgaria, alia-dos del Eje, de abandonar la guerra, y a cómo Turquía jugaba a dos barajas estando cada día más próxima a los Aliados, según parecía más clara su victoria. Dijo Franco en relación a las siempre difíciles relacio-nes con Inglaterra:36

Nosotros nos opusimos a la guerra porque sabíamos cuál iba a ser su

alcance y lo que nos iban a complicar nuestra situación.

Cuando se derrumbó Francia (…) tuve ocasión de cambiar im-

presiones con el Führer. Yo creía que convenía entenderse con Ingla-

terra. Entonces pedí también al Führer que nos pusiera en condiciones

luis e. Togores 37

de poder obrar con absoluta libertad y el Führer me dijo que el tér-

mino de la guerra era inmediato, que no daba tiempo a esa ayuda. En

caso necesario, nos ayudaría con préstamos de armamentos, pero que

no podía facilitar utillaje. No pude convencerle de lo contrario. En

tales condiciones tuvimos que resignarnos y, no obstante nuestro es-

fuerzo, no hemos podido ponernos en condiciones de rehacernos

totalmente en ningún sentido. Es decir que, pesando nuestras posibi-

lidades, sería trágica nuestra entrada en la guerra. Y a eso obedece

nuestra política. ¿Que los anglosajones abusan cuanto pueden? Es

cierto. Pero nosotros venimos defendiéndonos desde el mes de no-

viembre (1943) con un tesón enorme. Realmente es inexplicable que

Alemania no haya aprovechado las épocas en que tenía facilidad para

adquirir el wolframio para hacer grandes reservas de él; y nunca dimos

importancia a ese problema ni concebíamos que pudiera ser un pro-

blema vital para su país. Es decir, que cuando estábamos en condicio-

nes de darles cuanto wolframio quisieran, no nos lo pidieron y, en

cambio, nos lo piden cuando es un grave problema dárselo. La ofen-

siva contra nosotros es general; supresión de los envíos de gasolina, de

hecho, del algodón, del caucho, del fosfato; campaña intensa de radio

y de prensa; manejos para enemistar a Argentina con nosotros, etc., etc.

En esos momentos se inicia una negociación en la que nos opusimos

a aceptar, rotundamente, el embargo del wolframio y al fin logramos

que rectificasen esto.

Mantener el equilibrio entre Londres y Berlín no fue cosa fácil, pues ninguna de las dos potencias dejó nunca de intentar presionar a Madrid con todos los recursos a su alcance.

El 23 de julio de 1946 un gobierno laborista inglés incluyó Gi-braltar en la lista de territorios no autónomos que requerían ser des-colonizados que pedía la ONU. Con esta maniobra Londres abría la puerta para que, si en el futuro renunciaba al control del Peñón, esta base militar no volviese a manos españolas, como obligaba el Tratado de Utrecht, sino que pudiese convertirse en una nación independien-te. España no pudo oponerse, pues no era miembro de la ONU. Así pagaba Londres la neutralidad española en la recién concluida guerra.


En 1950 los británicos crearon un Consejo Ejecutivo y un Con-sejo Legislativo en Gibraltar como embrión de un gobierno y un parlamento en la base militar, ahora colonia. Una vez más la protesta española fue desoída por los hijos de la Gran Bretaña. En 1954 la reina inglesa visitó el Peñón para inaugurar el Consejo Ejecutivo y Legisla-tivo. España reaccionó suprimiendo el consulado español en Gibraltar y estableciendo un numerus clausus de trabajadores españoles que pu-diesen entrar a trabajar en el Peñón, con el propósito de eliminar en un futuro próximo en su totalidad esta masa laboral que había resulta-do fundamental para el esfuerzo de guerra aliado durante la Segunda Guerra Mundial, y que seguía siéndolo para su desarrollo económico en aquellas fechas. El general Cuesta Monedero, gobernador del Cam-po de Gibraltar, abrió una puerta española frente a la inglesa en la verja, lo que acarreó una protesta airada por parte de los británicos:37

Querían este paso abierto para ellos y los gibraltareños, pero cerrado

a su voluntad para los españoles, a los que solo admitían como com-

pradores de mercancías en el puerto franco de Gibraltar y como mano

de obra barata para su arsenal y otros trabajos serviles, pero sin ningún

otro derecho. La razón era muy sencilla: la colonia depende física y en

bastantes aspectos económicamente de España. Si se cortara la comu-

nicación con esta, aunque siguiera el contrabando por mar, iban a

pasarlo mal. Sus protestas por estos controles han durado hasta que los

gobiernos españoles renunciaron a ellos sin pedir prácticamente nada

a cambio.

Pero Gran Bretaña nunca suelta una presa y, como muy bien dijo Churchill, si Alemania hubiese ganado la guerra Inglaterra perdería Gibraltar y si la ganaba Londres no tendría que cumplir nada de lo prometido a España durante la contienda, pues la emergencia nacional que vivieron los ingleses entre 1939 y 1945 justificaba cualquier cosa. El 30 de mayo de 1969 el gobierno de Londres proclamaba «su» cons-titución para Gibraltar, cimentada en un referéndum ilegal según la ONU. El gobierno de Franco respondió el 6 de junio cerrando las comunicaciones por tierra entre Gibraltar y España, por medio de una

luis e. Togores 39

orden firmada por el entonces ministro de Hacienda Juan José Espi-nosa San Martín:

Primero. Queda suprimido el punto habilitado de tercera clase depen-

diente de la Aduana de Algeciras, dependiente de la Línea de la

Concepción.

Segundo: A partir de la publicación de esta Orden, se procederá al

cierre de dicho punto, quedando totalmente prohibida toda cla-

se de tránsito a través del mismo.

Un decreto de 4 de julio concedía facilidades de paso y asenta-miento en España a los gibraltareños que renunciasen a la nacionalidad británica en favor de la española, aunque Madrid las suprimió cuando más de mil gibraltareños solicitaron ser españoles.

Franco y sus ministros de Exteriores tuvieron en su mano la desa-parición de la Unión Jack del Peñón, pero el precio era para los espa-ñoles demasiado alto. Nunca sabremos qué habría ocurrido si España hubiese sido menos comprensiva con Inglaterra en el Peñón durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que sí sabemos es que muchos, mu-chísimos españoles soñaban en aquellos días turbulentos de guerra y de pasiones nacionalistas a flor de piel con la recuperación de Gibraltar a cualquier precio. Mi suegro, Santiago, un niño de la guerra, me con-taba cómo jugaba con sus amigos en Monzón y se preparaban para ir a Gibraltar y conquistar el Peñón.

Cuando los divisionarios españoles combatían en Rusia contra el bolchevismo cantaban el himno falangista ¡Gibraltar! ¡Gibraltar! había un sentimiento que llevó a Antonio Molina a cantar en 1950 su copla Gibraltar:

Gibraltar,frente al mar Mediterráneo,rincón de tierra andaluza,son tus frentes gaditanos.Gibraltar,fuera muros y fronteras,


que no hay vallas que separenel cuerpo y alma de España.Gibraltar,espina en el corazónde mi España soberana.Gibraltar, Gibraltaryo te canto mi canción.Gibraltar, Gibraltar,Gibraltar, tu roca tierra española,españolas tus entrañasy aunque alguno no lo quiera,Gibraltar, todo el mundo lo proclama,que tú eres Andalucía,que tú eres parte de España.Gibraltar, espina en el corazónde mi España soberana.Gibraltar, Gibraltar,yo te canto mi canción.Gibraltar, Gibraltar.

Si España no entró en guerra, y así Londres pudo conservar el Peñón durante todo el conflicto, fue sin lugar a dudas gracias a la vo-luntad neutralista de Franco y de sus ministros.

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FRANCO FRENTE A HITLER€¦ · muestra la amplitud de la beligerancia franquista y la incondicionalidad de Franco y Falange junto a Hitler (…). La División Azul fue enviada al