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Fray Marcos de Niza

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Descubrimiento de las siete ciudades, por el padre fray Marcos de Niza1

Instrucción de don Antonio de Mendoza, visorrey de Nueva España

Primeramente: luego como llegáredes a la provincia de Culuacán, exhortaréis y animaréis a los españoles, que residen en la villa de San Miguel, que traten bien los indios que están de paz y no se sirvan dellos en cosas ecesivas, certificándoles que haciéndolo así, que les serán hechas mercedes y remunerados por Su Majestad los trabajos que allá han padescido, y en mí ternán buen ayudador para ello; y si hicieren al contrario, que serán castigados y desfavorecidos.

Daréis a entender a los indios que yo os envío, en nombre de Su Majestad, para que digáis que los traten bien y que sepan que le ha pesado de los agravios y males que han rescibido; y que de aquí adelante serán bien tratados, y los que mal les hicieren serán castigados.

Asimismo les certificaréis que no se harán más esclavos dellos, ni los sacarán de sus tierras; sino que los dejarán libres en ellas, sin hacelles mal ni daño: que pierdan el temor y conozcan a Dios Nuestro Señor, que está en el cielo, y al Emperador, que está puesto de su mano en la tierra para regilla y gobernalla.

Y porque Francisco Vázquez de Coronado, a quien Su Majestad tiene proveído por gobernador de esa provincia, irá con vos hasta la villa de San Miguel de Culuacán, avisarme heis como provee las cosas de aquella villa, en lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor y conversión y buen tratamiento de los naturales de aquella provincia.

Y si con el ayuda de Dios Nuestro Señor y gracia del Espíritu Santo, halláredes camino para pasar adelante y entrar por la tierra adentro, llevaréis con vos a Esteban de Dorantes por guía, al cual mando que os obedezca en todo y por todo lo que vos le mandáredes, como a mi misma persona; y no haciéndolo así, que incurra en mal caso y en las penas que caen los que no obedescen a las personas que tienen poder de Su Majestad para poderles mandar.

Asimismo lleva el dicho gobernador, Francisco Vázquez, los indios que vinieron con Dorantes, y otros que se han podido recoger de aquellas partes, para que, si a él y a vos os paresciere que llevéis en vuestra compañía algunos, lo hagáis y uséis dellos, como viéredes que conviene al servicio de Nuestro Señor.

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Siempre procuraréis de ir lo más seguramente que fuere posible, e informándoos primero si están de paz o de guerra los unos indios con los otros, porque no deis ocasión a que hagan algún desconcierto contra vuestra persona, el cual será causa para que contra ellos se haya de proceder y hacer castigo; porque de esta manera en lugar de ir a hacelles bien y dalles lumbre, sería al contrario.

Llevaréis mucho aviso de mirar la gente que hay, si es mucha o poca, y si están derramados o viven juntos.

La calidad y fertilidad della, la templanza de la tierra, los árboles y plantas y animales domésticos y salvajes que hubiere, la manera de la tierra, si es áspera o llana, los ríos, si son grandes o pequeños, y las piedras y metales que hay en ella; y de las cosas que se pudieren enviar o traer muestra, traellas o enviallas, para que de todo pueda Su Majestad ser avisado.

Saber siempre si hay noticia de la costa de la mar, así de la parte del Norte como de la del Sur, porque podría ser estrecharse la tierra y entrar algún brazo de mar la tierra adentro. Y si llegáredes a la costa de la mar del Sur, en las puntas que entran, al pie de algund árbol señalado de grande, dejar enterradas cartas de lo que os paresciere que conviene aviar, y al tal árbol donde quedare la carta hacelle alguna cruz porque sea conocido; asimismo en las bocas de los ríos y en las disposiciones de puertos, en los árboles más señalados, junto al agua, hace la misma señal de la cruz y dejar las cartas, porque, si enviare navíos, irán advertidos de buscar esta señal.

Siempre procuraréis de enviar aviso con indios de cómo os va y sois recibido y lo que halláredes, muy particularmente.

Y si Dios Nuestro Señor fuese servido que halléis alguna población grande, donde os paresciese que habrá buen aparejo para hacer monesterio y enviar religiosos que entendiesen en la conversión, avisaréis con indios o volveréis vos a Culuacán. Con todo secreto daréis aviso para que se provea lo que convenga sin alteración, porque, en la pacificación de lo que se hallare, se mire el servicio de Nuestro Señor y bien de la gente de la tierra.

Y aunque toda la tierra es del Emperador Nuestro Señor, vos en mi nombre tomaréis posesión della por Su Majestad, y haréis las señales y autos, que os pareciesen que se requieren para tal caso; y daréis a entender a los naturales de la tierra que hay un Dios en el cielo y el Emperador en la tierra, que está para mandalla y gobernalla, a quien todos han de ser subjetos y servir.- Don Antonio de Mendoza.

CertificacionesDigo yo fray Marcos de Niza, de los Observantes de San Francisco, que rescibí un

treslado desta instrucción firmada del Ilustrísimo señor don Antonio de Mendoza, visorrey

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y gobernador de la Nueva España, la cual me entregó; por mandado de Su Santidad y en su nombre, Francisco Vázquez de Coronado, gobernador desta nueva Galicia; el cual treslado es sacado desta instrucción de verbo ad verbum, y con ella corregida y concertada, la cual dicha instrucción prometo de la cumplir fielmente y de no ir ni pasar contra ella ni contra cosa de lo en ella contenido, ahora ni en ningún tiempo. Y porque así lo guardaré y cumpliré, firmé aquí mi nombre, en Tonala , a veinte días del mes de noviembre, de mil y quinientos e treinta e ocho años, adonde me dio y entregó en el dicho nombre la dicha instrucción, que es en la provincia desta Nueva Galicia.- Fray Marcos de Niza.

Digo yo fray Antonio de Cibdad-Rodrigo, fraile de la orden de los Menores y ministro provincial que a la sazón soy de la provincia del Santo Evangelio desta Nueva España, que es verdad que yo envié a fray Marcos de Niza, sacerdote, fraile, presbítero y religioso y en toda virtud y religión tal, que de mí y de mis hermanos los difinidores diputados para dellos tomaron consejo en las cosas arduas y dificultosas, fue aprobado y habido por idóneo y suficiente para hacer esta jornada y descubrimiento, así por la suficiencia arriba dicha de su persona, como por ser docto, no solamente en la teología, pero aun en la cosmografía, en el arte de la mar; y ansí consultado y difinido que fuese él, fue con otro compañero, fraile lego, que se llama fray Onorato, por mandado del señor don Antonio de Mendoza, visorrey desta dicha Nueva España; y Su Santidad le dio todo el aparejo y recabdo que fue menester para el dicho camino y jornada; y esta instrucción que aquí está escrita, la cual yo vi y Su Santidad lo comunicó conmigo, preguntándome lo que della me parecía, y paresciéndome bien, se dio al dicho fray Marcos, por mano de Francisco Vázquez de Coronado; la cual él rescibió sin falta y ejecutó fielmente, como en efeto ha parecido. Y porque lo sobredicho es ansí verdad y en ello no ha falencia ninguna, he escrito esta fe y testimonio y lo firmé de mi nombre.- Fecha en México, a veinte y seis días de agosto, año de mil e quinientos e treinta e nueve.- Fray Antonio de Cibdad-Rodrigo, ministro provincial.

RelaciónCon el ayuda y favor de la Sacratísima Virgen María, Nuestra Señora y del seráfico

nuestro padre San Francisco, yo fray Marcos de Niza, fraile profeso de la orden de San Francisco, en cumplimiento de la instrucción, arriba contenida, del Ilustrísimo señor don Antonio de Mendoza, visorrey y gobernador por Su Majestad de la Nueva España, partí de la villa de San Miguel, de la provincia de Culuacán, viernes siete días del mes de marzo de mil e quinientos e treinta e nueve años, llevando por compañero al padre fray Onorato y llevando conmigo a Esteban de Dorantes, negro, y a ciertos indios, de los que el dicho señor Visorrey libertó y compró para este efecto, los cuales me entregó Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia, y con otra mucha cantidad de indios de Petatean, y del pueblo que llaman del Cuchillo, que serán cincuenta leguas de la dicha villa. Los cuales vinieron al valle de Culuacán, sinificando gran alegría, por habelles certificado los indios libertados, que el dicho Gobernador envió delante a hacelles saber su libertad y que no se habían de hacer esclavos dellos ni hacelles guerra ni mal tratamiento, diciéndoles que así lo quiere y manda Su Majestad. Y con esta compañía que digo, tomé mi camino

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hasta allegar al pueblo de Petatean, hallando en el camino muchos rescibimientos y presentes de comida, rosas y otras cosas desta calidad, y casas que me hacían de petates y ramas, en todas las partes donde no había poblado. En este pueblo de Petatean holgué tres días, porque mi compañero fray Onorato adoleció de enfermedad, que me convino dejallo allí; y conforme a la dicha instrucción, seguí mi viaje por donde me guió el Espíritu-Santo, sin merescello yo. E yendo conmigo el dicho Esteban de Dorantes, negro, y algunos de los libertados y mucha gente de la tierra, haciéndome en todas partes que llevaba muchos rescibimientos y regocijos y arcos triunfales y dándome de la comida que tenían, aunque poca, porque dicen haber tres años que no llovía, y porque los indios de aquella comarca más entendían en esconderse que en sembrar, por temor de los cristianos de la villa de San Miguel, que hasta allí solían llegar a les hacer guerra y esclavos. En todo este camino, que serían 25 o 30 leguas de aquella parte de Petatean, no vi cosa digna de poner aquí, ecebto que vinieron a mí indios de la isla en que estuvo el Marqués del Valle, de los cuales me certifiqué ser isla, y no como algunos quieren decir, tierra firme; y vi que della pasaban a la tierra firme en balsas, y de la tierra firme a ella, y el espacio, que hay de la isla a la tierra firme, puede ser media legua de mar, poco más o menos. Asimismo me vinieron a ver indios de otra isla mayor que ella, que está más adelantre, de los cuales tuve razón2 haber otras treinta islas pequeñas, pobladas de gente y pobres de comida, ecebto dos, que dicen que tienen maíz. Estos indios traían colgadas de la garganta muchas conchas, en las cuales suele haber perlas; e yo les mostré una perla que llevaba para muestra, y me dijeron que de aquellas había en las islas, pero yo no les vi ninguna. Seguí mi camino por un despoblado de cuatro días, yendo conmigo indios, así de las islas que digo como de los pueblos que dejaba atrás; y al cabo del despoblado, hallé otros indios, que se admiraron de me ver, porque ninguna noticia tienen de cristianos, a causa de no contratarse con los de atrás por el despoblado. Estos me hicieron muchos rescibimientos, y me dieron mucha comida, y procuraban de tocarme en la ropa, y me llamaban Sayota, que quiere decir en su lengua «hombre del cielo», a los cuales, lo mejor que yo pude, hice entender por las lenguas lo contenido en la instrucción, que es el conoscimiento de Nuestro Señor en el cielo y de Su Majestad en la tierra. Y siempre, por todas las vías que podía, procuraba de saber tierra de muchas poblaciones y de gente de más policía y razón que con los que topaba; y no tuve nueva más de que me dijeron que la tierra adentro, cuatro o cinco jornadas do se rematan las cordilleras de las sierras, se hace una abra llana y de mucha tierra, en la cual me dijeron haber muchas y muy grandes poblaciones; en que hay gente vestida de algodón. Y mostrándoles yo algunos metales, que llevaba, para tomar razón de los metales de la tierra, tomaron el metal de oro y me dijeron que de aquel hay vasijas entre aquella gente de la abra, y que traen colgadas de las narices y orejas ciertas cosas redondas de aquel oro, y que tienen unas paletillas dél, con que raen y se quitan el sudor. Y como esta abra se desvía de la costa, y mi intención era no apartarme della, determiné de dejalla para la vuelta, porque entonces se podría ver mejor. Y ansí anduve tres días, poblados de aquella misma gente, de los cuales fui recibido como de los de atrás. Llegué a una razonable población, que se llama Vacapa, donde me hicieron grande rescibimiento y me dieron mucha comida, de la cual tenían en abundancia, por ser toda tierra que se riega. Hay, desta población a la mar, cuarenta leguas; y por hallarme tan apartado de la mar y por ser dos días antes de la Dominica de Pasión, determiné de me estar allí hasta la Pascua, por certificarme de las islas que arriba digo que tuve noticia. Y así envié mensajeros indios a la mar, por tres vías, a los cuales encargué que me trujesen gente de la costa y de algunas de aquellas islas, para informarme dellos; y por otra parte envié a Esteban de Dorantes, negro, al cual dije que

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fuese por la derrota del Norte, cincuenta o sesenta leguas, para ver si por aquella vía se podría tener razón3 de alguna cosa grande de las que buscábamos; y concerté con él que si tuviese alguna noticia de tierra poblada y rica que fuese cosa grande, que no pasase adelante, sino que volviese en persona o me enviase indios con esta señal que concertamos: que si la cosa fuese razonable, me enviase una cruz blanca de un palmo; y si fuese cosa grande, la enviase de dos palmos; y si fuese cosa mayor y mejor que la Nueva España, me enviase una gran cruz. Y así se partió el dicho Esteban, negro, de mí, Dominica de Pasión después de comer, quedando yo en esta población, que digo que se dice Vacapa. Y de ahí a cuatro días, vinieron sus mensajeros de Esteban con una cruz muy grande, de estatura de un hombre; y me dijeron, de parte de Esteban, que a la hora me partiese en su seguimiento, porque había topado gente que le daba razón de la mayor cosa del mundo; y que tenía indios que habían estado en ella, de los cuales me envió uno. Y este me dijo tantas grandezas de la tierra, que dejé de creellas para después de habellas visto o de tener más certificación de la cosa; y me dijo que había treinta jornadas, desde donde quedaba Esteban, hasta la primera ciudad de la tierra, que se dice Cíbola. Y porque me pareció digno de poner en este papel lo que este indio, que Esteban me envió, dice la tierra, lo quiero hacer, el cual afirma y dice: que en esta primer provincia hay siete ciudades muy grandes; todas debajo de un señor, y de casas de piedra y de cal, grandes; las más pequeñas de un sobrado y una azutea encima, y otras de dos y de tres sobrados, y la del señor de cuatro, juntas todas por su orden; y en las portadas de las casas principales muchas labores de piedras turquesas, de las cuales, dijo, que hay en gran abundancia. Y que las gentes destas ciudades anda muy bien vestida. Y otras muchas particularidades me dijo, así destas siete cibdades como de otras provincias más adelante, cada una de las cuales dice ser mucho más cosa questas siete ciudades; y para saber dél como lo sabía; tuvimos muchas demandas y respuestas; y hallele de muy buena razón. Di gracias a Nuestro Señor, diferí mi partida en seguimiento de Esteban de Dorantes, creyendo que me aguardaría, como concerté con él, y también porque prometí a los mensajeros que envié a la mar que los aguardaría; porque siempre propuse de tratar, con la gente que tratase, mucha vedad. Los mensajeros vinieron día de Pascua Florida, y con ellos gente de la costa y de dos islas, de los cuales supe ser las islas, que arriba digo, pobres de comida, como lo había sabido antes, y que son pobladas de gente; traían conchas en la frente y dicen que tienen perlas. Certificáronme de treinta y cuatro islas, cerca las unas de las otras, cuyos nombres pongo en otro papel, donde asiento el nombre de las islas y poblaciones. La gente de la costa dicen que tiene poca comida; así ellos como los de las islas, y que se contratan los unos con los otros por balsas; aquí la costa se va al Norte cuanto más puede. Estos indios de la costa me trujeron rodelas de cuero de vacas, muy bien labrados, grandes, que les cubren de pies a cabeza, con unos agujeros encima de la empuñadura para poder ver detrás dellas; son tan recias, que creo que no las pasara una ballesta. Este día me vinieran tres indios, de los que llaman pintados, labrados los rostros y, pechos y brazos; estos están en cerco a la parte del este y llegan a confinar gente dellos cerca de las siete ciudades. Los cuales dijeron: que me venían a ver, porque tuvieron noticia de mí, y entre otras cosas, me dieron mucha noticia de las siete ciudades y provincias que el indio de Esteban me dijo, casi por la misma manera que Esteban me le envió a decir; y así despedí la gente de la costa; y dos indios de las islas dijeron que se querían andar comigo siete o ocho días. Y con ellos y con los tres pintados que digo, me partí de Vacapa, segundo día de Pascua Florida, por el camino y derrota que llevaba Esteban, del cual había recibido otros mensajeros, con otra cruz del tamaño de la primera que envió, dándome priesa y afirmando ser la tierra, en cuya demanda iba, la mejor y

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mayor cosa que jamas se oyó. Los cuales mensajeros, particularmente, me dijeron sin faltar en cosa punto de lo que dijo el primero; antes dijeron mucho más y me dieron más clara razón. Y así caminé aquel día, segundo día de Pascua, y otros dos días por las mismas jornadas que llevó Esteban; al cabo de los cuales, topé con la gente que le dio la noticia de las siete ciudades y de la tierra de delantre. Los cuales me dijeron que, de allí, iban en treinta jornadas a la ciudad de Cíbola, que es la primera de las siete; y no me lo dijo solo uno, sino muchos; y muy particularmente me dijeron la grandeza de las casas y la manera dellas, como me lo dijeron los primeros. Y decíanme que, demás destas siete ciudades, hay otros reinos que se llaman Marata y Acus y Totonteac; quise tres saber a qué iban tan lejos de sus casas, y dijéronme que iban por turquesas y por cueros de vacas y otras cosas; y de lo uno y de lo otro tienen en aqueste pueblo cantidad; asimismo quise saber el rescate con que lo habían, y dijéronme que con el sudor y servicio de sus personas, que iban a la primera ciudad, que se dice Cíbola, y que sirven allí en cavar las tierras y en otros servicios, y que les dan cueros de vacas, de aquellos que allí tienen, y turquesas, por su servicio. Y estos deste pueblo traen todos turquesas colgadas de las orejas y de las narices, finas y buenas, y dicen que dellas están hechas labores en las puertas principales de Cíbola. Dijéronme que la manera del vestido de los de Cíbola es: unas camisas de algodón, largas hasta el empeine del pie, con un botón a la garganta y un torzal largo que cuelga dél, y las mangas destas camisas, anchas tanto de arriba como de abajo; a mi parescer es como vestido bohemio. Dicen que andan ceñidos con cintas de turquesas, y que encima destas camisas, los unos traen muy buenas mantas y los otros cueros de vacas, muy bien labrados, que tienen por mejor vestido, de que en aquella tierra dicen que hay mucha cantidad, y asimismo las mujeres andan vestidas y cubiertas hasta los pies, de la misma manera. Rescibiéronme estos indios muy bien y tuvieron mucho cuidado de saber el día que partí de Vacapa, para tenerme en el camino comida y aposentos; y traíanme enfermos que los curase, y procuraban de tocarme en la ropa, sobre los cuales yo decía el Evangelio. Diéronme algunos cueros de vaca, tan bien adobados y labrados, que en ellos parecía ser hechos de hombres de mucha pulicía, y todos decían que venían de Cíbola. Otro día seguí mi camino, llevando comigo los pintados que no me querían dejar. Llegué a otra población, donde fui muy bien recibido de la gente della, los cuales asimismo procuraban de tocarme la ropa, y me dieron noticia de la tierra que yo llevaba, tan particularmente como los de atrás, y me dijeron cómo de allí había ido gente con Esteban Dorantes, cuatro o cinco jornadas; y aquí topé una cruz grande, que Esteban me había dejado, en señal de que la nueva de la buena tierra siempre crescía, y dejó dicho que me dijesen que me diese mucha priesa, que él me aguardaría al cabo del primer despoblado. Aquí puse dos cruces y tomé posesión, conforme a la instrucción, porque me pareció ser aquella mejor tierra que la que quedaba atrás, y que convenía desde allí hacer autos de posesión. Y desta manera anduve cinco días, hallando siempre poblado y gran hospedaje y rescibimiento y muchas turquesas y cueros de vaca y la misma razón de la tierra; y luego me decían todos de Cíbola y de aquella provincia, como gente que sabía que iba en demanda della, y me decían cómo Esteban iba delante, del cual tuve allí mensajeros de los vecinos de aquel pueblo que habían ido con él, y siempre cargándome la mano en decir la grandeza de la tierra y que me diese priesa. Aquí supe que, desde a dos jornadas, toparía con un despoblado de cuatro jornadas, en que no hay comida, mas que ya estaba prevenido para hacerme casas y llevarme comida; dime priesa, pensando de topar al fin dél con Esteban, porque allí me envió a decir que me aguardaría. Antes de llegar al despoblado, topé con un pueblo fresco, de regadío, a que me salió a rescibir harta gente, hombres y mujeres, vestidos de algodón y algunos cubiertos con

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cueros de vacas, que en general tienen por mejor vestido que el de algodón. Todos los deste pueblo andan encaconados con turquesas que les cuelgan de las narices y orejas, y a ésta llaman cacona; entre los cuales venía el Señor deste pueblo y dos hermanos suyos, muy bien vestidos de algodón, encaconados, y con sendos collares de turquesas al pescuezo; y me trujeron mucha caza de venados, conejos y codornices, y maíz y piñol, todo en mucha abundancia; y me ofrescieron muchas turquesas y cueros de vaca, y jícaras muy lindas y otras cosas, de lo cual no tomé nada, porque así lo acostumbro a hacer después que entré en la tierra donde no tenían noticia de nosotros. Y aquí tuve la misma relación que antes, de las siete cibdades y reinos y provincias, que arriba digo que tuve; e yo llevaba vestido un hábito de paño pardo, que llaman de Saragoza, que me hizo traer Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia; y el Señor deste pueblo y otros indios tentaron el hábito con las manos, y me dijeron que de aquello había mucho en Totonteac, y que lo traían vestido los naturales de allí, de lo cual yo me reí, y dije que no sería sino de aquellas mantas de algodón que ellos traían; y dijéronme: «¿piensas que no sabemos que eso que tú traes y lo que nosotros traemos es diferente? Sabe, que en Cíbola todas las casas están llenas desta ropa que nosotros traemos más; mas en Totonteac hay unos animales pequeños, de los cuales quitan lo con que se hace esto que tú traes». Yo me admiré, porque no había oído tal cosa hasta que llegué aquí, y quíseme informar muy particularmente dello, y dijéronme que los animales son del tamaño de dos galgos de Castilla que llevaba Esteban; dicen que hay muchos en Totonteac; no pude atinar qué género de animales fuese.

Otro día entré en el despoblado, y donde había de ir a comer, hallé ranchos y comida bastante, junto a un arroyo, y a la noche hallé casas y así mismo comida, y así lo tuve cuatro días que me duró el despoblado. Al cabo dellos, entré en un valle muy bien poblado de gente, donde en el primer pueblo salieron a mí muchos hombres y mujeres con comida; y todos traían muchas turquesas que les colgaban de las narices y de las orejas; y algunos traían collares de turquesas, de las que digo que traían el Señor y sus hermanos, del pueblo antes del despoblado, eceto que aquellos traían sola una vuelta, y estos traían tres y cuatro, y muy buenas mantas y cueros de vaca; y las mujeres las mismas turquesas en las narices y orejas; y muy buenas naguas y camisas. Aquí había tanta noticia de Cíbola, como en la Nueva España, de México y en el Perú, del Cuzco; y tan particularmente contaban la manera de las casas y de la población y calles y plazas della, como personas que habían estado en ella muchas veces, y que traían de allá las cosas de pulicía; que tenían habidas por su servicio, como los de atrás. Yo les decía que no era posible que las casas fuesen de la manera que me decían, y para dármelo a entender; tomaban tierra y ceniza, y echábanle agua; y señálabanme cómo ponían la piedra y cómo subían el edificio arriba, poniendo aquello y piedra hasta ponello en lo alto; preguntábales a los hombres de aquella tierra si tenían alas para subir aquellos sobrados; reíanse y señalábanme el escalera, también como la podría yo señalar, y tomaban un palo y poníanlo sobre la cabeza y decían que aquel altura hay de sobrado a sobrado. También tuve aquí relación del paño de lana de Totonteac, donde dicen que las casas son como las de Cíbola y mejores y muchas más, y que es cosa muy grande y que no tiene cabo. Aquí supe que la casta se vuelve al Poniente; muy de recio, porque hasta la entrada deste primer despoblado que pasé, siempre la costa se venía metiendo al Norte; y como cosa que importa mucho volver la costa, quíselo saber, y así fui en demanda della y vi claramente que en los treinta y cinco grados, vuelve al Oeste, de que no menos alegría tuve; que de la buena nueva de la tierra. Y así me volví a proseguir mi camino, y fui por aquel valle cinco días, el cual es tan poblado de gente lucida, y tan

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abastado de comida, que basta para dar de comer en él a más de trescientos de caballo; riégase todo y es como un vergel, están los barrios, a media legua y a cada cuarto de legua, y en cada pueblo destos hallaba muy larga relación de Cíbola, y tan particularmente me contaban della, como gente que cada año van allí a ganar su vida. Aquí hallé un hombre, natural de Cíbola, el cual dijo haberse venido de la persona que el Señor tiene allí en Cíbola puesta, porque el Señor destas siete ciudades vive y tiene su asiento en la una dellas, que se llama Ahacus, y en las otras tiene puestas personas que mandan por él. Este vecino de Cíbola es hombre de buena dispusición, algo viejo y de mucha más razón que los naturales deste valle y que los de atrás; díjome que se quería ir comigo para que yo le alcanzase perdón. Informeme particularmente dél, y díjome que Cíbola es una gran ciudad, en que hay mucha gente y calles y plazas, y que en algunas partes de la cibdad hay unas casas muy grandes, que tienen a diez sobrados, y que en estas se juntan los principales, ciertos días del año; dicen que las casas son de piedra y de cal, por la manera que lo dijeron los de atrás, y que las portadas y delanteras de las casas principales son de turquesas; díjome que de la manera desta ciudad, son las otras siete, y algunas mayores, y que la más principal dellas es Ahacus; dice que a la parte del Sueste, hay un reino, que se llama Marata, en que solía haber muchas y muy grandes poblaciones, y que todas tienen estas casas de piedra y sobrados, y que estos han tenido y tienen guerra con el Señor destas siete ciudades, por la cual guerra se ha disminuido en gran cantidad este reino de Marata, aunque todavía está sobre sí y tiene guerra con estotros. Y así mismo dijo que, a la parte de Sueste, está el reino que llaman de Totonteac; dice que es una cosa, la mayor del mundo y de más gente y riquezas; y que aquí visten paños de lo que es hecho esto que yo traigo, y otros más delicados y que se sacan de los animales que atrás me señalaron, y que es gente de mucha pulicía, y diferente de la gente que yo he visto. También dijo que hay otra provincia y reino muy grande, que se dice Acus, porque hay Ahacus: y Abacus, con aspiración, es una de las siete cibdades, la más principal, y sin aspiración, Acus, es reino y provincia por sí; díjome que los vestidos que traen en Cíbola son de la manera que atrás me habían dicho; dice que todos los de aquella cibdad duermen en camas altas del suelo con ropas y toldos encima, que cubre las camas; díjome que iría conmigo hasta Cíbola y adellantro, si lo quisiere llevar. La misma relación me dieron en este pueblo otras muchas personas, aunque no tan particularmente. Por este valle caminé tres días, haciéndome los naturales todas las fiestas y regocijos que podían; aquí en este valle vi más de dos mil cueros de vacas, extremadamente bien adobados, vi mucha más cantidad de turquesas y collares dellas, en este valle, que en todo lo que había dejado atrás; y todo dicen que viene de la ciudad de Cíbola, de la cual tienen tanta noticia, como yo de lo que traigo entre las manos; y así mismo la tienen del reino de Marata, y de Acus y del de Totonteac. Aquí en este valle, me trujeron un cuero, tanto y medio mayor que de una gran vaca, y me dijeron que es de un animal, que tiene sólo un cuerno en la frente y que este cuerno es corvo hacia los pechos, y que de allí sale una punta derecha, en la cual dicen que tiene tanta fuerza, que ninguna cosa, por recia que sea, deja de romper, si topa con ella; y dicen que hay muchos animales destos en aquella tierra; la color del cuero es a manera de cabrón y el pelo tan largo como el dedo. Aquí tuve mensajeros de Esteban, los cuales de su parte me dijeron que iba ya en el postrer despoblado, y muy alegre, por ir más certificado de las grandezas de la tierra; y me envió a decir que, desde que se apartó de mí, nunca había tomado a los indios en ninguna mentira, y que hasta allí todo lo había hallado por la manera que le habían dicho y que ansí pensaba hallar lo demás. Y así lo tengo por cierto, porque es verdad que desde el primer día que yo tuve noticia de la ciudad de Cíbola, los indios me dijeron todo lo que hasta hoy he visto;

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diciéndome siempre los pueblos que había de hallar en el camino y los nombres dellos; y en las partes donde no había poblado, me señalaban dónde había de comer y dormir, sin haber errado en un punto, con haber andado desde la primera nueva que tuve de la tierra hasta hoy, ciento y doce leguas, que no paresce poco dina de escribir la mucha verdad desta gente. Aquí en este valle, como en los demás pueblos de atrás, puse cruces e hice los autos y diligencias que convenían, conforme a la instrucción. Los naturales de esta villa me rogaron que descansase aquí tres o cuatro días, porque estaba el despoblado cuatro leguas de aquí; y desde el principio dél hasta llegar a la ciudad de Cíbola, hay largos quince días de camino; y que me querían hacer comida y aderezar lo necesario para él. Y me dijeron que con Esteban, negro, habían ido de aquí más de trescientos hombres acompañándole y llevándole comida, y que conmigo también querían ir muchos, por servirme y porque pensaban volver ricos; yo se lo agradescí y les dije que adereszasen presto; porque cada día se me hacía un año, con deseo de ver a Cíbola. Y así me detuve tres días sin pasar adelante, en los cuales siempre me informé de Cíbola y de todo lo demás, y no hacía sino tomar indios y preguntalles aparte a cada uno por sí, y todos se conformaban en una misma cosa, y me decían la muchedumbre de gente y la orden de las calles y grandeza de las casas y la manera de las portadas, todo como me lo dijeron los de atrás. Pasados los tres días, se juntó mucha gente para ir comigo, de los cuales tomé hasta treinta principales, muy bien vestidos con aquellos collares de turquesas, que algunos dellos tenían a cinco y a seis vueltas; y con estos tomé la gente necesaria que llevase comida para ellos y para mí, y me puse en camino. Por mis jornadas, entré en el despoblado, a nueve días de mayo, y así fuimos: el primero día, por un camino muy ancho y muy usado, llegamos a comer a una agua, donde los indios me habían señalado, y a dormir a otra agua, donde hallé casa, que habían acabado de hacer para mí y otra que estaba hecha donde durmió Esteban cuando pasó, y ranchos viejos, y muchas señales de fuego, de la gente que pasaba a Cíbola por este camino. Y por esta orden, caminé doce días, siempre muy abastado de comidas de venados, liebres y perdices del mismo color y sabor de las de España, aunque no tan grandes, pero poco menores. Aquí llegó un indio, hijo de un principal de los que venían comigo, el cual había ido en compañía de Esteban, negro, y venía aquejado el rostro y cuerpo, cubierto de sudor, el cual mostraba harta tristeza en su persona, y me dijo que, una jornada antes de allegar a Cíbola, Esteban envió su calabazo, con mensajeros, como siempre acostumbraba enviallo delantre, para que supiesen cómo iba; el calabazo llevaba unas hileras de cascabeles y dos plumas, una blanca y otra colorada; y como llegaron a Cíbola, ante la persona que el Señor tiene allí puesta, y le dieron el calabazo; como lo tomó en las manos y vido los cascabeles, con mucha ira y enojo arrojó el calabazo en el suelo, y dijo a los mensajeros que luego se fuesen, que él conoscía qué gente era aquella, que les dijesen que no entrasen en la cibdad, sino que a todos los matarían; los mensajeros se volvieron y dijeron a Esteban lo que pasaba, el cual les dijo que aquello no era nada, que los que se mostraban enojados, les rescibían mejor; y así prosiguió su viaje hasta llegar a la cibdad de Cíbola, donde halló gente que no le consintió entrar dentro, y le metieron en una casa grande, que está fuera de la ciudad, y le quitaron luego todo lo que llevaba, de rescates y turquesas y otras cosas que había habido en el camino de los indios; y que allí estuvo aquella noche sin darle de comer ni de beber, a él ni a los que con él iban. Y otro día de mañana, este indio hubo sed y salió de la casa a beber, en un río que estaba cerca, y de ahí a poco rato; vido ir huyendo a Esteban y que iban tras él gente de la ciudad, y que mataban algunos de los que iban con él; y que como esto vio, este indio se fue, escondido, el río arriba y después atravesó a salir al camino del despoblado.

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Con las cuales nuevas, algunos de los indios que iban comigo comenzaron e llorar, yo con las ruines nuevas temí perderme, y no temí tanto perder la vida, como no poder volver a dar aviso de la grandeza de la tierra, donde Dios Nuestro Señor puede ser tan servido y su santa fe ensalzada y acrescentado el patrimonio Real de Su Majestad. Y con todo esto, lo mejor que pude, los consolé y les dije que no se debía de dar entero crédito a aquel indio; y ellos, con muchas lágrimas, me dijeron que el indio no diría sino lo que había visto; y así me aparté de los indios, a encomendarme a Nuestro Señor y a suplicarle guiase esta cosa como más fuese servido y alumbrase mi corazón; y esto hecho, me volví a los indios y con un cuchillo corté los cordeles de las petacas, que llevaba de ropa y rescates, que hasta entonces no había llegado a ello ni dado nada a nadie, y repartí de lo que llevaba por todos aquellos principales, y les dije que no temiesen y que se fuesen comigo; y así lo hicieron. Y yendo por nuestro camino, una jornada de Cíbola, topamos otros dos indios, de los que habían ido con Esteban, los cuales venían ensangrentados y con muchas heridas; y como llegaron, ellos y los que venían comigo comenzaron tanto llanto, que de lástima y temor, también a mí me hicieron llorar; y eran tantas las voces, que no me dejaban preguntalles por Esteban, ni lo que les había subcedido, y roguelles que callasen y supiésemos lo que pasaba y dijeron: que «¿cómo callarían, pues sabían que de sus padres, hijos y hermanos, eran muertos más de trescientos hombres, de los que fueron con Esteban?, y que ya no osarían ir a Cíbola como solían». Todavía, lo mejor que pude, procuré de amansallos y quitalles el temor, aunque no estaba yo sin nescesidad de quien a mí me lo quitase; pregunté a los indios, que venían heridos, por Esteban y lo que había pasado, y estuvieron un rato sin me hablar palabra, llorando con los de sus pueblos, y al cabo, me dijeron que como Esteban llegó una jornada de la ciudad de Cíbola, envió sus mensajeros con su calabazo a Cíbola al Señor, haciéndole saber su ida, y como venía a hacer paces y a curallos; y como le dieron el calabazo y vido los cascabeles, muy enojado arrojó en el suelo el calabazo y dijo: «yo conozco esta gente, por questos cascabeles no son de la hechura de los nuestros, decildes que luego se vuelvan, si no que no quedará hombre dellos»; y así se quedó muy enojado. Y los mensajeros volvieron tristes, y no osaban decir a Esteban lo que les acaesció, aunque todavía se lo dijeron, y él les dijo: «que no temiesen, que él quería ir allá, porque, aunque le respondían mal, le rescibían bien»; y así se fue y llegó a la ciudad de Cíbola, ya que se quería poner el sol, con toda la gente que llevaba, que serían más de trescientos hombres, sin otras muchas mujeres; y no los consintieron entrar en la ciudad, sino en una casa grande y de buen aposento, que estaba fuera de la ciudad. Y luego tomaron a Esteban todo lo que llevaba, diciendo que el Señor lo mandó así; y en toda esa noche no nos dieron de comer, ni de beber. Y otro día, el sol de una lanza fuera4, salió Esteban de la casa, y algunos de los principales con él, y luego vino mucha gente de la ciudad, y como él los vio, echó a huir y nosotros también; y luego nos dieron estos flechazos y heridas y caímos; y cayeron sobre nosotros otros muertos, y así estuvimos hasta la noche, sin osarnos menear, y oímos grandes voces en la ciudad y vimos sobre las azoteas muchos hombres y mujeres que miraban, y no vimos más a Esteban, sino que creemos que le flecharon como a los demás que iban con él, que no escaparon más de nosotros. Yo, visto lo que los indios decían, y el mal aparejo que había para proseguir mi jornada como deseaba, no dejé de sentir su pérdida y la mía, y Dios es testigo de cuánto quisiera tener a quién pedir consejo y parescer, porque confieso que a mí me faltaba. Díjeles que Nuestro Señor castigaría a Cíbola y que como el Emperador supiese lo que pasaba, enviaría muchos cristianos a que los castigasen; no me creyeron, porque dicen que nadie basta contra el poder de Cíbola; pediles que se consolasen y no llorasen, y consolelos con las mejores palabras que pude, las

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cuales sería largo de poner aquí. Y con esto los dejé y me aparté, un tiro o dos de piedra, a encomendarme a Dios, en lo cual tardaría hora y media; y cuando volví a ellos, hallé llorando un indio mío que traje de Méjico, que se llama Marcos y díjome, «padre; estos tienen concertado de te matar, porque dicen que por ti y por Esteban han muerto a sus parientes, y que no ha de quedar de todos ellos hombre ni mujer que no muera. Yo torné a repartir entre ellos lo que me quedaba, de ropa y rescates, por aplacallos, y díjeles que mirasen que si me mataban, que a mí no me hacían ningún mal, porque moría cristiano y me iría al cielo, y que los que me matasen penarían por ello, porque los cristianos vernían en mi busca, y contra mi voluntad, los matarían a todos. Con estas y otras muchas palabras, que les dije, se aplacaron algo, aunque todavía hacían gran sentimiento por la gente que les mataron. Rogueles que algunos dellos quisiesen ir a Cíbola, para ver si había escapado alguno otro indio, y para que supiesen alguna nueva de Esteban, lo cual no pude acabar con ellos. Visto esto, yo les dije que, en todo caso, yo había de ver la ciudad de Cíbola, y me dijeron que ninguno iría comigo; y al cabo viéndome determinado, dos principales dijeron que irían comigo, con los cuales y con mis indios y lenguas, seguí mi camino hasta la vista de Cíbola, la cual está asentada en un llano, a la falda de un cerro redondo. Tiene muy hermoso parescer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he visto; son las casas por la manera que los indios me dijeron, todas de piedra con sus sobrados y azuteas, a lo que me paresció desde un cerro donde me puse a vella. La población es mayor que la cibdad de México; algunas veces fui tentado de irme a ella, porque sabía que no aventuraba sino la vida, y esta ofrescí a Dios el día que comencé la jornada; al cabo temí; considerando mi peligro y que si yo moría, no se podría haber razón desta tierra, que a mi ver es la mayor y mejor de todas las descubiertas. Diciendo yo a los principales, que tenía comigo, cuán bien me parescía Cíbola, me dijeron que era la menor de las siete ciudades, y que Totonteac es mucho mayor y mejor que todas las siete ciudades y que es de tantas casas y gente, que no tiene cabo. Vista la dispusición de la ciudad, paresciome llamar aquella tierra el nuevo reino de San Francisco, y allí hice, con ayuda de los indios, un gran montón de piedra, y encima dél puse una cruz delgada y pequeña, porque no tenía aparejo para hacella mayor, y dije que aquella cruz y mojón ponía en nombre de don Antonio de Mendoza, visorrey gobernador de la Nueva España por el Emperador, nuestro señor, en señal de posesión, conforme a la instrucción; la cual posesión dije que tomaba allí de todas las siete ciudades y de los reinos de Totonteac y de Acus y de Marata, y que no pasaba a ellos, por volver a dar razón de lo hecho y visto. Y así me volví, con harto más temor que comida, y anduve, hasta topar la gente que se me había quedado, todo lo más apriesa que pude; los cuales alcancé a dos días de jornada, y con ellos vine hasta pasar el despoblado, donde no se me hizo tan buen acogimiento como primero, porque, así los hombres como las mujeres, hacían gran llanto por la gente que les mataron en Cíbola. Y con el temor, despedime luego de aquella gente de aquel valle, y anduve el primero día diez leguas; y ansí anduve a ocho y a diez leguas, sin parar hasta pasar el segundo despoblado. Volviendo, y aunque no me faltaba temor, determiné de allegar a la abra, de que arriba digo que tenía razón, donde se rematan las sierras; y allí tuve razón que aquella abra va poblada muchas jornadas a la parte de Leste, y no osé entrar en ella, porque como me paresció que se había de venir a poblar y señorear estotra tierra de las siete ciudades y reinos que digo, que entonces se podría mejor ver, sin poner en aventura mi persona y dejar por ello de dar razón de lo visto. Solamente vi, desde la boca de la abra, siete poblaciones razonables, algo lejos, un valle abajo muy fresco y de muy buena tierra, de donde salían muchos humos; tuve razón que hay en ella mucho oro y que lo tratan los naturales della en vasijas y joyas, para las orejas y paletillas

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con que se raen y quitan el sudor, y que es gente que no consiente que los de estotra parte de la abra contraten con ellos: no me supieron decir la causa por qué. Aquí puse dos cruces y tomé posesión de toda esta abra y valle, por la manera y orden de las posesiones de arriba, conforme a la instrucción. De allí proseguí la vuelta de mi viaje, con toda la priesa que pude, hasta llegar a la villa de San Miguel, de la provincia de Culuacán, creyendo hallar allí a Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia; y como no lo hallé, proseguí mi jornada hasta la ciudad de Compostela, donde le hallé. Y de allí luego escrebí mi venida al Ilustrísimo señor visorrey de la Nueva España, y a nuestro padre Fray Antonio de Ciudad-Rodrigo, provincial, y que me enviasen a mandar lo que hacía. No pongo aquí muchas particularidades, porque no hacen a este caso; solamente digo lo que vi y me dijeron, por las tierras donde anduve y de las que tuve razón, para dalla a nuestro padre provincial, para que él la muestre a los padres de nuestra orden, que le pareciese, o en el capítulo; por cuyo mandado yo fui, para que la den al Ilustrísimo señor visorrey de la Nueva España, a cuyo pedimento me enviaron a esta jornada5.- Fray Marcos de Niza, vice-comissarius.

LegalizaciónEn la gran ciudad de Temixtitán, México de la Nueva España, dos días del mes de

setiembre, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos e treinta e nueve años, ante el muy Ilustrísimo señor don Antonio de Mendoza, visorrey e gobernador por Su Majestad en esta Nueva España, y presidente de la Audiencia y chancillería Real, que en ella reside, estando presentes los muy magníficos señores, licenciado Francisco de Ceiños, oidor por Su Majestad en la dicha Real Audiencia, y Francisco Vázquez de Coronado, gobernador por Su Majestad en la provincia de la Nueva Galicia, y en presencia de nos Juan Baeza de Herrera, escribano mayor de la dicha Real Audiencia y de la Gobernación de la dicha Nueva España, y Antonio de Turcios, escribano de Sus Majestades y de la dicha Real Audiencia; pareció el muy reverendo padre fray Marcos de Niza, vice-comisario en estas partes de las Indias del mar Océano, de la orden de señor San Francisco, y presentó ante Su Santidad y ante nos los dichos escribanos y testigos yuso escriptos, esta instrucción y relación6 firmada de su nombre y sellada con el sello general de las Indias, la cual tiene nueve hojas, con esta en que van nuestros signos; y dijo y afirmó y certificó ser verdad lo contenido en la dicha instrucción y relación, y pasar lo en ella contenido, para que Su Majestad sea informado de la verdad de lo que en ella se hace mención. Y Su Santidad mandó a nos los dichos escribanos, de como así la presentaba y declaraba el dicho vive-comisario, lo asentásemos al pie della y lo diésemos por fe signado con nuestros signos.- Testigos que a ello fueron presentes: los susodichos, e Antonio de Almagner y fray Martín de Ozocastro, fraile de la misma orden.- En fe de lo cual, yo el dicho Juan Baeza de Herrera, escribano susodicho, fice aquí este mío signo a tal, <†> en testimonio de verdad.- Juan Baeza de Herrera.- E yo el dicho Antonio de Turcios, escribano susodicho, que a lo que dicho es presente fui, fice aquí este mío signo a tal, <†> en testimonio de verdad.- Antonio de Turcios.

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 «En el capítulo 36 sólo se halla para este intento el párrafo siguiente: El capitán Cristóbal de Oñate, por la ausencia de su hermano Juan de Oñate, dio a su sobrino Juan de Saldivar (falta aquí algo); y después de lo cual llegó el Lic. Diego Pérez de la Torre al pueblo de Tonalá , y se aposentó debajo de la higuera que se ha referido en su lugar, en unas casas de la cacica y señora del pueblo de la provincia, habiéndole recibido el capitán Cristóbal de Oñate con el regimiento de la villa de Guadalajara que estaba tres leguas de allí, y trajo consigo religiosos de N. P. S. Francisco, y entre ellos al padre Fr. Diego Pérez, su hijo, en ocasión que el bendito padre Fr. Antonio de Segovia era guardián del convento de Tetlan, y primer custodio de la provincia de Michoacan y Xalisco, que en aquel tiempo era toda una».

  «Cómo se desbarataron. -La gente de Tonalá se desbarató acometiendo ciento de caballo, de veinte en veinte, e rompieron por ellos; duró el alcance una legua o legua y media, poco más o menos, e así fueron desbaratados».

Fragmentos de una historia de la Nueva Galicia,escrita hacia 1650 por el padre fray Antonio Tello, de la orden de San Francisco.

Capítulo VIII.De la conquista de la Nueva Galicia, de la otra banda del Río Grande de Guadalajara.

     Ya queda dicho en el capítulo antecedente, como desde Cuitzco envió D. Nuño de Guzmán al capitán D. Pedro Almindez Chirinos, y desde Tonalá al capitán D. Cristóbal de Oñate, para que cada cual por su rumbo conquistase toda la tierra que había poblada a la parte del Norte; y uno y otro desempeñaron tan bien sus nobles personas, que en breve tiempo y sin pérdida de su gente ni de la de la tierra, rindieron innumerables indios a la obediencia del rey de España. El capitán Chirinos desde Cuitzeo se encaminó para Zapotlan del Rey; de allí al de Juan de Saldivar o Zapotlanejo, al valle de Acatic y Tepatitlan, que eran provincias distintas, hasta el Cerro-gordo, y en todas tomó posesión pacífica, y fue muy bien recibido y regalado de los indios. Llegó a Comanja y de allí a las Chichimequillas, donde hoy está la villa de Lagos; pero en todo esto ni en Cerro-gordo había pueblo formado, sino solamente muchísimas rancherías de indios, unos de la provincia de Zacatecas y otros que se llamaban huamares, los cuales no sembraban ni hacían pie en parte alguna, sino que dormían en donde les cogía la noche, andaban totalmente desnudos y comían raíces y las carnes de venado, conejo y aves que cazaban: en todas estas partes no hizo el capitán más que tomar testimonio de haber llegado hasta allí, de donde partió para Zacatecas, y por todo el camino salían innumerables indios salvajes, y les daban la carne que cazaban.

     Llegados a Zacatecas, hallaron que todo el pueblo se componía de quinientos gandules en cueros, viviendo debajo de las encinas en unos bohíos redondos de zacate, sin orden ninguno ni policía; los cuales recibieron de paz a los españoles, y les dieron de comer caza y mucha bellota dulce. Quería el capitán pasar adelante; pero el cacique zacatecano le hizo desistir de su intento, diciéndole que ya no había más población, sino solamente muchos indios llamados huachichiles, gentes silvestres, grandes traidores y ladrones. Con esto determinó Chirinos volverse; y aunque tomó posesión por el rey de Castilla y D. Nuño de

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Guzmán, pero fue haciendo burla y riéndose de la gran conquista de su general, como no sabía que en aquel lugar se encontraba tan gran tesoro, que al siglo de su descubrimiento lleva dados al rey de sólo sus quintos, veintinueve millones. Preguntó por donde podría salir a Tepic, y los indios zacatecanos le ofrecieron guías que lo llevasen, y se fue viniendo por el valle en que hoy está la villa de Jerez, y a pocas leguas encontró con una gran ciudad arruinada y despoblada; pero se conocía haber tenido suntuosísimos edificios, con grandes calles y plazas bien ordenadas, y en distancia de un cuarto de legua cuatro torres con calzadas de piedra de la una a la otra; y esta ciudad fue la gran Tuitlan,(110) donde hicieron mansión muchos años los indios mexicanos cuando caminaban desde el Septentrion conducidos de su infame caudillo el demonio, como queda dicho por el libro proemial de esta crónica. De aquí pisó el capitán Chirinos al valle Huajucar, de allí a Colotlan, donde tuvo noticia que el capitán Oñate había estado en el valle de Tlaltenango, y así se fue por Jora atravesando toda la tierra, hasta dar en Huainamota el viejo, y salir a Tepic; la cual caminata fue tan trabajosa que no se puede encarecer, porque en el mundo no puede haber cosa tan áspera como esa sierra, y con infinidad de indios belicosísimos, que la misma aspereza de la tierra los hacía fieros en lo indómitos y crueles; pero todo lo venció este insigne capitán, dejando atrás con este hecho al muy celebrado Aníbal, que abrió camino por los Alpes de Francia para la Italia en que perdió un ojo, y nuestro Chirinos nada.

     Más breve negoció el capitán D. Cristóbal de Oñate, aunque tuvo más que hacer, aunque eran menores las distancias, porque él anduvo par lo bajo, y el capitán Chirinos por lo alto. Salió, pues, el capitán Oñate el año de treinta de Tonalá , según parece en el mes de Abril, y comenzando su derrota por Huentitlan, luego se le ofreció dificultad, porque estos indios le salieron de guerra; pero aunque pelearon fuertemente, los venció. De allí pasó a Copala, y aunque salieron los indios muy galanes y bien armados, mas no fue sino para recibirle de paz. Tomó posesión y pasó a Ixcatlan, y queriendo estos impedirle el paso del río, hubo tan sangrienta refriega que murieron trescientos ixcatlecos, y los demás echaron a huir. Pasado el río marchó el ejército por el valle de Tlacotlan, Contla y Cuacuala, que eran poblaciones distintas y de muchos indios; pero no los desvaneció su multitud, sino que todos se dieron de paz. Los de Teponahuasco hicieron su demostración de pelear; mas luego se rindieron; y así asentado este valle, pasó para Teocaltiche, y al camino le salieron a recibir los de Yahualica y Mexticacan, que eran cabeceras, y admitidos por amigos, llegó el ejército a Teocaltiche, que era pueblo de más de cinco mil indios, y fue bien recibido, y habiendo tomado posesión, partió para Nochistlan, que tenía más de seis mil indios, los cuales puestos en campaña trabaron sangrienta batalla con los nuestros pero por fin, como gente bisoña, fueron derrotados y vencidos, quedando muchísimos muertos y otros heridos, con que pudieron los españoles entrar en Nochistlan y tomar posesión: dejó allí D. Cristóbal de Oñate a su hermano D. Juan con otros españoles, así para que conservaran lo conquistado, como para presidio de la villa del Espíritu Santo de Guadalajara que se intentaba fundar, y luego pasó para Xuchipila donde tenían los indios una albarrada que como muralla impedía la entrada, y la defendían de parte de adentro para que no pudieran derribarla los españoles. Mas un italiano llamado Lipar que iba entre los castellanos en un caballo muy brioso, fuerte y desesperado, arremetió con tanto ímpetu y fuerza a la albarrada, que se la antellevó, y estando dentro le arremetieron furiosamente los indios queriendo sujetar al caballo de la cola; pero este, encendidos los ojos y dando bramidos de coraje, ayudó tanto a su amo, que les causó tanto temor, que entre los dos mataron seis o siete indios, lo cual visto por los demás luego se dieron de paz, y a Lipar se le dio después aquella provincia por

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encomienda. Desde este pueblo de Xuchipila convocó el capitán Oñate a los caciques de Mesquituta, Cuspala y retiróse(111) con todos sus agregados, los cuales vinieron con gran rendimiento, y juntos dieron la obediencia al rey de España. Prosiguió el capitán Oñate su conquista pasando por el pueblo de Apozol para Xalpa, donde había grandes poblaciones, y sin resistencia de sus moradores tomó posesión por Castilla; y por un puerto de ocho leguas que media pasó para Tlaltenango, y de allí volvió para Tepechitlan, que era entonces pueblo muy grande; luego al Teul: en todas estas partes fue muy bien recibido, con que sujeta y pacífica toda esta tierra, trató de venirse para Etzatlan, donde había concertado con su gobernador Guzmán salirle al alcance; y siendo la tierra impertransible por su mucha aspereza, mandó a su gente, españoles e indios, que abriesen camino, y lo abrieron en dos días, tajando en parte peñas vivas hasta la distancia de tres leguas, y llegaron a Tequila. Los tequiltecos, que vivían entonces en barrancas, habían prevenídose para resistir a los españoles; pero viendo la grande empresa del camino que abrieron por donde parecía imposible, y que habían pasado el río, los recibieron de paz, y el capitán los halagó y mandó se saliesen a poblar donde hoy están. Prosiguieron los españoles sus jornadas por la Magdalena, Tusacatlan, Hostotipac, Ixtlan, en todo lo cual no tuvieron que hacer por estar ya conquistado por D. Francisco Cortés, como ni en Ahuacatlan o San Pedro Analco por haberlo ya tocado el capitán Chirinos; pero sabiendo que a Xocotlan no había llegado alguno de los dichos y que era mucho su gentío, partieron allá, y sin resistencia tomaron posesión por la corona de España, y de allí se volvieron por la Magdalena hasta llegar a Etzatlan, donde se incorporaron con el ejército principal a los fines del año de quinientos y treinta, según parece. Dio razón de su jornada el capitán Oñate al gobernador Guzmán, el cual celebró grandemente su venida, porque apreciaba mucho su persona y compañía.

Capítulo IX.Prosigue la conquista de la Nueva Galicia por la parte del Poniente.

     Aun los mas ásperos y difíciles caminos se harían fáciles y llanos, en llegando la venida del Mesías al mundo, profetizó el santo Isaías, y así se vio cumplido en la tierra caliente que administra esta santa provincia de Xalisco, pues siendo tan montuosa y enmarañada, y estando tan defendida de tres caudalosos ríos, como son el de Iscuintla, el de San Pedro y el de Acaponeta, y siendo sus habitadores infinitos de nación totorame, tan belicosa que la reconocía la tepehuana o la de la sierra, cuando por lo natural habían de salir como fieras indómitas y cruelísimas contra los españoles, los hallaron corderos tan mansos, que habiendo enviado D. Nuño de Guzmán sus mensajeros al cacique de Iscuintla, respondió con gran sumisión, que fueran bien venidos y pasaran en buena hora a sus tierras, que lo deseaban mucho desde que el capitán Cortes pasó por Jaltemba de Tepic para Colima. Con esta respuesta tan favorable caminó el ejército para allá, y una legua antes de llegar al río salió el dicho cacique con más de tres mil hombres, muy bien vestidos de algodón, y engalanados sus cuerpos, arcos y carcajes con muchedumbre de plumas de todos colores, y cada uno con un dardo de brasil en la mano. Llegando, pues, el Sr. D. Nuño de Guzmán, hincó las rodillas y quiso besar la mano al caballo; mas Guzmán le hizo levantar y le abrazó, y él luego le preguntó que qué buscaban en partes tan dentro y retiradas, que si

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querían tierra y mujeres, que se las darían y les servirían en cuanto les mandaran; y en señal de que cumpliría lo que le prometía, puso al gobernador en el brazo un brazalete de oro con plumas de diversos colores que le servían de esmaltes, y de las mismas un hacecito a modo de ramillete en la mano. Mostró el gobernador gran complacencia a estos rendimientos, dando muestras al cacique de lo mucho que lo agradecía, y mandó marchar al ejército. Entonces el cacique tomó la rienda del caballo a Guzmán, y dio orden a los suyos que puestos en fila fuesen bailando hasta llegar a su pueblo, lo que ejecutaron ellos con buena voluntad, cantando y tocando sus rústicos instrumentos, que hacían tina música temeraria: pasaron el río por el vado pe ellos enseñaron, y llegados, aposentaron a los españoles en unas casas grandes muy aderezadas de esteras o petates de palma, muy enramadas y perfumadas del copale de la tierra; y este día era el de S. Felipe y Santiago, primero de Mayo del año de mil quinientos treinta y uno.

     Al buen recibimiento y hospedaje se siguió la muchísima comida, en la cual se manifestaron estos indios tan generosos, que habiéndole hecho fuerza a D. Nuño de Guzmán para que se dilatase diez días en su pueblo, en todos ellos mantuvieron el ejército, que se componía como ya he dicho de veinte mil indios y quinientos españoles, con tanta abundancia de carnes, pescados, tortillas y pinole, y de maíz y zacate para los caballos, que todos se maravillaban, y al fin recogieron los españoles más de trescientas hanegas de maíz que sobraron; cosa que pone espanto y da bien a conocer la muchedumbre de gente que poblaba aquellas tierras.

     Desde este pueblo de Iscuintla envió el gobernador sus embajadores al señor de Zentispac que se llamaba Ocelotl, que quiere decir tigre, el cual tenía cuatro hijos, llamado el uno Tamazolin, que quiere decir sapo; el otro Coatl, que quiere decir culebra; el otro Xuile, que quiere decir pescado bagre, y el otro Cocolixicotl, que quiere decir abejón. Era este señor tan generoso, que hasta entre los coras y tepehuanes tenía pueblos tributarios que le pagaban en oro, plata, miel y algodón, y para el servicio de su casa tenía doscientos indios y cien indias; mas luego que oyó la voz del rey de Castilla, inclinó la cerviz al yugo suave de su vasallo, y vino hasta Iscuintla acompañado de sus tres hijos los menores a rendir la obediencia en manos del gobernador Guzmán. Este le recibió con grandes muestras de amor, y él se volvió luego a su pueblo a disponer el recibimiento, que fue suntuosísimo, porque salió una infinidad de indios muy galanes y aderezados de plumas de diversos colores, con sartas de caracoles en la garganta y zarcillos que usaban de azabache, y eran tantos, que apenas daban lugar de caminar al ejército, y todos iban bailando y cantando hasta llegar al pueblo; y ya que estaban en la orilla salió el cacique Ocelotl, que era un indio muy alto y membrudo, y para el recibimiento se vistió uno como gabán de manta sembrado todo de plumas de diversos colores, y por capa un cuero de tigre muy grande con la cabeza encajada en la suya, que le servía como de morrión: en la sarta de conchas que llevaba al cuello tenía una como venera de oro; y llegándose al general le dio la bienvenida con gran cortesanía, y le puso al cuello la sarta de conchas que traía al suyo: prosiguieron después marchando hasta llegar a la casería que estaba tan bien dispuesta como la de Iscuintla, y no fue menos el desempeño en la comida.

     Agradó tanto a D. Nuño de Guzmán esta florentísima provincia, que la nombró Castilla la Nueva de la Mayor España; pero pidiendo al Sr. Carlos V que lo confirmase, no quiso S. M., sino que mandó que toda su conquista se nombrase la Nueva Galicia, como la de D.

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Fernando Cortés se llamó toda Nueva España, y que fundase una ciudad intitulada Compostela y Santiago de Xalisco, a la cual concedía todas las libertades, fueros y privilegios que tiene y goza la de la Galicia antigua. Estúvose en este pueblo de Zentispac D. Nuño de Guzmán diez días, y en este tiempo los indios que traía consigo iban tan ensoberbecidos con el título de conquistadores, que despreciando sus mandatos de no hacer mal a los indios de la tierra, desparramados por el valle quemaron muchas caserías e hicieron otros daños a sus habitadores; pero lo pagaron bien, siendo ahorcados muchos de ellos en aquellos árboles.

Capítulo X.

De la conquista del valle de Acaponeta, y un gran diluvio que allí cogió al ejército cristiano.

     Una de las tierras que más lloran la desolación de sus antiguos moradores en este reino, es el gran valle de Acaponeta, donde mostrando las señales de sus muchas poblaciones, mueven a lástima a cuantos la miran. Tenía, entre otros, un pueblo numerosísimo llamado Atzatlan; y a este, luego que llegó D. Nuño de Guzmán, lo fue llevando a fuego y sangre, con tanto rigor que le dejó casi acabado, y lo mismo hizo en otro pueblo llamado Comitl; los cuales hallándose en tal conflicto se juntaron, y con haber sido tanta la mortandad que se cubrieron aquellos campos de muertos, se hallaron hasta diez mil vivos; y guiados de su cacique Xaotame (este después de bautizado se llamó D. Luis), llegaron ante D. Nuño de Guzmán, y puestos de rodillas le suplicaron aplacase sus enojos y les perdonase si en alguna cosa le habían faltado, que ellos querían de buena voluntad ser vasallos del rey de España: movióse a compasión al ver este rendimiento D. Nuño de Guzmán, y los recibió de paz y prometió no se les haría más mal; de lo cual quedaron ellos tan gustosos, que se soltaron bailando y cantando todos, hombres, mujeres, niños y ancianos, con tan expresivas demostraciones, que parece que ya se despedían, pues habían de consumirse tan en breve; y para mayor obsequio al general, trajeron dos tigres mansos y un caimán, y los soltaron en el patio de la casa, y hubo entre ellos una pelea de gran diversión, porque el uno de los tigres se subió sobre el caimán y lo comenzó a comer, y cuando él hacía su diligencia por quitárselo de encima, le dio el otro tigre tan fuerte manotada en la cabeza, que se la dividió por medio, y con esto quedó la victoria por los tigres, celebrándola con mucho gusto el gobernador y sus soldados. A estos les mandó, quedándose él en el pueblo, que corriesen toda aquella tierra; y ellos lo hicieron así, unos hasta la costa del mar, y otros hasta la sierra, sujetando a todos los pueblos sin resistencia; por lo cual se volvieron con gran brevedad a dar noticia a su general, y él los recibió con mucho gusto de ver ya toda la tierra en tanta paz.

     Pero a esta gran tranquilidad se siguió una tormenta tan deshecha de trabajos, que en ella naufragaron todos y se perdieron los más; y fue la causa que como era tiempo de aguas, y aquella tierra tiene tantos y tan caudalosos ríos, en lloviendo mucho salen todos de madre, con que se unen e inundan todos los campos, como se ha experimentado muchas veces; pero en esta ocasión fue con tanto extremo, que todo aquel valle en más de dos leguas a la

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redonda se llenó de agua, sin que quedasen descubiertos sino sólo algunos árboles grandes; y así se llevó la agua las tiendas de campaña y cuanto traía el ejército para su conducta; y se hubiera llevado a toda la gente, si subidos en los árboles no se hubieran puesto en cobro; pero con todo, se llevó como la tercera parte de los indios cristianos, y a muchos de los que subidos en los árboles se libraron de ahogarse, la hambre los mató, y los que quedaron vivos era comiendo algún maíz que sobrenadaba, cuando llegaba hacia donde lo pudieran estirar. Duró este diluvio seis días, y quedó la tierra tan cenagosa, que con gran trabajo pudieron retirarse a unas lomas donde secarse; pero estando en ellas sobrevinieron tales plagas de innumerables sapos y otras sabandijas, que no podía la gente entenderse; y lo peor fue que como era tanta la hambre, comenzaron muchos a comer de ellos, y se les soltaron cámaras de sangre, con las que murieron tantos indios del ejercito, que de veinte mil que eran, con el diluvio, con la hambre y con la pestilencia quedaron muy pocos. Los españoles ya no sabían qué hacer, porque si el calor y las plagas de tierra caliente, aun a quien está acostumbrado a ellas se le hacen insufribles, añadidas a estas las accidentales que con el mucho llover entonces se aumentaron, principalmente la calamidad de la hambre, no es ponderable la grande aflicción en que estos hombres se vieron.

     El más afligido era el gobernador, viéndose con la más gente muerta, y la que quedaba tan sin peltrecho ni ajuar, que hasta las armas y corazas tiraban por muy pesadas y enmohecidas, y así todo era una confusión, hasta que el famosísimo y muy valeroso capitán D. Cristóbal de Oñate se llegó y le dijo: «Señor, V. S. se anime y no se eche a morir por lo sucedido, que de tales accidentes ¿quién vive seguro en el mundo? y más de los que a fuerza de sus infortunios y a costa de sus trabajos, buscan honra y bienestar, como nosotros. V. S. no desmaye, que el hombre valeroso tan buena cara ha de hacer a la fortuna en siendo mala, como se hiciera en siendo buena; para estos casos se hizo el ánimo y la conformidad: busquemos, pues, parte más cómoda donde hallemos mantenimiento y algún resguardo a las aguas, que pasadas estas, fácil será con la ayuda de Dios nuestro Señor reforzarnos de gente y lo necesario con que prosigamos la conquista». Oídas estas razones cobró ánimo D. Nuño de Guzmán, y sacudiendo de sí sus pesadumbres mandó que guiasen para Acaponeta; y la bondad infinita de Dios nuestro Señor dispuso que los indios de este pueblo los recibieran pacíficamente, y no sólo ellos, sino los de la sierra que eran muy indómitos y crueles, les traían maíz y carne con que pudieran mantenerse hasta salir de allí. Pasadas las aguas envió el gobernador al alguacil mayor Juan Sánchez de Olea para la audiencia de México, con cartas en que contaba sus trabajos, y pedía socorros de gente y bastimentos, y se los enviaron muy cumplidos, y con orden al dicho Juan Sánchez para que sacase de Tlajomulco, de la provincia de Ávalos y de la de Colima, hasta seis mil indios: hízolo así, y con tan buen despacho y mucha prontitud llegó a Acaponeta, siendo de su gobernador y de todos sus compañeros recibido con el placer que más que decirse puede considerarse.

Capítulo XI.

De la conquista de las provincias de Chametla y Culiacan, y la fundación de la villa de San Miguel.

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     Aunque el territorio que hoy administra esta santa provincia de Xalisco sólo llega hasta el pueblo de Acaponeta, pero como la conquista espiritual de toda la tierra adentro se debió a sus religiosos, me parece necesario dar alguna razón de la conquista temporal para que mejor se entienda la espiritual, que es el fin principal a que se dirige esta crónica. Reformado, pues, el ejército cristiano con los socorros de gente, municiones, alimentos y demás peltrechos de guerra que le vinieron, hizo el gobernador que revistase su gente, y halló estar los españoles cabales y haber ocho mil indios, con los que habían venido; y muy gustoso, dejando en paz y concierto al pueblo de Acaponeta y a los demás, partió para el valle de Chametla, saliéndole a ver al puerto de Peñuelas infinidad de gente: y habiendo llegado al llano de las Vacas, en él salieron muchos indios puestos en punto de guerra, y queriendo defender(112) a sus tierras; pero a pocas escaramuzas los de a caballo rompieron sus escuadrones, con que se dieron por vencidos, y vinieron al gobernador pidiendo paz y perdón, dando por disculpa que habían hecho aquella demostración sólo por ver cómo corrión aquellos venados, que eran los caballos; pero que le suplicaban no entrase en su pueblo hasta otro día, porque querían recibirlo como tan gran señor merecía. Estimólo mucho el gobernador, y en señal de agradecimiento quitó una pluma española de su sombrero y se la puso en el penacho al capitán de los indios, con lo cual quedaron ellos muy pagados y contentos, y se fueron a prevenir el recibimiento y hospedaje. Quedóse D. Nuño de Guzmán a dormir aquella noche en el charco de los Caimanes, dos leguas antes de Chametla, aunque más fue para velar, por el gran cuidado que le causaron los muchos fuegos que ardían, así en la sierra como en el mar, por ser esta señal de convocatoria; pero no se movió cosa alguna; y así amanecido el día caminó el ejército para dicho pueblo, y una legua antes de llegar salió el señor de allí muy galán con un coselete de cuero de caimán, rodela de plumas de diversos colores, y cargando un tigrecillo manso, también engalanado. Venía el indio alcoholado y embijado con mucha bizarría, y de la misma suerte más e cinco mil que le acompañaban; y luego que llegaron hicieron calle para coger en medio al ejército cristiano, y acercándose el capitán a D. Nuño de Guzmán se postró en tierra, y levantándose luego dio una grande voz al cielo, y poniendo la mano a D. Nuño de Guzmán en el pecho, le dio la bienvenida y preguntó que si venía del cielo; y D. Nuño le respondió que de donde sale el sol, enviado de un gran señor que los quería reconocer por hijos y cuidar de ellos, si le daban la obediencia. El cacique respondió que de luego se constituía su vasallo, y juraba servirle con fiel voluntad. Y corriendo estas caravanas presentó a Guzmán el tigrecillo y la rodela, y se asió de su estribo, caminando así hasta llegar al pueblo: los otros indios iban cantando y bailando al compás de música cerril, y con este gran festejo los dejaron en las casas del alojamiento que estaban bien aderezadas. Trajeron luego para la comida ostión y otros muchísimos géneros de pescado, con tanta esplendidez, que había para cuatro campos más del que traían. Y motivado de esto fundaron allí los españoles ese año, que era el de quinientos treinta y dos, una villa intitulada del Espíritu Santo; pero a los cuatro años se despobló, porque no hallando oro ni plata se fueron los más a buscarlo al Perú. Estúvose allí el gobernador algunos días ínterin corrían sus capitanes toda aquella tierra, uno hasta la mar y el otro hasta la sierra: hiciéronlo ellos así con gran presteza, y hallando en todas partes muchísimas poblaciones, en todas tomaron posesión sin resistencia de sus naturales.

     De Chametla salió D. Nuño de Guzmán en demanda de la provincia de Culiacan, marchando siempre el ejército por la costa del mar del Sur, y corriendo los capitanes desde la punta de Mataren hasta el río Piastla, la sierra de aquella comarca, el valle de Mataren, y el río que desde entonces se llamó del Espíritu Santo. En todos estas partes hallaron

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innumerables gentes, y toda la tierra llena de labores de maíz, de algodón y calabazas, aunque la de la sierra era menos abundante. Llegaron al pueblo del Ojo, que está tres leguas antes de Culiacan; el señor de él salió de paz a recibir a los nuestros acompañado de más de diez mil indios, todos gente muy distinta de los que quedaban atrás, en el traje, policía, lenguaje y gallarda corpulencia, y fueron acompañando hasta el pueblo del Navito. Al río de este pueblo salieron a recibir al ejército como cincuenta mil indios de guerra, armados de arcos y flechas, dardos de brasil, macanas de guayacan, que son unos palos con sus porras en las puntas y cuchillos de pedernal, vestidos de mantas matizadas y revestidos con pieles de leones y de tigres, y traían al cuello sartas de codornices, pericos pequeños y otros diferentes pajaritos. Hicieron la venia al gobernador, y fueron guiando a su pueblo danzando y cantando por el camino, que tenían muy barrido y enramado, y con muchos sahumerios. El cacique se llegó al gobernador, muy admirado de ver el traje español, y le pidió que no le hiciesen daño, que él ni los suyos no pretendían guerra, sino paz: prometióselo así el gobernador, y al pasar el río rompieron los indios un bosque que tenían plantado a mano, y en él muchos caimanes encerrados, los cuales luego que se vieron libres saltaron al río, y los indios con gran destreza se les subían encima, flechaban y lazaban, lo que fue de tanto agrado para los españoles como el mejor torneo. Llegados al Navito, salió la señora mujer del cacique acompañada de otras muchas mujeres de los nobles, la cual vestía un huipil o alcandora de algodón muy matizado, y sus arracadas y gargantilla de caracoles y perlas quemadas: dieron todas la bienvenida al gobernador, y dejándole en la casa que le tenían bien dispuesta, se fue cada una a la suya.

     Otro día llamó D. Nuño de Guzmán a los señores de aquella provincia, y les hizo un razonamiento muy discreto para que rindieran vasallaje al rey de Castilla y emperador de los indios, el Sr. Carlos V, que a la sazón gobernaba, y para que detestando sus torpes idolatrías, diesen la adoración debida al Supremo Criador de cielo y tierra, único Dios verdadero, y a su Hijo unigénito Jesús, profesando por medio del santo bautismo su ley santísima. Oyéronle los indios con grande atención, y prometieron con mucho rendimiento ejecutar cuanto se les mandase. Visto esto por el gobernador, la muchedumbre de gente y la gran bondad de ella y de la tierra, para mejor asegurarla determinó fabricar en ella un fuerte y fundar una villa con el título de San Miguel del Navito; y habiéndosele hecho ordenanzas, señaló para justicia mayor al capitán Melchor Díaz; para cura al Br. Álvaro Gutiérrez; para pobladores a D. Pedro de Tobar, regidor mayor de la villa de Sahagún, y de la casa de Huélgamo; D. Diego López, veinticuatro de Sevilla; D. Esteban Martín, natural de Sevilla; Juan de Medina, Pedro de Nájera, el capitán D. Cristóbal de Tapia, Juan de Bastida, Lázaro de Cebreros, Maldonado Bravo, Pedro Álvarez, Alonso Mejía Escalante, Juan Hidalgo, de Plasencia, Diego de Mendoza el caballero, Pedro de Garnica, Pedro Cordero, Juan de Barca el que se ahorcó, Diego de Torres señor de Zavala, Juan de Soto, Juan de Mintanilla, Juan de Baeza, Álvaro de Arroyo, Sebastián de Évora, Alonso Cordero, Pedro de Armendía, Alonso de Ávila, Juan Muñoz el que se alzó, y Alonso Rodríguez. A todos estos españoles dejó Nuño de Guzmán en la nueva villa de San Miguel del Navito; aunque en el mismo año, que era el de treinta y dos, fue trasladada a Culiacan, que es en donde hasta hoy permanece.

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Capitulo XII.

De la conquista de Topia, Pánuco o Guadiana, Petatlan, Tamachola, Sinaloa y río de las Balsas.

     Fundada la villa de San Miguel del Navito, y poco después de Culiacan, D. Nuño de Guzmán, por el mes de Octubre del año de mil quinientos treinta y dos, dividió su gente en tres compañías; la primera de cien españoles, cincuenta de a pie y cincuenta de a caballo, y dos mil indios que tomó para sí, con el capitán D. Cristóbal de Oñate; la segunda de cincuenta españoles, los veinticinco de a pie y los otros de a caballo, con quinientos indios, dio al capitán D. Pedro Almindez Chirinos; y la tercera, con otra tanta gente y caballos, al capitán D. José de Angulo. Su Señoría corrió por los ríos y costas del mar al puerto de Bato y al Ostial, dándosele todas las poblaciones de paz. Descansó en Culiacan, que está dos leguas del mar, donde le sustentaron con grande abundancia, porque su río es tan fecundo que puede sustentar dos ciudades como Sevilla y Lisboa, y a pocos días prosiguió su derrota hasta las Vegas y Vizcaíno; de allí a la sierra de Capirato, y ganó todas las poblaciones que en ello había, aunque a costa de muchos españoles y cuasi todos los indios amigos, porque había en estas tierras más de doscientos mil indios, y ahora no hay ni quinientos.

     La compañía del capitán D. José de Angulo atravesó las fragosísimas sierras de Topia, donde no encontró más que indios muy feroces, sin población fundamental y faltos hasta de bastimentos, porque su manutención la tenían fundada en el arco y las flechas con que cazaban. De allí pasó a los llanos de Pánuco, que son los que después se llamaron de Guadiana (gobernación que ahora es de la Vizcaya por haberla usurpado, según escriben, el capitán Ibarra a la Nueva Galicia). En estos llanos tampoco halló el capitán Angulo cosa en que poder detenerse, porque eran indios muy bárbaros los que allí vivían, y sólo se sustentaban de raíces, tuna y sabandijas. Tomó posesión de las tierras; y aunque traía órden de proseguir hasta topar con Tampico, porque quería el gobernador Guzmán que estas dos encomiendas suyas se comunicasen, pero viendo Angulo que la tierra era muy falta de bastimentos, y tan fría que ya llevaba muertos muchos caballos con las grandes heladas, se volvió a la villa de San Miguel a los principios del año de mil quinientos treinta y tres.

     El capitán Chirinos, que fue a quien se dio la tercera compañía, salió para la parte del río de Petatlan, y antes de llegar a esa provincia, en el río que después se llamó de Sebastián de Évora, porque se le dio aquella tierra en encomienda, salieron más de treinta mil indios de guerra impidiendo el paso; pero habiendo tenido muchos encuentros y escaramuzas con ellos, los desbarató, venció y puso debajo de la corona de Castilla. Prosiguió luego su camino al valle de Petatlan, que dista cincuenta leguas de Culiacan, y se llamó así porque sus casas eran de esteras o petates: sus habitadores vestían algodón y gamuzas, que son cueros curtidos de venados, y alzaban copiosas cosechas de maíz, frijol y calabazas: comían carne humana, y adoraban al sol y a la luna, sacrificándoles los frutos de la tierra. Sujetólos el capitán Chirinos, y pasó al río de Tamachola que dista veinte leguas, y por el camino encontraron muchos árboles de brasil, aunque no muy fino. Diose de paz el pueblo de Tamachola y todas las poblaciones de su río; y desde aquí envió Chirinos a los capitanes Lázaro Cebreros y Diego de Alcaraz a descubrir otras tierras, y descubrieron la provincia

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de Sinaloa, donde había veinticinco pueblos; y aunque a los principios quisieron resistirse a los españoles, pero convidados con la paz la admitieron y se sujetaron al rey de España. De aquí caminaron hacia el Sur sin encontrar más agua que algunos charcos de la llovediza, hasta que a distancia de treinta leguas dieron en el río de las Balsas (llamado así porque en ellas lo pasaron), en el cual los indios que lo poblaban quisieron impedir el paso; pero disparándoles a lo alto algunas escopetas, se espantaron y dieron lugar a los nuestros. En este río tuvieron noticia que ocho jornadas adelante había grandes poblaciones, y habiendo caminado treinta y cinco leguas sin hallar agua ni poblado, se les murió mucha gente, y hubieran todos perecido, si con el zumo de unos cardos grandes que cortados con las espadas destilaban mucho, no hubieran refrigerado el grande calor y sed que padecían. Entraron por fin en el río de Yaquimí, que pasaron sin resistencia de sus pobladores; pero de la otra banda, en un llano de dos leguas, les salieron muchos indios puestos a punto de guerra, los cuales tirando puños de tierra al cielo bramaban y amenazaban a los españoles; y viendo que sin hacerles aprecio se les acercaban, se adelantó el capitán de ellos, y haciendo una raya en la tierra les dijo que no pasasen de allí, porque habían de perecer. El capitán Alcaraz le respondió que no iba a hacerles mal, sino a buscar su amistad; que se diesen de paz: ellos cautelosa- mente respondieron que sí, pero con la condición de que se apeasen de los caballos y los amarrasen: los españoles, que conocieron la cautela, se apercibieron mejor, y dispararon un gran mosquete y otras escopetas por ver si los espantaban; mas no sirvió sino para encolerizarlos más, hasta que vinieron a rompimiento con tan celerosa furia, que hirieron a doce indios amigos y a ocho españoles, y mataron a un caballo; pero aunque parecieron ser los indios más valientes de toda la Nueva España, por fin fueron vencidos, y los nuestros entraron al pueblo de Yaquimí a tomar posesión y descansar en él.

     Estando allí acordaron con muy justificados motivos que era temeridad pasar adelante, y así se fueron viniendo reconociendo de nuevo y pacificando lo conquistado; y luego que ellos salieron de aquel pueblo, llegaron a él cuatro españoles, llamado el uno Cabeza de Vaca, el otro Dorantes, el otro Castillo y el otro Maldonado, y un negro llamado Esteban, que por haberse perdido con Pánfilo de Nervios en la Florida, escaparon, y peregrinando desde el año de veintiocho entre indios bárbaros, habían llegado ese año de treinta y tres a aquellas tierras. Estos tuvieron noticia que andaban cerca los conquistadores, y siguiendo sus huellas desde Yaquimí, en los Ojuelos, una jornada más acá de Sinaloa, alcanzaron al capitán Lázaro Cebreros, que mirándole no acertaban ni aun a hablarle, porque la fuerza del gozo les sofocaba y anudaba las gargantas; pero pasado algún rato se dieron a conocer, y Cebreros los llevó con Alcaraz, y todos juntos caminaron a Sinaloa y río de Petatlan, donde les esperaba el capitán Chirinos. Diéronle razón de todo lo conquistado, y dijeron que aunque no le traían oro, plata ni otras preciosidades, porque no las ofrecía la tierra, pero que le traían lo que valía más que todos los tesoros del mundo, en cinco cristianos viejos que habían hallado. Alegróse mucho Chirinos, y regaló con grande amor a los peregrinos: ellos venían con el cabello largo hasta la cintura, y la barba hasta los pechos; sus sombreros y calzones eran de palma, y sus vestidos de pieles: venían descalzos, muy denegridos y tostados del sol y del frío, y acompañábanles innumerables indios reverenciándoles como a dioses, porque según decían ellos, sanaban los enfermos y resucitaban muertos, lo cual es muy para alabar a Dios nuestro Señor y al poder de su santísima fe, porque a estos católicos cristianos comunicó la virtud de hacer milagros cuando eran necesarios para que aquellos bárbaros les alimentasen y no quitasen la vida. Amándoles tanto los indios, que habiendo llegado a Sinaloa no quisieron volver a sus tierras; y así, quinientos que fueron los que se

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quedaron, fundaron a orillas del río de Petatlan dos pueblos, llamado el uno Popuchi y el otro Apucha; y los españoles, este año de treinta y tres, la villa de San Felipe de Sinaloa.

Capítulo XIII.

Se declaran algunas dudas sobre los lugares pertenecientes a la Nueva España y a la Nueva Galicia; se da razón de las fundaciones de la ciudad de Compostela y villa de la

Purificación.

     Muy digno de admiración es, que pudiendo competir en el gran distrito de su conquista el Sr. D. Nuño de Guzmán con el Sr. D. Fernando Cortés, este viva tan impreso en la memoria de los americanos que no hay quien ignore su famoso nombre, y el de D. Nuño de Guzmán yace tan ignorado, que aun en la Galicia apenas hay quien lo sepa. Y aunque se puede discurrir que por haber tenido un fin tan desgraciado, como verse preso en México en una jaula de hierro, según afirma nuestro Ornelas, y después morir en Torrejón de España en suma miseria, sin haber querido el rey ni aún oírlo; mas yo acordándome que en el Levítico mandaba Dios nuestro Señor que las plumas de las aves que se le sacrificaban se arrojasen entre las cenizas, porque con ellas se meten las aves en sementeras no suyas, según Rabbi Salomon; discurría yo que el haberse sepultado las memorias de D. Nuño de Guzmán, fue por haberse metido en sembrados de otro, o por haber aplicado a su conquista muchos lugares que a su costa había conquistado el Sr. D. Fernando Cortés, por medio de su primo D. Francisco Cortés de San Buenaventura.

     Ya tenemos dicho en los capítulos tercero, cuarto y quinto de este libro, como el dicho D. Francisco Cortés, por los años de quinientos veintiséis, saliendo de Colima y viniendo según parece por Zapotitlan, Tuscacuesco, Autlan, Tenamastlan, Tecolotlan, Ameca, conquistó desde el valle del Ahualulco hasta Tepic; y volviéndose por Jaltemba y toda la costa del mar al valle de Banderas, al de los Frailes, al de los Coronados, con cuanto en ese óvalo se contiene. Estando pues esto así, vino D. Nuño de Guzmán, año de quinientos treinta, y metió en su conquista a los pueblos de Ahuacatlan y Xalisco; puso en Tepic, que era encomienda por Cortés de Juan de Amar, una como plaza de armas, por ser la puerta para todo lo conquistado: hizo casas entre Tepic y Xalisco, cuyos vestigios hasta hoy se ven, y vivieron en ellas el primer obispo de la Galicia, D. Pedro Gómez Maraver, y el primer religioso que hubo allí, Fr. Bernardo de Olmos: fundó adelante en Castlan, como quien viene para el Sur, la ciudad de Compostela. En Huachinango puso por encomendero, como si le perteneciera, a Francisco de Ulloa: pasó a Mascotlan y lo dio con todos sus distritos al capitán D. Cristóbal de Oñate. A Tepospizalotlan al capitán D. Juan Fernández de Hijar; a Cuautlan a Antonio de Aguayo; y a Martín Refarache y a otros conquistadores la mitad del valle de Espuchimilco y la mitad del puerto de Navidad; y finalmente, escogiendo el mejor punto del dicho valle, día de Nuestra Señora de la Purificación, fundó la villa intitulada así, año de mil quinientos treinta y seis, dejando en ella por justicia mayor al dicho capitán D. Juan Fernández de Hijar, de la casa real de Aragón; y por pobladores a Antonio de Aguayo y Portillo; a Martín de Refarache, vizcaíno; a Juan Gallego, montañés;

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a Gonzalo Varela, portugués; a Melchor Álvarez, de Granada; a Íñigo Ortiz, de Sevilla; a Diego Tellez, a Juan Salamanca, a Fernando del Valle, de Aranda de Duero; a Juan de Armesto, de Sevilla; a Alonso de Castañeda, montañés; a Fernando Ruiz de la Peña, conquistador de México; a Bartolomé Chavarin, genovés; a Pedro de Toro, de Trujillo; a Alonso Trujillo, de Medellín; a Fernando del Valle, a Pedro Olasto el viejo, a Juan Tellez, a Juan Yáñez y a Castellón.

     Los vecinos que fundaron la ciudad de Santiago de Galicia de Compostela los escribo también, como escribiré, Dios mediante, los de Guadalajara, para que muchos que por su pobreza han llegado a no conocer su linaje, sepan que son descendientes de los conquistadores del reino, y primeros pobladores de los dichos lugares. Fueron, pues, los primeros vecinos de Compostela, los siguientes: El capitán D. Cristóbal de Oñate, de los condes de Oñate en Vizcaya; el capitán D. Juan de Villalva, de Vitoria; Alonso de Castañeda, montañés; Juan de Samaniego, de la Guardia de Logroño; Álvaro de Bracamonte, de Paladinos de Ávila; Alonso López y su padre, de Zafra; Juan de Arce, montañés; Bartolomé Pérez y su hijo Rodrigo estremeños, Domingo de Arteaga, vizcaíno; Pedro Ruiz de Haro, de Peñaranda; Mateo Pascual, castellano viejo; Tomás Gil, castellano viejo; Andrés Lorenzo, castellano viejo; Mateo Sánchez, castellano viejo; Alonso Álvarez de Espinosa, de Medellín; D. Álvaro de Bracamonte, D. Francisco de Peña, el contador D. Diego Arias Navarrete, D. Juan de Bracamonte, D. Pedro de Bracamonte, D. Fernando Tovar, Juan Ruiz, de Torre Milano y Pedroche; Alonso Valiente, castellano viejo; Juan Flamenco, Alonso Lúcas, Luis Alonso Chacón, sevillano; el tesorero Pedro Gómez de Contreras, de Pedroche; Francisco de Estrada, de Santo Domingo de la Calzada; Juan Sánchez de la Torre, de Almedranejo; Juan Royon, portugués; Gerónimo Pérez de Arciniega, vizcaíno; Diego de Villegas, estremeño; Juan Pérez, de Colio; D. Álvaro de Tovar, de la casa del duque de Lerma; Manuel Fernández de Hijar, de la casa de Aragón; Francisco Balbuena de Estrada, Rodrigo de Carbajal Ulloa, Francisco de Torquemada, Marcos de Carmona, Alonso Pérez, Martín de Rentería, Diego López Altopica, Diego de Villegas, Antonio Ruiz Benavente Maldonado, Fernando de Haro, Gerónimo de Orozco, Pedro de Brizuela, Alonso de Roa, Pedro Arias de Bustos, Alonso de la Puebla: señor cura señaló D. Nuño de Guzmán al Lic. D. Miguel de Lozano.

     Todas las dichas tierras arrimó a su conquista el referido conquistador de la Galicia, quitándoselas al Sr. Cortés; y aunque este siempre las peleó, pero se quedaron incorporadas en la Galicia por dos razones: la primera, porque aunque le vino a D. Nuño de Guzmán juez señalado de la audiencia de México, llamado D. Luis de Castilla, este a buen librar escapó con la vida, porque lo prendió en Compostela D. Nuño de Guzmán, y le hubiera cortado la cabeza, si los Oñates y otros señores no hubieran intercedido por él. Y enviando todo el proceso a España, en medio del mar se hundió el navío con D. Santiago de Aguirre, regidor de la Nueva Guadalajara, que lo llevaba. La otra razón es, que aunque vinieron cédulas del rey para que se entregaran al Sr. Cortés los lugares quele había usurpado D. Nuño de Guzmán, él se dio tan buena maña, que se quedó con ellos. Pero como es sentencia divina que con la vara que uno mide no sólo será medido sino remedido o medido al doble, por los pocos lugares que usurpó a Cortés Guzmán, le usurparon a él el reino de Pánuco o Nueva Vizcaya, con la Victoria y Garayana, y lo dio por bien el rey.......................... ....................................................................................................

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Capítulo XXVI.

En que se trata de algunos alzamientos de los indios comarcanos a la villa de Guadalajara, y de las guerras que los españoles tuvieron con ellos, y de su pacificación &c.

     En cinco días del mes de Octubre de mil quinientos treinta y seis, como consta de los autos hechos por el cabildo de la villa de Guadalajara, siendo alcalde Miguel de Ibarra fue con la gente de la villa a apaciguar y conquistar a los pueblos de indios que estaban alzados y rebelados, negando la obediencia a S. M.; y por cuanto el otro alcalde su compañero no estaba en la villa, dejó por su teniente y nombró a Juan del Camino, el cual fue bien recibido en cabildo con todas las solemnidades del derecho; y luego a veintiséis de Noviembre del dicho año fue a pacificar otra vez a otros indios en la dicha jurisdicción, y dejó nombrado por su teniente de alcalde a Antonio de Aguirre. Era virey en el tiempo que hubo estos alzamientos D. Antonio de Mendoza, el cual había venido el año de mil quinientos treinta y cinco; y para mayor averiguación y certeza de lo sucedido en los alzamientos, me he valido de una información de Pedro Alberto, nieto de Juan Delgado, encomendero del Teul, y conquistador y capitán que anduvo en compañía del gobernador Nuño de Guzmán, que por ser hecha de orden de la real audiencia la tengo por muy cierta.

     Comenzando por el pueblo del Teul, que no poco dio en que entender a nuestros españoles, digo: que tiene este pueblo por cabeza un cerro al principio cuadrado como de peña tajada, y arriba otro cerro redondo; y encima del primero hay tanta capacidad que caben más de veinte mil indios, y aquí se hicieron fuertes en tiempo de la conquista, hasta que vencidos se bajaron a los llanos. En este monte estaba una sala en donde estaba su ídolo, que llamaban el Teotl, y de toda la comarca venían a darle adoración como al dios principal que residía en la cabecera; tiene más una pila de losas de junturas de cinco varas de largo y tres de ancho, y más ancha de arriba que de abajo, en la cual ofrecían sus sacrificios de hombres y niños al demonio, cortándoles las cabezas. Esta pila tiene dos entradas; la una en la esquina que mira al Norte, con cinco gradas, y la otra que mira en esquina al Sur, con otras cinco: no lejos de esta pila, como dos tiros de arcabuz, están dos montecillos que eran los osarios de los indios que sacrificaban, sobre los cuales se han criado con el tiempo yerba y árboles, aunque no muy grandes. La relación que dan los testigos en la información referida es que oyeron contar a sus padres y abuelos que el capitán Juan Delgado en compañía del padre Fr. Juan Pacheco, religioso de N. P. S. Francisco, fueron los fundadores de la iglesia de aquel pueblo, y pusieron la primera piedra ambos; y que para aficionar a los niños a que fuesen a la doctrina para enseñársela, les daban confites y listones, con lo cual se aficionaron de manera que no veían la hora de ir a la iglesia; y que después de algún tiempo llegó a aquel pueblo un santo clérigo ya viejo, llamado Miguel Lozano, el cual quedó allí en el ínterin que el dicho padre Fr. Juan Pacheco y Juan Delgado daban a los españoles de toda la tierra los de la jurisdicción de Tlaltenango;(113)

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y que viendo el padre Fr. Juan Pacheco que los españoles estando a la parte de un cerro arriba querían dar la batalla, les dijo por inspiración Divina que no la diesen hasta que pasasen dos días, porque era infinidad de indios la que estaba abajo escondida, y que él diría cuándo se había de dar. Para certificarse de esto los españoles enviaron seis espías, y habiendo muerto uno, volvieron los cinco, y dijeron que el campo no se parecía de indios: pasados dos días en que muchos de ellos se habían retirado a buscar bastimentos, y a los españoles llegado socorro, por consejo del padre Fr. Juan Pacheco se dio la batalla, y quedaron vencidos los indios y echados del cerro, con que se dio fin a la guerra.

     Y habiendo vuelto al pueblo del Teul el padre Fr. Juan Pacheco y Juan Delgado, hallaron enfermo al clérigo Miguel Lozano, y duró su enfermedad hasta que se acabó la iglesia, la cual se bendijo y dijo la primera misa día de la degollación de S. Juan Bautista, y dentro de cinco días se llevó Dios al buen clérigo Lozano, con opinión de santo y virtuoso varón, habiendo recibido los santos sacramentos. Ganóse este pueblo día de S. Juan Bautista, y la iglesia se acabó dentro de un año y lo que va a decir al día de sa degollación, y el día que se dijo la primera misa se bautizó un hijo del gran cacique y una hermana suya, y le llamó el indio D. Juan y ella Doña Catalina; y el padre Fr. Juan Pacheco dio al indio una imagen de S. Juan Bautista, y a la india otra de Sta. Catalina mártir, y desde entonces quedó por titular y patrón el santo precursor.

     Mucho se padeció en la conquista de este pueblo, porque la primera vez que se alzaron los indios y fueron los españoles a reducirlos, murieron manos de los indios todos los españoles, que no quedó ninguno; y pasados muchos días volvieron otros españoles, y se subieron los indios al cerro, donde se hicieron fuertes, por tener allí a su ídolo principal, y por esta causa pusieron a dicho cerro por nombre Toix, que quiere decir dios. Vencidos los indios, los españoles derribaron y quebraron aquel gran ídolo Teotl, y los hajaron y poblaron adonde ahora está el pueblo, y se fueron quietando y acariciando con los religiosos, y muchos de los que se habían ido de miedo de los españoles se volvieron; y Dios como padre de misericordias les dio cinco manantiales de riquísima agua en contorno del pueblo cerca de las casas, y todos salen de peña abierta, con que hoy tienen mucha abundancia.

     Tenía este pueblo, como tres leguas de distancia a la parte del Norte, una cueva a quien ellos llamaban Cuicon, que quiere decir lugar adonde cantan; y la razón de llamarse así era porque estando junto a la cueva se oían cantos de diferentes voces y diversas lenguas e idiomas, y por ser la cueva grande sonaba mucho y no se entendía lo que cantaban; y en el suelo a la entrada de esta cueva, que está claro, veían infinidad de huellas y pisadas de hombres, mujeres y niños, de aves y animales, y que barriéndola por la tarde, a la mañana se volvían a ver las mismas pisadas. Amedrentados los indios con esto, fue un religioso que lo conjuró, y cesó todo; con que se aquietaron los indios y dijeron que el Dios de los cristianos era el verdadero; y así entrando después el año de mil quinientos treinta y nueve, como cuenta el P. Torquemada, dos religiosos de nuestra orden a visitar las naciones del Teul, fueron bien recibidos, porque sólo su rencor y enojo lo tenían con los españoles, a quienes siempre todas las naciones de indios han querido mal por los malos tratamientos que desde la conquista recibieron de ellos. Descubrieron estos dos religiosos hasta treinta pueblos adonde no habían llegado españoles, y los mayores de ellos tendrían de cuatrocientas a quinientas personas; y habiéndoles predicado y dicho a lo que iban,

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recibieron de buena gana la fe, y trajeron sus hijos para que los bautizasen, siendo ellos bautizados primero.

     Volvieron los españoles que habían ido a la pacificación de los indios arriba referidos, a la villa de Guadalajara; y estando cuidadosos por verse cercados de enemigos, un día víspera de S. Miguel al salir del sol salieron algunos a requerir los ejidos de la villa para ver si había enemigos, y vieron dos leones cachorrillos arrimados a un pino, y lo tuvieron por buen anuncio de que el león español había de vencer al soberbio altivo del ejército infernal; y el mismo día vinieron infinidad de indios después de vísperas a pelear con nuestros españoles, los cuales saliendo al encuentro a los indios, vieron visiblemente al apóstol Santiago y a los ángeles que peleaban en su favor, con que vencieron la bárbara nación; y otro día de S. Miguel se llenó de resplandores la imagen del santo ángel pintado en un guadamecí, y al presente está en la catedral, no con la decencia debida a tan gran milagro y merced. Después de esto se juntaron en cabildo el teniente gobernador, alcaldes y regimiento y demás vecinos en presencia del cura y vicario, e hicieron juramento sobre el misal y ara de tener perpetuamente por patrón de la villa al gloriosísimo arcángel Sr. S. Miguel, erigirle capilla particular, y en memoria de esta victoria sacar cada año el pendón por las calles públicas de la villa. Algunos dicen que esta victoria fue el año de mil quinientos cuarenta y uno, cuando hubo la guerra del Mixton, lo cual no se puede ajustar con la verdad de la historia, como parece por el privilegio de las armas de Guadalajara que dio el Emperador el año de mil quinientos treinta y nueve, del cual consta que ya había sucedido el caso referido, y que no pudo ser cuando la guerra del Mixton, ni se puede referir el suceso a otro año que al de que vamos hablando, que es el de mil quinientos treinta y seis. En este año de mil quinientos treinta y seis se fundó el pueblo de San Pedro, visita de Zapotitlan &c.(114)

Capítulo XXVII.

En que se trata de una batalla que tuvo el gobernador Diego Pérez de la Torre con el cacique Guaxicar, e indios de Xocotlan y Guaxacatlan &c.

     En primero de Enero del año de mil quinientos treinta y ocho, estando juntos en cabildo en la iglesia de esta villa, dice el secretario del Lic. Diego Pérez de la Torre, gobernador de la provincia de la Galicia por S. M., Miguel de Ibarra, Francisco Barron y Francisco de la Mota, regidores que fueron el año pasado de mil quinientos treinta y siete, dijeron: que por cuanto el dicho señor les ha mandado como a tales regidores que fueron el año pasado, nombren para este de quinientos treinta y ocho personas tales para alcaldes y regidores, nombraron a Alonso Álvarez y Diego Sigler y a Cristóbal Romero; y luego el señor juez y gobernador los confirmó y fueron recibidos por el cabildo; y luego en dos días de Enero del dicho año recibieron por vecino de la dicha villa a Pedro de Tordesillas, y mandaron que goce de todas las preeminencias y libertades que los otros vecinos de la dicha villa han y gozan, y que le den solar.

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     Después de esto se levantaron y alzaron de guerra los indios de Xocotlan, Guaxacatlan y Hostotipaquillo, movidos por su cacique Guaxicar; y habiendo llegado a noticia del gobernador Diego Pérez de la Torre, luego al punto procuró ir en persona a su pacificación, para lo cual convocó algunos de los capitanes, y les dio el orden que habían de llevar con sus soldados; y habiendo juntado algunos indios amigos mexicanos, partieron de Tonalá para su jornada; y habiendo llegado al puesto donde los indios estaban de guerra, los hallaron empeñolados en unos cerros muy altos. El gobernador les mandó decir que se aquietasen y bajasen de paz, y que él en nombre de S. M. les perdonaba el delito que habían cometido en alzarse y tomar las armas; a que respondieron con mucha soberbia, diciendo que habían de morir en la demanda hasta matar los españoles o echarlos de la tierra; y entonces mandó a los capitanes cercasen los peñoles y les acometiesen por todas partes; y embistieron a tan buen tiempo sus soldados, y les apretaron de tal manera, que se bajaron a los llanos, adonde tuvieron una gran refriega, y se dio tan sangrienta batalla, que murieron infinitos indios de los alzados, y los que quedaron vivos, rotos y desbaratados se pusieron en huida, desparramándose por diversas partes.

     Sucedió en esta ocasión una desgracia notable, que lo fue muy grande para todo el reino, porque andando el gobernador Diego Pérez de la Torre animando a sus soldados, como capitán general que era, cayó de su caballo y se lastimó de suerte que le fue forzoso, porque le agravaba el mal, volver con su campo al pueblo deTonalá adonde tenía su mujer e hijos; y habiendo llegado, estuvo algunos días en la cama, y como tenía lastimadas las entrañas de la caída, quebró el mal en unos vómitos y cámaras que le fueron abreviando la vida; y sintiéndose mortal hizo llamar al bendito padre Fr. Antonio de Segovia, guardián de S. Francisco del pueblo de Tetlan, y se confesó con él y recibió los santos sacramentos como buen cristiano. Y hecho esto, luego trató de poner las cosas del gobierno en orden, por lo cual envió a la villa de Guadalajara, que estaba en Tlacotlan, a llamar al capitán Cristóbal de Oñate y a los demás capitulares alcaldes y regidores y otras personas nobles; y teniéndolos juntos en su casa les dijo que el haberlos llamado y juntado era por nombrar con su parecer gobernador, por cuanto tenía orden de S. M. para que por su muerte y fallecimiento pudiese nombrar con parecer de todos gobernador, según que mejor les pareciese, y que a aquel que fuese electo obedeciesen hasta en tanto que S. M. otra cosa mandase; y en conformidad de la orden de S. M. les dijo a todos los que presentes estaban, que aunque su hijo Melchor Pérez de la Torre por ser ya grande le pudiera llevar para ocuparle en el gobierno, y que ellos por entender le agradaban, correspondiendo al amor y buena voluntad que siempre les había tenido, lo admitirían, pero que no convenía hacer en él el nombramiento, por ser mozo de poca experiencia para negocio tan grave, y que así le excluía de la elección que en él se podría hacer, además que un trance tan riguroso como en el que se veía, no le permitía hacer otra cosa, y que así se determinasen en nombrar una persona tal cual conviniese al servicio de Dios y del rey, de los que estaban en aquella junta; y todos a una le respondieron que pues tenía experiencia y conocimiento de las personas del reino, le pedían y suplicaban fuese servido de nombrar por gobernador a quien más a propósito le pareciese, y que a aquel obedecerían como gobernador; y habiendo oído la respuesta de todos, luego mandó el Lic. Diego Pérez de la Torre llamar al escribano público Diego de Hurtado para que hiciese el nombramiento, el cual hizo en esta forma:

     En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los ángeles Santa María y con su divino favor, en nombre del Emperador Carlos V, Rey de Castilla. Yo el

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Lic. Diego Pérez de la Torre, gobernador que al presente soy del reino de la Galicia, por autoridad que para ello tengo, y en conformidad de lo tratado con la justicia y regimiento y demás capitanes de este reino y villa de Guadalajara, nombro por gobernador después de mi fallecimiento y días, al capitán Cristóbal de Oñate, como a persona que ha tenido tres veces el dicho gobierno, usando de él con la rectitud que al servicio de S. M. conviene, hasta en tanto que otra cosa S. M. mande, y le doy poder cual yo le tengo de S. M. para el ejercicio de dicho gobierno.

Acabado de pronunciar el nombramiento, llamó al capitán Cristóbal de Oñate y le abrazó, y con muchas lágrimas le entregó todas las cédulas y provisiones del rey, y le dijo con mucho respeto y cortesía que se acordase de los bienes que había recibido de Dios, haciéndole amable y bienquisto de todo el reino, por lo cual debía tener siempre presente a su divina Majestad para nunca errar, y que toda su vida se acordase de Dios y de las cosas del servicio del rey; y que si de alguno hiciese justicia, fuese con mucha razón, y que si fuese cosa que se pudiese tolerar sin deservicio de Dios y del rey, la tolerase, y que no justiciase a nadie sin hacerle primero proceso bien sustanciado; y que si el caso fuere tal y que tocase a traición, y supiese claramente que era verdad, y no hallase testigos que bastasen a probarlo, ni pudiere reducir al reo con buen modo, sin darle a entender su alevosía y traición, lo echase con grandísimo secreto donde no pareciese ni le pudiese dañar; pero ante todas cosas acordándose de Dios y llevándole delante. Encomendóle el hacer bien por su alma, y que mirase por sus hijos, y principalmente por sus dos hijas, que quedaban muy pobres y sin casar. Y el capitán Cristóbal de Oñate le prometió obedecerle en todo y seguir sus órdenes e instrucciones, lo cual cumplió después como quien era. A los alcaldes, regimiento, capitanes y demás personas nobles les dijo que respetasen al capitán Oñate como a persona que había de representar la de Dios y la del rey, y pidió perdón a todos si acaso en alguna cosa les había ofendido; y habiendo dispuesto las cosas de su alma, la dio a su Criador en el año de mil quinientos treinta y ocho, y fue su cuerpo enterrado en el convento de S. Francisco de Tetlan, que fue el primero que se fundó en esta tierra, como una legua de adonde ahora está Guadalajara, en el medio que hay de la dicha ciudad a Tonalá , entre el pueblo de S. Pedro y Zalatitlan, el cual convento se pasó después a la ciudad de Guadalajara, cuando se fundó en el puesto que hoy tiene, y los huesos de este esclarecido varón fueron trasladados al dicho convento.

     Después de la muerte del Lic. Diego Pérez de la Torre, quedó gobernador el capitán D. Cristóbal de Oñate, y a poco tiempo el virey D. Antonio de Mendoza, eligió por justicia mayor a Luis Galindo del Nuevo Reino de la Galicia, y le ordenó que hiciese que los españoles que estaban en Tonalá se juntasen con los que estaban en la villa de Guadalajara en Tlacotlan; y luego Luis Galindo lo mandó y dio una provisión para que Diego Vázquez y Miguel de Ibarra pudiesen señalar los solares en una raya que iba señalada a los vecinos de la dicha villa, según que más largamente consta de la dicha provisión, que está en el archivo del cabildo de la ciudad de Guadalajara, en que se señalaron cien solares, y dieron setenta y nueve a los vecinos pobladores que estaban presentes, quedando veintiuno vacos para dar a los que se fuesen agregando.

     Después de esto, el virey D. Antonio de Mendoza envió por gobernador de la Galicia a Francisco Vázquez Coronado, natural de la ciudad de Salamanca, casado con la hija del tesorero Alonso de Estrada, y llegó a la villa de Guadalajara en este mismo año de mil

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quinientos treinta y ocho; y luego en diez y nueve días del mes de Noviembre del dicho año, en presencia del escribano Salinas, el dicho Francisco Vázquez Coronado, gobernador de la Galicia, dijo: que por cuanto los regidores que han sido este año de la dicha villa, han desistido de sus oficios ante Su Merced, por petición, y porque el dicho señor gobernador se iba de la dicha villa a la ciudad de Compostela, de donde no podía venir a tiempo para las elecciones, y pedían y requerían al dicho señor gobernador nombrase quien fuesen alcaldes y regidores de la dicha villa para el año venidero de mil quinientos treinta y nueve; el dicho señor gobernador dijo: que nombraba y nombró por regidores de esta villa en nombre de S. M. a Diego Proaño y Santiago de Aguirre, y a Juan de Saldivar y a Toribio de Bolaños, vecinos de la dicha villa, porque le parecieron personas hábiles y suficientes para el dicho oficio y de buena conciencia, y que entraran al servicio de Dios nuestro Señor y de S. M., según que de derecho se requiere. -FRANCISCO VÁZQUEZ CORONADO.

     Fueron recibidos e hicieron juramento en forma; y luego este dicho día, mes y año, el dicho señor gobernador dijo: que por cuanto en la dicha villa no hay alcaldes ordinarios, y que él está de camino para la ciudad de Compostela, que les mandaba y mandó nombren alcaldes, tales cuales convengan para dicho cargo; y luego los dichos regidores nombraron a Miguel de Ibarra, a Francisco Barron, a Diego Vázquez, a Maximiliano de Angulo, a Hernán Florez y a Hernán Ruiz de Ovalle, que son personas honradas y de buena conciencia, tales cuales conviene; y luego el dicho señor gobernador estando en cabildo dijo que nombraba y nombró por alcaldes de esta dicha villa su tierra y jurisdicción a Diego Vázquez y a Miguel de Ibarra, y como a tales alcaldes en nombre de S. M. les daba su poder cumplido, tan bastante como de derecho se requiere; y fueron obedecidos por el cabildo e hicieron el juramento, y luego nombraron por alguacil a Alonso Lorenzo, y por escribano a Juan de Salinas.

Capítulo XXVIII.

En que se trata cómo el Emperador D. Carlos hizo ciudad a la villa de Guadalajara, y le dio escudo de armas este año de treinta y nueve &c.

     Don Carlos, por la divina clemencia Emperador semper augusto, Rey de Alemania; Doña Juana su madre y el mismo Don Carlos, por la gracia de Dios Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mayorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canarias, de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano, Condes de Barcelona, Señores de Vizcaya y de Molina, Duques de Atenas y de Neopatria, Condes de Ruisellon y de Cerdania, Marqueses de Oristan y de Gociano, Archiduques de Austria, Duques de Borgoña y de Brabante, Condes de Flandes y de Tirol &c. Por cuanto Santiago de Aguirre en nombre del concejo, justicia y regidores, caballeros y escuderos, oficiales y hombres buenos de la ciudad de Guadalajara, que es en la provincia de la Galicia de Nueva España, nos hizo relación que los vecinos de la dicha ciudad de Guadalajara pasaron muchos peligros y

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trabajos, así en la conquista y pacificación de ella, como de los otros pueblos de la dicha provincia, e nos suplicó mandásemos señalar armas para la dicha ciudad, según y como las tenían las más ciudades y villas de Indias, o como la nuestra merced fuese; e Nos acatando a los trabajos y peligros que los dichos vecinos y conquistadores y pobladores de la dicha ciudad han pasado en la conquista e población de ella, tuvímoslo por bien, e por la presente hacemos merced y queremos y mandamos que agora e de aquí adelante la dicha ciudad de Guadalajara haya y tenga por sus armas conocidas un escudo, dentro de él dos leones de su color puestos en salto, y arrimadas las manos a un pino de oro realzado de verde en campo azul, y por orla siete aspas coloradas y el campo de oro, y por timbre un yelmo cerrado, y por divisa una bandera verde con una cruz de Jerusalén de oro, puesta en una vara de lanza con sus trasoles y dependencias e follajes de azul y oro, según que aquí van bien pintadas y figuradas; las cuales dichas armas damos a la dicha ciudad por sus armas y divisas señaladas, para que las puedan traer e poner, e traigan e pongan en sus pendones, sellos, escudos y banderas, e en las otras partes e lugares que quisieren e por bien tuvieren, según y como, en la forma y manera que las ponen y las traen en las otras ciudades de nuestros reinos a quien tenemos dadas armas e divisa; e por esta nuestra carta encargamos al Ilustrísimo Príncipe Don Felipe, nuestro muy caro y muy amado nieto e hijo, e a los infantes nuestros muy caros hijos y hermanos, e mandamos a los prelados, duques y marqueses, condes, ricoshombres, maestres de las órdenes, priores, comendadores, alcaides de los castillos e casas fuertes e llanas, e a los alcaldes e alguaciles de nuestro consejo e chancillerías, y a todos los hombres buenos, e a todas las ciudades, villas y lugares de todos estos reinos e señoríos de la Nueva España, Indias, Islas e Tierra-Firme del Mar Océano, así a los que agora son como a los que de aquí adelante serán, cada uno y cualquiera de ellos en sus lugares e jurisdicciones, que vos guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir la dicha merced que así vos hacemos de las dichas armas, que las haya y tenga por sus armas conocidas y las pueda como tales poner y traer, e que en ello ni en parte de ello embargo y contrario vos no pongan ni consientan poner en tiempo alguno ni por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís, a nuestra cámara a cada uno que lo contrario hiciere. Dada en la villa de Madrid a ocho días del mes de Noviembre, año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos treinta y nueve años. -YO EL REY. -Yo Juan de Sámano, secretario de su Cesárea y Católicas Majestades la fice escribir por su mandado. -EL DOCTOR BELTRÁN. -JOANNES, EPISCOPUS LUCUTIUS. -EL DOCTOR BERNAL. -EL LICENCIADO GUTIERRE VELÁZQUEZ. -La cual mandamos sacar por duplicado en los nuestros libros de las Indias en Valladolid. a veintidós días del mes de Abril en el año del nacimiento del Señor de mil quinientos treinta y nueve años;(115)

y mandamos que sea cumplida y guardada en todo como en ella se contiene.

Capítulo XXIX.

En que se trata como este año de cuarenta repartieron los ejidos de Guadalajara, y de otras cosas.

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     En la ciudad de Guadalajara de Galicia de la Nueva España, en ocho días del mes de Enero de mil quinientos cuarenta años, ante mí Andrés de Salinas, escribano de S. M. e del concejo de esta dicha ciudad, los señores justicia y regidores de ella, es a saber, Diego de Proaño y Toribio de Bolaños, alcaldes, Miguel de Ibarra y Juan del Camino, Pedro de Placencia, Francisco de Mota, Fernando Flores, regidores, pidieron al magnífico señor Francisco Vázquez Coronado, gobernador de esta provincia, que presente estaba, que señalase ejidos a esta ciudad para que los vecinos de ella sepan donde tenga el ganado pastos y las otras cosas, y lo que los ejidos son. Y luego el dicho dijo: que estaba presto a lo facer; e cabalgaron todos juntos, e fueron a ver las partes providentes para ello: e visto todo por vista de ojos, el dicho gobernador dijo: que señalaba y señaló por ejidos para esta ciudad un cerro que está cerca de ella, como vamos camino de Contla a la mano izquierda donde face un ancón en el llano, y está junto a casas de indios del pueblo de Tlacotlan, en una fuente de aguas vertientes facia la dicha ciudad, a Tecastitlan(116)

a la mano derecha, aguas vertientes facia la dicha ciudad, con tal que si quemaren la tierra do están las casas de los dichos indios del dicho ancón, que se la compren y no de otra suerte, y que los dichos ejidos entre ambos cerros y llanos que está entre dos aguas vertientes facia la dicha ciudad e es lo más alto de la ciudad facia los dichos caminos de Techiscatitlan e Contla entre ambos a dos; e mandó a mí el dicho escribano así lo asiente, lo cual pasó en presencia de los dichos señores justicias y regidores: testigos Pedro de Ulloa y Joannes de Subia y Joannes Polancon &c.

     Ya por este tiempo se comenzó a alterar la tierra con una conspiración de alzamiento, que duró casi tres años su pacificación, y se vieron tan apurados los vecinos de Guadalajara con los acometimientos que cada día les hacían los indios, y tan molestados, que determinaron escribir a su gobernador Francisco Vázquez Coronado, que ya estaba en Compostela y aviándose para el viaje de la tierra de Cíbola y Nuevo México, para que pusiese el remedio que conviniese, como parece por la carta siguiente:

     «Illmo. Sr. -E porque pensamos que Vuestra Señoría será informado del trabajo que con estos indios y naturales de esta tierra tenemos y esperamos tener, de Cristóbal de Oñate, teniente general de esta gobernación, como persona que gobierna esta tierra, por la visita que hizo, que esta villa y algunas personas de nosotros le hicimos relación y suplicamos él la hiciese a V. S. para que diese remedio en todo, porque de otra manera está en condición de perderse toda esta tierra; y para el remedio de esto, por la poca posibilidad que en todos nosotros hay para poder pagar algunos españoles que demás de los que están en esta villa son menester para resistir tanta gente rebelada, que los pueblos que entre todos nosotros están encomendados, juntamente e con todos los chichimecos se hagan esclavos o naborías de por fuerza, para que nos sirvan en nuestras haciendas e granjerías, para que con esto tuviésemos remedio para tener caballos y armas y las cosas necesarias que convienen para la conversión de estas tierras, y para que estos malvados no anden con las malignidades que cada día cometen y andan procurando, y alborotando los pueblos que están pacíficos al yugo y dominio de S. M. y sirven a los españoles que estaban encomendados; y demás de esto amedrentando a los naturales, aconsejándoles que se hiciesen a una, y fuesen en la muerte de todos los religiosos y españoles que están en esta jurisdicción de esta villa, y matando en los pueblos los negros y naboríos cristianos, y todos los ganados, como lo han puesto por obra en muchos pueblos de los vecinos de esta villa y jurisdicción, haciendo

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burla y escarnio de la doctrina cristiana que los reverendos religiosos del orden del Sr. S. Francisco predican y siembran entre todos estos naturales, y no aprovechando ninguna cosa los requerimientos que el visitador de esta villa les ha hecho en nombre de S. M. y del gobernador de esta tierra para que vengan al dominio de S. M. sobre la paz; de lo cual, siendo V. S. servido, daremos información muy entera de ello; y pues V. S. ve la gran necesidad que esta tierra tiene para que se asiente, sea servido de proveer con el remedio de la merced que a V. S. le suplicamos: porque demás de hacer lo que V. S. debe, nos parece hará en ello muy gran servicio a Dios nuestro Señor y a S. M.; y como persona que se ha hallado en los más requerimientos que se le han hecho a estos y a los otros que están juntamente con los chichimecos, rogamos quisiese tomar trabajo de hacer saber a V. S. a Toribio de Bolaños, y a V. S. de informarse de él, y porque el visitador, como persona que ha pasado todo por él, quisiera ir a hacerle relación a V. S. y no puede por ahora por el recelo que todos tenemos mientras él allá se halle no se alborote más la tierra, hasta que venga el remedio de V. S. Dios nuestro Señor la ilustrísima persona de V. S. guarde con acrecentamientos de muy mayor estado, como V. S. desea. De esta villa de Guadalajara, a veintiséis días de Diciembre: servidores que las manos de V. S. Illma. besamos. -DIEGO DE PROAÑO. -JUAN DEL CAMINO. - PEDRO DE PLACENCIA. -TORIBIO DE BOLAÑOS. - FRANCISCO DE LA MOTA».

Capítulo XXX.

En que se trata como el gobernador Cristóbal de Oñate tuvo noticia en Guadalajara de que los indios de la sierra de Tepic y los cascanes del Teul, Tlaltenango y Xuchipila ya no

querían servir, y como se declaró el alzamiento.

     Muy confuso y pensativo se hallaba en la ciudad de Guadalajara el gobernador Cristóbal de Oñate con los movimientos de la guerra y alzamientos, por no saber cómo gobernarse con la poca gente con que se hallaba, cuando tuvo nueva que ya los cascanes y sus valles, y la sierra de Tepic, valle de Tlaltenango y río de Xuchipila, y el valle de Nochistlan y Teocaltiche ya no querían venir a servir ni a reconocer a sus encomenderos, lo cual tuvo a mala señal, teniendo por cierto que ya el baile y abuso de Huainamota iba haciendo efecto,(117)

y para remedio de esto acordó de enviar al capitán Miguel de Ibarra con algunos soldados; fueron Juan Michel, Francisco de la Mota, Pedro de Placencia, Diana, Juan de Salinas, Diego Hernández Hodrero, Cristóbal Romero y otros, y el capitán Diego Vázquez de Buendía con muchos indios amigos mexicanos que sacó de Tlajomulco y del valle de Tonalá ; fue también a esta jornada Juan del Camino, y llegados al río de Xuchipila hallaron los pueblos muy mudados y despojados de gentes, que toda estaba empeñolado en el Mixton, que es una sierra muy alta con unas rocas asperísimas, por lo cual le llamaron el Mixton, que quiere decir gato, o subidero de gatos; y sabido por el capitán Miguel de Ibarra, determinó ir con sus soldados adonde la gente estaba empeñolada, y habiendo llegado les dijo que por qué causa se alzaban, siendo sus amigos, que pues no había habido

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ocasión se volviesen a sus pueblos y se sosegasen, que en qué andaban; a lo cual no respondieron sino con mucha flechería. Esto sucedió Sábado de Ramos del año de mil quinientos cuarenta y uno; y habiendo visto el capitán Miguel de Ibarra la resolución de los indios, se retrajo con su gente más abajo del Mixton, para estar con más seguridad, y los indios empeñolados le enviaron a decir que por la mañana otro día bajarían a verle, porque querían paz dando grandes disculpas de las flechas que un día antes habían tirado; con que se descuidaron, y el Domingo de Ramos estando el sol eclipsado a las ocho de la mañana, y los españoles almorzando, y los indios amigos bien descuidados, por donde no se pensaba dieron los empeñolados con los del real, y era tanta la multitud de cascanes enemigos, que los desbarataron, y sin poder ninguno pelear, con la prisa y aspereza, se retrajeron como mejor pudieron, y en aquella confusión mataron a Francisco de la Mota y cogieron vivos a otros españoles, a los cuales hacían traer agua y servir, diciéndoles: «Servidnos, que así hacéis con nosotros»; y al fin los mataron. En esta ocasión quedó Romero y otro español peleando a caballo solos con los enemigos, los cuales embistieron a Romero y le mataron el caballo, y teniéndole asido para llevarle y matarle, arremetió Francisco Mota, que así se llamaba el otro soldado, con su caballo y arcabuz, peleando valerosamente para defender a Romero; pero estancándosele el caballo le cogieron y llevaron vivo; y viéndose suelto Romero, y a los indios ocupados con el Mota, mató cantidad de ellos, y le dejaron suelto, el cual reparando halló junto a sí a un indio llamado D. Diego Vázquez, que era cacique de Tlajomulco y había ido con los españoles, y arremetió a él, y derribándole del caballo saltó él en pelo y asióse, y luego al punto mataron al cacique D. Diego.

     Acabado de desbaratar el campo de los españoles, fue multitud de enemigos tras el alcance, y dieron con Pedro de Placencia y Diana que estaban peleando; y andando a las vueltas volvió Diana a mirar atrás por ver la gente que le salía, y al volver el rostro le dieron un flechazo en un ojo, que le derribaron del caballo. Acudió luego Placencia y le cogió a las ancas del suyo, animándole y diciéndole se tuviese bien, que él lo sacaría en salvo; y al cabo de rato que iban saliendo de donde los enemigos estaban, dijo Diana: «Dios sea conmigo», y cayó muerto en el suelo, y así que cayó le arrebataron los enemigos y se lo llevaron, escapando Placencia; pero ni español ni soldado pareció, porque cada uno se fue por donde mejor se pudo huir, sin saber unos de otros. Murieron muchos indios amigos del valle de Tonalá , y serían más de doscientos, y más de diez españoles, los mejores soldados del reino, que fue harta pérdida: y desbaratados y vencidos, los que escaparon después de tres días llegaron y unos indios amigos de Tlajomulco a la ciudad de Guadalajara, adonde dieron la nueva de la pérdida de los españoles y muertos, y habiéndolo sabido se comenzaron tantos llantos y clamores en ella, particularmente de las mujeres y niños, que llegaban al cielo, y el gobernador Cristóbal de Oñate comenzó a prevenirse y a poner en armas a los españoles, temiendo que según la nueva tendrían presto a los enemigos en la ciudad; y estando en esto, el mismo día que llegaron los amigos con la nueva llegó Juan Michel flechado todo el cuerpo, brazos y piernas, y el caballo mal herido que era lástima verlo, y se entendió muriera de las heridas; fuese a curar a su casa donde estaba su madre y una hermana que estaba casada con el capitán Diego Vázquez, y así que llegó preguntó: «¿Ha llegado por acá Diego Vázquez, mi hermano?» y habiéndole dicho que no, dijo: «Pues ayer a esta hora nos apartamos, y el capitán Miguel de Ibarra y otros, y pues no ha llegado, tengo por cierto que los han muerto»; y contó todo el suceso como había sido: lo cual sabido por el gobernador Oñate, salió armado a caballo con la gente que halló en la ciudad, y se fue a la casa de Juan Michel, y le mandó curar y confesar; y tomando razón del

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caso, mandó a los que con él estaban hiciesen luego talegas, y habiéndolas hecho, caminó en busca del capitán Miguel de Ibarra y de los demás soldados hacia el Mixton, dejando como doce españoles para defensa de la ciudad; y yendo caminando, a una legua de la ciudad encontró a Miguel de Ibarra y a los demás soldados muy mal heridos y muy ensangrentados, los cuales contaron al gobernador Oñate lo que había pasado en el Mixton, y cómo habían muerto a los españoles los más valientes del campo, y que a Salinas, a Francisco de la Mota y a Diego Hernández Hodrero llevaron a la barranca de S. Cristóbal, y allí los sacrificaron en unos cues y adoratorios de ídolos, y después se los comieron, y que de la misma suerte hicieron con los demás.

     Estando tratando de estas cosas y de lo sucedido en la refriega pasada, dijo el gobernador Oñate, hablando con el capitán Miguel de Ibarra: «También me parece que faltan Placencia y Diana, y cierto que me llega al alma tal pérdida, y que se nos aparejan grandes trabajos; sea el Señor de cielo y tierra loado por todo, que confío en su Divina Majestad lo ha de remediar como señor, pues todo cuanto padecemos y hacemos es en su servicio». Estando en estas razones salió Pedro Placencia de una montañuela, muy desmayado, porque venía muy mal herido, sin haber comido en tres días, y llegando adonde el gobernador con la demás gente estaba, dio también razón de lo sucedido, y cómo se había apartado por otra derrota por favorecer a Diana su amigo, y que con todo eso lo mataron los indios, y que harto había hecho él en escapar su vida, y daba a Dios gracias por haberlo librado de aquel peligro. Con la gente que llevaba y la que encontró, el gobernador quiso pasar adelante; pero todos se lo impidieron, diciéndole que no hiciese tal, porque toda la tierra estaba alzada y los cascanes hechos unos leones, y que no había otro reparo sino pedir socorro a todo el reino, sacando soldados de cada villa y ciudad: y habiendo oído estas razones determinó volverse a la ciudad de Guadalajara para templar los llantos de las viudas, consolar a los afligidos, curar los heridos y poner remedio en tan gran fuego como se había levantado y iba abrasando en armas toda la tierra. Llegado a la ciudad con los que salieron desbaratados de la guerra, mandó a cada uno se fuese a su casa a curarse y descansar, y él se fue a la de Francisco de Mota a consolar a su mujer e hijos, prometiéndoles amparo, como después lo hizo, casándola con Juan Michel, y la amparó honrándola a ella y a todas sus cosas. Luego envió a llamar a Diego Vázquez, y le dio la encomienda que tenía Diana, que era Cuacuala, diciéndole que holgara fuese mejor.

     Estando en estos aflictos y trabajos, le llegaron cartas de Culiacan, Compostela y la Purificación, en que le daban aviso como todas las provincias estaban alzadas, y cada día les ocasionaban y tenían mil refriegas. Mucha pena y confusión causó esto al gobernador, y viendo lo que le iba sucediendo, como hombre tan sabio y valeroso en todo, procuró disponer el reparo con prudencia militar, y mandó a los alcaldes y regidores, oficiales reales, capitanes y hombres principales que allí había, se juntasen en su casa para tratar del caso, y juntos les dijo: «Señores, aquí a cabildo, para que se trate del remedio de tanto daño como vemos y todo el reino, y que será más dificultad sujetarlo que cuando se ganó, habiendo traído Nuño de Guzmán quinientos españoles y veinte mil amigos, y con todo eso nos vimos en grandes trabajos para ganarle y sujetarle; pero ahora que somos tan pocos para tanto remedio y para volver a ganar la tierra y resistir a enemigos tan malos y tan diestros en las armas con tan pocas fuerzas, y que los amigos que teníamos por nuestros se han vuelto enemigos, y que lo de Culiacan, Compostela y Purificación está todo alzado, sacar un hombre de ellas sería perderlo todo; pues ya Vds. ven lo que pasa en esta provincia

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y villa, y que de los que aquí había nos han muerto la mitad; cada día esperamos a los enemigos; no hay otro remedio sino el de Dios, que este no faltará, pues lo que hacemos es en servicio suyo y en plantar su santo Evangelio. A mí me parece se dé noticia al señor virey D. Antonio de Mendoza de lo que pasa, y que le pidamos envíe socorro, porque si esto no se hace, moriremos todos a manos de nuestros enemigos y seremos aquí acabados. Este es mi parecer: Vds. verán si conviene hacerse o no; porque lo que determinaren se hará»; y habiéndolo oído, todos respondieron: que pues Su Señoría era en todo tan acertado, no tenían ellos que decir, sino que los parecía se hiciese como lo determinaba, que lo propio decían, y que este era su parecer; y luego dijo el gobernador, que pues estaban allí todos congregados, se escogiese uno que fuese a México a pedir socorro al señor virey y a informarle y darle razón de las cosas referidas; dicho esto se miraron todos unos a otros, no sabiendo a quien señalar, y dijeron todos juntos: «V. S. señale quien fuere servido, que el que señalare irá, y provéase luego con brevedad, que es lo que más conviene»; a que les respondió el gobernador: «Paréceme que vaya el capitán Diego Vázquez, que se halló en la derrota y pérdida del Mixton, que es persona de tanto crédito y valor, y que lleve consigo dos soldados buenos que le hagan escolta y guarden su persona»: y habiendo visto el que había nombrado, se alegraron todos, porque Diego Vázquez era persona de mucha autoridad y peso, bien hablado, y cabía bien en él fuese a tal embajada.

     Era el capitán Diego Vázquez hermano de Fr. Dionisio Vázquez, fraile agustino, predicador del Emperador Carlos V y del Papa Clemente VII, natural de Guadalajara en el reino de Toledo, y fue señalado para ir con la embajada; se le mandó se apercibiese para el viaje, y a los compañeros que habían de ir con él, y el gobernador le escribió al virey largo, dándole noticia de todo lo sucedido en la tierra, pidiéndole socorro. Partió Diego Vázquez para México, y el gobernador mandó que de noche y de día se velase la ciudad poniendo guardas, y que tuviesen las armas aprestadas, porque según los enemigos andaban victoriosos, los tendrían presto en la ciudad; y habiendo ordenado esto, mandó llamar a los correos de las demás villas y ciudad de Compostela, y los despachó con las cartas en que decía a los capitanes de ellas los trabajos con que estaban, y cómo enviaba a pedir socorro al virey, que se encomendasen a Dios y defendiesen lo que tenían a su cargo e hiciesen como valientes capitanes, que Dios sería en su ayuda: y habiéndolos despachado puso por obra el que hubiese vela de noche por sus cuartos, y también de día, y que todos estuviesen con gran recato y cuidado, porque en las cosas de guerra era el gobernador muy extremado y cuidadoso, y velaba sus cuartos como le cabían, como cualquier otro soldado, y esto fue lo que le valió para no perecer él y toda la gente de la ciudad.

Tercera relación anónima de la jornada que hizo Nuño de Guzmán

a la Nueva Galicia.     Partió el gobernador Nuño de Guzmán de Puruándiro, que es postrero pueblo de la provincia de Michuacan hacia los teules chichimecas, en diez del mes de Hebrero, año de

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quinientos y treinta, y anduvo cuatro leguas, poco más o menos, y llegó al río que se intituló de Nuestra Señora de Buen Paso, a causa que se halló muy buen vado para pasar el dicho río, lo cual no se creía, porque los tarascos nos habían dicho que iba tan grande que no se podía vadear. Ahí se detuvo trece días, uno más o menos, porque no me acuerdo cuantos fueron, a causa de esperar algunos bastimentos y españoles para el viaje, de donde durante el dicho tiempo envió dos compañías, la una el río arriba y la otra el río abajo, los cuales no hallaron cosa que de contar sea si no fueron algunas estancias pequeñas, segund dijeron los que allá fueron. En este medio vinieron algunos indios de paz y a dar la obediencia, y dijeron no sembrar ni coger, sino que de raíces y de caza se mantenían, de lo cual trujeron muestra, y quedaron de paz. En este mesmo lugar se hizo justicia del Cazoncí, y el pregón decía por haber muerto muchos cristianos, y por otras cosas que a mí no se me acuerda, lo cual más largo parecerá por el proceso que contra él se hizo. Desde allí se partió con cierta noticia que allí tuvo, y caminamos cinco o seis días sin hallar poblado ninguno ni encontrar persona viva, y al cabo de los cuales yendo el maestro de campo delante halló ciertas estancias donde halló gente de guerra, y le hirieron uno a caballo y creo que dos caballos, y aquella noche llegó a dormir a aquellas estancias con todo el campo, y después de llegados fue el mesmo gobernador a un pueblo que se llama Bruecaro, que le dijeron que había gente de guerra, y llegados allá no se halló gente ninguna, sino todo alzado, y el mesmo y otros que con él íbamos     (119)en que había ídolos de piedra y otras cosillas desta ralea. Dende ahí partió otro día y llegó a vista de una provincia que se llama Cuyná, de donde envió al veedor con cierta gente, y el comendador Barrios y un nahuatato a les requerir a los naturales y señor de aquel pueblo que viniesen de paz y se metiesen so el yugo y dominio de S. M., como más largo por el requerimiento parecerá, el cual se hizo, y le notificaron a los dichos, y no quisieron, mas antes comenzaron a dar grita y a flechar; y visto esto, el veedor volvió, y otro día por la mañana movió el dicho señor Nuño de Guzmán con toda su gente que serían ciento y treinta de caballo, poco más o menos, y otros tantos peones, y con hasta cuatro o cinco mil amigos de todas naciones, y con su gente bien en orden llegó al dicho pueblo de Cuyná, y en él no se halló sino las casas, porque viendo el gran poder desampararon sus casas. Siguióse la gente, y aquel día se alcanzaron pocos, porque como tienen los montes cerca tuvieron lugar de se acoger. Dende a tres o cuatro días se tuvo noticia que estaba cerca de allí otro pueblo que se llama Cuynacaro, y fue allá con la mayor parte de la gente, porque decían ser mucha cosa; y llegando en un día entramos por el pueblo, y también, aunque los corredores que iban delante vieron mucha gente en el campo según dijeron, cuando llegamos habían desamparado sus casas; todavía se tomaron algunos indios, los cuales tenían metidas muchas pajas por el rostro a manera de barbas. Este es buen pueblo y de mucho bastimento. Otro día pasamos un puerto y llegamos a otro pueblo que no se me acuerda el nombre, y también lo habían desamparado, donde estuvo dos días, y de allí envió dos compañías a entrar, y no se hallaron pueblos grandes, sino algunas estancias, y mataron allí los indios un negro y un caballo. Otro día envió al veedor desde este mesmo pueblo, y pasó una barranca muy grande por donde va un río, y halló una población muy grande y en ella mucha gente de guerra, de donde después de les haber dado un buen alcance se volvió al dicho lugar donde el gobernador estaba, y de allí por otro camino, pensando hallar más pueblos, se volvió al dicho pueblo de Cuiná de paz, y dijo que traería todos los otros comarcanos; y dejándole de paz se partió de allí, y teniendo noticia del pueblo de Cuyzeo y que estaba al torno de una muy grand laguna y que era muy buena cosa y de mucha y muy valiente gente, llegó allí después de medio día y halló toda la gente hecha escuadrones a la ribera de un río que sale de una laguna, y

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comenzaron a pelear y a resistirnos, y duró un buen rato la pelea, a causa de tener un río muy grande que no se podía vadear, desde donde a su salvo peleaban; y visto esto luego dio orden de hacer muchas balsas para pasar el río; y como esto vieron los indios naturales, que ya pasábamos los caballos y mucha gente, y por haber ya muerto ansí alanceados como con ballestas algunos dellos, acordaron de venir de paz, y pasó el río obra de veinte de caballo y otros tantos peones. Otro día fue con todo el campo el río abajo, y andadas dos leguas se halló vado, aunque muy trabajoso, y después de pasado, de la una parte del río y de la otra comenzó a salir gente de guerra. Aquel día se alancearon mucha gente, y en este pueblo se detuvo diez o doce días, poco más o menos, hasta que todos los señores vinieron de paz. Aquí se quemaron todos los más de los cúes, y los más dellos quemaron los naturales por mandado del señor Nuño de Guzmán. Después de apaciguado esto se partió para Tonalá , y detúvose en el camino dos días, y llegados a ella salieron ciertos nahuatatos de paz, diciendo que la señora de aquel pueblo había tenido noticia de cómo íbamos, y llegados al primer pueblo de aquella provincia hallamos una vieja con muchas indias recogidas en una casa, la cual se decía ser señora de aquel pueblo, y a vista dél en un cerro estaban al parecer hasta mil hombres de guerra dando muy gran grita; envióles a decir que viniesen de paz dos o tres veces: no quisieron: dimos en ellos y duró el alcance legua y media. Por donde yo fui por detrás de aquel cerro había otros muchos escuadrones de gente: luego otro día vinieron de paz. Detúvose aquí catorce o quince días apaciguándolos y haciendo hacer dos iglesias.

     Desde Tonalá partió con noticia que pasada una barranca que allí hay asaz agra había muchas provincias y pueblos, y viendo a una y a otra parte pueblos y buena manera de tierra, al cabo de los cuales llegamos a un pueblo que está en un pueblo (sic) que nos salió de paz, y dijo ser señora del una mujer, toda la gente del cual por la mayor parte era rubia.(120) Allí se tuvo noticia de Nochistlan, que está muy buen pueblo, y de ahí envió el gobernador un principal y un nahuatato al dicho pueblo para que les dijesen que iba y que se estuviesen en sus casas y de paz, y que no les harían dapño ninguno, y que pasarían adelante; y ellos no sólo no quisieron esperar de paz, mas antes mataron dos de los que iban y otro se escapó casi muerto. Viendo esto el gobernador, y que tan mal trataban a los mensajeros, mandó que en llegando hiciesen la guerra como a enemigos, y ansí aunque huyeron temprano se mataron todos los varones que se pudieron haber, y se quemó la mayor parte del pueblo. Desde aquí envió al veedor a entrar por una parte, y por otra a Verdugo y a Barrios, los cuales estuvieron fuera diez o doce días y hallaron muchos pueblos y buenos, y vinieron algunos pueblos de la comarca de paz, y trujeron ciertos brazaletes de plata y otras cosas. En este medio tiempo, una tarde vinieron los de Nochistlan y nos dieron un rebate en el real y mataron dos o tres indios de los enemigos,(121) y por presto que cabalgaron no se pudieron alcanzar sino pocos; y por ser ya de noche, otro día cabalgó el gobernador con la mayor parte de la gente, y fue en rastro dellos y dio en mucha gente de la que estaba huida por los montes, y en la que la noche antes nos había dado el rebate: alanceáronse muchos y tomáronse muchas mujeres y muchachos; y van por aquella vio, que es hacia el Norte, muchos caminos seguidos: hase sabido después que por aquella vía hay muchos pueblos hasta Pánuco. Detúvose en este pueblo veintisiete días, uno más o menos, a causa de venir la Semana Santa y de inquirir la vía que había de llevar, y por no poder alcanzar ni hallar quien le diese noticia de grandes pueblos y provincias al medio de la tierra, que es al Poniente, sino que a todos cuantos indios naturales se preguntaba decían que no había(122) sino sierras tan ásperas que no podían pasarlas; y por esto y porque le dijeron que por la costa del Sur podía ir hasta Ciguatan, y que había

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muchos y muy recios pueblos, se determinó de atravesar a la Mar del Sur; y pasada la Pascua se partió de allí, y pasó un puerto, y en dos días llegó a un pueblo que le llamamos el Peñón, el cual es buen pueblo y le hallamos desamparado, y la mayor parte de las casas quemadas, que las habían quemado los amigos. Va por allí un valle de muchos pueblos, y tienen por allí muy buenos edeficios que semejan a los desta cibdad, excepto que la cubierta es de madera y paja. Desde allí fue en dos días hasta el Teul, que por otro nombre se llama Tonanipan, el cual es un edeficio harto grande y semejante en muchas cosas a lo de acá. Hallámosle desamparado de los naturales, que como mucho había tenían noticia de la gente que iba, que no hallábamos resistencia, acordaron de alzar los bastimentos y irse ellos a los montes. Desde aquí envió a Verdugo con veinte de caballo hacia el Norte, y fueron siete leguas, segund dijeron él y los que allá fueron, toda vía por un río abajo, el cual todo iba poblado de la una y de la otra parte, y de muchos y muy buenos edeficios; empero todo desamparado y los bastimentos alzados.

     En este pueblo se detuvo tres días y no más, a causa que los bastimentos estaban alzados, y no se podían haber por estar por los montes escondida la gente y bastimentos: quemáronse todos los edeficios, por ser todos o los más cúes donde hacían sus sacrificios; créese, ansí por lo que allí pareció como por lo que algunos indios dijeron, ser aquella la cabeza de toda aquella tierra. Desde aquí el gobernador Nuño de Guzmán determinó de dividir su ejército en dos partes, ansí porque pensaba pasar necesidad de bastimentos como porque tuvo noticia de un indio que se dijo servir al señor de aquella provincia de mensajero, que por el comedio de aquella tierra él sabía un camino de nueve jornadas, que aunque en él había pocos pueblos, al cabo de las dichas nueve jornadas había una provincia muy grande y muy abundosa; y por este camino con aquella guía envió al veedor Pero Almildez Chirino con casi la mitad del ejército, el cual, segund después pareció, halló tan ásperas sierras y tan mal de comer, que con muchos trabajos y necesidades al cabo de diez y siete días, sin hallar poblazón en que pudiese hallar comida, aportó a Tepique, el cual fue con comisión de ir por donde el indio ya dicho le guiase; y viendo que cuanto más iba más ásperos caminos y no ninguna comida hallaba, determinó de acostarse a la corta del Sur. Despeñóse un caballo en el camino, y perdieron la mayor parte de los puercos que llevaban. El gobernador Nuño de Guzmán, como ya he dicho, determinó de llevar la vía de Xalisco, ansí por la noticia que tenía que por allí le convenía entrar, como por apaciguar toda aquella tierra, que por guerra estaban; y partido del Teul anduvo cuatro días sin hallar pueblo recio ninguno, sino unas casillas asaz ruines, y sin comida, al cabo de los cuales dio en una barranca que el río del Espíritu Santo hace, que es tan áspera y tan mala, que tardó el ejército tres días en pasarla: había en ella algunos poblezuelos en que había alguna fruta y poco maíz. Desde esta barranca fue en dos días a un pueblo que se llama Guaxaca: estaba la gente de guerra, y como de lejos nos vieron, huyeron, y por ser la tierra muy fragosa se tomaron pocos. De allí caminó dos días por el dicho pueblo o estancias dél, que es harto dificultoso de andar por la aspereza de la tierra, a cabo de los cuales llegó a Guacatlan, que es un buen pueblo y nos recibió de paz, y dieron mucha comida de maíz y frutas. En él estuvo tres o cuatro días descansando del trabajo y de la necesidad que de comida traía. De ahí fue en un día a un pueblo que se dice Tetitlan, en el cual no se halló gente ninguna; y de ahí fue tres días que no se halló pueblo ninguno hasta Xalisco, el cual tenía todo lo que tenían alzado, y la gente toda por los cerros, emplumajados y dando grita, y allí supimos como el veedor estaba en Tepique, que había venido por las sierras, aunque nosotros no carecíamos dellas: perdiéronse desde el Teul hasta Xalisco más de mil y quinientas cabezas

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de puercos. Estando Tepique de paz y sirviendo, envió a llamar a los de Xalisco tres o cuatro veces, y no quisieron venir, mas antes andando en los tratos de la paz mataron un cristiano y algunos amigos. Viendo esto el gobernador, y que no aprovechaba con ellos buena razón, fue allá con parte del ejército, y dio una mañana antes que amaneciese sobre ellos, y como estaban apercibidos no se mataron muchos, por ser la tierra fragosa, y los caballos no los poder seguir: quemáronse mucha parte de las casas dél y tomáronse muchas mujeres y niños, y enviólos al real, y él siguiólos por una sierra que allí hay; y yendo en el siguimiento anduvo aquel día nueve leguas, tomando algunos y quemando algunas estancias hasta la mar. De allí siguió la costa al Poniente otro día, y llegó a un peñol metido entre unos ancones que allí hace la mar, donde había un bonico pueblo asaz bien bastecido de todas las cosas, que parecía habello allí recogido de otros. Al principio como era fuerte, comenzaron a defender una sola entrada que tenía, bien difícil, de piedras; empero, luego huyeron: quemóse todo. De allí por entre las sierras dio la vuelta, por un harto difícil camino, a Tepique, adonde después de venido, luego vinieron de paz los de Xalisco, y venidos, les dio sus mujeres e hijos, que eran hartos. Estando en este pueblo le vinieron de paz Zacualpa, que es buena provincia, y el valle de Millpa, y la provincia de los Frailes, que los llaman así por traer las cabezas raídas a manera de coronas. En este pueblo se detuvo quince o diez y seis días, haciendo lo susodicho. Aquí nos pusieron muchos temores los indios, diciendo que adelante estaba una provincia muy recia, y gente muy belicosa, y que había un río que tenía de ancho media legua, y que había tantas ciénagas que no se podía andar. Envió con dos guías al capitán Barrios con veinticinco de caballo a buscar vado, el cual fue y le halló, y no muy difícil, y pasado el río dio en la gente que descuidada estaba en sus casas, y comenzáronse a apellidar, y aunque alancearon muchos, fue tanta la gente que cargó, que le convino retraerse con su gente y pasar el río, y vino a dar mandado, y trajo mucha muestra de oro que se tomó a algunos de los que se mataron, trajo malheridos cinco o seis españoles. Luego desde a cinco o seis días el gobernador se partió con todo el ejército, y en tres días llegó al río del Espíritu Santo, sin ver gente ninguna de guerra, y pasó el vado pacíficamente, aunque no se esperaba así. Luego que hubo pasado, ordenó toda su gente, y dejó con el fardaje dos compañías de a caballo, y con buena orden comenzó a caminar hacia el poblado, y comenzando a entrar por un llano bien grande y desembarazado, se comenzó a ver algunos indios en un otero a manera de atalaya, y en medio de un llano en un promontorio pequeño que en medio se hacía, parecieron hasta diez indios, los cuales se estuvieron quedos hasta que los corredores que iban delante llegaron a tiro de ballesta dellos, y comenzáronse a retraer, y desde allí vinieron dos escuadrones de gente, que al parecer ternían a mill hombres cada uno, y estaban todos agachados entre las yerbas. De allí dieron mandado al gobernador, el cual venía no muy lejos, y comenzaron a seguir poco a poco los diez indios que como añagaza andaban esperando y huyendo, y cuando vieron que toda la gente venía, y que los corredores estaban metidos donde ellos querían, dieron una gran grita, a la cual salieron de dos arboledas que a los lados estaban, dos escuadrones de gente, que al parecer el uno tenía mill e quinientos hombres y el otro mill, y en este instante se levantaron los otros dos y comenzaron a dar en los corredores, y a este tiempo el gobernador con toda la gente venía, y comenzaron a romper por ellos, y duró el alcance casi una legua, donde se mató mucha gente. En este mismo comedio dieron otros escuadrones de gente en la rezaga y lados, y en todo hubo tan buen recaudo, que no hubo desmán ninguno. Hirieron aquel día doce o trece españoles, y muchos indios de los amigos, y algunos mataron; y ansimesmo hirieron cuarenta y ocho o cuarenta(123) caballos, de los cuales creo que murieron once o doce. Recogióse el campo en un lugar que allí estaba, que

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se llama Atecomatlan, de donde envió otro día a correr el campo: estuvo ahí dos días, y llovió mucho. Dende ahí fue luego a un pueblo dos leguas de ahí; otro día a otro que se llama Omitlan, donde halló ciertos nahuatatos y principales que les vinieron de paz de la cabecera de toda aquella tierra, que se llama Centiquipaque: es buena provincia que dicen que tiene subjetos a cuarenta y tantos pueblos. En esta provincia se detuvo creo que cuarenta días, a causa de las muchas aguas, y por enviar a ver si se podía ir la tierra adentro. Es provincia muy abundosa de comidas y de muchas frutas; es caliente por ser en la costa, y tierra muy llana. De aquí tuvo noticia de otra provincia que se llama Aztlatan, diez leguas de allí; en el camino duró seis días a causa de las muchas aguas que a la sazón hacía, y de los muchos y furiosos días(124) que había. El día que llegamos a vista parecieron muchos escuadrones de gente de guerra: no se pudo pasar a ellos a causa de no hallar vado a un río por un vado(125) que se halló, y como nos vieron pasados huyó la gente, y yendo tras ellos se topó con otro río muy mayor, de manera que a esta causa no se pudo perseguir la gente: hallóse en este pueblo ciertas cosas de un cristiano que allí habían muerto siete años había, el cual como mercader por aquella tierra entraba a saber qué había adelante, y pasado el río, que fue con harto trabajo, determinó de asentar allí hasta que las aguas pasasen, porque con ellas aquella tierra es muy difícil de caminar, cuanto más de descubrir, por los muchos ríos y ciénagos que en ella hay, en las cuales murieron hartos caballos. En este pueblo se detuvo casi cinco meses, y desde allí se volvió el veedor Pero Almildez Chirinos, y otras muchas personas que en México tenían indios y de comer; y después de él venido fue tanto lo que llovió, que salieron todos los ríos de madre, y nos cercó el agua de tal manera, que en cinco o seis leguas de llanos que hay alrededor no parecía sino agua: anduvimos en los caballos hasta los bastos buscando alturas donde guarecer, la cual agua hizo tanto dapño en el fardaje y bastimentos, que sería largo contarlo. Desto sucedió otro mayor mal, que como los bastimentos se dapñaron, y la humidad del agua quedó en las casas de los aposentos, comenzó a adolecer la gente, ansí españoles como los indios amigos como de los naturales, porque como cada día se hacían entradas se traían mucha gente, y traídos venían tan dolientes que luego morían. En este medio tiempo hubo mucha falta de bastimentos de carne, y yendo que iban ciertos españoles con puercos desde Mechoacan para el gobernador y ejército, Aguacatlan y Xalisco se alzaron, y corrieron a los españoles, y les tomaron y mataron mucha parte de los puercos; y ansí por esto como por la falta que había, envió a su maestre de campo con cierta gente a apaciguar aquellos pueblos y a meter puercos y algunos españoles que estaban para ir allá; el cual fue, y de vuelta, viendo que no querían servir ni estar de paz, hizo esclavos en los dichos pueblos, que hasta entonces, ni aun después no se hizo ninguno. En este medio tiempo que el maestre de campo fue a lo susodicho, envió al capitán Samaniego a una provincia que se llama Chiametla, de la cual se tuvo gran noticia, con veinticinco de caballo y otros tantos peones, y después de haber pasado por espacio de quince leguas algunos ríos y muchas ciénagas llegó a la dicha provincia, y con enviarlos a llamar después de haber dado un alcancejo al primer pueblo, que luego vinieron de paz, y dieron mucha cantidad de gallinas y algund pescado, y dejando de paz la dicha provincia, que tiene veinte e dos pueblos subjetos, se volvió trayendo consigo al hijo del señor con hasta ciento y cincuenta hombres, todos cargados de gallinas, de que no poco consuelo recibió toda la gente, porque había muchos dolientes; y luego el gobernador le dio ciertas mantas y manteles ricos, y licencia para que se volviese a su tierra.(126) Estando así y viendo que el maestre de campo se tardaba, y que la gente de cada día iba de mal en peor, digo los indios amigos, porque eran muertos mucha cantidad de ellos, y que los bastimentos faltaban, porque con la demasiada agua se había todo

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estragado y podrido, acordó de se partir para Chiametla y allí esperar al maestre de campo. Fue mucha lástima de ver, porque si iban no podían con la gravedad de la dolencia, y si quedaban no había que comer ni de donde lo traer. Murieron en este pueblo de Aztatlan Tapiezuela y otros principales señores de México y Tatelulco, y de todos los amigos fue mayor el dolor que(127) trabajo, porque como la dolencia era general en todos y grave quedaron sin les poder dar remedio muchos por el cabo(128), donde murieron hartos dellos. Llegamos al dicho pueblo de Chiametla el cual hallamos de paz, que fue harto alivio para los dolientes, aunque por otra vía dapñoso, que por no los echar de sus casas contino(129) posar en el campo, adonde con la dolencia y frío dio cámaras a la gente, y de aquello murieron muchos. Estuvo ansí dándonos de lo que tenían quince días, y viendo que iba a larga, y pensando que habíamos de estar allí como en Aztatlan, determinaron alzar las comidas y alzarse ellos al monte, y la causa que se cree haber sido fue mandarles ir a traer el fardaje que en Aztatlan quedaba, en guarda del cual quedó Cristóbal de Oñate.

     Tornó a enviar a llamar a los señores que viniesen de paz, y vino uno de ellos y los más no quisieron, mas antes mataron a unos amigos y a un español que se llamaba Juan Frances, harto buen hombre, peleando con ellos; y viendo esto el gobernador y que no están, a buena razón, determinó de irles a buscar y hacerles todo el mal que pudo, y se tomó mucha gente y algunos se mataron, y mandó que les quemasen las casas, y ansí se quemó mucha parte del pueblo y principal que es la cabecera, y dende a pocos días llegó el maeso de campo con mucho ganado, que fue gran remedio para todos, y con los esclavos que hizo en Xalisco, y Aguatlan, que serían a lo que pareció quinientos, poco más o menos, los cuales se repartieron, después de haber pagado el quinto, por partes iguales. Esta provincia es muy abundosa de bastimentos y gallinas y mucha infinidad de todos pescados, por tener como tiene muy hermoso río y muy grandes mangles que entran en la mar, y tiene muchas frutas y algodón. Aquí nos dieron mucha noticia de las amazonas, que ellos llaman Ciguatan, y de muchas provincias a ellas comarcanas, y que trataban mucho oro y plata y piedras. Detúvose en esta provincia casi dos meses por esperar al dicho maeso de campo. De aquí partió mediado Enero del año de quinientos y treinta y uno por un camino muy ancho que los naturales estando de paz y sabiendo que íbamos adelante habían abierto, el cual iba por los lados de las poblaciones, arrimado a la sierra. Está cinco leguas de Chametla una provincia que se llama Cazala, harto buena, pero no esperó de paz ni de guerra, mas antes tenían todo lo que tenían alzado por los montes: hallóse comida de maíz y de gallinas. Hay a la una parte y a la otra dél muchos pueblos y estancias: cuatro leguas más adelante hay otra provincia que se dice Culipara, que estaba de la manera de Quezala: hay en ella abundancia de comida. Aquí estuvo tres o cuatro días a causa de ir a entrar la gente, y de algunos dolientes, que había hartos: murieron aquí de dolencia tres de caballo de la compañía del alcaide, y un peón de la de Proaño. De allí partió y fue a la provincia de Quezala, que es poblada de otra gente muy diferente de la de hasta aquí, en lengua, y en la manera de las casas, que es muy rala:(130) anduvimos por ella tres jornadas pequeñas hasta llegar a un pueblo que le llamaron de los Frisoles, por ser mucha la cantidad que dellos había; y en este pueblo estuvo ocho o nueve días, a causa de haber faltado lenguas que entendiesen los naturales, y no tener noticia de camino cierto que seguir, por lo cual fue necesario enviar y buscar con poca gente camino por donde fuese el ejército, por dos o tres vías, en lo cual se detuvo el dicho tiempo; y hallado que le hubo el maeso de campo que iba delante, con asaz trabajo partió el ejército y caminó seis jornadas, pasando siempre por pequeños pueblos, en los cuales siempre se halló abundancia de comida y gallinas algunas,

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al cabo de lo cual entrambos(131) en una provincia que se dice Piastla; adonde halló alguna gente de guerra el maeso de campo, y allí se detuvo tres días y envió a buscar el camino con el capitán Lope de Samaniego con su capitanía y veinte peones, porque por las señas que los naturales daban, en otra provincia adelante había mucha gente de guerra, el cual fue tres leguas por un monte espeso; aunque el camino iba seguido, por la espesura del monte era trabajoso a los de caballo, y a cabo de tres leguas dio en un río, grande, aunque por do quiera se hallaba vado para lo pasar; y como dio en el pueblo de súpito estaba la gente esparcida, y comenzáronse a apellidar, y él con su gente a los seguir. Duró el alcance más de una legua, y después recogió su gente y dieron reposo a los caballos, que lo habían bien menester: hiriéronle tres caballos y enviólos al real con alguna otra gente de amigos: hallamos el pueblo que parecía haber días que estaban las mujeres y lo demás alzado. Hacia la tarde, siguiendo su camino fue por la poblazón adelante bien dos leguas, adonde se hacía una estrechura, y yendo por el camino tomó dos espías, y comenzaron a ver gente de guerra, y en lo más estrecho le salieron y dieron en él flechando, donde se les dio un alcance bueno, aunque la dispusición de la tierra mucho impidió por ser muy estrecha, de árboles y matas; y seguimos la poblazón hasta que anocheció; y otro día siguió el río porque llevaba comisión de salir a la costa de la mar, el cual todo iba poblado, que no despedía casa de casa. Aquí le hirieron otros dos caballos y un español, y se quemaron algunas casas del pueblo. Llegó a la costa de la mar, y siguió por ella dos grandes leguas; por ser el calor grande y no hallar agua ninguna, le convino dejar la costa y tomar un camino por donde después de haber andado todo el día sin hallar agua ninguna, le convino tomar(132) al río y pueblo, el cual después se supo llamarse Pochotla. Es provincia que tiene subjetos muchos pueblos; es muy abundante de comida y mucha cantidad de pescado; halláronse algunas gallinas y muchos papagayos y algunos halcones en jaulas: tienen mucho pulque de mezcal y de ciruelas. Vino desde Piaztla, que es gran provincia, hacia las sierras hasta este pueblo en un día el ejército. Desde aquí envió al capitán Cristóbal de Oñate a descubrir el camino, y como iba descubriendo iba enviando mensajeros que le siguiesen con el campo, y desta manera fue él y el ejército ocho días, topando cada día pueblos y gente de guerra. Son los pueblos desde Piaztla adelante las casas muy juntas y buenas; son de paja las techumbres. Al cabo destos pueblos esperó Cristóbal de Oñate en uno que se dice Bayla, y desde allí fuimos a otro pasando por otros dos que le llamaron de la Rinconada, y allí descansó el ejército cuatro o cinco días, donde se tuvo noticia que estaba muy cerca Ciguatan, del cual había un año que se traía noticia por muy gran cosa, aunque no salió ansí. Desde allí envió el gobernador al maese de campo por una parte con treinta y cinco de caballo, y a Samaniego por otra con veinticinco, para que por dos partes diesen en aquella provincia, porque se creía ser de mucha gente; y ansí fueron, y cada uno por su parte hallaron muchos pueblos, y llegados al río de Ciguatan hallaron ocho pueblos de los pequeños(133) y de los grandes, y en ellos hallaron alguna gente de guerra y mucha cantidad de mujeres muy diferentes de las que hasta allí se habían visto, ansí en su traje como ser mejor tratadas: había pocos hombres, y los que había muy bien aderezados de guerra con sus penachos y arcos y flechas y porras: estos dijeron ser de los pueblos comarcanos, y que venían a defender las señoras amazonas: tomáronse mucha cantidad de aquellas mujeres. Después por las lenguas se supo que estas mujeres decían haber venido por la mar, y antiguamente guardar entre sí tal orden que no tenían maridos, ni entre sí los consentían, mas antes de cierto tiempo en cierto tiempo venían los comarcanos a entrar con ellas, y las que preñadas quedaban y parían hijos los enterraban vivos, y las hijas criaban, y que de poco tiempo a esta parte no mataban los niños, mas los criaban, y cuando eran de

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diez años o poco más los daban a sus padres. Desto no se pudo saber bien el secreto dello, porque las lenguas que había no eran muy expertas. De aquí se dio mandado al gobernador y vino en dos días. Hasta allí es tierra de mucho bastimento de maíz y legumbres; hay mucho pescado y algunas frutas: hubo pocas gallinas: hay muchos pueblos en comarca: es allí donde agora está asentada la villa de San Miguel. Aquí se detuvo diez o doce días y tuvo noticia de la provincia de Culiacan: partió para ella, y el día que partió ahorcó un español porque tenía concertado, con otros muchos de se volver, de que podía redundar mucho mal, y aquel, como a movedor de motín, hizo justicia dél. Fue aquel día a un pueblo dos leguas de allí, y a la partida los amigos le pusieron fuego como a todos los demás que se quemaron, porque en esto con mucha diligencia que se puso nunca se pudo poner remedio. De allí fue otro día a un pueblo que se llama Quila, que es muy buen pueblo, y tan juntas las casas como estas de México, y aun más: hubo alguna gente de guerra, y hirieron al maestre de campo en un brazo muy mal, porque fue en el lagarto, y segund pareció tenía ponzoña la flecha. Desde allí fue otro día a otro pueblo muy grande y junto, que se llama Aquinola, que también ovo poca gente de guerra porque todo lo tenían alzado. Otro día fue al pueblo de las Flechas, que es un bonico pueblo: de allí fue a otro que se llamó de los Cuatro Barrios, por ser dividido en cuatro, partes: hubo en él mucha gente de guerra segund dijeron los que delante iban. De allí fue al pueblo del León, que es un buen pueblo, y pasó un buen río adonde nos dijeron que por él abajo nos convenía ir para ir a Culuacan. Hay por allí mucha suma de pueblos pequeños, y todas las casas juntas. De allí fue a un pueblo que se dice Humaya, que es buen pueblo, y de allí a otro que se dice el pueblo de Mejía, porque en él murió un hidalgo que ansí se llamaba; y pasando por otros muchos pueblos pequeños, llevando un día un capitán la delantera y otro(134) de allí fue otro día a otro gran pueblo que se llama Colombo, que es muy buen pueblo, en el cual no había gente ninguna, ni se había hallado ocho días había. Y yendo a correr el campo y a ver dónde harían jornada otro día, el capitán Samaniego dio en tanta multitud de pueblos, y de gente, que después de haber alanceado muchos con seis de caballo que llevaba, se volvió, y otro día siguiente con toda la gente fue el gobernador, y dejando el fardaje en otro pueblo que se llama de los Jarrillos, comenzaron a perseguir los enemigos, y hubo al parecer de algunos veinticinco o treinta mil hombres en el campo de los enemigos: duró todo el día el alcance, y por no poder más los caballos, y a puesta del sol volvimos al real: ovo siete o ocho caballos heridos; murieron dellos tres; tomáronse mucha cantidad de mujeres y niños y algunos hombres, entre los cuales se tomó el señor de Colombo, y dijo ser hermano del señor de Culiacan: envió por él y tomó otro día el mensajero diciendo que vernía; otro día envió al gobernador dos esclavos y una sarta de turquesas y algunas mantas de algodón. Estuvo en aquel pueblo tres días, y viendo que no venían de paz determinó de pasar adelante y fue por el río abajo yendo todo poblado sin discrepar casa de casa, y pasó por Culiacan y por un tanguez bien grande, y allí le tornaron a venir mensajeros del señor, que él vernía. Fue aquella noche medía legua más abajo a otro pueblo que se nombró de la Pescadería, y ansí fue por aquel río abajo otros tres días, no discrepando pueblo de pueblo, que contarlos yo no me atrevo porque no me acuerdo los nombres, hasta que llegó a cerca de la mar que comenzaron los mangles y no se pudieron pasar, por ser muchos y muy hondos. Allí se procuró de saber si adelante había otras provincias, o(135) por falta que hubo de lenguas o intérpretes, nunca se pudieron acabar de entender, porque unos decían que había pueblos adelante y otros decían que no, sobre lo cual se atormentaron algunos de los naturales, y nunca se pudo averiguar cosa cierta, por lo cual determinó desde allí de enviar a buscar camino, y fueron el maeso de campo y el capitán Oñate por dos partes, y en comarca de Culuacan hallaron muchos pueblos, dellos

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pequeños y dellos grandes; pero a causa que por la costa había muchos mangles y por la montaña mucha espesura de arcabucos, no pudieron hallar camino, y con tal despacho vinieron, de que no poco enojo recibió el gobernador, porque pensaba ir por aquella vía del Sur hasta se poner en treinta o treinta y dos grados, porque ya se hallaba en veintisiete. Viendo esto determinó de tornarse el río arriba y meterse la tierra adentro; y ansí despachó al capitán Oñate, el cual fue la vía del Norte, y tras él caminó todo el ejército, y ansí fuimos por otro río arriba, en el cual se hallaron cinco o seis pueblos buenos, y tornó a enviar al maestre de campo por el mesmo río, y caminó tres días, y al cabo de los cuales halló que el río hacía un salto por unas peñas, tan grande, y que por toda parte de las sierras eran tan ásperas, aunque muy pobladas y de mucho bastimento, que era imposible el campo poder pasar, por lo cual se volvió sin hallar camino que se pudiese pasar. Viendo el gobernador que por aquella vía no podía pasar adelante, acordó de tener allí la Semana Santa, que ya era entrada; y la Pascua envió al maestro de campo por otra vía a que buscase camino, para pasar las sierras, el cual fue atravesando por las laderas de las montañas, hasta un lugar de los Cinco Barrios llamado, y de allí por una abra que le pareció que hacían las sierras se metió y caminó quince leguas la vía del Norte, hallando siempre pueblos y bastimentos; y al cabo de ellas se halló metido en las más ásperas sierras y despeñaderos del mundo, y viendo que no hallaba salida, determinó de se volver. En este medio tiempo tuvimos la Semana Santa en aquel río, donde se halló buena muestra de oro, y allí el segundo día de Pascua se partió, y en cinco días atravesamos yendo por algunos pueblos y estancias al pueblo de los Cinco Barrios, y allí esperó al maeso de campo, el cual vino tan fatigado de las sierras, que no tenía caballo que se pudiese tener, porque no les duraba herradura ninguna día entro.(136)Viendo que adelante no hallaban camino ni para atravesar las sierras, determinó despacio buscar el camino y volverse con todo el ejército y fardaje a la provincia de Culiacan, y de allí despachó al capitán Samaniego con su compañía y veinte peones para que fuese por la costa adelante, con comisión que se detuviese quince días, y si al cabo de ellos no hallase nada o nueva para adelante, que se volviese, el cual de allí se volvió con la gente susodicha, y volvió la vía del Poniente hacia al Sur, porque aquella costa ansí se corre, y después de haber sabido de algunos pueblos que son de la provincia de Culiacan, que aún no se habían visto, tomó un indio al cual por señas le hizo entender la vía que quería llevar y lo que iba a buscar, el cual también por señas dijo que sabía un gran río que de las sierras bajaba, que estaba muy poblado y había mucha gente de guerra, pero que era muy lejos, y que si iba por lo llano había muy grandes arcabucos, y que había diez jornadas sin agua y sin comida ninguna, de que no poco temor nos puso; y tornando a repreguntar decía lo mesmo; y como esto vio, todavía determiné de pasar adelante, y hizo buscar muchas calabazas para buscar agua, todo lo que se pudiese, y tomó el indio y hízole entender que todavía convenía pasar, y él congojábase mucho, y puesto en el camino siempre se iba estrechando, hasta que llegó a una senda que derecha por la vía que él quería irse encaminaba, y allí paró el indio diciendo por señas que era muy lejos, y sentóse y dijo que se sentasen todos y que comiésemos, y después de haber refrescado tomamos el camino en la mano por el cual fue hasta casi la noche, a veces por sierras y a veces por llanos, sin hallar gota de agua, y al cabo halló en un llano dos pozuelos de agua llovediza que estaba detenida, de que no poco placer recibieron, y allí hicieron noche. De allí partió otro día, y pasando agros puertos, y a veces por llanos, caminó cinco días hallando muy poquita agua sin ver persona viva, al cabo de los cuales llegó a una aldea de una sierra, en que oyeron dar a unos indios grita, de que no poco holgaron, porque ya llevaban falta de maíz, y dieron en unas estanzuelas pequeñas de a veinte o treinta casas, y allí por señas de algunos indios que

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se tomaron supo del pueblo que el otro le había dicho, que tampoco se entendían los indios, y de allí siguió su vía, y otro día llegó al río, que era buen río, y dieron en un poblezuelo de hasta cincuenta casas, y esperaron algunos indios de guerra, los cuales se alancearon. Hallamos bien de comer, que hubo muchos perrillos, y tomóse una gallina tan grande y tan dura como un cabrón. De allí otro día siguió el río abajo, porque aquel pueblo estaba entre las sierras, y en aquella costa todas las poblazones recias están hacia la mar; y después de haber caminado seis leguas bajaron a unos muy grandes llanos donde hallaron un pueblo y otros pequeños en que habría quinientas casas, y no como las que allí se habían visto, sino hechas de petates, y en ellos habría hasta dos mil y quinientos hombres de guerra, y esperáronles en un recuesto en que el pueblo estaba, y después de los haber rompido siguió el alcance media legua; que como era sobre jornada, no pudieron más seguirle, y por ponerse ya el sol, y por recoger su gente; alanceáronse hartos al.(137) Maravilláronse de ver tan nueva manera de casas, y gente tan bestial, porque las casas son como carretas entoldadas de las de la Mancha de Aragón en España, y la gente vestida de cueros: hiriéronle este día dos caballos. Otro día siguió por el río abajo, y ni halló cosa viva, sino la tierra muy montuosa de arcabuco, y no se pudo hallar camino para pasar adelante ni bajar a la mar, por la mucha maleza de arcabucos. Viendo tan mala dispusición de tierra, acordó de dar la vuelta, y siguió el camino que las sierras arriba hacia el Norte iba; por señas un indio le dijo que en ninguna manera podía pasar, porque era como quien subía por un árbol arriba. No embargante esto le siguió, y anduvo por él catorce o quince leguas, aunque era muy fragoso, hasta tanto que no se pudo más andar por la mucha agrura de las sierras, las cuales todas van pobladas, y en ellas hay algunas casas de terrados; mas todas estaban desamparadas, ni en ellas y fuera de ellas se hallaba comida; por lo cual y por se pasar el término de la comisión que llevaba, se volvió la vía de Culuacan, adonde halló al gobernador, que había enviado un alférez de Oñate con cierta gente de caballo, y otro de peones con veinticinco hombres por el río de la Pascua; y vuelto el de los peones halló lo que los otros, y el de los de caballo vino diciendo que había ido por el río de las Mujeres arriba, y que había pasado todas las sierras y había hallado muchos y muy buenos pueblos; y con esta nueva partió el gobernador de Culiacan, y envió al maeso de campo para que pasase adelante. Partió(138) de Culiacan, quedó aquella provincia muy gastada, a causa que los amigos no se les podía defender que no quemasen los aposentos donde cada día dormíamos, porque cuando más no podían, dejaban envuelto en un poco de algodón el fuego. Partió de esta provincia al principio de Mayo del año de quinientos y treinta y uno, para del todo trabajar de pasar las sierras, y fue de pueblo en pueblo hasta volver al río de las Mujeres, y por allí caminó cinco o seis días, en los cuales pasó por unos pueblos pequeños cuyos nombres no me acuerdo, y llegó hasta un pueblo que de los Guamochiles le nombraron, que en un valle está; es buen pueblo, y allí estuvo esperando la respuesta del maeso de campo veinte días, dos más o menos, y allí vino un mancebo que se llamaba Sepúlveda, con diez de los peones que el maeso de campo había llevado, el cual trajo una carta dél, por la cual decía cómo había pasado todas las sierras, y que quedaba en un pueblo, aunque pequeño: que había hallado recia gente y le habían muerto un español, y otros muy mal heridos, y muchos de los amigos que llevaba, y que había hallado muestra de oro y plata, la cual envió, y que había hallado un indio que entendía la lengua de Centiquipaque, y le daba nueva que a tres jornadas de allí había una gran provincia; y que en estando mejor de una herida que tenía, iría adelante, y que le enviase alguna gente, y que si le pareciese, que fuese. El gobernador visto esto y que ya las aguas comenzaban, determinó, antes que los ríos se lo estorbasen, de se partir y de enviar socorro al maestro de

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campo, y así envió a Juan de Sámano con quince de caballo, y él, aunque estaba con mala disposición, luego se partió con todo el ejército, apercibiendo a todos que llevasen para veinticinco días que se podrían tardar en pasar las sierras, y ansí cada uno se apercibió lo mejor que pudo, y comenzaron a subir sierras a mediado Junio. El primer día se pasó un puerto no muy agro, que tiene casi cuatro leguas de subida y bajada: el segundo se fue por un río arriba casi otras cuatro leguas: otro día se subió otro puerto que tiene dos leguas de subida bien áspera y de bajada, y un valle abajo legua y media: otro día se pasaron doce o trece quebradas que cada una de ellas tiene un cuarto de legua; y todo esto va poblado de trecho en trecho y de una en una y de dos casas, que para ir de una a otra es menester un día. De allí fue otro día al río grande de las Mujeres, y le tornó a pasar, en el cual estuvo dos días, con harta agua que cada día llovía, enviando poco a poco la gente. Otro día comenzamos a subir un puerto, que tiene grandes tres leguas, que no se puede ir cabalgando dos tiros de ballesta sin mucho peligro. Finalmente, que de esta manera fuimos otros diez o doce días subiendo en un puerto y bajando en otro, hasta que subimos el postrero, donde encontró el maeso de campo que venía, el cual después de haber él y el ejército pasado tantos trabajos con la necesidad de la comida, que como el camino era largo y más trabajoso de lo que nadie puede decir, ya había faltado, y allí aunque muy poblado era, no se hallaba.Viendo las ruines nuevas que de la tierra adentro traía, donde todos pensaban descansar de los trabajos pasados, desmayó mucho la gente, porque dijo haber andado cincuenta leguas por tierra llana, después de todas las sierras pasadas, y de otras veinte leguas de pinales despoblados, y que no había hallado comida ni poblazón donde se pudiese sustentar la gente; de manera que visto el mal recaudo que adelante había, y como si adelante se pasaba era perecer la mayor parte de la gente, aunque con harto dolor y pena determinó el gobernador de dar la vuelta a la provincia de Culiacan, y allí poblar una villa; y así proveyendo que se adelantasen dos capitanes a las mayores jornadas que pudiesen, para que de súpito diesen en los pueblos, y la gente de ellos no tuviesen lugar de alzar los bastimentos, que segund estaban fatigados de las vueltas pasadas, estaban ya en esto muy diestros; y ansí con extrema necesidad de maíz, que es el pan que por allá se come, dio la vuelta con todo su ejército, y viendo los indios amigos que adelante no había bastimentos, y por donde habían de volver tampoco, mucha cantidad de ellos dejaron las cargas, ansí las suyas como las de los españoles, en que no poca pérdida hubo, y se volvieron por aquellas sierras, de los cuales ninguno escapó, porque los mataron, segund se supo de algunos que después se volvieron huyendo. Quedaron en estas sierras despeñados cuarenta y tantos caballos y yeguas, y más de dos mil puercos se perdieron de sus amos, aunque no de los indios que los buscaban; y desta manera con harto trabajo volvió a la provincia de Culuacan, porque ya era en la furia de las aguas, y los ríos venían de avenida. Fueron delante el maeso de campo y el capitán Samaniego, y diéronse tanta prisa, que sin ser sentidos entraron por la tierra, que parecía en la multitud de la gente no haber pasado por ellos guerra, si no fuera por las casas que estaban quemadas, y apoderáronse en dos pueblos que enteros estaban un tiro de escopeta el uno del otro, en los cuales hubo tanta comida que bastó para todo el ejército tres meses que allí estuvo, y quedó tanto a los vecinos que para medio año tenían; y así con enviar a llamar los señores con los que tomábamos, que luego se soltaban, comenzaron a venir de paz, y salieron al camino al gobernador, sirviendo como gente amedrentada de los males pasados. Luego como el gobernador allí llegó, envió a llamar a los señores, de los cuales muchos vinieron, y los más principales venían en sus hamacas con mucha gravedad, y por su boca de ellos se escribieron más de doscientos pueblos que dijeron ser subjetos a los señores de aquella provincia de Culiacan, y dende a

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pocos días ordenó la villa y nombré alcaldes y regidores y los vecinos que allí habían de quedar, que fueron noventa y seis. En esta villa se dieron cien azotes a un mancebo, porque salieron él y otro a matar a otro. Ordenada la villa, y repartida la tierra entre los vecinos de ella, antes que se partiese envió al capitán Oñate a buscar el sitio donde se asentase, y hallaron que estaría bien en el río de Aguatan, y allí quedó señalado el sitio.

     En este medio tiempo envió al capitán Samaniego por la costa de la mar por ver lo que por allí estaba, que no se hubiese visto, y después de haber hallado cuatro pueblos pequeños que en la costa estaban, descubrió un puerto y bahía la más hermosa que se puede hallar en el mundo, porque tiene dos entradas, que con todos los vientos del mundo pueden entrar a surgir, y hace el puerto y bahía una isla que terná ocho leguas de bojo, y está una legua de la tierra firme al parecer: viéronse en ella dos pueblos grandes, y es poblada, porque se vio atravesar a ella una canoa. Nombróla la bahía de San Miguel. Hay tanta infinidad de pescado, que no se puede creer, por haber mucha cantidad de mangles, en los cuales sube la creciente de la mar.

     Ordenado todo lo susodicho, y habiendo ya pasado las aguas, se partió el gobernador para venir a Xalisco, dejando toda aquella tierra de paz, por el mesmo camino que llevó, el cual o la mayor parte dél hallamos abierto y muy ancho, que fue harto alivio para los que venían, a causa de los arcabucos; y en cada pueblo nos daban comida de lo que tenían, y estaban en sus casas. En un pueblo que se dice Bayla mandó afrontar dos españoles, porque tomaron unas indias de los pueblos que estaban de paz, y así vino hasta Xalisco sin acaecer cosa que de contar sea, y allí pobló la villa del Espíritu Santo, agora nuevamente llamada la cibdad de Compostela, la cual asentó en el pueblo de Tepique, y desde allí envió a Juan Oñate a poblar la villa de Guadalajara, la cual dicen que ya está poblada, y la tierra le sirve.

     Bien creo que por la flaqueza de memoria, alguna cosa se me habrá quedado en olvido; lo demás supla el sutil y alto ingenio de V. Rma. Sría., que en lo demás que es decir verdad, esto es ansí como ha pasado, en sustancia.

     (Original, o copia coetánea).

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