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FURET, François. Pensar la Revolución Francesa. Petrel: Madrid, 1980.
Rubens Vanderlan Oliveira Santos
Pensar la Revolución Francesa es uno de los principales ejercicios que cualquier persona
que tiene alguna pretensión de entender los fenómenos sociales, económicos y políticos del
período posterior a 1789 en occidente debe realizar, ya sea historiador o no. Es un consenso
entre los historiadores que el fenómeno revolucionario ocurrido en las postrimerías del
siglo XVIII en Francia resonó y todavía sigue resonando en todo el occidente, sin embargo,
aún no es unánime el consenso entre estos especialistas sobre cuál fue el legado legítimo
dejado por los movimientos que pusieron fin al absolutismo monárquico francés. Desde el
siglo XIX una miríada de historiadores, eruditos, líderes políticos, sólo por citar algunos,
han revisitado la Revolución Francesa en búsqueda de adornos para referenciar sus
filiaciones políticas. Este fenómeno hace que la Revolución Francesa sea un fenómeno
histórico que se multa de acuerdo a las variables históricas que inciden sobre aquellos que
la revisitan. No obstante, bajo todo esto, un elemento ha guiado todas las interpretaciones
históricas acerca de la Revolución. Me refiero a la estructura teleológica presente en la
narrativa. Los usos y abusos que hicieron de la Revolución Francesa deshabilitan cualquier
tentativa de disolver el dominio social de la producción historiográfica acerca del tema. La
modernidad, la democracia, la república, el socialismo son algunas expresiones de los
excesos que han sido cometidos por los historiadores en el rastreo de precedentes
históricos. Embarazada de lo nuevo, la Revolución ha dado a luz a mundo multifacético que
todavía no sabe si es acto o potencia.
Acerca de la contaminación de la Revolución Francesa por las inclinaciones políticas de los
historiadores que la analizan, la contribución del historiador francés Fançois Furet se
convierte en una pieza clave, pues éste historiador pretende hacer una crítica a las formas
en que la historiografía venía tratando la temática hasta la fecha. Dentro de la producción
historiográfica de este estudioso es posible destacar, por ser uno de los textos más
difundidos, el libro Penser la Révolution Française. Publicado en 1978 este libro está
compuesto por cuatro ensayos distribuidos en dos partes. Para una introducción al
pensamiento crítico de la Revolución Francesa, señalaré algunos elementos que integran la
argumentación de Furet, presentes en el primer ensayo de la parte inicial intitulada La
Revolución Francesa ha concluido.
En este ensayo que está fragmentado en cinco etapas, Fraçois Furet desarrolla un conjunto
de críticas acerca de la interpretación marxizante del fenómeno revolucionario. Según el
autor toda la producción historiográfica sobre la Revolución Francesa tiene un carácter
conmemorativo y todos esos trabajos están anclados en la esfera social y económica. Se ha
estudiado la Francia revolucionaria de fines del siglo XVIII en busca de los orígenes de una
nueva sociedad nacida en la primavera de 1789. El escrutinio del pasado realizado por los
historiadores, independientemente de su filiación, se ha fundamentado en la noción lineal
de historia donde la Revolución Francesa fue el primer momento de emancipación humana
y por lo tanto el modelo clásico de transición social y económica hacia una nueva realidad
histórica. Para Furet la Revolución sólo puede ser entendida como un fenómeno
esencialmente político marcado por la continuidad histórica. La ruptura, punto de apoyo de
la interpretación social y económica, para Furet queda reservada al campo de la acción
política.
Otro punto señalado por el autor es la estructura narrativa que subyace a las tradicionales
interpretaciones de la Revolución Francesa. Según Furet la base analítica del fenómeno se
resume a la búsqueda de las causas y sus efectos. Una vez identificadas las causas, ya sean
eventuales o coyunturales, lo demás son hechos. En este sentido lo ocurrido entre 1789 y el
fin de la Revolución es explicado a partir de lo que el autor llama teoría de la
circunstancias. Para él, estas explicaciones de carácter rupturista coronan una metafísica de
la esencia y de la fatalidad, donde los actores sociales tienen conciencia de su acción social.
En su interpretación la Revolución no generó como fruto de esta conciencia una época
nueva donde figuran el capitalismo y la burguesía, sino que los franceses estrenaron una
nueva forma de acción humana: la política democrática como ideología nacional.
En lo que toca a su interpretación, Furet postula que la Revolución Francesa fue fruto de un
largo proceso de liberación política que al final del siglo XVIII resultó en una sociedad
civil completamente liberada del poder simbólico del Estado y de sus reglas. Explica el
autor que en este periodo, en el seno de la sociedad francesa, competían dos nociones de
sociabilidad política: la monárquica absolutista y la democrática. Ésta fue desarrollada por
la acción política de intelectuales y adoptada por una sociedad que deseaba un mandatario,
pero sin rasgos conservadores. Para el autor la opinión individual en una sociedad
emancipada del poder recreó por sí misma la trama social y política. En el primer momento,
la acción política de la sociedad civil buscaba renovar el pacto social y en consecuencia
reformar la monarquía. Todo eso viene a apoyar su postulado de que la Revolución
empieza en 1787 con la convocación de los Notables. Este es el momento en que los
intendentes tienen que competir con una asamblea electa y con fuerte influencia del tercer
Estado.
Si 1787 es un punto clave de los logros obtenidos por una sociedad emancipada, la
convocación de los Estados generales en 1788 y las capitulaciones son señal de un vació de
poder. Es a partir de este punto que el examen de Furet ha causado tanto ruido. Según él,
este vacío de poder fue determinante para los eventos ocurridos entre la primavera de 1789
y 1794. Este es el momento del resbalón revolucionario, donde el conflicto se da entre los
miembros de la Asamblea y los representantes de los Clubes por ocupar el poder simbólico
dominante que es la voluntad de pueblo, recientemente desapropiada del Rey. De esta
forma más que un periodo de conflicto entre clases, el período arriba señalado es marcado
por una disputa política emulada en el campo de la ideología revolucionaria. El poder de
opinar en nombre del pueblo, el conflicto antirrevolucionario o el complot aristocrático y la
guerra hacen parte de un delirio sobre el derecho de mando y obediencia. El Terror más que
un reflejo psicológico de un gobernante o la reacción en defensa de una clase, fue resultado
de un discurso legitimador de la Revolución. En este sentido, para Furet la caída de
Robespierre sólo puede ser celebrada como la recuperación que la sociedad hace de su
independencia y como el desvanecimiento de la ideología revolucionaria. Sin embargo,
después de 9 Terminador algunas cosas siguen vivas, pues la guerra sigue siendo el último
refugio de la legitimidad revolucionaria.
En conclusión, para Furet la Revolución Francesa no es única por su carácter
revolucionario, sino por ser la primera experiencia de democracia.
Para finalizar, considero el señalamiento de que la historiografía estaba interpretando la
Revolución a través de la mirada de los revolucionarios, la principal contribución del
trabajo de Furet. Por otro lado, confirmando lo que he dicho con anterioridad sobre la
dificultad que tienen los historiadores de salir de determinados ciclos interpretativos en
función del abuso a la historia, el trabajo de Furet, aunque critica la teleología de las
interpretaciones marxistas por su carácter conmemorativo, puede ser blanco de su propia
crítica. Creo que la contaminación no se da sólo por él haber escrito bajo motivaciones
políticas, sino que también identifico algo de celebración patriótica. No se puede dejar
pasar desapercibido el efecto que puede causar en un historiador francés el acercamiento
del bicentenario de la Revolución. Igualmente, en el año en que escribe Furet el mundo
todavía está digiriendo el contenido de los archivos secretos de Stalin, por lo tanto es
factible que la relación entre la Revolución Francesa y los movimientos sociales del siglo
XX sea incómoda para un historiador de posición liberal. En su análisis la macula
revolucionaria del período Jacobino debe ser deslegitimada y la Revolución debe ser
concluida, para salvaguardar la posición de Francia en la historia de occidente y ahuyentar
las posibles asociaciones diacrónicas con realidades indeseables.