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 Universidad de Costa Rica. Sede de Occidente Profesor: Lic. Roberto Herrera Zúñiga. Correo electrónico: [email protected] 06-07-2010 El fútbol, ese leal amigo del capitalismo  Terry Eagleton. The Guardian Si mala cosa es el Gobierno de Cameron para quienes pretenden un cambio radical, la Copa del Mundo es todavía peor. Nos recuerda a todos lo que probablemente seguirá atravesánd ose en el camino de ese cambio mucho tiempo después de que la coalición [liberal-conservadora] haya muerto. Si cualquier fundación intelectu al derechista tuviera que dar con un esquema capaz de distraer al populach o de l a injusticia política y compensarlo por una vida de durísimo trabajo, la solución siempre sería la misma: fútbol. Salvo el socialismo, no se ha imaginado manera más refinada de resolver los problemas del capitalismo . Y en la concurrencia entre socialismo y fútbol, el fútbol va varios años luz por delante. Las sociedades modernas niegan a los hombres y a las mujeres la experiencia de la solidaridad, experiencia que el fútbol proporciona hasta el extremo del delirio colectivo. Muchos mecánicos y muchos dependientes de comercio se sienten excluidos de la alta cultura; pero una vez a la semana son testigos de representaciones artísticamente sublimes, ejecutadas por hombres para los que el calificativo de genios no resulta, a veces, hiperbólico. Como en una banda de jazz o en una compañía de teatro, el fútbol amalgama talento individual deslumbran te y abnegad o trabajo colectivo, resolviendo así un problema sobre el que los sociólogos han venido devanándose los sesos desde tiempos inveterados. Cooperación y competición, astutamente equilibrada s. La lealtad ciega y la rivalidad a muerte gratifican algunos de nuestros más potentes instintos evolutivos. El juego, además, mezcla encanto con ordinariez en sutiles proporciones: los jugadores son de factura heroica, pero una de las razones por las que los reverenciamos es por su carácter de alter ego; fácilmente podrían ser cualquiera de nosotros. Sólo Dios es capaz de combinar de esta guisa intimidad y otredad, y hace tiempo que ha sido rebasado en celebridad por este otro Uno indivisible que es José Mourinho. En un orden social desnudo de ceremonia y simbolismo, el fútbol ingresa para enriquecer estéticamente la vida de gentes para las que Rimbaud es un grande del cine. El deporte es un espectáculo, pero, a diferencia del ofrecido por las paradas militares, un espectáculo que invita a la intensa participación de sus espectadores. Homb res y mujeres, cuyo trabajo es cualquier cosa menos intelectualmente exigente, pueden exhibir una asombrosa erudición a la hora de recordar la historia del juego o de describir analíticamente las destrezas de los jugadores. Doctas disputas, dignas de los foros de los antiguos griegos, afloran rebosantes en bares y mercados. Como en el teatro de Bertolt Brecht , el juego convierte en expertas a las gentes del común. El vívido sentido de la tradición contrasta con la amnesia histórica de la cultura postmoderna, para la que cualquier cosa ocurrida hace 10 minutos tiene que ir a parar al basurero de las antigüedades. Hay incluso un punto de inflexión de género, porque los j ugadores comb inan la fuerza del púgil con la gracilidad de la bailarina. El fútbol ofrece a sus seguidores belleza, drama, conflicto, liturgia, carnaval y la impar marca de la tragedia, por no hablar de la oportunidad de viajar a África y volver sin abandonar la borrachera. Como alguna que otra fe religiosa, el juego determina qué tienes que vestir, con quién tienes que asociarte, qué himnos has de cantar y qué relicario de verdades transcendentes has de adorar. Junto con la televisión, es la suprema solución al inveterado dilema de nuestros amos políticos: ¿qué hay que hacer con ellos, cuando no están trabajando? Durante siglos, y en toda Europa, el carnaval popular, al tiempo que proporcion aba a las gentes del común una válvula de escape para sus sentimientos subversivos –profanando imágenes religiosas y haciendo ludibrio de sus señores y amos—, constituía un acontecimien to genuinamente anárquico , un anticipo de la sociedad sin clases. Con el fútbol, en cambio, puede haber estallidos de populismo airado y rebelarse los aficionados contra los peces gordos empresariales que sacan pecho en sus clubs, pero en nuestros días el grueso del fútbol es el opio del pueblo, si no su crack cocaínico. Su icono es el impecablemente tory y servilmente conformista David Beckham. Los Rojos ya no son los bolcheviqu es. Nadie que sea serio y esté a favor de un cambio político radical puede eludir la necesidad abolir este juego. Y cualquier grupo que lo intentara tendría sobre poco más o menos las mismas posibilidades de llegar al poder que el máximo ejecutivo de British Petroleum de recibir una donación de Oprah Winfrey .

Futbol e ideología

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5/11/2018 Futbol e ideolog a - slidepdf.com

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Universidad de Costa Rica. Sede de Occidente Profesor: Lic. Roberto Herrera Zúñiga.Correo electrónico: [email protected]

El fútbol, ese leal amigo del capitalismo

 Terry Eagleton. The Guardian

Si mala cosa es el Gobierno de Cameron para quienes pretenden un cambio radical, la Copa del Mundo

es todavía peor. Nos recuerda a todos lo que probablemente seguirá atravesándose en el camino deese cambio mucho tiempo después de que la coalición [liberal-conservadora] haya muerto. Si cualquierfundación intelectual derechista tuviera que dar con un esquema capaz de distraer al populacho de lainjusticia política y compensarlo por una vida de durísimo trabajo, la solución siempre sería la misma:fútbol. Salvo el socialismo, no se ha imaginado manera más refinada de resolver los problemas delcapitalismo. Y en la concurrencia entre socialismo y fútbol, el fútbol va varios años luz por delante.

Las sociedades modernas niegan a los hombres y a las mujeres la experiencia de la solidaridad,experiencia que el fútbol proporciona hasta el extremo del delirio colectivo. Muchos mecánicos ymuchos dependientes de comercio se sienten excluidos de la alta cultura; pero una vez a la semanason testigos de representaciones artísticamente sublimes, ejecutadas por hombres para los que elcalificativo de genios no resulta, a veces, hiperbólico. Como en una banda de jazz o en una compañía

de teatro, el fútbol amalgama talento individual deslumbrante y abnegado trabajo colectivo,resolviendo así un problema sobre el que los sociólogos han venido devanándose los sesos desdetiempos inveterados. Cooperación y competición, astutamente equilibradas. La lealtad ciega y larivalidad a muerte gratifican algunos de nuestros más potentes instintos evolutivos.

El juego, además, mezcla encanto con ordinariez en sutiles proporciones: los jugadores son de facturaheroica, pero una de las razones por las que los reverenciamos es por su carácter de alter ego;fácilmente podrían ser cualquiera de nosotros. Sólo Dios es capaz de combinar de esta guisa intimidady otredad, y hace tiempo que ha sido rebasado en celebridad por este otro Uno indivisible que es JoséMourinho.

En un orden social desnudo de ceremonia y simbolismo, el fútbol ingresa para enriquecerestéticamente la vida de gentes para las que Rimbaud es un grande del cine. El deporte es unespectáculo, pero, a diferencia del ofrecido por las paradas militares, un espectáculo que invita a laintensa participación de sus espectadores. Hombres y mujeres, cuyo trabajo es cualquier cosa menosintelectualmente exigente, pueden exhibir una asombrosa erudición a la hora de recordar la historiadel juego o de describir analíticamente las destrezas de los jugadores. Doctas disputas, dignas de losforos de los antiguos griegos, afloran rebosantes en bares y mercados. Como en el teatro de BertoltBrecht , el juego convierte en expertas a las gentes del común.

El vívido sentido de la tradición contrasta con la amnesia histórica de la cultura postmoderna, para laque cualquier cosa ocurrida hace 10 minutos tiene que ir a parar al basurero de las antigüedades. Hayincluso un punto de inflexión de género, porque los jugadores combinan la fuerza del púgil con lagracilidad de la bailarina. El fútbol ofrece a sus seguidores belleza, drama, conflicto, liturgia, carnaval yla impar marca de la tragedia, por no hablar de la oportunidad de viajar a África y volver sin abandonar

la borrachera. Como alguna que otra fe religiosa, el juego determina qué tienes que vestir, con quiéntienes que asociarte, qué himnos has de cantar y qué relicario de verdades transcendentes has deadorar. Junto con la televisión, es la suprema solución al inveterado dilema de nuestros amos políticos:¿qué hay que hacer con ellos, cuando no están trabajando?

Durante siglos, y en toda Europa, el carnaval popular, al tiempo que proporcionaba a las gentes delcomún una válvula de escape para sus sentimientos subversivos –profanando imágenes religiosas yhaciendo ludibrio de sus señores y amos—, constituía un acontecimiento genuinamente anárquico, unanticipo de la sociedad sin clases.

Con el fútbol, en cambio, puede haber estallidos de populismo airado y rebelarse los aficionados contralos peces gordos empresariales que sacan pecho en sus clubs, pero en nuestros días el grueso del

fútbol es el opio del pueblo, si no su crack cocaínico. Su icono es el impecablemente tory y servilmenteconformista David Beckham. Los Rojos ya no son los bolcheviques. Nadie que sea serio y esté a favorde un cambio político radical puede eludir la necesidad abolir este juego. Y cualquier grupo que lointentara tendría sobre poco más o menos las mismas posibilidades de llegar al poder que el máximoejecutivo de British Petroleum de recibir una donación de Oprah Winfrey .

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Terry Eagleton , internacionalmente reconocido crítico cultural en la tradición marxistabritánica de Raymond Williams, es profesor de literatura en la Universidad de Manchester.Se ha publicado recientemente en castellano (editorial Debate) su interesante libro dememorias: El portero. 

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3460

06-07-2010

El Mundial de las desigualdades

 Josep María Antentas y Esther VivasPúblico

La celebración del Mundial de fútbol en Suráfrica ha colocado a este país en el primer plano de laactualidad política y mediática internacional. Este es precisamente el objetivo del Gobierno delpresidente Zuma, quien intenta presentar el evento como un punto de inflexión en la historiasurafricana y como una palanca para su desarrollo económico y social. Incluso, como un símbolo másgeneral del “renacimiento de África”. Sin embargo, la realidad muestra que la celebración del Mundialse inserta en la continuidad de las políticas económicas neoliberales que han impactado duramente enla población, adoptadas en 1996, dos años después de la llegada del Congreso Nacional Africano al

poder, con un programa de tipo neo-keynesiano, que sería implementado solo muy parcialmente yrápidamente abandonado.

Las consecuencias sociales del ajuste neoliberal han sido muy drásticas. El desempleo se ha disparadode un 16% en 1990 hasta un 40% en la actualidad (aunque las cifras oficiales hablan del 23%). La tasade pobreza es de en torno al 50% y afecta de forma mucho más drástica a la población negra. Así, el75% de los niños vive en la pobreza por un 5% de los blancos. La polarización de la renta se haacentuado, y el coeficiente Gini, que mide la desigualdad social (siendo 1 el valor de máximadesigualdad), se situó a comienzos de los años 2000 en un 0,77 %,frente al 0,68% de 1992. El 10% de los hogares más ricos del país concentra el 50% de la riqueza,mientras que el 40% más pobre, sólo el 7%. La privatización de los servicios públicos impulsada acomienzos de los años 2000, bajo una política considerada “modélica” en su día por el Banco Mundial,comportó un fuerte aumento del precio de servicios básicos como el agua o la luz, lo que provocó

cortes masivos del suministro a unos diez millones de familias por no poder pagar las facturas.Estos procesos de aumento de las desigualdades han ido acompañados por el surgir de una pequeñanueva clase media negra y una pequeña élite empresarial negra, cuyos intereses son diferentes de losde la mayoría de la población pobre. Por todo ello, la evolución de la sociedad surafricana ha sidodefinida por muchos analistas críticos como una transición desde el apartheid racial al apartheid declase, en el que los cambios políticos acontecidos después del fin del régimen racista no han idoacompañados de cambios sustanciales en el terreno material y de los derechos sociales.La Suráfrica que acoge el Mundial es un país dividido y con fuertes contradicciones sociales, y en el quelos beneficios del evento serán para una pequeña minoría, empezando por las grandes firmas delsector de la construcción. En cierta forma, como señala el reputado comentarista deportivo Dave Zirin,el Mundial ha sido una especie de “Caballo de Troya neoliberal, que ha permitido una serie de políticasque no habrían sido aceptadas por parte de la sociedad surafricana en caso de no haber tenido elhonor de albergar el Mundial”.La crítica más extendida al Gobierno es su enorme gasto, un total de 9.500 millones de dólares,financiados esencialmente a través del endeudamiento público en la construcción de grandesinstalaciones deportivas cuya utilidad posterior al Mundial está muy poco clara, y en infraestructurasde transporte de lujo. Entre ellas, el tren de alta velocidad Gutrail, destinado a la élite de los negocios ya los sectores acomodados.El desvío de las inversiones públicas a proyectos faraónicos y de poca utilidad social, u orientados auna minoría, contrasta con la incapacidad del Gobierno de satisfacer algunas necesidades socialesbásicas, como construir una red de transporte público eficiente o solucionar el gravísimo problema dela vivienda. En Suráfrica, miles de personas viven en chabolas y la burbuja inmobiliaria de los añosrecientes de crecimiento económico y boom especulativo ha hecho aumentar el precio de la viviendaen un 400%. Así, se calcula que el gasto para el Mundial equivale a todo lo invertido entre 2000 y 2010en vivienda pública. En palabras del Foro Contra la Privatización de Johannesburgo, “el Gobierno ha

conseguido, en muy poco tiempo, construir infraestructuras de primera división de las que la mayoríade surafricanos no va a beneficiarse ni poder disfrutar”. También hay perjudicados directos por elevento como los vendedores ambulantes, expulsados de las proximidades de las grandes instalacionesdeportivas, o los pescadores en zonas como Durban, que han visto restringidas sus áreas de pescahabituales.El impacto de las políticas neoliberales provocó la emergencia desde finales de los años noventa de

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crecientes resistencias sociales, en contra de la privatización y los recortes sociales y convirtiendo aSuráfrica de nuevo en una referencia para la protesta social en el continente africano. Unas luchassociales que entroncan, en otro contexto histórico, con el movimiento contra el apartheid y su espíritude liberación social. Muchos de estos movimientos, como el Abahlali baseMjondolo, que agrupa a loshabitantes de las chabolas de las grandes urbes, intentan estos días, a pesar de la restricción oficial acualquier tipo de manifestación hasta el 15 de julio, hacerse visibles y explicar al mundo su historia deexclusión y marginación.“Cuando los elefantes están de fiesta, la hierba sufre”, reza un viejo proverbio africano. Es una buenaforma de tener presente esta otra Suráfrica que no debemos

olvidar.

 Josep Maria Antentas y Esther Vivas son autores de ‘Resistencias Globales. De Seattle a la crisis deWall Street’ 

Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/2120/el-mundial-de-las-desigualdades/