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G ob e r na d o r p o r nat u ra le z a · Yo nací en 1928 y Rafael en 1915; ... un negocio del abuelo en el que adquirió 925 hectá- ... aunque lo dejara en la casa él se esca-

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íz resguardan el lugar de donde un niño salió para regresar como gobernador de su entidad.

El cálido testimonio de su única hermana viva, doña Elvira Hernández Ochoa, quien se cruza un chal en el pecho y con la sonrisa instaurada en el ros-tro se entrega al ejercicio agridulce y memorioso de traer al presente a un hermano fallecido pero nunca muerto, revela detalles de primera mano.

Yo nací en 1928 y Rafael en 1915; me llevaba 13 años, y que él fuera el hermano mayor fue parte de mi formación, porque era enérgico, muy recto, siempre muy observador de los detalles y, al mismo tiem-po, muy amoroso, pendiente de lo que uno pensara, actuara, deseara, y como yo era la más chiquita, fue más cercano conmigo. Desde niño fue muy sensible pero no lo aparentaba, sobre todo con mi mamá, que era maestra. Le gustaba muchísimo la música clásica. También podía acompañar con la guitarra para can-tar, y a veces hasta echaba falsete cuando aparecía por ahí un grupo de son huasteco.

Era un hombre sencillo, de gustos simples, de convicciones y de hábitos ¡hasta para comer!; por ejemplo, si no le pasaban los frijoles con un chile verde, no comía… en fin, tenía un gusto muy rústico, detallitos que conformaban una manera de ser.

Tuvo una gabardina cuando trabajaba en Go-bernación antes de ser subsecretario, ¡una gabardina de la eternidad! Y me decía: “Cóseme esto”. Entonces yo le hacía las costuras tratando que no se le notara lo remendado pero lo que menos le importaba era eso, pues no era ostentoso; con que le sirviera para taparse, lo demás no le importaba, era un hombre muy sencillo, ¡de veras! Para contarles todo esto voy a tener que llorar mucho. 2

2 Entrevistas realizadas a la señora Elvira Hernández Ochoa, ref. cit.

Rafael Hernández Ochoa nació el 4 de junio de 1915 en Santa Gertrudis, municipio de Vega de Alato-rre, en medio de la selva mediana subperennifolia del centro del estado de Veracruz. En esta época se cerra-ba un gran éxodo de extranjeros hacia América y pa-ralelamente existía la posibilidad de una guerra sin precedentes, no conocida desde los años de la Inde-pendencia, situaciones que marcaron su espíritu re-volucionario y su tesón por impulsar y preservar las instituciones, además de su cariño por la tierra y el respeto hacia los campesinos.

Sus padres fueron Fernando Hernández Carras-co, oriundo de Huamantla, Tlaxcala, y la orizabeña Elvira Valentina Ochoa Hernández, hija de doña Amalia Hernández y don Manuel de Ochoa Vázquez, hombre dedicado al servicio público desde la Legis-latura durante la época de don Porfirio. La madre de don Rafael tuvo ocho hermanos: Amalia, la mayor, Juan Domingo, Manuel, Julio, María, Josefina — quien murió al nacer—, Carmela y Rafael, cuyo nombre fue asignado por la enorme devoción que siempre tuvo la madre de doña Elvira Valentina a Rafael Guízar y Valencia, nombre que eligió para su primogénito, aquel pequeño Rafa que llegaría a ser gobernador de Veracruz.

Durante su infancia, montañas y mar dieron al carácter de Rafael la vastedad de la costa del Golfo de México y el sentido terminante de los relieves serranos. Santa Gertrudis fue para aquel pequeño el terruño de donde nunca hubiera deseado emigrar: sinfonía de las aves residentes y migratorias, trogones de collar, tucanes y parvadas de loros enseñaron a Rafael no sólo a oír sino a escuchar, y no sólo a ver sino también a contemplar y dar a cada día su propio empeño. Palma Sola, Juchique de Ferrer, Vega de Alatorre, Emilio Carranza, Colipa y Yecuatla rodean a Santa Gertrudis, y al mismo tiempo

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Elvira, al ser la más pequeña de cuatro herma-nos, fue muy consentida, circunstancia que le dio la oportunidad de contemplar detenidamente la diná-mica familiar desde la máxima “las niñas oyen, ven y callan”, y a partir de lo observado describe minuciosa-mente el recuerdo de aquellos tiempos, remembranza que al final se debate entre la realidad y la magia.

Mi abuelo paterno, llamado igual que mi padre, Fernando, nació en Huamantla. Tuvo una fábrica de jabón en Tlaxcala que surtía a toda la costa. Fue un hombre muy especial y aventurero. Nada más tuvo cuatro hijos: dos hombres, Fernando y Manuel, y dos mujeres, Rosario y Virginia.

Llegado el tiempo y cuando ellos eran todavía unos jovenzuelos, mi abuelo decidió dar a los dos hermanos un par de ranchos: el Rancho de Santa Gertrudis y el de El Limón, que también está en la misma zona, por Vega de Alatorre.

Santa Gertrudis apareció en la historia de nuestra familia cuando mi papá tenía 17 años. Para mí es un poco curioso describirla porque a los tres meses de nacida me trajeron a Xalapa; así que pasé mucho tiempo construyendo el rancho en mi cabe-za con lo que oía de él, y para mí siempre fue una fantasía.

Regresé hasta los 16 años; entonces, cuando verdaderamente conocí Santa Gertrudis, volví a ver lo que antes sólo imaginaba. Recuerdo que me llevó un primo a conocer el rancho a caballo. 3

Antes de que la familia Hernández Ochoa lle-gara a tierras veracruzanas, el papá de doña Elvira, Fernando Hernández Carrasco, sembraba maíz y fri-jol y estaba acostumbrado a la árida introversión del

3 Idem.

suelo tlaxcalteca, territorio que en palabras de doña Elvira “no admitía muchas cosas de comer más allá de las puras semillas”. Ya en épocas prerrevolucionarias se trasladaron a la zona central de Veracruz debido a un negocio del abuelo en el que adquirió 925 hectá-reas —cantidad de terreno aún permitida antes de las prohibiciones agrarias—. Entonces, entre los menes-teres del padre de los Hernández Ochoa para levantar a su prole destacaba el cultivo del café, en cuya activi-dad, a juicio de su hija Elvira, siempre disfrutó del respaldo de amistades xalapeñas como la familia Pa-seiro y Cortizo, que representó un importante aval económico para don Fernando.

Ahí empezó mi papá a manejar el rancho y llegó a tener buen café, hasta que se vino todo el auge de Brasil, que acaparó la oferta del producto en el ám-bito mundial; entonces bajó tanto su precio ¡que ya no tenía ni para pagarles a los peones!; ese fue un momento crucial donde mi padre decidió que ya no iba a cultivar con tanto afán la fincas. 4

Don Fernando Hernández Carrasco no aban-donó de tajo el cultivo del aromático, pero fue espa-ciando sus visitas a Santa Gertrudis y disminuyó los gastos de mantenimiento en sus terrenos. Sin embar-go, a su hijo, el pequeño Rafael, le tocaron los buenos tiempos del rancho, incluso en opinión familiar uná-nime lo recuerdan como el más ranchero “y el más charro”, al grado de que cuando su padre, con el con-sentimiento de su mamá, le indicó que debía ir a la capital para estudiar la primaria, no había poder hu-mano que lo convenciera.

Tiempo después, el hermano de Fernando, Ma-nuel Hernández Carrasco, perdió el rancho que le

4 Idem.

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La figura materna fue fundamental en la formación del carácter de Rafael Hernández Ochoa. Doña Elvi-ra se salía del paradigma de las mujeres devotas del hogar sin otro interés que sus hijos en una dimensión de mera crianza. Su inteligencia y sentido social re-dundaron en el carácter de Rafael formando su espí-ritu solidario y humano.

Mi madre asistía a los enfermos, a los tuberculosos, y era muy compartida; si había alguien que pudiera necesitar algo, ella veía cómo ayudarlo. Si no lo tenía, lo buscaba, y en eso Rafael se parecía mucho a ella.

Era muy inteligente pero no alardeaba de ello porque también era muy humilde y sencilla; tenía una visión extraordinaria y la educación propia de la época que vivió; sin embargo, no tanto con rigor sino con más comprensión, nos fue educando a todos nosotros.

Le encantaba el baile, se disfrazaba en época de carnaval. En el Casino Jalapeño hacían fiesta y mis hermanos iban, ya grandes, entre los 16 y 17 años. 5

Las tempranas muestras de cariño de Rafael ha-cia su madre rebasan claramente el apego natural de los hijos, pues aún siendo un niño era capaz de seguir-la y atravesar por cuenta propia algunas calles y hasta de pelear se ocupaba si era necesario por un lugar al que ella tenía derecho.

Cuando llegamos a Xalapa vivimos en Nicolás Bra-vo, y mi mamá iba a misa a la iglesia del Beaterio; entonces Rafael que era chiquito siempre andaba detrás de ella; aunque lo dejara en la casa él se esca-paba para alcanzarla.

Resulta que un día Rafael ¡se subió solito toda la empinada calle de Nicolás Bravo!; cuando llegó al

5 Idem.

Beaterio vio que mi mamá estaba parada porque el recinto estaba lleno, así que fue a decirle a una señora: “¡Quítese señora o arrímese para que se siente mi mamá!” Rafael tenía entonces cuatro o cinco años. 6

En este sentido, aunque la innegable influencia de su padre quedó marcada en su devoción por la agricultura y la ganadería, su personalidad como hombre preocupado por la educación y el humanis-mo vino directamente de su madre, lo que motivó su esfuerzo para expandir el magisterio a los rincones más apartados de la geografía veracruzana. Doña El-vira era maestra de primaria y enseñó a leer a sus hijos junto con los peones del rancho, incluso hay una es-cuela en Orizaba que lleva su nombre.

Pero además del respeto y el aprecio por la edu-cación, Rafael Hernández Ochoa también tuvo el temple necesario para mantenerse ecuánime ante las situaciones más adversas, cualidad que al parecer también fue heredada de su madre.

A veces llegué a ver a mi mamá apurada, pues yo era muy observadora; su aspecto no cambiaba, la cara nada más. Me acuerdo también de que se apretaba las manos porque teníamos una casa rentada y el casero era muy grosero con ella. En épocas difíciles de dinero, mi papá nos mantenía con lo poco que iba sacando; en esos tiempos no era negocio la tierra.

Si a ella le faltaba el mes, ¡el casero iba y le decía quién sabe qué tantas cosas! ¡Y mi mamá con una sere-nidad! Nunca se me va a olvidar: ponía las manos atrás y se tronaba los dedos de apuración, pero como era muy inteligente y muy ecuánime, ella nunca se escandalizaba de nada, por lo menos no lo demostraba. 7

6 Idem.7 Idem.

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Fotografía del libro de texto original de cuarto año de primaria del pequeño Rafael, rubricado por su madre con sus generales (1929).

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Dicen que la buena semilla se fortalece con el injerto y que del trasplante nace ese vigor híbrido que, más que ser un concepto de la jerga agronómica, es una hipótesis comprobada que fortalece especies y espíritus; así que antes de partir tras la huella de su ascendente y sostenida carrera como político, hagamos una pausa para poner énfasis en los años errabundos donde Hernández Ochoa construyó la plataforma de su posterior vida pública.

Llama la atención el apego profundo de don Ra-fael a aquel hábitat infantil de naturaleza selvática de Santa Gertrudis, y apenas puede entenderse la sobre-vivencia de su espíritu al cambio de suelo y de cielo ante su posterior partida a las capitales de Veracruz y de México; sin embargo, dicha estirpe no sólo se adap-taría a nuevos relieves, sino que echaría raíces y a la larga llevaría mucho de aquel paisaje profuso a parajes urbanos.

Rafael llegó a Xalapa aproximadamente a los 10 años de edad y estudió en la Escuela Práctica ubicada en el mismo plantel que albergó a la Escuela Normal Vera-cruzana en el centro de la ciudad, y que hoy día lleva por nombre Escuela Primaria Enrique C. Rébsamen. Igual-mente cursó en la capital del estado su educación secun-daria y preparatoria.

Era un hombre global que tenía muy claro lo que era provenir del rancho y las modestias de vivir donde no había luz. Una parte de su estancia en Xalapa vivió con doña Fallita Murillo, quien hacía los banquetes oficia-les de los gobernadores; ¡servía espléndido! Yo no vivía en su casa, pero todos mis amigos estaban ahí, y un día después de los banquetes, Fallita ofrecía lo que le so-braba y entonces íbamos todos a degustar. Ahí vivió Ángel Carbajal, y lo visitaban Ruiz Cortines, Miguel Alemán y Antonio M. Quirasco. 13

13 Entrevistas realizadas al licenciado Silvio Lagos Martínez, ref. cit.

Vivió en Xalapa su adolescencia y juventud jun-to con su familia, y frecuentemente viajaba a Vega de Alatorre, donde permanecía en contacto con la vida del rancho que tanto disfrutaba. En la capital de Vera-cruz empezó a hacer buenas y duraderas amistades.

Era muy amigo de los Canovas, de Pepe Domínguez, de los Sáenz y conoció también a los Piñero y a los Lascuráin, quienes tenían una extensa hacienda que comenzaba en el Hotel Salmones y decían, a manera de broma, que terminaba en Los Atlixcos. También le gustaba mucho el tenis. 14

A pesar de su juventud y como miembro de la Asociación Ganadera —cuyo destino encabezaría a nivel nacional—, llegó a destacarse en la “Atenas Vera-cruzana” como un muchacho inquieto capaz de prota-gonizar iniciativas que desde entonces delinearon su capacidad y liderazgo. Sin embargo, cercano a los 22 años, las raíces ya establecidas de su vida xalapeña tu-vieron que ser desarraigadas para ir al Distrito Federal y continuar con su preparación profesional en la carre-ra de Jurisprudencia, la cual cursó en la Universidad Nacional Autónoma de México, en aquella antigua escuela que estaba cerca de la Facultad de Medicina.

Un buen día mis padres dijeron “nos vamos”, porque mi hermana María de Lourdes quería estudiar una carrera que aquí no ofrecían; no recuerdo si era Química o algo de Medicina. Fernando no sabía todavía qué quería estudiar y Rafael ya se había de-cidido por Leyes, que por cierto se podía estudiar en Xalapa. Al final, María de Lourdes no terminó la carrera, pero Rafael… ¡él sí que aprovechó! 15

14 Entrevistas realizadas a la señora Elvira Hernández Ochoa, ref. cit.15 Idem.

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De 1938 a 1941 Rafael estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México, y obtuvo su título profe-sional en el año de 1944 con la tesis denominada La intervención del Estado. Desde el tercer año de la ca-rrera litigó en distintas ramas del Derecho, particu-larmente en Derecho Administrativo y Derecho del Trabajo, pero las cosas no fueron tan sencillas para él en sus inicios en la capital de la República y tuvo que alternar el desarrollo de su carrera con diferentes em-pleos en el ramo refresquero, eléctrico e incluso como vendedor de línea blanca.

Todos mis hermanos trabajaron y estudiaron cuando ya estaban en México; Rafael, por ejemplo, como vendedor de refrigeradores; así obtenía los recursos para apoyar a su familia y alcanzar sus metas profe-sionales.

En esa actividad se encontró con un amigo, que por cierto era veracruzano: don Rafael Jiménez Za-mudio, quien fue fundador de los Refrescos Pascual. Ahora una de mis hijas, Elvira, está casada con uno de sus hijos, Luis; como si la amistad entre los Rafae-les ahí se hubiera encontrado nuevamente. Posterior-mente mi hermano se encargó del área jurídica de Industria Eléctrica de México, donde conoció a su mujer, Teresita Peñafiel. 16

Rafael destacaba entre sus amigos capitalinos por su liderazgo natural, a pesar de que, como lo apunta su hermana, “era el más pobretón de todos”: un ranchero al que llamaban “El Xalapa”, siempre orgulloso de su estirpe provinciana y bien querido entre sus amigos. En la familia recuerdan aquella vez en que el joven Rafael llegó a Santa Gertrudis con una

16 Idem.

comitiva de compañeros estudiantes, los cuales, des-pués de unos días, quedaron prendados y no solamen-te del paisaje de ese rincón veracruzano.

Alguna vez fueron a Santa Gertrudis y les gustó tanto que se querían quedar, ¡eran muy enamorados! Yo me

Fotografía del documento impreso original que con-tiene la tesis La intervención del Estado, con la que el joven Rafael alcanzó su título de Licenciado en Dere-cho en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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También estaba aquel famoso Tacho, un mu-chacho del rancho muy guapo que parecía actor de cine y a quien estos traviesos, cuando iba a la Ciudad de México, disfrazaban de hombre de mundo y aca-baba siendo el gancho para que las muchachas se acercaran y conquistarlas, pero Tacho tenía prohibi-do hablar, por su tono arrancherado; ¡si hablaba, se delataba! 17

17 Idem.

Una vez establecido en el Distrito Federal y gra-cias a una trayectoria intachable en los tribunales, el prestigio del veracruzano y la credibilidad en su traba-jo se mantuvo y creció de manera consistente. Rafael empezó picando piedra; sin embargo, ayudado por su simpatía y capacidades naturales fue tomando algunos asuntos jurídicos de familias prominentes de la capi-tal, lo que aunado a los auténticos lazos de amistad que aún guardaba con algunos amigos de la infancia —en-tre ellos, Marco Antonio Muñoz, quien posterior-mente llegaría a ser gobernador— desembocó en un nuevo arribo a la capital de Veracruz para colaborar como jefe del Departamento Jurídico del Gobierno del Estado.

Aquellos años en el Distrito Federal templaron el carácter de un joven Rafael que con inteligencia comenzaba a abrirse paso en la vida del derecho y del servicio público a nivel federal.

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En los años 50 don Rafael fue jefe jurídico durante dos o tres años del gobierno de Marco Antonio Muñoz. Yo lo conocí entonces; nos veíamos en el café Emir cuando estaba en la calle de Enríquez, donde hoy está la tienda de Sears. Ahí me reunía con dos personas que fueron muy importantes en los inicios de mi asomo al periodismo político: los licenciados Hernández Ochoa y Fernando Ordorica, que era el secretario particular del licenciado Marco Antonio Muñoz. 18

Después de ese exitoso trabajo que realizó en Xalapa para el gobierno de Veracruz, don Rafael dejó sembrada una semilla que más tarde ameritó una co-secha ejemplar; mientras tanto, tuvo otra estadía pro-longada en el Distrito Federal a la que siguió una cascada de cargos públicos en los más diversos órde-nes, los cuales aludían a su capacidad como servidor público, hombre de leyes, persona de conciliación y de liderazgo.

Las ideas, firmeza y cordialidad que don Rafael mezcló en su función le dieron el sustento necesario para conocer a fondo la función pública desde dife-rentes ámbitos y trincheras, atributo que combinado con su constante militancia política a la postre crearía el caldo de cultivo para un candidato poderoso: de 1958 a 1970 trabajó en la Secretaría de Gobernación, donde ocupó diferentes puestos como secretario auxiliar del subsecretario, subdirector general de Po-blación, subdirector general de Administración, di-rector general de Investigaciones Políticas y Sociales, y subsecretario de Gobernación.

Durante el tiempo en que fue funcionario de esta secretaría, Rafael participó en diferentes eventos en materia migratoria y turística tanto en el extranjero

18 Entrevistas realizadas al señor Froylán Flores Cancela, ref. cit.

como en el interior del país, y se desempeñó tam-bién como miembro del Consejo Nacional de Turismo.

El 1° de diciembre de 1970, el presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, lo designó secre-tario de Trabajo y Previsión Social y más tarde fue diputado federal por el V Distrito Electoral Federal de Veracruz a la XLIX Legislatura, presidente de la Cámara de Diputados y vicepresidente de la Comi-sión Permanente del H. Congreso de la Unión. Todo lo anterior y un muy particular destape antecedieron a su candidatura, la cual se divulgó el 4 de mayo de 1974, donde resultó seleccionado por el Partido Re-volucionario Institucional para competir como can-didato de unidad a la gubernatura de Veracruz en el periodo 1974-1980.

La trayectoria descrita sintetiza una carrera sos-tenida en la que el servicio público fue causa y conse-cuencia de una visión profunda y panorámica del quehacer de la administración pública; sin embargo, es sólo el primer acercamiento a una dimensión mul-titemática que va de lo familiar a lo laboral en un conjunto de situaciones casi inimaginables que sobre-llevó aun sin la cercanía de su compañera hasta el final de sus días: doña Teresita Peñafiel.

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