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Gabriela Mistral, la extranjera extraterrestre. por Poetranseúnte Poeta, prosista y profesora. (Vicuña, 7 de abril de 1889 - Nueva York, 10 de enero de 1957). Mucho se ha tratado de adjetivar a Gabriela Mistral, encasillarla primero como profesora, luego como madre sin hijos que adopta a los niños del mundo y últimamente como lesbiana pudorosa. Mas al leer su obra, podríamos catalogarla de Intelectual. Mucho se habla de ella y poco se lee, hay muchas cartas, escritos y, por supuesto, su poesía, aunque es en su prosa, sus artículos para periódicos, donde podemos entenderla más y ahí notamos porqué una mujer como ella no tenía cabida en Chile. ¿Nos portamos mal con ella? Si, nos portamos horrible, y ese no es un cliché, mucha vanguardia para tan alejado pueblo. Una de las definiciones que más comparto es la que hizo Roberto Bolaño sobre ella: “Gabriela Mistral era una extraterrestre y por lo tanto no tenía ni nuestras necesidades ni nuestros deseos (y añadiría que tampoco tenía un talento literario como el que se le atribuye con una soltura de cuerpo espantosa). Era una simple extraterrestre extraviada en Chile, en Latinoamérica, que no podía comunicarse con su nave nodriza para que la fueran a rescatar.” Refiriéndonos sólo a su poesía, Mistral partió tímida, demasiada humildad le hizo mal, hubo machismo literario sin duda y quizás sin querer, “Sonetos de la muerte” será un poema que será recordado por generaciones, cuanto dolor, cuanto amor cabía en esta poeta. Sin embargo, mucha religiosidad hace cansadores algunos poemas. Sus rondas son fomes, sus poemas geográficos que deben encantar a chovinistas, se ven añejos, pero de que tiene versos tremendos, los tiene. Si Gabriela existiera ahora, sin duda, tendría un blog depresivo. ¿Cómo enfrentar la poesía de Mistral? No hay que pensar en ella, ni en su vida, sino que en una voz que buscaba redención, libertad y comprensión, viéndolo así podemos conectar con ella en estos tiempos, pues aunque tenemos centros culturales, calles, escuelas, el billete de 5 lucas y hasta un pisco que la recuerda, siempre será con la lectura la mejor forma de honrarla, creo en todo caso, que si no se hubiera ganado el Nobel, no habría ganado el Premio Nacional y hubiera quedado con su obra en el olvido, pero esas son suposiciones.

Gabriela Mistral, la extranjera extraterrestre. · te sigo por las montañas... A la que tú ames, ... de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, ... sintiendo

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Page 1: Gabriela Mistral, la extranjera extraterrestre. · te sigo por las montañas... A la que tú ames, ... de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, ... sintiendo

Gabriela Mistral, la extranjera extraterrestre. por Poetranseúnte

Poeta, prosista y profesora. (Vicuña, 7 de abril de 1889 - Nueva York, 10 de enero de 1957). Mucho se ha tratado de adjetivar a Gabriela Mistral, encasillarla primero como profesora, luego como madre sin hijos que adopta a los niños del mundo y últimamente como lesbiana pudorosa. Mas al leer su obra, podríamos catalogarla de Intelectual. Mucho se habla de ella y poco se lee, hay muchas cartas, escritos y, por supuesto, su poesía, aunque es en su prosa, sus artículos para periódicos, donde podemos entenderla más y ahí notamos porqué una mujer como ella no tenía cabida en Chile. ¿Nos portamos mal con ella? Si, nos portamos horrible, y ese no es un cliché, mucha vanguardia para tan alejado pueblo. Una de las definiciones que más comparto es la que hizo Roberto Bolaño sobre ella: “Gabriela Mistral era una extraterrestre y por lo tanto no tenía ni nuestras necesidades ni nuestros deseos (y añadiría que tampoco tenía un talento literario como el que se le atribuye con una soltura de cuerpo espantosa). Era una simple extraterrestre extraviada en Chile, en Latinoamérica, que no podía comunicarse con su nave nodriza para que la fueran a rescatar.” Refiriéndonos sólo a su poesía, Mistral partió tímida, demasiada humildad le hizo mal, hubo machismo literario sin duda y quizás sin querer, “Sonetos de la muerte” será un poema que será recordado por generaciones, cuanto dolor, cuanto amor cabía en esta poeta. Sin embargo, mucha religiosidad hace cansadores algunos poemas. Sus rondas son fomes, sus poemas geográficos que deben encantar a chovinistas, se ven añejos, pero de que tiene versos tremendos, los tiene. Si Gabriela existiera ahora, sin duda, tendría un blog depresivo. ¿Cómo enfrentar la poesía de Mistral? No hay que pensar en ella, ni en su vida, sino que en una voz que buscaba redención, libertad y comprensión, viéndolo así podemos conectar con ella en estos tiempos, pues aunque tenemos centros culturales, calles, escuelas, el billete de 5 lucas y hasta un pisco que la recuerda, siempre será con la lectura la mejor forma de honrarla, creo en todo caso, que si no se hubiera ganado el Nobel, no habría ganado el Premio Nacional y hubiera quedado con su obra en el olvido, pero esas son suposiciones.

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De su obra completa se han rescatado aquí los poemas que, como siempre en mi humilde opinión, siguen siendo poderosos y el tiempo no los ha carcomido, si tengo que quedarme con un libro, me inclino por el primero: “Desolación”. Y para los interesados entusiastas, es la edición conmemorativa “Antología en verso y prosa” que apareció de Alfaguara en tapa dura, realizada por la Real Academia Española, la que a un precio decente otorga sus libros completos (salvo Lagar II) más notas y estudios. De más está decir que en Internet están casi todos sus poemas. Recomiendo también “50 prosas en El Mercurio” que da buena cuenta de su pluma. He aquí Gabriela, una de las poetas más famosas de Chile, que no es de mi personal predilección, pero que escribió estos tremendos poemas que les dejo a continuación.

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LOS HUESOS DE LOS MUERTOS Los huesos de los muertos hielo sutil saben espolvorear sobre las bocas de los que quisieron. ¡Y éstas no pueden nunca más besar! Los huesos de los muertos en paletadas echan su blancor sobre la llama intensa de la vida. ¡Le matan todo ardor! Los huesos de los muertos pueden más que la carne de los vivos. Aun desgajados hacen eslabones fuertes, donde nos tienen sumisos y cautivos! EL PENSADOR DE RODIN Con el mentón caído sobre la mano ruda, el Pensador se acuerda que es carne de la huesa, carne fatal, delante del destino desnuda, carne que odia la muerte, y tembló de belleza. Y tembló de amor, toda su primavera ardiente, y ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza. El "de morir tenemos" pasa sobre su frente, en todo agudo bronce, cuando la noche empieza. Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores. Cada surco en la carne se llena de terrores. Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido de sol en la llanura, ni león de flanco herido, crispados como este hombre que medita en la muerte.

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LOS SONETOS DE LA MUERTE

I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué no madura, para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

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Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

III Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él... Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! »¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor». Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

MOTIVOS DEL BARRO

IX. – Si viene la muerte

Si te ves herido no temas llamarme. No, llámame desde donde te halles, aunque sea el lecho de la vergüenza. Y yo iré, aun cuando estén erizados de espinos los llanos hasta tu puerta. No quiero que ninguno, ni Dios, te enjugue en las sienes el sudor ni te acomode la almohada bajo la cabeza. ¡No! Estoy guardando mi cuerpo para resguardar de la lluvia y las nieves tu huesa cuando ya duermas. Mi mano quedará sobre tus ojos para que no miren la noche tremenda.

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INTERROGACIONES ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas? ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado? El rosal que los vivos riegan sobre su huesa ¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas? ¿No tiene acre el olor, sombría la belleza y las frondas menguadas de serpientes tejidas? Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma por la mojada puerta de las largas heridas, ¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas? ¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo? ¿El éter es un campo de monstruos florecido? ¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo? ¿O van gritando sobre tu corazón dormido? ¿No hay un rayo de sol que los alcance un día? ¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos? ¿Para ellos solamente queda tu entraña fría, sordo tu oído fino y apretados tus ojos? Tal el hombre asegura, por error o malicia; mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor, mientras los otros siguen llamándote Justicia, ¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor!

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Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura; la catarata, vértigo; aspereza, la sierra. ¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura los nectarios de todos los huertos de la Tierra!

EL VASO

Yo sueño con un vaso humilde y simple arcilla, que guarde tus cenizas cerca de mis miradas; y la pared del vaso te será mi mejilla, y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.

No quiero espolvorearlas en vaso de oro ardiente, ni en la ánfora pagana que carnal línea ensaya: sólo un vaso de arcilla te ciña simplemente, humildemente, como un pliegue de mi saya.

En una tarde de éstas recogeré la arcilla por el río, y lo haré con pulso tembloroso. Pasarán las mujeres cargadas de gavillas, y no sabrán que amaso el lecho de un esposo.

El puñado de polvo, que cabe entre mis manos, se verterá sin ruido, como una hebra de llanto. Yo sellaré este vaso con beso sobrehumano, y mi mirada inmensa será tu único manto!

DIOS LO QUIERE

I

La tierra se hace madrastra si tu alma vende a mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas.

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El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia! Pero te va a brotar víboras la tierra si vendes mi alma; baldías del hijo, rompo mis rodillas desoladas. Se apaga Cristo en mi pecho ¡y la puerta de mi casa quiebra la mano al mendigo y avienta a la atribulada!

II Beso que tu boca entregue a mis oídos alcanza, porque las grutas profundas me devuelven tus palabras. El polvo de los senderos guarda el olor de tus plantas y oteándolas como un ciervo, te sigo por las montañas... A la que tú ames, las nubes la pintan sobre mi casa. Ve cual ladrón a besarla de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, hallas mi cara con lágrimas.

III Dios no quiere que tu tengas sol si conmigo no marchas; Dios no quiere que tu bebas si yo no tiemblo en tu agua; no consiente que te duermas sino en mi trenza ahuecada.

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IV Si te vas, hasta en los musgos del camino rompes mi alma; te muerden la sed y el hambre en todo monte o llamada y en cualquier país las tardes con sangre serán mis llagas. Y destilo de tu lengua aunque a otra mujer llamaras, y me clavo como un dejo de salmuera en tu garganta; y odies, o cantes, o ansíes, ¡por mí solamente clamas!

V

Si te vas y mueres lejos, tendrás la mano ahuecada diez años bajo la tierra para recibir mis lágrimas, sintiendo cómo te tiemblan las carnes atribuladas, ¡hasta que te espolvoreen mis huesos sobre la cara!

EL AMOR QUE CALLA Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro. Tú lo quisieras vuelto en alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho.

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Estoy lo mismo que estanque colmado y te parezco un surtidor inerte. ¡Todo por mi callar atribulado que es más atroz que el entrar en la muerte! ÍNTIMA Tú no oprimas mis manos. Llegará el duradero tiempo de reposar con mucho polvo y sombra en los entretejidos dedos. Y dirías: «No puedo amarla, porque ya se desgranaron como mieses sus dedos». Tú no beses mi boca. Vendrá el instante lleno de luz menguada, en que estaré sin labios sobre un mojado suelo. Y dirías: «La amé, pero no puedo amarla más, ahora que no aspira el olor de retamas de mi beso». Y me angustiara oyéndote, y hablaras loco y ciego, que mi mano será sobre tu frente cuando rompan mis dedos, y bajará sobre tu cara llena de ansia mi aliento. No me toques, por tanto. Mentiría al decir que te entrego mi amor en estos brazos extendidos, en mi boca, en mi cuello, y tú, al creer que lo bebiste todo, te engañarías como un niño ciego.

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Porque mi amor no es sólo esta gavilla reacia y fatigada de mi cuerpo, que tiembla entera al roce del cilicio y que se me rezaga en todo vuelo. Es lo que está en el beso, y no es el labio; lo que rompe la voz, y no es el pecho: ¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome el gajo de las carnes, volandero!

VOLVERLO A VER ¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas de temblor de astros, ni en las alboradas vírgenes, ni en las tardes inmoladas? ¿Al margen de ningún sendero pálido, que ciñe el campo, al margen de ninguna fontana trémula, blanca de luna? ¿Bajo las trenzaduras de la selva, donde llamándolo me ha anochecido, ni en la gruta que vuelve mi alarido? ¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde, en remansos de cielo o en vórtice hervidor, bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror! ¡Y ser con él todas las primaveras y los inviernos, en un angustiado nudo, en torno a su cuello ensangrentado!

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AUSENCIA Se va de ti mi cuerpo gota a gota. Se va mi cara en un óleo sordo; se van mis manos en azogue suelto; se van mis pies en dos tiempos de polvo. ¡Se te va todo, se nos va todo! Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros. Se van mis gestos que se devanaban, en lanzaderas, debajo tus ojos. Y se te va la mirada que entrega, cuando te mira, el enebro y el olmo. Me voy de ti con tus mismos alientos: como humedad de tu cuerpo evaporo. Me voy de ti con vigilia y con sueño, y en tu recuerdo más fiel ya me borro. Y en tu memoria me vuelvo como esos que no nacieron ni en llanos ni en sotos. Sangre sería y me fuese en las palmas de tu labor, y en tu boca de mosto. Tu entraña fuese, y sería quemada en marchas tuyas que nunca más oigo, ¡y en tu pasión que retumba en la noche como demencia de mares solos! ¡Se nos va todo, se nos va todo!

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MUJER DEL PRISIONERO A Victoria Kent Yo tengo en esa hoguera de ladrillos, yo tengo al hombre mío prisionero. Por corredores de filos amargos y en esta luz sesgada de murciélago, tanteando como el buzo por la gruta, voy caminando hasta que me lo encuentro, y hallo a mi cebra pintada de burla en los anillos de su befa envuelto.

Me lo han dejado, como a barco roto, con anclas de metal en los pies tiernos; le han esquilado como a la vicuña su gloria azafranada de cabellos. Pero su Ángel-Custodio anda la celda y si nunca lo ven es que están ciegos. Entró con él al hoyo de cisterna; tomó los grillos como obedeciendo; se alzó a coger el vestido de cobra, y se quedó sin el aire del cielo.

El Ángel gira moliendo y moliendo la harina densa del más denso sueño; le borra el mar de zarcos oleajes, le sumerge una casa y un viñedo, y le esconde mi ardor de carne en llamas, y su esencia, y el nombre que dieron.

En la celda, las olas de bochorno y frío, de los dos, yo me las siento, y trueque y turno que hacen y deshacen de queja y queja los dos prisioneros ¡y su guardián nocturno ni ve ni oye que dos espaldas son y dos lamentos!

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Al rematar el pobre día nuestro, hace el Ángel dormir al prisionero, dando y lloviendo olvido imponderable a puñados de noche y de silencio. Y yo desde mi casa que lo gime hasta la suya, que es dedal ardiendo, como quien no conoce otro camino, en lanzadera viva voy y vengo, y al fin se abren los muros y me dejan pasar el hierro, la brea, el cemento...

En lo oscuro, mi amor que come moho y telarañas, cuando es que yo llego, entero ríe a lo blanquidorado; a mi piel, a mi fruta y a mi cesto. El canasto de frutas a hurtadillas destapo, y uva a uva se lo entrego; la sidra se la doy pausadamente, por que el sorbo no mate a mi sediento, y al moverse le siguen -pajarillos de perdición- sus grillos cenicientos.

Vuestro hermano vivía con vosotros hasta el día de cielo y umbral negro; pero es hermano vuestro, mientras sea la sal aguda y el agraz acedo, hermano con su cifra y sin su cifra, y libre o tanteando en su agujero, y es bueno, sí, que hablemos de él, sentados o caminando, y en vela o durmiendo, si lo hemos de contar como una fábula cuando nos haga responder su Dueño.

Y cuando rueda la nieve los tejados o a sus espaldas cae el aguacero, mi calor con su hielo se pelea en el pecho de mi hombre friolento: él ríe entero a mi nombre y mi rostro y al cesto ardiendo con que lo festejo, ¡y puedo, calentando sus rodillas, contar como David todos sus huesos!

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Pero por más que le allegue mi hálito y le funda su sangre pecho a pecho, ¡cómo con brazo arqueado de cuna yo rompo cedro y pizarra de techos, si en dos mil días los hombres sellaron este panal cuya cera de infierno más arde más, que aceite y resinas, y que la pez, y arde mudo y sin tiempo!

LA QUE AGUARDA Antes del umbral y antes de la ruta, aguardo, aguardo al que camina recto y avanza recto mejor que agua y fuego.

Viene a causa de mí, viene por mí, no por albergue ni por pan y vino, a causa de que yo soy su alimento y soy el vaso que él alza y apura.

Del bosque que lo envuelve en leño y trinos, y sombras temblorosas que lo trepan, se arranca, y viene, y llega sin soslayo, porque lo trae mi rasgado grito.

Va pasando las torres que lo atajan con sus filos de témpanos agudos y llega, sin salmueras, de dos mares, indemne como en forro y vaina de honda.

¡Y ahora ya la mano que lo alcanza afirma su cintura en la carrera!

Y saben, sí, saben mi cuerpo y mi alma que viene caminando por la raya amoratada de mi propio grito, sin enredarse en el fresno glorioso ni relajarse en las densas arenas.

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¡Cómo no ha de llegar si me lo traen los elementos a los que fui dada! El agua me lo alumbra en los hondones, me lo apresura el fuego del poniente y el viento loco lo aguija y apura. Vilano o pizca ebria parecía; apenas era y ya no voltijea, nonadas de la niebla lo sorbían desbaratando su juego de mástiles y sus saltos de ciervo despeñado. Del bosque que lo envuelve en sus rumores se suelta y ya se viene sin soslayo. Viene más puro que disco lanzado; más recto vuela que albatros sediento porque lo trae mi rasgado grito y el grito mío no se le relaja ciego y exacto como el alma llega. Abre ya, parte, el matorral intruso y todavía mi voz enlazada con sus cabellos el paso le aviva. Y al acercarse ya suelta su espalda; libre lo deja y se apaga en su rostro. Pero mi grito sólo sube recto, su mano ya cae a mi puerta.

LA COPA Yo he llevado una copa de una isla a otra isla sin despertar el agua. Si la vertía, una sed traicionaba; por una gota, el don era caduco; perdida toda, el dueño lloraría. No saludé las ciudades; no dije elogio a su vuelo de torres, no abrí los brazos en la gran Pirámide ni fundé casa con corro de hijos.

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Pero entregando la copa, yo dije con el sol nuevo sobre mi garganta: -"Mis brazos ya son libres como nubes sin dueño y mi cuello se mece en la colina, de la invitación de los valles." Mentira fue mi aleluya: miradme. Yo tengo la vista caída a mis palmas; camino lenta, sin diamante de agua; callada voy, y no llevo tesoro, ¡y me tumba en el pecho y los pulsos la sangre batida de angustia y de miedo! LA EXTRANJERA

A Francis de Miomandre Habla con dejo de sus mares bárbaros, con no sé qué algas y no sé qué arenas; reza oración a dios sin bulto y peso, envejecida como si muriera. Ese huerto nuestro que nos hizo extraño, ha puesto cactus y zarpadas hierbas. Alienta del resuello del desierto y ha amado con pasión de que blanquea, que nunca cuenta y que si nos contase sería como el mapa de otra estrella. Vivirá entre nosotros ochenta años, pero siempre será como si llega, hablando lengua que jadea y gime y que le entienden sólo bestezuelas. Y va a morirse en medio de nosotros, en una noche en la que más padezca, con sólo su destino por almohada, de una muerte callada y extranjera.

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UNA PALABRA Yo tengo una palabra en la garganta y no la suelto, y no me libro de ella aunque me empuja su empellón de sangre. Si la soltase, quema el pasto vivo, sangra al cordero, hace caer al pájaro. Tengo que desprenderla de mi lengua, hallar un agujero de castores o sepultarla con cal y mortero porque no guarde como el alma el vuelo. No quiero dar señales de que vivo mientras que por mi sangre vaya y venga y suba y baje por mi loco aliento. Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo, no quiero darle, no, mi pobre boca porque no ruede y la hallen las mujeres que van al río, y se enrede a sus trenzas o al pobre matorral tuerza y abrase. Yo quiero echarle violentas semillas que en una noche la cubran y ahoguen, sin dejar de ella el cisco de una sílaba. O rompérmela así, como la víbora que por mitad se parte entre los dientes. Y volver a mi casa, entrar, dormirme, cortada de ella, rebanada de ella, y despertar después de dos mil días recién nacida de sueño y olvido. ¡Sin saber ¡ay! que tuve una palabra de yodo y piedra-alumbre entre los labios ni poder acordarme de una noche, de la morada en país extranjero, de la celada y el rayo a la puerta y de mi carne marchando sin su alma!

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COSAS Amo las cosas que nunca tuve con las otras que ya no tengo. Yo toco un agua silenciosa, parada en pastos friolentos, que sin un viento tiritaba en el huerto que era mi huerto. La miro como la miraba; me da un extraño pensamieto, y juego, lenta, con esa agua como con pez o con misterio. Pienso en umbral donde dejé pasos alegres que ya no llevo, y en el umbral veo una llaga llena de musgo y de silencio. Me busco un verso que he perdido, que a los siete años me dijeron. Fue una mujer haciendo el pan y yo su santa boca veo. Viene un aroma roto en ráfagas; soy muy dichosa si lo siento; de tan delgado no es aroma, siendo el olor de los almendros. Me vuelve niños los sentidos; le busco un nombre y no lo acierto, y huelo el aire y los lugares buscando almendros que no encuentro... Un río suena siempre cerca. Ha cuarenta años que lo siento. Es canturía de mi sangre o bien un ritmo que me dieron.

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O el río Elqui de mi infancia que me repecho y me vadeo. Nunca lo pierdo; pecho a pecho, como dos niños, nos tenemos. Cuando sueño la Cordillera, camino por desfiladeros, y voy oyéndoles, sin tregua, un silbo casi juramento. Veo al remate del Pacífico amoratado mi archipiélago y de una isla me ha quedado un olor acre de alción muerto... Un dorso, un dorso grave y dulce, remata el sueño que yo sueño. Es el final de mi camino y me descanso cuando llego. Es tronco muerto o es mi padre el vago dorso ceniciento. Yo no pregunto, no lo turbo. Me tiendo junto, callo y duermo. Amo una piedra de Oaxaca o Guatemala, a que me acerco, roja y fija como mi cara y cuya grieta da un aliento. Al dormirme queda desnuda; no sé por qué yo la volteo. Y tal vez nunca la he tenido y es mi sepulcro lo que veo...

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LA REMEMBRANZA

Desde que me recuerdo en esta carne y esta caña de sangre, yo te busco y desvariada voy por la memoria que no me deja nunca y que, de aguda, la vigilia y el sueño me alancea. Y cuando se derrumba esa memoria, como el ciervo alcanzado me desangro y valgo menos, tirada en el polvo, que el carrizo o la larva pisoteada, y vuelvo a ser la Hija que no sabe el rumbo del Hogar y no recibe en cada noche hostil su derrotero. O soy la niebla de rodillas rotas gateando por dunas que no aúpan, burla del caminante o del cabrero, o me siento racimo desgajado que, sin vendimia, cayó de la cepa. Como una isla cortada por tajo y que nos lleva consigo, recobro a veces un país que ya me tuvo sin veleidad de locas estaciones y el día no llamado que regreso, y la bandada como de albatroses de mis muertos me encuentra y reconoce y toma y lleva en río poderoso. Digo, les digo: llevadme, llevadme, al eterno, al país sin estaciones y no desmayan plegaria ni canto y me aguardan sin olvido y mengua. ¡A qué la rueda de las estaciones, a qué la vana lentitud del año con su torpe ración de noche y día, la raya mentirosa de la ruta

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y el sol devuelto que nada devuelve ni la voz reidora de la madre ni el perfil dolorido de la hermana! Me acuerdo, sí, cuando el día y la hora benditos son y todo lo devuelven. No pesan ni la sangre ni el sentido; nombre no tengo, edad, caña adamita, y cuento con nudillos de indio quechua lo que resta de noche y cautiverio. Y de pronto se rompe la memoria como cristal infiel de jarro herido. Y es otra vez el costado en la peña que sangra sin encía, y muda mata. Y es mi ancha aventura arrebatada como por fraude, befa o mofa oscura, y el yacer en la arena innumerable, al duro sol, con dogal de horizonte, redoblados la sed y el desvarío. No me retires este corto vaho, este harapo, esta brizna de memoria incierta que se allega y se rehúye, silbo tuyo que se hace y se deshace, palabra que se allega y nada dice o se deshace dejándome sílabas que quedo balbuceando sin sentido o que voy repitiendo, como el loco. Memoria, quiero ahora, más memoria para pasar el vago y corto sueño, a un soñar poderoso que la sangre no pueda sacudir, al sueño denso que no partan el grito ni la flecha. ¡No más volver como el ciervo o el gamo que regresan al Valle de su leche!

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POEMA DE LAS MADRES LA MADRE Vino mi madre a verme; estuvo sentada aquí a mi lado, y, por primera vez en nuestra vida, fuimos dos hermanas que hablaron del tremendo trance. Palpó con temblor mi vientre y descubrió delicadamente mi pecho. Y al contacto de sus manos me pareció que se entreabrían con suavidad de hojas mis entrañas y que a mi seno subía la honda láctea. Enrojecida, llena de confusión, le hablé de mis dolores y del miedo de mi carne; caí sobre su pecho; ¡y volví a ser de nuevo una niña pequeña que sollozó en sus brazos del terror de la vida! POEMA DE LAS MADRES LA DULZURA Por el niño dormido que llevo, mi paso se ha vuelto sigiloso. Y es religioso todo mi corazón, desde que lleva el misterio. Mi voz es suave, como por una sordina de amor, y es que temo despertarlo. Con mis ojos busco ahora en los rostros el dolor de las entrañas, para que los demás miren y comprendan la causa de mi mejilla empalidecida. Hurgo con miedo de ternura en las hierbas donde anidan codornices. Y voy por el campo silenciosa, cautelosamente: creo que árboles y cosas tienen hijos dormidos, sobre los que velan Inclinados.

POEMA DEL HIJO

(a Alfonsina Storni) I ¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo y mío, allá en los días del éxtasis ardiente, en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

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Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido de primavera alarga sus yemas hacia el cielo. ¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos, la frente de estupor y los labios de anhelo! Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados; el río de mi vida bajando a él, fecundo, y mis entrañas como perfume derramado ungiendo con su marcha las colinas del mundo. Al cruzar una madre grávida, la miramos con los labios convulsos y los ojos de ruego, cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos. ¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos! En las noches, insomne de dicha y de visiones, la lujuria de fuego no descendió a mi lecho. Para el que nacería vestido de canciones yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho... El sol no parecíame, para bañarlo, intenso; mirándome, yo odiaba, por toscas, mis rodillas; mi corazón, confuso, temblaba al don inmenso; ¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas! Y no temí a la muerte, disgregadora impura; los ojos de él libraron los tuyos de la nada, y a la mañana espléndida o a la luz insegura yo hubiera caminado bajo de esa mirada... II Ahora tengo treinta años, y mis sienes jaspea la ceniza precoz de la muerte. En mis días, como la lluvia eterna de los polos, gotea la amargura con lágrimas lentas, salobre y fría.

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Mientras arde la llama del pino, sosegada, mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido un hijo mío, infante con mi boca cansada, mi amargo corazón y mi voz de vencido. Y con tu corazón, el fruto de veneno, y tus labios que hubieran otra vez renegado. Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno, que sólo por ser tuyo me hubiese abandonado. Y en qué huertas en flor, junto a qué aguas corrientes lavara, en primavera, su sangre de mi pena, si fui triste en las landas y en las tierras clementes, y en toda tarde mística hablaría en sus venas. Y el horror de que un día, con la boca quemante de rencor, me dijera lo que dije a mi padre: «¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?» Siento el amargo goce de que duermas abajo en tu lecho de tierra, y un hijo no meciera mi mano, por dormir yo también sin trabajos y sin remordimientos, bajo una zarza fiera. Porque yo no cerrara los párpados, y loca escuchase a través de la muerte, y me hincara, deshechas las rodillas, retorcida la boca, si lo viera pasar con mi fiebre en su cara. Y la tregua de Dios a mí no descendiera: en la carne inocente me hirieran los malvados, y por la eternidad mis venas exprimieran sobre mis hijos de ojos y de frente extasiados. ¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundo y bendito mi vientre en que mi raza muere! ¡La cara de mi madre ya no irá por el mundo ni su voz sobre el viento, trocada en miserere!

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La selva hecha cenizas retoñará cien veces y caerá cien veces, bajo el hacha, madura. Caeré para no alzarme en el mes de las mieses; conmigo entran los míos a la noche que dura. Y como si pagara la deuda de una raza, taladran los dolores mi pecho cual colmena. Vivo una vida entera en cada hora que pasa; como el río hacia el mar, van amargas mis venas. Mis pobres muertos miran el sol y los ponientes con un ansia tremenda, porque ya en mí se ciegan. Se me cansan los labios de las preces fervientes que antes que yo enmudezca por mi canción entregan. No sembré por mi troje, no enseñé para hacerme un brazo con amor para la hora postrera, cuando mi cuello roto no pueda sostenerme y mi mano tantee la sábana ligera. Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje con los trigos divinos, y sólo a Ti espero, ¡Padre nuestro que estás en los cielos!, recoge mi cabeza mendiga, si en esta noche muero.

APEGADO A MÍ Velloncito de mi carne, que en mi entraña yo tejí, velloncito friolento, ¡duérmete apegado a mí! La perdiz duerme en el trébol escuchándole latir: no te turben mis alientos, ¡duérmete apegado a mí!

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Hierbecita temblorosa asombrada de vivir, no te sueltes de mi pecho: ¡duérmete apegado a mí! Yo que todo lo he perdido ahora tiemblo de dormir. No resbales de mi brazo: ¡duérmete apegado a mí! MIEDO Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan; se hunde volando en el Cielo y no baja hasta mi estera; en el alero hace el nido y mis manos no la peinan. Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan. Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Con zapatitos de oro ¿cómo juega en las praderas? Y cuando llegue la noche a mi lado no se acuesta... Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Y menos quiero que un día me la vayan a hacer reina. La subirían al trono a donde mis pies no llegan. Cuando viniese la noche yo no podría mecerla... ¡Yo no quiero que a mi niña me la vayan a hacer reina!

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LA PAJITA Ésta que era una niña de cera; pero no era una niña de cera, era una gavilla parada en la era. Pero no era una gavilla sino la flor tiesa de la maravilla. Tampoco era la flor sino que era un rayito de sol pegado a la vidriera. No era un rayito de sol siquiera: una pajita dentro de mis ojitos era. ¡Alléguense a mirar cómo he perdido entera, en este lagrimón, mi fiesta verdadera! LA MANCA Que mi dedito lo cogió una almeja, y que la almeja se cayó en la arena, y que la arena se la tragó el mar. Y que del mar la pescó un ballenero y el ballenero llegó a Gibraltar; y que en Gibraltar cantan pescadores: —«Novedad de tierra sacamos del mar, novedad de un dedito de niña: ¡la que esté manca lo venga a buscar!» Que me den un barco para ir a traerlo, y para el barco me den capitán, para el capitán que me den soldada, y que por soldada pide la ciudad: Marsella con torres y plazas y barcos, de todo el mundo la mejor ciudad, que no será hermosa con una niñita a la que robó su dedito el mar, y los balleneros en pregones cantan y están esperando sobre Gibraltar...

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CAPERUCITA ROJA Caperucita Roja visitará a la abuela que en el poblado próximo postra un extraño mal. Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene el corazoncito tierno como un panal.

A las primeras luces ya se ha puesto en camino y va cruzando el bosque con un pasito audaz. "Le sale al paso el Lobo con los ojos diabólicos. "Caperucita Roja, cuéntame adonde vas".

Caperucita es cándida como los lirios blancos... "Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel y un pucherito suave que deslíe manteca." ¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él".

Y después por el bosque discurriendo encantada, recoge bayas rojas, corta ramas en flor, y se enamora de unas mariposas pintadas que le hacen olvidarse del viaje del Traidor,

El Lobo fabuloso de los blanqueados dientes ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, y golpea en la plácida puerta de la abuelita, que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor).

Ha tres días el pórfido no sabe de bocado. ¡Pobre abuelita inválida, quién la va defender! Se la comió sonriendo sabia y pausadamente, y se ha puesto enseguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. De la arrugada cama dice el Lobo: ¿Quién va? La voz es ronca; pero la abuelita está enferma. La niña ingenua explica: "De parte de mamá".

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. "Deja los pastelitos. Ven a entibiarme el lecho" Caperucita cede al reclamo de amor.

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De entre la cofia salen las orejas monstruosas. "¿Por qué tan largas?" -dice la niña, en su candor. Y el velludo engañoso abrazado a la niña: "¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor".

El cuerpecito rosa le dilata los ojos. El terror en la niña los dilata también. "Abuelita, decidme: ¿Por qué esos grandes ojos?" "Corazoncito mío, para mirarte bien..."

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra Tienen los dientes blancos un terrible fulgor. "Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?' "Corazoncito, para devorarte mejor..."

Ha arrollado la bestia bajo sus pelos ásperos el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; y ha molido la carne, y ha molido los huesos, y ha exprimido como una cereza el corazón.

MOTIVOS DEL BARRO

IV. - A los niños

Después de muchos años, cuando yo sea un montoncito de polvo callado, jugad conmigo, con la tierra de mis huesos. Si me recoge un albañil, me pondrá en un ladrillo, y quedaré clavada para siempre en un muro, y yo odio los nichos quietos. Si me hacen ladrillo de cárcel, enrojeceré de vergüenza oyendo sollozar a un hombre; y si soy ladrillo de una escuela, padeceré también por no poder cantar con vosotros, en los amaneceres. Mejor quiero ser el polvo con que jugáis en los caminos del campo. Oprimidme: he sido vuestra; deshacedme, porque os hice, pisadme, porque no os di toda la verdad y toda la belleza. O, simplemente, cantad y corred sobre mí, para besaros los pies amados. Decid cuando me tengáis en las manos, un verso hermoso y crepitaré de placer entre vuestro dedos. Me empinaré para miraros, buscando entre vosotros los ojos, los cabellos de los que enseñé.

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Y cuando hagáis conmigo cualquier imagen, rompedla a cada instante, que a cada instante me rompieron los niños de amor y de dolor.

PAISAJES DE LA PATAGONIA II. ÁRBOL MUERTO

A Alberto Guillén

En el medio del llano, un árbol seco su blasfemia alarga; un árbol blanco, roto y mordido de llagas, en el que el viento, vuelto mi desesperación, aúlla y pasa.

De su bosque, el que ardió, sólo dejaron de escarnio, su fantasma. Una llama alcanzó hasta su costado y lo lamió, como el amor mi alma. ¡Y sube de la herida un purpurino musgo, como una estrofa ensangrentada!

Los que amó, y que ceñían a su torno en septiembre una guirnalda, cayeron. Sus raíces los buscan, torturadas, tanteando por el césped con una angustia humana...

Le dan los plenilunios en el llano sus más mortales platas, y alargan, por que mida su amargura, hasta lejos su sombra desolada. ¡Y él le da al pasajero su atroz blasfemia y su visión amarga!

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CIMA La hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas. Alguien en esta hora está sufriendo; una pierde, angustiada, en este atardecer el solo pecho contra el cual estrechaba. Hay algún corazón en donde moja la tarde aquella cima ensangrentada. El valle ya está en sombra y se llena de calma. Pero mira de lo hondo que se enciende de rojez la montaña. Yo me pongo a cantar siempre a esta hora mi invariable canción atribulada. ¿Será yo la que baño la cumbre de escarlata? Llevo a mi corazón la mano, y siento que mi costado mana.

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BIBLIOGRAFÍA

Antología, Selección de la autora – Comisión Bicentenario [2009]

Antología Gabriela Mistral En verso y prosa – Alfaguara. Edición conmemorativa [2010]

Antología Locas Mujeres – LOM, Libros del Ciudadano [2003]

Tala – Edición Sur [1938] *

Poema de Chile – Editorial Pomaire [1967] *

Lagar II – Dirección de Bibliotecas archivos y museos [1991] *

Cartas de amor de Gabriela Mistral. Sergio Fernández Larraín – Editorial Andrés Bello [1978]

Batalla de sencillez. Epistolario de Gabriela Mistral y Pedro Prado. Compilación y notas de Luis Vargas Saavedra, M.Ester Martínez Sanz y Regina Valdés Bowen – Ediciones Dolmen [1993]

50 prosas en El Mercurio 1921-1956, selección, prólogo y notas de Floridor Pérez – El Mercurio Aguilar [2005]

Gabriela Mistral Pensando a Chile, una tentativa contra lo imposible. Compilación de Jaime Quezada – Cuadernos Bicentenario [2004]

Antología crítica de la poesía chilena. Tomo I. de Naín Nómez – Ediciones LOM. Colección Entre mares [2000] *

Poesía chilena contemporánea, Breve antología crítica. Naín Nómez – FCE [1992]

Antología de poetas chilenas, Confiscación y silencio. Eugenia Brito – Dolmen [1998]

El club de la pelea. Andrés Gómez Bravo – Editorial Aguilar [2005]

Animales literarios chilenos. Enrique Lafourcade – Editorial Sudamericana [1996]

Premios nacionales de literatura. Hernán del Solar – Editorial Nascimiento [1975]

Algunos. González Vera – Editorial Nascimiento [1967]

Gabriela Mistral en Elqui. José Chapochnik – Edición chilena [2002]

Registros Audiovisuales:

Gabriela del Elqui, Mistral del Mundo - Luis Vera [2006]

Locas Mujeres – María Elena Wood [2010]

Grandes chilenos de nuestra historia: Gabriela Mistral – TVN [2008]

Premios Nacionales de Literatura: Gabriela Mistral - León Klimovsky, Televisión Española.

* Estas obras pueden hallarse digitalizadas en www.memoriachilena.cl

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ÍNDICE Gabriela Mistral, la extranjera extraterrestre...................................... 01 Los huesos de los muertos................................................................... 03 El pensador de Rodin……………………………………………………………………… 03 Los sonetos de la muerte………….……………………………………………………. 04 Motivos del Barro. IX - Si viene la muerte……………………………..………… 05 Interrogaciones………………………………………………………………………………. 06 El vaso……………………….…………………………………………………………………… 07 Dios lo quiere……..………………………………………………………………………….. 07 El amor que calla……………………………………………………………………………. 09 Íntima…………………………………………………………………………………………….. 10 Volverlo a ver……………….…………………………………………………………………. 11 Ausencia.………………………………………………………………………………………… 12 Mujer de prisionero……………..………………………………………………………… 13 La que aguarda..…………………………………………………………………………….. 15 La copa……………………………………………………………….………………………….. 16 La extranjera………………………………………………………………………………….. 17 Una palabra…………….………………………………………………………………………. 18 Cosas………………………………………………………………………………………………. 19 La remembranza…………………………………………………………………………….. 21 Poema de las madres – La madre……………………………………………………. 23 Poema de las madres – La dulzura…..……………………………………………… 23 Poema del hijo………………………………………………………………………………… 23 Apegado a mí………………………………………………………………………………..... 26 Miedo……………………………………………………………………………………………… 27 La pajita………………………………………………..………………………………………… 28 La manca…………………………………………………………………………………………. 28 La caperucita roja……………………………………………………………………………. 29 Motivos del Barro. IV – A los niños………..……………………………..……….… 30 Paisajes de la Patagonia. II – Árbol muerto………………………………………. 31 Cima……………………………………………………………………………………………..…. 32 Bibliografía........................................................................................... 34

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El Pájaro Verde