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Francisco García Jurado - La Etimología como historia de las palabras - 1 – © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES para red de comunicaciones Internet ÁREA: Cultura Clásica – Filología Clásica Liceus, Servicios de Gestión y Comunicación S.L. C/Rafael de Riego, 8- Madrid 28045 http://www.liceus.com e-mail: [email protected]

García Jurado Francisco La Etimologia Como Historia de Las Palabras (Madrid, Liceus, 2007)

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Francisco García Jurado - La Etimología como historia de las palabras

- 1 – © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE

HUMANIDADES

para red de comunicaciones Internet

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Francisco García Jurado - La Etimología como historia de las palabras

- 2 – © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

La Etimología como historia de las palabras

ISBN - 84-9822-590-6

FRANCISCO GARCÍA JURADO

[email protected]

THESAURUS

Etimología latina, etimología tradicional.

OTROS ARTíCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS:

-El estudio del léxico: perspectivas metodológicas y disciplinas relativas. Léxico

científico técnico.

-El significado léxico. La complejidad del signo lingüístico.

-La estructura léxica.

-La Semántica cognitiva.

-La Lexicografía latina.

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTíCULO:

Estudio de la Etimología Latina en su dimensión científica, así como en su desarrollo y

evolución a través de la historia de la filología. Esquema del trabajo:

La Etimología como origen o como historia de las palabras

La herencia antigua de la tradición etimológica hasta el siglo XVI

Etimología y léxico en los ss. XVII y XVIII

Breve historia de la etimología en los ss. XIX y XX. Neogramáticos y Lexicólogos.

La semántica léxica

La presentación de los resultados de la investigación etimológica: notas, artículos

y diccionarios

APÉNDICE

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La Etimología como origen o como historia de las palabras

El interés por las palabras siempre ha estado en el blanco de las controversias

más variopintas, en muchos casos ajenas al lenguaje. La etimología, la disciplina más

antigua que conocemos dedicada al léxico, ha tardado siglos en constituirse como un

objeto de estudio en sí mismo para dar lugar así a una disciplina lingüística. No obstante,

todavía hoy no es unánime la consideración de la etimología como tal disciplina, pues no

es posible una teorización general que, como en el caso de la gramática, enseñe a hacer

etimologías, sino que se mueve en el ámbito de lo particular. Aún así, como argumenta

Zamboni, si bien la teoría no es suficiente, sí es necesaria para etimologizar con

fundamento. Durante la Antigüedad la etimología estuvo ligada a diversos aspectos de la

vida, entre los que cabe señalar la religión, la magia, la explicación de la naturaleza, el

pensamiento, o el lenguaje poético. Como apunta Alberto Zamboni (1996, 22), "la

especulación etimológica es ciertamente bastante antigua, tanto que la encontramos

documentada ya en las primeras manifestaciones literarias: está ligada, naturalmente, no

a una mentalidad histórica y científica en el sentido moderno, sino a una voluntad

interpretativa de tipo mágico-religioso o filosófico y es inseparable de la reflexión sobre la

naturaleza y sobre el origen del lenguaje humano". Por tanto, podemos decir que una de

las características esenciales de la etimología antigua es que no se trata de algo aislado

del conjunto de la historia de la cultura. La utilidad que se le dé a la etimología dependerá,

en gran medida, de la concepción que tengamos de ella.

De esta forma, la diferencia entre la etimología antigua, concebida como una

búsqueda del significado verdadero (esto es, de hecho, lo que parece significar el término

griego Eτυµoλoγία), y la etimología moderna o científica, que no es otra cosa que una

historia de las palabras (en este sentido, es muy pertinente el subtítulo que Ernout y

Meillet pusieron a su Dictionnaire étymologique de la Langue Latine, y que no es otro que

el de Histoire de mots), conlleva, asimismo, una diferencia en sus posibles utilidades, bien

sean reales o imaginarias.

Hay, en definitiva, dos sentidos diferentes de etimología, según nos refiramos a la

etimología antigua (tradicional) o a la etimología moderna (científica):

a) Búsqueda del origen verdadero de las palabras. Esto sería, además, el propio

sentido etimológico que tiene la palabra "Étimo".

b) Historia de las palabras, es decir, el estudio de su evolución fonética y

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semántica a través de fuentes documentales. Se trata de la visión lingüística y

moderna de la etimología.

En torno a estas dos definiciones, bien diferentes, nos moveremos a lo largo de

este tema.

La herencia antigua de la tradición etimológica hasta el siglo XVI

Hay dos aspectos contrapuestos que parecen definir la etimología latina: por un

lado una arraigada y rica tradición cultural, por otro, una valoración negativa de esa

misma tradición. Ya Varrón, contemporáneo de Cicerón y el nombre más representativo

de la etimología en Roma, revisó etimologías de sus precedentes, pero él mismo fue

objeto de críticas por parte de los que luego le sucedieron, como Aulo Gelio:

“De cómo Marco Varrón, en el decimocuarto libro de sus Cosas humanas,

critica una falsa etimología a su maestro Lucio Elio Estilón; y qué falso

étimo propone Varrón en este mismo libro acerca de fur, furis (“ladrón”)

En el decimocuarto libro de las Cosas divinas Marco Varrón muestra

que el hombre entonces más docto de la ciudad, Lucio Elio Estilón, se había

equivocado, pues, a partir de dos palabras latinas, había explicado mediante

esta falsa razón etimológica un viejo vocablo griego trasladado a la lengua

romana como si fuera en origen latino.

Sobre este asunto citamos las palabras mismas de Varrón: “En esto

erró de vez en cuando nuestro querido Lucio Elio, el más culto de los hombres

que podemos recordar. Pues algunas veces formuló orígenes falsos de

antiguas palabras griegas que quería hacer pasar por nuestras. Así pues, no

decimos leporem (“liebre”) porque ésta sea levipes (“de pies leves”), sino

porque se trata de un antiguo vocablo griego. Hay muchas viejas palabras

griegas que ahora se ignoran, pues ahora se utilizan otras palabras en su

lugar. Por ello, hay entre ellos muchos que ignoran que Graecum es lo que

ahora denominan “heleno”, puteum (“pozo”) lo que que ahora denominan fre/ar,

o leporem lo que ahora dicen lagwo/n. En ello no sólo no critico el ingenio de

Elio, sino que alabo su laboriosidad: en efecto, la fortuna trae el éxito, sin

embargo el mérito es consecuencia de la experiencia.”

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Tales cosas dejó escritas Varrón en su libro primero, ejemplo de

sabiduría, con respecto a la etimología de los vocablos, ejemplo de

experiencia, en lo que al uso de una y otra lengua respecta, y modelo de

clemencia en lo que atañe a Lucio Elio. Sin embargo, en la parte final del

mismo libro dice que furem se dice así porque los antiguos romanos llamaban

furvum a lo “negro”, y los ladrones roban más fácilmente por la noche, porque

es negra. ¿Acaso no parece aquí Varrón que hace lo mismo con fur que su

maestro con lepor? Como ahora los griegos llaman kléptes al ladrón, en la

primitiva legua griega se decía for. De ahí, gracias a la afinidad de las letras,

quien es for en griego es fur en la lengua latina. No obstante, si acaso esta

etimología se le pasó por alto a Varrón, o si, por el contrario, creyera que era

más apto y coherente que furem derivara de furvo, es decir, de negro, es un

asunto en que el que no voy a entrar a juzgar a un hombre de tan excelente

doctrina.” (Aulo Gelio, Noches Áticas 1, 18 trad. de Francisco García Jurado)

Probablemente, la antítesis no sea más que aparente, pues esta valoración

negativa forma ya parte de esa rica tradición que venimos estudiando. Los antiguos

etimógolos recurren bien a la lengua griega para explicar palabras latinas, bien al propio

latín. No obstante sus muchos errores interpretativos, Ernst Robert Curtius entendió que

la antigua etimología era una forma de pensamiento que como tal se conforma y

desarrolla en la Antigüedad, cobra su máxima expresión en San Isidoro y continúa como

tradición en la Edad Media, llegando hasta el Barroco:

"La etimología pasó después al humanismo, al Renacimiento, al Barroco.

Las figuras centrales del Criticón de Gracián llevan nombres significativos

(«Critilo», «Andrenio»); en cuanto a Egenio, «éste era su nombre, ya definición»

(ed. Romera-Navarro, Filadelfia, I, 1938, p.366). El último receptáculo fue, como

en todas las cosas, Calderón de la Barca. No sólo era compatriota de San

Isidoro, sino también asiduo lector suyo (...)" (Curtius II, 1989, 692-699)

Asimismo, no debemos olvidar que la etimología tuvo un afán patriótico en Roma,

merced a que era una forma de arqueología que estudiaba los orígenes de la cultura

latina. La Romanidad, de hecho, es un rasgo que puede apreciarse en todos los grandes

cultivadores de la etimología latina, desde Varrón al mismo Pablo el Diácono, y que

confiere a esta disciplina unas características propias. Varrón manifestaba la Romanidad

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en su espíritu de anticuario, como se aprecia en los conocimientos diversos que desgrana

no sólo en el De lingua Latina, sino también en sus Antiquitates: religión, instituciones,

topografía de Roma. Pero lo importante es que Roma irá convirtiéndose con el paso de

los siglos en una referencia de la cultura europea. Así lo vemos en el interesante texto

que abre el epítome que de Festo escribiera Pablo el Diácono, ya en pleno Renacimiento

Carolingio, donde puede apreciarse como en pocos lugares ese sentimiento de una

Europa en ciernes:

“En el deseo de añadir alguna cosa a vuestras bibliotecas, y ya que muy

poco puedo hacer con lo propio, he tenido que tomar prestado de lo ajeno. Sexto

Pompeyo, probado erudito en los estudios romanos, descubriendo los orígenes

tanto de aspectos recónditos de la lengua así como de algunas causas, extendió

su prolija obra hasta veinte volúmenes. De esta abundancia, tras dejar fuera

algunas cosas superfluas y poco esenciales, así como desarrollando otras poco

claras con mi propio punzón y dejando, finalmente, algunas tal como estaban, os

presenté este compendio para que fuera leído por vuestra excelencia. En la

disposición de esta obra, si os dignáis leerla, podréis encontrar no de manera

invariable algunas cosas de acuerdo con la doctrina, otras colocadas junto a la

etimología y, en especial, palabras disertas acerca de vuestra ciudad Romúlea,

de sus puertas, vías, montes, lugares y tribus; además encontraréis los ritos y

costumbres de los gentiles, expresiones variadas y familiares tanto a poetas

como historiadores, esas que con bastante frecuencia colocaron en sus

opúsculos. Así pues, este pequeño don de mi brevedad, si vuestro ingenio sagaz

y sutil no lo desprecia por completo, animará a mi sagacidad a cosas mayores, si

la vida me acompaña.” (Paulo Festo, trad. de Francisco García Jurado)

Este carácter europeo del pensamiento etimológico romano no pasó

desapercibido a Ernst Robert Curtius cuando decidió defender el tronco común de la

cultura occidental, en franca oposición a aquellos que, como Karl Mannheim, preferían la

labor de entender la cultura alemana desde dentro, favoreciendo, en definitiva, las

posturas unívocas y totalitarias. Curtius nos traslada por un singular viaje que va desde

Homero a Calderón. Pero si la etimología era tan cara a un autor de carácter

contrarreformista como el autor de La vida es sueño, al buen decir de Curtius, no menos

presentes van a estar los juegos de palabras en autores de raíz tan lucianesca como

Erasmo de Rotterdam. Así podemos verlo en el peculiar ejercicio que hace el genial autor

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holandés para poner en relación el término griego "moría" (la stultitia erasmista, esa

locura tan propia de Alonso Quijano) y el apellido de Thomas More:

"Como estaba, pues, completamente decidido a hacer algo y aquella

ocasión me parecía poco adecuada para una disquisición seria, se me ocurrió

componer, por divertirme, el elogio de la Moría. «¿Qué Minerva te ha metido eso

en la cabeza?», preguntarás tú. En primer lugar, me sugirió ese tema tu apellido,

More, que se asemeja al vocablo Moría en la misma medida en que tu persona

está alejada de ella; pues es opinión general que tú le eres totalmente ajeno.

Además imaginaba que este juego de mi ingenio merecería amplia aprobación

por tu parte, dado que sueles divertirte mucho con entretenimientos de esta

clase, es decir que no sean, si no me equivoco, ni propios de gente inculta ni del

todo carentes de gracia; y, por lo demás, sueles comportarte habitualmente, en

las cosas de la vida diaria, como un nuevo Demócrito: si bien cierto es que tú, por

una innegable y acusada agudeza de tu ingenio, sueles apartarte en muy gran

medida de la manera de pensar del vulgo, puedes, sin embargo, por la increíble

dulzura y afabilidad de tu trato, comportarte de modo abierto con todos, y gozas

haciéndolo así.” (Erasmo, Elogio de la locura trad. de Oliveri Nortes Valls)

En lo que respecta a la relación entre la literatura y la etimología, también resulta

muy interesante, lo que cuenta Antonio Alvar Ezquerra a propósito de los nombres

propios de Pánfilo y Birria, cuyo origen latino está en la comedia elegíaca medieval, y que

terminaron siendo dos apelativos despectivos muy populares:

"Pánfilo y Birria han hecho un largo viaje desde la comedia griega a

nuestros días, pasando por los escenarios romanos y acompañando a los clerici

vagantes por las tierras de la Europa cristiana: sus máscaras de arquetipos -el

joven enamorado e inexperto y el siervo pícaro- abandonaron los teatros y

quedaron fijadas en el habla vulgar. A ello contribuyó no poco justamente su

peripecia a lo largo de esos siglos medios, pues, en general, las comedias

elegíacas y, por supuesto, las más famosas (Geta, Alda, Pamphilus) son

anónimas; es decir, se citan en los manuscritos y en los florilegios únicamente

por el título -es decir, por el nombre de los protagonistas- o por el incipit. Sólo un

lento y minucioso trabajo de exploración de testimonios indirectos o de análisis

internos ha permitido ciertas atribuciones, no siempre exentas de discusión. (...)

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Hoy, apenas nada queda de ellas. Tan sólo, los nombres de dos de sus más

caracterizados personajes convertidos en voces de uso común." (Alvar, 1994,

409-410)

El desarrollo de las lenguas romances, así como su convivencia con la lengua

latina, no deja de ser hoy día una cuestión compleja y apasionante. Es significativa, por

ejemplo, la conciencia que del latín y del romance se refleja en las obras de Alfonso X el

Sabio, según ha puesto de manifiesto A. G. Solalinde (1963, 133-140), que ha estudiado

las expresiones "dizen en latin" o "llaman en latin" para introducir citas latinas, al tiempo

que en la General estoria se habla a veces de "nuestro latin" al tiempo que "nuestro

lenguaje de Castilla", lo que puede ser indicio de que latín y castellano eran sentidos

como dos registros diferentes de una misma lengua. El hecho es que hay una nueva

realidad que va a afectar de lleno a nuestra historia de la etimología: la consideración de

las lenguas vernáculas con respecto a la latina, y la consideración de que las lenguas se

corrompen, como es el caso del latín. Así lo vemos en un singular texto del humanista

valenciano Luis Vives en su obra titulada El templo de las leyes:

"¿Así, quieres que hable según tú acostumbras, pues no me entendiste

cuando hablaba a mi modo, y dijiste, poniendo caras raras, que mi lenguaje era

oscuro? De hecho, nadie puede estudiar correctamente esta casa de las leyes, si

no está enterado e imbuido de la verdadera y tersa latinidad, y tiene

conocimiento, por lo menos moderado, de este lenguaje arcaico. ¿No ves cómo

dan vueltas ante mi puerta tantos charlatanes desacreditados, y no entran

porque no dejan que los instruya yo, que estoy aquí con el único cometido de

preparar adecuadamente a los hombres que se acerquen para entrar en esta

casa?" (Luis Vives, Diálogos y otros escritos. Introducción, traducción y notas

de Juan Francisco Alcina, Barcelona, Planeta, 1988, 169)

La comparación de la lengua latina con las nuevas lenguas vernáculas nos lleva,

asimismo, a la conocida cuestión de la excelencia de las lenguas, cuestión que ilustra de

forma excelente el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés. Cada lengua desarrolla sus

propios medios de expresión propios, de lo que dan cuenta los neologismos:

"De la lengua latina querría tomar estos vocablos: ambición, ecepción,

dócil, superstición, obieto. Del qual vocablo usó bien el autor de Celestina: La

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vista a quien obiecto no se pone; y digo que lo usó bien, porque quiriendo dezir

aquella sentencia, no hallara vocablo castellano con que dezirla, y assí fue mejor

usar de aquel vocablo latino que dexar de dezir la sentencia, o para dezirla, avía

de buscar rodeo de palabras. Tomaría también decoro." (Juan de Valdés,

Diálogo de la lengua, ed. de M. Lope Blanch, Madrid, Castalia, 1986, 140-141)

Aunque sea a partir del siglo XVI cuando se aplica de manera más consciente la

etimología para estudiar la cuestión de los orígenes de las lenguas romances, contamos

con un documento muy interesante, un manuscrito de la Biblioteca de la Real Academia

de la Historia (Ms. N. 73 de la Colección Salazar hojas IIIr-IVr, fols. 1r-35v), editado por

Tomás González Rolán y Pilar Saquero (1995, 73-171). El testimonio es muy interesante

tanto por la información lingüística que arroja acerca del castellano incipiente del siglo XV,

así como por las reflexiones etimológicas en sí, al margen de sus aciertos o desaciertos.

La razón de la obra es la siguiente, según el propio autor anónimo del manuscrito:

"Y ansi yo, consideradas todas estas razones, aunque se y conozco que

tan pequeño y ynutil fauor como el mio, remediaria poco atanta confusion y

corrupçion de vocablo, no presumiendo de mi, mas cuydando que hare algun

prinçipio y abrire via a los sabios y discretos que lo sabran corregir y emendar

con mas sciençia y mas alto estilo, esforzeme a trabajar en ello en fauor de la

Naçion y no menos en reprehension y vituperio de aquella ruda gente enemiga

de la polida y dulce eloquençia. Trabaje pues como pude y no como quisiera,

más con buena voluntad que con saber y discreçion de dar razon de algunos

vocablos castellanos mostrando como la lengua castellana ha buena y bien

hordenada habla y que espeçial mente es cerca de el latin, que es vna de las tes

prinçipales lenguas de el mundo, y que en los mas vocablos trae de él su

prinçipio y fundamento." (González Rolán y Saquero, 1995, 84)

La preocupación por el origen de la lengua castellana, ligada a la del origen de

sus vocablos, tendrá su continuación y desarrollo durante el humanismo hispano en el

siglo XVI, como vemos en Bernardo Aldrete y Sánchez de las Brozas (Bahner, 1986).

Bernardo José de Aldrete habla en estos términos de la etimología en su libro Del origen y

principios de la lengua castellana:

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Francisco García Jurado - La Etimología como historia de las palabras

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"Aviendo hastaqui prouado en general, que la lengua Castellana, se

deriua de la Latina, parece conuiniente, que decienda a tratar mas en particular,

de las palabras, de que ella vsa. Las quales por la maior parte, o son

conocidamente Latinas, o tienen della su deriuacion mas clara, o mas obscura,

segun que en su principio, o con el tiempo sean apartado de las originales. De

las primeras son tantas, que casi no se pueden numerar, podre algunas.

Persona, Mundo, Misedicordia, graues, obscuras, Partes, occidentales, Ministros,

Furiosos, Sol, Templo, Persecuciones, Pertinaces, sectas, Ocupar, Malicia, vno,

Tres, Diminuta, Naufragio, Columna, Humano, Sacerdocio, Breue, Quando,

Medio, etc. I no passo adelante, por que assi pudieran ir per todo vn libro, que de

vn poco del se ofrescieron estas assi sin orden, i con ser lo de Romance son

todas llanamente Latinas, i que claramente ellas lo afirman, i desto cada vno

puede hazer esperiencia. Otras lo son tanbien, pero con alguna alteracion, i no

tanta, que no muestren luego su origen, como Nuestro, Vuestro, i las que varian

algo.

Las que tiene su deriuacion mas obscura, es por vna de quatro causas,

que son; o porque los vocablos de donde vienen no se saben, ni se conocen por

Latinos: o porque muchas palabras significan aora otra cosa, de la que al

principio, vsando las por semejança o translacion. La tercera es, o porque en

muchas se an variado letras, o añadido, o quitado. Finalmente o porque an

concurrido en algunas estas cosas todas juntas, i assi estas se incluien en las

primeras." (Bernardo Aldrete, Del origen y principio de la lengua castellana ò

romance qui oi se usa en España (ed. Facsímil), Madrid, Visor, 1993, 196-197)

Asimismo, es interesante leer el comienzo del capítulo I que Francisco Sánchez

de las Brozas ofrece en su Minerva o de las causas de la lengua latina, donde el autor

habla de la etimología con argumentos razonados:

"Cuenta Homero, el príncipe de los poetas, que Minerva se apareció a

Diomedes entre las filas de los guerreros y le quitó la niebla de los ojos, para que

pudiera distinguir en la batalla a los dioses de los hombres. Platón, en el libro

segundo de su Alcibiades, interpreta a esta Minerva como la razón misma, la

cual, quitada la niebla que cada uno tenemos, limpia de heces nuestra mente,

para que podamos contemplar desde más cerca el mal y el bien. Es más, el

mismo Platón, en el Cratilo, cuando investiga la etimología de Palas, piensa que

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se llama así a partir de pállein y pállesthai, es decir, de «agitación» y «salto», ya

que ella se levanta a sí misma y a las demás cosas de la tierra a lo alto. El mismo

Platón en el mismo lugar declara que Atenea, a la que nosotros llamamos

Minerva, es la mente y la agitación.

Este tan extraordinario regalo de Minerva, por volver a Homero, no es

revelado a cualquiera, sino sólo a Diomedes, que significa Diós mêdos, es decir

«cuidado», «providencia» o «deliberación de Jove». Y es que la ciencia de las

artes no es un invento humano, sino que salió para uso humano del cerebro de

Júpiter, de donde se dice que nació Minerva. Así pues, si no te entregas

totalmente al estudio, si no investigas las causas y razones del arte que

practicas, ves, créeme, con ojos ajenos y oyes con oídos ajenos. Por otro lado,

de muchos se ha apoderado una perversa opinión o, mejor, una barbarie: que en

la gramática y en la lengua latina no hay causas ni razón que buscar. Yo no he

visto nada más absurdo ni se puede pensar nada más tonto que este invento.

¿Es que el hombre, parte del cual es la razón, va a hacer, decir, pensar nada sin

razonada deliberación? Escucha a los filósofos, que insisten que no hay nada sin

causa. Escucha a Platón, quien afirma que los nombres y las palabras tiene una

base natural, quien pretende que la lengua se basa en la naturaleza, no en la

invención. Sé que los aristotélicos piensan de otra forma, pero nadie negará que

los nombres son como los «instrumentos» y la marca de las cosas; y cualquier

instrumento de una técnica se acomoda a esa técnica, de manera que parece

inútil para todo lo demás. Así trepanamos con el trépano, serramos la madera

con la sierra, pero a las piedras las rajamos con las cuñas y a las cuñas las

clavamos con pesados martillos. Así pues, quienes pusieron por primera vez

nombres a las cosas, es probable que lo hicieran deliberadamente; y esto, pienso

yo, es lo que entendió Aristóteles, cuando dijo que el significado de las palabras

es convencional. Y es que quienes piensan que los nombres se crearon por

casualidad, son muy atrevidos; son ciertamente aquellos que intentaban

convencernos de que la ordenada fábrica del mundo nació por casualidad y

acaso. Yo ciertamente afirmaría con Platón que los hombres y las palabras

aluden a la naturaleza de las cosas, si él, al afirmar esto, se refiere sólo a la

primera de todas las lenguas. Como leemos en el Génesis: «Así pues, el Señor

Dios, creados todos los seres vivos de la tierra y todos los pájaros del cielo, se

los presentó a Adán para que viera cómo llamarlos: y es que el nombre de todo

ser viviente es el nombre que le dio Adán. Y Adán llamó por sus nombres a todos

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los seres animados, a todas las aves del cielo, y a todas las bestias de la tierra».

Está claro, pues, que en aquella primera lengua, cualquiera que fuera, los

nombres tomaron su etimología de la propia naturaleza de las cosas. Pero de la

misma forma que yo no puedo afirmar esto de cualquier idioma, así también

estoy convencido de que en cualquier idioma se pueda dar razón de todo

nombre. Y aunque esta razón esté en muchos casos oscura, no por ello debe

dejar de ser investigada. A los antiguos filósofos se les ocultaron muchas cosas

que Platón sacó a la luz; tras él descubrió muchas Aristóteles; y muchas ignoró

éste que después están claras por todos sitios. Y es que la verdad está oculta;

pero nada más valioso que la verdad. Se me dirá: ¿Cómo puede suceder que

haya una verdadera etimología de los nombres, si una misma cosa es llamada

con distintos nombres a lo largo del orbe de la tierra? Respondo: toda cosa tiene

diferentes causas, de las cuales, a la hora de poner nombre, tenemos en cuenta

allí unas, aquí otras. Así, a la misma cosa los griegos la llamaron ánemos, los

latinos "viento"; aquellos, la pusieron en relación con «respirar», éstos con

"venir". A otra cosa, los latinos la llamaron «fenestra», del verbo pháinesthai,

nosotros la llamamos «ventana», los portugueses «ianella», interpretándola

como una «pequeña ianua", Por otro lado, los latinos adoptaron muchas palabras

de los griegos, palabras que tienen su explicación racional en el griego; ridículos

son, en efecto, quienes buscan en su idioma la explicación racional de un

préstamo, como quienes ponen petram en relación con el hecho de que pedibus

teratur («es machacada por los pies») o pedem terat («machaca los pies»), o

lapidem en relación con labari («deslizarse») o con a pede laedi («ser

machacada por el pie»), cuando tanto una como otra palabra proceden del

griego. No hay, pues, ninguna duda de que se debe buscar la explicación

racional de todas las cosas, también de las palabras; si cuando se nos pregunte

no sabemos esa explicación, confesemos que la ignoramos antes que afirmar

que no existe. Yo sé que César Escalígero piensa de otra forma. Pero la razón

verdadera es la que yo he dicho" (Francisco Sánchez de las Brozas [El

Brocense], Minerva o De causis linguae latinae. Libri I, III, IV [Introd. y ed.

E.Sánchez Salor] Liver II [ed. C.Chaparro Gómez], Cáceres, 1995, 39 y 41)

Realmente, el texto de Sánchez de las Brozas se encamina ya de manera

decidida hacia un estudio razonado y articulado de la etimología, alejado

conscientemente de las frecuentes fabulaciones que han dado lugar a su mala fama.

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Etimología y léxico en los ss. XVII y XVIII

Una buena muestra de la historia de la etimología durante el s. XVII es el Tesoro

de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias Orozco, precedido por

una interesante "Carta del Licenciado Don Baltasar Sebastián Navarro de Arroyta a

Sebastián de Covarrubias Orozco". Precisamente en esta carta se pone en relación la

obra de Covarrubias con los grandes libros de etimología de la Antigüedad y el

Humanismo (Varrón, Isidoro, Julio César Escalígero). A este respecto, Martín de Riquer

afirmaba “que la finalidad primordial del Tesoro es dar cuenta de las etimologías de la

lengua castellana. Pero el autor también deja patente su propósito de titular el libro

precisamente con el nombre de Tesoro, y no con el de Etimologías” (Covarrubias 1994,

pp. XII-XV). Véase lo que dice el propio Covarrubias al final de la voz ESPERANZA, con

referencia a su obra: "no se endereza a tratar de las materias más de lo que toca a sus

etimologías y a algunas cositas que acompañen". No obstante, tales "cositas" son las que

van a conferir al Tesoro su carácter distintivo con respecto a las obras etimológicas hasta

entonces publicadas. Para muestra, sirva su entrada a la voz ETIMOLOGÍA:

"(...) No se puede dar de todos los vocablos introducidos en una lengua

su etimología; y así Cosconio, famoso gramático (según refiere Varrón), juntó al

pie de mil dicciones, de las cuales no hay dar razón de donde se derivan, y a

estas tales llama primitivas. Negocio es de grande importancia saber la

etimología de cada vocablo, porque en ella está encerrado el ser de la cosa, sus

calidades, su uso, su materia, su forma, y de alguna dellas toma nombre. Si

nuestro primer padre nos dejara los nombres que puso a las cosas con sus

etimologías, poco había que dudar en ellas (...)".

Entre las muchas y muy interesantes indagaciones etimológicas del diccionario,

cabe destacar la voz CANTIMPLORA:

"Es una garrafa de cobre, con el cuello muy largo, para enfriar en ella el

agua, o el vino, metiéndola y enterrándola en la nieve, o meneándola dentro de

un cubo con la dicha nieve, cosa muy conocida y usada en España y en todas

partes. Díjose cantimplora, porque al dar el agua, o en vino que tiene dentro, por

razón del aire que se encuentra en el dicho cuello, suena en muchas diferencia,

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unas bajas y otras altas, unas tristes y otras alegres, que parece cantar y llorar

juntamente. En griego se dice klausigélos, id est, ridens et flens, a verbo kléo [sic;

klaío], fleo, et geláo, rideo. Por esta mesma razón llaman los franceses chante

plure, a cierto arcaduz y regadera con que sacan agua para regar los jardines.

Carolo Stephano, De re Hortensi.

De la voz NUCA nos cuenta lo siguiente:

"Vulgarmente llamamos aquella parte de la cabeza que junta con el

cuello, por donde se comunican los espíritus, en virtud de los cuales el alma hace

sus operaciones; y así le pusieron nombre nuca, de noûs, nus, que vale mens,

porque lesa esta parte, faltan luego el entendimiento y los sentidos. Algunos

quieren que se haya dicho de nux, cis, por alguna semejanza que tiene con la

nuez de la ballesta. Antonio Nebrisense vuelve el latín nuca, cerebellum."

Covarrubias está todavía muy cerca, conceptualmente, a los procedimientos de

indagación etimológica de los antiguos gramáticos, Para comprobarlo, conviene

contrastar esta etimología con la que nos dan Corominas y Pascual en su magno

diccionario etimológico (Corominas-Pascual, s.v. NUCA): "del b. lat. mucha «medula

espinal» y éste del ár. nuhâc id.; introdujeron el vocablo los médicos medievales italianos

y su sentido se alteró probablemente por confusión con el ár. núqra «hoyo», «cogote»,

que también se empleó en la terminología médica europea. 1ª doc.: «nuca de la cabeça:

cerebellum», Nebr. (...)".

Un siglo más tarde, y en la misma línea del estudio de las listas de cambios de

sonido de Aldrete encontramos las articuladas reflexiones de Gregorio Mayans y Siscar

acerca de la Etimología en sus Orígenes de la lengua española (Madrid, 1737):

"115. Las etimologías de las voces, unas se hallan en la lengua propia;

otras en la estraña. Unas veces en una sola lengua, otras en muchas.

116. En la propia lengua, como las voces que hemos inventado por

onomatopeya, esto es, por la formación de un nombre, cuyo sonido expressa la

naturaleza de lo que significa, como asco, borbollón, chitón, rechinar, tambor,

zumbido. También se han de buscar en la propia lengua los nombres

compuestos de partes consignificativas, como arquimesa, boquirrubio,

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cortaplumas; i generalmente aquellos a quienes no se le halla origen en otra

lengua, como mulato, esto es, hijo ilegítimo de blanco i negro, llamado assí de la

suerte que llamamos mulos a los que nacen de asno i yegua.

117. Se halla la etimología en la lengua estraña, como se ve en abad que

viene de abba, voz que no es latina según la Real Academia; sino siriaca según

enseñó san Gerónimo sobre la epístola de san Pablo ad Galatas, cap.4.

118. Regularmente se deven buscar las etimologías en una sola lengua.

Assí hallamos en la arábiga, faluca que viene de falkon, i significa nave; julepe de

gilha; talco de tolakon.

119. Pero otras voces se han de buscar en muchas lenguas

sucessivamente. Assí la palabra sacre que los valencianos por otro nombre

llamamos esparver, del alemán spar-weer, viene del vocablo árabe sacron; i éste

viene del latino sacer; porque Virgilio llamó a esta ave sacer ales, por estar

consagrada a Apolo, según la opinión de algunos, o a Marte, según la de otros.

(...)

122. Las etimologías, unas veces se sacan por el conocimiento de las

cosas significadas; otras por las mismas cosas, i también por las palabras que

las significan; otras sólo por las palabras. (...)

126. Pero es menester advertir que una cosa es averiguar la etimología, o

el origen de la voz; i otra el de la cosa significada. Assí la palabra, tercio, vino de

tertius, tertia, tertium: lo qual no tiene duda; i puede averla en decir que lo que

significa se dice así de la tercera legión que se mantuvo en España mucho

tiempo: porque para que esto se crea deve provarse que el tercio se llama assí

desde aquel tiempo. Con todo esto, para dar etimologías es menester que assí

como la palabra originada tiene proporción con la original, las significaciones de

una i otra la tengan también. Cadáver es el cuerpo del difunto. De cadavere se

dijo cadavera; i ahora decimos calavera que son los huessos que quedan de los

difuntos, tomando la parte más permanente del cadáver por el todo dél.

127. Por razón de semejantes translaciones suelen ser algunas

etimologías menos reparables. I por esso pudieran darse unas observaciones

mui curiosas, recurriendo todas las especies de ellas: como si digéssemos que

muchas veces el nombre del género se atribuye a la especie; otras el de la

especie al género. Casa en latín, significa choza; en español, qualquiera edificio

habitable. Apotheca es lo mismo que repostería, donde se guarda qualquier

género de cosas de comer, o bever; i bodega, derivado de él, sólo significa el

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lugar donde se conserva el vino.

128. El no observar la correspondencia de los significados es causa de

muchos errores. Atendiendo al sonido, suelen decir que puerco se origina de

porcus, nombre sustantivo; i me parece que viene de spurcus, spurca, spurcum,

adgetivo que significa cosa puerca. Todo puerco es cosa puerca; pero no toda

cosa puerca es puerco. (...)

156. El que quisiere dar etimologías lo primero que ha de procurar es no

dejarse engañar del sonido de las palabras. Da ganas de reír lo que escrive

Valter Burlei en el libro De vita & moribus philosophorum, donde, hablando de

Séneca, dice que por cierto presagio se llamó Séneca, que quiere decir Se

necans. ¡Graciosa etimología, por cierto! Digna de la erudición de su siglo. Pero

degemos etimologías latinas. (...)" (Gregorio Mayans, Obras Completas. Edición

preparada por Antonio Mestre Sanchis, tomo II, Valencia, Ayuntamiento de

Oliva/Diputación de Valencia, 1984, 371-374 y 380)

La lectura de este texto de Mayans nos pone en la pista de lo que será la

etimología al siglo siguiente, cuando su investigación se vuelva esencialmente histórica y

utilice los cambios regulares y la morfología como algunos de sus criterios más

importantes. Mayans tiene el mismo interés en desenmascarar las falsas etimologías

como en dejar al descubierto la falsedad de las fábulas y los cronicones.

Breve historia de la etimología en los ss. XIX y XX. Neogramáticos y Lexicólogos.

La semántica léxica

El siglo XIX trajo nuevos paradigmas científicos para el estudio del lenguaje. Entre

otras cosas importantes, se acuñó la palabra “Lingüística” y comenzaron a estudiarse los

cambios regulares desde el punto de vista de la Gramática Histórica. La Etimología quedó

beneficiada en parte con los nuevos avances, si bien, su condición de disciplina que

atiende a la historia particular de cada palabra hizo que quedara en una zona marginal de

los nuevos estudios. El grupo de los llamados “jóvenes gramáticos”, o “neogramáticos”,

tuvo mucho que ver en ello. Con cierto humor e ironía cuenta Yakov Malkiel lo que supuso

la aparición de estos lingüistas (Malkiel, 1996, 19 y 35):

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"Con la aparición, en Leipzig, a partir de 1876, de los jóvenes gramáticos,

o neogramáticos, se cerraría el siglo XIX con la aceptación de una serie de

teorías, entre las cuales cabe destacar las siguientes: la regularidad de las

mutaciones fonéticas; el valor de la analogía, es decir, la tendencia de las formas

irregulares a convertirse en regulares; un nuevo interés por las conexiones entre

lenguaje y pensamiento, y, en relación con las ideas historicistas dominantes en

la época, la consideración de la Lingüística como ciencia histórica, cuyo objeto es

estudiar los cambios del lenguaje."

Y no se olvida de comentar el rechazo de los neogramáticos a sus antecesores:

"Un grupo más o menos organizado de jóvenes eruditos conocidos con el

apodo de «neogramáticos» (Junggrammatiker) comenzó a imponerse con

dinamismo, aspirando a dotar a la lingüística histórica de bases más firmes y

científicas (...). El vigor de este movimiento es inseparable de la pujanza general

de la Alemania de Bismarck a principios de la década de 1870, mientras que las

pretensiones de los neogramáticos se hacían eco de la alta estima en que tenía

la sociedad alemana las ciencias exactas, en especial la química, en ese

momento.

¿Cómo le iba a la etimología (y a los etimólogos) bajo este nuevo

régimen? Es bien conocido el énfasis que los neogramáticos dieron a la

fonología (...) La etimología se toleraba hasta el punto de permitir a los

investigadores seleccionar el vocabulario básico de una comunidad lingüística

dada a partir de mezclas posteriores, por medio de préstamos de vecinos o, si

no, de adopciones deliberadas, condicionadas culturalmente, de una etapa

anterior («clásica») de la lengua investigada." (Malkiel, 1996, 35)

Las consecuencias para la etimología eran bastante predecibles:

"El enfoque neogramatical fue beneficioso de una manera negativa, al

avisar al analista de que bien podría haber algo «especial» en las historias de

palabras cuando suponían desviaciones de una norma ampliamente aceptada.

De este modo, tras un detallado reexamen de los datos se descartaron

centenares de ecuaciones diacrónicas aceptadas anteriormente (...) No supieron

hacer plena justicia a las historias de palabras individuales y, en particular, no

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prestaron la debida atención al aspecto representativo de la historia semántica, a

la localización de palabras en el mapa geográfico y a los dialectos sociales, ni

tampoco a la coexistencia generalizada de variantes, por no mencionar las

cuestiones de «estilo en el lenguaje» y los niveles de formalidad." (Malkiel, 1996,

p.37)

Naturalmente, hubo lingüistas que reaccionaron frente a los neogramáticos, como

Hugo Schuchardt y sus estudios etimológicos, que conocemos como Wörter und Sachen

(Malkiel, 1996, 38-40). Schuchardt, con su interés no sólo por los nombres, sino también

por las cosas designadas, proporcionó nuevos horizontes a la etimología. Introdujo

nuevos factores en el análisis, como las palabras migratorias, lo que le llevó a lenguas tan

poco exploradas por aquel entonces como el bereber. La pasión por sus estudios

etimológicos le caracterizó con ciertos toques de excentricidad. Es significativo cómo sus

indagaciones por hallar la difícil etimología del francés “trouver” a partir de turbare, es

decir, la acción de remover el agua cuando los pescadores buscan peces, dieron lugar a

que su casa se convirtiera en un improvisado museo de artes de pesca.

Asimismo, en el ámbito galo, observamos cómo el fundador de la semántica

moderna, Michel Bréal, tome el término de “leyes ciegas del lenguaje” utilizado por los

neogramáticos para dar lugar al concepto de “leyes intelectuales”, aquellas que van a dar

cuenta, en definitiva, de la evolución de los significados, parte sustancial de las propias

"historias de palabras" (Malkiel, 1996, 41-42). Vamos a leer un párrafo de la Semántica de

Michel Bréal, publicada en francés en 1897, según una versión española de comienzos

del XX:

"LA HISTORIA DE LAS PALABRAS.

Bajo este título: La Vida de las palabras estudiadas en sus

significaciones, un profesor de la Sorbona, romanista distinguido, M. A.

Darmesteter, acaba de escribir un librito agradable, a propósito para aumentar la

popularidad de los estudios de lingüística. Vemos en él sucesivamente cómo

nacen las palabras, cómo viven entre sí, cómo mueren. Se trata del sentido de

las voces, no de los cambios de forma, los cuales pertenecen a otro capítulo de

la ciencia. De todas las partes de la lingüística, ésta es ciertamente la más a

propósito para interesar a la gran masa del público. Aquí estaría fuera de lugar

todo aparato de alta erudición. Los hechos que se trata de observar no tienen

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mucho de misteriosos. Por lo común, los cambios que sobrevienen en el sentido

de las palabras son obra del pueblo, y, como sucede dondequiera que está en

juego la inteligencia popular, hay que esperarse, no una gran profundidad de

reflexión, sino intuiciones, asociaciones de ideas, a veces imprevistas y raras,

pero siempre fáciles de seguir. El espectáculo, pues, a que esta historia nos

invita, es un espectáculo interesante y atractivo." (Bréal, s.d., 247-248)

Ligada vital y científicamente a Bréal está la escuela de París, cuyo representante

más destacado es A. Meillet, gran indoeuropeísta y buen conocedor de la historia de la

lengua latina. La mayor aportación de su escuela, en opinión de Malkiel, es la siguiente:

“Para empezar, el término «etimología» y sus derivados se usan de

manera muy moderada (y casi nunca en los títulos de los artículos y notas) (..)

Aunque el objetivo es la búsqueda del origen último de una palabra dada, el curso

seguido por ésta en su etapa media o alguna otra característica de su evolución

(por ejemplo, sus distintos grados de alejamiento de términos afines, su

propagación territorial, la limitación de su uso, etc.,) pueden servir con igual

convicción para justificar la redacción de la nota.” (Malkiel, 1996, 114)

Meillet pasará a la historia junto con A. Ernout gracias a su magnífico diccionario

etimológico de la lengua latina. Más joven que Meillet, pero buen amigo de éste, el

ginebrino F. de Saussure condicionará en cierto sentido la suerte de la etimología a

comienzos del siglo XX al articular los fundamentos de una lingüística sincrónica y hablar

de la naturaleza arbitraria del signo lingüístico. Si bien no muestra demasiado interés por

la etimología diacrónica, nos habla de ella en su Cours:

"La etimología no es ni una disciplina distinta ni una parte de la lingüística

evolutiva, es solamente la aplicación especial de los principios relativos a los

hechos sincrónicos y diacrónicos. Se remonta en el pasado de las palabras hasta

que encuentra algo que la explica.

Cuando se habla del origen de una palabra y se dice que «viene» de otra,

se pueden entender muchas cosas diferentes; así, sel viene del latín sal por

simple alteración del sonido; labourer, «trabajar la tierra», viene del antiguo

francés labourer, «trabajar en general», por alteración del sentido solamente;

couver viene del latín cubare, «estar acostado», por alteración del sentido y del

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sonido; finalmente cuando se dice que pommier viene de pomme se señala una

relación de derivación gramatical. En los tres primeros casos se opera sobre

identidades diacrónicas, el cuarto se apoya en una relación sincrónica de varios

términos diferentes; ahora bien, cuanto se ha dicho de al analogía muestra que

es la parte más importante de la investigación etimológica.

La etimología de bonus no queda fijada porque nos remontemos a

dvenos; pero sí encontramos que bis se remonta a dvis y que de ahí se puede

establecer una relación con duo, esto puede denominarse una operación

etimológica; lo mismo ocurre con la relación de oiseau con avicellus, porque

permite encontrar de nuevo el vínculo que uno oiseau con avis.

La etimología es, por tanto, y ante todo, la explicación de las palabras

mediante la investigación de sus relaciones con otras palabras. Explicar quiere

decir: remitir a términos conocidos, y en lingüística explicar una palabra es

remitirla a otras palabras, puesto que no hay relaciones necesarias entre el

sonido y el sentido (principio de lo arbitrario del signo).

La etimología no se contenta con explicar palabras aisladas; hace la

historia de las familias de palabras, lo mismo que hace la de los elementos

formativos, prefijos, sufijos, etc.

Como la lingüística estática y evolutiva, describe hechos, pero esta

descripción no es metódica, puesto que no se hace en ninguna dirección

determinada. A propósito de una palabra tomada como objeto de la

investigación, la etimología toma sus elementos de información unas veces de la

fonética, otras de la morfología, otra de la semántica, etc. Para alcanzar sus

fines, se sirve de todos los medios que la lingüística pone a su disposición, pero

sin parar su atención en la naturaleza de las operaciones que está obligada a

hacer." (Saussure, 1980, 250-251)

La polaridad entre diacronía y sincronía afectó también a los estudios

léxicológicos, que quedaron repartidos, como bien explica el semantista Pierre Guiraud,

en los que conciernen a una visión dinámica (etimológica) y a otra estática (semántica):

"Existe una doble dimensión del estudio del vocabulario. Las palabras o

las estructuras lexicológicas pueden ser consideradas en un período dado,

dentro de un estado de lengua fijado, o bien en su evolución histórica. En

términos saussurianos hablamos de una semántica sincrónica o estática y de

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una semántica diacrónica o histórica.

Por ejemplo, el diccionario nos informa de que un "timbre", entre otras

cosas, es una viñeta pegada, o una estampilla, aplicada -sea en seco, sea con

tinta- en un documento, y que es también el instrumento que sirve para aplicarla.

El timbre de golpe es una metonimia del timbre estampilla, y el timbre viñeta ha

conservado su nombre a consecuencia de un cambio en la naturaleza del

referente; estamos haciendo un análisis sincrónico de un estado semántico en un

período determinado.

El estudio diacrónico hará la historia de la palabra y de todos sus sentidos

sucesivos. Indica que la estampilla administrativa fue originalmente una

reproducción del timbre marcado en el blasón de una familia (cambio de

referente); que este timbre heráldico saca su nombre del casco, o timbre puesto

sobre las armas, y se tomó la parte por el todo (sinécdoque); que el timbre del

casco adquirió su nombre metafóricamente partiendo del timbre de la campana,

cuya forma recuerda; el timbre de la campana es la parte que golpea el badajo,

asimilada metafóricamente al timbre tambor: el tambor a su vez deriva su nombre

por sinécdoque (el todo por la parte) del timbre o tripa tendida debajo de la piel,

de lo cual deriva el instrumento su resonancia.

Un estudio así es diacrónico. Ya no considera los cambios de sentido en

su función cognitiva o expresiva, para determinar cómo aseguran la significación

en una etapa dada de la lengua, sino que los estudia en su desarrollo histórico.

Su problema no es ya ¿qué significa la palabra y cómo asegura su

función?, sino ¿cuándo y cómo ha sido creada y qué le ocurrió después? Es un

problema etimológico.

La etimología es la ciencia del origen de las palabras. Comenzó a

desarrollarse en el siglo XVI, cuando los gramáticos relacionaron el francés con

el latín. Recibió fuerte impulso con la lingüística histórica y sus vastas síntesis

que reconstruyeron el origen común de los grupos de lenguas románicas,

germánicas, eslavas, etc., hasta integrarlas en una agrupación mayor

denominada indoeuropeo, etcétera.

Ésta es la razón por la cual la etimología se ha preocupado hasta ahora

por los orígenes lejanos de la palabra, a fin de establecer su acta única de

nacimiento.

Tal punto de vista ha sido criticado por los etimologistas modernos y

Walter von Wartburg, uno de los más autorizados, nos dice que "la etimología

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debe ponerse actualmente por tarea esencial observar y describir todas las

transformaciones de una palabra, para comprenderlas después y explicarlas".

Así comprendida la etimología, constituye la dimensión diacrónica de la

semántica; es una semántica histórica.

Vuelta hacia la lengua, tiene por tarea hacer la historia de las palabras y

de las estructuras a la luz de los datos de las historia y de las "leyes" de la

significación. De manera semejante, vuelta al exterior, se dedica la filología a

reconstruir la historia de las costumbres, de las instituciones, de las técnicas, de

los acontecimientos, partiendo del sentido de las palabras y de sus vicisitudes, y

a veces, en ausencia de otro documento, llega a reconstruir civilizaciones

desaparecidas basándose únicamente en el análisis del lenguaje: recordemos La

ciudad antigua de Fustel de Coulanges.

La semántica histórica puede brindar a este problema una contribución

importante, aunque no sea más que poniendo en guardia a la etimología y la

filología contra la complejidad de las causas en juego y el peligro de las

interpretaciones y de las generalizaciones absurdas." (Guiraud, 1981, 108-110)

Guiraud escribió este texto en los años ’50, y no fue hasta un decenio más tarde

cuando otro gran lingüista, Eugenio Coseriu, articuló el método adecuado para desarrollar

una semántica que pudiera considerarse realmente diacrónica: la "etimología estructural

del contenido", enmarcada en sus estudios sobre lexemática:

"En lo que concierne a la etimología, cabe ampliar y completar la

etimología tradicional mediante una etimología estructural del contenido, similar a

la ya, en parte existente para las funciones gramaticales. Ecuaciones como: lat.

niger - fr. noir, it. nero, esp. negro, etc.; lat. homo -fr. homme, it. uomo, esp.

hombre, etc.; lat. avis - esp. port. ave; lat. passer - esp. pájaro, port. pássaro,

rum. pasare; lat. bos - fr. boeuf, it. bue, etc., que suelen encontrarse en nuestros

diccionarios etimológicos, son, naturalmente, exactas en cuanto a los

significantes, e incluso -en cierta medida- desde el punto de vista de las

relaciones significantes-significados, pero son incompletas desde el punto de

vista del contenido, puesto que no precisan las relaciones de contenido en las

que funcionaban en latín los términos niger, homo, etc., y se vuelven inexactas si

se las interpreta como equivalencias semánticas (...) Basta mencionar un solo

ejemplo: en el caso de blanc, el significante puede ser germánico, peor desde el

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punto de vista del contenido es importante comprobar que se ha dado, en este

caso, la misma «extensión» del significado que en el caso de ater-niger; por otra

parte, por su significado germánico, este significante debía corresponder más

bien a candidus que a albus, de manera que, en los dos casos, precisamente el

término marcado se habría extendido a toda la zona semántica de la oposición

latina correspondiente (el rumano y los demás dialectos románicos que han

conservado, para toda la oposición, el término latino no marcado, albus,

constituirían excepciones, no sólo en lo material, sino también en lo semántico)."

(Coseriu, 1986, 81-82)

Adviértase la interesante diferencia con que nos encontramos, a la hora de

plantear nuevos estudios etimológicos, dependiendo de que nuestra concepción del léxico

sea la de un sistema, o, por el contrario, de algo asistemático. Desde Saussure

observamos que el estudio etimológico rompe con el mero estudio aislado de una

palabra.

La presentación de los resultados de la investigación etimológica: notas, artículos

y diccionarios

Conviene hacer un comentario acerca de un aspecto que, aunque en apariencia

accesorio, ha tenido una gran importancia para el desarrollo de la investigación

etimológica. Nos referimos a la presentación de sus resultados. En este sentido, como

bien apunta Malkiel (1996, 63 y 70), la nota, que en su mayor parte no pasaba de media

página, era, a comienzos del s. XX, el instrumento preferido de la presentación de

hipótesis etimológicas. Las notas también podían encontrarse a pie de página, con lo que

se convertían en elementos prescindibles. Esto dificultaba el desarrollo de la etimología

como disciplina autónoma, dada la atomización de sus resultados (lo que conllevaba la

exclusión de la etimología de los objetivos de la lingüística "seria". La etimología popular

podía salvarse de este menosprecio siempre y cuando se dejara al margen la

investigación (para algunos caprichosa) del origen de la palabra. La alternativa para los

etimólogos era pasar a la confección de artículos bien articulados y llenos de contenido,

en lugar de la escueta nota. En todo caso, los diccionarios se convierten en una labor

recopilatoria, sólo posible al final de un sinfín de investigaciones puntuales. Recogerían,

como mucho, resultados, pero no darían cuenta, al igual que las notas y los artículos, del

incesante proceso investigador. Por ello, es esperable el comentario que hace Malkiel a

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estos diccionarios: "En cuanto a los diccionarios alfabéticos, por necesarios que sean y

al contrario de lo que pueda parecer, resulta que no son el medio más lógico de dar a

conocer las investigaciones experimentales avanzadas sobre etimología" (Malkiel, 1996,

12 y 120). En realidad, Malkiel estima que los diccionarios no son otra cosa que la suma

de dos tradiciones, la de la moderna investigación etimológica, propiamente dicha, y la

de los viejos glosarios:

"Cabe comparar esta sistematización gradual de ideas etimológicas

desperdigadas hasta crear tratados, con la lenta aparición de glosarios,

monolingües y bilingües, mediante la consolidación de glosas particulares -al

principio, anotaciones al margen o interlineales de palabras difíciles que

aparecen en textos literarios incluidos en el plan de estudios establecido- en

forma de glosarios inicialmente modestos y compilados de manera fortuita, de los

cuales pudieron surgir, poco a poco, nuestros vocabularios y diccionarios,

bastante mejor equilibrados. En realidad, al acabar fusionándose estos dos

géneros, las colecciones de hipótesis etimológicas y los puros glosarios,

Occidente dio por fin con un nuevo género de escritos eruditos que se ha

mantenido intacto hasta hoy día: el diccionario etimológico." (Malkiel, 1996, 16)

En el caso de la lengua latina hemos tenido la suerte de disponer de dos

magníficos diccionarios etimológicos: Ernout-Meillet y Walde-Hoffmann (Alvar, 1986-87).

Uno y otro se complementan. En lo que respecta al Ernout-Meillet, hay que destacar su

subtítulo: Histoire des mots.

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APÉNDICE

Vamos a ofrecer, a manera de apéndice una curiosa etimología tradicional que ha

pasado sin mayores discusiones al diccionario de la Real Academia Española. Se trata de

la etimología de “encinta” (embarazada), que San Isidoro interpretó como “sin cinto”:

Isid. Orig. 10,151 Insidiosus, quod insidiat. Nam proprie insidere est dolose

aliquem expectare. Vnde et insidiae nominatae sunt. Incincta, id est sine cinctu;

quia praecingi fortiter uterus non permittit. 152. Investis, id est sine veste; nondum

enim habet stolam; quod est signum maritalis virginitatis.

"151. Insidiosus, que trama «insidias». En su sentido preciso, insidere es esperar

a alguien tendiéndole trampas. Y de ahí el nombre de «insidias». Incincta

(encinta), esto es, sin «cinto», porque su preñez no le permite ceñirse el cinturón

fuertemente. 152. Investis, es decir, «sin vestido», puesto que aún carece de la

estola, símbolo de que una doncella está casada." (trad. de J. Oroz Reta y M. A.

Marcos Casquero).

San Isidoro interpretó que el término incincta estaba formado por el prefijo

negativo in- y el participio de perfecto de cingere (“ceñir”). Así pasó a la posteridad, si bien

Covarrubias hace una apreciación en otro sentido:

COVARRUBIAS (s.v. CINTA). 3. Estar en cinta, es estar preñada, porque tiene

ceñida la criatura. Otros quieren se haya de decir estar descinta, en razón de que

por el tiempo de la preñez la mujer ha de andar floja en el vestido y no metida en

pretina, como las muy damas que no se contentan con esto, mas aun se ponen

tablilla o tablón para andar derechas, y con esto nacen los hijos corcovados.

Algunas órdenes de religiosos o religiosas traen cintas de cuero y otros

cordones. La cinta es símbolo de castidad; y cerca de los gentiles se usaba una

ceremonia, que el marido antes de ayuntarse con la mujer le desataba él mesmo

esta cinta, dicha caesto, que vale correa. Cintas para atacar con dos herretes,

son de seda o hiladillo, a diferencia de las de cuero, que se llaman agujetas.

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El Diccionario de la Real Academia Española transcribe tal cual la interpretación

isidoriana:

DRAE. encinta. (Del lat. incincta, desceñida) adj. embarazada.

Según Pariente (1973), incincta debería ponerse en relación con el verbo

incingere, donde in- es muy distinto en su origen al prefijo negativo del que antes

hablamos. En este caso, in- sería un preverbio que intensifica el valor de cingere, por lo

que incingere vendría a ser “ceñir mucho”, que conlleva “impedir el movimiento”. Esta

imagen de impedimento es la que, según Pariente, motivaría el uso de incincta

(“impedida”) para la mujer embarazada.

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