Genta Fragmento Del Nacionalismo Argentino

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Fragmento del excelente libro de Jordan Bruno Genta acerca del Nacionalismo Argentino.

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Hemos intentado demostrar que el apoyo popular, multitudinario, numrico, es conveniente para el gobierno poltico; pero de ningn modo necesario ni determinante de su legitimidad. El voto o consentimiento de la mayora puede ser legal; pero no asegura en absoluto que el gobierno va a servir eficazmente al bien comn.No hablamos aqu de transferencia o delegacin de una soberana que el pueblo en bloque no tiene, sino de la simple designacin de los gobernantes por la va del sufragio universal. Nada tiene que ver con la legitimidad, ni es garanta de eficiencia prudencial, ese aval de la mayora; es meramente un medio accidental, establecido en el derecho positivo, para la designacin de los que van a ejercer el poder poltico.Por esto es que no se ajusta a la realidad sino a la ideologa populista, el texto siguiente de Maritain que transcribimos de su libro: El hombre y el Estado: El pueblo goza siempre de la posesin permanente de ese derecho a gobernarse, cuyo ejercicio delega el mando sobre los dems, en virtud de la primera fuente de la autoridad. El gobernante es la imagen del pueblo y el supremo delegado popular (captulo V).Por lo pronto, el derecho a gobernarse en un pueblo o nacin, no es una posesin permanente, sino una conquista ardua y difcil, cuyo precio es la sangre derramada en los campos de batalla; una conquista que se mantiene por la disposicin permanente al sacrificio en las generaciones presentes y venideras, no de la ficticia soberana popular.El ejercicio del gobierno soberano lo cumple un sujeto o titular que es parte del pueblo; pero de ningn modo delegado popular ni imagen del pueblo. En rigor, continuador de una responsabilidad histrica, otorgada por Dios al sacrificio, ejerce el gobierno soberano para servir al bien comn de su pueblo, en nombre de Dios y a su imagen.El derecho al gobierno soberano se pierde en un pueblo por corrupcin, abandono, claudicacin o dimisin de los responsables; por esta razn, los que no saben mandarse tienen que obedecer a un poder extranjero. La cuestin de la soberana poltica no se resuelve en las urnas, sino por las armas en la hora del sacrificio.En cuanto a la designacin de los gobernantes por el voto popular, hay que tener en cuenta la leccin prudencial que nos ha dejado San Agustn en su dilogo sobre El libre arbitrio:Agustn: Ahora bien, si se diera pueblo tan morigerado y grave y custodio tan fiel del bien comn que cada ciudadano tuviera en ms la utilidad pblica que la privada, no sera justa una ley por la que se le permitiera a este pueblo elegir magistrados, que administren la hacienda pblica del mismo?Evodio: Sera muy justo.Agustn: Y si, finalmente, este mismo pueblo llegara poco a poco a depravarse de manera que prefiriese el bien privado al bien pblico y vendiera su voto al mejor postor, y, sobornado por los que ambicionan el poder, entregara el gobierno a hombres viciosos y criminales, acaso no obrara igualmente bien el varn que, conservndose incontaminado en medio de la general corrupcin y gozando a la vez de gran poder, privase a este pueblo de la facultad de conferir honores, para depositarla en manos de los pocos buenos que hubieran quedado, y an de uno slo?Evodio: S, igualmente bien. (De libero arbitrio, Libro I, captulo 6) El gran telogo se revela maestro de prudencia poltica. Ser prudente es obrar en conformidad con la realidad; y no segn la ideologa populista, por ejemplo, que sustituye la realidad por un esquema mental prefabricado: la burda ficcin del pueblo inmaculado y autosuficiente, integrado por una multitud de soberanos que nacen libres, buenos e iguales. Se comprende fcilmente el funesto error que encierra esta retrica adulatoria y servil. Y en consecuencia, la grave imprudencia de guiarse en la accin poltica por la ideologa populista. La verdad es que el hombre no nace bueno, sino proclive al mal. Y esa proclividad al mal se extiende tambin a la multitud de los hombres que integran materialmente un pueblo. Tampoco el hombre nace libre, sino en la ms extrema dependencia de sus mayores y llegar a ser libre exige una rigurosa disciplina, al punto de que la mayor libertad es hija del mayor rigor (Leonardo da Vinci). Y, finalmente, los hombres no nacen iguales, sino que la distribucin natural de las aptitudes y talentos no puede ser ms desigual.Ocurre que los pueblos se elevan en la virtud o se degradan en el vicio. Y un mismo pueblo, tal como advierte San Agustn, puede ser virtuoso en un momento y dejar de serlo en otro. De ah que sea justo en un caso concederle el derecho de elegir sus magistrados; y tambin justo quitarle ese derecho cuando se corrompe.Claro est que un pueblo se pudre por la cabeza, o sea, por su clase dirigente. No es como afirma Maritain: El [gobernante] es imagen del pueblo sino que el pueblo es imagen del [gobernante]. La Argentina hoy se manifiesta ms bien como una masa que como un verdadero pueblo. La accin deformante y subversiva de las ideologas, ms la pavorosa corrupcin de las costumbres pblicas, configuran un estado de relajamiento general, sobre todo en las grandes urbes. Hay una masa juvenil universitaria y una masa proletaria y burocrtica, profundamente confundidas y subvertidas por el marxismo, a travs de las ideologas populistas, clasista y socialista. Las Fuerzas Armadas y la Iglesia de Cristo tambin padecen una seria infiltracin ideolgica.Quedan, por cierto, reservas intactas en todos los niveles e instituciones; un resto importante de gentes honestas y patriotas para emprender la restauracin nacional, o mejor, nacionalista, que reclama la Patria en peligro.En conformidad con su misin especfica, las Fuerzas Armadas deben constituirse en la columna vertebral, donde se articula y sostiene la Nacin en su existencia soberana, como en el tiempo inicial de la historia Patria.La doctrina nacionalista que debe informar y orientar la accin poltica tiene que ser jerrquica para restaurar el orden de los principios en las mentes y en las instituciones sociales. Tan slo as la masa urbana, tanto universitaria como proletaria, ser liberada de su populismo radical y elevada a la altura de un verdadero pueblo.Nada ms oportuno para terminar este captulo, como recurrir, despus de San Agustn, a otro gran contemplativo para iluminar el sendero de la prudencia poltica. Nos ha dejado el poeta Shakespeare un pasaje magistral en su tragedia Troilo y Cressida: Ulises: [...] una empresa sufre bastante cuando se quebranta la jerarqua, escala de todos los grandes designios. Por qu otro medio sino por la jerarqua, las sociedades, la autoridad en las escuelas, la asociacin en las ciudades, el comercio tranquilo entre las orillas separadas... las prerrogativas de la edad, de la corona, del cetro, del laurel, podran debidamente existir? Quitad la jerarqua, desconcertad esa sola cuerda y escuchad la confusin que se sigue. Todas las cosas van a encontrarse para combatirse; las aguas contenidas elevaran senos ms altos que sus mrgenes, y haran un pantano de este slido globo; la violencia se convertira en ama de la debilidad, el hijo brutal golpeara a su padre a muerte; la fuerza sera el derecho... Gran Agamenn, cuando la jerarqua est ahogada, he ah el caos que sigue a su ahogo. Lo que caracteriza ese desprecio de la jerarqua es retroceder siempre un escaln... (Acto I. Escena III).Medite el lector, los pasos que hemos retrocedido y el desprecio de toda forma de autoridad en que hemos cado, por obra del populismo que domina la mentalidad de los argentinos, en particular de su clase dirigente.El nacionalismo populista no es ms que un contrasentido y se convierte necesariamente en un instrumento dialctico de la subversin social que nos arrastra hacia el comunismo ateo.El nacionalismo verdadero y constructivo es jerrquico, porque la Nacin bien ordenada en justicia y caridad, comporta grados de diferenciacin social que hacen al desarrollo de la personalidad humana y a la comn grandeza.