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Memorias de Cleopatra I: El Primer Rollo: 4 Margaret George 25 Llamó por señas a otro guardia para que ocupara su lugar mientras él me acompañaba al edificio principal... sin atreverse a tocarme, pero caminando tan cerca de mí que su actitud resultaba todavía más amenazadora que si lo hubiera hecho. Traté de disimular mi temor. Me acompañaron a una de las salas más espaciosas del palacio, una sala que mis hermanas debían de considerar adecuada para su nueva condición, pues era la que utilizaba mi padre para recibir en audiencia. Permanecí de pie delante de las puertas adornadas con carey de la India y esmeraldas incrustadas, pero aquel día su magnificencia no me impresionó. Las puertas se abrieron lentamente y entré en la estancia, cuyo techo estaba adornado con calados e incrustaciones de oro. Al fondo estaban Cleopatra y Berenice sentadas en unos asientos incrustados de piedras preciosas, en la misma postura de las estatuas de los faraones. Pero a mí no me parecían ni reinas ni faraones sino tan sólo mis hermanas, como siempre. –Princesa Cleopatra –dijo Berenice–, hemos sido elevadas al honor del trono. Ahora nos llamamos Cleopatra VI y Berenice IV, reinas del Alto y del Bajo Egipto. Deseamos proclamarte nuestra muy querida hermana y amada súbdita. Procuré hablar con calma y que no me temblara la voz. –Pues claro que sois mis amadísimas hermanas y yo vuestra más leal hermana. No quería pronunciar la palabra «súbdita» a no ser que me obligaran a hacerlo, pues sabía que era una traición a mi padre. ¿Se darían cuenta de que la había omitido? –Aceptamos tu lealtad –dijo Berenice, hablando en nombre de las dos–. El pueblo ha hablado. Ha manifestado su deseo. No quiere el regreso de nuestro padre el Rey; no lo aceptará en caso de que vuelva. ¡Pero no es probable que lo haga! Los romanos no lo volverán a sentar en el trono porque, al parecer, una de sus profecías lo prohíbe; algo así como que «en ninguna circunstancia se deberán utilizar las armas para sentar de nuevo en el trono al Rey egipcio, aunque se le podrá recibir con cortesía». Y eso es lo que han hecho: lo han mimado y han organizado festejos en su honor, pero nada más. Ah, y encima se han llevado su dinero. Debe tanto dinero a los prestamistas romanos que nuestro país se arruinaría si alguna vez volviera. –Eso ha hecho. ¿Así se manifiesta el amor al propio país? Se hacía llamar Filopátor, «amante de su padre», ¿o de su patria tal vez?, ¡pero nos ha vendido a los romanos! –gritó Cleopatra la mayor en tono de profunda indignación–. ¡Egipto para los egipcios! ¡Nosotros cuidaremos de nuestros propios asuntos! ¿Por qué pagar a Roma para que nos dé un rey, teniendo a nuestra disposición reinas de balde? Yo seré la reina de ciertos distritos, especialmente del Alto Egipto, y Berenice será la reina del Medio Egipto y del Oasis de Moeris –añadió–: Iniciaremos las negociaciones para las bodas. –Tenemos hermanos –apunté yo, tratándole ser servicial–. ¿Acaso nosotros los Lágidas no nos casamos dentro de nuestra propia familia? Ambas se echaron a reír al unísono. –¿Esos dos chiquillos? ¡Uno tiene tres meses y el otro es un niño de pecho! Pasará mucho tiempo antes de que puedan engendrar herederos. Necesitamos hombres en nuestros lechos –dijo Berenice. –Casarse con un niño de pecho sería como casarse con un eunuco –dijo Cleopatra, soltando una cruel carcajada. Se detuvo y añadió con intención–: Ah, lo había olvidado; a ti te gustan los eunucos. –Ocúpate de ellos y de tus caballos –dijo Berenice en tono condescendiente, apoyando las manos sobre los brazos de jaspe de su asiento–. No te mezcles en los asuntos de Estado y todo irá bien. ¿Tienes todavía tu caballo? –Sí –contesté. Mi caballo, un blanco corcel árabe, era mi mejor y mi más fiel amigo a aquella edad. Mi caballo me ayudaba a alejarme de mí misma y del palacio y a perderme en el desierto. –Pues sigue con él. Monta, caza y estudia. No te preocupes por las cosas que no te incumben. Obra así y prosperarás. Queremos ser benévolas con todos los que sean benévolos con nosotras. –Sí, Reinas –dije.

George Margaret - Memorias de Cleopatra I 24

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Parte 24

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M Me em mo or ri ia as s d de e C Cl le eo op pa at tr ra a I I: : E El l P Pr ri im me er r R Ro ol ll lo o: : 4 4M Ma ar rg ga ar re et t G Ge eo or rg ge e 25 Llam por seas a otro guardia para que ocupara su lugar mientras l me acompaaba al edificio principal... sin atreverse a tocarme, pero caminando tan cerca de m que su actitud resultaba todava ms amenazadora que si lo hubiera hecho. Trat de disimular mi temor. Me acompaaron a una de las salas ms espaciosas del palacio, una sala que mis hermanas deban de considerar adecuada para su nueva condicin, pues era la que utilizaba mi padre para recibir en audiencia. Permanec de pie delante de las puertas adornadas con carey de la India y esmeraldas incrustadas, pero aquel da su magnificencia no me impresion. Las puertas se abrieron lentamente y entr en la estancia, cuyo techo estaba adornado con calados e incrustaciones de oro. Al fondo estaban Cleopatra y Berenice sentadas en unos asientos incrustados de piedras preciosas, en la misma postura de las estatuas de los faraones. Pero a m no me parecan ni reinas ni faraones sino tan slo mis hermanas, como siempre. Princesa Cleopatra dijo Berenice, hemos sido elevadas al honor del trono. Ahora nos llamamos Cleopatra VI y Berenice IV, reinas del Alto y del Bajo Egipto. Deseamos proclamarte nuestra muy querida hermana y amada sbdita. Procur hablar con calma y que no me temblara la voz. Pues claro que sois mis amadsimas hermanas y yo vuestra ms leal hermana. No quera pronunciar la palabra sbdita a no ser que me obligaran a hacerlo, pues saba que era una traicin a mi padre. Se daran cuenta de que la haba omitido? Aceptamos tu lealtad dijo Berenice, hablando en nombre de las dos. El pueblo ha hablado. Ha manifestado su deseo. No quiere el regreso de nuestro padre el Rey; no lo aceptar en caso de que vuelva. Pero no es probable que lo haga! Los romanos no lo volvern a sentar en el trono porque, al parecer, una de sus profecas lo prohbe; algo as como que en ninguna circunstancia se debern utilizar las armas para sentar de nuevo en el trono al Rey egipcio, aunque se le podr recibir con cortesa. Y eso es lo que han hecho: lo han mimado y han organizado festejos en su honor, pero nada ms. Ah, y encima se han llevado su dinero. Debe tanto dinero a los prestamistas romanos que nuestro pas se arruinara si alguna vez volviera. Eso ha hecho. As se manifiesta el amor al propio pas? Se haca llamar Filoptor, amante de su padre, o de su patria tal vez?, pero nos ha vendido a los romanos! grit Cleopatra la mayor en tono de profunda indignacin. Egipto para los egipcios! Nosotros cuidaremos de nuestros propios asuntos! Por qu pagar a Roma para que nos d un rey, teniendo a nuestra disposicin reinas de balde? Yo ser la reina de ciertos distritos, especialmente del Alto Egipto, y Berenice ser la reina del Medio Egipto y del Oasis de Moeris aadi: Iniciaremos las negociaciones para las bodas. Tenemos hermanos apunt yo, tratndole ser servicial. Acaso nosotros los Lgidas no nos casamos dentro de nuestra propia familia? Ambas se echaron a rer al unsono. Esos dos chiquillos? Uno tiene tres meses y el otro es un nio de pecho! Pasar mucho tiempo antes de que puedan engendrar herederos. Necesitamos hombres en nuestros lechos dijo Berenice. Casarse con un nio de pecho sera como casarse con un eunuco dijo Cleopatra, soltando una cruel carcajada. Se detuvo y aadi con intencin: Ah, lo haba olvidado; a ti te gustan los eunucos. Ocpate de ellos y de tus caballos dijo Berenice en tono condescendiente, apoyando las manos sobre los brazos de jaspe de su asiento. No te mezcles en los asuntos de Estado y todo ir bien. Tienes todava tu caballo? S contest. Mi caballo, un blanco corcel rabe, era mi mejor y mi ms fiel amigo a aquella edad. Mi caballo me ayudaba a alejarme de m misma y del palacio y a perderme en el desierto. Pues sigue con l. Monta, caza y estudia. No te preocupes por las cosas que no te incumben. Obra as y prosperars. Queremos ser benvolas con todos los que sean benvolos con nosotras. S, Reinas dije.