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 GIORDANO BRUNO

EL LOCO DE LASESTRELLAS

MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA   Editado por

ISBN: 978-84-92509-52-2c/Antequera, 228041 Madrid

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28041 [email protected]

  

A mi hermana Conchi,mi primera y más paciente

lectora,a cuya ausencia no

me acostumbraré nunca.  

«Yo creo y entiendo que más allá dellímite imaginario del cielo sigueexistiendo región etérea y cuerposmundanos, astros, tierras, soles, todosabsolutamente perceptibles en sí mismos,para los que están en ellos o cerca,aunque no sean perceptibles a nosotrospor su lejanía o distancia ( ... ) ¿Por qué,pues, en torno a esas luces que son soles

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no vemos girar otras luces que son tierras( ... ) ?  La causa es que nosotros vemoslos soles, que son los cuerpos másgrandes, incluso grandísimos, y no vemoslas tierras, las cuales resultan invisiblespor ser cuerpos mucho menores.Tampoco es contrario a la razón que hayatambién otras tierras que giren alrededorde este sol y no sean visibles a nosotros,por su mayor distancia o por su menordimensión...»

 Giordano Bruno («Del infinito, el

Universoy los mundos .» - 1584 )

       «Grandes son realmente las cosasque en este breve tratado propongo a lavisión de los estudiosos de la naturaleza.Grandes, digo, tanto por la excelencia dela materia de que tratan como por sunovedad ( ... ) Gran cosa es añadir a la

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numerosa multitud de las estrellas fijasque hasta nuestros días se han podidopercibir con la natural facultad visual,otras innumerables estrellas nunca vistas( ... ) Magnífico y apasionante espectáculoes ver ( ... ) que la Luna no está de hechorevestida de una superficie lisa ypulimentada, sino escabrosa y desigual, ycomo la de la Tierra recubierta en todaspartes de grandes prominencias, deprofundos valles y de anfractuosidades (... ) Pero lo que supera con creces todo loimaginado ( ... ) es el descubrimiento quehemos hecho de cuatro estrellas errantes,que ( ... ) tienen sus revoluciones en tornoa una determinada  estrella bienconocida  ( Júpiter) (...) He descubierto yobservado todas estas cosas ( ... ) con laayuda de un anteojo que he imaginado nosin antes haber sido iluminado por lagracia divina.»

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 Galileo Galilei («El mensajero de las

» - 1610 )estrellas «¿Es verdad que ( Galileo) ha

descubierto estrellas que giran en torno aotras estrellas ?»

 Wackher von Wakhenfelss  a  Johannes

Kepler.(Respuesta de Kepler a «El mensajero de

»)las estrellas «...Cuando se condena injustamente a

un hombre, sus jueces se ven obligados amostrar una mayor severidad a fin dedisimular su inadecuada aplicación de laley.»

 Galileo Galilei (Carta a Nicole Fabri de

Peiresc )

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     INTRODUCCIÓN Desde la muerte de Copérnico y la

publicación de su libro «De revolutionibusorbium caelestium», en 1543, hasta lamuerte de Galileo y el nacimiento deNewton, en 1642, transcurrió el siglo másapasionante de la Historia de la Ciencia. Sepuede decir que el ser humano tardó cienaños en abrir los ojos a la realidad. Y en eltranscurso de ese lapso maravilloso, sumente cambió radicalmente depresupuestos.

A mediados del siglo XVI, dostendencias intelectuales se disputaban laprimacía en universidades, tertulias y

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librerías de Europa. La doctrina oficial,sustentada por las Iglesias, tanto católicacomo reformadas, así como por la mayoríade los implicados en la docencia, era elTomismo escolástico, adaptador alCristianismo de las enseñanzas deAristóteles. Su idea del sabio correspondíaal filósofo «peripatético», generalmente unerudito o, como decía Bruno, «pedantegramático o matemático», que no seplanteaba para nada la investigación o laespeculación propia, sino la aceptacióndogmática de lo dicho en su día por elviejo filósofo griego estudioso de laNaturaleza. Y frente a estos adocenadosdetentadores de la cultura establecida, sealzaban los humanistas, hijos delRenacimiento, generalmente adscritos alneoplatonismo y preocupados por lostemas sociales. Gente apasionada, amenudo llevaban el idealismo de Platón y

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de Plotino a sus últimas consecuencias,sumiéndose en raras porfías con laalquimia, el hermetismo y la cábala; lo queles llevaba en algunos casos a reivindicarla figura del mago, aquél que es capaz deestablecer vínculos con las Ideas Perfectasdel mundo espiritual, obteniendo así lacapacidad de alterar el orden de las cosasen este mundo material. Sólo unos pocos yraros ejemplares de indagadoresindependientes habían constituido hastaentonces el embrión de lo que hoyconocemos por ciencia: Ockham, RogerBacon, Telesio...

La obra de Copérnico fue como unaldabonazo que sacudió las conciencias delos intelectuales europeos e inició unanueva etapa en la historia del pensamiento.Gentes de todas las tendencias se pararon apensar en las consecuencias de estaasombrosa posibilidad: la Tierra se mueve

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y nosotros con ella, alrededor del Sol. ¿Yqué más? Bruno era un neoplatónico,hermético y apasionado; y desde estosprincipios sacó sus propias conclusionesfilosóficas, intuyendo un Universo infinito,plagado de soles y mundos habitados.Galileo, aristotélico de formación, peroexperimentador riguroso, físicorevolucionario y creativo, quiso demostrarla veracidad del copernicanismo medianteel empleo del telescopio. Kepler, a mediocamino ideológico entre ambos, místicoempeñado en averiguar la armonía divinadel Universo, pero matemático genial,descubrió las leyes que rigen elmovimiento de los planetas. Los tressufrieron las consecuencias de su osadía.Bruno murió en la hoguera, Galileo fueobligado a abjurar de sus descubrimientosy condenado a arresto domiciliario de porvida, Kepler tuvo una existencia llena de

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sobresaltos e infortunios. Ellos fueron loshéroes y las víctimas de aquella portentosarebelión de los astrónomos que acabóderribando la cultura y la fe tradicionalespara traernos el nuevo mundo delracionalismo, donde la ciencia y latecnología informan y conforman, parabien o para mal, la vida de los sereshumanos. Después de ellos, no sólo laAstronomía, sino todas las ciencias,sufrirían un desarrollo vertiginoso ; pues elideal de sabio ya había cambiado deconcepto. Ahora, un sabio ya no era unfilósofo erudito en la obra de Aristóteles,ni un mago ducho en los encantamientosde Hermes Trimegisto, sino un científico,un experimentador, el «Ensayador» quecreara Galileo, el que practica el «Método»de Descartes. El máximo exponente de estanueva clase de personas fue Isaac Newton,quien ya no encontraría problemas sino

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protección, por parte del poder establecido,para realizar su labor; y que completaríacon su Ley de la Gravitación Universal larevolución iniciada en el siglo precedente.Platón y Aristóteles, derrotados al fin,  sefueron para siempre por donde habíanvenido, llevándose consigo los cadáveresde la vieja física, de la alquimia y laastrología. Cien años y el sacrificio devarios hombres geniales habían obrado elprodigio.

 En la madrugada del 17 de febrero delaño 1600, Giordano Bruno fue quemadovivo en el Campo dei Fiori de Roma, pororden de la Santa Inquisición. Su delitohabía consistido en decir y publicar que elUniverso es ilimitado, sin centro ni bordes;que la Tierra da vueltas alrededor del Sol;que la Luna y los planetas de nuestrosistema son otros mundo; que las estrellasson soles, alrededor de los cuales giran

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planetas habitados; que toda la materia delUniverso está compuesta por átomos y quees la organización de éstos en formas, y nolas «sustancias», lo que determina laentidad de las cosas, los seres y laspersonas. Él fue, sin duda, el primer serhumano que supo ver la inmensidad delUniverso. Rompió para siempre la viejaimagen de la bóveda celeste para sustituirlapor el espacio sideral, en una concepcióntan grandiosa que se anticipó cuatro siglosa nuestra idea actual del Cosmos. Y pagósu atrevimiento con la vida, tras el gestoheroico de negarse a firmar unaretractación de sus «herejías». También sele condenó por mantener peligrosasopiniones de índole religiosa y política,alguna de las cuales es de muy difícilinterpretación. Se proclamaba adalid deuna profunda revolución moral en laturbulenta Europa de la Reforma y la

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Contrarreforma, a la cabeza de la cualquiso colocar a Enrique III de Francia, aIsabel I de Inglaterra, a Enrique de Navarrao al mismo Papa Clemente VIII. Atacaba ala Iglesia Católica, acusándola de habertraicionado las amorosas enseñanzas de losApóstoles al emplear la fuerza y lacoacción contra los disidentes; aunquetambién reprochaba a las faccionesprotestantes su justificación a través de lafe y su  desprecio por el valor de lasbuenas obras. Pensaba que Dios y elCosmos son una misma y única Realidad;que la religión verdadera y natural es laque practicaban los antiguos magosegipcios, corrompida después por elJudaísmo y el Cristianismo; que el almadel hombre y de todas las cosas, vivas oinanimadas, proviene de una sola almauniversal, multiplicada en los infinitosátomos; que los planetas son seres vivos

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dotados de su propia voluntad einteligencia; que la magia hermética da alsabio poderes sobre demonios y espíritus...Fue un eminente profesor de mnemotecnia,famoso por su prodigiosa memoria, yapasionado poeta y escritor, maestro enfabulosas metáforas y complejasrepresentaciones, contradictorio,extremado, polémico, intransigente,orgulloso, confuso, oscuro, misterioso yprofundo, tanto en su vida como en suobra. 

Como se ve, Giordano Bruno, ademásde ser el padre de geniales intuicionescosmológicas y acertados juicios políticosy morales, elaboró un sinfín de teoríassobre todo lo humano y divino. Muchas deestas opiniones podrían tacharse hoy dedescabelladas, peregrinas y anticientíficas.Pero el que entonces estuviera exento depecado que tirase la primera piedra.

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Leamos a Kepler, en su respuesta alNuncio Sidéreo, cavilando sobre lapresunta riqueza de las experiencias vitalesde los habitantes de Júpiter, gracias a lapresencia en su cielo de cuatro lunas llenasde influencias astrológicas; o pretendiendoinscribir las órbitas planetarias en lossólidos perfectos, o en las notas de unpentagrama celeste. Veamos a Tycho,haciendo horóscopos en las cortes deDinamarca y Praga. Galileo, en suexplicación de la inercia, consideraba queésta se da sólo en los movimientoshorizontales, porque siguen lacircunferencia de la Tierra en unmovimiento circular perfecto, al que tiendenaturalmente toda masa; y su reverenciapor esta idea aristotélica le impidióconsiderar debidamente las leyesdescubiertas por Kepler. Quien sabe si dehaberlo hecho no habría postulado la

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Gravitación Universal medio siglo antesque Newton; que, por cierto, practicaba laalquimia en sus ratos libres. Y Herschel, yaun siglo después, todavía creía que bajo sucapa de fuego, el Sol podía abrigar unmundo frío de tierra, agua y aire pobladopor seres inteligentes... para qué seguir.Eran gente que estaba saliendo de la EdadMedia cultural, rompiendo valientementecon ella en un esfuerzo meritorio yarriesgado; pero que no siempre podíansaber cuáles eran las ideas viejas que habíaque desterrar. Todos ellos, incluido Bruno,deben ser ensalzados por lo que acertaron...y en sus resabios medievales, merecennuestra indulgencia. ¡Qué fácil lo tenemosahora, cuando el método científico ya estásólidamente establecido y ha probado suefectividad!

La figura de Bruno tiene tal fuerza y suinfluencia entre los otros innovadores de la

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época fue tan grande, que uno no seexplica cómo este personaje no esconsiderado por la Historia a la altura deGalileo, Kepler y Newton, como unanimador fundamental de la revolucióniniciada por Copérnico. La razón, quizá,estriba en su condición de penosa muestrade la conducta cerril y prepotente de susjueces, cuyos aliados y herederos hanintentado echar tierra al asunto durantemuchos años. Hay autores que se esfuerzan en desprestigiar a Brunoresaltando sus veleidades esotéricas porencima de sus aciertos cosmológicos.Otros, esotéricos de nuevo cuño ellos,también se ocupan de esa faceta de nuestrosufrido pensador, tratando de arrimar elascua a su sardina. Y entre ambos nosalejan del verdadero e interesante Bruno.Quieren ver huellas de hermetismo en cadauna de sus frases y actitudes ; cuando, de

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los más de cuarenta libros por él escritos,sólo cinco versan explícitamente sobre lamagia. ¿Por qué se le han perdonado odisimulado a Kepler sus elucubracionesastrológicas y no se hace lo mismo conBruno? ¿Por qué ese insano interés dealgunos en hacernos creer que, después detodo, no era más que un enloquecido yfanático ocultista? Quizá, pienso yo,porque de esa manera se trata, más omenos intencionadamente, de minimizar labarbaridad que con él se perpetró.

Y es que con Bruno, además de uncrimen legal imperdonable, se cometió elerror más estúpido e inoportuno de todoslos tiempos. Las secuelas de su procesoentorpecieron la marcha de la ciencia enlos países católicos mediterráneos a travésde varios siglos de atraso tecnológico,frente a unos europeos protestantes, ycatólicos franceses, que, libres de

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complejos, obtuvieron el liderazgo culturalque aún hoy prevalece. Hasta fechas muyrecientes, la Iglesia oficial no estuvopreparada para asumir la autoría de estainjusticia; lo que la llevó, en primer lugar,a forzar la humillante retractación deGalileo y, consecuentemente, a no admitirel Sistema Copernicano hasta 1822;  y aproclamar santo y doctor de la Iglesia a uninquisidor, Roberto Bellarmino, ¡en1930!... Pero, por otro lado, justo esreconocerlo, el pueblo católico siempre haalbergado en su seno saludables aunqueminoritarias tendencias progresistas queproporcionan la levadura para lasnecesarias transformaciones. El papado deJuan XXIII y su Concilio Vaticano II sonuna buena muestra de ello y marcaron undecisivo punto de inflexión al respecto,pese a las reticencias que aún hoydespiertan en ciertos ámbitos. Y así, en

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1992, la memoria de Galileo recibió porparte del Papa Juan Pablo II la reparaciónque merecía. En cuanto a Bruno, pareceque al fin ha llegado el momento de lareconciliación.

En la revista « »,Tribuna de Astronomíanúmeros 138, de mayo de 1997, y 148, demarzo de 1998, publiqué dos artículos :«Giordano Bruno, el loco que rompió labóveda celeste» y «Aciertos y errores en lacosmología de Bruno», que fueron muybien recibidos en el mundillo de losastrónomos aficionados. Mi intenciónahora es escribir una novela que pudieramostrar al público en general el drama deBruno y sus consecuencias históricas; cuyaprimera víctima, como ya se ha dicho, fueGalileo.

No se sabe si Bruno y Galileo llegaron aconocerse personalmente, dado que ambosfrecuentaron las tertulias del Palacio

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Morosini en las fechas en que Bruno fuearrestado. Personalmente, creo que elsiguiente párrafo de la contestación deKepler al «Nuncio Sidéreo» de Galileo esmuy significativo : «...Por el contrario,Waker creía que estos nuevos planetasgiraban, sin duda, alrededor de alguna delas estrellas fijas ( cosa que hacía yamucho tiempo me había argumentadobasándose en las especulaciones delcardenal de Cusa y Giordano Bruno), demodo que si hasta ahora se habíanescondido allí cuatro planetas, ¿qué debíaimpedirnos creer que tras estedescubrimiento se tenían que detectar allía continuación otros muchos ? Por lotanto, o el mundo éste es infinito, comoquerían Meliso y el autor de la FilosofíaMagnética, William Gilbert, o comopensaban Demócrito y Leucipo y, entrelos más modernos, Bruno y Bruce,

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amigos tuyo y mío, Galileo, hay otrosinfinitos mundos ( o Tierras, como dice

. EstasBruno) semejantes a este...»palabras parecen insinuarnos dos cosas : laamistad entre Bruno y Galileo, conocidapor Kepler, y la evidente influencia que lasideas cosmológicas de Bruno ejercieronsobre los dos matemáticos. No es pensableque la palabra «amigo» sea una metáforasobre la opinión favorable que les merecíala obra de los aludidos, dado que Bruce, oButio, no era ningún autor conocido, sinoun oscuro contemporáneo de Kepler yGalileo que a menudo les servía decorresponsal.

Me he permitido la licencia de suponerque, efectivamente, los dos sabios fueronamigos y convivieron durante una cortatemporada. Y alrededor de estacircunstancia, vista desde el lecho demuerte de Galileo, se ha construido este

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relato que, por otra parte, intenta reflejar, sino exhaustivamente la compleja biografíade estos dos gigantes del pensamiento, sí elespíritu y las razones de sus conductas ylas de sus coetáneos ; respetando en todomomento la verdad histórica.

El 17 de febrero del año 2000 se cumpleel cuarto centenario de la ignominiosaejecución del sabio de Nola, sin que, segúnmi criterio, su figura y su obra hayan sidosuficientemente reconocidas. Con laconfección y eventual publicación de estanovela se hace patente el profundo respetoy la admiración que su autor siente porGiordano Bruno ; dentro del ámbitogeneral de reconocimiento multitudinarioque se merece este original filósofo ymártir de la libertad.

  

Alicante, 8 de junio de 1999

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Miguel Ángel Pérez Oca.   

1ª  PARTE

BRUNO 

I-LOS PAPELES DEL TIO

PEDRO 

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Cuando recibí la noticia de la muerte deltío Pedro, se apoderó de mi ánimo unhondo pesar. Sólo lo traté unos días,cuando mi visita a Belorado, pero supersona quedó para siempre incluida en elpanteón de mis más firmes afectos. Lacarta de su hijo Arturo me decía que el tíoPedro había muerto días antes, tras unapenosa enfermedad agravada por susmuchos años; pero que en todo momentohabía conservado lúcidos suspensamientos. La última madrugada seacordó de mí y le pidió a sus hijos que meenviaran un paquete con los viejos papelesde su hermano Miguel. Ellos, decía, erangente de campo, labriegos que sabían leeren las nubes y las cosechas, pero a los quelos libros servían de poco. Yo, en cambio,era un hombre de ciudad, con estudios, quesabría apreciar aquellos legajos antiguos ymisteriosos, traídos por su hermano de

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Dios sabe dónde tras la guerra civil.Días después, por medio de una agencia

de transportes, me llegó una caja de cartón,primorosamente embalada y protegida degolpes, que contenía los preciadosdocumentos. Al abrirla, encima de todo,encontré una impersonal misiva de misprimos Arturo y Miguel y una cuartillaarrugada en la que, con temblorosacaligrafía, se leía: «A mi sobrino Miguel,que sabrá sacar de estos papeles elprovecho que merecen», y la firma del tíoPedro, apenas legible.

Me vino a la memoria su rostro curtidoy apacible, con la boina siempre caladahasta las cejas y el eterno palillo colgandode la comisura de sus labios, en sustitucióndel prohibido tabaco; y recordé con placerel interesante viaje que, hacía unos años,me había llevado a Belorado.

Hace algún tiempo encontré entre los

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papeles familiares una partida de bautismode mi abuelo Arturo, padre de mi madre,en la que figuraban sus abuelos: Policarpoy Biviana,  por parte de padre, y Juan yDominica, por parte de madre. Nada sabíade estos mis tatarabuelos, salvo quePolicarpo, natural de Villambistia(Burgos), había sido carabinero y que mistatarabuelas Biviana y Dominica eranhermanas; por lo que mis bisabuelosmaternos, Eusebio y Perfecta, seríanprimos hermanos.

De Eusebio Oca, mi bisabuelo, sí losabemos todo, gracias a su hoja deservicios que se conserva en la familia.Nacido en Rincón de Soto (Logroño) el 5de marzo de 1849, ingresó muy joven en elejército, de simple soldado. Participó en laGloriosa de 1868 y se distinguió enmuchos combates de la tercera guerracontra los carlistas (Convento de San

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Vitores, Medina de Pomar, Batalla deTreviño), en los que obtuvo medallas yascensos. Pasado al cuerpo de carabineros,fueron muchos sus destinos, ascendiendo acapitán tras una fantástica aventura contraunos insurrectos venidos de Francia, que losecuestraron en Valcarlos y de los que seescapó, volviendo con su propia unidad yderrotándolos. Destinado en lacomandancia de Alicante, puerto deTorrevieja, sus hijos hallaron acomodo enesta provincia para sus respectivasprofesiones, casando algunos de ellos conalicantinas. Se jubiló de Teniente CoronelJefe de la Comandancia de Granada y vinoa pasar sus últimos años en la ciudad deAlicante, donde falleció el 19 denoviembre de 1920.

Eusebio Oca fue el fundador de unnutrido clan, residente su mayoría en estacapital mediterránea. Varios nietos, hijos

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de sus cuatro hijos varones, y multitud debisnietos, como yo, y tataranietos,formamos hoy día la familia. Pero, ¿cuál esnuestro origen? Eusebio había nacidocircunstancialmente en Rincón de Soto,pero su padre, como ya he dicho, eranatural de Villambistia. Consultado unmapa comprobé la vecindad  del pueblo deVillambistia con los Montes de Oca, el ríoOca y pueblos como Villafranca y SantoVenia, que completan su nombre con laspalabras «de los Montes de Oca» osimplemente «de Oca». Deduje de todosestos topónimos que Oca es un apellidoque designa una procedencia geográfica yse apoderó de mí el deseo de visitar ellugar donde nacieron mis raíces.

Tuve la feliz idea de escribir una cartaal párroco de Villambistia, quien  me pusoen contacto con el tío Pedro, descendientecolateral de mi tatarabuelo y, por tanto,

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lejanísimo pariente mío. Y este amableanciano me ofreció su casa en Belorado, unpueblo próximo a Villambistia, así comosu colaboración más desinteresada en mispesquisas familiares.

Había salido de Alicante muy demañana, pasando por Madrid, que crucépor el río motorizado de la M-30. Antes dellegar a Burgos, ya a la vista de las airosasagujas de su catedral, giré a la derecha porla carretera de Logroño, encontrándome, alos pocos kilómetros, con lasimpenetrables selvas de robles de losMontes de Oca. Tras muchas revueltasentre los bosques, me vi atravesandoVillafranca-Montes de Oca. Sentía en miánimo una rara sensación al pasar junto alas pintorescas edificaciones y los camposde trigo: era como si regresara a un lugaren donde jamás había estado.

Y así llegué a Belorado, villa próspera,

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con industrias de piel y maderas yresidencia veraniega de familias vascas.Las calles tortuosas, la bonita plazaaportalada, las ruinas de su castillo y de laIglesia de San Nicolás, son testigos dequien sabe qué acontecimientos antiguos.Allí me quedaría a dormir en casa del tíoPedro y de allí partirían las excursionesque hicimos durante la semana que duró mivisita.

Acompañado por el tío Pedro y el padreMartín, el párroco, visité la zona,subyugado por la particular personalidadde sus pueblos y sus campos. Villambistiaes, hoy día, una población casiabandonada. Las casas, construidas controncos y argamasa, deforman sus fachadasen posturas extrañas. En una plazuelasolitaria, de límites indeterminados, unavetusta fuente de cuatro caños manainsensible al peligro de verse aplastada por

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la espadaña de una ermita tan inclinadahacia delante que se diría intenta beber desus aguas. Arriba del todo, la antiguaiglesia y entre las casas dispersas, apenasdispuestas en imprecisas calles, lasmalezas, los árboles y los riachueloscomponen el paisaje. Todo parecía habersequedado dormido, mágicamente, el día enque mi tatarabuelo abandonó el pueblopara hacerse carabinero. ¿Y los habitantes?Sólo unos niños y dos viejos a la vista ; yunas pocas casas con señales de estarocupadas.

Allí pude fotografiar el acta de bautismode mi tatarabuelo Policarpo Julián Oca,nacido el 26 de enero de 1814,exactamente 130 años antes que yo ; asícomo la de un hermano, Liborio, nacido en1819, que resultó ser el bisabuelo del tíoPedro. Eran hijos de Melchor de Oca(hacia atrás, el apellido lleva una “de” que

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desapareció en las generacionesposteriores) y Josefa Badillo. Encontramosel acta de bautismo de Melchor de Oca,nacido en 1780, hijo de Jacinto de Oca yde María de Puras, y nieto de Diego deOca y de María García. Así, de pronto, mifamilia se extendió en el tiempo  hacia elpasado, hasta ese Diego de Oca, bisabuelode mi tatarabuelo, que debió nacer, calculoyo, entre 1710 y 1730. Por la vía delapellido Oca no se podía retroceder másallá por no ser Diego y Jacinto de Ocanativos de Villambistia, sino de Espinosadel Camino, pueblo vecino al otro lado dela carretera, cuyos libros de bautismos seguardan en Burgos. Por la línea materna síque se hubiera podido proseguir labúsqueda en los libros de Villambistia,cuyas más antiguas anotaciones datan delsiglo XVI. Puede que algún día vuelvapara continuar por ahí mi investigación.

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Animado por la vista de tantos papelesantiguos, el tío Pedro decidió mostrarmelos documentos de la familia: viejaspartidas de bautismo, matrimonio ydefunción de labriegos castellanos, entrelos que aparecía, de vez en cuando, el óbitode algún que otro cura o monja. Al llegar ala generación del tío Pedro, su rostro sevolvió mortecino, permaneció quieto,indeciso, ante una caja de cartón quecontenía los papeles de sus hermanosMiguel y Arturo. Se quitó la eterna boina,dejando ver una espesa cabellera blancaque antaño debió ser rubia o pelirroja y sehurgó los dientes con el palillo que siemprecolgaba de su boca. Al fin se decidió adestapar el envase, mientras me hacía uncorto resumen de la historia de mis dos tíoslejanos. De los tres, sólo él siguió latradición agrícola y se ocupó de las tierrascomunes. Miguel se fue a Burgos a

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estudiar para cura y demostró una grancapacidad. Estuvo en Roma antes deobtener una  parroquia en un históricopueblo de Andalucía. Habría llegado aobispo si la guerra no hubiera truncado susproyectos y su vida. Su hermano Arturoestudió para maestro de escuela y semarchó a Barcelona, donde se hizoanarquista y activo dirigente sindical. Alterminar la guerra, un día, apareció porVillambistia el pobre Miguel, consumidopor la fiebre y la debilidad. Al estallar elconflicto, había tenido que huir yrefugiarse en casa de unos feligreses,mientras veía arder la vieja iglesia quehabía regentado por unos años. Permaneciómeses escondido en un desván frío yhúmedo, donde se quebrantó para siempresu salud; hasta que consiguió escapar a lazona franquista e ingresó en un hospitalcon la doble condición de enfermo crónico

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y capellán. Por todo equipaje trajo a sucasa una raída maleta con libros y papeles,de los que nunca se separaría en el pocotiempo que le quedaba de vida. Todavíatuvo ánimos para viajar a Barcelona,acompañado de Pedro, y hacer valer suinfluencia en los medios eclesiásticos parasalvar la vida de Arturo, que estabasentenciado por los tribunales de losvencedores. Pudieron traérselo aVillambistia, muy enfermo, y antes de seismeses, los dos hermanos, víctimas de unaestúpida guerra fratricida, habían muertode tuberculosis.

El tío Pedro quedó solo con las tierrasde la familia y los recuerdos de sus doshermanos. Vinieron tiempos mejores y,como muchos, se mudó al vecino ypróspero  Belorado, dejando la casa deVillambistia abandonada en medio de unpueblo fantasma y una corte de dolorosos

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recuerdos. Se trajo pocas cosas deVillambistia, solo algún retrato y lospapeles de Miguel, que nunca fue capaz deleer.

Me mostró la caja abierta y me ofrecióla oportunidad de desentrañar lospensamientos de aquel hombre inquieto yenfermizo, cuya meticulosidad seadivinaba en el orden impuesto a loslegajos, primorosamente atados concintitas, numerados, titulados yclasificados en listas aparte. Había en elpaquete varios libros de Astronomía ymuchas páginas escritas de alguna novela oensayo a medio terminar. Manifesté al tíoPedro mi admiración por aquellos papelesy me lamenté de no tener tiempo paraestudiarlos con detenimiento. Él me regalóuno de los libros, «La Historia de losCielos», editado en Barcelona a finales delsiglo pasado, así como un opúsculo de

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divulgación astronómica firmado porCamilo Flammarión. Y me hizo prometerque el próximo verano lo pasaríamosjuntos en sus tierras de Villambistia, dondeyo podría leer todos aquellos documentos,cuyo contenido investigaría parasatisfacción de la curiosidad de ambos.

Desgraciadamente, no pude cumplir mipromesa aquel año ni los siguientes. Yahora me veía delante de aquellos curiosospapeles, heredados de forma taninesperada. Durante días estuvehusmeando los escritos del padre Miguel,luchando por descifrar su menuda ynerviosa letra. Empezaba a cansarme dedesenterrar recuerdos y opiniones ajenas,que nada o poco me importaban, cuandotropecé con una gruesa libreta cuadriculadaen cuya primera página, con una caligrafíamás inteligible que la habitual, figuraba untítulo que me llenó de interés :

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«Traducción del latín al castellano de unmanuscrito hallado en la sacristía de laIglesia de San Práxedes del pueblo deAznarejos de la Sierra».

En la segunda página me encontré conel increíble comienzo de una historia, no sési verdadera o apócrifa, cuya lectura nopodría ya abandonar, a despecho de misotras ocupaciones. Decía así:

«Yo, Galileo Galilei, toscano, de 77años de edad, encontrándome en plenasfacultades mentales, pero ciego y postrado,con la salud tan quebrantada que temohallarme en vísperas de la muerte, hedecidido confiar a este amanuense yamigo, cuyo nombre no diré por nocomprometerle, la confección del presentedocumento donde me propongo relatar unaparte de mi historia que ha permanecidooculta por prudencia, pero que miconciencia me impele a revelar, al menos

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para que en un futuro en el que los tiemposse muestren más favorables a la expresiónlibre de las ideas, las futuras generacionestengan conciencia de la verdaderaimportancia que para el progreso de laCiencia y de la Filosofía Natural tuvo laheroica vida de un sabio, llamadoGiordano Bruno, condenado injustamentepor la Inquisición. Este escrito seráconfiado a la custodia de mi oculto amigoque, por ser extranjero, podrá esconderlolejos de la vigilancia que sobre mi personay casa se ejerce,  hasta que su prudencia osu valor lo estimen oportuno...»

El resto del relato ocupa los siguientescapítulos de este libro.

 Sin embargo, debo advertiros, para queno os resulte chocante, que así como elargumento se ha respetado párrafo porpárrafo, su texto ha sido redactado denuevo a la manera actual, con el fin de

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hacerlo más comprensible y de dotarlo deuna mayor frescura y amenidad; virtudeséstas de las que, según mi criterio, carecíael trabajo original, demasiado respetuosocon el lenguaje y la manera de escribirpropias del siglo XVII. No os extrañe,pues, encontrar vocablos o giros queGalileo no hubiera utilizado jamás, peroque de haberlos dejado en su formaprimitiva, resultarían oscuros, enrevesadoso equívocos para el lector; obligándonos,además, a recurrir continuamente  a lasnotas a pie de página que, personalmente,detesto. En todo caso, si algún purista sesiente defraudado, sepa que yo soy el únicoresponsable del desaguisado. 

Otra advertencia: Los párrafos en letra pertenecen a citascursiva y negrita

literales de textos de la época, debidamentetraducidos, que, en algunos casos, se hanincorporado al relato.

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Espero que la historia sea de vuestroagrado.

    

II.-LA FIESTA DEMOROSINI Diré, antes que nada, que conocí a Brunoen 1592, en una de las famosas fiestas queel señor Morosini daba en su palacio deVenecia. Yo venía de Pisa, donde habíasido profesor. Era joven y estudioso,empeñado en merecer un puesto decatedrático en la cercana Universidad de

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Padua. De momento, me habían contratadocomo profesor interino, prefiriéndome alprestigioso pero temible Giordano Bruno,cuya aspiración a la cátedra habíanrechazado. Sin duda, el personaje parecíademasiado polémico a los responsables dela Universidad; así que decidieroncontratar a un novato como yo, antes quecomprometerse con alguien cuya fama deconflictivo y subversivo les llegaba enforma de escandalosos rumores desde todaEuropa. Bruno había llegado a Veneciainvitado por Mocenigo, un tipo riquísimo ydesagradable, perteneciente a la cúpulapolítica y financiera de la SerenísimaRepública. En cuanto a mí, unos amigos,profesores jóvenes de Padua como yo, mellevaron esa noche al palacio de losMorosini. Allí  tenían lugar las másinteresantes tertulias intelectuales de laciudad. Andrea Morosini era un gran señor,

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le gustaba rodearse de sabios y artistas,darles de comer, calentarles la lengua conexquisitos vinos y hasta con los favores dealguna dama cómplice y dejar que las másatrevidas hipótesis se debatieran librementeen su presencia. Le fascinaba el peligrosojuego que suponía rozar los límites de lopermitido por la Inquisición local,protegido como estaba por su inmensafortuna y su consiguiente poder político.La discusión prohibida, el amor prohibido,los pecados más refinados eran sus másestimados pasatiempos. Yo me sentíaperdido en aquel palacio lleno deexquisitos peligros...

Cuando entré en el salón con misamigos, el señor Morosini y otrosinvitados, damas y caballeros, conversabananimadamente, mientras los criadosservían aperitivos.  No conocía al anfitrión,pero la atención que suscitaba en los demás

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me reveló en seguida su personalidad. Altoy delgado, vestido con una eleganciaexquisita, de ademanes delicados sin llegaral amaneramiento, se rodeaba de damasobsequiosas, cuyos acompañantes sequedaban en un prudente segundo plano.Una mujer hermosísima le susurró algo aloído, mirándome con descaro, mientras yome acercaba.

Morosini saludó primero a cada uno demis compañeros  y después esperó a queme presentaran.

- ¿Quién es este joven a quien tengo elhonor de recibir en mi casa?

- Oh, ¿no lo sabéis?- se adelantó ladama. Es el maestro Galileo Galilei, elnuevo profesor de Padua.

Dediqué una galante reverencia a laseñora y di la mano al anfitrión.

- He escuchado muy buenas opinionessobre vos, joven profesor - me dijo,

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mientras me estudiaba con interés-. Luego,si os apetece, hablaremos de vuestrosproyectos en la Universidad.

- Con mucho gusto, mi señor Morosini.Hizo un amplio ademán hacia el bufet

donde los criados servían bebidas.- Consideráos en vuestra casa. En

cuanto estemos todos, pasaremos alcomedor. 

Me serví una copa, mientras la dama yMorosini quedaron cuchicheando,mirándome de soslayo. Por las expresionesde ella, deduje que no sólo hablaba de misexcelencias científicas, sino que hacíaalusión a otras virtudes más mundanas.

Con la copa en la mano volví aacercarme al grupo, en el momento en quela dama preguntaba por los invitados quefaltaban por llegar y Morosini le respondíaque sólo esperaba a otros dos, el señorGiovanni Mocenigo y su protegido.

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La dama se mostró muy divertida, yodiría que excitada.

- ¿Su protegido? ¿Os referís a esevehemente y magnífico loco que vive en sucasa?- dijo, lanzando una mirada deentendimiento a su alrededor-. Lo de vivires una forma de hablar; pues parece queduerme más noches en las tabernas que enel palacio de su mecenas.

Morosini asintió complacido.- ¡Qué estupendo personaje es ese

Bruno!, ¿verdad? Nunca he visto a un tipotan interesante: desordenado ypendenciero, a la vez que sabio y místico...¡Y qué osadía la suya atreviéndose a volvera Italia, reclamado como está por laInquisición de Roma! Ojalá venga pronto,aunque tengamos que aguantar al idiota desu protector.

En ese preciso momento, un criadoanunció la llegada de los dos esperados

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comensales. Mocenigo era un tipo derostro vulgar y gestos comedidos, yo diríaque calculados; su atuendo, el típico de unseñor veneciano, excesivamente atildado,cuidadoso en los detalles más ínfimos.Todo él desprendía una sensación defrialdad, de cautela; muy distante delseñorío bonachón a la vez que enérgico desu anfitrión Morosini. Después supe quelos dos patricios mantenían una fuerterivalidad en el Consejo de los Senadoresveneciano y que sólo la cortesía y el deseode tener como invitado a Bruno movían aldueño de la casa a recibir a aqueldesagradable personaje. En cuanto aBruno, sólo su vista ya era un estupendoespectáculo. Vestido con ropas extrañas,quizá traídas de su estancia en Inglaterra,de tonos austeros y estado bastantedeteriorado, parecía no tener ningún interésen cuidar su aspecto. Era un hombre bajito

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y nervioso, de cabello negro ydesordenado. En su rostro anguloso, losojos brillaban como dos ascuas inquietas.Un poblado bigote le daba el aspecto deuno de esos sureños vehementes ycabezotas que tanto abundan a los pies delVesubio. Pero sus gestos, sus ademanes y,sobre todo, sus palabras, revelabanen-seguida a una persona absolutamentesingular, en cuyo interior debían bullirideas y pasiones nada comunes.

Morosini se mostró muy animado antela llegada de los dos últimos invitados.

- ¡Vaya! ¡Hablando estábamos de lacuerda y el pozal! Bienvenidos a estahumilde casa, señor Mocenigo, maestroBruno.

Los interpelados hicieron unareverencia que fue contestada por losdemás asistentes. Después, obediente alprotocolo, Mocenigo pronunció la obligada

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frase cortés.- Mi señor Morosini, es un honor

compartir vuestra mesa.Pero Morosini, cuyo ingenio lo

colocaba por encima de la cortesía, sepermitió una broma mordaz.

-También os gustaría compartir miescaño en el Consejo, ¿verdad?

Mocenigo intentó contestar con humor,en el mismo tono que su anfitrión.

-Amigo Morosini, nunca he aspirado atanto. Con un solo sillón de consejerotengo bastante.

A lo que su interlocutor respondió, sinpoder resistir la tentación irónica.

-Claro, claro. Y hasta os conformaríaisseguramente con el «modestísimo» puestode Dux de la Serenísima República.

Mocenigo era incapaz de seguir labroma hasta el final. El humor no era sufuerte. Así que adoptó un aire solemne y

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ofendido.-Señor, ese puesto es electivo. Dios, con

toda seguridad, ilumina a los prócereselectores para que el designado sea el quemás lo merezca, en bien de la Serenísima ysu pueblo.

-¡Oh, qué retórica de políticoprofesional! Os veo ya en el sillón supremo-insistía Morosini, que no daba su brazo atorcer-. Me han llegado rumores de que elmaestro Bruno os está enseñando magia,con la cual podréis subyugar la voluntad delos consejeros y llegar así a la cumbre de laRepública.

Y entonces intervino Bruno, salvando asu mecenas del ridículo.

- Mi señor Morosini, por mucha magiaque yo pueda enseñar a mi protector, noveo posible alcanzar ninguna cumbre enesta isla tan llana. ¡Cuando sube la mareahasta el mismísimo Dux se moja los

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tobillos!Todos rieron la ocurrencia del filósofo;

lo que Mocenigo aprovechó paraconfundirse con los demás invitados y aMorosini, harto ya de la broma, le dioocasión para hacer las presentaciones.

-Mis queridos amigos, hoy tenemosaquí a dos invitados que vienen a esta casapor primera vez. En el transcurso de lacena espero que estableceremos con ellosuna buena relación. Se trata de doseminentes profesores: el joven maestroGalileo Galilei, nuevo profesor deMatemáticas en Padua, y el extraordinariofilósofo y viajero incansable, maestroGiordano Bruno.

Yo dirigí una discreta reverencia a lospresentes, pero Bruno hizo mucho más queeso. Se adelantó al centro de la sala yponiéndose la mano en el pecho, se inclinósaludando como un actor. Después, con

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voz alta y afectada, dijo:-Señoras y señores, es para mi un alto

honor sentarme a la mesa con la flor y natade la Serenísima República de Venecia.Permitidme que me presente a vosotroscon las mismas palabras con las que lo hiceante los profesores de la Universidad deOxford.

Alzó la cabeza, abrió los brazos, y recitósu presentación.

-Soy Filippo Giordano Bruno, elNolano, doctor en la más recónditafilosofía, profesor de una sabiduría pura ybenéfica, distinguido por las mejoresacademias europeas, renombradofilósofo, recibido honorablemente entodas partes, conciudadano de todos,excepto de los bárbaros e ignorantes,desvelador de las almas adormecidas,domador de la ignorancia presuntuosa yrecalcitrante, representante de la

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filantropía universal, que no sientepredilección por italianos o extranjeros,por machos o hembras, por cabezasmitradas o coronadas, por los hombres detoga o los de armas, por sacerdotes oseglares, sino por aquél que es másapacible, más civil, más leal, más capaz;que no toma en consideración la testaungida, la frente persignada, las manoslavadas, el pene circuncidado, sino - y ellopermite conocer al hombre por susemblante - la cultura de la mente y elalma. Quien es odiado por lospropagadores de idioteces e hipocresías,pero apreciado por los honestos yestudiosos, y cuyo genio es aplaudido porlos más nobles de los hombres.

Decididamente, aquel individuo no eranada modesto, pero su afectada petulanciatenía la gracia de ser exhibida con lamaestría de un consumado comediante.

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Los invitados, divertidos, aplaudieron eldiscurso; mientras Morosini, con la sonrisade complicidad propia de quien sabe quetiene asegurado el espectáculo para susamigos, anunció que la cena estabaservida.

Pasamos al comedor. Se trataba de unaoriginal sala, con una enorme mesaredonda en su centro, de forma que todoslos comensales podían hablar y serescuchados por todos ; a la manera de lamesa del Rey Arturo, según decía sudueño. Alrededor, estanterías con libros,miles de libros, amplios ventanales a unlado, y al otro dos enormes cuadros querepresentaban, uno un mapa del Mundoconocido y otro, muy detallado y con ciertaperspectiva, la ciudad de Venecia y susalrededores.

Fuimos tomando asiento donde mejornos convino. Bruno, apartando a algún

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comensal, se esforzó por colocarse al ladode la hermosa dama que antes departía conMorosini, y le besó la mano con ademanesun tanto teatrales.

 - Mi señora Daniela, me pongo avuestros pies.

La mujer rió divertida, ante la miradacondescendiente de Morosini.

- Oh, qué hombre. ¿Por qué os empeñáisen llamarme Daniela? Mi nombre es...

- No, no lo digáis- interrumpió Bruno,llevándose el índice a los labios-. Debéisllamaros Daniela para que puedaenamorarme de vos. He vuelto a Italia abuscaros. Dentro de poco viajaré a Noli yos hallaré en una modesta venta de laplaya. Entonces habrá concluido mi largocaminar para siempre. Mientras llega esemomento glorioso, vos para mí soisDaniela, la única mujer del Universo...

La dama que, por supuesto, no se

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llamaba Daniela, hizo un ademán de darsepor vencida.

- No hay quien os entienda.Morosini, dispuesto a no dejar una

ocasión sin aprovechar, intervino.- Cuando habláis del Universo, maestro

Bruno, ¿os referís a ese Universo infinitoque decís haber descubierto?

- A ese Universo, precisamente. Alúnico e infinito Universo. No hay otro.

Entonces el dueño de la casa me habló,mientras me taladraba con la mirada. Losdemás comensales también me miraban;con lo que me sentí extrañamente acosado,entendiendo que se esperaba de mí queentrara a formar parte del espectáculo.

- Me gustaría saber lo que opina eljoven Galilei de vuestro Universo infinito.Al fin y al cabo os ha arrebatado la cátedraa la que aspirabais en Padua. ¿No es así?

No pude por menos que dirigir a Bruno

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un gesto de humildad, como pidiendoexcusas a mi eminente competidor. Él memiró por encima del hombro, entre burlóny curioso, y siguió hablando con la dama.Todos estaban pendientes de laconversación.

- El Señor Morosini no distingue entreun catedrático y un profesor interino- decíaBruno-. Tarde o temprano tendrán queconcederme esa Cátedra. Lo que ocurre esque se toman un tiempo antes dearriesgarse a contratarme. En Toulouseocurrió lo mismo y los alumnos acabaronamotinándose y exigiendo mis servicios.

Morosini seguía calentando el ambientecon sus frases irónicas.

- Pero os echaron a los  pocos meses.Bruno se volvió hacia Morosini, no

sabría decir si enfadado o divertido. Estabarepresentando su papel en aquella comediaimprovisada.

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- ¡No, señor! La Universidad deToulouse es uno de los pocos sitios de losque no he salido a bofetadas. Me marchéatendiendo al ruego de Su MajestadEnrique III de Francia, que creó unacátedra de mnemotecnia para mí en elCollège de Cambray.

-¿Es verdad que habéis conocido a lareina Isabel de Inglaterra?- preguntó ladama, intentado quizá bajar el tono airadode la conversación.

Bruno entornó los ojos. Por unmomento creí adivinar en su gesto elenorme peso de sus recuerdos, después deuna larga peregrinación por medio mundo.

- ¡Que magnífica mujer es esa reina!Qué carácter tan fuerte, qué bellezainterior- decía entusiasmado, pero no pudoresistir a la tentación de la broma soez -  y¡qué fea es por fuera, la condenada!.

Los criados habían empezado a servir

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los platos y las bebidas. Morosiniaprovechó para ordenarles que aclararan lagarganta de Bruno. De todos era conocidoque, con el vino en el cuerpo, el filósofo semostraba más brillante y locuaz.

- ¡Vamos! Servid vino al maestroBruno. Presiento que hoy vamos a tener elhonor de escucharle en una de sus mejorespiezas de oratoria.

Bruno dejó que le llenaran la copa hastael borde y se la bebió de un golpe. Despuéshizo un gesto autoritario para que se lallenaran de nuevo y, esta vez, fuesaboreando el contenido lentamente,chasqueando la lengua.

- Ah, es vino andaluz. Lamento muchono haber ido nunca a España. Allí nohabría tenido tiempo de hablar entre copa ycopa.

- Vamos, Bruno- insistía impacienteMorosini-, debatid con el joven Galileo

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sobre vuestro Universo lleno de soles yplanetas.

-No. Hoy he venido a galantear a laseñora Daniela y sólo a ella revelaré missecretos conocimientos.

Parecía tener ojos sólo para la dama,pero estaba claro que seguía representandosu papel.

-Mis palabras serán pronunciadas enalta voz, pero sólo estarán dirigidas a lamás bella de las mujeres de este pequeñoplaneta que gira como una peonzaalrededor de una estrella llamada Sol. Novoy a consentir que nadie interrumpa midiscurso... salvo el señor Galileo al quepresumo lleno de argumentos aristotélicos.

Bruno me creía otro de esos pedantesprofesores pisanos, cargados de prejuiciosescolásticos; pero yo estaba dispuesto alucirme ante la aristocracia veneciana.Había en juego nada menos que una

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cátedra. Y me preparé para el ataque en elmomento adecuado. Mientras micontrincante hablaba, yo planearía mijugada...

El filósofo se puso de pie y entornó denuevo los ojos. Todo el mundo estabaatento a sus palabras. De hecho, nadiehabía probado bocado todavía. Después deuna estudiada pausa, comenzó a hablar. Yano representaba un papel; era él mismo,Giordano Bruno en persona, exponiendosus más queridas teorías cosmológicas.

- Decía Nicolás de Cusa que elUniverso, si llamamos Universo a todocuanto existe, necesariamente ha de serinfinito; pues todo aquello que hubiera másallá de sus límites, aunque fuera espaciovacío, sería Universo también. Y aquelloque es infinito, no puede tener bordes nicentro. ¿Entendéis? Si no hay centro,¿dónde queda el argumento de Aristóteles?

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¿Dónde está nuestro Mundo?Creí llegada la oportunidad para

intervenir y mostré mis objeciones aBruno.

 - Perdonad, maestro. Yo diría queNicolás de Cusa es un filósofo que estábastante anticuado. Si queremos encontrarideas revolucionarias, deberíamos analizarlas de Copérnico, mucho más recientes yatrevidas. Según Copérnico, como sin dudasabéis, el Sol está en el centro delUniverso, en lugar de nuestro Mundo. Mepregunto si vuestra cita de Nicolás de Cusadebe hacernos entender que pretendéiscombatir a la vez contra las dos corrientescosmológicas actuales, la nueva deCopérnico y la antigua de Ptolomeo yAristóteles, en defensa de un filósofopasado de moda, que ni siquiera seplanteaba la posibilidad de que la Tierraestuviera fuera del centro del Sistema.

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En lugar de mostrarse contrariado,Bruno pareció gratamente sorprendido yhasta satisfecho con mi intervención.

-Vaya, Galileo, me he equivocado convos. Quizá os merecéis esa cátedra- dijo,mirando a su alrededor-. Esta noche va aser interesante. Al fin he encontrado unrival digno de mi... Veréis, Galileo, elhecho de que la Tierra y los planetas girenalrededor del Sol no quiere decir que éstese encuentre en el centro del Universo. Yoestoy contra esa cosmología geocéntrica,miope y vulgar, de Aristóteles  y Ptolomeo,que Tomás de Aquino terminó de echar aperder...pero voy más allá de lo que seatrevió Copérnico. Copérnico fue unpusilánime, y el que prologó su libro, unburro. Habían descubierto uno de losmisterios más importantes del Cosmos y lopresentaron como un  truco banal dematemáticos de feria.

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 Hizo una pausa, más para preparar a losdemás que para prepararse a sí mismo.

-Pongamos que el de Cusa y Copérnicotienen razón a un tiempo: Si el Universo esinfinito, si la Tierra y los planetas giranalrededor del Sol, ¿qué hay en el resto delespacio? ¿Sólo vacío? ¿Sólo nada? Si Diospudo crear innumerables mundos, ¿por quéhabría de autolimitarse y fabricar sólo estasucia y pequeña Tierra, una Luna ridícula,y otros cinco planetas alrededor de unúnico Sol? ¿Qué creéis que son las estrellasfijas? ¿Sólo puntitos en una bóvedanegra?- me interrogaba impaciente,mientras yo, impresionado, negaba con lacabeza. Entonces, ¿qué pensáis que habrámás allá? Yo os lo diré. Las estrellas sonotros soles lejanísimos, alrededor de loscuales giran infinitos planetas habitadospor seres como nosotros. El Universo estan enorme como el mismo Dios, porque es

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el cuerpo del mismo Dios.Morosini, quizá sin medir el alcance de

sus palabras, intervino, llevando laconversación a un terreno peligroso.

- Se diría que os proclamáis panteísta.- ¿Y si así fuera?- contestó Bruno,

desafiante- ¿Me echaríais de vuestra casapor hereje?

- Oh, no - dijo, desconcertado,Morosini-. Entiendo que sólo estamosfilosofando, digamos..., en broma.

Bruno adoptó un aire solemne,repentinamente serio.

- Yo, cuando hablo de filosofía, nuncabromeo.

Se hizo un incómodo silencio. Entonces,inesperadamente, Mocenigo, que habíapermanecido callado todo el tiempo, sepuso en pie con fingida indignación.

- ¡En esta casa se pronuncian herejíasimpunemente! - gritó, señalando a Bruno -

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¡Todos sois testigos de lo que ha dicho estehombre!

Bruno se volvió hacia su patrón, máshastiado que sorprendido.

- Vamos, Señor Mocenigo. Habéis oídode mi boca estos mismos argumentos milesde veces, en vuestra propia biblioteca, ynunca os oí protestar.

La dama, alarmada, se dirigió por lobajo a Morosini, señalando a Mocenigo.

- ¿Que planea ese imbécil?Mocenigo abandonó el comedor tras

dirigir a los presentes, y a Bruno enparticular, unas duras frases que nadiehubiera esperado del ambiente inicial deaquella ya malograda cena.

-Me marcho de aquí escandalizado porlo que he tenido que escuchar. A partir deahora, Bruno, os niego el amparo de micasa.

Mientras Mocenigo salía con la cabeza

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muy alta, Morosini estalló en un ataque deindignación.

-¡Id a tomar el fresco, mamarracho! ¡Yno volváis a venir nunca a mis fiestas! -gritó mientras lanzaba hacia la puerta unafuente de carne, que se estrelló conestrépito contra las baldosas.

Después se serenó a duras penas yabarcó con la mirada a todos los presentes,en busca de apoyo moral.

-En cuanto a vos, Bruno, no ospreocupéis; si Mocenigo os niega su casa,aquí tenéis la mía. Pero sed prudente,caramba, o nos vais a buscar un disgusto...Bueno, olvidémonos de este incidenteestúpido y sigamos comiendo, bebiendo ycharlando en paz y armonía.

Pero lo cierto es que la fiesta estabasentenciada. Todo el mundo apuró losplatos lo más aprisa que pudo y la mayoríase fue despidiendo antes de pasar a la

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sobremesa. Tras los postres, sólo Morosiniy su dama, así como mis amigos y yo,acompañamos a Bruno que, enfurruñado,bebía una copa tras otra de aquel vinoespañol que tanto le había gustado. Pronto,el ambiente se volvió definitivamenteinaguantable, ante la borrachera del sabio,que, ofendido, disgustado, desconcertado,quizá traicionado por su discípulo, ahogabasu despecho con frases inconexas.

-Vino español. Vinos de Andalucía, deCastilla, de las orillas del Ebro... fondillónde Alicante. Os conozco a todos, aunquejamás he visto vuestras cepas... ¡Ojaláhubiera marchado a España en vez de irmea Inglaterra! Al lado de los vinosespañoles, los franceses y los italianos sonuna porquería... Hubiera estado borrachotodo el tiempo. No habría tenido ocasiónde ocuparme del Universo, de ese malditoUniverso de todos los demonios. ¡No

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aprenderé nunca a callar...! - y seguíaapurando una copa tras otra, ante la miradade conmiseración de los demás que, porotra parte, también habíamos decididoahogar nuestra indignación en vino.

Morosini, tras un rato de silenciosareflexión, nos manifestó su inquietud por lasuerte de Bruno si se quedaba en Venecia.Quizá sería conveniente, nos decía, quenos lo lleváramos a Padua por unos días,hasta que se serenaran los ánimos yMocenigo mostrara su juego. No creía queaquel estúpido se atreviera a denunciar aBruno a la Inquisición, poniéndolo a él, aMorosini, en un brete; pero de unambicioso de su calaña todo se podíaesperar. Por otro lado, prefería nocomprometer al senador Pinelli, de Padua,quien era miembro del partido de Morosiniy amigo de Bruno, pidiéndole que loalojara en su palacio. El asunto podría

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entonces adquirir indeseables derivacionespolíticas. Así que sería mejor que Bruno sequedara en la casa de alguno de nosotros.

Y así fue como a medianoche metimos aBruno en la barca, primero, y después en elcarruaje, camino de Padua. Mis amigoseran todos padres de familia; así quedecidimos que se instalara en la modestacasa que yo, el único soltero, habíaalquilado cerca de la Universidad. Duranteunos días, Bruno sería mi huésped.

Recuerdo que, tumbado sobre nuestrasrodillas, mientras el ajetreo del cocheremovía peligrosamente el contenido desus entrañas, salían por su boca frasescomo ésta, en medio de un concierto dehipos y balbuceos:

-Imaginaos un Universo infinito, sincentro ni bordes, donde las estrellas flotana su antojo, rodeadas de planetas habitadospor gente más afortunada que nosotros...

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Ese espacio vacío e inmenso, cuya negrurame atrae y me aterra... ¿Os lo imagináis?¿No os asusta su grandiosidad?

Y nosotros asentíamos sobrecogidos.-Bueno, ¡Pues ahora imagináoslo todo,

todo lleno de mierda! ¡Ja,ja,ja...!Tuvimos que parar varias veces para

que vomitara, orinara o, simplemente,mirara las estrellas. Jamás hubo nadiecomo Bruno.      

III- LA CELDA

DESNUDA

 Bruno pasó varios días en mi casa de

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Padua, durante los cuales apenas hice otracosa que escucharle. Aquel hombreextraordinario me expuso sus másoriginales ideas y me contó su vida deintelectual maldito, mientras yo desatendíamis compromisos. Y lo más notable era lobien que nos llevábamos pese a nuestrasprofundas diferencias teóricas y nuestrosfuertes caracteres... Pero comencemoscomo debe hacerse, por el principio.

Tras un día inhábil, dedicado areponernos de la resaca, su mente y sucuerpo volvieron a comportarsenormalmente. Mientras cenábamos en unafonda vecina, comencé a merecer suconfianza y decidió contarme su vida.

-Nací en Nola, cerca de Nápoles, en1548, cinco años después de la muerte deCopérnico. Mi verdadero nombre de pila esFilippo. Mi padre, Joan, servía comosoldado en el ejército de España. El pobre

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viejo y entrañable cascarrabias murió hacealgunos años, según me dijeron. Mi madre,Fraulissa...No sé qué habrá sido de ella.Hace tiempo que no tengo noticias suyas.

Bruno miró amargamente al suelo, peropronto se repuso.

-Todavía me veo como un pajarillo,libre, volando más que corriendo por lascampiñas a los pies del Vesubio; o dejadoboquiabiertos a los amigos de la familia,con mis ocurrencias precoces. Recuerdo alos viejos camaradas de armas de mi padre,en especial, a Luiggi Tansillo, el poeta, aquien en tan mal concepto tienen hoy lasautoridades católicas, que incluyeron suobra en el Índice de Libros Prohibidos. Lotacharon de obsceno, de lascivo, cuando suvoz era el canto sincero, quizá insolente, deun ser humano que busca el secreto y laalegría de la vida...

De nuevo, una pausa emocionada.

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-Pronto se descubrió en mí unahabilidad natural: la memoria, que mepermitía destacar en mis primeros estudios.Mis padres, haciendo un gran esfuerzoeconómico, me enviaron a casa de mi tíoAgostino, para que pudiera acudirdiariamente al de laStudium GeneraleUniversidad Libre de Nápoles, donde meinicié en Lógica y Dialéctica. Pero, losrecursos de mi familia eran muy limitadosy yo estaba sediento de saber. El únicocamino que me quedaba para seguirestudiando era ingresar en una ordenreligiosa. A mí me repugnaba ser fraile,renunciar a mi libertad, a los placeres de lavida. No sentía la vocación, y mi amor porel saber, mi tendencia natural a la duda, adesconfiar de la autoridad intelectual,atemperaba mucho mi presunta fe. Iba aser, lo sabía, un pésimo religioso; pero,¿cual era la alternativa? ¿acabar de

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escribiente en el negocio de mi tío?¿alistarme en el ejército español? Ladecisión de entrar en la orden de losdominicos, a los 17 años, fue la máspenosa de mi vida; pero me permitióestudiar Filosofía, Matemáticas yTeología.... Cuando finalicé el noviciado ehice mis votos, adopté el nombre deGiordano. Mi vida en el convento de SanDomenico de Nápoles era un infierno. Nopodía soportar aquel ambiente rancio ycorrupto. En el seno de la orden habíahombres buenos, el rector, AmbrogioPascua, era un santo, pero por las estanciasdel edificio se arrastraban algunos reptilesnauseabundos con cuerpo humano; serescelosos y mezquinos, con pasionesinconfesables, para los que un noviciohermoso era una codiciada presa. Por lasnoches, los jadeos y las risitas me llegabana través de las paredes. Después, a la

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mañana, todo el mundo acudía a maitinescon aire contrito y dignidad fingida. Deaquella época me viene, sin duda, micarácter rebelde e irascible. Me cabreétanto con aquella panda de fariseos quetodavía no me he serenado.

Bruno contuvo su rabia a duras penas,mientras yo, en silencio, asentíacomprensivo.

-Fue por entonces cuando, a escondidas,pude leer las obras de Erasmo y Copérnicoy cuando decidí dejar desnuda mi celda deestampitas e imágenes de santos yvírgenes; tan sólo un austero crucifijo, sincrucificado, presidiendo la estancia. Ello ymi constante ánimo polemista,promovieron a mi alrededor un creciente ysoterrado escándalo que culminaría con ladenuncia anónima de alguno de miscompañeros, primero al rector, y como ésteno prestara crédito a la acusación, al

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mismísimo Santo Oficio. Yo me habíaordenado sacerdote a los 24 años ydoctorado en Teología a los 27. Porentonces había escrito mi primer libro, «DeArca Noé», del que prefiero no hablar; yhabía descubierto la obra de Ramón Llull,de la que aprendí el arte de lamnemotecnia, que reforzó hasta límitesespectaculares mi habilidad memorística.Un día cayó en mis manos la «DoctaIgnorancia» de Nicolás de Cusa, y susideas sobre el Universo infinito mellenaron de inquietud. Repudié lasenseñanzas de Aristóteles, sobre todo lamanipulación que de ellas hacen lospedantes seguidores de Tomás de Aquino,y me adherí a Platón y sus discípulos,buceando en las simas insondables de ladoctrina de Hermes Trimegisto. Simpaticécon otro fraile que parecía taninconformista como yo y me atreví a

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manifestarle mis dudas sobre la Trinidad.Ese fraile, Montecalcini, resultó ser unespía del Santo Oficio que me denunciópor arriano en 1576. El rector, que meapreciaba sinceramente, me envió a Roma,donde esperaba que el procurador de laorden, Sixto de Luca, conseguiríaenmendar mis errores sin mayoresconsecuencias para mi integridad física;pero acabé discutiendo con aquel viejo«chocho» y escapándome antes de que medetuvieran. Y así me vi huyendo por todoel norte de Italia, en un viaje clandestino,adoptando una identidad falsa y despojadode mi hábito de fraile. Me ganaba la vidadando clases particulares, pero tenía quecambiar continuamente de residencia portemor a ser descubierto. Hasta que un díallegué a un pueblo costero con un nombremuy parecido al de mi tierra natal; sellamaba Noli...

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Sin embargo, me confió Bruno, todos estos

recuerdos de juventud apenas contaban

para él. De Nola a Noli su vida fue como la

de una larva torpe y ciega, agarrada a una

ramita, envuelta en un velo protector, antes

de convertirse en un ser adulto, capaz de

volar por encima de los árboles. Su

verdadero nacimiento ocurrió en Noli, en

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el año 1578,  cuando tuvo la revelación....

 

 IV.- LA NOCHE DE NOLI

  

Me lo contó tantas veces, durante aquellosdías, que aquel momento prodigioso haquedado en mi memoria lleno de realidad;como si en vez de conocerlo de oídas, lohubiera vivido en condición deprivilegiado testigo.

Trataré de pintaros la escena.Está anocheciendo. Las mansas olas

mueren dulcemente en la orilla. Sobre unpequeño promontorio, un hombre de unostreinta años se arrebuja en su capa,

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protegiéndose de la humedad. Es unindividuo de baja estatura y ademanesimpacientes. Se ha sentado en el suelo, decara al mar, y dibuja garabatos en la arena.Una tras otra, sobre su cabeza, vanapareciendo las estrellas. De vez encuando, su mirada se clava en las lejaníascelestes mientras los cabellos le flotan alviento, descubriendo al despeinarseclaridades que delatan la reciénabandonada tonsura. Un descuidado bigotetrata de disimular su condición de frailefugitivo y ocultar su personalidad. Porqueel maestro Filippo, profesor particular deLógica, Matemáticas, Astronomía... en lascasas ricas de la vecindad, es en realidadun proscrito por el Santo Oficio. La Iglesiale conoce con el nombre de fray GiordanoBruno, y le acusa de arriano, negador de laSantísima Trinidad.  Aunque su verdaderopecado, que él no niega en absoluto, es el

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de reclamar el derecho a pensar y discutirlibremente, a poner en cuestión cualquiercosa divina o humana; en definitiva, abuscar la verdad sin tutelas impuestas yacertar o equivocarse... o descubrir que seequivocan los jerarcas...

El cielo ya es terciopelo bordado deestrellas. Bruno, de portentosa memoria,recita mentalmente capítulos enteros de susautores preferidos: Erasmo de Rotterdam,Nicolás de Cusa, Ramón Llull, Ficino, Picode la Mirandola, Nicolás Copérnico...Decía Nicolás de Cusa que el Mundo,necesariamente, ha de ser infinito: «Eluniverso es una esfera que tiene el centroen todas partes y la circunferencia en

. El viejo cardenal no creíaningún lugar»en las esferas celestes cristalinas ni en labóveda de las estrellas fijas. Le repugnabala artificiosidad del Sistema Ptolomeico.Se imaginaba  a la Tierra en el centro de su

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entorno cósmico, sí, pero girando sobre sueje cada veinticuatro horas, movida parasiempre en su rotar por el ímpetu inicial dela creación, ese «ímpetus» divino del quehablaron Filopón y Guillermo de Ockham.Los planetas, el Sol, la Luna, sufrirían lainfluencia de ese ímpetu y, como cautivosde un remolino celeste, serían arrastradosen un  giro eterno alrededor de la Tierra,tanto más lento cuanto más lejanosestuvieran de ella. Así la Luna sólo tarda28 días en circundarnos, mientras el Sol loharía en un año y el lejano Saturno en 29.Mas lejos aún, las estrellas fijas ya norecibirían la influencia del ímpetu ypermanecerían eternamente quietas en elespacio. Todo el conjunto de astros seencontraría iluminado por el Sol, el hornoinextinguible y providencial que Dios pusoen el cielo para que los hombres vivieranen un mundo visible y caliente. Pero, ¿qué

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hay  más allá de la esfera, real oimaginaria, de las estrellas fijas? ElUniverso no puede tener límites, pues todoaquello que hubiera más allá,forzosamente, tendría que engrosar lanómina de cuanto existe. Todo aquello quehubiera más allá, aunque fuera espaciovacío, también sería Universo. Así pues, elfilósofo cusano se imaginaba que tras lasestrellas fijas, allá donde la luz del Sol yano llegara, donde la vista no alcanzase,otros mundos habitados por mortales,movidos por el ímpetu de Dios, rodeadosde planetas viajeros y lejanas estrellasestáticas, darían gloria a su Creador...

¡Qué visión tan magnífica! Se diceBruno, mirando absorto las estrellas. Sinembargo, sonríe irónicamente, es falsa.Otro Nicolás, Copérnico, ha puesto lascosas en su sitio, pese a la oposición de laIglesia, defensora de las tesis aristotélicas

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geocentristas. La Tierra no sólo gira sobresu eje, ha dicho el astrónomo polaco,también da vueltas como un planeta másalrededor del Sol, que es el verdaderocentro del Universo. Así, todo encaja, seexplican las retrogradaciones planetarias,la marcha pareja de Venus y Mercurio conel Sol, y tantas otras cosas... PeroCopérnico está en cierto modo atado a lafilosofía clásica de Aristóteles, deHiparco y Ptolomeo; ha cambiado el centrodel Universo, pero sigue creyendo en lasesferas cristalinas, en las deferentes y losforzados epiciclos, en un Mundo pequeño,artificial y cerrado. A Bruno le gusta másel Universo infinito de Nicolás de Cusa.

La oscuridad ya es total y en lo alto sepinta borrosa la silueta inquietante de laVía Láctea. Bruno agudiza la mirada. Sifuera posible atisbar los otros mundos, másallá de la bóveda celeste, se podría

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reconocer su estructura copernicana, lossoles en el centro y alrededor planetascomo la Tierra, como Júpiter, rodeados deenjambres de estrellas fijas...Pero quizáestán demasiado lejos, o sus soles no lucencomo el nuestro...

Y de pronto, ¡¡DE PRONTO!!, unviolento escalofrío recorre la espalda delfugitivo. Algo estalla en su interior. Elcorazón se le sube a la garganta y elcerebro se le escapa en el remolino de unvértigo indescriptible. Maravillado yaterrado a la vez, ve cambiar radicalmentesu propia interpretación del Universo quetiene ante sus ojos y que ahora adopta otraforma, más real a la vez que másfantástica, sin haber cambiado de imagen.La evidencia es tan aplastante que nocomprende cómo el cusano o el polaco nola descubrieron en su día; cómo nadie hastaentonces se ha dado cuenta. ¡Están allí!

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¡Los otros mundos están allí! Lahumanidad los ha visto desde siempre ydesde siempre ha ignorado su presencia.Los otros mundos que profetizó el cardenalde Cusa son, precisamente, las llamadasestrellas fijas. No forman un enjambreesférico a nuestro alrededor. No estániluminadas por el Sol. Son, ellas mismas,lejanísimos soles, rodeados con todaseguridad de planetas remotos e invisibles.La bóveda celeste de Ptolomeo yCopérnico ha saltado hecha pedazos¡Loado sea Dios, que hace posible laexistencia de un Universo infinito, sincentro ni límites, del que sólo somos unahumilde mota de polvo, uno de losinnumerables mundos que cantan su gloria!En ese instante tremendo, el Ser Supremose manifiesta a Bruno infinitamente máspoderoso y grande que el modesto artíficede las esferitas de cristal. 

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Bruno se ha alzado de un salto hacia elcielo y después ha caído de rodillas,rezando, llorando y riendo ante larevelación del más colosal y fabulosoespectáculo que ninguna persona hayaosado imaginarse nunca. Por fin un mortalha comprendido cómo es el cielo, ese cieloque siempre estuvo sobre la cabeza de loshumanos sin que nadie supiera desentrañarsu misterio. Nunca en la Historia se hadado ni se dará jamás un momento máshermoso. Nunca sabio alguno habrásufrido una conmoción tan brutal ymaravillosa en su espíritu. A partir deentonces y para siempre, dentro de milaños o mil siglos, cada vez que unos ojosinteligentes miren hacia arriba, verán elcielo que vio Bruno en la noche de Noli.

A la puerta de la vieja posada, una jovensirvienta se ha asomado para colgar unfarol. Mira hacia la colina y ve la silueta

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del extraño huésped, recortada contra elcielo cuajado de estrellas. Agita una manoen provocativo saludo que no obtienerespuesta y hace un gracioso giro paravolver al interior de la casa. Su falda selevanta en vano, dejando ver las torneadaspantorrillas y los menudos pies descalzos.Ayer, el solitario Filippo, amante primerizoy esperanzado, cortejaba con éxito a lamoza, y conocía por ella pasiones y gozossólo intuidos en el convento; pero ahorasabe que en adelante no habrá esposa nifamilia ni fortunas ni honores ni descansoposible para él, porque su afán no ha decesar mientras quede un ser humano quedesconozca la realidad del Universo. Estádecidido a dedicar toda su vida a la prédicade la buena nueva, de la gozosa noticia deque la obra de Dios ha sido desvelada. Yteme con razón que el escándalo le va aacompañar donde quiera que vaya, que

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será un eterno fugitivo, que quizá suempeño le cueste la vida; porque sospechaque los burócratas eclesiásticos de menteestrecha, los mediocres que desean adorara un Dios pequeño, comprensible,susceptible de ser encerrado en la viejafilosofía aristotélica, de ser manipulado,monopolizado y hasta vendido a plazos, nose lo van a perdonar; no van a permitirleque ponga en peligro su negocio. Pero loque ha visto no puede callarse. Ocultar lagloria de Dios sería un pecado digno de unmiserable. Él, caiga quien caiga, comoJesús en el templo, expulsará a losmercaderes allá donde los encuentre. ¿Quépuede haber más fuerte que la verdad, máshermoso que ese Ser total e infinito quellena los espacios,  Dios y Creación a untiempo?

Bruno alza de nuevo la vista al cielo,mientras limpia sus ojos de emocionadas

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lágrimas. Las estrellas brillan en lo alto,allá en el recién nacido espacio sideral.Percibe, presa de un extraño vértigo, lasensación de profundidad insondable, dealucinante perspectiva entre los mundosinfinitos que se encuentran a diferentesdistancias; y que se pierden en la lejanía,ya casi invisibles, mientras configuran laalargada silueta de la Vía Láctea. Elpequeño y nervioso fraile quisiera entonarun canto de alabanza, un solemne «DeoGratias», con el coro general de todos loslejanos hermanos que allá arribacomprenden con él lo que hoy todavía esun secreto en este mundo.

Giordano, Giordano, sabes muy bienque acabarás siendo pasto del incendio quelos mediocres y los cobardes prenderán atus pies,  pero, ¡cómo te envidio! Por  vivirun momento como el que te hizo dueño delcielo en la noche de Noli vale la pena

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morir en la hoguera.

  

V.- UN CONTINENTE BAJO

LAS SUELAS 

Pronto Bruno se encontró a sus anchas enmi casa. Incluso tenía su rincón preferido,junto a la chimenea siempre apagada enaquella época del año. Se sentaba cerca delestante donde estaban mis libros, queojeaba a menudo, incapaz de sustraerse a latentación de devorar cualquier cosa que sepudiera leer. Cuando al mediodía regresabade dar mis clases lo encontraba allí,aposentado en el mejor sillón de la

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estancia, leyendo en medio de un desordende libros y escritos apilados o tirados por elsuelo. Pero sobre la mesa del comedorhabía dos platos con sus vasos y cubiertos,una fuente de pan cortado, la jarra de vinollena y la comida preparada, tal comoquizá aprendiera a hacer años atrás en elconvento. Así que, como si de unmatrimonio bien avenido se tratara, yoaportaba el dinero y él se ocupaba delhogar.

Después de la comida, charlábamosdurante horas, sentados en la galería quemiraba a la calle o, si hacía bueno,paseando por los alrededores de laUniversidad. Él me contaba anécdotas desu azarosa vida, o me deslumbraba ydesconcertaba con sus teorías y discutíaconmigo sobre nuestra diferenteconcepción de la ciencia. Y pasaba de unasunto a otro según le venía en gana,

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dejándome a veces con la réplica en laboca. A menudo, sus frases resultabanincomprensibles para mí, llenas de citas deautores fabulosos y extraños, comoHermes Trimegisto o Asclepius, y de otrosmás modernos, pero igualmente esotéricos,como Alberto Magno, Ficino o Pico de laMirandola... Mi mente racional ymatemática no siempre era capaz de seguirsus erráticos razonamientos, y lleguéalguna vez a preguntarme si estabahablando con un genio o con un loco. Sinembargo, otras veces, sus razonamientoseran tan brillantes y lógicos que medesvelaban maravillas, mientras de suextraordinaria memoria surgían párrafosenteros de autores de probada solvencia:Erasmo, Guillermo de Ockham, Telesio,Roger Bacon, Copérnico... Así es que,desdeñando la forma anárquica en que mefue contado por su protagonista, me voy a

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permitir imponer un cierto orden al relato,ocupándome uno tras otro de los temastratados con Bruno durante aquellos días.Empezaré por reconstruir su biografía demanera que no maree al lector con idas yvenidas en el tiempo.

Nos habíamos quedado en cuandoBruno tuvo su revelación cosmológica.Pues bien, todavía permaneció unos días enNoli; más para satisfacer su pasión eróticapor Daniela, la moza de la venta, que porninguna otra razón. Desde que sufriera laconmoción intelectual que le produjo larevelación de un Universo infinito, lleno desoles y planetas, el mundo entero se lehabía quedado pequeño y sus pies ardíanen deseos de recorrerlo en busca de paísestolerantes donde se pudiera predicarlibremente la buena nueva. Pero la bellaDaniela lo ataba a Noli con sus carnesapetecibles y su total y desinteresada

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entrega amorosa.Ahora, pasado tanto tiempo, recordaba

con asombro el acopio de paciencia quetuvo que hacer mientras intentaba en vanoque aquella muchacha ignorantecomprendiera el meollo de sudescubrimiento.

 -¡Qué noche tan hermosa! - decíaBruno mientras atraía a Daniela hacia sí,en la terraza de la venta - ¿Ves cuántaestrella? Dicen los que administran laverdad que todos esos astros giran anuestro alrededor y que la Tierra, quieta enel centro, es el corazón del Universo.

-¡Claro!- contestaba Daniela- ¿Y no esasí?

-Hubo un cura polaco, llamadoCopérnico, que escribió un libro en el quese afirma que es el Sol el que está en elcentro y que nuestro mundo da vueltasanuales a su alrededor mientras gira sobre

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su propio eje cada día.-¡Oh, qué mareo! No me lo puedo

imaginar. Ese hombre estaba loco.-No, no lo estaba. Aristarco y otros

griegos antiguos también creían lo mismoque él - respondía Bruno, armado de unaparsimonia que jamás tuvo con ningunaotra persona-. Pero lo que no sabían, niellos ni Copérnico, es que las estrellas fijasson también soles ardientes como elnuestro. ¿No lo entiendes, Daniela? Lasestrellas son soles, y a su alrededor,demasiado lejanos para ser vistos, hayotros planetas, otros mundos, con gentecomo nosotros.

-No entiendo nada de lo que has dicho.-Verás. ¡No existe la bóveda celeste! Lo

que hay allá arriba es un inmenso espaciovacío en el que flotan innumerables soles yplanetas. Y nuestra Tierra es sólo una motade polvo, un átomo en el grandioso

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enjambre de mundos que cantan la gloriade Dios... El Universo ahora, aunqueparece el mismo que veíamos hace unosdías, se ha convertido en un Cosmosdiferente, gigantesco, inabarcable. La viejabóveda celeste de Ptolomeo y deCopérnico ha saltado hecha pedazos,después de mi revelación...

-Yo...yo no veo nada. ¿Qué hacambiado?¿Qué se ha roto? Todo estácomo antes, con el cielo de siempre llenode estrellas. No comprendo lo que dices. Site oyen hablar de cosas tan raras temandarán a la hoguera... Me das miedo,Filippo, amor mío. No sé si tienes razón yeres un sabio, demasiado inteligente paramí, o si dices frases sin sentido y eres unloco; pero por nada del mundo quisieraverte preso, en el manicomio o en loscalabozos de la Inquisición. Te quierotanto...

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Y la conversación terminaba así, con larenuncia de los dos amantes acomprenderse intelectualmente, mientrassus cuerpos se fundían en el abrazo de lacomprensión carnal.

Una noche, Daniela despertóprecipitadamente a Bruno para decirle quesu patrón había estado hablando de él conun alguacil que, a la mañana siguiente,vendría acompañado de guardias paraidentificarle y, si resultaba ser quienbuscaban, prenderle y entregarle a lasautoridades. Por lo visto había llegado a lacomandancia de Noli una orden para lacaptura de un peligroso criminal conocidocomo Giordano Bruno.

-¿Eres tú, eres tú, ese Giordano quebuscan? Pero, ¿qué has hecho?

-Creerme con derecho a pensarlibremente y tratar luego de explicar a losdemás cosas como esas que tú tampoco

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entiendes.Daniela quería fugarse con Bruno, pero

éste no lo consintió. No podía cargar suconciencia con la suerte de la pobremuchacha. Después se arrepintió en milocasiones de no haberla llevado consigo,cada vez que echaba de menos sus cariciasy el calor de su cuerpo. Durante toda suvida añoró la compañía de aquella personasencilla y enamorada que se quedó a lapuerta de la venta, ocultando sus lágrimascon el delantal, mientras él se alejaba en laoscuridad, campo a través, evitando lascarreteras transitadas y las zonas pobladas,en busca de otras tierras más seguras.

Pasó por Savona y Turín, de donde fue aVenecia...siempre ocultando su identidad,temiendo ser delatado por algún espía delSanto Oficio; aunque, una vez en tierras dela Serenísima República, comprobó quegozaba de una relativa impunidad, dadas

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las distantes relaciones que sostenía aquelestado con la Santa Sede. Ya más confiado,marchó de Venecia a Padua, en busca detrabajo; y allí sus compañeros dominicos leaconsejaron que volviera a vestir el hábitoy presentar sus títulos académicos si queríaconseguir un puesto de enseñante.

Convertido de nuevo en fraile, Brunosiguió su peregrinar por Brescia yBérgamo, intentando inútilmente obtenerun trabajo docente en alguna universidad.Marchó a Milán con el mismo fallidopropósito, y de allí a Turín y Lyon. Elinvierno se acercaba sin que nuestrofilósofo hubiera hallado un medio de vidaacorde con su condición. Las primerasnieves le sorprendieron cerca del conventodominico de Chambery, donde pidiórefugio. Los hermanos de su orden loacogieron caritativamente aunqueguardando las distancias, temerosos de

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haber dado cobijo a un peligroso hereje.Temor que se confirmó cuando díasdespués llegó al convento un correo en elque se comunicaba que el padre GiordanoBruno había sido excomulgado por laIglesia.

El pobre Bruno, vuelto otra vez seglar,tuvo que salir huyendo a toda prisa haciatierras protestantes, y se presentó un buendía, medio muerto de frío y miseria, en lacuna del calvinismo, la ciudad de Ginebra.Había atravesado a pie la Alta Saboyacubierta de nieve, mal calzado y vestido, peor alimentado.

De esta guisa, tembloroso y encogido,llamó a la puerta de la casa del marqués deVico, jefe de los exiliados italianos enGinebra. De Vico, sobrino de un Papa deRoma y, sin embargo, ferviente calvinista,era un hombre austero y santo, lleno denobles sentimientos, que se apiadó de

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inmediato de aquel pobre fraile huido,andrajoso y hambriento.

-Mi buen padre Giordano. Un ángel osha guiado a través de las montañas hastami casa, para vuestra fortuna y la mía. Vosnecesitáis quien os socorra y yo necesitoque un compatriota me hable de la tierraañorada, de esas dulces campiñas ysoleadas ciudades, de esa gente alegre ycaritativa que hube de dejar para siemprepor culpa del despotismo papista. Yo meocuparé de vos. No padezcáis. Tendréis unhogar y un trabajo digno y nuestracomunidad se beneficiará con vuestraslecciones. Después, si lo consideráisconveniente para vuestra alma, noshonraremos en recibiros como hermano enla fe de Calvino. Pero ya habrá tiempo paraque hablemos de esas cosas. Ahoraquedaos cerca del fuego, que mis sirvientesos traerán de comer y beber y ropa seca y

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digna para vestiros.Bruno, tiritando aún, no sabía como

agradecer aquel magnífico trato por partede un hombre, indudablemente bueno, queni siquiera había exigido de él credencial orecomendación alguna.

Galeazzo Caracciolo, marqués de Vico,cumplió con creces su palabra. Colocó aBruno como corrector en una conocidaimprenta ginebrina, proporcionándole asíun sueldo con el que pudo alquilar unahabitación, pagarse comida y ropa y hastaahorrar algún dinero. Aquel trabajo,además, le resultó sumamente gratificante,toda vez que le permitía tener acceso alibros que estaban prohibidos en Italia. Sinembargo, quizá al igual que su benefactor,se sentía solo, desplazado, en aquellaciudad ordenada, fría, limpia, tan distintade la caótica y alegre Nápoles de suinfancia y juventud. Los ginebrinos,

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puritanos calvinistas inflexibles, eran genteinexpresiva, exageradamente cauta ydistante en el trato con los demás,especialmente si se trataba de un extranjerocatólico como él. El ambiente rígido,intolerante, ahogaba su vehemencia, lehacía parecer ridículo y gesticulante hastaen sus ademanes más comedidos. Lasmujeres se mostraban inaccesibles, el vinocaro y prohibido, la comida insulsa, lasideas disecadas. Parecía que había sidocondenado a reencarnarse en una pieza dereloj, en el que todo el funcionamientohabía sido ya predeterminado. Sutemperamento meridional estaba siempre apunto de estallar, reprimido a la fuerza,augurando una próxima y temibletormenta.

Dispuesto a probar suerte en la vidadocente, Bruno se matriculó en laAcademia ginebrina y comenzó a acudir a

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una serie de conferencias que en ella seimpartían sobre los temas más variados delas ciencias y la filosofía. Una de ellas,especialmente recomendada por el marquésde Vico, la daba el eminente profesorAntoine de la Faye. Ilusionado y amable,Giordano se sentó entre la concurrencia,dispuesto a escuchar, callar y aplaudir. Notenía más propósito que sondear el nivelcultural de aquellos calvinistas a los quepensaba ofrecer sus servicios comoprofesor.

De la Faye comenzó alabando lamagnificencia del Universo de Aristóteles;llenando, según Bruno, de necedades einexactitudes la exposición, ya de por síabsurda, del viejo filósofo griego. El ánimodel nolano se fue calentando, su caraenrojecía por momentos a cada frase deltenido por brillante maestro; hasta que nopudo más. Se levantó, interrumpiendo al

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conferenciante, y comenzó a hacerlepreguntas cargadas de sarcasmo. De laFaye le exigió  silencio hasta que terminarasu alocución; después, en el coloquio, ledijo, podría hacerle las preguntas quequisiera. Y él calló, y volvió a explotar,cada vez más enardecido, hasta que laconferencia se convirtió en un escándalo.Algún que otro estudiante se atrevióincluso a apoyar las frases de Bruno, quefue tachado de impertinente por  de la Fayey otros asistentes.

-Aristóteles era un majadero que noaprendió nada de su maestro Platón.¿Cómo pensar que el Mundo se contiene así mismo? ¿Acaso Ginebra se contiene a símisma? ¿No hay más que una ciudad en elMundo? ¿Por qué tendría que haber,entonces, un solo mundo? Lo único que secontiene a sí misma aquí es la estrechez devuestra filosofía.

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Y dejando a todos boquiabiertos, Brunodio media vuelta, se envolvió en su capa ysalió violentamente de la sala.

Aquello no podía quedar así. Esa nochela pasó en la imprenta, trajinando con lostipos y las prensas. Y a la mañana siguientetoda Ginebra pudo leer un panfleto titulado«Los veinte errores del profesor pedante».

Bruno fue arrestado junto con elimpresor. Pero confesado por el primeroque la realización y difusión del panfleto sehabían hecho sin permiso del segundo, éstequedó en libertad. Desde la calle, a gritosque parecerían impropios de un calvinistaginebrino, despidió de su trabajo y maldijomil veces a Bruno, antes de avergonzarsede su arrebato y marcharse a rezar a sucasa. En cuanto a Bruno, fue obligado adestruir todas las copias que aún quedabanen su poder del famoso panfleto y, lo quefue más humillante, tuvo que pedir

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públicas disculpas a de la Faye.El marqués de Vico citó en su casa a

Bruno, apenas éste fue puesto en libertad.-¿Acaso queréis poner en peligro a

nuestra comunidad de refugiados? ¿Sabéisla fama de pendencieros, ladrones eindividuos de poco fiar que ya tenemos lositalianos entre esta gente tan metódica yordenada? ¡Solo faltábais vos con vuestraslocuras filosóficas para desautorizarnos porcompleto! Y, ya lo veo, no daréis lacuestión por zanjada, ¿verdad? Pues, osadvierto, Antoine de la Faye es amigoíntimo de Teodoro Beza, el sucesor deCalvino. ¿Sabéis que hace tan solo unosaños, un español llamado Miguel Servetfue quemado aquí, con leña húmeda paraque su muerte fuera más penosa, por haberdiscrepado con Calvino sobre la SantísimaTrinidad? De nada le valieron susimportantes estudios anatómicos sobre la

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circulación de la sangre - decía de Vico,adoptando un aire sombrío einterrumpiendo con un enérgico gesto lostímidos intentos de protesta de Bruno- . Sien algo apreciáis los consejos de quien ossocorrió generosamente, me escuchareisahora. Por vuestro bien y el de todosnuestros compatriotas refugiados,marchaos de Ginebra inmediatamente. Nome hagáis sufrir más, mi querido padreGiordano. Y que Dios os acompañesiempre y atempere vuestra vehemencia.

En el fondo, de Vico apreciaba a Brunoy quizá, como compatriota, estabaorgulloso de él.A la mañana siguiente, llevando a unarecién comprada mula del ronzal, Brunopartió hacia Francia. No le pesó demasiadodejar aquella ciudad a cuyo paisajemaravilloso de montañas nevadas ycristalinas aguas lacustres no hacen justicia