Upload
others
View
1
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
GOBIERNO DEL ESTADO DE MÉXICO
EDITOR
Consejo Consultivo del Bicentenario
de la Independencia de México
Enrique Peña Nieto Presidente
Luis Enrique Miranda Nava Vicepresidente
Alberto Curi Naime Secretario
César Camacho Quiroz Coordinador General
Enrique Peña Nieto Gobernador Constitucional
Alberto Curi Naime Secretario de Educación
Consejo Editorial: Luis Enrique Miranda Nava, Alberto Curi Naime,
Raúl Murrieta Cummings, Agustín Gasca Pliego, David López Gutiérrez.
Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, José Martínez Pichardo, Rosa Elena Ríos Jasso.
Secretario Técnico: Edgar Alfonso Hernández Muñoz.
Fantasmita o fantasmote © Primera edición. Secretaría de Educación del Estado de México
DR © Gobierno del Estado de MéxicoPalacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente no. 300, colonia Centro, C. P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México.
ISBN xxxxxxxxxxxx
© Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. 2010 www.edomex.gob.mx/consejoeditorial [email protected] © Alma Velasco | Texto© Irma Bastida Herrera | Ilustración
Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal CE: 205-1-159-10
Impreso en México
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.
A l m A V e l A s c o | Irma Bastida Herrera, ilustración
Cubo de Luz
FANTASMITA O fantasmote
A Enrique Fernández Castelló
y n
iños
que
lo a
com
pañan
Una tarde de otoño, los gemelos Alejandro y Alejandrina se
encontraban en su nueva casa acomodados muy rico en un sillón lleno
de cojines, dispuestos a leer un libro de aventuras. Estaban justo a
punto de comenzar la lectura cuando de repente escucharon una
voz chillona:—¡Ejem, ejem, disculpen, niñitos hermosos, por
favor escúchenme! –dijo la voz.
—¿Oíste, Alejandrina? –preguntó Alejandro levantando las
cejas y abriendo mucho los oídos… y también los ojos.
—Sí, alguien nos habla. Pero no veo a nadie
–respondió la hermana volteando hacia todas partes
como trompo desatado.
—¡Ay, ay! –gritó la voz chillona con alegría–
¡Me oyeron!—Pues claro que te oímos, si estás gritando como
guacamaya ahogándose.
—No sé. ¡BUU, BUU! –comenzó a llorar la voz acongojada–. ¡No sé quién soy!
Por más que Alejandro y Alejandrina buscaban alrededor, no
veían a nadie… a NADIE.
—¡Cómo que no sabes quién eres! ¿Dónde estás?
—¿Cómo entraste?
—No entré, siempre he vivido aquí, desde hace más de tres veces cien años –contestó, sin más, la voz, que ahora sonaba como si
fuera el claro sonido de una flauta.
—O sea –dijo Alejandrina calculando–, ¡más de trescientos años!
—¡No saben qué gusto me da, llevo años buscando que alguien me escuche! –exclamó muy contenta la voz, sólo que ahora, extrañamente, grave y ronca.
—Pero, ¿quién eres? Ahora hablas como guacamaya… afónica,
ja, ja… –rieron los gemelos, que no salían de su sorpresa.
—¡No saben qué gusto me da, llevo años buscando que alguien me escuche! –exclamó
Poco a poco, la voz fue explicándoles que en realidad era un
fantasma, pero el pobre no sabía de qué era fantasma, si de gente, de
animal o de cosa, porque nunca había visto qué forma tenía.
Lo que sucedía, según aclaró de inmediato, es que a todos los
fantasmas les correspondía una “sábana identificadora” que les repartía
el Jefe de Jefes del Gran Almacén de Sábanas de Fantasmas. Ay, pero la
desgracia fue que a este fantasma hacía cientos de años que el Jefe de
Jefes le arrojó su sábana por la chimenea cuando ¡estaba encendida!,
así que se le chamuscó toditita. Y claro, el Jefe de Jefes, con su prisa por
seguir entregando sábanas a tantos fantasmas nuevos que
hubo ese año, ni se enteró del chamuscón de la suya.
Para colmo de males, los fantasmas saben
que su máxima obligación cuando se les
asigna un lugar o un castillo o una casa, es
mantenerse en ellos vigilando con gran cuidado
y asustando a la gente que los habita o los visita, sin
abandonarlos nunca, así que jamás de los jamases pudo
salir a buscar su sábana de repuesto. Esto significaba que ya
había perdido la única oportunidad de tener su propia identidad
fantasmal.
Por supuesto que a los gemelos les pareció muy rara la historia,
pero no les quedó más remedio que creerle porque, en primer
lugar, no lo veían, lo cual demostraba que, en efecto, no llevaba
la famosa sábana que ha hecho famosos a los más famosos
fantasmas vistos por las personas que dicen haber
visto fantasmas ensabanados; y en
segundo lugar, eso de que su voz primero
fuera chillona, después grave, luego dulce… pues hacía
pensar que en verdad manejaba una personalidad bastante
indefinida. Después de todo, el oso suena a oso, el pollito a
pollito, los duendes… pues a duendes… Pero éste se veía a leguas
que era un auténtico fantasma despistado.
Alejandro y Alejandrina comenzaron a preocuparse en serio por
él, sobre todo porque no dejaba de decir ¡BUU, BUU, BUU!, mientras
se lamentaba y lloraba… y eso podía ser muy asustador para
cualquier niño.
—Si tú nos dices cómo podemos ayudarte a
encontrar quién eres…
—… o qué tipo de sábana necesitas… aquí en
la casa hay de muchos tamaños y colores, hasta
hay unas muy bonitas con florecitas por si
eres colibrí… o abejita… o niña a la que le
gustan las flores –comentó con emoción
Alejandrina.
—Gracias, muchas gracias –les contestó triste la voz c
on un
franc
o to
no d
e
más nos sirven las sábanas especiales para fantasmas.
—Uy, entonces, ¿cómo te ayudamos?
—Aceptando platicar conmigo. Me he sentido tan solo... o sola, no sé. Pero por lo demás, creo que no hay nada que hacer. Y mejor ya me voy porque si no, me pondré a llorar otra vez. Adiós. ¡BUU, BUU, BUUUUU...! –y se fue alejando la voz.
Todo quedó en silencio de nuevo.
sapo croando, volviendo a sorprender a los niños–, pero nada
Pasaron varios días con sus tardes, con sus noches, con las 24
horas completísimas y Alejandro y Alejandrina no dejaban de pensar
en cuál sería la solución para tan afantasmada situación.
Qué hacer, se preguntaban una y otra y otra vez.
Al fin, después de varias visitas del fantasma, idearon ponerle un
nombre que por lo menos lo hiciera sentirse como a todos los demás,
con una identidad propia. Por ejemplo, después de oírlo rebuznar
como un sonoro burro le llamaron Fantiburro; pero luego comenzó
a hablar como un elefante con asma, así que decidieron mejor
cambiarle el nombre por el de Elefantasmático; aunque, de
pronto sonaba a un pequeño búho, por lo que le llamaron
Buhititotasma.
Total que fue Fantasllanto si lloraba, Fanstasmabrújico al
hablar como bruja alocada o Infantasmatil cuando parecía niñito.
Pero nada resolvía el conflicto.
Entonces se les ocurrió que lo mejor sería
contarles a sus papás para que les
ayudaran…
—¡No, no, por favor! –interrumpió la voz
con un definido sonido de
perrito chihuahueño–, los adultos nos aborrecen y siempre hacen hasta lo imposible para no ver a los fantasmas... ¡menos permitirían que los niños nos vieran! Hasta han inventado métodos para destruirnos. ¡Yo eso no lo soportaría! Por eso
nunca hablé antes con nadie, porque en esta casa nunca vivieron niños
antes que ustedes.La situación parecía una
tragedia.
—¡Oh, quizá sería mejor desaparecer para siempre! –se
lamentó Fantasdrama como si fuera
personaje de telenovela.
Mientras Alejandro y Alejandrina seguían
dándole vueltas al asunto, la puerta se abrió de
golpe. Eran su papá, su mamá y…
—¡Ay! –gritó Fantasusto y se esfumó su voz.
—Miren, niños, quién vino a verlos: su tío favorito –comentó
con una sonrisa muy contenta su mamá.
—¡Tío Alfredo! –gritaron los niños al tiempo que se arrojaban
felices a sus brazos.
Este tío ocupaba un primerísimo lugar en sus vidas porque
era divertido, le gustaba la aventura, estar alegre, se reía por
cualquier cosa.
Pero además… por si eso fuera poco… les prestaba libros de
su biblioteca, que era una maravilla: ahí estaba el mundo entero:
todos los lugares vistos y no vistos, hasta los más escondidos y
los inventados; miles de personajes que platicaban experiencias,
emociones, viajes; dentro habitaban seres increíbles y extraordinarios
que realizaban cosas extraordinarias e increíbles en historias
asombrosas. En ese universo guardado en hojas de papel se podían
encontrar millones de respuestas a millones de preguntas.
Para felicidad de Alejandro y Alejandrina, el tío Alfredo, siempre
imaginativo, había creado la costumbre de llegar con alguno de los
libros que habitaban en su casa para ofrecerles un poco más de ese
mundo tan especial.
Después de los acostumbrados abrazos y besos de saludo, los
sobrinos preguntaron ansiosos a su tío:
—Tío Alfredo, ¿te acordaste de traer un libro para leernos?
—Claro, nunca se me ha olvidado traerles uno. Acomódense
porque hoy les voy a leer El principito.
Los gemelos adoraban ese momento en el que tío
Alfredo abría la portada de un libro y, con una
voz emocionada, comenzaba a narrarles los
secretos ocultos en su interior…
—“Cuando yo tenía seis años vi
en un libro sobre la selva virgen que se
titulaba ‘Historias vividas’, una magnífica estampa. Representaba una
serpiente boa comiéndose a una fiera…”
Alejandro y Alejandrina encendieron el botón de la imaginación y
recorrieron con la voz del tío cada parte de la historia.
De pronto aparecieron un desierto, un aeroplano, una boa, un
elefante, un sombrero… Después empezarían a desfilar un príncipe
pequeñito –al cual su tío representaba con una clara voz de príncipe
niño–; luego, un hombre serio –identificado por el tono seco y grave
de su voz–; más adelante surgiría una zorra –que por supuesto hablaba
como todas las zorras que hablan: agudito, rapidón y como si se
apretara la nariz; etcétera, etcétera, etcétera.
Todo parecía maravilloso y perfecto, sin embargo, pasaba algo muy
especial mientras leía. Cuando el tío iba de un personaje a otro o de un
planeta al siguiente, se escuchaban breves sonidos parecidos a: ¡oh!,
¡ah!, ¡uf!, ¡iiih! Los niños luego luego se dieron cuenta de que su amigo
fantasma no se había ido y ¡que le estaba ganando la emoción!
El tío, que mantenía los ojos atrapados por las letras, por suerte
supuso que eran sus sobrinos quienes suspiraban. Aunque tampoco
hubiera importado demasiado que mirara para cualquier lado, porque
recordemos que la personalidad del fantasmita o fantasmote era
redonda, cuadrada y verticalmente invisible.
Fuera de la casa, el sol se fue apagando; mientras adentro, la
nostálgica historia de El principito se terminaba a través de las voces del
tío Alfredo:
—“Y ahí está el gran misterio. Para ustedes que aman
al principito, lo mismo que para mí, nada en el
Universo habrá cambiado si en cualquier parte,
quién sabe dónde, un cordero desconocido
se ha comido o no se ha comido una rosa…
Pero miren al cielo y pregúntenle…”
—¡He encontrado a mi padre! ¡El tío Alfredo TIENE que ser
mi padr
e! ¡Al f
n sé quién soy! ¡Debo decírselo!Alejandro y Alejandrina sentían que estaban
sentados sobre una mágica nube.
Pero, mientras, ¿qué ocurría con el fantasma?
¡Estaba conmovido hasta las lágrimas invisibles!
En cuanto el tío Alfredo se fue, el fantasma, una
vez seguro de que los papás de sus amigos no lo escucharían, soltó
un desgarrador grito acompañado de también desgarradores
sollozos con hipo. Y sin más ni más pronunció la siguiente
frase aterradora:
—¡¿TU PADRE?! –preguntaron los
niños con enorme asombro.
—Sí... –respondió en estado de éxtasis el
fantasma, con voz de sirena llamando marineros en las islas
griegas–, ¿no se dieron cuenta de que él y yo somos iguales?
—¿IGUALES? –dijeron los gemelos abriendo mucho
los ojos.
—¡He encontrado a mi padre! ¡El tío Alfredo TIENE que ser
mi padr
e! ¡Al f
n sé quién soy! ¡Debo decírselo!
—Pero si tú no sabes ni quién eres.
—Peor que eso, ¡ni siquiera sabes qué eres!
—¡Qué poco observadores son! –les reprochó la fantasmal voz con un tono de incomprendido sabio
es el único ser que posee las mismas características que yo: es inteligente, entretenido, sensible...
—¿Y eso qué? Hay muchas personas
que son así.
—¿Cómo es posible que no se hayan dado cuenta? –casi gritó la voz
sin sábana–. Nunca me he sentido tan identifcado con alguien como con él:
—¡Qué poco observadores son! –les reprochó la fantasmal voz con un tono de incomprendido sabio sabelotodo–. Es clarísimo: el tío Alfre
do
nuestra voz es suave, otras fuerte, ronca, chillona, de adulto enojón, o como niño desamparado, o de borrego o... –añadió con voz
poética– como gota de rocío en una flor...Los gemelos se taparon la boca para no soltar la
carcajada, porque no querían que su amigo invisible
se sintiera ofendido. Se dieron cuenta de por qué creía
que el tío Alfredo era ¡SU PADRE!
¡LOS DOS HABLAMOS IGUALITO! Unas veces
Le explicaron que en realidad el tío Alfredo no
hablaba así, sino que era una forma de leer para que
la historia fuera más conmovedora… mágica… A
los niños les encantaba porque se imaginaban mejor
a los personajes y todo lo que sucedía. ¡Por eso les
gustaban tanto las historias que les contaba: voces y
más voces, como si estuvieran vivas!
El fantasmita o fantasmote dijo tan sólo:
—¡Aahh! –con terrible desilusión.
En seguida guardó un silencio largo. Los gemelos no sabían qué
decir ni qué hacer, después de todo, debe ser muy difícil perder
un padre justo después de que lo acabas de encontrar; y
peor si resulta que tu padre no es tu padre… y su voz
maravillosa, con la que te identificaste tanto, no es
tampoco su voz… El mundo del fantasma despistado, sin
identidad y sin sábana propia, se derrumbaba.
Alejandro y Alejandrina bajaron la vista hasta el suelo
más suelo y se quedaron quietos sin moverse.
Fantasmasolo, entonces, recuperando el habla, preguntó:
—¡Por supuesto que no! Los libros de cuentos son
una realidad en la imaginación.
—Mmh... –dijo carraspeando la voz– o sea que... mmh... si en el libro aparece, por ejemplo... un... rinoceronte... peludo... con cabeza de triángulo, el que
lo está contando habla ¡como rinoceronte peludo con cabeza de triángulo!
—¡Exacto!
—Mmh... entonces, veamos... –se quedó pensando el
fantasma– ¿ustedes conocen las terribles aventuras de El Vampirillo
Sang
rón?
—¿Quiere decir que todo lo que les contó era mentira?
El Vampirillo
Sang
rón?
Ninguno la conocía ni había oído hablar nunca de un Vampirillo
Sangrón, así que se pusieron muy listos cuando el amigo invisible,
después de una vampirezquilla risita, comenzó a describir el castillo
abandonado donde vivía aquel singular personaje…
—Recuerdo que sobre la temida montaña de las mariposas negras se elevaba el viejo castillo que alguna vez habitaron unos condes vanidosos y déspotas. Sus paredes guardan memoria de sucesos tenebrosos…
Y sin más, comenzó a contarles una historia llena de vampiros
grandes y chicos, con cadenas que rechinaban, con ventanas que
hablaban, dos caballos veloces cubiertos de fuego, muchísimo
viento, la calavera de un perro, una capa voladora, la típica doncella
prisionera… y hasta un pastel de fresas…
—... y así fue como la linda doncella se salvó para siempre del hechizo, gracias al El Vampirillo Sangrón
que desde entonces se volvió simpático y juguetón. Y colorín colorado, este cuento ha terminado –finalizó el fantasma.
Estaba feliz… ¡FELIZ! Se había dado el gusto de usar voces y más voces al contar su cuento.
Fue increíble.
—¡Bravo! –le gritaban superencantados los niños aplaudiendo y aplaudiendo.
—¡Ya sé quién soy! ¡Ya sé fnalmente qué soy! ¡Ja , ja! –se reía contentísima la voz del
fantasma.
—¿De verdad?
—¿Quién eres?
—Soy un ¡FANTASMA CUENTACUENTOS! –contestó
encantado.
—¡Sí! ¡Es cierto! ¡Eres un fantástico fantasma cuentacuentos!
—¡Ése puede ser tu nombre! – interrumpió Alejandrina–. Te
llamaremos: ¡FANTASTICUENTOS!
Y al parecer brincando de alegría (porque seguía igual de invisible
que siempre) comenzó a cantar:
—Ese nombre sí me gusta, trarararará, ra ra ra rá...De ese modo fue como el fantasma indefinido, aunque no
consiguió una identidad, encontró su vocación como contador de
cuentos y unos amigos con quienes compartir los siguientes muchos
años, cambiando así su antigua vida triste por una nueva divertida.
Ah, pero eso sí, FANTASTICUENTOS se dio a la tarea de leer los
libros de sus amigos Alejandro y Alejandrina y también todos los que
viajaban de la biblioteca del tío a su casa… de la casa a la biblioteca…
del lado de allá al lado de acá… de acá para allá… que viene, que va…
Alma Velasco. Nació en la ciudad de México. Es licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). Ha publicado varios libros, tanto de creación propia como traducciones, y un par
de agendas para niños. Imparte clases de lectura en voz alta y comunicación oral. En 1995 ganó el Premio Nacional
de Traducción de Poesía; en 1998, la UNAM le otorgó la Medalla Gabino Barreda al Mérito Académico y en 2002
obtuvo el Premio Nacional de Poesía para Niños Narciso Mendoza. Estudió música con la especialidad de canto;
su repertorio abarca desde el siglo VI hasta la actualidad. En los últimos años se ha dedicado a investigar música
y canciones de México que tienen relación con acontecimientos históricos. Ha participado en varios discos como
cantante y actriz.
Irma Bastida Herrera. Diseñadora e ilustradora. Fue integrante del
Taller de la Gráfica Toluqueña y de La Pintadera. Ha ilustrado diversos
libros infantiles para el Instituto Mexiquense de Cultura, Consejo
Editorial de la Administración Pública Estatal, Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes y Amaquemecan. Actualmente desarrolla proyectos
editoriales e ilustración independiente. http://ibasther.blogspot.com
fAntAsmitA o fantasmote
de Alma Velasco se terminó de
imprimir en diciembre de 2010
en los talleres de Impresora
San Buenaventura, S. A. de C. V.
Libertad No. 111. San Buenaventura,
Toluca, Estado de México. C. P. 50110.,
con un tiraje de 1 000 ejemplares.
La edición estuvo al cuidado
del Consejo Editorial de la
Administración Pública Estatal.
Redacción y correción de estilo:
Blanca Leonor Ocampo.
Concepto diagramático y de diseño:
Hugo Ortíz e Irma Bastida Herrera.
En la formación se utilizó la
tipografía Myriad de Robert
Slimbach y Carol Twombly,
Spumoni de Garret Boges.
Supervisión en imprenta:
Maresa Oskam-Roux.