GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZDE IGNACIO DE LA LLAVE

Miguel Ángel Yunes LinaresGobernador del Estado

Rogelio Franco CastánSecretario de Gobierno

Martín Quitano MartínezDirector General de la Editora de Gobierno

Texto: Martha RebolledoIlustraciones: Elma Quevedo

Primera edición: 2017ISBN:______________________________© Editora de Gobierno del Estado de VeracruzKm 16.5 de la carretera federal Xalapa-VeracruzC.P. 91639, Emiliano Zapata, Veracruz, México

Impreso y hecho en México

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Sacha era un niño pequeño, pequeñito, con unos ojos enormes y brillantes, y una sonrisa contagiosa. Como a todos los

niños, le gustaba correr y jugar y ensuciarse; pero lo que más le gustaba en el mundo eran los cuentos.

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Sacha amaba que su mamá, o su papá,

o sus tíos o sus abuelos, le contaran cuentos.

Le gustaba que le contaran un cuento para desayunar. Adoraba que

le contaran un cuento después de comer

y otro antes de salir a jugar. Pero lo que más

le gustaba era el cuento antes de dormir.

Ése era su favorito.

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Sus amigos no entendían por qué prefería estar escuchando cuentos que ver la televisión o jugar videojuegos, que eran tan divertidos. Pero Sacha les decía que no había nada más divertido que imaginar e imaginar los cuentos que le contaban.

Y sucedió que un día, un terrible día, se acabaron los cuentos. Le habían contado a Sacha todos los cuentos del mundo y no quedaban más. ¡Oh no! Eso parecía un gran problema, sobre todo para un niño pequeño, pequeñito como era Sacha, y además solitario, pues sus amigos no querían estar con él, porque no les gustaban los cuentos.

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Sacha, un poco preocupado, fue con su mamá y le dijo:

–Mamá ¿dónde nacen los cuentos?

La mamá de Sacha, que lo amaba mucho, le explicó que los cuentos nacen en el corazón de las personas.

–Cada persona– le dijo su mamá,

–guarda un hermoso cuento

en su corazón; pero sólo

aquellos seres muy especiales son capaces de

encontrarlos.

–Yo soy muy especial– dijo Sacha, –y encontraré

más cuentos, estoy seguro que lo haré.

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Su mamá sonrió para darle ánimos y Sacha se

fue a su cuarto, buscó su capa de superhéroe,

su espada y, por si las dudas, su lupa de

investigador, y salió al parque a buscar cuentos.

Las personas lo miraban un poco raro, pues el niño se acercaba a ellas y las examinaba con su lupa muy, muy cerquita, para que no se le fuera a escapar el cuento. No todas las personas se sentían a gusto con eso. La mayoría se enojaba y le decía cosas como –¡Deja de hacer eso! ¡Niño malcriado!

Y Sacha les contestaba –Es que estoy buscando cuentos.

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–¡Niño loco! – le decían –Anda a tu casa o te acusaré con tus padres.

Y Sacha salía corriendo a buscar a otras personas.

También había personas que reían ante la ocurrencia y otras que lo ignoraban.

Sacha estaba confundido y frustrado. Había pensado que encontrar cuentos en las personas iba a ser más fácil.

Se le ocurrió entonces que, a lo mejor, los cuentos no estaban en los adultos, porque siempre tienen prisa y están serios; si no en los niños, como él, que tienen mucha imaginación y muchos sueños.

Corrió entonces a ver a sus amigos.

No estaban en el parque. Ya sabía dónde estaban, en sus casas, seguro viendo televisión o jugando videojuegos. Tendría que ir a verlos uno a uno.

–Bueno, quizá eso sea mejor– pensó Sacha, así puedo examinarlos tranquilamente para encontrar el cuento. Y se lanzó a la tarea. Pero ninguno de sus amigos le dejó buscar en ellos un cuento.

–Estás loco– le decían

–Déjame en paz, yo no soy amigo de loquitos.

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–No tengo tiempo para tus tonterías, estoy viendo televisión.

–Vete de aquí, no me dejas jugar a gusto.

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Sacha volvió al parque lloroso y derrotado. Se sentó

bajo un árbol y comenzó a hablar en voz alta.

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–Ninguno de ellos tiene un cuento, seguro que no. Por eso no me dejaron verlos. No pueden tener cuentos adentro. Ya verán

cuando encuentre mis cuentos, voy a estar muy divertido y no se los voy a prestar. ¿Pero dónde estarán los cuentos?

Se quedó callado. No sabía dónde buscar. Los adultos tenían prisa y los niños no tenían tiempo. ¿Cómo puede ser que un niño

no tenga tiempo? Era todo muy absurdo. Necesitaba cuentos. Los necesitaba con toda el alma. Y sintiéndose muy desdichado,

comenzó a llorar.

–¿Por qué lloras niño? – le preguntó un viejecito que se había sentado a su lado.

Sacha dio un respingo porque no lo había visto llegar, así de preocupado estaba por sus cuentos.

–Es que nadie me entiende– dijo Sacha

–¿Y qué hay que entenderte?

–Nada.

–Vamos, cuéntame, a lo mejor te puedo ayudar.

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–Pero cómo vas a ayudarme si estás muy viejito, más que mi abuelo y él no puede ayudarme. ¿Cómo me vas a ayudar tú?

–Ah, pues es que estoy viejito, pero sé muchas, muchas cosas.

–¿En serio?

–Sí

–¿Sabes dónde nacen los cuentos?

–En el corazón de las personas.

Sacha abrió mucho los ojos, grandes, grandes y se llenó de alegría y le dijo.

–¡Eso mismo me dijo mi mamá! – Luego, bajo la cabeza y con voz muy triste añadió

–Pero no he podido encontrar ninguno y he buscado todo el día.

–¿Y cómo has buscado?

–Pues de muchas formas,

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mira así– y Sacha se puso a observarlo con la lupa como le había hecho a otras personas.

–¡Pero mi niño! ¡Lo estás haciendo mal! Así nunca vas a encontrar un cuento. Mira, te voy a explicar. Los

cuentos son una cualidad muy preciosa que las personas guardan

en su corazón sin saberlo. Todas las personas tienen un cuento,

pero no lo saben. Muy pocas llegan a descubrirlo y cuando

lo hacen, deben contarlo de inmediato a otra persona, pues de

lo contrario el cuento se muere.

–¿Un cuento se puede morir? – preguntó Sacha preocupado

–¡Claro! Los cuentos cuando nacen necesitan ser contados, no pueden guardarse en silencio. El silencio los mata lentamente. Por eso, cuando uno decide ser cazador de cuentos, como veo que es tu caso, debe tener mucho cuidado, debe saber encontrarlos, ayudarlos a nacer e inmediatamente contarlos a una persona, a dos, a tres, a muchas.

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Entre más los cuente, más fuertes y sanos crecerán los cuentos. Y si los cuenta a un número muy, muy grande de personas, entonces los cuentos serán inmortales.

–¡Wow! No sabía eso. ¿Y cómo los encuentro?

–¡Ah! Para encontrarlos necesitas varias cualidades. La primera es la paciencia. Un cazador de cuentos

debe ser muy paciente, si vas por ahí desesperado, no podrás verlos. Debes encontrar un lugar dónde te sentarás

a cazar cuentos. Como bajo este árbol donde estamos ahora, éste es un

excelente lugar para cazar cuentos.

Todas las tardes, después de la escuela, vendrás a este árbol y te sentarás bajo él.

–¿Y luego?

–Pues luego deberás ejercer una paciencia

cualidad más: la observación.

Verás pasar muchas personas, todas aprisa,

algunas enojadas, otras felices, otras preocupadas, otras tristes. Ante todo, debes respetarlas.

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Un cazador de cuentos es siempre respetuoso, paciente y muy observador. Como vendrás todos los días, porque también debes ser constante.

Comenzarás a ver pasar las mismas personas. Debes observarlas muy bien. Ver cómo se visten, cómo caminan, cómo hablan, cómo sonríen, cómo lloran, cómo se enojan. Muy, muy importante es que todo esto lo anotes en una libretita. Esa será la cuna de tus cuentos.

–Eso suena a mucho trabajo– dijo Sacha un poco desilusionado.

–¿Pues qué creías? Que esto de cazar cuentos era una tarea fácil. No, es digna de un héroe. Tú debes ser uno, pues traes tu espada.

–¡Claro que soy un héroe! – repuso Sacha algo enfadado –Haré todo lo que me diga, al pie de la letra y todos los días, es una promesa.

–¡Muy bien! Bueno, te sigo explicando. Cuando hayan pasado muchos días, pero muchos, muchos y tengas en tu libreta

muchas anotaciones. Comenzarás de pronto a notar que algunas personas brillan y

de ellas sale una vocecita muy suave. Ese es el momento.

Y cuando llegue, sabrás qué hacer. Ahora, adiós

Sacha, nos veremos pronto.

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El viejecito se levantó y se fue andando sin que Sacha pensara en detenerlo.

Sacha regresó a su casa, se quitó su capa de superhéroe, dejó su lupa de investigador y guardó su espada.

Luego le pidió a su mamá que le comprara una libreta y un lapicero de color rojo, que era su color favorito.

Al día siguiente, después de la escuela, tomó su libreta, su lapicero rojo y se encaminó al parque. Se sentó bajo el árbol y esperó. Esperó toda la tarde. También observó a las personas. Pero no pudo anotar mucho porque pasaban rápido y él escribía lento. De todas formas no tuvo miedo, ni se sintió frustrado. Acudió puntual a su cita bajo el árbol todas las tardes.

Pasaron los días soleados y comenzaron los días

con viento. Éstos también

pasaron e iniciaron las

lluvias. Y Sacha, con botas de lluvia,

impermeable y paraguas, iba y se sentaba todas las

tardes bajo el árbol a observar y

anotar.

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Llegó el invierno y ni el frío congelante lo movió de su sitio, ni lo distrajo de su tarea. Después de todo, él había hecho una promesa y las promesas se cumplen. Eso le había dicho siempre su papá.

Finalmente, volvieron los días calurosos. Nuestro héroe ya conocía a todas las personas que pasaban por el parque.

Estaba la chica del celular morado, la señora de las palomas, el señor de los sombreros raros, los muchachos de la patineta, la chica bonita de los lentes, el muchacho de las trenzas, el viejecito del saco amarillo y muchas otras que no siempre andaban por ahí.

Había escrito sobre todos ellos;

pero aún nada,

ni un solo cuento había asomado su cabezota.

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Sacha casi pensaba que eso de cazar cuentos era una tarea imposible, cuando una tarde, mientras escribía cómo iba vestida la muchacha de los lentes, ésta comenzó a brillar. No era un brillo deslumbrante como el sol, más bien era bajito, como la luz de las estrellas. Y también parpadeaba. Sacha pensó que estaba soñado, así que se frotó los ojos; pero no. El brillo seguía ahí. Estaba tan sorprendido que le tomó algún tiempo darse cuenta de la vocecita que salía del brillo. Ahí estaba suavecita, bajita, como con miedo. ¿Y ahora que iba a hacer? El señor no le dijo cómo atrapar el cuento.

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La vocecita comenzó a hablar:

Rápido, Sacha comenzó a escribir lo que escuchaba. Tenía que escribir muy rápido, por suerte, de tanto escribir todas las tardes, ahora lo hacía mucho más rápido que antes. Escribió y escribió sin darse cuenta de lo que hacía, hasta que de pronto terminó todo. De un salto, Sacha se levantó, porque ya se había hecho de noche, y corrió a su casa. Al llegar a ella revisó su libreta.

¡Oh Dios! ¡No podía creerlo!

Había escrito páginas y páginas de, de… ¡Sí, era un cuento! ¡Había nacido un cuento! ¿Y ahora? ¿Qué le había dicho el viejecito? ¡Es verdad! Hay que contar el cuento para que no se muera. Sacha corrió rápido al cuarto de sus padres y les dijo:

–Mamá, papá, encontré un cuento escondido en el corazón de una muchacha muy bonita que se sentía fea ¡Se los tengo que contar!

Los padres de Sacha asintieron felices y Sacha trepó con ellos a la cama y comenzó:

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–Había una vez, hace mucho tiempo…

Sacha se bajó de la cama, se fue a su cuarto, con mucho cuidado, para que el cuento no se dañara, cerró su libreta y la guardó en su cajón. Mañana le contaría el cuento a sus abuelos y luego a sus tíos y después quizá también a sus amigos, estaba seguro que a todos les encantaría. Y luego, luego seguiría yendo todas las tardes a sentarse bajo el árbol para buscar otro cuento.

Un Cuento para Sacha de Martha Rebolledo se imprimió

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