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La ética pública. Por Jesús González Pérez SUMARIO: I. Introducción. II. Las causas de la situación y la reacción. 1. Establecimiento de códigos de conducta. 2. Formación ética. 3. Análisis externo. 4. Conclusión. III. Medidas legales y efectividad. 1. Las medidas legales. a) Al acceder al cargo. b) Durante el ejercicio de la actividad. c) Al cesar en el cargo. 2. Ineficacia. 3. Reacción social. IV. Epílogo. I. Introducción. El pasado mes de diciembre, en la Universidad Carlos III de Madrid, se presentó el libro de homenaje al Profesor Brewer Carías, dedicado al Derecho público a comienzos del siglo XXI, en el que colaboramos la gran mayoría de los que nos dedicamos al Derecho público en la comunidad iberoamericana. Pues bien, este impresionante libro de tres tomos y más de 3.500 páginas se cierra con un trabajo que lleva por título “Ética pública y corrupción”. Su autora es Sonia Picado, Presidente del Instituto Iberoamericano de Derechos Humanos; se trata de un breve, pero sugestivo, trabajo sobre los retos de la corrupción a la sociedad y a los Estados. Estamos, por tanto, ante una de las graves cuestiones que se plantean en el Derecho público al comenzar el siglo XXI. Pero, no nos engañemos, la corrupción no es un fenómeno de hoy. Séneca escribió, hace muchos siglos, que la corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos. 1 Y el tan divulgado “Informe Nolan”, elaborado en el Reino Unido por un “Comité sobre las normas de conducta en la vida pública” –elevado al Parlamento en 1995–, del que existen al menos dos traducciones españolas por organismos oficiales – el Instituto Nacional de Administración pública y el Instituto Vasco de Administración pública–, ambas bastante deficientes, lo reflejaba muy gráficamente: “La debilidad humana –afirmaba– estará siempre presente entre nosotros; siempre pueden cometerse errores, y el corrupto buscará nuevas vías para jugar con el sistema”. Recordaré siempre mi primer viaje a América. Fue para asistir al I Congreso mejicano de Derecho procesal. Para mí, inolvidable, porque compartía la representación española con mi maestro Jaime Guasp. También por la impresión que en todo español produce el primer contacto con esta tierra de América, como decía el que fue Presidente de la II República española, Niceto Alcalá Zamora. 2 Y, asimismo, por la siguiente Texto de la conferencia pronunciada el 28 de abril de 2004 en la cátedra sobre Ética en la Administración pública, organizada por el Ministerio de Obras Públicas y Transportes de Costa Rica. 1 D’ Alberti, Corruzione soggetiva et ogettiva, en el volumen dirigido por el mismo autor y por Finocchi, Corruzione e sistema istituzionale, Bolonia, 1994, p. 13. Cita que recoge García de Enterría, en Democracia, jueces y control de la Administración, Madrid, Cívitas, 2000, 5ª ed., p. 82. 2 Lo ha recordado en mi la semblanza que hace de él en el libro Siete políticos españoles, en la colección “Académicos vistos por Académicos”, que edita la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Me permito recordar lo que cntonces dije (p. 180 y sigs.): “Las impresiones de este primer encuentro con las tierras y las gentes de aquélla América son las que nos invaden a todos los españoles que hemos vivido esta experiencia. Como dice en las Memorias (p. 427): “No sería expresión propia ni sincera reducirlas a la categoría de impresiones, a lo superficial y pasajero, porque adquirieron la perenne profundidad de aquello otro, a tal punto que lo que se ha grabado en mi memoria para siempre es más huella que recuerdo”. En los Anuarios de la Academia de Ciencias Morales y Políticas –así como en el Diccionario de la Real Academia Española, y a partir del próximo número en los Anales de la de Jurisprudencia a propuesta mía– la relación de los académicos correspondientes se divide en tres grupos: españoles, hispanoamericanos y extranjeros. Clasificación análoga a la que el escritor Vasconcellos le recordara durante la estancia en La Habana de los

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  • La tica pblica.

    Por Jess Gonzlez Prez SUMARIO: I. Introduccin. II. Las causas de la situacin y la reaccin. 1. Establecimiento de cdigos de conducta. 2. Formacin tica. 3. Anlisis externo. 4. Conclusin. III. Medidas legales y efectividad. 1. Las medidas legales. a) Al acceder al cargo. b) Durante el ejercicio de la actividad. c) Al cesar en el cargo. 2. Ineficacia. 3. Reaccin social. IV. Eplogo.

    I. Introduccin. El pasado mes de diciembre, en la Universidad Carlos III de Madrid, se present

    el libro de homenaje al Profesor Brewer Caras, dedicado al Derecho pblico a comienzos del siglo XXI, en el que colaboramos la gran mayora de los que nos dedicamos al Derecho pblico en la comunidad iberoamericana. Pues bien, este impresionante libro de tres tomos y ms de 3.500 pginas se cierra con un trabajo que lleva por ttulo tica pblica y corrupcin. Su autora es Sonia Picado, Presidente del Instituto Iberoamericano de Derechos Humanos; se trata de un breve, pero sugestivo, trabajo sobre los retos de la corrupcin a la sociedad y a los Estados.

    Estamos, por tanto, ante una de las graves cuestiones que se plantean en el Derecho pblico al comenzar el siglo XXI.

    Pero, no nos engaemos, la corrupcin no es un fenmeno de hoy. Sneca escribi, hace muchos siglos, que la corrupcin es un vicio de los hombres, no de los tiempos.1 Y el tan divulgado Informe Nolan, elaborado en el Reino Unido por un Comit sobre las normas de conducta en la vida pblica elevado al Parlamento en 1995, del que existen al menos dos traducciones espaolas por organismos oficiales el Instituto Nacional de Administracin pblica y el Instituto Vasco de Administracin pblica, ambas bastante deficientes, lo reflejaba muy grficamente: La debilidad humana afirmaba estar siempre presente entre nosotros; siempre pueden cometerse errores, y el corrupto buscar nuevas vas para jugar con el sistema.

    Recordar siempre mi primer viaje a Amrica. Fue para asistir al I Congreso mejicano de Derecho procesal. Para m, inolvidable, porque comparta la representacin espaola con mi maestro Jaime Guasp. Tambin por la impresin que en todo espaol produce el primer contacto con esta tierra de Amrica, como deca el que fue Presidente de la II Repblica espaola, Niceto Alcal Zamora.2 Y, asimismo, por la siguiente Texto de la conferencia pronunciada el 28 de abril de 2004 en la ctedra sobre tica en la Administracin pblica, organizada por el Ministerio de Obras Pblicas y Transportes de Costa Rica. 1 D Alberti, Corruzione soggetiva et ogettiva, en el volumen dirigido por el mismo autor y por Finocchi, Corruzione e sistema istituzionale, Bolonia, 1994, p. 13. Cita que recoge Garca de Enterra, en Democracia, jueces y control de la Administracin, Madrid, Cvitas, 2000, 5 ed., p. 82. 2 Lo ha recordado en mi la semblanza que hace de l en el libro Siete polticos espaoles, en la coleccin Acadmicos vistos por Acadmicos, que edita la Academia de Ciencias Morales y Polticas. Me permito recordar lo que cntonces dije (p. 180 y sigs.): Las impresiones de este primer encuentro con las tierras y las gentes de aqulla Amrica son las que nos invaden a todos los espaoles que hemos vivido esta experiencia. Como dice en las Memorias (p. 427): No sera expresin propia ni sincera reducirlas a la categora de impresiones, a lo superficial y pasajero, porque adquirieron la perenne profundidad de aquello otro, a tal punto que lo que se ha grabado en mi memoria para siempre es ms huella que recuerdo. En los Anuarios de la Academia de Ciencias Morales y Polticas as como en el Diccionario de la Real Academia Espaola, y a partir del prximo nmero en los Anales de la de Jurisprudencia a propuesta ma la relacin de los acadmicos correspondientes se divide en tres grupos: espaoles, hispanoamericanos y extranjeros. Clasificacin anloga a la que el escritor Vasconcellos le recordara durante la estancia en La Habana de los

  • ancdota que viv a nuestra llegada. Jaime Guasp haba partido de Madrid con una incipiente gripe. El viaje a Mjico entonces duraba 28 horas, con escala en las Azores y en La Habana. Pods calcular el nivel que haba alcanzado la gripe despus de este viaje. Al pasar en el aeropuerto esa serie de controles que hay que pasar al entrar en un Estado, por fraternos que sean los lazos con su pueblo, vi que en el sanitario lo apartaban del resto de los viajeros. Me acerqu a l y le pregunt: Qu te pasa?. Me contest: Que se me ha olvidado el certificado de la vacuna entonces era obligatoria la de la viruela y me van a vacunar; con el fiebrazo que tengo, no se cmo me va a sentar. Por lo que le aconsej: Procura convencer al funcionario, a ver si te dispensa de ello. A los pocos minutos, sali de la sala destinada a tales fines. A mi pregunta: Lo convenciste?, me respondi: Yo no, los 20 dlares que le dej encima de la mesa. Haba tomado contacto con una institucin tan arraigada como la mordida! Aos despus, viniendo precisamente a San Jos en unin de mi hijo Pedro, viv una experiencia parecida en Panam, donde hicimos escala. Gracias al recuerdo de mi maestro, me libr y libr a mi hijo de la vacuna contra la fiebre amarilla.

    Estas son unas de las pequesimas manifestaciones del fenmeno; insignificantes, pero muy expresivas por su extensin.

    Sin embargo, aunque el fenmeno es tan viejo como el hombre mismo, o, ms exactamente, desde la aparicin del poder, al que, como se ha dicho entre nosotros, la corrupcin acompaa como la sombra al cuerpo,3 lo cierto es que ha sido en el ltimo cuarto del siglo XX cuando se ha producido una preocupacin sobre l, en ciertos sectores; tanto en la esfera pblica como en la privada. Porque la corrupcin est estrechamente vinculada al poder, a todo poder, al poltico y al econmico, entre los que existe una ntima relacin. A esta conexin me refera en 1971, en un trabajo que public el Instituto de Investigaciones Jurdicas de la UNAM,4 en estos trminos: En otra ocasin en un trabajo, El administrado, publicado en 1966, p. 70 me refera al contubernio entre polticos y financieros. En realidad es algo ms: es que el poder, el verdadero poder es el econmico. Por eso, cuando un grupo, un clan, una casta, una clase intenta apoderarse de un Estado, sabe que no es suficiente ni definitivo con ser muy importante instalarse en los puestos polticos claves, sino que lo que realmente les dar el poder ser aduearse de la economa del pas. Y se producen dos facetas del fenmeno altamente sugestivas: por un lado, la utilizacin de los mecanismos del poder

    habitantes de la isla: cubanos, espaoles y extranjeros. A lo que contest Alcal Zamora (Memorias, p. 473): Ya dice bastante, pero an expresa ms observar que entre el segundo y el tercer grupo hay diferencia esencial y total, y entre los dos primeros una lnea sutil, que trasciende a lo legal, y no siempre a todo ello. Y despus de una estancia en Buenos Aires de casi dos aos, escribe un soneto que titula Fe en la Patria, del que son estas dos estrofas (Horas de Tregua, p. 49): Si yo hubiese nacido en tu apogeo, ni llorara ms tu desventura, ni tu imagen vera hoy ms pura, ni ms te augurara mi deseo. Mas te siento en Amrica, que veo creacin gigante de tu gran locura imperio que pas, gloria que dura; realidad increble, en que ahora creo. Siempre tuvo profundo sentido de la hispanidad. Pero de una hispanidad en la que Espaa se presentaba como una repblica entre tantas, la ms joven como Estado y la ms antigua como nacin, en pie de igualdad para los derechos, con la conciencia de mayores deberes. Esta idea de la hispanidad se plasm en la constitucin, al consagrar la doble nacionalidad. Persegu tambin dice evitar la lucha entre esos pueblos, interponiendo nuestra mediacin sin ambiciones; obtener del idioma todas las expansiones incalculables en la cultura y del trfico y asentar, en vez de quimricas confederaciones, la solidaridad de una civilizacin y de un destino, que entre otras pocas y bajo otras formas constituy la base del esplendor helnico (Memorias, p. 324). 3 Nieto, A., La corrupcin en la Espaa democrtica, Madrid, 1997, p. 7. 4 Administracin pblica y libertad, Mxico, 1971, p. 48 y sigs. El libro El administrado ha sido reeditado ltimamente por la Fundacin Universitaria de Derecho, Administraciones y Poltica SC, Queratero, Mxico, 2003.

  • para alimentar y nutrir la voracidad de unas empresas, que adquieren una prosperidad ilimitada, pese a la ineptitud de sus elementos rectores, gracias al decisivo apoyo de las autoridades polticas que manejan una economa ms o menos dirigida. Y, por otro lado, el apoyo decidido de esas empresas a los hombres del grupo que aparecen en la primera fila del decorado poltico. Se refiri a este estado de cosas Jacques Mandrin, en un precioso libro sobre esa nueva casta de funcionarios salidos de la Escuela Nacional de Administracin pblica francesa, a cuyos miembros da el expresivo nombre de los mandarines de la sociedad burguesa. En este libro, se refiere a un Estado en el que los Presidentes de los Consejos de Administracin se olvidan de que son ministros, pero en que los ministros no olvidan jams sus Consejos de Administracin.5

    Ha sido, como digo, en el ltimo cuarto del siglo XX especialmente en la ltima dcada, cuando surgi una abundante literatura sobre la corrupcin en uno y otro mbito, que reflejaba la preocupacin creciente de la ciudadana, motivada en buena parte por los grandes escndalos que saltaron en el mbito financiero,6 y, en el mbito pblico, por la colonizacin del Estado y la sociedad por los partidos polticos, en expresin de Von Beyme, situacin que resume as Garca de Enterra: La financiacin de los partidos polticos y de sus campaas electorales est, frecuentemente, en los orgenes del surgimiento de prcticas corruptas, las cuales se extienden inmediatamente por s mismas hacia posiciones individuales. No obstante la reaccin social, estas prcticas corruptas (algunas de las cuales, como en el tercer mundo y en ms de un pas latinoamericano, han llegado a producir la ruina, sin paliativos, de las respectivas economas nacionales), los politlogos y analistas sociales, lejos de prever su control y paulatina desaparicin, hablan de que la corrupcin se incrementar en el futuro, facilitada por la mundializacin de la economa y el desarrollo tecnolgico.7

    La corrupcin ha alcanzado cotas difcilmente superables. Los espaoles ha dicho A. Nieto sentimos que la corrupcin nos rodea, que la poltica y la administracin, como la economa y la sociedad, estn corrompidas hasta la mdula; pero vivimos desconcertados sin lograr asumir lo que est pasando.8 Estamos ante una corrupcin que se ha calificado de sistemtica, pues se ha superado, en parte, la tradicional idea de corrupcin como un acuerdo secreto entre un particular y un funcionario pblico que pactan una determinada contraprestacin singular al margen de la ley y de sus deberes, para pasar a considerarla como un elemento ms del sistema.9

    Es un fenmeno general. En una sociedad globalizada, una corrupcin generalizada. La organizacin Transparencia Internacional, una ONG que empez a actuar en los aos noventa, dedicada a verificar niveles y grados de corrupcin en los distintos pases, segn datos divulgados a principios de 2003, ms del 70% de los pases se encuentran gravemente afectados de corrupcin, apareciendo los ms corruptos

    5 Lenarchie ou les mandarins de la socit burgeoise, Pars, Ed. La table ronde, 1967, p. 123. 6 Al tema dediqu mi intervencin en la Academia de Ciencias Morales y Polticas del curso 2002-2003, con el ttulo De la tica al Derecho en la reglamentacin de la actividad econmica, publicado en los Anales de la Academia. 7 BEYME, V., La clase poltica en el Estado de partidos, (traduccin espaola), Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 94 y sigs. Garca de Enterra, Democracia, jueces y control, op. cit., p. 83. 8 Nieto, Alejandro, Corrupcin en la Espaa democrtica, Barcelona, 1997, p. 8. 9 As, Feria Romero, Mara, en su completo y sugestivo trabajo Aplicabilidad de las normas ticas en la Administracin pblica gallega, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 1999, p. 32. Esta sistematicidad dice, reiterando lo que haba afirmado Nieto supone una red de complicidades en continuo funcionamiento que dotan a la corrupcin de consistencia, por un lado; pero, por otro, de una mayor vulnerabilidad, en la medida en que se implanta una inevitable contraprestacin de favores, cuya clandestinidad pasa a depender de los silencios y chantajes de muchos y no slo de unos pocos.

  • Bangladesh, Nigeria, Paraguay y Madagascar, y los menos corruptos Finlandia, Dinamarca, Nueva Zelanda e Islandia.

    Marta Lagos, que presenta los datos iberoamericanos, se refiere a lo que ha averiguado concretamente la ONG Corporacin Latino-barmetro. Estos son los datos: La opinin pblica iberoamericana considera que la corrupcin se ha incrementado, en el ao 2002 respecto al anterior, segn el 80% de las encuestas, porcentaje que se descompone entre un 72%, que opinaba que haba aumentado un montn, y un 8%, que un poco. Se considera en la regin que el 71% de los funcionarios estn corrompidos, con el 89%, Argentina y el 85%, Ecuador, van ambos en cabeza, y al final est Chile, con el 48%; con un 77% vemos a Mxico y con un 61% a Brasil.10

    En Espaa la preocupacin ha descendido ltimamente. En 1993 y 1994, como consecuencia de los casos de corrupcin que se descubrieron, en los barmetros mensuales del Centro de Investigaciones Sociolgicas apareca la corrupcin como el segundo problema ms importante despus del paro en la valoracin de los espaoles; partir de 1996 baj notablemente, ocupando en 2002 el dcimo lugar.11

    En Costa Rica, creo que desde adentro se ve la situacin ms grave que la que reflejan los barmetros desde afuera. Hace unos aos me sorprendieron los trminos que se empleaban en un artculo sobre Deontologa del servicio pblico. En l se deca: La sociedad costarricense est pasando por una grave crisis de valore morales, fundamentalmente, ticos o morales. Diariamente, los medios de comunicacin nos informan que funcionarios pblicos, en todas las jerarquas, son objeto de cuestionamientos por procederes antiticos en su quehacer, lo cual hace que la ciudadana pierda la confianza en las instituciones pblicas o, peor an, en el rgimen democrtico. Esto se ha reflejado en las diferentes encuestas que se han realizado en los ltimos meses.12

    La preocupacin por el fenmeno, efectivamente, ha dado lugar, a su vez, a la preocupacin por la erosin de la confianza del ciudadano en los titulares de los rganos pblicos. Es ms, me atrevo a afirmar que si a nivel poltico se produjeron las reacciones conocidas en los distintos pases, no se debieron al hecho de la generalizacin de la corrupcin. No. De lo que se preocup bsicamente la clase poltica fue de evitar que fuera en aumento la desconfianza ciudadana. Uno de los objetivos de las reacciones as, del Informe Nolan era reconstruir esa confianza pblica; ms que uno de los motivos era el principal. En todo l est presente la afirmacin que se hace en un momento del mismo: La erosin de la confianza pblica en los titulares de los oficios pblicos es una cuestin muy seria.

    Preocupacin que ha rebasado los mbitos estatales, como ya se puso de

    manifiesto en el I Congreso Internacional de tica pblica celebrado en Washington en 1994.13

    En Caracas, el 29 de marzo de 1996, se suscribi la Convencin Americana Contra la Corrupcin, en el marco de la Organizacin de Estados Americanos (Ley N

    10 Cif. Juan Velarde Fuentes, en Sobre algo que est torcido, ABC de 27 octubre 2003. 11 Buqueras, La sociedad civil y la clase poltica, discurso de recepcin en la Academia de Doctores, Madrid, 2002, p. 64. 12 En la revista Ivstitia, N 104, (enero-febrero 1996), p. 22. Su autor: Manuel F, Jimnez A. 13 Garca, Mexia, Reflexiones al hilo del I Congreso Internacional de tica pblica. Manifestaciones jurdico-pblicas, Revista Argentina del Rgimen de la Administracin Pblica RAP N 136: 497 y sigs.

  • 24.759),14 cuyos propsitos eran: 1. Promover y fortalecer el desarrollo, por cada uno de los Estados partes, de los mecanismos necesarios para prevenir, detectar, sancionar y erradicar la corrupcin; y 2. Promover, facilitar y regular la cooperacin entre los Estados partes a fin de asegurar la eficacia de las medidas y acciones para prevenir, detectar, sancionar y erradicar los actos de corrupcin en el ejercicio de las funciones pblicas y los actos de corrupcin especficamente vinculados con tal ejercicio. En cumplimiento de la convencin han sido promulgadas leyes sobre tica pblica en los distintos Estados que la suscribieron.

    Y el Consejo de la OCDE, el 3 de abril de 1998, adopt un conjunto de principios ticos, recomendando a los pases miembros que los establecieran en sus administraciones para asegurar, de esta manera, el buen funcionamiento de las instituciones y la promocin de la conducta tica del servicio pblico.

    En Costa Rica, como he sealado, la preocupacin super, en mucho, a la de los pases del entorno e incluso a la de los europeos. Y me atrevo a afirmar que obedece a razones menos bastardas que en los dems. En mi trabajo La tica en la Administracin pblica deca: [...] un pas tan sensible a estos temas con tanto sentido jurdico como Costa Rica no poda por menos de reaccionar, adoptando las disposiciones para atacar este flagelo, que resuma.15

    El Ministerio de Obras Pblicas y Transportes de Costa Rica ha estimado que estos esfuerzos no han sido suficientes para disminuir el problema de la corrupcin. En consecuencia, ha elaborado un proyecto de Reglamento de tica y Normas de Conducta del Servidor pblico del Ministerio de Obras Pblicas y Transportes y rganos adscritos, como un instrumento jurdico para buscar una radical renovacin personal y social, capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia que requiere la funcin y el servicio pblico en aras de satisfacer el inters pblico. En l, con un depurado y bellsimo estilo, se sientan un conjunto de principios, valores morales y normas de conducta que deben regir las actuaciones de los servidores que forman parte de esta institucin, que se concretan en 32 artculos, sistematizados en nueve apartados.

    II. Las causas de la situacin y la reaccin. Si no parece existir duda sobre el diagnstico de la situacin ni sobre la necesidad

    de una reaccin, las diferencias aparecen a la hora de determinar las causas y, consiguientemente, las medidas en que ha de concretarse la lucha contra la corrupcin.

    A qu se debe esta generalizacin, los mtodos refinados de la corrupcin en los ltimos aos y la previsin de que se incrementar en el futuro. Y es que, al final, vamos a acabar echando la culpa de todos los males a la globalizacin de la economa y al desarrollo tecnolgico. Aunque no pueda en modo alguno olvidarse que estamos muy lejos de que se haya comprendido el alcance y las consecuencias del valor tico de la suficiencia, segn el cual las diferencias en bienes econmicos entre las personas o entre los colectivos no pueden sobrepasar ciertos lmites.16

    14 Su texto, en Anexo del T. IV (El procedimiento administrativo) del Tratado de Derecho administrativo, de A. Gordillo, Buenos Aires, 4 ed., 2000. Cfr. Feria Romero, Aplicabilidad de las normas ticas en la Administracin pblica gallega, Santiago de Compostela, 1999, p. 30 y sigs.; J..D. Cincunegui y J. B. Cincunegui, La corrupcin y los factores de poder, Buenos Aires, 1996, p. 206 y sigs.; D. de Figueiredo Moreina Neto, tica na administraco publica (moralidade administrativa do conceito efectivacao), en Mutasoes do Directo Administrativo, Ro de Janeiro, 2000, p. 49 y sigs. 15 La tica en la Administracin pblica, Cvitas, 2000, 2, 2000, p. 30. 16 Mndez, Aspectos ticos de la globalizacin, en Globalizacin y persona, Unin Editorial, Madrid, 2003,

  • Somos muchos entro otros, Manuel F. Jimnez, en el trabajo publicado en Ivstitia, a que antes me refer los que creemos que la corrupcin de hoy no es sino una de las manifestaciones de la degradacin de los valores morales; que estamos viviendo unos momentos en que las sociedades occidentales se ven zarandeadas por una interna y externa crisis de valores en que toda una civilizacin, falta de vigor moral, amenaza con derrumbarse y en que incluso los que reclaman la vuelta a races ticas, una gran parte se halla atrapada en las movedizas arenas de una tica subjetivista y relativista.17 Si hoy vivimos en Occidente una crisis de valores morales es porque, en el fondo, vivimos una crisis de los valores que el cristianismo representa y esta crisis enlaza directamente con el sentimiento de obligatoriedad en nuestra sociedad y, paralelamente, la inflacin de la actividad reivindicatoria, o dicho de otra forma, la crisis actual repercute positivamente a favor de los derechos y negativamente a favor de los deberes.18 En una sociedad que valora por encima de todo la productividad y la eficacia, la riqueza material y el individualismo posesivo dice Mara Feria no es de extraar que los valores morales no encuentren sitio ni aplicacin en las formas de vida que estamos construyendo.19

    Asistimos a una quiebra general de los valores morales; en la vida pblica y en la privada; en el poltico y en el ciudadano; en el administrador y en el administrado.

    No siempre ha sido as. Aunque, evidentemente, existe una influencia entre la tica pblica y la privada, ha habido pocas en que la inmoralidad de la clase poltica contrastaba con la rectitud del ciudadano medio; mientras que, en otras, era la conducta de los ciudadanos la que no estaba a la altura de la ejemplaridad de los gobernantes. Hoy, desgraciadamente, ni unos ni otros estn en condiciones de elevar su voz pidiendo moralidad. Aunque unos y otros alardeen de unas virtudes, de las pocas virtudes a que ha quedado reducida la tica necesaria para la convivencia ms elemental tica para nufragos, ha sido designada en una obra aparecida en 1995.20 Como dice Sonia Picado, [...] ese mismo ciudadano que postula airado contra la corrupcin es incapaz de respetar las seales de trnsito, de mantener limpias las ciudades o de entender que si desea un buen funcionamiento de los servicios pblicos debe pagar impuestos.21 Y no es infrecuente que, a veces, en ciertos sectores afortunadamente reducidos o, si se p. 213. 17 Termes, Rafael, El papel del cristianismo en las economas de mercado, Universidad de Navarra, 1994, p. 1. 18 As, Robles, Gregorio, Los derechos fundamentales y la tica en la sociedad actual, Cvitas, 1992, p. 84. Despus (en p. 88 y sigs.) insistir en esta idea al afirmar: [...] la causa ideolgica de la crisis de valores est en la extensin del relativismo moral y de la concepcin utilitaria de la felicidad, la causa psicolgica paralela a la anterior es la prdida del sentido del deber y el consiguiente fortalecimiento del sentido de los derechos. [...] el relativismo moral es un producto del individualismo extremo, esto es, el solipsismo. No existe instancia superior a mi conciencia, soy yo quien decide lo que es bueno y lo que es malo, lo que est bien y lo que est mal. Lo bueno no es bueno porque sea bueno en s, sino porque yo decido que es bueno en virtud de mis propias razones, que son aquellas que a m me convencen. Como sealaba Legaz, los hombres olvidan a menudo el origen divino de la libertad y de la dignidad humana; pero vuelven su mirada a Dios cada vez que un nuevo absolutismo, de derechas o izquierdas, suprime libertades y afrenta a la dignidad del hombre. A la omnipotencia del hombre no podemos oponer ms que la omnipotencia de Dios (en La nocin jurdica de la persona humana, Revista de Estudios Polticos, N 55, p. 43). Me remito a mi trabajo La dignidad de la persona, Cvitas, 1986, p. 26 y sigs. Refirindose al mundo de los negocios, se ha dicho que en l est de moda la tica, porque muestra una alarmante carencia de tica, aunque, probablemente, no ms que en el mbito personal, familiar, poltico o social. As, Argandoa, en la op. cit., La dimensin tica de las instituciones y mercados financieros, Fundacin BBV, Madrid, 1995, p. 23. 19 En aplicabilidad de las normas ticas en la Administracin pblica gallega, op. cit., p. 79. 20 De Jos Antonio Molina, Barcelona, 1995. 21 tica pblica y corrupcin, en El Derecho pblico a comienzos del siglo XXI, Estudios en homenaje al Profesor Allan R. Brewer Carias, Thomson Cvitas, 2003, III, p. 3380.

  • quiere, de la masa, hasta se encuentre justificada la conducta corrupta de sus lderes: si antes se lucraban los otros, por qu no van a poder enriquecerse los nuestros al llegar al poder?

    Aunque muy extendida, la vinculacin de la situacin a la crisis de los valores, no es, sin embargo, la opinin general. Sin desconocer la posible influencia del factor tico, se prescinde de l por el subjetivismo de los valores, por la generalizacin de la doble moral y porque la tica se ha refugiado, como la religin, en la privacidad, en una cuestin ntima, en una eleccin individual que no debe trascender a la sociedad.22

    Y se aducen una serie de causas que en buena parte son proyeccin de aqulla. Me permito destacar una, que tiene sus races a comienzos del siglo XX y que fue extendindose en todas las Administraciones pblicas, siendo general al comenzar el siglo XXI: la ausencia de espritu de servicio pblico.23 En los primeros aos del siglo XX se haba ido consolidando un modelo continental europeo de funcin pblica, que responda a la idea de un funcionario permanente y profesionalizado, devoto del servicio pblico, orgulloso de servir a los intereses generales, y con mayores obligaciones y motivaciones de las que podran resultar de una simple contratacin sujeta a las leyes del mercado; estos rasgos se ha dicho se extreman en el modelo francs de funcin pblica, articulado sobre cuerpos especiales que se ajustan a los servicios y administraciones a su cargo al modo como los cuerpos militares se ajustan a las diversas armas y especialidades necesarias para la guerra; por ello, el contenido de la relacin funcionarial se nutre del principio segn el cual los deberes del funcionario no tienen lmites de tiempo ni de intensidad, pues se corresponden con el buen funcionamiento del servicio; el funcionario est obligado a cumplir con todas aquellas prestaciones que se precisan en los reglamentos del servicio y, por ende, a asumir todas las tareas que, en general, exija una ptima prestacin. As, el concepto de las necesidades del servicio se convierte en el mdulo, la regla mtrica del comportamiento burocrtico.24 Este modelo va a resultar erosionado por el contagio al sector pblico del sindicalismo del sector primario. El modelo tradicional informado por el principio del servicio pblico impeda reconocer un derecho asociativo y sindical pleno; la regularidad y continuidad del servicio pblico eran incompatibles con la utilizacin de los medios de accin y lucha del proletariado y, en especial, el derecho a al huelga.25

    Pues bien, frente a la mstica de la funcin pblica y del servicio del Estado, los funcionarios sindicalistas se vean a s mismos como puros y simples trabajadores y como tales, no como funcionarios, queran ser tratados. En 1908, un maestro francs deca: [...] no queremos que se nos contine llamando apstoles del progreso; no queremos que se hable de nuestra alta misin civilizadora. Estamos cansados. Somos maestros como otros son cerrajeros y viadores, porque el oficio nos place, evidentemente, ms que ningn otro, pero sobre todo para ganar nuestra vida.26 La presin sindical acabar imponindose en casi todos los Estados europeos y, al reconocerse a los funcionarios aquellos derechos, la administracin no ser ya la casa 22 Nieto, La corrupcin, op. cit., p. 79 y sigs. 23 Se enumera, entre otros casos, por ejemplo, en Diego O. Bautista, en La tica en el marco de la Administracin pblica. Medidas para fomentar la tica en los servicios pblicos, Revista Iberoamericana de Administracin pblica, N 10, p. 76. 24 Parada, Empleo pblico y globalizacin de la economa, Documentacin Administrativa, N 243, p. 6 y sigs. 25 Un excelente resumen de la cuestin, en Cassagne, La huelga en los servicios esenciales, Madrid, Cvitas, 1993, Vid. Tambin, Dez Snchez, El derecho de huelga del funcionario, Madrid, 1990. 26 Citado por Oior Hermignie, El estado y sus agentes. El sindicalismo administrativo, traduccin de Francisco Lombarda, Madrid, Espaa Moderna, s.f.

  • donde vive, el altar que venere el funcionario, sino la otra parte, el patrono del que hay que desconfiar y contra el que hay que enfrentarse; termin la finalidad al servicio pblico.27 Recuerdo el da en que el Consejo de Estado francs declar lcita la huelga de funcionarios. Nosotros, los que habamos dado vida a la revista de Administracin pblica, ramos jvenes. Y, como tales, recibimos la noticia eufricos, como de un gran acontecimiento. Y le dedicamos un artculo en el nmero 2 de la revista (correspondiente a mayo-agosto de 1950). Desde luego fue un gran acontecimiento. Pues con aquel arrt del Conseil DEtat se consumaba el fenmeno de desaparicin del espritu de servicio pblico.

    Mi compaero y buen amigo Fernando Sainz Moreno es de los que no comparten la idea de imputar la situacin a la quiebra de los valores ticos. Dice: [...] la conciencia de cada uno sigue siendo el criterio esencial de toda tica; ese conocimiento que cada uno de nosotros tiene del bien y del mal y que ninguna regla exterior puede hacer callar (in interiore homine habitat veritas).28

    Cierto. Ninguna regla exterior puede hacer callar nuestra conciencia. Pero en la formacin de esa conciencia, desde la niez, han influido factores muy diversos, desde la intimidad familiar, que han contribuido a fortalecer o a debilitar esa ley eterna que, segn San Agustn, Dios grab en cada uno de nuestros corazones y que para muchos es el Derecho natural, que tanto tiene que ver con el sentido comn y con la naturaleza de las cosas; ley eterna que estaba reflejada en unos valores ticos admitidos inequvocamente. Y estos valores son los que no tienen sitio en una sociedad dominada por el materialismo, la productividad y el hedonismo.

    Esto lo ha venido a reconocer el propio Lord Nolan, el Presidente de la Comisin que en el Reino Unido elabor el clebre informe, del que tanto se ha hablado estos aos. En unas Jornadas sobre tica Pblica que organiz el Instituto Nacional de Administracin Pblica en Madrid, los das 15 y 16 de abril de 1997, fue invitado a pronunciar la leccin inaugural. En aquella conferencia, al destacar los profundos cambios experimentados en los ltimos aos en los servicios pblicos y en la sociedad, constataba cito literalmente: Hubo una poca, no hace mucho, en la que cada pas contaba con sus propias e inequvocas tradiciones morales y ticas. Hoy, la vida es incierta. En todos los pases, los medios de comunicacin modernos abren la puerta a normas ticas diferentes y a veces conflictivas. La influencia ejercida por el hogar, la Iglesia y la escuela es menos intensa, mientras que la influencia de los medios de comunicacin es mayor que nunca. Cine, televisin, revistas y peridicos muestran al pblico normas ticas que son buenas o malas o, a veces, simplemente amorales. Por ello, no es de extraar que las organizaciones (pblicas o privadas) no puedan dar por sentado que la nueva persona que ingresa en ellas, ya sea un directivo o un empleado en prcticas, un diputado o un auxiliar administrativo, conozca y comprenda el comportamiento tico que se espera de la misma sin que se lo haga saber; repito: no se puede dar por sentado el comportamiento tico que se espera de l.29

    Y, ante esta situacin, partiendo de los siete famosos principios del informe que lleva su nombre, propona que, al margen de las posibles normas legales, se siguieran las siguientes vas:

    27 Parada, Empleo pblico, op. cit., p. 53 y sigs. Sobre el tema, me remito a mi trabajo El Derecho administrativo, en La ciencia del Derecho durante el siglo XX, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1998, p. 299 y sigs. 28 Principios ticos y ejercicio de la funcin pblica, en La Universidad y las profesiones jurdicas, Universidad Complutense de Madrid, 1998, p. 129. 29 En Jornadas sobre tica pblica, INAP, Ministerio de Administraciones Pblicas, 1997, p. 29 y sigs.

  • - Que todo organismo establezca su cdigo de conductas, claras y precisas, que hay que hacer cumplir.

    - Que se esfuercen en la formacin tica de los funcionarios. - Y, por ltimo, la implantacin de unos rganos de control externo. Detengmonos en cada uno de estos puntos. 1. Establecimiento de cdigos de conducta. Desconfiando de las leyes, Lord Nolan opta por acentuar los mejores instintos de

    las personas que forman el servicio pblico, alentndolos, y desarrollar lo que a partir de ahora se conocera como una cultura corporativa positiva.

    Antes, haba constatado que ya no vivimos en aquella poca en que cada pas contaba con sus propias e inequvocas tradiciones morales y ticas, en que todo el mundo se educaba en el hogar y en la escuela en virtud del mismo entendimiento de lo que es el bien y el mal. Ahora lo haba constatado tambin, cine, televisin, revistas y peridicos muestran al pblico normas ticas que son buenas o malas o, a veces, simplemente amorales.

    En una palabra, como han desaparecido unos valores ticos vigentes en general en cada pas, hay que reinventarlos. En definitiva, los cdigos ticos son las nuevas normas ticas, y, como ya no existen valores universales ni nacionales, lo que se propone son cdigos de conducta de cada organizacin, cdigos que deben constituir la expresin escrita de un ethos que forme parte de la cultura corporativa de la organizacin. Normas que todos deben respetar, que deben hacerse cumplir.

    Pero como la conciencia de cada uno seguir siendo el criterio esencial de toda tica, las normas de los cdigos de conducta sern asimilables en la medida en que no repugnen a la conciencia de cada cual. Conciencia que estar definida por normas que, claramente o subrepticiamente, van a imponer los medios de manera implacable. Pues, aunque hoy subsisten en algunas zonas del mundo los brutales procedimientos de manipulacin del hombre de la poca de Auschwitz o del Gulag, se prefiere utilizar formas ms cultivadas y hasta seductoras para reducir a la persona a la condicin de simple objeto maltratado o acariciado, abyecto o admirable, pero objeto, instrumento, algo asible, mensurable, manipulable, que se puede inventar y cualificar. El continuo bombardeo de que es objeto la persona humana con estmulos infraliminales no acusados por la consecuencia puede resultar ms eficaz que los tratamientos a que pudieran ser sometidos los prisioneros del ms siniestro campo de concentracin para lograr su envilecimiento, su anulacin total como seres libres. As lo puso de manifiesto mi compaero de la Academia de Ciencias Morales y Polticas, Lpez Quintas, en su discurso de ingreso en ella (Las experiencias de vrtigo y la subversin de valores, 1986) y en un excelente trabajo, Estrategia del lenguaje y manipulacin del hombre (Madrid, segunda edicin, 1980). No es que, como deca Lord Nolan, se nos muestren normas ticas que pueden ser malas o por lo general amorales. Es que se nos estn imponiendo subliminalmente, en especial a los nios, con ms eficacia que los aparatos de propaganda de los Estados totalitarios imponan el culto a la raza o a la clase.

    Yo recuerdo que, en mi infancia, cuando en las sesiones de cine la pelcula base era precedida, aparte de por noticiarios, por otras pelculas cortas ms o menos educativas, haba una serie policaca americana que me encantaba, titulada El que la hace la paga. Naturalmente, el malo siempre acababa sufriendo el peso de la ley. Y una censura o autocensura de las casas productoras no permitan que los crmenes quedaran impunes. No haba duda de lo que era bueno y de lo que era malo.

  • Hoy las cosas han cambiado. No son infrecuentes pelculas en las que aparece como hroe un inteligente pirata informtico, un astuto estafador o hasta el ms despiadado mafioso. Pelculas en las que el malo, en vez de acabar en la crcel, lo hace en una paradisaca isla del Caribe o del Pacfico frente a una botella de Don Perignon y una fuente de caviar rodeado de esplndidas mujeres.

    Esto es lo que conduce a la conviccin de la necesidad de cdigos de conducta; cdigos que nos digan qu es lo bueno y qu es lo malo, qu es lo que podemos y lo que no podemos hacer; y nos recuerden cosas tan elementales como que no debe utilizarse el puesto de trabajo en beneficio propio, hacer uso indebido de la informacin privilegiada, recibir regalos aunque en esto hay cdigos que matizan hasta qu lmites y en qu condiciones, los tratos de favor, el uso de los medios de trabajo en beneficio propio. A propsito de esto ltimo, recuerdo que hace ya varios aos me comentaba un Subsecretario de Hacienda recin nombrado que, al poco de tomar posesin y verificar unos datos, comprob que en una agencia tributaria, cuyas funciones eran puramente de informacin al contribuyente, y por tanto el telfono estaba para recibir llamadas y no para lo contrario, las cuentas que se pagaban mensualmente a la compaa telefnica ascendan a bastantes millones de pesetas. Lo que, aparte del gasto desorbitado, supona obstaculizar el acceso del ciudadano a este medio de informacin, al estar las lneas continuamente ocupadas por las conversaciones privadas de los funcionarios. La pregunta que inmediatamente surge es, pero hemos llegado a tal nivel de degeneracin para saber que todo eso es malo? Es que no basta el sentido comn y la naturaleza de las cosas para saber que eso no se debe hacer? Ha llegado a tal grado la influencia de los medios? Es que hace falta un cdigo de conducta que lo diga como si fuera un nuevo catecismo?

    Es indudable que no siempre ha sido ntida la separacin entre lo que est mal y lo que est bien, ni inmutable la lnea de separacin. Por citar un ejemplo expresivo, hubo una poca en que se consider normal el llamado sistema de botn para seleccionar a los funcionarios, y, aunque fue sustituido por el de mrito y capacidad (que hoy repiten hasta la saciedad los cdigos de conducta y las leyes), sigue vigente, no slo respecto de un determinado sector de puestos de trabajo, sino respecto de los dems, haciendo manejables los criterios de seleccin.

    2. Formacin tica. Pero no basta con establecer normas de conducta claras y su difusin, a fin de que

    sean conocidas y se hagan cumplir. Es necesaria la formacin. Lo deca Lord Nolan en estos trminos:

    Si los cdigos de conducta sirven para asegurarse de que las organizaciones establecen normas, la formacin es esencial para reforzarlas. Una formacin inicial en materia tica es especialmente importante. De esta manera, ningn funcionario puede alegar el desconocimiento de las reglas y, al mismo tiempo, se inculcan los buenos hbitos antes de que se aprendan los malos.

    Pero, adems de la formacin inicial, es tambin necesaria una formacin continua. Es necesario recordar al personal con regularidad la poltica de la organizacin en materia tica y no simplemente a travs de la emisin anual del memorando intimidatorio del director. Dicha formacin habr de ampliarse a los directivos de altos cargos, en parte como una manera de mantener al equipo directivo involucrado y apoyando constantemente el compromiso corporativo y, en parte, para alentarles a mantener las normas vivas y relevantes.

  • Volvemos a lo mismo. Ante la falta de formacin o deformacin tica del que accede a la funcin pblica, hay que suplirla, haciendo pasar al aspirante por una catequesis laica inicial, que habr de continuar ulteriormente, con la asistencia peridica a una especie de ejercicios espirituales, tambin laicos.

    3. Anlisis externo. Y el tercer requerimiento que haca Lord Nolan para que se realizaran los famosos

    siete principios de la vida pblica del informe que lleva su nombre era la sujecin a un anlisis externo, que siga su cumplimiento.

    Requerimiento ste que s ha sabido atenderse en los distintos pases, crendose comits o comisiones nacionales de tica pblica, investidos de ms o menos potestades e integrados por miembros de diversa procedencia, con el consiguiente incremento de cargos y de los gastos pblicos. Otra cosa es la eficacia de estos rganos.

    4. Conclusin. La reaccin ante estas medidas fue, en un principio, hasta entusiasta. Lleg a

    decirse del Informe Nolan que marcaba un hito en el sistema poltico y administrativo britnico y a tener un valor referencial de primer orden para todas las democracias europeas,30 propugnndose la elaboracin de un cdigo de tica pblica lo bastante general como para contemplar la mayora de las conductas pblicas en las que puede surgir un conflicto tico, pero sin descender a un detalle excesivo en la tipificacin, que lo hara escasamente operativo. Un cdigo de tica pblica, de aplicacin en todas las administraciones de nuestro pas, con normas de ticas complementarias por sectores, que hagan incidencia en aspectos ms concretos y, por tanto, tipificables de la actividad administrativa (trabajo cara al pblico, manejo de bienes pblicos, especial vinculacin de determinados funcionarios con sectores privados por su perfil acadmico o profesional, por ejemplo, etc.).31

    Pero acab por dominar un clima de desconfianza y hasta de inutilidad de los cdigos. Alejandro Nieto lleg a decir del Informe Nolan: Se trata de un parto de los montes, absolutamente intil (al menos desde la perspectiva espaola), superficial, tolerante, autocomplaciente quiz hipcrita y de aguadas conclusiones que se limitan fundamentalmente a la recomendacin de inspidos cdigos deontolgicos. Actitud que contrasta con el pragmatismo norteamericano del Foreing Corrupt Practices Act o de la ley polaca de anticorrupcin de 1992 o, en fin, el Corruption and Economic Crime Act de Bostwana de 1994.32 Y Fernando Sainz Moreno manifest: Un Cdigo de deontologa funcionarial no es aconsejable; no slo porque los funcionarios ya estn sometidos a reglas disciplinarias que desempean, en parte, la funcin de esos cdigos, sino, sobre todo, porque nunca podran solucionar el tipo de problemas que hemos examinado en esta conferencia. Yo creo, como deca Gregorio Maran, que la sabidura es la que da la conciencia, y no los reglamentos (Vocacin, tica y otros ensayo, Madrid, 1953, p. 350).33

    30 Garca de Enterra, Democracia, jueces y control, op. cit., p. 85. 31 Rodrguez Arana, Cuestiones deontolgicas en torno al trabajo en la Administracin pblica, p. 22 y sigs. 32 La corrupcin, op. cit., p. 22 y sigs. 33 Principios ticos, op. cit., p. 38.

  • El Ministerio de Obras Pblicas y Transportes de Costa Rica no ha sido arrastrado por la moda de los cdigos de conducta, de esos inspirados cdigos deontolgicos de que habla Alejandro Nieto. Y lo que ha elaborado ha sido un reglamento, que, una vez aprobado y publicado, constituir una normativa imperativa, que obligar a todos los servidores pblicos de ese ministerio. Sienta, por supuesto, unos principios y valores morales tan elementales como olvidados; pero, tambin, unos deberes y prohibiciones, as como las sanciones con que puedan castigarse las infracciones con remisin a los reglamentos respectivos. Estamos, en definitiva, ante un cuerpo normativo disciplinario, en el que se detallan y especifican aquellos deberes en que de modo especial se manifiestan las exigencias ticas olvidadas.

    III. Medidas legales y efectividad. 1. Las medidas legales. Aunque, desde el Informe Nolan, las medidas de regeneracin tica adoptadas se

    han orientado hacia los cdigos de conducta, a pesar de las crticas por stos suscitados, lo cierto es que cuando explotan los grandes escndalos, en la esfera pblica o privada, lo primero que se les ocurre a los Estados es acudir a la ley para tipificar infracciones y sancionarlas con las penas ms duras, sin olvidar la creacin de fiscalas anticorrupcin especiales.

    Se reconoce y se reitera hasta la saciedad que el Derecho no lo puede todo, que hay muchas cosas que no se arreglan con normas, que el Derecho tiene sus limitaciones. Pero se acaba en el Derecho.34 Es ms, ante la desconfianza en las virtudes humanas, se estiman ineludibles las leyes, leyes duras que establezcan unas obligaciones y deberes, que no son sino exigencias elementales ticas olvidadas, que sancionen su incumplimiento. Y, reconociendo que el problema excede de los mbitos de los Estados, se firman tratados con la finalidad de hacer efectivas medidas que no lo seran limitadas al mbito estatal. Ejemplo es la citada Convencin Interamericana Contra la Corrupcin (Ley N 24.759), en la que se prev el soborno transnacional (Artculo VM). Y en la Unin Europea existe una unidad en la lucha contra el fraude, adems de otras organizaciones no oficiales con este fin, como la Transparency Internacional, con sede en Berln.

    Las medidas que se repiten en las distintas reglamentaciones, preventivas y represivas, de control e inspeccin, con la finalidad de garantizar un comportamiento tico, imponen a los servidores pblicos una serie de obligaciones, cuyo incumplimiento se sanciona segn la gravedad que revista la infraccin, disciplinaria o penalmente.

    34 As, por ejemplo, Martn L.-Retortillo, Reflexiones de urgencia sobre el Informe Nolan, op. cit., p. 159. Refirindose a la esfera privada, Rafael Termes se mostraba contrario a la profusin de normas, que tan bien suelen ser recibidas por la gente que pide mano dura, aunque la experiencia ponga de manifiesto la escasa utilidad de convertir cuestiones morales en cuestiones de tcnica jurdica, como destacaron David Skeel y William Sfunz, profesores de Derecho en las Universidades de Pensilvania y Harvard. En el mundo actual, es ms probable que los ejecutivos se preocupen ms por lo que pueden hacer legalmente que por lo que es justo y honrado. El resultado acaba diciendo es que los que actan ticamente mal escapan al castigo porque buscan modos originales de eludir la ley. Y ejecutivos honrados, en vez de centrarse en desempear su trabajo honestamente, terminan imitando los mismos juegos legales de los ejecutivos deshonestos. Esta es la consecuencia lgica de confiar demasiado en la ley penal y poco en la regulacin civil y, especialmente, en las normas ticas (The New York Times, 10 de julio de 2002). Termes, Las irregularidades financieras y la Economa de Mercado, Universidad de Navarra, 2002, p. 25 y sigs.

  • Estas obligaciones que en buena parte son deberes ticos incumplidos pueden clasificarse en tres grupos: el acceso al cargo, durante la actividad y al cesar en l.35

    a) Al acceder al cargo. Es natural la diferencia entre el poltico que accede a un alto cargo del funcionario

    y el empleado que hace del servicio a la administracin su modo de vida. La mxima garanta radica en el procedimiento de seleccin inspirado en el

    principio de mrito, principio que est presente en todo el Informe Nolan y que es reiterado en los que se han producido ulteriormente; que no slo debe regir a nivel del funcionario, sino en niveles superiores, procurando que el nombramiento recaiga en personas que valgan, que sean idneas. Sin embargo, desgraciadamente, pese a las solemnes declaraciones, cada da est ms extendida la frmula italiana que se ha denominado lotizzazione, esto es, el reparto partidista de espacios en los rganos pblicos.

    Medida generalizada, por considerarse eficaz, es la obligatoriedad de hacer una declaracin de bienes y derechos al acceder a un cargo, que permita controlar la evolucin posterior del patrimonio durante el desempeo del cargo. Algunas legislaciones reglamentan con minuciosidad el rgimen de las declaraciones, tanto en el aspecto subjetivo personas a que se extiende, contenido y formalidades, as como los sanciones por incumplimiento. Quizs, una de las mas minuciosas sea la Ley N 25.188, de tica de la Funcin Pblica (del 29 de septiembre de 1999, dictada en cumplimiento de la Convencin Interamericana Contra la Corrupcin), cuyo Artculo 5 casi agota las letras del alfabeto para enumerar, en 23 apartados, a las personas obligadas a presentar la declaracin, desde el Presidente y Vicepresidente de la Nacin (apartado a), hasta los directores y administradores de las entidades sometidas al control externo del Congreso de la Nacin, de conformidad con lo dispuesto en el Artculo 120 de la Ley N 25.156, en los casos en que la Comisin Nacional de tica Pblica se le requiere (apartado V), pasando por personal del Legislativo y del Judicial, matizando con detalle en qu casos vienen obligados los empleados o funcionarios pblicos.

    b) Durante el ejercicio de la funcin. Algunas legislaciones, adems de establecer medidas concretas, contienen una

    frmula general, como la Ley N 25.188, antes citada, que en su Artculo 3 impone la obligacin de observar como requisito de permanencia en el cargo, una conducta acorde con la tica pblica en el ejercicio de sus funciones, y aade: [...] si as no lo hicieren sern sancionados o removidos por los procedimientos establecidos en el rgimen propio de sus funciones. Estamos ante un concepto tan indeterminado que parece requerir una tipificacin de los supuestos que conlleva la drstica separacin de la sancin de otras inferiores. Y lo que s parece evidente es que la ley argentina opta decididamente por limitar la exigencia de un comportamiento tico a los servicios pblicos en el ejercicio de la funcin pblica y no fuera de ella. En contra de una tendencia bastante extendida que considera que la ejemplaridad y honradez son virtudes que deben presidir la actuacin de los servidores pblicos tambin fuera del ejercicio de la funcin.

    En las Jornadas chilenas de Derecho pblico, celebradas en la Universidad de Valparaso, en noviembre de 1994, dedicadas a la dignidad de la persona, se trat con especial atencin la conducta del funcionario, que no debe limitarse al mbito estrictamente funcionarial, sino que trasciende el mbito interno de la institucin donde el funcionario se desempea, por cuanto sta no rige solamente respecto de las actuaciones pblicas de quienes revisten la calidad de agentes del Estado, toda vez que

    35 Me remito a mi trabajo La tica en la Administracin pblica, Cvitas, 2000, 2 ed..

  • la vida social, acorde con la dignidad del cargo, debe ser observada por todos los funcionarios en sus actuaciones privadas con el objeto de no daar el prestigio del servicio.36

    No se trata de, con desprecio del para m ms sagrado de los derechos del hombre el derecho a la intimidad, hurgar y entrometerse hasta los ms recnditos espacios, para determinar si un candidato tuvo una debilidad una noche, despus de un da de tensin, y busca las caricias de una dama de pago o si un aspirante a juez sonri y se insinu a una secretaria hace diez aos o ms. Estoy de acuerdo con Lorenzo Martn Retortillo y muy lejos del exacerbado puritanismo estadounidense, en lo que concierne a la vida sentimental de los hombres pblicos y de las mujeres pblicas. Pero no en que nada tiene que decir una tica pblica mientras no haya consecuencias delictivas, mientras no estn en peligro los caudales pblicos o los secretos oficiales.37 Un cosa es una tica pblica no confesional y otra muy distinta que slo sea relevante la conducta delictiva o la que ponga en peligro los caudales pblicos y secretos oficiales. En toda sociedad existen unos estndares de conducta que el poltico y el funcionario deben respetar. Es cierto que tales estndares estn sujetos a rgidos lmites espaciales y temporales. Y que, como he dicho en otra ocasin, existen palabras que no tienen sentido en la sociedad de hoy y se utilizan en sentido peyorativo para ridiculizar a todo aquel que hace gala de ajustar su conducta a ellas como honestidad, modestia, recato, compostura, decencia, moderacin, pudor; mientras que otras han perdido el sentido que antes tenan, como obscenidad, impudicia, pornografa.38 Pero, pese a todo, existe una conducta moral exigible y exigida en la normal convivencia de las personas estimadas honestas, como sealaba Federico de Castro, al comentar los lmites a la libertad contractual que impone el Cdigo Civil.39 Y, an hoy, pese a todo, aquellas ideas trasnochadas siguen teniendo relevancia en el ordenamiento jurdico, como por ejemplo, en la legislacin sobre proteccin a la juventud y a la infancia, dictada en desarrollo del Artculo 20.4 CE y de las directrices comunitarias, como la Ley N 25/1994, de 12 de julio; Decreto N 1.189/1982, de 4 de julio, y la LO N 1/1996.40

    Si a nadie debe importar la conducta del poltico o del funcionario en su intimidad, s parece que importa a todos que la conducta pblica se aparte de aquellas normas exigidas por la normal convivencia o sean contrarias a lo que todava constituyen pautas de conducta que deben ser ejemplo de la infancia y de la juventud. Si la legislacin prohbe la publicidad por cualquier medio de comunicacin social que contenga imgenes obscenas o expresiones contrarias a la moral y buenas costumbres (Ley N 25/1994, de 12 de julio; Ley N 34/1988, de 11 de noviembre), cmo va a ser indiferente que los que, por el puesto que ocupan en la sociedad, deben ser ejemplo de conducta, incurran en actitudes que el propio ordenamiento jurdico prohbe? No se trata tan slo de que, contrariamente a lo que constituye el pan nuestro de cada da, los

    36 Cfr. en La dignidad de la persona, XXV Jornadas chilenas de Derecho pblico, Universidad de Valparaso, 1995, T. III; los trabajos de Sandra Ponce de Len y Jorge Reyes, Dignidad de la funcin pblica, p. 45 y sigs, en especial, p. 57 y sigs; San Martn Cerruti, El principio de la probidad administrativo (p. 97 y sigs.); Quirke, Herrera, Alvarado e Ibarra, Implicaciones jurdicas sobre la corrupcin (p. 121 y sigs). 37 L. Martn Retortillo, Reflexiones de urgencia sobre el informe Nolan, Revista Aragonesa de Administracin pblica, N 11, 1997, p. 158. 38 Gonzlez Prez, La pornografa en el Tribunal Constitucional, REDA, N 91, p. 467 y sigs. 39 De Castro, El negocio jurdico, Cvitas, 1985, p. 246. En el mismo sentido, en mi trabajo Administracin pblica y moral, Cvitas, 1995, p. 17 y sigs. y de Buen, en La moral en el Derecho civil, Revista de la Facultad de Derecho de Mxico, nmeros 172 a 174, 1990, p. 58 y sigs. 40 Gonzlez Prez, La proteccin de la juventud y de la infancia, Anales de la Academia y Jurisprudencia y Legislacin, N 27, 1197, p. 377 y sigs.

  • medios de comunicacin no divulguen, cuanto ms grficamente mejor, los actos vergonzosos de los hombres pblicos y mujeres pblicas, sino de que cuando estos hombres y mujeres ocupan puestos de prestigio social (abstraccin hecha de los que son pblicos en otros mbitos), se abstengan de tales conductas en pblico, condenndose con el mximo rigor cualquier invasin en su intimidad. No se pretende peligro que denunciaba Martn Retortillo que nos convirtamos en una sociedad de cotillas, de miradores por el agujero de la cerradura, sino de prohibir que se llegue a la intimidad por los sofisticados medios que hoy ofrece la tcnica. Y de exigir al poltico y al funcionario que, cuando salga de su esfera ntima, cumpla con unas mnimas exigencias de dignidad y decoro. Pues los ms graves atentados a la dignidad se cometen por la propia persona.

    Los ordenamientos han venido estableciendo unas obligaciones para todos los funcionarios durante el ejercicio de la actividad, como las incompatibilidades y obligacin de abstencin. A estas obligaciones tradicionales se han ido aadiendo otras medidas, como las siguientes:

    - Prohibicin para los titulares de altos cargos de tener por s o junto con su cnyuge e hijos dependientes participaciones superiores a un determinado porcentaje en empresas que tengan conciertos o contratos de cualquier naturaleza con el sector pblico.

    - Controles, a fin de verificar el incremento del patrimonio con significativo exceso respecto de sus ingresos legtimos. Con las dificultades que supone su verificacin ante los sofisticados medios de que dispone la sociedad actual para ocultar patrimonios. Aunque a veces no tan sofisticados. Como ocurri en Espaa, en los aos en que la corrupcin alcanz los niveles ms altos: un secretario de Estado sobre el que recayeron sospechas muy fundadas adujo que su patrimonio no haba aumentado ni un cntimo del que declar al acceder al cargo. Pero el de su suegro s haba aumentado en proporciones desorbitadas, el cual adujo que ello fue el resultado de sus negocios, cuando todo su negocio era una humilde ferretera.

    - Limitar las facultades discrecionales en los procedimientos de contratacin. Sin embargo, pese a esta tendencia de reforzar la garanta consistente en la

    sujecin a procedimientos formalizados de la accin administrativa en los distintos aspectos, lo cierto es que en algunos Estados, bajo el procedimiento de agilizar la actividad administrativa as ha ocurrido en Espaa se atenan aquellas facultades, dejando a los administradores un mayor margen de discrecionalidad, que, en su ejercicio, se traduce en arbitrariedad. Tanto en la provisin de medios personales como en los materiales, como en la funcin de realizacin de fines, se huye de las formalidades de las normas nacidas en el siglo XIX y consolidadas en la primera mitad del siglo XX, facilitando a los gobernantes la contratacin con los afines a sus respectivos partidos polticos.

    Entre los deberes que se establecen en el proyecto de Reglamento de tica y Normas de Conducta del Servidor Pblico del Ministerio de Obras Pblicas y Transportes, me ha llamado especialmente la atencin el que se denomina deber de creatividad y que se define en el Artculo 16 en los siguientes trminos: [...] apreciar el trabajo como un medio para realizar valores, por lo que debe cumplir sus labores con conciencia, en la plena medida de su potencial y de sus especialidades, reconociendo el determinante rol que est llamado a realizar en su diaria labor. Por ello aade el servidor debe ser parte de las soluciones, usando responsablemente los recursos para plantear alternativas que permitan superar los obstculos que surjan en el desempeo de la actividad laboral. En la llamada de atencin al rol que est llamado a realizar en su diaria labor, a cumplir en la plena medida de su potencial y de sus especialidades veo

  • un intento anlogo a los que se han producido en algunos pases europeos de recuperar el espritu del servicio pblico, perdido a lo largo del siglo XX; prdida en la que, como antes apunt, se considera para muchos una de las causas de la situacin actual. Si a lo largo del siglo XX fue una constante, en frase de mi maestro D. Nicols Prez Serrano: [...] en la proletarizacin del funcionario pblico, al empezar el nuevo siglo, aparecen vigorosas corrientes de desproletarizacin [...], intentando la vuelta a la imagen de funcionario que, en contra de lo que en 1908 deca aqul maestro francs, piense que si importarte es trabajar para ganar su vida, por encima est el servicio a los intereses generales.

    c) Al cesar en el cargo. En los distintos informes sobre conducta en la vida pblica se llama la atencin

    sobre la importancia de las medidas al cesar en la funcin, ya que entonces puede ser el momento en que el servidor pblico perciba la retribucin de sus favores al corruptor. Ya hace aos, en 1950, entre nosotros, Federico de Castro llamaba la atencin sobre el hecho. Hoy se han generalizado las normas estableciendo una serie ms o menos amplia de prohibicin de actividades de los servidores pblicos al cesar.

    Y un hecho evidente: al cesar un alto cargo, cuntos hijos han dejado perfectamente colocados en empresas privadas? Y, a cambio de qu?

    2. Eficacia. No puede negarse la importancia de alguna de las nuevas medidas introducidas

    por los ordenamientos, en especial las dirigidas a combatir la corrupcin a nivel internacional, como el Artculo VIII de la Convencin Internacional, al regular el soborno internacional en los siguientes trminos:

    Con sujecin a su constitucin y a los principios fundamentales de su ordenamiento jurdico, cada Estado parte prohibir y sancionar el acto de ofrecer u otorgar a un funcionario pblico de otro Estado, directa o indirectamente, por parte de sus nacionales, personas que tengan residencia habitual en su territorio y empresas domiciliadas en l, cualquier objeto de valor pecuniario u otros beneficios, como ddivas, favores, promesas o ventajas, a cambio de que dicho funcionario realice u omita cualquier acto, en el ejercicio de sus funciones pblicas, relacionado con una transaccin de naturaleza econmica o comercial.

    Entre aquellos Estados partes que hayan tipificado el delito de soborno transnacional, ste debe ser considerado un acto de corrupcin para los propsitos de esta convencin.

    Aquel Estado parte que no haya tipificado el soborno transnacional brindar la asistencia y cooperacin prevista en esta convencin, en relacin con este delito, en la medida en que sus leyes los permitan.

    La eficacia depender de en qu medida las mafias, con sus poderossimos tentculos en los distintos gobiernos, obstaculizarn el cumplimiento de la convencin.

    Una de las vas a las que, segn se dijo, acuden con frecuencia los Gobiernos cuando afloran a la superficie los grandes escndalos es la de aumentar las figuras delictivas y endurecer las sanciones. Pues bien, la realidad pone de manifiesto que las drsticas penas con que se sancionan los cada da ms minuciosamente tipificados delitos de corrupcin contrastan con la impunidad prctica de los delincuentes. Con lo que la ejemplaridad que se conseguira con la ejecucin rigurosa de las penas a los infractores se convierte en fomento de las prcticas corruptas ante la inaplicabilidad de la ley.

  • Inaplicabilidad que, al menos en Espaa, no puede imputarse a negligencia o maldad de los jueces. Porque en Espaa, gracias a Dios, contamos con una judicatura ejemplar; porque desde el Gobierno es muy fcil reducir la accin represiva de los jueces. Basta para ello con limitar sus medios de accin, condenndoles a la impotencia. El fenmeno lo ha descrito con toda su crudeza Alejandro Nieto:

    Para mayor dolor, los jueces, no slo carecen de medios, sino que estn abrumados por el trabajo hasta tal punto que es materialmente imposible que puedan desenvolverse. No es que los jueces sean pocos aunque ciertamente no son numerosos sino que sus atribuciones competenciales estn distribuidas de una manera tan irracional que la mayor parte del trabajo se concentra en los escasos titulares de la Audiencia Nacional y en el Tribunal Supremo, con la consecuencia de que las investigaciones se arrastran, y con poco xito, durante muchos aos y las sentencias no llegan nunca. Hay varios modos, como se ve, de paralizar a los jueces: o bien no dndoles ningn asunto o bien dndoles tantos que no puedan atenderlos. Desbordados por el trabajo, los jueces han de actuar con apresuramiento y para que los sumarios no se duerman o desaparezcan han de tramitarlos con cierta ligereza, que resulta peligrossima cuando corruptores y corrompidos cuentan con legiones de abogados que se encargan de anular los trmites y pruebas que les perjudican; de donde resulta desprestigio para los instructores, siendo as que con reposo no slo podran actuar ms deprisa sino que, adems, no cometeran los errores de bulto que las urgencias provocan.41

    Es incuestionable la falta de medios para que los jueces puedan llegar hasta el fondo, ante los sofisticados medios que se utilizan para encubrir los actos sancionados penalmente. Qu puede hacer un pobre juez frente a las refinadas tcnicas de ingeniera contable de que disponen las grandes empresas para llevar a cabo sus operaciones?

    Y lo grave es que, cuando el Gobierno quiere, el aparato funciona. Basta con, en lugar de obstaculizar, facilitar la labor del juez, suministrando la documentacin oportuna y el personal tcnico necesario para desentraar la complicada maraa de la corrupcin. Lo que demuestra -concluye Nieto que los Tribunales de Justicia se dejan manipular por el Gobierno y, deliberadamente o con ingenuidad, actan como instrumentos de la poltica. Y hacer justicia no consiste en dictar una sentencia justa y rigurosa en un contexto de pasividad y relajacin, antes al contrario, eso es una burla.42

    En Espaa, cuando la corrupcin haba alcanzado niveles intolerables, y los polticos se vieron obligados a hacer algo, se cre una fiscala especial contra la corrupcin. Naturalmente, el Gobierno saba a quin se nombraba para tal funcin, y, como por otro lado, la realidad dista mucho de la autonoma funcional del Ministerio Fiscal, que proclama el Artculo 2 de su Estatuto Orgnico, la nueva fiscala se convirti en un instrumento poltico, que slo operaba o bien operaba, con especial diligencia cuando los supuestos encausados de corrupcin aparecan en el seno de entidades locales regidas por polticos de la oposicin o simplemente molestos para el Gobierno central.

    A veces, muy pocas veces, el sistema funciona en contra de la direccin del Gobierno. Algn juez, echndole valor al asunto, a fuerza de tesn y desvelo, logra llevar a buen fin la instruccin y se dicta sentencia de condena contra el poltico infractor.

    Y entonces surge lo ms lamentable. La reaccin del partido, que, movilizando a los ms fieles y a los medios de comunicacin adictos, acompaan multitudinariamente

    41 Nieto, La corrupcin, op. cit., p. 215. 42 Nieto, La corrupcin, op. cit., p. 217.

  • a los compaeros hasta las puertas de la crcel, en procesin, como si fueran unos santos. E inmediatamente se desatan furibundas campaas de prensa en demanda del indulto, que, ms pronto o ms tarde, por lo general, llega.

    3. Reaccin social. Pero lo grave por ser prueba de la degradacin de valores es la reaccin social,

    el ambiente que rodea a la corrupcin. Pues, pese a la abundante literatura sobre la corrupcin y a la preocupacin de la ciudadana por el fenmeno a que me refera al principio, lo cierto es la general indiferencia social. No existe un reproche social enrgico hacia los corruptos, salvo momentos de especial gravedad, como todos pudimos observar en la Argentina a travs de los medios de comunicacin. Mas esta indignacin hacia el corrupto, negndole el acceso a los ambientes normales y hasta siguindoles en las calles con el dedo acusador acompandoles de improperios, pasa pronto.

    Y, en un mundo dominado por el deseo de riqueza y de la ganancia fcil, por lo general, no slo no perciben castigo social alguno, sino hasta son objeto de envidia cuando no de admiracin. Una vez ms, acudo a Alejandro Nieto para describir grficamente el ambiente. Dice as: El administrador pblico enriquecido es un hroe social, un modelo con el que se identifica una sociedad que no corrompe ni es corrompida sencillamente porque no tiene ocasin de hacerlo, pero que lo hara sin el ms mnimo escrpulo. Ms an, el que pudiendo enriquecerse con la gestin pblica, no lo hace, es tenido por simple, por incapaz y hasta se duda de su honradez, puesto que en muchas mentes no cabe que se desprecien tales oportunidades.43

    Por lo que puede hablarse hasta de un fomento de la corrupcin. Pues a la indiferencia social hay que aadir sigo a Alejandro Nieto los malos ejemplos. Malos ejemplos de los que estn ms arriba y en vez de darle bueno por tener mayores responsabilidades, son quienes se entregan a estas prcticas y recaban y gastan los sobornos a manos llenas, por lo que nada tiene de particular que se aflojen los resortes ticos de todos los dems. Y mal ejemplo el que nos ofrece el mundo fuera de nuestras fronteras y no precisamente en los pases tercermundistas, sino en los ms desarrollados.

    La lectura, por Peces Barba, de su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Polticas, defendiendo la existencia de una tica pblica y de un tica privada,44 suscit una acalorada polmica sobre el tema. En realidad, no existe ms que una tica, que se proyecta en todas las actividades del hombre, en la esfera pblica y privada, en la vida social y familiar, en la cultural y profesional. Partiendo de unos principios comunes, podr demandarse la conveniencia de unas normas concretas referidas a distintos tipos de actividad; pero en modo alguno que los principios sean distintos. Y si ha de existir una mayor rigidez en su proyeccin normativa, as ser respecto de los servidores pblicos; primero, por la ejemplaridad que siempre tienen sus acciones, y segundo, para compensar las prerrogativas de que estn investidos.45

    43 La corrupcin, op. cit., p. 242. 44 tica pblica y Derecho, Academia de Ciencias Morales y Polticas, 1993, p. 28. 45 Lo ha expuesto muy grficamente Snchez Socias, en la ob. col. tica de las profesiones jurdicas, Estudios sobre deontologa, Madrid, 2003, II, p. 674, al tratar de la tica de los abogados del Estado. Las facultades exorbitantes que tienen las entidades pblicas respecto de las organizaciones privadas deben verse compensadas por una particular ponderacin en el ejercicio de la misma. El funcionario debe desarrollar sus funciones, no como quien ejercit su poder, sino para servir a los intereses para los que fueron concedidas las potestades.

  • No existe ms que una tica. Pero al proyectarse en las distintas actividades, pueden distinguirse principios normativos relativos a cada una de ellas. Y se habla de deontologas de las diferentes profesiones: deontologa jurdica, deontologa mdica, deontologa farmacutica, como conjunto de reglas y principios vinculados al ejercicio de las respectivas profesiones, cuyo cumplimiento se deja al control de las organizaciones profesionales.46 Lo que ha dado lugar al menos en Espaa a conflictos de competencia. En efecto, en cuanto el servidor pblico es un profesional mdico, arquitecto, abogado, como tal estar sujeto al cdigo deontolgico de su profesin, y en cuanto servidor pblico a las reglamentaciones administrativas disciplinarias. Interesa destacar que la cuestin se centr en los funcionarios pblicos que estn desarrollando actividades propias de las profesiones. La distincin es clara, por ejemplo, en el desempeo de ciertas funciones administrativas, en las que, para acceder a ellos, se haya exigido un ttulo de Licenciado en Derecho. Esto no supone que, una vez desde la funcin pblica, se est realizando actividad propia de la profesin de abogado, sino que estamos ante unas funciones administrativas con fines especficos que no se corresponden a las de la profesin de abogado. nicamente se producir la coincidencia en el supuesto de que la actividad pblica sea tpica de la profesional, por ejemplo, abogado del Estado o de otra Administracin pblica. De igual manera, si se accedi a la funcin pblica con el ttulo de Licenciado en Medicina. Ello no supone que siempre estemos ante la profesin de mdico; si la funcin administrativa es puramente burocrtica organizacin del seguro de enfermedad, direccin de hospitales, no se est ejerciendo la profesin de mdico; pero s cuando se lleven a cabo actos mdicos operaciones quirrgicas, tratamiento de enfermedades. Y podran multiplicarse los ejemplos. Como en el caso de los ingenieros, en el que no es infrecuente, en Espaa, que ingenieros capacitadsimos estn encerrados en una misma oficina despachando expedientes, informando si en determinado proyecto cumple determinados requisitos o si se ajusta o no al ordenamiento sectorial correspondiente. Lo que ha dado lugar a alguna situacin cmica. Voy a referirme a una cuya autenticidad me consta. Un abogado del Estado, muy inteligente, de vastos conocimientos y celoso de sus funciones, estando destinado en Asturias, no llevaba nada bien que cuando le llegaban los expedientes para emitir su dictamen ya vinieran informados en el aspecto jurdico por los ingenieros. Un da, harto ya de esta prctica reiterada, al llegarle un expediente como de costumbre, informado en sus aspectos jurdicos por los servicios tcnicos, emiti su dictamen en stos o parecidos trminos: Como el proyecto de construccin del puente que se somete a mi consideracin ya ha sido examinado en los aspectos jurdicos por los ingenieros, emitir mi informe sobre los aspectos tcnicos. Y, a continuacin, aduca la existencia de unos defectos de que, segn l, adoleca el proyecto. Naturalmente, el proyecto se aprob sin hacer caso de las inteligentes observaciones del abogado del Estado; el puente se construy, y poco despus de construido se lo llev por delante una riada, precisamente por adolecer de los defectos tcnicos observados por el abogado del Estado.

    Sonia Picado, en el trabajo que cit al principio de mi intervencin, destaca, siguiendo a Rafael di Tella, la importancia de la libertad de prensa, aspecto en el que coinciden todos los analistas, por lo que deben reforzarse todas las instancias que le fortalezcan. De acuerdo. Pero, dnde est la prensa libre e independiente? Una prensa fuerte, s, existe en ms de un pas. Pero, en manos de quin? No son infrecuentes los monopolios de hecho de los medios de comunicacin. Por lo general se encuentran en muy pocas manos. Y cuando esas manos son tambin las de los polticos que detentan el 46 Aparisi Millares, Concepto y finalidad de la Deontologa, en tica de las profesiones jurdicas, UCAM-AEDOS, Madrid, 2003, I, p. 92.

  • poder en un momento dado, aqul contubernio entre el poder poltico y el econmico al que antes me refera produce como resultado la inmunidad a cualquier crtica. Ante ellos, est indefenso el ciudadano medio y, a veces, hasta el poltico, quien tanto puede deber a los medios de comunicacin que le llevaron al poder y que le mantienen, en tanto y en cuanto est en su lnea de intereses.

    Naturalmente que los medios de comunicacin constituyen un eficaz instrumento para combatir la corrupcin. Y esto lo saben bien los ombudsmanes, que con muy diversos nombres han ido proliferando en los distintos pases. Los defensores del pueblo o del habitante, los comisarios parlamentarios o mediadores o promotores de la justicia, o como quiera que se llamen, saben muy bien que, salvo excepciones, sus quejas, recomendaciones e informes a sus parlamentos y hasta las acciones ante la justicia que puedan promover no sirven de nada, o de muy poco. A los detentadores del poder pueden resultarles totalmente indiferentes los procesos que se incoen frente a sus actuaciones. Pero son sumamente sensibles a la publicidad, a la divulgacin de sus irregularidades, de sus torpezas, de sus vilezas. Aqu radica el verdadero poder de los ombudsmanes. En la publicacin de sus conclusiones. Y as se ha reconocido por la generalidad de la doctrina sobre la institucin.

    Pero, para ello hace falta que los medios de comunicacin sean independientes y no impunes cuando incurren en transgresiones de sus deberes. Y por desgracia no ocurre as. Y cuando no estn monopolizados en unas pocas manos y estn agrupados en manos vinculadas a los corruptos polticos dominantes, el ciudadanos medio verificar asombrado cmo para unos medios son santos los que para otros son los ms bajos delincuentes. Y mientras ciertos sectores llegaron a la conclusin que los suyos son unos santos y los del otro bando diablos, la gran masa acabar concluyendo que todos son iguales y se quedar en su casa el da de las elecciones.

    IV. Eplogo. Lo reitero una vez ms. Vivimos unos momentos de crisis de valores morales en

    los que toda una civilizacin, falta de vigor moral, amenaza con derrumbarse. De aqu que fallen las medidas que con la mejor voluntad se van proponiendo. Pues slo saldremos de esta situacin con una radical renovacin personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia, como proclamaba la Encclica Veritatis Splendor (prrafo 98).

    Estamos ante una de esas crisis totales que, como ha dicho Jacinto Chozas, se superan sin que a priori puedan saberse cmo o por renovaciones que no estn en la mano del hombre predecir, como son la renovacin religiosa o la renovacin biolgica.47 Lo que no supone, en modo alguno, que hayamos de quedarnos cruzados de brazos hasta que se produzca la renovacin, sino que, aparte de lo que en lo ms ntimo de cada uno de nosotros debemos intentar, no podemos desperdiciar ninguna oportunidad para esforzarnos en perfeccionar las medidas de diversa naturaleza de que disponemos de las cuales procur ofrecer un resumen y de que sean lo ms eficaces posibles.

    En uno de los muchos libros ltimamente publicados sobre tica, que lleva por ttulo tica de las profesiones jurdicas. Estudios sobre deontologa, antes citado, se dedica ntegramente el Tomo II a los que ejercen su profesin en la funcin pblica. Pues bien, en el trabajo dedicado a la deontologa del inspector de tributos, su autor, que ha sido un muy honesto inspector de hacienda y un excelente catedrtico de Derecho 47 En tica y poltica: un enfoque antropolgico, incluido en el libro tica y poltica de la sociedad democrtica, Madrid, 1981, p. 56 y sigs.

  • tributario, nos remite para las cuestiones de conciencia a los pargrafos 1777 a 1794 del Catecismo de la Iglesia Catlica.48

    Y es que, en definitiva, si para hacer ms llevadera la vida de los hombres en la sociedad bastara con algo tan sencillo y a la vez tan difcil como ajustar nuestras conductas al catecismo que nos ensearon a los bautizados, eso mismo bastara, sin necesidad de tantos cdigos de conducta, ni textos reglamentarios, para acabar con la corrupcin que nos invade.

    48 Albiana, Deontologa del Impuesto de los Tributos, en tica de los profesores, op. cit., p. 686.

    Por Jess Gonzlez Prez