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130 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Gordon, Scott Historia de la Filosofia de las Ciencias Sociales
CAPÍTULO 7
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII
El análisis de la fisiocracia del capítulo 5 se propuso principalmente esbozar
el modelo económico que se expone en el famoso tablean économique de Ques-
nay. No constituye un estudio global de la escuela fisiocrática y sirve aún menos
como exposición del pensamiento social en Francia durante la última parte del si-
glo xvm,' antes de la Revolución. La propia fisiocracia no gozó más que de una
popularidad fugaz en los círculos intelectuales, pero hubo muchos otros pensado-
res sociales franceses importantes en el período, entre los que se incluye Montes-
quieu, cuyo influyente análisis de la constitución inglesa examinamos en el
capítulo 4. Francia era antes de la Revolución un país de un vigor intelectual ex-
cepcional: Rousseau, Voltaire, Laplace, Lavoisier, Turgot, Condillac, Condorcet,
Diderot y D’Alembert son algunos de los otros nombres que aún se recuerdan hoy.
En las matemáticas, la ciencia natural y las ciencias sociales, todo parecía indicar
que Francia se estaba convirtiendo, durante la última parte del siglo xvui, en la
vanguardia intelectual de Occidente. La supremacía francesa sólo podía tener un
rival serio: Escocia.
Es indiscutible que si un observador imparcial del período tuviera que com-
parar a estas dos rivales no habría dudado del resultado final: Francia, un país de
veinticinco millones de habitantes (el doble de la población total del Reino Unido),
atrayendo su propio talento y e! del resto de Europa hacia París y la brillante corte
de Versa!les; Escocia, con millón y medio de habitantes y sin ningún centro social
y político comparable. Fue Escocia, sin embargo, la que se convirtió en el
semillero de la ciencia social moderna, que se desarrolló allí como parte de un
notable florecimiento que abarcó todos los ámbitos de la actividad intelectual.
Desde la perspectiva favorable de principios del siglo xvm, Escocia parecía ser
uno de los lugares de Europa con menos probabilidades de que se crease un foco
de innovación intelectual. Aunque había rechazado la dominación de la Iglesia
católica, había sucedido a ésta una de las formas más rígidas y fanáticas de pro-
testantismo. John Knox (¿15147-1572), el creador del presbiterianismo escocés,
era un firme partidario de la enseñanza oficial, pero consideraba que la función de
ésta era inculcar una doctrina fijada, no estimular a las mentes inquisitivas. La
Iglesia presbiteriana escocesa absorbía todo el talento intelectual que añoraba a la
superficie en la sociedad y lo ponía al servicio de la eliminación de toda novedad
considerándola herejía. Y luego, de pronto, a mediados del siglo XVIII, se
despejaron las nieblas de la ignorancia y Escocia pasó de ser uno de los países más
atrasados de Europa a ser uno de los más civilizados. A figurar, de hecho, durante
un período, en la vanguardia de los acontecimientos que han llevado a los
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 131
historiadores a calificar el siglo XVIII como la era de la Ilustración. Esto quizás
fuera debido en parte a los vínculos más íntimos con Inglaterra a partir de la Ley
de Unión de 1707, que pasaron a ser definitivos con el fracaso de la rebelión
jacóbita de 1745; y no hay duda que tuvieron cierta influencia en el asunto los
cambios económicos que fortalecieron la industria escocesa en la segunda mitad
del siglo XVIII. Pero los historiadores confesarán sin dudar que no se ha podido
ofrecer, hasta el momento, una explicación convincente de las razones de esta
ascensión de Escocia.
Fuesen cuales fueran las causas, constituyó un fenómeno verdaderamente notable.
Un historiador moderno de Escocia lo describe así: . :
Escocia avanzó muchísimo en los campos del estudio y de la erudición, de la
escritura fantástica y del arte creador. Sus universidades eran admiradas en todas
partes, se alababa a sus poetas, novelistas y artistas, sus filósofos e historiadores
se ganaron la atención respetuosa de los pueblos civilizados y los libros y revistas
que salían de sus prensas influían en la opinión pública del mundo entero (George
S. Pryde, Scotlcmdfrom 1603 to thé Present Day, 1962, p. 162).
David Hume, él mismo uno de los principales creadores de este fenómeno y su
personalidad más destacada de importancia permanente, escribía ya en 1757:
Es realmente admirable cuántos hombres de talento produce en la actualidad
este país [Escocia]. No es extraño que en una época en que hemos perdido nues-
tros. príncipes, nuestros parlamentos, nuestro gobierno independiente, incluso la
presencia de nuestra nobleza principal, y nos sentimos desgraciados por nuestro
acento y nuestra pronunciación, una época en la que hablamos un dialecto muy
corrupto de la lengua que utilizamos; no es extraño, repito, que tengamos que ser
en estas circunstancias el pueblo que más se distingue en toda Europa por su lite-
ratura (citado por E. C. Mossner, Life of David Hume> 1980, p. 370).
Hume entendía por «literatura» producciones intelectuales de todo género; Escocia
se distinguía en las ciencias tanto como en la filosofía y en las artes. La escuela de
medicina de la Universidad de Edimburgo era tan famosa que afluían a ella en tropel los
estudiantes de todas partes, incluidos los Estados Unidos. Joseph Black, médico y
químico de la Universidad de Glasgow y más tarde de la de Edimburgo, contribuyó
mucho al progreso de la química elaborando sus teorías del calor latente y el calor
específico. Gracias a su descubrimiento del dióxido de carbono, los científicos llegaron a
ia conclusión de que había más de un tipo de gas («aire»). Dos de sus discípulos
descubrieron el nitrógeno y el estroncio. Black fue amigo de James Watt, al que alentó en
sus trabajos para crear el motor de vapor, cuyas consecuencias prácticas fueron
trascendentales. James Hutton, otro médico escocés, en un trabajo leído ante la Real
Sociedad de Edimburgo en 1785, inició una revolución en la ciencia de la geología al
afirmar que la historia de la Tierra se puede explicar extrapolando hacia atrás procesos
que aún siguen actuando en el planeta (como, por ejemplo, ia erosión). En las artes, ia
principal aportación escocesa fue en la arquitectura: ios hermanos Adam y otros
escoceses dominaron la arquitectura innovadora en todo el Reino Unido durante este
período. Y los escoceses merecen también mención especial como editores, pues
132 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
iniciaron en 1771 la Encyclopaedia Britannica, que siguió siendo durante más de un siglo
la publicación más importante de su género en inglés. Y la Edinburgh Review, fundada
en 1802, fue la primera publicación periódica de alta calidad que consiguió convertirse en
característica de la vida intelectual moderna. En 1762, Voltaire comentaba: «Es de
Escocia de donde recibimos normas de gusto en todas, las artes: desde el poema épico a
la jardinería» (Pryde, p. 176). Esta observación pretendía ser sin duda un comentario
cáustico sobre la presunción de los escoceses, pero a finales de siglo podía haberse
formulado como un comentario lógico y natural.
Los pensadores escoceses que más nos interesan son los que aportaron innovaciones
a las ciencias sociales. Las principales, figuras fueron Francis Hutche- son, Adam
Férguson, Thomas Reid, Dugald Stewart, Lord Kames (Henry Home), Lord Monboddo
(James Burnet), David Hume y Adam Smith. Los dos últimos son los que tienen una
significación permanente y destacada. No podemos examinar aquí las ideas de todos
estos pensadores. Analizaré primero las características generales más importantes del
grupo como un todo en el apartado 1 y prestaré luego atención especia! a las ideas e
influencias de David Hume y Adam Smith en los apartados 2 y 3 respectivamente.
1. La filosofía moral escocesa
Para el lector moderno, el término «filosofía moral» indica la rama de la filosofía
que trata de la ética: una parte relativamente pequeña de una de las muchas unidades
departamentales del temario de la universidad moderna. En el siglo XVIII, e! término tenía
un sentido mucho más amplio; abarcaba no sólo ¡a totalidad de lo que hoy clasificamos
como «filosofía», sino la mayoría de las cuestiones que incluimos hoy en las divisiones
de ciencias sociales y humanidades de una universidad moderna. Los historiadores han
llamado con frecuencia la atención sobre el hecho de que las ciencias sociales
evolucionaron a partir de materias que anteriormente se incluían en la filosofía moral, y a
veces se deduce de ahí que el origen de la ciencia social moderna fue la ética. Esto es
históricamente falso, es un error debido a que se asigna el significado del siglo XX a un
término del siglo xvm. La materia temática de la filosofía moral que más tarde se convir-
tió en las diversas ciencias sociales no estaba totalmente divorciada de la ética, pero no
tenía una conexión particularmente fuerte con ella.
En realidad, la fuente principal de inspiración de los pensadores del siglo XVIII
fueron los éxitos de las ciencias naturales; Se admiraba en especial el sistema de Newton
como un modelo a! que debían aspirar los estudiosos. Alexander Pope, el poeta del siglo
xvm, sólo exageraba un poco la opinión de los pensadores de la Ilustración cuando
escribió este famoso pareado en su Ensayo sobre el hombre (1733-1734):
La naturaleza y sus leyes estaban ocultas en lá noche; dijo Dios «hágase Newton» y todo se hizo luz.
Newton tituló su gran obra Principios matemáticos, de filosofía natural (1687), ló
cual demuestra claramente que el término «filosofía» no debería interpretarse en su
sentido actual. Llamar a un libro de física «filosofía» parecería hoy un mal uso del
lenguaje, pero en la época de Newton y a lo largo del siglo siguiente fue la terminología
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 133
usual. Samuel Johnson comentó una vez que un libro de cocina debería estar basado en
«principios filosóficos», con lo que se refería a un conocimiento de las leyes generales
que rigen los fenómenos más que a un simple conjunto de recetas que se siguen sin
entenderlas. Cuando un autor del siglo XVIII califica una proposición de «antifilosófica»
quiere decir que carece dp lo que llamaríamos hoy fundamentos «científicos». El uso
moderno del término «ciencia» se inicia a principios del siglo xix. Cuando se utilizaba en
el siglo xvm, como lo utilizó, por,ejemplo, Alexander Pope, significaba conocimiento
general. H. L. Mencken, en su libro The American Language, indica que, todavía en 1890,
la palabra «científico» se calificaba en Inglaterra de «americanismo innoble». • ’
Durante el siglo XVIII se hablaba mucho de ampliar la aplicación de «principios
filosóficos» al campo de la conducta humana. Esto es lo que vin.o a significar
aproximadamente el término «filosofía moral». El propio Newton había dicho al terminar
su libro Óptica (1704) que, si se perfeccionase la filosofía natural por el uso del
método.científico, podían esperarse beneficios también para la filosofía moral.
Probablemente fuera esto lo que pensaba David Hume cuando escribió la mayor obra
filosófica desde Aristóteles y la tituló Tratado sobre ía naturaleza humana, que es una
tentativa de introducir el método experimental de razonamiento en cuestiones morales
(1739-1740). Hume no entendía por «método experimental» los experimentos de
laboratorio, sino, más ampliamente, el enfoque general de las ciencias, que contrastaba
notoriamente con los áridos métodos a priori de la filosofía escolástica. En opinión de
Hume, el equivalente del experimento del laboratorio era en los fenómenos sociales la
historia, que proporciona datos empíricos. El método científico, al utilizar las pruebas de
la experiencia aplicándolas a temas morales, llevaría a la creación de una filosofía moral,
un cuerpo genera! de conocimientos basado en los principios de la naturaleza humana, al
igual que este método, en manos de hombres como Newton, había creado la filosofía
natural, un conocimiento basado en el descubrimiento de las leyes fundamentales que
rigen los fenómenos naturales.
¿Cómo abordaban los filósofos morales escoceses la «naturaleza humana»? El punto
principal que habría que tener en cuenta es que no enfocaban al hombre en términos
religiosos o teológicos. No se consideraba al hombre como un hijo de Dios, que
participaba de cualidades divinas, con derechos y deberes derivados de su condición
especial en un cosmos creado por Dios. Era uno más entre las muchas especies de
animales qué vivían sobre el planeta; diferente de los demás animales en aspectos
importantes sin duda, pero sin el género de diferenciación categórica en que insistían las
religiones que le separaban del resto del mundo natural. La palabra más importante del
término «naturaleza humana» era la de «naturaleza», interpretada tal como veían la
naturaleza los «filósofos naturales» (es decir, los físicos, médicos, biólogos y otros
científicos). La filosofía moral no era más que la rama del estudio general de los
fenómenos naturales que trataba del hombre.
Esta visión del hombre no sorprende a alguien familiarizado con el pensamiento de
Hume, porque Hume era un «escéptico», es decir, un hombre que dudaba de muchas
cosas en las que otros creían firmemente, incluyendo, a este respecto, los artículos de fe
del cristianismo y, en realidad, toda religión. Pero ese mismo punto de vista sobre ía
naturaleza humana lo adoptaron también los demás filósofos morales escoceses, la
mayoría de los cuales no compartían el escepticismo religioso de Hume y tendían a hablar
134 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
libremente de la «Providencia» o la «Deidad» como si no dudaran de la existencia de un
ser trascendente que creó en un principio y continúa'supervisando el universo. Resulta
más fácil de entender cómo los hombres de fe religiosa eran capaces de adoptar el criterio
de que la existencia humana y la conducta del hombre eran fenómenos naturales si
tenemos en cuenta un cambio importante que se produjo en i a teología que adoptaron los
intelectuales progresistas durante el siglo xvni.
El problema filosófico más fundamental de la teología es el fundamento de 1a propia
fe en determinados puntos de ia doctrina o, en realidad, en la existencia misma de un ser
supremo. La gran polémica en tomo a esta cuestión, que se inició en el siglo xvn y se
prolongó a lo largo del XVIÍI, se desarrolló entre quienes creían que la prueba de la fe
religiosa la proporcionaba la revelación (es decir, por ejemplo, la obra de Dios mostrada
directamente a! hombre a través de las Sagradas Escrituras, los milagros, etc.) y quienes
creían que 1a prueba se hallaba en los fenómenos naturales, cuyo orden probaba que
habían sido creados por un ser trascendente. Del mismo modo que la existencia de un
reloj es prueba de que tiene que haber habido un relojero, la existencia del mundo natural,
tan complejamente diseñado, es prueba de la existencia de un diseñador cósmico. Isaac
Newton, en la segunda edición de sus Principios, comentaba que «este bellísimo sistema
del sol, los planetas y los cometas sólo podría proceder del consejo y el poder de un ser
inteligente y poderoso». Para Newton, estudiar la naturaleza era equivalente a estudiar-a
Dios. En el sigío siguiente esto se convirtió en una defensa de la proposición más básica
de la teología.
Este enfoque de ia teología, al que se denominó «religión natural» o «deísmo», se
hizo muy popular entre los intelectuales que se ufanaban de ser modernos, aunque las
personas religiosas de mentalidad conservadora considerasen que era prácticamente
equivalente al ateísmo directo. Su consecuencia fue desviar la atención de los textos
sagrados y los comentarios interminables sobre ellos de generado: nes de teólogos y
filósofos escolásticos, y orientarla hacia el estudio empírico de la obra de Dios en la
naturaleza. De este modo el cristiano no tenía que convertirse en un escéptico para
adoptar eí criterio de que hacer progresarla «filosofía moral» era estudiar
las,características del hombre como un fenómeno natural. Por este medio era
precisamente por el que realizaba la religión su primera adaptación a la ciencia. '
\
Pero no basta con considerar al hombre un fenómeno natural para dotar de
fundamentos a la ciencia social. Si pretendemos establecer leyes generales, como los
demás científicos, ha de haber una uniformidad suficiente en la naturaleza humana para
justificar la validez de proposiciones generales. El rasgo más notable del pensamiento de
los filósofos escoceses fue, en parte, su insistencia en ía semejanza de los seres humanos.
Se apartaban con-ello de forma notoria de la opinión común contemporánea, incluso
entre los cultos (o puede que sobre todo entre ellos). Cuando se encuentra, en un libro del
siglo xvm, el término «pueblo», lo más probable es que el autor pretenda referirse a
mucho menos de la. mitad de la población, excluyendo los «estamentos inferiores», a los
que se consideraba más próximos a las «bestias» que al «pueblo» en su carácter
intrínseco, y en su estatus correspondiente en el orden social. La idea de que los hombres
difieren enormemente era apoyada durante esta época por una corriente continua de
crónicas de viajes a tierras inexploradas en las que se destacaban, y' exageraban, las
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 135
prácticas desconocidas y a veces extrañas que habían observado los viajeros, que
demostraban la existencia de seres que, aunque miembros de 1a especie biológica Homo
sapiens, no podía considerarse que compartieran una naturaleza común con los europeos
o, al menos, con aquellos europeos que escribían y leían libros.
Sin embargo, los filósofos morales escoceses insistían en la uniformidad de la
naturaleza humana. Las narraciones sobre tierras exóticas las consideraban prueba de la
diversidad de la cultura humana, no de diferencias en la naturaleza humana básica.
Francis Hutcheson advertía contra la tendencia a contemplar con asombro las prácticas de
otras culturas, lo mismo que podríamos contemplar fascinados la conducta de animales
extraños. Kames y Monboddo, los miembros del grupo con mayor interés por lo que hoy
llamamos antropología, se tomaron esta cuestión a pecho y se esforzaron por cribar las
crónicas sensacionalistas de culturas exóticas para obtener el oro auténtico: los rasgos
comunes de 1a humanidad. David Hume, que fue, como historiador, uno de los creadores
de la historiografía moderna, adoptó la opinión de que «ia humanidad es prácticamente la
misma, en tocias las épocas y lugares, hasta el punto de que la historia no nos informa de
nada nuevo o extraño a este respecto. Su utilidad principal es únicamente descubrir ios
principios constantes y universales de la naturaleza humana».
La adopción de este punto de vista por Adam Smith se convirtió en el fundamento
de la teoría económica, como luego veremos. Es importante apuntar aquí que se convirtió
también en la base de la economía normativa, pues cuando Smith investigó «la naturaleza
y las causas de la riqueza de las naciones», incluía a todos los habitantes dentro del
término «nación», lo que le llevó inmediatamente a declarar (para sorpresa de algunos de
sus contemporáneos) que una nación no puede considerarse rica si sus clases más bajas
(que constituyen el mayor número) son pobres. Antes de Adam Smith la actitud habitual
era considerar a los miembros de la clase trabajadora proveedores necesarios de fuerza de
trabajo en una empresa cuyo principal objetivo era aumentar el poder y la magnificencia
de la «nación», representada por sus «estamentos superiores». Al considerar a la clase
trabajadora parte integrante de la nación cuya cultura y riqueza estudiaban, Smith y el
resto de escoceses prepararon las bases para el desarrollo del utilitarismo,, que se
convirtió en la filosofía social más influyente del siglo xix. Fue Francis Hutcheson quien
acuñó el lema «la mayor felicidad para el mayor número», frase que Jeremy Bentham y
sus discípulos utilizaron como credo utilitarista.
A los filósofos morales escoceses les interesaba sobre todo la conducta social del
hombre. Pero se trataba de una mayor precisión en el enfoque más que una limitación del
campo, puesto que, en su opinión, el hombre es por naturaleza un animal social. El
hombre no es único en este aspecto, igual que no lo es en otros. Lord Kames pensaba que
se podía aclararen parte la sociaíidad humana estudiando la conducta de otras especies de
mamíferos que viven en grupos, e hizo algunos intentos de reunir información sobre ello.
Lo que diferencia ai hombre del resto de los animales es que su vida social se desarrolla
por medio de una estructura de instituciones sociales, muy complejas en lás sociedades
avanzadas, que desempeñan funciones esenciales en la enculturación de los menores y
organizan las actividades de los individuos en una empresa colectiva coordinada. Así
pues, el gran interés de los escoceses por las instituciones sociales era reflejo de su
opinión de que el hombre es inevitablemente un ser social, y que su capacidad para llevar
una buena vida y mejorar en ella depende de la calidad de su organización política, social
136 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
y económica. Los filósofos escoceses prestaron atención respetuosa a la tesis de
Rousseau de que las instituciones sociales son perjudiciales y pervierten el carácter
primario del hombre en su estado natural idílico, pero el francés con quien estuvieron
más de acuerdo fue Montesquieu, que afirmaba que era puro disparate concebir al
hombre como otra cosa que una criatura social. «El hombre nace en sociedad y en ella
permanece», era un comentario de Montesquieu que los moralistas escoceses citaban a
menudo.
Para los filósofos escoceses, y para algunos otros escritores del momento, el
carácter dual del hombre planteaba un problema que se relaciona con el núcleo básico de
la ciencia social. Como individuos somos egocéntricos, pero como miembros de la
sociedad albergamos sentimientos de benevolencia hacia otros y a veces actuamos de una
forma que refleja altruismo más. que egoísmo. ¿Cómo se armonizan estas características
aparentemente opuestas? Ya vimos que Hume analizaba el problema del orden social
exclusivamente en función del egoísmo; los individuos egocéntricos suscriben un
contrato social y se someten a un soberano, no por el bien de los demás o por algo que
pudiese describirse vagamente como el «bien público», sino cada uno en beneficio
propio. Este prístino individualismo no atraía a los filósofos escoceses, ni como
psicología ni como ciencia social. La gran aportación de Adam Smith fue demostrar que
el poder de un soberano absoluto no es el único medio de conseguir orden social en un
mundo de individuos egocéntricos, pero su primer libro, Teoría.de los sentimientos
morales (1759), estaba dedicado a un estudio de psicología social, y no en la tendencia
del hombre a desear el bienestar de los demás.
Smith no ofrece ninguna solución al conflicto evidente entre egoísmo y be-t
nevolencia, dando así origen a un debate, que no ha cesado aún, sobre si los sentimientos
morales y la riqueza de las naciones son o no. contradictorios en su concepción de la
naturaleza psicológica de! hombre. Pero algunos de los contemporáneos escoceses de
Smith sí.abordaron el problema. David Hume afirmaba, en su Tratado sobre la naturaleza
humana, que todo el mundo tiene en cuenta el bienestar de las demás personas, pero que
no se le da tanta importancia como al propio. La importancia que se le otorgue puede ser
grande si la otra persona es un miembro de la familia, pero disminuye respecto a los
menos próximos, y puede llegar a ser muy pequeña cuando se considera el bienestar de
personas que pertenecen a culturas muy distintas. Lo que Hume tenía en la cabeza era la
idea de lo que los sociólogos modernos llaman «distancia social». Es decir, argumentaba
que, si bien no se desdeña completamente el bienestar de los demás, se desconsidera
progresivamente a medida que aumenta la distancia social.. Algunos autores (entre ellos
Francis Hutcheson, profesor de Smith) habían trazado ya, antes de Hume, un paralelismo
entre los efectos de la distancia social y la ley de la atracción gravitatoria de Newton,
afirmando incluso que la mencionada tendencia psicológica se ajustaba a la fórmula
específica de éste, según la cual Ja fuerza de atracción entre,dos masas es inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. La ciencia social de principios del
siglo xix dejó a un lado el problema de cómo pueden armonizarse la benevolencia y el
egoísmo como propiedades de la naturaleza humana, debido al predominio de la
psicología utilitarista, centrada exclusivamente en e¡ propio interés, pero el problema
volvió a plantearse en la sociología moderna y, recientemente, en la economía, siguiendo
la misma línea de enfoque que había propuesto Hume dos siglos antes.
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 137
En cuanto ai sector de la ciencia social que había experimentado un desarrollo
significativo antes de la época de la Ilustración escocesa (la teoría política), los moralistas
escoceses rechazaron con firmeza la metodología imperante. Como vimos en el capítulo
4, el enfoque del análisis político que adoptaron Hobbes y
Locke fue concebir la institución del Estado como una maquinaria creada por una
actuación definida, un contrato o alianza acordada por individuos en el «estado de
naturaleza». En mi opinión, creo que los escoceses se daban cuenta dé que Hob- bes y
Locke no pretendían que se interpretara esto literalmente como descripción histórica de
unos sucesos reales, pero les parecía gravemente engañoso incluso como esquema
hipotético o metafórico. David Hume, Adam Smith, Adam Fergu- son y otros atacaron
con firmeza el concepto de sociedad basado en un contrato. El concepto de «estado de
naturaleza» se consideraba inadmisible, puesto que el hombre siempre había vivido dentro
de un marco de instituciones sociales, y algunas en concreto, como el Estado, se habían
ido formando de un modo natural y gradual. Pensar que hubiera podido instituirse el
Estado por medio de un contrato diferenciado, o incluso pensar que constituía un contrato
implícito o un contrato hipotético era, en su opinión, una forma estéril de abordar sü
estudio.
•Esta actitud frente a la teoría contractual de la sociedad y del Estado se generalizó
durante el siglo xix. Aunque se seguía respetando a Locke por su filosofía empírica del
conocimiento y por el impulso liberal de su teoría política, perdió apoyo el enfoque
contractual. A medida que fue desarrollándose la ciencia política, fue centrándose sobre
todo en la evolución de las instituciones políticas -y de sus papeles funcionales en la
organización social. Ha habido en años recientes un resurgir de la teoría contractual, del
que es ejemplo en el campo de la filosofía ética la obra de John Rawls Teoría de la
justicia (1971), y el análisis de las instituciones colectivas que ha iniciado The Calculas of
Consent (1962) de J. M. Bu- chanan y Gordon Tullock.
Como indicábamos en el capítulo 4, cuando analizábamos la teoría política del siglo
xvn, Hobbes sostenía que era necesario un gobierno de poder sin limitaciones para el
mantenimiento del orden social, para impedir que estallase el conflicto anárquico de todos
contra todos. Los moralistas escoceses no sólo rechazaban la concepción de la sociedad
de Hobbes basada en una alianza entre sus miembros, sino también su concepción de!
papel de! Estado en el orden social. Para ellos, la sociedad funciona como una empresa
coordinada en gran parte porque se autogobierno, ‘al igual que sucede en el mundo
natural. Todo newtoniano puede argumentar sin problemas que Dios hizo las leyes de la
naturaleza pero que, una vez establecidas, son esas leyes, no la intervención de Dios,
quienes controlan la órbita de los planetas o la caída de una piedra. Los filósofos
escoceses consideraron el campo de la conducta humana regido, de modo similar, por
leyes semejantes a las leyes de la naturaleza, no por leyes hechas por soberanos o
legisladores y aplicadas por la policía y los tribunales.
Suele atribuirse a Adam Smith ia idea de que el sistema social se apoya en un
mecanismo natural de orden espontáneo, debido a la importancia que esa idea tiene en La
riqueza de las naciones, pero ésta era una concepción de la sociedad generalizada entre
los moralistas escoceses y no hay ningún motivo real para atribuirla específicamente a
Smith, que nunca la reclamó como suya. Como vimos en el capítulo 5, los fisiócratas
tenían en Francia la misma idea. Este concepto de un
138 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
t
orden espontáneo (orden social sin que nadie dé órdenes; orden sin estructura jerárquica)
tuvo una enorme importancia en la evolución posterior de las ciencias sociales,
especialmente de la economía. A partir del siglo XVIIÍ puede considerarse que toda la
economía (incluida la economía marxiana) es en parte un análisis de cómo opera este
orden espontáneo, como base necesaria para valorar sus funciones según los objetivos o
fines previstos o como fundamento de propuestas para modificar su funcionamiento o
para sustituirlo por otros métodos de coordinación, con el fin de lograr una mayor eficacia
en la consecución de esos objetivos o de otros. La cuestión dte cómo se logra y se
mantiene el orden social es también, claro está, un tema básico de otras ciencias sociales,
y una cuestión de gran importancia en la filosofía política. La idea de orden espontáneo se
analizará más detenidamente en este mismo capítulo y en el capítulo 10, donde veremos
que algunas versiones de ella proceden del concepto metafísico de «armonía natural», una
idea.que no es atribuible a Adam Smith ni a| resto de los filósofos escoceses. Pero
tendremos que aplazar, por ahora, el análisis de esta cuestión.
Antes-de dar por terminado este repaso de los escritores escoceses del siglo xvin
hemos de abordar otra cuestión. He procurado no denominarlos con un término colectivo
como «escuela escocesa», y menos aún con un epónimo como «hutchesonianos» o
«smithianos», o algo similar. El motivo de ello es que, aunque el grupo compartía las
ideas generales que hemos expuesto, discrepaban en muchas.cuestiones y estaban
satisfechos de discrepar; ninguno de ellos sentía necesidad de ajustar sus opiniones a las
de otro con el fin de llegar a una doctrina común. No tenían un «jefe», no formaban una
secta, no hacían propaganda de un conjunto de ideas que consideraran un núcleo
doctrinal. Se conocían bien entre ellos y discutían, pero sin pretender fundar ningún tipo
de institución. Esto contrasta notoriamente con los fisiócratas, y, como veremos más
adelante, con numerosas tendencias de la ciencia social del siglo XIX. Uno de los temas
importantes que se halla presente a lo largo de la historia de la ciencia social es la
tendencia de ios científicos sociales a formar facciones dedicadas a defender una doctrina
o a propagarla, en vez de realizar investigación científica (y a veces como si lo fuera).
Los moralistas escoceses, curiosamente, estaban libres de esta característica tan
generalizada de la naturaleza humana.
2. David Hume (1711-1776)
David Hume era e! más pequeño de los tres hijos de Joseph Hume, el cual vivía una
vida desahogada desarrollando conjuntamente las actividades de abogado en Edimburgo
y propietario rural de una finca modesta que había heredado de sus antepasados. El
biógrafo moderno de Hume dice de la familia que «aunque no destacaban por su riqueza,
los progenitores de David Hume disfrutaban de una posición desahogada y eran lo
suficientemente distinguidos para transmitir cierto orgullo de estirpe a su hijo más
famoso» (E. C. Mossner, The Life of David Hume,
1980, p. 7). Joseph Hume murió cuando David tenía sólo dos años de edad, así que las
influencias de la primera etapa de su educación, que constituiría la base de la
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 139
formación del gran filósofo, deben atribuirse a su madre, que no volvió a casarse y se
consagró a la administración de la hacienda y a educar a sus hijos. La instrucción
inicial de éstos corrió a cargo de tutores hasta que se consideró a David y a su
hermano lo suficientemente preparados como para ingresar en la Universidad de
Edimburgo. Sucedió esto en 1722, cuando David tenía 1.1 años y su- hermano John,
13; en el siglo XVIIÍ los jóvenes maduraban antes que hoy. David estuvo tres años en
Edimburgo y al parecer fue durante ese período cuando empezó a desarrollar las ideas
que tanto habrían de influir en la filosofía occidental.
David, al ser el más pequeño de los dos hijos, sabía desde la juventud que tendría
que ganarse la vida, porque, de acuerdo con la institución imperante del mayorazgo, la
finca familiar la heredaría su hermano mayor. Él tenía una pequeña herencia propia,
suficiente para vivir, pero nada más. Decidió hacer fortuna, y hacerse famoso
además,.escribiendo, y empezó a hacerlo con toda seriedad hacia los dieciocho años;
dedicándose a estructurar las tesis de un libro que se publicaría diez años después con
el título de Tratado sobre la naturaleza humana (vols. I y II, 1739, voi. III, 1740).
Hume acabó logrando fama y fortuna, pero no como había pensado. La atención que
se otorgó al Tratado fue escasa y no se vendió lo suficiente para que se publicara una
segunda edición en vida del autor. Hume intentó superar la impopularidad del Tratado
publicando una versión corregida y simplificada de sus ideas que tituló Ensayos sobre
el entendimiento humano (1748) e Investigación sobre los principios de la moral
(1751). Estos libros no tuvieron las consecuencias deseadas respecto a la popularidad
de Hume como escritor, pero éste había empezado a publicar al mismo tiempo
trabajos breves sobre cuestiones políticas y sociales que fueron muy bien recibidos y
le proporcionaron mucha fama como pensador y como maestro de la prosa inglesa. En
la década de 1750 empezó a escribir y a publicar, en volúmenes sucesivos, su Historia
de Inglaterra (6 vols., 1754-1762), que consolidó su reputación en el mundo literario.
Hume no fue reconocido en vida como filósofo importante: en realidad, no lo fue
hasta que Immanuel Karst comprendió que había planteado el problema más im-
portante de la filosofía y consagró su propia inteligencia'vigorosa a dar solución a lo
que pasó a conocerse como el «problema de la inducción». Gran parte del pen-
samiento filosófico importante de los dos últimos siglos ha girado en torno a este
problema, y a otros problemas que planteó Hume. La importancia de éste en la fi-
losofía occidental es hoy indiscutible.
El que se menospreciara a Hume como filósofo durante su vida no significa *
que pasasen inadvertidas sus ideas. Su filosofía era escéptica, inducía a dudar de
muchas cosas que anteriorrfiente se daban por supuestas. Respecto a la religión,
resultaba evidente para cualquier lector que Hume no era cristiano, que dudaba de la
validez de los argumentos que pretendían demostrar la existencia de Dios y, en
realidad, de que fuese demostrable por algún método racional semejante proposición.
Además, es evidente que tenía una pobre opinión de las instituciones religiosas
organizadas. La Iglesia católica incluyó su nombre en el índice de libros prohibidos en
1761, citando simplemente opera omnia (todas sus obras), prohibiendo así todos los
escritos del gran hereje, anteriores y futuros, de un modo simple e indiscriminado. La
Iglesia de Escocia intentó excomulgarle en 1755- 1757. La tentativa fracasó,
principalmente porque se reconoció que se basaba en el supuesto anacrónico de que
140 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Hume estaba sometido a la jurisdicción de la Iglesia. En otra época, o en otro país,
Hume habría sido quemado y sus libros con él, pero en la Escocia del siglo XVIII la
asamblea general de la Iglesia presbiteriana- escocesa sólo consiguió ponerse en
ridículo. Sin embargo, la oposición a Hume por su escepticismo genera! y sus
opiniones sobre la religión bastó para impedir que se le nombrase para un puesto de
profesor universitario, cosa que^a él le habría gustado. El ataqúe más vigoroso de
Hume a la religión no se publicó hasta después de su muerte, aunque lo había escrito
veinticinco años'antes (Diálogos sobre la religión natural, 1119).
Dentro del ámbito de este estudio hemos de limitamos a abordar el. significado
de Hume para la historia y la filosofía de las ciencias sociales. La filosofía general de
Hume, tratando como trata de la naturaleza del conocimiento y la condición de
conceptos tan cruciales como la causalidad, no es separable de los temas
fundamentales.de la filosofía de'la ciencia social, pero embarcarse en el estudio de su
filosofía del conocimiento en su relación con la ciencia social, sería una'tarea
demasiado ardua. Así pues, en el cuerpo general del texto que sigue me limitaré a
centrarme en las aportaciones más directas de Hume a la ciencia social En las «notas»
que siguen a este apartado se ofrece un breve esbozo de la filosofía general de la
ciencia de Hume, y se intenta mostrar su relación con cuestiones como las que se
plantearon en el capítulo 3 sobre las «leyes sociales».
Ya nos referimos antes, en el apartado 1, a la tensión que existía en el pensa-
miento de la Ilustración escocesa entre el reconocimiento del hombre como uña
criatura social y la insistencia en'su individualidad. Esta tensión ideológica es notoria
en el pensamiento de David Hume. Veamos cómo intentó resolverla.
El problema se centra en la dualidad de egoísmo y benevolencia en la naturaleza
del hombre. Thomas Hobbes había afirmado que el hombre es una criatura
absolutamente egocéntrica, tanto en el «estado de naturaleza» como, después del
contrato, en la^sociedad civil. Hume rechazó la posición dé Hobbes porque según él
no reconocía que la sociedad es parte de la naturaleza del hombre. ¿Significa eso que
el hombre es benévolo por naturaleza con sus semejantes? Como decíamos antes,
Hume sostenía, siguiendo a otros filósofos escoceses, que el hombre es egoísta en el
sentido de que valora su propio bienestar por encima del de los demás. Pero no hasta
el punto de que asigne un valor cero a éste. Una persona egocéntrica puede sacrificar
su propio bienestar por el de los demás si la pérdida es para él pequeña y la ganancia
grande para otros. Además, un individuo valoraría el bienestar de otros de forma
distinta según su proximidad social a él, una idea que se relaciona con una proposición
importante de la sociología social: la tendencia de la mayoría de los individuos a
prescindir del bienestar de otros en
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO'XVIII 141
proporción directa con su grado de «distancia social» respecto a ellos. Partiendo de este
razonamiento, se comprende fácilmente lo que Hume pensaba al afirmar que el problema
de la justicia sólo surge en un mundo de escasez económica, cuyos habitantes muestran
una «generosidad reducida» hacia sus semejantes. Debido a la escasez no puede aumentar
el bienestar de todos de forma ilimitada, por lo que surge el problema de cómo han de
distribuirse entre los individuos los escasos bienes de los' que se dispone; «generosidad
limitada» no es más que la forma que tiene Hume de expresar lo que los sociólogos,
modernos llaman «descuento de distancia social».
Hume razonaba a veces como si las cuestiones morales no fuesen más que cuestión
de costumbre y de convención, lo que parecería llevarnos a un grado de relativismo moral
que pocas personas estarían dispuestas a aceptar. Pero su objetivo principal a este respecto
no era socavar nuestros juicios morales, sino poner en entredicho los argumentos con que
se defendían; al igual que en su examen de la religión no atacaba las doctrinas concretas
del cristianismo, ni las de ninguna otra religión, sino las «demostraciones» que los
creyentes esgrimían pretendiendo demostrar que sus doctrinas eran verdaderas. Hume
sostenía que no es posible demostrar la veracidad (o la falsedad) de afirmaciones relativas
al bien y al mal moral (o a cualquier otro juicio de valor). La primera parte del libro III
del Tratado sobre la naturaleza humana, que contiene su argumentación sobre este punto,
termina atacando a ios que van de afirmaciones que incluyen la forma verbal es a las que
incluyen la forma verbal debería sin admitir que pertenecen a ámbitos del discurso
categóricamente distintos. Esta argumentación de Hume desencadenó una polémica que
se ha prolongado hasta.el presente, conocida en la literatura filosófica como la dicotomía
«ser/deber» o «hecho/valor». Hay aún grandes esperanzas de que los mundos del «ser» y
el «deber» puedan conectarse rigurosamente, que la moralidad pueda llegar a ser
«científica», derivarse del conocimiento empírico del mundo material;, o «lógica»
derivada del razonamiento deductivo partiendo de premisas axiomáticas. Nadie ha
conseguido demostrar hasta el momento convincentemente cómo puede efectuarse esa
conexión, de modo que parece probable que sea correcta la propuesta de Hume de que,
por incómodo que pueda resultarnos, no podemos considerar los juicios morales y otros
juicios de valor derivables de pruebas empíricas y/o de un. razonamiento a priori.
Esto no significa que las cuestiones morales no puedan discutirse racionalmente o
que el conocimiento empírico no tenga ninguna relación con ellos, y Hume proseguía en
el resto del libro tercero del Tratado hablando incisivamente sobre la justicia y otras
cuestiones similares. Partía para ello de que la observación de la conducta provoca en los
demás ciertos sentimientos de aprobación o desaprobación, igual que otros datos
sensoriales nos producen «impresiones» respecto a las propiedades físicas de los objetos.
Las limitaciones de espacio que nos hemos marcado no nos permiten examinar más
profundamente aquí la teoría moral de Hume, pero deberíamos añadir dos cosas sobre ella
anticipando nuestro análisis posterior. Primero, la relación que establece Hume entre el
sentido moral
y sentimientos de «placer» y «dolor» asociados con la observación de la'buena y la mala
conducta formaban parte de una vía de pensamiento que desembocaría en la filosofía del
utilitarismo, que se convirtió en una influencia poderosa en la teoría y la práctica social
en el siglo xix. En segundo lugar, la teoría de Hume invita a una mayor investigación de
cómo desarrolla el hombre un «sentido moral». Esta investigación fue el tema de Teoría
142 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
de los sentimientos morales (1759), el primer libro de Adam Smith. ..
..
' Prestemos ahora un poco de atención a la teoría política de Hume. Vimos en el
capítulo 4 cómo Hobbes atribuía la aparición del poder del Estado a las deficiencias
extremas del estado de naturaleza, y cómo Locke consideraba que el Estado era una
invención institucional cuya finalidad era garantizar a cada individuo el disfrute de sus
derechos naturales. Hume tenía una pobre opinión de todas las versiones de la teoría
contractual del Estado, y prefería considerarlo como un elemento necesario de una
institución mayor (la sociedad) que. se había desarrollado de un modo mucho más
espontáneo y natural de lo que ia teoría contractual presuponía. Para entender la posición
de Hume a este respecto hemos de volver al concepto de escasez. He aquí un pasaje del
Tratado (libro III, parte II, sección II):
De. todos los animales que pueblan el globo terráqueo no hay ninguno con
el que . parezca a primera vista haber mostrado la naturaleza más crueldad que con
el hombre, por las innumerables necesidades y carencias con las que le ha cargado y
por la debilidad de los medios que le proporciona para satisfacer esas necesidades.
Pero el hombre, aunque inferior a otros animales como individuo, es capaz de
aumentar su poder por asociación social:
Sólo por la sociedad es capaz de superar sus deficiencias, y elevarse hasta
una posición de igualdad con las otras criaturas, e incluso alcanzar una superior!-
• dad sobre ellas. Por la sociedad se compensan todas sus debilidades; y aunque
en esa situación sus necesidades se multiplican constantemente, sus capacidades
aumentan aún más,-y' le hacen sentirse en todos los aspectos más satisfecho y fe-
liz de lo que podría llegar a ser en su condición salvaje y solitaria.
Así pues, $n opinión de Hume, Dios nunca había dado al hombre dominio sobre la
tierra, ni estaba dotado el hombre con capacidad física suficiente para disputársela a otros
animales, pero había alcanzado el predominio a través de la organización social. Hume se
adelantó a Adam Smith al percibir que la especiali- zación funcional («división del
trabajo») es el origen del gran poder productivo del hombre, al comprender que la
especialización exige comercio y al percibir que un sistema de mercados no puede
funcionar sin una estructura básica de normas comunes de conducta establecidas y
aplicadas por la autoridad del Estado. La tarea real de ¡a ciencia política es, por tanto,
estudiar las diversas formas de organización estatal para poder conseguir
generalizaciones que sean independientes de las características personales de quienes
ocupan cargos oficiales (véase el ensayo de Hume «Que la política debe ser reducida a
una ciencia»). Desde la época de Platón a nuestros días, el estudio de la política ha sido
una disciplina mixta, centrándose unos científicos políticos en personalidades y tratando
cada acontecimiento político como más o menos único, y analizando otros la estructura
de la organización social e intentando llegar a principios generales aplicables a muchos
acontecimientos y condiciones de carácter político. Es evidente que Hume pensaba en
ésto último cuando se refería a la posibilidad de convertir la política en una «ciencia».
Probablemente hubiera llegado a la conclusión-de que esto es mucho más difícil de lo
que suponía de haber podido examinar el desarrollo de la ciencia política en los dos
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 143
siglos posteriores a su muerte.
La posición de Hume respecto a la economía quizás hubiera sido diferente, puesto
que ha resultado ser mucho más fácil «reducir a una ciencia» el estudio de los fenómenos
económicos. Hume no escribió ninguna obra general de economía, pero algunos de sus
escritos breves sobre temas económicos tienen un gran interés desde el punto de vista de
la historia y de la filosofía de la ciencia social. Sólo analizaré aquí el más famoso de
ellos, el de la «balanza de comercio». Este trabajo es un precedente de La riqueza de (as
naciones (1776) de Adam Smith porque Hume argumenta en él en contra de las tarifas
aduaneras y de otras intervenciones del Estado en el comercio internacional, pero su
principal interés reside en la forma de desarrollar la argumentación, en la que se anticipa
claramente a la metodología de la economía moderna.
La cuestión del comercio internacional, y la política del Estado en relación con él,
era uno de los asuntos dominantes de la polémica sobre el papel del Estado que tuvo
lugar a lo largo del siglo xvni. Hacía mucho que las relaciones internacionales constituían
un objetivo primordial del análisis político y del interés académico, pero antes del siglo
xvn, en países como Inglaterra, el interés se centraba sobre todo en cuestiones como las
sucesiones dinásticas, las alianzas por tratado o por matrimonio y, por supuesto, la
guerra. Durante el siglo xvu la expansión del comercio provocó un desplazamiento del
interés de los aspectos políticos de las relaciones internacionales a los aspectos
económicos, no sólo porque el comercio en sí estaba adquiriendo cada vez una mayor
importancia, sino por la notoria rele-, vancia que tenía en cuestiones no económicas,
como el poder militar, la influencia diplomática, etc.
Este nuevo interés por el comercio internacional como «un asunto de Estado», en
palabras de Hume, formaba parte de una tendencia más general de la política económica
a la que los historiadores han dado el nombre de «mercantilismo». Este término no alude
a un sistema coherente de teorías e ideas económicas, sino al conjunto heterogéneo de
políticas que se desarrollaron poco a paco durante los siglos xvu y xvni y que constituían,
en la época de Hume, un extenso complejo de normas que afectaban a casi todos los
aspectos de la actividad económica. La regulación de! comercio internacional mediante
tarifas, embargos y otros instrumentos era una parte de este complicado complejo de
regulación económica. Su objetivo principal era conseguir una «balanza favorable del
comerció», que las exportaciones excediesen a las importaciones. Se defendía esto con
varios argumentos, uno de los cuales era que esa balanza comercial favorable significaría
un aflujo al país de lingotes y monedas (oro y plata), que se consideraba en cierto sentido
sumamente deseable.
Hume abordó esta cuestión de un modo que ha caracterizado a la economía a partir
de entonces en tres aspectos importantes: 1) en vez de disputar sobre si una reserva
mayor de metales preciosos es deseable o no, se preguntó si era en realidad alcanzable.
2) Para responder a la primera cuestión examinó los efectos secundarios y terciarios de
un aumento de los metales preciosos. 3) Para llevar esta investigación de los efectos a
una conclusión (en vez de continuar indefinidamente) utilizó un concepto de la mecánica
física: el equilibrio! La argumentación de Hume puede expresarse del modo siguiente:
144 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
¿Qué sucedería si aumentara bruscamente; la oferta monetaria del‘país? Se
produciría inmediatamente un aumento de ios precios. Esto movería a los ingleses a
consumir más productos extranjeros, puesto que pasarían a ser relativamente baratos, y
los extranjeros consumirían menos productos ingleses, puésto que pasarían a ser
relativamente caros. El efecto sería que Inglaterra importaría más y exportaría menos, y
el metal monetario se enviaría a otros países en pago, y estos países importarían menos y
exportarían más. Los precios empezarían a caer entonces en Inglaterra y a aumentar en
otros países. Este proceso continuaría hasta que hubiese salido de Inglaterra metal
suficiente para que en otros países subieran los precios hasta volver a la relación anterior.
Del análisis de Hume se deduce claramente que éste consideraba que el mismo análisis
demostraba por qué una política de restringir el comercio internacional a través de tarifas
aduaneras y prohibiciones tendría efectos contraproducentes similares. SÍ Inglaterra
reducía las importaciones, su exceso de exportaciones produciría un aflujo de metales
monetarios que elevaría los precios, con lo que..etc., etc.
Se trata de un modelo de equilibrio prototípico: presupone un, estado de equilibrio
de las relaciones; introduce una modificación; sigue la cadena de consecuencias hasta
que se restaura el equilibrio; compara el nuevo equilibrio con el anterior para ver cuáles
son las consecuencias permanentes de la modificación, si es que hay alguna. (Hume
demostró también en otros ensayos que pueden producirse acontecimientos importantes
durante la transición de un equilibrio a otro, una cuestión que ios economistas no han
empezado a examinar analíticamente hasta fechas recientes.) Todos los elementos
individuales del modelo de Hume eran bien conocidos en su época, pero él fue el primer
autor, o uno de los primeros, y desde luego el más destacado, que los agrupó en un
modelo de equilibrio. Es por esto por lo que, pese a lo reducido de sus escritos
económicos, ocupa un primer puesto en la historia intelectual como uno de los primeros
economistas analíticos. Los fisiócratas fueron más globales en su enfoque, pero Hume
fue más incisivo metodológicamente.
NOTA 1: LA EPISTEMOLOGÍA DE HUME
Ya indicamos en el capítulo 4 que, aunque John Locke ejerció una gran influencia en
la política occidental a través de su segundo Tratado sobre el gobierno, su importancia en
la filosofía de la ciencia se debe a sus esfuerzos para determinar los fundamentos
empíricos del conocimiento en el Ensayo sobre el entendimiento humano. También
hemos de apuntar que la posición que Hume ocupa en la filosofía de la ciencia no nos la
indica adecuadamente un examen limitado de sus obras políticas, económicas e históricas.
En el capítulo 4 expusimos la teoría del conocimiento de Locke sin hacer comentarios. No
Inglaterra Otros países
Aumento de dinero
Subida de precios
Aumento de importaciones Aumento de exportaciones Disminución de exportaciones Disminución de importaciones Salida de dinero Entrada de dinero -
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 145
es posible exponer la historia y la filosofía de la ciencia social sin prestar más atención, a
la aportación de Hume a la filosofía fundamental que la dedicada a Locke. En esta nota se
ofrece un breve resumen de la epistemología de Hume, su teoría de cómo el hombre
adquiere conocimiento, lo cual provocó en la filosofía occidental una conmoción tan
profunda que. persiste aún. Hume siguió a Locke en su planteamiento de que el
conocimiento se basa en la experiencia empírica, pero, en vez de proporcionamos
seguridad, consideró que este hecho nos lleva a planteamos dudas fundamentales sobre las
bases de nuestro conocimiento. Como dijo Bertrand Russell: «En Hume, la filosofía
empirista culminó en un escepticismo que nadie podía refutar y nadie podía aceptar.» A
partir de Hume, la única filosofía abierta al individuo racional no será una filosofía
correcta, pues no hay ninguna, sino una filosofía que posee sólo la virtud negativa de
evitar ser totalmente errónea, ridicula e irrelevante para ios intereses humanos.
La epistemología de Hume es «empírica» en dos sentidos: primero, destaca que
nuestro conocimiento se basa en todas las impresiones que recibimos a través de nuestros
sentidos; y segundo, reconoce que la teoría del conocimiento es en sí misma, una ciencia
empírica que investiga el funcionamiento de la inteligencia humana. La opinión de Hume
sobre la inteligencia es que se trata de un aparato razonador, pero no tiene nada sobre lo
que razonar hasta que no se lo proporcionan los datos sensoriales. En el lenguaje moderno
es, en origen, como un ordenador que sale de la fábrica y aún no se le ha introducido
información ni se le han instalado programas. Hume rechazaba por completo, al igual que
Locke, la doctrina de que la mente estuviera dotada, por su propia naturaleza, de «ideas
innatas». Incluso conceptos tan fundamentales como espacio, tiempo y la relación causa-
efecto procedían, según Hume, de la experiencia.
Continuando su análisis de la inteligencia, Hume dividía todos los fenómenos
mentales en dos categorías: «impresiones», es decir, experiencias sensoriales inmediatas;
e «ideas», es decir, recuerdos de las impresiones que se han experimentado o reflexiones
sobre ellas. Para Hume estaba claro que la experiencia sensorial es la materia prima de
todo conocimiento; las ideas, los conceptos generales, las teorías, los universales y todas
las cosas similares son secundarias o derivadas. Esta opinión, la de que todo
conocimiento se deriva de la experiencia sensorial, nos lleva directamente al «problema
de la inducción»: Independientemente de cuántos cisnes hayamos visto, y de los que
hayan podido ver otros, no hay ninguna justificación para formular la proposición de que
todos los cisnes son blancos. Si todos los cisnes que se han observado han sido blancos
puedo decir esto, pero afirmar que la blancura es una propiedad de todos-,los cisnes no
está garantizado, puesto que no se han observado todos los cisnes (pasados, presentes y
futuros) y no es posible observarlos. Como lo que la ciencia pretende es establecer
proposiciones empíricas generales, el argumento de Hume significa que los científicos
están embarcados en una empresa cuyo éxito es imposible. Esto no es sólo cierto en casos
triviales, como una proposición sobre el color de los cisnes, sino que es aplicable a todas
las proposiciones universales, incluyendo lo que los científicos llaman «leyes de la
naturaleza».1 En vez de calificar la filosofía de Hume como «empírica», quizás fuera más
exacto decir de ella que muestra los límites del empirismo, lo.cual dista mucho de
permitir a los científicos hacer lo que más desean, es decir, descubrir leyes universales de
la naturaleza.
La teoría del conocimiento de Hume tiéne cierta significación especial en relación
146 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
con el concepto de causalidad. Comentábamos en el capítulo 3 que la mayoría de los
científicos no están satisfechos con simples generalizaciones empíricas o con
proposiciones puramente analíticas, como las de la lógica deductiva. Buscan conexiones
entre fenómenos empíricos que se ajusten a la relación particular de causa y efecto. Los
científicos pretenden decir algo más que «hubo una tormenta eléctrica sobre el bosque
Monroe entre las dos y las cuatro de la tarde el 16 de julio de 1960 y al día siguiente se
observó allí un incendio forestal». Les gustaría decir: «el incendio forestal fue causado
por la tormenta eléctrica». Según el punto de vista de Hume, esta afirmación se basa en el
supuesto de que existe en el mundo real un tipo de relación, causalidad, que nuestros
sentidos no pueden percibir.
El propio Hume utilizó libremente los términos «causa» y «efecto». No quería
extirparlos de nuestro idioma; su objetivo era aclarar su significado. El sostenía que la
relación de causalidad no era una propiedad del mundo real (o, más correctamente, no
puede demostrarse que sea ese tipo de propiedad), sino un fenómeno psicológico,
relacionado con el funcionamiento de la mente, no del mundo material. Si observamos
repetidamente dos fenómenos juntos, dice Hume, produciéndose uno regularmente
después del otro, creamos el «hábito» de esperar que siempre se produzcan en ese orden,
y es a esa expectativa a lo único que nos referimos cuando afirmamos que los hechos
están vinculados causal mente. Si entendemos por «causa» que hay una conexión
necesaria entre ios dos acontecimientos, entendemos demasiado. No podemos saber si
hay conexiones necesarias en el mundo real, por tanto el concepto de causalidad sólo
alude a la tendencia psicológica de extrapolar experiencias del pasado hacia el futuro:
«Todos nuestros razonamientos relativos a causas y efectos se derivan sólo de la
costumbre.» Así pues, concluía Hume, para gran desasosiego de los filósofos desde
entonces:
no es la razón la que guía la vida, sino la costumbre. Es la única que fuerza a ía
inteligencia, en todos los casos, a suponer el futuro adaptable al pasado. Por muy
simple que pueda parecer este paso, ¡a razón no seria capaz de darlo en toda la
eternidad.
(De este argumento de Hume se hace eco hoy la teoría epistemológica del
«convencionalismo», que explicaremos más adelante en el capítulo 18, apartado 1.2.)
Quizás resulte ya más claro para el lector por qué no se consideró en el capítulo 3
que las «leyes causales» expresaban una conexión firme y necesaria entre los hechos. El
modelo INIS esbozado allí utiliza el concepto de necesidad, pero de un modo mucho más
laxo. El ataque de Hume a la causalidad es-válido si.con- cebimos las «leyes de la
naturaleza» como leyes del mismo tipo que las proposiciones analíticas de la lógica
formal. Hume obligó a los filósofos y científicos a abandonar la idea de una «lógica de
inducción», pero eso no significa que deba abandonarse por completo el concepto de
causalidad. (Para un breve resumen de la epistemología de Hume, escrito por él mismo,
véase su Abstract ofa Treatise of Human Nature, 1740.)
NOTA 2: PSICOLOGÍA de LA ASOCIACIÓN
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 147
Está claro, por la corta distancia que hemos recorrido en la descripción de la historia
de ía ciencia social, que un elemento decisivo de su desarrollo fue la idea de una
naturaleza humana uniforme. Hume no sólo lo dio por supuesto en sus escritos políticos,
éticos y económicos, sino que abordó la epistemología como un estudio psicológico, una
investigación de la parte de la naturaleza humana relacionada con el funcionamiento de la
mente. La insistencia de Hume en el proceso mental de «asociación» constituyó el
fundamento de una importante corriente de la teoría psicológica que persiste hasta el
presente.
Como hemos visto en la nota i, la proposición centra! de la teoría del conocimiento
de Hume es que es imposible ir más allá de los datos que aportan las impresiones
sensoriales. Cuando hablamos de la existencia de relaciones necesarias (como las que hay
entre el rayo y el incendio forestal) lo único que hacemos es indicar nuestra disposición
psicológica a asociar impresiones sensoriales que son contiguas en el espacio y en el
tiempo. Las categorías universales (por ejemplo, «todos los cisnes») son también en
opinión de Hume construcciones mentales que reflejan ia disposición de la mente a
asociar impresiones particulares similares entre sí. Hume utilizó mucho esta teoría
psicológica de la asociación y la consideró, en realidad, el rasgo más distintivo de su
Tratado. En más de una ocasión indica que considera que el principio de asociación
ocupa el mismo papel en el estudio de la naturaleza humana que el principio de
«atracción» (la «gravedad» de Newton) en las ciencias naturales, e indudablemente
piensa en esto cuando se refiere al Tratado como «un intento de introducir el método
experimental de razonamiento en las cuestiones morales». La idea de Hume es muy
similar a la de la psicología conductista experimental moderna. Su análisis de «la razón
de los animales» en el Tratado (I, III, XVI) es especialmente sorprendente cuando apunta
la semejanza del razonamiento animal y el razonamiento humano en su uso de la
asociación y el desarrollo de la conducta a través de lo que llamaríamos hoy el proceso de
«condicionamiento».
Si queremos profundizar un poco más en el asunto, hemos de efectuar un breve
repaso de la obra de un contemporáneo de Hume, el físico inglés David Hartley (1705-
1757). No hay ninguna prueba de qué Hartley y Hume se influyeran, ni siquiera de que se
conocieran o de que mantuvieran correspondencia, pero el uso que ambos hacen del
principio de asociación es tan similar que está corriente de pensamiento de la historia de
la psicología se denomina a veces «teoría Hume-Hartley». Hartley leyó aLocke y
se'quedó impresionado, a! igualque Hume, por la idea de que la mente elabora su
interpretación del mundo a partir de lo que recibe a través de las impresiones sensoriales.
Newton había dicho en su Optica (1704) que los datos visuales pasan del ojo al cerebro
por medio de «vibraciones» que se transmiten a través de los nervios ópticos. Hartley
generalizó esta afirmación y llegó a la conclusión de que todos los fenómenos mentales
proceden de estas «vibraciones» y que nuestros procesos de pensamiento consisten en
asociaciones de los fenómenos mentales que se producen de ese modo. Publicó sus
opiniones en un libro titulado .Observaciones sobre el hombre: su estructura, su deber y
sus expectativas^-1749). El «asociacionismo», como se denominó, se convirtió
durante^un tiempo en la escuela de psicología dominante, y ejerció una gran influencia en
las ciencias sociales, sobre todo a principios del siglo xix, en que la adoptaron los
primeros utilitarios. El Análisis de los fenómenos de la mente humana (1829) de James
148 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Mili, por ejemplo, era una exposición directa y una ampliación de la psicología asociativa
de Hume y Hartley.
Una de las razones de la influencia de Hartley fue que éste consiguió exponer sus
ideas psicológicas de una forma atractiva tanto para los científicos como para las personas
religiosas. Su uso de la teoría de las «vibraciones» de Newton atrajo a los científicos
porque vinculaba fenómenos psicológicos a una función fisiológica de la «estructura» del
hombre, que era como Hartley llamaba al cuerpo humano. Joseph Priestley, el famoso
químico, fue un seguidor entusiasta del aso- ciacionismo y publicó en 1775 una versión
reducida de las Observaciones de Hartley que influyó muchísimo en Jeremy Bentham, el
fundador del utilitarismo. Al mismo tiempo, Hartley reconocía el «deber» del hombre y
su «expectativa» religiosa y utilizaba su psicología para aclarar ia experiencia religiosa y
para justificar la doctrina cristiana de un mundo futuro mejor. El asociacionismo se habría
abierto paso sin duda en la psicología moderna sin Hartley, ya que era suñciente la
influencia de Hume como filósofo, cuando se hizo poderosa, para garantizarle una
consideración suficiente, pero, como consecuencia de las Observaciones de Hartley, se
difundió mucho más de prisa, y quizás mucho más de lo que hubiera podido hacerlo.
3. Adam Smith (1723-1790)
Adam Smith nació en el pueblo de Kirkcaldy, cerca de Edimburgo. Su padre, jefe de
aduanas en Kirkcaldy, murió antes de que naciera él, de modo que Adam Smith, lo
mismo que David Hume, fue educado por una madre viuda y joven que siguió siendo su
amiga y compañera hasta la ancianidad. Smith, también como Hume, permaneció soltero
toda su vida. A los catorce años, después de terminar sus estudios en la escuela de
Kirkcaldy, se matriculó en la Universidad de Glasgow, donde estuvo sometido a la.
influencia de un gran maestro y pensador, Francis Hutcheson, que fue, si es que se puede
destacar a alguien, la primera personalidad sobresaliente de la Ilustración escocesa.
Después de licenciarse en Glasgow, fue a Oxford con una beca y estuvo allí seis años.
Oxford estaba completamente estancada por entonces y parece ser que lo que Smith
aprendió durante este período, que fue mucho, se debió casi exclusivamente a sus propias
lecturas. Regresó a Escocia en 1746. Én 1751 ingresó en el cuerpo docente de la
Universidad de Glasgow, en principio como profesor de lógica; un año después se
convirtió en profesor de filosofía moral, y fue entonces cuando estructuró las ideas que le
llevaron a publicar en 1759 su primer libro, Teoría de los sentimientos morales.
La fama de Adam Smith había empezado a difundirse como consecuencia de sus
lecciones antes de 1759, pero la publicación de los Sentimientos morales le situó en la
vanguardia de ios pensadores de Europa. Condujo directamente a la fase siguiente de su
carrera: en 1764 se convirtió en tutor del joven duque de Buc- cleugh y, como era
habitual, llevó a su discípulo a realizar un viaje por Europa, especialmente por Francia.
Estuvo en París durante el cénit de los fisiócratas y conoció a las principales
personalidades de aquella escuela así como a la mayoría del resto de intelectuales
franceses destacados del período.
Sus deberes como tutor terminaron en 1766, tras su regreso a Inglaterra, y Smith
comenzó a trabajar en un libro que tenía pensado escribir desde que era un joven de
veintitantos años. En 1776 apareció esta obra monumental: Investigación sobre la
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 149
naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Se convirtió en seguida en un gran
éxito y continuó leyéndose y estudiándose hasta hoy. El historiador inglés del siglo xix,
H. T. Buckle, decía de él que fue, por su influencia, «probablemente el libro más
importante que se haya escrito». Es, por supuesto, una exageración, pero puede apuntarse
la afirmación más modesta de que La riqueza de las naciones dio el primer paso efectivo
para un estudio del problema básico de la ciencia social: de qué modo opera el
mecanismo de mercado como sistema de organización. Se ha discutido mucho la
influencia de los fisiócratas en la teoría económica de Smith, discusión estimulada por el
hecho de que Smith les hubiese conocido en París antes de empezar a trabajar seriamente
en .La riqueza de las naciones. Pero basta comparar la teoría fisiocrática con la de Smith
para darse cuenta de que tal influencia fue, en el mejor de los casos, menor, y que Smith
estaba muy por delante de los fisiócratas en la identificación de los problemas básicos de
la teoría económica.
La persona que más influencia general ejerció sobre Adam Smith desde el punto de
vista de las ideas fue, sin duda, su gran amigo David Hume. Smith no se sintió inclinado
a llevar tan lejos sus argumentaciones como Hume, pero reconoció la importancia de la
filosofía de aquél y, sobre,todo, de su enfoque secular del conocimiento en el ámbito de
la «filosofía moral», y el mérito de su insistencia en que quienes estudiaban'los
fenómenos sociales debían utilizar el método del «razonamiento experimental» que los
científicos, guiados por el espíritu del empirismo, habían demostrado ser el camino
correcto para descubrir las leyes de la naturaleza.
A Adam Smith se le conoce hoy sobre todo como el padre de la economía, pero hizo
grandes contribuciones a la ciencia social que no podemos- menospreciar. La Teoría de-
los sentimientos morales y. en realidad también La riqueza de las naciones ocupan un
lugar en la historia de la filosofía y la psicología social. Albion W. Small, el fundador de
la sociología estadounidense, consideraba a Adam Smith el precursor de la materia
(Adam Smith and Modern Sociology, 1907). Pero en estas cuestiones Smith no es una
personalidad tan única como lo fue en economía, ya que todo el grupo de pensadores
escoceses del siglo XVIII colaboraron en el desarrollo de las ideas que constituyeron los
fundamentos de la sociología. La Teoría de los sentimientos morales fue un libro
importante en la historia de la ciencia $ocial, independientemente de que se considere en
términos generales o específicamente en función del desarrollo de la sociología y de la
psicología social. Los historiadores lo menospreciaron durante un tiempo, sobre todo por
el mayor significado de La riqueza de las naciones del mismo autor.
3.1. FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Adam Smith no escribió una obra global sobre epistemología, pero cuando era joven
se interesó mucho por las matemáticas y las ciencias naturales, no sólo por sus
aportaciones sustantivas a nuestro conocimiento de las leyes de la natura- leza, sino
también porque creía que mostraban el método apropiado para alcanzar el conocimiento
en todos los campos. A lo largo de nuestro estudio de la historia y de la ciencia social, he
destacado lo mucho que habían impresionado a los primeros científicos sociales los
logros de los científicos naturales y su deseo de emularlos en el estudio del hombre como
una criatura social. Adam Smith no fue ninguna excepción a esta concepción de la
150 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
ciencia social; fue, en realidad, uno de sus impulsores más importantes. De joven, quizás
cuando era estudiante _en Oxford, Smith escribió un ensayo titulado «Los principios que
presiden y dirigen las investigaciones filosóficas, ejemplificados por la historia de la
astronomía». No llegó a publicarlo nunca, pero consideró que merecía la pena
conservarlo, pues en cierta ocasión escribió a Hume hablándole de publicarlo en caso de
que muriese, y cuando se aproximaba ya su muerte y decidió destruir su obra inconclusa,
este ensayo fue una de las pocas cosas que salvó de las llamas.
Este ensayo nos permite ver que Smith creía que la metodología de la ciencia
debería aplicar, en todos los campos, la combinación de prueba empírica y elaboración de
modelos teóricos que había introducido Isaac Newton en su exposición de las leyes que
rigen los movimientos de los planetas. El sistema de Newton era, según Smith, «el mayor
descubrimiento que haya hecho el hombre», no sólo porque exponía las leyes de la
mecánica celeste, sino porque revelaba el objetivo y el método de todas las
«investigaciones filosóficas». Una investigación es verdaderamente «filosófica» cuando
se propone exponer las leyes generales que gobiernan una amplia gama de fenómenos. La
superioridad de Newton consistía en que había elaborado esas leyes generales en vez de
contentarse, como otros, con leyes particulares para casos particulares. La ley de la
atracción gravi- tatoria se aplica a todas las masas, no sólo a los planetas. Así también,
cuando Smith comenzó a estudiar los fenómenos sociales se propuso descubrir leyes
generales del comportamiento humano. Los seres humanos difieren como individuos, y
las sociedades difieren en sus culturas, pero de todos modos es posible elaborar
proposiciones sobre la conducta que sean universalmente válidas si los seres humanos
son similares entre sí en sus naturalezas básicas. Smith adoptó las ideas que Hobbes había
expuesto un siglo antes: que hay una naturaleza humana común; que se puede investigar
mediante la introspección; y que se puede elaborar un estudio científico de los fenómenos
sociales sobre esta base empírica.
Adam Smith, partiendo de su conocimiento de las ciencias naturales, formuló el
método de la ciencia como una combinación de análisis teórico y prueba empírica.
Rechazó a los cartesianos, que querían deducir cómo era la naturaleza, y a los
baconianos, que sólo querían describir sus apariencias. Siguiendo a Galileo y a Newton,
que habían demostrado cómo se podía teorizar con las matemáticas y poner a prueba con
la observación de modo complementario. Resulta especialmente sorprendente cómo
interpreta Smith el papel de la elaboración de modelos teóricos o, según sus palabras, la
construcción de «sistemas», en la ciencia. He aquí un pasaje de su ensayo sobre
astronomía:
Los sistemas recuerdan en muchos aspectos a las máquinas. Una máquina es
un pequeño sistema, creado para ejecutar, y también para relacionar, en la
realidad, ios diversos efectos y movimientos que necesita ejecutar el artesano. Un
sistema es una máquina imaginaria inventada para conectar entre sí en !a
imaginación los diversos efectos y movimientos que están ejecutados ya en la
realidad.
Si modernizásemos un poco el lenguaje sería difícil mejorar hoy este párrafo como
exposición de lo que es un modelo teórico. Sin embargo, Adam Smith habría de
descubrir, como han hecho repetidamente los'científicos sociales, que construir un
modelo de una sociedad no es tan fácil como construir un modelo de un sistema solar. Por
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 151
suerte para la historia de lá ciencia social, Smith no cometió el error de reificar, es decir,
interpretar, un modelo como sí se tratara de ía cosa real o, peor aún, el error del
platonismo, considerar un modelo o una teoría más cierto o más real, en cierto sentido
metafísico, que el mundo de la experiencia sensorial. En La riqueza de las naciones no
hay un modelo de procesos económicos trazado con precisión como el tablean
économique de los fisiócratas o como el modelo de equilibrio general de los economistas
modernos. Para algunos lectores Smith resulta «asistemático», pero esto se debe
principalmente a que no quería llevar los modelos más allá de los límites de lo útil. Smith
se hacía eco a! respecto de otra característica de la Ilustración escocesa: el
reconocimiento de que las buenas teorías pueden convertirse en necedades cuando se las
fuerza en exceso, se las reifica o se las platoniza.
3.2. LA NATURALEZA DEL HOMBRE
El equivalente del principio de atracción gravitátoria de Newton en la elaboración de
modelos de los fenómenos sociales es, tal como parecía creer Adam Smith, cierta
propiedad universal de ía naturaleza humana. Nos encontramos aquí con un problema al
que han prestado mucha atención los historiadores de la ciencia social. En la Teoría de
los sentimientos morales la propiedad newtoniana es, digamos, lo que Smith llama
«simpatía»: la capacidad del hombre para manifestar «sentimientos solidarios» hacia
otras personas y la disposición a hacerlo. Pero en La riqueza de las naciones la propiedad
newtoniana es el propio interés del individuo. Parece haber aquí una: contradicción: se le
llama a veces el «problema de Adam Smith». Se han hecho numerosas propuestas para
resolver este problema, incluyendo la idea (no del todo inadmisible) de que Adam Smith
fuera realmente contradictorio, utilizando una concepción de la naturaleza humana en su
análisis de la psicología moral y otra en su análisis de ios procesos económicos. Un estu-
dio completo de ía cuestión nos llevaría demasiado lejos, de modo que me limitaré a
exponer lo que creo es la concepción de la naturaleza humana que corresponde a ambos
libros. Se trata de la idea de que el hombre es, ante todo, una criatura racional cuya
conducta es deliberada y se dirige hacia un objetivo. Ésta es una concepción que está
presente en la raíz de ias teorías del contrato social de Hobbes y de Locke, un contrato a
través del cual se crea un Estado como medio de organización social, y de ia que también
se sirve Adam Smith cuando intenta describir la forma de organización más automática a
través del intercambio voluntario. Otros científicos sociales han destacado, como ya
veremos, factores distintos, más sociológicos: las costumbres y tradiciones que controlan
la cultura a través de la enculturación, la presión de los pares, etc. En cierto sector de la
literatura moderna, bajo ia influencia de psicólogos como Sigmund Freud y Karl Jung,
otros autores han destacado la influencia sobre la conducta humana de factores más
profundos, como ía experiencia prenatal e infantil. Hoy ya sabemos que los factores
determinantes de la conducta humana son muy complejos. Adam Smith simplificó, al
igual que todos los científicos, con propósitos heurísticos; es decir, adoptó el supuesto de
que el hombre es un animal racional por razones metodológicas: eso le permitió efectuar
el análisis de los fenómenos sociales considerando que brotan de la conducta
intencionada de individuos racionales, a los que se observa por introspección y
considerando a los demás como homólogos de uno mismo.
152 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Ei objetivo principal del hombre es, según Adam Smith, «mejorar su condición».
Este deseo, según él, es:
un deseo que, aunque en general tranquilo y desapasionado, nos acompaña desde
ia cuna materna y no nos abandona hasta la sepultura. En todo el intervalo que
media entre estos dos momentos, quizás no haya apenas un solo instante en el que
el hombre esté tan completamente satisfecho con su situación como para no sentir
deseo de ningún tipo de cambio o mejora.
Aunque este pasaje de La riqueza de las naciones se refiere concretamente a la
tendencia del hombre a ahorrar con objeto de acumular riqueza, puede hacerse una
interpretación más general y considerar que expresa la opinión de Smith de que el hombre
es el animal insatisfecho que siempre desea mejorar. Esto se articula con otro importante
aspecto del pensamiento del siglo xviu que analizaremos en el capítulo 8: la idea de
progreso.
El párrafo que acabamos de citar, y otros más se han utilizado a menudo para
demostrar que Smith creía que el hombre sólo se interesa por el bienestar económico y
sólo se preocupa de sí mismo. Ambas son interpretaciones erróneas. Que el hombre desee
el progreso económico no quiere decir que no desee también progresar en otras
direcciones y, además, el hecho de que el individuo desee una mejora de sus propias
condiciones no significa que no otorgue ningún valor a la mejora en la condición de ios
demás. Como indicamos en nuestro análisis de Hume, forma parte de la naturaleza
humana minimizar el bienestar de otros comparado con el nuestro, pero esto no significa
que se minimice completamente el de los demás. Así pues, ia caracterización común del
concepto smithiano del hombre como un ser totalmente egoísta es, en el mejor de los
casos, impropia;
Adam Smith no tiene una visión tan gravemente limitada de la naturaleza humana.
Pasemos ahora a estudiar el aspecto de ella que él examina bajo el título de «sentimientos
morales».
3.3. SENTIMIENTOS MORALES
Ya nos referimos en el apartado 1 de este capítulo a la hostilidad de los filósofos
escoceses hacia la idea de un «estado de naturaleza»; y hacia la teoría de que la sociedad
se apoya sobre una alianza o contrato. Consideraban que el hombre había vivido siempre
en un estado social.y que era por naturaleza un animal social. Los dos libros de Adam
Smith pueden considerarse estudios de la base de la sociabilidad, tratando la Teoría de los
sentimientos morales sobre los medios por los que logra el hombre alcanzar el grado de
conformidad de la conducta necesario para la existencia social, y abordando La riqueza
de las naciones los medios a través de los cuales unos individuos dedicados a funciones
especiales son capaces de cooperar con muchos otros, incluidos aquellos con los que no
tienen ningún contacto personal.
La Teoría de los sentimientos morales no es —o no es principalmente— un libro de
ética, aunque ejerciera una gran influencia en este campo. El problema principal que
Smith se propone resolver es explicar cómo puede albergar el hombre «sentimientos
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 153
solidarios» hacia otros. Es, en suma, un estudio psicológico, un examen de un áspecto
concreto de los procesos mentales humanos; es un estudio de psicología social, puesto
que aborda procesos mentales que se refieren fundamentalmente a relaciones
interpersonales. Smith creía que una vez comprendida la psicología de este campo sería
posible considerar el problema ético de qué constituye buenos sentimientos morales y sus
consecuencias prácticas en casos concretos. La determinación de lo qu& debería ser no
puede deducirse de la investigación de lo que es, pero la filosofía de la ciencia empírica
apunta que el éstudio de Jo que es resulta ser el lugar adecuado para empezar.
El problema, indica Adam Smith, no es especular cómo formularía juicios morales
un ser perfecto (Dios), sino cómo es capaz de hacerlo un ser muy imperfecto (el hombre),
Smith rechaza la idea de que el hombre esté dotado de un sentido moral innato que le
indique qué es lo justo y lo injusto. El hombre es el único animal que elabora juicios
morales, pero en el análisis de Smith no hallamos ninguna alusión al relato bíblico que
narra que cuando el hombre comió la manzana del Paraíso alcanzó el conocimiento del
bien y del mal que se transmitió a través de ios siglos de generación en generación. Lo
único que el hombre tiene, o necesita tener, como base de los juicios morales, es el simple
reconocimiento de que los otros seres humanos son similares a él. El concepto clave de la
psicología moral de Smith es la capacidad del hombre para simpatizar con otros de un
modo racional. Esto podría desempeñar, en el estudio del mundo moral, el mismo papel
que desempeña la gravedad en el mundo físico.
El concepto de «simpatía» de Adam Smith es muy parecido a lo que los psicólogos
modernos llaman «empatia»: la capacidad de ponerse mentalmente en el lugar de otro y
experimentar así una especie de sensación subrogada que refleja o es paralela a la
experiencia directa del otro. Por este medio introducimos en nuestra mente las
necesidades y deseos, placeres y dolores, esperanzas y temores de otros. «Cambiamos de
lugar con ellos en la fantasía», dice Smith.-Esta capacidad no está limitada a cosas que
aprobamos, sino que incluye también cosas que nos parecen reprobables, por ío que nos
permite incluir todo el ámbito de los actos y los pensamientos que intervienen en ia
formación de los «sentimientos morales». Esto podría dar a entender que para Smith los
juicios morales son cuestión de intuición personal, pero lo que intenta es, por el contrario,
dotar a esos juicios de una base objetiva. Sólo podemos comprender esta cuestión si
tenemos en cuenta que Smith, junto con otros pensadores de la época, consideraba la
introspección un proceso empírico fidedigno que podía permitir hallar verdades objetivas
generales mirando hacia dentro, hacia los sentimientos y pensamientos propios.
En el análisis de Hume comentábamos su teoría del descuento de distancia social
(por utilizar la terminología moderna): la tendencia a minimizar el bienestar de otros en
proporción, a su .alejamiento de nosotros en el tiempo, el espacio o la cultura. Smith era
de la misma opinión; la consideraba, en realidad, una característica evidente de la
psicología humana. Sin embargo, valorar pretensiones conflictivas en función de sus
méritos morales no crea ningún problema, ya que en opinión de Smith el hombre tiene la
capacidad de imaginarse como un «observador imparcial», que, al estar distanciado por
igual de las partes enfrentadas, es capaz de llegar a juicios no influidos por grados
distintos de descuento de distancia social. Smith era lo suficientemente optimista (o lo
suficientemente ingenuo) como para creer que todo individuo tiene capacidad para
considerar cuál sería el juicio de un observador imparcial en casos en que éi mismo es
154 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
parte interesada.
Hay en la Teoría de los sentimientos morales otra tesis, más sociológica, que
merece cierta consideración. Smith afirma que un individuo actúa moralmente porque
valora la aprobación de los demás. En consecuencia, las motivaciones puramente egoístas
se hallarían limitadas por la moralidad que goza de una aceptación general en la propia
sociedad. Ya veremos más adelante, en el capítulo 15, apartado 2, cómo esta idea fue
básica en el análisis de Emile Durkheim sobre el papel social de las creencias morales y
en su interpretación de la religión como un fenómeno sociológico. La opinión de Smith
es muy defendible como tesis sobre la sociología de la moral, pero no puede satisfacer
demasiado al filósofo ético, interesado no en las normas morales que la gente sigue, sino
en las que debería seguir. Si hubiésemos de aceptar, sin reservas, la proposición de que
una persona se comporta moralmente cuando actúa de acuerdo con normas moralmente
sancionadas, adoptaríamos un grado de relativismo ético que pocos filósofos, o pocas
personas, estarían dispuestas a aceptar. Ningún acto sería condenado como inmoral si
fuera condonado por la cultura y la sociedad propias del individuo. Hace falta algún
principio «metaético» que permita un juicio de valor trascendente.
Smith no analizó este problema. Pero cabe interpretar su proposición de que todas
las personas son similares como la base de este principio. Dado que se trata de una
proposición sobre la naturaleza humana en general, no depende de la cultura. Pero lo que
esto significa, en realidad, es que el descuento de distancia social, independientemente de
su validez como proposición en psicología, o su necesidad en la-vida práctica, es
éticamente inadmisible. No puedo tratar este problema aquí con más extensión, pero
volveremos sobre él cuando consideremos el célebre intento de Henry Sidgwick de
elaborar una filosofía utilitaria metaética (véase más adelante, capítulo. 11, apartado 2).
Lo más significativo de la Teoría de los sentimientos morales de Smith en la historia de la
ética no es la fuerza de sus argumentos concretos, sino el hecho de que amplía la
orientación secular de la Ilustración escocesa a cuestiones que anteriormente se habían
considerado de modo universal, propias del ámbito de la religión. ^ : ■ -;
3.4. DIVISIÓN DEL TRABAJO
La primera frase de la Investigación sobre la naturaleza, y causas de la riqueza de
las.naciones revela lo que el autor considera es la causa principal de esta riqueza:
La gran mejora de los poderes productivos del trabajo, y la mayor parte de la
habilidad, destreza y buen juicio con que éste se dirige y aplica parecen haber sido
consecuencia de la división del trabajo. .
Luego, después de poner ejemplos de ello, Smith explica que dicho aumento de la
productividad
se debe a tres circunstancias diferentes; primero, ai aumento de destreza de cada
trabajador concreto; segundo, al ahorro del tiempo que suele perderse al pasar de
un tipo de trabajo a otro; y por último, a la invención de un gran número de
máquinas que facilitan y disminuyen el trabajo, y permiten a un hombre hacer
la'tarea de muchos.
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 155
Y extrae la conclusión siguiente:
Es la gran multiplicación de las producciones de todas las diferentes artes,
consecuencia de la división del trabajo, lo que permite, en una sociedad bien
gobernada, que la opulencia universal se difunda hasta los estratos más bajos del
pueblo.
Así pues, al estudiar la riqueza de una nación, incluidos sus «estratos más bajos»,
Smith no se centra en su dotación de tierra fértil u otros recursos naturales, en las virtudes
del clima, o en el carácter de sus habitantes; destaca una característica social, el grado en
que la nación practica ese tipo de sociabilidad que, como dijimos en el capítulo 1, se basa
en la «especialización funcional».
Adam Smith no fue el primero que destacó esta característica de la sociabilidad
humana y señaló sus consecuencias económicas. La especialización funcional, como ya
hemos visto (capítulo .4, apartado 1), era un elemento importante de las teorías políticas
de Platón y Aristóteles. Jenofonte, que vivió en la misma época (siglo iv a. C.), mencionó
claramente los efectos beneficiosos de la división del trabajo en el aumento de la
productividad. En ei propio siglo de Smith expresaron la misma idea antes, en 1776,
Diderot en Francia, Beccaria en Italia y Mandeville en Inglaterra. Entre los próximos a
Smith expusieron claramente la idea Francis Hutcheson, que fue profesor suyo en la
Universidad de Glasgow; David Hume, su amigo más íntimo; y Adam Ferguson, otra de
las personalidades más sobresalientes de la Ilustración escocesa. De hecho, parte del
famoso análisis de Adam Smith está prácticamente, copiado de obras anteriores. Pero no
hay necesidad de ser original para ser creador. Adam Smith tomó está vieja idea y la
utilizó como plataforma de lanzamiento para una teoría general de la organización social.
La riqueza de las naciones comienza con tres capítulos sobre la división del trabajo.
Después de describirla como la fuente de la productividad, Smith indica que no puede
haber especialización funcional sin intercambio. Según él, el hombre está dotado de una
«tendencia a transportar e intercambiar», de modo que posee las características naturales
precisas para que se creen mercados. Smith se dio cuenta claramente de que esto
planteaba un problema científico fundamental: ¿cómo funcionan los mercados como
medio a través del cual se coordinan las actividades diferenciadas de muchos productores
individuales? Éste ha sido el problema principal que ha ocupado a los economistas desde
entonces. El problema básico de la teoría de los mercados consiste en explicar los
determinantes de los valores de mercado, o precios, y mostrar cómo operan en un sistema
de coordinación de mercado. Ya analizaremos esto en el apartado 3.5.
Una característica del análisis de Ádam Smith sobre la división del trabajo digna de
mención y que conviene destacar es que no se basa en la diferenciación biológica entre
personas. Muchos de los autores que han escrito sobre la división del trabajo, desde
Platón en adelante, destacaron su papel en el aprovechamiento de diferencias innatas
asignando a los individuos papeles y tareas para los que estaban dotados «por la
naturaleza». Como los demás miembros de la Ilustración escocesa, Smith dio poca
importancia a las diferencias innatas:
La diferencia de talentos naturales en los diversos individuos es, en realidad,
mucho menor de lo que pensamos; y e! propio talento distinto que parece diferen-
ciar a hombres de diferentes profesiones cuando alcanzan la madurez, no es
156 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
muchas veces la causa sino la consecuencia de la división del trabajo. La
diferencia entre los caracteres más diferentes, entre un filósofo y un portero, por
ejemplo, parece deberse no tanto a la naturaleza como al hábito, la costumbre y la
educación.
Así, en opinión de Adam Smith, la especialización es primordialmente un fenómeno
cultural, no biológico, y los grandes problemas que crea (estatus de clase, desigualdades
de riqueza, prestigio, poder, etc.) deben atribuirse primordialmente a instituciones sociales
del hombre, que realizan funciones de encultu- ración, más que a su constitución innata.
Esto abre la'puerta a .la reforma social mucho más de lo que permitirían filósofos sociales
que siguieran a Platón pero, también hay que decirlo, no tanto como pretendieron abrirla
algunos utópicos al afirmar que la naturaleza humana es tan flexible que es posible créar
cualquier tipo de carácter individual mediante el sistema educativo adecuado (véase más
adelante, capítulo 8).
En los primeros capítulos de La riqueza de las naciones, que tratan de la división
del trabajo, Smith no dice nada de carácter negativo respecto a ella. Pero en otra parte del
libro hace algunos comentarios muy fuertes sobre sus consecuencias destructivas:
En el progreso de la división del trabajo, la actividad de la mayor parte de
quienes viven de su trabajo, es decir, de la gran mayoría del pueblo, se limita a
unas cuantas operaciones muy simples, frecuentemente una o dos. Pero la
inteligencia de ía mayor parte de los hombres se forma inevitablemente a través
de sus actividades ordinarias. Aquel hombre que ha de pasar la vida realizando
unas cuantas operaciones simples, cuyos efectos pueden ser además siempre los
mismos, o casi los mismos, no tiene ninguna oportunidad de ejercitar su
entendimiento, o de ejercitar su inventiva para hallar soluciones a unas
dificultades que nunca se le plantean. En consecuencia, pierde el hábito de ese
ejercicio, y en general se vuelve todo lo estúpido e ignorante que puede llegar a
ser una criatura humana. La torpeza de sü mente le vuelve no sólo incapaz de
disfrutar o de participar en una conversación .racional, sino de concebir cualquier
sentimiento generoso, noble o tierno, y en consecuencia de formular un juicio
justo, incluso respecto a muchos de los deberes normales de ía vida privada. Es
completamente incapaz de juzgar sobre los grandes intereses generales de su país
[...] Esa condición corrompe incluso la actividad de su cuerpo, volviéndole
incapaz de ejercitar su fuerza con vigor y perseverancia, en cualquier otra
actividad que no sea aquella para la que ha sido educado [...] Pero en toda
sociedad avanzada y civilizada es éste el estado en elque ha de caer
necesariamente el pobre trabajador, es decir, la gran mayoría del pueblo, salvo
que el Estado se esfuerce por impedirlo (libro V, cap. I, parte III).
Nunca se ha escrito un ataque más fuerte a la división del trabajo', ni antes ni
después, y este ataque figura en el mismo libro que se ha considerado, justamente, que
contiene la descripción clásica de sus virtudes. Aún resulta más sorprendente el hecho de
que, en este pasaje, Smith pretende demostrar que la división del trabajo puede destruir
las mismas cualidades de humanidad que ensalza en otra parte como fundamentales y
únicas: ía capacidad de razonar y el ejercicio del interés solidario por ios demás. Smith
no intentó resolver esta contradicción, separada por setecientas páginas en ei texto de La
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 157
riqueza de las naciones. No fue el único que cayó en esta ambivalencia. Sus compañeros
escoceses manifestaron también dudas respecto a la división del trabajo y, a medida que
el grado de especializa- ción continuó aumentando con el avance del industrialismo, hubo
más autores que escribieron sobre cuestiones sociales que tendieron a considerar la
división del trabajo como un mal. Una de las pocas cosas que Karl Marx explícita
respecto al futuro Estado ideal del comunismo es que en él dejará de existir la
especializa- ción ocupacional. La mayor parte de la literatura utópica del siglo xix adopta
una posición similar y, en nuestros días, la malignidad de la división del trabajo pro-
porciona aún un tema habitual de crítica social y halla expresión en películas, no- velas y
otros géneros populares que abordan la alienación del hombre y la degradación de la
condición humana en la sociedad moderna.
Pese a su importancia básica en la sociabilidad humana y a la ambivalencia de
opiniones respecto a eíla, la división del trabajo no ha sido objeto directo de excesivo
análisis social. En la historia de esta materia destacan tres autores: Platón, que ia
relacionó con la organización política de ia sociedad; Adam Smith, que al atribuirle un
aumento de la producción preparó el escenario para el estudio de la organización
económica; y Emile Dürkheim, para quien la división deí trabajo es el fundamento básico
de la solidaridad que vincula a los individuos en comunidades. Hemos considerado ya las
dos primeras posiciones; el punto de vista de Dürkheim se analizará más adelante, en el
capítulo 15, apartado 2.
3.5. VALOR
En una economía de empresa privada, las empresas de producción individuales no
están coordinadas por una autoridad central; actúan cada una por su cuenta. Pero esto no
significa que las empresas se comporten de un modo caprichoso o arbitrario. Una
empresa, para operar con éxito, debe considerar qué beneficios puede obtener vendiendo
un producto y qué tendrá que pagar para conseguir el trabajo, las materias primas y ei
resto de factores necesarios para producirlo. Estos ingresos y costes vienen determinados
en parte por los precios de los productos y los precios de los factores de producción. La
teoría general de la organización económica a través de mercados explica cómo los
movimientos de estos precios ajustan la producción de artículos y la demanda de ellos
entre sí. La distribución del ingreso en una economía especializada está vinculada
también a los precios, puesto que lo que recibe cada individuo como ingreso no depende
sólo de la cantidad de factores que e! individuo vende, sino también del precio por unidad
que recibe por ellos. El ingreso que recibe un trabajador, por ejemplo, no sólo depende
deí número de horas que trabaja, sino de la tasa salarial por hora. '
El análisis explícito de cómo funciona un mercado como mecanismo de co-
ordinación (y sus defectos) es bastante reciente. Adam Smith io captó intuitivamente, y
vio con claridad qué dirección tenía que seguir el análisis, pero no consiguió elaborar un
modelo concreto en su propia obra. Su mayor aportación específica fue también,
irónicamente, su fracaso más señalado en el análisis eco
158 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
nómico: por una paite consiguió aclarar la significación básica de valor en la inves-
tigación de la coordinación de mercados; por otra, expuso una teoría defectuosa del valor
y enturbió además, considerablemente, el problema al utilizar el término «valor» para
indicar más de una cosa, sin aclarar suficientemente los diferentes usos.
Un problema de vital importancia para e! análisis del mecanismo de mercado es
explicar los factores determinantes de los precios como fenómenos observables
empíricamente. Si, en una 'teoría que utiliza el «dólar» como medio de intercambio, nos
encontramos con que en un lugar y período concretos se dan los siguientes precios
monetarios:
100 manzanas (A) = 20 dólares 1
libra de judías (B) = 1 dólar 25
yardas de algodón (C) = 50 dólares
entonces cinco manzanas, una libra de judías y media yarda de algodón valen cada una de
ellas 1 dólar, y podemos establecer la siguiente ecuación:
5/4=12? = 0,5C
¿Cómo se comprueba que estas magnitudes son 5, í y 0,5 y. no otras cifras
cualesquiera? En un curso elemental de economía moderna se explica que «la oferta y la
demanda» determinan estos valores relativos (o sus precios individuales en la unidad
monetaria) según se bosquejó en el «modelo de mercado» que explicamos en el capítulo
6, apartado. 1.2. Una explicación frecuente del valor de mercado en el siglo xvm, que
aparece en algunas de las primeras lecciones de Smith, utiliza la oferta y la demanda
(aunque por entonces no disponían del análisis gráfico),' pero algunos autores no estaban
satisfechos con ello pues ío consideraban superficial, ya que explicaba sólo las
fluctuaciones de los precios a nivel diario, no:süs niveles subyacentes de carácter más
permanente. Hay una curiosa carta escrita en 1767 por David Hume a A. R. J. Turgot (que
más tardé llegó a ser minisífo.francés de Finanzas) en que Hume afirma que nadie niega
que «la relación de'oferta y demanda [...] establece inmediatamente [...] el precio actual»,
pero sostiene que para entender el «precio fundamental» hay que examinar el coste de
producción del artículo (E. Rotweín, David Hume: Writings on Economics, 1970, p. 211).
Esta es la dirección que siguió Adam Smith para exponer su teoría del valor. La historia
de la teoría del valor durante los cien años siguientes estuvo dominada por la orientación
que le dio Smith. Hasta ei último cuarto del siglo XIX no empezaron los economistas a
elaborar modelos explícitos de valor de mercado basados en la oferta y la demanda (véase
el capítulo 17).
En el siglo xvu, y durante la mayor parte del xvm, se utilizó el adjetivo «natural» en
diversas ramas de la ciencia para aludir a las propiedades permanentes o «esenciales» de
los fenómenos, para distinguirlas de sus características transitorias o accidentales que no
son «fundamentales». Una idea de esta índole parece ser la base del interés de Adam
Smith por lo que él llamaba el «precio natural». En su opinión, el precio natural de un
artículo producible es el coste dei trabajo y de otros factores necesarios para su
producción, y los precios naturales de los servicios de trabajo, las materias primas, la
maquinaria, el uso de la tierra, etc., son, a su vez, sus costes de producción. De este modo,
Smith centró la investigación de los determinantes del valor estrictamente en las
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 159
condiciones de producción, u oferta; los factores de ia demanda sólo se consideraban
relevantes para fluctuaciones en ios precios diarios de los artículos, no para sus «precios
naturales». La intrascendencia de ia demanda se justificaba indicando que no existía
ninguna correlación entre la utilidad de un artículo y su. valor de mercado. He aquí el fa-
moso pasaje de La riqueza de las naciones donde Smith expone esta opinión:-
Las cosas que tienen ei mayor valor de uso tienen frecuentemente poco o
ningún valor de cambio; y aquellas que tienen el mayor vaior de cambio suelen
tener, por el contrario, poco o ningún vaior de uso. Nada es más útil que el agua:
pero no permitirá comprar prácticamente nada; no se puede obtener casi nada a
cambio de elia. Por e¡ contrario, un diamante apenas tiene vaior de uso; pero
puede obtenerse a cambio de él con frecuencia una cantidad muy grande de otros
bienes (libro I, cap. IV).
Esta «paradoja del valor», como se la llamó, había sido mencionada con frecuencia
antes de Adam Smith (por ejemplo, por Copémico, que escribió someramente sobre
cuestiones económicas), pero fue ia influencia de Smith lo que la convirtió en un
elemento importante para encauzar la atención de los economistas exclusivamente hacia
los factores del lado de la oferta en su investigación del valor. La paradoja no se resolvió
hasta un siglo más tarde, con la invención del concepto de «utilidad marginal», que
demostraba que la utilidad de la cuantía global de un artículo podía ser muy grande,
mientras que ia utilidad de una unidad extra de él podía ser muy pequeña si la oferta total
de dicha mercancía era grande. Estaríamos dispuestos a pagar una suma muy alta antes de
vemos privados completamente de una gota de agua, pero no mucho por un galón extra.
Las transacciones de mercado se refieren normalmente a cuantías incrementadas, no a !a
reserva completa de algo, de modo que es perfectamente explicable por qué el. agua es
muy útil, pero muy barata, y los diamantes lo contrario. Pero antes de que fuera resuelta la
paradoja del valor, se desarrollaron a partir de ia reserva smithiana de la teoría del valor
diversas corrientes de pensamiento económico, en especial la economía clásica o
ricardiana y la economía marxíana. Como veremos en los capítulos 9 y 13
respectivamente, estos grandes hitos de la historia y de la filosofía de la ciencia social se
atienen firmemente al punto de vista de Adam Smith de que el valor está determinado
exclusivamente por las condiciones de producción.
Estas últimas teorías fueron en un aspecto aún más allá que Adam Smith respecto a
limitar los determinantes del valor. Smith inicia su análisis comentando que en una
sociedad muy primitiva, como por ejemplo una sociedad cuya economía esté basada en la
caza de sólo dos animales salvajes, ios valores relativos de ambos tipos de caza estarían
determinados por las cantidades relativas de trabajo necesarias para obtenerlos: «Si en una
nación de cazadores suele costar el doble de trabajo matar un castor, por ejemplo, que
matar un ciervo, el castor-debería intercambiarse por dos ciervos o valer dos ciervos»
(libro I, cap. VI). (Un economista moderno invertiría este orden causal y afirmaría que ios
productores estarían dispuestos a invertir el doble de esfuerzo por un castor que por un
ciervo, porque el castor vale el doble que el ciervo, no al revés.) Pero, comenta Smith,
esto sólo se da en una economía en que el trabajo sea el único factor de producción. En
una economía más avanzada, con derechos de propiedad reconocidos de la tierra y de
otros recursos naturales, y una acumulación de formas diversas de capital real (edificios,
160 H ÍSTORiA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
herramientas, etc.)., se incorpora al cuadro el uso de los servicios de estos factores, y los
valores relativos de los artículos vienen, determinados por sus costes de producción
relativos, que incluyen ahora la renta y el interés (o beneficio), además de los costes
salariales. David Ricardo y, con más firmeza aún, Karl Marx consideraron que Adam
Smith había estropeado una buena teoría del valor con esta enmienda. Para ellos las
necesidades de producción de trabajo sólo determinan el valor de mercado de un artículo,,
tanto en las economías primitivas como en las avanzadas. Fue ésa la ruta, bastante
curiosa, por la que se introdujo en la teoría económica la «teoría del valor basada en el
trabajo», con consecuencias trascendentales para la historia de la ciencia social en
general, su filosofía, la filosofía en general, la teoría política, la práctica política y las
relaciones internacionales. En las páginas siguientes-se'explicarán algunas partes de este
proceso cuando continuemos con nuestra historia —más o menos— cronológica de las
ciencias sociales.
Adam Smith, por su parte, no propuso una teoría del valor basada en el trabajo (salvo
para el «estado primitivo y tosco» de una economía cazadora), pero además del análisis de
los determinantes del valor analizó otro problema, la medición del valor, en el que asignó
al trabajo un puesto especial. Esto produjo bastante confusión. Muchos comentaristas de
Smith le han presentado, hasta épocas recientes, sosteniendo que el trabajo es la fuente de
todo valor de cambio, cuando lo único que pqede decirse que sostiene en La riqueza de
las naciones es que el trabajo puede utilizarse para medir los valores de otros artículos
porque posee, más que ninguna otra cosa, las cualidades precisas para ser una unidad de
medición satisfactoria.
Para entenderlo examinemos de nuevo los datos ofrecidos antes sobre los precios de
mercado, en dólares, de manzanas (A), judías (B) y ropa (C). Si escribimos ahora:
100 /l =20 dólares en 1960
1 libra de B = 1 dólar en 1970
25 yardas de C = 50 dólares en 1980 no se puede decir ya:
5/4 = \B - 0,5C
puesto que el valor del dólar cambió considerablemente entre 1960 y 1980. Para que algo
pueda servir eficazmente como unidad de medición debe ser constante en sí en la
propiedad concreta que se pretende medir. Si deseamos comparar la longitud de un
escritorio y de una mesa normal, la regla que utilicemos no debe cambiar de longitud
mientras pasamos del escritorio a la mesa; si queremos comparar el peso de dos cosas
necesitamos una unidad de medida que sea invariable en cuanto al peso, etc.
Smith tuvo profunda conciencia de esta necesidad en relación con el problema de las
comparaciones de valor. En su opinión, sólo hay una cosa que se mantiene constante en
su valor propio a lo largo del tiempo y en distintos lugares: el trabajo. Así pues, si se
reseña el valor de algo en función de la cantidad de trabajo que puede comprar (es decir,
la relación entre su precio monetario y ía tasa salarial monetaria), expresamos sil valor
según una unidad constante. Smith no tenía muy buenas razones para singularizar a este
respecto el trabajo. Lo más aproximado a lo que llegó para justificarlo fue la siguiente
afirmación:
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 161
Podemos decir que cantidades iguales de trabajo son de igual valor, en todos
los tiempos y lugares, para el trabajador. Éste, en su estado nonmal de salud,
fuerza y ánimos, con su nivel norma! de habilidad y de capacidad técnica, ha de
entregar siempre la misma porción de su tranquilidad, su libertad y su felicidad
(libro I, cap. V).
En la economía moderna, para resolver el problema de medición de Smith, se
establecen índices numéricos del «nivel general de precios», utilizando un gran número
de artículos. Aunque no sea un método perfecto, es mucho mejor que singularizar una
cosa apoyándose en bases psicológicas bastante dudosas, como hizo Smith. El problema
de la medición es importante en el campo de la estadística económica, pero la principal
consecuencia de la tesis de Smith para la historia del pensamiento social fue que introdujo
una confusión considerable en la teoría del valor al no aclarar si una «teoría del valor»
trata de los determinantes del valor o de su unidad de medición. John Stuart Mili expuso
el problema claramente en sus Principios de economía política (1848):
No debe confundirse la idea de una medida del valor con la idea del
regulador o principio determinante del valor. Cuando Ricardo y otros afirman que
el valor de una cosa está regulado por la cantidad de trabajo, no se refieren'a la
cantidad de trabajo por la que se cambió esa cosa, sino a la cantidad necesaria
para producirla [...] Pero cuando Adam Smith y Maíthus afirman que el trabajo es
una medida del valor, no se refieren al trabajo que costó o puede costar hacer el
artículo, sino a la cantidad de trabajo por e! que se podrá cambiar o que podrá
comprar; en otras palabras, el va
162 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
lor de la cosa, calculado en trabajo [...] Confundir estas dos ideas sería como
pasar por alto la distinción entre el termómetro y el fuego (libro III, cap. XV).
Esto sería, sin duda, un grave error, pero, por desgracia, ni Ricardo ni el propio Mili
se esforzaron lo suficiente por evitarlo, creando una herencia de confusión que persiste
hasta hoy día.
3.6. LA «MANO INVISIBLE»
Esta frase, que aparece una sola vez en la Teoría de los sentimientos morales y otra
en La riqueza de lasK naciones, es un buen candidato para el concepto más conocido y
menos comprendido de la historia de la teoría social. A lo largo de los dos últimos siglos
la han citado una y otra vez, en general elogiosa o burlonamente, innumerables oradores y
escritores, muchos de los cuales no saben de Adam Smith más que lo suficiente para
pronunciar bien su nombre y poco más.
Smith expone en la Teoría de los sentimientos morales una especie de deísmo
moral. La actuación de la «simpatía» y del «observador imparcial» en la psicología de los
sujetos individuales forma un todo social armónico porque lo diseñó así una deidad sabia
y benévola. No sería exagerado decir que si Smith hubiera utilizado el término «mano
invisible» libremente en la Teoría, de los sentimientos morales se habría referido a la
mano de Dios. Pero no hay razón para atribuir ninguna concepción teísta de este género a
La riqueza de las naciones. La idea general de un orden natural armonioso y su relación
con la teoría social y la política social es lo suficientemente importante como para
merecer un tratamiento especia], de modo que aplazaremos el análisis completo de;esta
cuestión hasta el capítulo 10. Aquí me limitaré a comentar brevemente la opinión de
Smith sobre el papel de los mercados en la organización económica.
En La riqueza de las naciones, el concepto de una «mano invisible» no es más que
la idea de que hay leyes rectoras que controlan los procesos económicos, al igual que hay
leyes que rigen los fenómenos naturales. La compra y venta que se produce en la
economía de mercado es un sistema ordenado: aunque cada participante en el mercado
persigue sólo su propio interés, al hacerlo «se ve conducido por una mano invisible a
promover un fin que no formaba parte de su intención»..., es decir, a desempeñar su pape!
en un sistema económico coordinado y que funciona bien. La idea de que la tarea
principal de la teoría social es estudiar las consecuencias involuntarias de acciones
individuales, ocupó un lugar destacado entre los filósofos escoceses del siglo xvm, y su
origen puede rastrearse mucho más atrás, pero fue Adam Smith quien ia utilizó con
eficacia en el examen dei mecanismo de organización de mercado, que crea orden sin
autoridad coercitiva y sin exigir que los seres humanos muestren sentimientos benévolos
y comportamiento altruista en grado superior a su capacidad. La principal actividad de los
economistas desde Adam Smith ha sido aclarar ei funcionamiento (o el ma!
funcionamiento) de esta «mano invisible» metafórica. Incluso Karl Marx consideró, como
veremos, que la tarea principal de la economía consistía en analizar los procesos de
mercado y descubrir sus «leyes», aunque llegase a (o partiese de) valoraciones normativas
de su significado completamente distintas a las de los miembros ortodoxos de la escuela
clásica de economía.
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 163
Entre la visión de Adam Smith sobre el orden social y la de Thomas Hobbes hay una
diferencia evidente. En el Leviathan de Hobbes, la tarea prioritaria es evitar que los
hombres se hagan violencia mutuamente;- en La riqueza de las naciones de Smith, el foco
principal es la necesidad de facilitar la cooperación. Según Hobbes, lo que hace falta es un
policía; según Smith, un mecanismo que coordine las acciones individuales. Hobbes no
explica, en realidad, por qué es deseable tener orden social, salvo cuando reconoce de un
modo bastante impreciso que es necesario,para «una vida cómoda». En el primer capítulo
de La riqueza de las naciones, Smith afirma que esa vida cómoda se logra con la
especialización y reconoce que es necesario un mecanismo coordinador. Así pues, su
punto de vista nos lleva.en una dirección muy distinta al de Hobbes: al estudio de los
mercados, en vez de al estudio deí ejercicio del poder soberano. Esta distinción aún sigue
presente en un grado considerable en las diferentes tendencias de los economistas y los
científicos políticos modernos en relación con el problema del orden social.
La investigación que realizó el propio Smith sobre los mecanismos del mercado no
te llevó a la conclusión de que pudiera actuar como un sistema que generara orden por sí
solo. Las actividades individuales no se coagulan en un todo coordinado más que cuando
existe un marco general de costumbre o ley que establece normas de justicia. (Es evidente
que la competencia entre productores que intentan hallar cada uno medios de producción
más eficaces no es la misma si cada uno de ellos intenta prender fuego a los
establecimientos de los demás.)Por eso es necesario el Estado, pero las funciones propias
del Estado no se limitan al mantenimiento de la defensa nacional y a la administración de
justicia interior. Smith confiaba mucho en el mecanismo de mercado, pero no creía que
funcionara perfectamente. Si leyéramos La riqueza de las naciones y tomásemos nota de
todos los casos en que Smith exige actuación estatal, cuando llegáramos al final del texto
habríamos recopilado una larga lista de funciones económicas públicas.
Pero si el lector apuntara cada vez que Smith sostiene que el Estado realiza una
intervención económica innecesaria o perjudicial, también reuniría una larga lista. Estos
pasajes han llevado a algunos lectores a sacar la conclusión de que Smith se oponía como
norma a la intervención. Es cierto que Smith tenía una opinión muy pobre de «ese animal
insidioso y astuto, al que vulgarmente se denomina estadista o político», pero también
tenía una opinión pobre de los hombres de negocios, que, según él, andaban siempre
conspirando contra el interés público al restringir la competencia y presionar a las
autoridades paia obtener privilegios especiales. Una gran parte de La riqueza de las
naciones constituye un alegato contra el «mercantilismo», ai que Smith atacaba no
simplemente por ser un sistema de intervención económica, sino por sus objetivos
erróneos y sus bases científicas deficientes. El objetivo principal de Smith era mejorar la
política económica del Estado proporcionando una base sólida para el análisis
económico. Su conclusión fue que podría lograrse una gran mejora desmantelando gran
parte del aparato de intervención pública que había crecido en Inglaterra, pieza a pieza,
desde la época de los Tudor. Quien haya estudiado la legislación económica del siglo XVIIÍ,
difícilmente podrá afirmar que Smith no tenía razón. Había normas muy amplias, que no
abarcaban prácticamente todos los aspectos de la actividad económica, pero que carecían
de cualquier base racional defendible, o incluso coherente. Si tenemos en cuenta que
estas normas las aplicaba una burocracia estatal ineficaz y corrupta, resulta más evidente
que las críticas-de Adám Smith iban bien dirigidas. Pero la cuestión principal es que
164 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Smith era un pragmático; su consejo respecto a la política económica no se basaba enla
observación y el análisis, no se basaba en el-principio general de laissez-faire dogmático
que se le ha atribuido con tanta frecuencia.
3.7. La CONCEPCIÓN ECONÓMICA DE LAS ETAPAS HISTÓRICAS
Comentábamos antes, en este mismo capítulo, que durante el siglo XVIII hubo un
aumento del interés por la historia. Esto se debió en parte a la idea expresada por Hume
de que la historia proporciona un laboratorio de experiencias empíricas para el estudio de
las ciencias sociales,. Debido en parte también á una mayor conciencia del lugar que uno
ocupa en la sociedad en un continuo temporal, y debido también en parte a un factor que
examinaremos en el capítulo siguiente: el desarrollo de la idea de progreso. En La
riqueza de las naciones hay mucho material,histórico, que probablemente habría hecho
famoso a Adam-Smith como historiador si no hubiera quedado eclipsado por el análisis
económico abstracto de la primera parte del libro.. En está-materia histórica no se
propone explícitamente ninguna teoría histórica, pero las transcripciones de las lecciones
de Glasgow de Smith muestran'que se inclinaba claramente por la idea de que una
sociedad evoluciona necesariamente a través de ciertas etapas diferenciadas; que estas
etapas se caracterizan por una forma predominante de actividad económica (caza,
pastoreo, agricultura y comercio); y que los aspectos sociales, políticos, artísticos 7 de
otros tipos de una sociedad son consecuencia de las características económicas de la
etapa en la que esa sociedad se halla, Al parecer, Smith creía que al proponer esta tesis
avanzaba en una dirección que posibilitaba un estudio de la historia científico, siguiendo
los métodos de investigación ideados por Newton. La historia no debía limitarse a ser una
narración de hechos curiosos e interesantes, sino que debía ser un estudio de las fuerzas
básicas de la evolución social y de las leyes que la rigen. Es posible que el interés de
Smith por la economía naciera de la idea de que los factores económicos son los
determinantes reales de la historia.
Hubo varios filósofos escoceses del siglo XVIIÍ que adoptaron este planteamiento
general de la historia, que consideraron que debía ser científica o, como ellos decían,
«filosófica», y que tenían también una visión por «etapas» de la historia y consideraban
fundamentales los factores económicos. La idea de las etapas aparece también en escritos
franceses e italianos dei siglo xviii Así pues, en este sentido, como en muchos otros, la
importancia de Adam Smith no se debe a la originalidad de sus ideas, sino al grado
especial de influencia que les atribuyó. Desde el punto de vista de la historia y la filosofía
de la ciencia social, el aspecto más interesante de las teorías históricas de Smith no-fue el
de sus orígenes, sino él hecho de que reaparecieran de nuevo a mediados del siglo xix en
las obras de Friedrich Liszt y, sobre todo, de Karl Marx. Analizaré estas cuestiones al
estudiar la teoría social de Marx en el capítulo 13 y al examinar el problema filosófico de
la explicación histórica en ei capítulo 14. En el capítulo 12, en el que se estudia el
positivismo del siglo xix, vereremos la famosa teoría de Auguste Comte de que ia historia
humana es una historia de evolución de la humanidad a través de etapas que se
caracterizan no por la organización económica de la sociedad, sino por el desarrollo
intelectual y la visión filosófica del hombre.
miento occidental durante el siglo xix, fue una suerte que estuviera presente el énfasis
utilitarista en los valores epicúreos mundanos para actuar como contrapeso de la
visión romántica de las virtudes trascendentales que quedan fuera de la comprensión
de los hombres vulgares y exigen, para su plasmación, que el artista sea rey.
298 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
U V 5
-
Capítulo 12
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA
Sería muy útil comenzar este capítulo con una definición clara del término
«positivismo», pero esto no es posible porque desgraciadamente ha sido, y sigue
siendo, utilizado de formas diversas. En el marco del pensamiento social francés, las
expresiones «ciencia positiva» Ny «filosofía de la ciencia positiva» fueron in-
troducidas por primera vez por madame de Staël, novelista popular y figura destacada
del romanticismo francés, en un libro que ejerció una gran influencia, De la literatura
considerada en sus relaciones con las instituciones sociales (1800). De Staël, más
inspirada por el utopismo de Condorcet que por el enfoque analítico de las cuestiones
sociales de Montesquieu, fue centro de un grupo de intelectuales franceses que
sostenían que la perfectibilidad del hombre y la sociedad és posible, puesto que todos
los problemas sociales pueden resolverse utilizando métodos científicos-y aplicando
e! conocimiento científico en un Estado gobernado por científicos. Como veremos
luego, una opinión similar desempeñó un papel básico en'el desarrollo del positivismo
por Saint-Simon y Comté. Pero esto es todo lo lejos que se debería llegar en el intento
de definir el primitivo positivismo francés decimonónico de un modo general. Es
mejor dejar que su significado aflore de un examen concreto de las ideas de sus
figuras principales.
El término «sociología» es casi tan problerñátíco como «positivismo» cuando se
intentan descubrir sus «orígenes». Algunos historiadores de la sociología empiezan
con los antiguos griegos, o antes incluso (véase, por ejemplo, H. E. Bames, An
introduction to the History ofSociology, 1948). Mientras que otros se resisten a
retroceder incluso hasta principios del siglo XIX, como hacemos en este capítulo
(véanse, por ejemplo, los artículos sobre «sociología» de la International
Encyclopedia of the Social Sciences, 1968). La materia temática de la sociología es
mucho más difícil de concretar que la del resto de las ciencias sociales. Cuando un
autor analiza el arancel, o la oferta de oro, o los precios de mercado, sabemos al
menos que está hablando de cuestiones económicas y es relativamente fácil de-
terminar si utiliza un modelo teórico o si utiliza sistemáticamente algún otro método.
Pero cuando un autor analiza la familia, o la delincuencia, o la cultura,
puede estar haciendo sociología, pero no necesariamente, ya que el marco de su discurso puede ser
la teología o la filosofía política, Ja estética, la ética, la psicología, o... Y aunque se refiera en
realidad a fenómenos sociológicos, no siempre es fácil determinar si opera de un modo sistemático,
puesto que estos fenómenos no se prestan al grado de cuantificación conceptual y empírica que
puede alcanzar la economía mediante el uso del numerario común de la medición monetaria. Ade-
más, ia sociología abarca prácticamente todos los fenómenos sociales y las fronteras que se impone
son puramente convencionales. La actividad intelectual humana es en sí un fenómeno social, por lo
que la sociología incluye dentro de su materia temática el estudio de la organización social de la
ciencia, incluida la ciencia social, sin excluirse a sí misma. Este punto tiene un interés que no es
simplemente pasajero, puesto que, como veremos, una de las características más importantes del
pensamiento de los primeros sociólogos franceses fue centrarse en la organización y la evolución de
la ciencia y de otras actividades intelectuales como fenómenos sociales. La, tesis principal de
Auguste Comte es que había-leyes de la evolución intelectual que regían el desarrollo de la mente
humana. Utilizó el término «positivismo» para describir la culminación epistémica de este proceso e
inventó la palabra «sociología» para indicar la ciencia que éí mismo crearía como síntesis final de
todo conocimiento.
Indicábamos en el capítulo 1 que el hombre es un animal extraordinariamente «altricial»,
necesitando el vástago de la especie muchos años de crecimiento y adiestramiento preparatorio
antes de poder asumir las funciones del individuo adulto. Durante este periodo se produce un
proceso de..«enculturación» que prepara al sujeto para la vida en una cultura o sociedad concretas.
Indicábamos también que el hombre, como animal social, tiene la propiedad exclusiva de ser
«multisocial», es decir, el individuo puede pertenecer simultáneamente a numerosos grupos
sociales, como asociaciones ocupacionales, asociaciones religiosas, asociaciones recreativas, etc.,
cuyas pertenencias pueden solaparse. Si consideramos que la disciplina de la sociología es la rama
de la ciencia-social que se interesa concretamente por estos aspectos de la sociabilidad humana, los
inicios de la sociología deberían emplazarse probablemente en la Escocia y la Francia del siglo
xvm.
En Francia habría que mencionar al marqués de Condorcet, dado que su insistencia en el
desarrollo del conocimiento y la inteligencia del hombre como un fenómeno de evolución social se
centra en el aspecto de la sociabilidad, que se convirtió en elemento básico de la sociología de
Comte. Su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos deí espíritu humano (1795) fue una de
las grandes obras literarias que reflejaron el estallido de entusiasmo por la reconstrucción social del
primer período de la Revolución francesa y, a través de Saint-Simon y de Comte, una de las más
influyentes. Pero fue más importante como sociólogo Montesquieu, cuyo Espíritu de las leyes
(1748) influyó más en 1a teoría y el pensamiento social en Escocia y en Estados Unidos que en
Francia. La insistencia de Montesquieu en el papel enculturador de las instituciones sociales, la gran
diver
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS ¡NICíOS DE LA SOCIOLOGÍA 300
sidad de estas instituciones» su papel causal en los acontecimientos históricos y su interacción
dentro de una cultura que puede considerarse un sistema total, apoya la tesis de algunos
historiadores de que debería considerársele el primer sociólogo.
Los moralistas escoceses de la segunda mitad del siglo XVIII han sido analizados ya (capítulo
7, apartado 1) y es evidente que debe considerárseles como mínimo precursores de la sociología
moderna. Historiadores recientes han singularizado a Adam Ferguson y sus Essays on the History of
Civil Sociéty (1767), pero hay también buenas razones para mencionar a todas las principales
figuras de la Ilustración escocesa, incluidos David Hume y Adam Smith. Los títulos de los capítulos
del libro de selecciones de las obras de los escoceses de Louis Schneider (The Scottish Morahsts,
1967) es casi como el programa de un cursofde introducción a la teoría sociológica. Sin embargo,
no/abundaremos más sobre Montes- quíeu y los escoceses. Una ciencia «comienza», como
fenómeno social, cuando puede trazarse una línea de desarrollo continuo hasta un origen. Es en este
sentido en el que puede considerarse a Montesquieu, Hobbes y Locke iniciadores de la ciencia
política, y a Adam Smith el fundador de la economía. Siguiendo el mismo criterio, puede decirse
que debería considerarse a Saint-Simon y a Comte los fundadores de ía sociología.
Pero deberíamos indicar una vez más que muchos sociólogos modernos rechazarían cualquier
deuda intelectual con Saint-Simon y Comte, y el historiador no tiene ninguna justificación para
endosar a quienes practican una ciencia un linaje que rechazan. La sociología de Saint-Simon y de
Comte era muy diferente de la que se encuentra hoy en un programa universitario, moderno,
especialmente en Estados Unidos. Su equivalente moderno más próximo es la sociología académica
y de investigación de la Unión Soviética y de otros países marxistas. Saint- Simon y Comte se
dedicaron a lo que podría llamarse «gran sociología», un intento de elaborar una teoría global que
abarque en una síntesis unificada todos los aspectos de la sociabilidad humana y su evolución
histórica hasta el presente y más allá, en el futuro. El aspirante más notable a esta síntesis fue Karl
Marx, pero deberíamos incluir también a James Frazer, Herbert Spencer e historiadores como
Oswald Spengler y A. J. Toynbee como practicantes no marxistas de la «gran sociología». Émile
Durkheim y Max Weber no tienen una visión tan amplia de la sociología, pero la disciplina no
empezó en realidad a perder su grandiosidad dé miras hasta el siglo xix. Hoy los sociólogos,
exceptuando de nuevo a los marxistas, dan preferencia a la investigación empírica y, en la medida
en que utilizan elaboraciones teóricas que son más que instrumentos de investigación empírica ad
hoc, emplean lo que Robert K. Merton ha denominado acertadamente «teorías de alcance medio».
La teoría social que examinaremos en este capítulo pertenece a un período de la historia de
Europa occidental en el que se culminó la transición de un mundo a otro: de un mundo antiguo de
agricultura reducida, industria artesanal y comercio limitado, localismo social y comunidad íntima,
y poder político limitado a una pequeña oligarquía hereditaria, a un mundo nuevo de industria
mecanizada en gran escala, comercio ubicuo, urbanización y proletarízación de la fuerza de trabajo,
una psicología social nacionalista y el ascenso de nuevas clases a posiciones de influencia y de
poder político. Puede afirmarse sin excesiva exageración que las ciencias sociales son producto deí
cambio social, que constituyen respuestas intelectuales a modificaciones grandes y rápidas de las
formas tradicionales de organización social y al desorden, salpicado a menudo por la violencia, que
las acompañaba. La ciencia política moderna puede considerarse sin excesiva distorsión como un
producto de la guerra civil inglesa del siglo XVII y de la guerra de Independencia de Estados Unidos
del xvín, la economía como un producto de la Revolución industrial, y la sociología como un
producto de la Revolución francesa.
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 301
La destrucción del anclen régiine en 1889 produjo en Francia un gran aluvión de literatura que
proponía todo tipo de teorías sociales y de grandes planes para la reconstrucción del orden social,
que continuó en avalancha a lo largo de las sucesivas fases de la revolución, la dictadura
napoleónica y después de Waterloo. La guerra civil inglesa generó un aluvión semejante, pero en el
análisis de los inicios de la teoría política moderna del capítulo 4 nuestra atención se limitó a los
autores que tuvieron una importancia sobresaliente en la evolución subsiguiente de la disciplina:
Thomas Hobbes y John Locke. Asimismo, en este capítulo nos centraremos únicamente en las dos
personalidades principales, Henri de Saint-Simon y Auguste Comte, pasando por alto a otros que, en
una historia más completa, exigirían atención. No me plantearé aquí esbozar los antecedentes
históricos generales de la sociología y el positivismo franceses diferenciados del examen concreto
de Saint-Simon y de Comte pero, antes de terminar esta introducción, es conveniente hacer un breve
repaso del sistema francés de educación superior.
Saint-Simon y Comte adoptaron ambos una idea de Condorcet, qüe a su vez la había tomado
de Francis Bacon: la concepción de un orden social utópico regido por hombres de ciencia. En la
Inglaterra de la época de Bacon se consideró que esto exigía la creación de una gran institución
nueva con una autoridad, un prestigio y un estatus indiscutibles, la cual se haría realidad unos treinta
años des- pués de la muerte de Bacon, con la fundación de la Royal Society. En la Francia
decimonónica, la estructura necesaria existía ya, en opinión de Comte, y era el Institut de France,
sus-diversas academias y el sistema de escuelas especiales, entre las que destacaba la École
Polytechnique.
La política de Estado de la Francia decimonónica patrocinó la creación de instituciones
superiores especializadas para la instrucción y la investigación al margen de las universidades
tradicionales, que, por estar enraizadas en el humanismo renacentista y en la escolástica medieval, se
consideraban inadecuadas para la adecuada promoción de la ciencia y la tecnología. La gran escuela
de ingeniería de obras publicas, la École des Ponts et Chaussées (Escuela de Caminos y Puentes) se
creó en fecha tan temprana como 1715. En la época de la revolución había en Francia más
instituciones superiores de ciencia y tecnología, y mejores, que en ningún otro país de Europa. Eran
instituciones prestigiosas y el ingreso en
ellas constituía por sí solo un certificado de superioridad intelectual y, debido a que estaban
promocionadas por el Estado, no sólo pretendían ingresar en ella- quienes deseaban practicar una
profesión, sino también los hijos de familias que querían elevar su prestigio social y asegurarse
un puesto mejor en la jerarquía del poder político. La aristocracia, viendo amenazado así su
estatus tradicional, procuró, con cierto éxito, restringir la admisión a los hijos de familias nobles,
pero esto, como el resto de! aparato del anden régime, lo barrió la revolución. Pero no las
escuelas mismas; se valoró su importancia y fueron apoyadas por los sucesivos regímenes
revolucionarios, por Napoleón y por los gobernantes de Francia posteriores a Waterloo. El
historiador moderno de la Écóle Polytechnique, Terry Shinn (L’École Polytechnique, 1794-
1914,1980), indica que durante el medio siglo posterior a 1830 los graduados de las escuelas
especiales, que procedían ya principalmente de la cíase media, no sólo dominaron los sectores
profesionales de la sociedad francesa, sino que ejercieron una gran influencia política. Éste fue,el
período en el que Auguste Comte elaboró su filosofía positiva.
1. Henri de Saint-Simon (1760-1825)
302 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Henri de Saint-Simon nació en una familia de la nobleza, pero de estatus social y medios
económicos modestos. Fue un joven rebelde y, aunque era el primogénito, su padre no le dejó
nada en herencia cuando falleció en 1783. A los dieciséis años obtuvo un puesto de oficial en el
ejército francés y, después de ascender hasta el grado de capitán, se presentó voluntario para
servir en la fuerza expedicionaria enviada para ayudar a los colonos británicos del norte de
América sublevados contra la Corona inglesa. Estuvo en América sólo dos meses, pero co-
rrespondieron a la fase decisiva de la guerra y participó como oficial de artillería en la batalla de
Yorktown en 1781. En años posteriores tendió a exagerar su papel como uno de los fundadores
de la libertad estadounidense, pero más importante que su influencia en el nacimiento de los
Estados Unidos fue la influencia que su experiencia americana ejerció sobre él. Le impresionó
muchísimo aquella sociedad que carecía de aristocracia, que podía incluso alcanzar grandes
éxitos militares con un ejército que estaba dirigido por oficiales procedentes del pueblo. La
importancia que otorga en sus escritos posteriores a la capacidad y el talento individuales, no
limitados por la casta hereditaria, se debió a su breve experiencia americana además de a su
rebelión personal contra su familia.
Cuando estalló la Revolución francesa en 1789, Saint-Simon fue uno de los primeros que
renunciaron a su título de nobleza y que se identificaron con los revolucionarios. Pero esto no ie
libró del Terror. Fue detenido en 1793 y escapó por muy poco a la guillotina. Sus once meses de
cárcel, bajo el temor constante de la ejecución, le causaron una impresión perdurable, que se
refleja en la insistencia en sus obras posteriores en los males de la anarquía y en la suprema
importancia del orden social. El pensamiento social de Saint-Simon, como el de Thomas Hobbes,
cuya teoría política estuvo condicionada por las agitaciones y la inseguridad de la guerra civil
inglesa, estuvo permanentemente dominado por.su propia experiencia, más personal, de las
consecuencias del desorden civil. Su estancia en la cárcel tuvo también efectos psicológicos
duraderos, o sirvió para exacerbar la neurosis que ya padecía. Sufrió alucinaciones, en una de las
cuales se le apareció Carlo- magno y le predijo que se convertiría en un gran filósofo cuyas ideas
regenerarían la civilización de Europa. En años posteriores experimentó repetidamente aluci-
naciones similares y se consideró en ocasiones la reencarnación literal de Sócrates o Descartes, un
mesías destinado a cambiar el mundo a través del poder de las ideas, como había hecho Carlomagno
por la fuerza de las armas. En 1812 padeció una crisis nerviosa y pasó varios meses en una
institución mental. En .1823 intentó suicidarse. El investigador moderno de sus escritos y de. las
actividades de sus discípulos que esté familiarizado con su historia personal, se siente fácilmente
tentado a calificar las doctrinas saint-simonianas de locura, pero, si lo fueron, hay que reconocer que
fue una locura que tuvo profundas consecuencias-en el pensamiento social moderno.
Durante los primeros años de la revolución, Saint-Simon se entregó a actividades
especuladoras relacionadas sobre todo con la venta de tierras y propiedades confiscadas a la Iglesia
y a la aristocracia.'-Estas actividades fueron la causa inmediata de su encarcelamiento. Tras la caída
de Robespierre reanudó sus especulaciones y se enriqueció. Pero gastaba pródigamente, agasajando
a personas de elevado estatus, entre las que se incluían sobre todo profesores de la École
Polytechnique. Su suerte en los negocios se acabó también, y en 1805 estaba arruinado. Pero por
entonces había empezado ya a escribir sobre cuestiones sociales y la materialización de la
predicción de Carlomagno en la cárcel se convirtió en el objetivo principal de su vida. Obtenía
dinero donde podía y sin escrúpulos* pero sólo para cubrir las necesidades esenciales para realizar
su gran obra.
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 303
Sin embargo, Saint-Simon no pensó que su misión fuera la de un filósofo académico dedicado
a construir, completamente solo, un nuevo sistema de pensamiento social. Carlomagno no había
conquistado Europa él solo; rae el genio dominante que inspiró a otros y que les organizó para la
tarea. Del mismo modo, Saint-Simon consideraba que su papel era asumir la jefatura de una cruzada
intelectual que realizarían, bajo su dirección, ios mejores científicos y sabios de la época. A lo largo
de su vida como escritor pretendió convertirse en empresario y director de una gran empresa
cooperativa que pretendía conseguir una sistematización completa de todo el conocimiento sobre
nuevas bases filosóficas. A diferencia de los otros científicos sociales estudiados hasta ahora, sus
ideas no pueden localizarse en un solo gran tratado ni en unas cuantas grandes obras principales.
Derrochó su energía escribiendo folletos, panfletos y artículos, y no completó nunca una exposición
metódica o global de sus ideas. Sin embargo, en esas páginas desordenadas hallamos un sistema de
ideas o, como mínimo, los elementos embrionarios que se convertirían en la filosofía positiva de
Auguste Comte.
Saint-Simon era, al parecer, un conversador brillante y fue su charla más que sus escritos lo
que empezó por fin a atraer a los discípulos que anhelaba. Augustin Thierry, que más tarde se haría
famoso como historiador popular, se convirtió en su ayudante en 1814, y tres años después le
sucedió Comte. Durante los últimos años de Saint-Simon se agrupó en torno a él un núcleo de
jóvenes intelectuales, que formaron después de su muerte un movimiento dedicado a crear una
nueva religión y a difundir sus doctrinas por toda Europa, dirigido por Prosper Enfantin, un
ingeniero que se había formado en la Ecole Polytechnique. Al cabo de unos años se incorporaron al
movimiento varios cientos de jóvenes graduados de la Ecole y, durante un período, pareció que el
sueño de Saint-Simon de una nueva religión basada en la ciencia barrería Europa. Los saint-
simonianos enviaron emisarios evangélicos a Inglaterra, y a otros lugares, publicaron numerosos
periódicos y revistas y dieron conferencias públicas que atrajeron numeroso público. Pero las
disensiones internas y la adopción de pintorescos rituales que bordeaban el ridículo y provocaban
repugnancia debilitaron el movimiento. Enfantin, que pasó a llamarse «Padre de la Humanidad»,
fue detenido y encarcelado, junto con otros dirigentes, y el movimiento desapareció prácticamente
en 1832. El saint-si- monismo revivió en la década de 1840 y obtuvo el apoyo de Napoleón III en la
de 1850, pero decayó de nuevo cuando murieron los discípulos originales. Su principal influencia
sobre el pensamiento social moderno la ejerció a través de Auguste Comte y de Karl Marx.
El carácter endeble y desordenado de los escritos de Saint-Simon, comparados con los tratados
sesudos y sistemáticos de Comte, invita a restar importancia al papel de Saint-Simon en eí
desarrollo del positivismo. Pero la revalorización de Saint-Simon por los historiadores modernos ha
demostrado su valía por encima de cualquier duda razonable. Los rudimentos del positivismo están
presentes en sus primeros escritos, antes incluso de que Thierry se convirtiera en su ayudante.
Comte conoció a Saint-Simon cuando tenía diecinueve años y fue un discípulo devoto durante
cuatro años. A pesar de su insistencia posterior en que no debía nada a Saint-Simon, es improbable
que su experiencia como joven ayudante de éste, recién salido de la École Polytechnique,
entusiasmado por verse libre de una disciplina estricta y un denso programa de estudios, fuese algo
insignificante en su evolución intelectual. Sin embargo, hay que reconocer que los escritos de Saint-
Simon, antes de iniciar su relación con Comte y después, sólo contienen los elementos sin
desarrollar ni sistematizar del positivismo, y no pretenderemos considerarlos más que eso.
Una de las características desconcertantes del positivismo como filosofía de la ciencia es que
parece ser al mismo tiempo racionalista y empirista. El filósofo moderno, se llame «positivista» o
304 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
no, tiende a resolver este conflicto reconociendo los papeles complementarios de la teoría y el dato
empírico en el progreso del conocimiento. El propósito de Saint-Simon era diferente. El
consideraba que una teoría a príori y eí estudio a posteriori de los datos actuaban no como métodos
complementarios, sino como formas temporalmente alternativas de investigación científica. Ésta es
la «ley de alternatividad» saint-simoniana. La ciencia europea, en opinión de Saint-Simon, había
permanecido en una fructífera fase de empirismo durante más de un siglo, bajo la influencia de
Newton y de Locke, pero su potencial constructivo estaba ya agotado y era preciso pasar a la. otra
alternativa y avanzar hacia una nueva síntesis racionalista. Se consideraba el dirigente que debía
impulsar ese proceso.
Los escritos de Saint-Símon no contienen nada de interés sobre ningún tema sustantivo de la
ciencia física o de las matemáticas, y sabía muy poco de ellas en realidad. Sus conocimientos
científicos consistían sólo en lo que espigó en la charla de sobremesa de los científicos a los que
había agasajado cuando era rico, antes de embarcarse en su misión de regenerar la civilización de
Europa. Pero estaba convencido de que su talento trascendía la actividad prosaica de los científicos
y que su visión señalaría el camino a seguir por aquéllos.
La admiración de Saint-Simon por las ciencias en sus primeros, escritos era una idolatría que él
no sólo celebraba como una convicción personal, sino que recomendaba para su adopción general.
En su primera publicación, Cartas de un residente en Ginebra a sus contemporáneos (1803),
anunció la fundación de una «religión de Newton» y recomendó la creación de un «Concilio de
Newton» compuesto por veintiún científicos, eruditos y artistas distinguidos que, inspirándose en la
ciencia física, constituirían el sacerdocio autoritario de un nuevo orden social. Saint-Simon, como
madame de Staél y su círculo, albergó !a esperanza durante algún tiempo de que el instrumento de
ese nuevo orden fuera Napoleón, pero ia decepción posterior no altèro sustancialmente su visión
utópica. La misma idea esencial de un mundo regido por una élite según los principios de la ciencia
aparece en su última obra, publicada poco antes de su muerte, Nuevo cristianismo (1825). Entre su
primer y último escrito se produjo, sin embargo, un cambio significativo en el pensamiento de Saint-
Simon, que pasó de considerar la física el paradigma de la ciencia social a considerar que debían
serlo la biología y la fisiología, y de los intelectuales como élite a una élite formada por los grandes
hombres de la industria y el comercio; pero no modificó su convicción inicial de que los
especialistas debían, convertirse, y se convertirían, en los gobernantes de la sociedad, y de que la
paz, el orden y. la justicia y el bienestar de las masas exigían que tuvieran una autoridad ilimitada.
El papel de esta élite, a diferencia de la élite aristocrática que había detentado la autoridad política
tradicional, lo describió en un impresionante pasaje que ha venido a llamarse la «parábola de Saint-
Simon»:
Supongamos que Francia pierde de pronto cincuenta de sus médicos de primera
categoría, cincuenta químicos de primera categoría, cincuenta fisiólogos de primera
categoría, cincuenta banqueros de primera categoría, doscientos de sus mejores
comerciantes, seiscientos de sus agricultores más destacados, quinientos de sus metalúrgicos
más capaces, etc. [...] Considerando que estos hombres son sus productores más
indispensables, los que fabrican sus productos más importantes, al perderlos la nación
degenerará en un mero cuerpo sin alma y caerá en un estado de debilidad lamentable a los
ojos de las naciones rivales, permaneciendo . en esta posición subordinada mientras persista
la pérdida y sus puestos sigan vacantes. Hagamos otra suposición. Imaginemos que Francia
conserva a todos sus hombres de talento, en las artes y en las ciencias, o en las técnicas e
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 305
industrias, pero tiene la desdicha de perder en el mismo día al hermano del rey, al duque de
Angulema y al resto de los miembros de la familia real, a todos los grandes funcionarios de
la corona, a todos los ministros del gobierno, estén o no a la cabeza de un departamento, a
todos los miembros del consejo privado, a todos los mariscales, cardenales, arzobispos,
obispos, grandes vicarios y canónigos, a todos los prefectos y subprefectos, a todos los
empleados dei gobierno, a todos los jueces y, además de eso, a cien mil propietarios, la
crema de la nobleza. Esta catástrofe abrumadora afligiría sin duda a los franceses, pues son
una nación de buenos sentimientos. Pero la pérdida de ciento treinta mil de los individuos
más afamados del Estado daría origen a un pesar de un carácter puramente sentimental. No
causaría la menor molestia a la comunidad (citado del L’Organisateur, 1819, por Charles
Gide y Charles Rist en A History ofEconomic Doctrines, 1915).
A pesar de la experiencia de su' temporada en América, Saint-Simon no consideró que una
república pudiera ser también una democracia. A los dirigentes de hombres se les puede reclutar
entre ei pueblo, pero dében gobernarlo con poder ilimitado.
La teoría política de Saint-Simon estaba estrechamente relacionada con su filosofía de la
ciencia. En su opinión, es un profundo error considerar que el conocimiento científico aumenta por
la simple acumulación de los resultados de la investigación metódica. Los numerosos trabajadores
de la ciencia deben recibir normalmente la inspiración del genio filosófico que, de un modo
intuitivo, capta ei sentido interno de los fenómenos de la naturaleza. Sin él no puede haber ningún
progreso científico. Asimismo, la élite gobernante de la sociedad debe estar unida poruña dedicación
común a la materialización de la visión social del genio único que comprende la esencia de los
fenómenos sociales y es capaz de captar las leyes que rigen la historia humana, ocultas a hombres de
menos valía. Este genio no tiene por qué ser un científico o un erudito; su penetración intuitiva
aporta verdades de un tipo más profundo que las que pueden'descubrirse con la investigación
metódica. Esto no es una mera especulación, pues estos hombres de talento han pisado ía tierra antes
y ahora ha venido de nuevo uno a salvar a Europa en su hora de crisis... ¿Quién puede ser sino el
propio autor de estos pensamientos? En la megalomanía de Saint-Simon vemos que se unen la
filosofía de la ciencia y la ideología política, o, más exactamente, que la primera se subordina a la
segunda, fenómeno que reaparece repetidamente en la historia de la filosofía social y de la ciencia
social de los siglos xix y xx.
En la literatura moderna de la filosofía de la ciencia hay una polémica continuada en tomo al
papel de esta disciplina: si debe limitarse a describir la metodología de la práctica científica, o bien
si debe intentar determinar las normas de la práctica correcta y emplearlas como criterios básicos y
normas prescriptivas. En el positivismo francés de principios del siglo xix, las orientaciones
descriptiva y prescriptiva de la filosofía de la ciencia se fundieron en la idea de que el desarrollo
intelectual del hombre opera necesariamente a través de tres etapas: la «teológica», la «metafísica» y
la «positiva». Esta es la llamada «Ley de las tres etapas», una columna básica de la filosofía de la
historia de Comte. Según esta tesis, positivismo no sólo es un término descriptivo de la etapa más
reciente, sino también una prescripción de normas metodológicas que deberían regir toda práctica
científica. Los elementos esenciales de la ley de las tres etapas aparecen en escritos de Saint-Simon
de 1813, cuatro años antes de que conociese a Comte.
Una de estas publicaciones de 1813 se titula Memoria sobre la ciencia del hombre. En opinión
de Saint-Simon, eí estudio científico de los fenómenos sociales humanos debe adoptar la
metodología de las ciencias naturales. Saint-Simon había sostenido esta opinión desde sus primeros
306 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
escritos sobre cuestiones sociales, y puede que incluso antes, ya que ésta pudo haber sido una deJas
razones de que, cuando era rico, se instalara cerca de la Ecole Polytechnique y buscara la compañía
de sus distinguidos científicos y matemáticos. Pero la filosofía de la ciencia de Saint-Simon no se
limitó a afirmar que el estudio dé los fenómenos sociales podía realizarse con mucha mayor eficacia
siguiendo el modelo de las ciencias naturales. Estaba convencido de que todos los fenómenos,
físicos, químicos, biológicos o sociales, eran consecuencia de la actuación de un principio único.
Después de largas consultas a su intuición llegó a la conclusión de que este principio monista era la
ley de la atracción gravitatoriade Newton. Pero, siguiendo su costumbre; no lo explicó, siho que
escribió un folleto, Estudio sobre la gravitación universal (1813) en el que instaba a los científicos
a seguir su intuición y aseguraba que si lo hacían podía salvarse la civilización de Europa. Las
expresiones que describen la ciencia de la sociedad como «física social» o «fisiología social» en las
primeras obras positivistas, antes de que Comte introdujera el neologismo «sociología», son un
reflejo del monismo epistémico de Saint-Simon.
Es evidente, desde sus primeras ideas sobre cuestiones sociales, que Saint- Simon creía que
podía, y debía, crearse una nueva ciencia social que fuera «positiva», como ¡a ciencia natural
moderna. Pero después de unos cuantos años de relación con los ingenieros y matemáticos de la
École Polytechnique, que no mostraban entonces la menor inclinación a convertirse en discípulos
suyos, cambió su residencia á las cercanías de la Ecole de Médecine y cultivó la compañía de
médicos, fisiólogos y biólogos. Pasó entonces a creer que la sociedad es un organismo viviente, no
una máquina o un sistema planetario, y que una ciencia social científica debía estructurarse
siguiendo ei modelo de las ciencias de la vida.
La visión de la sociedad como una especie de superorganismo, en el que hombres individuales
y clases de hombres desempeñan papeles parecidos a las células y los órganos, puede remontarse
hasta la antigüedad griega, pero no empezó a desempeñar un papel destacado en el pensamiento
social hasta el siglo XIX. Ei primer filósofo de gran influencia que propuso esta tesis fue el jefe del
primer movimiento romántico alemán, Johan Gotfried von Herder, sobre todo en su obra en cuatro
volúmenes ¡deas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784-1791). Lo más probable
es que Saint-Simon no leyera a Herder, ni a Hegel, que expuso una visión similar de la sociedad,
pero adoptó ía jdea de la sociedad como organismo y fue un conducto importante a través del cual
esa idea penetró en ia ciencia social y en la filosofía social. A Auguste Comte y, posteriormente, a
Emile Durkheim y a Herbert Spencer les influyó profundamente. A Durkheim, en particular, ie
causó honda impresión la idea de Saint-Simon de que una sociedad, al ser un organismo, posee una
conciencia,propia, que trasciende y, de hecho, determina la de sus miembros individuales (véase
más adelante el capítulo 15, apartado 2). El concepto de conciencia colectiva o, en su forma más
extrema, ía idea de una «mente de grupo», fue ampliado posteriormente por Garl Jung, al que sólo
supera en importancia Sigmund Freud como padre del psicoanálisis, que sostuvo que cada sociedad
tiene también un subconsciente colectivo, que yace por debajo de. las creencias compartidas y Jas
perspectivas mentales que constituyen su cultura sensorial, que preserva en la memoria subliminal
su historia pasada como colectividad. La influencia de este conjunto de ideas en el arte y ía
literatura modernas, y en sus concepciones de los fenómenos sociales, ha sido enorme.
Los conceptos de organismo y mecanismo han luchado entre sí a lo largo de la historia
moderna de la ciencia social y aún siguen haciéndolo. El conflicto entre holismo y reduccionismo
como metodologías de la investigación social es, en una medida considerable, un reflejo de estas
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 307
dos concepciones metafísicas alternativas de la sociedad. Esto también caracteriza a una de las
diferenciaciones importantes entre sociología y economía como ciencias sociales, tendiendo la
sociología ai organicismo y el holismo, y la corriente principal de la economía al mecanicismo y el
reduccionismo. Digo la «corriente principal» de ía economía porque una de las características
sobresalientes de ía economía marxiana, la escuela histórica, ei ínstitucionalismo y la historia
social, ha sido la insistencia en los rasgos orgánicos y evolucionistas de la sociedad. Pero ni siquiera
ía corriente general de ía economía ha sido inmune al atractivo deí holismo y el organicismo. En las
obras de Aifred Marshaíí, la figura más importante en el desarrollo inicial de la economía
neoclásica, vemos que concebía sus propias aportaciones a ía mecánica económica como una etapa
preliminar para el desarrollo de una teoría orgánica de la sociedad. A los científicos sociales
siempre les ha planteado problemas el concepto de «sociedad», debido en gran parte a que se han
mostrado reacios a considerar la sociedad como una entidad existencial categóricamente diferen-
ciada. Algunos científicos sociales tienden a considerar ías sociedades simples agregados de
individuos, mientras que otros las consideran organismos, o al menos «parecidas» a los organismos.
La guerra entre estos dos conceptos es un reflejo del monismo que caracteriza a la filosofía
académica, pretendiendo cada bando ser el verdaderamente metafísico. Pero los organismos no son
lo mismo que los mecanismos y las sociedades no son tampoco lo mismo. El pluralismo metafísico
no es claro, pero uno de sus méritos es que nos permite ver las sociedades como sociedades, y es-
tudiar su organización sin depender excesivamente de muletas analógicas.
La concepción orgánica de la sociedad se fundió estrechamente con la teoría de la evolución en
el período que siguió a la publicación de El origen de las especies (1859) de Charles Darwin, pero
hay una conjunción similar de organicismo y evolucionismo en los escritos de Saint-Simon medio
siglo antes, e incluso más atrás, en la filosofía de la historia de Herder. Hay, sin embargó, una
diferencia fundamental entre Herder y Saint-Simon en este punto. Para Herder, cada época y cada
sociedad tiene su propio carácter único, al igual que cada especie orgánica es distinta de las demás.
En consecuencia, la historia es un registro del desarrollo pluralista de sociedades culturalmente
diferentes. Por otra parte, Saint-Simon consideraba que la variedad de culturas era meramente
superficial. Todo el desarrollo social se produce de acuerdo con un plan subyacente; la historia
humana está regida por la ley monística al igual que los planetas en sus movimientos. Saint-Simon
no fue el primer autor que sostuvo esta concepción de la historia, pero fue el primero que afirmó que
el conflicto entre clases económicas constituye la fuerza dinámica fundamental de la evolución
social. Concibió la idea de la historia dialéctica independientemente de Hegel e identificó antes que
Marx los aspectos de clase económica dé la sociedad como su fundamento. Puede considerársele,
por tanto, el iniciador del materialismo dialéctico.
Saint-Simon creía firmemente que el futuro social del hombre estaba regido por leyes al igual
que su pasado. Las leyes de la historia son las leyes del destino, que conducirá inevitablemente a la
sociedad a un fin determinado: el orden social perfecto que su visión intuitiva le había revelado. Pero
Saint-Simon no era un determinista absoluto. Esto sería equivalente al fatalismo y haría absurdo
cualquier programa de actuación social como el que propugnaba constantemente. Las leyes ge-
nerales de la historia son inquebrantables y su fin último es inevitable, pero él hombre tiene
capacidad para influir en los detalles y, sobre todo, para facilitar y acelerar la actuación de las leyes.
Además, no sólo puede el individuo influir en la dinámica histórica, sino que está moralmente
obligado a actuar en armonía con la ley histórica. Es un crimen moral intentar paralizar o modificar
la fuerza de la historia y una virtud moral colaborar con ella y acelerarla. Por lo tanto, estamos
308 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
obligados a reconocer a Saint-Simon como señor y gurú y a incorporamos al movimiento, saint-
simoniano. Hay muchas cosas en el pensamiento de- Saint-Simon que recuerdan opiniones-
expresadas más tarde por Karl Marx y desarrolladas luego por sus discípulos. Marx y Lenin
criticaron a Saint-Simon por lanzarse a trazar un esbozo utópico de la estructura detallada del orden
social futuro, pero, pese a ello, aún se alza hoy en la plaza Roja de Moscú un obelisco que incluye el
nombre de Saint-Simon entre los precursores significativos del marxismo-leninismo.
En la teoría marxista moderna se establece una distinción entre «socialismo» y «comunismo» y
entre «socialismo utópico» y «socialismo científico». El término «comunismo» se reserva para el fin
último del proceso de evolución social, mientras que «socialismo» designa el período de transición
que sigue a la revolución y que precede a la instauración del «comunismo». La diferenciación entre
socialismo «utópico» y «científico» en la teoría marxiana refleja la diferencia bá~ sica que según
Marx y Engels existía entre ellos y la larga serie de autores que examinamos antes en el capítulo 8,
apartado 2, que trazaron esquemas, y a veces planos detallados, de un orden social perfecto. Quien lo
expuso con mayor claridad fue Engels en su Socialismo utópico y socialismo científico (1880),
dirigido en principio contra los escritos de Eugen KarI Dühring, un crítico alemán de Marx, pero que
era también un ataque general a todos los utópicos. La elaboración de planes para un orden social
nuevo es, en opinión de Marx, y Engels, especulación ociosa, sin ningún fundamento científico. Un
socialismo verdaderamente científico no se preocupa por eso, sino que se concentra en el análisis de
los procesos dinámicos que provocarán la destrucción de! capitalismo y la instauración de una nueva
era histórica. Así pues, «socialismo científico» no significa, en terminología marxiana, que la nueva
era se caracterice por la organización científica de la sociedad, como propugnaban Saint-Simon y
Comte, sino que hace referencia a las «leyes de la historia» descubiertas por la ciencia marxista, que
demuestran que es inevitable el advenimiento del socialismo.
Engels mostró mayor simpatía hacia Saint-Simon que Marx, quizás porque percibió en los
escritos desordenados del conde, además de la descripción de un nuevo orden social, la idea de que
estaba también prediciendo un proceso histórico que tenía que suceder. Saint-Simon no reúne en
realidad las condiciones necesarias para que se le considere precursor del «sociálisqp científico»
márxiano, dado que ofreció poco en apoyo de esta predicción, aparte de revelarla como una . visión
intuitiva. Pero, desde sus primeros escritos hasta su última obra, se esforzó denodadamente por
describir, con considerable detalle, cómo estaría organizada la nueva sociedad. En consecuencia*
Saint-Simon fue, en este aspecto, un «utópico». Si debemos o no llamarle «socialista» es una
cuestión en la que los intérpretes discrepan. La primera aparición en Francia del término socialistes
ha sido atribuida por los historiadores al periódico saint-simoniano Globe en 1832, donde se
utilizaba para describir a quienes creían en eí Nuevo Cristianismo. Pero «socialismo» y sus términos
emparentados, como la mayoría de las etiquetas políticas, han pasado por diversas transformaciones
durante el último siglo y medio, y es una pérdida de tiempo discutir sobre si es exacto caracterizar al
saint-simonismo con una palabra que ahora abarca una miscelánea polimorfa de ideas.
Ya dijimos anteriormente que a Saint-Simon su período de encarcelamiento durante el Terror
le convenció del valor supremo del orden social. Este orden exige, en su opinión, que el poder
soberano del Estado ejerza un control sin límites. Saint-Simon rechazaba la idea de orden
espontáneo, tesis básica de la economía política clásica, y se mostraba hostil al liberalismo pluralista
que arraigaba en Inglaterra. La nueva sociedad por la que abogaba, y que predecía, tenía que ser
autoritaria y totalitaria, con todas las actividades de sus miembros sometidas al control y a la
dirección de una élite gobernante. Saint-Simon aportó los fundamentos de esto en sus propias obras,
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 309
en ias que alegaba constantemente que la solución de todos los problemas del hombre ha de
buscarse en la organización de la sociedad mediante una'planificación general deliberada y una
dirección administrativa detallada.
Saint-Simon y sus seguidores, como todos los utópicos, tenían poco que decir sobre la
economía de la nueva sociedad. Su opinión negativa del sistema de mercado fue suficiente para
convencerles de que sería superior una economía planificada, pero no se puede encontrar en sus
escritos ningún análisis de los problemas técnicos de la planificación económica y cómo habían de
resolverse. Algunos historiadores del saint-simonismo lo han considerado una teoría económica,
pero esto es erróneo. Es ante todo una teoría política y sociológica, cuyas esporádicas alusiones a
temas económicos no aclaran nada. Saint-Simon, ai igual que muchos utópicos, es un tanto ambiguo
en su visión del Estado. Poruña parte, el Estado es el instrumento que controla y dirige a la
sociedad; por otra, la plena madurez de la nueva sociedad se caracterizará por modificaciones tan
profundas en el hombre que dicha sociedad funcionará tranquilamente sin necesidad de coerción. En
él saint-simonismo hallamos el germen de la idea de Marx de que en el comunismo pleno el Estado
«se extinguirá», y la idea de Lfenin de que la planificación económica centralizada es una cuestión
de simple «administración» burocrática.
Dejando a un lado estas visiones del final, el bosquejo de Saint-Simon sobre la organización de
la nueva sociedad es un modelo para un totalitarismo autoritario. Pero difiere del anden régime en
dos aspectos importantes: la élite dirigente se reclutará en todos los sectores de la sociedad, de
acuerdo con el talento más que con el nacimiento, y el deber de la élite es gobernar en beneficio de
todos. En las obras de Saint-Simon hallamos citada con frecuencia la fórmula de Bentham «la
máxima felicidad del máximo número» y la primera expresión de la regla que Marx hizo famosa
después: «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades.» No hallamos, sin
embargo, ningún reconocimiento del problema de James Mili, cómo estructurar un orden
constitucional de manera que los gobernantes, independientemente de cómo se les seleccione;
actúen en favor de los intereses del conjunto. Saint-Simon, a diferencia de Mili, opinaba que se po-
día confiar en que los gobernantes de la nueva sociedad prescindirían'de sus intereses personales y
cumplirían sus deberes como representantes de la sociedad conscientemente.
La nueva sociedad sería una sociedad de desigualdad. La élite gobernaría y la masa
obedecería. Esto, en opinión de Saint-Simon, estaría en armonía con la naturaleza, ya que los
hombres son por naturaleza desiguales en sus dotes y habilidades. Saint-Simon pensó'en sus
primeros.escritos en científicos,-eruditos y artistas como los miembros de la élite natural; más tarde
insistió, más en los capitanes de la industria, el comercio y las finanzas concibiéndolos como
ingenieros que son capaces de resolver los problemas prácticos del nuevo orden social. Saint-Simon
pensaba que debía quedar claro que esta organización de la sociedad tenía por finalidad velar por los
intereses de las masas, y dirigió al principio su mensaje ai proletariado además de a ios licenciados
de. las escuelas especiales. Pero más tarde llegó a la conclusión de que el proletariado era
demasiado ignorante para apreciar su filosofía. Convencido de la eficacia de la religión como ins-
trumento de control social, propugnó la creación de una religión nueva que cumpliera esta función
en el nuevo orden social. La élite serían ios devotos de la filosofía positiva, maestros refinados de la
ciencia pura y aplicada; pero al proletariado se le adoctrinaría en una fe que se correspondiese con
sus capacidades limitadas y diseñada para adaptarles a su papel de trabajadores complacientes. Esta
fe, de acuerdo con el título de su último folleto, habría de ser un «Nuevo Cristianismo». Saint-
Simon se consideraba cristiano, pero es dudoso que le atribuyera algún sentido teológico o que
310 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
creyera en ía existencia de un ser supremo, no digamos ya en la divinidad de Jesús. En lo que él
creía en realidad era en la historia, y estaba convencido de que había sido elegido para cumplir su
gran papel. Ningún medio estaba prohibido para alcanzar este fin trascendente.
Algunos intérpretes modernos de-Saint-Simon le han situado en ia historia intelectual y
política de los siglos xix y XX de diversos modos: como precursor de Marx; como defensor de la
planificación económica centralizada y adversario del sistema de organización económica basado en
el mercado; como precursor del fascismo y de otras formas modernas de filosofía social totalitaria;
como uri temprano filósofo político de la tecnocracia, la doctrina de que eí mundo debería estar
regido por ingenieros; como el iniciador del «cientismo», la idea de que la metodología de las
ciencias naturales es la adecuada para el estudio de los fenómenos sociales; y como un temprano
filósofo metafísico del «historicismo», la concepción según la cual el pasado y el futuro del hombre
están regidos por «leyes de la historia» de carácter general. Nuestro repaso de las ideas de Saint-
Simon muestra claramente que hay bases sólidas para todas estas tesis. Como no dejó ningún tra-
tado integrado filosóficamente, es difícil captar los diversos elementos de su pensamiento con un
solo término. Pero aún hay otros que consideran que el papel de Saint-Simon en la historia y en la
ciencia social puede determinarse reconociendo la estrecha afinidad de sus principales ideas con las
esbozadas en el apéndice del capítulo 11, y clasificándolas bajo el encabezamiento de
«romanticismo». En aquel análisis indicamos la antipatía de ios románticos hacia la creciente
economía de mercado de su época y hacia la economía política clásica y el utilitarismo; su
insistencia en el gran valor que tenían para la sociedad sus escasos miembros dotados de talento
creador y del don de la penetración intuitiva; su afirmación de que las normas ordinarias de
conducta.no se aplican a esos «héroes», utilizando el término de Carlyle; su opinión de que la masa
de la humanidad debería, por su propio interés verdadero, adorar a esos hombres de genio y
someterse a su gobierno; su concepción de la sociedad como un organismo sano y feliz cuando cada
parte de él desempeña e! papel adecuado en el conjunto comunal. Muchas de las ideas de Saint-
Simon pueden exponerse en términos similares. Su teoría política, sobre todo la idea de que es
necesaria una religión del Estado reconstituida que se corresponda con una sociedad orgánica, se
parece mucho 'a La constitución de la Iglesia y del Estado (1830) de Samuel Tayior Coleridge, ei
tratado político más importante del movimiento romántico inglés.
Algunas de las opiniones de Saint-Simon parecen oponerse al romanticismo, en especial sus
opiniones sobre la industria y la ciencia, pero cuando se las examina más de cerca también tienen
rasgos románticos. Muchos de los románticos eran hostiles al creciente industrialismo de su época y
ensalzaban la civilización de períodos anteriores, especialmente la Edad Media, en que la vida era en
su opinión más sencilla y más comunitaria, la sociedad más orgánica y jerárquica, y el individuo
estaba menos alienado. Fueron ellos quienes iniciaron la práctica, aún notoria en el pensamiento
social, de deformar el pasado para condenar el presente. Saint-Simon alabó los méritos del
industrialismo, pero la nueva sociedad que imaginaba era una sociedad en la que se restaurarían a
través de un nuevo co- munalismo las grandes virtudes de la época medieval. Se oponía a la idea de
la Ilustración de que había habido progreso, argumentando que el auténtico progreso se produciría
cuando surgiera un orden social perfecto en el que la economía industrial moderna se incorporaría a
un sistema político y social que sería una visión centralizada del feudalismo medieval. Los
románticos eran hostiles a la ciencia y sobre todo a la idea de un estudio científico del hombre y de
la sociedad, mientras que Saint-Simon admiraba la ciencia natural e instaba a la aplicación de su
epistemología «positiva» a los fenómenos sociales. Pero Saint-Simon fue rigurosamente crítico con
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 311
la economía política clásica, igual que los románticos, y, cuando examinamos la cuestión
detenidamente, vemos que los científicos naturales y los científicos sociales no ocupan la posición
más alta en' su jerarquía del talento. Esa posición está reservada para el «genio» que descubre la
verdad por intuición y no a través de investigación metódica y modelos analíticos.
El movimiento romántico y la evolución de la ciencia social durante el siglo XIX suelen
considerarse corrientes de pensamiento social antitéticas y antagónicas. Lo fueron’, hablando en
términos generales, pero Saint-Simon constituyó un conducto a través del cual el romanticismo
penetró en la ciencia social. Puede que sea ingenuo creer que, si no hubiese sido por Saint-Simonla
ciencia social moderna no estaría infestada de romanticismo, pero no cabe duda de que fue él quien
desempeñó el papel histórico de difundir ese elemento patógeno por toda Europa.
2. Auguste Comte (1798-1857)
Auguste Comte nació en una familia burguesa en Montpellier, en el sur de Francia, un año
antes de que acabase la Revolución francesa con el coup d’état de Napoleón. Sus padres, que se
habían mantenido obstinadamente fieles a la monarquía borbónica durante la revolución, eran
también ardientes católicos y bautizaron al niño con los nombres de Isidore Auguste Marie François
Xavier, incluyendo como vemos entre su bagaje para este mundo el nombre del fundador de la orden
de los jesuitas. Comte renunciaría sin embargo al catolicismo siendo aún un niño y se pasaría la vida
echando los cimientos de una nueva religión que, aunque no consiguió convertirse en el credo
oficial de las naciones civilizadas como esperaba su autor, ha tenido una influencia grande, y aún la
tiene considerable, en eí pensamiento sociai de Occidente.
Tras realizar sus primeros estudios en Montpeliier, Comte consiguió ingresar en la École
Polytechnique de París en 1814. Era un estudiante brillante y probablemente habría continuado en la
institución hasta convertirse en miembro del cuerpo docente, o habría pasado a una de las otras
prestigiosas escuelas especiales, de no haber quebrantado la estricta disciplina de! centro
acaudillando una rebelión estudiantil. Fue expulsado poco antes de que pudiera presentarse a los
exámenes finales. Pero sus relaciones con la Ecole no se rompieron del todo; se le permitió trabajar
como profesor particular de matemáticas para alumnos de la institución. Antes de convertirse en
ayudante de Saint-Simon, y después de romper sus relaciones con é¡, Comte se ganó la vida de este
modo, y más tarde como examinador de la escuela, lo que le dejaba el tiempo libre que necesitaba
para sus escritos. Después de que.su obra empezó a conocerse pudo ya contar con anticipos y
derechos de autor y con esporádicas donaciones de admiradores para mantener su modesto estilo de
vida.
Comte se casó en 1825, pero.no fue un matrimonio feliz. Un año después sufrió una crisis
mental que culminó' con un intento de suicidio. Se recuperó, pero no deí todo, y su vida estuvo
marcada a partir de entonces por períodos de desequilibrio mental y poruña melancolía que ni
siquiera su fe en el advenimiento del nuevo orden social podía disipar. A los cuarenta y siete años se
enamoró apasionadamente de una mujer cuya muerte un año después le dejó desconsolado.
Cuando aún era estudiante en la Ecole Poíytechnique, Comte concibió la idea de que la
filosofía podía estructurarse sobre fundamentos puramente científicos y que podían aplicarse ios
métodos científicos a los problemas sociales con resultados tan precisos como los de !a física, la
química y las matemáticas, con lo que se pondría fin a las diferencias de opinión que son fuentes tan
312 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
poderosas de conflicto social y de inestabilidad política. Comte creía que los pocos años que había
estado en la École Polytechnique íe habían equipado con todo lo que necesitaba saber sobre la
ciencia. Además, temía que un genio creador como él corriera el riesgo de contaminar su
originalidad con demasiadas lecturas de las obras de otros y practicaba lo que llamaba «higiene
cerebral», leyendo únicamente un poco de poesía cuando estaba entregado a la composición de sus
propias obras. Esto, como reconocerían en seguida los investigadores y científicos modernos, tiene
sus peligros. Por muy buena que sea la formación inicial que uno tenga, y por muy inteligente que
uno sea, se queda rezagado enseguida si menosprecia el trabajo de otros. Algunos de los comentarios
de Comte sobre la ciencia contemporánea lo demostraron sobradamente. Se opuso, por ejemplo, a la
teoría celular en biología; al cambio propuesto por los astrónomos de la medición solar de la
rotación de la Tierra al uso de las estrellas fijas como puntos de referencia; al desarrollo de la teoría
de las probabilidades; y desdeñó, en general, el uso de procedimientos experimentales para obtener
datos empíricos y para demostrar teorías. Estas opiniones, y su propia confianza en la intuición y en
la metodología
313 HISTORIA Y FILOSOFIA DE LAS CIENCÍAS SOCIALES
a priori, hicieron que su «fiiosofía positiva» no resultara atractiva para los científicos en activo,
pero .fue concretamente su idea de que sabía suficiente ciencia como para elaborar una fiiosofía
científica y una ciencia de la sociedad lo que hizo que acudieran a él como discípulos hombres de
inclinación literaria y artística a quienes les atraía poco el trabajo de laboratorio o la elaboración de
modelos analíticos. Estar convencido de que se puede desdeñar sin problema el contenido sustantivo
de la ciencia y hablar sin embargo de las propias opiniones afirmando que tienen la autoridad de la
ciencia era (y es) un gran consuelo. Tres siglos antes Giordano Bruno se había burlado de los
teólogos que consideraban que ellos no tenían ninguna necesidad de ciencia para valorar la teoría de
Copémico. «La ignorancia es la ciencia más encantadora del mundo —comentaba— porque se ad-
quiere sin esfuerzos ni dolores y aparta la mente de la melancolía.» La alta tasa beneficio-coste de
semejante «ciencia» se redescubrió en el siglo xix, con gran ayuda del positivismo_comtiano. ' :
.
Comte escribió muchísimo. A diferencia de Saint-Simon, era metódico y exponía sus ideas en
tratados extensos y sistemáticos. El primero de ellos fue el Curso de fdosofía positiva, que se inició
como una serie de clases en 1826 y se publicó finalmente en tres volúmenes entre 1830 y 1842. En
esta obra revisaba todo el conocimiento científico, intentaba estructurar la filosofía general del posi-
tivismo e iniciaba su aplicación a las cuestiones sociales. El libro que ocupa el segundo lugar por su
importancia fue El sistema de la política positiva, que apareció en cuatro volúmenes entre 185 L y
1854. Comte expone en él su concepción de una sociedad organizada de acuerdo con principios
positivistas. Cuando murió en 1857, estaba trabajando en otro gran tratado sobre tecnología. ■
Ha habido algunas diferencias de opinión entre los historiadores sobre el carácter único y
original de las principales ideas de Comte, y en especial sobre su deuda con Saint-Simon. Comte fue
ayudante de Saint-Simon durante siete años antes de iniciar su propia obra y, en mi opinión, todas
las proposiciones básicas de lo que hoy se llama «comtismo» aparecieron antes en Saint-Simon. El
lector descubrirá que el esbozo que sigue de las ideas de Comte guarda paralelismos con el que se
expuso en el apartado 1 y que las diferencias son secundarias. Comte y Saint-Simon se separaron en
1824, pero no existe ninguna prueba de que>hubiera discrepancias importantes entre ellos sobre
temas de doctrina filosófica, análisis social o concepción del nuevo orden social. Su ruptura se debió
más ai hecho de que, como dijo Shakespeare, «cuando dos hombres montan en un solo caballo hay
uno que debe montar detrás». Ni Saint-Simon ní Comte, que tenían ambos personalidades
megalomanfacas, estaban dispuestos a ocupar el segundo lugar en el Panteón de la grandeza.
Comte vivió, como Saint-Simon, bajo la sombra oscura de la Revolución francesa. No sufrió la
experiencia personal de pasarse días y días esperando a que le llevaran- a la guillotina, como Saint-
Simon durante el Terror, pero tenía,un miedo parecido a! de éste al desorden social. La fuerza
motriz de su pensamiento social fue la suprema importancia que tenía en su opinión evitar el tipo de
anarquía política y social que se apoderó de Francia después de 1789 y que había sido sólo
imperfecta y temporalmente reprimida por Napoleón. Cuando empezó a escribir el Curso estaba
convencido de que había descubierto una filosofía que haría desaparecer el desorden de la
civilización humana para siempre y que la haría permanentemente armoniosa, justa y próspera. No
era, o eso pensaba él, una filosofía política o ética, sino una filosofía científica, tan sólidamente
fundamentada en la realidad como las leyes de la física de Newton. Comte ía llamó «filosofía
positiva» porque quería destacar su exactitud absoluta, característica que la diferenciaba de todas las
demás filosofías concebidas anteriormente.
Comte nunca formuló una definición sucinta del positivismo, suponiendo quizás que cualquier
314 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
lector que sepa lo que es la ciencia sabrá qué es el positivismo. No hay en todos sus voluminosos
escritos ningún análisis amplio y significativo de los problemas que han ocupado la atención de los
filósofos bajo el encabezamiento de «epistemología», de modo que no podemos comparar sus opi-
niones concretas directamente con las de Hume o Kant, o con el «positivismo lógico» moderno ni
con cualquier otra escuela, de la filosofía de la ciencia. Pero deja clara su posición, en términos
generales. Bajo el encabezamiento de «El carácter de la filosofía positiva», escribe en el Curso:
La primera característica de la filosofía positiva es que considera que todos los
fenómenos están sometidos a Leyes naturales invariables. Nuestra tarea es [...] determinar
con exactitud esas Leyes, con objeto de reducirlas al número más pequeño posible.
El ámbito de esas leyes abarca los fenómenos humanos y sociales además de los fenómenos
físicos y biológicos, pues todos forman parte de un orden inconsútil de ia naturaleza. En opinión de
Comte, la tarea del filósofo positivo en lo que se refiere a las materias sociales y humanas es
descubrir las leyes que han regido y seguirán rigiendo la evolución histórica de la civilización.
Comte no consideraba que esto exigiera una investigación de la historia económica o de 1a historia
política. Las leyes fundamentales afectan a la historia intelectual del hombre, a la evolución de su
forma de pensar sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea. Con esta reducción, Comte estaba
convencido de que había cumplido las exigencias básicas de la filosofía positiva descubriendo lo
que él llamaba 1a ley de las tres etapas y su corolario, la jerarquía de las ciencias.
Como indicamos en el capítulo 7, la idea de que la historia humana opera según una pauta y
que esta pauta es básicamente una sucesión de «etapas diferenciadas» está presente en los escritos
de los moralistas escoceses del siglo XVÍIÍ. Comte aplicó esta idea, familiar en su época, al desarrollo
intelectual. Tuvo en esto precursores en Turgot, Condorcet y Saint-Simon, además de ios escoceses,
pero 1a idea se asocia ya indeleblemente al nombre de Comte debido a su amplia exposición de ella
en el primer volumen del Curso y a su utilización de ella como piedra angular de 1a filosofía
positiva. Conviene sin embargo destacar que Comte no concibió la ley de las tres etapas como un
instrumento heurístico construido por el investigador para que le ayudara a estudiar la historia, sino
que consideró que constituía la naturaleza esencial de la evolución histórica. Él no había inventado
la ley de las tres etapas, lo mismo que Newton no había inventado la ley de la gravedad. La ley
llevaba operando desde que se había iniciado la vida del hombre en la Tierra. Comte no era su
inventor sino su descubridor. Es importante tener muy en cuenta este punto porque a lo largo de la
historia de la ciencia, y quizás más significativamente de la ciencia social, se ha mantenido una
diferencia fundamental de opinión respecto a la naturaleza de las leyes científicas, considerando
unos que representan propiedades intrínsecas dé la naturaleza y pensando otros que son artilugios
elaborados por el hombre, hipótesis que se utilizan para intentar determinar las propiedades de la
naturaleza. Comte pertenece claramente a la primera categoría como filósofo de la ciencia. Como
dijo él mismo sucintamente:
Del estudio del desarrollo de la inteligencia humana, en todas direcciones y a lo largo
de todas las épocas, aflora el descubrimiento de una gran ley fundamental, a la que se halla
inevitablemente sometido, y que tiene un fundamento sólido de prueba, tanto en los hechos
de nuestra organización como en nuestras experiencias históricas. La ley es ésta: que cada
una de nuestras concepciones rectoras (cada rama de nuestro conocimiento) pasa
sucesivamente a través de tres condiciones teóricas diferentes: ja teológica, o ficticia; la
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 315
metafísica, ó abstracta; y la científica o positiva. [...] '
En el estado teológico, la mente humana, que busca la naturaleza esencial de los seres,
las causas primeras y finales (él origen y finalidad) de todos los efectos [...] en suma, el
conocimiento absoluto [...] supone que todos los fenómenos se deben a la acción inmediata
de seres sobrenaturales.
En el estado metafísico, que es sólo una modificación del primero, la inteligencia
supone que, en vez de seres sobrenaturales,, actúan fuerzas abstractas, verdaderas entidades
(es decir, abstracciones personificadas) intrínsecas a todos los seres y capaces de producir
todos ios fenómenos. Lo que se llama la explicación de los fenómenos consiste sólo, en esta
etapa, en referir cada uno de ellos a su entidad correspondiente.
En el estado final, el estado positivo, la inteligencia ha abandonado la búsqueda vana
de nociones absolutas, del origen y el destino.del universo y de las causas de los fenómenos,
y se aplica el estudio de sus leyes, es decir, sus relaciones variables de sucesión y semejanza.
El razonamiento y la observación, debidamente combinados, son los medios de alcanzar este
conocimiento.
En otras palabras, Comte creía que en la etapa primera la visión que tenía el hombre de la
naturaleza era una visión teísta o animista; los fenómenos naturales se consideraban todos ellos
resultado de la actuación de fuerzas básicamente similares a los poderes humanos de voluntad y
acción, ya ejerciese-estos poderes un solo ser sobrenatural o bien lo hiciesen espíritus particulares
que habitan en piedras, árboles y otros objetos naturales. Esta «etapa teológica» se prolongó en
Europa hasta el siglo xiv. La «etapa metafísica» se caracterizó por la creencia en «esencias»
aristotélicas. Los fenómenos de la naturaleza no se atribuyen a fuerzas semejantes al hombre, sino a
propiedades abstractas que son parte de la naturaleza intrínseca de los objetos físicos. Según Comte,
esta etapa dominó el pensamiento europeo desde el siglo xiv hasta la Revolución francesa. La
verdadera significación de la revolución no estriba en ser un hito en la historia política de Europa,
sino en que fechó el inicio de una transformación trascendental de la inteligencia humana, el
principio de ía «etapa positiva», la edad madura de la ciencia, que explicaría a su debido tiernpo
todos los fenómenos en función de la actuación de leyes de la naturaleza e introduciría un nuevo
orden social.
Hay otro pasaje del Curso de Comte que merece la pena citar:
El progreso de la inteligencia individual no sólo es .un ejemplo, sino una prueba
indirecta del de la inteligencia general. Al ser e¡ mismo punto de partida el de! individuo
y el de la raza, las fases de la inteligencia de un hombre corresponden a las épocas de la
inteligencia de la raza. Ahora bien, todos sabemos, si volvemos la vista atrás y
examinamos nuestra propia historia, que fuimos teólogos en ia infancia, metafísicos en la
juventud y filósofos naturales en la edad madura. Todos los hombres que llegan a la edad
madura pueden ratificarlo por sí mismos...
Comte generalizaba aquí su propia evolución intelectual, tal como él la veía, su paso
personal de la etapa teológica a la metafísica cuando renunció a la religión de sus padres a los
trece años de edad y su maduración hasta alcanzar la etapa positiva durante sus estudios en la
École Polytechnique o poco después de ellos. Como ratificación de la iey de las tres etapas,
Cómte citaba su experiencia -personal durante sus ataqúes de melancolía: se daba cuenta de que
regresaba a la etapa metafísica y luego a la teológica, invirtiéndose el proceso cuando se recupe-
316 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
raba. Es evidente que consideraba la introspección un procedimiento empírico fidedigno, pero
recurría a él para obtener datos de ámbito mucho más cósmico que los que indicamos antes en
nuestros estudios de Hobbes y Adam Smith. Vemos también aquí indicios de la visión
organicista de Comte sobre la sociedad humana, y anticipos de las teorías que desarrollarían más
tarde Durkheim y Jung, que atribuyeron a la sociedad la propiedad de una «mente» colectiva con
componentes conscientes y subconscientes.
Comte era un buen matemático y en sus primeros años se sintió atraído por la idea de
Laplace de que podía construirse un modelo matemático del universo físico que, si se le
suministraban los datos exístenciales necesarios, podría predecir perfectamente todos los
fenómenos futuros y reconstruir completamente el pasado. Al principio del Curso, Comte jugó
con ia idea de Saint-Simon de reducir todos los fenómenos a la «ley de gravitación universal».
Nunca perdió su fe en la visión cósmica de Laplace del poder de la ciencia, pero llegó a la
conclusión de que las matemáticas y la física, aunque necesarias, son insuficientes para abordar
la historia humana. Las matemáticas son entre todas las ciencias las que poseen un carácter más
general, son una base necesaria para la astronomía, que es, a su
vez, una base necesaria para la física, y así sucesivamente, con la química y la biología ocupando
una detrás de otra posiciones más elevadas, tratando de fenómenos cada vez más complejos. Esta es
la teoría de la «jerarquía de las ciencias». La historia del desarrollo de las diversas ciencias
ejemplifica la ley de las tres etapas, habiendo pasado todas ellas a través de las etapas teológica y
metafísica en su primer desarrollo, y siendo ahora disciplinas maduras, es decir, «positivas». Una
véz logrado esto, dice Comte, es posible ya completar la etapa positiva de la inteligencia humana
elaborando la ciencia culminante de la jerarquía, lá ciencia del hombre como criatura social, que
desvelaría las leyes que rigen la historia humana. Esta nueva ciencia, que el propio Comte se
propuso crear, se denominó en principio «física social», pero más tarde, en el volumen cuarto del
Curso, Comte compuso con raíces latinas y griegas un nuevo término: «sociología».
- Conviene señalar que la economía no figura en la jerarquía de las ciencias de Comte. No
.consideraba importantes para la historia humana los aspectos económicos de la sociedad y tenía una
opinión muy pobre de la economía política clásica. Fue Marx quien dio peso a la idea de que la
clave-para interpretar las leyes de la historia se halla en eí análisis de las relaciones económicas de
la sociedad en sus diferentes etapas de evolución económica. Marx «materializó», utilizando su
propio término, la sociología de Comte.
A Comte hay que considerarlo, en tanto que sociólogo, como un practicante de lo que he
llamado «gran sociología», la cual muchos sociólogos occidentales modernos, especialmente en
Estados Unidos, considerarían una forma demasiado especulativa para merecer siquiera el nombre
de sociología. Pero hay algunos elementos de su pensamiento que proporcionan bases más
sustanciales para considerarle, al- menos, un protosocióíogo. A diferencia de los economistas
clásicos, Comte no abordó el estudio de los. fenómenos sociales examinando la conducta del
hombre como individuo, sino que insistió en considerarlo, comó había destacado Montesquieu,
intrínsecamente social por naturaleza. Para Comte la sociología es el estudio del todo social, que no
se puede reducir a sus miembros individuales. En realidad, el individuo, al estar moldeado por su
cultura, no es una entidad independiente, y. tratarlo como tal es enredarse en eí tipo de abstracción
característico de la etapa «metafísica» del desarrollo intelectual. La sociedad como un todo es más
primaria y, por tanto, más concreta que las personas individuales. Aunque llevó su holismo a
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 317
extremos, Comte atrajo la atención hacia el hecho de que la sociedad humana no es un mero
agregado y que, para poder entender su funcionamiento como estructura organizada, debemos
examinar los elementos estructurales que crean solidaridad social y sirven para integrar la conducta
de los individuos en una empresa comunal. Comte sobrecargó este aspecto de la conciencia humana,
que es innegable como simple cuestión de hecho, con su organicismo más bien místico, pero los que
le consideran progenitor incluso de la sociología estadounidense pueden encontrar un apoyo en su
opinión de que necesitamos saber cómo los individuos ven su mundo, cómo piensan, y qué creen,
para poder entender y predecir cómo se comportarán.
En la etapa tercera o «positiva» de la evolución humana de Comte se introduce la sociología
como la «reina de las ciencias», pero el papel del sociólogo no se limita a una soberanía puramente
intelectual. Como indicamos al principio de nuestro examen de su pensamiento, impulsado por el
convencimiento de que el desorden social es el mayor de todos los males, se ianzó a escribir el
Curso convencido de que había hallado una cura completa y permanente para esa enfermedad
recurrente del cuerpo social. Pretendió desde el principio de su obra que la nueva ciencia fuera una
ciencia práctica, que tuviera ia misma relación con la política que la fisiología con la medicina. En
un aforismo famoso proclamó que «conocer es predecir y predecir es actuar». Examinaremos a
continuación las características principales del nuevo orden social que propuso como remedio para
la enfermedad de la civilización.
Igual que las diversas ciencias formaban naturalmente un orden jerárquico, así también, en
opinión de Comte, !o formaban los diversos elementos de una sociedad. Un orden social progresista
y pacífico debe basarse, por tanto, en la diferenciación social. Esto se consideraba no sólo deseable,
sino inevitable, pues el estudio de la historia revela que cuando las sociedades evolucionan se
produce a la vez una especialización creciente de las funciones individuales y una integración
creciente del conjunto. Comte rechazaba el liberalismo pluralista en creciente auge en la sociedad
inglesa. En su opinión, esto sólo serviría para que la sociedad se viera atormentada por repetidas
convulsiones' Llamaba a este tipo de individualismo la «enfermedad del mundo occidental».
A Comte le atrajo después de Waterloo, durante un breve período, la doctrina del liberalismo
económico y 1a idea de una economía edificada sobre 1a empresa competitiva y organizada a
través- de mercados. Era íntimo amigo de Jean Baptiste Say (1767-1832), llamado a veces «el
Adam Smith francés», pero pronto comprendió que el liberalismo económico era incompatible con
su filosofía social y llegó a considerar la actividad económica competitiva un síntoma del desorden
de la sociedad más que un mecanismo ordenador, como sostenía la economía política clásica.
Comte siguió la tradición utópica de hablar muy poco de cómo funcionaría la economía de la nueva
sociedad. Teniendo en cuenta su teoría política general, cabe suponer que tendría una dirección
centrálizada, como todas las demás cosas. A diferencia de Marx, no le pareció especialmente
significativa la cuestión de la propiedad de la industria, puesto que en la nueva sociedad sus pro-
pietarios prescindirían del egoísmo individual, como el resto de los miembros de los estamentos
superiores de la jerarquía-, y dirigirían su propiedad animados por un espíritu de administración
social.
El papel del gobierno es un tanto ambiguo, como ya hemos visto, en la concepción de la nueva
sociedad de Saint-Simon, pero no en la de Comte. El Estado no se «extingue», sino que refuerza sus
poderes y amplía el ámbito de sus deberes, haciéndose de hecho autoritario y totalitario en los
sentidos más completos de esos términos. Hay que prescindir de todos los derechos privados en pro
de los intereses dei organismo social, pues el orden exige que el individuo se subordine a
318 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
la vida del organismo social. Esta armonía sólo se puede lograr por la fuerza, en opinión de
Comte. Las instituciones no estatales, las costumbres y las convenciones son poderosos
instrumentos a través de los cuales se puede ejercer la fuerza, pero son poderes secundarios, que
sólo funcionan eficazmente bajo la supervisión, el control y la dirección de los dirigentes del
Estado, soberano. Comte sólo reconocía a un filósofo político de peso en los veintidós siglos que
habían transcurrido entre Aristóteles y él: Thomas Hobbes. No es extraño que John Stuart Mili, al
que había impresionado mucho la teoría del desarrollo intelectual de Comte, retrocediera
horrorizado al ver la dirección política que tomaba la filosofía positiva.
El nivel más alto de la jerarquía social, de Comte debían ocuparlo los filósofos positivos, el
inferior, la masa del proletariado. Comte no creía que hubiera descontento en una sociedad tan
rígidamente estratificada, pues el proletariado sabría apreciar los beneficios que le proporcionaría
un orden social que eliminaba la guerra y el conflicto interno. Aceptarían su estatus inferior, sin
quejarse y desempañarían sus papeles tranquila y eficazmente en una sociedad, capaz de alcanzar
un grado de solidaridad social desconocido hasta entonces. De' hecho, Comte consideraba al
proletariado el elemento de la sociedad existente que forzaría su transmutación en el nuevo
orden. Su falta de instrucción, unida a sü miseria, íes haría receptivos al mensaje de la filosofía
positiva, Comte jugó a veces con la idea de que el nuevo orden pudiese establecerse desde arriba,
con la conversión de Napoleón III o del zar Nicolás I de Rusia, pero no recibió apoyo suficiente
de esos sectores. Sin embargo, las «leyes de la historia» son inevitables, y no .dependen de las
acciones de los individuos. La transmutación de la sociedad se produciría,: en caso necesario,
desde abajo, a instancias del proletariado o, más bien, a través de la alianza de los intelectuales
con el proletariado en una causa común: unáunión de «ce-, rebros y números» utilizando el título
feliz de un libro sobre el comtismo (Christo- pher Kent, Brains and Nwnbers: Eütism, Comtism
and Democracy ¿n mid-Victoriah England, 1978). A través de esa unión la clase intelectual, o al
menos los miembros de ella que abrazaran el positivismo, hallarían al fin una misión digna de su
capacidad y dejarían de estar alienados de la sociedad, aceptando gratamente el deber de con-
vertirse en sus futuros gobernantes una vez completada esa misión.
En la visión comtiana del orden social positivista los nuevos gobernantes no serían
«filósofos»-en el sentido de Platón, sino que se parecerían más a lo que habían imaginado Francis
Bacon y Condorcet. Procederían de la capa más alta de los científicos, los doctores'de la nueva
ciencia de la sociología, que-dominarían todas las demás disciplinas de la jerarquía de las
ciencias. Comte no preveía un gobierno de hombres de superioridad ética o de sensibilidad
artística refinada, como proponían muchos románticos. Tenía que ser un gobierno de
especialistas, una tecnocracia. El propio Comte estaba dispuesto a asumir, claro, el papel más
alto. No explicó qué habría que hacer en aquellos períodos de locura en los que regresaba a las
nieblas de la metafísica y la teología abandonando la claridad positivista. Si hubiera abordado
este problema, puede que hubiera realizado una importante aportación a la teoría política de la
dictadura totalitaria.
Como indicamos antes, Comte depositaba grandes esperanzas en el papel del proletariado en la
tarea de entronizar la sociedad positiva, y se refirió a ia complacencia con que cumplirían su misión
en ella una vez entronizada. Los científicos y tecnólogos de la nueva sociedad crearían, a su debido
tiempo, una nueva especie de hombres que necesitarían poco alimento, se reproducirían sin
relaciones sexuales y estarían mejor adaptados en todos los sentidos que el Homo sapiens para ser
miembros de ia sociedad positiva (como la nueva especie de Un mundo feliz de Aidous Huxley),
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 319
pero entre tanto los filósofos positivos tendrían que abordar al hombre tal cual es, y el realismo
obligaba a reconocer que el proletariado podría no aceptar sin queja su papel subordinado. La
estabilidad de la nueva sociedad exigiría un control hábil y cuidadoso de la mente proletaria. Para
conseguirlo, Comte propuso la creación de una nueva iglesia que adoctrinara adecuadamente a las
capas inferiores de la sociedad en lo que él llamaba la «religión de la humanidad».
Comte, por su parte, era ateo, y lo fue desde los trece años de edad, en que rechazó el
catolicismo, pero valoraba el poder de la religión como medio de control social. En el esbozo de su
propuesta de religión de la humanidad reprodujo muchos rasgos del catolicismo (un foco de culto
trinitario, mediación sacerdotal, vestimentas, sacramentos, himnos, catecismos) destinados a
producir sobrecogimiento y veneración, y una aceptación acrítica de la doctrina. Los sacerdotes de-
bían ser sociólogos positivistas, libres de cualquier ilus'ión relacionada con las pretensiones
trascendentales de la doctrina religiosa, pero capaces de apreciar el poder de la propaganda y hábiles
en su utilización. En todo esto repetía y ampliaba el argumento de Platón que, viviendo también en
una época de desorden social, propuso la reconstitución de Atenas como una autocracia bajo la
jefatura de un rey filósofo y, reconociendo que a los de las capas inferiores habría que convencerles
para que aceptaran su estatus inferior, aconsejó ia elaboración y proclamación de un mito religioso
que justificara la posición y el poder de la élite. «Debe otorgarse un alto valor a la verdad —dice el
protagonista de la República de Platón—; la falsedad sólo es útil a los hombres como medicina y,
evidentemente, el uso de la medicina debe quedar limitado a nuestros médicos.» El ciudadano
normal debe ser veraz siempre, pero a los «guardianes» de la sociedad les está permitida una «noble
mentira» porque es necesaria para garantizar la obediencia y el orden social. El sacrificio de la
verdad al poder por los intelectuales que están seguros de que saben qué es lo mejor, no es ningún
proceso nuevo; ha sido un elemento destacado de la filosofía política occidental desde sus inicios en
la antigua Grecia.
3. La influencia del positivismo
El lector ha debido de darse cuenta ya de que el autor tiene una pobre opinión de Saint-Simon
y de Auguste Comte. Esta opinión la comparte en general la corriente principal de los científicos
sociales académicos de Occidente, aunque algunos investigadores de la historia de la sociología
podrían decir que he sido excesivamente puntilloso en lo de indicar las características pintorescas y
necias de su pensamiento y que no he valorado lo suficiente sus aportaciones constructivas, el haber
destacado la unidad de sistemas sociales y el papel de las-instituciones sociales como intermediarias
entre el individuo y. la sociedad como un todo. Los historiadores de la ciencia social, sean hostiles o
rio al positivismo francés, coinciden en considerar que ha ejercido una gran influencia en el
pensamiento social moderno, y es indispensable analizar este aspecto Sí se quieren esbozar las líneas
generales de la historia y la filosofía de la ciencia social. Para examinar la influencia del primer
positivismo francés estableceremos una diferenciación ente su influencia en Ja filosofía social y
política y su influencia en el contenido sustantivo de la ciencia social académica o profesional. No
puede trazarse una línea clara de demarcación entreestas materias, pero analizaremos'Ia influencia
del positivismo francés centrándonos sucesivamente en cada una.
Si América del Sur hubiera sido más importante en el pensamiento social del siglo xrx de lo
que lo fue, el historiador hubiera tenido que dirigir la atención hacia allí, puesto que el positivismo
320 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
llegó a ser especialmente popular entre intelectuales que se oponían al papel de la Iglesia católica en
la sociedad latinoamericana. Pero las ideas sociales son mucho menos cosmopolitas que los
descubrimientos científicos. La importancia general de las proposiciones de la filosofía social, e
incluso de la ciencia social, depende en gran medida del lenguaje en que se expresen y del país del
que provengan. A mediados del siglo xix ninguna filosofía social podía tener amplia difusión a
menos que su lenguaje fuera el francés, el alemán o el inglés, y sus protagonistas vivieran en
Francia, Alemania, Gran Bretaña o, cada vez más, Estados Unidos.
Donde, el positivismo tuvo mayor influencia en un principio no fue en Francia, su lugar de
origen, sino en Inglaterra. Muchas de las principales personalidades de la vida intelectual inglesa se
sintieron atraídas por Saint-Simon y más tarde por Comte. Thomas Carlyle tradujo algunos de los
escritos de Comte para que pudieran ejercer sus efectos benéficos entre los ingleses que, entonces
como ahora, no se molestaban en aprender otros idiomas europeos. Harriet Martineau, a la que
conocimos en el capítulo 10 como publicista del laissez-faire, compendió y tradujo el Curso de
Comte. George Eliot, la gran ensayista y novelista victoriana, se consideraba positivista. Su .marido
de hecho, G. H. Lewes, editor, crítico y distinguido biógrafo de Goethe, escribió un libro sobre la
filosofía de la ciencia de Comte y muchos más exponiéndola y aplicándola a cuestiones filosóficas y
sociales. John Morley, biógrafo de Voltaire, Rousseau, Cromwell y otros, y director de la influyente
Fortnighíly Review, desempeñó un papel activo en el movimiento positivista inglés. George Grotte,
autor de una Historia de Grecia (1846-1856) en doce volúmenes, que se convirtió en un clásico de
la erudición histórica, era un benthamiano pero le impresionó también profundamente la obra de
Comte. Lo mismo se puede decir de John Stuart Mili, que aludió a Comte en los términos más
favorables en su libro sobre la filosofía de ia ciencia, Lógica (1843), fomentó la lectura del Curso
entre los miembros de su círculo intelectual, mantuvo larga correspondencia con Comte y recaudó
ayuda financiera de admiradores ingleses cuando éste perdió su puesto de examinador de la École
Polytechnique. La presencia de Grotte y Mili en esta lista parece apoyar una relación entre
positivismo y utilitarismo, pero si se examina la cuestión detenidamente se ve que no es así, puesto
que, como muchos otros que admiraron a Comte, los dos distinguían entre su filosofía de la ciencia
y su filosofía social, y dejaron claro que su apoyo se limitaba a la primera.
Ninguna de las personas antes citadas ocupaba un puesto en una universidad inglesa, pero el
centro principal del positivismo inglés estaba en realidad allí, y concretamente en Oxford,-donde
había un grupo de positivistas bajo la dirección de Richard Congreve. Además de Comte y
Congreve, era fuente de inspiración del grupo Thomas Arnold, que había fundado la gran escuela
«pública» inglesa, Rugby, como una institución dedicada a formar una élite destinada a gobernar In-
glaterra y que, durante el breve período que fue profesor de historia moderna en Oxford, enseñó que
las naciones son como organismos y la historia es la ciencia que investiga las leyes de su desarrollo.
Comte, decepcionado por el poco caso que le hacían en su país natal, estaba encantado con su
éxito en Inglaterra. Empezó a soñar que se iniciaría allí el nuevo orden positivista y ofreció consejo
y asesoramiento a sus discípulos ingleses. La Inglaterra de mediados de la época victoriana fue el
medio más hospitalario de Europa para la recepción directa de las ideas positivistas. Entre los
seguidores de Comte se incluían personas que gozaban de gran prestigio en los círculos intelectuales
ingleses y algunas de ellas estaban dispuestas a dedicar todas sus energías a la promoción del
positivismo, sobre todo Congreve y su discípulo Frederick Harri- son. Pero a pesar de unos inicios
tan auspiciosos, el positivismo no arraigó con firmeza en la vida política inglesa. Su influencia no se
extendió mucho más allá de un pequeño grupo de intelectuales burgueses. Congreve fundó la
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 321
Sociedad Positivista de Londres en 1867 como el brazo evangélico y la administración central del
movimiento. Ese año se convirtió en uno de los.grandes hitos de la historia política inglesa, pero por
una razón distinta; el Parlamento aprobó la segunda Ley de Reforma, que ampliaba notablemente eí
derecho al voto y situaba a Inglaterra de modo claro en la vía de la democracia con participación
plena. La.esperanza de Comte de que se inaugurara una nueva era política a través de la unión del
proletariado y los filósofos positivistas no se cumplió. Los positivistas ingleses se reunieron en Londres
para celebrar un gran Festival de la Humanidad en 1881, pero resultó ser un vano intento de
implantar el movimiento como una fuerza política significativa. Desapareció prácticamente del
mapa poco después, aunque la influencia de Comte en 1a Universidad de Oxford persistiera hasta
bien entrado el siglo xx (véase Alón Kadish, The Oxford Economists in the Late Nineteenth Centuiy,
[ 982). El movimiento positivista inglés del período Victoriano parece, retrospectivamente, una abe-
rración bastante extraña de la historia intelectual de Inglaterra.
El apoyo para la tesis de que el positivismo francés ejerció una gran influencia en la filosofía
política y social moderna hemos de buscarlo en otra parte, en Karl Marx y Friedrich Engels y en el
desarrollo tras ellos de lo que se llama hoy «marxismo-leninismo». Ya se ha indicado varias veces
en este capítulo las similitudes entre el pensamiento de Saint-Simon y Comte y el. de Marx y Engels
y se harán más patentes en nuestro estudio de la teoría marxista del capítulo 13. El marxismo, como
movimiento revolucionario, consiguió.crear una unión efectiva del proletariado y de los
intelectuales. En ¿Qué hacer? (1902) de Lenín hallamos una reformulación de la idea positivista de
la dinámica de la historia y un reconocimiento similar al de Comte del papel especia! que debe jugar
en ellaun pequeño cuadro de intelectuales firmemente dedicados a la doctrina y hábiles en el arte de
manipular a las masas. El rástreo de influencias filosóficas es un asunto muy incierto, puesto que
puede llegarse independientemente a ideas sumamente similares o incluso idénticas. El marxismo
podría haber surgido y\haberse desarrollado aunque Saint-Simon hubiera perecido en la guillotina y
Comte hubiera tenido éxito cuando intentó ahogarse en .el Sena. Pero dejo este asunto sin más
comentarios, porque plantea cuestiones importantes y difíciles en las que no podemos entrar aquí: la
valoración de la causalidad histórica y el papel de las ideas en la evolución de la sociedad humana.
La influencia del positivismo francés en el desarrollo de las ciencias sociales es sólo un poco
menos problemática. Respecto a la sociología, hay considerables discrepancias sobre cuándo puede
decirse que nació, y muchos sociólogos modernos consideran a Comte sólo el que bautizó la
disciplina, no el que la fundó. Concediendo menos crédito aún a Saint-Simon. Pero hay una
diferencia considerable en la práctica, actual de la sociología en los diferentes países y hay una
diferencia correspondiente de planteamiento respecto al papel del positivismo francés en su historia.
En la propia Francia, se considera a Émile Durkheim (1858-1917) la figura clave en el
desarrollo de la sociología, y este punto de vista es compartido por algunos sociólogos ingleses y
estadounidenses. Durkheim fue el primer sociólogo académico francés, y dio clases primero en. la
Universidad de Burdeos y más tarde en la Sorbona de París. Fundó y dirigió UÁnnée Sociologique,
revista que tuvo una importancia enorme en el desarrollo de la sociología europea. Pero no está claro
qué debe el pensamiento sociológico de Durkheim a Saint-Simon y Comte. Algunos autores
consideran a Durkheim prácticamente un conducto a través del cual las ideas de los anteriores se
incorporaron a la sociología posterior, mientras que para otros su influencia sobre él fue sólo cosa de
entusiasmo juvenil y que más tarde la rechazó. El editor de ia traducción inglesa de Socialismo y
Saint-Simon (1958) de Durkheim, Alvin W. Gouldner, le considera empeñado en una «polémica de
fondo» con Comte en sus obras principales, mientras que Anthony Giddens considera fundamental
322 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
la influencia de Comte sobre Durkheim («Positivism and its Critics», en el libro de Tom Bottomore
y Robert Nisbet, eds., The History ofSociological Analysis, 1978). Ya hemos dicho antes que
Durkheim
adoptó el organicismo de Saint-Simon y de Córate, y ya se verá la importancia que tuvo en su
pensamiento cuando estudiemos la sociología de Durkheim en el capítulo 15. Pero Durkheim no
hizo uso alguno de la teoría de la historia de Comte, de la ley de las tres etapas ni de la jerarquía
de las ciencias.
La influencia del positivismo francés en la sociología inglesa y estadounidense ha sido
menor que en Francia. La sociología como disciplina académica independiente apenas se
desarrolló en Inglaterra hasta mediados del siglo xx, debido en parte, sin duda, a la dudosa
reputación de los positivistas ingleses. De modo que la influencia del positivismo en la sociología
allí fue negativa, retrasando su desarrollo. Hoy hay algunos sociólogos ingleses que juzgan
favorablemente a Saint-Simon y a Comte, y son sólo quienes se consideran marxistas. En Estados
Unidos, donde se inició la investigación sociológica cuantitativa, la influencia del positivismo
francés ha sido escasa. Lester F. Ward (Í841-1913), botánico y geólogo convertido en sociólogo,
fue un admirador declarado de Comte. Compartió su tesis de que era necesaria una ciencia de la
sociedad que debería ser la reina de todas las ciencias y que serviría como guía para la
regeneración total del orden social, poniendo fin a la anarquía y al individualismo capitalistas.
Ward fue elegido en 1906 presidente de la Sociedad Sociológica Estadounidense, recién fundada,
pero su obra cayó poco después en un olvido casi total entre los sociólogos. Otro candidato a
fundador de la sociología moderna es Aíbion W. Small (1854-1926), que ocupó la primera
cátedra de sociología en una universidad de Estados Unidos, en la Universidad de Chicago, recién
fundada, en 1892, donde creó un departamento de notable calidad y de prolongada influencia en
la sociología del país; Fundó en 1895, y dirigió durante treinta años, la American Journal of
Sociology, la principal publicación académica de la disciplina. Fue crítico con el capitalismo,
como Ward, y, aunque es visible en él la influencia de Marx, se mostró hostil hacia el positivismo
francés y criticó a Ward por proclamar el «mito» de que la sociología estadounidense estaba en
deuda con Comte. En opinión de Small, la sociología se inició con la psicología social de Adam
Smith en su Teoría de los sentimientos morales. Pero la metodología de Small era, como la de
Ward, no cuantitativa, y su influencia sobre la investigación sociológica moderna fue escasa, a
pesar del papel destacado que desempeñó en el asentamiento de la sociología como una disciplina
académica independiente. El país donde el positivismo francés ha tenido, y sigue teniendo, una
mayor influencia sobre la sociología académica es la Unión Soviética, donde se considera que la
tarea del sociólogo consiste en proporcionar una visión global de la sociedad (principalmente
capitalista) como un todo y de bosquejar, además, las leyes de la historia. Este estilo de socio-
logía, la «gran sociología» como la hemos llamado, debe su inspiración inmediata en la Unión
Soviética a Marx, de modo que cualquier valoración de su deuda con el positivismo francés
depende de lo que se crea que debe Marx a Saint-Simon y a Comte.
Saint-Simon y Comte escribieron antes de que se desarrollaran las diversas ciencias sociales,
pero había una que era ya reconocida como una disciplina esta
323 HISTORIA Y FILOSOFIA DE LAS CIENCÍAS SOCIALES
blecida: la economía, o la «economía política» como se llamaba entonces. Así pues, la
cuestión de la influencia del positivismo francés sobre la economía merece una breve
consideración.
Saint-Simon sabía muy poco de economía política clásica. Un comentarista suyo dice que dejó
esta rama de la ciencia social a Comte. Pero Comte no se interesó tampoco por el tema. No hay en
todos sus numerosos escritos un solo análisis amplio de ninguna de las cuestiones que consideramos
en el capítulo 9, y es probable que supiese poco, si es que sabía algo, sobre Jas teorías clásicas del
valor, la renta, lapoblación, el comercio internacional o, pese a su profundo interés por las leyes de
la evolución histórica, la teoría ricardiana del desarrollo económico. Comte fue hostil a la economía
política clásica sin conocer su contenido específico, extremando aún más su. actitud al hacerse más
intensa su. aversión al capitalismo de mercado. En consonancia con su idea de la unidad de toda la
ciencia, criticó las tentativas de los economistas clásicos de crear una ciencia de la economía
independiente y, especialmente, su uso del concepto de «hombre económico», que divorciaba las
actividades económicas de su marco social y-cultural. La nueva ciencia principal, la sociología,
incluiría la economía dentro de, una teoría general de la sociedad sin molestarse por
cuestiones.insignificantes como la formación de los valores de mercado, el comercio internacional,
etc. Hay ciertas semejanzas entre la idea de Comte sobre la economía y la de J. C. L. Simonde de
Sismondi (1773-1842), cuyos Nuevos principios de economía política (1819) eran un ataque
generalizado contra la economía de Ricardo, pero no hay muchas pruebas de que Comte recibiera
una influencia directa de Sismondi. Los positivistas ingleses, siguiendo a Comte, asumieron como
parte importante’de su programa combatir lo que consideraban la influencia destructora de .la
economía política clásica en el pensamiento social inglés. Las tentativas de este tipo pueden haber
ejercido cierta influencia en el proceso del estudio de la economía política en Inglaterra (y en
Estados Unidos) que, hasta fecha muy reciente, estuvo dominado por investigadores hostiles a la
construcción de los modelos analíticos de la economía ortodoxa y que prescindieron en su trabajo
del uso de la teoría económica.
Aparte de su influencia sobre los historiadores económicos y sobre los que se autodenominan
instituciorialistas o economistas sociales, la influencia del positivismo en la economía fue escasa. La
corriente principal de la disciplina siguió empleando la metodología introducida por Ricardo. John
Stuart Mili mostró, como hemos visto, una actitud favorable hacia Comte e hizo alusiones a él muy
halagadoras en su libro sobre la filosofía de la ciencia, Lógica (1843), pero es difícil hallar
influencias de la filosofía comtiana en sus Principios de economía política (1848), que dominaron
el estudio de la economía en Inglaterra y en Estados Unidos hasta finales de siglo. J. E. Cairnes, a
quien sólo aventajó Mili en la economía clásica posterior, lanzó un ataque frontal contra Comte en
la Fortnightly Review en 1870. Le contestó Frederic Harrison en nombre del movimiento positi-
vista, pero la corriente general de los economistas se alineó con Cairnes.
Una de las características sorprendentes de la ciencia social moderna es la diferencia del punto
de vista entre la economía y la sociología en el enfoque de la investigación de los fenómenos
sociales. Según algunos sociólogos, entre ellos Alvion Small en el siglo pasado y Dennis Wrong y
Jonathan Turner en el presente, la sociología nació como protesta contra los métodos y el contenido
de la economía tradicional. Raymond Aron atribuye la hostilidad constante entre sociólogos y
economistas en las universidades francesas a la aceptación por los primeros de la idea de Comte de
que la teoría económica es excesivamente abstracta y establece una separación inaceptable entre las
324 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
materias económicas y otros fenómenos sociales. Es dudoso que esto se deba al positivismo
comtiano como filosofía de la ciencia social, pero es indudable que ni los sociólogos modernos
sienten^ demasiado respeto por las disciplinas de los economistas ni éstos por las de aquéllos, y
esto no sucede sólo en Francia. A los estudiantes que se licencian en sociología en las universidades
estadounidenses no se les exige, ni se les anima siquiera, a seguir cursos de economía. Ni se
aconseja a los estudiantes de economía seguir cursos de sociología. Tanto la economía como la
sociología modernas son fuertemente empíricas y destacan el uso de métodos cuantitativos
refinados, pero los economistas consideran que la sociología es demasiado descriptiva, que bordea
el empirisma grosero, mientras que los sociólogos consideran que la eco-- nomía es demasiado
descaradamente teórica y bordea la metafísica. Esto puede deberse en parte a los orígenes
positivistas de la sociología y a la conexión de la economía con el utilitarismo pero, en mi opinión,
se debe principalmente al hecho de que la economía sigue siendo muy rigurosamente reduccionista
y adopta el individualismo metodológico como un principio fundamental de la ciencia, mientras
que'la sociología es más holista e insiste en las propiedades emergentes de las asociaciones
sociales. Ante una serie dé datos que muestran, por ejemplo, que la asignación de ingreso de la
familia para diferentes usos (la proporción gastada en la casa, la alimentación, las diversiones, etc.)
difiere entre familias de ingresos diferentes, es probable que .el sociólogo considere que se debe a
que ios diferentes grupos o clases sociales tienen diferentes estilos de vida, y que el economista sa-
que la conclusión de que diferentes artículos y servicios tienen diferentes «elasticidades rediticias
de la demanda». Para el sociólogo la explicación de las diferencias de conducta se halla en la
estratificación y la diferenciación social, mientras que el economista se aferra tenazmente a la idea
de que todas las personas son básicamente iguales. Cuando F. Scott Fitzgerald comentó a Emest
He- mingway: «Los ricos son distintos de nosotros», estaba pensando como un sociólogo, y cuando
Hemingway contestó: «Sí, tienen más dinero», estaba expresando el punto de vista del economista.
Los economistas institucionaíistas y ios economistas sociales han realizado tentativas de unir
la sociología y la economía, y también lo han hecho los sociólogos modernos que utilizan el
paradigma de «intercambio» de la conducta social. Forzando las cosas sólo un poco, podríamos
interpretar la insistencia de John Stuart Mili en la ordenación institucional en sus Principios de
economía política y su esperanza en que se desarrollaría algún día un estudio científico de la forma-
ción del carácter humano («etología» íe llamó) y la insistencia de Alfred Marshall en el carácter
filosófico del lado de la demanda del mercado y su suposición de que la teoría económica podría
convertirse en una ciencia global de «biología económica», como pasos hacia la unión de la
economía y la sociología, y como un medio de fomentarla. Pero hemos de volver de nuevo al
marxismocomo el intento más importante de crear esa unión. La economía analítica de Marx
continuó en la tradición establecida por Ricardo, como veremos en el próximo capítulo, pero Marx
enfocó la economía en un marco mucho más amplio. La teoría del desarrollo económico de Ricardo
no tiene el carácter cósmico de la teoría de la historia de Marx ni la trascendencia de sus «leyes del
desarrollo del capitalismo». La amplia perspectiva de Marx puede considerarse ün intento de
elaborar una teoría global de la sociedad a través de una unión de la sociología de Saint-Simon y de
Comte y la economía de Ricardo (liberada de su utilitarismo y su individualismo). Hallar un agente
emulsificante para esta gasolina y esta agua intelectuales continúa siendo un tema básico de la
ciencia social marxista moderna.
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 325
4. El positivismo francés y la filosofía de la ciencia
A pesar de su respeto por láciencia y de su insistencia en que el estudio de los fenómenos
sociales debe ser científico, ni Saint-Simon ni Comte analizaron ningún aspecto.de la epistemología
más que de un modo superficial, y no es posible sintetizar una filosofía de la ciencia coherente a
partir de sus escritos. Los intérpretes modernos del positivismo francés muestran a veces una audaz
seguridad al describir y valorar su filosofía de la ciencia, pero lo hacen centrándose en ciertos
aspectos de la obra de Saint-Simon y de Comte y pasando por alto otros, o esforzándose por
encajarlos a la fuerza en la interpretación histórica del autor. Algunas interpretaciones aceptan
literalmente ,1a petición de Saint-Simon y de Comte de que la metodología de la investigación
considere ia realidad objetivamente-existente, independiente de nuestras concepciones previas, e
interpretan el positivismo francés como una continuación del empirismo del siglo xvm, Pero ya ha
quedado claro; después de nuestro examen de Saint-Simon y de Comte en este capítulo, que la
tradición del empirismo en la filosofía de-la ciencia y el positivismo francés son polos opuestos.
Cualquier semejanza entre ellos se reduce a las exhortaciones retóricas de Saint-Simon y de Comte y
no es visible en su propia práctica metodológica. El hecho de que no siguieran sus propios preceptos
epistemológicos no descalifica por sí solo a Saint-Simon y a Comte como filósofos de la ciencia,
pero nos impide recurrir a sus escritos para ampliar y aclarar sus posiciones epistemológicas.
Aunque la ausencia de un análisis directo de la epistemología de la ciencia en los escritos de
Saint-Simon y de Comte obstaculiza la identificación de su filosofía de la ciencia como una norma
prescriptiva, tiene de todos modos cierta significación histórica. Saint-Simon y Comte, igual que
muchos otros autores de su época, y otros posteriores, no consideraron necesario esbozar los
principios de la investigación histórica; consideraban que palabras como «ciencia» y «científico»
eran, por sí mismas, designaciones completas y perfectas de . aquellos principios, que no necesitaban
más ampliación. La significación histórica del positivismo francés en este sentido es que contribuyó
notablemente a la tendencia a utilizar las palabras «ciencia» y «científico» como etiquetas
encomiásticas para la propia doctrina, independientemente de su contenido. Ya vemos cómo se
utilizan hoy términos como socialismo científico, ciencia cristiana, creacionismo científico,
cientología, ciencia de la astrología, ciencia espiritual, etc.; todos y cada uno de los sectores del
cuadrante intelectual moderno pueden calificarse de «ciencia».
A lo largo de los capítulos anteriores hemos visto la poderosa influencia que ejerció sobre el
pensamiento occidental el progreso de las ciencias físicas. No sóío hizo posible que se separara la
investigación social de la teología y la ética, y que se liberara del control de la autoridad política y
religiosa establecida, sirio que proporcionó también inspiración metodológica. La enumeración de
los primeros científicos sociales que intentaron seguir los pasos epistemológicos de la física y la
astronomía clásica es equivalente casi a una lista completa de los nombres importantes, y sólo es un
poco más reducido el número de los que se calificaron explícitamente a sí mismos de los galüeos o
los nevvtons de la ciencia social. En este sentido, Saint-Simon y Comte no hicieron más que
continuar una tradición bien asentada, pero su invocación a la «ciencia» muestra gráficamente que no
está nada claro qué se quiere decir al afirmar que la investigación social debería seguir la pauta de las
ciencias físicas. Puede ser útil aquí anticipar algunas cuéstiones epistemológicas que no podremos
valorar plenamente hasta haber avanzado algo más en nuestra investigación de la historia de la
ciencia social. Afirmar que el estudio de los fenómenos sociales debe seguir la dirección marcada
por las ciencias físicas puede encerrar una serie de planteamientos distintos, que son los siguientes:
326 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
1) La visión más simplista es que las ciencias sociales deberían imitar la metodología de las
ciencias naturales de una forma acrítica. Cuando un científico social reclama credenciales científicas
para su obra indicando que en física, o en biología, o en alguna otra rama de la ciencia natural, se
utilizan procedimientos similares, está utilizando la ciencia natural como la norma básica de
referencia terminológica. Esta posición no es defendible, puesto que significa que.las credenciales de
la ciencia social se derivan de la práctica de la ciencia natural sin referencia a sus credenciales. Esto
es recurrir al prestigio de la ciencia natural, no a sus bases epistemológicas. Además, los científicos
naturales trabajan de muchas formas diversas. Los métodos de investigación de la astronomía, de la
química orgánica, de la biología ecológica y de la geología de tectónica de placas tienen poco en
común aparte del reconomiento de que hay un mundo objetivo, y hasta esto parece desvanecerse en
algunas de las teorías de la física moderna. Un científico social que no sea más que moderadamente
inteligente no tendrá dificultad alguna para hallar trabajos cié investigación en alguna parte de las
ciencias naturales metodológicamente similares a los suyos.
■ 2) Una idea relacionada es que las ciencias naturales son cuantitativas y la investigación
social es científica en la medida en que es también cuantitativa. Pero no podríamos sostener que
datos falsificados tengan mérito científico, de modo que este criterio de la ciencia tiene que
remitirse a otras directrices de buena práctica científica, y engañar no es el único procedimiento que
dicha práctica prohíbe. Los datos cuantitativos, aunque hayan sido obtenidos honradamente, pueden
ser insignificantes o intrascendentes. Una vaga proposición cualitativa puede ser empíricamente más
útil que una numérica precisa. ■
3) En años recientes los científicos sociales, guiados por la economía, han mostrado mucho
entusiasma por las posibilidades que ofrece la construcción de modelos matemáticos y a veces se
oye decir que el sello, identificador de una proposición científica es que pueda expresarse en
lenguaje matemático. Esto descartaría sin duda gran parte del trabajo de los científicos naturales,
reduciendo el cuerpo de la ciencia restante. Además, ese cuerpo no séría necesariamente empíricoo
incluso significativo, puesto que se pueden decir disparates en cualquier lenguaje, incluido el
matemático.
4) Una opinión más extendida entre los filósofos profesionales de la ciencia que cualquiera
de las anteriores .es la de que hay principios generales de epistemología válidos que son aplicables a
todos los campos de la investigación empírica, y lo significativo, de las ciencias naturales no es que
ellas mismas aporten los criterios de la ciencia, sino que los ejemplifican más claramente. Esto sería
un argumento poderoso sí hubiera una coincidencia, incluso moderada, sobre lo que son esos
principios generales, pero los filósofos de la ciencia mantienen hoy muchas posiciones diferentes a
ese respecto (véase el capítulo 18, apartado 1), La idea de que hay principios generales de
epistemología que se pueden descubrir, aunque no se hayan descubierto aún, tiende a degenerar en
el punto 1) anterior, puesto que muchos filósofos proceden de formas que parecen implicar que esos
principios pueden descubrirse analizando los métodos de investigación de la ciencia natural,
especialmente de la física. La idea de que hay principios epistemológicos generales aplicables tanto
al mundo natural como al mundo de la conducta humana y de los fenómenos sociales ha sido
ardorosamente rechazada, sobre todo por F. A. Hayek, que ha calificado despectivamente esa
posición de «cientismo», remontándola a Saint-Simon y Comte (The Counter-revolution of Science:
Stu- dies in the Abuse ofReason, 1955).
5) Otro enfoque de la ciencia social es que ésta sólo.puede alcanzar auténtico estatus
EL POSITIVISMO FRANCÉS Y LOS INICIOS DE LA SOCIOLOGÍA 327
científico basándose sustantivamente en los descubrimientos de la biología. La conducta humana y,
en consecuencia, los fenómenos sociales están regidos por la constitución biológica del hombre;
según esta hipótesis, Jas ciencias sociales deben edificar sus modelos sobre bases aportadas por la
biología. Parece que Comte apoyaba esta idea, que se halla implícita en su «jerarquía de las
ciencias», donde la biología ocupa ia posición inmediatamente inferior a la socio- logia. Este punto
de vísta ha surgido de nuevo en la literatura actual en la «socio- biología», cuyo principal
protagonista, Edward O. Wilson (Sociobiology the New Syntkesis, 1975), sostiene, contrariamente a
Comte, que el estudio de la sociabilidad humana debería convertirse en una subdisciplina de la
biología, y sus especialistas deberían adquirir una sólida formación en genética y en neurología.
6) Por último, para exponer las diversas proposiciones que incluye la tesis de que la ciencia
social debería seguir la dirección de la ciencia natural, hemos de mencionar la idea global de que los
fenómenos sociales están regidos por leyes generales y que la tarea del científico social es
descubrirlas. Si lleváramos esta proposición un paso más allá, hasta la tesis de que las leyes son
como las que rigen los fenómenos naturales por ser espacialmente universales, temporalmente
constantes e inmunes a cualquier modificación por la actividad humana, llegaríamos a la
proposición básica de la visión saint-simoniana y comtiana de la sociabilidad humana, su historia y
su futuro.
Repasando estas seis proposiciones, resulta evidente que la invocación a la «ciencia» de los
positivistas franceses se basaba primordialmente en 6) y secundariamente en 4) y 5). No creo que
haya mucha base para atribuirles 1), 2) y 3) de manera significativa.
La tentativa de descubrir una relación entre las posiciones de Saint-Simon y de Comte y ía
escuela moderna de filosofía iniciada por el Círculo de Viena que, durante la época de 1930, se
denominó «positivismo lógico» ha hecho que resultara considerablemente más difícil de
comprender la relación del primer positivismo francés con ia filosofía de la ciencia. En el manifiesto
del Círculo de Viena publicado en 1929 se puede apreciar una cierta afinidad con el primer
positivismo francés. Ese manifiesto lo redactó Otto Neurath, un sociólogo. Neurath era mar- xista y
desempeñó un papel de cierta importancia en el desarrollo de la idea de que bajo el comunismo se
sustituiría el sistema de mercado por 1a planificación central y la administración de los procesos
económicos. Como ya hemos visto, este aspecto constituía una característica notable de la visión
comtiana del nuevo orden social, de modo que,, en este sentido, puede considerarse que Neurath
vincula esa concepción de la organización económica con el marxismo moderno. Pero esto se
relaciona con la filosofía social, no con la epistemología. La mayoría de los miembros del Círculo
eran lógicos, matemáticos, filósofos y físicos cuyo interés común era la filosofía de la ciencia
natura!. La única semejanza entre ellos y Comte en relación con ese tema fue su firme condena de la
metafísica trascendental y su propuesta de que fuera sustituida por 1a «concepción- científica del
mundo». El positivismo francés y el positivismo lógico son dos filosofías diferentes que tienen
casualmente el mismo nombre. La filosofía positiva iniciada por el Círculo de Viena y su relación
con las ciencias sociales ocupará nuestra atención en el último capítulo de este libro.