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157 VI. LA GUERRA CIVIL Niños saludando, con el uniforme falangista, en Calahorra

Guerra Civil

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VI. LA GUERRA CIVIL

Niños saludando, con el uniforme falangista, en Calahorra

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EL PODER DE LAS ARMAS: DESTRUCCIÓN DEL SISTEMA DEMOCRÁTICO Y

REPRESIÓN SISTEMÁTICA DE LA DISIDENCIA

El 17 de julio de 1936 el Ejército en Marruecos, al mando del General Franco, se sublevó

contra la Segunda República. Se ponía de este modo en marcha la conspiración urdida

durante meses por un grupo de generales y oficiales de ideología conservadora. El fracaso

de la rebelión en gran parte del territorio nacional, allí donde el Gobierno contó con la

adhesión de las fuerzas militares o los cuerpos de policía, dio inicio a una encarnizada

guerra civil que se prolongaría durante tres años.

En La Rioja el día 18 de julio transcurrió en un clima de incertidumbre e inquietud, tras

recibirse a través de la radio y la prensa las noticias de la rebelión militar, ante el temor de

que ésta se extendiera a nuestra región. Las autoridades republicanas de la capital, Gobierno

Civil y Ayuntamiento, no tomaron ninguna medida preventiva, que sí tuvieron la precaución

de adoptar varias corporaciones municipales, como las de Nájera, Cervera, Calahorra o

Pradejón, donde los alcaldes organizaron rondas de vigilancia con voluntarios armados. No

obstante, tras sublevarse al completo la guarnición de Logroño, la madrugada del 19 de

julio, ninguna población pudo ofrecer una resistencia eficaz al avance de las fuerzas

militares, a las que se unió desde el día 20 la columna Escámez, unidad procedente de

Navarra reforzada con voluntarios carlistas. Así pasó en Calahorra, donde el mismo 19 por

la tarde, tras un breve tiroteo, entraban las tropas regulares.

El Ejército y las milicias de voluntarios, Falange y Requeté, no hicieron hasta el día 21 de

julio su entrada en Pradejón, que hasta ese momento habían mantenido bajo su control

patrullas armadas formadas por el Ayuntamiento republicano en colaboración con miembros

de las organizaciones de izquierda. Sobre el desarrollo de los acontecimientos en estos

primeros días contamos con el relato de un vecino que los vivió, el cenetista Mario Martínez

Heras. De acuerdo con sus declaraciones, realizadas a un periódico de la zona republicana,

tras huir de la villa en los primeros días de la sublevación:

“El día 19 de julio, domingo, notaron los elementos de izquierda, que suman en Pradejón

unos doscientos, entre afiliados a la CNT, UGT e Izquierda Republicana, que en Calahorra

algunos individuos extraños se habían apoderado de este pueblo, y ante el temor de que se

pudiera haber declarado el movimiento sedicioso que se temían, adoptaron toda clase de

precauciones quedando a la expectativa. Al siguiente día, lunes, vieron con la natural

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sorpresa que llegaban a Pradejón y otros pueblos personas que manifestaban su condición de

izquierdistas, quienes notificaban que los fascistas habían copado los pueblos de Lodosa y

Mendavia pertenecientes a Navarra.”

El martes, quienes llegaron fueron “los sediciosos, compuestos por los famosos requetés,

militares, fascistas y hasta (...) curas y frailes disfrazados con el fusil en bandolera”. No

hubo resistencia armada.

Desde este momento Pradejón quedó bajo la autoridad militar. Se leyó el bando del

general Mola por el que se declaraba el Estado de Guerra, se sustituyó la Corporación

republicana por una nueva, y se practicaron las primeras detenciones. Los detenidos por la

milicia rebelde, con la que colaboraron en los apresamientos algunos vecinos del pueblo,

quedaron recluidos en el Ayuntamiento. A los pocos días empezaron los fusilamientos.

“Desde aquel mismo día [21 de julio] por la noche, ya comenzaron los rebeldes ayudados

por los derechistas a infligir duros castigos a los ciudadanos que sospechaban eran de

izquierdas, procediendo a la detención de éstos y conduciéndoles a la Casa Consistorial,

donde eran sometidos a exhibición, y una vez obtenido el voto de los asistentes a este acto

criminoso, tanto si era en pro como en contra eran fusilados”.

De acuerdo con los datos de defunción consignados en los registros civiles de Pradejón y

Calahorra, del 24 al 28 de julio fueron asesinados 22 pradejoneros en parajes cercanos a la

Villa, entre ellos los conocidos como “Rubiejo” (término municipal de Ausejo) y “Cuesta de

la Gata” (término de Calahorra).

Aunque desconocemos las circunstancias de muchos de los fusilamientos, probablemente

siguieron la misma pauta que en el resto de la provincia, alcanzando su mayor intensidad en

los meses de julio, agosto y septiembre, con el traslado previo de los prisioneros a Logroño,

una vez centralizada la represión en las cárceles de la capital, a partir de agosto. A esto

apuntan aquellas ejecuciones de septiembre de las que queda constancia, que se perpetraron

en la tristemente famosa “Barranca” de Lardero. La represión más intensa se desarrolló en el

verano de 1936, pero el fusilamiento de pradejoneros continuó, aunque de forma esporádica,

a lo largo de la guerra y hasta acabada ésta, debido a que algunos de quienes se incorporaron

como voluntarios a filas o de quienes consiguieron llegar a territorio republicano, sobre todo

desertores del Tercio Sanjurjo, del que hablaremos por extenso más adelante, fueron

cayendo prisioneros conforme avanzaban los “nacionales”, y no encontraron clemencia.

Hay problemas para cuantificar con exactitud el número de pradejoneros fusilados como

consecuencia directa de la represión que siguió a la instauración del nuevo gobierno

autoritario militar. La relación más fiable de la que disponemos la suministra Antonio

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Hernández García, quien tomó como fuente tanto las defunciones consignadas en los

registros civiles como testimonios orales de familiares de fallecidos y vecinos que vivieron

la época. Dicha relación, bastante detallada, arroja la cifra de 42 asesinatos. Otra fuente la

constituye la lista confeccionada por el alcalde, en octubre de 1938, a requerimiento del

Comandante del Puesto de Villar, documento que presenta el inconveniente de englobar

bajo el mismo concepto de “desaparecidos” tanto a los fusilados como a aquellos que

huyeron a zona republicana o desertaron tras incorporarse a filas (algo frecuente, como

veremos más adelante). Esas eran las instrucciones de la autoridad militar: “como fusilados,

solo se incluirán los que lo fueron en virtud de Consejo de Guerra y [a] los que no lo fueron

por este procedimiento se les incluirá como DESAPARECIDOS”. El alcalde contestó con

una lista en la que se enumeran 55 desaparecidos, acompañada de una nota, para mayor

claridad: “Los que se fusilaron por la fuerza o Milicias se ponen como desaparecidos. Creo

[que] no existe ningún fusilado en esta demarcación”.

Los dos listados, el de Hernández García y el del Ayuntamiento falangista, una vez

excluidas de éste aquellas personas de quienes hay constancia de su situación bien de

evadidos bien de desertores, presentan entre sí abundantes coincidencias, aunque también

algunas divergencias, y vienen a completarse mutuamente. Conservando la duda acerca de la

suerte de los “desaparecidos” (hasta un total de 7), del cruce de ambas listas resulta una

balance de víctimas mortales de la represión bastante aproximado (48 vecinos). Aunque tal

vez nunca podamos saber con exactitud la identidad de todos los asesinados: el nuevo poder

no reconoció sus crímenes fundacionales.

Un mínimo de entre 42 y 48 vecinos de Pradejón perdieron la vida a consecuencia directa

de la represión política planificada por los militares sublevados, erigidos en nueva autoridad.

Como resultó habitual, entre los asesinados por los sublevados encontramos a los dirigentes

más destacados del republicanismo local, entre ellos algunos cargos del Ayuntamiento, y a

aquellos funcionarios municipales encargados del orden público. Hay que señalar también la

presencia del pastor evangélico, y maestro de la escuela de primera enseñanza protestante,

Simón Vicente Vicente. Aunque algunas fuentes datan su ejecución en 1946, tras un largo

proceso judicial, su asesinato se produjo temprano, en el verano de 1936, sin duda con el

objetivo de disgregar la comunidad protestante, objeto a partir de entonces de represalias

generalizadas. La tradicional hostilidad de la Iglesia hacia la congregación de Pradejón, y el

decidido apoyo prestado por el pastor al Estado laico puesto en marcha por la Segunda

República, le granjearon la enconada enemistad de sus adversarios ideológicos: el alcalde

franquista y el Jefe Local de Falange le describen hacia 1937 como “quien más contribuyó o

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quizá el principal inductor de hechos censurables cometidos durante el mando de la

República” y “uno de los mayores enemigos del Movimiento Nacional”.

Pero junto a estos protagonistas notorios del periodo republicano encontramos también el

nombre de muchos otros vecinos que no ejercieron cargos públicos y no destacaron por su

liderazgo político. Gran cantidad de los represaliados no “se significaron”, según el término

empleado por los verdugos, y teniendo en cuenta su posición, probablemente se habían

limitado a pertenecer, como meros afiliados de base, a los partidos republicano y socialista o

a los sindicatos obreros. Si nos fijamos en la profesión, la mayor parte de los asesinados eran

trabajadores, con claro predominio de los campesinos y los jornaleros. Y si tomamos como

representativa la filiación política en los pocos casos en que la conocemos con cierta

exactitud, la represión afectó principalmente a los anarcosindicalistas de la CNT. El nuevo

poder pretendía implantar su autoridad por medio de la violencia, y no dudó en utilizarla a

discreción para descuajar cualquier resistencia de la población civil y todo vestigio del

periodo republicano. Las organizaciones políticas y sindicales de izquierda fueron

desarticuladas, y muchos de sus integrantes pasados por las armas.

Esta destrucción a sangre y fuego del pluralismo anterior afectó también en Pradejón,

como hemos adelantado, a la congregación protestante, estrategia represiva que debe

encuadrarse dentro de la persecución llevada a cabo, desde la confesionalidad católica del

Nuevo Estado, contra cualquier disidencia en materia religiosa. Pese a lo sostenido por

Antonio Hernández García respecto a Pradejón, la pertenencia al protestantismo no parece

ser un factor que determinara por sí sólo el fusilamiento, ya que en los pocos casos en que

conocemos la condición de protestante de los asesinados, como los de el ex alcalde Perfecto

Miranda, Santos García y el propio Simón Vicente, ésta estuvo acompañada por lo normal

de una militancia política destacada. Pero para los protestantes ya no habría en adelante

derecho a ejercer sus creencias, ni en público ni en privado, y como colectivo sufrieron un

hostigamiento sañudo de las autoridades.

En julio de 1936 los milicianos que ayudaban a las tropas sublevadas asaltaron la Iglesia y

Escuela evangélicas, situadas en la calle mayor, y posteriormente se incautaron de sus

locales, utilizados, tras algunas reformas, como cuartel para las milicias de Falange y

Requeté. Esta rapiña ocasionó un incidente diplomático, ya que los inmuebles, costeados por

una misión congregacionalista norteamericana, eran propiedad de la Spanish American

Company, con sede en Estados Unidos, y el cónsul estadounidense en Vigo, George M.

Graves, los reclamó ante las autoridades franquistas. La primera petición del cónsul, dirigida

al Ayuntamiento de Pradejón en mayo de 1938, no consiguió que fueran restituidos los dos

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edificios, por lo que en octubre Mr. Graves insistió ante el Gobierno Civil, quien solicitó a la

Corporación “un informe con toda clase de detalles” en caso de que fuera cierto que los

inmuebles se encontraban “habitados por personas extrañas”, dejando claro que “como se

trata de una cuestión formulada por el Representante Diplomático de una nación extranjera,

sírvase informar urgentemente a este Gobierno”. No obstante, los nuevos trámites sólo

consiguieron más explicaciones, y la expropiación de hecho continuó en vigor. Estados

Unidos tenía interés en mantener sus relaciones financieras, comerciales y políticas con el

bando sublevado, al que las empresas de su país proveían de crédito y productos de gran

importancia logística para el Ejército, como camiones y gasolina, y el expolio y represión

infligidos sobre la comunidad protestante de la Villa no debió suponer un serio obstáculo

para que prosiguieran de modo amistoso el entendimiento y la cooperación con el Gobierno

de Franco, al que el Presidente Roosevelt reconoció como legítimo nada más terminar la

Guerra Civil.

La mujer del pastor evangélico de Pradejón, Casimira Rivas, consiguió asentarse en

territorio francés probablemente tras la evacuación del País Vasco previa a la caída del

frente norte, aunque prefirió enviar a sus hijas como refugiadas políticas a la Unión

Soviética. Gracias a la correspondencia con una amiga que quedó en el pueblo, Teresa

Moreno, esposa de Nicomedes Miranda, represaliado que se encontraba entonces en la

cárcel, pudo saber del estado en el que había quedado la Iglesia protestante. Regresar para

reconstruirla, una vez derrotados los franquistas, constituyó a partir de entonces su obsesión.

En una carta que escribe a Teresa desde Calvados (Francia), en agosto de 1937, queda

patente cuánta rabia y desesperación hubo de padecer, cuando proclama, respecto a las niñas

asiladas en Rusia: “Se fueron de luto por la muerte de su padre; pero volverán de rojo y

verán el castigo que Dios dará a los asesinos (...)”. Fervorosa creyente, estaba convencida de

que la crueldad de la que habían sido víctimas no quedaría impune: “Dios dará venganza”.

Cuando se hizo evidente, ya en los primeros días de la sublevación, que las nuevas

autoridades militares tenían pensado llevar a cabo una represión planificada, extensa y

expeditiva, carente por completo de cualquier garantía jurídica, hubo izquierdistas que

decidieron esconderse o huir, intentando ganar la frontera o llegar hasta el bando

republicano. Así lo hizo Marino, un joven de tan solo 15 años, el hermano menor de Mario

Martínez Heras, cuyo relato hemos utilizado para reconstruir los primeros momentos de la

guerra en Pradejón; pero, como cuenta Mario, “a los ocho días de andar errante por el campo

se venció su voluntad y se entregó a los conjurados sediciosos, quienes inmediatamente le

fusilaron”.

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Julio Ezquerro García se ocultó en el canal de Lodosa, donde según algunos testimonios

permaneció varios días bajo el agua, respirando a través de una pajita, hasta que le

descubrieron y le mataron allí mismo, el 26 de julio. Feliciano García García, dirigente local

de la CNT, permaneció encerrado en su casa, como topo, durante cuatro meses, y acabó

entregándose a las autoridades, que respetaron su vida. Aún se cuenta en la Villa que, ante la

sospecha de que había sido descubierto y no estaba seguro en su escondite, cambió de lugar

oculto en un serón de paja mientras la mayor parte de los vecinos asistía a un partido de

pelota.

Entre quienes optaron por la huida al bando republicano se encontró el propio Mario

Martínez Heras. “Provisionalmente se escondió en el pajar de su casa provisto de un pan,

donde estuvo tres días”, y luego se dirigió a pie hacia Bilbao, manteniéndose con

remolachas y otros productos del campo que encontraba por el camino, hasta llegar a

Mondragón a primeros de agosto, “con los pies llagados”.

Merece la pena describir con detalle el drama de la familia Martínez Heras porque refleja

la dureza y el salvajismo de la persecución franquista en la retaguardia durante la Guerra

Civil. La persecución política de la que Mario consiguió huir, y que le valió la muerte a

Marino, su hermano menor, alcanzó también a su otro hermano, Emeterio, el mayor de los

tres: primero le llevaron a la cárcel, en septiembre de 1936 ingresó (bajo coacción) en el

Tercio Sanjurjo, desertó a la zona republicana en el frente de Aragón, los “nacionales” le

capturaron tras la toma de Valencia, en abril de 1939, y se le juzgó en Consejo de Guerra, lo

cual significa que probablemente se le condenó a muerte o a una larga pena de cárcel. El

cabeza de familia, Francisco Martínez Ezquerro, quien aconsejara a Mario huir, se

encontraba detenido a principios de 1938 en la Prisión Habilitada del Cine Beti-Jai de

Logroño, donde permaneció al menos hasta finales de ese año. Procesado por

“responsabilidades políticas”, se le impuso una elevada multa y se procedió a embargar sus

bienes para hacer frente al pago. ¿Qué fue de la madre de esta familia destrozada? A la hora

de hablar de la represión tiende a pasar desapercibido el sufrimiento de las mujeres, exento

de violencia directa (que no estructural) y, por lo tanto, menos evidente, pero también muy

intenso. Joaquina Heras Ezquerro quedó sola en Pradejón, una mujer sin medios de vida,

con el marido en la cárcel, un hijo asesinado y otros dos en paradero incierto, y marcada con

el estigma de “roja”. Una mujer que, sumados al dolor, tuvo que arrostrar la humillación, la

segregación y la pobreza. Y a la que ni siquiera le consintieron protestar. Joaquina consiguió

que otros 45 vecinos de Pradejón firmaran una declaración avalando la “buena conducta

política, moral y social” de su esposo y la elevó al General Gobernador Militar de la

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provincia, en agosto de 1938, junto con la solicitud de que se pusiera en libertad a su

marido. Ante esta demanda el Delegado de Orden Público reaccionó imponiendo a todos los

que la suscribieron multas que oscilaron entre 300 y 25 pesetas, “teniendo en cuenta que los

firmantes de dicho escrito tratan de evitar la verdadera justicia de la Nueva España”. A

Joaquina le impuso la segunda más elevada, 250 pesetas. Una cantidad que desde luego no

podía pagar, y que probablemente tampoco las autoridades esperaban llegar a cobrar.

En la anterior relación aparecen varias de las diversas formas de represión utilizadas por

el nuevo poder autoritario para afirmarse y mantener el control público. Nos hemos ocupado

por extenso de la más extrema, la ejecución, que hasta entonces no había sido utilizada de un

modo tan arbitrario y expeditivo. Otras modalidades empleadas por extenso fueron la cárcel

y las sanciones económicas.

Por lo que respecta a la privación de libertad, a mediados de agosto de 1938, cuando ya

había tenido lugar la excarcelación a gran escala en La Rioja, aún permanecían encerrados 5

vecinos de Pradejón: Francisco Martínez Ezquerro, Julián Gómez, Benjamín Ocón, Ángel

Pellejero y Nicomedes Miranda Medrano. Benjamín Ocón Martínez, miembro de la CNT y

sereno con el Ayuntamiento republicano, había permanecido oculto desde la sublevación

hasta noviembre de 1936, momento en que se entregó a las autoridades e ingresó en prisión.

A Nicomedes Miranda Medrano, de 50 años por estas fechas, le había condenado un

Consejo de Guerra Sumarísimo, celebrado en Logroño a principios de 1937, y no saldría en

libertad condicional hasta mayo de 1941. Hay que añadir a estos encarcelados en la

retaguardia aquellos desertores y evadidos a zona republicana que cayeron capturados a lo

largo de la contienda, con frecuencia internados en campos de concentración y luego

condenados a largas penas de cárcel en Consejo de Guerra, situación de la que nos

ocuparemos por extenso al tratar del Tercio Sanjurjo.

En un principio el gobierno municipal o provincial impusieron multas por motivos

políticos, a propia discreción, a algunos vecinos. En enero de 1937 el gobierno dictatorial

franquista se encargó de tipificar un nuevo delito, el de “responsabilidades políticas”, con el

objeto de imponer sanciones económicas que compensaran los “daños y perjuicios de todas

clases” causados por algunos individuos al triunfo del “Glorioso Movimiento Nacional”. El

mismo decreto por el que se promulgaba la “Ley de Responsabilidades Políticas” disponía la

incautación de bienes de los condenados a fin de liquidar la cuantía de la multa, en un

momento en el que los sublevados necesitaban allegar recursos para mantener la maquinaria

bélica.

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Por concepto de “responsabilidades políticas” se procesó a un total de 14 pradejoneros,

entre ellos varios vecinos ya fusilados (técnicamente “desaparecidos”). De acuerdo con el

procedimiento habitual en este tipo de juicios, la administración de justicia, subordinada en

última instancia a la autoridad militar, usó como piezas inculpatorias los informes de

“antecedentes políticos y sociales” emitidos por el alcalde, el cura Párroco, el Comandante

de la Guardia Civil (en el caso de Pradejón, el del vecino puesto del Villar de Arnedo) y el

Jefe Local de FET-JONS.

La “depuración” de los empleados públicos de izquierda, tanto municipales como

estatales, también puede considerarse una represalia económica, aunque las nuevas

autoridades lo hicieran básicamente con la intención de asegurarse la fidelidad de sus

subordinados. El Ayuntamiento de derecha constituido en Pradejón tras el golpe de Estado

adoptó en su primera sesión, en julio de 1936, el acuerdo de despedir a todos los empleados

municipales del periodo anterior. Y en septiembre la depuración de personal docente

emprendida por el Gobierno afectó a una de las maestras de primaria de la localidad,

Dolores Casas Cerezo, entonces huida, a quien se suspendió de empleo y sueldo.

Para concluir tan larga lista de persecuciones debemos recordar, por último, que en el

caso específico de las mujeres se usó al inicio de la Guerra Civil una modalidad más de

castigo por motivos políticos, al que también se vieron sometidas algunas vecinas de

Pradejón: el rapado de pelo, considerado humillante, y la posterior exhibición al escarnio

público.

Los informes de “antecedentes políticos y sociales”, mencionados más arriba, acabaron

convirtiéndose bajo la Dictadura en la herramienta esencial para clasificar y controlar a la

población, de la que se valieron tanto los cuerpos de seguridad (Guardia Civil, Investigación

y Vigilancia), como, en general, la administración pública. En el Archivo Municipal de

Pradejón, sección de Orden Público, donde se conservan copias de tales expedientes,

encontramos un buen ejemplo de este proceder. Ya acabada la guerra, en verano de 1940, la

Comisaría de Investigación y Vigilancia de la provincia solicitó del Ayuntamiento informes

sobre la conducta observada durante el periodo republicano por 39 pradejoneros, en el

momento de la petición residentes en otras localidades. En el régimen franquista quienes

contaban con un pasado de izquierdas quedaron bajo sospecha y, con frecuencia,

marginados.

Una represión tan violenta, que exterminó de forma directa aproximadamente a un 2% de

los habitantes, la mayor parte en un intervalo muy corto de tiempo, causó una profunda

conmoción en Pradejón. Y las primeras persecuciones y represalias dieron paso luego a un

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largo periodo dictatorial caracterizado por la vigilancia y la coerción permanentes, en el que

se mantuvo constante durante mucho tiempo el espíritu revanchista. Esta experiencia

traumática supuso para la Villa el final abrupto de un periodo de libertades y pluralidad, en

el que, si bien se habían puesto de manifiesto tensiones y conflictos sociales, estos casi

siempre se dirimieron dentro de un marco de convivencia pacífica. El movimiento obrero

revolucionario, que había hecho presencia en la localidad durante un breve lapso de tiempo,

quedó arrancado de raíz, y los partidarios de las reformas sociales, la tolerancia y la

democracia tardarían décadas en volver a participar en la vida pública.

OTRA CONTRIBUCIÓN DE SANGRE: LA MOVILIZACIÓN AL FRENTE DE

VOLUNTARIOS Y QUINTOS

Convertida la primitiva insurrección militar en una guerra de frentes, ante la resistencia

que encontró su pretensión de derrocar a la Segunda República, los sublevados ejercieron la

autoridad que, por medio de las armas, habían obtenido sobre una parte del territorio,

orientándola de modo prioritario a mantener el esfuerzo bélico. Con este objetivo se

apresuraron a movilizar la población bajo su mando, a fin de reforzar los efectivos con los

que contaban.

En los primeros momentos la movilización bélica se canalizó a través de la llamada a filas

de voluntarios, que podían incorporarse bien a las milicias existentes, Falange y Requeté,

bien al Ejército regular. Posteriormente las milicias pasaron a fusionarse con el Ejército

ordinario, disolviéndose en la práctica, y se recurrió a la progresiva leva de quintos, que

llegó hasta la “Quinta del Biberón”, formada por jóvenes que cumplían los 17 años en 1939.

Dado lo masivo del reclutamiento en los primeros meses de la Guerra Civil hay que hacer

notar que, pese a su carácter “voluntario”, en la decisión de incorporarse a las fuerzas

sublevadas influyó siempre, en mayor o menor grado, la coerción ejercida por el nuevo

poder militar, dispuesto a castigar a quienes no demostraran su adhesión al “Glorioso

Movimiento Nacional”. Desde luego hubo quien empuñó las armas a favor del triunfo de los

“nacionales” por convicción personal, a fin de defender un orden social que consideraban

amenazado, en particular las prerrogativas de la Iglesia católica y la estructura tradicional de

la propiedad. En el otro extremo encontramos a quienes acudieron a alistarse por miedo a las

represalias sobre ellos o sus familias. Y entre ambos polos, todo un abanico de matices. En

la Guerra Civil nadie pudo dejar de elegir aquel bando que le deparó el éxito o fracaso de la

sublevación allí donde residía.

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En Pradejón hubo sin duda numerosos voluntarios de derecha. Pero también encontramos

junto a ellos un claro ejemplo de voluntariado forzoso. Los mandos militares decidieron

reunir a todos los reclutas de izquierda procedentes de Calahorra y otros pueblos cercanos de

ambas orillas del Ebro, de lealtad dudosa, en una misma unidad, el Tercio Sanjurjo, luego

incorporado a la Primera Legión. Como en La gran evasión, juzgaron prudente colocar

todas las “manzanas podridas” en el mismo cesto. En la Segunda Bandera, formada en

septiembre de 1936, quedaron encuadrados 50 vecinos de Pradejón, la tercera parte de ellos

conceptuados como pertenecientes a la CNT, y el resto como de izquierda, sin precisar

filiación.

El Tercio Sanjurjo constituyó una unidad excepcional, con tendencia a la defección, y

muchos de sus soldados recibieron un duro castigo por ello: ante la sospecha de una fuga

colectiva se fusiló en la retaguardia a 200 de sus integrantes, luego enterrados en zanjas en

el cementerio de Zaragoza. En el frente gran parte de estos reclutas tan poco convencidos

cambiaron de bando, y muchos de los desertores acabaron hechos prisioneros y

encarcelados.

De los pradejoneros integrados en la Segunda Bandera del Tercio Sanjurjo, el 42%

desertó al bando republicano una vez en el frente. De estos desertores al menos la mitad

acabaron siendo capturados por los “nacionales” en su avance victorioso y sometidos a

Consejo de Guerra, lo que significó, probablemente, el inicio de un largo periodo de

reclusión. Fueron los últimos vecinos de Pradejón represaliados a consecuencia directa de la

Guerra Civil.

Algunos vivieron un auténtico peregrinaje en este trayecto de ida y vuelta entre trincheras.

Félix Ambrosi Ezquerro, tras conseguir desertar, prestó servicios en el cuerpo de Guardias

de Asalto de Valencia, resultó capturado a la caída de la ciudad y se le juzgó en Consejo de

Guerra Sumarísimo de urgencia en Zaragoza, en agosto de 1939. Miguel Ocón San Casimiro

desertó cuando se produjo la rendición de Belchite ante las tropas republicanas, los

“nacionales” le capturaron en Valencia, pasó por los campos de concentración de Gilet-

Petres (Valencia) y Zeluan (Región Oriental de Marruecos) y acabó siendo procesado en

Zaragoza en 1940.

Otros desertores corrieron mejor suerte tras conseguir alcanzar un refugio seguro. Ese

parece ser el caso de Félix Íñiguez Martínez, a quien el Comandante del Primer Tercio de la

Legión había dado por muerto en combate, y que en realidad se encontraba en Beni-Suf,

Argelia. Así se encargó de denunciarlo ante las autoridades militares el alcalde de Pradejón,

tras interceptar una carta que el fugado había escrito a su esposa. Como viuda de guerra, la

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mujer de Félix Íñiguez se encontraba cobrando una pensión mensual del Estado, que perdió

tras descubrirse la verdadera situación de su marido. Lo mismo les sucedió a las esposas de

otros dos pradejoneros del primitivo Tercio Sanjurjo, Domingo León Ezquerro y Eladio

García Ezquerro, igualmente dados por muertos en acción de guerra, y a quienes también

acusó el alcalde de ser en realidad desertores.

Pero hubo también muchos pradejoneros que combatieron en los ejércitos de Franco, bien

porque fueron movilizados con su quinta, bien por convicción propia, en este caso,

ingresando en las milicias de Falange y Requeté. Muchos –no menos de 17- fallecieron en el

frente, dejando viudas y huérfanos; otros muchos resultaron heridos. Eran jóvenes soldados

como Andrés Ocón Mangado, encuadrado en la 2ª Compañía del 2º Batallón, que cayó en el

frente de Madrid, sector del Jarama, el 13 de marzo de 1937, embarcado en una guerra que

seguramente no había querido. Andrés había escrito a su madre en septiembre del año

anterior una carta que quería ser tranquilizadora, aunque en ella contara que cada noche la

aviación, no sabía si la propia o la enemiga, bombardeaba la zona, y el ruido no le dejaba

dormir.

Otro pradejonero enrolado en el bando "nacional", Santiago López García, falleció en el

Hospital de Basurto el 5 de febrero de 1938, a consecuencia de las heridas recibidas en el

frente de Santander. También en el Norte, en el frente de Asturias, resultó herido el Cabo

Antonio Hernáez Vallejo, perteneciente a la Centuria de Falange de Navarra, a finales de

1937. Y en el frente de Aragón perdieron la vida otros tres pradejoneros, éstos "voluntarios"

forzosos del Tercio Sanjurjo: Félix Ocón Martínez, que cayó en Teruel el 20 de agosto de

1937, Jesús Ortega Hernández, que murió el 7 de septiembre de 1937 en la posición de Orna

(Jaca), y Máximo Ezquerro Ezquerro, fallecido el 3 de abril de 1938. De todos los rincones

de España, en especial de los pueblos y ciudades donde tuvieron lugar las grandes batallas –

Guadalajara, Brunete, Jarama, el Ebro-, llegaban a Pradejón noticias de defunción,

acompañadas a veces de algunos efectos personales del fallecido (una manta, un mechero,

una fotografía) destinados a los familiares. El luto afectaba también a las familias de los que

iban a ganar la guerra.

Un total de 17 pradejoneros que participaron en la Guerra Civil en el bando franquista

perdieron la vida en combate. Desde los inicios de la Dictadura, y hasta años hace pocos

años, una placa colocada en la fachada de la Iglesia recordaba los nombres de todos ellos

para honrar su memoria como “caídos por Dios y por España”. Con las obras de

reconstrucción de la iglesia la lápida desapareció entre los escombros, lo que ha planteado a

los historiadores una curiosa paradoja: el recuerdo de los pradejoneros fusilados, los “rojos”,

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que los vencedores trataron de sepultar en el olvido, aparece constantemente en la

documentación, pues fueron objeto de la atención de las autoridades, generalmente para

aumentar su oprobio y el de sus familias. Sus nombres y actividades, a veces sólo indicios

de sus ideas, pasaron a los legajos judiciales, perfectamente conservados; sin embargo, los

vencedores sólo mantuvieron la memoria de los caídos en la lápida. Eran soldados caídos:

nada había que añadir. No hay que advertir que el acceso a las fuentes archivísticas era

imposible al público, por lo que al franquismo no le preocupó dejar papeles que hoy resultan

realmente comprometedores. Los franquistas confiaron en que la memoria de los fusilados

iría diluyéndose, convertido en un tema tabú del que sólo se hablaba en familia, lo que

perduró incluso durante los primeros años de democracia. En el otro bando, tampoco se hizo

ostentación de los caídos: al fin y al cabo, la mayoría eran jóvenes de familias trabajadoras.

En algunos casos, entre los propios parientes había víctimas de uno y otro lado.

A las penalidades y riesgos propios de la vida de un soldado en guerra hay que añadir el

drama de la retaguardia: las familias también padecieron un coste añadido a causa de la

movilización en forma de falta de medios de vida, debido a la ausencia de los jóvenes que

con su trabajo suministraban una parte o la totalidad de los ingresos domésticos. Dan

testimonio de esta situación, por lo que respecta a quienes se dedicaban a trabajar en el

campo, las solicitudes presentadas por el alcalde de Pradejón a los mandos militares para

reclamar que concedieran a soldados en servicio unos días de permiso a fin de que pudieran

venir al pueblo sobre todo en el tiempo de recoger las cosechas.

Drama sobre drama, la Guerra Civil no dejó indemne a casi nadie.

Vecinos de Pradejón asesinados por la represión franquista

Nombre y apellidos [Alias] Oficio Edad Ejecución Filiación supuesta Cargo público

Abad Aparicio, Antonio Contratista obra Escuelas

26-VII-1936

Delgado Calvete, Félix Veterinario 29 27-VII-1936 Elvira Martínez, Pedro ["el Pescador"]

Pescador 47 26-VII-1936

Escudero, Juan Fusilado en filas Ezquerro De Blas, Ángel Desaparecido Ezquerro De los Remedios, Laureano

Ezquerro Ezquerro, Valentín Labrador 52 Ezquerro Ezquerro, Ángel Herrero 33 26-IX-1936 Ezquerro Ezquerro, Dionisio 31 24-IX-1936 CNT Ezquerro Ezquerro, Víctor ["el Estanquero"]

Labrador 47 26-VII-1936

Ezquerro Ezquerro, Victoriano Fusilado en el frente Ezquerro García, Elías ["el Rana"]

Labrador 50

Ezquerro García, Julio Labrador 27 26-VII-1936 CNT Ezquerro García, Pedro Labrador 27

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["el Cacharro"] Ezquerro González, Justo Ezquerro González, Pablo Obrero 22 27-VII-1936 Ezquerro Herce, Juan Labrador 39 Desaparecido Ezquerro Marrodán, Isidro ["El Popo"]

Jornalero 29 27-VII-1936

Ezquerro Martínez, Manuel ["el Zurdo"]

Labrador 47 25-VII-1936 Guarda de campo

Ezquerro Miranda, Ángel Tahonero 30 26-IX-1936 Ezquerro Santos, Damián Labrador 29 24-VII-1936 Ezquerro Santos, Justiniano Labrador 36 25-VII-1936 ConcejalEzquerro Vallés, Ángel Labrador 16 27-VII-1936 Garbayo Martínez, Ignacio ["Sagasta"]

Jornalero 30

García Domínguez, Pablo Jornalero 38 Desaparecido García García, León ["Ocario"]

Del campo 26-VII-1936

García García, Máximo Jornalero 28 27-VII-1936 CNT AlguacilGarcía García, Miguel ["Ocario"]

Jornalero 29 26-VII-1936

García Ocón, Gregorio ["el Monín"]

Labrador 34 27-VII-1936

Goicoechea Alonso, Julián Sastre 33 Gómez Martínez, Francisco Pastor

(jubilado)54 Desaparecido

Gómez Ramos, Ángel 12-IX-1936 Gómez, Fidel Desaparecido Íñiguez Ezquerro, Venancio Jornalero 54 25-VII-1936 Mangado Fernández, Teófilo Mangado Preciado, Víctor Desertor fusilado Martínez Heras, Marino 15 Miranda Medrano, Faustino Jornalero 52 Desaparecido Miranda Medrano, Perfecto Labrador 54 28-VII-1936 alcaldeOcón Martínez, Fermín Jornalero 39 27-VII-1936 CNT/ Dirig. IR Ocón San Casimiro, Félix ["el Catorce"]

Jornalero 28 24-VII-1936

Ocón, Victoriano Desaparecido Pérez Jiménez, Juan ["el Churrero"]

Herrero 20 27-VII-1936

Ramírez Ezquerro, José Ramírez García, Santos ["el Tuerto" o "el Morito"]

Labrador 49 25-VII-1936 CNT/FP

San José Ezquerro, Simón Albañil 50 27-VII-1936 Juez MunicipalSimón Ezquerro, Julio ["Chumarro"]

Vicente Vicente, Simón Maestro 43 9-IX-1936 Dirig. IR Pastor evangélico

Voluntarios de Pradejón en la Segunda Bandera del Tercio Sanjurjo (septiembre de 1936)

Nombre y apellidos Filiación supuesta Incidencias

Acero Carvajal, Rafael CNTAmbrosi Ezquerro, Félix Elemento izquierda Desertor; capturado Valencia;

Consejo Guerra Zaragoza 1939Ambrosi Martínez, Miguel Elemento izquierdaBenito Garbayo, Nicolás CNT DesertorCordón Ezquerro, Emiliano Elemento izquierdaDe Diego Martín, Pedro CNTElvira Recio, Félix CNTEzquerro De Petra, Pedro Elemento izquierdaEzquerro Ezquerro, Félix Elemento izquierda DesertorEzquerro Ezquerro, Francisco CNT DesertorEzquerro Ezquerro, Jacinto Elemento izquierda Detenido Prisión Provincial Logroño por hurtoEzquerro Ezquerro, José Elemento izquierdaEzquerro Ezquerro, Máximo Elemento izquierda Falleció frente Aragón (3-IV-1938)

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Ezquerro Fernández, José María Elemento izquierda Desertor; capturado FiguerasEzquerro García, Mariano Elemento izquierda Caballero Mutilado de GuerraEzquerro González, Francisco Elemento izquierdaEzquerro Miranda, Francisco SimpatizanteEzquerro Ortega, Domingo Isaías CNTEzquerro Santos, Agapito Elemento izquierdaFernández Mangado, Félix Elemento izquierdaFernández Marín, Félix CNTFernández Pérez, Máximo Elemento izquierdaGarcía Ezquerro, Eladio Elemento izquierda ¿Desertor? ¿Falleció frente Teruel (21-IV-1937)?Gómez González, Julián Elemento izquierda DesertorGutiérrez Ezquerro, Antonio CNTHeras Preciado, Jacinto Elemento izquierda DesertorHerce Ezquerro, Julián Elemento izquierdaÍñiguez Ezquerro, Félix Elemento izquierdaÍñiguez Ezquerro, Pedro CNTÍñiguez Fernández, Daniel Elemento izquierda DesertorÍñiguez Martínez, Félix CNT DesertorLavega Gómez, León Elemento izquierda Desertor; capturado Valencia;

Consejo Guerra Tauima 1940León Ezquerro, Domingo Elemento izquierda DesertorLópez Mangado, Julián Secretario CNT FallecidoMangado Ezquerro, Fermín Elemento izquierda DesertorMangado Preciado, Víctor CNT Desertor; fusiladoMarín Muñoz, Juan Elemento izquierda DesertorMarrodán Mangado, Gerardo Elemento izquierdaMartínez Ezquerro, Miguel CNT DesertorMartínez Heras, Emeterio CNT Desertor frente Aragón; capturado Valencia;

Consejo Guerra Tauima 1940Martínez Jiménez, Demetrio CNTMiranda González, Gabino Elemento izquierdaMuñoz Heras, Luciano Elemento izquierda Desertor V-1937; capturado Valencia;

Consejo Guerra Tauima 1941Ocón Mangado, Felipe CNTOcón Martínez, Félix Elemento izquierda Falleció frente Teruel (20-VIII-1937)Ocón San Casimiro, Miguel Elemento izquierda Desertor frente Aragón; capturado Valencia;

Consejo Guerra Zaragoza 1940Ortega Hernández, Jesús CNT Falleció frente Jaca (7-XI-1937)Pellejero Cordón, Santos CNT Desertor; capturado ValenciaRamírez Ezquerro, Jesús Elemento izquierda DesertorSantos Ezquerro, Daniel Elemento izquierda Desertor