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RICARDO GUIBOURG, ALEJANDRO GHIGLIANI Y ROCARDO GUARINONI Epistemología de la Física 1º C 2012 unidad 2

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RICARDO GUIBOURG, ALEJANDRO GHIGLIANI Y ROCARDO GUARINONI

Epistemología de la Física

1º C 2012

unidad 2

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L A C I E N C I A

3.1. El conocimiento científico

La lectura de los capítulos anteriores (se supone que) nos ha provisto de ciertas herramientas básicas para acometer el estudio de las ciencias. Esta-mos en guardia contra las trampas del lenguaje. Disponemos (al menos prácticamente) de una teoría del conocimiento, de modo que estimamos que hay proposiciones cuya verdad puede conocerse. Conocemos algunas teorías de la verdad, por lo que estamos en condiciones de decidir qué queremos decir cuando afirmamos que cierta proposición es verdadera. He-mos distinguido el conocimiento de la mera creencia; establecimos las con-diciones constitutivas del conocimiento (o, si lo preferimos, las característi-cas definitorias que integran la designación de "conocimiento") y examina-mos las fuentes, de disímil contabilidad, de las que podemos extraerlo.

De acuerdo, pues, con todo eso, conocemos el número telefónico de nuestros amigos y la demostración del teorema de Tales; sabemos de qué color era el caballo blanco de San Martín y de qué modo se dividen las célu-las; no ignoramos la sensación que nos produce oír un tango de Gardel, pe-ro tampoco ignoramos que el derecho penal argentino reprime el homicidio con prisión o reclusión de ocho a veinticinco años. Se trata en todos los ca-sos de conocimientos genuinos, adecuadamente fundados en fuentes con-fiables, al menos para cada uno de nosotros.

En efecto, los números de teléfono nos han sido comunicados por sus titulares (autoridad) y comprobados al llamar a ellos con resultado positivo (experiencia); el teorema de Tales puede ser demostrado a partir de los axiomas de la geometría euclidiana (razonamiento); dado por supuesto que San Martín tenía un caballo blanco, su color no pudo ser otro que ése (razo-namiento); lo que sentimos al escuchar "Mi Buenos Aires querido" es apre-ciable por simple introspección (experiencia); el proceso de cariocinesis apa-rece en cualquier texto elemental de biología (autoridad), pero puede ser observado en el microscopio (experiencia). Por último, la sanción del homi-

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cidio aparece en el Código Penal, que podemos consultar a voluntad (expe-riencia), o en cualquier tratado sobre derecho penal (autoridad)1.

Ahora bien, algunos de estos conocimientos (el del teorema de Tales o el de la cariocinesis, por ejemplo) se consideran científicos. ¿Qué significa esto? ¿Qué características poseen los conocimientos científicos, tales que otros conocimientos igualmente genuinos carezcan de ellas? Diversos auto-res2, principalmente desde la óptica de las ciencias naturales, han buscado establecer las diferencias entre el conocimiento científico y el no científico (al que llaman a veces, no sin alguna altivez, precientífico). Para los fines de nuestro estudio, podemos resumir las características del conocimiento científico en tres cualidades: el conocimiento científico es general, social y legal. Examinemos un poco cada una de ellas.

3.1.1. Conocimiento general

Nuestro amigo Héctor vive en Buenos Aires y tiene tres hijos. Otro amigo, Santiago, es bajo de estatura, y su mujer tiene ojos claros. Un terce-ro, Eduardo, es filósofo y no tiene dinero. Supongamos que cada uno de es-tos datos es exacto y ha sido debidamente comprobado. ¿Podemos de-sarrollar alguna ciencia a partir de ellos? ¿Podemos insertarlos útilmente en el contexto de alguna ciencia?

Probablemente, no. Se trata de conocimientos útiles para nuestra vida cotidiana, pero no de conocimientos científicos. Distinta sería la situación si conociésemos una multitud de casos semejantes, que nos permitieran afir-mar, por ejemplo, que los porteños tienden a tener tres hijos, o que los hombres bajos prefieren casarse con mujeres de ojos claros, o que los filó-sofos no se enriquecen fácilmente. Si estas proposiciones fueran verdade-ras (y no está dicho que al menos alguna de ellas no lo sea), podrían formar parte de algún estudio sociológico y llegar a constituir proposiciones cientí-ficas. Pero ninguna de ellas puede afirmarse a partir de un caso individual, ni de unos pocos casos coincidentes. A la sociología le importan un bledo

1 A propósito de este ejemplo, conviene distinguir entre autoridad prescriptiva y autoridad descriptiva. La autoridad prescriptiva, o normativa, es el atributo de quien puede dictar normas, en tan-

to la autoridad descriptiva es la de quien está en condiciones de transmitirnos información confiable. Esta última constituye una fuente de conocimiento (fuente derivada y no siempre segura: ver párrafo 2.6. punto d.). La autoridad prescriptiva es una fuente de normas, que a su vez pueden ser conocidas di-rectamente (por experiencia) o a través de su descripción por terceros (autoridad). El Código Penal no afirma que un delito será reprimido de tal o cual forma: lo dispone, haciendo con ello un uso directivo del lenguaje (ver párrafo 1.5.1. punto b.). Un tratado de derecho penal, en cambio, está redactado en un metalenguaje descriptivo (párrafo 1.2.3.1.).

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los hechas particulares que ocurran en la vida de Héctor, Santiago o Eduar-do: las ciencias compran hechos por mayor, no al menudeo. Ellas se nutren de conocimientos generales.

Pero —podría argumentarse— ¿y los experimentos? Si pedimos a cual-quiera que imagine a un científico en acción, probablemente pensará en un químico que, de guardapolvo blanco y con mirada obsesiva, examina la re-acción de un preparado en un tubo de ensayo. Esa reacción es un hecho in-dividual, y sin embargo nuestro científico la escruta apasionadamente y to-ma nota de ella en un cuaderno. El saber obtenido con ese experimento, ¿no es acaso científico?

Sí, lo es; pero sólo en la medida en que el experimento carezca de valor por sí mismo. Esto parece paradójico, pero es fácil de explicar. Si hubiéra-mos observado más atentamente a nuestro químico habríamos visto que antes de provocar la reacción en el tubo de ensayo había anotado cuidadosa-mente en su cuaderno los preparativos realizados, las sustancias emplea-das y las condiciones en las que el experimento se llevaba a cabo. No hacía esto con afán autobiográfico, sino para establecer, en caso necesario, los requisitos que permitiesen repetir la experiencia. La reacción química pro-vocada no tiene valor por sí misma, sino en cuanto ella pueda ser un ejemplo de una clase de casos; una manifestación individual de ciertas característi-cas generales que sean comunes a toda esa clase. Naturalmente, la expe-riencia puede tener otro tipo de importancia propia: por ejemplo, puede constituir el análisis de sangre de un paciente en grave peligro. En seme-jante caso la reacción química tiene importancia vital para un individuo, y la información que el paciente obtiene cuenta con respaldo científico (ya que la ciencia ha establecido la relación entre el resultado del experimento y ciertas condiciones orgánicas del individuo con cuya sangre aquél se ha practicado); pero esa experiencia individual, como tal, es irrelevante para el conocimiento científico, en el que sólo podría llegar a insertarse por vía estadística.

3.1.2. Conocimiento social

Las ciencias no forman parte de la naturaleza: están hechas por el hombre, y se componen de conocimientos que el hombre ha llegado a acu-mular sobre aquélla. Y, cuando decimos "el hombre", no nos referimos en especial a algún ser humano, sino de un modo más genérico a la comunidad de los seres humanos. No a su totalidad, ya que hoy nadie es experto en to-das las ciencias de su tiempo (y, de hecho, la enorme mayoría de la humani-

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dad no domina ciencia alguna). Lo fundamental, para que en este aspecto un conocimiento pueda llamarse científico, es que tal conocimiento pueda ser comunicado, de modo tal que en principio se halle a disposición de cual-quiera con la capacidad y el empeño necesarios para averiguarlo.

Esta característica es la que distingue a la ciencia (tal como la conoce-mos en Occidente) de los conocimientos que integran las doctrinas esotéri-cas, como el yoga o el zen. Los cultores de estas líneas de pensamiento sos-tienen comúnmente que ciertas verdades de gran importancia no pueden ser expresadas o comunicadas por medio del lenguaje: uno llega a ellas me-diante cierta forma de iluminación, o destello de conocimiento, y lo único que puede hacer el maestro es poner al discípulo en las condiciones propi-cias para que en su espíritu se produzca ese destello.

La primera condición, pues, para que un conocimiento sea social es que no sea inefable (insusceptible de ser expresado en palabras), sino comuni-cable, apto para ser contenido en proposiciones descriptivas.

Claro está que ahí no se detiene la exigencia. Recordemos por un mo-mento uno de nuestros primeros ejemplos: lo que sentimos al oír cantar a Gardel. Nuestra reacción no es inefable, ya que puede expresarse en pa-labras: "me ha producido una sensación de entusiasmo"; "me ha dejado in-diferente"; "me hizo recordar que debo viajar a Medellín la semana entran-te". Nuestro interlocutor se enterará de nuestra reacción por nuestras pro-pias palabras; pero, fuera de ellas, no tiene otra posibilidad de comprobar qué ha sucedido en verdad dentro de nosotros al oír la canción.

Ocurre, pues, que el conocimiento científico es verificable', no sólo por aquel que lo adquiere originalmente, sino también por cualquiera a quien ese conocimiento sea comunicado y que disponga de los medios técnicos adecuados para ello. Imaginemos a un hombre de ciencia que se presenta en un congreso de su especialidad y, luego de anunciar una nueva teoría, dice: "yo he llegado a saber esto por medios irrepetibles, de modo que nin-guno de ustedes podrá comprobarlo por sí; pero les pido que crean en mi palabra". Por mucho que sea su prestigio, los colegas asistentes al congre-so pensarán que nuestro amigo empieza a chochear: no es que la palabra de un científico carezca de valor, pero la ciencia no se sustenta en la fe ni es víctima complaciente de la falacia de autoridad3.

Problema aparte (y no de los menos arduos) es el referente a los modos

2 Sobre este tema pueden consultarse: Bunge, Mario, La ciencia, su método y su filosofía, Bs. As., Siglo Veinte. 1978 y Im investigación científica. Barcelona, Ariel, 1969, p. 19 y ss.: Nagel, Emest. La estructura de la ciencia. Bs. As.. Paidús, 1978, p. 15 y siguientes.

3 Ver párrafo 2.6., nota 14.

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en que han de poder comprobarse las proposiciones científicas. Cuando ellas se obtienen por medio del razonamiento, es posible verificarlas me-diante una demostración matemática o lógica, pero los conocimientos gene-rales extraídos de la experiencia no se prestan tan fácilmente a una verifi-cación completa: piénsese en lo complicado que sería examinar todas las cé-lulas del universo (durante todo el tiempo) para verificar si efectivamente se reproducen por cariocinesis. Para casos semejantes se admite a menudo que el conocimiento científico debe ser confirmable; es decir, susceptible de ser ejemplificado positivamente por medio de un número indeterminado de experiencias, con tanta mayor confiabilidad cuantas más sean ellas. Otra teoría exige que el conocimiento científico sea refutable.: ha de depen-der de la observación empírica, de tal suerte que ésta pueda demostrar su falsedad; y valdrá en tanto tal demostración no se produzca. Cada una de estas posiciones da lugar a interesantes debates epistemológicos, pero no es éste el momento oportuno para analizarlos (ver 3.5. y siguientes). Basta-rá por ahora establecer que el conocimiento científico ha de poder compro-barse socialmente, ya sea mediante el razonamiento o con ayuda de la expe-riencia.

£1 aspecto social del conocimiento científico tiene aún otra faceta. Ya dijimos antes que no todos los seres humanos son expertos en todas las ciencias; pero esta afirmación tiene su caso extremo en el de un hombre de ciencia que llega a un descubrimiento importante y que, por capricho per-sonal, por escrúpulo moral o sencillamente porque nadie se toma el trabajo de escucharlo, no comunica a nadie su hallazgo. El conocimiento obtenido por este hombre tiene todas las características necesarias para ser científi-co, pero un tratadista de la ciencia de su época difícilmente podría incluirlo en su libro, ya que nadie lo conoce y, probablemente, desaparecerá con la muerte del investigador. Si tenemos en cuenta que la ciencia es una activi-dad social, pues, habremos de concluir que el conocimiento no comunicado de hecho, aunque en principio sea comunicable, no integra el sistema cientí-fico al que por su naturaleza está destinado.

Un caso intermedio, mencionado por Bunge4, es el de un descubrimien-to celosamente guardado como secreto de Estado. Semejante conocimiento tiene carácter social, aunque con efecto restringido, al menos al principio, al grupo selecto que lo ha adquirido o al que ha sido comunicado. Aunque no sea conocido por el público ni debatido en los congresos, al menos ha te-nido oportunidad de ser contrastado con el parecer de otras personas, y se-rá probablemente conservado para la posteridad. Se trata de un caso que

4 Bungc, 1m ciencia su método y su filosofía, p. 23.

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integra el cono de vaguedad5 de la expresión "conocimiento científico", pero razones prácticas parecen aconsejar que lo incluyamos en la designación de ésta.

3.1.3. Conocimiento legal

Dijimos que el conocimiento científico es general, y hemos examinado algunos ejemplos de proposiciones generales que, si fuesen verdaderas, podrían insertarse en alguna ciencia: "los porteños tienden a tener tres hi-jos", "los hombres bajos prefieren casarse con mujeres de ojos claros". Podríamos agregar otros: "los cuerpos se atraen entre sí en proporción di-recta a su masa y en proporción in,versa al cuadrado de la distancia que los separa"; "una proposición no puede ser a la vez verdadera y falsa". Estas proposiciones expresan conocimientos científicos, que corresponden res-pectivamente a la física y a la lógica. Como los anteriores, son generales. Pero ¿para qué sirve esta generalidad?

Una proposición que afirma con verdad algo sobre una generalidad de hechos (sin limitación a sujetos, tiempo ni espacio particulares) tiene la vir-tud de referirse no sólo a los hechos que nuestra experiencia ya ha observa-do sino a todos los hechos de la misma clase, incluso a aquellos que no he-mos visto y que quizá ni siquiera imaginamos: pasados, presentes o futuros.

En esto consiste el carácter predictivo del conocimiento científico: la ley de la gravitación universal permite prever el modo en que se comportarán dos cuerpos cualesquiera la semana próxima o dentro de millones de años; la ley de no contradicción nos autoriza a considerar falsa de antemano cual-quier expresión que a la vez niegue y afirme una proposición.

¿Dijimos leyes? Sí: leyes científicas, leyes descriptivas. En el lenguaje de la ciencia se llama ley a una proposición general, cuya verdad ha sido sufi-cientemente establecida, que reviste una importancia relevante para el co-nocimiento de algún sector del universo. Cuando nos hablan de prever el futuro, solemos pensar en una señora de turbante que, frente a una bola de cristal y con una lechuza sobre el hombro, engaña a los incautos con ambi-guas generalidades. Las leyes científicas, sin embargo, son nuestra bola de cristal confiable, el oráculo veraz al que consultamos en todo momento para conocer el futuro, para dominarlo y para volverlo, llegado el caso, en nuestro favor. Las leyes integran las ciencias, y la aplicación práctica de las ciencias constituye la técnica, de cuyos logros solemos asombrarnos.

10 Ver párrafo 1.4.2.

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Es cierto que las leyes integran las ciencias, pero sería una simplifica-ción excesiva afirmar que las ciencias sólo se componen de leyes. Si hojea-mos un tratado científico cualquiera encontraremos definiciones, clasifi-caciones, descripciones de hechos particulares, leyes, hipótesis y teorías. Pero las leyes son, de algún modo, el centro de esta constelación de ele-mentos. Las definiciones y clasificaciones sirven para clarificar y delimitar el campo en que se las enuncia; los hechos particulares, elementos de juicio para establecerlas o criticarlas; las hipótesis son conjeturas más o menos fundadas que aspiran a convertirse en leyes; las teorías (en sentido restrin-gido) son sistemas de leyes o leyes de un nivel superior. El conocimiento científico en general tioide a la enunciación, a la verificación y a la refuta-ción de leyes, y por eso puede caracterizarse como conocimiento legal6.

Acabamos de decir que las leyes contribuyen a la comprensión de algún sector del universo. ¿Qué significado asignamos a "comprender"? Cuando no comprendemos un hecho, pedimos a alguien que nos lo explique. Comprender, pues, significa ser capaz de explicar. Y ¿qué es lo que hace-mos cuando explicamos un hecho?

Explicar no es lo mismo que describir ni que conocer: un hecho puede ser conocido por nosotros (tal vez estemos viéndolo), y sin embargo pare-cemos inexplicable o incomprensible. Una de las formas de explicar un hecho es encuadrarlo en una proposición general verdadera. Si un niño no comprende que haga tanto calor, le explicaremos que estamos en verano, y que en verano suele hacer calor. Si no comprende por qué se enciende la luz cuando movemos el interruptor, le diremos que al hacerlo hemos cerrado un circuito eléctrico, y que cuando esto ocurre la energía llega a la lámpara, que se encie>ide. Si el chico vuelve a preguntar, por ejemplo, por qué es vera-no, tendremos que hablarle de la traslación de la Tierra en torno al Sol, de la inclinación de su eje respecto de la eclíptica y del ángulo en que los rayos solares inciden en su superficie según el momento del año. Y si sigue pre-guntando por qué gira la Tierra en su órbita, habrá que recurrir a la ley de la gravitación universal, a la fuerza centrífuga y al concepto de equilibrio dinámico..., a menos que optemos por enviar al niño a ver televisión y siga-mos leyendo las crónicas del fútbol.

Un hecho, pues, se explica por una proposición general; ésta por otra 6 En el lenguaje jurídico se habla de actos legales e ilegales: generalmente se llama legales a los

actos permitidos e ilegales a los prohibidos (aunque podrían distinguirse ciertas sutilezas que no vale la pena examinar aquí). En tiempos de censura, por ejemplo, un conocimiento kgci seria aquel que puede adquirirse, expresarse o transmitirse sin perturbar a los propietarios de la verdad, de ta mora] pública y de la seguridad del Estado. Pero en el contexto de las ciencias la expresión tiene otro significado: cono-cimiento legal es aquel que se expresa en leyes descriptivas o que tiende a su formulación y a su exa-men crítico.

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más general, y así sucesivamente. Las leyes son proposiciones generales de considerable poder explicativo-, y aun ellas pueden explicarse a menudo por otras leyes (a veces llamadas teorías) más generales y, por lo tanto, de nivel superior. Esto no vale sólo para el conocimiento obtenido por la experien-cia, sino también para el que deriva del razonamiento. La lógica tiene infini-tas leyes (entre ellas, todas las tautologíasT). Cada una de ellas permite expli-car por qué ciertos razonamientos concretos son válidos y otros son inváli-dos; pero las leyes están ordenadas de tal forma que unas se demuestran a partir de otras y, en definitiva, casi todas ellas pueden deducirse a partir de un escaso número de leyes primeras, que se aceptan como axiomas del sis-tema lógico8.

El conocimiento científico, en resumen, se afana por comprender la realidad. Para comprenderla es preciso explicarla, y tal explicación, al me-nos en sus niveles más generales, requiere la enunciación y comprobación de leyes. Estas leyes permiten trascender los hechos efectivamente obser-vados y extender así los tentáculos del conocimiento hacia el pasado más remoto, hacia las partes inexploradas del presente y hacia el supuestamen-te ignoto futuro.

3.2. Concepto y características de la ciencia

El conocimiento científico, pues, se presenta en conglomerados de pro-posiciones agrupadas en torno de hipótesis, de leyes o de conjuntos de le-yes que buscan comprender ciertos sectores del universo. El modo en que estas proposiciones se fundan unas en otras constituye su unidad lógica-, el hecho de referirse a un mismo sector del universo constituye su unidad te-mática9.

Esto de la unidad temática de una ciencia no es tan sencillo como pare-ce a primera vista. Sabemos que la anatomía trata de la descripción del cuerpo, que la zoología se refiere a los animales, la astronomía a los cuer-pos celestes y la economía a la producción y al intercambio de bienes. Pero ¿quién ha trazado estas divisiones? Igual que en la identificación de las co-

' Ver párrafo 2.9.1. Para una explicación míis amplia puede consultarse Echa ve, Dclia T., Ur-quijo, María E. y Guibourg. Ricardo A., Lógica, proposición y norma. Bs. As.. Astrca, 1983, p. 67 y si-fruientes.

8 Ver párrafo 2.10. 9 Sobre el tema de la unidad lógica y temática de la ciencia, con especial referencia a ia ciencia

del derecho, puede consultarse Vemengo, Roberto J.. Curso de teoría general del derecho. Bs. As., Co-operadora de Derecho y Ciencias Sociales. 1976, p. 14 y siguientes.

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sas y que en la construcción de los conceptos10, el hombre corta la pizza del conocimiento científico según sus intereses, sus creencias o sus prejuicios. Si las cucarachas tuvieran ciencias semejantes a las nuestras, no habría que extrañarse de que el estudio del ser humano formase parte de la zoología y que la anatomía estuviera reservada a la descripción del excelso cuerpo cu-carachil. Y, de hecho, a lo largo de la historia las ciencias se abrieron en abanico a partir de la filosofía, se ramificaron una y otra vez, se unieron ocasionalmente, nacieron y murieron al ritmo de las investigaciones y del descubrimiento o del abandono de ciertos principios generales. No existen, pues, sectores fijos de la realidad a los que deba corresponder una ciencia determinada: es la ciencia la que recorta el sector de la realidad que se sien-te capacitada para investigar y explicar. Esto es, al menos en parte, lo que quiere significarse cuando se afirma que la ciencia constituye su propio objeto.

Una'ciencia es, pues, una agrupación de conocimientos científicos or-ganizados entre sí sistemáticamente (es decir, ordenados de tal forma que unos se infieran o demuestren a partir de otros, en cadenas que se abren co-mo las ramas de un árbol y referidos a cierto objeto cuya identificación y cuyos límites dependen, en gran medida, de la propia actividad científica.

Pero la organización sistemática imprime a la ciencia cierta dinámica propia, y así la investigación científica y la exposición de los conocimientos científicos tienden a seguir ciertas pautas generales que tradicionalmente se consideran convenientes para promover el desarrollo de las ciencias. Es-tas pautas pueden resumirse, para los fines que aquí nos proponemos, en dos conceptos: precüióny método.

3.2.1. La precisión de la ciencia

Muchos de nuestros conocimientos cotidianos son imprecisos: sabe-mos que el sol sale por la mañana, que el estiércol sirve como abono y que la gente que ha sufrido graves problemas en el pasado queda a veces medio chiflada. Este modo de plantear las cosas es enteramente insatisfactorio para la ciencia: una ciencia que se respete será capaz de predecir exacta-mente a qué hora de la mañana saldrá el sol cada día del año y para cada lu-gar del planeta; expondrá qué compuestos químicos sirven para nutrir el suelo con vistas a cada clase de suelo y respecto de cada vegetal, y en qué medida tales sustancias se hallan presentes en el estiércol o en cualquier otro abono; explicará qué tipos de traumas son capaces de provocar cada

1 0 Ver p á r r a f o 1 .4 .2 .

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clase de neurosis o de psicosis, e indicará tal vez la terapia adecuada para cada afección.

Para lograr claridad y precisión en sus resultados, la ciencia comienza por afilar sus herramientas. Introduce en el lenguaje natural términos esti-pulativamente definidos11, lo que le permite manejar un lenguaje técnico. Y, cuando esto no es suficiente, inventa lenguajes nuevos, compuestos por símbolos arbitrarios carentes de interpretación intrasistemática (los len-guajes formales12). Sea como fuere, el lenguaje científico busca siempre co-menzar por conceptos simples y accesibles y, a partir de ellos, construir de-finiciones sucesivas de nuevos términos hasta alcanzar el grado de preci-sión deseado. Este grado de precisión (es necesario recordarlo) no ha de ser forzosamente absoluto: en la mayoría de los casos subsiste en el lenguaje científico un margen de vaguedad o de ambigüedad. Ocurre que el lenguaje no requiere mayor precisión que la necesaria para expresar el conocimiento adquirido o en proceso de adquisición, y así el lenguaje de la ciencia logra mayor exactitud paulatinamente, a medida que el avance de las investiga-ciones lo hace necesario.

El afán de precisión hace también que la ciencia busque, en lo.posible, medir los fenómenos a los que se refiere. Para esto se inventan unidades de medida (el metro, el gramo, el decibel, la caloría, los grados de la escala sís-mica) y se desarrollan medios de medición (la triangulación, el manómetro, el sismógrafo, los índices económicos). Cuando esto se logra, la ciencia tiende a matematizarse por medio de tablas y de fórmulas. Claro está que no todas las ciencias han alcanzado esta aspiración (algunas permiten aún una lectura amena); pero el corazón del científico abriga siempre el deseo de ha-cer mensurables los fenómenos objeto de su estudio. Hay que reconocer, sin embargo, que no todas las ciencias alcanzan la precisión por vía numérica (la lógica simbólica, por ejemplo, ha llegado a convertirse en ciencia exacta sin utilizar mediciones numéricas).

3.2.2. La ciencia como actividad metódica

I-a actividad del hombre de ciencia consiste, en términos genéricos, en recopilar datos, elaborarlos, extraer de ellos conclusiones, confrontar estas conclusiones con otros datos y con el resultado de otras investigaciones, or-denar todas las conclusiones de un modo sistemático y exponerlas con pre-

" Ver párrafo 1.4.9.3. 12 Ver párrafo 1.1.1., punto b. ap. 2.

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cisión. Ninguna de estas acciones se cumple al azar, ya que existen proce-dimientos establecidos para obtener los mejores resultados en cada una de ellas. Estos procedimientos (o métodos) elaborados a lo largo de la historia de la ciencia, buscan asegurar la seriedad del trabajo científico en general y se encuentran, naturalmente, abiertos a las modificaciones que la experien-cia futura aconseje; pero en cualquier caso se considera conveniente obser-varlos. De este modo, si queremos hacer una encuesta de opinión para de-terminar las preferencias políticas de un país, no consultaremos exclusiva-mente a habitantes de los barrios ricos de la capital; de "todos los argenti-nos son humanos" y de "algunos sudafricanos son humanos" no extraere-mos como conclusión que "algunos sudafricanos son argentinos"; y, pues-tos a exponer un sistema de conocimientos científicos, no empezaremos por los más complicados sino por los más sencillos.

La ciencia es, pues, una actividad metódica. Entre las diversas clases de métodos que regulan la actividad científica se asigna cierta preponderancia a los que establecen el modo en que pueden extraerse conclusiones a partir de ciertas premisas o datos que sirvan como puntos de partida. Y no es extraño que así ocurra, ya que esa actividad ocupa un puesto central en el escenario de las ciencias: es la que permite transformar la observación em-pírica en conocimiento científico y, en un orden de ideas más genérico, la que consiste en saltar de unas verdades a otras para constituir, entre todas ellas, el sistema del conocimiento. Por esto es común que la palabra "méto-do" sea entendida, en sentido restringido, como procedimiento para la ob-tención de conocimientos científicos. A este concepto de método, a sus va-riedades y a sus principios, nos referiremos más adelante (ver 3.5. y si-guientes).

3.3. Ciencia formal y ciencia empírica

Hasta ahora hemos hablado acerca de las ciencias en general; pero el íntegro conjunto de las ciencias constituye un bloque demasiado grande pa-ra que podamos examinarlo de cerca sin perder de vista una parte sustan-cial. Será preciso dividirlo, para analizarlo parte por parte. Y el modo de di-vidir idealmente un sector de la realidad en sectores más pequeños es (ya lo sabemos) la clasificación. Las clasificaciones posibles (también lo sabemos) son infinitas, y se trata de elegir entre ellas la que nos parezca más ade-cuada a nuestro fin. ¿Qué clasificación escogeremos para las ciencias? Va-rias han sido propuestas alguna vez; otras pueden ser imaginadas ahora:

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ciencias del hombre y de la naturaleza, ciencias sagradas y profanas, cien-cias exactas e inexactas; ciencias complicadas y sencillas, peligrosas e ino-fensivas, avanzadas e incipientes.

Existe una clasificación comúnmente aceptada, que parece aconsejable por su objetividad y por su utilidad. Ella divide en dos el conjunto de las ciencias y las agrupa en ciencias formales y ciencias empíricas (o fácticas). Las diferencias entre estos dos grupos de ciencias son varias y coincidentes (en esto consiste, precisamente, la utilidad de la clasificación). Examine-mos las más importantes.

Ciencias tales como la geología, la zoología, la acústica y la sociología se llaman fácticas porque su objeto se compone de hechos: es un sector de la realidad objetiva, que se supone exterior al observador. La geología estu-dia las rocas y las capas de la corteza terrestre; la zoología, los animales; la acústica, el comportamiento de las ondas sonoras; la sociología, la conduc-ta del hombre en sociedad. Todos estos son hechos que pueden verse, to-carse o al menos observarse por algún medio sensorial (y por esto, las cien-cias que los estudian se llaman también empíricas). Desde luego, esto de la objetividad y de la exterioridad del objeto de las ciencias empíricas tiene sus bemoles: el investigador siempre pone algo de sí en la percepción del obje-to que observa y en la elaboración de los datos de su percepción; y esta sub-jetividad se torna considerablemente mayor en el caso de la sociología; pe-ro esta consideración es harina de otro costal, ya que la participación del observador en el objeto se aprecia normalmente como un ruido en la comu-nicación con la realidad13, como un elemento indeseable, aunque de difícil eliminación.

El objeto de las ciencias formales, en cambio, no forma parte de la re-alidad sensible (sea ésta apreciada como se quiera), ya que está constituido por conceptos abstractos, elaborados directamente por la mente del hombre. El científico formal no busca su objeto en el mundo que lo rodea: lo construye idealmente. Ciencias formales son la aritmética, la geometría, la lógica, que estudian las propiedades de los números, las características de las formas y las relaciones entre proposiciones o la estructura de éstas.

Se dirá que el objeto de una ciencia formal no es una simple construc-ción mental, ya que guarda una importante relación con la realidad. Porque ¿acaso el concepto de número no es una abstracción o generalización de los números particulares? Y éstos ¿no son a su vez la abstracción de cierta pro-piedad de los conjuntos de objetos?" La geometría ¿no estudia acaso for-

13 Ver párrafo 1.1. M Ver párrafo 1.1.1., ñola 3.

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mas que (aunque imperfectamente) aparecen en la realidad? Y las proposi-ciones ¿no son efectivamente expresadas por el habla cotidiana?

Así es, en efecto. Pero ocurre que las ciencias formales alcanzan un ni-vel tal de abstracción que llegan a cortar las amarras de su origen fáctico. La idea de número puede haber nacido de la observación empírica, pero la aritmética estudia números que no son propiedad de ningún conjunto de objetos que conozcamos en la realidad: los números negativos y los núme-ros irracionales, por ejemplo. La geometría se refiere a formas perfectas, por completo ajenas al tosco mundo que conocemos: puntos, rectas y pla-nos sencillamente no existen, ya que les faltan entre una y tres de las dimen-siones comunes a todo objeto físico. Y aun es posible inventar nuevas geo-metrías a nuestro arbitrio, con tal de que imaginemos los axiomas apro-piados. Otro tanto ocurre con la lógica, que, una vez transformada en mero cálculo," se evade de su relación con el razonamiento práctico y puede tam-bién diversificarse según lo pidan una necesidad diferente o un mero e in-genioso capricho.

Esta diferencia en el objeto incide, como es natural, en la fuente de la que cada ciencia obtiene, con carácter preponderante, los conocimientos que la componen15. Las ciencias fácticas deben investigar hechos, y por lo tanto su fuente principal es la experiencia. De aquí su calificación como cien-cias empíricas. Las ciencias formales, en cambio, buscan y manejan propo-siciones a priori: su vinculación con lo fáctico se hace muy tenue y su fuen-te básica es el razonamiento.

Sería un error, sin embargo, pensar que la ciencia empírica reposa úni-camente sobre la experiencia. Esta proporciona los datos básicos, pero a partir de esos datos se construyen otros conocimientos; y el método que permite obtener nuevos conocimientos a partir de la verdad de ciertas pro-posiciones ya conocidas es siempre alguna forma de razonaynie>ito. Más adelante volveremos sobre este tema, al examinar el problema del método.

También sería erróneo suponer que las ciencias formales pueden de-sentenderse por completo de la experiencia. Cierto es que el fenómeno em-pírico no tiene injerencia alguna dentro del sistema de una ciencia formal; pero también es cierto que una ciencia formal no suele desarrollarse sin te-ner en vista la posibilidad de reconstniir, de un modo claro y rigurosamente preciso, ciertas relaciones materiales o conceptuales preexistentes, que in-tegran algún sector de la realidad y que esperamos manejar mejor con ayu-da del sistema formal que imaginamos. En otras palabras, creamos mode-

10 Ver pá r ra fo 1.4.2.

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los o formas (de allí lo de ciencias formales,6) que guarden cierta semejanza con algún segmento de la realidad, de tal modo que a través del modelo abstracto podamos profundizar y organizar el estudio de ciertos hechos concretos que nos parecen relevantes17. Así la geometría euclidiana repro-duce ciertas relaciones entre la forma y las dimensiones de los objetos ma-teriales, y con ello nos permite, por ejemplo, medir terrenos y calcular dis-tancias. La lógica proposicional reconstruye en abstracto ciertas relaciones de inferencia que observamos entre las proposiciones concretas, y así gene-ralizamos los modos de derivar unas proposiciones de otras y aislamos e identificamos las condiciones que nos permiten distinguir en la práctica un razonamiento válido de otro falaz.

A distintas fuentes de conocimiento corresponden, por cierto, diferen-tes modos de demostrar18 la verdad empírica de las proposiciones.

La verdad empírica reposa en la correspondencia de la proposición con la realidad; y que esta correspondencia exista o no depende, en última ins-tancia, de la exactitud y de la amplitud de nuestras observaciones. Como éstas son falibles, la verdad de las ciencias empíricas es siempre provi-sional: vale como tal mientras nuevas investigaciones no vengan a refutar las proposiciones generales que creíamos verdaderas. Un conocimiento em-pírico, por lo tanto, difícilmente podrá ser verificado de un modo absoluto: cada una de nuestras observaciones tiende a confirmarlo, y tanto mayor se-rá su confirmación cuantas más y mejores sean las observaciones que se correspondan con la proposición cuya verdad se investiga. Pero siempre quedará en el horizonte (siquiera como posibilidad lógica) la aparición de nuevas observaciones que, por resultar incompatibles con la proposición formulada, la refuten. Confirmación y refutación son, pues, los modos (fa-libles en su conjunto) de demostrar la verdad de las proposiciones genera-les que integran una ciencia empírica.

La verdad formal depende, en cambio, de su deducibüidad a partir de ciertas premisas59; y la verdad o la falsedad de esas premisas resulta irrele-vante dentro del sistema, ya que su aceptación es 'meramente conven-cional. Como la inferencia lógica conduce a conclusiones necesarias, la ver-dad de un conocimiento formal es absoluta (dentro, por cierto, de un siste-

15 Bunge. Im ciencia, su método y su filosofía, p. 10. 17 Echave, Urquijo y Guibourg, Ilógica, proposición y norma. p. 146-147. 18 Usamos cajui la palabra (kmoslrad^n en sentido amplio, de modo que abarque cualquier proce-

dimiento tendiente a convencemos de la verdad de una proposición. Bstas premisas están constituidas tanto por axiomas cuanto por definiciones o reglas semánti-

cas (entre ellas, e¡ concepto de verdad que se utilice: ver párrafo 2.3. y siguientes). Esto ocurre tarr.b-.6n er. las ciencias empíricas, pero en ellas la demostración está sujeta, cdtnAs, a la experiencia. En las for-males, en cambio, la deducibilidad es directa.

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ma cuyo valor es relativo respecto de la realidad). Dos más dos son cuatro sin que quepa de ello duda alguna, ni aquí ni en la China... siempre, desde luego, que estemos hablando dentro de los límites de la aritmética que co-nocemos. Con esta salvedad, pues, el conocimiento formal es racionalmen-te verificable y no ha de preocuparse por confirmaciones, refutaciones ni otras zarandajas fácticas.

Lo dicho hasta ahora puede dar una idea también acerca de la diferen-cia entre ciencias formales y empíricas respecto de su utilidad.

La ciencia empírica habla de los hechos, extrae de ellos conocimientos generales y permite por lo tanto comprenderlos, explicarlos, predecirlos y, en definitiva, manejarlos. Su utilidad es por lo tanto directa y apreciable fá-cilmente.

La ciencia formal no habla de hechos: construye conceptos y relaciones que no parecen conservar vínculo alguno con ellos... pero que lo tienen. Es-te vínculo se advierte cuando se observa el sistema de una ciencia formal desde afuera, cuando se percata uno, por ejemplo, de que aquella proposi-ción abstracta según la cual dos y dos son cuatro encaja (¿casualmente?) en cualquiera de nuestras experiencias cotidianas que tengan que ver con con-juntos de objetos. Ocurre, pues, que la deducibilidad de las proposiciones formales es una cualidad también formal, que vale dentro de la cápsula al vacío del sistema al que tales proposiciones pertenezcan; pero el sistema en-tero es escogido, entre todos los sistemas posibles, según su utilidad para representar cierto sector de la realidad. Si una ciencia empírica es como un retrato (en el que el pintor observa y reproduce, interpretándolos y acaso acentuándolos, los rasgos de la persona representada), una ciencia formal es como un identi-kit: ella construye a voluntad su propia figura, pero su utilidad consiste en que esa figura, al ser comparada con la realidad, permi-te hallar (y aun capturar) a cierta persona cuyos rasgos coinciden con el di-bujo.

Las diferencias que hemos apuntado entre las ciencias empíricas y las formales podrían, pues, resumirse esquemáticamente del siguiente modo:

T A B L A C O M P A R A T I V A

Aspecto Ciencia empírica Ciencia formal

objetó fuen te

demostración utilidad

realidad sensible experiencia

confirmación, refutación directa

abstracción razonamiento

verificación indirecta

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En el viejo Instituto de Filosofía del Derecho y Sociología de la Univer-sidad de Buenos Aires, allá por 1965, algún filósofo humorista20 había fija-do un pequeño cartel que decía: "Crea en la ciencia: no se deje engañar por los hechos". La comprensión de las similitudes y diferencias entre ciencias formales y empíricas permitirá, tal vez, advertir la sutil ironía (y también la paradójica verdad) que se escondía en esas palabras.

3.4. Vaguedad, prestigio y evolución

Hemos examinado el concepto de conocimiento científico, mencionado ciertas características de la ciencia y trazado, en términos generales, una sencilla clasificación de las ciencias. Pero todo lo dicho podría conducir al lector desprevenido, por vía de la simplificación expositiva, a una interpre-tación algo dogmática de los conceptos examinados. Importa aquí, pues, aclarar que la palabra "ciencia" tiene también su dosis de vaguedad, ya que no existe un acuerdo generalizado sobre su criterio de aplicación, ni si-quiera entre los propios científicos.

¿Ni siquiera entre ellos? Más bien habría que decir esí^ecialmente entre ellas. La palabra "ciencia" tiene un contenido emotivo tal que todos quisieran aplicarla a su propia actividad: ella inspira respeto y proporciona a quienes la poseen un aura de prestigio no superada en la escala del saber (aunque normalmente menor, por supuesto, que la que se asigna a las esca-las de la riqueza o del poder). En efecto, no es lo mismo ser plomero que téc-nico en plomería, pero ¿qué tal si el señor que compone los caños pudiera lla-marse experto en ciencias phonbológicas, por ejemplo?¿o doctoren sanitariolo-gía? De este modo, el uso del vocablo "ciencia" se halla todo el tiempo en expansión, y así no sólo se habla de las ciencias tradicionales (física, quími-ca, biología, matemática, etc.), sino también de otras que se forman o se postulan. En Hollywood, por ejemplo, funciona una Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y en todas partes pulula —con menor plausibili-dad que empeño, por ahora— la ovnilogía. Esto, naturalmente, para no hablar de las ciencias ocultas, cuyos presuntos conocimientos no son so-ciales, legales ni precisos.

Esta vaguedad de la palabra se encuentra fomentada —aun dentro del ámbito de su empleo plausible— por los distintos grados de evolución de las ciencias, que hacen aparecer entre ellas, en un mismo momento, diferen-cias notables.

2 0 Héctor Maskir., semita se supo veinte años más larde.

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Si examinamos una ciencia diacrónicamente (esto es, a lo largo de su propia historia)21 podremos tal vez distinguir etapas más o menos identifi-cabas .

La primera es meramente descriptiva, y corresponde acaso a una etapa precientífica: el hombre se contenta con averiguar y registrar simples hechos. Un ejemplo de esta etapa era la historia (cuando se la concebía co-mo mera cronología).

La segunda taxonómica. Una vez conocidos los hechos, se busca agru-parlos en clases para estudiarlos comparativamente. Se obtiene así una ta-xonomía o clasificación general de los objetos estudiados. En esta etapa se hallan, por ejemplo, la geografía y la botánica.

La tercera etapa es legal: trata de relacionar entre sí las clases estable-cidas en la etapa anterior, para descubrir las regularidades que puedan ob-servarse en el desarrollo de los acontecimientos, atribuir causas a los efec-tos y efectos a las causas y, en definitiva, establecer leyes científicas. Ejemplos actuales: la psicología, la sociología.

La cuarta corresponde a la ciiantificación o medición. Cuando la ciencia alcanza cierto grado de familiaridad con los hechos que constituyen su ob-jeto, logra a menudo medirlos. Ésta es una etapa verdaderamente crucial, ya que la mensurabilidad de los hechos permite exponer las leyes con preci-sión mucho mayor.

La quinta etapa es la forma lización. Una vez cuantificados los fenóme-nos y reformuladas las leyes en su consecuencia, estas leyes pueden expre-sarse en fórmulas, lo que las libera de vaguedad y ambigüedad y permite introducir el cálculo entre los métodos de la ciencia. Ejemplos: la química, la economía.

La sexta y última etapa, al menos hasta ahora, es la axiomatizaáón. En esta etapa la formalización ha dado ya tan buen resultado que todo el len-guaje de la ciencia (o gran parte de él) se halla formalizado, y el cálculo se ha convertido en método único o preponderante. La investigación se de-sarrolla por razonamiento dentro de un sistema, o bien trata de construir sistemas alternativos sobre la base de la formulación de nuevos axiomas. El vínculo con la realidad se mantiene por medio de la comprobación de sus derivaciones observables, y se refleja en los motivos para elegir unos siste-mas en vez de otros o para buscar sistemas nuevos; pero, paradójicamente, una ciencia que se halla en este estadio evolutivo posee una capacidad enorme, aunque indirecta, para dominar y transformar la realidad. Ejemplos: las matemáticas, las modernas formulaciones de física teórica.

10 Ver pá r ra fo 1.4.2.

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La descripción que antecede no pretende, por cierto, afirmar que todas las ciencias pasen por esas seis etapas (tal vez la física sea la única que lo haya hecho). Algunas ciencias se han quedado en etapas intermedias, y no es seguro que lleguen a las posteriores. La geometría fue tempranamente axiomatizada por la mente formidable de Euclidcs (aunque es preciso com-putar conocimientos geométricos de etapas previas entre egipcios y (caldeos), y la lógica no ha pasado por la medición22.

Sin embargo, las diferentes etapas del conocimiento científico (que co-existen en una misma época) permiten explicar por qué se llama ciencia a objetos que no son entre sí completamente semejantes, y por qué una defi-nición precisa de "ciencia" dejaría insatisfecha a tanta gente.

3.5. Método

Hemos dicho antes (ver 2.2.) que la ciencia es una actividad metódica. Naturalmente, no es la única. Toda actividad humana, si está racionalmen-te dirigida a un fin, tiende a valerse de métodos.

En efecto, cuando uno pretende obtener cierto resultado o alcanzar un objetivo comienza por trazar planes o delinear el camino que lo llevará al fin deseado. La etimología de "método" incluye el vocablo griego odós, que significa precisamente camino. Una receta de cocina, las instrucciones para el uso de un artefacto electrodoméstico y la táctica concebida por el direc-tor técnico de un equipo de fútbol .para ganar el próximo partido son, en sentido amplio, métodos.

El método se opone al azar, a la suerte. Quien va a la ruleta y apuesta todo al 18 confía en el azar; quien sigue escrupulosamente una martingala deposita sus esperanzas (con razón o sin ella) en un método.

No es que el azar sea necesariamente perjudicial: a veces podemos acertar un pleno. Del mismo modo, muchos importantes descubrimientos científicos se han debido en parte al acaso (el de la penicilina, entre ellos)23.

22 Existe, por cierto, una lógica cuanlificocionel; pero su cuan'.iíicaciún. que consiste en distin-guir las proposiciones según se refieran a todos los objetos de una clase (universales) o a algunos de ellos (existencialcs), es distinta de la medición que caracteriza la cuarta etapa de las ciencias, tal como la hemos descripto.

2 3 A veces un método científico influye, el azar, y el investigador lo produce deliberadamente. "Por ejemplo, para asegurar la uniformidad de una muestra, y para impedir ur.a preferencia incons-ciente en la elección de sus miembros, a menudo se emplea la técnica de la casualización, en que la de-cisión acerca de los individuos que han de formar parte de ciertos grupos se deja librada a una moneda o a algún otro dispositivo. De esta manera, el investigador pone el azar al sen-icio del orden; en lo cual no hay paradoja, porque el acaso opera al nivel de los individuos, al p3r que el orden opera en el grupo como totalidad" (Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, p. 24-25).

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Pero contar con un arsenal de prescripciones o reglas, que han sido selec-cionadas sobre la base de la experiencia o de ciertas reglas de superior ni-vel, suele ofrecer una certidumbre mayor (o al menos una probabilidad pre-decible) acerca del éxito de la empresa.

Claro está que hay métodos y métodos. Los hay buenos y malos, pero también es posible clasificarlos por su finalidad. En este sentido puede dis-tinguirse la metodología práctica de la teórica.

Los métodos prácticos permiten hacer algo: cortar y coser un vestido, ganar un partido de fútbol, preparar un lenguado al roquefort. A veces este hacer consiste en un aprender a hacer, hay un método para aprender inglés y otro para aprender dactilografía. Se trata en todos los casos, pues, de un saber como habilidad

Las reglas del método teórico están orientadas a la aprehensión de con-tenidos descriptivos o teóricos (aunque de ellas puedan seguirse ciertas téc-nicas meramente operativas, sobre todo en las ciencias empíricas). Estos métodos buscan averiguar la verdad de proposiciones, por lo que se re-fieren, al menos en última instancia, a la adquisición de un saber proposi-cional2J.

Aun en este último sentido, el método científico sigue siendo una espe-cie dentro del género método: el saber vulgar o conocimiento precientífico se vale también de ciertos métodos, que consisten en viejas prácticas de-cantadas por el uso o en meros actos (físicos o psíquicos) automáticos. Pero en el conocimiento vulgar las reglas para su adquisición son implícitas: se siguen o emplean inadvertidamente, o sólo porque siempre se hizo así. El método científico, en cambio, es explícito: sus reglas se acuerdan y se ex-ponen expresamente y, además, se explican y fundan las razones que lle-van al científico a guiarse por unas y no por otras.

3.5.1. La metodología y el origen del método

Sabemos, pues, que hay algo llamado método científico, que sirve para adquirir o comprobar los conocimientos de la ciencia y que ocupa un lugar importante en la formulación y en las características de cada ciencia parti-cular. Pero ¿de dónde sale el método? ¿A qué ámbito del conocimiento hu-mano pertenece? Y si la metodología es el estudio de las reglas metódicas, ¿qué lugar corresponde a la metodología en la clasificación general del co-

24 Ver párrafo 2.1.2. 2 5 Ver párrafo 2.1.3.

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nocimiento? Sobre esto se ha escrito mucho, y sólo cabe aquí proporcionar algunas ideas muy generales.

Puesto a investigar su objeto, el científico se ve obligado a adoptar (o a aceptar) ciertas decisiones metodológicas, decisiones que no sólo contri-buirán en mayor o menor medida al buen éxito de sus investigaciones sino que irán modelando el tipo de ciencia que nuestro científico haya de obtener en su actividad. Estas decisiones dependerán, naturalmente, de las metas que el científico se proponga y de la concepción que tenga de la ciencia, tan-to en general cuanto respecto de su particular especialidad.

Los hombres de ciencia no piden habitualmente permiso a la epistemo-logía para emplear los métodos que prefieren, y este comportamiento real de los científicos (el empleo concreto de ciertos métodos para ciertos fines) es en sí mismo un hecho susceptible de ser estudiado. Esta consideración daría lugar a una forma de metodología empírica. El resultado de esto, que podríamos llamar planteo naturalista de la metodología, sería un estudio de base sociológica: el de las pautas generales de conducta de los hombres de ciencia respecto de su propia actividad, el de los valores profesionales que, en el grupo de los científicos, hacen que ciertos trabajos sean considerados más serios que otros. Pero un estudio semejante no parece satisfactorio: el hombre de ciencia no se pregunta tanto cuáles métodos son aceptados en su grupo (aunque ciertamente está interesado en ellos) sino cuáles le darán mejor resultado, o cuáles debe usar (en algún sentido de "deber" que no coincide necesariamente con la aprobación grupal).

Bochenski26 piensa que la metodología no es una ciencia empírica sino una rama de la lógica, y que mientras ésta trata acerca del pensamiento en general, la metodología abarca las formas particulares de aplicación del pensamiento. De ser así, todo problema metodológico debe ser a la vez un problema lógico; y esta implicación parece encerrar un criterio demasiado estrecho sobre los límites de la metodología.

Este planteo logicisla ha sido agudamente criticado por Popper27, que se inclina a entender las reglas metodológicas como convenciones acerca de lo que debe o no debe hacerse para obtener tal o cual fin. Sostiene que ellas exceden el marco de la lógica, y que basta examinar algunas para advertir que resultaría inoportuno colocar el estudio metodológico en el mismo nivel que el lógico, o dentro de él. Para mostrarlo, propone como ejemplos las si-guientes reglas:

28 Bochenski, I. M., Los méiodos actuales del pensamiento, Madrid, Kialp, 1958, p. 29 y siguientes, 27 Popper, Karl, La lógica de ¡a investigación científica, Madrid, Tecnos, 1967, p. 49-52.

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"1. El juego de la ciencia, en principio, no se acaba nunca. Cualquiera que decide un día que los enunciados científicos no requieren ninguna conírastación ulterior y que pueden considerarse definitivamente verificados, se retira del juego.

2. No se eliminará una hipótesis propuesta y contrastada, y que haya demostrado su temple, si no se presentan 'buenas razones' para ello. Ejemplos de 'buenas razo-nes ' : sustitución de la hipótesis por otra más contrastable, falsación de una de las con-secuencias de Sa hipótesis".

Popper, claro está, se refiere a las ciencias empíricas. Pero, en ese mar-co y sea cual fuere la opinión que personalmente nos merezcan las reglas enunciadas en cuanto a su mayor o menor plausibilidad, parece claro que su contenido no coincide con el de lo que pueda llamarse regla lógica (aun-que ha de tenerse en cuenta que la lógica desempeña un papel importante en su aplicación). Su formulación se asemeja más (y así resulta además de su propio texto) a reglas de juego, que se aceptan convencionalmente con un fin determinado y se abandonan cuando se cambia de fin o cuando se ad-vierte que no conducen satisfactoriamente al fin propuesto.

El planteo convenciomlista de Popper podría provocar una inesperada revisión del enfoque naturalista. Porque, si las reglas del método son como reglas de juego que se aceptan en sociedad, ¿qué otra pauta de su aceptabi-lidad existe fuera de su misma aceptación grupal? Y en ese caso, ¿no con-vendría regresar a la idea de la metodología como ciencia empírica social?

La pregunta tiene su miga, pero queda en pie el hecho de que no es lo mismo averiguar cuáles son las reglas que acepta un grupo como apro-piadas para lograr cierto fin que decidir cuáles son las que hemos de aceptar nosotros como conducentes al objetivo que nos proponemos: el segundo planteo admite la rebeldía; c-1 primero sólo describe un hecho externo.

3.5.2. Método y realidad

Dijimos antes (ver 5.) que el método científico tiene por objeto averi-guar la verdad de proposiciones. Ésta es una idea tradicional, que en la ac-tualidad suele admitirse con un leve matiz de diferencia: más que para ave-riguar la verdad de proposiciones (es decir, demostrar la verdad de proposi-ciones ya conocidas), las reglas metodológicas se usan para encontrar nuevas proposiciones verdaderas (o sea, para suscitar nuevas hipótesis comprobables ulteriormente). La diferencia es de matiz (o de énfasis) por-que, cuando se halla una nueva proposición verdadera, empiezan a abando-narse las proposiciones previamente aceptadas que resultan incompatibles

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con la recién llegada: no hay comprobación sin invención, y la invención es inútil sin la correspondiente comprobación. Pero la aclaración vale para se-ñalar el componente heurístico28 del método.

Pero, sea como fuere, la proposición que se busca o se comprueba ha de ser verdadera, y por lo tanto guardar cierta relación con la realidad. ¿De-pende el método de esa realidad, o es posible hallar un método universal vá-lido y eficaz para encarar la investigación de cualquier sector del universo?

El ideal del método único ha subyugado a innumerables filósofos y científicos universalistas. Pero ya Descartes desesperaba de hallar esa pa-nacea: decía que lo exigible de un método no es que sea válido para cual-quier sector de la realidad, sino que pueda ser usado por cualquiera, inde-pendientemente de la capacidad de cada investigador29.

Se admite, pues, usualmente que hay ciertos métodos generales (y en algún sentido universales, aunque orientados a distintos tipos de investiga-ción), y otros más especializados, adaptados a ciertos sectores particulares de la realidad.

Entre los primeros hay que citar los dos grandes modelos del razona-miento: la deducción y la inducción. Estos métodos participan en toda activi-dad científica, ya sea como complemento del método especial propio de ca-da ciencia o bien como parte integrante de él.

No examinaremos aquí lodos los métodos, sino sólo los más generales; pero conviene aclarar que en una ciencia determinada se usa habitualmente más de un método, y que un método cualquiera es generalmente usado en más de un campo científico. Así, el método deductivo es el que mejor se adapta a las ciencias formales, pero cumple un importante papel en las em-píricas. El método inductivo, a su vez, está especialmente destinado a las ciencias fácticas y tiene también cierta injerencia (aunque menor) en las formales.

3.6. Método deductivo

El ejemplo clásico de la deducción es el silogismo, y cada vez que oímos la palabra "silogismo" recitamos mentalmente, como un rito mnemotécni-co: "todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; por lo tanto, Sócrates es mortal". El ejemplo es tedioso, ya que tal parece que Sócrates fuera el único espécimen relevante del género humano; y es también de al-

** La heurística es el arte de inventar (cfr. Diccionario de la Real Academia Española, ed. 1970). 2 9 Cír. Ferrater Mora. José, Diccionario de filosofía, Bs. As., Sudamericana, 1969. voz "mílodo".

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gún modo inexacto, ya que Sócrates fue mortal en vida, pero ahora está muerto, así como un terrón de azúcar deja de ser soluble al disolverse.

Bromas aparte, es cierto que ese silogismo es un ejemplo de deducción, pero no es el único. No sólo porque existen veinticuatro formas válidas dis-tintas de silogismo categórico30, sino porque un razonamiento31 deductivo puede presentarse bajo otras formas {entimema, dilema, sorites). De todos modos, lo que nos importa aquí no es trazar una taxonomía de los razona-mientos deductivos, sino averiguar lo que éstos tienen en común; o, lo que es equivalente para el caso, qué aspecto de ellos hemos de usar como carac-terística definitoria de su clase.

Podríamos, pues, definir "deducción" (válida, se entiende) como un ra-zonamiento tal que, a partir de proposiciones verdaderas, garantiza la verdad de su conclusión. Este fenómeno, en verdad, ocurre si y sólo si el razonamiento constituye una aplicación de leyes lógicas. Las leyes lógicas constituyen, a su vez, la representación de formas válidas de inferencia32, de modo que también puede decirse que la deducción es una inferencia fundada en leyes lógicas.

En el razonamiento deductivo, pues, la verdad de la conclusión se ob-tiene bajo dos condiciones: la verdad de las premisas y la validez de la infe-rencia. Conviene recordar aquí que la verdad es una propiedad de las propo-siciones, en tanto la validez es una propiedad de los razonamientos. Un ra-zonamiento analiza, procesa y transforma las proposiciones de las que par-te; pero por perfecto (válido) que sea su funcionamiento, sólo garantiza la verdad de sus resultados si las premisas que le proponemos son verdaderas. Si éstas son falsas, ninguna seguridad obtendremos sobre la verdad o la fal-sedad de la conclusión. Y, por supuesto, lo mismo ocurrirá si el razona-miento no es válido (es decir, si no constituye una correcta aplicación de le-yes lógicas).

De este modo, un razonamiento válido obtiene una conclusión verdade-ra de premisas verdaderas:

T o d o s los argent inos son humanos Ningún humano e s marc iano

Ningún argent ino es marciano

30 Cfr. Cohén. Morris y Nagel, Emest, Introducción a te lógica y a! método cieniifico, Bs. As.. Amonrortu, 1977, t. I, p. 108.

3 : Podemos por ahora llamar razonamiento a una secuencia de proposiciones en la cu3l el paso de unas a otras se justifique por aplicación de una regla.

32 Cfr. Echavc. Urquijo y Guibourg, Lógica, proposición y norma, p. 19-23, 81-82.

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De premisas falsas, puede llegar a una conclusión falsa:

Ningún mamífero vuela Todas las vacas vuelan

Ninguna vaca es mamífero

O incluso a una verdadera:

Ningún perro ladra El ayatollah Jomeini ladra

El ayatollah Jomeini no es un perro

Los tres ejemplos propuestos contienen razonamientos válidos; pero sólo en el primero se ha usado buena materia prima; los dos últimos, aun-que perfectos desde el punto de vista lógico, son irrelevantes para la ad-quisición de conocimientos por no partir de premisas verdaderas.

También son irrelevantes los razonamientos inválidos, con independen-cia de la verdad o de la falsedad de sus premisas o de su conclusión. Ejemplos:

Todos los álamos son árboles Todos los naranjos son árboles

Todos los álamos son naranjos

(premisas verdaderas y conclusión falsa). O bien:

Mi tio es una cucaracha Taiwán es un país europeo

Los años bisiestos tienen 366 días.

(premisas falsas y conclusión verdadera). E incluso:

J-a cordillera de los Andes es alta El Río de la Plata es ancho

Argentina y Bolivia son países limítrofes

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Este último ejemplo muestra que, si bien un razonamiento válido lleva de premisas verdaderas a una conclusión verdadera, 110 puede afirmarse lo mismo a la inversa: no todo razonamiento que lleve (ocasionalmente)' de pre-misas verdaderas a una conclusión verdadera es válido. En electo, el razo-namiento válido lleva necesariamente33 a una conclusión ve roaüe ra (siempre, claro está, que parta de premisas también verdaderas). Y esta re-lación de necesidad no aparece en el ejemplo que examinamos.

3.6.1. jNo, por favor!

Desde principios del siglo XIX* es costumbre definir "deducción" co-mo la forma de razonamiento que pasa "de lo general a lo particular". A pe-sar de la certera crítica de Wliilehead y Russell, que destacaron e' vínculo entre deducción e implicación^, todavía se oye recitar aquella definición co-mo si fuera una verdad absoluta.

No diremos que es falsa, ya que una definición (estipulación mediante) no es verdadera ni falsa*, pero sí que es inconveniente por sú excesiva estrechez.

En efecto, no todo razonamiento deductivo va de Ib general a lo particu-lar. A menudo pasa de lo general a lo general:

Todos los ecuator ianos son americanos Todos los quiteños son ecuatorianos

T o d o s los quilcfios son americanos

Cierto es que el concepto de quiteño es menos general que el de ameri-cano, pero no por eso es particular".

También puede deducirse lo particular de lo particular:

3 J En este contexto nos rcíerlinos a la necesidad Mgiat (ver plrrafo 2.7.3.): c«» un razonamiento válido, la conclusión del* resultar de las premisas de tal niatKre quí la negación de ese resultado se* OKlfKO'íhfldittiin'rt,

31 Cfr. Fcrratcr Mora, l)ic< Mn*m dt jilfív>/(a, vor "dcdncción". So'nc el concepto de implicación, puede consultarse Rchave. Wrqii'jo y Gm!>ourfc, Lógico, pro-

fy>sifii}n y norma, p. 73 y siguientes. Ver pArcafo 1.4.9.3.

3> Ver pán-afo 2.0.1., nota 33.

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Si Palricio habla, Aníbal lo pasa mal Patr icio habla

Aníbal lo pasa mal

£ s aconsejable, pues, 110 utilizar esta manera de definir "deducción". El carácter deductivo de un razonamiento no depende tanto de que las pro-posiciones que lo integran sean generales o particulares, sino de su índole formal: "en el proceso deductivo se derivan ciertos enunciados de otros enunciados de un modo puramente formal, esto es, en virtud sólo de la for-ma (lógica) de los mismos"1*.

3 . G . 2 . P e r o , ¿ e s ú t i l e l m c t o t l o d e d u c t i v o ?

Hemos señalado antes que el razonamiento deductivo procesa.mate-rial que se le somete (las proposiciones que usemos como premisas), pero no le agrega nada diferente. En efecto, todo lo que aparece en lá conclusión se halla de algún modo contenido ya en las premisas, de lal suerte que el ra-zonamiento no hace más que cxplicilarlo. En estas condiciones, uno podría preguntarse si los filósofos no exageran uñ poco la utilidad de la deducción: después de todo, ella sólo clarifica nuestros conocimientos, pero no les agrega ninguna proposición que no estuviese ya contenida (aunque implíci-tamente) en ellos.

El juicio sobre la utilidad de un método es eminentemente práctico y, como tal, depende de la apreciación de su usuario. Tal apreciación, natural-mente, es influida por la capacidad de éste para la aprehensión inmediata de lo implícito.

Los razonamientos muy sencillos (tales como los contenidos en los ejemplos antes propuestos) parecen poco útiles, ya que nuestra mente los sigue automática c inconscientemente y, así, su consecuencia se nos antoja tan evidente como sus premisas. Un ser omnisciente como Dios, para quien todo lo verdadero es evidente, 110 necesitaría del razonamiento deductivo (ni de ningún otro). Pero el hombre es un ser limitado, y su capacidad de cálculo inconsciente no llega tan lejos. Supongamos este razonamiento, na-da esotérico:

M Cír. Ferralcr Mora, Dicdotiaríe de jiloiafta. vox "deducción".

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x es ia raí* cuadrada de 923.521 y es la raíz cuadrada de x

y es igual a .11.

¿A cuántos de nosotros parecería evidente la conclusión? Para llegar a ella sería preciso efectuar un par de cálculos bastante complicados... o, cla-ro está, contar con una calculadora de bolsillo.

Pero, si el hombre se lia tomado el trabajo de construir calculadoras pa-ra facilitar algunas de sus deducciones (las aritméticas), será porque el mé-todo le parece útil. Tanto, que ha resuelto facilitar (odas las deducciones, y para ello inventa, construye y perfecciona computadoras. Se trata, como puede observarse, del mismo problema suscitado por el concepto de anali-ticidad implícita".

3 . 7 . M é t o d o I n d u c t i v o

El método deductivo, con las condiciones ya apuntadas, garantiza la verdad de sus conclusiones; y de esta suerte constituye un medio entera-mente confiable para obtener unas verdades a partir de otras... siempre, claro está, que se disponga de las premisas indispensables para poner en marcha el mecanismo en la dirección deseada.

La deducción es, pues, como una industria montada para producir pro-posiciones verdaderas. Pero ¿qué ocurre con una industria cuando escasea la materia prima? O bien se detienen las máquinas y cesa la producción, o bien se echa a andar la imaginación y se adaptan las máquinas para usar otros materiales, en menor cantidad o de distinta calidad que la indicada para obtener una producción perfecta. Claro está que en semejantes condi-ciones no hay una garantía completa sobre la calidad del producto; pero, como la alternativa es cerrar la empresa, hay que correr esc albur. Mucho de. esto ocurre cu las ciencias empíricas, donde a menudo es sencillamente im-posible conseguir lodos las premisas necesarias para extraer de ellas, de-ductivamente, las ansiadas proposiciones generales. La deducción se ve entonces trabada y, en su afán por producir alguna clase de resultados, el investigador opta por arriesgarse. Así es como surge la inducción.

3 1 V e r p A r r a í o 2 . 9 . 2 .

1 6 3

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3.7.1. Decir más de lo que se debe

Supongamos que un individuo curioso y afecto a las ciencias lee en al-guna parle la llamada ley de Boyle-Mariotte, que dice que, a temperatura constante, el producto de la presión por el volumen de un gas es también constante. Nuestro hombre, algo desconfiado, decide comprobar por s( mismo la verdad de esta afirmación. Para ello se provee de muestras de di-ferentes gases, somete cada una de ellas a variaciones de temperatura, mi-de en cada caso la presión y. tomando en cuenta el volumen determinado por el recipiente, hace sus cálculos, siempre con resultado positivo. Anota, entonces en su cuaderno:

1) En la mues t r a del gas A. a ¿empcral i i ra cons t an te el p roduc to tic la pres ión por el vo lumen es cons tan te .

2) En la mues t r a del gns U. o t empera tu ra c o n s t a n t e el p r o d u c t o de la pres ión por el vo lumen es cons tan te .

3) En la m u e s t r a del g a s C. a t empera tu ra cons tan te el pri*Juclo de la pres ión por el vo lumen es cons tan te . . .

y nsí sucesivamente, hasta llegar —digamos— al gas Q. En este punto nuestro científico está cansado y ha gastado mucho dine-

ro en adquirir, conservar y someter a experimentación tantas muestras. Decide entonces hacer un balance de lo comprobado. Como es un ferviente admirador del método deductivo, traza una raya y escribe:

En lns m u e s t r a s de los gases A, B, C, ...Q, a t e m p e r a t u r a cons t an te el p r o d u c t o de la pres ión por el volumen es cons tan te .

La deducción ha quedado impecable, pero el atribulado hombre de ciencia observa que ella se limita a decir en una sola oración lo que su cuaderno ya contenía en muchas. Y, de lodos modos, no ha logrado con es-to probar la ley de Boyle-Mariotte, ya que ella es universal y sus experi-mentos no abarcan lodos los gases. Medita entonces sobre la posibilidad de obtener subsidios para continuar la investigación y someter a prueba muestras de todos los gases conocidos, pero sus cavilaciones lo sumen más hondamente aún en la desesperación. En efecto, lia advertido que:

a) Sus experimentos no han agotado las posibilidades de las muestras utilizadas, ya que la ley de Boyle-Mariotte vale para todas las temperaturas, y él sólo experimentó con las muestras a unas pocas temperaturas distintas para cada una.

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b) "Talos los gases" no implica sólo la totalidad de los elementos gase-osos en estado natural, sino la totalidad de los elementos químicos, ya que cada uno de éstos puede, en alguna circunstancia, ser reducido al estado gaseoso; e incluye también las mezclas y combinaciones de esos elementos, en distintas proporciones.

c) Cada muestra de gas (hidrógeno, pongamos por caso) no es todo el gas. Para obtener las premisas completas que necesita en su deducción, nuestro científico debería experimentar con cada muestra de hidrógeno existente en el universo.

d) Aun cuando esto fuera posible (que no lo es, por supuesto) hay que recordar que la ley de Boyle-Mariotte no tiene limitación temporal: vale pa-ra el pasado y para el futuro tanto como en el presente, de modo que nuestro amigo, ya al borde del suicidio, debería conseguirse la máquina del tiempo para repetir todos sus infinitos experimentos en cada instante pasa-do y futuro.

En este punto, el científico en cuestión se ve precisado a admitir que el camino de la deducción le está vedado, por imposibilidad de conocer me-diante la experiencia todas las premisas necesarias para seguirlo. Pero en-tonces recuerda haber leído en alguna parte40 que existen dos conceptos de conocimiento', uno fuerte, que exige todas las pruebas, obtenidas mediante experiencia directa, y otro débil, que se satisface con una cantidad de ele-mentos de juicio que juzga suficientes. Nuestro hombre medita acerca de sus experimentos y decide que ellos, aunque incompletos, constituyen al parecer una muestra bastante razonable de todas las masas gaseosas exis-tentes en todas las épocas y sometidas a todas las temperaturas. Abandona la cuerda con la que pensaba colgarse, rompe la carta dirigida al señor juez, borra de su cuaderno la perfecta e inútil conclusión deductiva y escribe en su lugar:

Hipótesis: en todos los gases, a t empera tu ra constante, el p roducto de la presión IX)r el volumen es constante .

Esta proposición es más satisfactoria, ya que constituye una afirma-ción universal, referida a todos los gases, en todos los lugares, en todos las tiempos y para todas las temperaturas, volúmenes o presiones. Pero, desde luego, dice viás de lo que debe; o, con mayor propiedad, más de lo que el se-vero método deductivo autorizaría a afirmar.

El razonamiento inductivo, pues, ya que de él se trata, conduce a una

43 E¡ lector tiene a su disposición este recuerdo en el párrafo 2.5.

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conclusión más o menos probable, pero no otorga garantía completa acerca de la verdad de ésta. ¿Quién podría asegurarnos absolutamente que no hay algunas porciones de oxígeno, casualmente diseminadas en la alcoba de nuestro vecino, que por alguna razón desconocida no cumplan la ley de Boyle-Mariotte? Semejante posibilidad puede parecemos improbable (y a nuestro vecino, algo sospechosa); pues bien, la medida en que considera-mos improbable que haya por ahí muestras de gas que no cumplan la ley es la misma medida en la que entendemos probable la verdad de la conclusión inductiva.

Esto de la falta de garantía hace que una inducción (a diferencia de la deducción válida) pueda llevar de premisas verdaderas a una conclusión fal-sa. Algunos, por ejemplo, razonan de esta manera:

1) Lenin usaba barba y era comunista. 2) Tro t sky usaba barba y era comunista. 3) Fidel Castro usa barba y es comunista . Conclusión: todos los que usan barba son comunis tas .

Semejante inducción, aunque alguna vez en boga, nos parece excesiva-mente simplista. Y además, muy fácil de refutar: tenemos a mano contra-ejemplos (Bartolomé Mitre, el zar Nicolás II) capaces de comprobar la fal-sedad de la conclusión.

¿Cuál es el defecto de tal razonamiento? Se dirá que sus premisas eran demasiado escasas. ¿Cuántas premisas hacen falta, entonces, para estable-cer una ley?

Un solo caso parece demasiado poco para sustentar una conclusión in-ductiva41. ¿Tendrán que ser diez? ¿Cien? ¿Quinientos mil? Es imposible de-cirlo, ya que la plausibilidad de un razonamiento inductivo no depende sólo del número de casos observados*2.

Pero, por ahora, ha de quedar en claro que el razonamiento inductivo con-duce a una conclusión (más o menos) probable a partir de premisas deductiva-mente insuficientes; y que por lo tanto se halla siempre sujeto a refutación por

41 A veces una so'.a observación puede tener notable relevancia, pero conviene valorarla con pre-caución. De lo contrario, podría ocurrimos Jo que a aquel campensino al que hacia referencia el filósofo chino Han Fei-Tsé <?-233 a. C.). que habiendo visto una vez a una liebre golpearse contra un árbol y quedar inconsciente, pasó el resto de su vida esperando detrás del mismo árbol a que otras liebres hi-rieran lo mismo (citado por Crecí. H. G.. Chínese Thcughi. New York. The New American Library. 1953. p. 123).

42 Ver Cohén y Nagel, Introducción a la lógica y a! vtitodo científico, t. II. p. 10-4 y ss. En el próxi-mo párrafo volveremos sobre este tema.

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la aparición de un nuevo dato (por lo general proveniente de la experiencia), in-compatible con la conclusión que habíamos arriesgado. Por esto es preciso insis-tir en que las ciencias naturales no nos proporcionan verdades absolutas, sino proposiciones en las que podemos confiar provisionalmente, a nuestro riesgo y mientras nuevos elementos de juicio no nos hagan abandonarlas43.

Al examinar el método deductivo criticamos la tendencia a definirlo como "el que va de lo general a lo particular". Correlativamente, existe cierta tradi-ción que describe el método inductivo como el que va de lo particular a lo gene-ral. Aunque hay en ^sto algo de cierto, la definición tampoco es aconsejable, por-que el razonamiento inductivo puede partir de premisas particulares para llegar a conclusiones también particulares. En este sentido pueden recordarse los razonamientos empleados por los detectives en las novelas policiales: el hombre husmea por el cuarto, hace dos o tres preguntas aparentemente sin importancia sobre hechos particulares nimios, observa con su lupa una im-perceptible mota de polvo y finalmente exclama: "Butler, el mayordomo, fue quien mató a Lord Nincompoop"44.

Tales detectives de ficción son a veces elogiados por sus "poderes de-ductivos"; pero esto ocurre sólo porque en el lenguaje vulgar "deducción" se usa a veces como sinónimo de "razonamiento": la actividad descripta es claramente inductiva**.

El mismo tipo de razonamiento se utiliza en un proceso judicial. El juez no conoce personalmente los hechos que se debaten, ni puede tampoco de-ducirlos de proposiciones generales: oye a las partes, examina a los testi-gos, escruta la prueba documental, pregunta a los peritos y finalmente in-duce, de todos estos datos particulares, una conclusión igualmente particu-lar.

43 En realidad, ésta es una versión simplificada del funcionamiento de las leyes. Cuando apare-cen unos pocos casos incompatibles con una ley bien establecida, los científicos buscan primero salvar la ley mediante explicaciones especiales para cada uno de tales casos (hipótesis ad hoc). o considerando que el resultado de los experimentos no depende sólo de la ley examinada sino también de otras cir-cunstancias que pueden variar inadvertidamente. Cuando finalmente la ley se hace insostenible, la in-vestigación vence la inercia de la ciencia establecida y se busca proponer nuevas hipótesis que reempla-cen a la ley abandonada.

44 La comparación entre la labor del detective y la inducción científica se halla admirablemente descripta en Copi. Introducción a la lógica, p. 384 y siguientes.

4 5 Esta afirmación (como un tas otras en ciencia y en epistemología) no se halla exenta de contro-versia. Alguien podría afirmar que, a través de las observaciones practicadas en ¡argos aAos de expc rienda, el detective ha llegado a establecer inductivamente ciertas reglas generales sobre investiga-ción de homicidios; y que, al encontrar en el nuevo caso premisas particulares que le permiten en-cuadrarlo en cierta elase de situaciones, la conclusión se deriva de aquellas reglas por vía silogística. Sin embargo, algo parecido ocurre en todas las inducciones (ver 7.4.), por lo que puede estimarse que el ar-gumento depende de la forma de presentar el problema.

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3.7.2. Si nos pincháis, ¿no sangramos?

Imaginémonos fronte a tres objetos, a los que llamaremos a, b, y c. Los observamos con cuidado y descubrimos que los tres comparten tres carac-terísticas, a las que nombraremos como W, XeY. Los objetos a y b nos son familiares, y sabemos que ellos dos tienen además la característica Z. No nos es posible, por el momento, examinar tan de cerca a c\ pero tendemos a pensar que, si c comparte con a y con b las tres primeras características, es probable que comparta también la última; y así concluimos: c tiene la pro-piedad Z.

Este modo de llegar a una conclusión se llama razonamiento por analo-gía, y es a menudo presentado como una forma de la inducción46, muy co-mún en nuestros pensamientos cotidianos.

Este razonamiento parte, pues, de ciertas propiedades comunes (en el ejemplo, W, X e 10, llamadas en su conjunto analogía significante, y condu-ce a considerar probable que otra propiedad (Z), llamada analogía significa-da, sea también común.

Un ejemplo clásico y muy claro de razonamiento analógico es el monó-logo de Shylock, el mercader de Venecia:

"¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, ó rganos , pro-porciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimen-tos, herido por las mismas armas, su je to a las mismas enfermedades , cu rado por los mismos medios, calentado y enf r iado por el mismo verano y el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis , ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parece-mos en lo demás , nos pareceremos también en eso. . ." 4 7

El razonamiento analógico, tal como en el esquema clásico de la induc-ción, no brinda sino una conclusión probable, ya que ésta no se desprende necesariamente de sus premisas. Siempre existe la posibilidad de que, por

441 Si la analogía es una especio de la inducción o ésta es una especie de la analogía, es tema a de-cidir por vía de clasificación y de definiciones cstipularivas. Pero también es posible arriesgar la idea de que no hay mayor diferencia entre ambas y que la analogía no es más que el análisis de los motivos por los que tendemos a aceptar conclusiones inductivas.

47 Shakespeare, William, El nxercader de Verterte, acto III, escena I, en "Obras completas de William Shakespeare", tr. Luis Astrana Marín, Madrid, Aguilar. 1969, p. 66.

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muchas que sean las analogías significantes, los objetos considerados di-fieran precisamente en la analogía significada. La Divina Comedia y el De-catnerón de Boccaccio tienen varias propiedades en común: son libros escri-tos en la Edad Media por autores italianos y se hallan traducidos al castella-no. Sin embargo, sería arriesgado inferir de ello que posean el mismo con-tenido.

¿Cuáles son, pues, las razones que nos permiten confiar más en unas in-ducciones o en ciertos razonamientos analógicos más que en otros? Una, desde luego, es el número de casos observados; pero hay otras al menos tan importantes como ésa: un razonamiento analógico es tanto más plausible cuanto mayor sea el número de cualidades que integren la analogía signifi-cante, cuanto mayores sean las diferencias de los casos observados en otros aspectos, cuanto menor sea el grado de precisión que se exija a la conclusión y, en definitiva, cuanto mayor sea la atingencia de la conclusión con las pre-misas, en términos causales**.

3.7.3. Otras "inducciones"

La palabra "inducción" ha sido extendida a diversos tipos de razona-mientos o hechos psicológicos que, por una razón u otra, caen fuera del concepto que hemos delimitado para ese nombre. Examinemos algunos:

a) Inducción matemática. Se llama inducción matemática (o transfinita) al siguiente tipo de inferencia:

El número 1 posee la propiedad P . Si un número n posee la propiedad P, el número n + 1 también la posee. Conclusión: codos los números naturales poseen la propiedad P .

La inferencia parece inductiva, porque la conclusión requeriría infini-tas premisas (tantas como números), que es imposible considerar una por una. Sin embargo, puede advertirse que la segunda premisa mencionada se proyecta hacia el infinito de manera tal que todas aquellas infinitas premisas quedan implícitas en ella. Por esta razón se admite que la inducción mate-mática es una forma de razonamiento deductivo<9.

48 Acerca de este punto puede consultarse Copi. Introducción a la lógica, p. 308 313. 19 Bochenski. Los métodos actuales del pensamiento, p. 219.

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b) Inducción completa o perfecta. Aristóteles, y otros después de él, emplearon este nombre para designar un razonamiento cuyas premisas enumeran todos los miembros de la clase a la que se refiere su conclusión50.

Por ejemplo, para probar que "todos los planetas giran sobre sí mis-mos" bastaría enunciar:

Mercurio, Venus, la Tierra . . . y Plutón son planetas. Mercurio, Venus, la Tierra . . . y Plutón giran sobre sí mismos.

Pero este razonamiento contiene una premisa oculta: la que señala que Mercurio, Venus, la Tierra.. . y Plutón son todos los planetas. La inferencia, una vez explicitada esta premisa, puede expresarse así:

Mercurio. . . y Plutón son todos los planetas. Mercurio. . . y Plutón giran sobre s í mismos.

T o d o s los planetas giran sobre sí mismos.

Aquí puede observarse claramente que la conclusión deriva necesa-riamente de las premisas, ya que sólo expresa lo que en ésta se hallaba con-tenido. Se trata, pues, de una deducción.

c) Inducción intuitiva. Hay quienes llaman inducción al proceso psicológico de quien arriesga una hipótesis que sirve para subsumir datos particulares en una ley general. La crónica histórica ha perpetuado diversas anécdotas, por lo general apócrifas, como la de Arquímedes en su bañera o la de New-ton con su manzana.

Es obvio que este tipo de iluminación no es un razonamiento ni un mé-todo, ya que no sigue reglas que permitan pasar razonadamente de unas proposiciones a otras. A lo sumo, tales fenómenos podrán entenderse como hechos subsumibles a su vez en leyes sociológicas o psicológicas, pero no existe una receta para alcanzar destellos de genio como los que se atribu-yen a Arquímedes o a Newton.

3.7.4. La feliz monotonía del universo

La inducción, en su ejemplo clásico, es un procedimietito conclusivo amplificatorio: esto significa que en él la conclusión amplifica la informa-

M En este tema seguimos a Cohén y Üagc\, IhítvcImcíók a lo lógica y al inclodo científico, t. 2, pági-na 99.

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ción brindada por las premisas, dice más que lo expresado en el conjunto de éstas51. Tarde o temprano, pues, hemos de llegar a la pregunta temible: ¿cómo es posible sostener, sin enrojecer de vergüenza, que tal conclusión se funda en sus premisas, si éstas son reconocidamente insuficientes?

¿Qué derecho tenemos a extender a todos los miembros de una clase de verdad que sólo hemos comprobado para algunos de ellos? ¿Cómo podemos saber que el próximo gas cumplirá la ley de Boyle-Mariotte, o que el sol saldrá mañana, o que la próxima vez que soltemos en el aire un objeto, éste caerá?

En toda generalización que afirma que determinado fenómeno aparece-rá en el futuro, se halla implícita la confianza en que todo lo que ha ocurrido en el pasado ocurrirá igualmente en el porvenir. Detrás de toda afirmación que extienda a los casos no observados propiedades que comprobamos en los observados se esconde la creencia de que toda regularidad que adverti-mos en la parte conocida del universo vale también para la desconocida. Y como las leyes naturales se enuncian para todo tiempo y para todos los ca-sos, esta confianza aparece como respaldo de cualquier ley natural.

Pero ¿cuál es el fundamento de esa confianza? John Stuart Mili52 soste-nía que todo razonamiento inductivo lleva implícita una premisa: el llamado principio de uniformidad de la naturaleza. Este principio es el que afirma que la naturaleza se compone de casos paralelos, y que lo sucedido una vez vol-verá a suceder si las circunstancias se asemejan en grado suficiente.

El planteo parece bastante vago, ya que el tal principio no especifica cuál es el grado suficiente de semejanza que han de tener las circunstancias para que un fenómeno se repita, ni permite inferir de él proposición parti-cular alguna; pero Mili insiste en que debe sostenerse como premisa de un razonamiento deductivo. De este modo, toda inducción llevaría implícita una deducción, que le da fundamento. Por ejemplo:

Lo que ha ocurr ido en el pasado ocurr i rá en el fu turo . En e! pasado, cada vex que ocurrió A ocurrió también B.

En el futuro, cada vez que ocurra A ocurrirá también B.

Con esto no hemos hecho, en realidad, más que trasladar el problema. Las premisas de un razonamiento deductivo fundan la verdad de la conclu-sión, pero el mismo razonamiento no es capaz de demostrar la verdad de

5 1 Bochcnski, Los métodos actuales, del pensamiento, p. 220. 5 2 Mili, John Stuart, A System of iJ>gic, vol. I, p. 354.

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sus propias premisas: esta verdad sólo puede resultar de otro razonamien-to. Si queremos, pues, probar la verdad del principio de uniformidad de la naturaleza, debemos partir de alguna otra premisa más general. Pero, si la encontramos, ¿cómo probarla a su vez? Haría falta otra más general aún, y así hasta el infinito.

Y si el principio no puede demostrarse deductivamente, menos aún podrá resultar de una inducción, ya que toda inducción se funda precisa-mente en el principio que buscamos demostrar.

Abandonada, pues, la idea de una demostración, cabe preguntarse si aquella confianza en la uniformidad tendrá, por lo menos, alguna justifica-ción*

Ya Hume había dicho que el razonamiento inductivo está destinado al fracaso si no puede establecerse previamente que la naturaleza es unifor-me. Sobre esta base puede trazarse una justificación pragmática.

En efecto, si la naturaleza es uniforme la inducción puede funcionar. En cambio, si la naturaleza no fuera uniforme la inducción no daría resulta-do, ya que no habría ninguna regularidad que la fundara54. De aquí se in-fiere que, para quien desea encontrar uniformidades, el método inductivo será un camino para hallarlas, si es que existen. No podemos, del mismo modo, asegurar que en un río turbio hay peces hasta que tiramos nuestro anzuelo. Pero si no lo tiramos, nunca pescaremos nada.

Quien utiliza el método inductivo, por lo tanto, confía en que haya regu-laridades en la nacuraleza, aunque no pueda probarlo; y su confianza se ve-rá recompensada si consigue descubrir alguna; pero no podrá asegurar que siguen existiendo otras regularidades.

En este tipo de justificación, la verdad del principio de uniformidad de la naturaleza no se prueba ni se refuta. La conveniencia del uso de la induc-ción no depende de la admisión o del rechazo de dicho principio.

5 3 Ilospcrs muestra con agudeza la controversia entre quieres ensayan una justificación y quienes creen que ésta es imposible (cír. Hospers, John. Introducción ai análisis filosófico, Madrid. Alianza, 1967. p. 318 y siguientes).

M Reichenbach, H., Expeliente and Prediction, Chicago, The University oí Chicago Press. 1938, y The Theoiy of Probabilify, Berkeley, University oí California Press, 1949, citados por Salmón, Wesley, /.a justificación pragmática de la inducción, en Swinbume, Richard, comp., "I-a justificación del razonamiento inductivo", Madrid, Alianza, 1976, p. 105.

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3.7.5. ¿Ars xnveniendi?

La inducción fue propuesta como un método para obtener proposi-ciones generales verdaderas. Así fue concebido por Francis Bacon (1561-1626), el primero que lo sistematizó, y tal idea se repitió en los textos de metodología aparecidos posteriormente. El método era visto como un arte de invención, un camino seguro para llegar a producir verdades científicas.

Si nos atendemos a la exposición clásica del método inductivo, tal co-mo la hemos examinado en el párrafo 3.7, parecería que la tarea del cientí-fico es meramente mecánica: ella registra experiencias y luego llega a una conclusión general. Pero en la realidad no existe tal procedimiento mecáni-co de inducción: de lo contrario, como afirma atinadamente Ilempel, el tan estudiado problema del origen del cáncer difícilmente se hallaría hoy sin re-solver55.

Como ya dijimos al tratar acerca de la "inducción intuitiva", no hay reglas de inducción aplicables que permitan inferir mecánicamente teorías o hipótesis científicas sobre la base de enunciados empíricos: en este punto siempre prevalece la inventiva individual, el toque del genio5*. Las hipóte-sis científicas no se derivan de los hechos observados: se inventan para dar cuenta de ellos57.

Ya hemos recordado antes las apócrifas anécdotas de Newton y de Ar-químedes. A ellas pueden agregarse otras reales: el descubrimiento acci-dental de la penicilina por Fleming o el del famoso anillo del benceno, de-sarrollado en 1865 por el químico Kekulé a partir de un sueño en el que aparecería una serpiente mordiéndose la cola58.

Es obvio, sin embargo, que en el tipo de hipótesis a descubrir influyen decisivamente las circunstancias psicológicas individuales y sociales. Por muchas manzanas que hubieran caído sobre la cabeza a un hombre de Cro-Magnon, difícilmente habría éste imaginado la ley de gravedad. Y la mayor parte de los mortales, puestos en la situación de Fleming, habrían optado por tirar a la basura, con una mueca de disgusto, los cultivos enmohecidos!

Las hipótesis científicas no se proponen en el vacío, tal como veremos

Heir.pel, Cari, Filoso fia de la ciencia natural, p. 31. 5 6 Por otra parte, tampoco el razonamiento deductiw procede mecánicamente. Las reglas de infe-

rencia deductivas no son reglas de descubrimiento, sino de justificación. Es preciso percibir el proble-ma, imaginar el teorema que lo resuelve e inventar la demostración que lo verifique. Sólo entonces las reglas de la deducción nos permiten controlar la corrección de esta demostración.

57 Ilempel, Cari, Filosofía de la ciencia natural, p. 33. 58 Cír. Hempel, Cari, Filosofía de la ciencia natura!, p. 34.

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más adelante (3.9.2. y ss.); pero la imaginación no puede sujetarse a reglas metodológicas.

3.8. El método hipotético deductivo y la tarea del científico empírico

Si es cierto ^jue las hipótesis científicas se inventan, ¿qué garantía tendremos de su verdad? Se supone que la ciencia empírica ha de fundarse en la experiencia, pero —como ya sabemos— una proposición universal no puede ser directamente verificada. ¿Cómo actúa entonces el investigador?

Karl Popper, sistematizador de lo que luego se conocería como método hipotético-deductivo, afirmaba ya en 1934 que había que dejar de lado el ra-zonamiento inductivo, que se consideraba tradicionalmente la forma de lle-gar al conocimiento en ciencias naturales, y reemplazarlo por otro que centrara su atención en los procedimientos de justificación de enunciados59. Y esta crítica tenía su miga, ya que, bien mirada, la actividad del científico moderno es más compleja que la mera aplicación del método inductivo o deductivo. Tratemos, pues, de examinar esquemáticamente el modo en que se desarrolla esta actividad60.

Supondremos a un científico (tal vez el mismo interesado en la ley de Boyle-Mariotte) con ánimo de realizar una investigación. Este ánimo no ha nacido en él por casualidad, sino a partir de la percepción o planteo de un problema, paso que admite las más variadas formulaciones y está rodeado de circunstancias muy complejas. A menudo, el problema surge con moti-vo de la reunión de ciertos datos observacionales que suscitan en el investi-gador alguna perplejidad.

Establecido el problema (o, mejor dicho, mientras se lo establece), nuestro científico va ensayando una respuesta provisional. En esto consiste elaborar una hipótesis. ¿Cómo llegar a tal hipótesis? No hay reglas para ello, como ya hemos visto: la hipótesis preliminar puede nacer de ciertas infe-rencias inductivas a partir de regularidades apreciadas sobre datos empíri-cos o bien de un ejercicio de la imaginación.

Pero esta hipótesis no está destinada a funcionar sola-en el cuerpo de la ciencia: debe ser compatible con las demás leyes, hipótesis y teorías referi-das al mismo campo. Un primer análisis, pues, consiste en la comparación de la hipótesis preliminar con el resto de las proposiciones aceptadas.

5 5 Popper, La lógica rf<? la investigación científica, p. 35.

6 0 Se trata, naturalmente, de una simplificación lindante con la caricatura, ya que excedería los fir.es de este párrafo un análisis más completo y profundo.

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Llega entonces el momento crucial: hay que averiguar si la hipótesis es verdadera. ¿Cómo hacer?

Imaginemos por un momento que la hipótesis a contrastar es precisa-mente la ley de Boyle-Mariotte, nuestra vieja conocida. El científico puede someter a experimentos diversas muestras de gas; pero cada uno de esos experimentos le proporcionará un dato particular, y él busca justificar una proposición general. Para proyectar las pruebas a realizar, pues, no em-pieza por una inducción sino por una deducción. En efecto, razona de este modo:

En todos los gases, a t empera tura constante el producto de la presión por el volu-men es constante .

Ésta es una mues t ra de gas.

En esta muest ra de gas, a t empera tura constante el p roducto de la presión por el volumen ha de ser constante.

De la hipótesis general, que ignora aún si es verdadera o falsa, ha dedu-cido una consecuencia particular. Pero esta proposición particular sí puede contrastarse con la experiencia: bastará para ello someterla a distintas tem-peraturas y medir su presión.

Con el experimento no habrá verificado la hipótesis, pero sí una de sus consecuencias. Si es posible —en el ejemplo propuesto, a través de otros experimentos— probar un gran número de estas consecuencias, nuestro científico estará en condiciones de asegurar que su hipótesis tiene un fuerte grado de cojifinnación. ¿Cuán convincente resultará esa confirmación? Esto dependerá de las condiciones que hemos ejemplificado en 3.7.2. La ciencia empírica no puede ir más lejos: llamamos leyes naturales a las hipótesis científicas suficientemente confirmadas61.

Pero las cosas son distintas si el enunciado observacional resulta falso. En tal caso estaremos seguros de que en la hipótesis que estamos contras-tando (o en la constelación de hipótesis que la acompaña) hay alguna premi-sa falsa: en efecto, si las premisas eran verdaderas, un razonamiento de-ductivo debía proporcionar un enunciado observacional verdadero; como éste ha resultado falso, habrá que revisar los puntos de partida. La hipóte-sis habrá quedado con ello refutada, al menos en su actual formulación.

En el esquema expuesto es posible advertir que la tarea del científico

6 1 Palabras tales como "ley", "hipótesis" o "teoría" no son utilizadas uniformemente, y en el lenguaje de las ciencias se confunden a menudo. No vale la pena, pues, proponer de ellas definiciones más rigurosas que no podrían fundarse sino en estipulaciones.

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empírico no aplica ninguno de los métodos clásicos en estado puro62. La ciencia combina diversos métodos para cumplir su tarea de aproximarse al mundo real. Sus resultados son falibles, provisionales, modificables y des-car tabas en cualquier momento, pero son los mejores que hasta ahora han podido conseguirse. ¿Es bastante?

3.9. Evolución de los paradigmas e historia de la ciencia

Hemos examinado hasta ahora el concepto de ciencia, la clasificación de las ciencias (una de ellas, al menos) y, en fugaz panorama, los métodos científicos. Concepto, clasificación y métodos actuales, aunque en parte abonados por una tradición más o menos prolongada. Pero la ciencia no ha sido siempre lo que hoy es, y probablemente cambiará en el porvenir. La historia de la ciencia es un muestrario de actitudes f rente al mundo, de mé-todos cambiantes y de diferentes concepciones del conocimiento científico. Si sólo conociéramos las bases de nuestra ciencia de hoy quedaríamos des-conectados del pasado y, tal vez, también del futuro. Conviene, pues, que sepamos cuál es nuestro lugar en la corriente de la ciencia, cuáles fueron los cambios y conflictos que nos han traído hasta donde estamos y, por vía de extrapolación inductiva, qué cambios y conflictos podemos imaginar o es-perar en el porvenir. A eso vamos.

3.9.1. Todo tiempo pasado, ¿fue mejor?

En la época que nos toca vivir asistimos a una explosión de trabajos científicos que no tiene parangón en la historia de la humanidad. La ciencia se ha transformado en un enorme cuerpo de doctrinas, constituido por dis-tintas disciplinas, que se identifican en el carácter público y en el uso de ciertos métodos. En todas partes del mundo, aun en los países periféricos o menos desarrollados, pululan los científicos profesionales. Ellos agregan continuamente teorías al conjunto de proposiciones que forman la ciencia, o demuelen las que hasta el momento se aceptaban. En todo el mundo hay institutos públicos y privados dedicados únicamente a la producción de ciencia y a la realización de experiencias relacionadas con teorías científi-

42 Para una visión más completa de este lema, objeto aquí de u iu ;.implif¡r.iclón despiadada, pueden consultarse Popper. La lógica de la investigación cienll/ica, o Klimovsky, < ii rgori<». fCstrvclura y valida de las leerías científicas, en Ziziensky, D., comp., "Métodos de i rm- tina i>'>ii rr. p n <»! y psi-copatologia", Bs. As., Nueva Visión, 1971.

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cas. La ciencia ha llegado, hoy más que nunca, a desempeñar un papel pro-tagonice en la sociedad.

Claro está que la gente en general es ajena al ideal del "saber por el sa-ber mismo", propio del científico puro. El papel central que se atribuye a la ciencia depende hoy de sus aplicaciones prácticas; es decir, de la tecnolo-gía. Y el entusiasmo que despierta esta tecnología es variable: entre sus efectos se cuentan desde la prolongación del promedio de vida del ser hu-mano hasta la terrible posibilidad de eliminar a la especie entera por medio de un holocausto nuclear.

Sea como fuere, el caso es que la ciencia se halla tan imbricada en los fenómenos del siglo XX que hasta se la usa para delimitar épocas históricas (hay quienes hablan de la era atómica, o de la era tecnotrónica). Con ello, el papel del científico en la sociedad ha cambiado fundamentalmente. Su acti-vidad no sólo proporciona placeres intelectuales, sino que concede presti-gio social y, en algunos lugares de la tierra, hasta es rentable. Esto hace que la cantidad de individuos dedicados a la ciencia se multiplique en forma explosiva, hasta tal punto que —se calcula— más del noventa por ciento de todos los científicos que ha dado la humanidad se hallan hoy vivos63.

Pero, aunque a veces nos cueste imaginarlo, la organización social de la humanidad era muy diferente en otras épocas respecto de este mismo te-ma. Por ejemplo, hasta fines del siglo XVII110 hulx> ninguna comunidad en que las nueve décimas partes de la población no se dedicara a la agricultu-ra61. En ese contexto, la porción de individuos ocupados en la tarea científi-ca era necesariamente ínfima, en especial si tenemos en cuenta que aquel décimo restante abarcaba a gobernantes, guerreros, sacerdotes, comer-ciantes y personas dedicadas a otras actividades que el lector sabrá ejemplificar.

Por lo demás, la forma de producir conocimientos científicos, así como la idea misma de ciencia, han variado enormemente en las distintas épocas y sociedades. La ciencia se basa sin duda en la curiosidad, en el deseo de comprender el funcionamiento del mundo65, pero esta curiosidad no ha sido satisfecha siempre de la misma manera.

6 3 Cír. Míller, James Gricr. LivittgSystems, New York. MrGraw Hill. 1978. p. 5. 64 Whitc, Lynn, Tecnología y (ambio social, en Nisbet, Kobcrt; Kuhn. Tliomas y otros. "Cambio

social". Madrid. Alianza. 1979, p. 102. 6 5 "La curiosidad, uno de los rasgos humanos más profundos... fue quizás en el pasado el resorte

principal del conocimiento científico, como lo es aun hoy en día. La necesidad fue llamada madre de los inventos, de la tecnología, pero la curiosidad fue la madre de la ciencia" (Sartofi, George. Historia de la ciencia, Bs. As., Eudeba, 1970,1.1, p. 21).

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