Los 60 años del inventor del tenis

Guillermo Vilas se casó de grande, tiene tres hijas y sigue vinculado al deporte que él mismo lanzó a la fama en el Río de la Plata.

A los efectos legales, por lo menos en el Reino Unido, el inventor del tenis fue un militar llamado Walter Clopton Wingfield, que en 1873 patentó un entretenimiento de jardín

con dos raquetas, una pelota y una red al que bautizó con el nombre de sphairistiké, del griego "jugando con bola", marca que nadie pudo memorizar después. La realidad dice que un deporte igualito a ese se practicaba en China 2.000 años antes y otro muy parecido en la Francia del siglo XVIII, por lo cual Wingfield simplemente quiso aprovecharlo comercialmente.

Pero, a los efectos prácticos, en el Río de la Plata el inventor del tenis fue un muchacho argentino de pelo largo, Guillermo Vilas. Antes, se podía ver en algunos clubes a hombres y mujeres vestidos indefectiblemente con ropa deportiva blanca jugando a algo a lo que el gran público no le prestaba atención. Incluso quien pasaba con

una raqueta en la mano junto a un grupo de jóvenes futboleros corría el riesgo de ser señalado como "maricón".

El momento preciso en que el tenis dejó de ser mal visto y se convirtió en moda fue 1974. Ese año Vilas comenzó a obtener triunfos en canchas de Europa y Estados Unidos, lo cual obligó a los medios a dar más espacio a la información sobre esa actividad. Muchos comenzaron a practicarlo en Argentina y lo descubrieron intenso, exigente y entretenido. Así nació un boom, que pronto llegó a Uruguay y al resto de América Latina. Y demostró que no era moda, sino un deporte con un público amplio y conocedor.

Vilas sigue siendo un hombre de pelo largo vinculado al tenis, aunque el viernes 17 cumplió 60 años. Quienes lo vieron jugar dirán: "¿Ya sesenta?" Es que nadie olvida aquellos grandes duelos con el sueco Björn Borg, el estadounidense Jimmy Connors o el español Manuel Orantes, aunque hayan sido mucho antes de la llegada de la televisión por cable y sus noticias se hayan difundido apenas por El Gráfico y otras revistas argentinas.

MARPLATENSE. Guillermo Vilas nació en Buenos Aires el 17 de agosto de 1952, pero su familia estaba radicada en Mar del Plata, por lo cual a los dos días de vida viajó a su casa en La Feliz. Y por eso siempre fue conocido como "el marplatense". Mucho menos difundido es

su segundo nombre, Apolinario, curiosamente nunca mencionado por los periodistas deportivos de su tierra, tan proclives a llamar a las figuras con toda la cédula de identidad (Diego-Armando-Maradona, Gabriel-Omar-Batistuta, Ubaldo-Matildo-Fillol o, en tiempos más antiguos, Francisco-Pedro-Manuel-Sa).

Comenzó a jugar en el club Náutico de Mar del Plata. Su fama pronto trascendió a Buenos Aires, luego a toda Argentina y a principios de los `70 se fue a conquistar Europa. Volvió a su país como un ídolo: no solamente por los triunfos, sino por su colorida personalidad. Aficionado a la música, se hizo amigo de rockeros argentinos y extranjeros. Especialmente cercano a Luis Alberto

Spinetta, dicen que movió sus influencias para facilitarle el acceso al mercado de Estados Unidos. También escribió canciones, poemas y guiones de cine, generalmente con más entusiasmo que calidad, pero ése es otro asunto. Hasta llegó a participar en un concierto de Los Fabulosos Cadillacs en Punta Ballena.

En realidad, siempre hizo lo que le gustó, al punto que una vez -no quedó claro si en serio o en broma- ofreció sus servicios a una cadena de televisión deportiva para comentar boxeo, otro deporte que lo apasiona.

En los courts, en cambio, lo suyo no fue fruto del genio sino del esfuerzo. Horas y horas dedicadas a mejorar su técnica que se

verificaban a simple vista: como zurdo, la musculatura de su brazo izquierdo se había vuelto notoriamente más gruesa que la del derecho. Fue uno de los responsables de que el tenis dejara de ser una amable diversión entre dos caballeros, en la cual los tiros demasiado esquinados eran vistos casi como algo desleal, para convertirse en un duelo duro, de raquetazos profundos y con efectos.

El pelo largo y la vincha, que se convirtieron en sus distintivos, los copió del ídolo de su juventud, Thomas Koch, un jugador brasileño del tiempo en que el tenis no salía de un círculo bastante chico de aficionados.

A principios de la década de 1980 le apareció un rival en Argentina: José Luis Clerc, a quien

le decían Batata. Juntos hicieron un equipo poderoso en la Copa Davis, pero al mismo tiempo mantuvieron batallas de celos que complicaron su convivencia en las canchas.

HOMBRE DE NEGRO. Vilas se retiró de las competencias ya veterano, en 1989, aunque tuvo un fugaz retorno para disputar algunos torneos menores en 1992. Se encontró de pronto ante otra vida, luego de más de veinte años de raquetas, torneos y viajes. Por ejemplo, debió decidir cómo vestirse. "Estuve diez horas frente al placard y no sabía qué ponerme, todo me resultaba ridículo o no hacían juego los colores, así que fui y me compré todo negro", contó una vez en el programa de televisión de Alejandro Fantino.

De cualquier manera, no abandonó del todo el tenis, porque dictó clínicas, tiene dos clubes (uno en Buenos Aires y otro en Palma de Mallorca) y siguió asesorando a empresas fabricantes de raquetas. En cambio, nunca lo llamaron para ser capitán del equipo argentino de la Copa Davis, supuestamente por sus actitudes críticas hacia los dirigentes.

Algunos lo acusan de soberbio. Uno de los ejemplos es que había abierto un museo en su propio honor en Mar del Plata, aunque en realidad se trataba de un emprendimiento privado, al cual él cobraba un canon por prestar ropa, raquetas y trofeos de su carrera. "Los argentinos somos macanudos mientras nos va mal. Pero no bien levantamos cabeza,

nos transformamos en insoportables", afirmó.

Viejo lobo de mar, tuvo amores en cada puerto, pero no le duraron. "La soledad te da independencia", explicaba. El más famoso fue el romance de algunos días con la princesa Carolina de Mónaco, recién separada de su primer marido, Philippe Junot. Cuando su destino parecía ser el del solterón, a los 47 años se fue de viaje por el mundo. Y en Tailandia conoció a una muchacha de 17, Phiangphathu Khumueang.

"La primera vez que nos vimos me dijo que yo era una buena persona, y me desarmó. Porque toda mi vida quise ser una buena persona", explicó Vilas a la revista argentina

Gente. Se casaron en 2005, viven en Buenos Aires, y tuvieron tres hijas a las que bautizaron con nombres exóticos: Andanin, Lalindao e Intila. Él dice que Andanin, de nueve años, juega muy bien y será competidora profesional. ¿El último legado de Vilas al tenis?

SUS TÍTULOS: SÓLO LE FALTÓ WIMBLEDON

Guillermo Vilas ganó 62 torneos de la ATP en una carrera profesional que abarcó 20 años, entre 1969 y 1989. Cuatro de esas victorias fueron en certámenes del Gran Slam: Roland Garros y el U.S. Open de 1977, cuando todavía se jugaba en Forest Hills, más el Abierto de Australia en 1978 y 1979. También conquistó el Masters de 1974.

En total ganó 923 partidos como profesional.

Su mejor temporada fue la de 1977, en la cual logró 46 triunfos consecutivos (53 sobre canchas lentas), una marca que se mantuvo durante décadas, pese a lo cual no alcanzó el número uno del mundo debido al particular sistema de puntuación que se utilizaba entonces. Esa temporada venció en 16 de los 31 certámenes que disputó. La racha terminó ante el rumano Illie Nastase, que en ese partido utilizó una raqueta de doble encordado, luego prohibida. Formado en las canchas lentas de polvo de ladrillo como casi todos los tenistas sudamericanos de su tiempo, luego aprendió a manejarse sobre otras superficies. Solamente no pudo conquistar el césped de Wimbledon, donde

alcanzó los cuartos de final en dos oportunidades. También fue finalista de la Copa Davis en 1981.

Es considerado el mejor tenista de la historia en Argentina y uno de los seis grandes del deporte de su país, junto al futbolista Diego Maradona, el piloto Juan Manuel Fangio, el golfista Roberto De Vicenzo, el boxeador Carlos Monzón y el basquetbolista Emanuel Ginóbili.

Fuente: Luis Prat

“El País”