Habermas, Jürgen - Ensayos Políticos

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  • 7/30/2019 Habermas, Jrgen - Ensayos Polticos

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    Habermas, Jrgen. Ensayos polticos. Barcelona. Ediciones Pennsula, 1988. pp.

    113-134

    La crisis del Estado de bienestar y el agotamiento de las energas utpicas

    I

    Desde fines del siglo XVIII viene constituyndose en la cultura occidental una nuevaconciencia de la poca1. Si bien en el occidente cristiano la nueva era se refiere a lafutura edad del mundo, la que comenzar con el ltimo da, para nosotros, la nuevapoca designa el perodo propio, el contemporneo. El presente se concibe como unatransicin hacia lo nuevo y vive en la conciencia de la aceleracin de los acontecimientoshistricos y en la esperanza de que el futuro ser distinto. El nuevo comienzo de poca,que marca la ruptura del mundo moderno con el mundo de la Edad Media cristiana y de

    la Antigedad, se repite en cada momento presente que da a luz algo nuevo. El presenteeterniza la ruptura con el pasado como una renovacin continuada. El horizonte abierto alfuturo de esperanzas referidas al presente tambin dirige su accin hacia el pasado. Desdefines del siglo se concibe la historia como un proceso que afecta a la totalidad del mundoy que plantea problemas. En tal proceso, el tiempo es un recurso escaso para la resolucinfutura de problemas que nos deja en herencia el pasado. Los tiempos pretritosejemplares a los que pueda dirigir el presente la mirada sin reservas han desaparecido. LaModernidad ya no puede pedir prestadas a otras pocas las pautas por las que ha deorientarse. La Modernidad depende exclusivamente de s misma y tiene que extraer de smisma sus elementos normativos. El presente autntico es, desde hoy, el lugar dondetropiezan la continuidad de la tradicin y la innovacin.

    La desvalorizacin del pasado ejemplar y la necesidad de extraer principiosnormativos adecuados a partir de las experiencias y formas vitales modernas propiasexplica la estructura cambiada del espritu de la poca. El espritu de la poca seconvierte en el medio en el que, de ahora en adelante, se mueven el pensamiento y eldebate polticos. El espritu de la poca recibe impulsos de dos movimientos intelectualescontrarios, interdependientes e interrelacionados: el espritu de la poca prende con lachispa del choque entre el pensamiento histrico y el utpico 2. A primera vista ambasformas de pensamiento se excluyen mutuamente. El pensamiento histrico, nutrido por laexperiencia, parece estar llamado a criticar los proyectos utpicos; el exuberantepensamiento utpico parece tener la funcin de exponer alternativas de accin yposibilidades de juego que trasciendan a las continuidades histricas. De hecho, laconciencia contempornea de la poca ha abierto un horizonte en que se mezcla elpensamiento utpico con el histrico. Esta peregrinacin de las energas utpicas hacia laconciencia histrica caracteriza en todo caso el espritu de la poca que, a su vez,imprime sus rasgos a la opinin pblica de los pueblos modernos desde los das de la

    1 Sigo aqu las extraordinarias investigaciones de R. KOSELLECK, Vergangene Zukunft, Frankfurt/m,1979.

    2 Para lo que sigue, vid. J. RSEN, Utopie und Geschichte, enW. Vosskamp (com.), Utopieforschung, Stuttgart, 1982, tomo I, pgs. 356 1 y sigs.

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    Revolucin Francesa. El pensamiento poltico impregnado de la actualidad del espritu dela poca y que trata de resistir la presin de un presente cargado de problemas, estpenetrado de energas utpicas; pero, al mismo tiempo, es conveniente que este exceso deesperanzas se someta al contrapeso conservador de las experiencias histricas.

    Desde comienzos del siglo XIX, la utopa es un concepto de lucha poltica que todos

    usan contra todos. En primer lugar, se emplea el reproche contra el pensamiento ilustradoabstracto y sus herederos liberales; luego, por supuesto, contra socialistas y comunistas ytambin contra los ultras conservadores: contra los primeros porque conjuran un futuroabstracto, contra los segundos porque conjuran un pasado tambin abstracto. Como todosestn infectados de pensa miento utpico, nadie quiere ser un utpico 3. La Utopa, deThomas Moro, la Ciudad del Sol, de Campanella, la Nueva Atlntida, de Bacon, todasestas utopas espaciales del Renacimiento tambin podran llamarse novelas estatales,porque sus autores jams dejaron duda alguna acerca del carcter ficticio de los relatos.Retrotrajeron concepciones paradisiacas a mbitos histricos y a antimundos terrenos ytransformaron esperanzas escatolgicas en posibilidades vitales profanas. Las utopasclsicas de una vida mejor y sin peligros se presentaban, como observa Fourier, como un

    sueo del bien sin medios para llevarlo a cabo y sin mtodo. A pesar de su referenciacrtica al presente, las utopas no comunicaban con la historia. La situacin cambiacuando Mercier, un discpulo, de Rousseau, con su novela del futuro sobre el Pars delao 2440, proyecta aquellas islas de la felicidad de regiones remotas en un futuro alejadoy, con ello, refiere las esperanzas escatolgicas sobre el restablecimiento futuro delparaso al eje mundano interno de un progreso histrico4. Sin embargo, en cuanto lautopa y la historia se tocan de este modo, se transforma la imagen clsica de la utopa yla novela estatal pierde sus caracteres novelescos. Quien sea ms sensible ante lasenergas utpicas del espritu de la poca, contribuir con el mayor empeo a conseguiruna mezcla del pensamiento histrico con el utpico. Robert Owen y Saint-Simon,Fourier y Proudhon rechazan decididamente el utopismo y Marx y Engels les acusan desocialistas utpicos. Solamente Ernst Bloch y Karl Mannheim en nuestro siglo hanconseguido limpiar la expresin utopa de la connotacin de utopismo y la hanrehabilitado como un medio verdadero de proponer posibilidades alternativas de vida queincluso deben incluirse en el proceso histrico. En la conciencia histrica polticamenteactiva hay implcita una perspectiva utpica.

    As, al menos, pareca suceder hasta ayer. Hoy parece como si se hubieran consumidolas energas utpicas, como si se hubiesen retirado del pensamiento histrico. Elhorizonte del futuro se ha empequeecido y el espritu de la poca, como la poltica, hacambiado fundamentalmente. El futuro est teido de pesimismo; en los umbrales delsiglo XXI se dibuja el panorama temible del peligro planetario de aniquilacin de losintereses vitales generales: la espiral de la carrera de armamentos, la difusinincontrolada de armas atmicas, el empobrecimiento estructural de los pases

    3 L. HLSCHER, Der Begriff der Utopie als historische Kategorie, en VOSSKAMP, cit., tomo I, pgs.402 y sigs.

    4 R. KOSELLECK, Die Verzeitlichung der Utopie, en Vosskamp, cit., tomo 3, pgs. 1 y sigs. R.TROUSSON, Utopie, Geschichte, Fortschritt, en Vosskamp, cit., tomo 3, pgs. 15y sigs.

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    subdesarrollados, el paro y las desigualdades sociales crecientes en los pasesdesarrollados, los problemas de la contaminacin del medio ambiente y unas altastecnologas que operan al borde continuo de la catstrofe son los que marcan la pautaque, a travs de los medios de comunicacin, llegan a la conciencia del pblico. Lasrespuestas de los intelectuales reflejan la misma perplejidad que las de los polticos. No

    se debe solamente a un realismo creciente el hecho de que una perplejidad aceptada convalor cada vez sustituya ms a los intentos de orientacin hacia el futuro. La situacinpuede llegar a ser impenetrable objetivamente. La impenetrabilidad es, por lo dems,tambin una funcin de la disposicin a la accin que se da en una sociedad. De lo que setrata aqu es de la confianza que la cultura occidental tiene en s misma.

    II

    Por supuesto, hay buenas razones para explicar el agotamiento de las energasutpicas. Las utopas clsicas pintaron las condiciones para una vida digna y para unafelicidad organizada socialmente. Las utopas sociales, mezcladas con el pensamiento

    histrico, que toman parte en las controversias polticas desde el siglo XIX, despiertanexpectativas ms realistas. Presentan la ciencia, la tcnica y la planificacin como losinstrumentos prometedores e infalibles de un dominio racional sobre la naturaleza y lasociedad. Esta es, precisamente, la esperanza que ha quedado hecha aicos ante pruebasirrefutables. La energa nuclear, la tecnologa de los armamentos y la penetracin en elespacio, la investigacin gentica y la manipulacin biotcnica en el comportamientohumano, la elaboracin de la informacin, la acumulacin de datos y los nuevos mediosde comunicacin son, como bien se sabe, tcnicas con consecuencias ambiguas. Y cuantoms complejos sean los sistemas que es preciso orientar, mayor ser la verosimilitud deconsecuencias secundarias disfuncionales. Todos los das nos enteramos de que lasfuerzas productivas se convierten en fuerzas destructivas y de que las capacidades deplanificacin se transforman en potencialidades de trastorno. Por ello no resulta extraoque ganen influencia aquellas teoras que tratan de demostrar que las mismas fuerzas quehan aumentado nuestro poder, ; del que la Modernidad en su da extrajo su conciencia ysus esperanzas utpicas, de hecho permiten que la autonoma se convierta endependencia, la emancipacin en opresin, la racionalidad en irracionalismo. De la crticade Heidegger a la subjetividad de la Edad Moderna, Derrida extrae la conclusin de quesolamente podemos evitar el molino del logocentrismo occidental mediante unaprovocacin sin objetivo. En lugar de tratar de dominar las contingencias ms evidentesen el mundo, haramos mejor entregndonos a las contingencias secretas y ocultas deldescubrimiento del mundo. Foucault radicaliza la crtica de Horkheimer y Adorno a larazn instrumental, hasta convertirla en una teora del eterno retorno del poder. Sumensaje de un ciclo del poder siempre igual, de una formacin de discursos siempreigual, tiene que extinguir la ltima chispa de la utopa y de la confianza de la culturaoccidental en s misma.

    Entre los medios intelectuales cunde la sospecha de que el agotamiento de las energasutpicas no supone una pasajera situacin espiritual de pesimismo cultural, sino que tieneun alcance ms profundo. Podra ser manifestacin de un cambio en la modernaconciencia de la poca. Quiz est disolvindose de nuevo aquella amalgama entre elpensamiento histrico y el utpico; quiz estn transformndose la estructura del espritu

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    de la poca y la situacin compleja de la poltica. Quiz la conciencia de la historia estperdiendo sus energas utpicas: al igual que a fines del siglo se transformaron lasesperanzas en el paraso dando una dimensin temporal en el ms ac a las utopas quiz,hoy, doscientos aos ms tarde, estn perdiendo su carcter secular las esperanzasutpicas para adquirir de nuevo una configuracin religiosa.

    Considero que esta tesis de la aparicin de la posmodernidad carece de fundamento.La estructura del espritu de la poca no ha cambiado, como tampoco lo ha hecho laforma de la polmica sobre posibilidades vitales futuras y la conciencia histrica no estperdiendo las energas utpicas en modo alguno. Antes bien, lo que ha llegado a su fin hasido una utopa concreta, la que cristaliz en el pasado en torno al potencial de lasociedad del trabajo.

    Los clsicos de la teora social, desde Marx a Max Weber, coincidan en que laestructura de la sociedad burguesa se caracteriza por el trabajo abstracto, esto es, por untipo de trabajo industrial orientado por las leyes del mercado, sometido a las leyes delvalor del capital y organizado segn criterios empresariales. Como este tipo de trabajoabstracto result tener una fuerza tan considerable, capaz de penetrar en todas las esferas,

    tambin las esperanzas utpicas se dirigieron hacia la esfera de la produccin, esto es, ala idea de una emancipacin del trabajo frente a la determinacin ajena. Las utopas delos socialistas primitivos se concentraban en la imagen del falansterio, una forma deorganizacin de la sociedad del trabajo compuesta por productores libres e iguales. Deuna produccin correctamente organizada tena que surgir la forma de vida comunitariade trabajadores libres asociados. La idea de la autogestin obrera todava inspir almovimiento de protesta de fines de los aos sesenta5. A pesar de todas sus crticas a lossocialistas primitivos, en la primera parte de la Ideologa Alemana Marx propugnaba lamisma utopa de la sociedad del trabajo: Ha llegado el momento en que las personastienen que apropiarse de la totalidad de las fuerzas productivas, a fin de llegar a unasituacin de trabajo autnomo... La apropiacin de estas fuerzas no es otra cosa que eldesarrollo de las capacidades individuales, que se corresponden con los instrumentosmateriales de produccin. Solamente en esta situacin coincide el trabajo autnomo conla vida material, lo que se corresponde con la conversin de la persona en unapersonalidad plena y con la destruccin de toda dependencia de la naturaleza.

    La utopa de la sociedad del trabajo ya no tiene poder de conviccin y no slo porquelas fuerzas productivas hayan perdido su inocencia o porque la abolicin de la propiedadprivada de los medios de produccin por s sola no desemboque en la autogestin obrera.Sobre todo, la utopa ha perdido su punto de contacto con la realidad: la fuerza del trabajoabstracto, capaz de construir estructuras y de transformar la sociedad. Claus Offe haenunciado de modo convincente unos puntos de referencia para el carcter cada vezmenos objetivo de la fuerza determinante de realidades como el trabajo, la produccin, elmercado, en su relacin con la constitucin social y el desarrollo de la sociedad en suconjunto6.

    Quien hojee alguno de los pocos escritos que todava hoy mantienen alguna referencia

    5 Desde esa perspectiva ha presentado recientemente Oskar Negt un estudio notable: Lebendige Arbeit,enteignete Zeit, Frankfurt/m, 1984.

    6 C.OFFS, Arbeit als soziologische Schlsselkategorie, en ibid., Arbeits gesellschaft-Strukturproblemeund Zukunftsperspektiven, Frankfurt/m, 1984, pg. 20.

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    utpica en su ttulo me refiero al libro de Andr Gorz, Caminos al parasoencontrar que se confirma este diagnstico. Gorz fundamenta su propuesta dedesvincular el trabajo del ingreso por medio de un salario mnimo garantizadorenunciando a la esperanza marxista de que el trabajo autnomo acabe coincidiendo conla vida material.

    Pero, por qu habra de ser significativa para la amplia opinin pblica ladisminucin de la fuerza de conviccin de la utopa de la sociedad del trabajo y por qutendra que ayudar a explicar un agotamiento general de los impulsos utpicos? Estautopa no solamente ha atrado a los intelectuales. Ha inspirado al movimiento obreroeuropeo y, en nuestro siglo, ha dejado su huella en los programas de tres momentos muydiferentes pero de importancia mundial. Como reaccin a las consecuencias de la PrimeraGuerra Mundial y de la crisis econmica mundial se impusieron las correspondientescorrientes polticas: el comunismo sovitico en Rusia, el corporativismo autoritario en laItalia fascista, la Alemania nazi y la Espaa falangista y el reformismo socialdemcrataen las democracias de masas del Oeste. nicamente este proyecto de Estado social seconstituy en heredero de los movimientos burgueses de emancipacin y del Estado

    democrtico constitucional. Si bien surgi de la tradicin socialdemcrata no sonsolamente gobiernos socialdemcratas los que han ido construyndolo. Despus de laSegunda Guerra Mundial todos los partidos gobernantes en los pases occidentalesganaron sus mayoras argumentando ms o menos intensamente a favor de los objetivosdel Estado social. Desde fines de los aos setenta estn hacindose evidentes los lmitesdel proyecto del Estado social sin que, hasta la fecha, sea visible una forma sustitutoriantida. Quisiera, por lo tanto, delimitar claramente mi tesis, esto es, que la nuevaimpenetrabilidad pertenece a una situacin en la que el programa del Estado social, quesigue alimentndose de la utopa de la sociedad del trabajo, ha perdido la capacidad deformular posibilidades futuras de alcanzar una vida colectiva mejor y ms segura.

    III

    El ncleo utpico, esto es, la liberacin del trabajo asalariado, haba adoptado tambinotra forma en el proyecto del Estado social. Las relaciones vitales emancipadas y dignasno tienen por qu provenir de modo inmediato de una revolucin de las relacioneslaborales, esto es, de la transformacin del trabajo heternomo en trabajo autnomo. Lareforma de las relaciones laborales tiene un lugar primordial en este proyecto7. Estasmedidas son el punto referencial necesario, no solamente para adoptar otras dehumanizacin de un trabajo que sigue estando determinado ajenamente y para establecerlas contraprestaciones que compensen por los riesgos fundamentales del trabajoasalariado (accidente, enfermedad, prdida del puesto de trabajo, desamparo en laancianidad). De aqu se sigue la consecuencia de que todos quienes estn en situacinlaboral til han de integrarse en este sistema ocupacional tan equilibrado y compensado,lo que equivale al objetivo del pleno empleo. La compensacin funciona nicamentecuando la condicin del asalariado con empleo a tiempo completo es la norma. Los

    7 Desde esta perspectiva, lo ms reciente es H. KERN y M. SCHUMANN, Das Ende der Arbeitsteilung?Munich, 1984.

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    inconvenientes que siempre aparecen en un status protegido de trabajo industrialdependiente se compensan con los derechos que se reconocen a los ciudadanos en cuantoclientes de burocracia del Estado de bienestar y con la capacidad adquisitiva que se les daen su funcin de consumidores de bienes en serie. La vlvula para la pacificacin de losantagonismos de clase sigue siendo la neutralizacin del factor conflictivo que se da

    siempre en todostatus de trabajo asalariado.Este objetivo ha de alcanzarse a travs de la legislacin del Estado social y de lacontratacin colectiva entre partes independientes. Las polticas del Estado social derivansu legitimidad del sufragio universal y tienen su base en los sindicatos autnomos y lospartidos obreros. El xito del proyecto depende del poder y de la capacidad , de accin deun aparato de Estado intervencionista. Este Estado ha de inmiscuirse en el sistemaeconmico con el objetivo de cuidar el crecimiento econmico, regular las crisis y, almismo tiempo, garantizar la competitividad de las empresas en el mercado internacionalas como los puestos de trabajo a fin de que seproduzcan excedentes que puedan luegorepartirse sin desanimar a los inversores privados. Ello pone en claro el aspectometodolgico: el compromiso del Estado social y la pacificacin del antagonismo de

    clase son el resultado de una intervencin de un poder estatal democrticamentelegitimado para regular y paliar el proceso de crecimiento natural capitalista. El aspectosustancialdel proyecto se alimenta de los restos de la utopa de la sociedad del trabajo: alnormalizarse el status de los trabajadores mediante la participacin cvica y el ejerciciode derechos sociales, la masa de la poblacin consigue la oportunidad de vivir en libertad,justicia social y bienestar creciente. Ello presupone que las intervenciones estatalespueden garantizar la coexistencia pacfica entre el capitalismo y la democracia.

    En las sociedades industriales desarrolladas de Occidente pudo realizarse por enteroesta condicin precaria, en todo caso, en el contexto favorable del perodo de la posguerray de la reconstruccin. Pero no quiero tratar del cambio de contexto de los aos setenta, ytampoco de las circunstancias, sino de las dificultades intrnsecas que surgen con el xitodel estado social8. Al respecto se plantean siempre dos cuestiones. Dispone el Estadointervencionista de poder suficiente y puede trabajar con la eficacia precisa para doblegarel sistema econmico capitalista en el sentido favorable a su programa? Y es laaplicacin del poder poltico el medio adecuado para alcanzar el fin sustancial de mejorary consolidar formas de vida ms dignas y emancipadas? As, pues, se trata, en primerlugar, de la cuestin de las fronteras de la reconciliacin entre capitalismo y democraciay, en segundo lugar, de la cuestin de las posibilidades de implantar nuevas formas devida con medios jurdico-burocrticos.

    A la primera. Desde el principio, el Estado nacional result un marc demasiadoestrecho para asegurar adecuadamente las polticas econmicas keynesianas frente alexterior, contra los imperativos del mercado mundial y la poltica de inversiones deempresas que operan a escala planetaria. Ms evidentes son, sin embargo, los lmites delpoder de intervencin del Estado en el interior. En este caso, a medida que va aplicandosus programas, el Estado social tropieza claramente con la resistencia de los inversoresprivados. Por supuesto, hay muchas causas explicativas del descenso de la rentabilidad delas empresas, la inseguridad en las oportunidades de inversin y la cada de las tasas de

    8 Para lo siguiente, cf. C. Orre, Zu einigen Widersprchen des modernen Sozialstaates, en ibid., op. cit.,pgs. 323 y sigs. J. KEANE, Public Life and Late Capitalism, Cambridge, 1984, cap. I, pgs. 10 y sigs.

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    crecimiento. Pero las condiciones de reproduccin del capital tampoco quedan indemnesfrente a los resultados de las polticas del estado social, ni de hecho, ni lo cual es msimportante en la percepcin subjetiva de los empresarios. De este modo los costescrecientes de la mano de obra y captulos anejos a ste, intensifican la tendencia ainversiones de racionalizacin que, al hilo de una segunda Revolucin Industrial,

    aumentan la productividad del trabajo en tal medida y disminuyen en tal grado lanecesidad social de tiempo de trabajo necesario que, a pesar de la tendencia secular alacortamiento de la jornada laboral, cada vez hay ms parados. Sea como sea, unasituacin en la que la falta de disposicin a la inversin, el estancamiento econmico, elaumento del paro y la crisis de los presupuestos pblicos se pueden vincular de modomuy sugestivo a la percepcin de la colectividad con los costes del Estado de bienestar,se hacen palpables los lmites estructurales dentro de los cuales se estableci y mantuvoel compromiso que dio origen al Estado social. Dado que el Estado social ha de respetarla forma de funcionamiento del sistema econmico no tiene posibilidad de influir en laesfera de inversin privada como no sea mediante medidas que sean apropiadas alsistema. Adems, tampoco tendra poder para ello, ya que el reparto de ingresos, en lo

    esencial, se limita a una distribucin horizontal dentro del grupo de los trabajadoresdependientes, mientras que no se toca la estructura patrimonial de clase ni el reparto de lapropiedad. As, el Estado social que ha conseguido sus propsitos se encuentra en unasituacin en la que se debe percibir que l mismo no es una fuente de bienestar y queno puede garantizar la seguridad en el puesto de trabajo como si fuera un derecho civil.(C. Offe.)

    En esta situacin, el Estado social corre el peligro de perder su base social. Las capasde electores con movilidad ascendente, que eran las ms beneficiadas con los resultadosdel Estado social en tiempos de crisis, pueden dar lugar a una mentalidad de proteccinde la propiedad y pueden tambin aliarse con la vieja clase media, especialmente con lascapas ms partidarias de la ideologa productivista, hasta formar un bloque defensivocontra los menos privilegiados o los grupo marginados. Este cambio de actitud de la baseelectoral amenaza sobre todo a aquellos partidos que, como el demcrata en los EstadosUnidos, el Labour Party ingls o la socialdemocracia alemana, durante deceniosconfiaron en una clientela segura al amparo del Estado social. Al propio tiempo, elcambio en las condiciones del mercado de trabajo supone un gran peso para lossindicatos; su potencial de amenaza se debilita; los sindicatos pierden afiliados ycotizaciones y se ven obligados a practicar una poltica de alianzas que se ajusta a losintereses a corto plazo de aquellos que todava tienen empleo.

    Incluso aunque el Estado social, en condiciones ms afortunadas, consiguiera retrasaro evitar los efectos secundarios de su xito, que ponen en peligro las condiciones mismasde su funcionamiento, quedara otro problema por resolver. Los partidarios del proyectodel Estado social haban mirado siempre en una direccin. En primer lugar se daba latarea de disciplinar el poder econmico descontrolado y de proteger el mundo vital de lostrabajadores dependientes de las influencias destructivas de un crecimiento econmicoplagado de crisis. El gobierno parlamentario apareca como un recurso a la vez inocente eimprescindible; era el que daba fuerza y capacidad de accin al Estado intervencionistafrente al egosmo sistemtico de la economa. Los reformistas crean sin reserva algunaque era lgico que el Estado, adems de intervenir en el ciclo econmico, intervinieratambin en el ciclo vital de sus ciudadanos; al fin y al cabo, el objetivo del programa del

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    Estado social era la reforma de las condiciones de vida de los trabajadores. En verdad, deeste modo se consigui un nivel ms alto de justicia social.

    Pero precisamente aquellos que reconocen este logro histrico del Estado social y noincurren en crticas fciles a las debilidades de ste, reconocen tambin el fracaso, que nopuede atribuirse a uno u otro inconveniente o a una realizacin a medias del proyecto

    sino que se origina en una unilateralidad especfica de ese mismo proyecto. Ambiguo estodo escepticismo frente a la naturaleza del poder, quiz imprescindible pero slopresuntamente inocente. Los programas de Estado social precisaban una gran cantidad depoder a fin de conseguir fuerza de ley, la financiacin con cargo a los presupuestospblicos y la eficacia real en el mundo vital de sus beneficiarios. De este modo se generauna red cada vez ms tupida de normas jurdicas, de burocracias estatales y paraestatalesque cubre la vida cotidiana de losclientes reales o potenciales.

    Amplios debates sobre la juridificacin y la burocratizacin en general, sobre losefectos contraproducentes de la poltica social del Estado en especial, sobre laprofesionalizacin y cientifizacin de los servicios sociales, han llamado la atencinsobre unos hechos que algo dejan en claro: los medios jurdico-administrativos de la

    ejecucin de los programas del Estado social no suponen en modo alguno un mediopasivo neutral. Antes bien, con estos programas aparece unida una praxis de hechossingulares, normalizacin y vigilancia, que Foucault ha perseguido en su fuerzacosificadora y subjetivadora hasta las ramificaciones ms remotas de la comunicacincotidiana. Las configuraciones de un mundo vital reglamentado, despedazado, controladoy tutelado son, sin duda, ms sublimes que las formas palpables de la explotacinmaterial y la miseria; pero los conflictos sociales interiorizados y transferidos al terrenode lo psquico y lo corporal no son menos destructivos. En resumen, el proyecto delEstado social padece bajo la contradiccin entre el objetivo y el mtodo. Su objetivo es elestablecimiento de formas vitales estructuradas igualitariamente que, al mismo tiempo,permitan mbitos para la autorrealizacin y espontaneidad individuales. Pero,evidentemente, este objetivo no puede alcanzarse por la va directa de una aplicacinjurdico-administrativa de programas polticos. La generacin de nuevas formas vitales esuna tarea excesiva para el medio del poder.

    IV

    Al hilo de dos problemas, he tratado de los obstculos que el propio Estado socialtriunfante se pone en su camino. No quiero decir con ello que el desarrollo del Estadosocial sea una realizacin errnea. Por el contrario: las instituciones del Estado social, aligual que las instituciones del Estado constitucional democrtico, denotan un impulso dedesarrollo del sistema poltico frente al cual no hay posibilidad sustitutoria alguna ensociedades como la nuestra, ya en relacin con las funciones que cumple el Estado social,ya en relacin con las exigencias legitimadas normativamente a las que satisface.Aquellos pases que an estn atrasados en el desarrollo del Estado social no tienen raznalguna para separarse de este camino. Precisamente la falta de opciones sustitutorias e,incluso, la irreversibilidad de unas estructuras de compromiso por las que fue necesarioluchar, son las que hoy nos sitan ante el dilema de que el capitalismo desarrollado nopueda vivir sin el Estado social y, al mismo tiempo, tampoco pueda hacerlo con l. Lasreacciones ms o menos desorientadas ante este dilema prueban que se ha agotado ya elpotencial innovador de la utopa de la sociedad del trabajo.

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    Siguiendo a C. Offe, podemos distinguir tres tipos de reacciones en pases como laRepblica Federal y los Estados Unidos9. El legitimismobasado en la sociedad industrialy el Estado socialde la socialdemocracia de derechas se encuentra hoy a la defensiva.Entiendo esta determinacin en un sentido lato, de forma que pueda aplicarse por igual,por ejemplo, a los demcratas de la corriente de Mondale en los Estados Unidos o al

    segundo gobierno de Miterrand. Los legitimistas eliminan del proyecto del Estado socialprecisamente aquel elemento componente que ste haba tomado prestado a la utopa dela sociedad del trabajo. Renuncian al objetivo de doblegar en tal medida el trabajoautnomo que el status de los ciudadanos libres e iguales, al penetrar en la esfera de laproduccin, se pueda convertir en el ncleo de cristalizacin de formas autnomas devida. Los legitimistas son hoy los autnticos conservadores, que quisieran consolidar loque ya se ha alcanzado. Esperan volver a encontrar el punto de equilibrio entre eldesarrollo del Estado social y la modernizacin por medio del mercado. Es necesarioacompasar de nuevo el balance entre las orientaciones democrticas del valor de uso yuna dinmica capitalista propia y suavizada. El programa legitimista est anclado en lanecesidad de conservar lo ya establecido. Ignora, sin embargo, el potencial de resistencia

    que se produce en la estela de la creciente erosin burocrtica de unos mundos vitalesestructurados de modo libre y comunicativo procedentes de unas interrelacionesnaturales; tampoco se toma en serio los cambios en la base social y sindical sobre la quese apoyaba hasta la fecha la poltica del Estado social. A la vista de los cambios en laestructura del electorado y el debilitamiento de la posicin sindical esta poltica corre elriesgo de perder su desesperada carrera contra el tiempo.

    En ascenso se encuentra el neoconservadurismo, que tambin se orienta en el sentidode la sociedad industrial, pero que formula una crtica decidida al Estado social. Laadministracin de Reagan y el Gobierno de Margaret Thatcher son sus representantes; elGobierno conservador de la Repblica Federal tambin ha emprendido un curso anlogo.En lo, esencial, el neoconservadurismo se caracteriza por tres componentes.

    Primero: una poltica econmica orientada hacia la oferta ha de mejorar lascondiciones de capitalizacin y poner de nuevo en marcha el proceso de acumulacin.Cuenta con una tasa de desempleo relativamente elevada, aunque formalmente slo demodo transitorio. La redistribucin de los ingresos perjudica a los grupos ms pobres depoblacin, como muestran las estadsticas en los Estados Unidos, en tanto que slo lospropietarios de grandes capitales alcanzan claras mejoras en sus ingresos. Con ello correnparalelamente algunas limitaciones de los resultados del Estado social. Segundo: loscostes de legitimacin del sistema poltico han de reducirse. La inflacin de lasexpectativas y la ingobernabilidad son trminos para una poltica que se orienta haciauna desvinculacin mayor entre la administracin y la formacin pblica de la voluntad.En este contexto se fomentan las acciones neocorporativas, esto es, una intensificacin delos potenciales no estatales de direccin de las grandes asociaciones, principalmente lasasociaciones empresariales y los sindicatos. La transferencia de competenciasparlamentarias, normativamente reguladas a partir de sistemas de negociacin quefuncionen convierte al Estado en una parte negociadora como las dems. La dejacin defunciones en las zonas grises del neocorporativismo sustrae cada vez ms materias

    9 C. Offe, Perspektiven auf die Zukuntft des Arbeitsmarktes, en ibid., op. cit.,pgs. 340 y sigs.

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    sociales a los rganos de decisin ordinarios que estn constitucionalmente obligados 10 aconsiderar por igual todos los intereses afectados en cada caso. Tercero: por ltimo, seexige que la poltica cultural opere en dos frentes. De un lado, tiene que desacreditar a losintelectuales, en cuanto que capa obsesionada con el poder e improductiva, portadora delmodernismo, ya que los valores posmateriales, especialmente las necesidades expresivas

    de autorrealizacin y de juicio crtico de una moral ilustrada universalista son unaamenaza para los fundamentos motivacionales de una sociedad del trabajo que funcione yde la despolitizacin de la opinin pblica. Por otro lado, es necesario seguir cultivandolos poderes de la tica convencional, del patriotismo, de la religin burguesa y de lacultura popular. stos existen con el fin de compensar al mundo vital privado por lascargas personales y para defenderlo de la presin de la sociedad competitiva y de lamodernizacin acelerada.

    La poltica neoconservadora tiene cierta posibilidad de imponerse si encuentra unabase en esa sociedad dividida en dos segmentos que, al mismo tiempo, propugna. Losgrupos excluidos o marginados no tienen poder de veto ya que representan a una minoraajena, separada del proceso productivo. El proceso que ha venido producindose cada vez

    ms claramente entre las metrpolis y la periferia subdesarrollada parece repetirse en elinterior de las sociedades capitalistas ms desarrolladas: los poderes establecidos cadavez dependen menos del trabajo y de la voluntad de cooperacin de los desposedos y delos oprimidos para su propia reproduccin. En todo caso, no basta con que una poltica seimponga; adems, debe dar buen resultado. Un desmantelamiento decidido delcompromiso del Estado social tiene que dejar tras de s lagunas funcionales que slopueden rellenarse mediante la represin o el desamparo.

    Un tercer modelo de reaccin se dibuja en la disidencia de los crticos delcrecimiento, que tienen una posicin ambigua frente al Estado social. As, en los nuevosmovimientos sociales de la Repblica Federal, por ejemplo, se juntan minoras de laprocedencia ms diversa para constituir una alianza antiproductivista, ancianos yjvenes, mujeres y parados, homosexuales e impedidos, creyentes y no creyentes. Lo queles une es el rechazo de esa visin productivista del progreso que comparten loslegitimistas con los neoconservadores. La clave para una modernizacin social libre decrisis en la medida de lo posible, para estos dos partidos, reside en dosificarcorrectamente la parte de problemas que corresponde a los dos subsistemas de Estado ysociedad. Los unos ven la causa de la crisis en la dinmica propia y desbridada de laeconoma y los otros en las cadenas burocrticas con que se pretende someterla. Elcontrol social del capitalismo la devolucin de los problemas de la administracinplanificadora al mercado son las terapias correspondientes. Un lado ve el origen de lostrastornos en la fuerza de trabajo monetarizado, la otra lo ve en los impedimentosburocrticos a la iniciativa privada. Pero ambas partes coinciden en que los mbitos deinteraccin del mundo vital, precisados de proteccin, solamente pueden ejercer unafuncin pasiva frente a los motores verdaderos de la modernizacin social, esto es, elEstado y la economa. Ambas partes estn tambin convencidas de que es posibledesvincular el mundo vital de estos subsistemas, as como protegerlo frente a las

    10 C. Oma,Korporatismus als System nichtstaatlicher Machtsteuerung, en Geschichte und Gesellschaft,ao 10, 1984, pgs. 234 y sigs. Para la justificacin del neocorporativismo desde la perspectiva de la teorade sistemas, cf. H. Willke, Entzuberung des Staates, Knigstein, 1983.

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    injerencias sistmicas si el Estado y la economa han de complementarse en una relacincorrecta y estabilizarse recprocamente.

    nicamente los disidentes de la sociedad industrial parten del supuesto de que elmundo vital est igualmente amenazado por la mercantilizacin (Kommodifizierung) y laburocratizacin y ninguno de los dos medios, poder o dinero, es ms inocente que el

    otro en principio. Solamente los disidentes consideran necesario que se fortalezca laautonoma de un mundo vital que est amenazado en sus fundamentos vitales y en suestructura interna comunicativa. Solamente ellos reclaman que se rompa o, por lo menos,se contenga la dinmica propia de los subsistemas que organizan el poder y el dinero pormedio de formas de organizaciones autogestionadas prximas a la democracia de base.En este contexto se consideran conceptos y propuestas de economa dual paraindependizar la seguridad social del empleo11. La diferenciacin no slo ha de tener lugaren cuanto al aspecto productivo de la persona, sino, tambin, al del consumidor, elciudadano y el cliente de las burocracias del Estado de bienestar. Los disidentes de lasociedad industrial son los herederos del programa del Estado social en su componentedemocrtico radical que los legitimistas han abandonado. Con todo, en la medida en que

    no van ms all de la mera disidencia, mientras permanecen atascados en elfundamentalismo de la gran negacin y no ofrecen nada ms que el programa negativodel crecimiento cero y la diferenciacin, no superan una de las facetas del proyecto delEstado social.

    En la frmula de la sujecin social del capitalismo no solamente se esconda laresignacin ante el hecho de que el edificio de una economa compleja de mercado nopuede alterarse desde dentro y reformarse en un sentido democrtico con las simplesrecetas de la autogestin obrera. Tal frmula comprenda tambin la conviccin de queuna influencia proveniente del exterior, indirecta, sobre los mecanismos de laautodireccin, precisa algo nuevo, esto es, una combinacin muy innovadora de poder yde autolimitacin inteligente. Esta conviccin se basaba, a su vez, en la idea de que,gracias a los medios del poder poltico-administrativo, la sociedad puede influir sobre smisma sin peligro alguno. Si ahora no es solamente el capitalismo, sino tambin el Estadointervencionista el que es necesario sujetar socialmente, la tarea se complicanotablemente. Puesto que, en este caso, no es posible seguir confiando a la capacidad deplanificacin del Estado aquella combinacin de poder y de autolimitacin inteligente.

    Si ahora hay que emplear la contencin y la direccin indirecta tambin contra ladinmica propia de la administracin pblica, es preciso buscar en alguna otra parte elpotencial de reflexin y de direccin y, concretamente, en una relacin completamentetransformada entre unos mbitos pblicos autnomos, autoorganizados de un lado y losmbitos de accin orientados por medio del dinero y del poder administrativo del otro.De aqu surge la difcil tarea de posibilitar la generalizacin democrtica de intereses y lajustificacin universalista de normas por debajo del umbral de los aparatos de partido,objetivados bajo la forma de grandes organizaciones y convertidos al mismo tiempo ensistema poltico. Un pluralismo orgnico de subculturas defensivas que solamentesurgiera de un rechazo espontneo tendra que ignorar las normas de la igualdadciudadana. Surgira as una esfera que se comportara como una imagen para las zonasgrises del neocorporativismo.

    11 Th. SCHMID,Befreiung von falscher Arbeit. Thesen Zum garantierten Mindesteinkommen, Berln, 1984.

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    V

    El Estado social, en su desarrollo, ha entrado en un callejn sin salida. En l se agotan

    las energas de la utopa de la sociedad del trabajo. Las respuestas de los legitimistas a losneoconservadores se mueven en el medio de un espritu de la poca que sigue estando ala defensiva; expresan una conciencia histrica a la que se ha arrebatado su dimensinutpica. Tambin los disidentes de la sociedad del crecimiento perseveran en la actituddefensiva. Su respuesta podra convertirse en ofensiva si, en vez de prescribir o dedesmantelar el proyecto del Estado social, lo que se hiciera fuera proseguirlo con unareflexin en un escaln superior. El proyecto del Estado social enfocado reflexivamente,no solamente orientado a la sujecin de la economa capitalista sino a la sujecin delmismo Estado, no puede mantener el trabajo como punto central de referencia. Ya nopuede tratarse de la consolidacin del pleno empleo convertido en norma. Este proyectono se agotara por el hecho de que, con la implantacin del salario mnimo garantizado,

    se rompiera la maldicin que el mercado de trabajo hace pesar sobre toda la mano deobra, incluso sobre el potencial creciente y cada vez ms limitado de aquellos que anestn en la reserva. Este paso sera revolucionario, pero no sera lo bastanterevolucionario; sobre todo, no lo sera si no se pudiera proteger al mundo vital frente a lasconsecuencias contraproducentes adicionales de una administracin providencial, ademsde protegerlo contra los imperativos inhumanos del sistema de relaciones laborales.

    Estos umbrales en el intercambio entre el sistema y el mundo vital funcionaran si, almismo tiempo, se produjera una nueva divisin de poderes. Las sociedades modernasdisponen de tres recursos mediante los cuales satisfacen su necesidad de orientar elproceso: dinero, poder y solidaridad. Es preciso buscar un equilibrio nuevo para susesferas de influencia. Quiero decir con ello que el poder de integracin social de lasolidaridad tendra que poder afirmarse contra los poderes de los otros dos recursos dedireccin, el dinero y el poder administrativo. Ciertos mbitos vitales que se hanespecializado en transmitir los valores admitidos y los bienes culturales, en integrar a losgrupos y en socializar a los adolescentes, han dependido siempre de la solidaridad. Enesta misma fuente tiene que originarse una voluntad poltica que ha de ejercer influencia,por un lado, sobre la delimitacin de espacios y el intercambio entre estos mbitos vitalesestructurados de modo comunicativo y, por otro lado, sobre el Estado y la economa. Porlo dems, esto no est muy alejado de los criterios normativos de nuestros libros de textode educacin cvica, segn los cuales la sociedad que cuenta con una forma dedominacin democrticamente legitimada influye sobre s misma y controla sudesarrollo.

    Segn esta versin oficial, el poder poltico surge de la voluntad pblica y discurre,va legislacin y administracin, al propio tiempo por el aparato del Estado y retorna a unpblico con dos cabezas, como el dios Jano, un pblico a la entrada del Estado,constituido por ciudadanos y un pblico a la salida del Estado, constituido por clientes.Poco ms o menos as es como ven el crculo del poder poltico los ciudadanos y losclientes de la administracin pblica. Desde la perspectiva del sistema poltico estemismo crculo, limpio de toda injerencia normativa, presenta otro aspecto. Segn estaversin no oficial que es laque siempre nos ofrece la teora de sistemas, los ciudadanos y

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    los clientes son miembros del sistema poltico. De acuerdo con esta descripcin setransforma, ante todo, el sentido del proceso legitimador. Los grupos de inters y lospartidos emplean todo su poder organizativo para conseguir acuerdo y lealtad para susobjetivos orgnicos. La administracin no solamente estructura el proceso legislativo sinoque, en buena medida, lo controla y, por su lado, est obligada a llegar a soluciones de

    compromiso con clientes poderosos. Los partidos, las instituciones legislativas y lasburocracias tienen que tomar en consideracin la presin no declarada de los imperativosfuncionales y hacerlos coincidir con la opinin pblica; el resultado es la polticasimblica. El Gobierno tambin tiene que ocuparse, al mismo tiempo, del apoyo de lasmasas y de los inversores privados.

    Si se quiere reunir en una imagen realista las dos descripciones contrarias surge elmodelo habitual en la ciencia poltica con varios terrenos que se superponen unos a otros.C. Offe, por ejemplo, distingue tres de estos terrenos. En el primero de ellos es fcilreconocer que las lites polticas aplican sus decisiones dentro del aparato del Estado. Pordebajo de ste hay un segundo terreno en el que una multiplicidad de grupos annimos yde actores colectivos influyen los unos en los otros, forjan coaliciones, controlan el

    acceso a los medios de comunicacin y de produccin y, aunque no sea fcilmentereconocible, gracias a su poder social determinan con carcter prioritario el marco dejuego para plantear y resolver cuestiones polticas. Por ltimo, por debajo se encuentra untercer terreno en el que las corrientes comunicativas difciles de comprender determinanla forma de la cultura poltica y, con ayuda de las definiciones de la realidad, compitenpor aquello a lo que Gramsci llam hegemona cultural; y aqu es donde se producen loscambios de tendencia del espritu de la poca. No es fcil entender con claridad elintercambio entre los tres terrenos. Hasta la fecha parece que los procesos del terrenointermedio han tenido preferencia. Cualquiera que sea la respuesta emprica, nuestroproblema prctico se puede ahora entender de modo ms visible: todo proyecto quequiera desplazar los pesos en favor de orientaciones solidarias tiene que movilizar elterreno inferior en contra de los dos superiores.

    En este terreno no se discute de modo inmediato sobre dinero o poder, sino sobredefiniciones. Se trata del carcter inviolable y autnomo de los estilos vitales, esto es, dela defensa de subculturas tradicionales y conocidas o del cambio en la gramtica deformas vitales heredadas. En favor de las primeras actan los movimientos regionalistas;en favor de las segundas, movimientos feministas o ecologistas. Estas luchas son, en lamayor parte del tiempo, latentes, se mueven en el micrombito de las comunicacionescotidianas, cristalizan nicamente de vez en cuando en discursos pblicos y enintersubjetividades de rango superior. En estos escenarios pueden constituirse mbitospblicos autnomos que tambin entran en comunicacin recproca en la medida en quese utiliza el potencial de autoorganizacin y se usan de modo autnomo los medios decomunicacin. Las formas de autoorganizacin fortalecen la capacidad de accincolectiva por debajo de un umbral en el que los objetivos de la organizacin se distanciande las orientaciones y posiciones de los miembros de la organizacin y donde losobjetivos son dependientes de los intereses de conservacin de organizacionesautnomas. La capacidad de accin de organizaciones cercanas a la base ir siempre pordetrs de su capacidad de reflexin. Esto no tiene por qu ser un obstculo para larealizacin de sa tarea que tiene prioridad en la continuacin del proyecto del Estadosocial. Los mbitos pblicos autnomos tendran que alcanzar una combinacin de poder

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    y de autolimitacin inteligente que hicieran suficientemente sensibles a los mecanismosde autodireccin del Estado y la economa frente a los resultados finalistas de laformacin de una voluntad democrtico-radical. Es de suponer que esto slo puedasuceder si los partidos polticos abandonan el cumplimiento de una de sus funciones sinbuscarle un sustitutivo, esto es, sin encontrar un equivalente funcional: la funcin de

    generarlealtad de masas.Estas reflexiones se hacen tanto ms provisionales y hasta imprecisas segn vanpenetrando en la tierra de nadie normativa. Aqu son ms sencillas las delimitacionesnegativas. El proyecto del Estado social, al hacerse reflexivo, abandona la utopa de lasociedad del trabajo. sta se haba orientado por el contraste entre el trabajo vivo y elmuerto, por la idea del trabajo autnomo. Para ello, como es evidente, hubo depresuponer que las formas vitales subculturales de los trabajadores industriales era unafuente de solidaridad. La utopa tena que presuponer que las relaciones de cooperacinen la fbrica llegaran a fortalecer la solidaridad de la subcultura de los trabajadores. Noobstante, entretanto estas subculturas han desaparecido y, hasta cierto punto, es dudosoque pueda reconstituirse la fuerza generadora de solidaridad en el lugar de trabajo. Sea

    como sea, hoy se ha constituido en problema lo que para la utopa de la sociedad deltrabajo era un presupuesto o una condicin marginal. Y, con ese problema, el acentoutpico se traslada del concepto del trabajo al de la comunicacin. Me permito hablar deacentos ya que, con el cambio de paradigma de la sociedad del trabajo a la de lacomunicacin, tambin ha variado la forma en que nos vinculamos a la tradicin utpica.

    Por supuesto, con la desaparicin de los contenidos utpicos de la sociedad del trabajono desaparece en modo alguno la dimensin utpica de la conciencia histrica y lacontroversia poltica. Cuando se secan los manantiales utpicos se difunde un desierto detrivialidad y perplejidad. Reitero mi tesis de que la autoafirmacin de los modernos haimpulsado ms claramente que nunca una conciencia de la actualidad en la que seencuentran mezclados el pensamiento histrico con el utpico. Pero, con el contenidoutpico de la sociedad del trabajo, desaparecen tambin dos ilusiones que han fascinado ala autoconciencia de la Modernidad. La primera ilusin surge de una diferenciacindefectuosa.

    En las utopas de orden confluan las dimensiones de felicidad y emancipacin con lasde aumento del poder y de la produccin de riqueza social. Los proyectos de formasvitales racionales entraron en una simbiosis engaosa con la dominacin racional de lanaturaleza y la movilizacin de energas sociales. La razn instrumental que se manifiestaen las fuerzas productivas, la razn funcionalista que se esparce en las capacidades deorganizacin y de planificacin tendran que allanar el camino a una vida ms digna, msigualitaria y, al mismo tiempo, ms libertaria. En ltimo trmino, el potencial derelaciones de entendimiento tendra que surgir incondicionalmente de la productividad delas relaciones laborales. La tozudez de esta confusin se refleja en la transformacincrtica, cuando se mezcla en un solo guiso la obra de normalizacin de grandesorganizaciones centralistas con la obra de generalizacin del universalismo moral12.

    Todava ms definitivo es el abandono de la ilusin metodolgica que iba unida a losproyectos de una totalidad concreta de posibilidades vitales futuras. El contenido utpico

    12Cf. sobre ello, J. F. LYOTARD, La condicin posmoderna, Ctedra, Madrid, 1984. Crtico al respecto,A. HONNETH,Der Affekt gegen das All gemeine, en Merkur, 430, diciembre de 1984, pgs. 893 y sigs.

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    de la sociedad de la comunicacin se reduce a los aspectos formales de unaintersubjetividad ntegra. Incluso la expresin situacin ideal de habla induce a error enla medida en que sugiere una configuracin concreta de la vida. Lo que puede expresarsenormativamente son las condiciones necesarias pero generales para una vida cotidianacomunicativa y para un procedimiento de formacin discursiva de la voluntad que han de

    poner a los participantes mismos en situacin de realizar las posibilidades concretas deuna vida mejor y menos peligrosa segn las propias necesidades y conveniencias y segnlapropia iniciativa13. La crtica a la utopa que, desde Hegel hasta nuestros das, pasandopor Carl Schmitt, ha pintado sobre la pared el mane-tecel-fares del jacobinismo,denuncia, sin razn, el hermanamiento, aparentemente inevitable, de la utopa con elterror. En cualquier caso, es utpico cambiar una infraestructura comunicativa muyelaborada de. formas vitales posibles por una totalidad de la vida realizada, concreta yque aparece en singular.

    13 K. O. APEL, Ist die Ethik der idealen Kommunikationsgemeinschft eine Utopie?, en VOSSKAMP,cit., tomo I, pgs. 325 y sigs.