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Hablar sobre «edición de textos latinos renacentistas» requiere en mi caso, no sin antes manifestar mi sincero y cordial agradecimiento a quienes han propiciado mi presencia aquí, alguna explicación. A la vista del título y de las personas que integran esta Mesa (todas, excepto yo, han editado textos latinos renacentistas) sólo desde la palabra «proyectos» del subtítulo («estado actual y proyectos») se justificaría, y espero que se justifique, mi presencia y mi intervención. En la Universidad de Murcia venimos trabajando desde 1985 en un Proyecto de investigación que tiene como objetivo descubrir y valorar, como indica su título, «Las aportaciones de los humanistas españoles a la Filología Clásica»; se basa fundamental- mente en el estudio del trabajo de nuestros humanistas como editores y, sobre todo, como comentaristas de obras clásicas, es decir, en el análisis de sus ediciones y comen- tarios. A estas obras, en verdad, se les puede aplicar con todo derecho el calificativo de «textos latinos», pues la lengua que se utiliza es el latín; también el de «renacentistas», pues, si bien a veces en sentido lato, también lo son. Los trabajos realizados hasta la fecha y los en curso, utilizando una metodología que se ha comprobado adecuada, orientan sobre la conveniencia o no de volver a editar estos textos e igualmente sobre el modo de hacerlo. Cada texto se somete a un minucioso análisis que da por resultado un conocimiento cabal de su contenido, de sus características propias y de los intereses del humanista; ciertamente unos pueden detenerse o abundar más en cuestiones sintácticas que de realia, en métricas que en léxicas, estilísticas o ideológicas, en fuentes y loa símiles más que en cuestiones textuales, etc. Se analiza el método de trabajo y se extraen conclu- siones. En un momento posterior, teniendo como base el previo análisis y estudio en profundidad de la obra, se compara el trabajo, peculiaridades y logros de nuestro humanista con trabajos semejantes anteriores a él, para comprobar el grado de cono- cimiento y utilización que de ellos se hace, y para detectar semejanzas o diferencias, deudas o «coincidencias»; a su vez, también se compara con trabajos posteriores para constatar si en ellos ha podido dejar su huella; se trata, por tanto, de situar la obra dentro de la tradición filológica clásica. ' El objetivo es, pues, descubrir la naturaleza de las aportación (cuestiones tratadas, aspectos menos presentes, modo de enfrentamiento al análisis), buscar y, si lo hay, tratar de «encontrar» qué de nuevo, qué de distinto ofrecen estos trabajos, qué es lo que ha sido aceptado como un acierto e incorporado a la tradición filológica; qué ha

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Hablar sobre «edición de textos latinos renacentistas» requiere en mi caso, no sin antes manifestar mi sincero y cordial agradecimiento a quienes han propiciado mi presencia aquí, alguna explicación. A la vista del título y de las personas que integran esta Mesa (todas, excepto yo, han editado textos latinos renacentistas) sólo desde la palabra «proyectos» del subtítulo («estado actual y proyectos») se justificaría, y espero que se justifique, mi presencia y mi intervención.

En la Universidad de Murcia venimos trabajando desde 1985 en un Proyecto de investigación que tiene como objetivo descubrir y valorar, como indica su título, «Las aportaciones de los humanistas españoles a la Filología Clásica»; se basa fundamental­mente en el estudio del trabajo de nuestros humanistas como editores y, sobre todo, como comentaristas de obras clásicas, es decir, en el análisis de sus ediciones y comen­tarios. A estas obras, en verdad, se les puede aplicar con todo derecho el calificativo de «textos latinos», pues la lengua que se utiliza es el latín; también el de «renacentistas», pues, si bien a veces en sentido lato, también lo son.

Los trabajos realizados hasta la fecha y los en curso, utilizando una metodología que se ha comprobado adecuada, orientan sobre la conveniencia o no de volver a editar estos textos e igualmente sobre el modo de hacerlo.

Cada texto se somete a un minucioso análisis que da por resultado un conocimiento cabal de su contenido, de sus características propias y de los intereses del humanista; ciertamente unos pueden detenerse o abundar más en cuestiones sintácticas que de realia, en métricas que en léxicas, estilísticas o ideológicas, en fuentes y loa símiles más que en cuestiones textuales, etc. Se analiza el método de trabajo y se extraen conclu­siones.

En un momento posterior, teniendo como base el previo análisis y estudio en profundidad de la obra, se compara el trabajo, peculiaridades y logros de nuestro humanista con trabajos semejantes anteriores a él, para comprobar el grado de cono­cimiento y utilización que de ellos se hace, y para detectar semejanzas o diferencias, deudas o «coincidencias»; a su vez, también se compara con trabajos posteriores para constatar si en ellos ha podido dejar su huella; se trata, por tanto, de situar la obra dentro de la tradición filológica clásica.

' El objetivo es, pues, descubrir la naturaleza de las aportación (cuestiones tratadas, aspectos menos presentes, modo de enfrentamiento al análisis), buscar y, si lo hay, tratar de «encontrar» qué de nuevo, qué de distinto ofrecen estos trabajos, qué es lo que ha sido aceptado como un acierto e incorporado a la tradición filológica; qué ha

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sido silenciado, o qué ha sido criticado; qué tiene, en fin, todavía, o de nuevo, validez y vigencia, siendo conscientes de que en el campo de los «comentarios» todos los humanistas, hispanos o no, trabajan teniendo en cuenta los logros anteriores.

Esta tarea tiene, pues, algo que ver con las ediciones de textos de que hoy se habla en este Congreso, pues de este estudio deriva la necesidad o no de nuevas y modernas ediciones de los comentarios estudiados; pero, naturalmente, para poder estudiar y analizar, y en su caso editar, los textos que nos interesan, se precisa antes conocer cuáles son.

Durante los siglos que ahora nos ocupan, Humanismo y Renacimiento, los españo­les se dedican, como es sabido, a la labor de editar y comentar textos clásicos, si bien, en comparación con lo que ocurre fuera de España, lo hacen con un cierto retraso, en menor medida y con algo menos de esplendor.

Los textos clásicos latinos1 editados y comentados por nuestros humanistas forman un corpus no insignificante; sin distinguir entre lo que se puede llamar «notas» y «comentarios» observamos que los autores objeto de atención son, entre otros: Terencio, Varrón, Catulo, Cicerón, Salustio, Virgilio, Horacio, Tibulo, Marcial, Persio, Plinio, Séneca, Mela, Valerio Flaco, Petronio, Claudiano, Festo, Solino, Tertuliano, Sedulio, Prudencio, Jerónimo.

Esta relación por sí misma habla de las razones de la formación de dicho corpus¿. Los autores editados y comentados lo son en función de la enseñanza, o de gustos personales o deseo de responder a necesidades «literarias»; el aprecio de la literatura de la edad de plata y también de algunos autores cristianos responde a intereses de los siglos de oro; preferencias personales o «modas» en el sentido de novedades que se aplauden, como pueden ser el interés por la lengua como «arqueología» o la literatura fragmentaria, están detrás de otros trabajos; también en España tiene su lugar la «miscelánea», o la «interpretación» de lugares obscuros y enmiendas textuales, como ocurría en el resto de Europa.

Virgilio, autor escolar por excelencia junto con Cicerón, es «anotado», por Nebrija, el Brócense, Palmireno y editado y comentado en editio maior por Juan Luis de la Cerda; Cicerón lo es por Baltasar Barrientos, que comenta el Sueño de Escipión, Fox Morcillo, los Tópica, Palmireno, Cartas a Ático, Catilinanas, etc.; Terencio, también autor canónico, es comentado por Nebrija, Juan de Fonseca (concretamente Andúa, inédita todavía); Horacio interesa en su Ars Poética, y recibe más de un Comentario (Brócense, Falcó, Cáscales); Persio, autor canónico, «recomendado» en la Escuela, es anotado por

1 Nos limitamos a textos «clásicos» en sentido amplio; incluimos autores de la edad de plata o cristianos; sin embargo excluimos por razones de especificidad los comentarios a libros de la Biblia.

2 Algunos datos sobre humanistas y obras pueden verse además de Nicolás Antonio, Bibliotheca Hispana Nova, Menéndez Pelayo, Bibliografía hispano latina clásica, en David Rubio, Classical Scholarship in Spain, Washington, 1934, F. A. Eckstein, Nomenclátor philologorum, Hildesheim, 1966, Ch. G. Jóchers, Allgemánes Gelehrlen-Lexikon, Hildesheim, 1961.

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Nebrija, Brócense, y en castellano por Diego López; Petronio, recién decubierto, atrac­tivo por novedad, contenido y moderna actualidad ocupa la atención de González de Salas; también la de Fonseca y Figueroa, aunque la obra hoy está perdida; de modo semejante no extraña el interés por Marcial, tan presente en algunas figuras de los siglos de oro, comentado por L. Ramírez de Prado. Importancia capital ofrece el lusitano Aquiles Stafo, editor de excepcional valía de Catulo o Tibulo.

El gusto por las anécdotas, noticias curiosas de diverso tipo, el enciclopedismo, la «técnica», ciencia o viajes está detrás de la atención prestada a Plinio, comentado por Chacón, o a Mela, también por Chacón y el Brócense.

Al éxito de la literatura de la edad de plata (Valerio Flaco también es anotado por Balbo de Lillo y Carrión) se suma en otros casos el de los tonos «moralizadores», o «retoricismo» de diverso color, y se explica, por ejemplo, además de la vigencia de la sátira latina, la atención prestada a Séneca por Núñez de Guzmán o Antonio Del Río, quien también se ocupó de Claudiano o Solino.

El interés por la arqueología que alimentaban las excavaciones, descubrimientos de inscripciones, monedas, etc., propicia también entre los hispanos el interés por la literatura fragmentaria, ya historiográfica (Carrión se ocupa de las historias de Salustio, A. Agustín de los fragmentos de historiadores latinos), ya lingüísticos; en el campo de la lengua, también Chacón y A. Agustín se ocupan de Festo, y del De lingua latina de T. Varrón.

Entre los cristianos, Tertuliano es objeto de estudio de Barrientos, Chacón, J. L. de la Cerda; Sedulio de Nebrija, Prudencio igualmente de Nebrija, etc.

Así pues, se anotan y comentan los autores canónicos, o aquellos que coinciden con las tendencias contemporáneas (los de la llamada edad de plata), los que aportan «algunos valores» o los que ofrecen conocimientos variados y enciclopédicos.

Esto último se observa en obras misceláneas, que comportan en su mayor parte «notas» o «comentarios» de pasajes escogidos de los textos clásicos, que son seleccio­nados por razones diversas; aquí se incluyen obras como las de Fernández de Córdoba, Didascalia multiplex, o el Pentecontarchos de L. Ramírez de Prado.

Esta panorámica sirve para recordar que, al menos, en cuanto al número la apor­tación de los hispanos no es despreciable; la calidad debe ser en cada caso demostrada.

Algunas de estas contribuciones hispanas a la Filología Clásica han ocupado y están ocupando en Murcia nuestra atención y los resultados del análisis al que se someten las obras de nuestros humanistas ha llevado a descubrir en ellos3 interpretaciones felices, que hay que reivindicar, virtudes como la exhaustiva recogida de noticias, la claridad en la exposición, los valores pedagógicos, el iudidum; importancia capital tiene éste en el trabajo del texto, lo que mutatis mutandis podría denominarse crítica textual,

3 La Tesis, ya presentada, sobre el Comentario de J. L. de la Cerda a los seis primeros libros de la Eneida muestra sobradamente lo que decimos.

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puesto que hay algunas aportaciones textuales muy interesantes debidas a humanistas hispanos, que suelen ser atribuidas, con cierta injusticia, a otros no hispanos.

Esta investigación nuestra, como anticipé, algo tiene que ver con la edición de textos, aunque algunas razones han impedido o retardado el enfrentarnos con el hecho concreto de editarlos. Vaya por delante que somos de la opinión de que un buen número de estas ediciones y comentarios merece ser editados de nuevo; estamos viendo cómo se reeditan obras tan espectaculares como el Theatrum de Abraham Ortelius, o comentarios de humanistas europeos a los que nada tienen que envidiar algunos de los hispanos. Es evidente que el Comentario virgiliano de Juan L. de la Cerda así lo merece, y otros que le siguen muy de cerca en interés.

Ante este hecho o decisión la pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿Se reproduce lo allí escrito, es decir, tal como está escrito, o se acude a «modernizar» el texto?

Aunque haya un marco general y unas condiciones que deben reunir los textos y comentarios editados, no deja de ser cierto que cada texto impone su norma; por tanto, es evidente que cada uno presenta características distintas y posibilidades diferentes. Por mi parte puedo hablar desde la experiencia de la opción elegida en el Comentario sobre las Geórgicas, que hace ya años se presentó como Tesis.

Ciertamente la naturaleza del Comentario indica las más de las veces el camino. En el caso de La Cerda, de acuerdo con la finalidad pedagógica y siguiendo la Ratio Studiorum de los jesuítas, vemos que estructura sus aportaciones al texto en tres partes: argumenta, explicationes y notae, con una numeración de notas inusual actualmente y algo compleja, lo que recomienda acudir a la numeración por versos y orientar sobre el objeto de comentario; para facilitar su consulta es preciso adaptarlo y acercarlo en su presentación a comentarios modernos.

Es preciso igualmente completar las citas, ofrecer las fuentes y referencias exactas, los lugares comunes, pasajes discutidos (que los hay en muy elevado número y repletos de erudición a veces excesiva) de modo comprensible y localizable.

La edición de textos de este tipo exige una Introducción general en que se aborden las cuestiones más importantes en relación al autor, naturaleza y características del comentario y su valoración.

Mención especial merecen los índices de lugares comentados y de autores citados en los comentarios; de ellos deben ofrecerse las noticias imprescindibles.

Cabe igualmente otra pregunta. ¿Se traducen al castellano los comentarios? Los hemos juzgados libros «de consulta»; por tanto, quien consulte la obra parece lógico que conozca el latín; así parece. Con todo, quizá no sería un despropósito pensar en añadir una traducción; en momentos como los presentes, lo que el Humanismo hizo con las traducciones del griego al latín puede ser no mal ejemplo a imitar; como el griego más tarde se conoció y enseñoreó y se leyeron las obras griegas en griego, así,

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esperando lo que haya que esperar, será también ahora. Por otra parte, es bien sabido que, aunque a primera vista lo parezca, no siempre es fácil entender el latín de los comentarios, por lo que la reflexión previa del editor y traductor puede liberar de problemas en una consulta «inmediata».

Un comentario de peculiaridades diferentes y merecedor de una nueva edición es, por ejemplo, el petroniano de González de Salas.

Como es sabido, Burmann lo incorporó a su edición, pero hemos podido compro­bar sin lugar a dudas que no lo hizo fielmente. El texto mismo de Petronio establecido por González de Salas es importante; conocer cómo se leía el Satyncon en el Huma­nismo y saber qué novedades aportaba Salas parece conveniente. La edición de un texto como éste ofrece características especiales: el aparato crítico recoge -y en casos similares debe recoger- las lecturas de otras ediciones del Humanismo.

Interés de otro tipo merece el comentario de Nebrija a Persio, cuya edición «ac­tualizada» supondrá una interesante aportación a Persio y a nuestro Humanismo.

Parece que de lo dicho se deriva que para nosotros las ediciones de los humanistas no deben ser reproducciones facsímiles; deben compaginar la fidelidad y la actualiza­ción. Evidentemente es preciso siempre explicar el modus operandi, lo que requiere atender tanto a las grafías en el amplio sentido de la palabra (por ejemplo, la puntua­ción, como modo de ver la sintaxis), completar y actualizar las citas. La estructura, o la presentación, debe respetar todo lo posible el original humanístico, pero ser adap­tado razonablemente a la mirada de un lector moderno.

Un caso distinto lo representan obras como la Didascalia multiplex de Fernández de Córdoba; su edición exige actualización de citas, y desarrollo de abreviaturas, amén del pertinente estudio introductorio, pero en este caso no se recomienda, sino que parece ineludible la traducción; lo aconseja la naturaleza misma de la obra, curiosa y a la vez erudita.

Fidelidad se exige en la edición de manuscritos, como el del Comentario de la terenciana Andria; debe darse a la luz acompañado del estudio y valoración pertinente.

Yo creo que merece la pena y que sería bueno que saliesen a la luz esta clase de trabajos y otras contribuciones hispanas en el campo del Humanismo, como ya se está haciendo y de modo muy brillante en Cáceres, Valencia, Sevilla, León, Cádiz, etc.; se podrían incluso publicar en soporte informático, que reúne condiciones muy ventajo­sas. Me parece que no hay exageración en decir que merece ser «salvado» y, sobre todo, conocido y usado mucho trabajo bien hecho de los humanistas hispanos, puesto que en no pocos aspectos están a la altura de los estudios y comentarios modernos e, incluso, en algunos no han sido superados.

Un análisis y valoración de estos trabajos, que lleve a la edición de los mismos, puede conseguir que las obras de muchos de nuestros humanistas puedan volver a pasar, como lo hicieron en su época, las fronteras de nuestra cultura. Es cierto que según vayan

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realizándose estudios, y conforme vayan conociéndose los resultados, podremos esti­mar en su justa medida estos trabajos y, al comprobar el modo que tenían de trabajar los comentaristas hispanos y no hispanos, liberaremos a los nuestros, a algunos al menos, de ciertas críticas y descalificaciones.

Es bien sabido que en circunstancias adversas, muy adversas, no pudo florecer un Humanismo en España, porque éste comporta una red social con unas condiciones de las que aquí se carecía, pero eso no es óbice, en absoluto, para que hubiera figuras, que contra viento y marea pudieran hacer una obra digna y equiparable a la del resto del mundo, no de modo muy diferente a lo que ocurre en nuestros días.

De lo dicho hasta el momento puede deducirse, creo, mi opinión; pienso que no todo lo escrito en latín durante nuestro «Humanismo» merece ser editado; sí, en cambio, que merece ser estudiado; de este estudio se concluirá si conviene dedicarle uno o más artículos, en que se juzgue la obra, se señalen sus características e, incluso, ponderen, si los hubiere, sus logros y aciertos, pero no más; o si, por el contrario, es la obra misma la que debe estar al alcance de los estudiosos en edición moderna y accesible. Cuando hablamos de obras que deben ser editadas me refiero, pues, a aquellas que, tras un minucioso análisis requieren más que una reseña por amplia que sea; es decir, son dignas de ser conocidas.

FRANCISCA MOYA DEL BAÑO Universidad de Murcia