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Hagan el favor de hacer silencio Esteban Carlos Mejía Compre su libro aquí

Hagan el favor de hacer silencio

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Lalito Grafía es un chiquilín de veinticinco añitos y un metro con cincuenta y dos centímetros de estatura, algo presumido, sabiondo, radicalmente erotizado y con el don del Pentecostés a cuestas: habla y los demás creen lo que dice. Milita en la Fraternidad Ecléctica, partido excéntrico y ganoso de poder, empeñado en una inigualable campaña electoral por Colombia. Las vueltas del destino llevan a Lalito al más alto de los honores, ser el decidor de las cosas que el candidato del partido tiene que decir y no puede decir porque es gago, casi tartamudo, tatareto de principio a fin. ¿Qué les deparará el futuro? ¿Ganarán o perderán? ¿Sobrevivirán o naufragarán en las aguas turbulentas de la politiquería, la improvisación y el cinismo? Entre travesuras retóricas y sexuales, ironía y lirismo, recuerdos entrañables, humor y mucha invención, Hagan el favor de hacer silencio recrea la atmósfera parasitaria de la política en Colombia o en cualquier parte del mundo....

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Hagan el favor de hacer silencio

Esteban Carlos Mejía

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ISBN: 978-958-8794-05-1

Hagan el favor de hacer silencio

© Esteban Carlos Mejía© Sílaba Editores

Primera Edición: Medellín, Colombia, abril 2013Editoras: Alejandra Toro y Lucía DonadíoDiseño carátula y diagramación: Corporación Paso Bueno

Distribución y ventas: Sílaba Editores. Cel. 313 649 0459Carrera 25A No 38D sur-04. Medellínwww.silaba.com.co / [email protected].

Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por: Artes y Letras S.A.S.

Reservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.

Mejía, Esteban Carlos, 1953- Hagan el favor de hacer silencio / Esteban Carlos Mejía. --Medellín : Sílaba Editores , 2013. 312 p. ; 22 cm. -- (Trazos y sílabas; 8) ISBN 978-958-8794-05-1 1. Novela colombiana I. Tít. II. Serie. Co863.6 cd 21 ed.A1389231

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

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Para Pilar, por la paciencia

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Muchas cosas se las inventaba, sin tener verdadera conciencia de sus mentiras grandes o pequeñas, y se alegraba tanto de su propio humor

como de la atención con que se le escuchaba.El regreso de Casanova

Arthur Schnitzler

Escribir de política en una obra literaria produce el mismo efecto que un pistoletazo en medio de un sublime concierto. Resulta algo así

como una grosería que, como tal, siempre llama la atención.La cartuja de Parma

Stendhal

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Nuestra pálida luz no se consume

Tengo veinticinco años y voy en ascensor.Subo, no bajo.Al piso 19.Conmigo viene el Tuerto Ortiz Tirado, más yuppie no puede

ser: bléiser espina de pescado, camisa azul orfandad, corbata amarilla de incendio forestal. No es tuerto sino bizco.

Nuestra misión es clave: sonsacarle billete a don Libardo Alarcón Vélez, alias Gorgojo, jefe de comunicaciones integradas de marketing del Ateneo Colombiano, uno de los grupos eco-nómicos más poderosos de este país de menesterosos.

La plata, natural, no es para nosotros. Es para la Fraternidá.La que todo lo ve.Todo lo oye.Todo lo entiende.Todo lo hace.Todo lo es.La Fraternidad Ecléctica.Nombre extravagante, lunático acaso, pero asaz pertinente.1

El Tuerto no me desampara. Parece lo que es: un hijo de papi, niño rico y merecido que se graduó en Ciencias Políticas

1. “Los partidos pasan, los nombres permanecen.” Friedrich Engels. (N. de Juan Leónidas Posada)

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en la Universidad de los Andes y se encochinó en el légamo de la politiquería. Anda con los zapatos sin embetunar para desairar a los burgachos.

–¿Trajiste los documentos? ¿Vos sí los empacaste? No vamos a cagarla ahora, pues.

El maletín hace juego con mi vestido gris humo, one hundred per cent pure wool, hecho a mano en Colombia bajo licencia de un costoso modisto francés. Y también con mi camisa blanca one hundred per cent cotton y con mi corbata a rombos azules one hundred per cent silk y con mis zapatos repujados one hundred per cent leather, comprado todo en un sanandresito one hundred per cent against the law, of course. Antes de llegar al piso 19, el ascensor empieza a corcovear, como si se le hubiera zafado un tornillo. O una tuerca. La puerta se abre a trompicones. Aprovecho y me pongo a brincar como un gamín.

–Con razón estamos como estamos –refunfuña el Tuerto.No digo nada. Lo mío es la ataraxia, el descomplique, el me

importa un culo, papá.–¿Qué tal que te vean los del Ateneo?–Se obtiene lo que se desea –le digo y brinco casi hasta el

techo.El ascensor termina de abrirse y ante nosotros aparece Alar-

cón, cara de gorgojo, quién si no. Al instante el Tuerto abre los brazos y le sonríe, simpatía y cinismo. Sin inmutarse, Alarcón nos señala un sofá.

–Voy a Presidencia y ya vuelvo… –dice, y se mete al ascensor.Nos sentamos a esperarlo. Las secretarias tienen el aire acondi-

cionado a full. Nos ofrecen tinto. Decimos que sí y nos ponemos a hojear periódicos y revistas. En El Tiempo está la encuesta de la semana. Pérez Gil, candidato del unanimismo, arrasa con 59.2%. Granados Roca, nuestro príncipe, a duras penas llega a 33.7%. El resto, 7.1%, no sabe / no responde / no le importa / no me joda. De la abstención, real o potencial, ni una palabra, ni un dígito, ni un mísero decimal, como si no existiera.

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–¡Perfidia! –gruñe el Tuerto–. La bastardía nos quiere cruci-ficar, cucarrón. ¡Nos van a crucificar estos hijos de puta!

Mira capcioso y se queda callado, masticando el berrinche. Cruza los brazos, obstrucción imperfecta quiere decir ese gesto, lo leí en un manual de lenguaje corporal, obstrucción por miedo o inseguridad o rabia o desconfianza. Sigo en la ataraxia: yo puedo, es fácil, se obtiene lo que se desea. Quince o veinte minutos más tarde, Alarcón regresa y, sin voltear a vernos, dice que pasemos.

Pasamos.La oficina es una cancha de fútbol, media cancha, un octa-

vo de cancha, el área chica o el área grande, un polígono que va desde el punto de tiro pénal hasta el centro de la portería y desde ahí hasta un punto de tiro de esquina y luego de vuelta al tiro pénal, y eso que él no es ni será el mandacallar del Ateneo. Encima del escritorio sobrenadan libros, informes, balances de gestión, carpetas, revistas, papeles. Hay también una mesa para diez puestos. En un rincón, veo y no lo creo, un diván, cubierto con un sarape mexicano. Parecemos dentro de un sauna. Alarcón no prende el aire por nada del mundo. Es cascarrabias, hipocon-dríaco para acabar de ajustar. Cuando estaba en la universidad, a principios de los 70s, dizque le pegaron una neumonía en un putiadero de Lovaina, junto al Cementerio de San Pedro. Desde entonces le cogió fobia a las corrientes, al aire acondicionado, a los ventiladores, a las chinas de los fogones de leña, a los chiflo-nes de los balcones. Toca achicharrase, entonces. Por descremar a esta pandilla alevosa e incompetente, toca hacer lo que sea. También hay un retrato al óleo del doctor Abdón del Hierro-Rovira, dueño del Ateneo Colombiano, entronizado detrás de la silla de Alarcón. Ojos ajuanetados, labios escuálidos, mal sonríe sin disimulo. Es tolimense o santandereano, ecléctico en cues-tiones de dinero: no le gusta que le digan “doctor del Hierro” sino “doctor del Oro”. El Tuerto se levanta, de puro metiche, y endereza el cuadro, esquinado a la derecha o a la izquierda, nada es lo que parece en este conglomerado de ilusiones.

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–Ojalá este man no se nos vaya a torcer a última hora –dice sin ingenuidad.

En un costado de la oficina hay una ventana, una gran rendija de vidrio y acero. Voy y me asomo. La vista es espeluznante. Todo es frágil y efímero. Los carros, por las autopistas junto al río Medellín, se mueven chirriquiticos, escarabajillos ambulantes. Las personas, ni se diga, hormigas somos, o borregos tal vez, mínúsculos en la tosquedad de este paisaje, en la que cada cual cuenta menos que uno. Hasta un avioncito, que olfatea la pista del aeropuerto Olaya Herrera, vuela como una libélula. El Teatro Metropolitano, corpulento en su estructura, parece una maqueta de cartón paja, acaramelada por el sol del atardecer. La Macarena es una pequeña torta, con techo de color aluminio y alamares de fiesta brava. Los centros de exposiciones y convenciones, tan ponderados por los raulas del mercaderismo, son apenas un par de bicocas. Al fondo, casi difuminadas en el resplandor del poniente, las lomas de El Poblado se carcajean con sus toneladas de edificios, abigarrados como moscas debajo de un matamoscas.

Me viene, entonces, la imagen del panóptico de Bentham, Jeremy Bentham, excarcelario, exe-cléctico a lo mejor. Y me estremezco. Desde la ventana de este gorgojo, a través de sus invisibles apéndices, el Capital nos vigila sin ser visto, nos atisba a distancia, sin afán y sin rubor, con la indolencia de su plusvalía y el desprecio por la esclavitud asalariada. El panóptico me aterroriza: el alma

se me encoge y me persuado: somos microbios venidos a más. Me aparto del mirador, no quiero marearme.

Alarcón parece embalsamado. El poder le resbala. El poder y la gloria y el complejo de Edipo y el origen de las especies y el porvenir de una ilusión y el malestar de la cultura y el karma

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y el nirvana y el feng shui y la divina indiferencia de Jehová y sus testigos y las veinte varas de lienzo igual a una levita de Marx o de Engels. Una sola cosa le hace palpitar el corazón y menear el nalgatorio: escribir. No cualquier cosa: escribir telenovelas para el canal de televisión del Ateneo Colombiano, TeleAteneo, que las produce, emite y trafica por doquier, inclusive en Venezuela, nación hermana y lacrimógena como ninguna, al menos en esto de culebrones. Aquí donde lo ven, atrincherado entre los traga-luces de su desahogada aunque sofocante oficina, don Libardo Alarcón Vélez es el Félix B. Caignet colombiano. No le tiembla la mano para rescindir contratos publicitarios de diez u once dígitos. Saca su Montblanc, compacto, áureo, y ¡zuáquete!, sin pestañear, hinca una garra (vulg.), abajo a la derecha, una pequeña rúbrica que abre o cierra sésamos, el poder es para eso, para joder o no joder a los demás. En cambio, se ruboriza y carraspea y garga-jea cuando lee los flash reports con los ratings de sus telenovelas. Desfallece. Teme ahogarse en fama y fortuna, trago y mujeres, quincalla y sahumerio. Lo acobarda estancarse, ser para siempre la momia de Caignet. Quiere ir más allá. Quiere ser el facsímil de Corín Tellado, su clon macho, las telenovelas son la gallina de los huevos de oro del siglo que ya pasó y del milenio que viene.

¡Puerca sea esta vida! Su última creación es o va a ser un fiasco. Se llama Honrar padre y madre, mandamiento tan jarto como los bostezos que la cosa le arranca a los televidentes, a los pocos que todavía no se han cambiado de canal, la lealtad es una virtud precaria, mal pagada además en esta pútrida feria de vanidades. Honrar padre y madre es un ladrillo, un petardo ensordecedor, un fracaso que arriesga a dejarlo sin honra, desventura de la que se valen las revistas de farándula para estigmatizar su estilo a lo Agustín Lara o Chelo Velásquez, (casi) del todo chapado a la antigua, y para romperle a trastazos su anhelo de llegar a ser inmortal, legítima aspiración de cualquier novelista, sea de te-levisión o de las otras, las originales, las que no se ven sino que

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se leen, no sé para qué ni por qué ni mucho menos con qué, están tan caros los libros. Las pullas le ofenden, hágase constar la verdad. Son mofas de los chandosos pasquines que publica la Gran Liga de Antioquia, emporio igual de pudiente, competidor acérrimo del Ateneo Colombiano.

–¡Perfidia! –lo azuza el Tuerto, cualquiera se sabe el truco, divide y reinarás.

–Cagajón y perfidia –replica Alarcón, rojo de la putería–. Esoshomosexuales de la comercializadora la defecaron. Me obligaron a alargar la trama y con eso la obra se gelatinizó. Pretermitieron los arcos dramáticos y eso no se hace jamás.

Se me chorrea la baba, gelatinizar, pretermitir, defecar, este Gorgojo no es Caignet sino Larousse.

–La lívida envidia es consubstancial a la comedia humana,impajaritable, hermano –fanfarronea el Tuerto, por algo estudió Dramaturgia, aparte de Ciencias Políticas, y en Verona, Italia.

Alarcón se muerde los labios para no callar. Aguarda un rato en silencio. Abro el maletín, saco mi portátil, lo prendo, espero a que carguen los programas, busco el archivo, “Amigazos”, se llama, y luego empiezo a predicar. Tengo el don de la profecía, promesa que el espíritu otorgó a los apóstoles al cumplirse el Pentecostés cuando del cielo sobrevino un ruido como de viento impetuoso y unas lenguas de fuego que se repartieron y asen-taron sobre ellos.2

Le paso a Alarcón una carpeta con datos y cuadros y flow charts y organigramas y mapas conceptuales y otras pendejadas. Se pone unas gafas gruesas y redondas. Estudia las cifras sin interés. El

2. Hablo y no hablo. Entro y no entro. Confaloniero del Espíritu. Alférez dela anticipación. Paladín de la buenaventura. Jenízaro del aspaviento. Espigas de fuego me entumecen la coronilla: lengüetas incandescentes y feroces se bambolean como diademas de fuego. La cocorota me arde y el artilugio no se apaga, al contrario, relampaguea y crepita como zarza ardiente que no se agosta. El sofoco se me derrama por detrás de las orejas, hasta llegar a la cumbamba. La sin hueso me cosquillea, bendita sea, me jala y me jala hasta que se suelta, deslenguada, y ya no hay quien la pare. (N. de Lalito Grafía)

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