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Hannah Arendt y la violencia Sobre la violencia se ha escrito profusamente pero no podemos afirmar que sea un problema teórico resuelto. Desde una perspectiva ideologizada se consideró que la violencia era la manifestación de grupos antidemocráticos, terroristas o comunistas, sin embargo lo que sucedió en Oklahoma City en 1995, cuando Timothy McVeigh hizo explotar un carro bomba con 1200 kilos de ANFO, en el edificio Federal Alfred P. Murrah causando la muerte de 168 personas entre ellas 19 niños, obligó a revisar las fáciles adjetivaciones que desde el mundo capitalista se hacían. Precisamente, una de las reflexiones más lúcidas y vigorosas en torno al problema de la violencia es la que realizó Hannah Arendt, en su libro "Sobre la violencia". Afirma que ésta se distingue por su carácter instrumental pero que no es un fenómeno natural: "Ni la violencia ni el poder son fenómenos naturales, es decir manifestaciones del proceso vital. Pertenecen al reino de lo político, de los asuntos humanos cuya cualidad esencialmente humana queda garantizada por la facultad humana de actuar, la capacidad de empezar algo nuevo". Sin embargo, Arendt rechaza la tesis de que la violencia política sea bestial e irracional, tal como lo entienden algunos. Al establecer la relación entre la furia y la violencia dice que la primera "brota sólo cuando se sospecha que las condiciones pueden cambiar, pero quedan iguales. Sólo reaccionamos con furia cuando se ofende nuestro sentido de la justicia, y esta reacción no refleja necesariamente un daño personal". Y agrega algo muy importante: "bajo ciertas condiciones la violencia - actuando sin discutir y sin palabras y sin contar el costo- resulta ser la única manera de enderezar la balanza de la justicia".

Hannah Arendt y La Violencia

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texto corto e introductorio sobre la violencia y anaarent

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Page 1: Hannah Arendt y La Violencia

Hannah Arendt y la violencia

Sobre la violencia se ha escrito profusamente pero no podemos afirmar que sea un

problema teórico resuelto. Desde una perspectiva ideologizada se consideró que la

violencia era la manifestación de grupos antidemocráticos, terroristas o comunistas,

sin embargo lo que sucedió en Oklahoma City en 1995, cuando Timothy McVeigh hizo

explotar un carro bomba con 1200 kilos de ANFO, en el edificio Federal Alfred P.

Murrah causando la muerte de 168 personas entre ellas 19 niños, obligó a revisar las

fáciles adjetivaciones que desde el mundo capitalista se hacían.

Precisamente, una de las reflexiones más lúcidas y vigorosas en torno al problema de

la violencia es la que realizó Hannah Arendt, en su libro "Sobre la violencia". Afirma

que ésta se distingue por su carácter instrumental pero que no es un fenómeno

natural: "Ni la violencia ni el poder son fenómenos naturales, es decir manifestaciones

del proceso vital. Pertenecen al reino de lo político, de los asuntos humanos cuya

cualidad esencialmente humana queda garantizada por la facultad humana de actuar,

la capacidad de empezar algo nuevo".

Sin embargo, Arendt rechaza la tesis de que la violencia política sea bestial e

irracional, tal como lo entienden algunos. Al establecer la relación entre la furia y la

violencia dice que la primera "brota sólo cuando se sospecha que las condiciones

pueden cambiar, pero quedan iguales. Sólo reaccionamos con furia cuando se ofende

nuestro sentido de la justicia, y esta reacción no refleja necesariamente un daño

personal". Y agrega algo muy importante: "bajo ciertas condiciones la violencia -

actuando sin discutir y sin palabras y sin contar el costo- resulta ser la única manera

de enderezar la balanza de la justicia".

Estas afirmaciones son de gran importancia porque obligan a meditar sobre cuáles

son esas condiciones, que permiten finalmente apelar a la violencia para enderezar la

balanza de la justicia. Una reflexión jurídica formal respondería que no se puede

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transgredir la ley a través de la violencia, porque entraríamos al reino de la absoluta

anarquía, sin embargo, en la práctica, diversas Constituciones establecen el derecho a

la insurgencia cuando se viola esa misma Constitución o se pisotean los derechos

humanos. Tal ha sido la razón o la base, en general, de las revoluciones en el mundo,

particularmente en América Latina. Se ha justificado la violencia señalando la

racionalidad de sus motivaciones.

Y en relación a esta idea, Arendt también es muy lúcida cuando plantea: "La violencia,

siendo instrumental por naturaleza, es racional en la medida en que resulta para

alcanzar el fin que debe justificarla". Sobre esta base, analizaremos brevemente dos

expresiones de violencia en el continente americano: la de Oklahoma City en 1995 y la

del Ejército Zapatista en México, iniciada en 1994. ¿Qué de común tienen estas dos

experiencias? Ninguna. La acción del terrorista norteamericano fue absolutamente

irracional, sin objetivos políticos, y se produjo bajo los impulsos primarios de

venganza, en cambio la guerrilla chiapaneca fue (es) la expresión de grandes sectores

postergados, cuyas raíces fueron (son) la inequidad, la pobreza y la exclusión de

indígenas, jóvenes y mujeres. A estos sectores no llegaron los beneficios del

crecimiento ni menos las políticas de compensación social implementadas por el

gobierno de Salinas de Gortari.

Siendo esto así concluimos que el acto terrorista de Oklahoma City no fue racional, en

cambio la insurgencia zapatista sí. Esta abismal diferencia entre la guerrilla

chiapaneca y el demencial acto de Timothy McVeigh quedó patentizada en las

reacciones y movimientos de apoyo o condena suscitados en torno a estos dos hechos.

La rebelión del EZLN recibió la simpatía y el apoyo internacionales, como la de los

parlamentarios europeos, quienes señalaron que el de Chiapas fue un movimiento que

buscaba reivindicaciones de justicia, democracia y libertad. ¿Quiénes, en cambio,

apoyaron lo de Oklahoma City? Que sepamos, nadie. Por eso, los análisis de Arendt

nos parecen actuales y pertinentes, pues siendo la violencia instrumental, sólo puede

justificarse si tiene objetivos racionales y claros, y sólo puede recurrirse a ella cuando

los límites de la razón, la legalidad y la tolerancia han fracasado.

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