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bernhard J-iaring LA LEY DE CRISTO E C A H E R * E O L O G Í A Y FILOSOFÍA

Haring B La Ley de Cristo 03

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La Ley de Cristo III Haring

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  • bernhard J-iaring

    LA LEY DE CRISTO

    E C A H E R * E O L O G A Y F I L O S O F A

  • BIBLIOTECA HERDER SECCIN DE TEOLOGA Y FILOSOFA

    VOLUMEN 34**

    LA LEY DE CRISTO Por BERNHARD HRING

    III

    BARCELONA

    EDITORIAL HERDER 1968

    BERNHARD HARING

    LA LEY DE CRISTO a teologa moral expuesta a sacerdotes y seglares

    TOMO TERCERO

    BARCELONA EDITORIAL HERDER

    1968

  • Versin castellana de J U A N D E LA CRUZ SALAZAR, C.SS.R. t de la obra de

    BEKNHARD H A R I N G , C.SS.R., Das Gesetz Christi n i , Er ich Wewel Verlag, Friburgo de Brisgovia 8 ^ 6 7

    Primera edicin, enero de 1961 Quinta edicin, corregida y ampliada, ig68

    IMPRIM POTEST: Roma, 7 iun 1966 GULIELMUS GAUDREAU, Superior Generalis

    N I H I L OBSTAT: E l censor, J O S M. F O N D E V I L A , S.I.

    IMPRMASE: Barcelona, 15 de mayo de 1968 J O S CAPMANY, Vicario Episcopal

    Por manda to de Su Sra. Revdma. E R N E S T O R O S , Pbro. , Canciller - Secretaria

    Editorial Herder S.A., Provenza 388, Barcelona (Espaa) 1961

    E s PROPIEDAD DEPSITO LEGAL: B . 25.666-1968 (ni) P R I N T E D I N SPAIN

    GRAFESA aples, 249 Barcelona

    Tomo tercero

    NUESTRA RESPUESTA

    AL UNIVERSAL DOMINIO DE DIOS

    Parte segunda de la moral especial

  • SUMARIO GENERAL DE LA OBRA

    Tomo primero

    PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA

    Moral general

    Tomo segundo

    VIDA EN COMUNIN CON DIOS

    Y CON EL PRJIMO Parte primera de la moral especial

    Tomo tercero

    NUESTRA RESPUESTA AL UNIVERSAL DOMINIO DE DIOS

    Parte segunda de la moral especial

    Los ndices de citas bblicas, de decisiones del magisterio de la Igle-sia, de cnones del Cdigo de derecho cannico, de encclicas pon-tificias, de documentos del concilio Vaticano II, de nombres de autores

    y el analtico se hallan al final de este tomo

    NDICE

    TOMO TERCERO: NUESTRA RESPUESTA AL UNIVERSAL DOMINIO DE DIOS

    INTRODUCCIN 19

    Parte primera

    LA REALIZACIN DEL AMOR A DIOS Y AL PRJIMO EN LAS VIRTUDES MORALES

    Capitulo nico: Las virtudes cardinales 23 I. La prudencia 27

    1. La prudencia segn la Sagrada Escritura 28 2. Exposicin filosfico-teolgica de la prudencia 30

    a) La prudencia en el concierto de las dems virtudes cristianas 30

    b) La prudencia y la conciencia 35 c) Los actos de la prudencia 35 d) Requisitos de la prudencia 36 e) Adquisicin y cultivo de la prudencia 37 f) Perfeccionamiento de la prudencia por el don de con-

    sejo 39 g) Defectos y vicios opuestos a la prudencia 40

    I I . La justicia 43 1. La justicia como actitud bsica universal 43 2. La justicia como virtud especfica 44 3. Las diversas especies de justicia. Sus partes subjetivas. . 45

    a) La justicia conmutativa 45 b) La justicia general o legal 46 c) La justicia distributiva 46 d) Lia. justicia social 47 e) Lia justicia vindicativa 50

    4. Caracteres de la justicia 51 5. Justicia y caridad 52 6. La justicia humana y la virtud de la religin . . . . 52

    7

  • ndice

    Pigs.

    I I I . La fortaleza 55 1. Esencia y funcin de la fortaleza 55 2. La fortaleza en relacin con las dems virtudes. . . . 57 3. La fortaleza como virtud y como don del Espritu Santo. 58

    IV. La templanza 60 1. Sentido de la templanza 60 2. Importancia de la virtud de la templanza 61 3. Templanza inicial y templanza perfecta 63 4. Especies de templanza y virtudes afines 64 5. Perfeccin de la templanza por la abnegacin y mortifi-

    cacin cristianas 66 a) Relacin entre la templanza y la abnegacin y morti-

    ficacin exterior 66 b) La mortificacin, camino de la alegra 68 c) La mortificacin interior y exterior forman una sola. . 69 d) Mortificacin voluntaria y mortificacin providencial. 69 e) La mortificacin y el seguimiento de Cristo . . . . 70 f) En qu grado obliga la mortificacin exterior? . . 74 g) Mortificacin pecaminosa 75

    V. La humildad, virtud cardinal del cristiano 78 1. La humildad, virtud cristiana 78 2. La humildad de Cristo 79 3. La humildad del cristiano relacionada con la de Cristo. 80 4. Esencia y requisitos de la humildad 82

    a) La humildad es amor de adoracin y agradecimiento. 82 b) De cmo el humilde conocimiento de s mismo y el ju-

    biloso y humilde reconocimiento de la grandeza de Dios peligran por una falsa y prcticamente incrdula confrontacin con el prjimo - 83

    c) La humildad es andar en verdad (Santa Teresa: Mo-radas sextas) 84

    d) La humildad es la verdad aun en las obras . . . . 85 e) La humildad, desbordamiento y manifestacin de

    la caridad 86 f) La humildad, don del cielo y victoria en el combate. 87

    5. Frutos de la humildad 87 6. Grados de humildad. Vicios opuestos 88

    8

    ndice

    Parte segunda Pgs.

    LA REALIZACIN DEL AMOR A DIOS Y AL PRJIMO EN LA VIDA PRESENTE

    INTRODUCCIN 95

    SECCIN PRIMERA: LA REALIZACIN DE LA CARIDAD CRISTIANA DENTRO DE LA COMUNIDAD

    Captulo primero: La familia 105 I. Importancia de la familia para el establecimiento del reino

    de Dios en el mundo 105 II . De la mutua responsabilidad de los casados 110

    II I . Responsabilidad de los padres con sus hijos 113 1. Obligaciones que preceden al nacimiento 113 2. Lactancia materna 114 3. El cuidado de los hijos 115 4. Asesoramiento y consejo en la eleccin de la carrera. . 115 5. Obligaciones para con los hijos naturales 116 6. Normas de la educacin espiritual y moral 117 7. Colaboracin de los padres, de la Iglesia y del Estado. 120

    IV. Deberes de los hijos con sus padres 126 1. Respeto y reverencia 127 2. Obediencia 128

    a) Sentido de la obediencia 128 b) Obediencia y crtica (discrecin) 129 c) Radio a que se extiende la obligacin de obedecer . 131

    3. Amor y gratitud 133 V. La familia y la servidumbre 135

    VI. Relaciones entre maestros y escolares 137

    Captulo segundo: El Estado 138 I. Esencia y lmites del Estado 138

    II . Origen y sujeto del poder del Estado 143 I I I . Deberes del Estado 145

    1. El Estado, defensor del derecho 145 2. El Estado, promotor del bienestar 146 3. El Estado, promotor de la cultura 147

    IV. Poderes del Estado 148 1. Derecho del Estado a infligir pena de muerte 148 2. Deber de paz y derecho de guerra 151

    V. La comunidad internacional 163 1. Fin de la poca colonial 163

    9

  • ndice Pgs

    2 Ayuda a los pueblos ms pobres 165 3 Organizacin internacional y autoridad mundial 167

    VI Deberes de los subditos frente al Estado 171 1 Obediencia y respeto 171 2 Patriotismo 172 3 Corresponsabilidad 173

    VII Del derecho de los subditos frente al Estado 175 1 Derechos fundamentales de la persona 175 2 Derechos de los subditos a la resistencia . 176 3 Condiciones que legitiman la revolucin 178 4 El tiranicidio 179

    Captulo tercero La Iglesia 181 I La Iglesia, sacramento del encuentro con Cristo 182

    1 Palabra y respuesta . 183 2 Respuesta de adoracin dentro de la comunidad de culto 184 3 El s a la Iglesia, maestra de la candad y de la ley 185

    I I La Iglesia, sacramento de la candad . 187 1 El pueblo de la alianza 188 2 La pastoral de la Iglesia, expresin de la caridad 190

    I I I La Iglesia, sacramento del reino de Dios 191 1 La Iglesia, esclava del Seor 191 2 Doctrina social de la Iglesia 193 3 Iglesia y Estado, Iglesia y poltica 194

    SECCIN SEGUNDA LA VIDA Y LA SALUD BAJO EL AMOROSO DOMINIO DE DIOS

    Captulo primero El cuerpo y la vida corporal 205 I El cristiano y el cuerpo 205

    I I El cristiano ante la vida corpoial 209

    Captulo segundo La aceptacin de la muerte y de la vida 212 I El cristiano ante la muerte 213

    I I Pecados contra la vida del cuerpo 218 1 El suicidio 218 2 El homicidio 219 3 La muerte del injusto agresor 220 4 Ejecucin del reo inocente 222 5 El infanticidio 223 6 El aborto 223

    a) Nocin del aborto Su historia 223 b) Las indicaciones . 224

    10

    ndice Pigs

    c) Operaciones permitidas. . . 229 7 La eutanasia . 232 8 El arriesgar la vida . 233

    Captulo tercero El cristiano y la salud 236 I Salud, enfermedad y santidad 236

    1 Concepto de la salud 236 2 Salud y santificacin 238 3 La enfermedad y el pecado 239 4 Faltas en el orden moral y neurosis 240 5 El mdico y el sacerdote ante la enfermedad 242 6 El s a la dolencia, s a la vida eterna 243

    I I Responsabilidad de la salud 246 1 Cuestiones referentes al cuidado de la salud 246 2 Cuidados que requiere el restablecimiento de la salud 253

    a) Deontologa mdica 253 b) La intervencin quirrgica 255

    1) Derecho a la anestesia Sus lmites 256 2) El parto sin dolor 257 3) Problemas de la reanimacin 258 4) Ciruga esttica 260 5) Trasplante de rganos 260 6) Experiencias en seres humanos 262 7) Castracin y esterilizacin 264 8) La psicoterapia por el psicoanlisis y el narco-

    anlisis 268 9) La psicociruga 271

    c) El mdico y el enfermo en la poca de la tcnica 272 1) Insospechadas posibilidades de la medicina 272 2) Especializacin y tecnificacin 273 3) Es la organizacin una bendicin o una desgra-

    cia? . 274 4) Muerte o renacimiento de la tica mdica? 275

    SECCIN TERCERA RESPUESTA AL AMOROSO DOMINIO DE DIOS EN EL MATRIMONIO Y LA VIRGINIDAD

    Captulo primero El amor a Dios y al prjimo y los sexos humanos 280 I Sexualidad y seguimiento de Cristo 280

    1 La sexualidad, don de la naturaleza y deber moral 280 2 La sexualidad a la luz de la redencin 281 3 El hombre y la mujer, imgenes de Dios 283 4 Finalidad del amor sexual 284

    11

  • ndice Pgi.

    5 vSexo, eras y gape . . . . 286 6 La caridad redimida y la sexualidad 291 7 Masculinidad y feminidad como tareas morales 291 8 El cristianismo y el respeto a la mujer 295

    II La virtud de la castidad 299 1 Elementos constitutivos de la castidad cristiana 299 2 La castidad protegida por el pudor y la vergenza 301

    I I I Pecados contra la castidad. 303 1 La esencia de la impureza 303 2 La gravedad del pecado impuro 304 3 Pecados de pensamiento contra la castidad 309 4 Los pecados impuros de obra 312

    a) El adulterio 312 b) La fornicacin 312 c) Estupro, rapto y violacin 313 d) El incesto 314 e) Lujuria sacrilega 314 f) La masturbacin 314 g) Perversiones sexuales 316

    5 Pecados de deshonestidad 318 a) Las miradas 320 b) Los tocamientos 320 c) Las palabras . 321 d) Las lecturas . 322 e) Cine, radio y televisin . . 322

    6 Reglas para el examen de conciencia y la confesin en lo tocante a la castidad 323

    Captulo segundo El discpulo de Cristo y el matrimonio 325 I Sentido y finalidad de la institucin matrimonial 325

    1 El matrimonio, oficio creador dentro del orden divino 327 a) La aceptacin de los hijos 328 b) La monogamia 330 c) Indisolubilidad del matrimonio 330 d) Divorcio imperfecto 333 e) Jerarqua dentro del matrimonio 334

    2 El matrimonio como sacramento 335 a) El signo sacramental 335 b) Misin pastoral de la vida en matrimonio 336 c) El matrimonio, sacramento de la Iglesia. 337 d) Matrimonios mixtos 339 e) El matrimonio, sacramento permanente 341

    3 El servicio de amor en el matrimonio 343 a) El amor al servicio de la salvacin y de la vida 343

    12

    ndice Pg-

    b) El amor conyugal y el afecto sensible 346 c) Afecto sensible y fidelidad . . 348 d) El amor en el matrimonio desafortunado . 348 e) El matrimonio, remedio de la concupiscencia 349

    II La eleccin acertada 350 1 Responsabilidad respecto a la descendencia . 351 2 El bien de la comunidad sal vrica 352 3 Responsabilidad del amor y la fidelidad 353

    I I I La castidad conyugal Uso del matrimonio 355 1. La castidad matrimonial y su contribucin a la vida 355

    a) La relacin sexual en caso de impotencia o de esteri-lidad . 357

    b) La relacin conyugal en caso de esterilidad producida intencionalmente 358

    c) La relacin conyugal durante la preez 359 d) La continencia peridica . . 3 6 0 e) Regulacin de la prole y abuso del matrimonio 363 f) Cooperacin al abuso . 370

    2 La castidad conyugal, expresin de un amor constante y delicado . . . 372 a) Forma del amor conyugal . . . 372 b) La ternura . . . 373 c) Los actos accesorios . 373 d) El arte del amor . . . . 374 e) Solicitacin del dbito y su aceptacin 375 f) La prole, fruto del amor o de la fecundacin artifi-

    cial? . . 378 3 La castidad conyugal, disposicin producida por el sacra-

    mento . . 379 4. La castidad conyugal y el instinto 380

    a) Evitar toda falsa teraputica para el dominio de los instintos . . . 381

    b) La continencia temporal voluntaria o impuesta por las circunstancias . 381

    c) El acto matrimonial realizado nicamente para sa-tisfacer la concupiscencia 382

    d) Ningn desprecio por la sexualidad . 383 e) El abrazo reservado (amplexus reservatus) 383 f) El dominio de la sexualidad, deber mutuo 384 g) Higiene de la fantasa y de la imaginacin 386

    5 La castidad en el noviazgo 387 6 La castidad en la viudez . 389

    Captulo tercero La virginidad cristiana 390 I El misterio de la virginidad 391

    13

  • ndice Pgs.

    1. Qu es la virginidad? 391 2. Matrimonio, celibato y virginidad 393 3. La virginidad, camino especial para seguir a Jesucristo. . 394 4. La virginidad y la Iglesia 395 5. La virginidad, amor exclusivo 396 6. La virginidad, sacrificio y oblacin sagrada 398 7. El servicio exclusivo de Dios 399 8. La virginidad dentro de la perspectiva escatolgica . . 400

    II. Llamamiento a la virginidad 402 1. Espontaneidad y correspondencia a la divina invitacin 402 2. Signos de vocacin 404

    I I I . El celibato 407

    SECCIN CUARTA: EL AMOROSO DOMINIO DE DIOS EN EL CAMPO DE LOS BIENES TERRENOS

    Captulo primero: Valoracin cristiana de los bienes materiales. . 415 I. Del amor y para el amor 415

    1. Dones de amor 415 2. Ofrendas de amor y pobreza voluntaria 417 3. Los bienes materiales, instrumentos de caridad . . . . 420

    I I . El amparo del derecho y la justicia 422 1. La ley civil y la virtud de justicia 422 2. Justicia y caridad 425

    Captulo segundo: El recto orden en la posesin y uso de los bienes materiales 431

    I. Adquisicin de la propiedad y derechos de uso 431 1. La ocupacin 432 2. El trabajo 433

    a) El deber del trabajo 434 b) El derecho al trabajo 435 c) El derecho al producto del trabajo 436

    3. La accesin 437 4. La herencia 437 5. La usucapin y la prescripcin 440 6. El contrato 442

    a) Principios generales 442 1) Requisitos morales y jurdicos del contrato . . . 443 2) El consentimiento de la voluntad y su manifes-

    tacin 445 3) Obligaciones que impone el contrato 446

    b) Clases de contratos 448

    14

    ndice Pgs.

    1) La promesa 448 2) La donacin 449 3) El depsito 450 4) El comodato 450 5) El mutuo. El inters 451 6) Permuta y compraventa 454

    aa) El justo precio 455 bb) El comercio 458

    7) El contrato de arrendamiento 460 8) El contrato de servicio y de trabajo 461

    a) El justo salario 461 f}) La justicia conmutativa y el salario justo. . 462 y) Justicia social y justo salario 464

    9) El contrato de obra 468 10) Contrato de renta vitalicia 469 11) Contratos de seguros 469

    aa) El contrato de seguros en general 469 bb) La fianza 470 ce) Prenda e hipoteca 470

    12) El contrato de sociedad 471 13) El juego 471

    7. Apropiacin en caso de necesidad y compensacin oculta. 473 II . Pecados contra la propiedad ajena 474

    1. La irresponsabilidad 474 2. El fraude 475 3. La usura 476 4. La damnificacin injusta 476 5. El hurto 478

    I I I . La reparacin de la injusticia 481 1. Fundamento religioso y moral de la restitucin . . . . 481 2. Gravedad del deber de la restitucin 482 3. Races del deber de la restitucin 482 4. Alcance del deber de la restitucin 483 5. Obligacin de restituir que tiene el poseedor del bien

    ajeno 484 6. Restitucin por razn de injusta damnificacin . . . . 485 7. Restitucin en razn de cooperacin en los daos . . . 486 8. Obligacin de restituir en razn de la violencia del derecho

    del prjimo a la integridad corporal, a la vida o a la cas-tidad 488

    9. Restitucin por defraudacin de impuestos 490 10. Modo y circunstancias de la restitucin 491 11. La persona a quien se ha de hacer la restitucin . . . 492 12. Expiracin de la obligacin de restituir 493

    15

  • ndice

    Pgs.

    Captulo tercero: Bases de un orden econmico en conformidad con las leyes de la creacin y de la redencin . . . 496

    I. Propiedad privada y propiedad comn 496 1. La propiedad familiar 497 2. Derecho de propiedad 499

    a) Razn teolgica del derecho de propiedad 499 b) Derecho de propiedad y organizacin concreta de sta. 504 c) La socializacin 507 d) La reforma agraria 509

    II. El orden econmico 512 1. Capitalismo y liberalismo 512 2. El socialismo 515

    a) El marxismo 515 b) El socialismo moderno 518

    3. Concepto cristiano del orden 521 III . Incorporacin social de la clase trabajadora 526

    1. Liberacin econmica del obrero por la cogestin . . . 526 2. Acceso del trabajador a la propiedad y desproletarizacin. 534 3. Huelga y lock-out 538

    SECCIN QUINTA: LA VERDAD, LA FIDELIDAD Y EL HONOR BAJO EL SIGNO DEL AMOR

    Captulo primero: Verdad, veracidad, fidelidad 543 I. En el campo vital de la divina verdad 543

    1. Dios, fuente misteriosa e inagotable de toda verdad. . 543 2. El divino testigo de la verdad 544 3. La vida en el Espritu de verdad 545 4. La verdad, vnculo de la comunidad 546 5. Santificados en la verdad 547

    II . Los diversos deberes que nos impone la verdad 548 1. Adecuacin con la verdad en el ser 548 2. Pensar la verdad 549 3. Obrar la verdad 551 4. Decir la verdad (veracidad en sentido estricto) . . . . 552

    a) La veracidad y su squito 552 b) La mentira 556 c) Es pecado grave o leve la mentira? 558 d) La mentira infantil 562 e) La mentira patolgica 562

    5. Del secreto 563 a) El fundamento del secreto 563 b) Diversas clases de secreto 564

    16

    ndice Pgs.

    c) Principales deberes relativos al secreto 565 d) El lenguaje disimulado (restriccin mental) 567

    MI. La fidelidad, irradiacin del amor 571 i. Esencia y requisitos de la fidelidad 571 2. La fidelidad, exigencia de los sacramentos 574 3. Promesa y propsito 577 4. La fidelidad y la confianza 578 5. Gravedad de la obligacin que impone la fidelidad. . . 578

    Captulo segundo: La belleza y el honor 580 I. La belleza como revelacin de Dios 581

    1. Un misterio que nos compromete 581 2. Importancia psicologicomoral de la belleza 584 3. Admiracin y adoracin que despiertan las maravillas de

    Dios 536 II. El cristiano y el arte 588

    1. La esencia del arte y la moral 590 2. La moral y los postulados humanos del arte 592 3. El arte religioso 596

    II I . El honor humano a la luz de la caridad 600 1. El respeto cristiano de s mismo y del prjimo . . . . 600 2. La gloria y el honor en el respeto y veneracin debidos. 603 3. Las normas del honor cristiano 605

    a) El verdadero fundamento del honor 605 b) El honor bajo el signo de la cruz 607

    4. Los deberes ms importantes respecto del honor. . . . 609 a) Conservar el propio honor 609 b) Honrar al prjimo 611 c) Guarda y defensa del honor ajeno 612

    1) La calumnia y la difamacin 612 2) El chisme 616 3) Permitir cobardemente u oir con complacencia la

    difamacin 616 4) Reparacin de los males causados por la difamacin

    y el chisme 617

    Captulo tercero: Medios de comunicacin social y comunidad per-sonal dentro de la verdad, el bien y la belleza . . 620

    I. Importancia y funcin de la prensa, del cine y de la tele-visin 623 1. La prensa 623

    a) La importancia de la palabra escrita 623 b) Cometido de la prensa catlica en la sociedad plu-

    ralista 625

    17 2 HARING I I I

  • ndice Pgs.

    2. El cine 627 a) Importancia y funcin del cine 627 b) El fita ideal 629 c) Sus mltiples funciones 631 d) El cine al servicio del bien, la belleza y la verdad. 632

    3. Radiodifusin y televisin 633 a) Al servicio de la familia 634 b) Al servicio de la informacin 634 c) Al servicio de la cultura y la instruccin popular. . 636 d) Al servicio del esparcimiento 636 e) Al servicio de la religin 637 f) Al servicio de todos 637

    II . Responsabilidad personal y social ante los medios de comu-nicacin 638 1. Los medios de formacin de las masas y la opinin p-

    blica 639 a) Funcin e importancia de la opinin pblica. . . . 639 b) La Iglesia y la opinin pblica 643 c) Los mtodos para la formacin de la opinin . . . 647 d) Empleo metdico de los medios para formar las

    masas 648 2. Los medios de difusin al servicio de la fe y la moral . . 650 3. Los que han sido llamados para anunciar lo bello, bueno

    y verdadero 651 4. Distracciones, organizacin del tiempo libre y parquedad. 652 5. Los medios de difusin han de ser vigilados 658

    a) Vigilancia personal y por parte del Estado 659 b) Censura por parte de los distribuidores y de la opinin

    pblica 660 c) Prescripciones de la Iglesia 662

    6. El nuevo estado de conciencia creado por los rganos de difusin 663

    El< DEBER DE I,A HORA ACTTTAI, 6 6 9

    NDICES Citas bblicas 675 Decisiones del magisterio de la Iglesia 687 Cnones del Cdigo de derecho cannico 689 Encclicas pontificias 690 Documentos del concilio Vaticano II 691 ndice onomstico 694 Obras sin referencia a nombres de autores 724 ndice analtico 7 2 5

    18

    I N T R O D U C C I N

    Nuestra vida religiosomoral de cristianos, mirada en su ms ntima esencia, es el s a la soberana de Dios que, mediante Cristo, se extiende sobre nosotros, es el s al reino de su amor. Este s nos hace verdaderamente libres, puesto que es un s amoroso posibilitado por la divina caridad de Dios y por su gra-cia, un s a la soberana del amor de Dios que todo lo da, pero que tambin lo pide todo. Este s nos permite tambin conocernos y reconocernos mutuamente como hermanos en Cristo, librndonos, mediante la fraterna caridad, del egosmo que disgrega y esclaviza. Este amoroso s, lleno de fe, de esperanza y de adoracin, es el que deja el campo libre para que el alma pueda realizar el reino de Dios con todas sus energas y en todos los sectores de la vida. l transforma nuestro propio ser y el mbito de nuestra existencia de manera que venimos a ser testigos de la nueva ley y testigos del Seor en su primera y segunda venida.

    Todava los moralistas discuten para solucionar la importante cuestin de si la teologa moral es y debe ser principalmente una doctrina de virtudes, o ms bien un tratado de normas, a modo de un cdigo de leyes y deberes. Hay razones en pro y en contra. Por considerar ambas concepciones incompletas, tratamos de hallar una ms amplia sntesis basada en la doctrina del seguimiento de Cristo (tomo primero), y en el dilogo- de amor con Dios y con el prjimo (tomo> segundo), dilogo que nos colma de ri-quezas, que nos presenta constantes exigencias y que se pro-longa hasta que se establece el amoroso dominio de Dios sobre todas nuestras energas espirituales, anmicas y corporales y sobre todos los sectores de la vida (tomo tercero). Para que en nuestro

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  • Introduccin

    alrededor se establezca ese reino de Dios es indispensable que antes queramos establecerlo totalmente en nosotros mismos; y ello es parte integrante del seguimiento de Cristo. Digamos que es la con-tinuacin y la realizacin del dilogo de amor con Dios y con el prjimo.

    No es un simple nombre el que se nos da, cuando se nos llama hijos de Dios y hermanos en Jesucristo: ello es una autntica reali-dad. Sin duda no aparece en todo su esplendor, y la fuerza dis-gregadora del pecado nos amenaza siempre y ejerce su imperio en una porcin de la humanidad. Con todo, el reino de Dios est en vas de manifestarse, y cada da ha de hacerse una realidad ms visible y tangible en nuestro mundo interior y en las estructuras de la convivencia humana. El testimonio decisivo de que somos, en verdad, hijos de Dios, lo da nuestra vida bajo el signo de la cari-dad cristiana. Pero dicho testimonio no es vlido si no brota de lo ntimo del corazn, de toda el alma, si no se ponen en l todos los sentimientos y todas las fuerzas. Por eso vamos a mostrar cmo, mediante el ejercicio de las virtudes morales, se realizan la fe, la esperanza, el amor reverente a Dios y la caridad para con el pr-jimo, ya en la vida ntima persona! del hombre (parte primera), ya en todos los campos de la existencia humana (parte segunda).

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    Parte primera

    I A REALIZACIN DEL AMOR A DIOS Y AL PRJIMO EN LAS VIRTUDES MORALES

  • Captulo nico

    LAS VIRTUDES CARDINALES

    Nuestra teologa moral no es un simple tratado de las virtudes Su centro no es el hombre virtuoso, sino Dios, con todos sus dones y exigencias. Pero el don de Dios, las riquezas de su amor, con-centradas en Cristo Jess, hacen al hombre interiormente dispues-to para la virtud a la manera del mismo Cristo. La ms elevada virtud, la que supera toda aspiracin simplemente humana, es la preparacin interior del hombre para el dilogo con Dios por la fe, la esperanza y la caridad, y para el dilogo con el prjimo en una comunidad que le haga presentir la comunidad de los santos en la Jerusaln celestial.

    En las partes precedentes, al tratar del amor a Dios y al pr-jimo no lo hicimos principal o por lo menos exclusivamente bajo el aspecto de virtud; aunque este aspecto no poda faltar. I^ o que principalmente nos interesaba era el carcter dialogal de la comunidad viviente con Dios y con el prjimo. Sin embargo, preci-samente por la seriedad de este dilogo, realzamos muy claramente cmo Dios, por una transformacin interior, nos hace aptos para que le oigamos y para que su palabra produzca en nosotros frutos de salud, para recibir con agradecimiento sus promesas, para que nos adentremos, en la adoracin, en la plena comunidad de amor con l, y para que vivamos, ya desde ahora, en su amor. A fin de poder considerar como un don y un precepto de Dios este ideal de la caridad cristiana que supera todas las fuerzas humanas, tene-mos que entender con toda claridad, entre otras cosas, que con el espritu de filiacin nos otorg Dios un nuevo espritu de familia y una capacidad suficiente para realizarlo. As orientada, la consi-deracin de este aspecto de la religiosidad y de la moralidad la

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  • Las virtudes cardinales

    doctrina de la virtud no ofrece contradiccin alguna con su carcter cristocntrico y dialogal.

    Hay que tener presente esta visin total para entender las p-ginas siguientes. Al exponer por separado las virtudes morales no pretendemos volver disimuladamente al concepto aristotlico y antro-pocntrico, ni tampoco sealar una artificiosa oposicin entre virtud y normas, pues no puede haberla. L,o nico que queremos es estu-diar el desarrollo del seguimiento de Cristo, cmo toman cuerpo, por decirlo as, la fe, la orientacin escatolgica de la vida, el amor de adoracin, la religin y el amor al prjimo, hasta formar un hombre totalmente nuevo, integrando en esta renovacin todas sus energas de alma y cuerpo.

    Adems, con la divisin introducida entre la primera y segunda parte de este libro queremos expresar otra vez el carcter abso-luto del dominio de Dios, tan marcado en la Sagrada Escritura, y subrayar, en lo posible, que nuestro s al dominio de Dios en todos los mbitos de la vida no es sincero ni eficaz si no nos deja-mos transformar por l y colaboramos a ello activamente abriendo el alma a la accin de la gracia. Y con esto podremos poner de relieve con igual fuerza el otro aspecto: la transformacin interior por las virtudes morales no puede aspirar a ser perfecta sin el ardoroso celo por la manifestacin del reino de Dios en toda nuestra vida. El esfuerzo virtuoso del cristiano no tiene como centro al mismo cristiano, no tiende a su propio perfeccionamiento, sino que lo ha de impulsar a abrirse progresivamente a todas las grandes dis-posiciones del creador y del redentor. Esto se desprende ya del simple concepto cristiano de las virtudes cardinales, especialmente del de la prudencia, la justicia y la humildad. I,a prudencia es el amoroso sentido de la realidad, la aptitud y disposicin interior para captar en cada situacin el llamamiento del momento, del kairs. La justicia dispone nuestra voluntad para que est pronta a pronunciar el s total al recto orden querido por Dios. La humildad es aquella actitud emancipadora por la que abrazamos con amor el yo que Dios nos otorga y sus posibilidades de desarro-llo y la realidad de la existencia como un servicio a las divinas disposiciones.

    El ttulo de esta parte: I,a realizacin del amor a Dios y al prjimo en las virtudes morales, podra formularse tambin as: La realizacin del regio dominio de Dios, o La realizacin del seguimiento de Cristo en el esfuerzo moral. Se trata de diversos puntos de vista que nos muestran la multiforme riqueza de una

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    Importancia de las virtudes cardinales

    misma realidad. Pues, como ya dijimos, esa caridad para con Dios y para con el prjimo, que nos transforma, no es una cualidad que se nos deba, sino que es efecto del amoroso dominio de Dios y fundamento de ese dominio universal que alcanza a cuanto est dentro y fuera de nosotros.

    SANTO TOMS, en la Suma Teolgica, I I - I I , trata primero de las virtudes teologales y slo despus de las cardinales. As, con la misma disposicin de los tratados y mucho ms en el texto mismo, expresa que el fundamento, los goznes (cardinales) de la vida cristiana no son propiamente las cuatro virtudes llamadas cardinales, sino las virtudes teologales.

    Desde el tiempo de los padres se acept el esquema estoico de las cuatro virtudes fundamentales, conocido ya por Aristte-les y Platn. Tambin el libro de la Sabidura lanza este cu-druple pregn: Qu cosa ms rica que la sabidura, que todo lo obra?... Y si amas la justicia, los frutos de la sabidura son las virtudes; porque ella ensea la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza (Sap 8, 5-7). No se puede demostrar, ni por la Sagrada Escritura, ni por la tradicin, que no haya ms que cuatro virtudes cardinales, ni que toda la autoridad moral se encierre en ellas. Y aun cuando la teologa occidental mantenga generalmente el esquema de las cuatro virtudes cardinales, en la manera de interpretarlas se observa gran diversidad. No slo rea-parecen las diversas opiniones de la tica aristotlica, platnica y estoica; sino que tambin se manifiesta la divergencia de las di-versas escuelas teolgicas precisamente en este punto doctrinal. En definitiva, era necesario un esfuerzo teolgico penetrante hasta impregnar de espritu cristiano el esquema estoico de las virtudes, o ms bien hasta superarlo.

    San AMBROSIO reproduce las virtudes cardinales en su for-ma estoica, mas por su contenido las considera como medio y camino del amor divino, como primera irradiacin de la vida de la gracia en la actividad moral. Entendidas en esta forma cris-tiana, las virtudes cardinales sern expuestas con especial clari-dad por san AGUSTN : En cuanto a las virtudes que llevan a la vida bienaventurada, afirmo que no otra cosa son que la cifra y resumen del amor de Dios. A lo que se me alcanza, las cuatro formas de la virtud proceden de cuatro formas que en cierto modo reviste el amor. Aquellas cuatro virtudes las describira yo sin vacilar del modo siguiente: templanza es el amor que se mantiene inclume para su objeto; fortaleza es el amor que todo

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  • Las virtudes cardinales

    lo soporta fcilmente por causa de aquello que ama; justicia es el amor que observa el orden recto, porque slo sirve al amado; prudencia es aquel amor que es clarividente en todo lo que es favorable o daoso. Pero no hablo yo de un amor cualquiera, sino del amor a Dios, al bien supremo, a la suprema sabidura y unidad. As podemos formular con mayor precisin aquellas definiciones diciendo : templanza es el amor que se mantiene n-tegro e inclume para Dios ; fortaleza es el amor que, por Dios, todo lo soporta fcilmente; justicia es el amor que slo sirve a Dios y por esto pone en su orden debido todo lo que est so-metido al hombre ; prudencia es el amor que sabe distinguir bien entre lo que le es ventajoso en su camino hacia Dios y lo que puede serle un obstculo \ En la lnea de esta visin agustiniana, tratamos de exponer las virtudes morales como mediadoras entre el amor de Dios y el amor al prjimo.

    Dentro de las virtudes morales, las virtudes cardinales ocu-pan con razn un lugar de preferencia, ya como actitud general, ya como virtudes especiales.

    Como disposicin general actan en cada virtud moral por lo menos como requisito. La prudencia seala el camino del bien y regula el entendimiento prctico. La justicia confiere a la vo-luntad una recta direccin y, sacndola de la rigidez egosta, la ajusta a la justicia real. La templanza mantiene los afectos concu-piscibles en el justo medio entre el embotamiento y la lascivia. La fortaleza hace que los afectos irascibles se mantengan en el justo medio entre la flojedad y la actividad desordenada. La pru-dencia y la justicia regulan las dos facultades espirituales del alma; la templanza y la fortaleza dominan los apetitos sensuales e irascibles, o sea las principales potencias psicofsicas.

    Consideradas como virtudes particulares; la prudencia es el arte del buen consejo y del buen gobierno; la justicia es el cum-plimiento de lo estrictamente debido en proporcin de igualdad; la fortaleza es la lucha denodada por el bien; la templanza es el dominio de los apetitos sensibles, especialmente por medio de la castidad.

    A las cuatro virtudes cardinales tradicionales aadimos nos-otros la humildad, como virtud cardinal en un sentido amplio. Ella garantiza el orden fundamental del ser, la subordinacin a Dios e, indirectamente, el orden en las relaciones con los dems

    1. SAN AGUSTN, De moribus Bcclcnae catholicae, hb. i, cap. xv, 21, PL 32, 1322

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    La prudencia

    seres. Segn la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espritu, porque suyo es el reino de los cielos (Mt 5, 3), es de manera especial condicin previa para recibir las riquezas del reino de los cielos y el imperio del divino amor en nosotros. En el camino de la salvacin se va revelando cada vez ms como fruto de la divina caridad.

    A GAKDLIL, O. P., art. Cardinales (Vertus), D. 1. C, t. n, J'ans 1905, 1714-1717

    J. LECLERCQ, Essais de morale catholique, iv, La vie en orare, Tournai 21947 O. LOTTIN, Les vertios cardinales et leurs ramifications ches les thologiens

    de 1230 1250, Psychologie et Morale aux XIIe et XlUe sicles, t. nr, Gembloux 1954, 153-194.

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    R. GUARDINI, Tugenden. Meditationen uber Gestalten des sittlichen Lebens, Wurzburgo 1963.

    I. LA PRUDENCIA

    La conciencia, facultad de la naturaleza espiritual del hom-bre, lo orienta hacia el bien, hacia la voluntad de Dios. El fallo de la conciencia le transmite las exigencias del bien d e Dios, del valor que se presenta hic et nunc, o sea en cada circunstancia. Dicho reclamo del bien levanta un eco en la conciencia, mas no un eco lejano, sino un eco que traduce las ms ntimas exigen-cias del propio ser espiritual.

    Cmo debe estar equipado el hombre para poder reconocer inequvocamente en los acontecimientos de orden natural y so-brenatural el deber, la voluntad de Dios a cada momento, a cada llamamiento de la gracia? Cmo podr amoldar su conducta a las diversas necesidades del reino de Dios? Pensamos que la pri-mera disposicin es la que debe proporcionar la virtud de pru-dencia. Y lo< genuino que hay en esta virtud, considerada como virtud cristiana, no es otra cosa que la docilidad, de Dios recibi-da, para aceptar las enseanzas de Dios.

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  • 1. La prudencia segn la Sagrada Escritura 1) La prudencia, como la sabidura, ha de considerarse co-

    mo un don de Dios. El Seor da la sabidura y de su boca derrama prudencia e inteligencia- (Prov 2, 6). Es la misma Sa-bidura eterna la que ensea la prudencia (cf. Sap 8, 7). El ser ricos en toda sabidura y prudencia es un don gratuito de Dios por Cristo; es, por lo mismo, un objeto especial de peticin (Eph 1, 8). La misma Sabidura eterna exclama con nfasis: Ma es la prudencia (Prov 8, 14; cf. 8, 11; 10, 23). Y tanto es ello verdad, que si la eterna Sabidura no la concede, no pue-de haber verdadera prudencia. A su turno, el don de la sabidura exige en el hombre la prudencia, con la cual puede realizar sus obras (cf. Prov 14, 33; 17, 24).

    2) Mas no por ser la prudencia un don de Dios puede con-siderarse el hombre libre de la obligacin de adquirirla, de apren-derla (Prov 1, 3 ; 4, 1; 4, 7; 16, 16). Y adquirirla quiere decir, ante todo, pedirla a Dios; y luego poner la propia accin con la meditacin de los mandamientos divinos (Bar 3, 9), formarla por la propia experiencia, y aprenderla de los ancianos y prudentes (Tit 2, 4).

    3) La Sagrada Escritura habla, sobre todo, del papel que desempea la prudencia: ella preserva de los torcidos e intrinca-dos caminos del pecado, protege contra las artimaas de la as-tuta seductora (Prov 2, 14ss; 7, 4ss; 8, 14ss), sin la pruden-cia parece imposible escapar a sus encantos mortferos. La pru-dencia preserva de toda perdicin (Bar 3, 14). Slo el prudente sabe bien cul es el tiempo de hablar o de callar (Prov 10, 19); 11, 12; 17, 27; 21, 28; Eccli 19, 28). La prudencia debe dirigir los pasos del hombre (Prov 15, 21). Ella dicta la exacta senten-cia sobre el rico y su riqueza, y proporciona el verdadero cono-cimiento de los hombres (Prov 28, 11; 27, 19). Pertenece a la prudencia el buen consejo (Deut 32, 28) y la vigilancia (1 Petr 4, 7). Por ella es el hombre circunspecto y vigilante, y sabe que la llegada del reino de Dios, que la venida del Seor no est en manos del hombre: por eso vive atento al advenimiento del Se-or y aplicado con toda diligencia a las obras del reino de Dios (Mt 25, lss ; 24, 36ss). Fidelidad y prudencia son las cualida-des exigidas al siervo establecido sobre la familia del Seor (Mt 24, 45s).

    4) Las cualidades particulares de la prudencia deben estar

    28

    La prudencia

    en consonancia con las necesidades de esta vida. El Seor colo-ca a sus discpulos en medio de lobos. Por lo mismo deben ser prudentes como serpientes, pero su prudencia no ha de ser como la prudencia de los lobos del mundo, al que deben con-denar con la simplicidad y sencillez de la paloma (Mt 10, 16s). Esta prudencia de serpiente y paloma no es cosa propia del hom-bre que se fa de su propia discrecin, sino propia del que se deja conducir por el Espritu de Dios (Mt 10, 20). A la prudencia del espritu se opone la prudencia de la carne (Rom 8, 6), la pru-dencia de este mundo, la prudencia a que se someten los hijos de Agar (Bar 3, 23). Al paso que la verdadera prudencia signi-fica vida y paz (Rom 8, 6) y tiene las promesas de la fe-licidad eterna (Mt 24, 45ss), sobre la prudencia de la carne pesa siempre la sentencia condenatoria del Crucificado (1 Cor 1, 19ss), su paga no puede ser sino la muerte (Rom 8, 6). El Seor no vacila en exhortarnos a la prudencia ponindonos precisamente ante los ojos la prudencia de los hijos de este siglo : allegan cuantos medios pueden y enderezan todas sus posibilidades a la consecucin de sus mezquinos objetivos; cunta mayor diligencia han de poner los hijos de la luz en emplear todos sus dones temporales y con ello se entienden especialmente las riquezas y todas sus fuerzas naturales y sobrenaturales en el servicio del reino de Dios! (Le 16, 8ss).

    5) El Seor nos ense la verdadera prudencia con la pa-labra y el ejemplo. Ya en su primera actuacin a los doce aos admiraban todos su prudencia (Le 2, 47). Su conducta y sus palabras para con sus enemigos eran tan francas como pruden-tes, de modo que no podan contradecirle. Un magnfico ejem-plo de la prudencia de Cristo lo tenemos en el gradual anuncio de su futura muerte de cruz y en la gradual manifestacin de su divina filiacin; todo conforme al grado de preparacin y de conocimiento de sus discpulos. A la falsa prudencia del mundo opone una prudencia nueva, trada del cielo, y esto no slo con su palabra, sino tambin con el acto ms sublime de su vida, con la locura de la cruz (1 Cor 1, 19ss); / que perdiere su vida por m la hallar- (Mt 10, 39; 16, 25).

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  • 2. Exposicin filosfico-teolgica de la prudencia

    a) La prudencia en el concierto de las dems virtudes cristianas 1) La prudencia bblica, en su sentido ms amplio, viene

    a coincidir con el concepto de sabidura. Juntas forman lo opuesto a la locura del pecador, que en su ceguera se entrega a la persecucin de un fin y de unos medios que no lo pueden conducir ms que a la infelicidad. La sabidura es el don ms sublime de Dios; ella da al hombre la luz y la fuerza que nece-sita para buscar su salvacin en el amor de Dios, y para consi-derarlo y amarlo todo nicamente a la luz del amor divino. La sabidura bblica comprende las virtudes teologales y los dones correspondientes del Espritu Santo, en especial el don de sabi-dura. Esta sabidura, que implica no slo el fuego del amor, sino tambin clarividencia del espritu, es la fuente genuino ori-ginaria de la prudencia

    Para ser prudente preciso es ser antes sabio. No le corresponde a la prudencia en cuanto distinta de la

    sabidura poner al hombre en el camino que ha de seguir para llegar a su fin sobrenatural. Esto lo hacen las virtudes teologa-les, o sea la sabidura. A la prudencia slo le corresponde dic-taminar acerca de los medios conducentes al fin, como dice santo TOMS con ARISTTELES; esto es, vigilar la realizacin del amor.

    2) La sabidura hace que el hombre encuentre gusto en Dios y slo a El se aficione. Las virtudes morales rectifican la voluntad respecto de los valores particulares, ponindose al servi-cio de la sabidura. Entonces interviene la prudencia como con-sejera y rectora de los actos particulares. La virtud moral, en cuanto significa actitud fundamental de aquiescencia al bien, es fundamento y condicin de la prudencia. Mas la prudencia es requisito para la realizacin y actuacin de esa actitud funda-mental, ajustada a las circunstancias particulares. Slo puede ser prudente el que ama y quiere el bien por igual. Pero, para realizar el bien, primero hay que ser prudente2.

    Mirndolo bien, la prudencia es la noble servidora de la ac-titud fundamental religiosa y moral. Como virtud cristiana (in-

    2. PIEPER, Traktat ttbet dte Klugheit, pg 69

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    La prudencia

    rusa) puede actuar slo sostenida por la luz de la fe y la ener-ga del amor. Es virtud slo cuando se pone al servicio de la ac-liid fundamental religiosa y moral. Mas, respecto del ejercicio do las virtudes en un acto determinado, exigido por una circuns-tancia dada, es ella la pauta y la defensa de las dems virtudes. Infectivamente, stas dependen de la prudencia en cuanto cada una exige una realizacin perfectamente ajustada a la realidad particular''. Sin duda, las virtudes empujan a la accin por su propia esencia, mas slo por la prudencia llegan a una actuacin que se ajuste siempre a las necesidades o exigencias particulares del reino de Dios.

    3) Las virtudes teologales como tales nada reciben inmedia-tamente de la virtud de la prudencia, pues su acto especfico se endereza directamente hacia Dios, y por lo mismo no necesita buscar el justo medio de la prudencia. Mas en cuanto las virtudes teologales tienen que actuar por la religin y dems virtudes mora-les, es decir, por amor de adoracin y servicio, necesitan tambin 11 concurso de aquella virtud bsica.

    La prudencia es la noble servidora de la ms noble dama, la sabidura, con cuya luz y a cuyo servicio ve en la realidad, en la situacin dada, la ocasin propicia (kairs) puesta por accin divina; recibe el encargo que sta trae de parte de Dios, y busca los medios y el camino para poner en actividad el amor de Dios V del prjimo.

    4). La prudencia tiene dos caras; la una mira hacia la realidad objetiva, la otra a la realizacin del bien4. Tambin tie-ne dos oficios: apreciar rectamente los casos concretos y ver e imponer la accin exigida por cada realidad. Ella percibe la realidad y se vuelve a la voluntad para mandar la accin 5. La prudencia reconoce en todo momento la ocasin propicia de la providencia; sin ella el alma no tendra en cada situacin ms que un acervo confuso de datos. La ley de Dios que el discpulo de Cristo busca con la luz de la fe y con el gusto exquisito de la sabidura, se convierte entonces en el precepto del momento.

    El conocimiento de la ley moral tal como lo ofrece la fe y la razn por sta iluminada, muestra al cristiano el bien en gene-ral. Mas slo la prudencia puede columbrar, en las mil situacio-nes de la vida, tan complicadas y oscuras muchas veces, o tan insig-

    3. Cf PIEPER, 1 c , pag 18 4 PIEPER, 1. c, pg 30 5 L e , pg. 27

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  • Las virtudes cardinales

    nieantes aparentemente, lo que hic et nunc es el bien, lo que hic et nunc est conforme con el Espritu de Cristo, la llamada concreta a la caridad. La doctrina tradicional sobre la prudencia hace resaltar cunto importa para cada uno en su situacin respec-tiva y particular (en su kairs o momento propicio de la gracia) la voluntad particular de Dios. Para el prudente y slo para l, es cada momento el momento de la gracia, el momento de trabajar por el reino' de Dios.

    Santo TOMS da particular importancia a la valoracin de la situacin concreta cuando exige el concurso o funcin espe-cial de una virtud potencial de la prudencia, llamada gnome (dis-crecin), para las mil situaciones que no se resuelven por la sim-ple aplicacin de la regla general6.

    Esta verdad adquiere mayor evidencia an puesta en corre-lacin con los dones del Espritu Santo. La virtud de prudencia, ayudada por la gnome o facultad para descubrir la voluntad de Dios en las situaciones que no caen bajo las reglas generales, se vuelve ms delicada y sensible, por el don de consejo, para conocer esa voluntad de Dios, no en las reglas generales, sino directa e inmediatamente en la situacin particular. Lo que no significa de ningn modo' que desprecie la ley vigente. As pues, la prudencia hace que en toda situacin, aun en la ms intrinca-da, se transparente la voluntad de Dios que en ella se encierra. Si la vida religiosomoral del cristiano fuera slo la aplicacin mecnica de la regla moral general, estara de ms la doctrina de la prudencia, de la gnome o discrecin, y aun la del don de consejo.

    5) La prudencia no contempla nicamente los hechos exte-riores y temporales, sino sobre todo la revelacin y la accin salvifi-ca de Dios. Como virtud infusa, es ella el ojo de la fe, abierto para contemplar el momento actual. Y a medida que crece la vida de la gracia va entrando ms y ms bajo el influjo de los dones del Espritu Santo.

    La prudencia cristiana es ora infusa ora adquirida; esto quiere decir que es la actitud humilde y llena de fe del que escucha -actitud callada y fructuosa, iluminacin de la fe, sometimiento a la direccin del Espritu Santo y al mismo tiempo investi-gacin solcita e intensa de la voz de la realidad.

    6) La prudencia se levanta sobre el fundamento de la hu-

    6. ST I I - I I , q. SI a. 4; i-n q. 57 a. 6 ad 3

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    La prudencia

    mtldad, del humilde reconocimiento de los datos reales y de la limitacin que stos imponen a las posibilidades de la realizacin del bien. Es, pues, oficio de la prudencia no slo considerar los valores eternos, sino descubrir la voluntad de Dios por medio de la realidad y a justar la accin al mundo real. Slo es pru-dente aquel que sabe doblegarse a las necesidades del momento histrico, comprendiendo que la providencia lo ha permitido tal cual es y que fue ella quien lo coloc en l. El momento histri-co es el que manifiesta y ofrece las posibilidades del bien. El hombre debe imprimirle el sello del reino de Dios. Prudente es slo aquel que acepta las pobres condiciones de la vida y recibe gustoso la misin que Dios le confa, aunque enviada por los modestos mensajes de la situacin particular, concreta. El im-prudente suea que en un mundo mejor tambin podra servir mejor a Dios, y as descuida el deber del momento. La impru-dencia forma planes e ideales que defiende con calor, pero que no se ajustan a la realidad.

    7) La prudencia se vuelve hacia la realidad, no para con-templarla indiferente, sino para decidirse a una activa interven-cin. Todo quietismo y toda falsa interioridad le es extraa. Nada tiene que ver con aquella actitud que considera que lo que importa no son las obras exteriores, sino slo las buenas dispo-siciones internas. El cristiano necesita la prudencia para ser buen ciudadano y servidor del reino de Cristo. Al decir que la pru-dencia est al servicio del reino de Dios en su urgente realidad, se ha dicho lo esencial. Santo TOMS ensea que el acto principal de la prudencia es la orden de pasar a la accin'.

    Santo TOMS acepta la idea aristotlica de que la prudencia es ante todo virtud poltica y militar8. Traduciendo a idea cristiana el pensamiento aristotlico, diremos que la prudencia es una virtud que tiene sin duda algo que ver con la poltica y la guerra de este mundo, mas slo en cuanto dirige la actuacin del que trabaja por establecer el reino de Dios, y milita en las pacficas filas de los seguidores de Cristo.

    8) Expresamente rechaza santo Toms la opinin de que la prudencia es virtud que est mera y exclusivamente al servicio de la propia perfeccin*, como si tuviera como misin no tanto orientar rectamente hacia las acciones exteriores cuanto velar

    7. ST I I - I I , q. 47 a. 8. 8. ST I I - I I , q. 50. 9. ST I I - I I , q. 47 a. 10.

    33 3 HARING n i

  • Las virtudes cardinales

    por la virtud interior del agente10. Puesto que la prudencia es la consejera del amor en la aplicacin a los actos concretos, debe tener las mismas cualidades que ste. Ahora bien, la caridad non quaerit quae sua sunt no es interesada (1 Cor 13, 5), no busca el bien propio, sino el del prjimo, ante todo, el bien comn de la multitud u.

    Por lo demb, no es de admirar que el pensamiento de santo TOMS concuerde con el de ARISTTELES en cuanto a tas expresiones. El que sabe leer comprender fcilmente que tras los mismos trminos se escon-den ideas muy distintas, y que, segn santo Toms, la prudencia no es la simple sirvienta en el negocio de la autoperfeccin egosta y de la adqui-sicin de la felicidad en la ciudad terrena.

    El fin ms noble del hombre, la ms hermosa misin que le ha confiado el amor divino es la gloria de Dios, la manifesta-cin de su perfeccin y santidad infinitas por medio de toda la vida. Pues bien, siendo la prudencia la que dirige los actos del amor, la que pone de manifiesto la gloria divina que mora en nosotros, podemos decir que el cristiano ha de apreciar la pru-dencia ai igual que su noble misin: el anuncio de la gloria de Dios mediante la prctica de a verdad. Si tanto sufren la gloria y el reino de Dios, es precisamente por falta de celo y, sobre todo, por fal-ta de prudencia. Mas para que la obra exterior sea en realidad ma-nifestacin de la gloria de Dios, tiene que ser expresin de la hermosura de la gracia y del amor, por medio de los cuales so-mos nosotros admitidos dentro de esa divina gloria. Sera, pues, una triste equivocacin pensar que la prudencia slo tiene que ocuparse de regular la actividad externa, con descuido de la vida interior. Por el contraro, tcale precisamente a la prudencia fijar los lmites de la actividad exterior de manera que no se pierda el contacto ntimo con Dios. As, la prudencia regula el recogimiento y tranquilidad interna, para llegar mejor dispuesto a la actividad exterior.

    Mas en el reino de Dios lo principal y ms elevado no es la accin, la actividad exterior, aunque sea muy importante. Por tanto, no es la prudencia la virtud ms noble. Ms alto estn las virtudes teologales, que nos hacen vivir en comunidad con Dios y que enderezan directamente hacia El nuestros sentimien-tos. Con todo, estas virtudes, mientras estamos en el tiempo de

    10. ST I - I I , q. 57 a 5 ad 1 11. ST i i -n , q. 47 a. 10.

    34

    La prudencia

    la prueba, piden esencialmente la demostracin por los actos: de all que requieran el servicio de la prudencia.

    b) La prudencia y la conciencia El importante papel de la prudencia consiste en conseguir

    que el hombre, por entre el lenguaje de la realidad, llegue a oir en su conciencia la voz de Dios. La conciencia trata de conse-guir que al decidirse a la accin proceda el hombre a dar una respuesta adecuada a la voluntad de Dios en la hora de la prueba.

    El dictamen de la conciencia, cuando es de veras un dictamen verdadero y recto, no es ms que el dictamen de la prudencia. El dictamen de la conciencia culpablemente errnea no viene en modo alguno de la prudencia, que en tal caso falta o no obra. Al revs, el dictamen de la conciencia inculpablemente errnea es un verdadero acto de la prudencia, aunque le falta algo para su perfeccin, sea una autntica disposicin a la virtud, sea al-gn elemento integrante de sta.

    Ea sindresis, que ya desde el principio coopera en el acto de la prudencia, o en sus actos parciales, hace que el fallo de sta sea realmente fallo de la conciencia; o sea hace que el hombre reconozca al fallo de la prudencia una fuerza obligatoria. Para que el hombre reconozca cul es el bien que hic et nunc obli-ga, no basta la sindresis, es preciso que intervenga la prudencia. As pues, el fallo de la conciencia es lo mismo que el fallo de la prudencia, excepcin hecha de la fuerza obligatoria con que aqul se presenta a la conciencia, fuerza que le viene de la sin-dresis. El dictamen de la conciencia, por su contenido, es el re-sultado de la actividad de la prudencia. Mas la sindresis, que todo lo encierra y activa, es la que imprime fuerza obligatoria al precepto de la prudencia. Ea sindresis mueve la pruden-cia 12. Cuando la sindresis es dbil, tambin lo es la prudencia. Ea mejor garanta para la rectitud de los actos de consejo y de juicio de la prudencia es una sindresis sana y robusta.

    c) Eos actos de la prudencia Segn santo TOMS 13, tres son los actos principales de la

    prudencia: el consejo, o examen de los medios; el juicio, fallo 12 ST I I - I I , q. 47 a. 6. 13. ST I I - I I , q. 47 a. 8

    35

  • Las virtudes cardinales

    o dictamen que seala lo que reclama la situacin, y el impeo, resolucin o mandato por el que la prudencia mueve a actuar y seala la ndole y modo de la accin.

    Los dos primeros se ordenan a este ltimo, que supone la rectitud de aqullos. Desde este punto de vista, el imperio parece ser, pues, el ms importante. Mas, visto desde otro ngulo, el con-sejo parece ser el fundamental: el que con toda rectitud toma consejo consigo mismo, infaliblemente llega a una determina-cin recta. Por el contrario, el que ya desde el consejo aparta la mirada de la majestad y amabilidad del valor moral para mirar codiciosamente lo que fomenta la sensualidad y el orgullo, pier-de la rectitud y la fuerza para llegar a la resolucin prudente.

    Segn ARISTTELES, la virtud que ayuda a tener buen consejo es la eubula; la sjnesis da el recto juicio moral respecto de lo que cae bajo la ley general, la gnome o discrecin juzga rectamente en los casos en los que las reglas y leyes generales no bastan. A la gnome corresponde, segn Aristteles, la epiqueya, que supone que el legislador tiene presente que la vida no puede caer toda bajo los cnones de la ley. A la virtud de prudencia, en especial a la gnome, corresponde, pues, suponer que el legislador es mesurado y comprensivo, o sea que no carece de epiqueya. El papel desempeado por la gnome o discrecin deba ser mucho ms amplio en la moral cristiana que es moral del amor, el cual va mu-cho ms all de las reglas o normas de la justicia legal que en la doctrina aristotlica, para la cual es la justicia el supremo principio moral, justicia por lo dems mucho ms estrecha y pobre que la justi-cia bblica.

    d) Requisitos de la prudencia El amplio cometido de la prudencia requiere para su perfec-

    ta realizacin el empleo de casi todas las energas y habilidades del alma, sin contar que hay que suponer la rectitud de todas estas fuerzas, o sea la presencia de todas las virtudes.

    Estas energas o armas de la prudencia pudieran acaso dividirse con-venientemente conforme a los actos constitutivos de la prudencia ya in-dicados :

    a) Para la perfeccin del consejo se requiere: 1. una memoria fiel14 que tenga siempre presentes las leyes y preceptos generales de la vida cris-tiana y, sobre todo, las tiles experiencias pasadas; 2. una inteligencia15 penetrante que pueda captar lo que es esencial en las cosas y situaciones y su relacin con el bien; 3. una razn16 o entendimiento agudo que par-

    14. ST n - n , q. 49 a. 1. 15. Ibid. q. 49 a. 2. 16. Ibid. a. 5.

    36

    La prudencia

    tiendo de un conocimiento y de una experiencia llegue por el raciocinio y la conjetura a nuevos conocimientos; 4." una docilidad1'' pronta y humilde, atenta a las enseanzas que la vida le va ofreciendo, lista para reconocer los lmites de sus propios conocimientos y por lo mismo para aprovechar la experiencia y el consejo ajenos.

    b) Para pasar luego al juicio o dictamen sin demasiada ansiedad o vacilacin se requiere: 5. el tino o solerciaw. Cuando falta esta cuali-dad auxiliar de la prudencia, se llega fcilmente a los escrpulos, a la timidez y vacilacin del juicio, no obstante la diligencia puesta en el con-sejo o examen; de donde resulta que no se atreve entonces el hombre a fiarse de su propio juicio, aunque bien fundado, y contrae la mana de estar consultando siempre a los dems. Con ello se omite o difiere la accin nece-saria. La falta de tino en el juicio viene muchas veces de que se busca una seguridad metafsica en cosas morales, para las que slo es posible una seguridad moral, prudencial.

    El defecto contrario consiste en la temeridad y audacia del juicio, que precipita al hombre a la resolucin y accin antes de haber pesado a fondo y sin suficiente consejo las razones. La temeridad se muestra en la accin, pero tiene su origen en el juicio precipitado, despus de un consejo o examen insuficiente. El defecto est en la preparacin de la accin.

    c) A la buena resolucin o imperio contribuyen: 6. la providencia, de donde deriva el nombre de prudencia19, quia est principalior inter omnes partes prudcntiae, que considera los efectos que ha de tener la accin o la omisin, y obra en consecuencia; ella garantiza una valoracin dinmica del ahora; 7 la circunspeccin quae respicit omnia quae circumstant20-, que atiende a las circunstancias que tienen algn roce moral con el acto; 8." la cautela21 pone en guardia contra lo que puede dificultar la accin.

    Estas ocho facultades no son meras disposiciones naturales, sino que forman parte de la virtud de prudencia, en cuanto son sus auxiliares; de su perfeccin depende la perfeccin de la prudencia misma.

    e) Adquisicin y cultivo de la prudencia L,a fe y la esperanza disponen a la infusin de la virtud de

    prudencia, o sea a la infusin del hbito de prudencia ordenado al fin sobrenatural. La virtud entra en el alma junto con la caridad.

    I,a prontitud y facilidad para el acto se adquiere con el sudor de la frente', cultivando aquellas ocho facultades que an-tes enumeramos, junto con las virtudes de la voluntad, de cuya presencia y crecimiento la prudencia depende.

    Al cultivo de dichas facultades auxiliares de la prudencia pertenece ante todo la adquisicin de los conocimientos morales necesarios, conocimientos que mejor se adquieren por la me-

    17. Ibid. a. 3. 18. Ibid. a. 4. 19. Ibid. a. 6. 20. Ibid. a. 7. 21. Ibid. a. 8.

    37

  • Las virtudes cardinales

    ditacin de las enseanzas y ejemplos de Cristo que por el es-tudio de conceptos abstractos, el cual, sin embargo, es tambin necesario, ejercitando el juicio por medio de la casustica; mas sin ir hasta considerar los casos propuestos y resueltos como una receta que valga indistintamente en toda circunstancia. Aun en la instruccin del pueblo se debe echar mano de los ejemplos, de los casos concretos, que evidencian la verdad. Adase la pre-ocupacin por aconsejarse y aprovecharse de la experiencia. Cada cual debe cuidar aquella facultad que ms falta le hace. As, por ejemplo, el escrupuloso no ha de preocuparse tanto por ejerci-tarse en el consejo y deliberacin cuanto en el tino y presteza de juicio. No a todos dot la naturaleza de iguales dones de pru-dencia. Aun supuesta la mejor voluntad y acaso una crecida santidad, no todos alcanzan la necesaria prudencia para guiar a los dems. Pero, como expresamente ensea santo TOMS 2i, todos los que estn en gracia tienen la prudencia suficiente para sal-varse, y si tienen que pedir consejo, tendrn la suficiente pru-dencia para saber que lo tienen que pedir y para discernir los buenos consejos de los malos23. Por estas palabras del Aqui-nate se ve cunto caso haca l del discernimiento o discrecin, en la que principalmente, segn la tradicin, se refleja la prudencia.

    Cuanto ms prudente es uno, ms aprecia el consejo ajeno. Ms aprovecha quien a la propia experiencia une la ajena24. Junto con la disposicin de pedir consejo ha de crecer la discre-cin, al menos para saber distinguir al consejero digno de con-fianza del imprudente o malo.

    Puesto que hay ntima conexin entre la prudencia y la con-ciencia, o sindresis, lo que ya dijimos del cultivo de sta vale tam-bin aqu. La delicadeza de la conciencia para captar la situacin es, en cierto modo, lo mismo que la prudencia; luego sta ser delicada y firme en la medida en que lo sea la conciencia. Florece la virtud de prudencia sobre el suelo firme de una conciencia sana, de una persona en orden consigo misma y con Dios.

    El mejor cultivo de la conciencia, y por tanto de la prudencia, es el crecimiento en el amor de Dios y del prjimo. De nada valen las facultades auxiliares de la prudencia si no las anima y gobierna la caridad. El amor divino reprime las pasiones, que son las que ofuscan el recto juicio de la prudencia.

    22. ST I I - I I , q. 47 a. 14. 23. L. c. 24. D. FEULING, Diskretion, Benediktinische Monatsschrift 7 (1925) 24V).

    38

    L a p rudenc ia

    Slo la caridad, por su ntima conexin con el bien, percibe en el lenguaje de las circunstancias la voluntad de Dios. Slo el juicio del amor acierta con la esencia del bien.

    Esto es lo que significa la frase de san AGUSTN, por desgracia a menudo mal comprendida: Ama y haz lo que quieras, esto es, lo que quiera el amor. La caridad no hace superflua la pruden-cia y lo que ella supone, mas slo ella puede dirigirla y emplearla con provecho.

    / ) Perfeccionamiento de la prudencia por el don de consejo Puesto que la prudencia hunde sus races sobrenaturales en la

    sabidura, afirma el don de sabidura, que es la que da el sabor so-brenatural del amor y del bien, y perfecciona la prudencia. Pero el don que especialmente corresponde a la prudencia es el don de consejo, por el cual el Espritu Santo eleva a tal perfeccin el primer acto de la prudencia, o sea el consejo o deliberacin, que la rectitud de los actos subsiguientes queda fundamentalmente asegurada25. IyOS dones del Espritu Santo disponen al hombre a ceder fcil-mente a la mocin divina26. Por el don de consejo se entrega el alma gustosamente a la direccin y mocin de Dios. Entonces no busca el alma la fidelidad a s misma, a sus planes y determi-naciones, sino la fidelidad a la voz de Dios que se le transmite en el lenguaje de las circunstancias. El don de consejo acompaa toda actuacin perfecta de la prudencia, bajo la forma de docili-dad, de maleabilidad, de silencio, que se abre a la menor seal de la voluntad de Dios, ya se manifieste sta por una voz que se oye directamente en el corazn, ya por el lenguaje de las leyes exte-riores y decretos providenciales, y ste es el oficio ordinario del don de consejo.

    El don de consejo, que corona la prudencia, pone muy en claro la gran diferencia que hay entre la prudencia cristiana y la pru-dencia griega, que abandona al hombre a su propio juicio y reso-lucin, sin contar con que tiene otra finalidad. La humilde pruden-cia cristiana ejerce su actividad procurando la docilidad a la mocin de Dios.

    25 ST I I - I I , q. 52. 26. ST I - I I , q. 68 a. 1.

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  • Las virtudes cardinales

    El cristiano sabe que slo posee la prudencia consuma-da, cuando llega a ser discpulo consumado de Cristo, cuando se deja guiar plenamente por el Espritu de Cristo.

    El olvido de la doctrina de los dones del Espritu Santo por no pocos moralistas ha tenido graves consecuencias, no siendo la menor el que se viniera a perder ese optimismo cristiano que confa en la mocin del Esp-ritu Santo. Qu significara entonces esta afirmacin divina: Y sern todos enseados por Dios? (Ioh 6, 45). Se lleg as a la conclusin de que no era posible conocer lo que Dios quera de cada uno, sino por medio de la aplicacin de la ley comn a cada caso particular: lo que no cae bajo la ley, ya no obliga! As, el gran precepto del amor pierde su fuerza obli-gatoria en todo aquello que no cae bajo una reglamentacin legal. La moral que atienda a la doctrina de los dones del Espritu Santo, como es la de santo TOMS, tendr que ser por fuerza personalista en el buen sentido; por lo mismo tendr en cuenta que el cristiano no se encuentra simplemente ante una fra ley impersonal, sino ante el llamamiento perso-nal de Dios por el lenguaje de la situacin y del momento.

    El cristiano de veras prudente, o sea dcil a la voz interior del maestro, a la voz del Espritu Santo, reconoce la voluntad de Dios no slo en la ley general exterior, sino tambin en la situacin especial en que se en-cuentra y en los dones especiales de la gracia.

    g) Defectos y vicios opuestos a la prudencia La exposicin que hace santo TOMS 27 de los vicios opuestos

    a la prudencia es una muestra de fina observacin psicolgica y de claridad en la distincin.

    1. La imprudencia puede ser simplemente la falta negativa de prudencia. Tal imprudencia no lleva a servir a un mal fin, por lo menos conscientemente, pero tampoco da con el acto corres-pondiente al buen fin, ora porque las facultades naturales son imperfectas o no han sido cultivadas, ora porque su amor no al-canza la necesaria intensidad. El estado lamentable en que nos dej el pecado original explica esta imprudencia. Otras veces est su causa en negligencias culpables, sin duda reprobadas, pero an no reparadas. Aun el verdadero convertido que marcha ya por el camino de la perfeccin puede cometer imprudencias, que induda-blemente han de atribuirse a la humana imperfeccin, y que deben servir por lo menos para hacerlo ms cauto y prudente, hacindolo ms humilde.

    2. Hay otra imprudencia que incluye pecado ^ y es el acto

    27. ST II-II , qq. 53-55. 28. PIEPER, 1. c, pg. 40.

    40

    La prudencia

    culpablemente imprudente. Puede suceder que el que lo comete no persiga un fin ltimo indebido, sino que descuide obrar conforme lo pide el ltimo fin verdadero ; o sea que se equivoca culpable-mente en cuanto a los medios conducentes al fin. Semejante im-prudencia procede de la ignorancia culpable, de la precipitacin y temeridad, de la negligencia, de la indecisin 29.

    Pero la principal fuente de la imprudencia es, segn santo Toms, la lujuria, que sumerge en los placeres sensuales 30. Nada oscurece tanto el juicio e impide la necesaria abstraccin de los bienes sensibles corno el entre-garse a los desordenados placeres de la carne.

    En un sentido ms amplio, es necedad e imprudencia cualquier accin contra la conciencia, o sea contra el fallo de la verdadera prudencia. En este sentido, la Sagrada Escritura llama locura todo pecado. De hecho, no es propiamente la prudencia lo que falta, sino la sabidura, el amor al bien.

    3. La virtud de la prudencia llega a perderse completamente con la sustitucin del verdadero ltimo fin por otro falso; entonces se llega al vicio de la imprudencia que emplea el conocimiento y la experiencia adquirida en servicio del fin torcido: es la pruden-cia de la carne-. La prudencia de este mundo es la ms tremen-da acusacin de inercia lanzada contra los cristianos que pretenden excusar las faltas diciendo no haber sido dotados naturalmente de prudencia (cf. Le 16, 8). Los hijos de las tinieblas, los pruden-tes segn la carne, demuestran cunta es la energa que se puede desplegar para encontrar los medios y las vas para llegar a un fin amado apasionadamente.

    La prudencia de este mundo es enemiga de Dios y est al ser-vicio del reino de Satn. Someterse a ella es ir a la muerte (Rom 8, 6). Afn a la prudencia de la carne es la excesiva preocupacin por lo temporal, la que por lo menos impide emplear todas las energas de la prudencia en servicio del reino de Dios.

    La fuente principal de la prudencia de la carne es, segn santo To-ms, la avaricia, la avidez de dinero y de poder que si no extingue la razn como la lujuria, la pone al servicio de la injusticia, lo que es peor31.

    La prudencia de la carne puede encontrarse aun respecto de cosas menores que no nos aparten del ltimo fin: en tal caso es pecado venial.

    29. ST u-n, q. 53 a. 2. 30. Ibid. a. 6. 31. Ibid. q. 55 a. 7.

    41

  • Las virtudes, cardinales

    4." lil tercer enemigo de la prudencia es la astucia, que slo emplea medios tortuosos para llegar al fin3a. Al intrigante le falta la sencillez de la paloma, la verdadera rectitud. La astucia, la in-triga, es pecado aun cuando se crea servir a una buena causa. La incompatibilidad que hay entre ella y el reino de la verdad a la que se pretende servir, presenta una especial deformidad.

    Lo opuesto de la astucia terrena, cuyos medios son el fraude y el engao, es la sencillez y sinceridad, que se aparta de los cami-nos tortuosos y es franca en la eleccin de los medios. El prudente es sincero en sus fines y en sus medios.

    T H . DEMAN, O. P., S. Thomas d'Aquin, La prudence. Traduction frangaise, notes et appendices, Tournai 21949.

    N. PFEIFFER, Die Klugheit in der Ethik des Aristteles und Thomas von Aquin, Friburgo de Brisgovia 1943.

    H. KOLSKI, ber die Prudentia in der Ethik des hl. Thomas (tesis doctoral de filosofa), Wurzburgo 1934.

    J. PIEPER, Traktat ber die Klugheit, Munich 41949. D. FEULING, Discretio, Benediktinische Monatsschrift 7 (1925) 241-258;

    349-360. H. HERING, Quomodo solvendi sunt casus: recurrendo ad sola principia an

    etiam ad prudentiamf, Angelicum 1941, 311-335. D. CAPONE, C. SS. R., Intorno alia verit morale. Excerpta ad diss. ad Lau-

    ream (Pont. Univ. Gregoriana), aples 1951. M. PRIBIIAA, Klugheit und Gewissen, Stimmen der Zeit 68 (1938) 205-216. G. THIBON, Le risque au service de la prudence, tudes Carm. 24 (1939)

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    rituelle, t. 51 (1937) 24-41. H. D. NOBLE, Prudence, Dict. Thol. Catholique XIII, 1023-1076. B. ERASMI, Die Unterscheidung der Geister ais Grundbedingung christli-

    cher Mndigkeit, Geist und Leben 22 (1949) 204-216. R. EGENTER, ber die Bedeutung der Epikie im christlichen Leben, Philo-

    sophisches Jahrbuch 53 (1940) 115-127. G. GUNDLACH, S. I., Klugheit ais Prinzip des Handelns, Gregorianum 23

    (1942) 238-254. J. R. CONNERY, S. I., Prudence and Morality, Theological Studies 13 (1952)

    564-582. Klugheit und Seelsorge, Anima 15 (1960) cuaderno 1. Cf. la bibliografa de las reglas de prudencia, tomo i, pgs. 249 s, y de la ca-

    sustica, tomo i, pg. 349.

    32. Ibid a. 3.

    42

    I I . LA JUSTICIA

    1. La justicia como actitud bsica universal Tambin de la justicia hay que decir que, considerada como

    virtud cristiana, tiene un sentido ms profundo y un lugar espe-cial, diferente del que ocupaba antes en el sistema precristiano de las virtudes. Como virtud cristiana se ilumina con el resplandor de las virtudes teologales a cuyo servicio est, en particular con el de la caridad.

    Precisamente es uno de los defectos ms notables de la anti-gua tica pagana de Occidente el desconocimiento del verdadero concepto de la justicia y del lugar que le corresponde en el con-junto de la moral. Ni la ms elevada doctrina de los griegos, ni mucho menos la de los romanos, logr comprender que la primera y la fundamental virtud de la voluntad tena que ser el amor.

    Al revs, la noble tica de CONFUCIO coloca entre las virtudes fundamentales y en primer trmino la benevolencia, la buena disposicin del nimo para con el prjimo y la sociedad. La ven-taja que el cielo concedi a los sabios son las virtudes de benevo-lencia, justicia, cortesa y prudencia. Radican en el corazn, irra-dian en el rostro, se muestran en el porte del cuerpo y de todos los miembros33 . Aqu encontramos una tica personalista, una tica de sentimientos mucho ms vecina a la concepcin bblica. La predicacin del Evangelio en Extremo Oriente debera buscar sus puntos de contacto ms con CONFUCIO que con ARISTTELES.

    En el antiguo sistema grecorromano de las virtudes bsicas, que concede a la justicia el primer lugar y que considera el amor como una simple pasin, la tica queda materializada, pues la justicia, tal como fue expuesta comnmente, regula propia y pri-meramente nuestras relaciones con las cosas, el uso de los bienes materiales, y las relaciones con el prjimo tambin en relacin con las cosas materiales y no en relacin con sus valores afecti-vos. Es el amor el que nos abre hacia el otro y nos hace llegar hasta la fuente viva de sus valores. Entonces y slo entonces viene

    33. S. COUVREUE S. I., Les quatre hvres, en francs y latn, Ho Kien Fon 1895, Pg. 616. Cf. M. HEINHICHS, Die Bedeutung der Missionstheologie, anfgewiescn am Vergleich zzvischen den abendlndischen und chinesischen KardmaHugenden, Munstet 1954.

    43

  • Las virtudes cardinales

    la justicia entre los dos, o entre el individuo y la sociedad, a regu-lar el orden respecto de los bienes entre los particulares y tambin con la comunidad o sociedad.

    Encuntranse con todo en el concepto precristiano de la virtud cardinal de la justicia algunos principios que pueden interpretarse en el sentido del amor personal, o por lo menos adaptarse a l. La justicia puede interpretarse como virtud de la voluntad que establece lo justo respecto de todos los seres que se ofrecen al sujeto, ante todo respecto de las personas o de la sociedad Esta es justicia objetiva en sentido amplsimo, que atiende tanto a los valores materiales como a los valores personales. As entendida, es la justicia una actitud abierta a la contemplacin de los valores, que cierra la entrada a todo lo que sea contrario a la realidad objetiva y dispone la voluntad a cumplir con todas las exigencias que imponen los valores del propio yo y los del prjimo. As como la prudencia es la recta apreciacin de todas las exigencias y debe-res que impone una situacin, asimismo es la justicia, virtud de la voluntad que con ella hace juego, la nica que posibilita al enten-dimiento prctico un juicio que se ajuste a la realidad, o sea un juicio prudente. De este modo la justicia aprovecha el juicio obje-tivo y el imperio de la prudencia y los realiza sin dejarse engaar por motivos arbitrarios, o sea extraos a la realidad.

    As entendida, es la justicia la ms sublime de las virtudes cardinales. Su centro de energa es el amor de los valores y de la persona. De esta disposicin de la voluntad a someterse a las exigencias de los valores depende tanto la prudencia como la for-taleza y la templanza.

    La justicia como actitud de la voluntad es anterior a la pru-dencia, mas el acto de la prudencia, el juicio conciencial y el do-minio de las pasiones deben preceder a la realizacin de las obras de justicia. La fortaleza y la templanza son virtudes si se elevan a la finalidad moral que les sealan el amor y la justicia, pues de por s la represin de los apetitos significa poca cosa: la forta-leza y la templanza no revisten, pues, el verdadero carcter de virtudes sino cuando se ordenan a la realizacin de la justicia.

    2. La justicia como virtud especfica La acepcin ordinaria de la justicia como virtud cardinal no

    es tan amplia que encierre en s el amor a los valores y a las per-

    44

    La justicia

    sonas. Segn la definicin ordinaria dada por santo TOMS 31, es la justicia la voluntad firme y constante de dar a cada cual lo suyo. Dar a cada uno lo suyo y darle lo justo es lo mismo. El mbito del derecho y el de la justicia se identifican35. Por dere-cho entiende santo Toms lo debido estrictamente dentro de los trminos de la igualdad, y de la igualdad proporcional36. Dar a cada uno lo suyo no significa dar a todos lo mismo. La igualdad debe ser proporcional, esto es, correspondiente a la dignidad y derechos de cada uno. Slo cuando todos son iguales en cuanto personas, tienen derecho a lo mismo, pues si hay diferencia, por ejemplo en las funciones, la medida de los derechos respectivos es tambin diferente. En la vida moral se corresponden poderes y deberes, talentos y responsabilidades, derechos y obligaciones. La diversidad de dones y deberes, de derechos y obligaciones corres-pondientes la expres san PABLO en la viva imagen del cuerpo hu-mano, dotado de diversos miembros y funciones.

    El concepto de justicia en su sentido estricto se realiza con toda claridad donde se exige la perfecta igualdad; es el caso ex-clusivo de la justicia conmutativa, en la que se exige un valor exactamente correspondiente entre lo que se da y se recibe.

    Lo que es comn a toda justicia tomada estrictamente es el regular no tanto la armona de los corazones ese oficio le co-rresponde al amor', cuanto la armona de los actos exteriores, o sea el orden de los derechos y de los bienes. Pero la justicia en sentido bblico, que vive del amor gratuito de Dios, se mide siem-pre por el patrn del amor y da siempre ms de lo que es estric-tamente debido. Ella es amor.

    3. Las diversas especies de justicia. Sus partes subjetivas Distnguense diversas especies de justicia en atencin a los

    derechos, y al sujeto pasivo y al sujeto activo de los mismos.

    a) La justicia conmutativa Se rige por el derecho de contrato privado, conforme al prin-

    cipio de igualdad entre lo que se da y se recibe. El sujeto activo y pasivo es la persona privada (o alguna sociedad como persona

    34. ST I I - I I , q. 58 a. 1. 35. Ibid. q. 57 a. 1. 36. Ibid. q. 58 a. 11.

    45

  • Las virtudes cardinales

    moral), la finalidad es la utilidad privada, el bien privado del in-dividuo (de la persona fsica o moral).

    La justicia conmutativa exige que se d al otro un valor i'juai al que ofrece y prohibe usurpar sus derechos o quitarle algo. Las principales faltas contra la justicia conmutativa son el robo, el fraude y la injusta damnificacin.

    b) La justicia general o legal El sujeto pasivo es la comunidad, su finalidad el bien comn.

    Sujeto activo es tanto la comunidad o sociedad por medio de sus rganos oficiales cuanto los individuos respecto de la comunidad o sociedad. Los representantes del poder cumplen con esta justi-cia imponiendo leyes que fomenten el bien comn; los subditos la cumplen observando fiel y escrupulosamente aquellas mismas leyes.

    La justicia legal o general recibe en santo TOMS las perspectivas de una virtud moral universal, en cuanto ordena todas las buenas acciones al bien general de la comunidad87. Considerndola en este aspecto, dice generalmente santo Toms que la justicia es la primera de las virtudes mo-rales, puesto que el bien general est antes que el particular38. Extendiendo teolgicamente este pensamiento, significara: la ms elevada virtud no consiste en trabajar en su propio perfeccionamiento con una visin limitada de s mismo, sino en olvidarse de s mismo para laborar por el bien comn, o sea en procurar la gloria de Dios y la extensin de su reino. Por eso las virtudes que tienen por objeto regular el interior del individuo y que son la fortaleza y la templanza, no son las virtudes ms elevadas; lo es la justicia, que lo endereza todo a mayor bien del prjimo, o sea de la sociedad, y en ltimo trmino a Dios. Por tanto, la virtud es tanto ms elevada cuanto ms se despreocupa la persona de sus propias ventajas. Con todo, el sentido ordinario de la justicia legal no es tan amplio. Se limita a enderezar hacia el bien comn la actividad de los poderes legisla-tivos y el cumplimiento de las leyes.

    c) La justicia distributiva El sujeto pasivo es el individuo respecto de la comunidad. Su

    finalidad es el bien de cada uno de los miembros de la comunidad; el sujeto activo, la comunidad por medio de sus rganos oficiales. La justicia distributiva regula la cantidad de privilegios, socorros, cargas y obligaciones que corresponden a cada miembro de la so-

    37. ST I I - I I , q. 58 a. 5. 38. Ibid. a. 12

    46

    La justicia ciedad. El individuo tiene derechos fundamentales frente a la sociedad, derechos que sta debe garantizarle y defenderle. A su vez, el individuo cumple con la justicia distributiva mostrndose conforme con la distribucin de cargas y privilegios cuando es justa, y abstenindose de reclamaciones injustificadas. En un Estado democrtico en que cada cual puede por s mismo recla-mar y defender sus derechos y cumplir sus deberes, la justicia distributiva es virtud muy necesaria, no slo a las autoridades sino tambin al ciudadano. Ella debe regular la propaganda po-ltica y el cumplimiento del deber electoral. La autoridad peca contra ella por la defensa parcial de un grupo o categora.

    La justicia legal y la distributiva deben servirse mutuamente El individuo que se desvela por el bien de la sociedad debe ser recompensado por sta en proporcin; quien ms sirve, tiene de-recho a mayores honores y ventajas. El goce de privilegios obliga tambin a mayores servicios, a ms desvelados esfuerzos por pro-curar el bien comn.

    En la aplicacin de este principio hay que usar sin duda de circuns-peccin: quien se ha apoderado con justicia o sin ella de buena par-te de los recursos nacionales y por lo mismo paga mayores impuestos, no tiene por esto solo derecho a mayores honores y privilegios. No hace ms que cumplir con lo que se le puede exigir en derecho; lo que da enton-ces est simplemente en proporcin con lo que recibe, pues disfrutando de mayores bienes comunes, debe tambin rendir ms que aquel que dis-fruta de menores posibilidades. Cuando, por el contrario, un individuo se ha apoderado de grandes propiedades quitndoles a los dems miembros la posibilidad de trabajar en provecho propio y de la sociedad, tal individuo ha de ser considerado como un parsito si no realiza proporcionalmente en provecho de la sociedad algn servicio extraordinario.

    Obra de justicia, pero desgraciadamente obra rara, es que los ricos y potentados renuncien de buena gana y voluntariamente a ventajas o propie-dades desproporcionadas, perjudiciales para la comunidad. Se les puede obli-gar en derecho a hacerlo

    d) La justicia social Despus de la encclica Quadragesimo anno 1 9 3 1 apa-

    rece una cuarta justicia, como especie de dicha virtud, llamada justicia social. La finalidad especial de dicha justicia no est en proteger derechos circunscritos por leyes, sino ms bien los dere-chos naturales de la sociedad y de sus miembros.

    La justicia social supone la conmutativa, por ejemplo, en la cuestin del salario, en la que, en principio, el salario pretende

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  • Las virtudes cardinales

    establecer la igualdad entre el trabajo y su remuneracin. Mas la justicia social va mucho ms lejos. sta considera al patrono y al obrero como miembros de sociedades diferentes: el obrero debe ser remunerado como miembro o sostn de una familia; la cuan-ta del salario y los beneficios deben calcularse teniendo en cuenta el bien de la empresa y de la economa general.

    La justicia social pretende regular las relaciones entre el ca-pital y el trabajo, mas no basndose en la justicia conmutativa, que procede segn la estricta igualdad, ni tampoco nicamente en la justicia legal o distributiva, que imponen desde arriba el cumplimiento de la primera. Ella, mirando por el bien de la so-ciedad, lanza sus miradas sobre los econmica y socialmente d-biles, que aunque nada puedan dar, tienen, sin embargo, derechos naturales vlidos ante la sociedad y ante los ricos. L,os derechos y deberes de que trata la justicia social son siempre aquellos que dimanan de la esencia misma de la comunidad humana.

    El hijo tiene derecho inalienable a la vida, al sustento y a la edu-cacin. Toda sociedad, desde la familiar hasta la civil, tiene que respetar y defender este derecho. Los padres deben a su hijo cuanto es necesario para su desarrollo fsico y espiritual, en razn de la justicia social, esto es, en razn del lugar que naturalmente ocupan en la sociedad, a saber, como padres precisamente. Este deber social se apoya sobre sus posibilidades, sus energas para el trabajo y, en fin, su calidad de padres. A su vez el hijo, en calidad de hijo, tiene el deber de colaborar en la medida de sus fuerzas al bienestar de la familia y de procurar a sus padres ancianos la necesaria ayuda como reconocimiento al amor que de ellos recibi. ste es un deber que no se satisface atenindose a los cnones de la justicia conmutativa, sino que es exigencia que mana de su calidad de hijo.

    Asimismo el Estado o primero la sociedad celular y luego las dems sociedades mayores hasta la del Estado o familia nacional tiene el deber de garantizar a todos sus miembros la vida, el sustento y la posibilidad de trabajo, mientras no hayan perdido por su culpa tales derechos.

    Puesto que la justicia social tiene como misin proporcionar ayuda al necesitado en la medida en que la necesita para poder llevar una vida digna del hombre, se desprende que la medida de esta ayuda corresponde al derecho natural que el necesitado tiene a la vida. Esta ayuda debe durar tanto como dura la necesidad. Desde el momento en que el necesitado puede sostenerse por s mismo, cesa el deber de ayudarlew.

    En muchos aspectos la justicia social coincide con la justicia legal y distributiva, a las que enriquece, entre otras cosas, con la idea de la subsidiaridad en las prestaciones sociales, que invita

    39. SCHBATTENBOLZEE, Die Gemeinwohlgerechtigkeit, Neues Abendland 2 (1947) Psr. 44.

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    La justicia a todos a la corresponsabilidad. Pero la justicia social aventaja l.into a la justicia legal y distributiva cuanto a la conmutativa, al exigir que el individuo, sin esperar a que una ley venga a constre-irlo, haga participante al necesitado de aquella parte de su riqueza sobrante, a la que ste tiene naturalmente derecho, por serle nece-saria para vivir.

    En este sentido la justicia social es una prolongacin de la justicia y no del simple deber de caridad, contrariamente a lo que .se sostuvo en los ltimos siglos.

    La justicia social hace mayor hincapi que las otras tres espe-cies de justicia en aquellas obligaciones que se derivan inmedia-tamente de la naturaleza social del hombre y de la finalidad social de la riqueza.

    Concuerda con las otras tres especies de justicia en que no tiene como finalidad poner al unsono los corazones en la sociedad ni regular las do-naciones de los bienes superfluos que inspira la caridad. Ella tiende a esta-blecer el orden respecto de las riquezas, de las prestaciones materiales y de los valores efectivos a base del derecho.

    La ltima finalidad de la justicia social es, como afirma santo TOMS para la justicia en general, el bien comn; y el fundamen-to en que se apoyan los derechos que defiende no es el trabajo y el principio de la justicia conmutativa, sino la naturaleza esencial-mente social del hombre, cuyos derechos han de salvaguardarse aun en cuanto dice relacin con las riquezas y el trabajo.

    Esto impone a los ricos la obligacin de renunciar a ciertos bienes y derechos, aunque justamente adquiridos, cuando as lo exige la necesi-dad de toda la sociedad o de algunos de sus miembros. La justicia social da un derecho estricto a los necesitados inocentes a percibir lo que nece-sitan de lo superfluo de los ricos, por cuanto el lazo de la sociedad los une solidariamente.

    La justicia social va ms all de la justicia legal, en cuanto exige tambin la armnica convivencia de los pueblos, y lo exige realmente en justicia y aun prescindiendo de los contratos y alianzas con que pueden unirse. El pueblo que tiene excedentes est obligado, en consecuencia, a ceder a su vecino menos favo-recido por la naturaleza al menos aquello que le es indispensable para llevar una vida sana y