HEINRICH BÖLL Cuento

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  • 8/13/2019 HEINRICH BLL Cuento

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    HEINRICH BLL - AQUELLOS DAS EN ODESSA

    Haca mucho fro en Odessa aquellos das. Cada maana bamos al aeropuerto engrandes y ruidosos camiones, por la carretera mal adoquinada. All esperbamos,muertos de fro, a los grandes pjaros grises que rodaban por el campo de

    aterrizaje. Pero los dos primeros das, cuando estbamos a punto de subir abordo, lleg una orden en sentido contrario, porque sobre el mar Negro haba unaniebla muy densa, o bien demasiadas nubes, y volvimos a subir a los grandes yruidosos camiones y regresamos al cuartel por la carretera empedrada.El cuartel era muy grande. Estaba sucio y lleno de piojos. Pasbamos el ratosentados en el suelo o bien nos acordbamos en las mugrientas mesas y jugbamos alas cartas, o cantbamos. Siempre esperbamos una ocasin para saltar el muro yhacer una escapada. En el cuartel haba muchos soldados que esperaban para entraren combate, y no se nos permita ir a la ciudad. Los dos primero das habamosintentado escabullirnos, pero nos atraparon, y como castigo nos hicieron transportarlas grandes cafeteras llenas de caf hirviente y descargar panes. Mientrasdescargbamos los panes nos vigilaba el contador, que llevaba un magnfico abrigo de

    pieles, el cual, sin duda, estaba destinado al frente. El contador contaba los panes paraque no desapareciese ninguno. El cielo de Odessa estaba siempre nublado y oscuro, ylos centinelas paseaban arriba y abajo, a lo largo de los negros y sucios muros delcuartel.El tercer da esperamos a que hubiera oscurecido del todo y nos dirigimossimplemente a la entrada principal. Cuando el centinela nos dio el alto, gritamoscomando Seltscbni*, y nos dej pasar. ramos tres, Kurt, Erich y yo.Caminbamos muy despacio. Slo eran las cuatro y ya estaba oscuro. Lo nico quehabamos ansiado era salir de aquellos altos, negros y sucios muros, y ahora queestbamos fuera casi habramos preferido estar dentro otra vez. Slo haca ochosemanas que nos haban movilizado y tenamos mucho miedo. Pero nos dbamoscuenta de que, si hubiramos estado otra vez en el cuartel, habramos querido salir atoda costa, y entonces habra sido imposible. Eran slo las cuatro, y no podramos

    dormir a causa de los piojos y de las canciones, y tambin porque temamos y almismo tiempo esperbamos que a la maana siguiente hara buen tiempo para volar ynos llevaran en los aviones a Crimea, donde seguramente moriramos.No queramos morir, no queramos ir a Crimea, pero tampoco nos gustaba pasarnostodo el santo da tirados en aquel cuartel sucio y negro que ola a caf de malta, dondesiempre descargaban panes destinados al frente y donde siempre haba un contadorcon abrigo de pieles, abrigo sin duda destinado al frente, que vigilaba y contaba lospanes para que no desapareciese ninguno. En realidad, no s lo que queramos.Avanzbamos lentamente por aquella callejuela del suburbio, oscura y llena de hoyos.Entre las casitas, donde no se vea una sola luz, la noche estaba cercada por unascuantas estacas de madera podrida, y ms all, en algn lugar, deba de haberpramos, tierras baldas, como en nuestro pas, donde siempre dicen que se va aconstruir una carretera y abren zanjas y van de aqu para all con varas de medir, ydespus no se habla ms de la carretera y echan en las zanjas escombros, cenizas ybasura, y vuelve a crecer la hierba, mala hierba spera, indmita y exuberante, hastaque el letrero Prohibido tirar escombros queda cubierto por losescombros...Caminbamos muy despacio porque an era muy pronto. En la oscuridadnos cruzamos con otros soldados que iban al cuartel, y otros que venan del cuartelnos adelantaban. Tenamos miedo de las patrullas y habramos preferido volver, perosabamos tambin que si nos hallsemos otra vez en el cuartel estaramosdesesperados, y era mejor tener miedo que sentir slo desesperacin entre losnegros y sucios muros del cuartel, donde siempre haba que llevar caf de aqu

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    para all y descargar panes para el frente, siempre panes para el frente, ydonde vigilaban los contadores con sus magnficos abrigos, mientras nosotros nosmoramos de fro.De vez en cuando, a uno y otro lado de la callejuela, veamos una casa en cuyasventanas brillaba una mortecina luz amarilla, y oamos el murmullo de unas vocesclaras, extranjeras e inquietantes. Y despus encontramos, en medio de la

    oscuridad, una ventana muy iluminada de la que sala mucho ruido, y omos voces desoldados que cantaban El sol de Mxico.Abrimos la puerta y entramos. La estancia estaba caliente y llena de humo. Habaen ella un grupo de soldados, ocho o diez, algunos de los cuales tenan mujerescon ellos. Beban y cantaban, y uno de ellos se ri muy fuerte cuando entramosnosotros. ramos muy jvenes, los ms jvenes de toda la compaa. Nuestrosuniformes eran completamente nuevos, y la fibra de madera nos pinchaba losbrazos y las piernas; las camisetas y calzoncillos nos producan un terriblepicor. Tambin los jerseys eran nuevos y speros.Kurt, el ms joven, pas delante y eligi una mesa. Kurt era aprendiz en unafbrica de cuero, y nos haba contado de dnde procedan las pieles, aunque lacosa se consideraba secreto industrial. Nos haba explicado incluso los beneficios quese obtenan con ello, aunque eso era tambin un secreto industrial muy celosamente

    guardado. Nos sentamos los tres.De detrs del mostrador vino hacia nosotros una mujer gorda, de cabello oscuro y carabondadosa, y nos pregunt qu queramos beber. Preguntamos primero cuntocostaba el vino, pues habamos odo decir que en Odessa todo era muy caro. Nos dijoque eran cinco marcos la botella, y pedimos tres botellas. Habamos perdido muchodinero jugando a las cartas y nos habamos repartido el resto: tenamos diez marcoscada uno. Algunos de los soldados coman carne asada, que humeaba an, conrebanadas de pan blanco, y unas salchichas que olan a ajo, y entonces nos dimoscuenta por primera vez de que tenamos hambre. Cuando la mujer trajo el vino lepreguntamos cunto costaba la comida. Nos dijo que las salchichas costaban cincomarcos y la carne con pan, ocho. Dijo que la carne era de cerdo y fresca, peronosotros le pedimos salchichas. Los soldados besaban a las mujeres y las abrazaban

    sin disimulo, y nosotros no sabamos a dnde mirar. Las salchichas eran grasas ycalientes, y el vino era muy seco. Cuando nos hubimos comido las salchichas, nosupimos qu hacer. No tenamos ya nada que decirnos, pues nos habamos pasado dossemanas echados en el mismo vagn del tren y nos lo habamos contado todo. Kurthaba trabajado en una fbrica de cuero, Erich en una granja y yo estaba en la escuela.Todava tenamos miedo, pero se nos haba quitado el fro.Los soldados que haban estado besando a las mujeres se pusieron ahora loscinturones y salieron con ellas a fuera. Eran tres chicas; sus caras eranredondas y bonitas; rean y bromeaban, pero se iban con seis soldados, creo queeran seis, o, por lo menos, cinco. Quedaron en la sala slo los borrachos, losque antes cantaban El sol de Mxico. Uno que estaba junto al mostrador, caboprimero, alto y rubio, se volvi hacia nosotros y se ech a rer otra vez; creoque nuestro aspecto haca pensar que estbamos en alguna clase del cuartel, all

    sentados a la mesa muy silenciosos y correctos, con las manos en las rodillas.El cabo le dijo algo a la mujer y sta nos trajo tres vasos bastante grandes deaguardiente blanco.-Hemos de brindar a su salud dijo Erich, golpendonos con la rodilla.Yo llam varias veces al cabo hasta que l se fij en m; Erich nos hizo otravez una seal con las rodillas, y nos pusimos en pie diciendo al unsono:-A su salud, cabo...Los otros soldados se echaron a rer a carcajadas, pero el cabo levant su vasoy nos respondi:

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    -A su salud, soldados...El aguardiente era fuerte y amargo, pero nos calent, y nos habramos tomadootro vaso.El cabo le hizo una sea a Kurt para que se acercase. Kurt lo hizo, habl unaspalabras con l y nos hizo una sea a nosotros. El hombre nos dijo que estbamoslocos, que no tenamos dinero y que tenamos que vendernos algo. Nos pregunt de

    dnde venamos y a dnde estbamos destinados. Le dijimos que estbamos en elcuartel esperando que nos llevasen a Crimea. Se puso muy serio y no dijo nada.Yo le pregunt qu podamos vender, y l me respondi que cualquier cosa:abrigos, gorras, ropa interior, relojes, plumas estilogrficas...Ninguno de nosotros quera venderse el abrigo. Estaba prohibido y tenamosmiedo, y adems en Odessa haca mucho fro. Nos vaciamos los bolsillos: Kurttena una pluma estilogrfica, yo un reloj y Erich un portamonedas nuevo, de cuero,que haba ganado en una rifa del cuartel. El cabo tom los tres objetos yle pregunt a la mujer cunto daba por ellos. Ella los examin detenidamente,dijo que eran cosas malas y nos ofreci doscientos cincuenta marcos, cientoochenta slo por el reloj.El cabo nos dijo que doscientos cincuenta era poco, pero que estaba seguro deque no nos dara ms y que aceptsemos, porque quizs a la maana siguiente nos

    llevaran a Crimea y entonces todo dara igual.Dos de los soldados que cantaban antes El sol de Mxico se levantaron de susmesas y le dieron al cabo unas palmadas en el hombro; el cabo nos salud y sali conellos.La mujer me haba dado a mi todo el dinero, y yo le ped dos trozos de carne conpan para cada uno y un vaso grande de aguardiente. Despus nos comimos an cadauno un trozo ms de carne y nos bebimos otro vaso de aguardiente. La carne estabamuy caliente, era fresca, grasa y casi dulce, y el pan estaba todo empapado de grasa.Despus nos tomamos otro aguardiente. Entonces nos dijo la mujer que ya no lequedaba carne, slo salchichas, y comimos salchichas acompaadas de cerveza, unacerveza oscura y espesa. Despus nos tomamos cada uno otro vaso de aguardiente ynos hicimos traer pasteles, unos pasteles planos y secos de nuez molida. Despus

    bebimos an ms aguardiente, pero no estbamos borrachos en absoluto; tenamoscalor y nos sentamos bien, y no pensbamos en el picor de las fibras de madera denuestra ropa. Llegaron otros soldados y cantamos todos juntos El sol de Mxico...A las seis, nos habamos gastado todo el dinero y seguamos sin estar borrachos.Como no tenamos nada ms que vender, regresamos al cuartel. En la oscura callellena de hoyos no se vea ya ninguna luz y, cuando llegamos, el centinela nos dijo quenos presentsemos en el puesto de guardia. All se estaba caliente y no habahumedad, estaba sucio y ola a tabaco. El sargento nos ech una bronca y nos dijo quehabramos de atenernos a las consecuencias. Pero aquella noche dormimos muy bien.A la maana siguiente fuimos al aeropuerto en los ruidosos camiones por la carreteraempedrada. Haca fro en Odessa. El tiempo era magnfico; el cielo estaba despejado.Subimos por fin a los aviones, y, cuando despegbamos, nos dimos cuenta de prontode que no volveramos nunca, nunca...