Hidalgo Cecilia - Etnografias de La Muerte

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    ETNOGRAFAS DE LA MUERTERituales, desapariciones, VIH/SIDA

    y resignifcacin de la vida

    Cecilia Hidalgo (compiladora)

    Laura Panizo

    Pablo Wright

    Sabina Regueiro

    Alba Rosa Lanzillotto

    Brbara Martinez

    Flix Schuster

    Pablo Stropparo

    Natalia Vernica Rodrguez

    Mirta Barbieri

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    ndice

    Presentacin 9Cecilia Hidalgo

    Parte I. Desaparicin y muerte Cuerpos desaparecidos 15Comentario cr tico - Pablo WrightCuerpos desaparecidos. La ubicacin ritual de la muerte desatendida 17por Laura PanizoFamilia y desaparicin 41Comentario cr tico - Alba Rosa Lan illottoFamilia y desaparicin. Implicancias simblicasde la desaparicin en la amilia 43por Sabina Regueiro

    Parte II. Rituales de la muerte y cambio social Rituales de muerte 85Comentario cr tico - Pablo WrightRituales de la muerte en el sector sur de los Valles Calchaqu es 87por Brbara Martnez Ritual y cambio social 109Comentario cr tico - Fli SchusterRitual y cambio social: dos unerales estudiados por Cli ord Geert 111por Cecilia Hidalgo

    Parte III. Resignifcacin de la vida Grandes intelectuales muertos 121Comentario cr tico - Cecilia HidalgoGrandes intelectuales muertos. La gura y la obrade Ral Prebisch como arena de discusin del presente 123por Pablo Stropparo

    Procesos de resigni cacin 135Comentario cr tico - Mirta Barbieri

    Procesos de resigni cacin a partir del diagnstico de VIH/SIDA 137por Natalia Rodrguez

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    Presentacin

    Cecilia Hidalgo

    El conjunto de trabajos reunidos en este volumen corresponde a investi-gaciones etnogr cas propias. En ellas, y a travs de registros de testi-monios e in ormacin de campo absolutamente original o en gran medidaindita, se constata cmo diversas e periencias re eridas a la problemti-ca de la muerte, de alto impacto en la historia argentina contempornea,han implicado una revisin de los estudios antropolgicos y sociolgicosdesarrollados sobre la temtica, los procesos rituales que se le asocian,o aun concepciones di undidas sobre la resigni cacin de la vida queopera en aquellos en quienes la muerte comien a a aparecer en el ho-ri onte como e pectativa o posibilidad real para s mismos o para susseres queridos.

    Todos los cap tulos incluyen el comentario cr tico de especialistas en latemtica o, en un caso, de Alba Rosa Lan illotto, quien en calidad de a-miliar de desaparecidos o rece su perspectiva acerca del en oque cient -

    co de e periencias e istenciales y pol ticas de tal gravedad.Dos trabajos iniciales se dedican a la muerte en el conte to de la e -

    periencia de desaparicin de personas por el accionar de las Fuer as Armadas de la ltima dictadura militar en Argentina (1976-1983).

    En el primero, Laura Pani o anali a la importancia que la corporeidadadquiri para los amiliares de los secuestrados y asesinados, dada la ca-racter stica central de la metodolog a de la desaparicin de personas queresidi en que luego de los asesinatos no se comunicaran las muertes niaparecieran los cuerpos. De este modo, la alta del cuerpo sign la mane-ra en que los amiliares debieron en rentar la problemtica de la muerte,sin poder reali ar los rituales socialmente establecidos hasta la eventualrecuperacin a travs de las e humaciones.

    En el segundo, las representaciones ms conocidas y di undidas entorno a la gura del desaparecido son complementadas y contrastadaspor Sabina Regueiro con relatos hasta el momento inditos, en los que a-miliares narran su propia e periencia de desaparicin alrededor de su me-moria acerca de la militancia y posterior secuestro de sus seres queridos,en un tono despojado de los estereotipos que surgen en los documentosde corte jur dico ms di undidos hasta el presente. Regueiro refe ionaespecialmente sobre las implicancias simblicas de la desaparicin, en-tendida ahora como un proceso que pone a los amiliares en situacionesmarcadas por las persecuciones, los silencios, las mentiras que deben ur-

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    Cecilia Hidalgo

    dir para sobrevivir y, undamentalmente, por el carcter permanente quetermina adquiriendo la condicin de desaparecido.

    Los dos trabajos siguientes muestran la alta sensibilidad que tienen losrituales y prcticas alrededor de la muerte para dar cuenta de las trans-

    ormaciones sociales del mundo contemporneo.Brbara Mart ne estudia e periencias relativas a los v nculos entre los

    vivos y los muertos en los Valles Calchaqu es. Identi ca tres conte tos enlos que los rituales vinculados con los muertos adquieren una dimensinrelevante. El primero, relacionado con el proceso de la muerte del indivi-duo, donde el velorio y el entierro se erigen en instancias a partir de lascuales el di unto comien a a desplegar una amplia serie de relacionesrec procas con los vivos. El segundo, que transcurre entre el 1 y 2 denoviembre, es decir el D a de Todos los Santos y de las Almitas, abarcan-do rituales en los que los vivos aplacan a los muertos con ceremoniasy o rendas, y en los que requieren su mediacin ante la Divinidad paraobtener salud, ertilidad y abundancia. La ltima instancia concierne alas ormas que adquieren los rituales, en tanto evidencia de los procesossociales e perimentados en el rea.

    El trabajo de Cecilia Hidalgo e pone la manera en que los rituales u-nerarios se erigen en oco de indagacin privilegiada acerca de los pro-

    undos cambios sociales acaecidos en la Indonesia de la segunda mitaddel siglo , en dos ejemplos etnogr cos e tra dos de la obra del clebreantroplogo Cli ord Geert .

    Por n, la resigni cacin de la vida, que tiene lugar sea luego de lamuerte o aun cuando su posibilidad se hace inminente, son objeto deanlisis de los dos ltimos trabajos.

    Pablo Stropparo presenta distintos momentos de la recuperacin de lagura de Ral Prebisch desde su muerte, en las que la evaluacin de la

    vida y la obra del destacado y controversial intelectual permiten a diver-sos intrpretes ejercicios variados tendientes a dar legitimidad al propiopensamiento.

    A partir de la narrativa personal de militantes sociales con VIH/SIDA,Natalia Rodr gue anali a los procesos de resigni cacin de la propia vidaque suceden al diagnstico. Vivir con VIH, convertirse en un en ermocrnico, constituye una e periencia que necesariamente los impulsa atransitar un complejo y dinmico proceso de revisin y resigni cacin delos sistemas de creencias, del pasado, presente y uturo, de reacomo-damientos sobre la propia imagen, sus roles e identidades. La mirada dela autora se centra en la palabra biogr ca de sujetos muy particulares,algunos de ellos hoy allecidos, que hicieron de su en ermedad y su es-tigma una militancia social y una causa colectiva en momentos en que lase pectativas de sobrevida de la actualidad eran impensables.

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    Presentacin

    Inmenso es nuestro regocijo y gratitud por las creaciones originalespara la tapa y las tres secciones de este volumen reali adas por JulioFlores. Cuando Juan Carlos Manoukian, promotor de obras y cone ionesinditas, desde su conduccin de Ediciones CICCUS nos propuso la par-ticipacin del artista, cre mos por un momento estar so ando. Tuvimos deinmediato la sensacin de ser bene ciarios de un privilegio singular: quenos acompa ara en el recorrido que tra an estas etnogra as quien ueraautor con Guillermo Ke el y Rodol o Aguerreberry de aquel silueta o del21 de septiembre de 1983, hoy indisociable de la bsqueda de verdad y justicia para las v ctimas del terrorismo de Estado y de las luchas de lasMadres de la Pla a de mayo. Julio Flores, el creador de prcticas art s-tico-pol ticas tan vigorosas, que han logrado hacer presentes las ausen-cias, dando visibilidad a la magnitud de la violencia de la ltima dictadurac vico-militar e incitando a una elaboracin colectiva de la desaparicin,ha mostrado una ve ms que sabe como nadie concebir espacios deintercambio grupal. No solo capt el sentido de nuestros te tos sino quesupo destacar que tenemos un largo camino pol tico e intelectual que re-correr y que la vida y la esperan a tambin son nuestras compa eras.

    Deseamos e presar un reconocimiento muy especial al plantel deEdiciones CICCUS, y a CLACSO, en tanto coeditor de esta obra. Dejamosconstancia de que la reali acin de los trabajos incluidos en este volumense ha enmarcado en la Programacin Cient ca UBACyT (FI 202 y 009).

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    Parte I

    Desaparicin y muerte

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    Cuerpos desaparecidos

    Comentario crticoPablo Wright 1

    Uno de los aportes de la antropolog a al enigma que produce la muertebiolgica es acercarse a esta descubrindola y de nindola como hechosocial y poder, de ese modo, estudiar cmo las di erentes sociedades latratan en esta dimensin. Identi car universales y particulares culturalesen torno al ciclo vital, y dentro del mismo, el papel que le cabe a la muertees una temtica trabajada con detalle en la disciplina. As se observa queal morir una persona se produce una trans ormacin estructural en lasrelaciones sociales de su universo de parientes, amigos y conocidos. Unnodo de la red social no e iste ms, lo cual produce reacomodamientossistmicos. Tal reestructuracin es muchas veces dolorosa y necesita dela vo colectiva para encontrar el nuevo lugar con una orientacin apro-piada. En este conte to, la investigacin de Laura Pani o anali a un temaque tiene estrecha relacin con la historia pol tica reciente argentina y queha dejado consecuencias terribles en la sociedad: el terrorismo de Estadodesarrollado por la ltima dictadura militar. Utili ando herramientas de laantropolog a simblica, en especial las nociones de proceso ritual y lasde niciones sociales de luto y duelo, la autora trata la situacin de los

    amiliares de desaparecidos que no han recuperado los cuerpos de susdeudos y, asimismo, de aquellos que tuvieron la ortuna de hacerlo. El ejeclave aqu es justamente la materialidad del cuerpo, siendo el argumen-to principal el hecho de que su ausencia obstaculi a el reconocimien-to social de la muerte y los procesos simblicos del luto y del duelo.

    De este modo, Laura Pani o propone un concepto de inters para esteanlisis y el de otras situaciones similares, que es el de la muerte desaten-dida, donde la ausencia del cuerpo impide la puesta en prctica de losmecanismos colectivos que permiten lidiar con el dolor de la prdida delser querido. No se da el reconocimiento pblico necesario, permanecien-do el dolor, la pena y la incertidumbre en la es era privada. El desaparecidose ubica as en un espacio de liminalidad or ada, el cual tambin a ectaa sus amiliares de diversos modos. Lejos de verse como entidades neu-

    1 Pablo Wright es doctor en Ciencias Antropolgicas (UBA, CONICET).E-mai l : .

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    Pablo Wright

    tras, los cuerpos muertos son cuerpos signi cantes, condensan muchossentidos simblicos que una antropolog a de la muerte debe trabajar.

    Este trabajo muestra la importancia capital que tienen los ritualesmortuorios, que por medio de dispositivos simblicos complejos per-miten, como dice la autora, que la muerte pueda ser habitada y evi-tar de esta orma el desierto de signi cado que su alta produce. Estecap tulo es una muestra inicial de una investigacin sistemtica quebrindar herramientas tericas y metodolgicas para comprendercon mayor sensibilidad social y cultural el drama que viven los amilia-res que esperan recuperar el cuerpo de sus parientes desaparecidos.

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    Cuerpos desaparecidos. La ubicacin ritualde la muerte desatendida

    Laura Panizo 2

    Introduccin

    En este trabajo se anali an e periencias re eridas a la problemtica de lamuerte que operaron en la vida de amiliares de los desaparecidos se-cuestrados y asesinados por el accionar de las Fuer as Armadas de laltima dictadura militar en Argentina (1976-1983). Preguntarnos por la e -periencia de los amiliares3 de los desaparecidos nos ha llevado a revisary complementar de alguna manera los estudios antropolgicos desarro-llados sobre la muerte, los procesos rituales, los ciclos vitales y la corpo-reidad. Esto se debe principalmente a la caracter stica de la metodolog ade la desaparicin de personas llevada a cabo por el autodenominadoProceso de Reorgani acin Nacional: luego de los asesinatos no se co-municaron las muertes ni aparecieron los cuerpos, obligando a los ami-liares a escapar de lo que dictan las ormas tradicionales.

    La alta del cuerpo ha sido tomada, pues, como eje central, intentandocaracteri ar las maneras en que los amiliares han en rentado la proble-mtica de la muerte ante la imposibilidad de reali ar los rituales mortuo-rios socialmente establecidos. 4

    2 Laura Panizo es licenciada en Ciencias Antropolgicas con orientacin sociocultural, doctoranda en Antropologa Social de la Facultad de Filoso a y Letras de la UBA, becaria del CONICET y docente de laEscuela de Humanidades (UNSAM). En este trabajo se exponen resultados de la investigacin correspondi-ente a su Tesis de Licenciatura dirigida por Pablo Wright (Panizo, 2003).E-mail : .3 De aqu en ms hablaremos de amiliares para re erirnos a los amiliares de los desaparecidos de la ltimadictadura militar en Argentina.4 Entendemos como ormas tradicionales de en rentar a la muerte a aquellos rituales de luto socialmente

    establecidos como el velatorio y el entierro. Ms adelante nos explayaremos sobre este tema.

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    Laura Panizo

    La antropologa y la muerte

    La inquietud por las crisis vitales y por el estudio de la conducta humanaen las situaciones l mite ha sido clave en las refe iones e investigacio-nes tanto de la antropolog a clsica como contempornea (Pani o, 2005).Frente a la inevitabilidad de la muerte biolgica, desde sus inicios la an-tropolog a se ha preocupado por reali ar trabajos comparativos buscandorasgos o componentes universales subyacentes a las di erencias cultura-les (c . Hert , 1990; Van Gennep, 1960; Mauss, 1979; Malinowski, 1993).Las distinciones ormuladas por Robert Hert , retomadas por Arnold VanGennep y complementadas en tiempos recientes por V ctor Turner revis-ten especial importancia y vigencia para nuestros propsitos. En e ecto,en su trabajo pionero Contribucin a un estudio sobre la representacincolectiva de la muerte, Hert investig las dobles e equias en las prcti-cas unerarias de pueblos del archipilago malayo, donde los cadveresde je es y gente rica eran primero sepultados provisionalmente en un asilotemporal y solo despus de un per odo ms o menos largo recib an lase equias de nitivas. Hert muestra que por su signi cacin para la con-ciencia social, la muerte se constituye en un objeto privilegiado de las re-presentaciones colectivas. Si bien representa un cambio en el estado delindividuo, implica a la ve una modi cacin pro unda de la actitud mentalde la sociedad. De esta manera, el ritual mortuorio organi ar a las emo-ciones privadas a travs de dos ases: la de disgregacin , representadapor la permanencia temporaria del cuerpo, y la de reinstalacin , dondela colectividad emerge triun ante sobre la muerte (vase tambin Blochy Parry, 1982). Pocos a os ms tarde, Van Gennep reali importantescontribuciones re eridas al proceso ritual y, al igual que Hert , distinguidi erentes ases en los rituales mortuorios. Denomin ritos de pasaje aaquellos donde, como en el caso de la muerte, el individuo atraviesa uncierto tipo de cambio de lugar, posicin social o estado. Los subdividi entres etapas sucesivas: rituales de separacin (ritos preliminales), detransi-cin (ritos liminales) y de agregacin (ritos posliminales). El procedimientobsico es siempre el mismo: el individuo se separa de un grupo determi-nado y en consecuencia debe entrar, esperar y salir del per odo de transi-cin para luego ser incorporado a otro grupo. Tericamente es necesarioque se den todas estas etapas. Si bien los ritos de separacin, transiciny agregacin tienen lugar en relacin con los propsitos espec cos de lasituacin de paso de cada individuo en particular, las di erencias se dar anen la sustancia de los detalles y no en sus l neas generales. Retomandolos aportes de Van Gennep, V ctor Turner desarroll ulteriormente las pro-piedades socioculturales de la ase de transicin, que denomin liminal .Como veremos ms adelante, su concepto de liminalidad resultar deespecial pertinencia para el anlisis del caso de los desaparecidos.

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    Tampoco pueden dejar de mencionarse los aportes de autores comoPhilippe Ari s (1983, 1984), Norbert Elias (1987), Louis-Vincent Thomas(1993) y Nigel Barley (2000), que han o recido trabajos descriptivos ycomparativos de re erencia ineludible sobre la problemtica de la muerteen di erentes culturas. Alejados de la bsqueda de rasgos universales hanllamado la atencin sobre la sociedad occidental, cada uno a su mane-ra. Desde una perspectiva transcultural y comparativa, Thomas con rontalas creencias y actitudes respecto de la muerte de sociedades a rica-nas tradicionales actuales con las de la moderna sociedad industrial,y pone de relieve sus divergencias. La sociedad occidental tiende a noaceptar ni asumir la muerte y con ello se di erencia notoriamente de lasa ricanas, que no solo no la niegan sino que la a rman, integrndola ensu sistema cultural. Segn Thomas, solo captando y asumiendo la muerteel hombre puede apreciar mejor la vida. Con similar actitud comparativa,Barley e plora la enorme variedad de maneras en que di erentes culturasresponden a la muerte, lo que le sirve como plata orma para reali ar unacr tica de la sociedad occidental. Desde una perspectiva diacrnica, Ari sanali a el pensamiento en torno a la muerte en Occidente, marcando suscambios en el curso de la historia. Muestra as cmo cuando la historiadel pensamiento occidental ha pasado por sentimientos de amiliaridadcon la muerte, durante la poca moderna, esta se ha vuelto problemticay ha comen ado a alejarse del mundo de las cosas ms amiliares.

    An cuando estos trabajos son una uente importante de refe in paraentender de qu manera la humanidad se ha en rentado a la muerte a lolargo de la historia y en di erentes conte tos culturales, el presente art cu-lo retoma solo parcialmente sus en oques. No pretende ser comparativosino que se propone entender la actitud rente a la muerte de un grupoparticular de individuos en un conte to histrico y social determinado. Adems, las descripciones de los rituales mortuorios de aquellos trabajosdan por sentado y resaltan la importancia de la presencia del cuerpo sindescribir o tener en cuenta los casos en que la muerte no se produce encondiciones normales y el cuerpo del di unto est ausente. En otraspalabras, las comparaciones no incluyen el e amen de situaciones en queel acercamiento a la muerte se desv a de lo estndar. Nuestro anlisis, encambio, toma como eje central la alta del cuerpo e intenta mostrar dequ modo tal situacin l mite pone en riesgo las categor as sociales,5 sus-citando actitudes y prcticas que escapan al marco de la normalidad ode lo socialmente establecido.

    5 Dice Marshall Sahlins (1988: 10, 11) que aunque la cultura sea de un orden signi cativo, en la accin los

    signi cados siempre corren un riesgo emprico.

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    Laura Panizo

    Acerca del luto y el duelo

    De suma importancia para nuestro anlisis resulta retomar la distincinanal tica entre duelo y luto que reali aron Cordeu, Illia y Montevechio(1994). En tanto proceso preminentemente psicolgico, el duelo es elconjunto de prcticas materiales, mentales y simblicas re erentes al eviviente y que estn sobre todo a cargo de los allegados supervivientes(1994: 135). El luto, en cambio, hace re erencia a los procedimientos ri-tuales colectivos que permiten la reintegracin de los deudos en la co-munidad de vivientes. Ambos campos (psicolgico y social) estn nti-mamente relacionados ya que los mecanismos sociales del luto revistensuma importancia para la resolucin de las crisis individuales del duelo yviceversa.

    El te to La muerte derrotada. Antropolog a de la muerte y el duelo(2007) de Al onso M. Di Nola tambin contribuye a la comprensin de lasdi erencias entre los procesos de duelo y luto. En un e haustivo anlisispara delinear las principales caracter sticas que separan y enla an estosprocesos (al igual que Cordeu, Illia y Montevechio), se considera que elduelo corresponde ms al mbito ps quico y emocional, en tanto el lutolo hace ms al mbito de las prcticas sociales que e presan el due-lo e perimentado por una persona. De este modo, tanto el duelo comoel luto ser an a la ve sociales y psicolgicos en tanto procesos que seretroalimentan rec procamente. En tal sentido, como enmeno social eindividual, el duelo abarcar a los diversos comportamientos de luto y loselementos internos y angustiosos que acompa an al luto constituir an la

    ase de duelo.Llamaremos rituales concernientes al luto a los rituales mortuorios co-

    lectivos, como el velatorio y el entierro. El hecho de que los rituales mor-tuorios acompa en al proceso de duelo, no implica que ambos concluyana la ve . La rapide con que termine el proceso de duelo depender decada individuo en particular y de la relacin especial que este haya tenidocon el muerto. Mientras que los rituales relativos al luto ocurren en generaldurante los primeros d as del deceso, los procesos relativos al duelo pue-den prolongarse por meses o a os. Si bien, como dice Di Nola, en tantoel luto e prese la situacin interna de duelo y, por ende, lo acompa a ensu evolucin hasta el n, lo que nos interesa destacar es que el duelose inscribe en una dinmica undamentalmente intraps quica, mientras elluto se inscribe en una dinmica en torno al comportamiento, con actos yrituales pblicos que e presan la situacin interna del duelo.

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    Creencias de vida y muerte

    Pareciera que vida y muerte son dos polos opuestos, donde una es acosta de no ser la otra. Sin embargo, las prcticas rituales y creenciasreligiosas nos dan cuenta de que vida y muerte, lejos de ser dos polosopuestos, se usionan. En primer lugar, la muerte orma parte de la vida yhace que le d cierto sentido a esta. Basta con recordar que en vida es-tamos constantemente e puestos a en rentar la muerte de los seres quenos rodean y que esto hace que nos ormemos ideas espec cas acercade la vida y de nuestra propia muerte. Por lo tanto, y en segundo lugar, lavida orma parte de la muerte. Las ideas de continuacin de la vida des-pus de la muerte constituyen un rasgo comn en muchas religiones, enlas que se le da sentido a la muerte de acuerdo con las creencias particu-lares de cada una de ellas. Si repasamos las religiones ms universales,como el hinduismo, cristianismo y juda smo, advertiremos que tambincontemplan, desde di erentes justi caciones, la continuidad de la vidadespus de la muerte y construyen en torno a esas ideas ciertas prcticasmortuorias espec cas.

    En el Occidente cristiano se impuso ya desde el siglo iii la idea deJuicio Final. Los templos labrados de las iglesias representan los tribuna-les, donde Cristo, el jue , est rodeado de su corte, los apstoles (Ari s,1984); cada hombre es sentenciado segn su balance de vida entre lasbuenas y malas acciones que han sido apuntadas en un libro, y donde laposibilidad de escapar a la condenacin por el pecado se da adems delsacramento, a travs de la con esin.

    En muchos sistemas religiosos, entonces, la vida no termina con lamuerte biolgica, ya sea debido a la creencia en el esp ritu eterno, el almasobreviviente, el ciclo de vida y muerte, la muerte por etapas, o por nocio-nes de reencarnacin y regeneracin donde la muerte puede regenerar lavida (Bloch y Parry, 1982).

    La creencia en la vida despus de la muerte conduce a la necesidadde rendir culto a los muertos. Si retomamos la literatura clsica, recor-daremos que Ant gona, hija de Edipo y hermana de Ismea, Eteocles yPolinices, es condenada a muerte por el rey, tras haber dado sepultura asu hermano Polinices cubriendo con polvo seco el cadver y celebrandolas sagradas ceremonias. Este hab a muerto el mismo d a que su otrohermano, Eteocles, que hab a luchado por su ciudad, mereciendo entierroy sepulcro. Polinices, que hab a peleado en el bando de los enemigos,traicionando con ello a su patria, no ser a honrado con sepultura por or-den del rey.

    En la antigua religin andina, la creencia en la vida eterna hac a quelos ind genas tuvieran e cesivo cuidado con los muertos para garanti arque estos no pasaran hambre ni sed en el otro mundo. As , ciertos bailes

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    muerte implica un espacio sico y un momento social: la gente va a lamuerte, va a llorar la muerte, va a saludar a la muerte (Durham, 2002:157). De este modo los rituales colectivos re eridos al luto no solo tienenla uncin de rendir culto a los muertos, sino que habilitan tambin un es-pacio (de solidaridad) donde deudos y allegados pueden habitar la muer-te. Los rituales colectivos ubican al muerto en la muerte (tanto espacialcomo categricamente) y a los deudos en el espacio que corresponde alos deudos dentro de la estructura de las relaciones sociales.

    En la mayor a de los casos, en estas instancias rituales el cuerpo cum-ple un rol undamental y en tanto s mbolo ritual se convierte en un actorde accin social. Siguiendo a Turner (1997: 22), llamaremos s mbolo do-minante a este cuerpo, ya que no solo es el medio para el cumplimientode los nes del ritual, sino que tambin concierne a los principios y valo-res de la organi acin social. O sea que, por un lado, el cuerpo e presa ala muerte en s la muerte sica, provocando los sentimientos asociadosa ello y, por otro lado, su presencia en un encuentro social especi caclaramente la categor a de muerto (del sujeto ritual) y la de deudo, que co-rresponde a su amiliar o persona allegada, quien atraviesa una situacinespecial que requiere apoyo y contencin de sus parientes y amigos.

    Hab amos visto que Van Gennep distingue tres ases di erentes y su-cesivas en los ritos de pasaje. En la ase de separacin se producen lasconductas simblicas por las que se e presa la separacin del individuode su estructura anterior. Durante el per odo liminal, las caracter sticasdel individuo son ambiguas, no tiene ni los atributos de su pasado ni delestado al cual est por pertenecer. En otras palabras, las personas limi-nales se caracteri an por no estar ni en un sitio ni en otro, y mientras durael rito no tienen lugar dentro de la sociedad. Es en la tercera ase, la deagregacin, cuando se cumple el pasaje. Dado que cuando se produceun deceso hay una ruptura en la estructura de las relaciones sociales,en los rituales mortuorios se dan, en general, dos tipos de ritos de paso:aquellos que integran a los sobrevivientes en la sociedad y aquellos queintegran al muerto al mundo de los muertos. En muchos casos, los per o-dos de transicin que implican al sobreviviente son la contraparte de losper odos de transicin que conciernen al muerto y la conclusin de unocoincide con la conclusin del otro, es decir, cuando el muerto se incor-pora al mundo de los muertos (Van Gennep, 1960: 147). As , los ritualesde paso que acompa an al duelo permiten que los deudos se reintegrenen la sociedad.

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    Laura Panizo

    La muerte desatendida

    En el caso de los desaparecidos, la alta del cuerpo no solo no permiteun reconocimiento real y social de la muerte, sino que obtura, en tanto nose busque un sustituto, la reali acin de los rituales concernientes al lutotales como el velatorio y el entierro, en los que es precisamente el cuerpolo que lleva y gu a la accin. Aquellos amiliares que no tuvieron la posi-bilidad de identi car y recuperar el cuerpo de su ser querido, debieronen rentar su muerte eventual de una manera di erente a lo que establecela orma tradicional. En muchos casos, la ausencia del cuerpo y la altade evidencias de la muerte hicieron que el proceso quedara suspendidoen un estado de liminalidad or ada. El rito queda sin concluir, de modoque la nocin de desaparecido remite a la idea de suspensin: no se es,aunque se est por ser. El desaparecido que es a la ve un muerto, unvivo o no es ni muerto ni vivo nunca llega a integrarse en el mundo de losmuertos. En paralelo, los deudos di cultosamente logran reintegrarse enla vida social, restableciendo el v nculo quebrantado.

    En particular, la alta de un cuerpo que represente la muerte y puedaser colocado en un espacio sico donde reali ar los rituales sociales, dalugar a lo que he denominado muerte desatendida, pues se carece de unespacio o lugar donde atender tanto al muerto como a los deudos. Lamuerte desatendida es aquella que por no involucrar un reconocimientosocial, no es en rentada segn maneras esperables y claras: no hay unmuerto al que se le pueda rendir culto ni se producen las prcticas ritua-les que brindan apoyo y contencin a los deudos. En otras palabras, lamuerte no conlleva ni un espacio sico ni un momento social. El desapa-recido permanece al margen, al l mite de lo que podr a ser, pero no es, ypor ello no se reali an las ases de agregacin que concluyen el ritual depaso, cuando el muerto se integra en el mundo de los muertos y el deudose reintegra adecuadamente en la vida social luego de un quiebre en lasrelaciones ordinarias.

    DesaparicinQuien haya le do Esperando a Godot, seguramente habr sentido la des-esperacin que provoca la permanente espera de algo que nunca llega. Al menos esa ue mi e periencia personal al aguardar constantementea lo largo del te to que llegara ese hombre o antasma, esp ritu o rey, acumplir lo prometido a los protagonistas, dos pobres personajes que nohacen ms que ocupar su tiempo en una espera. Cunto ms desespe-rante es la espera de un ser querido que se ha ido, no ha vuelto y no sesabe si est muerto o vivo. La duda acerca de la e istencia que acecha a

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    los deudos lleva a la ambigedad y al mantenimiento de una esperan a,hasta tanto no apare can evidencias emp ricas que tracen el mapa de ladura realidad.

    Aun cuando se recono ca a la muerte como posibilidad casi certera,la esperan a se mantiene. Ilustra la situacin La Odisea de Homero, enla que Penlope admite pblicamente la muerte de su amado esposo

    rente a sus pretendientes, pasados ya varios a os de su partida, con lassiguientes palabras:

    Jvenes pretendientes m os! Ya que ha muerto el divino Odiseo, aguardadpara instalar mi boda que acabe este lien o (Homero, La Odisea ).

    Sigue manteniendo en su interior la esperan a del regreso de Odiseo, ypor ello deshace por la noche el tejido labrado durante el d a. Del mismomodo, como lo sugieren algunos amiliares, aquel que desaparece y noda evidencia de su muerte, se convierte en una especie de antasma quepermite dejar siempre abierta la posibilidad del regreso:

    Y yo no la pierdo, la esperan a, viste [...] Yo pas mucho, y s que hay cosasque pasan, la esperan a es lo ltimo que se pierde no?... La esperan a deque apareciera, pero es muy di cil, pero pienso... est, la puerta abierta est(C., 15/05/2003).

    As , la categor a desaparecido hace re erencia a aquellas personas quese encuentran en el umbral entre la vida y la muerte:

    [...] Tener una persona que es desaparecida, no la tens; sabs que no la tensni viva ni muerta, entends? (D., 14/06/2003).

    Esta categor a que nace hija de la ambigedad, en principio era si-nnimo de bsqueda. Lo pone en evidencia la consigna aparicin convida que cre en 1980 la agrupacin Madres de Pla a de Mayo7 que,ante la alta de e plicacin por parte del Gobierno sobre lo ocurrido consus hijos, signi caba reclamar que se los restituyeran. No se quer a hablartodav a de la muerte:

    [...] En el 80 a rmamos nuestra consigna de aparicin con vida. Porque cuan-do le dieron el premio Nobel a Adol o Pre Esquivel, Emilio Mignone hab asalido con l e iba diciendo por toda Europa que los desaparecidos estaban

    7 La agrupacin Madres de Plaza de Mayo ue organizada por mujeres que tenan a sus hijos desaparecidosy tomaron contacto entre s mientras realizaban gestiones para encontrarlos. Comienzan a reunirse desde1977. En 1986, se escinde del movimiento original un grupo que se autodenomina Madres de Plaza de MayoLnea Fundadora, por considerar que ya no tenan todas las mismas ormas de lucha y eso no les permita

    continuar juntas en una nica.

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    muertos [...] Pero nosotras no quer amos darle esa oportunidad a la dictadurade que ya empe ramos nosotros a decir que estaban muertos cuando todav anadie nos hab a dicho qu hab a pasado con ellos.8

    La consigna ue tomando cada ve ms un contenido pol tico sim-blico a medida que se hac a evidente que los desaparecidos estabanmuertos:

    [...] Nuestro primer grito ue aparicin con vida, luego nos dimos cuenta deque no iban a aparecer, que los estaban matando, que hab a campos de con-centracin, que hab a tortura [...].9

    [...] Aparicin con vida porque se los llevaron vivos. De qu otra orma losdebemos reclamar? 10

    A medida que pasaron los a os, el descubrimiento de los centros clan-destinos de detencin, 11 el halla go de osas NN y el relato de sobrevi-vientes detenidos ue acercando a los amiliares a la idea de la muerte y ala posterior necesidad, en muchos casos, de locali ar el cuerpo, es decir,la evidencia de la muerte, que diera n a la prolongada bsqueda. Paraaquellos que tuvieron la posibilidad de encontrar los cuerpos, la rati ca-cin de la muerte no solamente signi c sacar a la persona de la categor ade desaparecido, sino que implic el reconocimiento social de la muerte:

    [...] yo siempre dije yo soy madre de desaparecido... vos sabs que ahorano lo puedo decir? Y tampoco puedo decir yo ui madre de desaparecido.

    Ahora digo yo soy Madre de Pla a de Mayo (H., 17/08/2003).

    [...] Ya no pensamos que est desaparecido, sino que est en un lugar jo,nosotros tenemos en la mente que ya no est desaparecido. Lo encontramos,muerto, pero lo encontramos (D., 14/03/2003).

    8 De Bona ini, Hebe, Historia de las Madres de Plaza de Mayo, .9 De Bona ni, Hebe (2001), Entrevista a Hebe por Radio Zapote, en Ciudad de Mxico, .10 De Bona ni, Hebe, Por qu parece utpica la consigna de aparicin con vida?, .11 La caracterstica de la metodologa de la desaparicin de personas ue que despus del secuestro se perdatoda re erencia del secuestrado y el secuestrador, y se intentaba borrar todo rastro de las acciones cometidaspara impedir el acceso a cualquier in ormacin verdadera sobre lo sucedido. Los CCD (centros clandestinos dedetencin) constituyeron la base de la poltica de desaparicin de personas. La desaparicin comenzaba con elingreso en estos centros mediante la supresin de todo nexo con el exterior. El procedimiento comn utilizado luegode la detencin y la exposicin de los desaparecidos a torturantes interrogatorios, era su asesinato. Los mtodoselegidos para deshacerse de los cuerpos ueron: arrojarlos al ro o al mar, inhumarlos en osas comunes en lugaresdesconocidos o inhumarlos en cementerios como NN, en osas comunes e individuales. La metodologa empleada

    dependa del centro clandestino en el que se encontraba el prisionero.

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    [...] Me dijeron que mi hija est paseando por Europa, ac est mi hija, me en-tregaron los restos (A., 22/01/2003).

    Al desaparecido en tanto persona liminal le corresponde una muer-te desatendida en la cual la transicin, caracter stica de los rituales depaso, se convierte en condicin permanente. Ms an, como constaen el siguiente testimonio, en algunos casos al desaparecido se lo rela-ciona con una persona convaleciente, que si bien est por morir, lograrestablecerse.

    [...] Lo mismo que una persona que vive en erma y est a os y a os postra-da en una cama y se te muere, la su r s en el momento en que se te muri ya la ve tens una tranquilidad, una pa que dec s: yo estaba su riendo a lapar de esa persona y esa persona estaba su riendo y no se mor a nunca (D.,14/03/2003).

    El estado de suspensin hace tambin que la desaparicin se mani-este como algo que qued jado en el tiempo sin poder resolverse. Unamiliar e presa simblicamente esta suspensin como si una imagen se

    hubiera congelado en aquel per odo y todo hubiese quedado tal cual:

    [...] vos ven s a mi casa y ve todo as , que est sin terminar... como si hu-biera bajado una persiana y se hubiera subido la otra. Incluso estamos sinmuebles porque regalamos parte de ellos, todo porque pensbamos amueblaresto de otra orma, y bueno, se baj la cortina y empe amos de nuevo [...] (C.,15/05/2003).

    La casa que qued sin terminar, suspendida en el tiempo que estpor ser pero no es es el espacio sico donde habita la liminalidad deldesaparecido, representndolo.

    El estado de liminalidad

    Los ejemplos de estados de liminalidad abundan en la literatura etnogr -ca. Segn Turner (1997), las personas liminales ya no estn clasi cadas altiempo que todava no estn clasi cadas. Durante los rituales mortuorios,en la ase liminal los sujetos rituales no estn ni vivos ni muertos, pero asu ve estn vivos y muertos. Nigel Barley (2000) o rece un claro ejemplode liminalidad entre los toraya de Indonesia, que acostumbran mantenerdentro de la casa durante varios a os el cuerpo del di unto (a quien con-sideran durmiendo) hasta que este la abandona, permitiendo que secomplete el ciclo ritual. Del mismo modo, la sepultura provisional de los

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    pueblos del archipilago malayo estudiados por Hert , da cuenta de unper odo en el que se considera que todav a la muerte no se ha consumadoy se trata al di unto como si estuviera vivo. Es la posterior sepultura de ni-tiva la que marca su acceso al mundo de los muertos, lo que Van Gennepllama ase de agregacin. Asimismo, en el primer momento del velatorio,el di unto trobriands recibe la vigilia de su viuda sumergido en una tum-ba. Recin a la noche siguiente del deceso su cuerpo es e humado, sele e traen algunos huesos y solo luego de una segunda e humacin loshuesos son depositados en un lugar de nitivo (Malinowski, 1975: 149).

    Cuando Turner describe el estado de liminalidad por el que pasan los jvenes ndembu en los rituales de circuncisin (1997), los sita en un es-tado de ambigedad y paradoja. Generalmente se los recluye de maneratotal o parcial, lejos del mbito de los estados y estatus culturalmentede nidos y ordenados. No estn ni aqu ni all, tal ve no estn en ningnsitio. De tal manera, los seres liminales no tienen nada, ni estatus, ni ran-go, ni situacin de parentesco. Otra caracter stica que tienen los ne tosndembu en el estado de liminalidad es que el grupo es una comunidadde camarader a que trasciende distinciones de rango, edad y parentesco:

    Gran parte de las conductas recogidas por los etngra os en las situacionesde reclusin caen bajo el principio uno para todos, todos para uno (Turner,1997: 112).

    Estas caracter sticas se dan en la situacin liminal de los desapareci-dos. Por una parte, pertenecen al orden de lo interestructural, no estn nivivos ni muertos, pero estn vivos y muertos al mismo tiempo; no estnni aqu ni all y tal ve no estn en ninguna parte. En palabras de Turner,la liminalidad es el reino de la posibilidad pura (1997: 107). A su turno,los amiliares de los desaparecidos se encuentran tambin por uera de loestructurado, ordenado o establecido. Se de nen y no se de nen al mis-mo tiempo como deudos rente a la sociedad. El estado de camarader a,presente tambin en la posicin liminal de los desaparecidos, reviste dosaspectos importantes de resaltar. Por un lado, permite la os de uninentre los amiliares, constituyndolos como grupo espec co de lucha yre or ando v nculos de solidaridad entre ellos. El sentimiento de solida-ridad, dice Rorty, se ortalece cuando se considera que aquel con el quee presamos ser solidarios es uno de nosotros. Ese nosotros puedeincluir a personas que antes considerbamos como otros, como ellos,pero que hoy se nos asemejan en lo re erente al dolor y la humillacin(Rorty, 1996: 241).

    [...] Tambin me conmovi much simo ver a los hijos de desaparecidos, dever... yo pensaba, esto es una gran amilia unida [...] (S. L., 19/02/2005).

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    [...] Y en la pla a ramos todas iguales [...] a todas nos hab an llevado a loshijos, a todas nos pasaba lo mismo [...] y era como que no hab a ningn tipo dedistanciamiento. Por eso es que nos sent amos bien. 12

    Esta camarader a no autori a distinciones. A partir de 1986, las Madrescomen aron un proceso de de nicin pol tica que ellas llamaron la so-ciali acin de la maternidad:

    [...] Lentamente comen amos a sentirnos madres de todos los desaparecidos.

    [...] Poco a poco nos uimos despojando en la Pla a de Mayo de la oto denuestro hijo o hija particular para llevar el rostro de cualquier otro hijo.13

    [...] Cuando recha amos la e humacin con todo lo que tiene la aceptacin dela muerte, tambin lo hicimos porque esa es una lucha individual, individualista[...].14

    La gura del desaparecido comien a a con undirse con un hecho co-lectivo, lo que va en contrario de contribuir a un proceso de reconoci-miento social de la muerte individual. Segn Le Breton (2002), a di eren-cia de las sociedades tradicionales de composicin comunitaria donde elcuerpo se con unde con el cosmos de la naturale a y la comunidad, enlas sociedades occidentales el cuerpo unciona como l mite ronteri o quedelimita entre los otros la presencia del sujeto. Es actor de individuacin.Dado el estado de sociali acin de la maternidad que pretenden mante-ner algunas madres de desaparecidos, se entiende su negativa a encon-trar e identi car los cuerpos de sus hijos, ya que el cuerpo se convertir aen la rontera que di erenciar a a un desaparecido de otro desaparecido,y a las Madres entre s .

    Sin embargo, cuando las placas recordatorias, monumentos y mani es-taciones en memoria de los desaparecidos no se articulan con espaciosespec cos que contrarresten la conmemoracin colectiva y rea rmen lamuerte individual, la liminalidad y la transicin siguen presentes. Es decir,aquel desaparecido no est muerto, no tiene cuerpo y, por lo tanto, no tie-ne un lugar en el cementerio. Pero tampoco est vivo y por ende requierede un espacio sico y social donde se le rinda culto y se lo recuerde,encontrando en los empla amientos memoriales dispersos en el territorioespacios sociales donde permanecer de manera transitoria. La personaliminal no queda descansando simblicamente en un lugar nico y jo,

    12 De Bona ni, Hebe,De Bona ni, Hebe,Op. cit. , supra nota 9.13 De Bona ni, Hebe,Ibdem.

    14 De Bona ni, Hebe,Ibdem.

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    como los cementerios, sino que queda suspendida en uno y otro lugar almismo tiempo, segn la oportunidad en que se lo recuerde:

    Los amiliares no tienen un monumento nico para reali ar el culto a la muerte,sino tiempos ragmentarios relacionados con momentos determinados (Catela,2001: 158).

    Aun cuando en general estas placas y monumentos, como tambinlos espacios sicos recreados para hacer re erencia a la desaparicin,cumplen la necesaria uncin de recordar un suceso histrico, colecti-vo, no satis acen la de rea rmar o representar muertes individuales:

    [...] Pero qu importa si estn ac, si estn en todos lados, si el pueblo las ama,los ama, las ve, tenemos sus otos, no importa qu nombres, nuestra lucha escolectiva, nuestros hijos tienen miles de nombres, hay muchos nombres, milesy miles, son todos nuestros. 15

    As como la desaparicin no permite una concentracin de tiempoy espacio que demarque un inicio y un n (Catela, 2001: 121), el des-aparecido como sujeto liminal resulta representado en espacios tambinliminales. Monumentos como el Parque de la Memoria, la marcha de los jueves de las Madres de Pla a de Mayo, los rituales en el r o, entre otros,son espacios colectivos donde se recuerdan hechos igualmente colecti-vos. Por cierto, las mani estaciones, los rituales pol ticos, los monumen-tos y placas recordatorias, dotan de un espacio sico a la persona liminal.Estos espacios sociales trans orman un problema individual en una cues-tin colectiva, inscribiendo a los desaparecidos en una identidad comny re or ando la os de solidaridad entre miembros de las amilias que hanatravesado situaciones similares. Sin embargo, muchos de estos ritualesre uer an el espacio liminal al demarcar pblicamente el estado social deldesaparecido dentro de una identidad comn.

    La realidad soada Al no haberse tenido un cuerpo que lo ubicara espacialmente en la vida oen la muerte dentro de la sociedad, el desaparecido es susceptible de servisto como un ser poderoso, omnipresente, que as como da respuestas yabre caminos de bsqueda, en muchos casos genera intranquilidad.

    15 De Bona ni, HebeDe Bona ni, Hebe. Op. cit., supra nota 8.

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    Es un sin cuerpo, sea un ngel, un antasma o un esp ritu que muchasveces se presenta ante los amiliares trans gurado, por uera del nivel dela realidad emp rica:

    [...] Cuando a m me impact mucho lo de Franca que supe que termin en elr o, ella me dec a, porque ella tuvo ac una especie de visin [...] ella dice quevio un muchacho que lleg, y ese hombre era Horacio, que ten a la ropa emba-rrada y le mostr un agujero en la tierra, y le dijo ah (H., 11/12/2002).

    [...] Yo siempre dec a, mi ngel, yo s que ests conmigo, como que la ten aas , sobre las espaldas [...] (A., 22/01/2003).

    [...] Yo creo que se han trans ormado evidentemente en una cosa m tica y unanecesidad de ubicarlos en un lugar pre erencial. Como proceso histrico setrans orman en mito. El mito es intocable, y eso es peligroso [...] Es un antas-ma... y es omnipresente. Est en todos lados (A. P., 23/05/2003).

    Estos testimonios dan cuenta de que ante una situacin e traordinaria,impensable, como lo es la desaparicin de personas, se producen res-puestas e traordinarias, que intentan hacer inteligible esa dura realidad.Tales respuestas son coherentes dentro del conte to en el que surgen, yaque el desorden provocado por la dictadura donde los esquemas cono-cidos no sirven para dar cuenta de la realidad suscita la bsqueda de unorden propio. Si bien en las entrevistas reali adas la primera reaccin delos amiliares era recha ar la idea de que el desaparecido estuviera vivo,a medida que avan aba la conversacin, en muchos casos quedaba enevidencia la esperan a de vida, aunque uera remota o se e presara almenos en una inquietante duda. Al desaparecido se lo busca muerto y selo busca vivo al mismo tiempo, y las e pectativas se dirigen hacia amboslados. Cuando aquellos amiliares que estn en el umbral entre la vida y lamuerte luchan por salir de l, se les proponen nuevos espacios de la reali-dad para e plicar lo ine plicable, por ejemplo, las consultas a videntes.Es como si la realidad se abriese, generando nuevas actitudes y prcticasque escapan del marco de la normalidad y lo socialmente establecido:

    [...] S , son cosas intrans eribles, di ciles para comentar, son como c rculos quese van cerrando y son c rculos en los que cres o no cres. Si a m me dec squ concretamente, te tengo que decir muchas de las percepciones que unotiene. Yo te tengo que decir que no, ra onadamente no, pero las sent s, y si nolas dec s, las ests negando (H., 11/12/2002).

    Que el desaparecido se presente en persona o que se lo sienta sobrelas espaldas, como si uera un ngel, son e periencias que pueden en-

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    trar en lo que Marshall Sahlins (1988) llama estructuras per ormativas,en tanto no responden a un sistema constituido sino que tienen carctercontingente.

    Sahlins intent superar la oposicin terica entre estructura e historia,alegando que dado que la cultura se produce histricamente en la accin,la estructura es ella misma un objeto histrico. La distincin ideal t picaentre estructuras per ormativas y prescriptivas permite prestar atencina las prcticas contingentes en contraste con las ormas institucionalesconstituidas. Segn Sahlins los rdenes per ormativos tienden a asimi-larse a circunstancias contingentes, mientras que en los prescriptivos, encambio, los sucesos se valoran por su similitud con el sistema instituido,negndoseles su carcter circunstancial (Sahlins, 1988: 113). Las prcti-cas, representaciones y actitudes rente al desaparecido que acabamosde describir, constituir an rdenes per ormativos en los que, como se hasubrayado, la alta del cuerpo ha puesto en riesgo las categor as sociales,alejndolas de lo que los amiliares mismos consideraban normal antesde la desaparicin.

    Cabe consignar que las generaciones de hermanos de desaparecidosse distinguen netamente de las de sus padres en lo que respecta al temade los videntes. Casi todos los hermanos entrevistados se mani estaronescpticos hacia la creencia en poderes sobrenaturales 16 y declararon nohaber ido nunca a consultar a videntes. Sus relatos indican que siempre

    ueron los padres los encargados de buscar al amiliar desaparecido, talve protegiendo a los jvenes de eventuales secuestros ulteriores. En lamayor a de los casos acudir a los videntes ue uno de los ltimos recursosa que accedieron los padres, una ve agotados todos los caminos. Porello, es posible relacionar el escepticismo de los hermanos con su actitudrelativamente pasiva en relacin con la bsqueda del desaparecido: otrosen el hogar se encargaban de hacerlo, aun en lugares que antes no ha-br an siquiera considerado:

    Nosotros no lo buscamos cuando desapareci. Nosotros perdimos a nues-tro padre de chicos, entonces al perder a nuestro padre qui l despus detodo esto se hubiera encaminado a buscar a mi hermano, como padre (D.,14/03/2002).

    [...] Ya amiliarmente dec amos bueno, uno se ocupa, los dems no: tienenque atender a sus hijos, uno recin nacido [...] Yo dej todo lo que estaba ha-ciendo, abandon todo y me dediqu totalmente a esto (C., 12/05/2003).

    16 Entiendo lo sobrenatural tomando la de nicin de Durkheim (1968: 30) como todo orden de cosas quesupera el alcance de nuestro entendimiento y pertenece al mundo del misterio, de los incognoscibles,

    incomprensibles.

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    Lo que podr amos llamar la divisin amiliar de tareas, propuso di-erentes caminos de bsqueda a los amiliares y, por lo tanto, di erentes

    maneras de en rentar la realidad e interpretarla. En general, la alta de uncuerpo que e presara la muerte y, por ende, la no e ectivi acin de losrituales de luto y duelo concit en todos ellos actitudes y prcticas uerade lo ordinario. As , en muchos casos, los desaparecidos ueron vistoscomo seres conscientes, omnipresentes, cuya presencia dudosa pare-c a hacerse real en cualquier rostro o lugar. Se les atribu an, entonces,poderes sobrenaturales y se a rmaba que aparec an para dar se ales ysugerir caminos de bsqueda. Como la actitud de buscar la intervencinde videntes, cuando nunca antes se hab a cre do en esas cosas, setrata de e periencias vividas en conte tos especiales donde se hace ne-cesario entender lo que desde la realidad emp rica ordinaria no se puedee plicar:

    [...] Yo antes iba a videntes, pero nadie me dec a que la hab an matado, habrido a los dos, tres, cuatro meses (A., 04/08/2002).

    [...] Hab a un estudiante holands que era hijo de un je e polic a de una ciudaden Holanda, l conoc a a un vidente y entonces le dimos una bu anda de Dod[...] Y el tipo respondi que estaba muy lejos y se le escapaba, digamos, no lellegaban las ondas [...] Lo que pasa es que se agotan todos los caminos (D. P.,21/10/2002).

    Exhumacin

    En un espacio social donde la verdad acerca de la muerte es buscada ydonde la posibilidad de su rati cacin se construye sobre la esperan a,la labor del Equipo Argentino de Antropolog a Forense ha venido cum-pliendo la uncin undamental de conducir los trabajos de bsqueda,e humacin e identi cacin de restos seos de las v ctimas del terroris-mo de estado. Reali an la tarea de desenterrar, sacar a lu lo olvidadoy abandonado, para luego restituir el nombre a aquellos cuerpos perdi-dos en la historia de la represin, cuerpos que necesitan ser nombrados.Desde el campo de la bioantropolog a utili an las tcnicas y el mtodopropios de la arqueolog a para la recuperacin de los cuerpos inhuma-dos en tierra. Conjugan sentimiento y ciencia para construir signi cados,e plicar y responder incgnitas, por lo que no es de e tra ar que el pro-ducto de su trabajo vaya dejando la huella de un reconocimiento socialinconmensurable:

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    [...] Yo jams me podr a haber so ado que podr a encontrar los restos. Pero,mi primera reaccin ante ellos ue decirles gracias a Dios que son ustedes losque me traen esta noticia!, porque es desde la boca y desde los bra os de unamigo [...] para m ue buen simo que hayan sido ellos, con esa calide , uealgo hermoso [...] me parece mentira, para m ue un rescate important simo,es como que algo se llen en m [...] En la placa de Horacio le puse: graciasa Dios y al Equipo de Antropolog a Forense, hoy descanss aqu , entre lostuyos! [...] estoy tremendamente reconocida a los antroplogos por su trabajo(H., 11/12/2002).

    [...] Todo esto es un milagro [...] encontrarla gracias al trabajo de los antrop-logos orenses [...] ellos siempre tan maravillosos han sido, y con tanta dul ura(A., 22/01/2003).

    Que la e humacin de los cuerpos inhumados en la dictadura est enmanos de personas tan comprometidas y especiali adas permite recupe-rar los esqueletos de la orma ms completa posible, sin que se pierdaevidencia asociada a los restos ni a su ubicacin dentro de la osa. En elproceso de la e humacin se intenta lograr la recuperacin de la orma ycondiciones en que quedara el cuerpo al momento de ser inhumado conel m imo de precisin.

    La recuperacin de un cuerpo a travs de las e humaciones, que sueleincluir in ormacin sobre lo acontecido, implica un acercamiento claro a lamuerte, por la ubicacin espacial del cuerpo y la consiguiente posibilidadde que se realicen los rituales mortuorios socialmente establecidos. Enalgunos casos, las e humaciones son presenciadas por los amiliares,miembros de organismos de Derechos Humanos, miembros del aparato jur dico que estn a cargo del caso, entre otros, lo que comporta asimis-mo un reconocimiento social de la muerte. De este modo el enmeno dela muerte vuelve a poder ser articulado en una diversidad de prcticasdiscursivas de la sociedad. Tra ando un paralelo con lo que Claudia Feldde ne como escenario de la memoria, es decir, al espacio en el que sehace ver, o r a un pblico determinado un relato veros mil sobre el pasado(2002: 5), en el caso de los desaparecidos podr amos hablar del escenariode la muerte para dar cuenta del espacio y los rituales que posibilitan quedi erentes actores sociales den nombre y legitimen con distintos gradosde autoridad una muerte antes innombrada.

    El hecho de que el cuerpo del desaparecido sea encontrado, salga ala lu , represente la muerte y pueda ser colocado donde le correspondeestar, puede implicar tambin un acto de limpie a, pure a de la tortura,regreso a un orden anterior. En su anlisis sobre las ideas primitivas acer-ca de la contaminacin, Mary Douglas (1973) se ala la asociacin entrela idea de suciedad y lo que est uera de lugar, y a rma que lo poco

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    Segn Sahlins (1988), los conceptos bsicos pasan por sucesivas eta-pas de combinacin y recombinacin produciendo en ese proceso trmi-nos originales y sintticos. Hoy el concepto de desaparecido hace re e-rencia a quienes siguen ocultos, sustra dos de la realidad compartida. Eldesaparecido no remite a la muerte sino a lo inhabitado, es el no lugar.De all que tanto la e humacin e identi cacin de los cuerpos como lavigencia misma del trmino desaparecido contribuyan de manera nica ala reconstruccin de la memoria colectiva de los argentinos.

    Sobre el cuerpo y el ritual

    Teniendo en cuenta entonces que los rituales colectivos son de sumaimportancia para la reali acin de los rituales de duelo y que la alta delcuerpo los obstaculi a, podemos preguntarnos por qu ra n no se hadado entre los amiliares y el resto de la sociedad la actitud de suplemen-tar al cuerpo con otro s mbolo que gu e la accin ritual. Para ello es preci-so indagar sobre la relacin cuerpo-persona y observar de qu manera lanocin de persona y ciertas representaciones sobre el cuerpo determinanla viabilidad o no de algunas prcticas, entre ellas, la de suplementar alcuerpo en los rituales mortuorios. Si ocali amos sobre las prcticas cor-porales, cabe destacar cmo se reordenan las identidades individuales enlos di erentes grupos de amiliares con posterioridad a la recuperacin delos cuerpos (e humaciones o restituciones de hijos-desaparecidos). SilviaCitro (2006) ha se alado que la materialidad del cuerpo y su e perienciaprctica estn atravesadas por los signi cados culturales, de all la deno-minacin cuerpos signi cantes que da a la constitucin material-simb-lica de la corporalidad. Si concibiramos a los cuerpos muertos comocuerpos signi cantes y destacramos en ellos tanto su carcter estruc-turante como per ormativo, podr amos pensar las operaciones ejercidassobre los cuerpos de los desaparecidos (sean identi caciones, velatorios,entierros) como procesos rituales que logran reacomodar las categor asdentro de la estructura de las relaciones sociales ordinarias.

    Vale contrastar aunque sea someramente el caso de los desapareci-dos con el de los muertos en la Guerra de Malvinas sostenida en 1982entre Argentina y Gran Breta a, prestando especial atencin al caso delos desaparecidos en combate. Tmese en cuenta que se trata de dosprocesos que sucedieron contemporneamente bajo un rgimen dicta-torial y que terminaron con 650 muertos y desaparecidos v ctimas de laguerra y 30.000 desaparecidos v ctimas de la represin militar. A di e-rencia de lo que hemos anali ado en el caso de los desaparecidos, en elde la Guerra de Malvinas, a pesar de las desapariciones de muchos delos cuerpos y de que no todas las tumbas en el cementerio de Darwin

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    Cuerpos desaparecidos...

    contienen cuerpos identi cados (de las 237 tumbas de soldados argen-tinos ca dos en combate, menos de la mitad guran con su nombre), lasociedad siempre e pres reconocimiento a los muertos en combate y notendi a asociarlos con sujetos liminales que se encuentran en un espaciointerestructural entre la vida y la muerte. De hecho, se ha construido enla Pla a San Mart n, rente a la terminal Retiro, un monumento nacionala los muertos en el Atlntico Sur, cali cado o cialmente como cenota o,es decir, un monumento unerario que si bien no guarda los restos de loshomenajeados, o rece un espacio donde los amiliares pueden llevar fo-res y o rendas a sus seres queridos. Podr amos decir que en el caso delos amiliares de la Guerra de Malvinas, la tradicin de guerra ha conlle-vado un sistema de reconocimiento social de la muerte de los ca dos, ensu condicin de hroes, a travs de condecoraciones, misas, cenota os,monumentos y otros rituales de muerte relativos a los confictos armados.En tal sentido, y destacando la pertinencia y signi catividad de los apor-tes de la antropolog a, esperamos haber abierto un debate conceptualsobre la importancia de la uncin del cuerpo del di unto en los ritualesmortuorios, as como sobre la posibilidad mostrada en casos espec cosde sustituir el cuerpo como gu a de la accin ritual.

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    Laura Panizo

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    Familia y desaparicin

    Comentario crtico Alba Rosa Lanzillotto 17

    Le con atencin este trabajo y, aunque lo m o no es esto de estudiar oanali ar desde lo psico o sociolgico, no se me escapa la pro undidad yla seriedad con que Sabina lo lleva a cabo. Cada refe in, cada cita, cadaejemplo me ueron mostrando situaciones vividas por m , como hermanade dos jvenes desaparecidas con sus esposos y el hijo en el vientre deuna de ellas. Estas situaciones se produjeron con amiliares y amigos.Pude mirarlas desde otro ngulo al leerlas y creo que eso ocurre porquecada uno personalmente las siente y las e presa desde su propia e pe-riencia, su manera de amar a sus desaparecidos, la relacin con ellos ensu tiempo. La autora del trabajo, en cambio, las mira con ojos de inves-tigadora, desde a uera, como debe hacerlo un cient co, un pro esionalde la materia.

    Puedo decir sin temor a equivocarme que el aporte de Sabina es claro,sesudo, revela un amplio conocimiento del tema, enriquecido, sin duda,por su participacin como entrevistadora del Archivo Biogr co Familiarde APM (Abuelas de Pla a de Mayo), no habla desde la rialdad de un es-critorio ni solamente sobre la base de lo que otros escribieron, se apoyaen ellos, s , pero lo medular de sus conceptos est sostenido por la pra isque, evidentemente, cal hondo en su pensamiento y en su sentimiento.

    Es importante para comprender algunas actitudes que muchas vecesmiramos con esp ritu cient co sin aceptar que cada persona es distinta y,como tal, tiene di erentes maneras de en rentar la vida y la muerte, cuantoms la desaparicin, cesa perversa gura inaugurada por el terrorismo deEstado que estremece y desgarra an despus de 30 a os.

    Palabras como mentira, persecucin, miedo, secretos, silencios, e ilio,destruccin y otras son tan amiliares para quienes tenemos desapareci-dos a seres muy amados y convivimos con otros en iguales circunstanciascuyas reacciones, sin embargo, no son siempre similares a las nuestras.

    Desde mi escasa idoneidad en este tipo de ensayos, quiero decir queme parece muy bueno e interesante este que reali Sabina y ello no mesorprende porque soy permanente testigo de la madure y compromisocon que cumple a diario sus tareas.

    17 Alba Rosa Lanzillotto es Secretaria de la Asociacin Abuelas de Plaza de Mayo y luchadora incansable en

    la bsqueda de la verdad, la justicia y la memoria.

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    Familia y desaparicin. Implicancias

    simblicas de la desaparicin en la amiliaSabina Regueiro 18

    En este cap tulo se anali an las representaciones en torno a la gura deldesaparecido que surgen de los relatos de sus amiliares.19 Por un lado,me detendr en el proceso y los mltiples pasajes por los cuales el prota-gonista de tales relatos se convierte narrativamente en desaparecido. Ene ecto, se muestra cmo luego de ser secuestrado, y en contraste con losrelatos acerca de su militancia, el desaparecido pierde protagonismo enla historia o ms bien es su ausencia en tanto orma particular de pre-sencia la que lo gana. A partir del secuestro son los amiliares quienes seconvierten en personajes centrales y tal cambio de estatus se trans ormaen uno de los temas principales de su narracin. 20

    Por otro lado, refe ionar sobre las implicancias simblicas de la des-aparicin, anali ando las teor as nativas acerca de las consecuenciasque ha tenido en la amilia. En este sentido, podemos decir que la des-aparicin es e perimentada como un cambio y no solo como un vac o.Para raseando a Portelli (1989: 5, 6) en su trabajo sobre la muerte deTrastulli, la idea ha sido anali ar el modo en que el hecho del secuestro hasido interpretado en la larga duracin de la memoria de los amiliares.Con ello intentamos reconstruir cmo a este acontecimiento le es asig-nada la tarea de representar simblicamente procesos articulados y sub-terrneos, yendo ms all de la materialidad visible del acontecimiento,atravesando los hechos para descubrir su signi cado.

    18 Sabina Regueiro es licenciada en Ciencias Antropolgicas con orientacin sociocultural, doctoranda en Antropologa Social de la Facultad de Filoso a y Letras de la UBA y becaria del CONICET. En este trabajo seexponen resultados de la investigacin correspondiente a su Tesis de Licenciatura dirigida por Cecilia Hidalgo(Regueiro, 2005).E-mai l: .19 Los narradores son amiliares de desaparecidos que no pertenecen a agrupaciones de DerechosHumanos. Sus testimonios ueron generados en el mbito domstico, en el marco del Archivo Biogr coFamiliar de APM. Se los ha elegido pues suelen tener interpretaciones heterodoxas de la poltica, en relacincon el discurso pblico de los organismos. Se recorta as un campo poco trabajado, probablemente porqueal no estar nucleados en instituciones de acceso pblico, estos narradores no suelen ser contactados.20 Es importante aclarar que la prctica compartida por la gran mayora de los amiliares luego del secuestroes la bsqueda , aspecto de la experiencia de los amiliares, ampliamente documentado y extensamenteanalizado desde las ciencias sociales en el que no me detendr en este trabajo. Tampoco se o rece aqu un

    anlisis exhaustivo de las prcticas y representaciones posteriores a la desaparicin.

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    Sabina Regueiro

    La narracin

    El punto de vista del narrador se e presa impl citamente mediante tramasnarrativas (Ochs y Capps, 1996) o intrigas (Ricoeur, 1984). Es anali andoesas tramas y no solo el contenido e pl cito de lo narrado el modo en quepodemos reconstruir las teor as nativas acerca de las consecuencias dela desaparicin sobre la amilia. La desaparicin rompe con el ideal decontinuidad amiliar, de la sucesin de generaciones.

    La desaparicin es el giro problemtico en torno al cual se muevenlas narrativas anali adas, que cumplen la uncin de e plicar las desvia-ciones de lo cannico (Bruner, 1998), las consecuencias inesperadas,sea la ruptura del ciclo natural que implica la muerte o desaparicin de jvenes, de mujeres embara adas o que acaban de parir, o el quiebre delorden cronolgico esperado de decesos de las distintas generaciones.

    La militancia

    Uno de los rasgos esenciales de la desaparicin es su naturale a pol tica,imprescindible para entender lo ocurrido con la amilia despus del se-cuestro. Por eso, he optado por hablar de militantes para re erirme a losdesaparecidos antes del secuestro y para ello parto de una concepcinde militancia (categor a social utili ada por los desaparecidos para de nirsu prctica pol tica) coincidente con la que o rece Feierstein en tanto ca-tegor a anal tica.

    Las v ctimas del genocidio en Argentina se caracteri an directamente por su militancia [a muy diversos niveles, con muy diversas opciones ideolgicas, enuna sorprendente variedad de mbitos], entendiendo en sentido amplio a esteconcepto de militancia. Un sentido que permite incluir tanto al cuadro pol -tico-militar de las organi aciones armadas de i quierda como al delegado de

    brica, al miembro de un centro estudiantil secundario o al vecino que pilotealas e periencias del club barrial de la ona. Esta capacidad de accin pol ticaampliada es la que puso en la mira el Proceso de Reorgani acin Nacional en

    Argentina (Feierstein, 2001).

    No siempre ser utili ada por los narradores, es decir, solo a vecesaparecer en los relatos como categor a nativa. Sin embargo, de una uotra manera, en los relatos sobre la vida de los desaparecidos los narra-dores hacen re erencia a su prctica pol tica, al menos a travs de la evo-cacin de determinados valores y prcticas que entiendo correspondenal campo semntico de la militancia. Todas las narraciones seleccionadaspara ser incluidas en este trabajo tienen como protagonistas a militantes

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    Familia y desaparicin...

    desaparecidos de Montoneros y del PRT (Partido Revolucionario de losTrabajadores). Es sabido que generalmente los desaparecidos pertene-c an a alguna organi acin pol tica en la que se enmarcaban sus repre-sentaciones y prcticas pol ticas, segn la palabra de sus amiliares, ami-gos o compa eros de militancia. El contenido y uso de militancia comocategor a nativa no ser espec camente trabajado aqu , describiendocon ella una orma particular de hacer pol tica de algunas organi acionespol ticas de i quierda en los a os 70 en la Argentina. Segn Feierstein,

    ueron los valores de autonom a cr tica, reciprocidad, solidaridad en tantoorma particular de relacin social y prctica colectiva, los considerados

    subversivos por los genocidas, ms all de la constitucin de las organi-aciones de i quierda como uer a social, pol tica, militar, que hacia el 24

    de mar o de 1976 ya hab a sido quebrada.

    La liminalidad

    La idea de pasaje a la desaparicin parte de la perspectiva de V ctorTurner, quien se basa a su ve en la teor a de Arnold Van Gennep. Ene ecto, Van Gennep hab a identi cado la ase liminal de los ritos de pa-saje, ritos que acompa an todo cambio de lugar, estado, posicin socialy edad (Turner, 1969: 101, 102). Turner retom la teor a de Van Gennepy propuso una descripcin ms e pl cita y sistemtica de las ases del ri-tual, sosteniendo que todos los ritos de paso o transicin se caracteri anpor las siguientes tres ases:

    1. Separacin: es la conducta simblica por la que se e presa la se-paracin del individuo y/o grupo de un punto anterior jo en la estructurasocial, de un conjunto de condiciones culturales (un estado), es decir, deatributos preliminales. En nuestro caso esto es lo que se da con el se-cuestro y se e presa narrativamente en la imagen de la ltima ve .

    2. Liminalidad: en la etapa intermedia del margen o limen (umbral) lascaracter sticas del sujeto ritual, el pasajero, son ambiguas, ya que atra-viesa un entorno cultural que tiene pocos o ninguno de los atributos delestado pasado o venidero. En tal sentido, la desaparicin implica la sus-pensin simblica de un estado ambiguo que no se resuelve en la muerte.Esta dimensin resulta crucial, pues es en ella donde acaecen tanto lose ilios simblicos, los secretos y mentiras como los silencios, y ello tan-to en lo que hace al nuevo estatus de los amiliares como a las propiasrepresentaciones en torno al desaparecido. Esto nos permitir hablar deuna liminalidad narrativa.21

    21 Tambin la militancia y la clandestinidad pueden pensarse como liminales, a partir de los relatos de amil-

    iares, por la ruptura simblica-cultural que implican.

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    La desaparicin simblica tiene su correlato en el silencio narrativodentro del hogar y se constata cuando ocali amos la atencin en el actomismo de narrar. En e ecto, se advierte en algunos casos que a los ami-liares les resulta imposible hablar sobre el desaparecido, salvo tangen-cialmente. Parte de la interpretacin de esta suspensin simblica deldesaparecido, correlato de la emp rica, es la orma en la cual la e perien-cia de la desaparicin se refeja en la narracin. Tiene que ver con unduelo muy particular, con la irresolucin de una ausencia, con una presen-cia especial del desaparecido en otros lugares.

    El pasaje a la desaparicin: La ltima vez que lo vi

    La ltima ve que lo vi es una rase recuentemente usada por los ami-liares. Se de ne en relacin al momento del secuestro y muchas veces alas condiciones de clandestinidad que, al tornar in recuentes los contac-tos, tambin marcan aquel encuentro en la memoria.

    Elena ha registrado en su recuerdo la ltima ve que vio a sus herma-nos desaparecidos y a su cu ada: e presa que la ltima ve de su her-mana Magdalena est en estrecha relacin con las causas inmediatas desu desaparicin. Su hermana, violando normas bsicas de seguridad, vaa la casa de su mam el d a de la madre y la secuestran. Recuerda tam-bin la ltima conversacin con su hermano Carlos, quien consideraba laposibilidad de irse del pa s, pero es secuestrado a la semana. En amboscasos, Elena mani esta haber percibido la peligrosidad de la situacinde sus hermanos, lo que aparece en su relato como una especie de anti-cipacin de los hechos: recuerda cmo la ltima ve se qued mirandoa su cu ada y hermana menor cuando se alejaban caminando, cosa quenunca antes hab a hecho. A lo largo de las dos entrevistas que mantuvecon ella este motivo apareci espontneamente.

    Incluso Natalia, con escasos cuatro a os, tiene registro de las ltimasveces que vio no solo a su madre sino a sus t os desaparecidos, recor-dando, en el caso de Carlos, a una persona que se hab a trans ormado

    sicamente, como parte de las condiciones de clandestinidad. En el casode su madre, la ltima ve se conecta narrativamente con otros elemen-tos de esa etapa, tales como esconder a sus hijas en casa de compa e-ros y amiliares, despus de esa ve que ella me llev a la casa de mi t a,creo que no la volv a ver.23 La ltima ve puede tambin estar ubicada

    23 Siguiendo a Halbwachs (1950) pensemos en los recuerdos que podran restituir la gura y la persona deesta madre tal como su hija la conoci: su amilia materna le cuenta cosas sobre ella y eso le da la impresin deque los recuerdos aumentan. Sin embargo, se trata de una ilusin retrospectiva pues son en realidad recuerdosnuevos, impresiones recientes. Adems, el recuerdo nunca dej de evolucionar, ella cambi y su punto de vistase trans orm (Halbwachs, 1950: 52). Este es un principio que vale para todos los narradores, pero, especial-

    mente para los hijos que llegaron a conocer a sus padres desaparecidos y pueden recordarlos, aunque hayan

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    Sabina Regueiro

    en un conte to de cotidianeidad, de trivialidad, o conectada con un actode a ecto. Tal es el caso de Ricardo, en cuyo relato no est presente lacategor a de desaparicin o al menos no ocupa un lugar importante.

    La ltima ve que vi a mi hermano (Pedro) ue una ve que me ue a ver, que yoestaba haciendo la colimba, me dej unos mangos (Ricardo ).

    En ocasiones se marca el ltimo contacto reali ado o noticia recibidaen ausencia:

    [...] la ltima carta, despus nunca ms tuve noticias (Ra ael).

    Creo que la jacin de la ltima ve debe ubicarse en el conte tode la narracin de un nuevo pasaje, el pasaje a la desaparicin, siendoesta la ltima marca de la vida en la memoria de sus amiliares, un pasoantes de cru ar el umbral. El militante queda suspendido en el pasaje a ladesaparicin. Es decir, el agente construye esta ltima ve desde unatrama que no se corresponde con la e periencia del acontecimiento de lamuerte, aunque de alguna orma parecer a reempla arla: la ltima ve queda marcada cuando el amiliar est vivo, pero reviste la intensidademocional de la muerte, y se resigni ca a posteriori a partir de la di usinde las condiciones del cautiverio. Vemos cmo la narracin de la desapa-ricin implica a una persona viva que es, en cierta manera, tratada comomuerta.24

    La desaparicin emprica del mbito domstico: el contexto narrativode la desaparicin

    Para los narradores, el acto de secuestro es sinnimo de desapa-ricin, categor a que en este trabajo se re iere a un proceso social-

    amiliar ms amplio. Son e presiones recurrentes: se lo llevaron,

    sido muy pequeos en el momento del secuestro. Muchas veces no es un recuerdo directo sino el recuerdo dela imagen que se orm a partir de los relatos que le han contado. De all la desilusin de esta narradora, quenos haba dicho que se acordaba mucho de su madre. Pero no era as, por momentos no distingua entrelo que le haba contado la compaera de su madre y lo que ella crea haber vivido, reinterpretando recuerdos

    ragmentarios en uncin de nuevos acontecimientos o acetas de la historia conocidas en su adolescencia.24 Hertz (1990: 101) nos dice que la orma siniestra en que algunos individuos son arrancados de estemundo los separa para siempre de sus amiliares en una exclusin irremediable, pues la ltima imagen delindividuo tal como la muerte lo dej es la que queda impresa con ms uerza en la memoria de los sobrevivi-

    entes. Por ser singular y estar cargada de una emocin especial, no podr ser nunca enteramente abolida.

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    lo vinieron a buscar, se me ueron, lo agarran.25 E isten algunasconstantes en cuanto a los conte tos en los que aparecen las catego-r as asociadas al secuestro, que si bien son variados no son in initos.Por lo comn se vinculan a la edad, conllevan una re le in sobre la juventud de los militantes:

    Las cosas despus se sucedieron tan rpido y ellos tan jvenes, Hernn creoque ten a 21 a os cuando lo llevaron (Hilda).

    Mar a asume que la edad promedio de los desaparecidos es ms bajaque la de su hijo al momento de su desaparicin y dice:

    Cuando lo llevaron ten a 33 a os, era grande (Mar a).

    La educacin y la pro esin aparecen como datos asociados al momentodel secuestro, marcando el estatus del desaparecido que, dada su juven-tud a veces no ha podido terminar el secundario, otras la universidad. Hildasugiere que su sobrino no ten a inters por la escuela, que de hecho hab aabandonado, pero recalca que tal inters todav a podr a haberse desper-tado dada su corta edad. En otras oportunidades se resalta el hecho deque los jvenes llegaron a recibirse sin haber podido ejercer su pro esin.

    Jorge que desapareci era mdico [...] ten a 25 a os y se recibi de mdicotambin. Cuando iba a empe ar a trabajar ue cuando desapareci (Pura).

    La echa de la desaparicin muchas veces se recuerda a partir deacontecimientos domsticos, por ejemplo, los casamientos, que dieranlugar a nuevas amilias cuya caracter stica ha de ser su corta dura-cin, su carcter e mero, su brevedad. Cuando se muestran otogra asde tales acontecimientos, se ve que la memoria parece haber quedado

    jada en el tiempo al momento de la desaparicin y es comn que sehaga re erencia al secuestro, dando cuenta de la corta edad de los invo-lucrados. La edad de los hijos, siempre peque os cuando desaparecensus padres, suele recordarse y mencionarse:

    Ten a ocho meses cuando se llevan a su pap (Lidia).

    Lo mismo ocurre con la mencin del embara o, en especial cuandose habla de la desaparicin de la madre, pero tambin presente en la del

    25 Algunos ejemplos del uso de estas categoras son: Yo viv desde el nacimiento hasta que se lo llevan(con voz quebrada) siempre al lado de ellos (Hilda); cuando desapareci mi mam, o sea, a m me llevaronantes de que desapareciera mi mam, antes de que pasara eso. Yo s que a mi mam la vinieron a buscaral rato de que yo ya me haba ido (Natalia); Los tres de arriba ya se me ueron (dice Pura en re erencia a

    una otogra a).

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    Sabina Regueiro

    padre por implicar la transmisin de la desaparicin de alguien ms: ladel ni o que an estaba en el vientre materno. En un caso en especial,se narra la di cultad de quedar embara ada de Ins para culminar con lamencin del secuestro:

    Cuando los llevaron ella estaba de seis meses (Mar a).

    El secuestro, el embara o y los hijos ocupan un lugar privilegiado enlos relatos. As , por ejemplo, lo primero que dice Juana al comen ar ahablar sobre Carlos es que desapareci junto a su mujer embara ada.Muchas veces el narrador alude a la desaparicin en el mismo momentode presentarse, adelantando as el eje del relato. Ms all de que comoentrevistadores bamos a buscar relatos sobre la vida del amiliar desapa-recido, la identidad de desaparecido como tal se hac a presente desdeel comien o junto a la echa de su desaparicin:

    Bueno, mi nombre es Alicia, mi hermana era Lili, para m ... ella desapareci enel 76, en noviembre... junto con Emilio, mi cu ado. [...] somos una amilia tipo[...] (Alicia).

    El lugar, la echa y el momento del d a de la desaparicin suelen men-cionarse, resaltando la ubicacin espacio-temporal de un acontecimientoimportante:

    En ese camino antes de llegar a la casa de mi hermano, se la llevaron, bueno,ella pobrecita sali de esa escuela, para irse para siempre (Hilda).

    Estaban durmiendo los dos cuando se los llevaron (Susana).

    Tambin suele introducirse una especie de anticipacin del secuestro.Pura percib a la peligrosidad que implicaba militar y luchaba sin ito pordisuadir a su hija:

    Yo sab a que hab a que desaparecer... (Pura).

    A partir de la publicacin del asesinato de una pareja, la mujer de Davidtambin tiene la premonicin de que algo as pod a pasarles a ellos,an sin emplear el trmino desaparicin. David hablaba en trminos dedestino.

    Algo nos va a pasar a nosotros tambin (esposa de David).

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    Familia y desaparicin...

    Los ejemplos precedentes ilustran cmo se hace re erencia al secues-tro-desaparicin en tanto umbral, hito temporal, no solo a partir de lamencin del lugar, echa, momento del d a del secuestro, sino tambinde la edad del militante y de sus hijos, que, entre otros puntos de re e-rencia narrativos recurrentes, marcan valorativamente la desaparicin. Laparticularidad de la calidad de sujeto social del desaparecido quedadeterminada por el hecho de que el momento de la desaparicin se alael hito de la trama. A este hito se re eren todas las dems categor as so-ciales que actan como marcadores del tiempo (matrimonio, educacin,hijos, etc.)26 y operan en el relato como punto de re erencia para ubicarlos dems acontecimientos. De este modo, la desaparicin organi a elrelato sin necesidad de hacer re erencia a hechos histricos pblicos.27 Los acontecimientos que se mencionan tienen la cualidad general de co-nectarse con proyectos inconclusos, con una vida incompleta, y se losintroduce para resaltar un pasaje interrumpido. De all , las alusiones a su juventud, a carreras truncas o incipientes, a casamientos recientes, a lacorta edad de lo hijos, etc. El momento del secuestro marca la suspen-sin del amiliar desaparecido en una edad, un trabajo, un nivel educativo,con hijos de determinada edad, etc., convirtindose en el hito alrededordel que girarn los otros acontecimientos amiliares.

    Cmo me enter?: narraciones del secuestro

    En las narrativas amiliares prevalecen dos maneras de traspasar el um-bral de la desaparicin: mediante el relato de una e periencia personalen la que el amiliar ha sido testigo del secuestro y a travs de los relatos(orales o escritos) de terceros. En la mayor a de estos casos la desapari-cin no se ha presenciado, probablemente porque los militantes ya hab an

    26 El yo del sujeto no constituye la nica re erencia espacio-temporal, el paso del tiempo se organiza de acu-erdo con el eje biogr co (la historia personal y amiliar). Los acontecimientos biogr cos implican al individuopero tambin a la sociedad por completo, a travs de la institucin del matrimonio, la amilia, la educacin,

    con lo que las categoras temporales adquieren toda su signi cacin no solamente en relacin con el sujetoindividual, sino con el sujeto social (Candau, 2002: 40). De esta manera, para reconstruir la echa del episodiode la desaparicin, los narradores recurren a otros acontecimientos periodi cadores de su es era privada(Portelli, 1989: 25). Es necesario que tener en cuenta que estas caractersticas