Historia de España Vol. 09 - La España de Las Revoluciones

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HISTORIA DE ESPAÑA

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LA ESPAA DE LAS REVOLUCIONESVOLUMEN 09

1. El reinado de Fernando VII. El fin del Antiguo Rgimen. El triunfo de la Revolucin. Las etapas del reinado de Fernando VII. Comienzos del reinado y Guerra de Independencia. La ocupacin francesa. La primera fase de la guerra. La guerrilla. La derrota napolenica. La Espaa de Jos Bonaparte. La llegada de Jos Bonaparte. Los afrancesados. La poltica de reformas. Las Cortes de Cdiz. El camino hacia las Cortes. Los diputados. La Constitucin de 1812. Las reformas sociales. Las reformas econmicas. La primera restauracin. El regreso de Fernando VII. La restauracin del absolutismo. Las crisis ministeriales. La oposicin liberal. Los pronunciamientos. La Revolucin de 1820. El triunfo de la Constitucin de Cdiz. El Trienio Constitucional. Moderados y exaltados. Las Sociedades Patriticas. Las sociedades secretas. La Milicia Nacional. Las Cortes del Trienio. El gobierno de los exaltados. La presin internacional. Los Cien Mil hijos de San Luis. La ominosa dcada. La represin poltica. Reformas desde arriba. La oposicin ultra. La cuestin portuguesa. La guerra de los agraviados. Revolucin francesa de 1830 y oposicin liberal. El pleito sucesorio. Economa del reinado de Fernando VII. La depresin econmica. El comercio exterior y el contrabando. La agricultura y la industria. Poblacin y sociedad en el reinado de Fernando VII. Permanencias y cambios en la sociedad. Los eclesisticos. La aristocracia. Las clases medias y populares. La educacin y la cultura.

2. El reinado de Isabel II. Demografa y sociedad. Movimientos de poblacin y proceso de urbanizacin. Cambios y constantes de la sociedad. La nueva aristocracia. La burguesa de los negocios. Las clases medias. Clases bajas urbanas. Orgenes del movimiento obrero. Vagabundos, mendigos y otros marginados. Campesinos y trabajadores del campo. Artesanos y trabajadores en la industria y minera rural. Cultura, saber y diversiones. La enseanza media y universitaria. Prensa, libros y lectores. Tertulias, casinos y grupos artsticos. Sociedades de discusin cultural y cientficas. Entretenimientos y espectculos. Economa en el reinado de Isabel II. La agricultura. Las desamortizaciones. La desvinculacin seorial. Crecimiento de la produccin agrcola. Industria. Sectores siderrgico y textil. Mineria. Comercio exterior. Infraestructuras y transporte. Caminos y carreteras. El ferrocarril. Viajes y viajeros. Poder, poltica y polticos. El sistema judicial. Provincias y ayuntamientos. El curso de los acontecimientos. La primera guerra carlista. La transicin liberal. Revolucin liberal y moderantismo cristino. Regencia de Espartero. La dcada moderada. Revolucin de 1854 y bienio progresista. Periodo eclctico: 1856-1868. A la espera del ltimo golpe de Estado. Poltica exterior y colonial. Dimensin internacional de los problemas internos. El iberismo. El sistema colonial. Las guerras de prestigio.

3. El Sexenio democrtico. La preparacin del Sexenio. La crisis poltica. La oposicin de los intelectuales. La crisis econmica. Descomposicin poltica del rgimen. La morfologa del pronunciamiento. Resistencias estructurales a la democratizacin. La construccin de la democracia. La instauracin de las libertades. El trasfondo de la guerra de Cuba. La ampliacin de la oferta poltica. La Constitucin de 1869. Poltica econmica y liberalizacin. Conflictividad social y organizacin del movimiento obrero. Los avances culturales. La regencia de Serrano. En busca de un rey. El reinado de Amadeo I. Evolucin poltica de 1871. Oposicin de las elites tradicionales. El carlismo y su vuelta a la insurreccin. La oposicin de los republicanismos. La inestabilidad poltica de 1872. Las repblicas de Espaa. La I Repblica. La federacin desde arriba. La federacin desde abajo. La Repblica del orden. El golpe de Pava. La Repblica de 1874. El legado del Sexenio.

4. Las independencias americanas. Los precursores. Los procesos de independencia. Las independencias tardas.

1. El reinado de Fernando VII. (1808-1833)El reinado de Fernando VII comprende aproximadamente el primer tercio del siglo XIX. Se trata de una etapa de la Historia de Espaa en la que tienen lugar acontecimientos y fenmenos de tanta trascendencia como para situar en su transcurso nada menos que el paso de una poca histrica a otra distinta. Un periodo importante, bajo el reinado de un monarca, Fernando VII, que no ha sido precisamente destacado por la historiografa como uno de los reyes ms dignos de consideracin de nuestra historia reciente. La forma en la que se produjo su subida al trono, su apego tenaz a la vieja monarqua absoluta y su desprecio por todas las reformas que aprobaron las Cortes durante su forzada ausencia en Francia, su sinuosidad ante el triunfo de los liberales en 1820 y su incapacidad para encarar los graves problemas con los que el pas tuvo que enfrentarse en la etapa de la posguerra, no han contribuido a dejar de l una imagen muy positiva. En su descargo habra, sin embargo, que sealar que los aos que transcurrieron entre su vuelta a Espaa en 1814 y su muerte en 1833, fueron seguramente los ms difciles de toda la centuria decimonnica (lo cual es decir mucho). Con un pas destrozado por una guerra terrible, que durante seis aos arras completamente el suelo peninsular; con un imperio colonial que consigui su emancipacin por aquellos aos, despus de una larga y costosa guerra, y que acarreara consecuencias incalculables para la economa de un pas ya suficientemente maltrecha; y con una Espaa dividida de forma irreconciliable entre aquellos que se aferraban a la tradicin y los que pugnaban por hacer triunfar las reformas, era muy difcil gobernar, y as hay que reconocerlo. Pero es que Fernando HYPERLINK "http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/personajes/5597.htm"VII, ni personalmente, ni a travs de la ayuda de sus colaboradores, fue capaz de dar mnimamente la talla para afrontar todos estos problemas y sacar al pas airosamente de la difcil coyuntura por la que atraves en estos aos iniciales del siglo XIX.

El fin del Antiguo RgimenEl reinado de Fernando VII coincide casi exactamente con lo que ha venido en denominarse la crisis del Antiguo Rgimen. En el conjunto de la Historia de Espaa, este periodo tiene una especial significacin por cuanto en l se produce la Revolucin que da lugar al paso de una etapa histrica a otra distinta. En efecto, suele sealarse en esos aos el trnsito de la Edad Moderna a la Edad Contempornea, o en otras palabras, el paso del Antiguo al Nuevo Rgimen. En realidad, la expresin Antiguo Rgimen -como la de Nuevo Rgimen- fue impuesta por la historiografa francesa para realzar la trascendencia del fenmeno revolucionario de 1789. Se pretenda poner de manifiesto que aquella Revolucin que tuvo lugar en Francia constituy un hito importante en el proceso histrico, no slo ya de aquel pas, sino del mundo entero. Y en realidad es cierto que aquellos acontecimientos que se desencadenaron aceleradamente a partir de la toma de la Bastilla quebraron unas estructuras sociales, jurdicas, institucionales, y hasta mentales, que haban estado vigentes durante muchos siglos, y tambin lo es que tuvieron una gran influencia en el desarrollo histrico de otros pases. En el caso de Espaa, aunque con algunos aos de retraso con respecto a Francia, se produjo tambin un trnsito del Antiguo al Nuevo Rgimen. Ahora bien, el fenmeno revolucionario tuvo en nuestro pas un carcter distinto al que haba tenido en el pas vecino. Aqu fue la invasin napolenica, junto con otros factores que se vieron dinamizados a causa de la ocupacin de los ejrcitos franceses de la Pennsula, los que posibilitaron esa serie de cambios fundamentales que daran origen a unas nuevas formas polticas, a una nueva organizacin de la sociedad e, incluso, a un nuevo funcionamiento de la economa. Hasta el estallido de la Revolucin, Espaa haba sido regida desde el siglo XV por una Monarqua unitaria y absoluta en la que, en general, se haban respetado los fueros, los privilegios, las instituciones y las peculiaridades de los distintos reinos que haban ido configurndose durante la Edad Media. El Rey constitua el poder jerrquico ms elevado despus de Dios, y l era en definitiva fuente de toda justicia, de toda legislacin y quien manejaba las riendas del gobierno. El monarca encarnaba la soberana de la nacin. No obstante, estaba sujeto a una serie de principios que ni l mismo poda violar, y los tratadistas espaoles llegaron a admitir el tiranicidio cuando se transgredan los presupuestos segn los cuales el rey deba buscar el bien de su pueblo. En el siglo XVIII la Monarqua sufri algunas transformaciones que acrecentaron su poder. Por ejemplo, ese exquisito respeto que los monarcas de la casa de Austria haban mostrado por las peculiaridades de cada uno de los reinos espaoles se troc en un rgido centralismo. Las instituciones que haban asumido las funciones de responsabilidad en el gobierno del pas y haban permitido una cierta representatividad del pueblo, desaparecieron o dejaron de funcionar. El principio en el que se basaba el despotismo ilustrado ("todo para el pueblo, pero sin el pueblo"), define perfectamente el carcter absolutista que asumi la Monarqua durante el siglo de la Ilustracin. De todas formas, desde el siglo XV hasta el momento de producirse la Revolucin, a comienzos del XIX, Espaa fue regida por una Monarqua que concentraba todos los poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, aunque en determinados momentos los delegase en organismos ms o menos representativos. En cuanto a la sociedad, el Antiguo Rgimen se caracteriz por una profunda jerarquizacin. La sociedad estaba organizada estamentalmente, es decir, por grupos o conjuntos entre los que exista una escasa permeabilidad. La nobleza y el clero eran grupos privilegiados frente al estado llano, que estaba constituido por la inmensa mayora de la poblacin del pas. El origen de estas diferencias hay que buscarlo en los inicios de la Edad Media. Entonces la sociedad se configur con un cierto carcter de funcionalidad en la que cada grupo tena definidos sus obligaciones y sus derechos. La nobleza era el brazo armado de la sociedad y a ella le corresponda asumir su defensa cuando era objeto de una agresin por parte de algn enemigo externo. Como compensacin a este servicio, la sociedad tena la obligacin de sostener a la nobleza, que estaba exenta de pagar impuestos. El estamento eclesistico tena la obligacin de instruir al pueblo, tanto espiritual como intelectualmente, ya que los centros educativos estaban en sus manos y sus miembros eran los transmisores de la cultura. Pero a cambio de estas prestaciones, el clero deba ser tambin mantenido por el pueblo y se le reconoca el privilegio de no tener que pagar impuestos. Por ltimo, el estado llano, el tercer estamento, o los pecheros, como tambin eran denominados en Espaa todos aquellos que tenan el derecho a ser defendidos y a ser instruidos, a cambio de sostener con sus contribuciones y sus impuestos a los otros dos estamentos. Con el paso del tiempo esa funcionalidad de cada uno de los grupos sociales fue perdindose, de tal forma que la nobleza no era ya la que asuma la defensa del conjunto de la sociedad con la fuerza de las armas, y los clrigos dejaron de tener en exclusiva la misin de transmitir la enseanza, la cultura y las ciencias, aunque naturalmente, la instruccin religiosa y espiritual segua estando en sus manos. As pues, el estado llano no era ya defendido por la nobleza ni instruido slo por los eclesisticos, aunque segua siendo el nico grupo de la sociedad que pagaba impuestos, ya que la nobleza y el clero se guardaron muy bien de renunciar a sus privilegios. En lo econmico, el Antiguo Rgimen en Espaa se defini por un control por parte del Estado de los resortes econmicos del pas. Ese control apareca especialmente claro en lo que se refera a las relaciones comerciales con Amrica, desde su incorporacin a la Corona en 1492. A partir de aquella fecha se estableci un monopolio en estas relaciones mercantiles, de forma que todos los productos que se enviaban o que procedan del Nuevo Mundo, tenan que ser fiscalizados necesariamente por un organismo creado por el Estado y que se estableci, primero en Sevilla y posteriormente en Cdiz: la Casa de la Contratacin. El dirigismo en la economa se manifestaba tambin, por ejemplo, en los gremios. No haba libertad de produccin, y tampoco de precios, pues eran esas corporaciones gremiales, fuertemente reglamentadas, las que marcaban la pauta y fijaban los lmites en estas cuestiones. El Estado marcaba los precios de los productos de primera necesidad y con las tasas sobre los granos trataba de impedir la especulacin en momentos de grave necesidad. En definitiva, esos rasgos de la economa con los gremios, monopolios, estancos y precios fijos, prevalecieron en Espaa durante siglos.

El triunfo de la RevolucinFrente al Antiguo Rgimen y como consecuencia de la Revolucin, se configuraran unas nuevas formas que daran lugar al llamado Nuevo Rgimen. Esas nuevas formas no se impusieron ni triunfaron de una manera inmediata, sino que fueron asentndose, no sin una enorme resistencia por parte de las viejas estructuras que pugnaran tenazmente por su supervivencia. Sin embargo, al final acabaran por prevalecer. En el plano poltico, la Revolucin dio a entender que un sistema monrquico en el que el rey legisle, juzgue y gobierne, es injusto. Haca falta introducir un contrapeso a este formidable poder. La idea de los contrapesos naci con Montesquieu, quien propuso la separacin de las tres formas de poder: el de hacer las leyes; el de hacer ejecutar esas leyes y el de poder juzgar si esas leyes han sido, o no, cumplidas. Son, en suma, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Las ideas de Montesquieu, que calaron mucho en Espaa, seran la base del establecimiento de un nuevo sistema poltico en el que el poder del rey se vea limitado y controlado. Frente a la Monarqua absoluta, triunfara la Monarqua liberal, constitucional o parlamentaria. En el aspecto social, lo que, al menos tericamente, aporta el Nuevo Rgimen es la desaparicin de los privilegios y la igualacin de los grupos sociales, tanto en el plano legislativo, como en el plano fiscal. Las bases de esa nueva sociedad se sustentaran en los principios de libertad, igualdad y propiedad. Sin embargo, en la prctica, lo que sigui a la Revolucin fue el ascenso y el dominio de la burguesa. En efecto, tericamente se tiende a la ruptura de la sociedad estamental y a la configuracin de una clase nica; en la prctica, se lleg a sustituir a los estamentos por clases que estaban definidas por dos cuestiones: el nivel econmico y el nivel intelectual. En el terreno econmico, la Revolucin rompi con todas las trabas y los controles existentes hasta entonces e impuso una libertad en la produccin, en el comercio y en las relaciones laborales. Se abolieron los gremios y se aprobaron una serie de leyes tendentes a eliminar todos los obstculos que impedan o dificultaban la libertad de iniciativa en el desarrollo de las actividades econmicas. En este sentido, cabe destacar la enorme trascendencia que tendran las grandes desamortizaciones de los bienes eclesisticos y civiles que serviran para impulsar la economa espaola, al facilitar el paso a la propiedad privada y libre de los bienes que hasta entonces haban estado vinculados a la Iglesia o a los Ayuntamientos. As pues, en lo econmico, la crisis del Antiguo Rgimen presencia la transicin de una economa de tipo feudal a una economa capitalista en la que prevalecer el concepto de libertad individual y de propiedad sobre la idea del Estado como conductor y protector de las actividades productivas. Naturalmente, estas transformaciones no se producen sbitamente. Su implantacin tiene lugar mediante un proceso no exento de tensiones, e incluso de violencias, en el que las nuevas corrientes tratan de vencer la resistencia que ofrecen las viejas estructuras. Todo ello da lugar durante estos aos del reinado de Fernando VII a una serie de vaivenes en los que en unas ocasiones se impone lo viejo y en otras, lo nuevo, y que nos permiten periodificar con cierta claridad la etapa inicial de nuestra Historia Contempornea.

Las etapas del reinado de Fernando VIIDesde el comienzo del reinado de Fernando VII, a partir de 1808 y hasta 1814, podemos distinguir un primer periodo muy rico e intenso en acontecimientos, en el que cabra analizar tres planos diferentes. Por una parte, la Guerra de la Independencia, que estalla como consecuencia de la invasin de la Pennsula por parte de los ejrcitos napolenicos y de la resistencia que inmediatamente oponen todos los espaoles. Por otra parte, el desarrollo de la Espaa afrancesada, regida por la nueva Monarqua de Jos I, impuesta por Napolen, con sus proyectos, sus reformas y sus dificultades. Por ltimo, las Cortes de Cdiz, ese proceso de profundos cambios legislativos que tiene lugar en la nica ciudad abierta que qued en Espaa, y a la que fueron a reunirse los representantes de la soberana espaola para llevar a cabo la ms impresionante labor de reforma que hubiera tenido lugar jams en Espaa y que, en su conjunto, puede considerarse como una autntica revolucin. La finalizacin de la Guerra de la Independencia y la vuelta de Fernando VII en 1814, dio lugar a la anulacin de todas las reformas y al retorno de la vieja Monarqua absoluta, como si nada hubiese ocurrido desde 1808. Esta primera restauracin de Fernando VII como monarca de plena soberana, se mantendra durante seis aos -El sexenio absolutista- hasta el triunfo de los defensores de la Constitucin de 1812. En efecto, en 1820, el triunfo de la Revolucin liberal, encabezada por el comandante Riego, abri un nuevo periodo de tres aos -Trienio Constitucional- en el que Fernando VII se vio obligado a acatar la Constitucin y a reinar de acuerdo con los principios aprobados durante la reunin de las Cortes de Cdiz. Finalmente, y gracias a la ayuda que el monarca espaol recibi por parte de las potencias de la Santa Alianza, materializada por la intervencin de un ejrcito HYPERLINK "http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/contextos/6924.htm"francs comandado por el duque de Angulema, se restaur por segunda vez la Monarqua absoluta en Espaa en 1823. Es la ltima etapa del reinado de Fernando VII, que se prolongar a lo largo de diez aos -La ominosa dcada- hasta su muerte en 1833. La muerte de Fernando VII abrira una nueva etapa en la Historia de Espaa Contempornea en la que, eliminadas definitivamente las trabas que impedan el triunfo de las nuevas ideas, el liberalismo acabara por imponerse, dando as por cerrado ese proceso de la crisis del Antiguo Rgimen.

Comienzos del reinado y Guerra de IndependenciaNunca en Espaa se haba producido un destronamiento como el que tuvo lugar en marzo de 1808 en el que el rey Carlos IV fue sustituido por su propio hijo Fernando despus del triunfo de un motn que tuvo lugar ante el Palacio de verano de Aranjuez. En realidad, el descontento ante la forma de gobierno de Carlos IV y, sobre todo, de su ministro y favorito Manuel Godoy, vena de ms atrs. Carlos IV era un monarca dbil, dominado por su esposa Mara Luisa de Parma, y ambos por el favorito real, designado primer ministro en 1792. Su nombramiento puso de manifiesto la fragilidad del sistema de reformas que se haba iniciado durante el reinado anterior y precisamente cuando la Revolucin Francesa comenzaba a dejar sentir su influencia al sur de los Pirineos. La penetracin en Espaa de las ideas revolucionarias fueron impulsadas como demostr el profesor Pabn- por el proselitismo girondino, y calaron en ciertos sectores minoritarios de la burguesa radical. El da de San Blas de 1795, un grupo de revolucionarios intent dar un golpe en la capital de Espaa. La plana mayor de la conspiracin estaba compuesta por cinco o seis personas, entre las cuales se hallaba el maestro mallorqun Juan Picornell. Sus fines no estaban muy claros, aunque en un manifiesto que se distribuy por las calles de Madrid, figuraba el lema del nuevo Estado que se pretenda imponer: "Libertad, igualdad y abundancia". No parece, sin embargo, que los conjurados quisieran llegar tan lejos como la Convencin gala. La conspiracin fue descubierta y sus instigadores fueron apresados y deportados, pero aquellos hechos ponan en evidencia que el germen revolucionario se haba extendido por Espaa. La trayectoria que esa corriente revolucionaria tom en los aos siguientes no puede seguirse con nitidez, pero se sabe que a comienzos del siglo XIX empez a dibujarse un partido fernandino, como fuerza de oposicin al monarca y al que se arrimaron los descontentos. Ya para 1803 y 1804 se advierten indicios de un plan para cambiar a Carlos IV por Fernando VII. Para unos sera simplemente un medio de alejar a Godoy, para otros, la posibilidad de llevar a cabo importantes cambios polticos. Pero la primera maniobra de la que tenemos datos concretos fue la llamada Conjura de El Escorial, en 1807. Se trat de un intento fallido de sustituir a Carlos IV por el heredero, alentado por personas del propio servicio palaciego, como el cannigo Esciquiz, preceptor del prncipe Fernando. El ltimo captulo de lo que podra calificarse como la prerrevolucin espaola coincidi ya con la invasin napolenica. La familia real haba huido a Aranjuez ante las alarmantes noticias que llegaban a la capital sobre las intenciones de los supuestos aliados, los franceses. Godoy haba concluido con Napolen el Tratado de Fontainebleau, a finales de 1806, por el que se comprometa a ayudar a los franceses en la conquista de Portugal a cambio del reparto del botn. Sin embargo, cuando las tropas napolenicas fueron ocupando el territorio espaol en su paso hacia Portugal, Godoy comenz a sospechar de las verdaderas intenciones del Emperador y tram la huida de los reyes a Aranjuez para, desde all, marchar a Sevilla y Cdiz, desde donde embarcaran con rumbo a Amrica. La indignacin popular por tanta cobarda fue lo que incit a la movilizacin ante el palacio, aunque existen indicios para creer que hubo elementos de la nobleza descontenta que organizaron y financiaron el golpe, como ha sealado Mart Gilabert. Lo cierto es que cay el odiado Manuel Godoy y, como consecuencia del motn, abdic el dbil Carlos IV. Fernando VII, el Deseado, suba al trono entusisticamente apoyado por quienes haban derribado a su padre.

La ocupacin francesaEl 24 de marzo entraba en Madrid el nuevo monarca, cuando las tropas francesas del general Murat, cuado de Napolen, se hallaban ya en Aranda. Ante las noticias de los sucesos de Aranjuez, Murat se dirigi rpidamente a la capital con 20.000 infantes y un numeroso cuerpo de caballera. Una vez en Madrid, y creyendo que si actuaba hbilmente podra conseguir ser nombrado rey de Espaa por el Emperador, persuadi al rey destronado y al propio Fernando VII para que se dirigiesen a Bayona para entrevistarse con Napolen. Toda la familia real acept la sugerencia pensando que podra tratar al emperador de igual a igual y que cada uno acabara por obtener su apoyo para su causa personal. Primero salieron Carlos y Mara Luisa, y con ellos Godoy. Al poco lo hizo Fernando. Napolen les esperaba en el castillo de Marrac, cerca de Bayona, y all, con una habilidosa jugada diplomtica, consigui que Carlos renunciase a todos sus derechos sobre el trono espaol y que despus fuese Fernando quien abdicase en su padre. De esa forma el Emperador se quitaba de en medio a padre e hijo y dispona de los derechos a la corona espaola para designar como rey a quien mejor conviniese a sus intereses. Fernando, su hermano Carlos, as como su to el infante don Antonio, seran recluidos por Napolen en el castillo de Valenay. Carlos y Mara Luisa marcharan a Italia, donde acabaran sus das, y Godoy quedara tambin en Francia. Las vergonzosas abdicaciones de Bayona tuvieron lugar el 5 y el 6 de mayo de 1808. Unos das antes, concretamente el da 2 de ese mismo mes, se haba producido el levantamiento contra los franceses en Madrid. Con l daba comienzo la Guerra de la Independencia, que mantendra en vilo al pas durante los seis aos siguientes y dara lugar a grandes acontecimientos de incalculables consecuencia para todos los espaoles. Como advierte J. R. Aymes, la Guerra de la Independencia no ha de inscribirse en la tradicional enemistad entre Francia y Espaa, pues durante ms de un siglo el gobierno galo asumi gustosamente el papel de tutor al pretender inspirar la poltica extranjera del pas vecino, estando destinada Espaa a servir a aqulla. Las lanas espaolas y las riquezas de su imperio colonial -todava intacto-, haban suscitado el inters del Directorio, y a Napolen le interesaba el valor estratgico de la Pennsula para el control del Mediterrneo occidental y para poder neutralizar a Portugal, la tradicional aliada de Inglaterra. Pero por otra parte, tambin entra en juego en esta atencin sobre Espaa, la antipata personal de Napolen hacia los Borbones, aunque hasta las entrevistas de Bayona, en las que el Emperador se hace consciente de la gravedad del enfrentamiento en el seno de la familia real espaola, no concibe el proyecto de colocar en el trono espaol a un miembro de su propia familia. Napolen crea en aquellos momentos que esta empresa no iba a encerrar mayor dificultad, puesto que pensaba que la Monarqua espaola era un edificio que estaba derrumbndose y que sus sbditos haban perdido las virtudes de las que haban hecho gala en pocas pasadas. "En fin -concluye Aymes- la expedicin a Espaa deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos espaoles, la presin de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinasta de los Borbones, los imperativos de una estrategia poltica para el conjunto del Mediterrneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos clculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofa ad hoc". Este prrafo resume acertadamente, en muy pocas palabras, la multiplicidad de causas que llevaron a Napolen a volcar su inters por el dominio de Espaa. Cuando Fernando VII parti desde Madrid hacia Bayona, nombr una junta de Gobierno presidida por el infante don Antonio e integrada por cuatro ministros de su, hasta entonces, efmero reinado. Esta Junta sera depositaria de una soberana que no ser capaz de ejercer a satisfaccin de los espaoles que demandaban una actitud firme frente a los invasores franceses. El descontento de la poblacin ante el descrdito que le mereca la Junta, sera el desencadenante del conflicto. El incidente que hizo estallar la crisis fue el traslado del infante don Francisco de Paula, el nico de los hijos de Carlos IV que an permaneca en Madrid. Un grupo de personas intent que abandonara la villa y atac a un escuadrn francs que slo pudo salvarse del linchamiento gracias a la intervencin de un destacamento de soldados espaoles. Estos incidentes determinaron una violenta reaccin popular que se extendi por toda la ciudad. Las tropas francesas que se hallaban acantonadas en los alrededores de la ciudad acudieron a sofocar la revuelta, que cobraba por momentos una mayor dimensin. Las turbas madrileas consiguieron tomar el arsenal de la calle de la Montera y obtener la adhesin de los capitanes de artillera Daoiz y Velarde. No obstante, Murat pudo desplegar sus tropas y reprimir los ncleos de resistencia, centrados en el Parque de Montelen y en la Puerta del Sol. Las medidas de castigo que se tomaron inmediatamente fueron tajantes. Los fusilamientos que tuvieron lugar al da siguiente, magistralmente reflejados en la famosa pintura de Goya, pusieron de manifiesto la gravedad del enfrentamiento, pero al mismo tiempo contribuyeron a hacer correr como la plvora la llamada a la insurreccin a lo largo y a lo ancho de todo el pas. Algunos historiadores, como Carlos Corona y ms recientemente Aymes, han insinuado la posibilidad de que el levantamiento del 2 de mayo no fuese tan espontneo como tradicionalmente se haba pensado. Corona defenda la hiptesis de que la actitud de los espaoles responda a una conspiracin preparada con anterioridad, quizs para derribar del poder a Godoy y al propio Carlos IV, y que no hubo que materializar a causa de la rpida cada de stos tras el motn de Aranjuez. Toda la trama permaneci intacta y fue ahora, a comienzos de mayo, cuando se utiliz, no para la finalidad originaria para la que se haba creado, sino para actuar contra la ocupacin de los ejrcitos napolenicos. Fuera, o no tan espontneo el levantamiento del 2 de mayo, de lo que no cabe la menor duda es de su popularidad. La inmensa mayora de los espaoles, sin distincin de edad, condicin o sexo, se sumaron inmediatamente a la resistencia contra los franceses.

La primera fase de la guerraResultara poco menos que intil tratar aqu de desarrollar de forma pormenorizada los mltiples incidentes que tuvieron lugar entre la poblacin espaola y las tropas francesas durante estos aos, y exponer todas las operaciones que desplegaron ambos ejrcitos, cuando historiadores como Geoffroy de Grandmaison necesit tres volmenes y Gmez de Arteche catorce para historiar la Guerra de la Independencia. Nos limitaremos, por tanto, a sealar las fases ms importantes del conflicto y a destacar sus aspectos ms significativos. Al iniciarse las hostilidades, los ejrcitos franceses sumaban algo ms de 110.000 soldados, que bajo el mando de Murat se distribuan en cinco cuerpos de ejrcito. A estas fuerzas se sumaron 50.000 hombres a mediados de agosto de 1808. El ejrcito espaol, por su parte, contaba con 100.000 hombres encuadrados en las tropas regulares, de los que 15.000 colaboraban con las imperiales de Dinamarca antes de que se produjese la invasin de la Pennsula. La superioridad numrica de las fuerzas francesas se vea acentuada por la mayor movilidad y autonoma de sus Divisiones. La estrategia francesa se basaba fundamentalmente en una serie de factores que llevaba a sus soldados a una continua accin ofensiva. Frente a la lnea de combate, utilizada por los espaoles y los ingleses, los franceses oponan la formacin en columna. El levantamiento espaol de mayo de 1808 provoc la inmediata puesta en movimiento de los cuerpos de ejrcito del general Junot, que se hallaban en Portugal, y los de Duhesme, situados en Barcelona. Las fuerzas de Moncey y Dupont, concentradas en torno a la capital, conservaban su comunicacin con Francia, gracias a las tropas de Bessires que, desde Vitoria, cuidaban de la proteccin de la ruta vital que llevaba a la capital de Espaa. El plan que haba fraguado Napolen consista en una rpida ocupacin del pas, aun a costa de diluir sus fuerzas. Bessires, sin perder el control de la comunicacin Madrid-Bayona, ocup Zaragoza, mientras que las fuerzas reunidas en la capital marcharan sobre Valencia y Sevilla. Este plan estratgico tendra unas consecuencias nefastas, al dejar extensas partes del territorio espaol aisladas, sin ninguna conexin entre s, y sin guarniciones suficientes para garantizar la retaguardia. Por otra parte, Napolen, al no calibrar suficientemente la fuerza de sus oponentes, haba enviado a Espaa soldados bisoos, sin gran experiencia y de escasa presencia por su mala uniformacin y su deficiente porte, tan distintos a esa imagen que se haba creado en toda Europa de unos militares aguerridos, disciplinados e impresionantemente eficaces. Una primera fase de la guerra tuvo lugar durante la primavera-verano de 1808. Durante estos meses, la accin de las tropas napolenicas tuvo unos resultados muy distintos de los previstos por sus altos mandos. El general francs Bessires no pudo ocupar Zaragoza, defendida bravamente por Palafox. Las tropas que fueron enviadas en su ayuda desde Catalua tuvieron que volverse al ser detenidas en el Bruch en dos ocasiones. La expedicin a Valencia tambin fracas al pie de sus murallas. Pero el mayor fracaso del ejrcito francs se produjo en Andaluca. El general Dupont, tras saquear Crdoba, se encontr aislado en Andjar. La Junta de Sevilla improvis un ejrcito que, al mando del general Castaos, hizo sufrir a los franceses, que no se adaptaron ni al calor ni al terreno, una estrepitosa derrota. Era la primera vez que un cuerpo del ejrcito de Napolen se renda ante el enemigo en campo abierto. La desaparicin del ejrcito de Andaluca tuvo como consecuencia la retirada de los franceses sobre Vitoria para impedir el corte de sus comunicaciones. Por su parte, el ejrcito de Portugal, que se encontr de esta forma aislado y lejos de la ruta de Madrid, negoci con los ingleses su retirada a Francia por mar a bordo de buques britnicos. As pues, en la primera fase de la guerra fallaron los planes de Napolen, quien tuvo que tomarse en serio la campaa de la Pennsula.

La guerrillaUna segunda fase de la guerra comprende desde finales de 1808 hasta 1812, algo ms de tres aos en los que se despliega el dominio ms aplastante de los franceses sobre el territorio espaol. Napolen, que se hizo consciente de las dificultades que presentaba la ocupacin de la Pennsula a causa de la hostilidad y la resistencia del pueblo espaol, lanz a ms de 250.000 hombres al sur de los Pirineos. Adems, estos hombres no eran ya novatos, sino soldados con experiencia, curtidos en los campos de batalla europeos y capaces de enfrentarse a las situaciones ms comprometidas. El propio Napolen acudi a la Pennsula para dirigir personalmente las operaciones que se fueron desarrollando en esta fase. El ejrcito imperial march hacia Burgos y desde all lanz a Ney sobre Tudela y a Soult sobre Santander, buscando asegurarse los flancos y destruir al ejrcito espaol. Sin embargo, ste, consciente de su inferioridad y de que poco poda hacer frente a la formidable mquina de guerra que tena delante, rehus presentar batalla. Los nicos resultados de esta campaa fueron la ocupacin de Madrid y el repliegue de las tropas inglesas que, al mando de Moore, haban acudido a apoyar a los espaoles y que se vieron forzadas a reembarcar en La Corua. A cambio de ello y gracias a no haber intentado resistir en campo abierto, los espaoles conservaran prcticamente intactos sus recursos humanos y una parte de sus recursos materiales, aunque tuviesen que padecer la falta de organizacin y la dispersin de sus efectivos. La situacin a finales del invierno de 1809-1810 era la siguiente: Suchet consigui ocupar, no sin grandes esfuerzos, las plazas de Aragn y Catalua. En el centro, los espaoles sufieron una derrota en Ocaa en noviembre de 1809 y esto permiti a Soult conquistar Andaluca y llegar hasta las puertas de Cdiz, que pudo resistir todos los ataques de que fue objeto, en parte gracias a su especial configuracin geogrfica y a que estaba perfectamente fortificada por tierra, y en parte por la ayuda en los abastecimientos que continuamente le ofrecan los ingleses. En la parte occidental de la Pennsula, los ejrcitos napolenicos fracasaron en las dos expediciones que enviaron a Portugal contra los ingleses, que se hallaban bajo el mando de Arthur Wellesley, duque de Wellington. Esta situacin defensiva de los espaoles y de los ingleses en la Pennsula se mantuvo hasta la victoria angloportuguesa de Arapiles, que tuvo lugar el 22 de julio de 1812. En estos aos fue precisamente en los que se generaliz esa forma tan peculiar de entender la guerra, como fue la guerrilla. El origen de la guerrilla hay que buscarlo en la derrota y el desmoronamiento del ejrcito espaol a finales de 1808. La situacin en la que cay el ejrcito regular queda perfectamente reflejado en las palabras del duque del Infantado, cuando intentaba recomponer a las tropas dispersas y se encontr con "un ejrcito destrozado y una tropas que presentaban el aspecto ms lastimoso, con unos soldados descalzos enteramente, otros casi desnudos, y todos desfigurados, plidos y debilitados por el hambre ms canina". Dada esta situacin del ejrcito convencional espaol y ante la aplastante superioridad de la Grande Arme, no caba otro tipo de resistencia que una guerra no convencional, como fue sta de la guerrilla, trmino que el vocabulario espaol ha transmitido desde entonces a otros idiomas para hacer referencia a esta forma de hacer la guerra, y que al parecer tuvo su origen en la expresin "petite guerre" que utilizaron los franceses para calificarla. As pues, la guerrilla era la forma de hacer la guerra a las tropas napolenicas que adoptaron los espaoles ante la manifiesta inferioridad en la que stos se encontraban. Los guerrilleros se reunan en partidas, que consistan en grupos no muy numerosos de combatientes y que hacan gala de una gran movilidad y de una extraordinaria eficacia. Sus jefes eran con frecuencia militares que haban sido vencidos con sus unidades y por eso haban decidido echarse al monte para combatir por su cuenta. Los que se unan a ellos podan ser soldados o civiles de todas clases: campesinos, pastores, estudiantes, contrabandistas y bandidos, algn que otro noble y bastantes clrigos. Por qu llegaron a convertirse en guerrilleros? A veces por puro patriotismo, pero a veces tambin para reparar algn dao sufrido a manos de franceses o por el deseo de vengar alguna afrenta personal. Es lgico que entre los guerrilleros hubiese tambin elementos anrquicos, o simples criminales, y stos no slo luchaban contra los franceses, sino que se aprovechaban de las circunstancias por las que atravesaba el pas para robar y saquear en cuantas poblaciones caan en sus manos, estuvieran o no en poder de las tropas napolenicas. Pero haba que aceptar estas partidas tal como eran, pues como afirma G.H.E. Lovett, los aspectos polticos en lo concerniente a la independencia nacional superaron ampliamente a estos aspectos negativos. Resulta difcil evaluar numricamente a los guerrilleros. Canga Argelles calculaba que su nmero poda ascender a unos 35.000. Otros historiadores han aventurado la cifra de 50.000, que podra estar ms cerca de la realidad. No obstante, haba que tener en cuenta que a medida que avanzaba la guerra, su nmero inicial fue aumentando, lo que les permiti actuar ms como pequeos ejrcitos, sobre todo cuando su jefe era un militar, lo que facilitaba tambin su colaboracin con las unidades regulares. Con las tropas inglesas, sin embargo, nunca se entendieron. Para la rgida disciplina militar inglesa, los guerrilleros espaoles representaban siempre el espritu anrquico y desorganizado del pueblo espaol. Aunque a veces se ha reprochado a estos combatientes su extrema crueldad, hay que tener muy en cuenta las condiciones en las que se desarroll esta guerra, a la que se la ha calificado de guerra total. El hecho de que fuese la lucha de todo un pueblo, incluidos los ancianos, las mujeres y hasta los nios, contra un gran ejrcito como el napolenico, dio lugar a episodios realmente trgicos, como los que reflej Francisco de Goya en su coleccin de Los Desastres de la guerra. Los soldados franceses tomaban represalias por la accin de los guerrilleros y stos a su vez, pagaban a los invasores con medidas ms crueles an. Sin embargo, el historiador francs J.R. Aymes ha sealado que la utilizacin de armas blancas u otros instrumentos cortantes, no se deba a una constante del carcter de los espaoles, como poda ser la ferocidad o el desprecio a la muerte, sino simple y llanamente a la insuficiencia de armamento que padecan estos combatientes. Su valor militar no hay que minimizarlo, a pesar de todo, pues por el contrario, como ha sealado Artola, sus acciones fueron ms importantes que las del ejrcito regular espaol e ingls. Entre los ms famosos guerrilleros hay que mencionar a Juan Martn, apodado El Empecinado. Fue quizs el ms humano y generoso. Haba nacido cerca de Aranda y con la partida que lleg a reunir a cerca de unos mil quinientos hombres, hostig continuamente a los franceses en Madrid, Guadalajara, Soria y Cuenca. El general Hugo, padre de Victor Hugo, que fue enviado para combatirle con 5.000 hombres bajo su mando, no pudo controlar sus correras. Javier Mina y su to Francisco Espoz y Mina, fueron tambin dos famosos guerrilleros que operaron en la zona de Navarra, de donde eran originarios. Este ltimo, por su perfecto conocimiento del territorio que controlaba, por su arrojo y por su valor, se gan la admiracin de todo el pueblo navarro, que le facilit toda clase de ayuda. Por el hecho de que lleg a dominar toda la red de comunicaciones de los franceses con el autntico ejrcito guerrillero que cre, fue denominado por sus enemigos como "Le petit roi de Navarre". El cura Merino, como se conoca al sacerdote Jernimo Merino, encabez una partida que operaba en los alrededores de Burgos. Con 300 hombres, sembr el terror entre los soldados franceses, y de l se comentaba su extrema crueldad. Despus de que los franceses ahorcaran a los elementos que formaban la junta local de resistencia de Segovia, orden a sus hombres que tomaran a 20 soldados enemigos por cada uno de los seis espaoles ahorcados y los mand ejecutar de la misma forma. Las acciones de stos y otros hombres como ellos fueron sin duda eficaces para combatir y enfrentarse a un ejrcito que presentaba tanta superioridad, pero tambin hay que considerar su importancia como elemento de intimidacin psicolgica para un ejrcito como el napolenico, que no estaba acostumbrado a esta forma de guerra. La movilidad, la sorpresa y la improvisacin eran unos motivos por los que los militares franceses no pudieron sentirse nunca seguros. La correspondencia, informes y memorias de los soldados galos, muchos de los cuales pueden consultarse an en los archivos militares del vecino pas, reflejan la inquietud y el desasosiego de unos hombres que nunca se sintieron seguros durante su estancia en la Pennsula. En esta segunda fase de la guerra, fue la guerrilla la que pudo mantener la llama de la resistencia patriota frente al aplastante dominio de Napolen.

La derrota napolenicaUna tercera fase de la guerra es la que coincidi con la campaa de Rusia del Emperador. Con la derrota de la Grande Arme, las tropas hispanoinglesas pasaron a la ofensiva. La batalla de Arapiles (22 de julio de 1812) en la que las tropas de Marmont fueron derrotadas por las de Wellington, fue la consecuencia de la nueva situacin. La amenaza sobre la ruta de Madrid fue suficiente para que los franceses se apresurasen a abandonar Andaluca y para que el rey Jos abandonase la capital y se retirase hacia Valencia. Todava se produjo el contraataque de las tropas francesas desde el Ebro y desde Levante, que consigui restablecer a Jos en Madrid. Sin embargo, la gran ofensiva final, emprendida en mayo de 1813 empuj al ejrcito de Napolen hacia los Pirineos, cuya retirada fue jalonada por las derrotas de Vitoria, el 21 de junio, y la de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valenay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a Espaa libre de la presencia extranjera y restableca la normalidad despus de varios aos de una guerra en la que todos los espaoles se haban visto implicados. Parte importante en la derrota napolenica tuvieron las tropas inglesas comandadas por Arthur Wellesley, duque de Wellington. Inglaterra haba sido durante siglos la tradicional rival de Espaa en el Atlntico. La derrota de Trafalgar estaba todava muy reciente en la mente de los espaoles, y sin embargo el peligro napolenico hizo que el enemigo de ayer se transformase en el heroico aliado del momento. La alianza se formaliz a comienzos de 1809, pero si al principio la colaboracin se llev a cabo con gran entusiasmo, en el curso de la guerra se ira apagando por la mutua desconfianza que mostraran ambos aliados. Los polticos espaoles se sentan disgustados con frecuencia por la crtica que hacan los ingleses a la forma de llevar la guerra, y stos, por su parte, no acababan de entender la falta de rigor y de disciplina de los combatientes espaoles. Adems, la intervencin inglesa ocultaba en realidad unos propsitos poco confesables de carcter puramente econmico, como era el de hacer desaparecer la incipiente y dbil industria espaola, que si acaso prosperaba podra hacer peligrar en el futuro las exportaciones inglesas de paos y algodones, que tena en Espaa un mercado prometedor. De hecho, los soldados britnicos llevaron a cabo durante la guerra operaciones de destruccin que afectaban claramente los intereses econmicos espaoles. Tal fue el caso del desmantelamiento de las fbricas de textiles de Segovia y Avila, cuya produccin podra constituir una competencia seria para las exportaciones britnicas cuando terminase el conflicto. Tambin a los ingleses les interesaba comerciar libremente con Amrica, aunque esto no significase que apoyasen directamente los movimientos de independencia; es ms, Inglaterra se ofreci como mediadora para resolver el conflicto entre las colonias y la metrpoli. En cuanto a la ayuda inglesa en material de guerra y dinero, Lovett adopta una postura intermedia entre los historiadores que la han exagerado hasta puntos poco admisibles, como Napier y Southey, y los que la han minimizado, como Gmez Arteche o el mismo Canga Argelles. La cifra de 200.000 rifles y de 7.725.000 duros, parece que son los ms ajustados a la realidad. Algunos historiadores ingleses han considerado que la contribucin militar britnica a la victoria final fue decisiva. Por el contrario, la mayor parte de los historiadores espaoles han valorado la resistencia nativa como el elemento esencial de la derrota napolenica, restando importancia a la accin de las tropas de Wellington. Sin embargo, resulta difcil, incluso hoy da, determinar con precisin qu porcentaje tuvo una y otra circunstancia en el resultado final de la guerra, puesto que, adems, habra que tener en cuenta otro factor importante en el desarrollo de los acontecimientos, cual fue la necesidad que tuvo el Emperador de sacar tropas de la Pennsula para dedicarlas a atender la campaa de Rusia. En definitiva, la Guerra de la Independencia fue un dramtico teln de fondo que mantuvo a todo el pas en una permanente situacin anmala a lo largo de seis aos, en el transcurso de los cuales su trayectoria histrica dara un giro de enorme trascendencia. Nada de lo que ocurri en Espaa en los aos sucesivos hubiese sido igual sin el profundo trauma que caus la guerra, la cual sirvi adems para acelerar un proceso de cambio profundo y para afirmar con rotundidad la voluntad de los espaoles de defender por encima de cualquier consideracin su libertad nacional.

La Espaa de Jos BonaparteLas intenciones de Napolen estaban tan claras cuando se produjo la invasin de Espaa por parte de sus tropas, que sin esperar que los Borbones le cediesen sus derechos al trono de Espaa, comenz a buscar entre sus hermanos a un monarca que los sustituyese. Luis se neg a abandonar el trono holands que ya ocupaba, y el Emperador recurri entonces a Jos. Previamente convoc en Bayona a una diputacin general destinada a elaborar una Constitucin en la que deba basarse la nueva monarqua. Al parecer, fue Murat de quien parti la idea de reunir una Asamblea en la pequea ciudad fronteriza para "fijar las incertidumbres, reunir las opiniones y halagar el amor propio nacional". La convocatoria de la Asamblea fue publicada en La Gaceta de Madrid el 24 de mayo de 1808, y en ella se convocaba a 150 diputados entre los tres estamentos tradicionales: 50 miembros del estamento eclesistico, entre arzobispos, obispos, cannigos, curas prrocos y generales de las rdenes religiosas; 51 elementos del estamento nobiliario, entre los que haba grandes, ttulos, caballeros, representantes del Ejrcito, la Marina y representantes de los Consejos; y por ltimo, 49 representantes del estamento popular, entre comerciantes y miembros de las Universidades, de las provincias aforadas e insulares y de las ciudades con voto en Cortes. La reunin haba de tener lugar el 15 de junio, pero al llegar esa fecha muchos de los diputados convocados no comparecieron. Para entonces, la mayor parte del pas estaba ya en plena guerra y fue imposible llevar a cabo las correspondientes elecciones, excepto en aquellas zonas que estaban claramente bajo dominio francs. Finalmente, la mayor parte de los asamblestas no fueron elegidos, sino nombrados por Murat, la Junta de Madrid, o el mismo Napolen. Los representantes que marcharon a Bayona, que pertenecan a la jerarqua nobiliaria o eclesistica, estaban dispuestos a colaborar con el emperador francs y constituan los primeros ejemplos de los afrancesados, que jugaran un papel importante en la nueva Monarqua. De los 150 previstos, slo acudieron en un principio 65 representantes, aunque su nmero ascenda a 91 el 17 de julio, fecha en la que terminaron las reuniones. En el momento de abrirse la reunin, se present ante los diputados un proyecto de Constitucin ya elaborado, de tal forma que la misin que se planteaba la Asamblea era, por una parte, adaptar aquel proyecto a los sentimientos y a las aspiraciones de los espaoles, y por otra darle apariencia de legalidad como documento aprobado por las Cortes del Reino. Sin embargo, la labor de la Junta se limit al ltimo de estos dos cometidos. En realidad, no estaba claro quin haba sido el autor del proyecto. El conde de Toreno crea que haba sido un espaol, sin embargo el estudio que realiz Sanz del Cid sobre la Constitucin de Bayona pona de manifiesto lo contrario, aunque a juicio de este historiador, el proyecto sufri varias transformaciones por parte de algunos espaoles que fueron consultados en la Asamblea. La Constitucin de Bayona, la primera de la larga y variada historia constitucional espaola, tiene en realidad el carcter de una Carta Otorgada, puesto que fue el rey Jos, de su propia autoridad, quien la decret. Consta de 146 artculos, repartidos en 13 ttulos que tratan de los siguientes asuntos: I, De la Religin; II, De la sucesin a la Corona; III, De la Regencia; IV, De la dotacin de la Corona; V, De los oficios de la Casa Real; VI, Del Ministerio; VII, Del Senado; VIII, Del Consejo de Estado; IX, De las Cortes; X, De los reinos y provincias; XI, Del orden judicial; XII, De la Administracin y de la Hacienda; XIII, Disposiciones generales. El texto de este documento no es ms que una transcripcin de disposiciones entresacadas del derecho constitucional de la Revolucin y del Imperio, en la que a lo sumo se recogieron algunas referencias al carcter y tradicin espaoles para darle una apariencia de obra nacional. Estableca un rgimen autoritario en el que, a pesar de un presunto carcter moderado que ofreca ciertas garantas al ciudadano, segua siendo el rey el centro y el resorte de todo el sistema. Ninguno de los dems rganos del Estado representaba una limitacin insuperable a su iniciativa. En definitiva, se trataba de establecer un rgimen en Espaa que, adaptando las formas y las apariencias constitucionales, fuese adecuado para una enrgica y eficaz accin administrativa. Por otra parte, mediante este estatuto de Bayona trataban de introducirse tmidamente, sin grandes audacias, los principios liberales tales como la supresin de los privilegios, la libertad econmica, la libertad individual y una cierta libertad de prensa.

La llegada de Jos BonaparteCon el respaldo que le proporcionaba la Constitucin de Bayona, Jos I form un gobierno en el que incluy a Luis Mariano de Urquijo en la Secretara de Estado, a Francisco Cabarrs en la Secretara de Finanzas y a Gonzalo O'Farril en la de Guerra, tres destacados colaboradores espaoles del nuevo rgimen. Adems, formaban parte tambin de este primer gabinete Azanza (Indias) y Mazarredo (Marina). El recin nombrado rey entr en Madrid el 9 de julio de 1808. Crea que iba a ser bien recibido por sus sbditos y que iba a ganarse su beneplcito, pero pronto se dio cuenta de que los espaoles no slo no iban a aceptarlo, sino que se mostraran hostiles en su mayor parte. Por lo pronto iba a permanecer muy poco tiempo en Madrid, puesto que como resultado de la batalla de Bailn, tuvo que retirarse hacia el norte. Restablecido el dominio de las tropas napolenicas, Jos Bonaparte hizo una nueva entrada en Madrid el 22 de enero de 1809, con mayor solemnidad si cabe que la primera vez. Despus de pronunciar un breve discurso en la iglesia de San Isidro, presidi un Te Deum, y se retir al Palacio Real entre salvas de artillera. Tena entonces el rey Jos 41 aos y era el mayor de los hijos de la familia Bonaparte. Era un hombre culto, con aficin por la literatura y las artes, y a pesar de la propaganda patritica que haca todo lo posible por desprestigiarle, pintndolo como adicto al alcohol (Pepe Botella) y a los naipes, Jos no era un necio. Era generoso y amable y se esforz por agradar a los espaoles. Aunque careca de inteligencia y de la capacidad de decisin de su hermano Napolen, posea dotes de buen soberano. Lo que ocurre es que las circunstancias en las que accedi al trono espaol hacan prcticamente imposible que pudiese desarrollar una labor de gobierno con resultados positivos. Que era un hombre bueno y bien intencionado, lo demostr con ocasin de la gran hambre que pas la poblacin de Madrid en 1811-1812, visitando los barrios ms afectados de la capital y ayudando a los ms pobres. Eso no calm, sin embargo, la hostilidad de la mayor parte de los espaoles, aunque ste no fue el nico problema con el que tuvo que enfrentarse. Una de sus mayores dificultades consisti en preservar la independencia espaola frente a Napolen. En varias ocasiones amenaz a su hermano con renunciar a la corona, pero en el fondo no quera, ni desagradar al Emperador, ni renunciar al prestigioso trono espaol. As pues, continu su reinado intentando resolver los muchos problemas que le asediaban.

Los afrancesadosHaba un reducido grupo de espaoles en la Corte y en la administracin que vean en el rey Jos la esperanza para la regeneracin de Espaa. Eran los afrancesados. En palabras de Miguel Artola, los afrancesados "...constituyen un partido, por cuanto su decisin de jurar al rey Jos es la condicin necesaria para alcanzar el poder y desarrollar desde l un programa especfico, que los diferencia de los otros dos partidos que aparecen en estos aos. Su total vinculacin ideolgica con el Despotismo Ilustrado los lleva a propugnar un rgimen monrquico con una autoridad fuerte que impida experiencias revolucionarias como la francesa, pero que al mismo tiempo promueva las reformas que el pas necesita". Esta descripcin del grupo enmarca perfectamente su origen y sus propsitos. Sin embargo, es conveniente aclarar la diferencia existente entre el afrancesamiento cultural y el afrancesamiento poltico, pues aunque pueden confundirse, el primero encierra un fenmeno ms amplio en el tiempo que, adems, no siempre desemboca en un apoyo al rey Jos. El afrancesamiento cultural es un fenmeno que se produce en la segunda mitad del siglo XVIII y que da lugar a manifestaciones multiformes que van desde la impregnacin cultural producida por la lectura de libros franceses, hasta el empleo de galicismos en el lenguaje, pasando por el gusto por la moda francesa, como fue el uso generalizado de las pelucas empolvadas. Aunque hay afrancesados culturales que pasan a ser afrancesados polticos, como Melndez Valds, Cabarrs o Moratn, hay tambin afrancesados culturales que pasan al campo de los patriotas, como es el caso de Jovellanos y de Quintana. Aquellos atacan a la dinasta Borbn porque a su juicio ha sido culpable de la anarqua revolucionaria a la que haba dado lugar su incompetencia. No podan aceptar que un rey como Fernando VII debiese el trono a un levantamiento popular. No es que aceptasen de buen grado a la nueva dinasta, pero en todo caso se dispusieron a aceptarla y a sacar el mejor provecho de ella. Los afrancesados trataron de justificar su actitud de una forma un tanto cnica, alegando que ante la aplastante superioridad francesa no poda hacerse otra cosa que colaborar con el monarca impuesto por Napolen. Ese era el criterio de Flix Jos Reinoso, quien crea que la resistencia slo poda traer la ruina al pas. Para Reinoso y todos los que pensaban como l, como Miano, Lista, Cabarrs, etc., era preferible un gobierno fuerte y poderoso que estimulase un programa de reformas controladas y de innovaciones limitadas -aun basadas en las bayonetas francesas- que un poder revolucionario surgido del pueblo, aprovechando la lucha por la independencia nacional. Sin embargo, independientemente de su carcter cultural o poltico, es conveniente distinguir al menos tres tipos diferentes de afrancesados atendiendo a la actitud que adoptaron frente a la nueva monarqua y a las circunstancias en las que algunos espaoles se hallaban en el momento de su establecimiento. En primer lugar, los empleados de todas clases y categoras que desempeaban sus funciones en la capital y en las poblaciones que fueron ocupadas por las tropas napolenicas y no tuvieron ms remedio que adaptarse a la nueva situacin si no queran perder sus respectivos destinos. En segundo lugar, aquellos espaoles que se plegaron al gobierno de Bonaparte por simples razones geogrficas: pasaron estos aos en la parte afrancesada. Por ltimo, los afrancesados por una personal y libre determinacin. Estos fueron los verdaderos colaboracionistas en el sentido de que se unieron voluntariamente al rey Jos para apoyarlo en sus proyectos reformistas y seguirle en su poltica. Algunos de ellos formaron parte de su gobierno y otros simplemente colaboraron desde puestos ms modestos de la administracin.

La poltica de reformasAlgunos estudios relativamente recientes, como sobre todo el de Mercader Riba, han puesto de manifiesto muchos aspectos positivos del reinado de Jos I, en contra de una historiografa tradicional, muy crtica con respecto a la labor del hermano de Napolen. Entre esos aspectos positivos cabe destacar la labor legislativa llevada a cabo durante estos aos y los esfuerzos del monarca para granjearse la simpata de los espaoles, sintonizar con sus costumbres y con su mentalidad. Entre su obra legislativa hay que sealar la abolicin de los derechos seoriales, del voto de Santiago, de la Mesta, de las aduanas interiores y de todas las Ordenes Militares y civiles, a excepcin del Toisn de Oro. Todas stas fueron sustituidas por una sola orden, la llamada Orden Real de Espaa, que la irona popular bautiz inmediatamente como la Orden de la Berenjena, por el color violeta que posea. Por el decreto del 18 de agosto de 1809 se abolan las rdenes religiosas masculinas y se conceda a los residentes en monasterios quince das para abandonarlos y vestir hbitos clericales seculares. Se orden a estos religiosos que regresasen a su lugar de nacimiento, donde recibiran pensiones. El Estado se hara cargo de sus propiedades y las vendera a particulares. A la hora de tomar esta decisin, debi estar presente en la mente de los legisladores la actitud que haba tomado el clero regular en general frente a la invasin napolenica, alentando a la resistencia a la poblacin, e incluso sumndose en algunos casos a la rebelin. En el mismo da quedaron eliminados todos los Consejos, excepto el Consejo de Indias, as como los ttulos de la nobleza, a la cual se le orden solicitar una nueva concesin, so pena de ser degradada. Otra de las medidas llevadas a cabo por el gobierno de Jos Bonaparte fue la centralizacin de la catica administracin espaola, a la que hizo ms eficaz, mediante la racionalizacin de las funciones y la mayor dedicacin de los empleados pblicos. En lo que se refiere a la economa, elimin leyes que obstaculizaban la libre circulacin de mercancas y otras que suponan trabas e impedimentos para el desarrollo agrcola. Adems, estableci un tribunal comercial y una Bolsa en Madrid. En cuanto a las circunscripciones administrativas, por un Real Decreto fechado el 17 de abril de 1810, se dividi al territorio espaol en 38 distritos, a los cuales se les denomin Prefecturas. Al frente de cada una de ellas, los Prefectos tendran las facultades y la autoridad que anteriormente haban tenido los Intendentes del Reino. Esta divisin territorial fue de una extraordinaria trascendencia, pues al mismo tiempo que hacan ms giles y eficaces las circunscripciones administrativas con el gobierno central, stas dejaban traslucir las antiguas y tradicionales unidades territoriales existentes hasta entonces. En lo que respecta a la enseanza, foment la creacin de escuelas secundarias en las grandes ciudades e inst a la redaccin de nuevos planes de estudio. Una de las principales preocupaciones del rey Jos fue el urbanismo, y de ah que se esforzara por embellecer Madrid. Orden la demolicin de muchas construcciones y apoy la creacin de plazas y de zonas ajardinadas en los nuevos espacios. De ah que recibiera tambin el apodo de El Rey Plazuelas. Mejor el sistema de alcantarillado y el sistema de trada de aguas de la capital. Otras ciudades, como Sevilla, con la construccin del mercado de la Encarnacin, conocieron en estos aos importantes transformaciones urbansticas. A Jos le gustaban las diversiones y los espectculos y durante su reinado se intensificaron las celebraciones y los espectculos, y entre stos, las corridas de toros. Las celebraciones religiosas cobraron esplendor y al nuevo monarca le gustaba presenciar las procesiones de Semana Santa y del Corpus. Particip incluso en la procesin del Corpus de Madrid, en junio de 1810, la cual fue presenciada por numerosos madrileos. Por la noche se celebr con ese motivo una fiesta en el Palacio Real que dur desde las ocho de la tarde hasta media noche. Su aficin al teatro le llev en numerosas ocasiones a presidir las representaciones que tenan lugar en los teatros madrileos, donde a veces era objeto de aclamaciones por parte del pblico. Asimismo le gustaba asistir a las peras y operetas que se estrenaban en la capital. Pero tambin las otras ciudades espaolas que se hallaban bajo el dominio napolenico participaban de los festejos impulsados por los nuevos gobernantes. En Sevilla, la Catedral se convirti en el centro de las grandes ceremonias organizadas por los ocupantes, sobre todo aquellas que tenan lugar con motivo del da de San Jos, festividad del nuevo Rey, y las del Emperador y su esposa. Haba Te Deum con acompaamiento de las bandas militares y posteriormente se celebraban distintos juegos en los que participaba la poblacin. Por la noche se tiraban fuegos artificiales "desde lo alto de la torre de Sevilla", y se celebraban bailes a los que eran invitadas todas las autoridades francesas y espaolas. Todas estas actividades contribuyeron a granjear al rey Jos una cierta popularidad, pero sta desapareci completamente cuando en febrero de 1810, el Emperador, pretextando que el sostenimiento del ejrcito francs generaba unos gastos muy elevados, cre cuatro gobiernos militares en Catalua, Aragn, Navarra y Vizcaya, otorgndole a los generales que figuraban a su mando, jurisdiccin civil y militar. Los impuestos recaudados en cada uno de ellos seran destinados al mantenimiento de las tropas. Esta medida supona que la Monarqua espaola perda de hecho los territorios situados al norte del Ebro. La protesta no se hizo esperar y el propio rey Jos march a Pars y amenaz a su hermano con abdicar si no pona coto al extraordinario poder que adquiran los militares en Espaa. Su debilidad y la autoridad que sobre l mantena Napolen, hicieron que Jos no tuviese ms remedio que plegarse a esta disposicin, aunque ello le restaba credibilidad ante sus sbditos espaoles. Fue la falta de voluntad lo que le impidi adoptar una postura heroica ante su hermano para defender los intereses de Espaa, por los que realmente estaba dispuesto a velar. Pero era incapaz de mantener una actitud frontalmente opuesta a la del Emperador, y por esa razn los generales franceses ignoraban sus rdenes y gobernaban de forma dura e implacable. Algunos de ellos, como el general Kellerman, vivan como un autntico strapa, secuestrando y haciendo uso de los bienes y el patrimonio de los espaoles que vivan en la zona ocupada por sus tropas. Fue esa actitud de los mandos del ejrcito napolenico lo que ms contribuy a acentuar la hostilidad de los espaoles hacia el rey intruso. Queda pues, como balance de su corto reinado, la buena disposicin para realizar una serie de reformas necesarias en el pas, que en realidad tenan una cierta continuidad con el programa del Despotismo ilustrado, y la escasa eficacia de la aplicacin de estas reformas por una serie de circunstancias adversas, entre las que no carecan de importancia, la falta de apoyo por parte de los espaoles, las dificultades impuestas por los generales del ejrcito de ocupacin, o las mismas vicisitudes de la guerra, que mantuvieron a Espaa en vilo hasta la expulsin del gobierno intruso.

Las Cortes de CdizLa guerra y al mismo tiempo la Revolucin. Este es el otro plano, y sin duda el de mayor trascendencia por su proyeccin en los aos posteriores, que resulta necesario analizar en este periodo que transcurre entre las abdicaciones de Bayona y la vuelta de Fernando VII en 1814. Parece obvio sealar que sin guerra no hubiese habido revolucin, o al menos sta hubiese tomado una forma diferente. Las condiciones excepcionales que propici un conflicto tan intenso como generalizado, favorecieron el proceso revolucionario que culmin con la reunin de las Cortes de Cdiz. El vaco de poder que se origin como consecuencia de la salida del rey legtimo de Espaa desencaden un proceso mediante el cual terminaran por asumir el poder unas instituciones inditas, surgidas de abajo a arriba, capaces de satisfacer las aspiraciones populares que se haban visto defraudadas por la actitud contemporizadora de las autoridades del rgimen con respecto a los franceses. El proceso comenz con el nombramiento de una Junta de Gobierno por parte de Fernando VII cuando ste tuvo que acudir a Bayona para atender a la convocatoria de Napolen. Dicha Junta estaba presidida por su to, el infante don Antonio e integrada por cuatro ministros de su gobierno. En ella quedaba depositada la soberana, que no sera capaz de ejercer en los momentos crticos del dos de mayo. El Consejo de Castilla, el mximo organismo existente entonces en Espaa, sufri una paralela prdida de prestigio, al no saber tampoco atender las expectativas de la mayor parte de los espaoles que demandaban una actitud firme frente a los invasores, e incluso una incitacin a la lucha armada, sino que por el contrario trataban de transmitir recomendaciones pacifistas. Tampoco las autoridades provinciales se mostraron decididas a encabezar el levantamiento contra las tropas de ocupacin y as, de esa forma, se fue produciendo un deslizamiento de la soberana desde las instancias superiores hasta el propio pueblo que asumi su responsabilidad mediante la creacin de una serie de Juntas, cuya nica legitimidad -como afirma Artola- es la voluntad del pueblo que las elige. Por todas partes proliferaron las Juntas, cuya formacin y composicin se presentan de forma muy variada. La de Aragn se form a instancias del general Jos de Palafox, a su vez nombrado gobernador por el pueblo de Zaragoza. En Valencia tambin el pueblo nombr a un comandante supremo, Vicente Gonzlez Moreno, quien a su vez cre una Junta Suprema. En Sevilla, cuando llegaron las noticias de las abdicaciones de Bayona, a finales de mayo, se constituy una Junta que, bajo la direccin de Francisco Arias de Saavedra, antiguo ministro con Carlos IV, se autodenomin Junta Suprema de Espaa e Indias, y pidi una movilizacin inmediata de todos los hombres en edad de combatir. En Soria fue el Ayuntamiento el que cre la Junta, y as en la mayor parte de las poblaciones ms grandes o ms pequeas, se fueron creando estas nuevas entidades hasta formar un cuadro variopinto y heterogneo en su composicin, con el que resultaba difcil armonizar esfuerzos contra las tropas invasoras. Se impuso, por ello, la necesidad de coordinar a las Juntas locales y a las Juntas provinciales, mediante la creacin de una Junta Central para que aunase el esfuerzo blico y al mismo tiempo mantuviese viva la conciencia de unidad nacional. La Junta Suprema Central Gubernativa de Espaa e Indias se instal en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808 cuando, despus de Bailn, los franceses trataban de organizar la contraofensiva y era necesario prepararse para hacerles frente. Componan la Junta Central 35 miembros iguales en representacin. Su presidente era el conde de Floridablanca, que contaba en aquellos momentos con 85 aos y presentaba una postura muy conservadora. Pero sin duda su elemento ms destacado era Gaspar Melchor de Jovellanos, poltico y escritor, de un talante reformista moderado, que era partidario de llevar a cabo algunos cambios en Espaa en el terreno poltico, social y econmico. Su propuesta era la de crear un sistema de Monarqua parlamentaria de dos Cmaras, en el que la nobleza jugase un papel de amortiguadora entre el rey y el pueblo. Excepto estos dos miembros y Valds, que haba sido ministro de Marina con Carlos IV, el resto de los componentes de la Junta careca de experiencia en las tareas de gobierno. La mayora de ellos perteneca a la nobleza; haba varios juristas y tambin algunos eclesisticos. Aunque no puede establecerse entre ellos ninguna divisin ideolgica, en su mayor parte eran partidarios de las reformas para regenerar el pas. Esta actitud les granje no pocos ataques por parte de las oligarquas ms conservadoras y de las viejas instituciones del Antiguo Rgimen. Jovellanos se vio obligado a salir en su defensa mediante la publicacin de una Memoria en defensa de la Junta Central. Para resolver el problema de la coexistencia de esta Junta con las provinciales, se decret la reduccin de los componentes de estas ltimas y el cambio de su denominacin de Juntas Supremas por el de Juntas Provinciales de Observacin y Defensa. Asimismo se orden su subordinacin a la Junta Central, lo que provoc no pocas protestas por parte de estos organismos locales. En cuanto a las relaciones con las colonias de Amrica y Filipinas, que mostraron un apoyo entusiasta a la causa de la independencia espaola frente al dominio napolenico, la Junta emiti un decreto el 22 de enero de 1809, mediante el cual se invitaba a aquellos territorios a integrarse en ella mediante los correspondientes diputados. Aunque este gesto no podra materializarse debido a las dificultades de la distancia, s favoreci el hecho de que muchos criollos enviasen ayuda en dinero para la causa espaola. Gran Bretaa, a pesar de la rivalidad que haba mantenido con Espaa por el dominio del ocano, mostr tambin una favorable disposicin para ayudarla frente al dominio de Napolen, mediante el envo inmediato de hombres y dinero. Las relaciones diplomticas entre los dos pases se reforzaron por la firma, el 14 de enero de 1809, de un tratado entre el Secretario del Foreign Office, Canning, y el embajador espaol en la corte de San Jaime, Juan Ruiz de Apodaca. En su virtud, Gran Bretaa se comprometa a no reconocer otro soberano legtimo del trono espaol que Fernando VII o sus sucesores.

El camino hacia las CortesEn el seno de la Junta se formul la idea de reunir a las Cortes, no slo para coordinar la accin contra los franceses, sino para reformar polticamente al pas. Para pulsar la opinin de los espaoles, la Junta pidi su parecer a los jefes militares, a los obispos y a las altas autoridades de la nacin, en una solicitud datada el 22 de mayo de 1809. Sus respuestas, que abarcaban un gran nmero de cuestiones, forman en su conjunto una documentacin de excepcional importancia sobre la situacin real de Espaa en aquellos momentos. En cuanto a las Cortes, algunos de los encuestados opinaban que deban reunirse inmediatamente y otros, que deban dejarse para ms adelante. Sin embargo, la mayor parte opinaba lo primero, aunque slo fuese para obtener la legalidad de la que pensaban- carecan las Juntas. Otra cuestin era sobre qu iban a tratar las Cortes, y aqu tambin se manifestaron diversas opiniones: unos queran que se formase una regencia; otros que se nombrase un gobierno fuerte para que terminase la guerra; y otros, por fin, para que se llevase a cabo una poltica de reformas. Para Miguel Artola, que ha estudiado esta documentacin, "...existe una mayora en favor de limitar el absolutismo monrquico mediante el recurso a instituciones representativas y de poner fin al rgimen de privilegios que caracteriza la sociedad estamental". As pues, pareca claro el camino que deba llevar a la reunin de las Cortes y la finalidad para la que stas deban ser convocadas. La Junta Central tuvo que refugiarse en Sevilla desde diciembre de 1809, a raz de la contraofensiva napolenica que se inici despus de la derrota de los patriotas en Ocaa. De all march en la noche del 23 al 24 de enero a la isla de Len (San Fernando), donde sus miembros, cansados de las crticas y las derrotas, y hostigados por el avance francs, dimitieron y nombraron una regencia formada por cinco personas -Francisco Arias de Saavedra, el obispo de Orense, y los generales Castaos, Escao y Esteban Fernndez de Len, sustituido al poco tiempo por Miguel Lardizbal- a las que dejaron la responsabilidad de organizar la reunin de Cortes, que ella previamente haba convocado. Aunque la regencia no era muy partidaria de la reunin de Cortes, no tuvo ms remedio que ceder a las presiones que le llegaban de todas partes. A ella le corresponda la misin de determinar la forma en que deban reunirse y, ante la imposibilidad de hacerlo por estamentos, como a la antigua usanza, se decidi a hacerlo en un solo brazo. Tambin tuvo que resolver la regencia la difcil cuestin de la forma en que deban elegirse los diputados, pues la ocupacin de muchas ciudades por las tropas francesas impeda, o al menos, entorpeca esa eleccin. Como solucin, se decidi que se designaran suplentes entre los espaoles procedentes de aquellos territorios que hubiesen acudido a Cdiz para buscar refugio entre sus murallas. La ciudad de Cdiz era el lugar idneo para celebrar la reunin de Cortes. Desde un punto de vista geogrfico, la configuracin de Cdiz la haca prcticamente inexpugnable para un ejrcito que no dispusiese de una flota para completar el cerco por mar en una operacin de asedio. Rodeada por las aguas, la nica lengua de tierra que la una al resto de la Pennsula se hallaba defendida por unas esplndidas murallas que, paradjicamente, haban sido construidas en el siglo XVIII bajo la direccin del ingeniero militar francs Vauban. En efecto, el ejrcito de Napolen lleg hasta sus puertas, pero tuvo que limitarse a bombardear la ciudad desde el otro lado de la baha, ante la imposibilidad de romper sus defensas. As pues, durante los aos de la guerra y como deca el escrito de contestacin a otro del general Victor en el que ste exhortaba a los gaditanos a prestar obediencia a Jos Bonaparte, "La ciudad de Cdiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce a otro Rey que el Seor Don Fernando VII". Pero adems, haba otra circunstancia que haca de la ciudad de Cdiz el lugar ms adecuado para que las reformas de las Cortes se aprobasen all y no en otro lugar. Cdiz haba sido durante todo el siglo XVIII el puerto del monopolio del comercio entre Espaa y sus colonias de Amrica. Desde que dicho privilegio le fue concedido en 1717, Cdiz se haba ido convirtiendo en una gran ciudad portuaria, cuyo comercio alcanz un gran esplendor a lo largo de la centuria. Gran Emporio del Orbe, como la llam fray Jernimo de la Concepcin, se benefici, incluso, del decreto de Carlos III de 1778 que proclam la libertad de comercio entre la metrpoli y el Nuevo Mundo. De esta forma, Cdiz haba llegado a convertirse en una ciudad cosmopolita, en la que era habitual recibir buques de todas las banderas, y en la que sus habitantes estaban acostumbrados a tratar con gentes de toda procedencia y de muy diversa mentalidad. Ramn Sols puso de manifiesto en su estudio sobre el Cdiz de las Cortes el espritu democrtico que, a travs de las actividades de los Consulados extranjeros, tanto influy en las actividades de los gaditanos. No cabe duda de que este ambiente favoreci la reunin de las Cortes y que stas tomasen un sesgo claramente reformista.

Los diputadosEn realidad, las Cortes inauguraron sus sesiones, no en Cdiz, sino en la isla de Len, en un teatro que fue especialmente adaptado para aquella ocasin, y que desde entonces denomin Teatro de las Cortes. Quienes fueron los diputados que asistieron a aquellas sesiones? No resulta fcil determinar, ni el nmero, ni el perfil social, ni siquiera la ideologa de los representantes que en algn momento, a lo largo de los tres aos en que las Cortes estuvieron reunidas, ocuparon un asiento en sus sesiones. En un principio puede llamarnos la atencin el hecho de que los hombres que emprendieron la tarea de transformar de modo radical -aunque por el momento fuese slo en teora- la estructura social, econmica, poltica e institucional del pas, fueran tan poco numerosos. La sesin inicial slo pudo contar con la presencia de 95 diputados, de los que ms de la mitad eran suplentes. Este nmero fue aumentando, de tal manera que la Constitucin, aprobada el 19 de febrero de 1812, llevaba ya 184 firmas; y el acta de disolucin, de fecha 14 de septiembre de 1813, estaba firmada por 223 diputados. No obstante, la cifra terica de 240 diputados (uno por cada 50.000 habitantes) nunca lleg a completarse. De estos diputados, no todos fueron titulares, aunque Ramn Sols quita importancia a los suplentes, pues afirma que su nmero fue muy reducido -sin duda mucho ms en las ltimas sesiones que en las primeras- aunque entre ellos estaban algunos de los liberales ms destacados. Como afirma F. Surez, hasta que no se estudien a fondo las actas de las sesiones y las sustituciones, incorporaciones y anomalas que se registraron entre los diputados a estas Cortes extraordinarias y generales, no podremos conocer con certeza quines eran todos y cada uno de aquellos representantes. Por esa razn, resulta muy complicado establecer una clasificacin de los diputados por categoras socio-profesionales. Melchor Fernndez Almagro intent realizar un estudio en este sentido y Ramn Sols le dedic tambin a esta cuestin unas pginas en su libro. Sin embargo, los resultados que ofrecen uno y otro no son del todo coincidentes. A pesar de ello, se pueden extraer algunas notables conclusiones del esfuerzo de los dos historiadores. En primer lugar, es de destacar el elevado nmero de eclesisticos existentes entre los diputados, pues representaban aproximadamente un tercio del total. Es decir, es una representacin similar a la que tenan derecho a ejercer en las Cortes del Antiguo Rgimen. Les siguen en nmero los abogados, quienes segn Sols, representaban un 18 por 100 de la totalidad. El resto estaba formado por militares, funcionarios, algunos nobles y unos pocos comerciantes. Brillan por su ausencia los artesanos, los trabajadores de la industria y, sobre todo, los campesinos. En definitiva, parece que fueron las clases medias urbanas las principales protagonistas de las Cortes de Cdiz. Atendiendo a la actitud que estos diputados mantuvieron a lo largo de las sesiones, es posible tambin realizar una clasificacin ideolgica. Federico Surez propuso una divisin tripartita, en la que los innovadores seran los partidarios de las reformas radicales; los renovadores representaran la defensa de unas ciertas reformas moderadas y basadas siempre en la tradicin; y por ltimo, los conservadores, un grupo de inmovilistas que no deseaban en absoluto ningn tipo de reformas. Sin embargo, la divisin ms simple y de mayor aceptacin para clasificar ideolgicamente a los diputados es la que los divide en absolutistas -enemigos de las reformas- y liberales, partidarios de los cambios radicales. Claro es que pensar que cada uno de estos grupos estaba ntidamente definido y que tena un programa perfectamente elaborado y que, adems, actuaba pensando en intereses de partido, es algo absurdo por anacrnico. Lo que s se puede es, a travs de sus discursos y de sus intervenciones en los debates, detectar en los liberales una serie de ideas de clara influencia de los pensadores polticos franceses, como Rousseau y Montesquieu, entre otros, y de los filsofos ingleses, como John Locke. Con todo, en los lderes que pronto destacaron en las discusiones, contaba ms su personalidad que la doctrina que alimentaba sus discursos. La elocuencia y la retrica jugaron un papel esencial en sus intervenciones. El divino Argelles, el poeta Quintana, Calatrava, o Muoz Torrero, tenan tanto en consideracin la belleza de sus discursos como la trascendencia de sus propsitos. En este sentido, cabe achacarle a los diputados liberales la propuesta de unas soluciones tan abstractas, que pecan de vaciedad. El sacerdote sevillano Blanco White, emigrado a Londres y de una actitud crtica hacia los legisladores gaditanos, denunci su obra "...porque han querido hacerlo todo por un sistema abstracto". No obstante, la tarea que llevaron a cabo estos diputados durante la reunin de las Cortes en Cdiz fue inmensa. En total, se celebraron 1.810 sesiones, de las cuales, 332 tuvieron lugar en la isla de Len y 1.478 en el Oratorio de San Felipe Neri, en Cdiz, a donde tuvieron que trasladarse las Cortes a causa del avance de los franceses y una vez que haba pasado el peligro de la epidemia de fiebre amarilla que haba impedido su celebracin all desde la primera hora. Sin embargo, no toda la labor de las Cortes consisti en la aprobacin de reformas. De los 409 decretos expedidos, slo un centenar contienen disposiciones de reforma poltica, social, econmica o administrativa; el resto son decisiones de trmite, o de administracin normal para un pas que continuaba en guerra. En un estudio realizado por Jos Luis Comellas sobre el proceso reformador de las Cortes, se adverta la existencia de tres etapas a lo largo de los tres aos que duraron las reuniones. Es como si se hubiese establecido un cierto orden a la hora de afrontar las cuestiones que haba que tratar y reformar en el curso de las sesiones. En la primera de esas etapas, que abarca desde septiembre de 1810 hasta junio de 1812, predominan las reformas de carcter poltico; en la segunda, desde julio de 1812 hasta mayo de 1813, hay un predominio de las reformas de carcter social; y por ltimo, las reformas econmicas tienen lugar en su mayor parte entre abril y septiembre de 1813.

La Constitucin de 1812En las primeras sesiones, los debates se centraron sobre las grandes cuestiones de principio, y en ellas, los liberales mostraron ya sus dotes dialcticas y su habilidad para sostener sus argumentos favorables al cambio. Se discuti sobre la soberana nacional y Muoz Torrero propuso que, al no estar presente el rey, la soberana haba que delegarla en alguien. Nadie mejor que las Cortes, que reuna a los representantes de la nacin, para asumir aquella delegacin. Esta escisin llev a la cuestin de la separacin de poderes. El argumento era que si la soberana resida en un grupo numeroso de personas, como era el caso de las Cortes, era necesario que stas abdicasen del poder ejecutivo y del judicial, para dedicarse slo a a ejercer el poder legislativo. Pero el debate poltico ms intenso que tuvo lugar en los primeros das, exactamente entre el 14 de octubre y el 10 de noviembre de 1810, y que a juicio de J. Fontana comenz a sealar las diferencias entre progresistas y reaccionarios, fue el de la libertad de imprenta. El decreto era importante porque permitira ir preparando ideolgicamente a la opinin para los cambios que los liberales se disponan a hacer aprobar. Una comisin formada, entre otros por Muoz Torrero, Argelles, Prez de Castro y Juan Nicasio Gallego, redact un proyecto de decreto. Por primera vez, los conservadores presentaron una resistencia seria. Sin embargo, la elocuencia de Muoz Torrero, que se eriga en el portavoz ms contundente de los reformistas, consigui desactivar todas las resistencias hasta hacer aprobar el decreto. En su virtud "...todos los cuerpos y personas particulares, de cualquier condicin y estado que sean, tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas polticas". Sin duda, la decisin ms importante de carcter poltico que tomaron las Cortes de Cdiz fue la aprobacin de una Constitucin. El proyecto comenz a discutirse a comienzos de marzo de 1811 en el seno de una comisin nombrada al efecto y presidida por Muoz Torrero y de la que formaban parte tres diputados americanos y diez peninsulares. Sin embargo, la cuestin ya se haba planteado a los pocos das de la apertura de las Cortes. El diputado Meja Lequerica haba tenido una intervencin en la que rememor el juramento del Juego de Pelota de la Asamblea Nacional francesa de 1789 y propuso que los diputados no se separasen sin haber hecho una Constitucin. En la comisin fue incluido Antonio Ranz Romanillos, un antiguo colaboracionista con la monarqua de Jos Bonaparte, que haba asistido a la Asamblea de Bayona y haba intervenido en la aprobacin de la Constitucin de 1808. Renegando de su pasado reciente, Ranz Romanillos, no slo fue aceptado en las Cortes, sino que fue a l a quien se le encarg la redaccin de un primer proyecto de Constitucin. Tambin figuraban en la comisin algunos absolutistas, como Gutirrez de la Huerta y Valiente, que intentaron dilatar la elaboracin del texto. Una vez elaborado el proyecto de Constitucin, ste pas a las Cortes para su discusin en agosto de 1811. Los debates fueron intensos, pero finalmente se dio por aprobado el texto en marzo de 1812 y la Constitucin fue proclamada solemnemente el da 19 de dicho mes, por ser el aniversario de la subida al trono del rey Fernando VII. Constaba de 384 artculos divididos en diez ttulos, lo que le daba un cierto carcter de declogo o documento fundamental del liberalismo espaol. En efecto, desde el momento de su promulgacin, la Constitucin del 12 -La Pepa, como se le bautiz popularmente por la fecha en que fue proclamada- se convirti en una especie de smbolo que ha permanecido vivo a lo largo de la historia constitucional espaola. Y sin embargo, su vigencia fue muy breve, pues en 1814 fue suprimida. Proclamada de nuevo a raz del triunfo de la Revolucin liberal de 1820, fue abolida otra vez en 1823 cuando, con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, Fernando VII fue restaurado por segunda vez en la plenitud de su soberana. Por ltimo, estuvo en vigor durante unas semanas en 1836, como consecuencia de un pintoresco episodio conocido en la historiografa como La sargentada de La Granja. El carcter efmero de la Constitucin de 1812 viene determinado por su racionalismo utopista y por su excesivo teorismo. En trminos de teora constitucional puede considerrsela como una constitucin rgida y cerrada, que no deja ningn resquicio a la legislacin posterior, pues sus autores la creyeron tan perfecta que pensaron que no sera necesario en el futuro ninguna alteracin del texto ni ninguna modificacin de ninguno de sus trminos. En realidad, este importante documento presenta una extraordinaria homogeneidad y una indudable redondez. El simple enunciado de sus diez ttulos da idea de la amplitud de los aspectos que toca. El ttulo I trata sobre la Nacin espaola; el II sobre el territorio de Espaa y los ciudadanos; el III, el ms largo de todos, sobre Las Cortes; el IV sobre el Rey; el V sobre los Tribunales de Justicia; el VI sobre el Gobierno; el VII sobre las contribuciones; el VIII sobre la Fuerza Militar; el IX sobre la Instruccin Pblica: y el X sobre la observancia de la Constitucin. Entre lo ms destacable del texto cabe mencionar la definicin de la nacin como la reunin de una serie de personas, lo que denota una clara influencia roussoniana. Declara como nica religin de los espaoles la "Catlica, apostlica, romana, nica verdadera, con excepcin de cualquier otra". Establece un sistema monrquico parlamentario en el que el poder legislativo reside en una sola cmara, y regula con absoluta precisin y con todo lujo de detalles la forma en la que deben llevarse a cabo las elecciones de diputados por sufragio universal indirecto. Se establece tambin la independencia de los tribunales de justicia, y en cuanto a la administracin en general, queda claramente de manifiesto el centralismo que caracterizar al sistema liberal. No era slo la adhesin ideolgica, puesto que para la mayor parte de los espaoles aquellas novedades les resultaban, cuando menos, incomprensibles, sino el entusiasmo y la emocin del momento, lo que hizo que la Constitucin se hiciese pronto popular. Si hasta aquel momento los prembulos de los decretos haban sido muy largos, como si hubiese sido necesario justificar sobradamente las reformas, a partir de la aprobacin de la Constitucin, esos prembulos fueron significativamente ms breves porque la seguridad de los reformistas era mayor y no se requeran tantas justificaciones. Las reformas administrativas que se aprobaron a continuacin no plantearon ninguna dificultad. El 6 de abril se modificaron y especificaron las funciones de las Secretaras de Despacho. El 17 de abril se suprimieron los Consejos, excepto el de Estado, que quedaba formado por cuatro prelados, cuatro grandes y treinta y dos miembros del estado llano. De ese mismo da era el decreto por el que se creaba el Supremo Tribunal de Justicia, y el 23 de mayo siguiente se regulaba la formacin de los ayuntamientos y diputaciones.

Las reformas socialesLas Cortes de Cdiz emprendieron la tarea de configurar una nueva sociedad basada en la interpretacin individualista de los principios tericos de libertad, igualdad y propiedad, considerados como eje fundamental de las relaciones sociales. Esa nueva organizacin de la sociedad estaba fundamentada, segn Artola, en: 1) una concepcin antropolgica segn la cual el comportamiento de todos los hombres est determinado por la bsqueda de la felicidad; y 2) la identificacin de la felicidad con la riqueza. As, las Cortes tienden a configurar una sociedad tericamente igualitaria, pero que en la prctica deriva hacia una nivelacin de tipo econmico, pues es la posesin de riqueza y no la sangre, como en el Antiguo Rgimen, lo que va a determinar el lugar que cada uno ocupe en la sociedad. Los historiadores Palacio Atard y Garca Pelayo creen que este