Historia de la Conquista y población de la provincia de Venezuela

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  • TOMS ELOY MARTNEZ

    (Tucumn, Argentina, 1934). Novelista,

    periodista, crtico y profesor universitario,

    director del Programa de Estudios

    Latinoamericanos de Rutgers University

    (New Jersey). Doctor Honoris Causa de

    universidades de Estados Unidos y Amrica

    Latina. Ha escrito ms de una docena de

    libros, traducidos a treinta lenguas, entre

    ellos: Lugar comn la muerte (1979, 1998),

    La novela de Pern (1985), Santa Evita (1995),

    El vuelo de la reina (Premio Internacional

    Alfaguara de Novela, 2002) y el Cantor

    de tangos (2004).

    SUSANA ROTKER

    (Caracas, 1954 - New Jersey, 2000). Crtica,

    ensayista. Se doctor en la Universidad

    de Maryland. Profesora en las universidades

    de Buenos Aires y Rutgers donde dirigi

    el Centro de Estudios Hemisfricos.

    Public: Cautivas. Olvidos y memoria de

    la Argentina (1999), Los transgresores (1991),

    Fundacin de una escritura: las crnicas

    de Jos Mart (1992), libro con el que en 1991

    obtuvo el Premio Casa de las Amricas,

    Ciudadanas del miedo (2000).

    Portada: detalle del Mapa de Venezuela. John Ogilby(1600-1676), editado en Londres (1671).Buril, iluminado a mano, 28,5 x 35,5 cm.

    LA HISTORIA de Oviedo y Baos funda lo que habr de ser Venezuela: describe lospillajes, el desamor y el olvido que seguirn estimulando la reflexin de los historiadoressociales contemporneos, exalta la importancia de la escritura como ordenadora de lamemoria por sobre el efmero peso de toda oralidad, y establece con tanto celo loslmites fsicos de la regin, que hasta cuando narra la bsqueda de El Dorado (que enAmrica fue como un mapa de nervaduras infinitas, sembrado de afluentes y falsospasos), se detiene en los umbrales del nuevo reino del Mal-Pas o de las infranquea-bles serranas del sur: a las puertas mismas de lo que no ser Venezuela.

    Olvidar la historia es, para Oviedo, establecer o elegir la propia desdicha. Tal comoR.G. Collingwood advertir dos siglos ms tarde en su Idea of History, Oviedo decideque lo que no se escribe no existe histricamente; que slo la escritura puede salvar a lahistoria. Ya en la primera pgina del relato apunta que el olvido es una fatalidad comnen este hemisferio, y que no puede haber identidad all donde no hay recuerdo. []

    La historia y el mito operan de un mismo modo en estos textos: explican la natu-raleza de la fundacin nacional a travs de un recuento de hechos que no necesitan serprobados. Los mitos presentan historias extraordinarias y no tratan de demostrarlas ojustificarlas: su lenguaje est ms orientado hacia lo autoritario que hacia el logos(porque la validez o verdad del logos est siempre sujeta a cuestionamientos). Elmandato de Oviedo es construir un relato creble y, por lo tanto, no le es posiblemitificar abiertamente. Pero an as, se vale de prejuicios y modos que no son sino cons-trucciones culturales: lo hace de manera inconsciente, y acaso no podra soslayar esasconstrucciones, puesto que, como autor, participa inevitablemente del imaginariocolectivo de su poca.

    Susana Rotker - Toms Eloy Martnez

    Coleccin Clsica

    JOS DE OVIEDO Y BAOS

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    BIBLIOTECA AYACUCHO

    JOS DE OVIEDO Y BAOS

    HISTORIA DE LACONQUISTA Y POBLACIN

    DE LA PROVINCIADE VENEZUELA

    BIBLIOTECA AYACUCHO es una delas experiencias editoriales ms importantes

    de la cultura latinoamericana nacidas en el siglo XX. Creada en 1974, en el momentodel auge de una literatura innovadora yexitosa, ha estado llamando constantemente la atencin acerca de la necesidad de entablarun contacto dinmico entre lo contemporneoy el pasado a fin de revalorarlo crticamentedesde la perspectiva de nuestros das. El resultado ha sido una nueva forma deenciclopedia que hemos llamado ColeccinClsica, la cual mantiene vivo el legadocultural de nuestro continente entendidocomo conjunto apto para la transformacinsocial y cultural. Sus ediciones, algunasanotadas, con prlogos confiadosa especialistas, y los apoyos de cronologas y bibliografas bsicas sirven para que los autores clsicos, desde los tiemposprecolombinos hasta el presente, estn demanera permanente al servicio de las nuevasgeneraciones de lectores y especialistasen las diversas temticas latinoamericanas, a fin de proporcionar los fundamentos de nuestra integracin cultural.

  • TOMS ELOY MARTNEZ

    (Tucumn, Argentina, 1934). Novelista,

    periodista, crtico y profesor universitario,

    director del Programa de Estudios

    Latinoamericanos de Rutgers University

    (New Jersey). Doctor Honoris Causa de

    universidades de Estados Unidos y Amrica

    Latina. Ha escrito ms de una docena de

    libros, traducidos a treinta lenguas, entre

    ellos: Lugar comn la muerte (1979, 1998),

    La novela de Pern (1985), Santa Evita (1995),

    El vuelo de la reina (Premio Internacional

    Alfaguara de Novela, 2002) y el Cantor

    de tangos (2004).

    SUSANA ROTKER

    (Caracas, 1954 - New Jersey, 2000). Crtica,

    ensayista. Se doctor en la Universidad

    de Maryland. Profesora en las universidades

    de Buenos Aires y Rutgers donde dirigi

    el Centro de Estudios Hemisfricos.

    Public: Cautivas. Olvidos y memoria de

    la Argentina (1999), Los transgresores (1991),

    Fundacin de una escritura: las crnicas

    de Jos Mart (1992), libro con el que en 1991

    obtuvo el Premio Casa de las Amricas,

    Ciudadanas del miedo (2000).

    Portada:detalle del Mapa de Venezuela. John Ogilby(1600-1676), editado en Londres (1671).Buril, iluminado a mano, 28,5 x 35,5 cm.

    LAHISTORIA de Oviedo y Baos funda lo que habr de ser Venezuela: describe lospillajes, eldesamoryelolvidoqueseguirnestimulando la reflexinde loshistoriadoressociales contemporneos, exalta la importancia de la escritura como ordenadora de lamemoria por sobre el efmero peso de toda oralidad, y establece con tanto celo loslmites fsicos de la regin, que hasta cuando narra la bsqueda de ElDorado (que enAmrica fue como un mapa de nervaduras infinitas, sembrado de afluentes y falsospasos), se detiene en los umbrales del nuevo reino delMal-Pas o de las infranquea-bles serranas del sur: a las puertasmismas de lo que no serVenezuela.Olvidar lahistoria es, paraOviedo, estableceroelegir lapropiadesdicha.Tal como

    R.G. Collingwood advertir dos siglosms tarde en su Idea of History, Oviedo decideque loqueno se escribeno existe histricamente; que slo la escriturapuede salvar a lahistoria.Yaenlaprimerapginadelrelatoapuntaqueelolvidoesunafatalidadcomnen este hemisferio, y que no puede haber identidad all donde no hay recuerdo. []La historia y el mito operan de unmismomodo en estos textos: explican la natu-

    raleza de la fundacin nacional a travs de un recuento de hechos que nonecesitan serprobados. Los mitos presentan historias extraordinarias y no tratan de demostrarlas ojustificarlas: su lenguaje est ms orientado hacia lo autoritario que hacia el logos(porque la validez o verdad del logos est siempre sujeta a cuestionamientos). Elmandato de Oviedo es construir un relato creble y, por lo tanto, no le es posiblemitificarabiertamente.Peroanas, sevaledeprejuiciosymodosquenosonsinocons-trucciones culturales: lo hace de manera inconsciente, y acaso no podra soslayar esasconstrucciones, puesto que, como autor, participa inevitablemente del imaginariocolectivo de su poca.

    Susana Rotker - Toms Eloy Martnez

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    Jos de Oviedo y Baos

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    BIBLIOTECA AYACUCHO

    BIBLIOTECA AYACUCHO es una delas experiencias editoriales ms importantesde la cultura latinoamericana nacidas enel siglo XX. Creada en 1974, en el momentodel auge de una literatura innovadora yexitosa, ha estado llamando constantementela atencin acerca de la necesidad de entablarun contacto dinmico entre lo contemporneoy el pasado a fin de revalorarlo crticamentedesde la perspectiva de nuestros das.El resultado ha sido una nueva forma deenciclopedia que hemos llamado ColeccinClsica, la cual mantiene vivo el legadocultural de nuestro continente entendidocomo conjunto apto para la transformacinsocial y cultural. Sus ediciones, algunasanotadas, con prlogos confiadosa especialistas, y los apoyos de cronologasy bibliografas bsicas sirven para quelos autores clsicos, desde los tiemposprecolombinos hasta el presente, estn demanera permanente al servicio de las nuevasgeneraciones de lectores y especialistasen las diversas temticas latinoamericanas,a fin de proporcionar los fundamentosde nuestra integracin cultural.

    Jos de Oviedo y Baos

    HISTORIA DE LACONQUISTA Y POBLACIN

    DE LA PROVINCIADE VENEZUELA

  • HISTORIA DE LA CONQUISTAY POBLACIN DE LA

    PROVINCIA DE VENEZUELA

  • EDICIN

    Toms Eloy Martnez

    PRLOGO

    Toms Eloy Martnez y Susana Rotker

    NOTAS

    Alicia Ros

    CRONOLOGA

    Toms Eloy Martnez

    BIBLIOGRAFA

    Toms Eloy Martnez y Alicia Ros

    Jos de Oviedo y Baos

    HISTORIA DE LA CONQUISTAY POBLACIN DE LA

    PROVINCIA DE VENEZUELA175

  • CONSEJO DIRECTIVO

    Humberto MataPresidente (E)

    Luis Britto GarcaFreddy Castillo Castellanos

    Luis Alberto CrespoGustavo Pereira

    Manuel Quintana Castillo

    Primera edicin Biblioteca Ayacucho: 1992Segunda edicin: 2004

    Derechos exclusivos de esta edicin Fundacin Biblioteca Ayacucho, 2004

    Coleccin Clsica, No 175Hecho Depsito de Ley

    Depsito Legal lf 50120049003220 (rstica)Depsito Legal lf 50120049003219 (empastada)

    ISBN 980-276-376-4 (rstica)ISBN 980-276-377-2 (empastada)

    Apartado Postal 14413Caracas - Venezuela - 1010

    www.bibliotecaayacucho.com

    Direccin Editorial: Julio BolvarJefa Departamento Editorial: Clara Rey de Guido

    Asistencia Editorial: Gladys Garca RieraJefa Departamento Produccin: Elizabeth Coronado

    Asistencia de Produccin: Henry ArrayagoCorreccin: Antonio Bastardo Casaas y Silvia Dioverti

    Concepto Grfico de Coleccin: Juan FresnDiseo de Coleccin: Pedro Mancilla

    Diagramacin: Luisa SilvaFotolito Electrnico: Desarrollos Compumedia

    Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela

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    IX

    OVIEDO Y BAOS: LA FUNDACIN LITERARIADE LA NACIONALIDAD VENEZOLANA

    DNDE encontrar los lmites de este libro, que se postula a s mismocomo una domesticacin del tiempo y cuyas pginas, sin embargo, van re-velando una infatigable cacera del espacio, una desesperada voluntad pormarcar como algo diferente el espacio americano donde esta Historia seescribe? Acaso ser posible encontrar esos lmites en lo que se entendacomo historia durante la poca de produccin del texto (circa 1705-1723)? O habr que buscarlos ms bien en esa otra zona imprecisa dondehistoria y fbula se juntan para reconstruir una realidad y para imponer aesa realidad un lenguaje reconocible? Lo que parece evidente es que Josde Oviedo y Baos crea una historia; es decir, teje sobre los bastidores delos documentos un pasado que slo a travs de su escritura existe. Y a me-dida que escribe el pasado, crea tambin un mundo. Lo que procura condenuedo es que ese mundo (el Nuevo Mundo) se inserte dentro de unacultura ajena: la europea, la cultura del mundo vlido. Lo que le impor-ta, en fin, es que su escritura dote de lenguaje a un espacio en el que todavano hay lenguaje.

    Para abarcar la estatura de esa operacin ambiciosa hay que entenderprimero el tiempo en el que la operacin se ejecuta, el extrao movimientodel tiempo que convierte a Oviedo y Baos, hombre del siglo XVII, en unprecursor de los discursos fundacionales de la Independencia.

    Qu significaba el tiempo entonces? Y cules eran los sutiles vncu-los o desentendimientos entre tiempo y espacio? Fernand Braudel diceque el hombre del siglo XVI (el mismo hombre narrado por Oviedo y Ba-os) no haba domesticado al tiempo. Las distancias eran tales que los

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    movimientos del tiempo dependan del azar, de un golpe de viento en elmar, de una lluvia sbita en el camino. Esta incertidumbre en las veloci-dades indica cmo el hombre no era dueo de las distancias. Desde el pun-to de vista humano, el espacio no tena una sola extensin: haba diez, cienmedidas distintas, y nadie estaba seguro de antemano de los retrasos conque tropezara al avanzar, al desplazarse, al obrar o querer obrar1. El pro-pio Braudel apunta que, ...de hecho, los hombres estaban resignados atodas las lentitudes2.

    Para cazar el espacio e imponerle un cerco, para organizar el espaciodesconocido su espacio, el territorio que demarcar con el celo de ungato, Oviedo y Baos decide re-aprender esa lentitud. El examen de losdocumentos y la escritura misma de su Historia adoptan la parsimonia, eltanteo de los personajes. Oviedo convierte la lentitud en un estilo, y paraque a nadie se le escape ese rasgo, ve dos veces cada elemento de la reali-dad, a todo impone dos atributos, describe las acciones en parejas, les di-buja una doble lnea de fuga. El lector no tiene otro remedio que detenerseante signos que jams son uno. Y este prlogo, para no ser infiel a ese dibu-jo, har lo mismo: volver una y otra vez sobre las parejas y los dobles deltexto.

    El Descubrimiento, el paisaje, las desdichas, todo es alcanzado por undoble atributo: Descubierto este nuevo mundo por el Almirante D. Cris-tbal Coln [...] para inmortal gloria de la nacin espaola y envidiosa emu-lacin de las extraas, escribe Oviedo en la pgina 23. Y luego: los que na-cieron en Trujillo ...ni saben lo que es litigio, ni conocen la discordia [p.183]*. Cuando Villegas y Losada salen de Coro, ambos al mando de la mis-ma escuadra, todo los une y los separa: el poder, la voluntad de emulacin,los sentimientos secretos. La enemistad que conciben les dura la vidaentera y extiende la discordia entre sus amigos: ...como por haber procu-

    1. Fernand Braudel. El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Felipe II, Ma-rio Monteforte Toledo, Wenceslao Roces y Vicente Simn, trads. Mxico: Fondo de Cul-tura Econmica, 2a ed., 1976, tomo I, p. 476.

    2. Ibidem, p. 486.

    * Todas las citas de Historia de la conquista y poblacin de la provincia de Venezuela corres-ponden a la presente edicin.

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    rado cada uno de los dos abatir por todos medios la parte de su contrario [p.117, cursivas agregadas]. Y as, a cada paso.

    La realidad es pasible de dos lecturas; el tiempo y el espacio tambin.Las conquistas del hombre, avanzando por ese laberinto, se valorizan. Lalentitud lo impregna todo, porque Oviedo y Baos narra como si estuvieseinmerso en un gran plano inmvil, simultneo, abigarrado y repetido, enel que las desgracias, estratagemas y victorias son en esencia las mismas: unplano donde las ciudades deben ser fundadas muchas veces para acceder alo real, y donde la Tierra Prometida, el Paraso, jams se alcanza, aun cuan-do est a la vista. Es lo que sucede con Alfinger, con Spira, con Fedreman:la infinita postergacin de la conquista de El Dorado, en lo que parecierauna inslita prefiguracin de las pesadillas de Kafka.

    1. Lo otro y lo propio: dos culturas en pugna

    Es un hecho conocido que, an trescientos aos despus del Descubri-miento, a casi nadie le interesaba en Occidente reflexionar sobre lo querepresentaba Amrica para el gnero humano3.

    La conviccin contempornea de que el Descubrimiento modific demodo definitivo la civilizacin europea, introducindola de pleno en lamodernidad y la secularizacin, es una mera interpretacin retrospectiva.Nadie entendi as los hechos en el momento en que sucedan. Como losprocesos geolgicos, los hallazgos de nuevas tierras y la colonizacin fue-ron produciendo fracturas profundas pero lentsimas en la conciencia cul-tural de los imperios que regan el mundo conocido. Las ordenadasjerarquas del Medioevo no haban preparado a los hombres para en-frentarse con culturas inimaginadas y en las que, sobre todo, haba otros

    3. Cf. J.H. Elliot. El Viejo Mundo y el Nuevo 1492-1650, Rafael Snchez Montero, trad.Madrid: Alianza, 1984, pp. 13-14. Elliot recuerda all un concurso de ensayos convocadopor la Academia Francesa, a fines del siglo XVIII, para evaluar la utilidad o perjuicio delDescubrimiento. El nivel de los trabajos fue tan pobre que no se concedi premio alguno.Para la definicin de naturalizacin, ver Jonathan Culler, La potica estructuralista. Elestructuralismo, la lingstica y el estudio de la literatura. Carlos Manzano, trad. Barcelona:Anagrama, 1978, p. 226.

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    XII

    dioses y formas impensadas de relacionarse con ellos. Y an el Renacimien-to no saba cmo asimilar este choque con la Otredad. En una sociedad tanavanzada como la isabelina, donde las teoras de Coprnico se difundan atravs de manuales populares, la mayora de los hombres cultos segua pen-sando que el universo era geocntrico.

    Esa dificultad extrema para entender lo Otro impregna todos lostextos que darn origen a las literaturas latinoamericanas, al menos hastalas primeras victorias independentistas. La extraeza est siempre all,como referencia y como pauta, an en obras que se escriben desde la mira-da del diferente. Acaso los Comentarios reales del Inca Garcilaso de laVega, la Nueva cornica y buen gobierno de Felipe Guamn Poma de Ayalay la Historia de la nacin chichimeca de Fernando de Alva Ixtlilxochitl porcitar slo tres clsicos no son laboriosos, conmovedores intentos paraexponer ante el Imperio la historia y las razones del Otro?

    Consideremos primero la gran marea de los textos escritos por espa-oles, en los que estn marcadas la cultura y los lmites del mundo conoci-do. Esos textos imponen preceptivas a las que nadie se sustrae. Todos losprimeros espaoles de Amrica escriben sus crnicas e historias deacuerdo con esas marcas; es decir, repiten, miman, se pliegan a la escriturade Espaa. Y no slo se pliegan a las rdenes retricas; tambin a las ca-dencias, al lenguaje, a lo que podramos llamar el estilo de los textos queesa retrica haba producido en Espaa. Adems de preceptistas comoJuan Luis Vives y Antonio de Herrera, el modelo mayor fue, ciertamente,la Historia (1601) de Juan de Mariana, pero tambin la ms remota Terceracrnica general (1541) de Florin de Ocampo y an retratos biogrficoscomo la Crnica de don lvaro de Luna (atribuida a Gonzalo Chacn,quien muri en 1517) o la magistral Generaciones y semblanzas (circa 1450)de Fernn Prez de Guzmn. Los ecos de las Generaciones persistirn enHernn Corts, en Lpez de Gmara, en Cieza de Len y hasta en dos delos primeros aunque tmidos, encubiertos transgresores de esa corrienteretrica: Alvar Nez Cabeza de Vaca y Bernal Daz del Castillo.

    Aquellas copias americanas ya arrastraban, sin duda, el germen de latransculturacin: entre lneas se lee o se vislumbra el choque de las dosculturas. No poda ser menos. Los signos de experiencias que eran nuevas

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    XIII

    o de una educacin recibida en ciudades inmersas dentro de una naturale-za casi desconocida se infiltraban, por fuerza, en la escritura. Se trataba decopias que ya estaban mostrando desplazamientos con relacin al eje origi-nal, aunque no fuera esa la voluntad de los autores. Amrica era una granpgina en blanco que deba ser escrita y descripta por primera vez. Y nohubo casi norma retrica que sobreviviese a la travesa del ocano o a lasviolencias de la nueva realidad. Sin embargo, nadie o casi nadie lo sentaas. Los cronistas de Indias, los historiadores, los poetas lricos, los panfle-tistas, los moralistas y los autores de epopeyas que escriban en las colonias,se asuman como espaoles, escriban o crean hacerlo como espaoles,publicaban sus obras en Espaa.

    Y, sin embargo, a pesar de que Espaa confiri, desde el principio, es-tatuto de provincias a las nuevas tierras (un estatuto poltico que las incor-poraba como extensiones del territorio metropolitano y no una frmulameramente comercial), ni el rey ni los hombres ms ilustrados del Imperiosupieron evaluar las consecuencias de la Conquista. As, mientras Amricase vea a s misma como parte activa del Imperio, Espaa segua erigiendopoemas picos a las glorias de sus soldados en Italia y frica. La extraordi-naria materia que brindaba la aventura de sus hombres en las Indias eradespreciada o ignorada. Hasta que Lope de Vega formul un primer inten-to de comprensin en la comedia El Nuevo Mundo descubierto por Crist-bal Coln (1599), las hazaas de la Conquista no tuvieron cabida en los tex-tos espaoles de imaginacin.

    Los primeros cronistas e historiadores de Indias debieron sentir elpeso de ese desdn. A partir del sentimiento de rechazo, de la necesidad deabrir un espacio y ser odo, se comenz a conformar otra esttica. Observa-da desde esa perspectiva, no es ya tan clara la afirmacin de que Europainvent a Amrica a su imagen y semejanza, llenando con su realidad losinmensos espacios vacos4. Porque, si bien es cierto que el asombro de los

    4. Edmundo OGorman, en La invencin de Amrica. El universalismo de la cultura deOccidente (Mxico-Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmica, 1958), expone las si-guientes ideas:

    Heredera y albacea de la tradicin grecolatina [la cultura europea], poseedora de laverdad revelada del cristianismo ms tarde transmitida en la verdad del racionalismo

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    XIV

    primeros cronistas los indujo a describir ruiseores donde no los haba(como los amarillos y rubes que Gonzlez de Oviedo exalta en su Historiageneral y natural de las Indias, declarando superiores ...a todos los que enEspaa e Italia y en otros reinos y provincias muchas yo he visto); si bienlos pintores y grabadores, obedientes a las convenciones renacentistas, atri-buyeron a los indgenas americanos la musculatura de los dioses clsicos,es tambin verdad que, para ajustarse de algn modo a la nueva realidad,para que Amrica pudiera introducirse en el imaginario europeo, los cro-nistas y los historiadores tuvieron que revelar que la naturaleza conocidaestaba sujeta, en Amrica, a una inesperada metamorfosis. Si alguna ima-gen tuvo por fin Europa del Nuevo Mundo no fue exactamente la imagenque ella haba soado o inventado: fue la que construyeron, de modointeresado, los viajeros y los colonizadores. Entre todos tejieron versionesy discursos que tendan a ir abriendo brechas en la ignorancia y la indife-rencia de la cultura espaola.

    inmanentista, esa cultura se ha venido explicando a s misma como la entelequia deldevenir histrico, representante y encarnacin de la historia universal y por consi-guiente el foco de donde irradia la significacin de ese devenir, la dispensadora delser de todas las otras culturas (p. 87)....Amrica, identificada por algn signo de la barbarie o por el cuerno de la abundan-cia cuyos productos pone al pie del trono de la soberana, no muestra sino su desnu-dez que indica su ser natural vaco de toda significacin, una muda promesa, una meraposibilidad en el orden de la cultura (p. 88).

    De las dos afirmaciones anteriores se desprende que:

    ...Amrica fue concebida por Europa a su imagen y semejanza, y en circunstancia tanradical estriba la significacin de eso que hemos querido llamar la invencin de Am-rica (p. 88).La peculiar concepcin del ser americano aclara tambin la razn por la cual el euro-peo hubo de estimar a las culturas autctonas bajo el signo de negatividad histrica,independientemente de la repulsin o admiracin que despertaron. Automticamen-te quedaban situadas al margen de la historia universal, porque carecan de significa-cin propia dentro de su mbito al no quedar incluidas como elemento constitutivodel ser de Nuevo Mundo, de modo que hasta sus ms acalorados defensores no po-dan ver en ellas sino una prueba polmica en favor de la capacidad natural del ind-gena para incorporarse a la cultura cristiana, es decir, aptitud para convertirse enciudadano de esa nueva Europa que, como brote providencial, le haba salido a la his-toria (p. 89).

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    XV

    J.H. Elliot atribuye el desdn espaol por esta franja de su historia na-cional a que, tal vez, ...ni los conquistadores, de origen relativamente hu-milde, ni sus salvajes oponentes tuviesen la talla requerida por los hroespicos5. Si la propia cultura imperial no descubra rasgos picos en suscapitanes de ultramar, desde qu lugar de enunciacin, desde qu deses-perado rincn del silencio debieron construir sus primeros relatos aque-llos hombres perdidos en la vastedad americana, los herederos del despre-cio, cuyas voces rara vez llegaban a los umbrales de la Corte? Las voces quesoltaban al viento eran voces tan remotas, tan apagadas por la distancia,que no alcanzaban a disipar la indiferencia de nadie. Si aun para pagar elentierro de Cristbal Coln, su hijo don Diego golpe en vano a la puertadel rey, en Valladolid: en vano, porque el rey slo tena odos para los con-flictos dinsticos, cmo suponer que quienes lo sucedieron atenderancon mayor celo las desventuras de la Conquista? La editora de los docu-mentos de Coln, Consuelo Varela, ha descripto la situacin en trminosms correctos: Imaginen al Rey, con tantos problemas alrededor: quatencin le podra prestar a un hombre cuyo nico mrito era el descubri-miento de unas tierras remotas, con las que nadie saba qu hacer?6.

    Tal reflexin abre otra cadena de preguntas: si el Imperio no poda ono saba entender el alcance histrico de su propia empresa, quin, enton-ces, deba contar la historia, reconstruir la gesta y dibujar el rostro en el cuallos americanos podran reconocerse? Con qu lenguaje hablar de una dig-nidad que nadie vea?

    Parece pertinente tomar en cuenta, adems, la reflexin de AntonelloGerbi: desde los primeros decenios de la administracin espaola en lasIndias haba surgido, como consecuencia de la espontnea escisin delbando de los vencedores, un grave conflicto interno: el que opona a loscriollos contra los espaoles peninsulares (a los que se llamaba chapetones,gachupines o godos); una pugna social y aun econmica entre blancos naci-dos en las Indias de padres espaoles quienes solan tener ... muchsimoms dinero que los hidalgos y funcionarios regios, y los blancos llegados

    5. Elliot, p. 26.

    6. Consuelo Varela, entrevista personal con T.E.M., Sevilla, Espaa, septiembre 25, 1989.

  • HISTORIA DE LA CONQUISTA Y POBLACIN DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA

    XVI

    desde Espaa. Fue un ...largo conflicto, del cual saltaron continuamentechispas y que al final acab por incendiar la decrpita armazn del imperiohispanoamericano7. Apunta Gerbi:

    Quien haba nacido en las Indias, por esta sola circunstancia se vea opuestoy subordinado a unos compatriotas con quienes tena todo lo dems en co-mn: el color de la piel, la religin, la historia, la lengua. Si era funcionario,sus probabilidades de llegar a los grados ms altos de la administracin eranapenas un dos por ciento de las de los peninsulares. Si era eclesistico, podallegar a cura o prebendado, pero la mayor parte de los obispos y arzobisposdesembarcaban ya mitrados de Espaa.8

    Apartados del poder y de un lugar legtimo en la historia de la propiatierra, privados de linaje, a los criollos no les quedaba otro recurso quecrear por s mismos esos dones: linaje, historia, y a falta de poder, memo-riales de hazaas. La Corte los desoa. La nica caja de resonancia que lesquedaba, entonces, era el lenguaje.

    Es obvio que las puertas cerradas a los criollos fueron las semillas deun antagonismo que sali a luz y se exacerb durante la segunda mitad delsiglo XVIII. Puesto que no haba razones de raza para justificar la inferio-ridad de los blancos nacidos en Amrica, se recurri a los argumentos queBuffon declaraba inspirados en los principios de Aristteles: la calidad delambiente, del clima, de la leche de las nodrizas indgenas. Muchas de lascalumnias que pesan sobre el continente nuevo tienen su origen en elpapel excluyente que pretenden jugar los espaoles: para mantenerse ni-cos y por encima de, no se conceden tregua en la denigracin de los criollos.La tierra que los ha engendrado termina siendo para stos una inapelablecondena, que cancela todo privilegio, an los conquistados o heredados.El clima resulta as un valor ms fuerte que el de la raza o, como se diren el siglo XIX, la geografa se antepone a la historia.

    7. La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polmica. 1750-1900. Antonio Alatorre,trad. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2a ed. corregida, 1982, p. 227.

    8. Ibidem, pp. 227-228.

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    2. La escritura como poder

    Es preciso repetir aqu un lugar comn: la epopeya americana se escribipor primera vez en el propio territorio del Nuevo Mundo. Y si bien all, enesa fundacin pica compuesta por Alonso de Ercilla y Ziga (La Arau-cana, 1569) se preserva la visin caballeresca y humanista que se poda es-perar de la cultura del autor, es significativo que Ercilla condescienda a in-corporar ya, tan temprano, el punto de vista de los caciques indgenas.

    Pocas veces el poder de la palabra escrituraria asoma con tanta nitidezcomo cuando se leen las crnicas de Indias, las primeras historias del Nue-vo Mundo. Es en el orden del discurso y no en el orden de lo real dondetodo se nombra por primera vez. El discurso escriturario construye (o re-construye, o crea) los documentos sobre los que se erigir la historia legiti-madora. La narracin fija las marcas de lo real, establece los cdigos, loslmites, los linajes. Los hechos del Descubrimiento y de la Conquista, yhasta la nueva naturaleza, al ser narrados, encontraban su propia forma derepresentacin9.

    Poder mitificador, ordenador, casi demirgico el de los primeros letra-dos que dan cuenta del Nuevo Mundo: al principio fue el Verbo. GabrielMably dijo an ms: Los relatos cambiaron el rostro de las naciones. Alprincipio fue el Verbo, s, pero el Verbo creador. Lo que dice, produce loque dice, explicaba Michelet; enunciar significa producir, acotabaMallarm. La escritura de la historia en Amrica produca historia. Todo...discurso de un hecho histrico explica Jean-Pierre Faye pertenecetambin a lo que produce ese hecho, en la medida en que recopila los re-

    9. Dice Hayden White, en The Value of Narrativity (On Narrative, W.J.T. Mitchell, ed.Chicago-London: The University of Chicago Press, 1981 [La traduccin es nuestra]: Laidea de narrativa debe ser considerada menos como una forma de representacin que comoun modo de hablar de los acontecimientos (p. 3). Y agrega Grard Genette, en Boun-daries of Narrative (New Literary History 8, No 1, Autumn 1976), que ese modo de hablarest caracterizado por un cierto nmero de exclusiones y condiciones restrictivas (p.11). [Aqu entra no slo lo que las exigencias de la retrica y el buen gusto, la moral cristia-na y la censura espaola consideraban que deba quedar fuera, sino el recorte particularque los propios cronistas de Indias imponen a los hechos que narran u omiten.]

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    XVIII

    latos que, de antemano, han dibujado sus polos de sentido y de accin, elcampo de posibilidad a la vez que la aceptabilidad10.

    Este poder de la escritura no es, por cierto, exclusivo de Amrica. Losrelatos de Marco Polo, de Ibn Battuta, as como los de expedicionarios in-gleses y alemanes de los siglos XVII y XVIII, espoleaban la curiosidad desus compatriotas y, al poner esa curiosidad en movimiento, cambiaronel rostro de las naciones. El efecto de tales relatos no era muy distinto delque produjeron los relatos de los viajeros que regresaban a Espaa. Jos deOviedo y Baos es uno de los que con mayor intensidad toma concienciade ese efecto histrico. Su texto deja las fechas en suspenso: lo que sucedeno ha sucedido nunca en un da u hora precisos, y por lo tanto podra suce-der una vez ms, indefinidamente. Esos rastros del tiempo que podran de-saparecer sbitamente o volver suelen ser uno de los estmulos para que ellector no se detenga; o, como dira Barthes, uno de los shifters que organi-zan la curiosidad del lector. Es frecuente que Oviedo deje a un personajeen un descampado, donde lo buscaremos despus, o que lo retome va-rios captulos ms adelante advirtiendo: All donde dejamos a Juan Ro-drguez Surez, etctera. Para acentuar la indefinicin temporal, el tiem-po de la Historia se mide slo por el trnsito de los aos (que se consignanhasta en las notas al pie). Y las raras veces en que Oviedo subraya una cro-nologa logra un efecto tan marcado como cuando ignora una fecha signifi-cativa (la fundacin de Caracas, por ejemplo). De ah que sea en extremocurioso el cuidado que se toma para fijar en el tiempo el regreso a Espaade Cristbal Guerra, uno de los primeros conquistadores.

    Cuenta Oviedo y Baos que Guerra sale de Venezuela ...dejando lle-nas sus costas de admiracin y riquezas [p. 26]. En el captulo III del mis-mo Libro I atribuye, tanto a las noticias esparcidas por Guerra como a unpermiso del emperador Carlos V, la responsabilidad de que los mercade-res buscaran fciles ganancias en Amrica y lo hicieran tambin a travs de

    10. Jean-Pierre Faye, Teora del relato. Introduccin a los lenguajes totalitarios, en Loslenguajes totalitarios. M.A. Abad, trad. Madrid: Taurus, 1974, p. 10.

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    la esclavitud [pp. 17-18]11. El episodio de Guerra pareciera revelar hastaqu punto los relatos intervienen en la historia y su efecto es la produccinde una accin suplementaria y discontinua de la historia. Si los relatos delos conquistadores espoleaban la curiosidad de sus compatriotas y cam-biaban as el rostro de las naciones, como dice Faye, lo mismo ocurre conla narracin de esos relatos, es decir, con la historia que se escribe. Faye seexplaya sobre el punto:

    Es esa simple forma, sin peso ni materialidad, de la narracin, pero es a la vezlo que relata: la misma realidad, en su materialidad. Es el simple lenguaje, yes la primera significacin de lo Verdadero y de lo Falso en su origen, que serefiere, fuera del texto, a la materialidad del hecho, o a la coherencia de lasreglas del pensamiento.12

    Un relato de ficcin puede ser asumido, durante siglos, como realidado historia. Y cuando sucede as, la creencia suele ser compartida tanto porletrados como por legos.

    3. Construccin y legalizacin de lo real

    Al estudiar cmo se forman las versiones y las historias de un hemisferio, esinteresante observar hasta qu punto una quimera histrica y el uso de cier-tas palabras (como sern en otra poca patria o soberana del pueblo, y du-rante la Colonia las tempranas apropiaciones orgullosas de una cierta iden-tidad regional y geogrfica), contribuyen a crear una conciencia nacional, apreparar el orden social, a determinar que los americanos vayan siendo loque finalmente son.

    11. Interesado en construir a su manera el discurso historiogrfico, Oviedo y Baos omiteel dato de que, al regresar a Espaa, Guerra fue apresado y procesado por su comporta-miento, obligndosele a reintegrar a sus lugares de origen los indios esclavos que llev a laPennsula, tal como lo consigna Guillermo Morn en su Historia de Venezuela, Caracas:Revista Bohemia, tomo I, p. 69. Para Oviedo, lo importante es dar cuenta del poder para pro-ducir historia que tiene el relato de Guerra: poder para suscitar codicia y devastacin.

    12. Faye, pp. 15-16.

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    Son los criollos espaoles de Amrica quienes asumen la misin deconstruir una historia y una mitologa donde los conquistadores puedenlavar la supuesta humildad de sus orgenes; de ellos depende el imaginario,la incorporacin a la cultura, la insercin de una realidad otra dentro delconocimiento humano. Literatura e historia al mismo tiempo? Ser pre-ciso entonces elaborar un discurso coherente que enuncie con detalles lasacciones que el Poder es capaz de realizar: pero ya no el Poder conven-cional, el Poder que impone la mirada europea, sino aquel que los criollosadmiten como tal; el Poder al que ellos confieren valor cannico. Sin em-bargo, todo discurso se construye con los elementos que impone el am-biente, con las exigencias de la retrica, con el sistema de produccin designificados que impone una determinada experiencia histrica. Si RolandBarthes hubiera ledo las primeras crnicas de Indias y acaso ley algu-nas, hubiera confirmado su tesis de que la narrativa no imita ni represen-ta, sino que constituye un espectculo.

    Narrar era conquistar. Narrar era escribir la ley, la legalidad y la legiti-midad. Era encontrar un discurso que ordenaba lo real, y al ordenarlo, es-tableca las fuentes de la autoridad que lo rega. Foucault lo explica admi-rablemente: ...el poder no es una institucin, y no es una estructura, no escierta potencia de la que algunos estaran dotados: es el nombre que sepresta a una situacin estratgica compleja en una sociedad dada13. Anteel silencio y el desdn espaol, es Amrica por qu no subrayarlo? laque procura, a travs de la palabra escrita, dar un orden a la vastedad delespacio y a las revelaciones de la naturaleza recin descubierta; es la quefunda su propia genealoga, establece sus linajes, y expone ante Europa lasdimensiones histricas del Descubrimiento y la Conquista.

    Los primeros espaoles de Amrica declaraban siempre su adhesin acriterios de objetividad, aunque a menudo esa adhesin era una estrategiaretrica, un argumentum baculinum. Testigos directos de los hechos, y poreso mismo, fuentes de primera mano, los criollos trataron de persuadir a laCorona de que su versin de los hechos era imparcial, verdadera y, por lotanto, la nica digna de aceptacin. Durante casi dos siglos construyeron

    13. Michel Foucault. El discurso del poder, Mxico: Folios, 1983, p. 175.

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    una historia de la que haban sido protagonistas o testigos. Unos a otros secontestaron, se ratificaron, se desmintieron; fueron tejiendo la historia poracumulacin, por erosin, como si se tratara de una operacin geolgica.Haber visto, haber estado all, recordar lo que vieron, era pensaban elloslo que tea de verdad sus versiones. El hecho de que sus cuerpos hubierancoincidido con el cuerpo de la historia fue, desde su perspectiva, lo queconfirmaba y legitimaba sus relatos.

    Pero entre los propios cronistas hubo quienes desconfiaron de la neu-tralidad de los testimonios directos y sugirieron verificar a travs de la pro-pia experiencia todas las historias que se lean. Haba que estar dispuesto,por lo tanto, a corregir perpetuamente el testimonio ajeno: autobiografasobre autobiografa, ajuste continuo de la mirada. En sus Noticias historia-les de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales (1627), frayPedro Simn previene a los historiadores contra la indiscriminada utiliza-cin de memoriales, libelos y crnicas, sobre todo aquellos que se presen-taban al Consejo de Indias arrogndose la calidad de fuentes verdicas,porque consideraba a los autores como personas interesadas en justificarsus acciones o pedir favores. No era una advertencia excesiva, porque casino hay texto de la poca, desde los de Corts, Alvar Nez hasta los deOviedo y Baos y Fernndez de Piedrahita que no pueda tambin serledo bajo esa lente.

    Sir Walter Raleigh refiere la curiosidad que le suscit el mapa de unprisionero espaol, don Pedro de Sarmiento14, en el que aparecan las IslasPintadas para Esposas (Painters Wives Islands): territorios inventadospara complacer a las consortes abandonadas y para mitigar sus esperas,convencindolas de que cada una de ellas posea una isla. No era infrecuen-te que esas islas imaginarias fueran de veras encontradas. Con tal argumen-to, Raleigh defiende el derecho del historiador a cubrir los vacos histri-cos con imaginaciones y conjeturas, a condicin de que esas conjeturas nopuedan luego ser desmentidas. El postulado es extravagante, porque c-mo puede adivinar el historiador si no lo desmentirn las exploraciones deun siglo despus? Raleigh, una de las figuras ms lcidas de la corte isabe-

    14. En The History of the World, parte I, libro II, captulo XXIII, sec. 4, London, 1687.

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    lina, prev la objecin y la refuta. A la verdad pareciera decir debe ante-ponerse la osada. Cuando se llenan los vacos en las viejas historias nohace falta ser tan escrupuloso, escribe. No hay por qu temer, en esoscasos, que el tiempo vuelva atrs y restituya las cosas tal como eran para elconocimiento y haga que nuestras conjeturas resulten ridculas15. El azar,sin embargo, ratific algunos de los accidentes dibujados en esos mapas/pinturas, y muchos historiadores terminaron aceptndolos desde su origenmismo como verdaderos.

    La frgil lnea divisoria entre lo autntico y lo imaginado, entre la vo-luntad de ser objetivo y la escritura pro domo sua, ha sido observada coninteligencia por No Jitrik en un texto donde tambin asoman algunos delos problemas planteados por la lectura de Oviedo y Baos:

    No cabe duda que [las crnicas del Descubrimiento y la Conquista], pese asu a veces notoria parcialidad, son documentos histricos, como tampoco sepuede negar que estn llenos de situaciones que en s mismas son novelescasy que ulteriormente pudieron ser elaboradas literariamente; pero, justamen-te, en razn de que su narratividad carece de distancia, la reconstruccin deuna trama histrica posible cede el paso a una reivindicacin que se conside-ra necesaria o a la apologa de una causa o de un prestigio; en ese caso, lo his-trico predomina absolutamente y, en consecuencia, no se puede hablar denovela. No obstante, hay ciertos casos problemticos, como el de BernalDaz del Castillo que, por escribir muchos aos despus de los hechos pre-senciados, recupera la distancia pero no la objetividad narrativa, o el de JosOviedo y Baos que parece haber roto esa barrera no slo porque no ofrecetestimonio sino porque, a partir de documentos, reconstruye un movimien-to tan complejo que, quizs involuntariamente, se ficcionaliza: si Bernal,pese a todo, sigue siendo cronista, Oviedo y Baos parece cronista, lo quepermite suponer que mistifica la historia avant la lettre, e inaugura una fr-mula en Amrica que necesit del romanticismo europeo para tener concien-cia de su poder.16

    15. Ibidem.

    16. De la historia a la escritura: predominios, disimetras, acuerdos en la novela histricalatinoamericana, en The Historical Novel in Latin America. A Symposium, Daniel Balders-

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    Es ms verdica la Historia general de las Indias de Francisco Lpezde Gmara, quien desde la capellana de Hernn Corts, en Valladolid,atribuye a su seor el mrito excluyente de la conquista de Mxico, que laHistoria verdadera de la conquista de la Nueva Espaa, del memorioso Ber-nal Daz del Castillo, quien trat de corregir la historia oficial de Gmara ydescubrir la dimensin pica de los soldados del comn, o aun que la His-toria general de las cosas de la Nueva Espaa, de fray Bernardino de Saha-gn, quien centr su relato en los informes que los indgenas daban sobresu propia cultura? La Crnica del Per de Pedro Cieza de Len es msverdica que la Relacin de la conquista del Per de Titu Cusi Yupanqui,cuyo propsito manifiesto es plantear la legitimidad dinstica de los Vilca-bamba Incas; o que los relatos del Inca Garcilaso de la Vega, quien se esme-ra por demostrar a los espaoles la nobleza de su cultura natal; o que lasamargas denuncias emitidas por el mestizo Guamn Poma de Ayala en suNueva cornica y buen gobierno? Eran ms verdicos los diarios de Coln,las cuentas de los Welser o Belzares, los informes de virreyes y gobernado-res que los lamentos de Las Casas o las desventuras de soldados como elbachiller Francisco Vzquez?

    Ese enfrentamiento de versiones, de genealogas, de descripciones, deintereses y fantasas, de ignorancias y comparaciones imposibles, de luchaspor el poder: ese mapa de letras demirgicas y contradictorias es el mapade la fundacin de Amrica Latina. La historia se construye tambin, en-tonces, con los silencios y las exclusiones, con los recortes. Historia, ficciny realidad se recrean sin cesar a travs de la escritura, all donde el discursode lo real, de lo imaginario y del deseo no ocupan las categoras separa-das que les da la historiografa, sino el lugar del poder y el origen de la na-cionalidad.

    ton, ed. Gaithersburg, Maryland: Hispamrica, 1986, p. 25. En el mismo artculo, Jitrikanaliza con cierto recelo el intento reciente de ver en esas ficcionalizaciones antecedenteslocales y propios de la novela histrica latinoamericana, y califica esos intentos como ad-jetivos.

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    4. El hueco en la biblioteca

    Walter Mignolo ha marcado escrupulosamente, en un estudio ya clsico17,el campo epistemolgico en el que se movi Oviedo y Baos al emprenderla escritura de su Historia. Concediendo una importancia cada vez mayor alas fuentes y estableciendo a menudo con ellas un debate franco, para plan-tear problemas de preceptiva tan cruciales como la verosimilitud, la perti-nencia o impropiedad de los discursos directos, el adorno o la desnudezdel lenguaje, los historiadores de la poca de Oviedo advierten que la bre-cha abierta entre historia y ficcin es cada vez ms ancha, ms difcil defranquear. Oviedo se esfuerza para que esa brecha sea ms aparente queverdadera, y a la vez que proclama la necesidad de suprimir todo elementoinverosmil, instaura la narracin como estructura verbal bsica del dis-curso historiogrfico. As, la ficcin sale por la puerta, pero entra nueva-mente por la ventana. Un ejemplo clarsimo de ese desencuentro entre loque se pregona y lo que se hace es la profesin de fe estilstica que Oviedoformula en el Prlogo de su Historia, para desmentirla luego en el texto.Escribe:

    El estilo he procurado salga arreglado a lo corriente, sin que llegue a rozarseen lo afectado, por huir el defecto en que incurrieron algunos historiadoresmodernos de las Indias, que por adornar de exornadas locuciones sus escri-tos, no rehusaron usar de impropiedades, que no son permitidas en la histo-ria, pues introducen en persona de algunos indios y caciques oraciones tan

    17. Walter Mignolo. Cartas, crnicas y relaciones del descubrimiento y la conquista, enHistoria de la literatura hispanoamericana, tomo I. poca colonial, Luis igo-Madrigal(Ed.), Madrid: Ctedra, 1982, pp. 57-116. En la exhaustiva periodizacin con que fina-liza el estudio, la Historia de Oviedo y Baos aparece situada en el perodo 1684-1727, alque se caracteriza de este modo: 1) Reaccin contra la fbula que desde el siglo XV im-pregnaba la historiografa; 2) Se reanudan las historias generales; 3) Aparece un tono pol-mico corno marca de la transicin del perodo; 4) En la historiografa indiana se editanpocos escritos y predomina la historia civil y eclesistica. El preceptista de la poca esFrancisco Antonio de Fuentes y Guzmn; los otros historiadores citados son Pedro Fer-nndez del Pulgar, el mismo Fuentes y Guzmn con su Recordacin florida y Lucas Fer-nndez de Piedrahita, cuya Historia de las conquistas del Nuevo Reino de Granada (escritaen 1666 y publicada en 1688) fue uno de los antecedentes directos del libro de Oviedo.

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    colocadas y elegantes, como pudiera hacerlas Cicern: elocuencia que nocabe en la incapacidad de una nacin tan brbara [pp. 17-18].

    Tal propsito es desandado no bien comienza el libro tercero, en el quese consigna un extenso e inverosmil discurso directo del hijo del caciqueMacatoa, sembrado de cultismos como seores confinantes o radeshombres crueles. Y es traicionado muchas otras veces: casi en cada oca-sin en que los grandes caciques (Paramaconi, Guaicaipuro, Parayauta)entonan la alabanza de sus propias virtudes antes de entrar en combate conlos conquistadores. Pero esos desencuentros del texto con las normas fija-das en el prlogo podran pasar inadvertidos al lector, porque estn res-pondiendo siempre a imperiosas necesidades narrativas: a exigencias deverosimilitud, a la bsqueda de efectos dramticos y, sobre todo, a la vo-luntad de caracterizar a los personajes, de conferirles una voz que los iden-tifique.

    Cuando Oviedo y Baos comenz a trabajar en su Historia, ya el gne-ro se haba consolidado como historia moral, cada vez ms distanciado dela historia natural. Y acaso por eso mismo, quienes escriban no eran lossoldados y descubridores del siglo XVI sino los letrados de las nuevasciudades. Quin podra dudar que Oviedo era un letrado cabal, tanto porsu formacin como por sus apetitos? Como dos de sus precursores ms no-tables, el colombiano Juan Rodrguez Freile y el mexicano Carlos de Si-genza y Gngora, Oviedo era un espaol de Amrica cuya realidad es-crituraria se complicaba a medida que iba afianzndose el proceso decolonizacin. La imagen del Imperio que todos ellos haban recibido a tra-vs de la educacin, la visin clsica del mundo que les fue instilada a tra-vs de los estudios de latn, retrica, gramtica, elocuencia y filosofa, se lesdesdibujaba cada vez ms ante el peso creciente de la realidad que los en-volva: una realidad en estado de magma, de ebullicin, de transformacincasi cotidiana; una realidad inestable, donde las nicas referencias fijas (laCorona, la Iglesia) tenan un centro demasiado lejano.

    Qu vnculo les quedaba, entonces, con las instituciones, con la fije-za? El nico vnculo real eran los libros, el punto de encuentro de la culturaaprendida, el lugar donde los valores estaban cristalizados. Y sin embargo,

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    tambin esa ancla era insuficiente. Cuntos libros podan caber en la bi-blioteca de un letrado americano? Cuntos atravesaban el filtro de la cen-sura inquisitorial, del arbitrio y juicio de los proveedores remotos; cuntosdesembarcaban indemnes de la travesa ocenica? Y sobre todo, qu li-bros podan sobrevivir en aldeas de unos pocos cientos de habitantes, enlas que el conocimiento prctico era siempre ms perentorio que el conoci-miento especulativo? Es a partir de esas preguntas que deben leerse textoscomo el de Oviedo y Baos. Es, sobre todo, a partir de la pregunta bsica:con qu palabras sobrevivir? Porque deba de haber un momento en elque la ordenada realidad europea que exhiban los libros entraba en coli-sin con la aluvional realidad de Amrica; un momento en que los deseos yjerarquas expuestos por los libros deban quedar reducidos al estado deficcin pura, desamparados de su utilidad por el enorme peso de la distan-cia. La distancia converta esos libros en otra cosa, impona a sus revelacio-nes otro sentido.

    Las bibliotecas, entonces, eran el lugar de lo irreal, o si se prefiere, ellugar de lo ideal; eran el reino que preservaba lo que deba ser, no lo queera. El escrutinio de la biblioteca de Oviedo y Baos es en ese sentido reve-lador, porque si bien la biblioteca es el espacio donde su Historia fue escri-ta, no estn all los libros en los que esa Historia abreva: los libros sin loscuales la Historia no existira. Al menos, Oviedo o los herederos de Oviedono los registran en los protocolos testamentarios, de acuerdo con lo queapunta Guillermo Morn18. En el censo pstumo de la biblioteca del autoraparecen los inevitables clsicos: Virgilio, Sneca, Homero, Cicern; algu-nos europeos: Rapin, Commines, Marcardi, y los autores maestros de sulengua: Nebrija, Cervantes, Gngora, Gracin, Caldern, Lope, Quevedo,incluyendo algunos americanos como sor Juana Ins de la Cruz, y hastacontemporneos como Feijoo. Pero no hay casi historiadores all. No seconsignan los autores con los cuales su Historia se enzarza en impugna-

    18. Estudio preliminar de Guillermo Morn a Jos de Oviedo y Baos, Historia de laconquista y poblacin de la provincia de Venezuela. Fray Antonio Cauln, Historia corogr-fica, natural y evanglica de la Nueva Andaluca. Madrid: Biblioteca de Autores Espaoles,tomo CVII, Historiadores de Indias III. Venezuela, Atlas 1965, p. XXV.

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    ciones y debates; los precursores seguros de su texto: Juan de Castellanos,Antonio de Herrera, Francisco Vzquez, fray Pedro Aguado, Lucas Fernn-dez de Piedrahita y, sobre todo, fray Pedro Simn, cuyas Noticias historialesde las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales sigui Oviedo yBaos con tanta minucia como para que algunos historigrafos romnticosdescerrajaran sobre l acusaciones de plagio.

    Si lo que no est es a menudo el signo de lo real, bien vale la pena exami-nar esas Noticias claves que Oviedo no incluye en el escrutinio final de su bi-blioteca: el libro que oculta, no como fuente puesto que Simn es el ince-sante y explcito contendor de la Historia sino como gua. Simn es elVirgilio excluido de la travesa que Oviedo emprende por el infierno y elpurgatorio de las Indias.

    Es verdad que los cuatro primeros libros de la Historia incluyen episo-dios ya narrados por Simn, del mismo modo que las Noticias copian pro-fusamente datos de Castellanos, Aguado y el bachiller Vzquez, con la di-ferencia de que all donde Oviedo menciona sus fuentes, Simn las omite.Pero en uno y otro caso, ambos autores se atienen a las normas retricas dela poca: para construir las historias, era preciso apropiarse de todas lasfuentes accesibles, y la mera apropiacin constitua ya una transfiguracin.La idea de propiedad de un texto pasaba por otro lado: por el equilibrioentre las partes, por la armona interna de lo que se narra; es decir, pasabapor lo que ahora llamaramos, en trminos narrativos, estructura y escritura.

    Las afinidades y las diferencias entre Simn y Oviedo se miden ms porla actitud que ambos tenan ante el mundo y ante la materia con la cual tra-bajaban que por la apropiacin de datos histricos ajenos; sus roces, en eldoble sentido del vocablo, eran ms intensos que el mero calco de ancdo-tas. Oviedo y Baos era, como se ha dicho, un letrado, un historiador paraquien los hechos eran inseparables de la manera de contarlos: un narradorcon clara conciencia del estilo, como l mismo advierte en el prlogo. Si-mn era un fraile franciscano, que haba hecho frecuentes viajes explora-torios como observador de su Orden; un historiador clandestino, porquea comienzos del siglo XVII, no estaba bien visto en Amrica que un religio-so descuidara el trabajo de evangelizacin para internarse en un campo de

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    letrados. Sus Noticias son, as, pese a los tres millares de pginas que ocu-pan, un trabajo accidental, de amateur, casi de turista.

    Como Oviedo, Simn abogaba por un castellano claro y casto, y cri-ticaba a los historiadores antiguos, que componan sus tratados como sifueran tragedias, sembrndolos de fbulas; es decir, de literatura. Pero adiferencia de lo que sucedera un siglo despus, el poder inquisitorial esta-ba extremadamente alerta cuando Simn escribi sus Noticias. Si bien loscensores dejaron pasar sus relatos sobre el fracaso colonizador de los Wel-ser, a los que Simn tild de odiados herejes alemanes, y sobre las rebe-liones del Tirano Aguirre contra la Corona, no le permitieron que impri-miera las historias de enojo y desesperanza de los residentes espaoles,desde 1623 en adelante, ni el asesinato de uno de los legtimos gobernado-res, ni los pormenores sobre la organizacin poltica y las costumbres delos indgenas. Es el mismo veto que haba alcanzado ya a la Historia generalde las cosas de la Nueva Espaa de fray Bernardino de Sahagn, confiscadaen 1578 por orden de Felipe II, a la Recopilacin historial de Aguado y aextensos fragmentos de la Crnica del Per de Pedro Cieza de Len.

    Cuando Oviedo escribi su Historia, las fronteras entre la cultura queprevalecer y la cultura derrotada ya haban sido establecidas. Mientrasque Simn vacilaba cada vez que deba designar a los indgenas como br-baros y dejaba entrever su temblor cuando llamaba a un espaol traidoro tirano; mientras en sus asomos de piedad con los vencidos se oyen to-dava los ecos de Bartolom de las Casas, en Oviedo y Baos no haba pie-dad sino verificacin de que el combate se libraba entre adversarios igualeslo que subrayaba el mrito del vencedor, en tanto que sus historias detraicin eran un sesgado modo de poner en evidencia las razones que ex-plicaban esa traicin. El fraile franciscano segua creyendo, como Las Ca-sas, en el destino mesinico de Espaa, en la funcin redentora que debacumplir en Amrica. Para Simn, no haba duda de que el Nuevo Mundoera parte inseparable del Imperio. En 1723, cuando Oviedo y Baos publi-c su Historia, la ilusin mesinica ya se haba disipado, y slo quedabanlas instituciones: el liso y llano juego del poder. Entre las fisuras que dejabiertas el poder espaol brot en Oviedo la conciencia de pertenecer aotra cosa, a una identidad en formacin: a un ser colectivo en perpetuo

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    movimiento. Su lenguaje, su visin de la historia, su reflexin sobre loshombres; todo estar marcado por esa regin de lo impreciso donde lmismo se sita: demasiado lejos de un horizonte de autonoma, que jamspodr ver, y demasiado cerca de las instituciones coloniales como para nosentir que se le desdibujan. Las historias cristalizadas del pasado le habanservido para construir su propia Historia, pero no para comprender la queestaba surgiendo a su alrededor; ya no le servan para alimentar su instin-tiva necesidad de crtica. Los libros que preservaba eran los que le permi-tan repensar la realidad, no los que le imponan una realidad ya pensada.Eso, tal vez, explica los claros que aparecen en el escrutinio ltimo de subiblioteca.

    5. Los mixed romances

    La historia que los americanos escribieron en los siglos XVI, XVII y XVIIIfue una perpetua transgresin de las normas que la preceptiva de la pocaimpuso a las res gestae, es decir, a la narracin desnuda, casi magnetofni-ca, de los hechos. Introdujo libremente los discursos directos, se apropide recursos clsicos y litrgicos para la descripcin de batallas, se adentrtan libremente en la ficcionalizacin de ciertos acontecimientos (fundaciny traslacin de ciudades, combates de un hroe solitario contra ejrcitosfuribundos, resurrecciones y apariciones milagrosas), que cuando RogerBayle debi clasificar esos textos opt por llamarlos mixed romances19.Y as en verdad, como mixed romances, hay que leer ciertos fragmentosde Alvar Nez Cabeza de Vaca, de Bernal Daz del Castillo, de Oviedo yBaos y hasta de autores con tanto empeo de veracidad como el IncaGarcilaso y Cieza de Len.

    Esas transgresiones americanas se apoyaban es verdad sobre trans-gresiones espaolas previas o sobre fenmenos populares de largo arraigo.Cmo no tomar en cuenta la caudalosa difusin de las novelas de caballe-ras durante el siglo XVI: fbulas pobladas de naturalezas fantsticas y de

    19. Cf. William Nelson, Fact or Fiction: The Dilemma of the Renaissance Storyteller, Mass.:Harvard University Press, 1973, p. 93.

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    riquezas escondidas como las que Amrica prometa? La confusin seacenta porque, durante la misma poca, se publican numerosas novelasque incluyen en su ttulo las palabras crnica o historia. Irving A. Leonardcita como ejemplo la Crnica de don Florisel de Niquea20, pero tambinpodran mencionarse narraciones an ms remotas como La historia del reyCanamor y del infante Turin, su hijo o la Historia de los nobles caballerosOliveros de Castilla y Arts Dalgarbe, que describen resurrecciones y accio-nes sobrenaturales, invocando veracidad desde las primeras lneas. Paracimentar su autoridad, explica Leonard, los autores de la nueva genera-cin no limitaban su audacia a copiar los procedimientos de los tratadoshistricos: hasta pretendan con frecuencia haber traducido o enmendadoalgn manuscrito rabe, griego, o an escrito en alguna rara lengua del Asiadel Cercano Oriente21. Es el rasgo de audacia que Cervantes habr deparodiar en el Quijote.

    William Nelson apunta con justeza que, para la poca, la verosimilitudera ms importante que la verdad. Verosmil era todo aquello que, comopostulaba Aristteles en su Potica, se ajustaba a la opinin del pblico. O,tal como ahora lo define Grard Genette, ...lo verosmil constituye unmecanismo de relativizacin de lo absoluto del texto22. Al comentar lasdiscusiones sobre la vraisemblance que ocupan al siglo XVII, Genette in-serta su definicin en el cdigo de la poca y concluye que lo verosmil eraentonces ...un corpus de mximas y prejuicios que constituye tanto unavisin del mundo como un sistema de valores23.

    Al juzgar la Historia de Oviedo y Baos, los censores convalidarn esecriterio. Antonio Dongo, bibliotecario de su Majestad, sentencia que nadaofende all las convenciones: ...en l no he hallado cosa en que se desve delo que ensea la santa Iglesia Romana, ni cosa opuesta a las regalas y bue-

    20. En Los libros del conquistador. Mario Monteforte Toledo, trad. Mxico: Fondo de Cul-tura Econmica, 2a ed., 1979, p. 47.

    21. Ibidem.

    22. Cf. Metz, Genette, Kristeva, Barthes y otros en Lo verosmil, Beatriz Dorriots, trad.Buenos Aires: Tiempo Contemporneo, 1970, p. 49.

    23. Grard Genette, Figures II. Paris: Editions du Seuil, col. Tel Quel, 1970, pp. 205 y ss.

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    nas leyes de estos Reinos. En el acatamiento a esos principios se funda lalegitimidad (y la verosimilitud) del texto. Oviedo se impone como misinla escritura de una historia creble: una historia que fundar los linajes na-cionales. Su mayor argumento de verosimilitud es, precisamente, el pro-pio linaje: Oviedo era uno de los notables de la ciudad [Caracas], lo cualbasta para conferir al relato calidad de verdadero y serio. La fuente de vera-cidad no son los documentos, a los que casi nunca cita pero sobre los cua-les va reconstruyendo la trama de lo que no vio ni experiment. Tampocoson las historias previas: las de Simn, Herrera o Piedrahita, por ms quese sirva de ellas discrecionalmente. Cuando las menciona es, en general,para sealar sus errores. No puede, como fray Pedro Simn, legitimar suhistoria con el argumento del testigo. Su mtodo es el encierro, la compul-sa de papeles, la reconstruccin de la realidad a partir de las huellas ajenas.No condesciende a viajar ni a entrevistar a eventuales sobrevivientes. A ve-ces, sin embargo, no le queda otra salida que subrayar su yo de narrador,cuando se apresta a contar algo que es a todas luces increble. En unas po-cas ocasiones, se presenta como testigo directo: as sucede cuando la narra-cin roza cuestiones de linaje o cuando se trata de justificar algunos prodi-gios, como la transmutacin de las casas de madera en piedra, a orillas dellago de Maracaibo: casas de las que saldr el nombre de la provincia entera:

    [...] Venezuela, por la similitud que tena su planta con la ciudad de Venecia;nombre que se extendi despus a toda la provincia, aunque al presente slohan quedado cuatro pueblos, que mantienen la memoria de lo que dio fun-damento a la causa de su origen, y esos de tan corta vecindad, que el deMoporo (que es el mayor de todos) me parece que tendra treinta casas el aode seiscientos ochenta y seis, que estuve en l [p. 34, cursivas agregadas].

    Oviedo, por lo tanto, naturaliza los documentos; es decir, los tornainteligibles en relacin con los diferentes modelos de coherencia cultural24.Cada vez que dibuja una cronologa es para subrayar el nacimiento de unlinaje; cada vez que un hroe o un antihroe muere, lo despide con un can-to fnebre que es a la vez un esbozo biogrfico: un verdadero obituario. A

    24. Cf. Jonathan Culler, op. cit.

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    poco de que el lector se adentra en la obra va advirtiendo que las hazaasdel muerto tienen poca importancia como hazaas personales, como pau-tas de vida. Sirven ms bien como contribuciones a la escritura de una his-toria mayor, una Historia que los abraza a todos. Lo que Oviedo y Baosquiere, ntidamente, es escribir la Historia Oficial, la dadora de sentido, laordenadora de la realidad. En el caso de los linajes procede a la inversa: nose detiene en alabanzas sino en la detallada enumeracin de nombres a se-cas, nombres desnudos de empresas y de glorias. Es decir que, desde el pre-sente de la escritura, Oviedo establece que esos nombres son dignos de re-conocimiento y tienen, para ese presente, un valor fundacional. La noblezaprovincial es creada, entonces, desde la simple y llana enunciacin, desdeel principio de autoridad implcito en la facultad de nombrar.

    Para legitimar su relato, no slo apela Oviedo a su posicin encum-brada en la comunidad, a los documentos e historias previos, a las exhaus-tivas listas de nombres y lugares. Apela, sobre todo, al patrn de coheren-cia de la poca, a la experiencia histrica y cultural de sus contemporneos;es decir, a la cosmovisin comn. Ese patrn de coherencia determina quees verdadero todo lo que se ajusta a los dictmenes de la Iglesia y a las con-venciones del conocimiento. Por lo tanto, no es preciso justificar la inva-riable superioridad espaola en las batallas, ni las visiones de tesoros en-trevistos pero jams encontrados, ni la intervencin de la Providencia en elcastigo de los injustos, ni la barbarie de los indgenas o la naturalidad conque stos, segn el relato, entregaban sus bienes y su apoyo a los conquista-dores.

    La historia y el mito operan de un mismo modo en estos textos: expli-can la naturaleza de la fundacin nacional a travs de un recuento de he-chos que no necesitan ser probados. Los mitos presentan historias extraor-dinarias y no tratan de demostrarlas o justificarlas: su lenguaje est msorientado hacia lo autoritario que hacia el logos (porque la validez o verdaddel logos est siempre sujeta a cuestionamientos). El mandato de Oviedo esconstruir un relato creble y, por lo tanto, no le es posible mitificar abier-tamente. Pero an as, se vale de prejuicios y modos que no son sino cons-trucciones culturales. Lo hace de manera inconsciente, y acaso no podra

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    soslayar esas construcciones, puesto que, como autor, participa inevitable-mente del imaginario colectivo de su poca.

    6. Fundacin de los linajes

    Hayden White sostiene que la historiografa opera del mismo modo que laliteratura: con frecuencia recoge acontecimientos que en su origen son fic-ciones culturales y crea tambin patrones de acontecimientos que slocuando son retomados por la literatura son llamados imaginarios25.Tambin por eso, episodios como los del negro Miguel y el Tirano Aguirreson narrados desde la farsa y desde la locura sanguinaria: no sera creble(ni tampoco admisible para los censores, quienes hubieran podido vetartodo relato sobre las sublevaciones de colonos en Amrica si la narracinde esas sublevaciones no llevara implcita una condena) que se creara unreino paralelo al de Espaa, y menos bajo la majestad de un esclavo o de unhereje.

    La construccin de esos dos episodios sobre los que habremos de

    25. Hayden White, en Tropics of Discourse (Baltimore: Johns Hopkins, 1978): No es po-sible que la cuestin de la narrativa en cualquier discusin de teora histrica sea siempre,finalmente, una discusin sobre la funcin de la imaginacin en la produccin de una ver-dad humana especfica? (p. 57. La traduccin es nuestra). [De ese modo operan los rela-tos de Oviedo y Baos: estableciendo temas o melodas de imaginacin para deducir y afir-mar, a partir de ellos, ciertas verdades generales: el contacto con los Omegua afirma laexistencia de El Dorado; las victorias de 15 soldados espaoles contra miles de indgenasafirma el herosmo de aqullos y la proteccin de la Providencia; las curaciones por inter-psita persona, como sucede con la de Felipe de Utre, subrayan el derecho de vida o muer-te que los espaoles se arrogan sobre los indios; los mitos de tesoros escondidos, los mila-gros o animales fantsticos, la muerte con olor de miel de Martn Tinajero, son siempresignos platnicos de una evidencia que est por encima del hecho mismo y que refleja unaverdad superior. Los encuentros entre el mito y la historia son incesantes en todo el libro.As, es pertinente preguntarse por qu los mitos legalizados (o historizados) habran de sermenos verdaderos que las listas de nombres. Tales listas tienden, en verdad, a otra formade invencin: inventan un linaje, una genealoga que no avanza en varias generaciones. Sonslo nombres/palabras que fundan realidades y derechos.] White distingue tambin allentre los procedimientos de la crnica y los de la historia: La crnica suma fechas; la histo-ria reconstruye acontecimientos narrndolos. Es muy distinto entonces el cdigo produ-cido por una cronicalizacin que por una narrativizacin: sta produce un sentido msprximo a la poiesis que a la noiesis, p. 42.

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    volver permite ver en detalle toda la trama de intereses histricos a la queOviedo y Baos estaba sometido y su estrategia para conciliar los interesesdel rey con los de su grupo de pertenencia. Oviedo deba, por un lado,demostrar que los criollos blancos provenan de los mejores linajes penin-sulares y legitimar el derecho de aqullos a gozar de privilegios no inferio-res a los de los espaoles recin llegados. Los excesos referidos en la prime-ra parte de su Historia se atribuyen a los banqueros alemanes Welser (losBlzares), a quienes Su Majestad beneficia [...] por las cantidades de di-nero que en diferentes ocasiones le haban prestado [los Welser] para susexpediciones militares. Se trata, pues, de un prstamo o de una compra,no de un derecho conquistado o heredado. Como el origen es espurio, elfin no puede ser sino la destruccin: los alemanes que llegan a la provinciade Venezuela no hacen asiento en parte alguna y se entregan al pillaje.Desembarcan, saquean y se marchan, ...sin que los detuviese la piedad nilos atajase la compasin. Es decir: arrebatan sin poblar, marcando el ori-gen de la provincia con la seal del extranjero, del nmade, del que no ama.

    En lo que resta de la obra, toda ignominia en que incurre algn criolloes sancionada por la Providencia, y la estirpe del culpable queda sin conti-nuidad. Los dems criollos, por lo tanto, se mantienen incontaminados.Oviedo deba demostrar que, bajo la responsabilidad de los criollos, el es-quema jerrquico impuesto por el rey no poda ser quebrado ni sustituido.Para los criollos, la autoridad del rey era incontestable, y era preciso ponernfasis en la ignominiosa muerte de transgresores como el Tirano Aguirrey el negro Miguel, para que sus alzamientos no se convirtieran en indiciosde la incapacidad criolla para defender la autoridad real. Las ideas de inde-pendencia o autonoma estaban, por cierto, fuera de cuestin: a nadie se lecruzaban por la cabeza. Lo que importaba a Oviedo y Baos y a los de suclase era ms bien reivindicar el derecho de los criollos a ejercer, a travs delos Cabildos, la autoridad poltica y militar en caso de acefala del goberna-dor, a probar que tambin ellos tenan temple para el mando. Ese derechoya haba sido concedido por una cdula del 18 de septiembre de 1676, peroabundaban los maestres de campo y jefes de guardia que esgriman otrascartas de privilegio cada vez que se presentaba un conflicto.

    Uno de los ms agudos (y an irresueltos) enigmas de Oviedo es la exis-

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    tencia de una segunda parte de su Historia, a la cual l alude muchas vecesen el libro que public (aunque siempre a travs de verbos en tiempo futu-ro). La controversia sobre si esa segunda parte se escribi en parte o porcompleto, si fue editada y guardada, o si el manuscrito fue quemado porlos herederos, ha sido exhaustivamente analizada por Guillermo Morn ensu Estudio Preliminar a la edicin de la Biblioteca de Autores Espao-les26. No hay nada que aadir a sus investigaciones, excepto acaso quelos autores de este prlogo no las dieron por concluidas y emprendieron,sin xito, una bsqueda personal en bibliotecas de Madrid y Sevilla, y enlos Archivos de Indias y Archivos de Protocolos (septiembre-octubre1989).

    Ante la imposibilidad de resolver el problema, slo es posible conjetu-rar que Oviedo y Baos escribi algunos fragmentos de la segunda parte,cuya materia era el asentamiento de las ciudades, el desarrollo del comer-cio y los conflictos de los poderes polticos y eclesisticos durante el sigloXVII. En algn momento de la escritura debi de tropezar con la escanda-losa historia del obispo Mauro de Tovar (quien ocup la sede apostlica deCaracas en 1640), cuyas excomuniones arbitrarias, disputas con el gober-nador y acciones escabrosas no podan ser narradas sin entrar en contra-diccin con el plan entero de la Historia. Cmo descubrir las flaquezas delObispo sin poner tambin al descubierto las flaquezas de los linajes a losque Oviedo y Baos postulaba como fundadores de una nacionalidad nue-va? Cmo describir los desgobiernos de un criollo notable sin cuestionara la vez la responsabilidad de toda la casta? Este conflicto de principios,esta razn ideolgica debi de pesar ms sobre el nimo de Oviedo y Ba-os que las consideraciones domsticas que suelen esgrimirse, porque elobispo Tovar era un antepasado de la familia de su esposa.

    Pero, a la vez, esta ausencia de la segunda parte, este ocultamiento, ex-clusin u omisin, debe tambin leerse como un conflicto epistemolgico:el tab que Oviedo (o su casta) imponen a la historia del obispo Tovarmarca tambin un momento de ruptura de los espaoles de Amrica con lacultura europea. Se trata ya no de seguir una tradicin, un rastro, sino de

    26. Edicin citada, pp. XXVII-XXXIII.

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    verificar el momento en que esa tradicin encontrar su recorte, su lmite.El hecho de que un solo episodio oscuro, el del obispo Tovar, haga desapa-recer el relato (y al mismo tiempo, la legitimacin histrica) de un sigloentero, marca el punto en que los hombres designados por Oviedo y Baoscomo los nuestros, los espaoles, ya no son ms esa imprecisa fusin(o confusin) de blancos nacidos en Amrica y de espaoles de ultramar,sino que asumen definitivamente su identidad de criollos. Los nuestrosson los que preservan su historia de toda erosin o contaminacin.

    Ese momento de recorte y lmite es algo que Foucault estudi muy bienen La arqueologa del saber. Escribe all:

    Por debajo de las grandes continuidades del pensamiento, por debajo de lasmanifestaciones masivas y homogneas de un espritu o de una mentalidadcolectiva, por debajo del terco devenir de una ciencia que se encarniza enexistir y en rematarse desde el comienzo, por debajo de la persistencia de ungnero, de la forma de una disciplina, de una actividad terica, se trata ahorade detectar la incidencia de las interrupciones.27

    La interrupcin de la segunda parte, el vaco creado por un texto quese anuncia muchas veces y que finalmente se desvanece en la nada, es enOviedo y Baos un lleno, un modo de confirmar (o de no anular y desbara-tar) la historia ya construida: una puesta a salvo de nombres, linajes, noble-zas y hazaas narradas. Oviedo advierte que la historia (y en cierto modo,la nacionalidad) que debi crear ya ha sido creada, que no hace falta ir msall. La historia del obispo Tovar marca la frontera imposible de traspasar;pero cualquier otra oscuridad hubiera dado lo mismo; ante cualquier otroobstculo aun menor que se el autor se hubiera detenido.

    27. Michel Foucault. La arqueologa del saber. Aurelio Garzn del Camino, trad. Mxico:Siglo Veintiuno, 7a ed., 1979, p. 5.

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    7. Largo puente entre dos pocas

    An en los umbrales del Iluminismo, el pensamiento de Oviedo y Baossigue en parte uncido a las grandes estructuras jerrquicas de la Edad Me-dia. El orden de la tierra es un calco del orden del cielo. Agraviar al rey odesconocerlo equivale a desconocer a Dios y a la Iglesia. El hombre deOviedo est sometido a los designios de la Providencia y a los movimientosde la Fortuna. A tal punto todo parece predeterminado que las pocas des-cripciones fsicas de personajes que hay en la Historia anticipan ya compor-tamientos y destinos.

    Tambin los vientos de la Contrarreforma dejan su marca en cada p-gina: el libre albedro est condicionado siempre por la voluntad de la Pro-videncia. En la Historia, el hombre puede elegir y equivocarse: una solaaccin errada le basta para perder el paraso. Es lo que, de hecho, le sucedecada vez que lee mal los signos que le hubieran permitido entrar en ElDorado de los Omeguas: tiene El Dorado ante los ojos, como Moiss, y enese instante lo pierde. Slo Dios concede la gracia, como lo muestra el be-llo episodio del cadver de Martn Tinajero, a quien sus compaeros dearmas entierran en un hoyo natural, ...un hoyo de los que con el inviernohaba hecho el agua en una de las ramblas por donde corra, reconocin-dole el leve mrito de haber vivido sin agraviar a nadie. Dios lo entiendede otro modo y proclama la beatitud del muerto. Tiempo despus, cuandolos compaeros de Martn Tinajero regresan a la caada que le sirvi desepultura, son envueltos por una fragancia suave, y descubren que del yer-to cadver se han enamorado diferentes enjambres de abejas [pp. 73-74]. Los hombres jams ven los signos que luego la Providencia descubre.

    Pero a pesar de los residuos medievales, el pensamiento de Oviedo yBaos no puede sustraerse a las rfagas de la crtica iluminista que apareceen el horizonte. Esas vacilaciones epistemolgicas son las que acrecientanel peso testimonial de su Historia: el cruce incesante de las pocas, el acata-miento a las estructuras jerrquicas por un lado y, por el otro, la imperiosanecesidad de observar esas estructuras crticamente. Es curioso que, mien-tras el paso del tiempo est puntuado por la entrada y salida de los Obispos(tanto, que el libro termina con la muerte de uno de ellos, en 1600), y mien-

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    tras son incesantes las invocaciones a Dios y a sus favores, Oviedo y Baosno eluda la mencin de excesos por parte de algunos sectores del clero,permitiendo que el Tirano Aguirre sea quien lleve la voz cantante en esetema.

    La Historia anticipa (aunque encubrindolas bajo la voz de los trans-gresores y disidentes) las crticas a las instituciones que luego aparecernen los trabajos periodsticos de Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo(Quito, 1747-1795), en El lazarillo de ciegos caminantes de Alonso Carride la Vandera (circa 1715-1778) y sobre todo en la original autobiografa defray Servando Teresa de Mier (1763-1827). Aunque, a diferencia de estosautores, Oviedo y Baos no basa su crtica sobre la observacin directa sinoms bien sobre citas de autoridades, a las que se cuestiona o niega de mane-ra sesgada o directa, es indudable que su Historia es precursora de los es-fuerzos criollos para exigir mejoras en la administracin espaola y paradenunciar los abusos y la corrupcin de los advenedizos enviados del rey.

    Uno de los lugares comunes de la crtica de la cultura hispanoamerica-na es afirmar que los primeros rasgos de una escritura original y autnomaaparecen en los textos populares: en los poemas lricos quechuas, en loscielitos y dcimas de los primeros gauchescos, en las canciones del Caribey en el periodismo de combate que se lea en Mxico, Lima, Bogot y Bue-nos Aires a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Eso es verdad, si sepiensa en trminos de cultura de residencias. Pero como cultura de rei-vindicacin, como acto de afirmacin de una identidad diferente, la His-toria de Oviedo y Baos es un texto fundador de importancia capital, en elmismo sentido de la autobiografa de fray Servando o El lazarillo de Carride la Vandera.

    8. La escritura como fundacin

    La Historia de Oviedo y Baos funda, de hecho, lo que habr de ser Vene-zuela: describe los pillajes, el desamor y el olvido que seguirn estimulan-do la reflexin de los historiadores sociales contemporneos, exalta la im-portancia de la escritura como ordenadora de la memoria por sobre elefmero peso de toda oralidad, y establece con tanto celo los lmites fsicos

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    de la regin, que hasta cuando narra la bsqueda de El Dorado (que enAmrica fue como un mapa de nervaduras infinitas, sembrado de afluen-tes y falsos pasos), se detiene en los umbrales del nuevo Reino, del Mal-Pas o de las infranqueables serranas del sur: a las puertas mismas de lo queno ser Venezuela.

    Olvidar la historia es, para Oviedo, establecer o elegir la propia desdi-cha. Tal como R.G. Collingwood advertir dos siglos ms tarde en su Ideaof History, Oviedo decide que lo que no se escribe no existe histricamen-te; que slo la escritura puede salvar a la historia. Ya en la primera pginadel relato apunta que el olvido es una fatalidad comn de este hemisfe-rio, y que no puede haber identidad all donde no hay recuerdo.

    La Historia se construye en tres partes, cada una de las cuales ir mar-cando con sus cadencias diversas la incipiente fundacin de la nacionali-dad: al principio la codicia, la infatigable persecucin de El Dorado, el vai-vn de los tesoros esquivos o escondidos; en el centro, la rebelin deAguirre, que indirectamente impugna al rey por su desinters en aquellasdistantes posesiones y por recurrir a intermediarios incapaces; al fin, la co-lonizacin pica, la fundacin de las ciudades, el asentamiento de las insti-tuciones.

    Es notable el hecho de que, acaso para subrayar la distancia que lasnuevas tierras guardan con el poder imperial, para insinuar la diferencia,Oviedo y Baos deje hablar al Tirano Aguirre con ms profusin que cual-quier otro narrador. Eso constituye sin duda un acto de conciencia dram-tica, una deliberacin narrativa, pero tiene tambin una intencin polticaque no puede soslayarse. De hecho, los nicos documentos que la Historiatranscribe son la primera cdula real [del 8 de diciembre de 1560] que dejael mando en manos de los alcaldes en caso de muerte del gobernador y queconstituye un antecedente directo de la cdula de 1676; y las cartas de Lopede Aguirre al Provincial dominico de la isla Espaola, al gobernador y alrey. Aunque el relato se detiene una y otra vez en las dobleces, traiciones ycrueldades de Aguirre, Oviedo y Baos encuentra la manera de justificarnarrativamente la transcripcin completa de las cartas; es decir, de ceder lavoz a la otra voz, al disidente. Sobre todo la carta al rey fluye como el clmaxde toda la Historia, como el centro de un espejo en el que las otras partes

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    del texto (la bsqueda de riquezas y la colonizacin) se reflejan y encuen-tran nuevos sentidos. Ni el desastrado fin de Aguirre (cuyo cuerpo, par-tido en cuartos, se exhibe en jaulas o picas durante muchos aos) logradesdibujar el peso dramtico de la carta al rey, cuyas denuncias no son des-mentidas por Oviedo.

    No puede afirmarse que la Historia sea la nica contribucin de la po-ca a la forja de una identidad criolla. Cabe recordar que los peridicos ypanfletos empezaban a aparecer con cierta regularidad en el siglo XVIII, yque tambin ellos abonaron el terreno para construir una conciencia aut-noma. Pero las marcas que deja la Historia de Oviedo y Baos en esa direc-cin son por dems ntidas. La dedicatoria del libro es un ejemplo: no estdirigida a un benefactor de la nobleza espaola ni a autoridad alguna, sinoal hermano del autor. Si bien el libro fue por supuesto impreso en Espa-a, la dedicatoria induce a pensar que los interlocutores/lectores naturalesdel texto no eran ya los europeos (a los que segua siendo preciso conven-cer de las virtudes criollas) o el rey, a quien se deba pedir indulgencia yrendir cuentas. La Historia fue escrita para aquellos que compartan la mi-rada del autor: aquellos que podan reconocerse a s mismos en la narra-cin y a partir de ese reconocimiento, crearse como un Otro.

    Ya esta parte de Amrica no es al menos no lo es por completo aque-llo que crea OGorman: no es un ens ab alio, un ente que tiene su raznde ser ...en Europa, pero no por ella misma, sino slo en cuanto la civiliza-cin que representa la forma ms plenaria que se ha logrado del ser de lahumanidad28. Es un ente que adhiere al sistema, pero que fundamenta suorgullo en el marco geogrfico donde vive, en la naturaleza que lo impreg-na, y no en su dependencia del distante poder imperial. Oviedo y Baos es,por supuesto, un hombre del sistema, como se dira ahora, no un margi-nal ni un rebelde: un notable de la sociedad caraquea que pas buenaparte de la vida batallando infructuosamente por alcanzar un favor real (elhbito de la Orden de Santiago). Pero es tambin un vecino que se vana-gloria de la regin donde vive y a la que est dotando de una historia.

    Uno de los captulos ms elocuentes de su libro es aquel donde, tras

    28. Edmundo OGorman, p. 93.

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    dibujar el rastro de horror dejado por el Tirano Aguirre, pondera las belle-zas de Caracas, la de un temperamento tan afn con el del cielo que no lefaltan circunstancias para acreditarla paraso. Como no poda ser de otromodo, son excelencias que cantan la grandeza de Dios y la majestad delReino, a cuyo enriquecimiento contribuyen, pero hay en esas ponderacio-nes una tan profunda conciencia de propiedad, una certeza tal de que elente tiene tambin su razn de ser en s mismo, que el captulo de alaban-zas (el sptimo de la parte V) concluye con la nica afirmacin rotunda deidentidad que Oviedo y Baos deja en todo el libro: una especie de firma,de seal de autora. All, luego de trazar el elogio de su to el obispo Diegode Baos y Sotomayor, se define a s mismo como guardin y patrono delas obras instituidas por aquel prelado venerable: Yo, el autor de estahistoria, como sobrino suyo [p. 310].

    Desgajada de su contexto, la afirmacin de identidad pierde sin em-bargo buena parte de su fuerza. Es, en realidad, el punto final de todo unmovimiento ascendente de exaltacin valorativa, que comienza con losportentos de la naturaleza, contina con la caracterizacin de la sociedad(hombres de agudos y prontos ingenios, cultos y hospitalarios, mujereshonestas y recatadas), y se detiene luego en la descripcin de las iglesias yconventos erigidos en Caracas, vergel de perfecciones y cigarral de virtu-des, hasta culminar con la alabanza de la iglesia de Santa Rosala. Situadoel yo en ese punto, se convierte en el vrtice, en la conclusin del largo viajeapologtico. El yo es aqu el signo del linaje, la afirmacin del hombre ode la familia, de la casta como depositario final de todos los otros dones:naturaleza, herosmo, gracia de Dios.

    9. El reino de la anttesis

    Con la escritura como ariete, Oviedo y Baos domestica el tiempo y, a lavez, avanza en el espacio. Sus ardides de domesticador son casi transparen-tes, y por eso mismo, misteriosos: los epgrafes de cada captulo proponenen tiempo presente lo que el texto empezar de inmediato a referir en pasa-do. Los epgrafes articulan el pasado desde el ahora de la escritura a travsde una cadena de verbos que convierten la historia en una realidad perpe-

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    XLII

    tua: una historia que vuelve a hacerse en el momento en que se escribe.Capitulan los Blzares, Entra Felipe de Utre en Macuto, Vuelve Fa-jardo a intentar la conquista: primero la accin, el verbo, y luego el nom-bre del hroe que la ejecuta. Es, como querra la fsica moderna, una suertede lquido que se desplaza de uno a otro comienzo de captulo: el tiempocomo lquido, como envoltura amnitica cuya electricidad sirve de enlacea las respiraciones de los hechos.

    Desde el principio tambin, descubrir es avanzar en el espacio. El pri-mer movimiento es de tanteo, de verificacin. Adnde hemos llegado? Setrata de movimiento, porque no hay pasividad en el examen; por lo contra-rio, hay cierta voracidad de la vista, cierta gula por afirmar las realidadesque se van reconociendo, ya no con asombro: no se trata ya de realidadesnuevas, no hace falta explicarlas. Se nombra lo que se ve slo para que nose pierda. El primer captulo de la Historia es, as, una letana de nombres,una insaciable enumeracin de pjaros, granos, climas, rboles, minerales,animales feroces. Los sustantivos son un acto de apropiacin pero tambinun recuento de lo perdido: han bastado veinte aos, dice con un tonoadmonitorio que trae los ecos de Las Casas, para que ochenta y dos pue-blos indios de corta vecindad se hayan consumido. Ahora, ...apenasmantienen entre las cenizas de su destruccin la memoria de lo que fueron[p. 22].

    A pesar de que, desde all en adelante, el texto precisa los aos en quetranscurren los acontecimientos, la descripcin de la temporalidad es pla-na. Se siente el espacio,