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Historia de la economía en el Perú Este tomo del Compendio de Historia Económica del Perú comprende el período 1700-1821; vale decir, la fase final o tardía de la época colonial. El período inició con un cambio en la dinastía gobernante en el imperio español: los reyes Austrias o Habsburgo dieron paso a los Borbones, de origen francés. De ordinario, la nueva dinastía es presentada en la historiografía como dispensadora de monarcas más racionalistas y modernos que los antiguos reyes Austrias. Carlos III (con gobierno entre 1759-1788) es, de hecho, retratado como un “déspota ilustrado”, que de forma similar a otros reyes autoritarios pero “progresistas” de la Europa de entonces, procuró el adelanto de la producción y el comercio en el imperio bajo su mando, echando mano de la innovación técnica y de formas de organización de las actividades económicas más ahorradoras de los recursos. El período cierra con la separación del Perú del imperio español, por obra del gran movimiento emancipa torio que entre 1809 y 1825 puso fin a la Hispanoamérica colonial (con la sola salvedad de Cuba y Puerto Rico). Aunque en 1821 todavía las fuerzas realistas estaban presentes en el territorio peruano y el virrey La Serna no fue derrotado hasta diciembre de 1824, la ciudad de Lima cayó en 1821 en poder del ejército del general San Martín. Ello sin duda fue un hito fundamental, por lo que Lima representaba en el logro de la independencia Aunque la imagen de los Borbones como gobernantes modernos y burgueses ha sido atacada como exagerada por parte de algunos historiadores (véase los trabajos de Josep Fontana, por ejemplo), hay cierto consenso en reconocer que los Borbones trajeron algo del espíritu de “las luces” y de interés por el desarrollo económico de los reinos iberoamericanos. Comenzó a haber un mayor celo en el nombramiento de las autoridades que se despachaban a las colonias, cuidándose su preparación, moralidad y adecuada rotación. Asimismo, hubo una preocupación más acusada por el progreso material, lo que incluía el incremento de la población y el mejoramiento de sus condiciones de vida (la extensión de “la felicidad pública”, como se decía en los términos de la época). En parte, la importancia que comenzó a darse a los aspectos económicos fue forzada por las circunstancias. En el siglo

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Historia de la economía en el Perú

Este tomo del Compendio de Historia Económica del Perú comprende el período 1700-1821; vale decir, la fase final o tardía de la época colonial. El período inició con un cambio en la dinastía gobernante en el imperio español: los reyes Austrias o Habsburgo dieron paso a los Borbones, de origen francés. De ordinario, la nueva dinastía es presentada en la historiografía como dispensadora de monarcas más racionalistas y modernos que los antiguos reyes Austrias. Carlos III (con gobierno entre 1759-1788) es, de hecho, retratado como un “déspota ilustrado”, que de forma similar a otros reyes autoritarios pero “progresistas” de la Europa de entonces, procuró el adelanto de la producción y el comercio en el imperio bajo su mando, echando mano de la innovación técnica y de formas de organización de las actividades económicas más ahorradoras de los recursos. El período cierra con la separación del Perú del imperio español, por obra del gran movimiento emancipa torio que entre 1809 y 1825 puso fin a la Hispanoamérica colonial (con la sola salvedad de Cuba y Puerto Rico). Aunque en 1821 todavía las fuerzas realistas estaban presentes en el territorio peruano y el virrey La Serna no fue derrotado hasta diciembre de 1824, la ciudad de Lima cayó en 1821 en poder del ejército del general San Martín. Ello sin duda fue un hito fundamental, por lo que Lima representaba en el logro de la independencia Aunque la imagen de los Borbones como gobernantes modernos y burgueses ha sido atacada como exagerada por parte de algunos historiadores (véase los trabajos de Josep Fontana, por ejemplo), hay cierto consenso en reconocer que los Borbones trajeron algo del espíritu de “las luces” y de interés por el desarrollo económico de los reinos iberoamericanos. Comenzó a haber un mayor celo en el nombramiento de las autoridades que se despachaban a las colonias, cuidándose su preparación, moralidad y adecuada rotación. Asimismo, hubo una preocupación más acusada por el progreso material, lo que incluía el incremento de la población y el mejoramiento de sus condiciones de vida (la extensión de “la felicidad pública”, como se decía en los términos de la época). En parte, la importancia que comenzó a darse a los aspectos económicos fue forzada por las circunstancias. En el siglo dieciocho recrudeció la competencia entre las metrópolis coloniales por ensanchar sus dominios y, sobre todo, por sacarles mayor provecho. Las posesiones españolas en América pasaron a ser asediadas por las armadas y flotas mercantes inglesas o francesas, y a partir de finales del siglo, también por las de los Estados Unidos de América, que ya se había independizado de Gran Bretaña. Esta situación llevó, de un lado, a una flexibilización del monopolio comercial que España había impuesto sobre sus territorios, abriendo la posibilidad de que pueda fluir algún comercio entre sus colonias y dichas potencias; y de otro, obligó a aumentar los gastos de defensa militar, erigiéndose, por ejemplo, la cadena de fortalezas en los puertos más portantes de América española, de la que el Real Felipe, en el Callao es una magnífica muestra. Los gastos de defensa incluían otros rubros, antes inexistentes, como ejércitos permanentes de varios miles de hombres, factorías y fundiciones para cañones y la construcción y mantenimiento de barcos especializados para la guerra. A fin de solventarlos, la economía del imperio debía crecer al punto de permitir que de sus provechos se desprendiesen algunos caudales para los gastos militares. Una vieja teoría del historiador económico italiano Carlo Cepilla dice que los imperios terminan cuando los costos de su mantenimiento y defensa son mayores que sus beneficios. Puede ser aplicada al caso de la América española, sin olvidar que a fin de sostener los crecientes costos del mantenimiento y

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defensa, las autoridades coloniales procuraron no solamente extraer mayores impuestos de la economía local, sino también estimular una mayor productividad de sus factores, de modo que no se resintiese la legitimidad del gobierno ni la fidelidad que debía guardarle la población. Pero procurar es distinto que lograr. La independencia en serie de las colonias españolas en América, desde México hasta Chile, en el curso del primer cuarto del siglo diecinueve, demostró que la carga fiscal del imperio llegó a ser percibida como oprobiosa por la mayor parte de la población americana, ocurriendo que esta comenzó a sintonizar con agrado las voces de libertad y autonomía que, de forma al comienzo aislada, se habían venido escuchando desde finales del siglo dieciocho. Contemplada en su conjunto, la economía peruana parece haber mejorado en el transcurso del período 1700-1821. La población, como lo muestra el trabajo de Magdalena Chocano en este volumen, se había duplicado durante ese lapso, lo que para dicha época significaba un crecimiento nada desdeñable, que hasta podría pasar por dinámico. En una economía que era en su mayor parte de subsistencia, un crecimiento de la población de ese calibre revelaba el acceso a una mayor cantidad de alimentos y a mejores condiciones materiales de vida. Se trataba, por lo demás, de un crecimiento demográfico básicamente interno, y no producto de la inmigración. Aunque esta también aumentó durante la centuria, tanto por el lado de los españoles como de los africanos que venían a engrosar la mano de obra, los indígenas eran todavía más de la mitad de la población en vísperas de la independencia. De otro lado, la recaudación fiscal había acrecido significativamente, llegando a pasar de un nivel menor a los dos millones de pesos por año en la primera mitad del siglo dieciocho, hasta los casi seis millones hacia 1800 (ver capítulo de Ramiro Flores en este volumen). Difícilmente podría pensarse que semejante incremento de la recaudación tributaria hubiese sido posible sin un crecimiento paralelo de la producción y, sobre todo, de la producción neta o ganancias, que es donde clava los dientes el sistema fiscal. Cuando existen cifras sobre el volumen producido, la imagen de crecimiento sigue siendo clara. En la minería, por ejemplo, hubo un repunte de la producción de plata y mercurio, además de avanzarse sobre otra producción minera no metálica, como las breas (el antecedente del petróleo), el salitre y la sal. Como refiero en el capítulo que me correspondió escribir en este volumen, aparecieron nuevos campamentos en regiones como la sierra norte, que antes habían carecido de una producción minera importante. Los datos de la recaudación de diezmos también revelan mejoras en el caso de la agricultura. Las cifras sobre el comercio siguen asimismo una tendencia ascendente, confirmando que conforme avanzó el siglo dieciocho hubo una mayor producción de los bienes destinados a los mercados, sobre todo externos. Hasta hace unas décadas se sostenía que durante el último medio siglo colonial, la economía del virreinato peruano había sufrido una decadencia por causa de la creación del virreinato del Río de la Plata, en 1776. De acuerdo con esta interpretación, el puerto de Buenos Aires significó abrir una boca de entrada a los bienes europeos, más próxima que el Callao, lo que significó el desplazamiento de este como plaza de redistribución de los bienes europeos. La ley del comercio libre (1778), que abrió más puertos americanos al intercambio con Europa, aumentó todavía más la competencia para el Callao. Como, además, la creación del virreinato de La Plata implicó el cercenamiento del Alto Perú, entregado a la nueva jurisdicción, se perdieron las minas de Potosí y Oruro, que producían el bien exportable con que se compensaban las importaciones europeas. No obstante, las investigaciones recientes han matizado este panorama. A pesar de que efectivamente los puertos

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de Buenos Aires y Valparaíso le quitaron movimiento comercial al Callao, y que con la entrega de la minería alto peruana al virreinato de La Plata, se perdió un mercado importante, de todos modos la economía del virreinato peruano disfrutó hasta casi 1820 de un crecimiento en cifras absolutas. Esto quiere decir que seguramente sin Buenos Airesel crecimiento habría sido todavía mayor, pero que de todos modos hubo un importante incremento. Cristina Mazzeo, en su capítulo en este libro, da cuenta de la buena salud que los comerciantes de Lima disfrutaron aún después de la aparición del virreinato de La Plata y del comercio libre. Sus flotas navieras y, sobre todo, el crédito mercantil de que disfrutaban, les permitían dominar las redes del comercio en el Pacífico sudamericano. Sería en verdad la guerra de la independencia la que vino a poner fin a esta élite económica. Los préstamos que le hicieron al Estado colonial fueron desconocidos o repudiados por el nuevo Estado republicano, sus barcos fueron requisados por los marinos de las armadas patriotas, pretextando que eran de personas realistas, y ellos mismos fueron perseguidos políticamente, marchando hacia el exilio, la cárcel o el cadalso. De acuerdo con Cristina Mazzeo y Ramiro Flores, autores de sendos capí- tulos en este volumen, el siglo dieciocho abrió enormes posibilidades comerciales a metrópolis y colonias, rompiendo el esquema de la economía como un juego de suma cero, como había sido conocida hasta entonces. Los barcos se hicieron más grandes, pero también más rápidos y seguros, la piratería marí- tima disminuyó, la sofisticación en el consumo de las clases urbanas alentó la venta de productos como el azúcar, el café, el tabaco y el cacao. Esto hizo que ya no solamente plata y oro saliese de los puertos peruanos, sino también algodón, cascarilla (una milagrosa hierba medicinal), lana de vicuña, así como los productos mineros y agrícolas antes mencionados. Exportaciones diversificadas y crecientes, aumento demográfico y de la recaudación tributaria fueron logros notables de la administración borbónica en materia económica. La cronología de dicho crecimiento no ha sido aún suficientemente investigada en el Perú. Parece haber comenzado después de la gran epidemia de 1719-1720 o poco más tarde, y haberse detenido hacia 1800-1805. El historiador Alfonso Quiroz encontró una especie de frontera en el crecimiento económico al producirse el cambio de siglo, lo que se corrobora con la estadística de los ingresos fiscales y de la producción minera. Este largo ciclo de crecimiento, entre c.1730-1800, merece ser mejor investigado por la historiografía. Los capítulos que contiene este volumen echan luces importantes: las mejoras en la administración, la reducción de las cargas fiscales sobre la producción minera, el estímulo del gobierno colonial al promover el arribo de factores productivos claves como mulas, instrumentos de fierro, maderas y esclavos, el envío por parte de la corona española de misiones técnicas, sumado al crecimiento del conjunto de la economía mundial, parecen factores que influyeron positivamente, pero ignoramos la importancia relativa de cada uno y si no se están dejando de lado otros factores. Entre estos podrían figurar algunos vinculados a la dinámica social interna del virreinato, que de momento no asoman en el elenco apuntado más arriba. Tampoco se conoce bien por qué se detuvo el impulso en los primeros años del siglo diecinueve. Quiroz señaló el episodio de la consolidación de vales reales de 1804-1805 como una posible causa. Esta fue una operación financiera por la cual la corona española absorbió una fuerte cantidad de caudales de sus colonias americanas y los trasladó a la península, descapitalizando a la economía local.