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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – CAPÍTULO 13 – EL FIN DE LA POLIS: EPICÚREOS, ESTOICOS Y OTRAS…RELIGIONES Las grandes civilizaciones nacen, crecen, tienen una época de esplendor y luego entran en una decadencia más o menos profunda. Eso le pasó a Egipto, a Persia, a China y lo mismo sucederá con la polis griega desde fines del siglo IV a.C. Una de sus causas hay que buscarla en la expansión de la cultura helénica que intentó Alejandro Magno, un discípulo de Aristóteles. Alejandro quiso edificar un gran imperio: conquista Persia, Egipto, recorre victorioso toda el Asia Menor, intenta incluso conquistar la India y se proclama Emperador de Persia y Grecia, tratando de unificar políticamente Oriente y Occidente. Pero su temprana muerte a los 33 años termina con el sueño del gran Imperio, que se destroza en mil luchas intestinas y prepara el camino a la próxima dominación romana, que está a punto de llegar. Se podría decir que este final de la antigua cultura griega se parece a una explosión. Cuando un objeto explota, en primer lugar se destruye, pero también expande sus fragmentos en un amplio radio. La polis griega deja de existir como ciudad Estado independiente, pero la aventura de Alejandro exporta la cultura helénica por buena parte del oriente próximo, mezclándose a su vez con otras culturas e iniciando la época que se conocerá como helenismo, que llegará hasta bien entrado el Imperio Romano. Pero mientras tanto el antiguo habitante de la polis siente que su mundo se derrumba. En el siglo III a.C. el griego libre entra en una profunda crisis: recordemos que para él la ciudad no era solamente un lugar para vivir sino una forma de vida que incluía los valores que daban

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – CAPÍTULO 13 – EL FIN DE LA POLIS: EPICÚREOS, ESTOICOS Y OTRAS…RELIGIONES

Las grandes civilizaciones nacen, crecen, tienen una época de esplendor y luego entran en una decadencia más o menos profunda. Eso le pasó a Egipto, a Persia, a China y lo mismo sucederá con la polis griega desde fines del siglo IV a.C. Una de sus causas hay que buscarla en la expansión de la cultura helénica que intentó Alejandro Magno, un discípulo de Aristóteles.Alejandro quiso edificar un gran imperio: conquista Persia, Egipto, recorre

victorioso toda el Asia Menor, intenta incluso conquistar la India y se proclama Emperador de Persia y Grecia, tratando de unificar políticamente Oriente y Occidente. Pero su temprana muerte a los 33 años termina con el sueño del gran Imperio, que se destroza en mil luchas intestinas y prepara el camino a la próxima dominación romana, que está a punto de llegar.

 

Se podría decir que este final de la antigua cultura griega se parece a una explosión. Cuando un objeto explota, en primer lugar se destruye, pero también expande sus fragmentos en un amplio radio.La polis griega deja de existir como ciudad Estado independiente, pero la aventura de Alejandro exporta la cultura helénica por buena parte del oriente próximo, mezclándose a su vez con otras culturas e  iniciando la época que se conocerá como helenismo, que llegará hasta bien entrado el Imperio Romano. Pero mientras tanto el antiguo habitante de la polis siente que su mundo se derrumba. En el siglo III a.C. el griego libre entra en una profunda crisis: recordemos que para él la ciudad no era solamente un lugar para vivir sino una forma de vida que incluía los valores que daban sentido a su existencia. Y estos valores comienzan a derrumbarse y lo harán definitivamente en el siglo II a.C., cuando las orgullosas ciudades griegas pasen a ser colonias del Imperio Romano.Pero ni aun en las situaciones críticas los griegos abandonan la Filosofía. Solo que la Filosofía de estos tiempos cambia de estilo: ya no interesan tanto los grandes problemas teóricos que preocuparon a los grandes maestros acerca de las ideas, las formas y las causas, por ejemplo. Ahora se

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trata de encontrar en la reflexión filosófica  una respuesta  a la situación límite que implica la decadencia de la polis, a la falta de sentido de la existencia. Se trata de buscar en la Filosofía la manera de evitar el dolor y conseguir la felicidad, es decir, de encontrar en ella una norma de vida. La Ética, que trata de responder a la eterna pregunta “¿qué debo hacer?” se convierte en el eje de la reflexión filosófica, y el pensamiento se orienta a buscar una salvación personal en medio de un mundo que se derrumba.

 

EL EPICUREÍSMO

Como corresponde a estos tiempos menos proclives a los grandes ideales platónicos, Epicuro (341-270 a.C.) va a reivindicar el valor del cuerpo y de lo material, estableciendo sus dos principios fundamentales: La felicidad consiste en conseguir el placer y evitar el dolor. Pero no hay que apresurarse a sacar conclusiones libertinas de este principio, como sucedió más adelante con algunos supuestos seguidores de Epicuro. En primer lugar, hay que eliminar los deseos que no sean necesarios para la vida, ya que los deseos insatisfechos son una de las fuentes del dolor. Sufrimos porque no conseguimos lo que queremos, pero pocas veces nos preguntamos si eso que queremos servirá para aumentar nuestra felicidad o para provocarnos más dolor.Y en segundo lugar hay que eliminar los temores: el bien y el mal (el placer y el dolor) están en las sensaciones, y los temores no son sensaciones sino anticipaciones de nuestra mente. En particular, se trata de eliminar el temor a la muerte, ya que la muerte no existe como sensación ni para los vivos ni para los muertos: cuando vivimos la muerte no existe, y cuando

existe, no existimos nosotros. Si tememos a la muerte es por el deseo irracional de inmortalidad: eliminado este, la muerte deja de preocuparnos.Así dispuestos, sin deseos vanos ni temores, estaremos preparados para gozar de los placeres, comenzando por los más sencillos y por tanto más fáciles de conseguir. El pan y el agua provocan un gran placer si hemos eliminado el deseo de manjares exquisitos. Y así en todo lo demás. La amistad, en particular, es capaz de provocarnos los placeres más elevados evitando que caigamos en un egoísmo cerrado, pero debemos evitar la vida política, fuente de insatisfacciones y turbación. Se trata, en definitiva, de lograr la ataraxia o serenidad del ánimo, que nos permite disponernos a aprovechar cuanto la vida nos ofrece.La física y la teoría del conocimiento de los epicúreos están construidas a la medida de su ética. El atomismo de Demócrito se adapta muy bien a este materialismo ético que rechaza cualquier intervención del destino en la vida humana, reemplazándolo por el movimiento aleatorio de los átomos. Y nuestro conocimiento no es más que una suma de sensaciones físicas producidas por los átomos que llegan a nuestros ojos. En definitiva, es el cuerpo humano el criterio de verdad y de error, de bien y de mal, lejos ya de aquellas

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incursiones en mundos ideales propios de la filosofía clásica.

EL ESTOICISMO

Pese a sus diferencias, no puede negarse que tanto el epicureísmo como el estoicismo constituyen geniales construcciones intelectuales para evitar el sufrimiento de una época convulsa. Tanto si lo que sucede es fruto del azar como si depende una razón universal, la aceptación por parte del hombre de esas leyes naturales le evitan una buena parte de las razones de su infelicidad: su insistencia en dar coces contra el aguijón, en oponerse a las leyes inevitables de la realidad en la que vive. La filosofía estoica intenta responder al mismo problema que el epicureísmo, con el cual tiene más de un punto de contacto: cómo conseguir la felicidad en un mundo que se derrumba.

Y su respuesta tuvo una enorme proyección histórica. Desde su creador, Zenón de Citio (336-264 a.C.) el estoicismo tuvo seguidores en Grecia durante dos siglos más y penetró en la filosofía del Imperio Romano, con autores tan importantes como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, influyendo también en el cristianismo naciente.Aunque tuvo diversos enfoques en todo ese tiempo, siempre conservó un principio fundamental: la felicidad se consigue viviendo conforme a la naturaleza, y esa naturaleza es el universo entero, que está regido por el logos o razón universal. Se trata de integrarnos en la armonía del universo, cosa que solo la sabiduría puede lograr.La virtud estoica consistirá, por consiguiente, en adecuar nuestra razón a la razón del universo, que está penetrado por semillas racionales que dirigen todo lo que sucede. Se trata de lo que podemos llamar una especie de panteísmo: no es que exista un dios que

dirige el universo, sino que el mismo universo es dios. Todo lo que sucede necesariamente debe suceder y el sabio debe aceptar esa necesidad con serenidad y sin turbación de su alma: es la apatía estoica.Una frase de Séneca resume esta actitud del sabio: “el destino conduce al que quiere y arrastra al que no quiere”.  El destino siempre va a cumplirse: la diferencia para el hombre consiste en resistirse a él, lo cual nos provoca más sufrimiento, o aceptarlo de buena gana, lo cual nos trae felicidad. Esto no significa mera resignación o pasividad.El sabio estoico se integra en el mundo, inclusive en la actividad política (Séneca fue preceptor del emperador Nerón), pero sabiendo que su razón individual está en función de una racionalidad que impregna el universo entero y con la cual debe armonizar su vida. Nada de lo que le suceda será fruto del azar y por lo tanto no existe el mal propiamente dicho: lo que nosotros consideramos negativo no es más que el resultado de nuestra ignorancia , puesto que no podemos comprender cómo se integra ese fragmento de nuestra vida en la

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razón del universo. Además de la ética, los estoicos hicieron importantes aportaciones en lógica y teoría del conocimiento, que sentaron las bases de los estudios futuros de gramática. 

Y OTROS…

 

 

 Hubo muchos otros filósofos en Grecia, además de los grandes sistemas de que hemos hablado.Habría que citar, por ejemplo, a los cínicos, como Antístenes (450-336 a.C.),  Diógenes (413-323 a.C.) y muchos otros que inspirados en el ejemplo de Sócrates decidieron llevar una vida más que austera, despojándose de todo lo superfluo para conseguir una total autonomía que les evitara cualquier tipo de dependencia, sobre todo de los poderes de su tiempo. De Diógenes se cuenta que respondió a Alejandro Magno, que le ofrecía lo que quisiera, pidiéndole que no le tapara el sol.Los escépticos, como Pirrón de Élide (360-270 a.C.) o Sexto Empírico (s. II d.C.),  tratan de salvar al hombre de la agitación que le producen las discusiones filosóficas, afirmando la radical incapacidad de la mente humana para encontrar la verdad. El sabio escéptico encuentra la serenidad del alma suspendiendo todo juicio y renunciando a toda certeza y por lo tanto a toda discusión, lo cual es también una manera de conseguir lo que constituye el hilo conductor de la filosofía helenística: buscar la felicidad individual entendida como  la ausencia de inquietud y turbación en medio de la crisis que sacude al mundo en que viven. La felicidad positiva, entendida como realización personal que postulaban Platón y Aristóteles, se ha convertido en un empeño mucho más modesto: evitar la agitación y conseguir la serenidad del ánimo.

LAS RELIGIONES MISTÉRICAS

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Pero la Filosofía no es el único camino para encontrar la salvación en tiempos de crisis.A lo largo de toda la historia, el ser humano ha buscando una respuesta al sentido de su vida, y tradicionalmente lo ha encontrado en la religión. El pueblo griego, pese a su vocación filosófica, no constituye una excepción, y menos en tiempos tan confusos como los del helenismo. Pero su religión oficial no se adapta a esa función salvífica: los dioses griegos comparten las pasiones y miserias de los humanos, y en la medida en que carecen de la majestuosidad y grandeza de los dioses egipcios o del Dios hebreo el hombre griego no puede encontrar en ellos una respuesta a las grandes preguntas de su existencia. Por ello, los griegos importan del Oriente otros cultos orientados a la salvación personal

de los fieles, como los cultos egipcios y persas.

Estas religiones están dirigidas al desarrollo espiritual de los creyentes y, a diferencia de los cultos griegos, tienen un componente mistérico y hermético que sólo se revela a los iniciados,  y por ello resulta mucho más atractivo que las ceremonias públicas  de la religión oficial. De este estilo son los cultos de Cibeles, Mitra y Orfeo, por ejemplo.Todos ellos suelen seguir un

esquema que luego adopta el cristianismo: el creyente debe morir (simbólicamente) a su vida anterior y resucitar (también simbólicamente) a una nueva vida de unión con su dios. Algunos rituales que implican la pérdida de conciencia de los creyentes, como la embriaguez o la orgía  sagrada cumplen esta función de abandono de la normalidad de la vida cotidiana para hacer posible una unión mística con la divinidad.