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Historias del Madri

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Historias del Madri

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HISTORIASDEL ‘MADRI’

Sina Clavaín Ruiz

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AGRADECIMIENTOS

Mi gratitud es principalmente para mi abuelo, gracias a él este libro puede ver la luz.

A mi abuela porque sin ella todo lo que él ha conseguido y ha sido a través de los años no hubiese sido posible.

A todos mis primos, primas y hermanos por compartir sus sentimientos en unas líneas.

A mis cuñadas por ayudarme a pasar mis letras a un ordenador.

A mi amigo David por su creatividad y hacer posible la portada de este libro.

Y finalmente a Mariví por guiarme en el camino de publicar mi primer libro.

Muchas gracias a todos.

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CAPITULO I - COMIENZA MI ANDADURA

Todo comenzó el día 25 de Abril de 1926, día en que nací. Era el mayor de 8 hermanos, vivíamos junto a mi madre Maruja, mi padre Antonio, tíos y abuelos, humildemente en un pisito muy acogedor con cuatro habitaciones.

Yo nací en La Ronda de Segovia, en el número 13. Aquí nacieron mis hermanos Antonio, Carlos, Elisa y Liber. Los demás nacieron unos en las Navas y otros en Vallecas.

A nosotros nos gustaba mucho ir al río Manzanares. En esa época el agua era tan cristalina que se podía beber. Se podía considerar que era la playa de Madrid ya que la mayoría de los madrileños en su tiempo libre se iban al río a pasar una tarde con su familia y poder refrescarse en los días calurosos del verano.

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En la casa donde nací también vivían mis tíos solteros como el tío Frutos, que era maestro de escuela y tenía un colegio de dos plantas. En uno de los pisos tenía a un maestro a sueldo de nombre Don Rosalindo. Mi tío Frutos era chepita y cuando íbamos por la calle algunas personas se reían de él y yo les tiraba piedras y mi tío me regañaba. También vivía mi tío Juan que murió en el penal de Pamplona de tuberculosis y mi tío Tomás que lo fusilaron en el 1945 por comunista.

Como nos gustaba mucho el río, a pesar de que asistíamos a clase en el colegio de mi tío, cada noche mi padre le preguntaba si habíamos ido a clase y mi pobre tío mentía para evitar que nos dieran una paliza.

Un día mi padre se enteró de que no habíamos ido a clase y que estábamos en el río así que fue allí, nos quitó la ropa, las zapatillas y nos llevó desnudos desde el Manzanares a la Plaza Mayor.

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En otra ocasión volvió mi padre a buscarnos al río pero esta vez ya habíamos espabilado y habíamos puesto la ropa en la otra orilla. Uno se quedaba cuidándola y si aparecía mi padre gritábamos:

-“¡que viene padre, que viene padre!”

Y acto seguido cogíamos la ropa y nos íbamos corriendo. Luego a la noche no había quien nos librara de la paliza con la correa que nos tenía preparada mi padre.

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CAPITULO II. COMIENZO DE LA GUERRA

Comenzó la guerra en el año 1936. Las tropas se asentaron por la zona de la casa de campo, por ese motivo nos vimos obligados a cambiar de domicilio por la proximidad de la zona de combate. Gracias a unos tíos y a mi abuelo que trabajaban en la Unión Eléctrica de Madrid, pudimos instalarnos en los sótanos de la compañía eléctrica que se encontraba en la glorieta de Bilbao.

Durante 3 meses estuvimos viviendo allí, primos, tíos, abuelos... Un total de 45 personas. Mi padre pudo buscar una vivienda en su pueblo natal Las Navas de Tolosa (Jaén), que alquiló a la familia de Mochuelo. En cuanto estuvo todo listo propuso a toda la familia que vivíamos en aquel sótano la intención de mudarnos a un lugar mejor y más seguro.

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En la casa de la familia del Mochuelo nos instalamos los 45, hasta que la vivienda que tenía mi abuelo en las Navas se quedó libre y fue cuando mis padres junto a mis hermanos nos mudamos allí a vivir en una sencilla vivienda de 2 dormitorios.

En esta casa tuvo lugar el nacimiento de mis 2 hermanos menores Martos y Juan.

Hasta que la guerra acabo, esos años mi hermano Antonio y yo que éramos los mayores, nos dedicamos a recoger leña del campo para que nuestra madre la pudiera vender. En la época de la aceituna íbamos al campo a rebuscar lo que se quedaba en el suelo y luego hacíamos trueques de aceituna por aceite o simplemente nos quedábamos con ellas para nuestro propio consumo.

Cuando regaban el trigo íbamos al campo a espigar y esas espigas las limpiábamos y las aventábamos, molíamos con

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una botella y un molinillo de café para sacar harina y hacer pan.

Al finalizar la guerra, un día me dijo mi padre que le acompañara al Carpio, un pueblito de la provincia de Córdoba (zona franquista) y por consiguiente zona en la que se podría encontrar pan. Hacía mucho tiempo que no había visto aquel manjar que tanto me gustaba....

Era tanto mi deseo de comer pan que pudieron mis fuerzas y conseguí ingerir un kilo y medio de pan y a continuación me bebí una gran cantidad de agua. Estaba feliz de poder saciar el hambre que estábamos pasando en esa época, después de un rato el pan hizo estragos en mi estómago y me puse tan malo que me vi obligado a deshacerme de lo que tanto había anhelado en esos meses y expulsarlo finalmente por la boca.

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CAPITULO III - DE COMPRAS POR MADRID

Cuando cumplí los 13 años de edad, decidí ir a Madrid a comprar gallegas (un Pan que se vendía allí y que estaba muy rico).

Una vez que conseguí comprar 2 sacos de gallegas, me dispuse a regresar a Las Navas; Para evitar pagar pasaje en el autocar me puse en una gasolinera de la carretera de Andalucía a hacer autostop.

Después de un rato tuve suerte y me paró un señor de unos 40 años de edad de nacionalidad Marroquí, le dije que si podía llevarme a Las Navas, y el señor aceptó sin ningún problema.

El camino trascurrió tranquilo hasta que en Valdepeñas el señor se dispuso hacer una parada para descansar y aquí se dirigió a mí y me dijo:

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-“¡Bájate los pantalones!”

Y le dije:

-“¡No quiero, yo no soy maricon!”

-“¡Te he dicho que te los bajes!”

Y le respondí:

-“¡Que no soy marica!”

Hasta que por fin conseguí evitar que me forzase y nos metimos de nuevo en el coche y proseguir con la marcha.

En esos momentos estaba muerto de miedo y muy intranquilo pero intente pensar en lo contenta que se pondría mi familia cuando me viera aparecer con ese saco de pan, que me ayudo a olvidar lo que hacía unos instantes había sucedido con aquel señor.

Cuando más tranquilo estaba este señor volvió hacer una segunda parada, esta vez en Santa Cruz de Mudela. Aquí

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todos mis sentidos se pusieron en alerta por si me volvía a intentar hacer daño, y no me equivoqué, me volvió hacer la misma proposición a la que yo me volví a negar con casi lágrimas en los ojos, al final no me obligó y decidió continuar el viaje hasta las Navas.

Los minutos se me hacían interminables, las horas no pasaban... Solo pensaba en la llegada al pueblo y poder reunirme con mis seres queridos. Por fin llegamos a Las Navas, le dije al señor que me dejase en la tienda de comestibles de mi tía Dolores, cuando paró el coche me pidió 50 pesetas, yo se las pague.. Cogí mi saco de pan, me despedí de aquel malvado hombre y cuando este arrancó su coche me derrumbe en los brazos de mi tía, le conté lo que había pasado y en esos momentos llegó mi padre y me reprochó por qué no se lo había dicho... A lo que yo le conteste, que no quería preocuparle. Menos mal que se quedó en una mala experiencia.

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CAPITULO IV - MI VUELTA A MADRID

Una vez que me instalé a vivir en Madrid en casa de mi abuela Elisa, mis tías y mi tío Bienvenido, conseguí un trabajo en una papelería de lujo en la calle Peligros. Este trabajo lo conseguí gracias a un contacto que tenía mi tía María. Desde la calle Peligro solía bajar andando a Atocha y allí cogía el tranvía para ir a casa que estaba en Vallecas, un día cuando me dirigía a casa en la zona de Antón Martín un señor atrajo mi atención. "Oye muchacho, quieres hacerme un recado y yo te daré 5 pesetas”. Yo le dije que sí, Y le pregunte:

- ¿Qué tengo que hacer?

- “Es muy fácil, sólo tienes que entrar en esa tienda y les pides que te den el encargo del señor Carreras”, a lo que yo asentí con la cabeza y me dirigí a la tienda con la

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inocencia de un niño de mi edad, no me paré a pensar en ningún momento que podía haber detrás de este señor.

."Buenas tardes, vengo por el encargo del señor Carreras"

En ese mismo instante me agarraron de los brazos y contra mi voluntad me metieron en el sótano de aquel lugar. Después de unos minutos llegó un grupo de policías y me empezaron a preguntar:

“¿Dónde está el señor Carreras?”

-" En la puerta del hotel Nacional", dije yo.

Los policías fueron a verificar lo que yo les había dicho pero el supuesto señor Carreras se había esfumado como el polvo, no había rastro de él.

La policía volvió a la tienda para buscarme y montarme en el coche patrulla y de allí llevarme al almacén del cafeto, un lugar que estaba lleno de mujeres cosiendo sacos. Aquí la policía preguntó:

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-¿Señoras es éste el muchacho que suele venir a menudo por los sacos? A lo que ellas contestaron:

“La verdad es que se parece mucho, creemos que sí, que es él.”

En ese mismo instante me di cuenta de la magnitud del problema, me estaban acusando de un delito que yo no había cometido y me puse muy nervioso pensando en lo que iba a suceder a continuación, los policías me metieron de nuevo en su coche y de allí nos dirigimos a la comisaria que se encontraba en la Ribera de Curtidores.

En cuanto entré había esperándome un policía con las mangas remangadas y una sonrisa en su rostro en la que podía leer el rato tan agradable que iba a pasar gracias a la paliza que me iba a propinar.

Entre golpe y golpe me preguntaban:

-“¿Has sido tú?”