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HOY NO MATARON A NADIEJosé Miguel Jiménez Martín

I edición – agosto 2015© José Miguel Jiménez Martín

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, lareproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares

mediante alquiler o préstamo públicos.

INDICE

Hoy no mataron a nadieOperación conejo

Dispositivo anti atracosOperación Atocha

Mujer policía

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PRIMERA PARTEHOY NO MATARON A NADIE

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I

―No te preocupes, están desconectadas.

―¿Cómo lo sabes? ―el conductor del vehículo tocó el pedal del freno. ―Están terminando de instalar el circuito de vigilancia ―el tipo que iba sentado en el asiento trasero le volvió a contestar tras confirmar de un vistazo que lacaseta del guarda tenía las luces apagadas―, hasta la semana que viene no lo tendrán conectado. ―¿Estás seguro?―se incorporó el ocupante del asiento del copiloto que hasta ese momento no se había percatado de la existencia del puesto de guarda quedaba paso a la urbanización―. Esto parece una ratonera. ―¡Que sí, joder, que me lo ha asegurado gente de dentro! ―el del asiento de atrás levantó la voz ante la insistencia de los compañeros de viaje―. Ya os dijeque no podíamos esperar a que vuestro colega saliese del talego. ―No sé, tío, no me fío de ese pez gordo que dices que conoces ―insistió tras volver a recostarse en el asiento del copiloto―. Espero que no sea una trampa. ―Deja de quejarte y tú sigue. Es al final de la tercera calle, en la travesía de los Rosales.

El vehículo cruzó la entrada de la urbanización y avanzó lentamente a través de los árboles centenarios de la avenida de los Almendros. Tras unas dudasresueltas sobre un pequeño croquis dibujado en una hoja giró hacía la calle de los Tilos. La Urbanización Monte Príncipe se encontraba en absoluto silencio ycomenzaba a refrescar suavemente. Con el motor al ralentí el vehículo se detuvo al final de la travesía frente a un portalón en el que se divisaba un letrero de hierroforjado. El tipo que iba en el asiento de atrás miró su reloj: pasaban cinco minutos de las doce de la noche.

―Es aquí. ―Pero esto parece una cárcel, una jodida ratonera ―se quejó de nuevo el conductor del vehículo al ver los altos muros que cercaban la puerta de entrada a lafinca mientras mantenía encendido el motor con la primera marcha metida. ―Entraremos por la parte de atrás ―respondió mientras giraba la cabeza para cerciorarse de que nadie les había seguido. ―¿Estás seguro? ―el conductor volvió a manifestar sus dudas. ―Mira, legionario, si no te atreves, ábrete, me tienes hasta los cojones con tantas preguntas ―respondió bruscamente mientras bajo sus pies sacaba unapistola que llevaba dentro de una bolsa―. El que no lo tenga claro que se dé la vuelta ―añadió mientras abría la puerta―. Andando, claro. El coche se queda aquí. ―Vale, vale. No pasa nada. Entraremos todos y ya está ―medió el tercer hombre desde el asiento del copiloto mientras apagaba un cigarrillo. ―¡Joder, parecemos novatos!

Los tres tipos se plantaron cargados con un par de bolsas frente al amplio portalón de acceso al recinto donde se ubicaba la villa de los Martus, según rezaba enel cartel de hierro forjado colocado a uno de los lados de la puerta. Colocada sobre una rampa para el acceso de los vehículos a la finca, la puerta estaba cercada a cadalado por un par de muros de mampostería circulares unidos por un travesaño también de mampostería blanca que rodeaba completamente la puerta. El legionario y suscompañeros tuvieron que alejarse un poco para, forzando la vista, poder divisar a través de las copas de unos árboles la parte alta de los muros exteriores de la lujosavilla que a unos setenta metros de distancia sobresalía por encima de la puerta de entrada a la finca.

―¡Vamos! ―el que parecía llevar la voz cantante comenzó a caminar rodeando la valla que cercaba la finca. ―¿Y ahora qué? ―el legionario, todavía con las llaves del 1500 en la mano, se acercó a su colega mientras se alejaba el tipo que les había llevado hasta allí.

Después de unos segundos de deliberación los dos tipos siguieron al que parecía ser el jefe de la banda. Tras encender unas linternas le alcanzaron y los tresindividuos comenzaron a dar una vuelta alrededor del recinto. Unos minutos después, aprovechando una zona alejada del resto de viviendas, lograban doblar una vallametálica de más de dos metros de altura situada en la parte trasera de la extensa finca. Antes de llegar a la retaguardia del enorme edificio de hormigón blanco atravesaronun campo repleto de corpulentas encinas y un pequeño cenador rodeado de rosales. A pesar del ruido realizado para doblar la valla que rodeaba completamente laparcela ningún vecino de la urbanización parecía haberse percatado de la presencia de los tres intrusos. Al menos eso les había parecido. La vivienda continuaba encompleto silencio.

―Joder, hay una caseta ―uno de los asaltantes apuntó con la linterna al pasar al lado de un merendero de mimbre. ―No pasa nada, ese perro es un acojonado y no ladra ni a los gatos. ―Pero... ―Ni pero ni hostias.

El can, un gran danés, cómo describiría al día siguiente una vecina a un periodista de sucesos desplazado hasta la vivienda, era un perro educado para recibirvisitas, no secuestradores. Dormía plácidamente y ni se inmutó ante la presencia de los asaltantes. La familia disponía de un segundo sabueso pero, como el primero, niladraba ni mordía. De todas formas, ambos se encontraban atados y ninguno pareció percatarse de la llegada de los inesperados invitados a la parte trasera de lavivienda.

―No me creo que en este pedazo de casa no dispongan de alarma ―el legionario trató de medir con la vista la altura del chalet/fortaleza al que el terceto tratabade acceder. ―Pues créetelo, ya te he dicho que la información me la ha dado alguien que la conoce perfectamente ―respondió el jefe de la banda mientras comprobaba queen la otra caseta el segundo animal dormía plácidamente. ―Ya veremos si no tenemos que salir por patas ―proclamó el legionario antes de llegar a lo que parecía una puerta trasera para uso del personal de servicio.

El legionario ya había expresado sus dudas justo una semana antes cuando se citó junto a su colega con un tipo que se les había presentado como un expertoladrón que había participado como cabeza pensante en alguno de los golpes más espectaculares que se habían dado hasta ahora. Sentados en los taburetes de la barra deun bar de uno de los barrios de la periferia madrileña el tipo les convenció entre botellín y botellín de los beneficios que obtendrían en la operación. A pesar de firmar lacolaboración con un apretón de manos, el legionario seguía creyendo que una cosa era dar un palo rápido a una farmacia o a una gasolinera a las afueras de la ciudad conun simple bardeo o una recortada y otra bien distinta asaltar un chalet dentro de una urbanización que debía contar con un eficiente servicio de seguridad privado. Apesar de que una semana después, el penúltimo día del mes de mayo del ´79, al legionario le seguían asaltando las dudas de la viabilidad real del proyecto, la operacióndaba comienzo sólo unas horas antes cuando el legionario y su colega hacían un puente en los cables del motor de arranque de un SEAT 1500 tras aplicar el manual deprocedimiento: romper de un golpe el cortavientos, o abrirlo con un destornillador, haciendo palanca. Entre los "robacoches", sólo unos pocos utilizan métodos querequieren maña, como es abrir la cerradura de la puerta con una llave de abrelatas y poner en marcha el vehículo buscando el punto con el mismo instrumento. En casode que el modelo no tenga la ventana siempre quedar la opción de romper a las bravas el cristal de la parte del conductor, y una vez dentro se arrancan los hilos debajode la ranura de la llave de contacto. Unidos todos los cables, el vehículo se pone en marcha, y en ese momento separan el hilo que, corresponde al motor de arranquepara evitar que éste se queme. No es difícil la maniobra, debido a que cada marca tiene un color determinado para los diversos cables. Romper el bloqueo del volante,acción previa al arranque del motor, tampoco presenta especiales molestias: basta con forzar el giro de un fuerte volantazo, con lo que se, parte la horquilla. Algunos

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delincuentes tienen problemas con esta operación en determinadas marcas de coches, puesto que no queda totalmente roto el bloqueo, y en cualquier giro puede quedarfijo el volante. Esta posibilidad había provocado varios accidentes de delincuentes con coches robados. El promotor del proyecto ya les había avisado que otro modelode la casa, como el 1430 o el 124 de gran aceptación entre el gremio de la delincuencia por su potente cilindrada, hubiese dado demasiado el cante al atravesar las callesinteriores de aquel complejo residencial de las afueras de Madrid en el que se prometían todo tipo de comodidades a los futuros compradores: colegios, clínicas, unexclusivo club social y zonas comerciales en parcelas individuales de más de 4000 metros cuadrados, como rezaba en la publicidad a toda página que los promotores dela urbanización insertaban periódicamente en la prensa.

―¡Joder! ¿Y éste es el que dices que fue paracaidista en la Legión? ―el jefe de la banda cabeceó hacía los lados auto inculpándose de haberle aceptado en elproyecto mientras sacaba una pequeña palanqueta de una bolsa de mano. ―¿Y por qué no echaste también una cizalla? ―el legionario volvió a la carga―. Con él ruido que hemos hecho doblando la valla nos han tenido que oír hastaen Madrid. ―¡Abrid la puerta y callaros de una puta vez! ―medió el tercer asaltante mientras se ponía una media sobre la cabeza―. Al final nos van a trincar con tantacháchara.

Los tres individuos no tardaron en forzar una puerta trasera que debía ser utilizada habitualmente por los sirvientes. El único punto débil que debía contaraquella vivienda desde la que sus ocupantes podrían haberse defendido hábilmente de un asedio colocando arqueros en las terrazas y ventanas estrechas y verticales querodeaban los muros exteriores. La puerta de servicio debía ser el último de los impedimentos para acceder al interior de la vivienda de los Martus. El asunto, entre unascosas y otras, ya les había llevado casi una media hora desde que dejaron aparcado el 1500 frente a los muros de la puerta que daba acceso al recinto. La vivienda seencontraba completamente a oscuras y sólo se filtraba levemente el reflejo de la luna en el salón principal a través de una ventana que permanecía con las persianaslevantadas. ―Quédese quieta, quédese boca abajo ―dos de los asaltantes llegaron al dormitorio principal de la vivienda y rodearon la cama de matrimonio. ―No abra la boca y no le pasará nada, sólo queremos el oro ―le susurró al oído el que llevaba la voz cantante tras taparle la boca suavemente, pero confirmeza, con una de sus manos―, ponga las manos sobre la nuca y dese la vuelta.

La mujer, que acababa de acostarse, obedeció y se giró lentamente hacia su lado derecho. Los dos hombres, armados con sendas linternas, pudieron comprobarla cara de sobresalto de Natacha, la señora de la casa. Atemorizada, se agarró con fuerza a la almohada. A su lado izquierdo, no parecía haber nadie. Tras unos segundos,el jefe de la banda levantó la mano de su boca al comprobar que la señora había entendido plenamente sus palabras.

―No hagan daño a mis hijos ―acertó a decir Natacha con voz entrecortada. ―No tenga miedo, si sigue nuestras instrucciones no le pasará nada. ¿Hay más gente en la casa? ¿Dónde está su marido? ―Fuera ―contestó Natacha tratando de identificar la voz de los dos hombres que con la cara cubierta con medias de mujer le acosaban desde ambos lados de lacama―. En el extranjero.

El señor, un conocido cantante, estaba de gira en Latinoamérica cómo habían publicitado ampliamente la televisión y las revistas del corazón. “Un espectáculoa lo grande”. La señora y los niños, que le acompañaron en parte de las galas, acababan de regresar del tour tras hacer escala en México. Los atracadores, sorprendidospor la falta del marido de Natacha, no debían ser asiduos a la cobertura que desde el papel cuché daban a sus recitales. Teatros abarrotados, gente gritando, dos horasintensas en las que cabían los estrenos y las viejas melodías acogidas con las consabidas ovaciones de reconocimiento nada más comenzar sus primeros acordes… Elcantante llevaba más de año y medio sin actuar en España. Su última gira había comenzado con seis semanas en la isla de Puerto Rico seguida de toda Centroaméricapara continuar con más de doscientos recitales en tres largos meses en tierras mexicanas. Hasta allí se había desplazado su familia para celebrar el bautizo del pequeñode la casa. El show debía continuar. Los contratos estaban para cumplirlos. Las fechas previstas continuarían por tierras uruguayas y argentinas donde tenía firmadasgalas para un mes completo, desde Buenos Aires hasta Mar del Plata pasando por Córdoba y Rosario. Lo mejor había quedado para el final: Estados Unidos, elPaladium de Los Ángeles en Hollywood, Miami, Chicago y otro montón de ciudades para terminar en el Carnagie Hall de Nueva York.

―No se preocupe señora ―interrumpió el legionario que acababa de entrar en la habitación tras dar una pequeña vuelta por el resto de la casa ―, sólo díganosdonde tienen las joyas y nos marcharemos en seguida. ―No somos terroristas, si es eso lo que la preocupa ―le aclaró el compañero del legionario mientras la seguía apuntando con una pistola sobre su cabeza―.Sólo díganos dónde tiene el colorao.

La Eta y el Grapo habían realizado varios secuestros sonados a personas con posiciones económicas más que acomodadas. En unos casos para inyectar sudinero en la tesorería. En otros, para forzar algún cambio de cromos, como en el caso de Oriol y Villaescusa. A primera vista, la familia Figueroa cumplía sobradamentecon todos los parámetros exigibles por las cúpulas de las dos bandas terroristas para poder hacer frente a un rescate millonario con el que seguir financiando susactividades. El país todavía seguía sobresaltado tras el atentado sufrido el sábado anterior en la cafetería California en el que una bolsa con cinco kilos de goma-2 habíaacabado con la vida de ocho personas. Enseguida habían funcionado los paralelismos con el atentado que cinco años antes se había llevado por delante en otra brutalexplosión la cafetería Rolando en la calle Correo frente al edificio de la Dirección General de Seguridad. Pero lo que más pesaba sobre todos los españoles era que unatentado de esa magnitud pudiese repetir la concatenación de trágicos acontecimientos de aquellos famosos 7 días de finales de enero del ´77 {también conocidos comol a Semana Negra: 23/01, muere tiroteado por la espalda un estudiante a manos de elementos fascistas durante una manifestación pro amnistía; 24/01, durante lamanifestación de protesta por el asesinato del día anterior otra estudiante fallece tras recibir en la cabeza un impacto de una bomba de humo lanzada por la policía quetrataba de disolver (a palos) la manifestación; 25/01, por la mañana se da a conocer que el Grapo ha secuestrado al teniente general Villaescusa; por la noche, un grupoultraderechista allana un local de abogados laboralistas en la calle Atocha y mata a 5 de ellos a sangre fría; 26/01, el Grapo intenta matar, en represalia, a un coronel de laGuardia Civil; en el País Vasco 150.000 trabajadores realizan un paro total reclamando la amnistía y la fuerza pública da muerte a un trabajador durante unamanifestación en Pamplona; la Triple A anuncia que si Oriol (presidente del Consejo de Estado y secuestrado el 11 de diciembre del año anterior) y Villaescusa sonasesinados por el Grapo pondrán en marcha la anunciada noche de los cuchillos largos; 28/01, el Grapo consigue matar a 3 policías, hiriendo a dos más} que sembraronel terror y casi se llevan por delante lo que comenzaba a conocerse como el proceso modélico de la Transición. Como entonces, las acusaciones mutuas de formacionescolocadas a ambos extremos de la reinstauración de la democracia y las esperadas represalias por el brutal atentado de la cafetería California de la calle Goya estabannuevamente en boca de todos. El secuestro de Natacha, hija de un marqués, sobrina de conde, escritora, presentadora de televisión y esposa de un reconocido cantante,se convertiría en un nuevo martillazo sobre la todavía endeble entente que se había creado tras el final del régimen anterior.

―No tengo alhajas, si es eso lo que buscan. ―Están cerrados con llave ―señaló el legionario tras forcejear con un armario de la habitación del matrimonio. ―¿Dónde están las llaves? ―En la mesilla ―respondió Natacha mientras los dos hombres seguían apuntándole con las linternas. ―Ir descolgando los cuadros y meterlos en las bolsas… ―ordenó el jefe del comando a los otros dos asaltantes―, con cuidado, que no se rocen. ―¿Y la señora? ―preguntó el legionario apuntándola con la linterna.

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―Eso es cosa mía ―el jefe les hizo una seña con la linterna para que saliesen de la habitación―. Vosotros encargaros de los cuadros. ―Usted vístase ―la ordenó mientras regresaba a la puerta de la habitación tras encender una lamparita junto a la cama―. Sin trucos. Procure no mirarnosnunca a la cara. ¿Lo ha entendido?

Natacha asintió con un gesto con la cabeza. El jefe de la banda, respetuoso, esperó de medio lado junto a la puerta mientras la señora se ponía una bata. A pesarde que, como sus colegas, llevaba la cara tapada con una media, las instrucciones eran evitar cualquier tipo de detalle que pudiese servir en una identificación posterior.Cuando se descubriese el pastel los primeros en llegar serían los peritos de la policía a la búsqueda de huellas o cualquier pista que les pudiese llevar hasta los autoresmateriales e inmateriales del asalto. A la señora de la casa le enseñarían el libro de fichados para que pudiese señalar a los tres tipos que habían abordado su dormitorio.Lo normal es que se encontrasen en alguna de sus páginas, salvo que fuesen extranjeros y alguien los hubiese contratado expresamente para el golpe o no contasen conantecedentes penales o policiales (cosa rara, por otra parte). Con las luces apagadas y sólo iluminados por las linternas, Natacha tendría pocas posibilidades de acertaren un álbum en el que todos parecían cortados por el mismo patrón. De todas formas, cuanto menos tiempo pasasen en la casa menor serían los riesgos de serdescubiertos. Abajo, mientras Natacha terminaba de ponerse la bata, los compinches comenzaron a emplearse a fondo descolgando los cuadros y los discos de oro quepoblaban las paredes de un amplio salón. Natacha, una vez vestida, se dirigió a la habitación de los tres hijos menores de edad del matrimonio bajo la atenta mirada delhombre que la apuntaba con la linterna y una pistola del 9 largo. El menor de ellos contaba sólo con cinco meses de vida.

―¿Dónde está el dinero? ―el jefe de la banda le preguntó desde la puerta de la habitación de los peques mientras Natacha comprobaba como los dos niños y elbebe permanecían dormidos. ―En casa no tenemos costumbre de guardar demasiado dinero ―Natacha salió del cuarto de los niños y comenzó a avanzar tímidamente por el pasillo tratandode alejarle de aquella habitación―, pueden coger lo que quieran, hay muchas cosas de gran valor. ―Ya… ¿y la caja fuerte? ―No tenemos. ―¿Cómo? ―el secuestrador se paró bruscamente antes de volver a la habitación del matrimonio―. ¡Vamos, no intente tomar el pelo a una persona que vaarmada! ―Es la verdad ―Natacha comenzó a bajar los primeros escalones que llevaban hasta un salón poblado de estanterías llenas de libros―. No disponemos deninguna caja de seguridad ni nada parecido. ―Espere ―la sujetó por el brazo―. No me ha dado esa llave de los armarios.

La pareja regresó al dormitorio principal de la vivienda. Tras entregarle la llave que guardaba en la mesilla, Natacha se colocó en el borde la cama mirando haciael cabecero mientras el jefe de la banda registraba todos los armarios a la búsqueda de la ansiada caja de caudales seguramente empotrada tras alguno de los muebles de lahabitación. Los colegas, en la planta baja, continuaban desvalijando los cuadros, que tras sacarlos de los marcos, los iban enrollando dentro del par de bolsas de deportesque habían traído consigo.

―¿Y el talonario? ―el jefe de la banda pareció reaccionar tras unos segundos de ofuscación al comprobar que no había rastro de ningún tipo de caja fuerte en eldormitorio―. No me diga que tampoco disponen de cuenta corriente. ―La chequera está a nombre de mi marido y de mi padre ―contestó Natacha sin dejar de mirar hacia el cabecero de la cama―, con mi firma no es suficientepara sacar el dinero. ―¡Abajo! ―respondió enfadado―. Me parece que las cosas se van a complicar. Lo siento por ti ―le anunció antes de entrar en el salón donde loscompinches habían comenzado a desarmar la vivienda―, eres una persona a la que admiro y por la que tengo gran simpatía pero esto lo hacemos por tu marido. ―¿Pero que tenéis contra él? ―Yo, personalmente, nada. Bueno, sólo un poco de resentimiento. Pero el que está por encima de mí y nos ha mandado hacer esto… En fin, yo sólo cumploórdenes.

Dos años antes, en una urbanización contigua, la familia Valdecasas había sufrido un secuestro en su propia vivienda en términos parecidos que se saldó, trascasi nueve horas de tira y afloja de los asaltantes con el propietario de la vivienda, con el robo de las alhajas y todo el dinero que los cuatro encapuchados pudieronarramblar antes de que saliese el sol. Aunque los secuestradores comenzaron arguyendo razones políticas para justificar sus acciones bajo pretextos tan peregrinos comoel de “despojar de sus joyas a los aristócratas para acabar con el fascismo antidemocrático”, aquello no fue más que un vulgar atraco a mano armada que se demorómás de lo previsto por los secuestradores que trataron en vano de convencer a Valdecasas para que les firmase un talón por valor de tres millones de pesetas. A pesar detener una pistola sobre su sien durante toda la noche, el catedrático y ex procurador en Cortes se negó a firmarles ningún cheque ante la incredulidad de los asaltantesque acabaron desistiendo cuando ya amanecía. Lo cierto es que la familia Valdecasas demostró ser de armas tomar. Los cuatro asaltantes no salieron de su asombro. Trasallanar la vivienda que estaba habitada únicamente en esos momentos por la señora Valdecasas, se quedaron alucinados al ver como ésta continuaba tranquilamentepreparando la cena en la cocina mientras los asaltantes esperaban al ex procurador en el salón. Como el marido se demoraba, la instaron a entregarle todas las joyas y eldinero en metálico que hubiese en la vivienda para poderse marchar cuanto antes. La señora respondió poniéndose a coser. Los cuatro encapuchados (uno de ellos detrásde unas gafas negras y un pañuelo de color verde) seguían sin salir de su asombro. El atraco había comenzado a las siete de la tarde y hasta bien entrada la noche noregresó el señor de la casa junto al mayordomo. Cuando pensaban que su llegada les facilitaría una buena suma de dinero, este se negó a firmar ningún talón a pesar deque los cuatro encapuchados le estuvieron apuntando con sus armas hasta el amanecer. Valdecasas, ante los reiterativos pretextos esgrimidos por los secuestradorespara justificar su violenta acción, se atrevió incluso a aclararles algunos conceptos políticos que en su opinión no parecían tener del todo claro. Valdecasas estabapreparado para eso y mucho más: diputado en las primeras Cortes Constituyentes de la Republica (llegó a ser el secretario de la comisión redactora de la Constitución)y participante en la creación de la Falange del llamado acto fundacional del Teatro de la Comedía (aunque quince días después abandonó el partido de Primo de Rivera alconocer cuáles eran sus ideas), llegó a ser subsecretario de Educación Nacional en el primer gobierno franquista. En el ´43 se atrevió a firmar un escrito junto a otros 26procuradores reclamando a Franco que devolviese la jefatura del Estado a la Corona tal como había prometido. El Caudillo le cesó de todos sus cargos buscando más lacorrección de la falta que la sanción de la misma, advirtiéndole, eso sí, que en lo sucesivo extremase la atención en cuanto a la inobservancia y cumplimiento de lasnormas. Valdecasas no pareció asustarse ante el apercibimiento recibido y al año siguiente, convencido de que el dictador debía cumplir su palabra, impulsó un nuevodocumento junto a más de 50 catedráticos afirmando que el Conde de Barcelona era la única persona que podía reconciliar a todos los españoles. Esta vez fue detenido yconfinado en Alcañiz. Si algo quedaba claro de su extensa biografía es que nunca se había plegado a intereses que no considerase honestos y que cuatro encapuchados noiban a sacarle ni un solo céntimo de su cuenta corriente por muchas amenazas que recibiese.

―¿Órdenes… pero de quién? ―Natacha trató de aprovecharse del arrebato de sinceridad del jefe de los asaltantes. ―¿De cuántos teléfonos disponen? ―el jefe de la banda no contestó a la pregunta. ―De tres ―Natacha se sentó en un sillón de terciopelo marrón tratando de repasar una imaginaria lista de enemigos de su marido.

En el mundo de los artistas eran conocidos los codazos y las zancadillas que se llegaban a poner para alcanzar el estrellato. De todas maneras, la envidia entrelas estrellas más rutilantes y la lucha soterrada por los mejores contratos no parecía suficiente para llegar al extremo de planificar un secuestro o el allanamiento de unavivienda.

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―Acompáñala y desconéctalos todos ―el jefe de la banda le dio la orden al legionario. ―¡No me mire a la cara! ―el legionario apuntó a Natacha con la linterna para que se levantase nuevamente.

Sobre el suelo del salón, sólo iluminado por las linternas de los asaltantes y la luz tenue con el reflejo de la luna que entraba por una de las ventanas,comenzaban a acumularse los marcos vacíos y otros objetos que habían sido descartados por su menor valor o gran tamaño. Los atracadores, pertrechados con un par debolsas, habían ido guardando enrollados los lienzos y los discos bañados en oro y platino que poblaban las paredes del salón y de la biblioteca mientras el jefe de labanda registraba el dormitorio familiar. Ni rastro de la ansiada caja de caudales. Ni siquiera una cajita metálica con el dinero en efectivo. Agarrar las huchas de lospequeños de la casa hubiese sido demasiado miserable e indigno para un golpe del nivel que se suponía se estaba llevando a cabo.

―Cambio de planes ―el jefe del comando anunció a sus compañeros la buena nueva tras comprobar que la casa estaba completamente incomunicada. ―¿Cómo? ―Necesitamos pasta y la señora dice que no tiene firma en el banco ―el jefe de la banda hizo un corrillo con los otros dos asaltantes―. Llamaremos a su viejopara que nos firme un talón ―Natacha permanecía atónita ante la improvisada reunión de los tres encapuchados en el medio de la biblioteca de su vivienda. ―Pero, tío, ¿de qué coño hablas? Ese no es el plan previsto ―el legionario no pareció convencido del cambio de tercio propuesto por el jefe de la banda―.Cogemos las joyas y los cuadros y nos largamos cuanto antes. Por cierto, ni siquiera hemos visto ningún cuadro como el que nos dijiste. ―¿Qué? ―el jefe se acercó a las bolsas donde acumulaban los lienzos―. ¿Dónde está el Rembrandt? ―se giró hacia la señora tras comprobar el contenido delas bolsas. ―No tenemos ningún Rembrandt ―Natacha se excusó mientras los tres la apuntaban con la linterna al unísono―, creo que le han informado mal. Sólotenemos algunos iconos rusos y obras de otras escuelas pictóricas. ―¡No me jodas! ―saltó como un resorte el legionario―. ¡Menuda mierda de información te han dado! ―Tú calla y espera aquí. ¡Venga, a la cocina! ―el jefe de la banda ordenó a Natacha que caminase delante de él. ―¿Dónde lo guarda? ―la interrogó tras cerrar la puerta. ―Le digo que no tenemos ningún Rembrandt. Usted mismo puede comprobarlo. ―No me estará engañando. Le juro que si… ―Le estoy diciendo la verdad ―respondió señalando la pistola con la que le apuntaba―. ¿Por qué no habría de hacerlo? No se quién le habrá dado esainformación… ―¿Qué hace? ―el secuestrador abrió la nevera―. ¿Intenta sonsacarme? ¿Es que cree que le voy a decir quién nos ha contratado? ¿Sabe que lleva preparándolodesde hace más de año y medio? ―metió la mano en el interior del frigorífico y sacó un refresco. ―Mire, entiendo sus dudas ―la voz de Natacha se mostraba cada vez más convincente―, pero un Rembrandt no es cualquier cosa. Ni siquiera la mayoría delas personas que conozco, y ya se imagina quienes son, podrían adquirir uno. ―Está bien ―el jefe de la banda volvió a abrir la puerta de la cocina con el refresco en la mano―. Llévala arriba ―le indicó a uno de sus hombres al volver alsalón.

Natacha volvió a sentarse a los pies de la cama de su habitación mirando hacia el cabecero mientras el legionario no dejaba de apuntarla con su arma. Mejorarmarse de paciencia. Abajo continuaba el registro exhaustivo de la vivienda: desde las cajoneras de todos los armarios hasta las vitrinas llenas de recuerdos y de objetosde valor obtenidos en las giras del señor por todo el mundo eran sacados con violencia. El reloj de pared del salón marcaba las dos de la mañana.

―Parece usted más nervioso que yo ―Natacha se dirigió al legionario. ―Cállese ―respondió el legionario sin poder mantener el pulso de la linterna con la que la iluminaba. ―¿Es la primera vez? ―insistió Natacha―. Su jefe me ha dicho que lo hacen por encargo de una tercera persona. ―Sepa que me he pasado la mitad de mi vida con un arma en la mano ―respondió el legionario. ―Pues no lo parece ―Natacha siguió presionando―. Es más, estoy segura de que ni siquiera está convencido de lo que está haciendo. ―Ya le he dicho que no somos políticos, por no ser, no somos ni anarquistas ―el legionario hizo ademán de sentarse junto a Natacha. ―Su amigo está todavía más nervioso ―añadió Natacha que no dejaba de pensar en la posibilidad de que sus hijos se despertasen cuando escuchó claramentemaldiciendo a uno de los asaltantes tras caérsele al suelo una vajilla que les habían regalado por su boda. ―Ese hombre no es amigo mío, sólo… ―No estamos solos ―el jefe del comando subió corriendo a la habitación del matrimonio interrumpiendo la conversación del legionario con Natacha. ―¿Qué? ―respondió el legionario. ―¡El servicio, joder! ―le contestó el jefe mientras se sacudía unos trozos de cristal de los pantalones―. Vamos ―cogió del brazo a Natacha―, será mejor quenos acompañe.

Otro fallo en el debe de la banda. La casa era enorme. El cuarto de la chica estaba situado justo al final de una de las alas de la planta baja y ninguno de los tresasaltantes se había molestado en darse una vuelta completa por la vivienda abriendo las puertas de las numerosas habitaciones que la poblaban. Habían ido directamentea por el matrimonio, el Rembrandt, la caja fuerte y las joyas. El jefe de la banda les acusó de no asegurarse de que no estaban solos. Los otros de no haberles dado lainformación. De momento sólo habían conseguido unos iconos rusos y unos discos (bañados) en oro. La cara de preocupación de Natacha iba en aumento. Había algopersonal, no se trataba sólo de dinero.

―Entre y procure que no se asuste ―el jefe de la banda le ordenó al llegar al cuarto de la chica―, estaremos en la puerta vigilando ―le advirtió justo antes deapagar las linternas.

Natacha entró lentamente en la habitación tratando de no asustar a la chica que la echaba una mano con las tareas de la casa y los niños. A pesar de la invasiónque estaba sufriendo la villa de los Martus la doncella dormía plácidamente ajena al jaleo armado en la biblioteca. Natacha se agachó y le susurró unas palabras al oídotratando de no sobresaltarla. La doncella se desperezó, trató de incorporarse y encendió de manera automática la lamparita de la mesilla.

―¡Arriba las dos! ―el jefe de la banda entró en la habitación. ―Tranquila, no va a pasar nada ―Natacha trató de calmar a la doncella al ver su aterrorizada cara. ―¡Vamos, en silencio y no se le ocurra mirarnos de frente! ―el legionario se acercó hasta la mesilla y apagó la lamparita―, ¿lo han entendido? ―No se preocupe ―le respondió Natacha sin soltar la mano temblorosa de la doncella. ―Súbelas a la planta de arriba ―el jefe del comando señaló de nuevo al legionario con la linterna.

El jefe de la banda regresó al salón sorteando los objetos que se acumulaban en el suelo. Tras sentarse en uno de los sofás se subió la media para encenderse elprimer cigarrillo de la noche y echar un trago al refresco que había cogido de la nevera. Con el cambio de planes propuesto se acababa de dar cuenta que sería mejor irracionándolos. Con mucha suerte podrían abandonar la casa cuando ya hubiese amanecido.

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―Mira tío ―el jefe de la banda se dirigió al tercer asaltante que revisaba de mala gana uno de los cajones de un armario del salón con la linterna―, este tipo detrabajos requieren paciencia si realmente se pretende hacer dinero. Salvo que queramos malvender la mercancía, algo nada recomendable en función de los riesgos quehemos adquirido, necesitaremos varios meses para rentabilizar la inversión. ―No hace falta que me hables como si estuviésemos en la maldita Bolsa. Lo único que veo es que la información que te han pasado es mala, una chapuza―cerró repentinamente un cajón y se giró apuntándole con la linterna―, y cada segundo que pasa aquí dentro corremos el riesgo de que haya saltado la alarma o de quecualquier vecino se haya despertado y ya haya llamado a la policía. No hay rastro de ese Rembrandt, ni de ningún Zurbarán, ni de nada que realmente tenga valor. Desdeluego, este no era el plan que nos contaste al legionario y a mí. ―De tu amigo el legionario ya hablaremos, me tiene harto ―respondió el jefe de la banda―. Mira, te estoy hablando de que tendremos que sacar las joyas ylos cuadros al extranjero. ¿O es que crees que los vamos a poder vender en el Rastro? Mira, necesitaremos dinero en efectivo para poder mantenernos a flote hasta quepodamos cobrar, tendremos que hacer gestiones, viajar, sacarnos unos pasaportes, ¿entiendes? ―Pero, y ¿la caja fuerte…? No decías que disponían de una. ―Tú no te preocupes por eso, llamará a su padre y nos firmará un talón. ―¿A estas horas? ―el reloj del salón ya marcaba las tres de la mañana. ―¡No, joder, no! En cuanto amanezca la señora le llamará y le dirá que el niño está enfermo y que necesita que venga para llevarle al hospital. Lo tengo todocalculado. Le trincamos, nos firma el cheque y nos largamos. Ya se ha hecho otras veces y siempre ha funcionado. ―No me gusta nada. Esto no era lo previsto. No me gustan las improvisaciones. Además, alguien tendrá que quedarse vigilando hasta que nos paguen el talón. ―Tú no te preocupes por el plan, eso es cosa mía. El legionario se quedará vigilando mientras vamos a cobrar el cheque. En cuanto abran el banco lo cobramos,volvemos a recogerle y ya está. Asunto concluido. ―No lo sé. Me parece que esto deberíamos decidirlo entre todos ―señaló hacía la planta de arriba dónde aguardaba el legionario junto a la señora y la doncella. ―No me jodas que a ti también te ha entrado la vena democrática. ¿Pero qué coño le está pasando a este país? Te recuerdo que he sido yo el que os ha traídohasta aquí. Si ni siquiera sabéis volver. ―Ya lo veo. ―Bueno, ¿es que no quieres la pasta o qué? ―Sabes que no es eso pero al menos cuéntaselo al de arriba. Aunque le haya traído yo, creo que deberías contárselo. ―De acuerdo, llámale y quédate tú con ellas. Yo me encargo de convencerle.

El legionario agradeció el relevo ejercido por su colega para subirse la media y poderse fumar un canuto en el amplio salón de la vivienda mientras escuchaba lasmodificaciones realizadas por el jefe de la banda sobre el plan previo. Sobre el suelo parecía como si hubiese pasado un huracán esparciendo todo tipo de objetos quehoras antes poblaban las estanterías. Los libros y los trozos de un jarrón roto se amontaban bajo las librerías que acondicionaban las paredes del salón. Una vajilla, a laque parecía que no habían encontrado valor los asaltantes, también se encontraba rota a pedazos sobre la mesa del comedor.

―¿Y si no viene sólo o se mosquea y llama a la policía? ―Estoy harto de tus paranoias, legionario ―el jefe de la banda comenzó a levantar la voz―. ¿Seguro que has sido paracaidista? Pensaba que en la Legión sólocogían a gente con cojones. ―¡Mira capullo, yo ya estaba en Sidi Ifni mientras que tú todavía te meabas en los pantalones en el colegio de monjas! ―respondió por fin a lasprovocaciones. ―¡Joooder! ―se carcajeó el jefe de la banda―. Si lo sé llamo a otros. ―¡Vale, vale! ―el tercer atracador bajo de repente cuando parecía que iban acabar la conversación con las manos―, como sigamos dando voces se van alevantar todos los vecinos de la urbanización. ―¿Pero qué haces? ¿Por qué las has dejado solas? ―Están acojonadas. Además, las he atado las manos. No creo que se separen ni un centímetro de la cama. ―Y entonces que hacemos, ¿esperar a que se haga de día? ―se preguntó el legionario. ―¿Alguien tiene una idea mejor? ―el tercer secuestrador cerró el debate mientras volvía a subir a la habitación―. Por cierto, capullos ―se paró a mediocamino―, creo que seguimos sin estar solos. ―¿Cómo? ―el que llevaba la voz cantante se levantó como un resorte del sofá donde descansaba. ―Los señores también disponen de chofer y señora. Te lo dije. Esto es una chapuza. ―¡No me jodas! Vamos para arriba ―el jefe de la banda empujó al legionario al tratar de llegar hasta las escaleras.

Los tres secuestradores subieron corriendo al dormitorio. La señora y la doncella de la casa permanecían sentadas al borde de la cama con las manos atadas a laespalda tal como las había dejado el tercer atracador. En el reloj del salón ya casi marcaban las cuatro de la mañana. A pesar del ruido los niños seguían durmiendo comoangelitos. Otro nuevo error. Los guardeses también dormían en la vivienda. En una zona apartada del salón. De milagro no se habían despertado con el ruido que losasaltantes habían hecho descolgando los cuadros y topándose con los jarrones y la vajilla de las estanterías.

―¿No pensaba contárnoslo? ―el jefe de la banda apuntó a poca distancia a Natacha. ―Ah, claro como no se lo habíamos preguntado ―añadió el legionario mientras Natacha permanecía callada. ―Vamos ―el jefe de la banda bajó la pistola y, tras desatarla, la volvió a coger por el brazo repitiendo la operación llevada a cabo hacia unos minutos―, ahorava a volver a bajar usted sola y le va a decir al chofer que uno de los niños está enfermo y que necesita que suba a verle. Recuerde que la estaremos esperando en lahabitación. ―Hay dos escaleras ―señaló el legionario apuntando hacia el final del pasillo. ―Está bien, ¿por cuál subirán? ―preguntó el jefe de la banda sin dejar de soltar el brazo de Natacha. ―Por esa ―Natacha señaló hacía la izquierda del pasillo. ―Bien, sin trucos, eh. No queremos hacer daño a nadie ―el jefe de la banda apuntó con la linterna hacía la habitación de los pequeños de la casa.

Cinco minutos después, la doncella, el chofer y su esposa habían sido atados de pies y manos. Tras amordazarles les tumbaron en la cama de la habitación delmatrimonio. Natacha, tras unos minutos de fuerte discusión con los atracadores, consiguió que la mantuviesen desatada por sí alguno de los niños se despertaba. Comohabía ocurrido hasta ese momento, uno de los atracadores se quedó vigilando mientras los otros dos continuaban la razzia apoyados con dos maletas de Natacha quetambién habían tomado prestadas.

―Joder, esto no era lo hablado, nos estamos liando ―el legionario se lío otro canuto tras llenar una de las maletas con diversos objetos de valor. ―¿Es que crees que a mí me gusta estar aquí sentado? ―respondió el jefe de la banda mientras terminaba de llenar la segunda maleta―. Sólo lo hago porvosotros tío, ¿es que no te das cuenta, joder? ¿Por qué no te piras, si tantas ganas tienes? ―Mira tío, llevas toda la noche deseando que nos marchemos, ¿qué quieres, quedarte con todo o qué? ―No es eso, joder. Simplemente llevo un año y medio esperando para dar este golpe, ¿lo entiendes? Y ahora no me voy a ir con las manos vacías ―se levantórepentinamente del sofá y se dirigió a la planta de arriba dónde permanecían la señora y el servicio sin dar más explicaciones.

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El legionario permaneció sentado mientras recordaba de nuevo como una semana antes del asalto el jefe de la banda entraba en un bar del extrarradio de Madriddónde se había citado con uno de sus amigos que acababa de salir de Carabanchel con la condicional. El exsoldado, un experto en puentes y en la lucha cuerpo a cuerpocomo había aprendido los últimos veinte años en el Sahara y en la selva centroafricana, escuchaba intrigado un plan para realizar una serie de asaltos de alto standing queles proporcionaría el dinero suficiente para retirarse o montar un negocio legal. Sustituto de última hora del tercer miembro de la banda al que le habían denegado el tercergrado los de Instituciones Penitenciarias comenzaba a maldecir en qué hora había aceptado el encargo de aquel tipo que les había prometido un próspero y limpionegocio con amplios beneficios.

―Bueno, ¿dónde guarda la chequera? ―el jefe de la banda entró súbitamente en la habitación de Natacha encendiendo la luz. ―Ya le dije que no tengo firma ―contestó Natacha visiblemente cansada. ―¡Vamos, no sea roñosa! ―se plantó a escasos centímetros con la pistola en alto―. Sólo necesitamos quinientas mil pesetas y nos marcharemos ahoramismo. ―Puede comprobarlo usted mismo ―Natacha señaló hacía una de las mesillas del dormitorio―, mi marido no vuelve hasta el lunes.

Abrió el cajón de la mesilla de un fuerte tirón y tras apartar una serie de documentos cogió el libro de cheques. En la parte inferior de la derecha de los chequesaparecía únicamente el nombre del señor de la casa como le había repetido varias veces aquella noche Natacha. Su padre debía tener una autorización especial paradisponer de los fondos. Natacha, como la mayoría de las mujeres del país, no podía siquiera disponer de una cuenta corriente propia o de firma para poder sacar dinerosin la autorización expresa de su marido.

―Ya le dije que no podía firmarlos ―comentó Natacha al ver que dejaba el talonario sobre la mesilla. ―¡Abajo! ―le ordenó mientras volvía a apagar la luz. ¡Tú ―señaló al tercer asaltante con cara de pocos amigos―, que no se mueva ni Dios!, ¿está claro? ―No podemos esperar a que venga tu marido ―el jefe de los asaltantes bajo el tono mientras llegaban al salón―, así que ahora mismo vas a llamar a tu padre.Dile que uno de tus hijos está enfermo y que necesitas que venga inmediatamente. Trata de ser convincente. De ti depende que nos marchemos cuanto antes.

Cuando llegaron abajo se encontraron con el legionario tumbado en el sofá junto a una botella de coñac que había tomado prestada de un mini bar mientrasapuraba el tercer porro de la noche. Tras recibir un pequeño toque en el hombro se volvió a bajar la media mientras hacia un gesto de desaprobación con la cabeza.Comenzaba a amanecer y el jefe de la banda seguía sacando conejos de la chistera ante la incredulidad de Natacha y de sus propios compañeros de asalto que dudaban delas verdaderas intenciones de aquel tipo que se había presentado como un experto en reventar cajas de seguridad que había participado en sonados golpes en mediomundo.

―No hay línea. ―¡Joder ―el jefe de la banda señaló al legionario con la linterna―, conéctalo de una puta vez! ―Ahora ―Natacha confirmó que ya había tono y comenzó a marcar el número de la casa de sus padres. ―Ya está ―colgó a los pocos segundos mientras los dos hombres seguían apuntándola con la pistola sobre su cabeza―. No es necesario que siga con eso. ―¿Vendrá? ―el jefe de la banda bajó el arma. ―Eso espero, ¿le importa? ―Natacha cogió uno de los cigarrillos sueltos que había sobre la mesa. ―Bien, ya queda menos ―el jefe de la banda se recostó en un sofá―. En un rato podremos irnos y aquí no habrá pasado nada, ¿entiende? ―Lo que usted diga―respondió Natacha de mala gana. ―Ni usted ni su padre nos reconocerá ante la policía, ¿lo ha comprendido? ―Sí, sí. Nadie dirá nada, se lo aseguro.

Natacha consiguió, a duras penas, encenderse el cigarrillo con un mechero que le había prestado el legionario. El nuevo plan era, cuando menos, arriesgado. Supadre era un hombre de temperamento y encontrarse con tres encapuchados apuntando a la cabeza de su hija en el salón de su casa podría provocarle una reaccióninesperada. El jefe de la banda estaba convencido que les firmaría el talón como un corderito. Aquello era impredecible en opinión del legionario y su colegadescontentos con el cambio de tercio ordenado por el jefe de la banda. Instantes después sonó el teléfono. Natacha y los asaltantes se sobresaltaron como si se hubiese disparado la sirena de la mismísima policía dentro de la casa.El legionario no lo había vuelto a desconectar y todos se quedaron petrificados sin saber muy bien que hacer.

―¿Sí? ―tras unos segundos de dudas el jefe de la banda ordenó a Natacha que cogiese la llamada mientras mantenía la pistola nuevamente sobre su sien. ―Es mejor que lo lleves directamente al Hospital de la Cruz Roja ―se escuchó la voz de un familiar al otro lado del hilo telefónico. ―¡Pero tía! Pero… ―Ni pero ni nada, tu padre dice que no hay tiempo que perder, que allí nos vemos ―la tía de Natacha colgó rápidamente sin permitir que tratase deconvencerla.

A Natacha se le cambió la cara al colgar el teléfono. Tarde o temprano alguno de aquellos asaltantes podría perder los nervios definitivamente y atentarcontra su vida o la de sus hijos. La inesperada llamada, realizada por una hermana de su padre, puso al descubierto las debilidades del plan para hacerse con la firma enla chequera familiar. Sus padres asustados, habían decidido llamar a parte de la familia mientras se dirigían directamente al hospital. El reloj comenzaba a correr en sucontra. Los marqueses de Santo Floro se personarían tarde o temprano en el hospital y descubrirían el engaño. Volverían a llamar a la casa de los Martus preocupadospor la incomparecencia de su hija y su nieto y todo el pastel se descubriría. No quedarían opciones. Tendrían que dejar lo de la chequera para una mejor ocasión.

―No va a venir ―Natacha tras unos largos segundos de tenso silencio se dirigió al jefe de la banda confirmando lo que ya se imaginaban―. Es una tía mía,hermana de mi padre. Está casada con un médico. Dice que lo lleve directamente al hospital. A la Cruz Roja. Que no merece la pena perder más tiempo a que venga mipadre… ―¡Ya te dije que no era buena idea! ―el legionario se dirigió al jefe de la banda. ―¡Deja de tocarme…! ―¿Qué es eso? ―los asaltantes miraron hacía la planta de arriba al oír un ruido que había logrado interrumpir el comienzo de una gran bronca. ―El bebé. Debe tener hambre ―Natacha señaló al reloj del salón que ya marcaba las seis de la mañana―. Va a amanecer. ―Acompáñala ―el jefe de la banda señaló al legionario―. En cuanto acabe, nos vamos.

El legionario aplastó la colilla del porro en un cenicero y agarró por el brazo a la señora de la casa. Ambos se dirigieron a la cocina. El jefe de la banda por finhabía cedido. Todos respiraron. Natacha cogió un plato y una cuchara y comenzó a preparar la papilla para el pequeño de sus hijos mientras el legionario la vigilabaapoyado sobre el quicio de la puerta. A pesar de que aquellos hombres llevaban una eternidad en su casa Natacha trataba por todos los medios de controlar sus nerviosy de que los niños no se enterasen de nada de lo que estaba pasando. Su pasado como presentadora de programas de televisión quizás la había ayudado a mantener lacalma en una noche que empezaba a resultar interminable para todos los ocupantes de la casa incluidos los propios secuestradores.

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―¡Estoy harto de esto! ―el legionario se quitó repentinamente la media mientras Natacha continuaba preparado una papilla de cereales. ―Si nos identifica, volveremos y la mataremos ―añadió al ver como la señora se fijaba de refilón en su cara. ―Ya está ―Natacha le enseñó el plato al legionario. ―Vamos ―subieron a la habitación de los niños. ―Para usted la vida es muy fácil pero no todo el mundo puede dar de comer a sus hijos todos los días ―continuó el legionario a cara descubierta mientrasNatacha comenzaba a darle al bebé la papilla―, usted no lo puede comprender pero hay mucha gente a la que se le ha negado todo en esta vida. Nosotros no somospolíticos, ni siquiera anarquistas, sólo gente que busca una oportunidad para salir adelante.

Mientras el legionario impartía a Natacha la lección de la lucha de clases, el tercer secuestrador había bajado al salón para volver a discutir el golpe de guion quehabía sufrido el plan original. En la habitación del matrimonio continuaban retenidos de pies y manos la chica de la casa, el guardés y su mujer. El operativo que sesostenía a duras penas llevaba casi siete horas de duración y el tabaco y los canutos comenzaban a escasear. Todos los miembros del comando se habían desecho ya delas molestas medias con las que ocultaron el rostro cuando entraron en la vivienda. El jefe de la banda y el segundo asaltante no dejaban de darle vueltas al asunto deldinero mientras Natacha terminaba de darle la papilla al bebe al son reivindicativo del legionario. El bebé se durmió plácidamente con la última cucharada. Natacharespiró. El legionario y la señora de la casa volvieron a bajar al salón tras comprobar que los otros dos menores de la casa también dormían. ―Nos vamos a casa de su tía ―el jefe de la banda anunció su nueva idea tras unírseles Natacha y el legionario en el salón―, que allí sí que hay joyas. ―¿Cómo? ―preguntó extrañada Natacha. ―Pero… ¿de qué tía hablas? ―añadió aún más sorprendido el legionario. ―Tú no te preocupes. Yo sé de lo que hablo. Venga tíos, que se nos echa el tiempo encima. Cargar las bolsas y las maletas en los coches ―el jefe de la bandales entregó las llaves del coche de Natacha y del chofer de la familia―. El 1500 se queda aquí. ―¿Y los sirvientes y los niños? ―el legionario tiró al suelo una cajetilla de tabaco tras comprobar que estaba tiesa. ―Nos llevaremos a la señora ―el jefe de la banda respondió al legionario entusiasmado con su nuevo plan―, tú te quedaras aquí hasta que te llamemos. ―Ni lo sueñes ―el legionario agarró una de las maletas repleta de lienzos y pieles preciosas y se encaminó hacia la puerta trasera por la que habían accedido ala vivienda―, yo me abro ahora mismo. ―¡Vas a arriar la bandera! ―le gritó el jefe de la banda antes de que llegase hasta la puerta por la que se accedía al jardín.

Las palabras de aquel tipo que había conocido una semana antes poniendo en duda su pasado en el asedio sahariano le hizo recordar la larga campaña militarque había terminado con un sabor agridulce a pesar de no haber perdido una sola batalla. El régimen se había encargado de silenciar el resultado de la guerra marroquípara evitar la desmoralización de los ciudadanos ante la pérdida de la última colonia de aquel imperio donde, en tiempos, no llegó a ponerse nunca el sol. La retirada delas tropas en el ´69 rompiendo los mástiles de las banderas había sido la respuesta de muchos soldados ante la rendición ordenada por unos mandos militares quecomenzaban a dar signos de estar exhaustos. En la prensa ni siquiera se había comentado el final de una guerra que ya nadie conseguía recordar cómo había comenzado.La concesión ficticia de unas medallas y unas pensiones que nunca llegaron a ser percibidas por los paracaidistas de la Legión (que no podían permitirse abonar loscostes de la concesión), marcaron el patético final de aquella escaramuza en aquellos desiertos donde el dictador se había forjado antes de asaltar el trono del país. Lasuerte del legionario pareció cambiar al ser contratado como guardaespaldas de aquel libertador centroafricano necesitado de manos expertas en el arte de la guerra. Eltrabajo le reportó mucho dinero y otras cosas… La experiencia adquirida en la guerra que nunca existió le había dado una buena reputación dentro del florecientemercado de los servicios de seguridad privada que se alimentaban con los conflictos derivados de la descolonización africana. Cotizados mercenarios procedentes detodos los ejércitos del planeta aterrizaban en África diariamente a la caza de un buen sueldo. Se había pasado media vida defendiendo un trozo de tierra o cubriendo lasespaldas a alguien. De vuelta a España, la experiencia no debió servirle de mucho. Ahora era de él del que tenían que defenderse otros.

―¡No lo vuelvas a decir en tu vida! ―el legionario soltó la bolsa bruscamente y con los ojos llenos de ira apuntó al jefe de la banda con su arma―. ¡Tú quécoño sabrás de banderas! ¡Si ni siquiera has pegado un tiro en tu puta vida! ―Tranquilo, tío ―el colega del legionario se acercó lentamente tratando de calmarle ante el dramático momento que se estaba viviendo―. No merece la pena.Venga, nos vamos todos y ya está. ―Yo con ese no me vuelvo a montar ―el legionario relajó los músculos de la cara y acabó bajando el arma mientras Natacha permanecía pegada a una de lasparedes del salón ante la marimorena que había estado a punto de montarse. ―Está bien ―por fin habló el jefe de la banda―, yo tampoco tengo ningún interés en que vayamos juntos ―agarró nuevamente a Natacha y la empujó hacía elgaraje de la casa―. Hay dos coches. Coge el otro. Lo siento ―se disculpó al pasar al lado del legionario.

A pesar de lo rocambolesco de la idea y de que la operación llevaba seis horas más de lo inicialmente previsto, dos de los asaltantes (el jefe y el colega dellegionario) se montaron junto a Natacha en un Fiesta de su propiedad. El legionario cogió las llaves del 131 del guardés y metió una de las bolsas en el maletero. Ellegítimo propietario del 1500 quizás ya lo hubiese echado en falta y era mejor no arriesgarse a ser parados por la policía en cualquier control rutinario. Al filo de lasnueve de la mañana, los dos vehículos salieron del garaje atravesando un camino que llegaba hasta la puerta principal de la finca. El jefe de la banda, desde el asiento deatrás del Ford, apuntaba con su arma a Natacha mientras su compañero arrancaba el vehículo. El legionario, en el 131, les seguía a cierta a distancia.

―¿Quién es ese tío? ―el conductor del Fiesta señaló a un coche que se acercaba a la vivienda justo cuando acababan de atravesar el portalón que daba a lacalle―. ¿Por qué coño nos está mirando? ―Da igual, sigue ―le ordenó el jefe de la banda mientras bajaba la pistola con la que, desde el asiento de atrás, apuntaba a Natacha. ―¡Joder, tío, yo creo que nos ha visto! ―repitió el asaltante que iba al volante al pasar frente al vehículo. ―Imaginaciones tuyas ―contestó el jefe de la banda mientras Natacha permanecía callada en el asiento del copiloto―. ¡Vamos, aligera!

Los riesgos tomados por los atracadores cada vez eran mayores y las posibilidades de fracasar progresaban según pasaban las horas. En la casa, tras los ruegosde Natacha, los secuestradores habían accedido a desatar a la doncella para que cuidase de los niños. Mientras la desataban la recordaron que no debía intentar nada yaque uno de ellos se quedaría en la planta baja hasta que volviesen con la señora. Sin embargo, el legionario, elegido democráticamente por sus dos colegas para que sequedase de imaginaria en la casa mientras iban a visitar a la tía de Natacha, se negó en redondo a seguir en la casa ni un solo minuto más y abandonó la vivienda en el 131propiedad de los guardeses con el maletero repleto de los objetos de valor desvalijados en la vivienda. Natacha dio por hecho que de volver, no sería con sus dosacompañantes. La doncella o el hijo de los guardeses, con el que se había cruzado al salir de la finca, no tardarían en dar el aviso a la policía. ―Mi tía está un poco enferma. No creo que sea buena idea ir a verla ―al llegar a la M-30, Natacha rompió el silencio que se había producido en el vehículodesde el momento que abandonaron la urbanización. ―No se preocupe, sólo cogeremos el dinero y nos marcharemos ―trató de calmarla el jefe de la banda. ―Eso mismo me dijo cuando entró en mi habitación anoche ―contestó Natacha sin dejar de mirar a la carretera de acceso a la ciudad. ―Yo tampoco creo que sea buena idea ir a ver nadie ―añadió el conductor tras adelantar a un Land Rover de la guardia civil que permanecía en el arcén de lasalida de la M-30 hacia Sinesio Delgado―. Me parece que ya hemos tenido bastante por hoy, ¿no? ―Tú cállate. Entramos, cogemos la pasta y nos piramos.

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Natacha tuvo que indicarles el camino hasta la Dehesa de la Villa. Ninguno de los dos secuestradores parecía conocer la zona. Tampoco parecía extraño.Aquella era una de las más exclusivas de la ciudad. Mientras tanto, los padres de Natacha habían llegado al hospital de la Cruz Roja alarmados ante la repentinaenfermedad de uno de sus nietos. Sin embargo, y a pesar de sus insistentes preguntas, allí no tenían conocimiento de que hubiese ingresado ningún niño en las últimashoras por lo que decidieron volver a llamar a su hija. A los asaltantes, en su precipitada huida, se les había pasado dejarlos nuevamente desconectados. Un error deprincipiantes.

―Dígame ―la doncella de la villa de los Martus cogió el teléfono. ―¿Está nuestra hija? ―No, ha salido ―respondió la doncella tartamudeando. ―¿Ya viene al hospital? ―No, bueno, el caso es que... ―trató de responder la doncella. ―Pero, ¿qué es lo que está pasando? ¿Explíquese de una vez? ―el padre de Natacha levantó la voz ante las respuestas poco claras que le estaban dando.

El hijo de los guardeses se puso al teléfono tras desatar a sus padres. El chaval que se había cruzado con los dos vehículos al entrar en la urbanización le contótodo lo que había ocurrido durante la larga noche. La doncella, a su lado, no dejaba de llorar. La señora había sido raptada por tres hombres armados y encapuchados traspermanecer retenidos toda la noche en el interior de la vivienda. Los niños estaban bien. Ni enfermedad grave ni nada. El padre de Natacha avisó a la policía desde elmismo hospital. Quizás Natacha sólo fuese el cebo para hacerse con él. De ahí la llamada a medianoche. Los que se habían llevado a su hija en realidad le querían a él,pensó. Mientras tanto, los acontecimientos continuaban su curso. Los secuestradores, ajenos a lo que se avecinaba y no sin dar antes una gran cantidad de rodeos,llegaban a la urbanización de Puerta de Hierro. La casa de la tía de Natacha, la condesa viuda del conde de Romanones, estaba flanqueada por un hermoso jardín queatravesaron los dos atracadores acompañados con Natacha a punta de pistola sin reparar en las primaverales flores que lo adornaban.

―Por favor, guarden las armas ―Natacha les suplicó antes de llamar a la puerta de la vivienda―, mi tía está muy enferma y padece del corazón. ―Esto no me gusta nada, dejémosla aquí y vámonos ya ―insistió el segundo atracador. ―Si no quieres entrar quédate aquí vigilando ―el jefe de la banda pulsó el timbre de la entrada. ―Joder, no es eso. ―Pues cállate y entra de una puta vez.

El conductor del 131, que había seguido al Fiesta a cierta distancia, se quedó a la entrada de la urbanización junto a buena parte del botín obtenido en la casa delos Martus. El legionario, a pesar del rebote que se había cogido tras llevar toda la noche aguantando los comentarios despectivos del jefe de la banda, decidió acompañara sus dos compañeros de asalto hasta el último momento. Mientras vigilaba la puerta de la finca de los Romanones por su cabeza rondaba de nuevo la idea de salircorriendo y meterse en la primera boca de metro que encontrase a su paso. Si seguía allí, era por su colega, que incomprensiblemente se había dejado llevar por la idea deobtener un mayor botín a pesar de lo que llevaban encima. Aquello era una locura de última hora. La avaricia no era buena consejera. Las penas por el secuestro deNatacha les harían envejecer en el talego. Los acusarían de terrorismo o algo así. Natacha no era una cualquiera. Todo el aparato del Estado caería sobre ellos si le pasabaalgo. Encima, ahora, volvían a entrar por la fuerza en otra vivienda. De otra persona, todavía más importante. Un maratón de delitos.

―Somos médicos. ―No pueden pasar ―respondió la doncella al ver a aquellos dos tipos mal encarados que acompañaban a la sobrina de la dueña de la casa que a duras penasmostraba una sonrisa―, la señora todavía no está levantada. ―¡Apártese ahora mismo! ―el jefe de la banda enseñó el arma a la doncella mientras la metía a empujones en la vivienda. ―Pero… ―¡No se mueva! ―el otro asaltante apuntó directamente a la cara de la doncella mientras Natacha la hacía un gesto para que les obedeciese. ―Necesito ver a mi tía ―Natacha señaló hacia unas escaleras que subían a la segunda planta de la vivienda―, lleva un marcapasos, creo que será mejor que mevea a mi primero. ―Sólo un momento ―el jefe de la banda se relamió al comprobar la gran cantidad de obras de arte y otros objetos de valor que poblaban la casa. ―Podrían guardar eso… ―suplicó Natalia señalando las dos pistolas. ―Ni lo sueñe ―respondió le jefe de la banda a punto de bostezar.

Llevaban la cara descubierta y más de veinticuatro horas despiertos. Con cara de cansancio. Natacha, la doncella, su tía… Demasiados riesgos. A pesar de elloel segundo atracador comenzó a descolgar apresuradamente unos cuadros y otros objetos de valor tratando de acabar el trabajo cuanto antes. En la residencia de losMartus, dónde se había desatado el primer acto de la obra, la Guardia Civil ya rodeaba la finca tras la llamada recibida desde el hospital por parte del padre de Natacha ylos rumores sobre la petición de un millonario rescate ya se habían extendido a través de algunas emisoras de radio a las que les había llegado el chivatazo. La ciudad sedespertaría bajo la noticia del secuestro.

―Espere ―añadió el jefe de la banda al ver como Natacha comenzaba a subir las escaleras―, no pensará que va a subir usted sola.

El tipo subió al dormitorio de la propietaria de la vivienda escoltando a Natacha y la doncella. Después de revisar la estancia, las dejó dentro, cerró con llave lahabitación y se apresuró a ayudar a su colega con el segundo desvalijamiento. Plena luz del día. A pesar de que el cansancio comenzaba a hacer mella en los dos sujetos,se afanaron en llenar otro par de bolsas con los objetos de mayor valor que encontraron a su paso haciendo un hatillo con un par de sabanas que también habían tomadoprestadas de la casa. Algunas obras de arte, joyas y algo de dinero guardado en una cómoda. No pusieron la radio. De haberlo hecho quizás se hubiesen dado la vueltainmediatamente conformándose con lo ya arramplado en la vivienda de los Martus. La noticia, lacónica pero contundente, había corrido como la pólvora: “Natacha hasido secuestrada”. Los medios de comunicación habían tardado pocos minutos en conocer la información personándose casi al mismo tiempo que la propia policía en elchalet de los Martus. Un éxito de los medios de comunicación. Mientras los atracadores llegaban al chalet de la tía de Natacha en Puerta del Hierro, el resto del paísrecibía la noticia entre sorprendida y consternada. Las fuerzas de la Guardia Civil custodiaban el lujoso chalet de la Urbanización Monte Príncipe mientras continuabanlas especulaciones acerca del contenido político del secuestro. ―¿Qué prefieres, que te dejemos aquí o que te llevemos a tu casa? ―después de una hora, el jefe de la banda entró de nuevo en el dormitorio donde habíaencerrado a Natacha junto a la doncella y a su tía. ―Mejor aquí ―Natacha respondió sin dejar de agarrar la mano de su tía que permanecía tumbada en la cama. ―No hace falta que le diga que lo mejor para todos es que no volvamos a vernos ―el segundo atracador la enseñó la pistola―. Me imagino que tampocoquerrá dar ningún tipo de publicidad al asunto. ―No, sólo quiero que terminen de una vez ―Natacha asintió con la cabeza apoyando sus palabras. ―Espere media hora y luego llame a quién quiera ―se despidió el jefe de la banda tras cerrar de nuevo la puerta de la habitación.

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Unos segundos después los dos atracadores salían corriendo de la vivienda al tiempo que daban un pequeño golpe en el capó del 131 que esperaba junto a lasalida de la finca. El legionario había permanecido pacientemente a la entrada de la vivienda cubriéndoles las espaldas. El Fiesta y el 131 se adentraron de nuevo en la M-30 en dirección al aeropuerto de Barajas cuando comenzaban a desplegarse unidades de la Guardia Civil por los alrededores de la urbanización. Inspectores de policía,también personados en el chalet, procedían al peritaje de lo sucedido buscando huellas que les pudiesen conducir hasta los causantes del asalto. Los guardeses habíanechado en falta su vehículo y el de la señora. Las matrículas de ambos ya estaban en poder de la policía. Mientras el dispositivo policial comenzaba a desarrollarse en lassalidas de la ciudad, en la radio continuaban alimentando la posibilidad de que ya se hubiese solicitado una cantidad millonaria a los familiares más cercanos. Aún no sehabía hecho pública ninguna nota oficial por parte de las autoridades. En el Fiesta, ajenos a las repercusiones que había tenido la noticia del secuestro, los niveles deadrenalina que les habían hecho permanecer despiertos más de veinticuatro horas comenzaban a disminuir. Cuando llegaron a la altura de un pequeño descampado enuna de las salidas de la carretera que pasaba al lado del aeropuerto volvieron a reproducirse las diferencias en el seno de la banda.

―Ya te dije que no era buena idea ir a la casa de la vieja ―el colega del legionario se bajó del Fiesta tras dar un portazo. ―Tú qué coño sabrás ―el jefe de la banda abrió el maletero y comenzó a trasladar el botín obtenido en Puerta de Hierro a una furgoneta aparcada frente a laentrada de un pequeño rancho de chabolas. ―Joder, casi la da un infarto delante de nuestras narices. ―Seguro que estaba fingiendo, eres un inocente. ―¿Y ahora qué hacemos con los cuadros? ―el legionario tras bajarse del 131 comenzó a cargar en la furgoneta las maletas llenas de cuadros y discos bañadosen oro que habían descolgado al comienzo de la noche. ―Tú no te preocupes ―el jefe de la banda encendió el último cigarro que le quedaba―, eso es cosa mía y de mi socio. ―Empiezo a dudar de que exista dicho socio ―intervino el colega del legionario tras meter la última bolsa en el interior de la furgoneta―. Ni siquiera sabíasquién estaba dentro. No nos han cogido de milagro. ―¿Ah sí? ¿Y cómo crees que sabía dónde estaba la casa y lo de las cámaras de vigilancia…? ―Seguro que lo habías visto en la tele o en alguna revista, como son gente famosa... ―¡Tú y tu colega me tenéis harto con tantas gilipolleces! Cuando me paguen los cuadros, repartimos y hasta nunca, ¿vale? ―levantó la voz―, y como algunose vaya de la boca me lo cargo, ¿está claro? ―Clarísimo, tú encárgate de que a tu jefe no se le olvide nuestra parte. ―Bueno, no os quejareis ―el jefe la banda buscó un tono mucho más amigable al ver el contenido de la furgoneta―, la próxima vez que vayáis a GaleríasPreciados no será para mangar… ―No te pases. ―¿Qué…? ―sonrió ampliamente―. ¿Es que no estáis conformes con nada o qué? ¿Qué os había dicho? ¿Es que no he cumplido lo que os había prometido?No me digáis que tenéis queja… ―¿De qué? ―el legionario le cortó bruscamente―. ¿De que llevas toda la noche haciendo el número de la cabra: escaleras arriba, escaleras abajo, ahora ves lacaja fuerte/ahora ya no la ves, la chequera de marras, el numerito del hospital,…? ―Ya debe estar medio Madrid buscándonos―añadió el colega del legionario al escuchar a lo lejos una sirena. ―¡Iros a tomar por culo! ―el jefe de la banda cerró de un portazo las puertas traseras de la furgoneta y les hizo un corte de mangas. ―¡No te olvides de nuestra parte! ―le gritaron antes de que arrancase la furgoneta levantando una enorme polvareda frente a sus narices.

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II

―¿Entonces, se cruzó con los secuestradores justo a la entrada de la casa? ―Natacha me saludó con la mano ―se justificó el hijo de los guardeses de la finca de los Martus―, ¿cómo iba yo a pensar que le acompañaban dossecuestradores? ―No lo sé… ―Iba en su coche. ―¿Conducía ella? ―No. Iba en el asiento del copiloto. Tampoco me dio tiempo a pensar en nada más. ―Está bien. Tendrá que pasar por comisaría para repasar el libro de posibles sospechosos.

El hijo de los guardeses de la casa de los Martus se levantó del sofá de la biblioteca y se dirigió hacia la cocina donde sus padres trataban de recoger unos vasosutilizados por los secuestradores para refrescarse durante la larga noche. Tenían mucho por hacer tal como había quedado la casa tras la razzia. La doncella no paraba dellorar. Todavía no se tenían noticias de la señora de la casa. Los niños ya se habían despertado. Habría que llevarles al cole como cualquier otro día pero mejor darles eldía libre. La noticia ya estaba sobre la mesa de todos los medios de comunicación y en cuanto llegasen al colegio les darían la noticia. El inspector Pertierra volvió su vista hacia el exterior de la lujosa villa, en su parte delantera, donde se iban acumulando los periodistas custodiados por fuerzasde la Guardia Civil. Un éxito de los medios de comunicación. Los inspectores de la brigada judicial madrileña peritaban los daños producidos buscando huellas quepudiesen conducir a la identificación de los delincuentes que habían secuestrado a Natacha en su propia casa. Patas arriba. Así había quedado la vivienda. Ni un cajón selibró de ser registrado. Sólo faltó que rebuscasen en los botes del Cola-cao. Daba la impresión de que habían querido llevárselo todo. Incluso los discos de oro ganadospor el famoso cantante pensando que estaban fabricados por el preciado metal y no con una simple imitación para dar el pego.

SE PROHIBE EL PASO A TODA PERSONA AJENA A LA URBANIZACIÓN

―Adelante ―un reportero de la sección de sucesos de un joven diario madrileño atravesó la puerta de acceso al recinto de la villa asaltada junto a otracolega de profesión y un cámara de televisión. ―Dicen que han pedido diez millones de pesetas por el rescate ―comentó el que llevaba la cámara de televisión al hombro. ―Poco me parece ―le contestó el compañero mientras el reportero de sucesos se desviaba hacía su derecha para tener una vista completa de la vivienda.

Varios números de la Guardia Civil controlaban la puerta principal de la vivienda. Hasta allí habían llegado los primeros periodistas en personarse tras darse aconocer el suceso. En el interior de la casa se había comenzado a evaluar los daños producidos y a entrevistarse con el servicio presente en el momento de la irrupción delos secuestradores de Natacha. Las especulaciones sólo habían hecho que comenzar: la ETA, el GRAPO, la extrema derecha… ―Un trabajo chupado ―el reportero de sucesos se encontró con el inspector sentado en uno de los soportales que daba a un jardín rodeado por unascolumnatas. ―¿Usted cree? ―Pertierra continuó disfrutando de las vistas. ―Sólo tiene que pedirle al vigilante la cinta de grabación de la cámara de circuito cerrado que hay a la entrada de la urbanización ―el periodista se sentó a sulado. ―Está desconectada ―respondió el inspector mientras sacaba un par de cigarrillos. ―¿Los secuestradores? ―No, no creo que sean tan profesionales. Simplemente no estaba puesta en funcionamiento. Parece ser que hasta la semana que viene no tenían previstoponerla en marcha. ―¿Casualidad? ―No lo sé. Quizás tuviesen información de dentro.

Fortuna, osadía o lo sabían a ciencia cierta. A esas horas de la mañana se manejaban todas las opciones. No sólo la cámara de televisión estaba sin activar. Losdos pequeños cuerpos de latón color naranja, dispuestos a ambos lados de la entrada de la urbanización, escondían dictáfonos que debían sintonizar con los walkie-talkies de los guardianes en el caso de haber estado conectados en el momento que los tres secuestradores penetraron en el seno de la urbanización con el 1500 queacababan de hacerse con el correspondiente puente. Osados o afortunados, siguieron calle adelante hasta su objetivo sin que nadie se percatase de su presencia.

―No parece sencillo penetrar en una vivienda así ―el periodista se levantó para echar un nuevo vistazo a la fachada de la vivienda―, desde esas ventanaspodría sostenerse ventajosamente un tiroteo. ―Entraron por la puerta de servicio ―respondió el inspector cogiendo la indirecta del reportero―. Siempre hay un hueco por el que colarse. ―¿Y los perros? ―el periodista señaló hacia un par de casetas situadas en la parte trasera de la vivienda. ―Ni ladradores ni mordedores. Los tienen educados para recibir visitas, no secuestradores. ―Dicen que han pedido diez millones por el rescate. ―Sólo son rumores ―respondió el inspector mientras uno de sus compañeros se acercó a su lado y le susurró unas palabras al oído―. Todavía es pronto parapoder saber quién es el responsable. ―¿Entonces? ―Ha sido puesta en libertad ―respondió Pertierra señalando al compañero que acababa de hacerle la confidencia―. Ahora está prestando declaración y pareceser que luego irá a descansar a casa de sus padres. Creo que alguno de tus colegas ya está en camino ―Pertierra señaló hacía otro compañero de profesión del periodistaque salía apresuradamente de la villa de los Martus―. Me debe una.

El periodista le saludó agradeciéndole la confidencia y cogió camino de la vivienda de los padres de Natacha, los marqueses de Santo Floro, un palaceteenclavado en el centro de la ciudad. A la vista de las nuevas informaciones, todos los periodistas comenzaron a desfilar hacia la salida de la finca. Pocos sabían dóndevivían los marqueses de Santo Floro. Se montó un poco de lio a la entrada de la finca. Nadie se fiaba de nadie, menos de un compañero de profesión ávido de exclusivas.Uno de los miembros de la Guardia Civil confirmó la información: Natacha había sido liberada por sus captores hacía pocos minutos. Le creyeron. Unos se fueronsiguiendo a otros hasta la vivienda situada en el número 3 de la calle de Castellón de la Plaza. En las emisoras de radio continuaban especulando con el móvil delsecuestro. Político, económico o ambas cosas. Delincuentes comunes o un comando terrorista. La secuestrada, hija de marqueses y nietas de conde, había trabajadocomo periodista hasta contraer matrimonio con un famoso cantante. Diez millones parecía una cantidad ridícula para tamaña presa pero fáciles de recopilar y entregar en

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un tiempo record facilitando la salida ordenada del secuestro para todos: secuestrada y secuestradores. Razones estrictamente materiales. La opción política se ibaesfumando poco a poco ante la temprana liberación de la secuestrada. Diez largas horas habían pasado los secuestradores en su compañía. De haber querido llevárselano hubiesen esperado a que se hiciese de día. Las preguntas todavía no tenían respuestas: ¿Por qué pasar toda la noche en la vivienda de los Martus? ¿Para qué fueron ala vivienda de su tía? ¿Por qué no la cogieron directamente y salieron pitando de la casa? Sus hijos, la criada, el chofer y su esposa también habían pasado buena parte dela noche encerrados en la planta alta de la vivienda. Otro riesgo innecesario. El momento más tenso se produjo cuando tomaron la decisión de trasladar a Natacha hastala vivienda de una de sus tías, también perteneciente a la aristocracia española. Al menos pudo preparar la papilla al bebe de la casa. Un gesto que honraba a lossecuestradores pero que no impedía pensar que la sensación de impunidad era infinita para aquellos que habían decidido adentrarse en la vivienda de los Martus ymantenerse allí durante toda la noche apuntando con sus armas a la señora de la casa. Las bromas tampoco se habían hecho esperar. Algún imbécil había comentado queel secuestro de Natacha era una represalia contra su marido por el contenido hortera de sus canciones…

―No se impacienten ―uno de los amigos de la familia entró en el salón donde esperaban los periodistas―, en unos segundos estará con todos ustedes. A renglón seguido, cerca de la una y cuarto de la tarde, Natacha entraba en uno de los salones de la vivienda de sus padres esbozando una sonrisa forzada. Laimagen más esperada. Una de sus cuñadas había ido a recogerla a casa de su tía. Camisa rosa de manga larga y tejanos azules desgastados. El pelo recogido en una largacoleta. Los ojos, enrojecidos tras las más de veinticuatro dramáticas horas vividas tras el asalto de su vivienda y su posterior traslado a punta de pistola hasta la casa deuna de sus tías que también sufrió el desvalijamiento de los tres hombres que habían irrumpido en la casa de los Martus al filo de la medianoche. Saludó uno a uno a losperiodistas y amigos concentrados en el salón se sentó en un mullido sofá color tabaco mientras los reporteros gráficos recogían las primeras instantáneas. Avellanedasacó una libreta y un bolígrafo mientras echaba un vistazo por encima de las primeras notas escritas por otro de los compañeros que había aprovechado el tiempo deespera para ir adelantando la crónica: “El idilio que acabó en boda. Leo y Tauro. Fuego y tierra. Oro y cobre. Aristocracia y pueblo. Poetisa y cantante. La unión fueposible. El noviazgo desmentido, aireado y sensacionalizado. La boda misteriosa, secreta y sonada. Él era el niño mimado del régimen, el personaje de lujo de unatelevisión que necesitaba vender imágenes folklóricas de un país oprimido. Ella era el personaje casi anónimo, sereno y culto, de otro mundo, pero chiflada por lospersonajes famosos, como era el cantante en aquel momento. Ella confesó que quería conocer al ídolo de las jovencitas, al personaje controvertido, al fenómeno único.«Quiero conocerlo». Se conocieron y cenaron juntos más de una vez. Enseguida rumores de noviazgo. Pero los rumores se desmentían como siempre: «sólo somosbuenos amigos». El idilio continuó y continuó, y un buen día la pareja citó a sus amigos en Barajas con el pasaporte en la mano y dispuestos a un viaje desconocido a«algún lugar de Europa». El destino era Venecia, un acto íntimo, una boda romántica, secreta, silenciosa. Después el escándalo, los titulares y ríos de tinta, y eldesespero de los fans que quieren morirse: se han casado.” Demasiado rosa para un cronista de los bajos fondos como era Avellaneda. Él era un experto en criminalistay en colarse en los despachos de la Brigada de Investigación Criminal y de las comisarías de barrio. Había sido fichado para la sección de local hasta que el periódico sedecidió a crear una sección específica para cubrir los sucesos. Avellaneda fue elegido como jefe de la sección por unanimidad. Un tipo siempre pegado a la noticia de losque iba puerta por puerta para perseguir una noticia. Una anécdota para corroborarlo: unos meses antes del secuestro de Natacha cuatro hombres le arrebataban suturismo a punta de pistola en el estacionamiento de la plaza del Carmen. Poco después el R-18 aparecía abandonado. Una peligrosa banda de atracadores se habíaapoderado del mismo para dar un palo a una sucursal de la caja de ahorros en Velilla de San Antonio. La banda fue detenida pocos días después tras asesinar a una jovenque les increpó durante el atraco al mesón San Isidro en la Costanilla de San Andrés en pleno corazón del Madrid de los Austrias. El arma, una Astra del calibre del7,65, le había sido arrebatada a un comandante del ejército durante el transcurso de otro atraco perpetrado en una sauna. La banda estaba acusada de llevar a cabo 17asaltos solamente en el mes anterior a su detención. “Para combatir el crimen es necesario conocerlo”, era una de las máximas profesionales del periodista. Avellaneda lohabía tenido frente a sus narices.

―Hacía la una de la madrugada me levanté sobresaltada ―Natacha, visiblemente emocionada, comenzó a relatar lo sucedido la noche anterior―, acababa deacostarme cuando de repente aparecieron en mi dormitorio tres hombres que tenían el rostro cubierto con medias y que llevaban en las manos pistolas y linternas. ―¿No escuchó ningún ruido? ―interrumpió uno de los periodistas que tomaba notas junto a Avellaneda sobre una mesa repleta de ceniceros. ―Con voz imperiosa me gritaron: “¡Quédese quieta, quédese boca abajo! ―respondió con voz temblorosa―. Seguidamente me pidieron que les dijera dóndetenía la caja fuerte y las joyas. Yo les dije que no teníamos alhajas ni caja fuerte pero ellos no me creyeron.

El teléfono de la residencia de los marqueses de Santo Floro volvió a sonar. En realidad no había dejado de hacerlo desde el momento en que la noticia, lacónicapero contundente, había comenzado a correr a través de los diferentes medios de comunicación: Natacha ha sido secuestrada. A los pocos minutos de que el marqués,desde el mismo hospital de la Cruz Roja donde había acudido a esperar la llegada de su nieto supuestamente enfermo avisase a la policía, toda España vibraba entresorprendida y consternada ante las informaciones que desde diferentes emisoras de radio especulaban con los posibles móviles del secuestro de la aristócrata yperiodista por unos sujetos fuertemente armados. Lo mejor estaba por llegar. Nadie podría imaginárselo. En esos momentos, mientras varios miembros de la GuardiaCivil llegaban a la residencia de los Martus, Natacha y los secuestradores acertaban con la residencia de su tía Blanca en la urbanización de Puerta de Hierro. Un segundoacto inesperado. El botín les había sabido a poco y dos de los tres secuestradores se dedicaban a desvalijar la vivienda de la tía de Natacha en Puerta de Hierro a plenaluz del día mientras la Guardia Civil acordonaba la urbanización de Monte Príncipe tratando de buscar pistas que les llevasen hasta ellos.

―Entonces me preguntaron cuántas personas había en la casa, sí estaba mi marido, dónde dormían los niños ―continuó atropelladamente Natacha―. Meobligaron a levantarme para que les acompañara a desconectar los teléfonos, pidiéndome, siempre con buenos modales, que no les mirara a la cara y que no tuvieramiedo ya que no iban a hacerme nada. Desconectamos todos los teléfonos y cuando nos encontrábamos en el salón me preguntaron de improvisto por el Rembrandt.Ahí me di cuenta que ni conocían la casa ni sabían lo que se encontraba en ella. ―¿No tienen ningún Rembrandt, verdad? ―No, nunca lo hemos tenido. En nuestra casa sólo tenemos iconos rusos y alguna que otra obra de determinada escuela. Entonces se dedicaron a observar loscuadros con la luz de las linternas. De repente uno de ellos volvió a preguntarme por el oro…

Natacha continuó con el relato acompañada de expresivos gestos que parecían resumir gráficamente el pánico sentido durante el tiempo que había permanecidobajo la amenaza de las pistolas de sus secuestradores. Una larga noche llena de sobresaltos resumida en unos quince minutos en los que cronológicamente recordó comouna operación relativamente sencilla fue complicándose hasta ser trasladada a la residencia de una de sus tías mientras dejaba atrás a sus hijos. Cuando llegaba al final del relato de su odisea sus dos hijos mayores entraron corriendo en el salón para fundirse en un abrazo con su madre. Los periodistasvolvieron a enfocar sus cámaras recogiendo la esperada instantánea del reencuentro de Natacha con sus hijos. Otro éxito de la prensa. Sus hijos no se despegaban de sumadre. Por si acaso. Sólo faltaba el padre de familia, probablemente todavía en la cama, dada la diferencia horaria existente con el continente americano.

―¿No tenías algún sistema de alarma instalado en tu casa? ―inició el turno de preguntas uno de los periodistas. ―No. Al principio estuvimos tentados de colocarlos pero luego desistimos pensando que los ladrones, en caso de que quisieran robarnos, sabríandesconectarlo. ―Pero, sin embargo, tenéis dos perros… ―Así es. Sin embargo, los ataron y ni siquiera ladraron. ―¿Crees que los ladrones te conocían personalmente? ―Tal vez. No obstante, aunque llegaron hasta mi dormitorio pienso que no tenían ni la menor idea de la distribución de la casa. Uno de ellos, el que conducía elcoche con el que me llevaron a casa de mi casa, me dijo en algún momento de la noche: “Lo siento mucho por ti, Natacha, pues eres una persona a la que admiro y por la

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que tengo gran simpatía”. Aquello me pareció que lo decía de manera sincera. Luego añadió: “Esto lo hacemos por tu marido”. ―¿Por su marido? ―Entonces yo me atreví a preguntarle que qué era lo que tenían contra él y me contestó que sólo tenía un poco de resentimiento pero que el que estaba porencima de él les había mandado hacer esto… ―¿Le dijo quién les mandaba? ¿Quién lo había organizado? ―No, finalmente se excusó diciendo que el sólo cumplía órdenes. ―¿Temiste alguna vez por tu vida? ―En todo momento aunque nunca me amenazaron de muerte. Yo pensaba que en cualquier momento me podrían disparar un tiro por la espalda, sobre todo,porque insistieron varias veces que no les mirase a la cara. ―¿Se hablaban por sus nombres? ―Jamás. Unos a otros se llamaban “tío”. Nunca dijeron ningún nombre y hablaban perfectamente castellano ―repitió una de las respuestas que acababa de dara los inspectores de la brigada judicial madrileña momentos antes de la improvisada rueda de prensa. ―¿Te faltaron al respeto, física o verbalmente? ―En absoluto, me trataron muy educadamente. La verdad es que no pararon, a lo más, se detuvieron a beber tres o cuatro naranjadas. Daba la impresión de quequerían llevárselo todo. ―¿Pudiste ver el rostro de alguno de ellos? ―Los de los dos que vinieron conmigo en el coche hasta la casa de mi tía. Ambos tendrían unos cuarenta y tantos años. Ninguna de sus caras me resultófamiliar. Creo que jamás las había visto antes. ―¿Hicieron algún comentario extraño? ―Varios, pero hubo uno que me llamó la atención. Dijeron: “No conocemos esto porque no somos de Madrid”. ―Quizá sólo fuese un truco para despistar a la policía… ―intervino el padre de Natacha que acababa de hacer acto de presencia en el salón―. Si no lesimporta, creo que por hoy mi hija ha tenido bastante. Comprenderán que necesita descansar.

Los periodistas se levantaron agradeciendo a Natacha la atención prestada y las declaraciones realizadas de primera mano cuando ni siquiera habían pasado treshoras del desenlace feliz del secuestrado sufrido la noche anterior en su propio dormitorio. El susto morrocotudo había pasado, sin embargo, para Natacha y sus hijosaquella interminable noche no sería fácil de olvidar. Estrés post-traumático. Miedo, ansiedad, estrés, ira, rabia, resentimiento o bloqueo emocional. Para muchas víctimasde secuestros estos efectos no llegaban a mitigarse en su totalidad a pesar de que algunos decían que el paso del tiempo lo llegaba a curar todo. Una cosa así no seolvidaba fácilmente. Secuelas crónicas si no se recibía el tratamiento adecuado. El país pasaba por unas circunstancias parecidas. Los años del plomo. Atentadosterroristas, inseguridad ciudadana, amenazas golpistas… La transición del antiguo régimen a la nueva democracia todavía se encontraba en pañales. Suárez haciaequilibrios para mantener en pie la nación. La noticia del secuestro de Natacha había conmocionado de nuevo al país. Al menos, ese día no habían matado a nadie.

―Natacha no va a reconocer a nadie de entre las fotografías que le pueda mostrar la policía. No quiere saber nada de este tema ―el periodista, antes de salir dela vivienda paterna de Natacha, pegó la oreja a una puerta entreabierta donde mantenían una conversación dos hombres―. Los secuestradores la han amenazado demuerte si llega a identificar a alguno, y mi hija no está dispuesta a nuevos disgustos. ―Así no vamos a conseguir dar con ellos y recuperar los objetos robados ―contestó el inspector Pertierra―. Entiendo que su hija pueda estar asustadadespués de todo lo que ha pasado pero si no colabora con nosotros sólo va a conseguir que el caso quede empolvado en un cajón de la comisaría… ―Ustedes hagan su trabajo pero dejen a mi hija en paz ―cerró la conversación el padre de Natacha―. No hace falta que le diga lo importante que es paranosotros que todas las investigaciones se lleven con la máxima discreción…

El marqués de Santo Floro señaló el teléfono que descansaba sobre una mesita auxiliar. Pertierra había sido testigo privilegiado de la conversación que el padrede Natacha había tenido con la máxima autoridad del país. El propio rey don Juan Carlos se había puesto en contacto con el marqués para conocer de primera mano elestado de salud de su hija. La noticia del secuestro había conmocionado al país. Las especulaciones se habían disparado de forma inmediata. Las primeras vocesseñalaban a algún comando de la banda terrorista destacado en la capital de España. La banda se había especializado en la financiación de sus actividades mediante elsecuestro de empresarios (o alguno de sus hijos) vascos que se negaban a abonar el conocido como impuesto revolucionario, una tasa que todos los industriales debíanpagar para sufragar la existencia de la banda terrorista. El rapto de Natacha en su bunker era un salto cualitativo. Nadie parecía estar a salvo. Ni los poderosos, ni losricos, ni…

―¿No sabía que siguiese por aquí? ―Pertierra se sorprendió al toparse con Avellaneda al salir de la estancia donde había mantenido un encuentro privado conel padre de Natacha. ―Sólo estaba echando un vistazo ―se excusó el periodista―, no todos los días se puede acceder a una vivienda así. ¿Sabe qué hace unos años tambiéndesvalijaron a los marqueses? ―¿Cómo? ―el periodista y el inspector salieron de la vivienda ante la atenta mirada del marqués. ―Creo que fue hace tres años ―respondió el periodista mientras le ofrecía un cigarrillo a Pertierra en un pequeño jardín a la entrada de la casa―. Losmarqueses tienen una residencia de verano en Biarritz. Creo recordar que en aquel caso, los asaltantes no sólo se limitaron a coger lo que se quisieron sino que tambiénse dedicaron a destrozar muebles y otros objetos. Parece que tenían algo personal contra ellos… ―No lo recordaba. ―No se extrañe. Este tipo de gente odia la publicidad. La noticia pasó de puntillas en la prensa a pesar de la importancia del sujeto. ―¿Qué cree, qué puede tener relación con el caso? ―No lo sé, usted es el policía ―respondió Avellaneda tras apagar la colilla contra el suelo―, pero ahora estamos en paz.

El periodista abandonó la vivienda familiar de los marqueses camino de la redacción del periódico donde estaban ansiosos por recibir la crónica que ocuparía laspaginas principales de la edición del día siguiente. Un asunto de máxima actualidad del que se habían hecho eco todos los medios de comunicación de manera inmediata.A pesar de ello, la temprana resolución del caso con la liberación de Natacha sana y salva había rebajado la tensión informativa más centrada en la intervención que elpresidente del Gobierno tenía previsto realizar en el hemiciclo sobre el terrorismo. Hubiese sido un buen golpe de efecto que ese mismo día alguna de las bandasterroristas que desde diferentes extremos operaban en el país (ETA, el GRAPO, Terra Lliure, AAA, Batallón Vasco Español,…) hubiesen cometido un secuestro enuna de las urbanizaciones más lujosas del país aprovechando la comparecencia de Suárez en el parlamente. Sin embargo, todo apuntaba a que sólo se trataba de unabanda de chorizos al que el asunto se les había ido un poco de las manos.

―“Te mataremos si nos identificas” ―Avellaneda pulsó las primeras teclas de la máquina de escribir que tenía asignada en la redacción del periódico. ―¿No va a presentar denuncia? ―uno de los compañeros que paseaba al lado del periodista se fijó en las primeras líneas escritas por Avellaneda. ―¿Esperabas otra cosa? ―En el fondo es comprensible. Pasar tantas horas secuestrada en tu propia casa y con tus hijos… ―Yo no creo que se tratase de ningún secuestro ―respondió Avellaneda mientras seguía escribiendo la crónica―, simplemente se les fue de las manos. Ibanbuscando algo que no encontraron y acabaron pegándole un susto de muerte a esa anciana.

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La anciana condesa, tía de Natacha, se había visto afectada sobremanera por la inesperada visita de su sobrina acompañada por dos de los asaltantes delcomando que la habían tenido retenida durante toda la noche. Un delito de robo con violencia e intimidación que se veía agravado por la privación de libertad de lavíctima aunque tampoco podía tipificarse de secuestro ya que en momento alguno se había solicitado rescate ni condiciones para poner en libertad a Natacha.Simplemente lo hicieron cuando el jefe de la banda se quedó satisfecho con el botín obtenido. Caso aparte era el de la tía de Natacha, enferma del corazón, y que habíarecibido un gran susto que había hecho temer por su vida. Su débil corazón se apoyaba en un marcapasos. También podían haber sido acusados de homicidioinvoluntario al allanar su vivienda. Por suerte para todos, la sirvienta había llamado a un médico de urgencia en cuanto el comando abandonó la vivienda de Puerta deHierro. A pesar del mal trago pasado, más bien un horror, su vida no corría peligro. Su corazón había aguantado el envite.

―Bueno, ¿vas o venir o qué? ―varias horas después del suceso, mientras la noticia de liberación de Natacha ya era conocida en todo el país, el inspectorMartel entraba en uno de los despachos que ocupaba la sección anti atracos de la recién creada brigada judicial madrileña en las dependencias de la Puerta del Sol. ―¿Adónde? ―el inspector Pertierra apuraba el folio del atestado sobre el caso del secuestro de Natacha. ―¡Adonde va a ser! ―Martel le miró asombrado―. A la cena de Pacheco. ―¿Qué pasa, ya hay luz verde? ―Pertierra dejó la máquina de escribir y metió la mano en uno de los cajones de la mesa sacándose una pistola paracolocar en la sobaquera. ―Parece que se ha roto definitivamente la mesa de negociación y ya no hay excusa para aplazar el homenaje. ―Bueno, habrán pactado el desencuentro. Venga ―Pertierra se puso la chaqueta y se apretó el nudo de la corbata―, te invito a una caña, ¿tenemos tiempo,no? ―Por supuesto ―los dos inspectores cerraron la puerta del despacho. Los dirigentes de la Asociación Profesional de Funcionarios del Cuerpo Superior de Policía, a la que estaban afiliados de forma casi mayoritaria los inspectoresde la brigada judicial madrileña, habían decidido no convocar la largamente anunciada huelga de celo con la que durante varias semanas habían estado amenazando aSalazar, el Director de la Seguridad del Estado. Salazar demostró saber manejar los tiempos. El primer envite propuesto por la Asociación, tres jornadas consecutivas deprotesta previstas para comenzar el miércoles 27, se pospuso sólo unas horas antes de su comienzo tras llamar a capitulo y con carácter de urgencia a Cabrerizo, elpresidente de la Asociación. Cabrerizo consiguió que su Junta Directiva le avalase posteriormente el aplazamiento de tres días pactado con Salazar tras informar del têteà tête que había mantenido con el mando policial. La segunda fecha señalada para comenzar la huelga de celo, el sábado 30, vino precedida de un nuevo encuentroSalazar/Cabrerizo. El resultado fue el mismo. Cabrerizo perdió el pulso. Salazar le dobló de nuevo al brazo. La Junta presidida por Cabrerizo decidió estudiar otrasmedidas de presión desechando la anunciada huelga de celo a pesar de ver denegadas todas y cada una de las reivindicaciones que habían incluido en la plataformasindical presentada ante el Ministerio del Interior. Ni siquiera el hecho de que Cabrerizo hubiese puesto su cargo a disposición como signo de protesta había hechomover ni un solo centímetro la postura de la patronal policial. De todas maneras algunos ya estaban acostumbrados a este tipo de maniobras de cara a la galería. No erala primera vez que Cabrerizo realizaba un estratégico amago de dimisión para recibir posteriormente una calurosa confirmación en su cargo por parte de la asamblea deafiliados de la asociación.

―Mira, creo que han colgado un comunicado ―Martel señaló hacia un tablón de anuncios colocado en uno de los pasillos que daba acceso al patio central delviejo edificio policial de Gobernación. ―“(…) El anuncio de las últimas medidas de apoyo a esas reivindicaciones fue contestado por el Ministerio del Interior con unas instrucciones a las diversasjefaturas que suponen un desconocimiento de la legislación vigente y de los derechos sindicales de los funcionarios (…) ―Pertierra leyó en voz alta algunas de las líneasde la última circular que la Asociación Profesional de Policías había publicado entre sus afiliados―, (…) la democracia sigue pasando de largo para la policía.” ―Aquí la pueden esperar sentados ―remachó Martel. Una vieja nota pegada al lado del anuncio de última hora publicado por la asociación recordaba en mayúsculas cuales eran las históricas reivindicaciones de losfuncionarios policiales:

UN NUEVO REGLAMENTO INTERNO/JORNADA LABORAL DIGNA/FIJACION DE LAS COMPETENCIAS DEL CUERPO/INCREMENTO DE LOSCOMPLEMENTOS POR INCOMPATIBILIDAD/APLICACIÓN DEL NUEVO PLAN DE ESTUDIOS/PERFECCIÓN DEL GRADO/NEGOCIACION YA!

En otra pequeña nota también colgada en el tablón se podían leer las instrucciones de obligado cumplimiento para llevar a cabo la tan cacareada huelga de

celo (básicamente negarse a hacer funciones impropias del Cuerpo y cumplir escrupulosamente lo oficialmente dispuesto en cuestión de trámites, aduanas, etc…) queno había llegado siquiera a celebrarse.

―Mira, se nos ha adelantado ―los dos inspectores destinados en atracos salieron por un lateral del viejo caserón de la Puerta del Sol y entraron en unaanimada cafetería situada en el número 4 de la calle de Correos. El restaurante-cafetería situado en una de las calles que daban acceso hacia la popular Puerta del Sol había sufrido una profunda reforma. Cinco años antes, a lasdos y media de la tarde del 13 de septiembre del ´74, doce personas morían y ochenta resultaban gravemente heridas por la explosión de una bomba colocada bajo unade las mesas de la entonces conocida como cafetería Rolando. La cafetería, próxima a la Dirección General de Seguridad, era frecuentada habitualmente por numerosospolicías y funcionarios adscritos a dicha Dirección. El propósito evidente de los terroristas, miembros de la Eta, fue el acabar con el mayor número posible de agentes deun solo golpe aun con el riesgo de que hubiera que contar con la muerte de algún civil que también se encontrase en esos momentos tomándose algo. La casualidad quisoque en aquel preciso instante (aunque posteriormente un semanario publicó que días antes del atentado se habían dictado normas a los funcionarios policiales en elsentido de que se abstuviesen de pararse junto a las fachadas del edificio de la DGS, que tratasen de no circular ante la puerta principal y que no frecuentasen la cafeteríasita en la calle Correos) no hubiera prácticamente ningún miembro de las Fuerzas de la Seguridad del Estado dentro del local. Todas las victimas iniciales de la matanzafueron civiles. Las imágenes emitidas por televisión desescombrando lo que quedaba del local se entremezclaban con las primeras reacciones, al borde de la cama de unhospital, de los primeros heridos que con la cara totalmente abrasada habían conseguido articular palabra. Un brutal atentado por el que se llegó a ofrecer unarecompensa de un millón de pesetas por la localización de un presunto terrorista supuestamente implicado en el golpe. El Gobierno en pleno asistió a los funerales de lavictimas mientras el país horrorizado se preguntaba quién había sido el responsable. La imagen recordaba la conmoción causada, sólo un año antes, por el atentado delalmirante Carrero. Poco se tardó en atar cabos. Se trataba del primer ataque ciego e indiscriminado que la organización terrorista vasca llevaba a cabo contra la poblacióncivil. El saldo de víctimas produjo tan profundo rechazo en todos los sectores políticos del país que los dirigentes de la Eta tardaron más de un mes en pronunciarsesobre lo ocurrido. Cuando lo hicieron, ni siquiera se atrevieron a asumir su responsabilidad e intentaron escurrir el bulto señalando a fuerzas de la ultraderecha. Laversión, que nadie quiso creer, se vino abajo tras las primeras detenciones de personas relacionadas directa o indirectamente con el atentado en las que se descubrierondiversos zulos o cárceles del pueblo camuflados tras falsos muros destinados a esconder armas o personas. La relación de algunos de los detenidos como antiguosmiembros del Partido Comunista bastó para que la versión policial se dirigiese directamente hacia el partido de Carrillo. Dos pájaros de un tiro. Las consecuencias delbrutal atentado no se hicieron esperar: la pequeña apertura prevista por Arias Navarro mediante la promulgación de la nueva ley de asociaciones políticas se paralizóbajo las presiones de la ultraderecha que clamaba venganza. Un paso atrás en la esperada apertura política de inesperadas consecuencias. Algunos volvieron a proclamarel ya famoso no hay mal que por bien no venga (esta vez en sentido totalmente contrario al utilizado tras el asesinato de Carrero). Carrillo, que vio en riesgo la futuralegalización del partido, impidió hábilmente que los abogados del partido defendiesen a los detenidos acusados de colaboración con la banda etarra. La propia Eta sufrió

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la más grave escisión de su historia entre los partidarios y los contrarios (los poli milis) a este tipo de medidas. La cafetería, mientras tanto, trataba de reponerse delgolpe. ―Dicen que lo de Pacheco es una cena de despedida ―el inspector Aguilera (también conocido como el Faenas) conversaba apoyado en la barra de la cafeteríajunto a un grupo de funcionarios de la DGS―. Parece ser que le ha fichado un banco como jefe de seguridad. ―No lo creo ―contestó Pertierra mientras hacía una seña con los dedos al dueño del bar para que le sirviese un par de cañas―, saben que como Pacheco haypocos, si quieren acabar con los atentados no se desprenderán de gente como él. ―Pero entonces, ¿por qué le atacan? ―Bueno, ya sabes, como viene de la Social ―Pertierra saboreó la caña repleta de espuma―, hay mucha gente a la qué no se le ha olvidado su cara. ―¿Te refieres a los comunistas? ―Y también a los socialistas. Creo que Pacheco pasó una temporada en la universidad estudiando ―los agentes se echaron a reír ante el comentario deAguilera―. Creo que en el Ministerio de la Gobernación le dieron matrícula de honor. ―Joder, solo hacía su trabajo. Además, con los socialistas se hacía la vista gorda ―respondió Pertierra―. Todo el mundo sabe que se les protegía para ahogara los comunistas. No hay nada más que ver los resultados.

Del Congreso de Suresnes a las primeras elecciones generales. En tan sólo tres añoshabían pasado de la ilegalidad a obtener 121 escaños (la segunda opción más votada tras el Unión de Centro Democrático de Suárez) arrebatándole la hegemonía de laizquierda al PCE de Carrillo que se tuvo que conformar con unos exiguos 23 diputados a pesar de las enormes expectativas de crecimiento creadas tras la famosalegalización del Sábado Santo del ´77 aprobada por Suárez aprovechando el largo puente festivo. Un triunfo para la democracia y la reconciliación titulaba el MundoObrero. A las siete y veinte de la tarde, se interrumpía la programación de Televisión Española para ofrecer una información de alcance. Muchos de los legalizadoshabían conocido los viejos pasillos y los calabozos de la planta baja del edificio de Gobernación donde ahora residía la brigada judicial madrileña. Aquello no le sentóbien a algunos que se sintieron traicionados por la decisión de Suárez y comenzaron a mover los hilos para restaurar un régimen como el que había gobernado el paísdurante los últimos cuarenta años. La primera intentona se había zanjado con la detención de un teniente coronel de la Guardia Civil y un capitán de Infantería quehabían comenzado una conspiración alrededor de unas tazas de café organizadas en la cafetería Galaxia.

―Ya, pero parece ser que a Pacheco alguna vez se le fue de las manos ―intervino Martel―, tú ya me entiendes. ―A Pacheco le endosan de todo ―justificó Pertierra―. En cuanto un detenido salía a la calle decía que había sido torturado por él y en realidad ni siquiera leconocía. A la gente le sigue sonando el nombre de Pacheco de cuando la dictadura y todo el mundo lo utiliza ahora para atacar a la policía. ―Ya sabes ―complementó Aguilera―. Una vez mató un perro y ahora le llaman… ―¿Qué pasa? ¿Es que no pensáis ir a la cena? ―el inspector Jiménez entró en el bar saludando a los compañeros de la brigada anti atracos. ―¿También va Ballesteros? ―preguntó uno de los funcionarios que acompañaba a los inspectores. ―Tú que crees ―Aguilera apuró la cerveza y se despidió del grupo de funcionarios―. Seguro que preside la mesa. Los tres inspectores de la recién creada brigada judicial madrileña (anteriormente conocida como Brigada de Investigación Criminal) se dirigieron a pie hasta uncéntrico hotel donde estaba previsto celebrar la cena-homenaje al inspector Pacheco, popularmente conocido como Billy el Niño tras su paso por la BPS, la Social. Lapolicía del régimen. El apodo, además de por su baja estatura y su cara aniñada, se lo había ganado a pulso gracias a la imagen de extra de película americana del Oestecon la que se paseaba por el paraninfo de la Complutense durante los últimos años de la represión franquista ejerciendo labores de control sobre las células rojas quetrataban de abrirse paso entre los jóvenes estudiantes de la universidad.

―¿Pero cómo coño pueden pensar que Pacheco sabía lo que iba a pasar con esos abogados? ―Aguilera, que también había iniciado su carrera policial aprincipios de los setenta en la Social, ofreció un cigarrillo a sus compañeros mientras subían con casi treinta grados de temperatura por la calle de Carretas hacía la Plazadel Ángel. ―¿Lo conoces? ―preguntó Martel mientras se fijaba en unos tipos que a la salida de un parking parecían estar trapicheando desde el interior de un coche conun chaval que se apoyaba en la puerta del conductor. ―No, sólo de vista. En realidad casi nadie le conoce ―Aguilera hizo una seña a sus compañeros para que se acercasen sigilosamente hasta el vehículo―, nisiquiera los que estábamos en la Social teníamos acceso directo a los operativos principales. De las cuestiones principales sólo se enteraban Conesa, Pacheco y algunomás. Al resto nos mandaban a hacer las pesquisas sin ni siquiera saber el conjunto de la operación. Los periodistas también han intentado fotografiarle varias veces ynunca han podido. La última cuando fue a declarar por lo de los abogados de Atocha y tampoco pudieron ni acercársele. ―Pues yo creo que sí ―sonrió Martel mientras colocaba su dedo índice sobre la espalda del tipo que se apoyaba en la ventanilla del vehículo.

Un fotógrafo de un diario de tirada nacional aseguraba haber captado la preciada instantánea de la llegada de Pacheco a los juzgados de la Plaza de Castilla pararealizar una primera declaración acerca de las presuntas relaciones que mantenía con los ultraderechistas procesados por el atentado de los abogados laboralistas deAtocha. El fotógrafo nunca podría demostrarlo. El carrete no llegó a ser revelado. Según declaró el fotógrafo a sus colegas de profesión, los compañeros de la BrigadaEspecial Operativa (más conocida como la brigada antiterrorista) que arropaban a Pacheco se lo confiscaron amenazándole con enchironarle si se le ocurría volver aacercarse a menos de cien metros de su compañero. La protesta del gremio de periodistas a las autoridades no se hizo esperar. Los compañeros de Pacheco respondieroncon el típico silencio administrativo con el que obsequiaban todas las andanadas que recibían de una parte de la prensa que sospechaba de los vínculos todavía existentesentre ciertos grupúsculos asociados al antiguo régimen y buena parte del aparato policial. La presencia de Pacheco en los juzgados con motivo de la vista oral por el casode los abogados de Atocha se había convertido en una auténtica sorpresa tras haber rechazado todas las citaciones recibidas hasta la fecha. La inhibición judicial delfamoso inspector había sido respaldada hasta ahora por la conocida formula de estar de servicio. Algunos rumores incluso situaban al inspector en Venezuela, dóndehabría sido contratado como jefe de seguridad de una importante empresa privada tratando de olvidarse de su polémico paso por la policía política del régimen. Todoeran especulaciones alrededor de Pacheco hasta que le vieron entrar en el juzgado para responder a las preguntas del juez encargado del caso Atocha. Lo único que nadiedudaba era que, de una manera o de otra, al paparazzi que se había atrevido a fotografiarle le habría caído alguna hostia que otra.

―¡No te gires, estúpido! ¡Cómo te vuelva a ver por aquí la próxima vez te lo meteré por el culo! ¡Lárgate ahora mismo! ―los inspectores rompieron a reír alver como el chaval al que Martel apuntaba con el dedo sobre la espalda casi caía el suelo al arrancar el coche sobre el que se apoyaba. ―Vamos, el espectáculo ha terminado ―Pertierra señaló la entrada del lujoso hotel Victoria mientras el tipo que trataba de comprar unos gramos de hachíscorría a toda velocidad calle abajo.

―La asociación está para solidarizarse con los compañeros que actúan abnegadamente, pero que sufren la incomprensión y la inquina ―Cabrerizo, a laentrada del salón reservado para el homenaje, realizaba unas declaraciones a la agencia Efe mientras iba dando la bienvenida al casi centenar de inspectores del CuerpoSuperior afiliados al sindicato policial que habían acudido a la cena―. Como ya saben, esta cena homenaje se va a celebrar en desagravio por los ataques de que vienesiendo objeto nuestro compañero en diversos medios informativos.

Un acto íntimo y corporativo. La asociación de inspectores del Cuerpo Superior de Policía no había querido dar publicidad al convite salvo a la agencia de

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prensa fundada tras la guerra civil. Desde diferentes medios se había especulado con la relación más o menos amistosa que podía mantener Pacheco con los asesinos delos abogados de Atocha. Serían los jueces los que dirimirían la cuestión. Sin embargo, una cosa estaba clara: El nombre de Pacheco estaba asociado a numerosasdenuncias, ciertas o no, por malos tratos (los afectados hablaban de torturas) recibidas en las dependencias de la Dirección General de Seguridad. Los que trataban dedefender la gestión del brazo derecho de Conesa también esgrimían sus argumentos: A pesar del enorme número de denuncias presentadas por los detenidos ointerrogados que habían pasado por sus manos sólo había tenido que hacer frente a al pago de una pequeña multa en un juicio de faltas en toda su carrera policial y a unacondena de un día de arresto y mil pesetas por una falta de malos tratos y coacciones a un detenido. El resto de posibles procesos fueron sobreseídos tras la aplicaciónde la ley de Amnistía del ´77. No estaba nada mal para un tipo que se había encargado de mantener a raya a las hordas rojas que trataban de derribar el régimen. Con lallegada de la democracia los objetivos habían cambiado, al menos para aquellos que habían visto legalizada su situación, y los provenientes de la Social habían idopasando a formar parte de brigadas que bajo diferentes nombres a los usados hasta ahora formaban parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. En el casode Pacheco, su labor principal se había centrado en desarticular al PCEreconstituido, más conocido por su brazo armado, el Grapo.

―¿Es aquel, no? ―Pertierra señaló hacia una de las mesas del centro del comedor principal del hotel de los toreros en la que destacaba la figura de Ballesteros,el comisario general de Información que había sustituido recientemente al supercomisario Conesa al frente de la lucha antiterrorista. ―Sí, el que está con Ballesteros ―contestó Aguilera mientras ocupaban una de las mesas redondas del fondo del típico salón de bodas.

―Como todos sabéis ―Cabrerizo tras despachar al reportero de la agencia Efe se sentó en el centro de la mesa principal y con la copa en la mano comenzó aemitir un breve discurso mientras el comisario Ballesteros, a su lado, escuchaba atentamente a uno de sus subordinados que le susurraba al oído―, nos hemos reunidoen desagravio a los continuos ataques de que uno de nuestros más brillantes compañeros está siendo objeto por parte de algunos medios de comunicación…

―Creo que a Cabrerizo no le han hecho ni puto caso con lo de las reivindicaciones, ¿no? ―comentó Pertierra en voz baja después del primer brindis ofrecidopor el presidente de la asociación de inspectores. ―Pues no, parece que piensa dimitir ―señaló Martel recordando las hojas sindicales con la que la asociación de inspectores había empapelado la sede de labrigada. ―Será un farol ―contestó Aguilera mientras Cabrerizo continuaba el discurso―, aquí no dimite ni Dios.

Entre las reivindicaciones del programa de la asociación policial presidida por Cabrerizo destacaban la exigencia de cambios profundos como la desaparición delas viejas estructuras de la Junta de Seguridad y otros más acordes con un sindicato de toda la vida: la exigencia de una jornada de trabajo razonable, una adecuadadistribución territorial de los efectivos policiales y la remuneración de los complementos por incompatibilidad. Cabrerizo aprovechó la presencia de muchos de losafiliados de la asociación para recordar a todos los presentes que Salazar le había informado personalmente de la imposibilidad de aumentar los complementos porincompatibilidad durante el presente año, así como la también imposible probabilidad de aprobar un nuevo reglamento policial antes de que las Cortes debatiesen yaprobasen la ley orgánica de la policía, que sería remitida, eso sí, por el Gobierno al Congreso durante el presente mes de julio. Cabrerizo sólo había recibido buenaspalabras por parte del Ministerio a la hora de negociar el convenio, por cierto, las mismas que el año anterior. Las tensiones en el seno de la Junta de la Asociación al verrechazadas su reivindicaciones se habían visto incrementadas por la presión que ejercía la presencia de un segundo sindicato policial, la Unión Sindical de Policías(USP), que acababa de conseguir que la Audiencia Nacional resolviese un recurso a su favor por el que declaraba incompetente a la Dirección de Seguridad del Estadopara reconocer o no la legalidad de un nuevo sindicato en el seno de la policía que hiciese sombra a la omnipresente Asociación de Cabrerizo. ―No siento otra preocupación que ser un buen policía y la obligación ―Pacheco, atendiendo a las voces que le jaleaban se levantó y entre vítores y alabanzasdirigió unas palabras ante la insistencia de los presentes que coreaban insistentemente su nombre mientras Ballesteros aprovechaba que el foco de atención se centrabaen el policía estrella para levantarse sigilosamente y salir rápidamente por una de las puertas traseras del salón―, de hacer lo más posible para que no estén en la callelos delincuentes, terroristas y asesinos (…).

―Joder, ese tío es un crío ―comentó Martel en voz baja mientras Pacheco continuaba agradeciendo la invitación a los convocantes del acto. ―Ya te digo ―asintió Pertierra sin dejar de mirar la silla vacía de Ballesteros.

―(…) sólo quiero aclararos a todos que no pienso dimitir por mucho que me lo pidan los periodistas ―Pacheco continuó el improvisado discurso tras recibiruna gran ovación―, o algunos abogados que se dedican a atacarme o injuriarme (…)

―Te lo dije ―Aguilera señaló al Pertierra―, sólo eran habladurías de la prensa. Un semanario le había dedicado las páginas centrales de su última edición bajo el impactante titular: El policía secreto más secreto de España. La descripciónperiodística realizada por los redactores del Cambio16 no ahorraba adjetivos: “Canijo, barbilampiño, melenudo, terror de progres, torturador según unos, eficientesegún otros… No tiene amigos, es un lobo solitario y sus técnicas no las ha aprendido en los libros –siempre ha sido rematadamente un mal estudiante-, aunque hatenido un buen maestro, el superagente Conesa. No hay muchas personas que le conozcan: hoy es rubio y mañana moreno, a veces puede llevar unas Ray Ban, aunqueúltimamente también se le ve con unas gafas de miope. Sus cabellos relucen por la brillantina y sus trajes resultan un poco horteras”. El currículo de Pacheco teniamarcada una fecha: La de la liberación de Oriol, presidente del Consejo de Estado, y del teniente general Villaescusa, presidente del Consejo de Justicia Militar,secuestrados ambos por los Grapos (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), que hizo entrar al inspector de ojos saltones en la zona caliente de lapopularidad y de paso puso un broche de oro a la brillante carrera de Conesa, su jefe al frente de la Brigada Político-Social que había sido recuperado para resolver eldoble secuestro cuando ya se hallaba prejubilado. Conesa acabó de un plumazo con las críticas vertidas sobre su regreso al mando policial con la liberación de los dossecuestrados por los ultraizquierdistas del grapo. Más de cuarenta años al servicio de la policía del régimen conmemorados con la democrática medalla de oro al méritopolicial gracias a la infiltración de su mejor discípulo en el comando secuestrador. Pacheco, también galardonado por su brillante acción, se tuvo que conformar con la deplata, cien mil pesetas y mil puntos en el escalafón policial. Cosas de la cadena de mando. Sin embargo, el asunto de los abogados laboralistas del caso Atocha le habíatocado de lleno. El juez, tras su primera comparecencia, había solicitado un careo del agente secreto con dos de los procesados para aclarar su supuesta amistad y losposibles contactos mantenidos en la propia Dirección General de Seguridad con los asesinos de los abogados de Comisiones Obreras. Otro semanario, en este caso elInterviú, había logrado hacerse con una fotografía del policía secreto más secreto. De inmediato el Gabinete de Asuntos Legales de la Dirección de la Seguridad delEstado había amenazado con presentar una querella criminal por la publicación del reportaje que llevaba los titulares: “Así es el policía más famoso del país”. Loquisiese o no, Pacheco estaba de moda. La prensa le buscaba. Era un personaje odiado y querido por unos y por otros.

―(…) pienso dejarme la última gota de sudor para mantener las calles limpias ―cerró la intervención recordando en tono irónico las declaraciones realizadaspor los abogados del sumario Atocha que señalaban que el día que prestó declaración ante el juez tenía el traje lleno de sudor―, pese a quién le pese.

―Dicen que es el que mejor conoce a los Grapo ―comentó Martel mientras continuaban los aplausos tras la intervención del homenajeado―. Es imposibleque se deshagan de él. ―Ese tío es un experto en hacer cantar a los terroristas ―apuntilló Aguilera―. Además, es un tipo fiable, los que han pasado por sus manos saben desde elprincipio quién es el poli bueno y el poli malo ―los inspectores volvieron a reírse mientras comenzaban los cuchicheos en otras mesas cercanas ante la repentina

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espantada de Ballesteros durante el vibrante discurso de Pacheco. ―Sí, dicen que fue el que se infiltró entre los del Frap en Londres cuando los desarticularon. ―Creo que era el que convocaba a los corresponsales españoles en París cuando los del Grapo querían dar una rueda de prensa ―comentó uno de los agentesque compartía mesa con los inspectores―. Uno de los periodistas se quedó con la boca abierta cuando se dio cuenta que Pacheco era el que repartía las acreditaciones… ―Y acuérdate de lo de Oriol y Villaescusa. Creo que fue Martín Villa personalmente el que le pidió a él y a Conesa que se hiciesen cargo de la investigación―Aguilera continuó describiendo los méritos del homenajeado―. Conesa ya estaba prejubilado tomando el sol en la playa y a los del Ministerio no les quedó másremedio que volver a llamarle. ―¿Qué? ―Pertierra se giró ante uno de los inspectores que se apoyó sobre su hombro mientras le susurraba al oído. La precipitada salida de Ballesteros (el máximo responsable de la lucha antiterrorista) en medio del brindis a Pacheco no había pasado inadvertida para casinadie. El foco de la cena seguía puesto sobre el superagente cuando algunos comenzaron a señalar la silla que permanecía vacía desde hacía un rato. Mientrasdespachaban el primero plato, uno de los vehículos oficiales conducía al responsable de la lucha antiterrorista a la Ciudad Sanitaria Francisco Franco. La noticiacomenzó a correr por las mesas del salón: Cisneros, uno de los diputados de la cámara alta, había sufrido un atentado a las puertas de su casa que había estado a puntode costarle la vida. Las primeras informaciones recibidas señalaban que el congresista había recibido un disparo tras zafarse de un comando terrorista etarra que tratabade introducirle por la fuerza en el maletero de un coche. El segundo intento de secuestro en una semana. Cuando el país todavía se recuperaba del susto producido por elsecuestro de Natacha una nueva noticia ponía el corazón de la ciudadanía en un puño. La vuelta de Pacheco a la actividad policial estaba más que justificada: quedabamucho trabajo por hacer.

―Va bien, va bien ―una y cuarto de la madrugada, el Ministro de la Presidencia abandonaba la zona reservada de la clínica para enfrentarse con los numerososperiodistas desplazados hasta Ciudad Sanitaria Francisco Franco. ―Dicen que el estado es desesperado ―le respondieron los reporteros. ―No se preocupen ―el ministro intentó zafarse de los periodistas―, en unos momentos se hará público el parte médico. Está fuera de peligro. ―¿Ha terminado la operación?

Pérez-Llorca respondió afirmativamente con la cabeza. Mantenía un semblante sereno a pesar de las circunstancias. El atentado había tenido lugar ante el portalde la finca situada en el 55 de la calle de Lope de Rueda, casualmente en las cercanías donde a primeros de año un comando terrorista de la Eta militar también habíaasesinado al gobernador militar de Madrid siguiendo un plan para provocar a las fuerzas armadas aprovechando el vacío político desde la promulgación de laConstitución hasta la celebración de las elecciones generales. El Gobierno en pleno se había desplazado hasta la clínica: Pertierra Mellado, Abril, Ibañez Freire, Rodríguez Sahagún, Arias Salgado, Calvo Sotelo, CalvoOrtega, Sánchez Terán… Suárez había sido de los primeros en llegar justo después de Rosón, el gobernador civil de la ciudad. No habían querido realizar declaraciones.Todo apuntaba a un comando poli mili destinado a presionar en la negociación del futuro estatuto vasco que se encontraba encima de la mesa de negociación delGobierno. Avellaneda se fijó como uno de los compañeros de la prensa se dirigía hacía uno de los pasillos interiores de la clínica siguiendo a un tipo ataviado con gafasoscuras.

―Siempre ha sido una persona de gran valor e inteligencia… ―Avellaneda, siguiendo a cierta distancia al compañero, había llegado hasta una pequeña saladonde se mantenía una conversación. ―No se preocupe ―el periodista frenó al encargado de la seguridad del presidente del Gobierno que se dirigía a sacar de la sala a Avellaneda―, es uncompañero de profesión. ―…en el momento en el que se dio cuenta de que iba a ser objeto de una agresión ―Suárez continuó con la confidencia tras aceptar con un gesto la inesperadapresencia de Avellaneda―, se tiró al suelo y consiguió esquivar así otras balas. ―¿Conocen la identidad de los posibles autores del atentado? ―se atrevió a preguntar Avellaneda a pesar de la cara de pocos amigos del de seguridad. ―Aún es pronto para saberlo ―respondió Suárez dando por concluido el encuentro.

El presidente del Gobierno salió de la pequeña sala dirigiéndose de nuevo a la zona privada del hospital en la que se hallaban reunidas todas las personalidadesdel Gobierno y algunos miembros de la oposición que también se habían acercado a conocer de primera mano el estado de uno de los miembros de la ComisiónConstitucional.

―Te ruego discreción ―el periodista le susurró a Avellaneda mientras regresaban a la sala de espera repleta de compañeros de profesión―, en unos minutosdarán el parte oficial. ―¿Dicen que no se descarta la opción del secuestro? ―Eso quizás le haya salvado la vida. De haberle querido asesinar no hubiese tenido margen de reacción. Parece ser que se arrojó al suelo nada más producirse laprimera detonación. Eso fue lo que le salvó la vida. ―¿Ha sido la ETA, verdad? ―Parece ser que algunos testigos aseguran que en el momento de la huida se les escuchó gritar “Gora Euzkadi” pero está sin confirmar. Probablementebuscasen presionar con el tema del Estatuto y con lo de la cárcel de Soria. ―¿Te lo ha contado el presidente? El periodista sonrió ante la última pregunta de Avellaneda. La dura situación de los presos vascos destinados en la prisión soriana había provocado la protestade la rama política de la banda. Los antidisturbios controlaban el interior de la cárcel tras el agrupamiento de los presos que se encontraban en huelga de hambre. Elpropio ayuntamiento soriano había solicitado el regreso de los presos a sus cárceles de origen. Cuando Avellaneda y el privilegiado compañero que había recibido las primeras palabras de Suárez regresaron a la sala de espera, los compañeros de profesiónse arremolinaban ante un hombre vestido con una bata blanca. El director de la clínica esgrimió un papel ante la atenta mirada de los periodistas.

―«A las 23 horas del día 3 de julio ingresó en el servicio de urgencia de esta ciudad sanitaria provincial Gabriel Cisneros Laborda, que presentaba herida porarma de fuego con orificio de entrada en región inguinal derecha y orificio de salida en región lumbar izquierda. En el momento de su ingreso, el herido se encontraba enun gravísimo cuadro de shock traumático. Sometido a medidas de reanimación inmediata, con respuesta favorable, permitió una laparotomía exploradora, confirmándoseen el transcurso de la misma varias perforaciones del intestino delgado y grueso que obligaron a resección amplia intestinal y sutura de las restantes perforaciones ydesgarros de mesos. En la revisión completa de la cavidad abdominal se apreció hematoma retroperineal de mediana intensidad. Pronóstico gravísimo. Pasó al servicio dereanimación.» ―¿Hay algún órgano vital que se haya visto afectado? ―Avellaneda lanzó la primera pregunta. ―No ―respondió el director de la clínica―, el herido está superando el shock traumático. Cabe abrigar esperanzas, bastantes esperanzas.

La gran proximidad entre el lugar de los hechos y el centro hospitalario jugó a su favor. Una sensación de alivio fue apoderándose de la sala. El clima era de

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tensa e irritada expectación ante la falta de noticias. Los rumores habían corrido intensamente durante las más de dos horas que había durado la operación quirúrgica.Cisneros había recibido la transfusión de varios litros de sangre nada más ser ingresado. Los dirigentes desplazados hasta la clínica comenzaron a desfilar sin quererhacer declaraciones. Otro signo de que la cosa se había estabilizado. Los periodistas tomaron conciencia de que en las redacciones esperaban las crónicas como agua deMayo. También comenzaron a desfilar hacía la calle. Se había salvado el round pero el listón terrorista cada vez estaba más alto. El desarrollo democrático iniciado trasla muerte del dictador no parecía haber calmado las ansías de los terroristas cada vez más activos y sanguinarios. Un parlamentario, al cruzarse con los periodistas,comentó en voz alta: “Esto es una hecatombe, estamos ya en todas las listas”.

―¿No duerme nunca? ―el inspector Pertierra se cruzó con Avellaneda cuando se dirigía hacia el aparcamiento del hospital a recoger su coche. ―¿Y usted? ―Estábamos en la cena de Pacheco ―Pertierra señaló hacía varios compañeros de la judicial que le habían acompañado―, cuando nos enteramos de la noticiay decidimos venir a ver qué pasaba. ―¿Pacheco? ¿Ha anunciado su retirada? ―De eso nada. Hay mucho trabajo que hacer. ―¿Y ese? ―el periodista señaló a un tipo que en bata blanca era introducido de malas maneras por un par de compañeros de Pertierra en uno de los vehículoscamuflados de la brigada. ―Uno de tus colegas ―respondió el inspector tocándose la cara―, que le ha echado mucho morro al asunto. ―¿Cómo? ―Creo que es un fotógrafo chileno que se ha hecho pasar por el ayudante de un cirujano para colarse en la UVI e intentar sacar la exclusiva de Cisnerosentubado. Cómo si no tuviésemos bastante con los chorizos y los terroristas. ¿No lo conocerá por casualidad? ―No le he visto en mi vida ―respondió Avellaneda mientras se encendía un cigarrillo―, probablemente ni siquiera este acreditado. ―Veremos ―el inspector se despidió del periodista montándose en la parte trasera del vehículo donde había sido introducido el “fotógrafo” ―, que historianos cuenta.

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III

―En cuanto a los objetos robados, parecen existir algunas dudas ―respondió Pertierra.

―¿Y en la vivienda de su tía? ―Una de sus hijas dice que no se llevaron ni un alfiler pero Natacha les contó a los periodistas que a su tía le robaron unas ciento setenta y tantas mil pesetasen metálico y algunas joyas. En todo caso, tampoco creo que pongan ninguna denuncia. ―Trabajaremos como si la hubiese ―respondió el comisario Garrido, máximo responsable de la recién creada Brigada Judicial madrileña. ―¿Por dónde quiere que empecemos? ―Por los peristas. Esos atracadores no eran muy profesionales precisamente y ahora estarán buscando dar salida a los cuadros robados. ―La Guardia Civil está al mando de las investigaciones… ―Lo sé ―respondió el comisario―, pero este es un asunto de gran importancia y nunca está demás dedicarle algo de tiempo. Quizás nos lleve hasta algunamafia dedicada a las obras de arte o algo así.

Otra de las reflexiones realizada por Natacha ante la prensa personada en la vivienda de sus padres: En todo momento se comportaron como auténticosprincipiantes. Se mostraron embarullados y aterrados. Cuando uno cometía lo que otro consideraba un error, éste le insultaba y no hacía más que repetir: "Recuerdaque recibimos órdenes y hay que cumplirlas bien". Todos los periódicos habían dedicado páginas completas al suceso del día. Las revistas del corazón también habían dedicado reportajes a todo color repletos dedetalles. No hacía falta leer el atestado policial para conocer qué había pasado en el interior de la vivienda de los Martus. La rueda de prensa de Natacha había sidosumamente esclarecedora y descartaba muchas hipótesis a pesar de las múltiples posibilidades que se seguían manejando en el edificio policial de la Dirección Generalde Seguridad. Quizás no fuesen tan poco profesionales, quizás sólo estuviesen fingiendo para despistar a la policía, quizás todo había estado perfectamente planeadodesde el principio…

―¿Algo más que deba saber? ―Parece ser que a uno de los secuestradores le llamaban “el legionario” pero tampoco estamos seguros de ello. Debe ser de las pocas cosas que no se haenterado la prensa antes que nosotros. Ni siquiera sabemos si eran tres o más los secuestradores. La verdad es que es todo muy confuso.

Otro de los datos aportados por Natacha en el salón de sus padres frente a un nutrido grupo de periodistas. En un momento de la noche le pareció ver a un parde hombres, unas siluetas más bien, que vigilaban la vivienda desde el exterior. Tampoco estaba segura de ello. Quizás sólo fuese fruto de la tensión vivida en el interiorde la casa. Sólo unas sombras que parecían moverse en el jardín controlando la vivienda desde el exterior. Los asaltantes también parecían tener los nervios de punta. Seculpaban unos a otros de que los planes no les hubiesen salido bien. Se habían torcido desde el principio. Ni caja fuerte, ni alhajas ni cheques que firmar. Del Rembrandtmejor ni recordarlo. Menudo ridículo hizo el jefe de la banda rebuscando entre los lienzos que sus dos colegas ya habían guardado en un par de bolsas. La informaciónno parecía ser demasiado buena. Tiraron por la calle de enmedio y se presentaron a plena luz del día en la vivienda de la tía de Natacha para ampliar el botín obtenido.Una maniobra peligrosa que podía haberles costado caro.

ORCOINSA ORGANIZACIÓN DE COBROS INTERNACIONALES, SOCIEDAD ANONIMA

servicios de asesoría fiscal y contable a pequeños y medianos empresarios

―Aquí es ―un par de horas después de salir del despacho del comisario Garrido, el inspector Pertierra señalaba un pequeño rotulo dorado.

―Perdón ―el portero de la finca situada en el número 24 de la calle de Sor Ángela de la Cruz salió de su garita y se dirigió hacia los dos inspectores querevisaban los buzones del rellano de entrada a la finca―. ¿Puedo ayudarles en algo? ―Buenos días ―Pertierra le plantó en la cara al bedel la placa identificativa del cuerpo.

La actividad principal de la sociedad, según rezaba en las escrituras inscritas en el Registro Mercantil, era la gestión activa en el recobro prejudicial de morosos.A este tipo de servicios especiales de recuperación de deudas recurrían algunas entidades financieras que externalizaban las tareas menos administrativas del servicio derecuperaciones cuando el sistema interno de recobro se daba por vencido. Los comerciantes y empresarios también se agarraban a esta clase de sociedades como unclavo ardiendo cuando las habituales vías legales para recuperar una deuda no habían dado su fruto.

―Menudo susto le has dado ―comentó Martel mientras los dos inspectores subían las escaleras hasta el primer piso del edificio de oficinas situado en una delas calles que desembocaban en el Paseo de la Castellana, el corazón financiero de la ciudad. ―Buenos días, que deseaban ―una señora de mediana edad abrió la puerta de un amplio piso utilizado como despacho por la firma de recobros. ―Policía. ―¿Tienen cita? ―la secretaria, que parecía no haber escuchado a los inspectores, preguntó de manera rutinaria. ―No, sólo es una visita de cortesía ―respondió Pertierra mientras Martel le enseñaba discretamente la placa. ―Esperen un momento, por favor ―la secretaria les señaló un sofá situado en un pequeño hall tras comprobar la credencial del inspector Martel. El negocio del recobro iba viento en popa. Uno de los pocos que funcionaban en época de crisis. La lentitud de los contenciosos económico-administrativos yla posibilidad de perder los juicios, sobre todo si las ventas no se habían soportado en facturas o contratos debidamente perfeccionados, había hecho florecer este tipode servicios de asesoría empresarial. Presentar ante el juez como prueba de una relación mercantil cuatro garabatos y dos firmas sobre una servilleta de papel no era,como decían los abogados, una prueba demasiado concluyente para certificar la existencia de una deuda. La economía sumergida, aunque reconocida por todos, teníadifícil acceso a la justicia cuando a alguien se le olvidaba pagar. Orcoinsa garantizaba métodos para recordarlo.

―Adelante, siéntense por favor ―tras unos minutos, la secretaria hizo pasar a los dos inspectores a un despacho en el que un hombre perfectamentetrajeado tras una mesa llena de documentos se encendía un cigarrillo tras colgar el teléfono. ―¿Fuman? ―el titular del despacho les acercó el paquete de rubio americano que acababa de abrir. ―No ―se excusó el inspector Pertierra. ―¿Una copa? ―los agentes no se atrevieron esta vez a contradecir nuevamente a su anfitrión―. Me ha dicho mi secretaria que son inspectores de policía. Enestos momentos no puedo ofrecerles nada. Aunque nunca se sabe, si quieren dejarme un teléfono… ―No hemos venido a entregar ningún currículo ―Martel torció el gesto ante aquel hombre que no les había dejado meter baza desde que habían entrado en eldespacho. ―Perdónenme, pero no se pueden ni imaginar la cantidad de gente que viene por aquí a pedir trabajo. Con esto de la crisis se ha incrementado notablementenuestra facturación pero tampoco me gusta dejarme llevar por un exceso de confianza. Nunca se sabe cuándo va a cambiar el ciclo. De todas maneras, estamos pensando

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en diversificar la actividad en nuevos servicios de asesoría legal y mercantil. ―Lo comprendo. A nosotros también se nos acumula trabajo con el tema de la crisis ―respondió Martel―. Precisamente de eso veníamos a verle. Las sociedades de recobro solían servirse de personal a tiempo parcial para hacer los seguimientos sobre los morosos. Ex-guardias civiles o policíaspluriempleados que en el tiempo que estaban fuera de servicio pretendían sacarse un sobresueldo eran uno de los perfiles más solicitados para hacer este tipo detrabajos. El servicio de orden de las discotecas y salas de fiestas, disfrazado bajo eufemismos como el de ejercer funciones de relaciones públicas, era otro de los sectoresque servían para equilibrar la economía familiar de muchos agentes a los que el sueldo no les permitía vivir con suficiente holgura. Bajo acuerdos verbales y garantías decobro al finalizar cada jornada (acababa de aprobarse la ley de incompatibilidades), en este tipo de locales de espectáculos se especializaban en mostrar de maneraeducada la salida a aquellos que se tomaban una copa de más y les daba por armar un poco de barullo. La mano izquierda para tratar al público era una de las cualidadesmás valoradas en aquellas discotecas o clubs privados en los que se hacía una selección previa del público a la puerta frente a otro tipo de garitos en los quepredominaban a sus puertas o en su interior asiduos a gimnasios, expertos en artes marciales o exboxeadores que se encargaban de mantener el orden a base de hostias encuanto alguien intentaba pasarse de la raya. Para muchos empresarios del sector de la hostelería los agentes fuera de servicio cumplían una misión para la que estabanperfectamente dotados. Desde luego más afín a su formación que conducir sin licencia un taxi toda la noche como empezaba a extenderse entre alguno de los miembrosdel cuerpo a los que el sueldo no les llegaba a fin de mes. Los salarios percibidos por la policía no eran nada del otro mundo, especialmente en las grandes ciudades, y lasbajadas del taxímetro servían para complementar mensualmente la nómina de cientos de agentes como denunciaban las asociaciones de taxistas profesionales. Losmandos policiales solían ponerse de perfil ante las acusaciones de intrusismo que recibían desde el gremio del taxi. Desde otros sectores también comenzaban a alzarsevoces exigiendo el cumplimiento de la reciente ley de incompatibilidades que teóricamente impedía a las fuerzas de seguridad ejercer determinadas profesiones cuandoterminaban su jornada laboral. ―Bueno, en fin, díganme ―preparó tres vasos con el whisky con hielo que utilizaba para agasajar a futuros clientes―, ¿qué les trae por aquí? ―Sólo queríamos cierta información ―intervino Pertierra. ―Bueno, están en el sitio más adecuado, si pueden pagarla, claro ―se echó a reír tratando de que los inspectores le siguiesen la broma―. ¿Qué tipo deinformación necesitan? ―Es sobre un secuestro… ―Reconozco que nuestros métodos de cobro a veces puedan resultar un poco extremos, sin sobrepasar la ley por supuesto, pero de momento no ha hechofalta ponerse en ese plan ―el titular del despacho volvió a reírse―. Aunque a veces dan ganas. Hay mucho golfo escondido entre los que se declaran insolventes. Encuanto escarbas entre sus familiares y amigos más cercanos descubres que no son más que meros testaferros que esconden el dinero a los ojos de los acreedores. Hacepoco tuvimos a dos partes enfrentadas en un litigio por unos terrenos que iban a ser recalificados. Aquí mismo. Yo no hacía otra cosa que salir y entrar en los dosdespachos. Ellos ni siquiera sabían que la otra parte también estaba a escasos metros, en la sala de al lado. Tenían que haber visto lo que son capaces de ofrecer con talde quedarse con el dinero ajeno. Mantienen esa imagen externa tan pulcra y decente… ―No se lo tome a broma ―contestó Martel―, todavía hay un par de sumarios abiertos por secuestro en la Plaza de Castilla que buscan culpable. ―Si la información que buscan trata de algo relacionado con algún caso pendiente de alguno de mis ex compañeros de partido ―la respuesta del titular deldespacho trató de tomar suficiente distancia con la palabra secuestro―, será mejor que hablen directamente con sus abogados. Como ya dije en su momento, no tengonada que ver en esos asuntos políticos. Ya les digo, sus abogados les pueden informar debidamente. ―No, ya sabemos lo que nos van a contar ―respondió Martel tras echar un trago al vaso de whisky―, pero no es ese el caso que nos interesa. ―Mire, esta no es una visita oficial ―añadió Pertierra mientras ojeaba un pequeño folleto publicitario de la sociedad―, el secuestro de los Martus es un casoque está llevando directamente la Guardia Civil. Nosotros sólo queremos que nos cuente que sabe de la posible implicación de un tipo apellidado Puig. ―¿Creo que estudiaron juntos en Suiza, no? ―añadió Martel tras echar un nuevo trago al vaso de whisky. ―También nos han comentado que llegó a ser socio de su sociedad ―remató Pertierra volviendo a dejar sobre la mesa el folleto de la sociedad. El servicio de cobros beneficia a empresas cuyo objeto social no es el recobro de impagados y que en Orcoinsa podrán encontrar una solucióneconómicamente ventajosa, rezaba en el folleto publicitario situado sobre la mesa. En la sociedad financiera se clasificaban a los morosos entre dos tipos: los que nopagaban por diferencias en el cumplimiento de lo pactado en los contratos, que solían ser los menos, y los que trataban de vivir del trabajo de los demás. Verdaderosprofesionales en el hábito de los impagos sin ningún tipo de escrúpulos que requerían el programa especial de recobro por parte de agentes comerciales con similar nivelde remordimientos. Las adecuaciones de deuda en cómodos plazos, soluciones extrajudiciales del tipo “si no pagas por las buenas quizás pagues por las malas”, era elproducto estrella que llevaban en la cartera los cobradores/detectives dedicados a este tipo de negocio.

―Ni siquiera conozco sus nombres ―el titular del despacho se encendió un nuevo cigarrillo. ―Martel y Pertierra ―respondió Martel. ―Muy bien ―echó una enorme calada―. ¿Y qué supone qué es lo que esperan que les cuente? ―Dicen por ahí que ese socio suyo, Puig, es especialista… ―Ex socio ―se apresuró a matizar el titular del despacho―. En un momento dado me pidió ayuda y yo le permití participar en el 25 por ciento del capital deuna sociedad que cerré hace tiempo. ―Ese ex socio suyo es experto en organizar secuestros de fin de semana. El caso de los Martus tiene ciertos paralelismos con los sumarios que siguen abiertosen la Plaza de Castilla por el secuestro de un joyero y un industrial hace un par de años ―Martel volvió a percutir sobre el mismo tema―. Entonces se le acusó a ustedde estar detrás de esos secuestros, lo recuerda ¿verdad? ―No sé lo que dicen por ahí ni tampoco de qué me hablan ―el titular del despacho miró el reloj que llevaba en su muñeca izquierda―. Tampoco tengo que darexplicaciones acerca de lo que hayan hecho todas las personas con las que me he encontrado en algún momento de mi vida y menos ese hombre que acogí una vez en miempresa y me traicionó queriendo cargarme con esos delitos de los que yo nunca he tenido parte.

Puig, el principal encartado en los sumarios 63/78 y 83/78 por un par de secuestros que se tramitaban en los juzgados de instrucción números 5 y 16 deMadrid, era un individuo que contaba con un amplio historial en el ramo de las estafas inmobiliarias. En el ´66, a través de una sociedad familiar de la que era el principalaccionista junto a su madre, logró vender varios centenares de pisos sobre plano en los emergentes barrios del Pilar, San Miguel y Aluche con la promesa de que lasviviendas se revalorizarían exponencialmente tras su construcción. Sus contactos en el Ministerio de la Vivienda le habían garantizado que las autoridades respaldaríanlas nuevas zonas residenciales con todo tipo de servicios: colegios, ambulatorios y la ansiada ampliación del Metro, según aseguraba personalmente a todos losinteresados que se acercaban a la lujosa oficina de ventas que la Inmobiliaria Puig S.L. tenía en el 75 de la calle de Claudio Coello. Por cincuenta mil pesetas de entrada, lapromotora de viviendas ofrecía pisos de tres habitaciones, cuyo costo total era de unas 550.000 pesetas. Las facilidades para el pago y los enormes cartelespublicitarios colocados sobre unos amplios terrenos por dónde se suponía que iba a crecer la parte noble de la ciudad hicieron el resto. Un año después y a la vista deque los pisos no se entregaban (ni siquiera habían comenzado a ser levantados), algunos solicitantes comenzaron a reclamar el dinero (que no les fue devuelto). Lanoticia comenzó a circular rápidamente entre los posibles afectados multiplicándose las denuncias por supuesta insolvencia o incluso estafa. Ante el aluvión dedenuncias, la Brigada de Investigación Criminal decidió centralizar todas las gestiones en la propia DGS. Puig no tardó en ser detenido (a pesar de que se había refugiadoen un lujoso hotel alicantino) tras comprobarse que los contratos de arras firmados por él estaban hechos a nombres distintos y difiriendo las firmas de los mismos. Losprimeros cálculos hablaban de un entorno de cuatrocientas personas estafadas y de un importe de entre veinte y treinta millones de pesetas, ya que los futuroscompradores no sólo abonaban las 50.000 pesetas de entrada sino que muchos de ellos habían firmado numerosas letras de veinte a treinta mil pesetas que ya habían

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vencido.

―¿Es que no lee la prensa? ―continuó Martel señalando hacía un ejemplar del ¡Hola! que había sobre una mesa auxiliar del despacho―, en la calle no se hablade otra cosa que de ese secuestro. ―Se perfectamente lo que dice la prensa rosa, a los aristócratas nos tienen en alta estima, pero lo que no sé es por qué han venido a verme a mí ―volvió amirar el reloj―. No creo que haya ninguna ley que convierta en sospechoso a una persona por el simple hecho de haberse sentado en el pupitre de al lado de un futurodelincuente. ―Podemos apretarle las tuercas a alguno de sus socios y ver que nos cuentan ―Martel alcanzó la revista en cuya portada aparecía Natacha junto a dos de sushijos relatando las casi diez horas que había pasado secuestrada―, no creo que tuviesen problema en alcanzar cualquier tipo de acuerdo para rebajar la probable condenaque les va a caer por esos dos secuestros pendientes de juzgar...

NATACHA RELATA PARA “¡HOLA!” LA HISTORIA DE SU SECUESTRO

Una nube fotógrafos y reporteros se desplazaba a los pocos minutos de conocerse la noticia del secuestro de la popular periodista y presentadora de televisiónhasta el chalet de la urbanización donde había sido sacada a punto de pistola por tres individuos que habían ocupado la vivienda durante toda la noche. Las fuerzas de laGuardia Civil custodiaban con sus cetmes la finca mientras inspectores de la brigada judicial madrileña procedían al peritaje de lo sucedido a fin de descubrir huellas quepudiesen conducir a la identificación de los delincuentes que en aquellos momentos retenían a la propietaria de la vivienda. Los rumores no tardaron en expandirse. La

noticia de la liberación llegó cuando todavía no se había hecho siquiera una nota pública de lo sucedido. La masa de periodistas no tardó en desplazarse hasta la viviendapaterna de la secuestrada donde tenía previsto encontrarse con sus hijos una vez hubiese prestado declaración policial. Cerca de la una de la tarde (tras pasar casi treintahoras sin dormir), con los ojos enrojecidos y la voz todavía temblorosa relataba a los periodistas la historia de su breve pero intenso secuestro. Periodistas y fotógrafos

rodeaban materialmente a Natacha que, a pesar de las más de diez horas de angustia pasadas, relató los hechos con una notable entereza. La imagen más tierna seprodujo cuando sus hijos se reencontraron con su madre. Los periodistas llenaron de flashes el salón de los padres de Natacha. El marido, con nueve horas de diferencia

horaria, acababa de ser informado. El show debía continuar. Hacía semanas que se había colgado el cartel de no hay billetes. Buscaría la manera de encontrarse con sufamilia en el menor tiempo posible. La vida de los artistas.

―Si colabora le vendría muy bien para los juicios pendientes por lo del joyero y el industrial ―Pertierra consiguió meter baza entre el duelo que mantenía

el titular del despacho y su compañero―, parece que en el caso del asalto a la casa de los Martus la Guardia Civil no ha avanzado demasiado en las investigaciones y sucolaboración sería muy bienvenida en la Puerta del Sol. Se lo aseguro. ―Puig, que yo sepa, sigue en la cárcel. No pensarán que desde Carabanchel haya sido capaz de organizar un asalto de esas dimensiones ―respondió el titulardel despacho―. En mi modesta opinión debe tratarse de algún grupo ultra que se dedica a financiarse con el asalto a gente de la alta sociedad. No creo que la GuardiaCivil no tenga pistas. Simplemente no quieren dar publicidad al asunto o que otros se les adelanten… ―¿Ha hablado con él? ―¿Con quién? ―Con Puig. ―Para nada. Ese hombre está acabado. Esta vez no creo que le salve ningún indulto.

Cuatro años después de la quiebra de la Inmobiliaria Puig, en el ´71, la Sección Cuarta de la Audiencia Provincial de Madrid condenaba a su director por oncedelitos de estafa y maquinación para la alteración del precio de las cosas a más de nueve años de presidio por cada uno (el fiscal llegó a solicitar para Puig y otros tresencausados, once penas de nueve años de prisión mayor, quinientas diez penas de tres años de prisión menor y doscientas setenta y una de tres meses de arrestomayor; en total: 18.710 años y 8 meses de prisión), más otro año de presidio por cada uno de los quinientos delitos de estafa también cometidos y por doscientossetenta y seis delitos (igualmente de estafa) a otros tres meses de presidio por cada uno de ellos más otros treinta días de arresto por una falta también de estafa. Entotal: (9 x 11) + (500 x 1) + (276 x 3/12) + 1/12 = 668 años de prisión y 1 mes de arresto. Casi ochocientas familias que religiosamente habían ido entregando susahorros al joven abogado experto en Derecho Internacional metido a negocios inmobiliarios no volverían a ver las cincuenta mil pesetas (de media; las cantidadesoscilaban de las mil a las cincuenta mil pesetas) de la entrada de unas viviendas que nunca fueron construidas o que realmente pertenecían a solares de la inmobiliaria deJosé Banús, un famoso promotor que había hecho fortuna en la transformación de la costa marbellí. Un macro juicio para la época. Ocho jornadas consecutivas en lasque comparecieron como testigos los 766 presuntamente estafados. Ante la proliferación de estafas en la construcción de viviendas, había llegado a promulgarse unaLey por la que se reglamentaban los derechos del comprador frente a las inmobiliarias que exigían pagos por adelantado. Sin embargo, los casos como el de laInmobiliaria Puig siguieron produciéndose. La presión de la demanda de viviendas, la ambición comercial de algunos promotores e incluso el ánimo doloso seguíanalimentándolos. Hasta el momento de su detención a Puig el tema inmobiliario le había ido sobre ruedas: un Mercedes, un Dodge-Dart y un yate valorado en un millónsetecientas mil pesetas (Titoska, el tercero que había tenido) formaban parte de la flota de vehículos por la que se desplazaba desde la lujosa habitación de un céntricohotel madrileño hasta un apartamento en la playa de la Albufereta desde donde divisaba el yate. Como anécdota, o no, el marinero encargado del mantenimiento del yateaseguró que Puig le había dejado a deber ocho mil pesetas en salarios más el importe de unas reparaciones realizadas a su cargo y hasta un toca-discos que habíaprestado a su patrón y este no se había molestado en devolverle. Once años después, tras pasar una larga temporada entre rejas (desde el ´67 hasta el ´75), Puig volvía aser detenido tras ser acusado de estar detrás de una banda que había llevado a cabo el secuestro de un industrial joyero y un exportador de cervezas alemanas. Los casosPazos y Batlló. En el Real Club de Regatas alicantino todos se mostraron muy sorprendidos cuando vieron de nuevo el nombre de uno de sus socios más insignes en laspáginas de sucesos de los diarios de la época junto a dos chorizos de poca monta que le acompañaban en sus fechorías. Una cosa era verse implicado en un fallidonegocio inmobiliario y otra bien distinta era ponerse un pasamontañas para sacar el dinero a un par de industriales como los que compartía el aperitivo en la sociedad deregatas. Sin embargo, aquellos secuestros ya llevaban el sello de profesionalidad y preparación con lo que Puig realizaba todas las cosas. El caso de los Martus, desde lacárcel, también podía llevar su firma.

―El quizás no haya podido mover los hilos desde Carabanchel pero usted recobró la libertad hace unos meses… ―Martel soltó el ejemplar del ¡Hola! sobre lamesa del despacho―. ¿No tendrá a algún ex legionario en nómina? ―No tengo nada más que comentar, así que si no tienen más que decir ―el titular del despacho se levantó con los brazos en jarra mirando hacia la puerta desalida―. Pago mis impuestos religiosamente, así que si me disculpan tengo mucho trabajo que hacer… ―Ya sabe dónde encontrarnos ―contestó Pertierra mientras cerraba la puerta del despacho―, si se acuerda de algo más no dude en llamarnos. Los inspectores regresaron al edificio de la brigada judicial madrileña de la Puerta del Sol. En los despachos de los jefes no se hablaba de otra cosa que no fueseel incremento de los atracos a mano armada a entidades financieras. En menos de seis meses se habían multiplicado por tres las incursiones con recortadas a los patiosde operaciones de las sucursales de la capital. Las quejas se recibían en cascada. En los teléfonos de los despachos de los políticos se escuchaba la voz de los banqueros;en el Ministerio del Interior se recibían llamadas de dichos políticos; estos pasaban la pelota a la policía. La razzia bancaria les había pillado a todos por sorpresa. Deser un hecho residual había pasado a liderar el ranking por incremento de delitos. Los viejos atracadores de bancos estaban todos en la cárcel o medio muertos. Se tratabade una nueva remesa de asaltantes que no superaba, en el mejor de los casos, la treintena. La mayoría sólo estaban fichados por pequeños hurtos o robos de radiocassettes y provenían singularmente del extrarradio de las dos grandes ciudades, Barcelona y Madrid. Las sirlas a viandantes también se habían multiplicado por dos.Los palanquetazos en las casas. Los tirones, los robos a comercios. En el cine se anunciaba el rodaje de la próxima película del director Eloy de la Iglesia, Miedo a salirde noche, con José Sacristán y Antonio Ferrandis. Un análisis del miedo colectivo en una gran ciudad. Tantos son los peligros que comienzan cuando cae la oscuridad

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que todos podemos tener miedo a salir de noche…, avanzaba la película. Todo un síntoma. Libertad o libertinaje. Algo había que hacer para detener la ofensiva. Laseguridad ciudadana comenzaba a ser una asignatura pendiente. La Dirección General de la Policía había dejado la dirección de la nueva Brigada Regional de la PolicíaJudicial madrileña en manos de un comisario con treinta y cinco años de servicio que estaba considerado como uno de los mayores expertos en delincuencia juvenil paratratar de parar la hemorragia que llegaba pisando fuerte. Garrido, defensor a ultranza de la obsoleta Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social promulgada durante la IIRepública, era el elegido para recuperar el orden público y la tranquilidad de los ciudadanos que de manera extraordinariamente casual se había deteriorado desdemediados de la década. ―Hay una persona esperándote ―señaló uno de los funcionarios de la inspección de guardia al inspector Pertierra cuando entraba en la brigada tras la visitarealizada al despacho de recobro de morosos del aristócrata emparentado familiarmente con Natacha―. Le he dicho que esperase dentro. ―Ya sabes que no me gusta que esperen dentro ―Pertierra le pasó la mano por el hombro―. ¿De quién se trata esta vez? ―Creo que es la criada de un procurador. Trae una carta. ―¿Un procurador? ―Un pez gordo, vamos. Pertierra recordó que, a pesar de que la figura de los procuradores en Cortes había sido sustituida por la de los diputados electos con la llegada de la democraciay las primeras elecciones en más de cuatro décadas, los prebostes del antiguo régimen todavía poseían un enorme poder derivado de los casi cuarenta años en los quehabían dictado la política de la dictadura. Verdades eternas e indiscutibles según el slogan acuñado por los ideólogos del gobierno franquista que tras la muerte de Francose habían hecho el harakiri para dar paso a una verdadera democracia.

―Siéntese por favor ―la sirvienta, provista por un abanico que no dejaba de mover, se levantó al ver entrar al inspector―. Ha tenido mala suerte ―Pertierraencendió un pequeño ventilador colocado al fondo del despacho―, como no trajeron suficientes aparatos de aire acondicionado tuvimos que hacer un sorteo. ―Me envía el señor. ―¿El señor…? ―Pedrosa ―la doncella, tras sentarse de nuevo frente a la mesa del inspector, sacó un pequeño sobre del bolso que sujetaba sobre las piernas. ―Muy bien ―Pertierra dejó la carta sobre la mesa tras echarla un breve vistazo―. Hechas las presentaciones, cuénteme que pasó exactamente anoche. ―Serían sobre las nueve y media de la noche cuando sonó el timbre de la puerta. Me acerqué extrañada ya que los señores habían salido hacía poco a cenarfuera y no tenían previsto volver hasta más tarde. Me asome a la mirilla y vi a unos chicos. Parecían mozos de alguna tienda cercana. Iban cargados con un paquete. ―¿Por qué les abrió la puerta? ―el inspector se adelantó al relato―. ¿No le resultaron sospechosos? ―Dijeron que traían una especie de cesta de empresa. El señor Pedrosa es abogado y además es asesor del Ministerio de Trabajo. No es la primera vez quevienen con cestas a casa. No me pareció extraño que alguien les hubiese enviado un paquete de agradecimiento. ―Ya, pero a mí no me parece que sea Navidad, ¿no? ―Pertierra se pasó la mano por la frente y se aflojó el nudo de la corbata. ―No, la verdad es que no ―la sirvienta trataba de contener los nervios―. En el fondo sí que me extrañó un poco, pero lo cierto es que entreabrí la puerta.Cuando me quise dar cuenta estaban en la entrada apuntándome con una pistola. La verdad es que no sé por qué lo hice ―añadió justo antes de arrancar a llorar. ―¿No los había visto nunca? ―Pertierra la pasó un pañuelo para que se secase las lágrimas. ―No, nunca, ¿por qué? ―No, por nada. Continúe, ¿qué paso después? ―Me preguntaron por los señores pero les dije que no estaban en casa. Dijeron que les estaba mintiendo y me empujaron de malas maneras. ―¿Lleva muchos años en la casa? ―Casi diez. Entré a servir con dieciocho años. ¿Es importante para la investigación? ―No, simple curiosidad ―la sirvienta trató de ver que notas tomaba el inspector en una pequeña libreta―. Prosiga. ―De repente volvió a sonar el timbre. Pensé que podrían ser los señores y me asusté muchísimo. Los dos atracadores… ―¿Cómo eran? ¿Tenían acento? ―Jóvenes, parecían muy nerviosos. Como no abrían, empezaron a golpear la puerta. Resultó ser el portero de la finca. Parece ser que al verlos subir le habíanresultado sospechosos. Desde luego no parecían vecinos, usted ya me entiende. ―¿Tenían malas pintas? ¿Es que no sabe lo que está pasando últimamente? En los últimos meses se habían intensificado los asaltos domiciliarios a personas que gozaban de una posición económica desahogada. En algunos casos eransimples chorizos que merodeaban por barrios como Retiro o Salamanca. En otros, los protagonistas de los asaltos eran grupos organizados de anarquistas o de extremaderecha que financiaban sus actividades seudopolíticas extorsionando a viejecitos a los que obligaban a firmar talones con la hoja de un cuchillo sobre el cuello. EnBarcelona, el método se había perfeccionado hasta tal punto de llegar a colocar una bomba de relojería casera sobre el pecho de la víctima por si le quedaba alguna dudaacerca de las verdaderas intenciones de los asaltantes. En algún caso, el mecanismo había llegado incluso a fallar, teniendo que lamentar una desgracia. La brigada judicialmadrileña había destinado un grupo de investigadores para resolver la mayoría de estos asaltos que de otra manera, tarde o temprano, quedarían olvidados y archivadospor falta de avance en las investigaciones. De todas maneras, el asunto que se llevaba la palma la brigada era el del millonario atraco a la sede de Correos. En la mañanadel 30 de abril cinco hombres lograban entrar en el Palacio de Correos y Telecomunicaciones y sacar limpiamente 101.797.767 pesetas en sacas procedentes de giros nopagados del sábado anterior y del abono de las pensiones de los jubilados de la Renfe. Después de casi tres meses de investigación no se había localizado a ninguno delos cinco hombres que habían perpetrado el asalto ni se tenían noticias de donde podía encontrarse el dinero sustraído. Las hipótesis que se barajaban eran incontables.Lo único que estaba claro era el conocimiento que los atracadores tenían del funcionamiento interno del edificio postal. Con absoluta precisión. Horarios, movimientodel personal, sistemas de seguridad, accesos… El día del asalto, la acumulación de dinero había sido excepcional, más del doble de lo habitual. Sólo las altas jerarquías deCorreos conocían esa información. Los bulos no dejaban de correr por el edificio y todos se acusaban (en voz baja) de ser el topo que había proporcionado lainformación a los asaltantes.

―Sí, la verdad es que tenían el pelo largo ―respondió la sirvienta―, despeinado. Empujaron al portero y le golpearon con el arma. ―¿Qué paso después? ―Querían quedarse a esperar a los señores pero después de lo del portero dudaron. ―Pero no se marcharon inmediatamente, ¿no? ―No ―respondió sorprendida―, mientras que uno nos apuntaba, el otro se dedicó a revolver toda la casa. Al poco rato se debieron dar por satisfechos y semarcharon después de amenazarnos si se lo contábamos a la policía. ―Pero usted lo ha hecho. ―El señor dice que es necesario ―guardó la carta en el bolso. ―Está bien ―Pertierra cerró la libreta―, le enseñaremos unas fotos de posibles sospechosos. ¿No llevaban la cara tapada, verdad? ―No. Sólo una cosa más ―añadió la criada cuando estaba a punto de levantarse. ―Sí, dígame. ―Cuando se marcharon nos asomamos el portero y yo por la ventana. Había dos hombres esperándoles en un coche y se marcharon todos juntos. ―¿Qué coche? Quiero decir, ¿qué marca? ―Pertierra volvió a coger la libreta.

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―No le sé decir, sólo fue un segundo, pero parecía uno de esos coches grandes. ―¿Un 1500? ―Puede ser, pero ya le digo, no podría asegurárselo. Tampoco soy una experta. Quizás el portero sí que lo sepa.

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IV

ACLARADO EL CRIMEN DE UNA ANCIANA EN VILLAVERDE ALTO La mató su ahijado en unión de otros amigos para robarle veinte mil pesetas. La policía ha logrado esclarecer el asesinato de la anciana de ochenta y tres años…

―¿Siempre lees cosas tan agradables? ―Martel entró en uno de los despachos de la brigada judicial madrileña.

La noticia, más propia de la España profunda de otras épocas que de los sucesos de las grandes urbes, relataba como el presunto asesino no había acudido a laboda de unos familiares cercanos en despecho por no haber invitado estos a su novia. Aprovechando la ausencia de todos los familiares que habían ido al convite, elahijado, acompañado de dos de los colegas del barrio, entró en la casa de su madrina para sisarle unos billetes que guardaba en una pequeña caja de caudales. Cuando losinvitados a la boda regresaron de medianoche se la encontraron tirada en el suelo del comedor sobre un charco de sangre.

―Sólo cuando casi matan a un compañero ―le respondió el inspector Pertierra mientras dejaba el recorte del diario sobre la mesa.

Un inspector destinado en la comisaría de Usera y el director de la oficina de la Caja de Ahorros situada en el 54 de la calle de Juan Español habían resultadogravemente heridos en el transcurso de un atraco el día anterior. El agente había quedado ingresado en la Ciudad Sanitaria 1º de Octubre tras recibir sendos disparos en lanalga y en una pierna. La sucursal era una de las preferidas por los amigos de lo ajeno. Sólo un par de meses antes, el 6 de junio, tres asaltantes armados con una pistolay una escopeta de cañones recortados penetraban en el banco intimidando a los cuatro empleados y el cliente que se hallaban en su interior. Tras conseguir un millón depesetas, huyeron en un Simca 1200 en el que les esperaba otro hombre. En aquella ocasión no se tuvieron que lamentar heridos. En esta, sin embargo, sí. La comisaríadel distrito de Usera, minutos antes del atraco, había recibido una llamada dando cuenta de que unos sospechosos merodeaban con un coche por la zona en la que sesituaba el banco. Cuando los inspectores del comisario Maroto llegaron a la puerta de la sucursal, se los encontraron saliendo con una bolsa con 300.000 pesetas frutodel atraco que acababan de pegar. En un R-12 blanco consiguieron darse a fuga mientras los compañeros trasladaban a un cliente herido (resultó ser un agente de lapropia comisaria) y al director de la oficina hasta el hospital más cercano.

―Perdona, no pensaba que tuviese relación con lo de ese atraco al banco. ―No estoy seguro, pero la descripción de los empleados de la caja de ahorros coincide con la de este chaval que detuvimos el año pasado ―le enseñó una fotoperteneciente al archivo de uno de los colegas del asesino de su madrina―, y que estuvo implicado en el asesinato de esa anciana. ―Joder, pero si es menor de edad ―la noticia del periódico sólo facilitaba las iniciales del sospechoso. ―No. Lo era. Ahora ya tiene dieciséis. ―Pues con un poco de suerte va a estrenar el nuevo talego para chavales.

Hacía dos meses que el director de Instituciones Penitenciarias había inaugurado el Centro de Detención de Jóvenes de Madrid aprovechando el antiguo edificioen el que se ubicaba el reformatorio de Carabanchel. Allí serían enviados chavales de dieciséis a veintiún años de edad en situación de prisión preventiva (la mayoría deellos detenidos por primera vez o reincidentes en pequeño grado) que de esta forma serían separados de las malas compañías que suponían los presos adultos de lacárcel madrileña. Un proyecto piloto para evitar que Carabanchel siguiese siendo la facultad de la delincuencia donde se salía con una titulación en criminalista a pocoque uno se interesase en el asunto. La primera medida para conseguir la reeducación de estos jóvenes consistía en tratar de evitar a toda costa la ociosidad de los internosinculcando en ellos hábitos de trabajo y convivencia. Actividades de formación profesional, cívica y cultural con los que se potenciase el sentimiento de responsabilidaddel interno. El centro contaba con cuatro talleres (imprenta y artes gráficas, carpintería, mecánica y zapatería) con los que aprender un oficio. Celdas individuales, seispatios, un amplio salón de actos con capacidad para 300 personas, dos comedores, escuela, una enfermería con 26 plazas, dos cafeterías, 21 locutorios y una bibliotecacon más de 2.000 volúmenes, donde podía leerse todo tipo de publicaciones excepto las pornográficas y las que incitasen a la violencia. El optimismo del director delnuevo centro para jóvenes duró una semana. Justo el tiempo que los cadetes tardaron en amotinarse incendiando buena parte de las instalaciones con todo el materialinflamable que encontraron a su paso: armarios, colchones, mantas, cristales y hasta los altavoces del hilo musical. Los daños causados sobrepasaron los cuatro millonesde pesetas. El motivo del motín fue lo que causó mayor estupor: los jóvenes amotinados promovieron la bronca para volver a ser trasladados a la prisión para adultosde Carabanchel desde donde acababan de ser trasladados. Según las fuentes consultadas, el control en la vieja cárcel madrileña era mucho menor que en el cómodo nuevocentro de detención para jóvenes.

―¿Con que el Picota Pequeño? ―Martel leyó los antecedentes de aquel delincuente infantil―. ¿Qué es esto, una saga de choros o qué? ―Las tradiciones familiares ―sonriendo Pertierra―, ya ves, no es bueno traicionarlas.

El Picota Pequeño era uno de los acusados de ser uno de los dos acompañantes de aquel chaval que, enfadado porque no habían invitado a su novia a una bodafamiliar, se había cargado a su madrina tras arrebatarle veinte mil pesetas. Su hermano mayor, el Picota, era uno de los pocos miembros de la mediática banda delGasolina que había alcanzado la mayoría de edad cuando los medios de comunicación madrileños los pusieron de moda. El Butano, la Chinorri, el Fitipaldi y el propiolíder, el Gasolina, no sobrepasaban los catorce años cuando ya habían dejado sus huellas en todos los distritos madrileños. Tirones, hurtos, robos, atracos... Apoyadosen guías telefónicas para poder llegar a los pedales de los 1430 y 127 que robaban para cometer los delitos, su carrera delictiva había comenzado amenazando consimples sirlas a ancianas hasta terminar empuñando recortadas en entidades financieras. Las fugas continuas de los reformatorios cada vez que eran detenidos habíanterminado con el encierro de los chavales en la cárcel de Zamora tras la muerte del Sevillano, otro de sus famosos miembros, durante un atraco a una joyería del barrio deSan Fermín donde también resultó herido el propietario. Tras la muerte del Jaro, el pandillero más famoso de la zona norte de la ciudad, la banda del Gasolina habíaocupado el vacío dejado por el famoso delincuente (sobre el que ya se había proyectado realizar una película autobiográfica) alcanzado la cima mediática de ladelincuencia juvenil madrileña.

―Me parece que este chaval ―Pertierra señaló de nuevo la fotografía―, ha sido el último fichaje del Judas. ―Ese Bustillo se merece una lección que no se le olvide.

Bustillo, más conocido por el apodo del Judas, estaba conceptuado como un peligroso atracador al que se le hacía responsable de buena parte de los asaltos abancos sufridos durante todo el verano en la capital madrileña. Un tipo de gatillo fácil que no dudaba en abrirse paso a tiros para huir de la policía como habíademostrado en numerosas ocasiones y que probablemente estaba detrás del asalto a la sucursal de la caja de ahorros de la calle de Juan Español. No en vano, Bustillohabía pasado ocho años en prisión y no tenía intención de volver a entrar en una larga temporada, al menos, por las buenas.

―¿Qué hemos encontrado? ―Garrido, el flamante nuevo responsable de la brigada judicial madrileña entró en el despacho ocupado por el inspector Pertierra. ―La descripción de uno de los sospechosos del atraco a la oficina de Usera coincide con la de este chaval ―Pertierra le enseñó la fotografía del PicotaPequeño―. El chaval se vio implicado hace un año en el asesinato de una anciana. Entonces todavía era menor de edad… ―Ir a ver a sus padres ―le interrumpió Garrido―. Lo mismo nos llevamos una sorpresa. ―No creo que esté allí ―apuntó Martel―. Seguro que duerme en algún coche o en alguna chabola, quien sabe. ―¡Me da igual, como si tenéis que peinar todas las chabolas de la ribera del Manzanares, pero esto tiene máxima prioridad! ―el jefe de inspectores soltó sobre

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la mesa un diario de esa misma mañana―. Necesitamos dar respuesta a esto ya.

Ayer, cuatro atracos en MadridGRAVE AUMENTO DE LA INSEGURIDAD CIUDADANA

Persecuciones a tiros, el secuestro de dos empleados, dos agentes heridos y una detención era el balance final de los cuatro atracos perpetrados en la

mañana del día anterior en la capital madrileña. El titular del periódico se apoyaba en la foto de los dos empleados (todavía con el susto en el cuerpo) del BancoComercial Occidental de la Dehesa de la Villa que habían sido tomados como rehenes durante uno de los cuatro atracos bancarios que se habían llevado a cabo el díaanterior. La foto que ocupaba el pie del periódico era aún más elocuente: un taxi con todas las lunas rotas tras ser acribillado a balazos por la policía fruto de lapersecución que se había llevado a cabo tras los atracadores que lo habían tomado a punta de pistola al salir del banco. Lo que quedaba del taxi era observado con unamezcla de preocupación y curiosidad por un nacional con los brazos en jarra en primer plano rodeado de curiosos transeúntes.

―La verdad es que dicen que fue espectacular ―intervino Martel tras recoger el periódico.

Una persecución de película. A media mañana, tres jóvenes lograban salir de la sucursal del Comercial Occidental de la calle del Alcalde Martín de Alzaga con1.893.521,93 pesetas en una bolsa tras encañonar a los empleados y clientes con una pistola y una escopeta de cañones recortados. Una dotación de un coche policialles dio el alto nada más salir de la oficina. El que portaba la bolsa salió corriendo mientras los otros dos asaltantes regresaban a la sucursal antes de ser atrapados. Deinmediato, volvieron a salir escudándose en el cajero y uno de los auxiliares del banco. El siguiente movimiento consistió en interceptar un taxi a punta de pistolahaciendo descender al pasajero y montándose con los dos empleados del banco. Varios coches patrulla emprendieron la persecución del taxi siendo monitorizados porun helicóptero que iba dando instrucciones a los Z. Los vecinos, alertados por el ulular de las sirenas y las pasadas del helicóptero, comenzaron a asomarse a losbalcones de los edificios y a formar corrillos en las calles adyacentes a la zona de Francos Rodríguez. Sin rumbo fijo, el taxi se detuvo en la urbanización de Saconia trasver como los disparos dejaban las ruedas traseras del vehículo en las lonas. Uno de los agentes que participaba en la persecución resultó herido en una mano tras losdisparos efectuados por los atracadores desde el taxi. Los dos tipos se bajaron del taxi abriéndose paso a tiros hacia un edificio de viviendas. Mientras tanto, muy cercade allí, el tercer asaltante, el que se había quedado con el botín, trataba de refugiarse en una vivienda a la que había accedido tras entrar a través de la terraza de la plantabaja. Los vecinos de la casa, con una sangre fría a prueba de fuego, le echaron con cajas destempladas perdiéndose su rastro. La policía detuvo en un primer momento ados chavales sospechosos que luego fueron soltados al no tener nada que ver con el atraco. A pesar de la enorme cantidad de testigos que habían disfrutado de lapersecución, no había noticias de ninguno de los tres asaltantes.

―El comisario Maroto os está esperando ―respondió Garrido―. Si ese chaval está detrás de esto, hay que encontrarlo. Cuanto antes. Esto no puede seguirasí.

La mañana del día anterior había sido dura. A los atracos al Comercial Occidental de la Dehesa de la Villa y la Caja de Ahorros de Usera, había que sumar untercer asalto en la madrileña localidad de Getafe (un Banco Hispano Americano del que tres individuos con pasamontañas se habían llevado tres millones de pesetas trasmeter un culatazo al cajero) y un cuarto atraco en un Central de la calle Génova. Con las fotos de las fichas policiales del Judas y el Picota Pequeño bajo el brazo, losinspectores se dirigieron a la comisaría del distrito de Usera desde donde el comisario Maroto trataba de controlar el lado sur de la ciudad. Inaugurada tres años antes,sus instalaciones ya se habían quedado obsoletas para atender a los más de trescientos mil habitantes que poblaban los barrios adyacentes a la carretera de Andalucía.

―¿Alguna novedad de nuestro amigo el marqués? ―Martel y Pertierra se montaron en uno de los vehículos de la brigada camino de la carretera de Andalucía. ―Nada. ―¿Viste la cara que puso cuando le solté lo del legionario? ―No creo que tengo nada que ver con el asunto del secuestro. ―¿Tú crees? ―insistió Martel―. Natacha le contó a la prensa que uno de los asaltantes la dijo que la persona que les había encargado el trabajo tenía algopersonal contra su marido. ―Eso no significa nada o puede significar mil cosas. ―No fueron por casualidad. Tenían sus motivos y alguien les encargó hacerlo. Ese hombre está procesado por dos secuestros y tú mismo le detuviste por ello. ―Y luego le pusieron en libertad… ―Con cargos. No me extrañaría que supiese algo más de lo que nos ha contado. A mí no me parece ninguna casualidad que las cámaras de televisión todavía noestuviesen conectadas…

La conversación finalizó al llegar bloque número 103 de la Ciudad de los Ángeles.

―Joder, vaya lio ¿no? ―comentó Martel al entrar en la comisaría. ―Bueno, es por las obras ―respondió uno de los funcionarios pertenecientes al servicio del Documento Nacional de Identidad―. Sus colegas están en laplanta de arriba ―añadió al ver la placa del inspector.

Los inspectores subieron las escaleras hasta la planta superior donde se ubicaba el despacho del comisario Maroto y los dos grupos de la policía judicial quedisponía la comisaría. Los últimos datos del atraco a la sucursal de Juan Español apuntaban a la presencia circunstancial de un inspector destinado en la comisaría deUsera. Calleja había intentado detener a los atracadores mientras esperaba en la fila para hacer unas gestiones con la libreta de ahorros en la mano.

―Adelante ―Maroto, el comisario jefe del distrito de Usera, les hizo pasar al despacho. ―No dan abasto. ―No somos los únicos que no descansan ―sobre la mesa del comisario se encontraba el mismo ejemplar del diario ABC con la foto del taxi acribillado abalazos y los dos empleados que habían sido utilizados por los atracadores para poder salir del banco―. Saben, ese agente es uno de mis mejores hombres. ―Precisamente por eso hemos venido ―Pertierra le enseñó sin rodeos la foto del sospechoso―. Creemos que este chaval es uno de los que atracaron la caja deahorros. ―Bien mirado ―el comisario observó la foto de la ficha policial del Picota Pequeño―, todos parecen iguales. ―Creemos que este otro ―Pertierra le pasó la foto de Bustillo, el Judas―, puede ser el jefe de la banda de atracadores que asaltaron la caja de ahorros. ―¿Tienen prisa? ―respondió Maroto tras recoger las dos fotografías. ―No ―los inspectores se miraron al unísono―. ¿Por qué? ―Vengan, vamos a dar una vuelta por el barrio ―el comisario cogió las llaves de uno de los dos coches camuflados que disponía la comisaría―. El ruido de lasobras me pone de los nervios.

El distrito policial dirigido por Maroto abarcaba los barrios de la Ciudad de los Ángeles, San Cristóbal, Usera, Orcasitas, las dos Villaverdes y San Fermín.Numerosas colonias de realojo y poblados chabolistas afincados en descampados rodeaban las zonas residenciales (bloques-colmena) situadas entre el Manzanares y la

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carretera de Toledo. La comisaria de Maroto era la única que no tenía calabozos propios. El presupuesto había tardado en aprobarse. Los calabozos actuales seencontraban a tres o cuatro kilómetros, en un local del ayuntamiento cedido al efecto. La comisaria vivía de prestado. Los del local del Documento Nacional de Identidadles habían prestado la mayor parte del espacio del edificio destinado a trámites administrativos hasta que se terminase de construir la nueva comisaría en el edificio de allado. La actual se les había quedado pequeña en menos de tres años.

―Hace un año desarticulamos la banda del Gasolina, un muchacho de catorce años que vivía por aquí ―Maroto se incorporó a la carretera de Andalucía―.Fue un caso famoso, llegó a salir la prensa. ―Lo recuerdo, eran todos unos críos, ¿no? ―Exacto, después de dar muchas vueltas conseguimos que, a la vista de su historial, algunos de ellos fueran recluidos en la prisión de Zamora, pero a los cuatrodías ya estaban todos fuera otra vez. En una semana llegaron a realizar cuarenta y siete atracos. Esos chavales son tremendos. Tienen una movilidad pasmosa. Por lamañana te hacen un atraco aquí y por la tarde cometen otro en Valladolid. Dentro de su locura están bien organizados. Conocen hasta los turnos de los controlespoliciales nocturnos. ―Joder con los críos. ―Y las crías. Una, el mismo día que cumplía catorce años, se acercó por la noche a un bar de aquí al lado con una pistola en mano y amenazó a cuantos seencontraban allí simplemente para llevarse unos paquetes de tabaco. ―¿Sólo? ―preguntó Pertierra―. ¿Ni siquiera les quitó el dinero? ―¿Para qué? Si no piensan pagar… ―le respondió Martel. ―La pandilla pernoctaba en una furgoneta en el barrio de San Fermín ―el comisario continuó con su relato mientras señalaba hacía una zona de viviendas en laorilla derecha de la carretera―, y esa noche, de pronto, se dieron cuenta de que no tenían cigarrillos. Así de sencillo. ―¿Eso qué coño es? ―señaló Martel hacia un poblado de chabolas en el lado izquierdo de la carretera. ―El Rancho del Cordobés ―contestó el comisario mientras esperaba a que el semáforo se pusiese en verde―, no entraría ni con el ejército.

Detrás de una empalizada hecha con chapas, maderas, cartones y plásticos se adivinaba una serie de viviendas prefabricadas y varias chabolas. Bajo lostechados de uralita sobrevivían los que no habían sido realojados en alguno de los planes del Ayuntamiento. Ni siquiera el camión de recogida de basuras paraba en laentrada del poblado.

―¿Tan chungo es? ―Peor. Mis hombres sólo patrullan por los alrededores. Controlamos las entradas y las salidas, pero no les mandaría entrar por nada del mundo. Además,nadie hablaría con un madero ahí dentro. Sería considerado como un traidor y expulsado del gueto. Después de llevarse una buena paliza, claro.

El comisario giró hacia la derecha en el cruce con la carretera de San Martín de la Vega. El panorama seguía siendo desolador: descampados plagados deinfraviviendas, montañas de chatarra y carromatos, burros y algún que otro caballo frente a varios coches totalmente desguazados. Unos niños que jugaban a la pelotajunto a una fuente humanizaban mínimamente la escena.

―Esos tíos están… ―Limpiando las jeringuillas ―terminó la frase el comisario mientras continuaba la visita guiada en dirección al camino de Perales―. Esta zona está plagada deratas más grandes que mi brazo. ―¿Quiere que intervengamos? Seguro que tienen antecedentes. ―No lo dudo. Lo raro sería que alguno de por aquí no los tuviese. ―Entonces, ¿los detenemos? ―Para qué, si ni siquiera tenemos calabozos ―los inspectores se miraron sorprendidos―. Ya saben que los de las comisarías de barrio somos una especie deempleados de segunda.

A Pertierra le vino a la cabeza otra de las principales reivindicaciones de los agentes destinados en las comisarías del extrarradio: las gratificaciones. LasBrigadas centrales y la mayoría de los funcionarios policiales recibían complementos por la resolución de los principales delitos. En las comisarías de las afueras lasfelicitaciones no pasaban de una calurosa palmada en la espalda y un apretón de manos. Con un poco de suerte se acordarían de ti por si hubiese que cubrir algunavacante en las unidades centrales que por otra parte solían estar copadas por los enchufados.

―Eso es Torregrosa ―continuó el comisario señalando hacia otro poblado chabolista junto al Manzanares―, oficialmente se dedican al cartón y la chatarra,aunque también hay algún feriante ―señaló a un par de ponys y varias cabras esqueléticas probablemente dedicadas a protagonizar el famoso número de la escalera―,pero todo el mundo sabe que puedes encontrar todo el caballo que necesites: blanco, marrón, rocas de luna, speedball… ―Menudo supermercado, ¿no? ―Sí, pero no se emocionen. Antes de que estuviésemos a menos de cincuenta metros de la primera chabola ya lo habrían tirado todo por el río ―el comisarioseñaló a unos niños que les observaban con los ojos bien abiertos―. Por cierto, en una de esas chabolas detuvieron al Lute en el ´72 después de fugarse del Puerto deSanta María. Todavía me acuerdo de aquella banda de quinaores que detuvimos una vez aquí mismo. ―¿Quinaores? ―preguntó intrigado el inspector Pertierra. ―Quinquis, quincalleros, ya sabes ―continuó el comisario Maroto―, esos gitanos serán analfabetos pero tenían hasta carnets de conducir. Un tipo lesfalsificaba los libros de familia y así conseguían los DNIs y los permisos de conducir. Cargaban las cajas de caudales de las cajas de ahorro y de las empresas enfurgonetas y luego las reventaban en los poblados. ―Continúe, continúe ―le animó Martel. ―Aunque se suponía que vivían de la venta ambulante, esos tíos tenían unos cochazos y se jugaban una pasta al giley y al cané. Esos tíos se han integrado, asu manera, en la sociedad. Han cambiado la tartana por la DKW o el Mercedes. Conozco a algunos que con el negocio de la droga se han comprado pisos de hasta diezmillones de pesetas. Tenían un montón de nombres, pero al final, todo el mundo los conocía como el hijo de la Martina, del Regañao, del Joselín…

El consumo masivo de drogas ya era un hecho consumado. La aparición de unas vallas publicitarias de fondo blanco con letras negras (como si fuese unaesquela) con el slogan “LA DROGA MATA” en algunas ciudades certificaban que el asunto se había ido de las manos. El drogadicto como el malo de la película o lavíctima, según los casos. El ejecutivo, el camionero, el músico o el que simplemente las escucha hasta llegar al escolar que la fuma en los lavabos del colegio.Consumidores que se convierten en vendedores de una parte de lo comprado. Un mercado muy extendido y extremadamente rentable en el que algunas organizacionescomenzaban a introducir drogas cada vez más duras como el caballo o la nieve y cada vez en mayores cantidades. El mono trabajaba a favor de obra: “La primera vezque te inyectas sientes una gran relajación. Vas andando por la calle y parece que vas montado a caballo. Sientes la mente liberada. Pero este placer dura poco. Luegotienes que inyectarte simplemente para estar normal. Si quieres obtener algo de placer tienes que aumentar la dosis. Y cada vez es un poco más (…)”, declaraba a laprensa un yonki en uno de los primeros artículos periodísticos dedicados a tratar el asunto. “Lo peor es el sueño. No puedes dormirte de ninguna forma. Tienes uninsomnio que se junta con el agotamiento físico y no estás bien ni sentado, ni acostado, ni de pie. Necesitas el pinchazo para recuperar el equilibrio (…)”.

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―¿Y a pesar de ello, no cree que deberíamos probar? ―insistió Martel. ―Imposible. Las cosas han cambiado radicalmente ―respondió el comisario―. Antes ibas a una chabola o a un piso y no necesitabas ni mandamiento judicialpara entrar ni decir siquiera que eras policía. Simplemente bastaba decir que ibas de parte del patriarca para que te abriesen la puerta. Ahora han cambiado su forma deactuar. De los pequeños robos se han pasado a los estupefacientes y a los atracos. Rara es la familia que no ha perdido alguno de sus hijos en alguno. ¿Recuerdan lafamilia de Los Lateros? ―Pertierra asintió con la cabeza―. La primera vez que les cogimos eran unos simples timadores, luego se pasaron a atracar bancos. Fueronunos pioneros. No volvimos a coger vivo a ninguno… ¿No dirán que no está siendo instructiva la visita, verdad?

La colonia calé había sido implantada cinco años antes por desahuciados de una zona cercana donde se había construido un polígono industrial. Las chabolaslevantadas con las calidades ya conocidas en este tipo de urbanizaciones: tablas, cartones y plásticos, habían tenido que ser reconstruidas varias veces tras numerososincendios que regularmente devoraban el material altamente combustible. La ubicación de este tipo de viviendas tampoco se dejaba al albur. Habitualmente a las zonasde chabolas sólo se tenía acceso a través de empinados caminos que estaban totalmente embarrados por las lluvias y la falta de canalizaciones. Alrededor de las casas seencontraban numerosos montones de chatarra y de coches medio desguazados y oxidados que también dificultaban el paso de los coches de la policía. Las gallinas, losburros y las mulas completaban el paisaje de unos poblados que recordaban en cierta forma a las reservas de los sioux, los apaches o los pies negros.

―Joder, huele fatal. ―No se preocupen, no es que guarden los cadáveres en los armarios. Simplemente es la depuradora de la China ―el comisario se adentró en una zona deviviendas bajas que rodeaban un edificio tipo colmena frente a un colegio. ―¿Qué llevan en esas bolsas? ―Martel señaló a unos chavales que no pasarían de diez años. ―Pegamento, cola, pintura ―respondió el comisario fríamente―, cualquier cosa con la que se puedan colocar. ―¿Es que no van al colegio? ―A veces. Sabemos que algunos maestros han llegado a darles dinero para que se queden en su casa y no contaminen a los demás.

Pertierra sonreía ante la ironía con la que el comisario contestaba las preguntas de Martel. Recordó otra de las viejas quejas de los comisarios de barrio: lacolaboración con las brigadas. El mantra que repetían en todas las reuniones policiales: “las brigadas centrales disponen de mejores medios, siempre se llevan los casosimportantes, solo buscan su gloria personal, tienen sus propios intereses, etc, etc, etc…”.

―Esos chavales deberían estar en un reformatorio. ―Da igual, se escapan en cuanto llegan. Los centros de menores no tienen ningún tipo de seguridad. ―Bueno ―asintió Pertierra―, a veces es el propio juez el que considera que sus padres los controlan mejor, aunque, a veces, son sus propios padres los queestán deseando deshacerse de ellos. Son chavales que no quieren ir a la escuela, que no quieren trabajar o que no encuentran trabajo, pero en el fondo la mayoría son asíporque no quieren ser de otra manera. ―Vamos, que son rebeldes porque el mundo los ha hecho así ―Martel tarareó la conocida canción.

En cierto modo, sí. En el reformatorio de Carabanchel, un maestro que trabajaba con los menores allí aparcados realizaba un estudio sobre la relación entre lafamilia y la delincuencia juvenil. Los primeros datos eran estremecedores: un 92,46% de las familias de los menores encerrados en el reformatorio se encontraban ensituaciones económicas desfavorables; un 95,1% de los padres de los chavales tenían deficiente o nula cultura; un 15,47 % de estos, estaban separados y otro 22,45%contaba que sus padres tenían disputas continuas y, para finalizar, un 14,23% de los chavales aseguraba que sus padres habían estado en la cárcel. Otros estudiosrelacionaban variables como el número de miembros de una familia o la ausencia de uno de ambos padres con la falta de atención, las pobres interacciones afectivas o lainadecuada supervisión que desembocaban en la conducta delictiva de los hijos. Un mínimo análisis de la composición de los grupos delictivos ponía en evidencia que elretrato-robot del delincuente común era una persona joven, habitante de una gran ciudad y que ha vivido generalmente en situaciones de desprotección social y educativao en situaciones francamente marginales. Los jóvenes eran, por otro lado, los más afectados por el desempleo y los más desencantados con el sistema. Jóvenes sintrabajo que viven en un entorno social desintegrado y en un sistema que ellos consideran que no se les tiene demasiado en cuenta. Del pasotismo a la delincuencia. Losdelitos contra la propiedad habían experimentado un aumento del 87,5% con respecto al año anterior. Los factores, varios: la depresión económica de la segunda mitadde los años setenta, la baja clase social de pertenencia de la mayoría de estos delincuentes, ciertos contextos urbanos, el paro, la marginación social o el deseo deconsumir aquello que veían a otros grupos sociales más acomodados. Ciudades como Madrid y Barcelona se habían convertido en el punto de atracción de ciudadanosque, bien carentes de empleo o bien en condiciones económicas totalmente adversas, habían decidido buscarse la vida para poner remedio a la precaria situación en la quehabía quedado el medio rural. Un cóctel explosivo que hacían predecible una relación de ocurrencia entre conductas delictivas y el consumo de drogas con las queevadirse de la realidad. Otro titular: La droga invade los colegios. Por mil pesetas se puede comprar un “talego”. Fumar un porro es como tomarse un whisky (y hacemenos daño), se justificaba un chaval de 14 años entrevistado por el diario El Alcázar. Un “talego” viene a costar mil pesetas. Con esa cantidad tienes para preparartecasi 20 porros, con lo que te viene a durar casi una semana. “Bajo los efectos del porro todo se ve diferente y maravilloso. Se nos olvidan los problemas y por un cortoespacio de tiempo podemos ser nosotros mismos”.

―No lo dude inspector ―asintió el comisario―. El otro día, uno de ellos, para probar una escopeta, disparó sobre un gato en la calle y lo destrozó. ―Estos delincuentes tan jóvenes ―continuó Pertierra―, precisamente por la inconsciencia que produce su edad, son capaces de cualquier cosa, de lo primeroque se les viene a la cabeza; tienen una osadía, un arrojo, una locura fuera de lo normal. ―Hace poco coincidieron paralelos junto a un coche patrulla ante un semáforo en rojo. Iban seis y, al darse cuenta de que resultaban sospechosos a lospolicías, arrancaron a toda velocidad sin esperar el verde. En la persecución, de pronto, los chicos doblaron bruscamente por una calle perpendicular e hicieron que elcoche patrulla que los seguía de cerca se estrellara contra una pared y varios policías resultaron heridos.

La comisaria se encontraba desbordada. Sólo por sustracciones de vehículos se recibían entre quince y veinte denuncias al día. 42 personas para cubrir elservicio, permanente de las veinticuatro horas diarias, y escasos medios. Veinticinco funcionarios del Cuerpo Superior de Policía (un comisario jefe, un comisariosegundo jefe, dos subcomisarios -uno de los cuales hace función de secretario- y veintiún inspectores), cinco señoritas para los trabajos auxiliares y burocráticos y docemiembros de la Policía Nacional (un sargento, un cabo y diez policías). En cuanto a medios materiales: teléfono, radio y télex conectado con la Dirección General deSeguridad; dos coches del tipo K (camuflados, es decir, coches de apariencia normal), dos pockets (radiotransmisores de bolsillo) y las pistolas y metralletascorrespondientes.

―Esperen, un momento ―el comisario detuvo el coche frente a un par de gitanas que vendían fruta en una vieja furgoneta―. Déjenme la fotografía de esechaval. ―¿Qué pasa? ―Nada, la rutina de siempre ―el comisario se bajó del vehículo y se dirigió a un hombre vestido totalmente de negro que se apoyaba en un bastón mientrasfumaba un cigarrillo hecho a mano.

La venta ambulante suponía el modo de vida habitual para la mayoría de la población gitana que ocupaba los poblados chabolistas surgidos en el extrarradio dela ciudad. Una forma de vida que chocaba frontalmente con los intereses de los comerciantes de toda la vida que presionaban a las autoridades públicas ante el grave

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peligro que suponía la venta sin control de alimentos para la salud pública y para la de sus cuentas de resultados. El gremio de detallistas de frutas y verduras era el másactivo para que se erradicase lo que ellos consideraban una competencia desleal. Durante una semana del mes de mayo (del 13 al 18) habían protagonizado una huelgaque había puesto en serio peligro el abastecimiento de la capital de España. Según sus cálculos, más de 3.000 vendedores ambulantes operaban ilegalmente en la ciudadsin que nadie hiciese nada por controlarlo. La batalla por la venta ambulante se libraba diariamente en la calle por la Policía Municipal que iba levantando los puestos enuna zona mientras volvían a montarse a renglón seguido en otra. El juego del gato y el ratón. El espectáculo de las carreras de los agentes municipales tras los vendedoresambulantes ya formaba parte de lo habitual. El proyecto de ordenanza municipal para regular este tipo de comercio levantaba ampollas entre los comerciantes de toda lavida que no estaban dispuestos a tragar con la concesión de licencias prometida por las autoridades municipales a ciertos tenderos que se concentrasen en mercadillosdel extrarradio. Una asociación calé, por otro lado, había llegado a reclamar la legalización de la actividad basándose en su tradición nómada. Incluso llegaron a aceptar elpago de algún tipo de tasas en función de las ventas para dar más credibilidad a su reivindicación.

―Dice que no lo conoce ―el comisario regresó y se asomó a la ventanilla de Pertierra. ―¿Y le ha creído? ―En absoluto. En este barrio sólo hay dos leyes: la del más fuerte y la del silencio. ―¿Entonces por qué se ha molestado en preguntarle? ―Quería ver qué cara ponía cuando le enseñase la foto ―el comisario se volvió para comprobar que el patriarca se dirigía a una de las vendedoras paracuchichearle algo al oído―. Su chaval no está lejos de aquí, se lo aseguro.

Los inspectores se bajaron del coche y entraron en una cervecería con una larga barra en forma de u. En una televisión colocada sobre un pequeño soporteinformaban ampliamente del último atraco bancario: la sucursal del Comercial Occidental ubicada en el barrio de Valdezarza había sido el punto de arranque de unaespectacular persecución que comenzó cuando los cuatro atracadores que salían con dos millones de pesetas bajo el brazo volvieron a entrar en la misma tras toparsecon un coche patrulla que pasaba por allí. En el segundo intento, bajo el parapeto de dos empleados, consiguieron huir tras asaltar a punto de pistola un taxi que terminócon las cuatro ruedas en la lona (y todas las lunas acribilladas) tras recibir los disparos a corta distancia del coche patrulla. La persecución finalizó cuando, ya a pie, losasaltantes se desperdigaron por las calles adyacentes haciendo imposible su detención. Ni siquiera un helicóptero pudo dar con los asaltantes a pesar de que lostranseúntes aseguraron haberles visto montarse en un ocho y medio robado al efecto.

―¿Siempre es así? ―Martel echó una mirada a una de las mesas del local donde cuatro hombres jugaban a las cartas con un montón de billetes de mil y cincomil sobre el centro de la misma. ―¿El qué? ―el comisario hizo una seña al dueño del bar para que les sirviese unos botellines. ―Su trabajo. ―Es lo que hay. Aunque ahora estamos bastante peor. Hace un par de años tenía dieciséis hombres más. Ahora sólo dispongo de cuarenta para cubrir lasveinticuatro horas del día. Los malditos recortes presupuestarios. Se crean nuevas comisarías por toda España, que no digo que no hagan falta, pero se dotan conpersonal de las ya existentes, en resumen, dieciséis hombres menos. Por no hablar de los coches. El otro camuflado que tenemos siempre está en el taller. ―Menudo panorama ―Pertierra apuró la cerveza―. Aunque en la brigada tampoco es que estemos mucho mejor.

Los mandos policiales habían decidido incrementar los grupos operativos destinados a la nueva brigada judicial de nueve a doce para hacer frente a loscrecientes índices de delincuencia. La mala noticia la dieron después: los inspectores saldrían de los grupos ya existentes. Una plantilla de 123 agentes, incluidos el jefe yel segundo jefe de la brigada, tres jefes de sección, inspectores de calle, administrativos y auxiliares, eran todo el plantel destinado por las autoridades para combatir ladelincuencia común madrileña.

―Todo son muy buenas palabras ―añadió Martel―, pero seguimos con los archivos manuales y las fichas de papel. Ni siquiera existe un equipo fotográficopara poder hacer vigilancias. Los equipos de seguimiento o de escuchas sofisticados los conocemos por los folletos que nos mandan algunas revistas especializadas. ―Todo muy artesanal, ¿no? ―Maroto se sorprendió por la falta de medios de la teórica elite policial. ―El delincuente ha evolucionado en medios y nosotros hemos retrocedido en todo ―respondió Martel―. Sólo hay que ver los chalecos antibalas del año de lapera que todavía llevamos. Parecemos a Don Quijote con la armadura. Hace poco un compañero le pegó una patada a una puerta para abrirla y con la inercia acabócayendo hacia atrás. No se podía levantar por culpa del chaleco. Imagínate, se quedó boca arriba, como una tortuga. Si quieres uno de verdad gástate de tu bolsillo lastreinta o sesenta mil pesetas que cuesta uno de fibra moderno.

No era lo único que los inspectores se costeaban de su bolsillo. El arma reglamentaria entregada al salir de la Escuela de Policía no parecía ofrecer las garantíasnecesarias a tenor de cómo se estaban poniendo las cosas en la calle. Ante las dudas del material proporcionado por el Estado, la mayoría de inspectores acababanadquiriendo sus propias herramientas con cargo a su sueldo. Pertierra no salía de su casa sin su Smith and Wesson pegada con una cartuchera en una de sus piernas. Loque más dolía (además del precio) era el abono del impuesto de lujo por disfrute que la Hacienda Pública cargaba sobre el precio de la pieza.

―La verdad es que los asuntos acaban resolviéndose ―continuó Pertierra mientras les servían otra tanda de botellines―, por un poquito de suerte, muchavoluntad de trabajo y todas las horas del mundo… ―Lo que más me preocupa es que los huecos que dejamos empiezan a ser ocupados por la gente ―añadió el comisario Maroto. ―¿Cómo? ―En muchos barrios se están organizando piquetes para tomarse la justicia por su mano. Aquí al lado ―señaló hacía una de las calles que desembocaba en unaplazoleta de arena―, ataron una soga en un palo hace unas semanas…

Mientras los inspectores, entre botellín y botellín, apuraban las penas, en la televisión continuaban con el parte de atracos del día anterior. Un atracadorsolitario, apuesto y bien vestido, según los testigos presenciales, había sido detenido tras llenar un lujoso maletín con dos millones de pesetas en un Central de la calleGénova y volver a montarse en el taxi que le esperaba a la puerta de la oficina con la bandera bajada. Era el cuarto atraco a una entidad financiera madrileña en el día. Enel único en el que se había logrado detener a alguien. Un cliente del banco asaltado se había tomado la molestia de seguir al atracador en otro taxi tras avisar a la policía.Sobre el atraco a la caja de ahorros de Juan Español se seguía sin tener datos fiables sobre el paradero de los atracadores.

―Más de una vez hemos tenido que disolver a vecinos armados con estacas a la caza de gamberros ―continuó Maroto―. Hace poco se corrió el bulo de que auna joven de la colonia de San Cristóbal la habían cortado los pechos tras violarla a punta de navaja. De no ser porque llegamos justo a tiempo esos justicierospopulares hubiesen molido a palos a un par de chavales a los que habían pillado fumándose un porro en un parque. ―Yo creo que las autoridades todavía no se han dado cuenta que la seguridad ciudadana comienza a ser un problema de primer orden―sentenció Pertierra. ―Lo peor de todo ―añadió Martel tras apurar la cerveza―, es que de los casi dos mil inspectores que hay en Madrid sólo cuatrocientos nos dedicamos a darla cara en la calle. Encima esas burócratas cobran el doble por muchas menos horas. ―Además de tener que hacer cosas que resultan impropias de un Cuerpo Superior de Policía, claro ―el comisario continuó la improvisada tabla dereivindicaciones y quejas tras echar otro trago al botellín―. Tenemos que hacer de recaderos: avisar a un señor que le ha sido impuesta una multa, averiguar de quién esel perro que ha mordido a un niño, que si hay un disgusto en una comunidad de vecinos porque a una vecina se le ha inundado la cocina, en fin...

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―Pues lo llevamos claro ―remató Martel. ―De cualquier forma, no se preocupen demasiado por ese chaval ―respondió Maroto tras pedir la última ronda―. De vez en cuando también nos da tiempopara hacer de policías. Si el Picota Pequeño realmente está por aquí, tarde o temprano aparecerá. Les aseguro que todos mis hombres están deseando echar el guante aesos choros. ―¿No tendrá entre sus clientes habituales a alguno que se le conozca como el legionario? ―Martel cambió de tercio de manera sorpresiva. ―¿El legionario? ―Estamos buscando a un tipo de unos cuarenta y pocos años al que se le conoce como el legionario ―intervino Pertierra―. Creemos que puede tener algo quever con el secuestro de Natacha, la aristócrata. ―Preguntaré por ahí.

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V

―Ni siquiera un pincho de tortilla… ―respondió el hijo de los guardeses ante la enésima pregunta de uno de los sargentos de la Guardia Civil. ―¿Entonces,… no los ha visto en su vida? ―No conozco a nadie del Frente de Juventud ni a nadie de la Falange. ―¿Y del MC? ―¿MC…? ―Movimiento Comunista.

El hijo de los guardeses volvió a negar con un movimiento de su cabeza. Sólo un año antes, una escisión de Fuerza Nueva se había creado en Madrid. Uncadenazo en toda regla frente al colaboracionismo de los supuestos herederos del partido franquista. El batacazo recibido en las primeras elecciones generales habíaprovocado un terremoto en el seno del partido destinado a movilizar a la extrema derecha contraria a los numerosos cambios que se estaban llevando a cabo tras lamuerte del dictador.

―¿Y sus padres? ―Apolíticos. ―De derechas. ―¿Cómo? ―Déjelo ―el sargento abrió la puerta del cuarto destinado a interrogatorios―. Puede marcharse.

El asunto del secuestro de Natacha parecía encontrarse en punto muerto. Ninguno de los testigos parecía haber reconocido a ninguno de los secuestradores.O no estaban fichados o las fotografías mostradas no habían convencido a ninguno de los afectados por el secuestro. Las obras de arte descolgadas de la vivienda de losMartus sólo podrían venderse en el mercado negro internacional.

―Acaba de llamar Maroto ―Pertierra entró súbitamente en el despacho del grupo anti atracos―. Han localizado a uno de los sospechosos del atraco a la cajade ahorros de Usera. Un tipo familiar, parece que sus hombres ya le detuvieron por conducción peligrosa tres días antes del atraco. ―¿Tres días antes? Claro como todavía no tienen calabozos donde encerrarlos ―Martel recordó las obras de acondicionamiento que se estaban realizando enlos bajos de la comisaría dirigida por Maroto.

Las dependencias de la brigada judicial tampoco estaban para tirar cohetes. La lista de peticiones entregada por Garrido a los mandos policiales que le habíanpuesto al frente de la brigada judicial madrileña era kilométrica: 1) cuartos de interrogatorios apropiados para evitar las autolesiones con las que algunos detenidoscompraban un salvoconducto al hospital a las primeras de cambio; 2) un lugar para custodiar a los detenidos que se agolpaban en los pasillos junto a sus familiares,testigos de los hechos o a las propias víctimas que acudían a denunciar o a reconocer a los sospechosos; 3) un habitáculo destinado específicamente a reconocimientosvisuales o de voz que supliese al pequeño ventanuco situado entre dos despachos que hacía las veces de espejo; 4) un calabozo de menores para no tener que mezclarloscon sus mayores como exigía la legislación vigente y 5) la vieja reivindicación del incremento del número de líneas telefónicas a disposición de la brigada. Con sólo doslíneas para los doce grupos operativos, muchos terminaban echando unas monedas en alguna de las cabinas telefónicas de la Puerta del Sol para realizar las llamadas másurgentes. Además, Garrido había incluido en su carta a los reyes magos un mínimo de dependencias para el confort y mantenimiento de los inspectores como ungimnasio, una galería de tiro, una sala de reuniones propia o un vestuario provisto de duchas. En cuestión de saneamientos, disponían únicamente de dos urinarios depared y dos tazas para toda la Brigada, los nacionales de servicio, las visitas y los propios detenidos. Un nido de enfermedades en potencia que llevaba a los inspectoresa utilizar masivamente los servicios de los bares cercanos.

―Además, los empleados de la caja de ahorros han identificado a los cuatro sospechosos del atraco―Pertierra le entregó a Martel una carpeta con loshistoriales de los sospechosos.

El Picota Pequeño, el Tito, Polo y Bustillo (el famoso Judas), el líder de la nueva banda. El tour de verano del grupo había dado varios recitales sin grandescontratiempos en entidades financieras, gasolineras y farmacias logrando una importante recaudación. Desde el tiroteo de la oficina de la Caja de Ahorros de la calle JuanEspañol, sin embargo, la gira había sido cancelada de manera abrupta para disgusto de sus más acérrimos fans de la brigada judicial que seguían los pasos del cuarteto acorta distancia. Todo el mundo daba por hecho que tarde o temprano Bustillo y sus colegas caerían en manos de la policía.

―¿Ese Judas no fue uno de los que montaron el lío de Carabanchel? ―Martel repasaba las fichas policiales mientras se dirigían a la comisaría del distrito deUsera por la avenida de Andalucía. ―Ese cabrón se tragó el mango de una cuchara durante el motín―respondió Pertierra―. El tío no la expulsó hasta que le trasladaron al penal de Cartagena.

Con el cuerpo inflamado y sin asistencia médica, según un comunicado distribuido por el colectivo de presos de Carabanchel tras las revueltas del ´77. El Judashabía conseguido la libertad a principios de año tras cumplir una pena de ocho años por diversos atracos a entidades financieras. La alegría le duro poco. Junto a suhermano Félix, fugado de prisión tras un permiso de fin de semana, fue detenido por la policía barcelonesa a mediados de Junio acusado de encubrir al atracador de unbar de camareras en Sant Boi de Llobregat. El Judas, a pesar de la opinión del abogado que aseguraba que la relación con el atracador podía considerarse circunstancial,regresó a Madrid en cuanto el juez le puso en libertad provisional poniendo tierra de por medio.

―Este Polo tampoco está manco, ¿no? ―Martel continuaba revisando los expedientes. ―Ese tipo tiene varias órdenes de búsqueda pendientes. Hace unos meses estuvo implicado en un tiroteo en un pueblo de Toledo ―Pertierra recordó la notapolicial de la 112 Comandancia de la Guardia Civil toledana―. Dos de sus colegas acabaron acribillados en un barranco. Parece que ese Polo no ha aprendido la lección. ―Mira, que casualidad, nuestro amigo Maroto ya detuvo a este otro tronco en Enero ―Martel se detuvo sobre el expediente de otro tipo conocido como elCabezón.

A principios de año los inspectores de la comisaría de Usera detenían en una accidentada persecución a Polo y al Cabezón , uno de los navajeros másprometedores del barrio, sólo doce horas después de que reventasen el cierre metálico de la joyería Suiza (situada en una de las paralelas a la calle de Marcelo Usera) yse llevasen tres saquitos llenos de alhajas por valor de millón y medio de pesetas. Sólo doce horas después del robo los inspectores de Maroto rodeaban la casa delCabezón donde también se escondía Polo. Los dos atracadores no se dieron por vencidos. Los hombres de Maroto tuvieron que recorrer saltando varios tejados antes deque Polo y el Cabezón se entregasen.

―Lo que no entiendo es qué coño tienen que hacer para que estos tíos los metan en la cárcel de una puta vez, ¿matar a alguien?

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―El otro día casi lo consiguen. El compañero sigue gravemente herido.

Los inspectores llegaron al bloque 103 de la Ciudad de los Ángeles. La larga de cola personas que esperaban para renovar el carnet de identidad en la comisariallegaba hasta la calle. En el edificio se tramitaba todo tipo de permisos: certificados de penales, de buena conducta, de permanencia para extranjeros, de armas y hastapara las milicias universitarias. El contenedor de escombros estaba casi lleno. Maroto confiaba en que los calabozos estuviesen listos antes de acabar el año.

―Le tenemos en el sótano ―Maroto les acompañó sorteando ladrillos y sacos de cemento hasta la planta baja donde le custodiaban dos nacionales. ―¿No ha cantado? ―Dice que no sabe nada de ningún Judas. ―No se preocupe. Déjelo en nuestras manos ―Maroto hizo una seña con la cabeza a los dos agentes de la Policía Nacional para que abriesen la puerta a losdos inspectores. ―Me han dicho que te gustan los coches ―Martel cerró la puerta del pequeño sótano lleno de humedades. ―Que pasa que te ha comido la lengua un gato ―Pertierra se sentó frente al sospechoso que descansaba en un pequeño banco con las manos esposadas pordelante. ―Yo no he hecho nada, ya se lo he dicho al comisario ―el sospechoso contestó de mala gana sin mirar a Pertierra. ―Mira Tito, sabemos que tú no disparaste ―respondió Martel, al que parecía haberle tocado esta vez el papel de poli bueno―. Esto es cosa del Judas. Sólotienes que decirnos dónde está el Judas y le diremos al comisario que eres un buen chico. Ese tío no te conviene, ni a ti ni a tus colegas. Es una mala compañía. Si nosdices donde se esconde te soltarán como han hecho otras veces ―le guiñó el ojo tirando de método.

Según el historial policial, el sospechoso ya había sido detenido en no menos de cinco ocasiones por pequeños hurtos y robos en comercios del barrio. Losantecedentes del Tito no diferían de los del resto de la banda que había organizado el Judas desde su precipitado regreso de Barcelona. La mayoría de los chavalesreclutados por el Judas sólo podían presumir de pequeños delitos hasta su llegada. El Judas había conseguido elevar la posición en el ranking de aquellos chavales quehasta entonces se dedicaban a negocios menores y que con su llegada se habían pasado a los atracos bancarios.

―¿Es que crees que si el que estuviese aquí fuese el Judas no os traicionaría? ―Pertierra, sin dejar de mirarle a la cara, comenzó a elevar el tono de su voz amenos de un metro de distancia―. ¿Quieres que le digamos al juez que fuiste tú el que disparaste al director del Banco y a nuestro compañero? Seguro que tu colega notendría ningún remordimiento. ¿No ves que os está utilizando? ―¿Sabes lo que les pasa a los que intentar matar a uno de los nuestros? ―el detenido permanecía en silencio mientras Pertierra continuaba con su parte―.Hasta ahora no te han tratado mal en este chabolo… ―Mira chaval ―Martel se acercó y le susurró al oído―, o colaboras o te vienes con nosotros a la Puerta del Sol. Tú verás. Nosotros sólo tenemos que cubrirel expediente. ―¿Me soltarán? ―el detenido respondió repentinamente. ―Le diremos al juez que eres un buen chico ―Martel se encendió un cigarro y se lo ofreció, en otra típica maniobra de manual―. Mira, nosotros sóloqueremos a ese cabrón pero si no nos lo entregas te pondremos en su puesto, ¿me entiendes? ―Dicen que el Judas se tragó un mango de una cuchara para que le sacasen de la cárcel… ―Pertierra no dejó de apretar el acelerador―, pero yo creo que nofue por la boca precisamente por dónde se lo metieron. En el talego tienen especial predilección por los morenazos como tú, ¿comprendes, primor? ―Pertierra continuódisparando. ―¿Estas sudando? ¡Coño, pero si estás tiritando, chaval! ¿No nos iras a pegar la gripe, no? ―Pertierra se levantó de un saltó y se alejó dando voces. ―¡No me jodas!, pero si nuestro amigo empieza a echar de menos algo ―Martel le subió la manga de la camisa para ver si tenía marcas de pinchazos―. Uf,esto se pone feo. ¿Cuantos días llevas sin ponerte? ¿Dos? ¿Tres? ¿Una semana? Dicen que después de cinco días se pasan los efectos físicos del mono. De lospsíquicos, parece ser que se mantienen toda la puta vida… ―Joder, Tito, ¿cómo no me había dado cuenta antes? ―Pertierra se acercó de nuevo al detenido y le levantó la cara―. A ver, a ver, pupilas dilatadas,músculos crispados… ¿No me digas que también te duele la espalda? ¿Has tenido escalofríos? ¿Quieres un metasedín?

Sudores fríos y tiriteras. Los primeros síntomas de la falta de material. Dolores de riñones, extrema debilidad, vómitos, espasmos intestinales,… Uninsoportable moqueo delataba también al que experimenta el síndrome de abstinencia. El Tito lo llevaba sufriendo varios días. Aún recordaba la primera vez que sintióque realmente estaba enganchado, con un pavo inmenso, hipertenso, angustiado, sudando, con retortijones en las tripas,… Desde ese momento eres tú y lo que teinyectas. Vivir en función de un “pico”. El síndrome de abstinencia se vive plenamente, minuto a minuto. El tiempo adquiere una terrible pesadez. Desde ese momentotomas consciencia de lo que te sucederá si decides dejarlo y ello te induce a continuar una y otra vez. Sólo eran algunos de los pensamientos más comunes de losyonkies. Al Tito se le acumulaban los problemas.

―Maricón y yonki ―sentenció Martel―, en el talego no vas a durar ni dos asaltos. ―Yo no soy maricón ―el Tito respondió en voz baja tras la batería de acusaciones lanzada por los inspectores. ―No te preocupes, en Carabanchel les importa una mierda tu condición sexual ―respondió sonriendo Martel―. Si te quieres pagar un pico tendrás que ponerel culo como todos. Así funcionan las cosas. ―Bueno Peque, aquí no hay nada que hacer ―Pertierra hizo una seña a su compañero para que saliese del sótano―, dile al comisario que nos llevamos anuestro a amigo a la DGS. No queremos ensuciarle el despacho. ―¡No! ― el detenido contestó repentinamente al ver como Martel abría la puerta―. Están escondidos en una casa, aquí al lado.

El sospechoso por fin claudicó. La amenaza de una visita guiada por los calabozos de la Puerta del Sol hizo que el Tito recuperase repentinamente la memoria.Las historias que se contaban acerca de aquel lugar no daban pie a visitarlo por las buenas. Segundos después ampliaba la información: en un sanqui para realojados seatrincheraba desde hacía casi una semana con el Picota Pequeño y otros dos colegas del barrio, el Borondo y el Pepín, mientras esperaban que se calmasen las aguas trasel tiroteo de la caja de ahorros. El Judas llevaba tiempo ojeando las categorías inferiores deseosas de dar el salto a la Primera División. Los delfines del Judas, tras echar la correspondienteinstancia, realizaban las pruebas in situ, como en la Caja de Ahorros de la calle de Juan Español o en otros bancos donde habían actuado sin ningún tipo de incidenciashasta encontrarse con un cliente respondón, que resultó ser uno de los inspectores de la comisaría de Usera que trataba de poner la cartilla al día cuando los hombres deBustillo entraron pegando tiros en el patio de operaciones.

―Ese capullo dice que no tiene ni idea de donde está el Judas ―Pertierra subió al despacho de Maroto. ―Parece que no pudo aguantar más con el mono y trató de buscarse la vida ―añadió Martel―. Al menos nos ha dicho donde se esconde el Picota Pequeño yotros dos colegas más. ―¿Y de las cuatrocientas mil pesetas del atraco? ―Tampoco. Pero creo que dice la verdad. ―Puede ser. El Judas no es de por aquí, lo mismo se ha vuelto ya a Barcelona ―el comisario recogió su chaqueta―. Dejaré a uno de mis hombres para que le

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siga apretando un poquito más. Nunca se sabe cuándo le has sacado todo el jugo.

Todos los hombres disponibles comandados por Maroto salieron disparados hacía la ribera del Manzanares. El Judas había tenido en jaque continuo a lajefatura de policía durante todo el verano. Sus movimientos en el tablero de la delincuencia habían compartido protagonismo mediático en las páginas de sucesos junto aotras dos peligrosas bandas que también habían dejado sus huellas en varios establecimientos. La primera de ellas era la versión madrileña de los “monos azules" (laversión barcelonesa había llegado a ser desarticulada por la Guardia Civil tras realizar una veintena atracos en la ciudad condal y la comarca del Bajo Llobregat con másde cuarenta millones de botín). El artificio ya se había convertido en un género en sí mismo por la cantidad de asaltos que se cometían a lo largo de todo el país por tiposque entraban a trabajar en las oficinas bancarias disfrazados con grasientos monos de trabajo. Toda gran ciudad contaba con su propia versión. Una de las que máshabía perfeccionado el método era el famoso Clan de los Lateros afincado entre Móstoles y Orcasitas. Sus cuatro ramas principales habían dejado de lado las viejastradiciones familiares de los calderos y las sartenes para forjarse en otros materiales más modernos que les habían convertido en uno de los principales objetivos delgrupo de la brigada madrileña especializado en quinquis. La banda del “spray”, también había dejado su tarjeta de visita en varios establecimientos del gremio joyero dela ciudad. Su especialidad consistía en asear los escaparates de las joyerías por dentro y por fuera. Amantes de la discreción y siempre a resguardo de las miradasindiscretas de los transeúntes, uno de sus miembros disfrazado con una bata blanca embadurnaba el exterior de las cristaleras con espuma de jabón mientras el resto delos integrantes de la banda limpiaba tranquilamente las vitrinas repletas de joyas en el interior de los establecimientos.

―Ese Judas es un tipo peligroso ―el comisario Maroto previno a sus agentes mientras tomaban posiciones frente a una fila de casas bajas en la colonia de SanFermín. ―No suele dejarse balas en el cargador ―añadió Pertierra mirando a varios niños que jugaban a las cartas a pocos metros de la vivienda ocupada por lossospechosos―, a su compañero y al director del banco les metió ocho tiros. Están vivos de puro milagro. ―¡Fuera, fuera! ―Martel quitó el seguro al arma mientras hacía una seña con la cabeza a los niños para que se marchasen a jugar a otra parte.

Maroto dio la orden de derribar la puerta al ver cómo, a regañadientes, se alejaban los chavales. La operación duró apenas unos breves segundos. La puerta decartón piedra cayó al primer envite. A pesar de las precauciones tomadas por los inspectores, los sospechosos no opusieron gran resistencia. Tumbados sobre un parde literas parecía que estaban esperando la llegada de los agentes. Una pequeña ráfaga de disparos al techo disipó las posibles dudas acerca de las intenciones de losagentes.

―¿Dónde está el Judas? ¡Pero ya!!! ―uno de los agentes comenzó a gritar mientras mantenía el arma sujeta con las dos manos.

Esta vez Martel y Pertierra no trataron de conversar con los detenidos. Se mantuvieron en un segundo plano. Los compañeros del inspector que estabaingresado en el 12 de octubre no creyeron necesario hacer el viejo truco del poli bueno y del poli malo. Con el cañón de una pistola tocándole la nuca, el Picota Pequeñoseñaló un piso cercano dónde creía que se refugiaban el Judas y Polo, su lugarteniente.

―Están en la colmena ―Maroto señaló al salir de la vivienda hacia un edificio cuadrangular de pisos altos que sobresalía sobre el resto de casas bajas que lorodeaban. ―En el Corte Inglés ―añadió uno de los hombres de Maroto. ―Creemos que en algunos de esos pisos se dedican a dar salida a mercancía robada ―Maroto aclaró el comentario de su subordinado ante las miradas deextrañeza que se cruzaron Martel y Pertierra―. No me extrañaría que estuviesen dando cobijo a esos delincuentes. ―Iremos andando ―continuó el comisario―, esos cabrones se conocen de memoria el coche.

Los inspectores subieron rápidamente en uno de los ascensores hasta el noveno piso de uno los portales del bloque de viviendas conocido como la Colmena, talcomo les había indicado el Picota Pequeño. El Corte Inglés de San Fermín. En este tipo de viviendas se revendía prendas robadas o hurtadas en grandes almacenes deconfección. Uno de sus principales proveedores eran los especialistas en el conocido método de la mecha. El mechero, como el mejor de los prestidigitadores, introducíalas prendas más caras a través de una trampilla oculta en una caja con la apariencia de estar totalmente cerrada con un lazo. Los ilusos tenderos sólo adivinaban el trucocuando el mago se montaba en el coche que le esperaba a la puerta de las tiendas.

―Aquí es ―el comisario señaló una de las puertas del noveno piso mientras en el enorme patio interior, donde confluían una decena de portales del edificio,comenzó a arremolinarse un grupo de gente cada vez más numeroso. ―¡Alto policía!!! ―los inspectores entraron a gritos tras derribar a patadas la segunda puerta del día en menos de media hora. ―Pero… ―Maroto se asomó a una de las ventanas de la escalera del edificio que daban al patio interior mientras los inspectores registraban la vivienda. ―¡Arriba, rápido!!! ―Maroto entró en la casa aullando.

Desde el patio de la colmena comenzaban a escucharse las típicas voces en contra de la policía mientras un centenar de personas de todas las edades seagachaban para recoger lo que parecían billetes de mil pesetas lloviendo del cielo. Los inspectores, ajenos a la millonaria lluvia, corrieron escaleras arriba siempre bajo laatenta mirada de las mirillas de los vecinos de la sucursal del Corte Inglés.

―¡No te muevas!!! ―Pertierra gritó al llegar al pasillo del piso de arriba (el décimo) y ver como un tipo agitaba una bolsa frente a una de las ventanas del patiointerior. ―¡Qué no te muevas!!! ―el inspector le apuntó directamente a la cabeza mientras los últimos billetes salidos de la bolsa planeaban sobre el gentío que gritabamás y más ante la inesperada lluvia de papeles. ―¡Que hijos de puta! ―Maroto se asomó de nuevo a la ventana para comprobar como el público abucheaba al ver que escampaba la lluvia de billetes verdes.

Media hora después, tras sortear a duras penas a una muchedumbre rabiosa que les increpaba mientras zarandeaba a un par de zetas que habían acudido areforzar a los inspectores, los cinco detenidos (el Picota Pequeño, el Borondo, el Pepín, Polo y el Judas) eran enviados a los calabozos de la Puerta del Sol donde ya lesesperaba el Tito. Los agentes tuvieron que abrirse paso realizando varios disparos al aire al ver como los vecinos casi conseguían poner patas arriba los vehículospoliciales. Un brillante servicio a pesar del millón de pesetas largo que se había escapado por una de las ventanas que daban al interior de la colmena plagado de furiososvecinos descontentos con la intervención que había desarticulado a uno de los peristas más famosos del barrio.

―”La policía madrileña ha detenido a los cuatro individuos que el pasado 28 de enero perpetraron un atraco a la sucursal de la Caja de Ahorros y Monte dePiedad de Madrid, de la calle Juan Español, 54 ―Pertierra encendió la radio del despacho de la brigada anti atracos pocos minutos después de que la Jefatura Superiorde Policía emitiese una nota para los medios de comunicación―. En aquella ocasión mantuvieron un tiroteo con dos funcionarios de la Policía que habían acudido a lallamada del director de la entidad, que había notado la presencia de un automóvil sospechoso (…)”. ―No está nada mal ―Martel repasó el arsenal requisado a la banda del Judas.

Una pistola Derringer (probablemente la misma con la que el Judas había vaciado los ocho proyectiles del cargador en los cuerpos del director de la Caja de

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Ahorros y del agente de la comisaría de Usera) y un revólver British Bulldog. Varios cargadores, tres pasamontañas, dos pares de guantes, 220.000 pesetas, 211 dólaresy 2.200 bolívares.

―”(…) Se trata de Bustillo, alías el Judas, de veintiséis años, a la que la policía considera como el jefe de la banda en cuyo historial figura una gran cantidadde delitos contra la propiedad, si bien parece un especialista en atraco a bancos; Polo, de treinta, autor de numerosos delitos y agresiones; el Tito, de veinticuatro, quecuenta con un amplio historial delictivo, siendo arrestado sucesivamente cinco veces en un corto espacio de tiempo, la última, el 25 de agosto, tres días antes de suúltimo atraco y el Picota Pequeño, de dieciséis ―en la radio continuaban dando detalles de la operación policial―. Este último ya fue detenido en febrero del pasado añopor la muerte de una anciana de ochenta y tres años. Junto con el ahijado de la víctima y otro joven penetraron en casa de la anciana con la intención de robarla, yaque sabían que se encontraba sola en la vivienda. Sin embargo, los hechos no se desarrollaron como habían planeado, y ante los gritos de la mujer intentaron hacerlacallar tapándola la boca, lo que le produjo una asfixia que acabó con su vida. En aquella ocasión, dada su condición de menor (tenía catorce años), fue recluido en laprisión de Zamora y un año después (el 11 de febrero pasado), tras abandonar el recinto penitenciario, ya había cometido numerosos robos en viviendas (…)”. ―Sí ―añadió Martel―, la culpa es de la sociedad. ―”(…) Como miembros de la misma banda, aunque no participaron en el referido atraco, han sido detenidos también el Borondo, de veintinueve años, y elPepín, también de veintinueve años, ambos con antecedentes y considerados como delincuentes comunes”.

Los inspectores cerraron la puerta del despacho. Otros se ocuparían de los interrogatorios a los detenidos. El día había sido lo suficientemente largo paramerecer un tentempié.

―¿No descansa? ―Pertierra y Martel se sentaron en una de las mesas de la cafetería de la calle del Correo. ―Cada vez tenemos más trabajo ―respondió Avellaneda, mientras guardaba la nota de prensa que acababan de entregarle en la Dirección General de Seguridad. ―Y que no falte ―apuntó Martel. ―Tampoco se pase, inspector. Lo último que necesitamos es que la gente salga con miedo a la calle. ―Bueno, los jefes dicen que los índices de eficacia policial están aumentando… ―terció Pertierra―. De todas maneras, este país ya no es el de hace unosaños. ―Desde luego ―asintió el periodista mientras el camarero servía un par de cañas a los inspectores―, pero si sigue así la escalada terrorista no sé dónde vamosa parar. Lo de Cisneros ha sido un paso más y gracias a Dios que no acabaron con su vida que si no se vuelve a formar una buena…

Los funerales por los militares asesinados por la banda terrorista se habían convertido en actos de protesta en los que se pedía a voz en grito la dimisión delministro de Defensa acusado de traicionar a las fuerzas armadas. Mano dura. Justo lo que andaba buscando la banda terrorista vasca. Provocación. Acción, reacción. Lascharlas de café de la cafetería Galaxia. Las voces pidiendo la intervención de las provincias vascongadas cada vez se escuchaban más. Algo había que hacer para acabarcon la impunidad con la que se movía la banda de pistoleros vasca. Al principio nadie les tomo en serio. Luego vino lo de Carrero y la cosa cambió. El golpe de lacafetería Rolando terminó con las dudas de los que creían que eran cuatro y el de la guitarra jugando a las pistolas en los caseríos vascos. La cosa iba en serio.Comenzaba a hablarse de las conexiones con otros grupos terroristas europeos o con organizaciones del próximo oriente desde donde recibían formación y coberturaeconómica. Ni siquiera con la caída del régimen y la recuperación de la democracia parlamentaria habían cesado sus acciones cada vez más violentas. La estrategia de latensión, de la provocación.

―¿Tienen alguna pista sobre lo del secuestro de Natacha? ―el periodista cambió de tercio. ―Ninguna… ―respondió Martel―, ¿y usted? ―He oído que la Guardia Civil está buscando entre los del Frente de Juventud. ―¿Cómo? ―Creen que podría ser una célula para financiar actividades ultras. ―No tienen idea ―respondió Pertierra. ―¿Usted cree? ―Sólo eran unos vulgares chorizos. ―Pero no parece que fuesen allí motu propio ―disintió Avellaneda―, la propia Natacha aseguró que uno de los asaltantes la dijo que era un trabajo porencargo. ―¿Ah, sí? ¿Y de quién? ―Ese es su trabajo, no el mío ―se defendió el periodista―, pero parece claro que era alguien cercano a la familia pudo haberles dado la información. ―Es una familia amplia. ―Muy amplia. ―A propósito, tu colega ―entrecomilló el inspector―, resultó ser un vulgar chorizo. ―¿Qué colega? ―Él que detuvimos en el hospital intentando colarse en la UVI ―respondió Pertierra―, tratando de fotografiar a Cisneros. ―Se lo dije…

El chileno ataviado con una bata blanca detenido en la UVI de la clínica in fraganti resultó estar cargado de antecedentes desfavorables: encartado por elTribunal de Menores en 1971, procesado por fugarse con una menor en 1973 tras ser acusado de abusos deshonestos, detenido por dar un tirón al año siguiente,expulsado en el 1975 por indeseable y advertido este mismo año dada su situación irregular. 500.000 pesetas de multa y su expulsión (la segunda) del territorio nacionalhabía sido la sentencia exprés dictada por el gobernador civil. Otro fotógrafo, de nacionalidad española, también había sido multado con medio millón de pesetas porllevar al chileno hasta el hospital y esperarle a la salida.

―…aunque una fotografía nunca ha matado a nadie ―remató Avellaneda mientras abandonaba la cafetería.

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VI

―¿Es este el de la bomba? ―Pertierra se dirigió a un par de agentes de una patrulla que sentaban a un hombre de mediana edad frente a su mesa. ―Dice que es la primera vez ―respondió uno de los agentes. ―La crisis, ya se sabe ―añadió el compañero mientras el detenido permanecía en silencio con la mirada pérdida. ―No está fichado ―se acercó uno de los funcionarios que se encargaba de la toma de huellas y fotografías de todos los que visitaban el viejo caserón de laPuerta del Sol. ―Yo no quería ―se le escuchó al individuo de forma lastimosa―. Sólo quería un poco de dinero para salir del paso. ―Menudo susto nos has dado ―uno de los agentes trató de levantarle de la silla. ―Mi familia no tiene ni para comer, inspector… ―el detenido siguió justificándose. ―Está bien ―Pertierra hizo una seña a los agentes para que bajasen a los calabozos al detenido tras comprobar la nueva ficha policial que se le había abierto―.Tacharemos la casilla de la mala situación macroeconómica. El inspector hizo una pequeña anotación en un papel y se la devolvió al funcionario junto a la ficha policial. Aquel tipo era el primero de la mañana que pisabalos pasillos de la Dirección General de Seguridad con las manos esposadas camino de los calabozos, paso previo a los juzgados de la Plaza de Castilla. Todas las tardes,a la hora del cierre de los periódicos, algún redactor llamaba a la sede policial para recibir el parte diario de detenciones con el que rellenar las páginas de sucesos del díasiguiente. Los detenidos, a los que se señalaba en los artículos de prensa por el nombre y sus dos apellidos junto al apodo en el caso de que así fuesen conocidos,recibían el castigo paralelo de la opinión pública y los vecinos. El interés periodístico solía centrarse, además, en los motivos que llevaban a cometer los delitos. Aunquela pena en el Código fuese la misma, en el juicio público se valoraba enormemente el destino de los fondos. En el caso del hombre que acababan de sentar frente alinspector Pertierra, la brigada tendría la deferencia de señalar la falta de antecedentes previos y las alegaciones expresadas por el detenido antes de ser bajado a loscalabozos. ―Al menos, se podía haber ahorrado lo de la bomba ―se quejó uno de los agentes mientras trasladaban al detenido a los calabozos―. Ahora le van a tratarcomo a un terrorista ―señaló al hombre esposado que bajaba la cabeza antes los comentarios. ―A estos cabrones ahora les da por poner bombas ―añadió el compañero mientras seguían bajando las escaleras hacia los sótanos de la brigada. El caso del tipo llevaría probablemente un titular del tipo: Detenido cuando acababa de atracar un banco provisto con una bomba de fabricación casera. Aprimera hora de la mañana el individuo al que escoltaban los dos agentes de la nacional entraba en una oficina bancaria de Cea Bermúdez provisto de una bolsa que decíacontener una bomba de fabricación casera. A pesar de conseguir que los cajeros le entregasen más de 350.000 pesetas, en el último momento decidía llevarse como rehénal director de la oficina bajo amenaza de matarle si a alguien se le ocurría avisar a la policía antes de una hora. Era uno de los clásicos. A pesar de las advertencias, losempleados no dudaron un segundo en avisar inmediatamente a la policía montándose un dispositivo de control sobre las calles cercanas. Al tipo le agarraron en una callecercana: el artefacto explosivo resulto ser un par de paquetes de tabaco envueltos en cinta aislante negra.

―Eh Perti, ¿ya te has enterado? ―mientras los agentes rellenaban el libro de registros de entrada de los detenidos, uno de los veteranos de la brigada que subíade los calabozos se dirigió al inspector. ―¿De qué? ―respondió malhumorado el inspector mientras se secaba el sudor. ―Han detenido a un tío con los cuadros robados en la casa de los Martus. ―¿Qué? ¿Cuándo? ―Anoche. Parece ser que los llevaban en una furgoneta, según dice la prensa los iban a sacar por la frontera, a Bélgica u Holanda, o eso dicen ―el funcionariole entregó un periódico. ―¿Los llevaban? ¿Cuántos eran? ―Dos o tres, pero dicen que la Guardia Civil solo ha podido coger a uno ―le volvió a coger el periódico―, está aquí, en las páginas de sucesos.

DURANTE EL SECUESTRO DE SU ESPOSA EL 29 DE MAYO PASADORECUPERADOS LOS CUADROS ROBADOS EN LA CASA DEL CANTANTE

El servicio fue realizado por la Guardia Civil de Madrid, tras perseguir a tiros a los ocupantes de una furgoneta. Cuadros y objetos de arte robados del chalé LosMartus, ubicado en la localidad madrileña de Villaviciosa de Odón y propiedad del cantante, han sido recuperados por fuerzas de la Guardia Civil en el transcurso deuna operación en la que se registró un tiroteo, resultando herida una persona. Como se recordará los cuadros fueron sustraídos el pasado 29 de mayo, fecha en la que

también fue secuestrada durante unas horas la esposa del cantante, Natacha.

―¿La Guardia Civil? ¿Pero cómo se han enterado? ¿Pero si no tenían ninguna pista fiable? Han debido de darles un soplo ―Pertierra respondió suspropias preguntas ante la cara de incomprensión del funcionario que comenzó a leer la noticia.

“A medianoche del miércoles al jueves se registró un tiroteo por diversas calles del barrio de Salamanca cuando fuerzas de la Guardia Civil de paisano, queinvestigaban el mencionado delito, sospecharon de los dos ocupantes de la furgoneta M-7518-BM y les dieron el alto. A la altura de la calle de Maldonado con la deCastelló la Benemérita efectuó disparos de intimidación que fueron contestados por otros de los desconocidos. Posteriormente los disparos volvieron a producirse enla calle del General Pardiñas, resultando herido uno de los ocupantes de la furgoneta, que fue detenido. Su compañero, que se cree que también pudo haber sidoalcanzado por algún proyectil, pudo darse a la fuga”.

―Dicen que el sospechoso es un excombatiente del Sahara. ―¿De dónde? ―Pertierra se mostró sorprendido. ―Si hombre, del Sidi Ifni, cómo se nota que tú no habías nacido todavía ―el agente le dejó el periódico sobre la pequeña mesa en la que se registraban losdetenidos. El único detenido, un ex legionario, de cuarenta y cuatro años, tal y como había adelantado Natacha al preguntarle por la edad de las personas que la habíansecuestrado en su propia casa, figuraba como pintor de profesión. En la furgoneta fueron hallados un gran número de cuadros, iconos y otros objetos artísticos quesegún la primera declaración realizada por la propietaria de la vivienda de los Martus casaban bastante con lo desvalijado en su casa. La recuperación de los cuadrosrobados en la casa del conocido cantante suponían el tercer éxito consecutivo de la Guardia Civil madrileña que también había esclarecido un robo llevado a cabo aprimeros de Junio en el Museo Zuloaga de Segovia (Veintidós cuadros de Zuloaga, otros seis de cerámica, también firmados por el pintor, 35 piezas de cerámica, dospistolas antiguas y diversas etiquetas recuperados de forma casual cuando eran transportados en una furgoneta ocupada, al menos, por dos personas, que abandonaronlos cuadros y demás objetos al ser sorprendidos cuando circulaban en las inmediaciones del Parque del Oeste) y la recuperación de veintidós cuadros robados (entre

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ellos, algunos con la firma de Benlliure) en diferentes asaltos a domicilios como el sucedido en un domicilio particular a mediados del mes de Mayo en el que, según supropietario, habían sido sustraídos oleos por valor de más de mil millones de pesetas (entre ellos, dos Goyas, un Zurbarán y varios Juan de Toledo) que seguíanextraviados hasta la fecha. La Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos también habían emitido una nota expresando su satisfacción por larecuperación de los cuadros y agradeciendo el brillante servicio prestado nuevamente por la Benemérita madrileña.

―A los voluntarios les lanzaban en paracaídas sobre El Aaiún nada más jurar bandera ―el funcionario continuó su improvisado relato mientras Pertierraseguía dándole vueltas a la noticia publicada por el periódico―. Después, muchos fueron agraciados con una medalla que ni siquiera se podían costear. A pesar de losméritos adquiridos en el frente, el ejército sólo las concedía contra reembolso. ―Sorprendente. ―Siempre ha habido clases.

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VII

―De allí vengo ―respondió el periodista. ―¿Los ha reconocido? ―Sin ninguna duda. El famoso cantante había regresado de su residencia en Puerto Vallarta, la costa del Pacífico, nada más terminar su último concierto contratado en tierrasmexicanas. Entremedias un par de conciertos en el madrileño Florida Park tras más de tres años sin pisar los escenarios de nuestro país. Todo un acontecimiento.Algunos habían profetizado que tras su exilio en América jamás volvería a actuar en España. En México dejaba teatros abarrotados y gente suplicándole que no semarchase nunca. La vuelta a los escenarios hispanos había dejado un par de shows inolvidables. Los críticos que tenían afiladas sus plumas se las tuvieron que envainar.Revestido con su traje oscuro y el foulard encorbatado acabó semidescamisado recibiendo un interminable número de aplausos y chillidos respetables de entusiasmo. Las revistas de papel couché también habían aprovechado la fugaz visita para dedicarle extensos reportajes al recuentro del showman con su familia tras elasalto sufrido a finales del mes Mayo. “Esa noche presentí que algo malo iba a ocurrir en mi casa”, señalaba la revista Semana en su portada encabezada con la imagendel cantante reunido en el salón de su casa con toda su familia tras regresar de México.

―Un simple pintor de cuarenta y cuatro años ―respondió Avellaneda―, parece ser que estaba en el paro. ―¿Y el otro? ―La Guardia Civil dice que también pudo ser alcanzado por un proyectil durante la fuga pero que han perdido el rastro. El caso parece estar cerrado.

El legionario había resultado herido en el hombre derecho y en una ceja. Pronóstico leve. El tiroteo llevado a cabo a través de diversas calles del barrio deSalamanca había despertado a numerosos vecinos que desde los balcones de las calles Maldonado, Castelló o General Pardiñas, donde finalmente se detuvo la furgoneta,pudieron observar como un individuo lograba zafarse de las fuerzas de la Benemérita tras bajarse de la furgoneta y salir huyendo antes de que llegasen a detenerle.

―¿Cerrado…? Pero si eran tres los secuestradores y además iban contratados por alguien. ―Con la recuperación de los cuadros todo el mundo se da por satisfecho.

El famoso cantante había reconocido como suyos los objetos recuperados por la Guardia Civil en la operación en la que se había detenido al legionario. En lasdependencias de los servicios fiscales de la Benemérita, Natacha se encontraba fuera de la ciudad, el cantante había acudido a la llamada con la esperanza de volver a verlas obras de arte que tres furtivos habían desvalijado en su vivienda en presencia de toda su familia. Los 19 cuadros y los cuatro iconos rusos, prácticamente la totalidadde lo robado en la vivienda de los Martus, volverían a sus paredes en breves días.

―Ha tenido que haber un soplo… ―respondió el inspector Pertierra. ―Creo que va a comenzar ―señaló el periodista. ―Buenos días ―el comisario Garrido llamó la atención de los presentes.

La Jefatura Policial había convocado una rueda de prensa para informar de una serie de detenciones que se habían llevado a cabo en la última semana. Garrido, elresponsable de la brigada judicial acompañado para la ocasión por sus doce jefes de grupo, se encargaba de detallar los pormenores de las últimas actuaciones policialesante un grupo de periodistas. El balance presentado por el comisario alcanzaba la cifra de más de ciento treinta millones recuperados en dinero, joyas y droga solamenteen la última semana en la que se había logrado detener a varias bandas de atracadores y camellos. Garrido acababa de cumplir tres meses en el cargo desde sunombramiento como comisario jefe de la de la Brigada Regional de la Policía Judicial de Madrid tras la jubilación de Rosado, su antecesor en el cargo. Garrido habíaingresado en el cuerpo en 1945 con apenas veinte años. Doce años en la comisaria de Buenavista, uno en la Brigada de Espectáculos y veintiuno en la Brigada Madrileñaa la que regresaba por la puerta grande tras haber prestado servicio cuatro meses como comisario en la comisaria de la localidad madrileña de Leganés.

―La mayoría de las operaciones realizadas gira alrededor del triángulo mágico que ustedes ya conocen: dinero/joyas/drogas ―Garrido comenzó con una breveintroducción cuando todavía llegaba algún periodista rezagado. ―¿Que opina de los que piensan que se está librando una batalla, una verdadera guerra civil entre una ciudad legal y una parásita que trata de vivir a costa deltrabajo de la primera a tiro limpio? ―los periodistas comenzaron a disparar preguntas. ―Los índices de criminalidad están creciendo, eso es evidente, pero también la eficacia policial. Cada vez pasa menos tiempo desde que se comete un delitohasta que los culpables son detenidos ―el comisario recordó a los periodistas como una banda de butroneros responsables del asalto a una joyería en la calleEmbajadores habían sido detenidos por agentes de la brigada haciéndose pasar por compradores de oro. ―¿Qué puede decirnos del incremento en el consumo de cocaína? ―Se ha constatado un aumento gradual de la entrada de coca en la ciudad. ―¿Y qué medidas han tomado? ―el periodista trató de profundizar tras la escueta respuesta del comisario. ―Las que están en nuestra mano ―respondió secamente el comisario―. Este tipo de droga suele ser suministrada por súbditos colombianos que seaprovechan de la laxitud de las leyes penales españolas, por lo que hemos vigilado especialmente a aquellas personas que cumpliendo este perfil mantenían una vidairregular o frecuentes cambios de domicilio. La Brigada Judicial había destinado siete inspectores a la creación de un nuevo grupo especializado en la persecución de la baja delincuencia sudamericana. ElGrupo XII se encargaba de tratar de parar la vía de agua que llegaba principalmente desde Colombia. Un nuevo tipo de delincuencia total o redonda, según el argotpolicial, para denominar a sujetos preparados para cometer todo tipo un abanico de delitos. El efecto llamada de los pioneros que primero habían aterrizado en Españahabía tenido consecuencias brutales. Según las últimas estimaciones policiales, los recién llegados ya monopolizaban el mercado de los robos a domicilio con tasascercanas al 95% de los casos denunciados. El colectivo se regía por un horario muy definido en función de los diferentes objetivos marcados: al mediodía y los fines desemana, aprovechaban los descansos de los porteros de las fincas para reventar varios pisos en la misma visita; por la tarde, complementaban su jornada laboralafanando carteras en el Metro a la hora punta en la que cerraban los establecimientos. La última gran operación contra este tipo de delincuencia se había saldado con ladetención de cinco súbditos colombianos dedicados a la falsificación y tráfico de divisas así como la compra de joyas robadas que tras ser desguazadas y fundidas en uncrisol eran enviadas cada veinte días a Bogotá vía Barajas.

―La mayor parte de los que vienen ―continuó Garrido―, tienen antecedentes en Francia, Bélgica o Italia. Los detenemos, se les expulsa del país y vuelven alos pocos días con otro pasaporte falso. Entre otras cosas, vienen a España porque por raza, religión, idioma y costumbres, les es más fácil pasar desapercibidos y noencuentran problemas para adaptarse, pero la verdadera razón no es esa, la verdadera razón es que no tienen miedo a la policía. Dicen que, en Europa, la Policía esblanda con el delincuente. Su verdadero miedo no es hacer frente a la justicia española que les premia con un billete de vuelta a su país sino la organización criminal en laque puedan encontrarse inmersos. ―Cuando les detienes ―añadió el jefe del grupo encargado de este tipo de delincuentes―, te responden con el mayor cinismo que los españoles cuandodescubrimos América nos trajimos su oro y ahora vienen a cobrárselo.

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―No podemos menospreciar a esta gente ―continuó Garrido―. Continuamente están cambiando de pensiones y apartamentos, las ollas, como ellos lasllaman. Utilizan, además, a mujeres de la organización como correos entre España y su país, para darle salida a lo robado y recibir dinero de allí. Nada más cometer elrobo, dan salida a las joyas hacia su país o las despiezan y funden el oro en una cocina casera utilizando una sartén. Son extremadamente escurridizos. Algunas de lasdetenciones de las que se han llegado a realizar han sido gracias a las diferencias surgidas entre ellos a la hora del reparto de la astilla ―reconoció el comisario.

Entre las detenciones más sonadas por el nuevo grupo de la brigada estaba el caso de míster Colombia. El cinco veces ganador del certamen de belleza fueatrapado cuando trataba de introducir en España cientos de billetes aéreos robados y unos diez mil dólares falsos. La caída de popularidad del playboy con el paso delos años se compensaba con su creciente aureola en los ambientes policiales a ambos lados del charco: entrega de cheques sin fondos, participación en rifas fraudulentas,contrabando de esmeraldas, falsificación de cupones contables… El guapo oficial había entrado de lleno en una rueda delictiva que le había permitido viajar pornumerosos países como quedaba reflejado en los diferentes pasaportes con los que se movía siempre en compañía de una amiga, a la que también se acusaba de practicarla prostitución.

―¿Podemos decir, entonces, que llegan a Barajas con la maleta llena de coca y que se vuelven a montar en el avión de regreso con la maleta llena de joyasrobadas? ―Muy ingenioso por su parte ―respondió el comisario Garrido―. Ya veo que buscan titulares. Aunque no se puede decir que sea exactamente así, es ciertoque en las últimas semanas han sido detenidos varios atracadores de nacionalidad colombiana, entre ellos, además de los responsables del butrón de la joyería Luyfelcomo ya les he comentado, se encuentra Cifuentes, un atracador al que detuvimos hace unos días con más de veinte millones de pesetas en joyas robadas.

La detención de Cifuentes, el cabecilla de una organización multidisciplinar, provocó la caída de numerosos miembros de su banda. El Richard, el Gerard, elPelaito, el Negro, el Mono o el Rubio, eran algunos de los apodos con los que se movían los responsables de más de cien robos en domicilios particulares yapartamentos de las zonas residenciales de Chamartín o Puerta de Hierro.

―¿Parece ser que se le detuvo camino del aeropuerto? ―insistió el periodista. ―Ya sabe que no tenemos por costumbre detallar algunas cuestiones, pero al menos sí podemos decir que se le encontró un billete de vuelta para su país en elmomento de la detención ―intervino otro de los jefes de grupo de la Brigada que acompañaba al comisario Garrido. ―La mayoría de los delincuentes expulsados vuelven a España para delinquir. Como ya le digo ―volvió a tomar la palabra el comisario Garrido―, lasensación de impunidad que tienen los delincuentes hispanoamericanos en España produce un efecto llamada en sus países de origen. ―¿No cree que están exagerando con el tema de los hispanoamericanos? ―Ahí están las estadísticas oficiales ―contestó el jefe de grupo dedicado a los oriundos lanzando un expediente hacia el periodista―. ¡Si todavía tiene dudas,revise la hemeroteca de su diario! ―¿Qué opina de las modificaciones en la asistencia letrada al detenido? ―cambió de tercio otro de los reporteros tras unos segundos de tenso silencio.

Después de la última reforma del Código Penal los detenidos estaban facultados para avisar a sus familiares y a un abogado privado o de oficio, que debíaacudir antes de ocho horas. Mientras tanto, la policía no podía interrogar al detenido. El abogado, por otro lado, no podía hacer gestos ni decir palabras durante elinterrogatorio.

―Los abogados, a veces, llegan tarde y nos hacen perder ocho preciosas horas en la investigación. Seguramente son problemas de rodaje, pero como dicentodos mis compañeros ―Garrido miró hacía sus jefes de grupo buscando el asentimiento―, así, estamos más tranquilos. Ya nadie nos va a decir que torturamos en losinterrogatorios. Además la declaración la firma el detenido y su abogado. ―¿Pero hay quién piensa que en esas horas tan críticas, las primeras tras la detención, su presencia puede perjudicar al resto de la investigación? ―Está claro que los delincuentes se han ido reforzando en sus derechos. Esto, en sí mismo, no es malo. El problema surge por la mala praxis de algunosletrados. Sin ir más lejos, el hecho de que estén presentes en las ruedas de reconocimiento acompañando a las víctimas o a los testigos puede amedrentar a estos. ―El simple hecho ―añadió otro de los jefes de grupo―, de que el delincuente pueda hacer una llamada telefónica a un familiar nada más ser detenido, ycuando aún no hemos agotado el caso, puede servir para poner sobre aviso a sus familiares o a sus cómplices para que se deshagan de pruebas vitales para lainvestigación. ―¿Y que nos puede decir de las críticas que reciben por el retraso del gabinete de huellas? ―intervino otro de los periodistas acreditados―. ¿Es cierto quetardan tres meses en ir a un establecimiento donde se ha producido un delito? ―Nunca más de tres y cuatro días. No está mal considerando que en esta ciudad se cometen más de doscientos delitos al día. Aunque si se nos proporcionasenmás medios económicos y humanos estaríamos más preparados. ―Mire ―intervino otro de los jefes de grupo―, las dimensiones de esta ciudad dificultan mucho nuestro trabajo. Por ejemplo, localizar una persona enMadrid es una labor de chinos. Si a eso le unes que hay un montón de disposiciones que no se cumplen, ya me dirá. Si te presentas en una pensión o en un hotel, a lamayor parte de los clientes no los tienen registrados para evitarse pagar impuestos a Hacienda. Si denuncias a los establecimientos, las multas que les ponen son tanridículas, que lo siguen haciendo. El registro de apartamentos tampoco funciona por lo que es imposible controlar a los delincuentes que los alquilan. ―¿Qué puede decir a los que opinan que nuestra policía no está profesionalizada? ―Eso es una barbaridad ―respondió Garrido tras sujetar a otro de los jefes de grupo que quería lanzarse al cuello del periodista―. Para la gente, a vecespodemos ser los buenos o los malos, pero le aseguro que somos muy profesionales. ―Está Brigada ―añadió el inspector Pertierra―, está dirigida por un señor que lleva treinta y cuatro años trabajando para la Policía, pensando en Policía,viviendo en Policía…, ya me contará si no es profesional. ¿Técnica? Nuestra técnica está a la altura de la cualquier otra Policía. Lo que a veces no está a la altura son losmedios, pero, oiga, tampoco se pueden desorbitar las cosas. No podemos pedir gollerías porque el país no puede permitírselo. Yo no puedo pedir que doten dehelicópteros a todas las unidades o que nos den coches con laboratorios incorporados porque todo eso lo tenemos que pagar los contribuyentes y en este momento…,pues eso, que no se puede.

Silencio.

―¿Cree que la policía está politizada? ―Aunque no viene a cuento ―volvió a intervenir Pertierra―, le responderé. La policía respeta y defiende la legislación vigente. La que dicta el Gobierno deturno, ¿está claro? ―Aquí hay un concepto erróneo de la Policía que, por ejemplo, no sucede en Inglaterra ―terció Garrido―. Aquí cuando un niño llora le decimos cállate que sino se te lleva aquel guardia y el niño desde pequeño teme y odia a la policía porque así se lo inculcamos. En España el guardia de uniforme es el señor del saco. EnInglaterra, no. Allí, en la cartilla donde aprende a leer el niño le dicen que el Bobby es su amigo y cuando le ocurra algo acuda a él. Aquí la Policía es el coco. Ahora,además, se ha levantado la veda. Cualquiera se atreve a insultar a un guardia en la calle y eso es quitar el principio de autoridad necesario para mantener el orden. Hacepoco ―continuó atizando el comisario tras sacar un papel de una carpeta―, he leído que un medio de comunicación nos acusaba de que deteníamos poco. Permítanmedarles unos datos. Entre el 20 de junio y el 2 de agosto han sido detenidos 50 atracadores que se han confesado responsables de 45 atracos y entre el 3 de agosto y el 4de septiembre, 43 atracadores implicados en otros 47 golpes. La Policía detiene al que debe detener, la Policía no detiene por sistema. La Policía no está en la calle para

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ser el coco ni para dar una falsa impresión de seguridad a la ciudadanía, sino para preservar el orden público y para hacer que se cumplan las leyes. Porque esa es otra.La Policía no dicta las leyes, no somos uno de los poderes del Estado. Es evidente que el Estado necesita a la Policía, porque el Estado tiene que ejercer el imperio de laley y la autoridad y la autoridad, sin coacción, sin fuerza, pues no puede imponerse.

―Una última pregunta ―Avellaneda pidió la palabra por primera vez―, ¿tras la detención practicada hace unos días tienen alguna pista sobre el resto desecuestradores de Natacha? ―Como comprenderá ―respondió Garrido―, no tenemos costumbre comentar operaciones que siguen en marcha.

Al finalizar la comparecencia el comisario se manifestó muy satisfecho con el trabajo llevado a cabo por sus agentes. Mientras los reporteros recibían unafotografía de los seis miembros de la banda del Judas detenidos para adjuntar a sus comunicados, los jefes de grupo se acercaron a la cafetería de la calle Correos paracomentar las mejores jugadas. Garrido tras comprometerse a recibir a los periodistas que quisiesen realizarle una entrevista personal les convenció para que no reseñasenel incidente del jefe de grupo que había perdido (lanzado, más bien) los papeles en el transcurso de la rueda de prensa. Los nervios estaban a flor de piel en los agentestras la oleada veraniega de atracos y robos que había sufrido la ciudad, sobre todo los que no habían tenido ni un día de vacaciones.

―Estos tíos se piensan que nuestro trabajo es como en esas novelas policiacas ―los jefes de grupos se dirigieron a la cafetería de la planta baja del edificio―,que se acaba resolviendo todo por la posición de una colilla. ―No puedes perder los papeles de esa manera ―Martel se dirigió al compañero que había lanzado un expediente a uno de los reporteros. ―Joder, a un compañero le meten dos tiros por evitar un atraco y encima tenemos que aguantar a esta banda de gilipollas. ―Acostúmbrate a los periodistas, solo buscan las noticias polémicas. ―No me hice policía para atender a la jodida prensa. Mi obligación es detener chorizos y no dar ruedas de prensa. ―Ni yo tampoco ―comentó Pertierra mientras se levantaba―. Pero las cosas han cambiado, no se sí te has enterado. De todas maneras, no creo que hablen deotra cosa que no sea lo del aeropuerto de Barajas.

Ese mismo día un individuo había iniciado un tiroteo al serle descubierto el arma que portaba por el detector de metales del control de pasajeros. Una de laspersonas que regresaba de un vuelo de las Islas Canarias falleció a causa del intenso fuego cruzado del homicida y la Guardia Civil. El aeropuerto estaba prácticamentemilitarizado desde el 31 de julio. Ese día estallaron tres bombas de la ETA en menos de quince minutos en el aeropuerto de Barajas y en las estaciones de Chamartín yAtocha matando a seis personas e hiriendo a más de cien. La ETA culpó al Gobierno por no desalojar a las posibles víctimas a pesar de sus avisos. La firma delEstatuto Vasco acordado por el Gobierno no había sido de su agrado y decidieron celebrarlo llenando de bombas la capital de España.

―¿Cree, de verás, que alguien le ha proporcionado la información a la Guardia Civil? ―Avellaneda y el inspector Pertierra volvieron a encontrarse a laspuertas de la Dirección General de Seguridad. ―O han tenido mucha chamba, que no lo creo ―respondió el inspector―, o alguien les ha dado el soplo. La Guardia Civil no se dedica a ir parando furgonetasde reparto en pleno barrio de Salamanca. ―Quizás les pareció sospechosa. ―¿Y qué hacían en ese barrio? ―contraatacó Pertierra―. ¿A quién iban a entregar los cuadros? ¿O es que ahora los chorizos se dedican a la venta ambulante decuadros robados por los barrios del centro de Madrid…? ―Buena pregunta ―el periodista se despidió camino de la redacción del periódico.

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SEGUNDA PARTEOPERACIÓN CONEJO

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I

―¿Cuantos eran? ―Pertierra se dirigió a un hombre que se presentó ante el inspector como jefe de taller. ―Creo que eran cuatro ―respondió el jefe del taller mientras se apoyaba en una mesa de trabajo sobre la que descansaba atornillada una pulidora de joyastodavía caliente―, aunque todo fue tan rápido que no sabría que decirle. ―¿Podría describirlos? ―Ya le digo ―resopló tras mirar hacia la puerta por la que habían salido los atracadores―, todo fue muy rápido aunque creo que dos tenían acento. La verdades que no lo sé. Esto es un desastre.

El jefe del taller de joyería Relobert situado en el barrio de Salamanca y la decena de empleados que trabajaban en él continuaban en estado de shock. Al filo delas seis menos cuarto de la tarde, una hora antes de la llegada del inspector Pertierra y de dos de sus compañeros de la brigada judicial madrileña al taller de la calle deOrtega y Gasset, cuatro hombres penetraban en el almacén aprovechando el regreso de uno de los empleados que había salido momentos antes para hacer un pequeñorecado. Emboscados en el descansillo de las escaleras del edificio y portando una serie de armas en perfecto funcionamiento salieron a la luz justo cuando le abrían lapuerta al compañero. No pudieran reaccionar. Se les echaron encima mientras amenazaban a gritos con matar al empleado esgrimiendo una de sus armas.

―¿Extranjeros? ¿De dónde? ―insistió Pertierra. ―Sudamericanos ―el jefe del taller apuntó hacía un chaval que tomaba notas en una libreta frente a un armario con todos los cajones abiertos―, uno de loschicos del taller cree que eran argentinos. ―Se han llevado hasta las limas ―el joven empleado se acercó tras ser llamado por el jefe del taller―. También falta uno de los soldadores ―añadió trasrepasar la libreta. ―¿No les vistes la cara? ―Sólo un instante. Iban a cara descubierta pero el que nos vigilaba nos conminaba continuamente a que no les mirásemos. Permanecimos boca abajo en el suelotodo el tiempo mientras ellos desvalijaban el almacén ―contestó mientras reparaba en lo grasiento que estaba el piso del taller.

En otro atraco a un taller joyero realizado sólo unos meses antes uno de los atracadores había llegado a ofrecer tabaco a los trabajadores tras unos primerosmomentos de tensión en los que les había amenazado constantemente con un revolver. A la banda del cigarrillo se le achacaban varias operaciones relámpago en talleresjoyeros de la ciudad llevadas a cabo antes del verano en los que se habían apoderado de más de cincuenta millones de pesetas de material a precio de coste.Enmascarados con pasamontañas, en menos de quince minutos limpiaban los talleres sin que ninguno de los testigos fuese capaz de recordar nada significativo quepudiese ser usado por la policía para su posterior identificación salvo la anécdota del cigarrillo que había dado nombre a la banda para distinguirlas de otras de la mismacalaña. Desde la llegada del verano, los atracos a talleres joyeros habían remitido pero ni los más optimistas dejaban de pensar que los cacos simplemente se habíantomado unas merecidas vacaciones para disfrutar del botín obtenido. Con la llamada recibida en el despacho de la brigada antiatracos habían vuelto a renacer lasesperanzas de resolver varios casos pendientes relacionados con el mundo de la joyería negra.

―Creo que se trata de un trabajo por encargo ―Pertierra se dirigió a uno de sus compañeros que también interrogaba a otro de los empleados―, mira, se handejado oro sin pulir ―señaló hacia uno de los cajones entreabierto de un armario. ―Uno de los empleados ha sufrido un shock ―le indicó el compañero. ―Padece del corazón ―añadió otro de los empleados del taller―. Debió de levantar la cabeza y uno de los atracadores le gritó: “Tú, te vas a enterar”. ―Bien, tendrán que ir a la comisaría a poner la correspondiente denuncia ―Pertierra se volvió a dirigir al jefe del taller tras comprobar en una libreta unosdatos: taller de joyería de la calle Nanclares (12/05); taller joyero de la calle del Juanelo (23/05); taller joyero de la calle del Sol (12/06)―. Les enseñarán unas fotos,mientras, intenten recordar todo lo que vieron si quieren recuperar las joyas. ―Uno nunca está preparado para esto ―se quejó el jefe del taller―. Crear una joya es un trabajo artesano único. Nuestro trabajo consiste en interpretar lossentimientos del cliente que quiere un objeto único. No es sólo el dinero que supone el robo… ―Lo entiendo ―Pertierra le pasó la mano por el hombro―, pero ahora lo que necesitamos es que sean capaces de recordar cualquier detalle que nos permitadetener a los atracadores antes de que fundan al oro. ―No se preocupen, en cuanto terminemos el inventario nos acercaremos ―asintió el jefe del taller―. Hoy ya no merece la pena seguir trabajando. ―Por cierto, ¿a cuánto cree que puede alcanzar lo robado? ―Es imposible saberlo aún. El valor puede ser mayor o menor pero lo que si le aseguro es que se han llevado el trabajo de más veinte de años. ―¿No han encontrado nada que no les pertenezca? ―intervino uno de los compañeros de Pertierra. ―¿Cómo? ―se extrañó el jefe del taller―. ¿Qué quiere decir? ―Algo que se hayan podido dejar olvidado los atracadores, una prenda, una bolsa, no sé, cualquier cosa… ―No, nada ―el jefe del taller respondió negativamente con la cabeza.

Pertierra volvió a repasar sus notas. (22/08) Asalto a un taller joyero de la plaza de los Herradores en las inmediaciones de la Puerta del Sol. Entre cuarenta ycincuenta millones de pesetas. Un empleado levemente herido tras ser golpeado con la culata de una pistola para que no se hiciese líos. El resto de los empleados deltaller Jofima (al ver el culatazo) bajaron los brazos y se echaron al suelo para que la banda de asaltantes pudiese trabajar tranquilamente. Veinticinco minutos a lo sumo.«Un hombre, que al parecer llevaba gafas y gorro, irrumpió violentamente en el establecimiento y nos ordenó que nos echásemos al suelo. Entonces, todos nos echamosal suelo, y el compañero recibió, en un momento que no puedo precisar, un golpe en la frente, a consecuencia del cual ha tenido que recibir varios puntos de sutura. Noactuaban con la cara cubierta y tenían acento suramericano. El atracador que vigilaba nos conminaba continuamente a que no les mirásemos, a que permaneciésemos bocaabajo en el suelo, mientras ellos desvalijaban el almacén». Los asaltantes, de origen sudamericano, aprovecharon la entrada de los trabajadores al turno de tarde parafranquear la puerta del local con varias pistolas como tarjeta de visita. Agruparon a los trabajadores del taller y les amordazaron y maniataron con unas amplias tiras deesparadrapo. Detrás del mostrador del taller, esperaban una gran cantidad de mantas con alhajas de todo tipo, relojes, oro y piedras preciosas. Una empleada rezagadallamó a la puerta. Se vivieron momentos de gran tensión. La invitaron a pasar y segundos después acompañaba a sus compañeros en el suelo con la boca tapada y lasmanos atadas a la espalda. Los cuatro sudamericanos, tras casi treinta minutos de saqueo, salieron tranquilamente con unas bolsas repletas de pulseras, broches,pendientes, anillos y relojes (muchos de ellos montados en brillantes y esmeraldas). Justo un mes antes, otro golpe a un almacén distribuidor se había saldado con unbotín de más de sesenta millones en relojes, pulseras, pendientes, broches y anillos de todo tipo. Todas las operaciones tenían el denominador común de la limpieza yrapidez de ejecución con la que los asaltantes de origen sudamericano (al menos en los dos últimos golpes) se habían hecho con un póker de talleres solo en cuatromeses.

―¿Tu qué crees? ―Pertierra se acercó a otro de sus compañeros que en una dependencia trasera del taller revisaba la caja fuerte mientras al jefe del tallerparecía caérsele una lágrima. ―Sabían muy bien dónde venían ―respondió el compañero de Pertierra mientras echaba un vistazo a las baldas vacías de una pequeña caja fuerte de poco másde metro y medio de altura―. Casualmente la tenían abierta. Alguien de dentro pudo haber dado el soplo ―añadió tras empujar la puerta de la vieja Artes.

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―¿Un trabajador? ―O un viajante. A veces cuando los despiden deciden vengarse chivándose a algún chorizo de su barrio. Les tratan como héroes. En mi barrio todos loschavales quieren ser como el Torete o el Vaquilla. ―¿El Torete? ¿Ese quién coño es? ―¿No has visto la película? ―respondió sorprendido―. Dicen que los actores son delincuentes de verdad, con antecedentes y todo. ―No, si encima les darán un premio. Así nos va en este país. A este paso vamos a tener que pedir perdón por detenerlos.

Algunos penalistas creían que el delito sólo era una forma de reacción frente a la injusticia y la marginación política y económica que sufrían las clases másdesfavorecidas. La inmigración sin control que llegaba desde el campo hasta los aledaños de las grandes capitales se hacinaba en infraviviendas y la falta de salidaslaborales para un núcleo de población sin ningún tipo de capacitación profesional eran otras de las razones que se añadían desde el campo de la sociología. El éxito dealgunas películas de bajo presupuesto que narraban con toda crudeza la vida de los perros callejeros había cogido por sorpresa a una industria cinematográficaacostumbrada a otros géneros menos explícitos y que siempre habían tratado la delincuencia en tono de comedia. Algunos directores de renombre comenzaban a sumarsea proyectos cuyo principal argumento era reflejar las vivencias de jóvenes que se lanzaban a tumba abierta por las nuevas autopistas: sexo/drogas/delincuencia.

―¿Crees que han sido los mismos que intentaron atracar al representante? ―Ni idea ―contestó Pertierra mientras regresaba a la dependencia principal del taller. ―Pero no parece que sea casualidad ―le siguió el compañero―, todo esto parece que está conectado, ¿no? ―Acabamos de llegar, ¿cómo coño voy a saber si existe alguna conexión? ―Pertierra respondió de mala gana ante la insistencia del compañero.

Unos días antes, Tejero, un representante de un taller de joyería situado en la calle Carranza también había sufrido un intento de atraco por parte de unos tiposque trataron de arrebatarle varios muestrarios de alhajas valorados en casi cien millones de pesetas. En plena calle. El viajante logro zafarse de los atracadoresmanteniendo a salvo los maletines cargados de joyas aunque fue alcanzado por un balazo en una de sus manos. Ni así soltó los maletines. El revuelo montado a sualrededor obligó a los asaltantes a salir zumbando con las manos vacías. El plus de peligrosidad cada vez tenía más peso en las nóminas de este tipo de comerciales queiban cargados por toda la ciudad de joyería en joyería con varios millones de pesetas durante toda su jornada laboral. Una presa fácil para cualquiera con el suficientearrojo como para arriesgarse por un preciado botín.

―Perdone ―Pertierra volvió a dirigirse al jefe del taller que seguía inmóvil sobre una de las mesas de trabajo comprobando uno de los bocetos en los que habíadibujado un anillo de compromiso―. ¿Han tenido cambios últimamente entre los empleados? Quiero decir, ¿se ha despedido a alguien? ―No, la verdad es que la plantilla no ha variado en los últimos años. Son de plena confianza si es eso lo que pregunta. ―Por cierto ―Pertierra se volvió a girar justo antes de salir―, ¿por qué tenían la caja fuerte abierta? ―Cada vez que se termina una pieza la guardamos en la caja. Acabábamos de engarzar unas esmeraldas cuando se presentaron por sorpresa. Aquí seguimosutilizando métodos tradicionales como el laminado, la forja o el limado de las joyas… ―Lo entiendo pero no se les olvide pasar por comisaría ―Pertierra y sus compañeros salieron del taller mientras los empleados seguían haciendo el inventario.

Sobre los atracos a los talleres joyeros siempre planeaba la sombra de que se tratasen de robos por encargo. Dar salida a tal cantidad de oro sólo estaba enmanos de peristas de primer orden que pudiesen hacerse cargo de tal volumen de joyas. Aunque el jefe de taller no había querido aventurar ninguna cifra a losinspectores, los primeros cálculos del valor de lo robado realizados por los empleados alcanzaban a más de 65 millones de pesetas a precio de coste. El valor final de lasjoyas una vez puestas a la venta podría triplicarse. Un golpe limpio con el agravante de que la caja fuerte se encontraba casualmente abierta. Los asaltantes se habíanahorrado tiempo y los empleados alguna hostia que otra en el caso de que se negasen a entregarles la combinación de la misma.

―Este me suena ―unas horas después, respondía uno de los primeros trabajadores del taller que se habían acercado al finalizar la funesta jornada laboral porlos despachos de la brigada en la Puerta del Sol. ―¿Está seguro? ―Pertierra insistió. ―Completamente. Sólo fue un instante pero no se me olvida una cara así. ―Está bien ―el inspector escribió un par de nombres en una pequeña libreta. ―Son sudacas, ¿no? ―Pertierra asintió con la cabeza mientras el empleado salía del despacho.

Los mandos policiales estaban especialmente hartos de que la pena frente a estos fichajes oriundos fuese un billete de ida a su país con cargo a lospresupuestos del Estado que en pocas semanas se convertía de vuelta ante la falta de rigor en el control de las fronteras y aeropuertos de origen. Para los funcionariosdel control de aduanas del aeropuerto de Barajas, la principal vía de entrada de cocaína y heroína a Europa procedente de Sudamérica y del sudeste asiático, elquebrantamiento de las órdenes de expulsión era el menor de sus problemas. Las dictaduras del otro lado del charco, por supuesto, no ponían ningún tipo de reparos a laexportación de sus principales estrellas en el campo de la delincuencia. En la brigada se estaba analizando la creación de un grupo dedicado específicamente a este tipode delincuentes llegados desde el continente americano. El inspector Pertierra, tras despedir al primero de los trabajadores del taller Relobert que había acudido a declarar, comenzó a redactar un informe:«Robo amano armada. Cuatro individuos provistos de armas cortas, ninguna escopeta recortada. Un quinto sujeto, con total probabilidad, esperaba en la calle con unvehículo robado. Durante el hecho dijeron pocas palabras, pero, según los testigos, tienen acento sudamericano. Son muy profesionales: la rapidez en la ejecución deldelito indica que había sido concienzudamente preparado; iban directamente hacia los depósitos de joyas y eligieron solamente las que tenían un valor significativo,aunque no necesariamente muy alto: los efectos robados son de oro y pedrería. Todos ellos se mostraron muy resueltos. Los empleados del establecimiento afirmanestar convencidos de que cualquiera de, los cuatro habría disparado a la menor sospecha. En esta Jefatura se han recibido hoy informes sobre tres atracos más desimilares características en las últimas horas, todos ellos perpetrados en la Costa del Sol. El valor del botín en Madrid supera los sesenta y cinco millones de pesetas;los otros no bajan de los treinta. Todo parece indicar que son bandas internacionales que mantienen alguna conexión. Se instruyen las diligencias oportunas.»

―Hay prioridad absoluta ―Pertierra se dirigió a un grupo de inspectores reunidos en uno de los despachos de la brigada tras dejar la máquina de escribir―,estamos hablando de más de ciento setenta y cinco millones en joyas a precio de mercado. ―¿Quiénes son los sospechosos? ―preguntó Martel. ―El Nichi, el Cachorro, el Pibe y otro argentino, un tal Costa. Probablemente los mismos que asaltaron el taller joyero de la plaza de Herradores. Después deeste golpe se podrán retirar. ―Esos tipos no son vulgares manguis, seguro que no va a ser fácil dar con ellos ―señalo el inspector Martel―, habría que mandar fotos a todas las comisarías,especialmente a las del norte de Madrid. Me juego el cuello a que estos no están escondidos en una chabola de Vallecas o de Villaverde precisamente ―remató elinspector recordando la visita efectuada a un sanqui de San Fermín cuando detuvieron a la banda del Judas. ―¿Y los peristas? ―No sé, podríais ir a ver a alguno de vuestros confidentes ―el comisario Garrido, que acababa de entrar en la sala, hizo una seña a Pertierra―, creo quetenemos en nómina a un antiguo joyero que podría ayudarnos, ¿no? ―Es mucho material ―respondió Martel―. Hay que tocar todas las teclas.

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El asalto al taller Relobert era el quinto sufrido por la industria almacenista madrileña en los últimos cuatro meses:

Calle Nanclares (12/05): Veinte millones de pesetas en alhajas perfectamente pulidas y engastadas. Calle del Juanelo (23/05): Diez kilos de oro en bruto. Cajas de relojes del mismo metal preparados para contar y maquinaria para los mismos. 90.000 pesetas.Uno de los atracadores llegó a ofrecer tabaco a sus víctimas. Calle del Sol, 5 (12/06): Tres atracadores enmascarados amenazaron a doce empleados y huyeron con diez millones de pesetas entre pedrería y el preciosometal. Huyeron en un Seat 131 rojo, a cuyo volante aguardaba un cuarto individuo. Por el modus operandi, el número de individuos y las expresiones utilizadas durantelos asaltos se presuponía que podría tratarse del mismo grupo de delincuentes que había participado en los dos asaltos anteriores. Plaza de los Herradores (22/08): Cincuenta millones en joyas con la máxima blancura (pulseras, broches, anillos, pendientes, relojes montados en brillantes yesmeraldas,…). Los autores, que actuaron a rostro descubierto, tenían un claro acento sudamericano. La forma de operar, calcada a la utilizada posteriormente en eltaller de joyería Relobert de la calle de Ortega y Gasset. Agruparon a sus víctimas, los trabajadores del taller, los maniataron y les obligaron a arrojarse boca abajo en elsuelo mientras recogían el botín depositado en diferentes muebles y estancias del establecimiento. Tampoco se molestaron en abrir la caja fuerte. Un trabajo efectuadocon total limpieza. Como en el asalto al taller joyero Relobert, nadie recordaba haber visto a los delincuentes en su huida y si alguien los vio, probablemente lesconfundiese con un grupo de turistas. Todo apuntaba a los mismos actores que acababan de vaciar el taller de la calle de Ortega y Gasset. En los tres casos anterioresnadie apreció ningún acento.

Desde el inicio de la epidemia solo se había logrado detener a una persona implicada directamente en este tipo de asaltos durante el atraco a un fabricante en untaller almacenista de la Avenida de América. Los inspectores de la brigada ni siquiera se pudieron apuntar el tanto. El atracador fue retenido en la calle por un transeúnteque se había percatado del robo al verle salir corriendo del edificio con una bolsa de la que sobresalían algunas alhajas. Para contarlo todo, sí que se habían producidonumerosas detenciones de sujetos (sudamericanos o no) acusados de participar en diferentes robos relacionados con la joyería: (23/06) Rojas, su esposa y un colega.Todos ellos naturales de Bogotá, detenidos tras el asesinato en un ajuste de cuentas de Reyes, el jefe de la banda. (12/07) Flores y Guarín, dos súbditos colombianos dediecisiete y dieciocho años respectivamente, acusados de robar varios efectos en una vivienda de la calle de María de Guzmán. (25/07) Seis delincuentes sudamericanosy un italiano detenidos tras el fallido atraco a una oficina de la Banca López Quesada en las inmediaciones de la Avenida del Mediterráneo. (12/09) Siete individuos(cinco de ellos colombianos, otro libanés y el último, español) detenidos como autores de una serie de robos de joyas por valor de más de diez millones de pesetas.(22/09) Un carterista colombiano detenido en el hotel donde se hospedaba junto a numerosas joyas procedentes de robos a domicilios particulares en Santander, LaCoruña y Gijón.

―Al final voy a pensar que, en el fondo, les gusta venir a verme ―el marqués no mostró ninguna sorpresa al ver entrar de nuevo a los inspectores de labrigada judicial madrileña en su despacho de la calle de Sor Ángela de la Cruz. ―Gracias por esperarnos ―Pertierra se percató que era casi medianoche cuando entraba junto a Martel en la sede de la empresa dedicada al recobro demorosos. ―Nos han dicho que hasta hace bien poco tuvo una empresa dedicada al ramo de la joyería ―Martel fue directamente al grano. ―Qué yo sepa, eso no es ningún delito. ―¿Dónde ha oído eso? ―bromeo Pertierra tratando de quitar hierro al asunto. ―Ahora que lo menciona ―el marqués se giró para abrir uno de los armarios dónde reservaba una botella de whisky escocés―, creo que traspasé el negociocon todos los impuestos perfectamente liquidados o eso me dijo mi asesor personal. Aunque nunca te puedes fiar de esa gente que te cobra por mover papeles, ¿verdad,inspectores? ―Entonces ―insistió Martel―, es cierto que tuvo un taller joyero. ―Sólo trataba de diversificar las actividades de mis empresas ―el aristócrata agarró un par de pequeños vasos de chupito―. Viene en todos los libros denegocios. ―No lo dudo ―continuó Martel―. ¿Por qué la cerró? ¿No le iba bien? ―Política de empresa, ya sabe, la diferencia entre un buen negocio y uno malo sólo depende del momento en que se hagan o deshagan las inversiones ―elaristócrata llenó los vasos―. Ahora el precio del oro está por las nubes por culpa de la crisis y es mejor retirarse antes de que estalle la burbuja. ―Pero todo el mundo opina que el oro es un valor seguro… ―En economía a veces se dan por ciertas cosas que en realidad no tienen ninguna base científica. Mire, inspector, si estudiamos el precio del oro efectivamentepodemos comprobar que desde el año 1972 el precio se ha cuadriplicado aunque esto tiene mucho que ver con el tema del petróleo. Los países exportadorescomenzaron a acumular muchos dólares y en un momento dado decidieron buscarse una garantía real contra una posible devaluación de la moneda americana… pero estatendencia no puede mantenerse per se. Hay un montón de gente que quiere entrar en el negocio al calor de las ganancias obtenidas hasta ahora pero que no tiene niremota idea de cómo realmente se mueven las cosas en el mercado. Suben el precio de la mercancía por ignorancia. Básicamente no son profesionales. Los expertos dejanla última peseta para otro… ―Usted sólo es un especulador ―Martel echó un trago al whisky. ―Todos lo somos. La especulación sólo es un eufemismo despectivo utilizado por aquellos que no saben hacer negocios y que se limitan a recibir órdenes deun superior ―el marqués fue gradualmente subiendo el tono―. Se conforman con cobrar una mala nómina y después de salir de la oficina o de la fábrica, en la barra deun bar, se dedican a acusar a su jefe de mala persona por que gana más que ellos y porque se queda con los beneficios mientras ellos, los sufridos trabajadores, soloreciben migajas. Los emprendedores, sin embargo, son los que hacemos mover a este país. Si todos nos conformásemos con tener un trabajo de 8 a 3 este país no saldríaa flote. La ambición, eso es lo que hace que una persona y un país crezcan. ―Pero… ―Está bien ―Pertierra interrumpió a su compañero tratando de reconducir la conversación al motivo que les había hecho desplazarse hasta aquella oficinadedicada al recobro de morosos―, simplemente queremos información sobre la posible salida de un material robado hace unos días. Seguro que usted conoce a algunaspersonas que todavía creen que el oro sigue siendo un buen negocio. ―Sí, el brillo del oro es cegador ―el marqués pareció relajarse tras el mitin que le había metido a Martel―, he visto a mucha gente volverse loca al ver comopasaba por sus manos. No es fácil dejarlo, usted ya me entiende ―les ofreció un cigarrillo―. En fin,… estaría encantado de colaborar con ustedes, pero dejémonos derodeos, ¿de cuánto estamos hablando?

El marqués, un tipo encantado de conocerse, comenzaba a sentirse a gusto en su nuevo papel de confidente de la policía. Para los soplones, también conocidoscomo confites, la colaboración policial era una especie de salvoconducto que les permitía ciertas licencias no escritas en el contrato de colaboración. Para los agentes,ponerse en las manos de estos topos era una especie de pacto con el diablo en el que habitualmente se hacía la vista gorda en delitos menores a cambio de recibirinformación precisa para la resolución de casos de especial relevancia mediática muy conveniente para el discurrir de la carrera profesional. A nadie se le escapaba que laresolución del golpe al taller joyero de la calle Ortega y Gasset podría convertirse en uno de esos casos trampolín que sería tenido en cuenta a la hora de las siguientespromociones. Un caso que ocuparía titulares en el caso de ser resulto de manera favorable. Los 165 millones (a precio de mercado) era una cifra que batiría records ysupondría una batería de felicitaciones a los premiados por la resolución del caso.

―Casi setenta millones en relojes y todo tipo de joyas ―respondió Pertierra―. A precio de coste, claro.

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―¿Setenta millones…? Difícil de colocar ―el marqués les encendió los cigarrillos con un mechero dorado―, salvo que se funda en lingotes, pero tiene que seralguien con muchos contactos y que no levante sospechas en su posterior colocación. Aunque no lo crean, no hay demasiadas personas que puedan financiar este tipode operaciones. Hace falta mucho dinero en efectivo y la mayoría de las personas que conozco con capacidad para ello están colocando sus capitales en el exterior. ―¿Diversificando? ―respondió Martel irónicamente. ―Cubriéndose ante próximas devaluaciones ―respondió sonriendo el marqués―. El tipo de cambio es uno de los principales riesgos de nuestra economía.Todo el mundo trata de cubrir sus apuestas. ―¿Apuestas? ¿Qué es esto, una ruleta? ―protestó Martel. ―Díganos nombres ―intervino Pertierra al ver que la conversación volvería a la lucha de clases. ―No es tan fácil ―el marqués trató de esconder las cartas―. No vayan tan deprisa. ¿Cuándo fue el robo? ―Esta misma tarde ―respondió Pertierra sujetando con su mano a Martel que hizo el ademán de levantarse―. Poco después del mediodía. Los empleados deltaller de joyería ya han reconocido a alguno de los chorizos pero todavía no los hemos localizado. ―¿Algo por dónde empezar? ―Creemos que son argentinos ―continuó Pertierra―. Probablemente sea un encargo de alguien de aquí. Es demasiado oro para pasarlo por Barajas. ―Aunque sea fruto de un encargo, no creo que se hayan desecho de la mercancía todavía ―el marqués se recostó sobre el sillón haciéndolo girar―. Esperarán aque se enfríe el caso para colocar ese volumen de joyas. De todas formas, las primeras horas son vitales si se quiere recuperar la mercancía. ―Se llevaron hasta las herramientas del taller artesano ―apuntó Martel. ―Desarmadas son más fáciles de colocar en el mercado negro ―el aristócrata volvió a rellenar los vasos de whisky―. Es una pena, la mayoría de esos tallerestrabajan en creaciones originales... En fin, una vez que las desmonten perderemos la pista definitivamente. Lo de las herramientas no es baladí. Ahora mismo deben estardesengarzando el oro para poderlo fundir. ―¿Entonces? ―Haré todo lo que esté en mis manos ―el marqués levantó su vaso para bendecir el pacto―. Soy un ciudadano modelo, ¿no creen? ―Está bien. Esperaremos sus noticias ―los inspectores salieron del despacho del aristócrata.

Tampoco les quedaba otra. La mitad de los atracos quedaban aparentemente impunes. En los últimos doce meses (según datos aportados por la propia JefaturaSuperior de Policía) se habían cometido en Madrid alrededor de 4.000 atracos, entre entidades bancarias, empresas, locales comerciales, gasolineras, farmacias, joyeríasy armerías, además de atracos a taxistas, propietarios de vehículos, transeúntes y otras personas. En un 60%, apoyados en armas de fuego; el otro 40, con armasblancas. Una de las novedades para poder mejorar estas estadísticas consistía en la publicidad que se daba al depósito de joyas robadas que se ponían a disposición delas víctimas en las dependencias de la brigada judicial madrileña de la Puerta del Sol. La última, la correspondiente a una remesa valorada en 20 millones de pesetasproducto de robos ejecutados en los distritos de Chamartín, El Viso, Puerta de Hierro y La Estrella, había tenido una gran acogida.

―¿De verdad crees que sirve de algo ir a ver a ese tipo? ―Martel siguió con sus dudas nada más salir del despacho del aristócrata―. Con lo del asalto al chaletde los Martus no nos aportó nada. ―Ese tío sabe moverse en cualquier medio ―respondió Pertierra mientras se montaban en el coche―. Es el tipo de gente que necesitamos. La carrera de uninspector es directamente proporcional a la calidad de sus confidentes. ―Ya veo que a ti también te ha convencido. ―¿También? ―Parece ser que el otro día le vieron salir de uno de los despachos de los jefes. ―¿Cómo? ―Debió pasar delante de nuestras mismas narices, ¿no te saludó? ―Hay que reconocer que el marqués es un tipo persuasivo ―Pertierra obvió la pregunta mientras detenía el coche bajo la vivienda de Martel―, no meextrañaría que acabase dirigiendo algún partido político. ―Y tú votándole ―el inspector Martel se bajó del vehículo.

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II

JORNADA INTENSIVA DE LA DELINCUENCIA MADRILEÑATREINTA Y SEIS MILLONES, BOTIN DE OCHO ATRACOS

El más espectacular se registró en un piso madrileño, en donde uno de los asaltantes logro engañar a sus víctimas vestido de cartero.

Martel ojeaba la página de sucesos de un periódico de la semana anterior que narraba una mañana prodiga en sucesos y atracos: Seis entidades bancarias ydos establecimientos joyeros habían sido visitados por los maleantes. El más importante, el sucedido en un taller de joyería ubicado en el 14 de la calle Carretas. Elpropietario del mismo, a primera hora de la mañana, recibía en su propio domicilio de la calle de Reina Victoria a un hombre vestido de cartero que le imperaba a abrir lapuerta para entregarle un telegrama urgente: ARRIBA LAS MANOS ESTO ES UN ATRACO. En cuanto le franqueó la puerta, el cartero y otros dos hombres que leacompañaban se abalanzaban sobre el propietario del taller joyero amenazándole con una pistola para que les diese la combinación de la caja fuerte. La operación estabaformada por dos comandos. El segundo esperaba en el taller donde ya habían reducido a los empleados más madrugadores. A veinticinco millones alcanzaba el valoraproximado de las alhajas montadas con brillantes que le limpiaron tras utilizar el teléfono de su propio domicilio. Era el segundo gran golpe que recibía la joyeríamadrileña. Esa misma mañana, justo cuando vencía el plazo de entrada en vigor para la aplicación de las nuevas normas de seguridad aprobadas un año antes parajoyerías y platerías, una banda de delincuentes se apoderaba de un millón en alhajas en un establecimiento de la calle de Narváez. En menos de cuatro minutos yaplicando el manual: una mujer joven y un hombre de edad madura (ambos con buena presencia) entraban en la tienda solicitando que les mostrasen relojes de señora.Mientras la dependienta se dirigía a cumplir el encargo pensando en el posible braguetazo que había pegado la chavala, el hombre subía a la planta alta de la tienda yencañonaba con una pistola al propietario. La joven, mientras tanto, cumplía con su papel abriendo la puerta del establecimiento a un tercer hombre (este ya con peorpresencia) que amenazaba a la dependienta obligándola a subir a la planta de arriba donde les esperaba el hombre maduro encañonando a su jefe. Una vez resuelto elproblema de los empleados, se dedicaron a embolsarse la mercancía que más les interesó de escaparates, estanterías y cajones. No contentos con el botín obtenido,obligaron al propietario a bajar al sótano donde se ubicaba la caja fuerte para limpiarla completamente. Las joyas no estaban aseguradas. Sin comentarios. Comosiempre, el personal de la joyería declaró creer que uno de los atracadores había visitado la tienda en otras ocasiones haciéndose pasar por cliente.

―No está nada mal ―Martel y Pertierra sentados en el coche frente a un edificio de apartamentos en las cercanías de la Dehesa de la Villa comentaban lanoticia―, la verdad es que esa gente tiene bastante ingenio.

La pródiga sección de sucesos del diario continuaba con los seis asaltos a entidades financieras (dos Cajas de Ahorros en las calles de Betancourt y FermínDonaire, dos Hispanos Americanos en las sucursales de Generalísimo y San Cipriano, un Banco de Bilbao y uno de Vizcaya) en el que el global de lo sustraído ascendíaa más de siete millones de pesetas. Un intento de violación, la captura de dos jóvenes atracadores (de catorce años cada uno) y el intento de asalto a un policía nacionalde servicio en el Ayuntamiento de Móstoles al que cinco chavales trataron de arrebatarle el arma completaban la relación de sucesos ocurridos en Madrid en esa mañana.En total, un saldo de treinta y dos millones en metálico y diamantes y un total de veinte atracadores que consiguieron huir en todos los casos sin que se registraseoposición alguna. Una jornada intensiva, como señalaba el titular del periódico.

―Ahí están ―señaló Pertierra al ver a un coche que se acercaba a la altura del vehículo ocupado por los dos inspectores. ―¿Cuantos pueden estar dentro? ―Martel bajó la ventanilla y se dirigió al vehículo ocupado por dos hombres que había estacionado a su lado. ―Con seguridad, dos. El Nichi y el Cachorro ―señalo uno de los agentes de la comisaría del distrito de Tetuán enseñándoles las fotos de los sospechosos quehabían sido enviadas desde la Dirección General de Seguridad―, los otros dos no se han dejado ver por ahora.

El envío de las fotografías de los sospechosos del atraco al taller joyero Relobert a las comisarías de distrito empezaba a dar resultados. En este caso, de algunamanera, parecía haber sonado la flauta. Unos agentes de la comisaría de Tetuán que seguían de cerca los pasos de un conocido estafador experto en falsificaciones decheques y letras de cambio recién salido de la Modelo barcelonesa habían identificado casualmente a uno de los sospechosos en el asalto al taller de joyería Relobert enuna cafetería de la zona de Puerta de Hierro mientras los dos hombres (el estafador y el sospechoso del atraco al taller joyero) intercambiaban un pequeño paquete pordebajo de la mesa. Un golpe de suerte. Después de contactar con la comisaria decidieron cambiar de objetivo. Un camuflado siguió al sospechoso del atraco al tallerjoyero Relobert hasta el cercano barrio de Saconia junto a un edificio de apartamentos. Tras varias horas de espera otro de los sospechosos del asalto al taller joyerobajó a comprar comida a una tienda cercana. Dos de cuatro. Después de varios días de búsqueda parecía que por fin se había dado con el piso franco de los atracadores.El asalto al taller de joyería todavía no había trascendido a la prensa. El sigilo de la policía y de los empleados de taller había permitido que los sospechosos no sesintiesen vigilados en ningún momento a pesar de que dos K habían estado casi tres días de troncha frente al portal del edificio de apartamentos controlando susentradas y salidas tras el casual descubrimiento realizado por los agentes de la comisaría de Tetuán.

―¿Entramos, ya? ―preguntó uno de los agentes. ―Lo siento, pero tendréis que seguir unas horas más ―contestó Martel mientras recogía las fotos de los dos sospechosos―. Hay dos que todavía no hanaparecido.

En una reunión mantenida esa misma mañana entre los inspectores de la brigada del comisario Garrido y el responsable de la comisaría de Tetuán se habíadecidido posponer las detenciones hasta estar completamente seguros de que los cuatro sospechosos se encontraban en el apartamento. El hecho de que solo se hubiesevisto a dos de ellos no garantizaba que las joyas estuviesen en la vivienda. El comisario del distrito había sugerido en el transcurso de la reunión operativa que losatracadores podrían tener varias ollas (viviendas alquiladas) en la ciudad y se hacía razonable esperar al menos unos días hasta asegurarse que el apartamento era elcentro de operaciones de la banda. En el caso de que abandonasen el edificio de apartamentos donde se escondían sólo tendrían que seguirles hasta que les llevasen hastael resto de la banda o a los posibles compradores de las joyas robadas en el taller.

―Dicen que sólo han reconocido a dos ―Martel volvió a dirigirse a Pertierra mientras el camuflado de los agentes de la comisaría de Tetuán regresaba a unacalle adyacente. ―¿Dos? Tendríamos que entrar ya. Llevamos tres días esperando y no ha pasado nada. O entramos ya o cuando queramos darnos cuenta ya habrán fundidotodas las joyas. ―Las órdenes son esperar ―cerró el asunto Martel. ―Acaba de llegar otro ―repentinamente, uno de los agentes de la comisaría que acababa de intercambiar las fotografías con los inspectores cruzó la calle y seacercó discretamente a la ventanilla de Martel. ―¿Seguro? ―Sí, sí. Segurísimo ―el agente de la comisaría del distrito les enseñó una fotografía de Acosta, el tercer miembro de la banda que había atracado el taller joyeroRelobert―, es éste. ―¡Hay que llamar, pero ya! ―respondió Pertierra―. Esos tíos están haciendo las maletas.

El inspector agarró la emisora y minutos después recibió el visto bueno de uno de los inspectores jefe de la Puerta del Sol. Tres de cuatro. Suficiente para

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activar la operación. Al menos disponían de dos pisos francos. El cuarto atracador no tardaría en caer. Varios inspectores del grupo de Martel y Pertierra se sumaron aldispositivo con la orden de esperar a que anocheciese para iniciar el asalto definitivo al apartamento o de detener a cualquiera de los sospechosos en el caso de queabandonasen el edificio de apartamentos en el que se refugiaban. La suerte estaba echada. Sólo faltaba saber qué tipo de resistencia opondrían al verse rodeados.

―No sé por qué tenemos que esperar. Esos tíos se están repartiendo el dinero delante de nuestras narices. Ni siquiera sabemos si tienen más de un pisoalquilado. ―Tranquilo. Sólo hay una salida ―respondió Martel mientras se recostaba en el asiento―. ¿Qué pasa, que tienes planes para esta noche? ―¿Tú no? ―los dos inspectores se echaron a reír. ―Oye, por cierto, ¿de qué despacho dices que le vieron salir? ―insistió Pertierra en la supuesta visita del marqués a la sede policial de la Puerta del Sol. ―No lo sé, pero ni siquiera se pasó a saludarnos. Creo que es una cuestión de clases, ¿no? En el fondo ese tipo tiene un aire tenebroso, no sé… algo vampírico.¿Seguro que ese marqués no es conde? ―añadió Martel riéndose. ―Sí, el príncipe de las tinieblas, no te jode ―Pertierra también se echó a reír. ―Luz verde. Es en el tercero, la puerta de la derecha ―uno de los agentes de la comisaría del distrito de Tetuán interrumpió la animada conversación de losinspectores mientras señalaba al edificio de apartamentos―. Probablemente estén fuertemente armados.

Los inspectores entraron rápidamente en el edificio ante la cara de asombro del portero de la finca que volvía de la calle tras sacar las bolsas de basuradepositadas en las escaleras por los propietarios. Segundos después echaban la puerta abajo del tercero derecha con gran estruendo. Uno de los atracadores llevaba unaStar del 9 corto encima e instintivamente desenfundó el arma provocando un tiroteo que terminó tras ser alcanzado al recibir varios disparos por parte de los agentes. Elresto de los ocupantes de la vivienda se quedaron paralizados con el ruido de las balas y se entregaron sin ofrecer resistencia. Ni treinta segundos duró la balacera.

―¡Joder, ese cabrón le ha metido un tiro a Jiménez! ―gritó Pertierra tras cesar los disparos. ―No te preocupes, es superficial ―respondió el inspector mientras se echaba mano al vientre. ―¡Llamar a una ambulancia y que se lo lleven! ―respondió Martel mientras recogía la Star del 9 corto con la que se había iniciado el tiroteo―. A él solo. ―¿Y éste? ―Pertierra señaló a uno de los atracadores visiblemente herido―. Está sangrando mucho. ―Mejor. Así cantara antes. ¿Dónde está el Pibe? ―Martel se puso de cuclillas frente al Nichi que, sentado sobre el suelo, apoyaba la espalda a duras penascontra el quicio de una puerta―. ¿Dónde está tu colega? ―Estoy herido―acertó a responder el Nichi―, tienen que llevarme a un hospital. ―¿Te gustan los tangos? ―Pertierra le apartó la ensangrentada mano con la que se sujetaba el vientre mientras los otros dos detenidos, Acosta y Berrocal,también conocido como el Cachorro, eran conducidos a los calabozos de la Puerta del Sol―. Pues empieza a cantar si quieres volver a oír uno. ―Hijos de puta...

Antes de que la ambulancia del Nichi llegase a la clínica de Puerta de Hierro, el Pibe (un chaval de 20 años nacido en Badajoz) ya había sido detenido poragentes de la comisaría del distrito de Tetuán. El cuarto atracador del taller de joyería Relobert, el contacto en España de los argentinos, se escondía desde hacía más deuna semana en una vivienda familiar situada en una paralela a la comisaría. Los agentes de la comisaría sólo tuvieron que cruzar la calle para detenerle.

―¿Se sabe el origen de las armas encontradas en la vivienda? ―al filo de la medianoche Martel y Pertierra entraban en el despacho de Garrido. ―Eran robadas ―respondió Pertierra―. En un falso techo del apartamento hemos encontrado una Beretta sobre la que pesaba una denuncia por robo en elinterior de un coche en Valencia desde hace más de un año y también una pistola del 6,35. Estamos investigando la posible conexión de parte de los detenidos en variosatracos realizados en localidades valencianas en los últimos meses. ―¿Y la pistola con la que hirieron a Jiménez? ―La Star pertenece a un guardia civil jubilado. Parece ser que alguien le limpió recientemente la vivienda. Probablemente la compraron en el mercado negro. ―¿El dinero? ―Hemos localizado en torno a 6 millones de pesetas en el interior de un colchón. Habrá que comprobar el cambio, casi todo estaba en moneda extranjera.Creemos que podrían provenir de la venta de parte de las alhajas robadas en el taller y en algún domicilio particular como el de ese guardia civil. ―Está bien. ¿De los peristas que sabemos? ―La investigación sigue abierta pero quizás ya tengamos una pista. Esos tipos están siendo extremadamente colaboradores. Dicen que dividieron las joyas yque cada uno se ha buscado la vida por su cuenta. ―¿Y usted que cree? ―Creo que sólo tratan de ganar tiempo ―añadió Martel desde la puerta―. Pero, lo que sí que es cierto es que todos hablan de un abogado que podría ser elque les habría puesto en contacto con los peristas. Los argentinos dicen que hay gente importante detrás, antiguos policías y funcionarios del estado. ―¿Cómo? ―Garrido se incorporó del sillón de repente. ―Sólo ha sido un comentario de uno de ellos ―respondió Pertierra―. Quizás sólo quieran enmierdar el tema. Ya sabe que son unos charlatanes de cuidado. ―De todas maneras, sigan presionando a esos choros. Mientras que los peristas les deban pasta no los van a querer delatar. Seguro que si les apretamos unpoquito las tuercas terminan cantando.

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III

―Vamos a comenzar ―uno de los funcionarios de la Dirección General de Seguridad llamó la atención de los presentes. ―El pasado 21 de septiembre, por la mañana, fue asaltado un almacén de joyería situado en el número 65 de la calle de Ortega y Gasset ―el comisario Garridose dirigió al grupo de periodistas que había acudido a la rueda informativa convocada la tarde anterior―. Los hechos ocurrieron cuando un grupo de delincuentesarmados con pistolas amenazaron a los empleados y seguidamente se llevaron cuantas alhajas había, principalmente relojes de oro, algunos de ellos montados en piedraspreciosas. Seguidamente huyeron, sin que se conozca el medio utilizado para ello, si bien se cree que algún cómplice podría estar esperando en la calle al volante dealgún turismo. ―¿Qué valoración se hace de lo sustraído? ―En la denuncia realizada por el propietario del taller se hace constar que lo sustraído ha sido valorado en unos sesenta y cinco millones a precio de coste porlo que podemos pensar que teniendo en cuenta la cotización del oro el valor a precio de mercado al público superaría los 165 millones de pesetas ―respondió elcomisario―. Del asunto se encargaron inspectores de los grupos tercero y decimo de la brigada que localizaron un apartamento en la zona de Puerta de Hierro donde sesuponía que vivían algunos delincuentes. Montadas las pertinentes esperas, éstas dieron su fruto en la noche del miércoles, siendo detenidos en la operación tresindividuos. Uno de ellos intentó eludir su captura e hizo frente a tiros a los inspectores, hiriendo a uno de nuestros agentes en el vientre. Esta agresión fue repelidahiriendo al autor de los disparos, que fue identificado como el Nichi, de treinta y seis años.

Uno de los funcionarios de la brigada aprovechó para repartir las fotografías tamaño carnet de los cuatro detenidos por vaciar el taller joyero Relobert.

―Al Nichi se le intervino una pistola Star modelo 1919 del nueve corto que había sido robada del domicilio de un brigada de la Guardia Civil jubilado, al que lerobaron unas alhajas en el transcurso de un allanamiento de su vivienda ―continuó Garrido mientras los periodistas observaban las fotografías de los cuatrosospechosos―. Los otros dos detenidos en la vivienda de Puerta de Hierro son el Cachorro, de veintitrés años, y Acosta, de treinta y tres, natural de Gualigua,Argentina. ―¿Las joyas que han recuperado, lo fueron en el apartamento de Puerta de Hierro? ―Así es. En el apartamento hallamos las joyas así como varios millones de pesetas que se presume de la venta a un perista de alguna de las alhajas. Estedinero, unos seis millones de pesetas, se encontraba escondido en el interior de un colchón. Asimismo, en el registro de la vivienda, se encontraron más armas: unaescopeta automática Beretta, sustraída del interior de un turismo hace un año en Valencia, y una pistola del calibre del 6,35. Las armas habían sido escondidas en unfalso techo. ―¿Las joyas que han localizado, son todas las robadas en el almacén? ―Creemos que el perista ha recibido mercancía por valor de ochenta millones a precio de mercado. Los cuatro detenidos, por cierto, poseen ampliosantecedentes delictivos. ―¿De qué tipo? ―Avellaneda tomó la palabra―. ¿Los argentinos también poseían antecedentes en nuestro país? ―Así es ―por primera, el jefe superior de Policía tomó la palabra―. Una vez más nos vemos obligados a poner de manifiesto el tema de los delincuentesextranjeros que vienen a nuestro país a robar y que muchas veces son expulsados del territorio nacional. Sin embargo, estos individuos quebrantan la orden de expulsióndel territorio a las primeras de cambio y sin ningún control regresan a nuestra patria para continuar cometiendo acciones delictivas. En numerosas ocasiones vuelven aser capturados por estancia ilegal, pero aunque sean de nuevo expulsados, regresan a España una y otra vez. Por ello, habría que concienciar del tema a las autoridadespertinentes para que tomen drásticas medidas a este respecto.

El cuento de nunca acabar. Expulsión de indeseables. Durante los tres meses de verano habían sido detenidos por los distintos grupos de la Brigada JudicialMadrileña 221 súbditos extranjeros, 113 de ellos de nacionalidad colombiana. Las ollas madrileñas habían sido abandonadas por muchos de estos delincuentes buscandorefugio en otras zonas del país ante la ofensiva de los inspectores dirigidos por el comisario Garrido. Aunque quizás sólo se hubiesen trasladado a otras zonas másturísticas aprovechando el verano.

―Como ya hemos contado en anteriores ocasiones ―Garrido tomó el relevo―, estos delincuentes acceden fácilmente a nuestro país empleando la categoría de“turista” por lo que hemos presentado a diversos estamentos gubernamentales un estudio sobre el impacto y la situación creada por la delincuencia de origen latino ynorteafricano. Una de las primeras medidas, al igual como se hace en países como Inglaterra, Alemania o Bélgica, sería que las autoridades aduaneras pudiesen impedir laentrada de cualquier extranjero que no ofrezca suficientes garantías de solvencia. ―¿Cómo creen que debería medirse la solvencia de esos turistas? ―incidió Avellaneda. ―Existen varias maneras pero una de las primeras sería controlar la cantidad de dinero con la que piensan pasar su temporada de vacaciones. Si esta esinsuficiente de acuerdo a nuestro nivel de vida o al tiempo de estancia previsto, el presunto “turista” podría ser puesto de nuevo en el avión de regreso o en una líneafronteriza. ―La primera vez podría funcionar… ―Otro punto a tener en consideración es el continuo incumplimiento de que hacen gala estos delincuentes de las medidas de expulsión. Hasta ahora unextranjero expulsado de nuestro país no está sometido a ningún tipo de pena judicial, por lo que si regresa no puede ser acusado de quebrantamiento de condena y, porlo tanto, tiene que ser expulsado de nuevo. ―Esta es una de las razones ―el jefe superior de Policía complementó la respuesta que acababa de dar el comisario Garrido―, por las que, provistos de nuevadocumentación, numerosos extranjeros regresan a nuestro país para volver a organizarse. Nosotros realizamos un esfuerzo ímprobo por detener a delincuentes que luegovuelven a la calle en menos de quince días. La medida propuesta a las autoridades es que el incumplimiento de la orden de expulsión suponga un quebrantamiento decondena con las consiguientes penas previstas en nuestro Código Penal. ―Básicamente ―continuó Garrido―, estamos pidiendo que se tipifique estas conductas como un menoscabo de la actividad jurisdiccional y que se proteja laefectividad de los pronunciamientos de la autoridad judicial. ―Para más inri ―añadió uno de los inspectores presentes en la rueda de prensa―, sabemos que los reclusos iberoamericanos internados en Carabanchel estáncreando un grave problema de convivencia en la prisión que puede desembocar en algo imprevisible. Las embajadas de estos países no prestan el apoyo necesario paraagilizar la tramitación de la documentación de los reclusos para que puedan ser expulsados y regresar a su país. ―No me extraña… ―se escuchó de fondo a uno de los periodistas. ―Nosotros no tenemos un arma legal para servirnos, sólo pedimos que se incluya en el nuevo Código Penal, que actualmente está en estudio, elquebrantamiento de expulsión como delito.

Los periodistas tomaron buena nota de la solicitud del jefe superior de la policía madrileña. El sumario (91/1979) por el atraco al taller joyero Relobert habíarecaído en el Juzgado de Instrucción número 6 donde se tramitaban las primeras diligencias en las que se incluían las declaraciones prestadas por los cuatro detenidos enlas dependencias de la Dirección General de Seguridad. Las posibles condenas: delito de robo con intimidación y empleo de arma peligrosa (cinco años de prisión menorcon las acciones accesorias de suspensión de todo cargo público y del derecho de sufragio durante el tiempo de la condena), atentado (seis meses y un día de prisiónmenor con iguales accesorias) y tenencia ilícita de armas (dos años de prisión menor con iguales accesorias). Aún quedaba la segunda parte de la operación: los peristas e

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intermediarios que tratarían de poner el oro de nuevo en circulación. Estos podían enfrentarse a una condena de dos años de prisión menor y multa de 100.000 pesetascon arresto sustitutorio de veinte días en el caso de impago. Poco, a pesar de ser una pieza fundamental en el engranaje.

―¿Ruiz? ―Pertierra abordó a un hombre que revestido con una toga leía las páginas de sucesos de varios periódicos en uno de los bancos de los pasillos de losjuzgados madrileños de la Plaza de Castilla mientras en la Puerta del Sol los periodistas regresaban a sus redacciones para realizar la crónica de la recuperación de uno delos más valiosos botines en alhajas procedentes de un atraco cometido en un taller joyero del selecto barrio de Salamanca. ―Sí, ¿que deseaban? ―respondió el abogado mientras cerraba el periódico. ―Acompáñenos ―le indicó Martel tras enseñarle la placa policial―.Tenemos mucho de qué hablar. ―¿De qué va esto? ―replicó el abogado al ver cómo Martel y Pertierra le sujetaban por el brazo con ademán de levantarle del banco donde estaba sentado―.¿Tienen alguna acusación formal contra mí? ―De casi nada. Asociación de maleantes, receptador de joyas robadas, tráfico de armas y cerebro del atraco a un taller de joyería… ―replicó con una sonrisaPertierra―. Vamos, un mero formalismo. ―No sé si queda algún delito en el código penal ―remató Martel mientras le levantaba del asiento. ―Todo eso es mentira, se lo están inventando, no sé de qué me hablan ―respondió atropelladamente el abogado mientras era esposado―, ni siquiera tienenuna orden. ―¿Conoce a algún abogado o prefiere que se le asigne uno de oficio? ―respondió socarronamente Martel mirando hacia un grupo de compañeros de profesiónque debatían a la espera de ser llamados por el oficial de uno de los juzgados. ―Ustedes no tienen nada contra mí, esto es una venganza por haber defendido a alguno de mis clientes. Se van a enterar… ―amenazó el abogado mientras eraconducido a un coche patrulla que esperaba a la puerta del edificio―. Exijo la presencia de un compañero del turno de asistencia…

La Constitución establecía que todo detenido tenía derecho a la asistencia de letrado desde el mismo momento en que se veía privado de libertad. La realidad esque los abogados veían como su presencia no pasaba de ser un mero convidado de piedra al no poder intervenir en los interrogatorios de sus defendidos. La falta deconcreción en el texto legal y la imprecisión de las atribuciones del abogado favorecían que a los letrados inscritos en el turno de asistencia se les siguiese tomando comoel pito del sereno. La asistencia letrada al detenido había generado un amplio debate en términos tan teóricos como estériles. En la práctica se impedía que el letradopudiese aconsejar al detenido sobre la conveniencia o no de efectuar declaración. Siguiendo el modo de actuar dictado por los superiores, el agente encargado de lasdiligencias habitualmente advertía al abogado de turno antes de que subiesen de los calabozos al detenido de que no podía hablar con él hasta que efectuase la declaraciónpidiéndole, además, que se abstuviese de hacerle cualquier sugerencia ni ofrecerle ningún consejo bajo pena de obstrucción en la aclaración de un posible delito. Ruiz, a pesar de sus quejas, fue conducido por un coche patrulla hasta los calabozos de Puerta del Sol. Las siglas de la Dirección General de Seguridad, a pesarde la llegada de la democracia, seguían siendo amenazadoras. El centro de reclusión de la policía política del régimen había pasado a formar parte de las dependencias dela Brigada Judicial Madrileña. La policía política, la social, había desaparecido tras la apertura democrática siendo reubicados sus principales miembros entre los agentesdestinados en la Brigada antiterrorista que cada vez tenía más trabajo con la ofensiva lanzada por la Eta y el Grapo en la capital madrileña. Mientras Ruiz se ibaacomodando en una de las celdas de la planta baja, los inspectores se dirigieron al despacho del abogado penalista esperando encontrar las joyas del atraco al tallerRelobert que aún quedaban por recuperar.

―Menudo capullo ―comentó Martel mientras revisaba el escritorio. ―Seguro. Pero no creo que este tipo sea tan tonto de guardar nada de valor en su propio despacho. Seguro que dispone de una caja de seguridad en algúnbanco. ―De momento ya le hemos metido el miedo en el cuerpo. No es lo mismo ver los calabozos desde fuera que desde dentro. Se vuelven menos gallitos, te loaseguro. ―Esperemos que esos sudacas no nos hayan tomado el pelo pero me da la sensación que aquí no vamos a encontrar nada ―Pertierra revisaba una bibliotecallena de códigos―, creo que nos vamos a ir con las manos vacías. ―Espera, espera ―Martel apartó un cuadro de una de las paredes―. Bingo. ―Llama al despacho y que alguien le haga cantar la combinación.

Dos horas después, a pesar de revolver todo el despacho del abogado, no había aparecido ni una sola alhaja u objeto de valor reseñable. Ni siquiera había dineroen efectivo y la caja fuerte que se encontraba adherida a la pared sólo guardaba papeleo de juicios pendientes y el contrato del alquiler del piso. Ruiz no había tenidoinconveniente en pronunciar la combinación de apertura. Dos días después del arresto de los autores materiales del atraco el caso prácticamente no había avanzado.Como había vaticinado el aristócrata a los inspectores, el tiempo corría en contra.

―Nada, este tío está limpio ―los inspectores salieron del piso con las manos en los bolsillos. ―Entonces, ¿qué hacemos con él? ―Lo que dice la norma ―respondió Pertierra―. Ponerle en manos del juez.

La ley impedía retener a un sospechoso más de 72 horas sin ponerlo a disposición judicial (a salvo, claro, del decreto antiterrorista que ampliaba el plazo a unmáximo de 10 días con completa incomunicación). En otros casos el plazo podía estirarse con diversos trucos legales, pero tratándose de un abogado que no habíaaportado nada a la investigación hasta el momento, no parecía inteligente arriesgarse ante una queja oficial del colegio profesional de abogados (de corte conservadorpero corporativo) que no ponía pegas cuando se transgredían los plazos oficiales a determinados individuos u organizaciones. Con Ruiz sería distinto. Los letrados delturno de asistencia estaban, de por sí, mosqueados. Las comisarias interpretaban que su presencia debía limitarse a oír, ver y callar: no interrumpir un interrogatoriopolicial aunque las preguntas realizadas al detenido fuesen, en su opinión, impertinentes ni poder dirigirse a él hasta que el interrogatorio hubiese sido dado porterminado. A esto se sumaba que la policía nunca llamaba a los letrados y que, además, muchos detenidos renunciaban expresamente a ser asistidos. Más que abogados,meros notarios, en el caso de llegar a tiempo del interrogatorio. ―Hoy es su día de suerte ―Martel bajó directamente a la celda donde se retenía al abogado para darle las buenas noticias―. De vuelta a la Plaza Castilla. ―No tienen nada contra mí. Pienso denunciarles por malos tratos. Esto es inconcebible. ―Le he dicho que hoy es su día de suerte ―Martel abrió la celda―, pero a lo mejor mañana no lo es. Si se le ocurre ir al juez con ese cuento de los malostratos ―Martel le hizo el nudo de la corbata―, le cortaremos la lengua a trocitos y se la daremos a los perros, ¿sabe?, no todos los días los damos de comer. ¿No se loha comentado alguno de sus clientes…? ―Son peor que los delincuentes ―el abogado se quitó de encima al inspector y comenzó a subir las escaleras que daban a la planta de calle―, se creen porencima del bien y del mal, algún día alguien les parara los pies. ―Cállese de una puta vez o le volvemos a meter preso ―Martel le seguía de cerca―. Seguro que encontramos a algún choro que le tenga ganas. ―Me las pagarán ―el abogado siguió protestando hasta la misma puerta de salida del edificio policial.

Ruiz fue montado en un vehículo camino del juzgado de instrucción número 6 de la Plaza de Castilla. Ahora decía comprender a algunos de sus clientes cuandose quejaban de la optimización de la eficacia de la actuación policial. Nadie se había preocupado de asignarle letrado, total, ya se sabría de memoria el código. Los

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agentes argumentaban, ante las críticas del cuerpo de abogados, que si los letrados pudiesen decirle a los detenidos que no declarasen ninguno lo harían. Un pronósticoclaro. Además, siempre podían hacerlo al término de la práctica de la diligencia en que hubiera intervenido el detenido, según dictaba el 520.6 de la Ley deEnjuiciamiento Criminal. Fuese como fuese, el caso del atraco al taller Relobert parecía en una vía muerta a pesar de haber detenido a los responsables materiales del atraco. La mayoríade las joyas seguía sin aparecer y la pista del abogado había resultado infructuosa.

―¡Peque! ―Pertierra abordó a Martel cuando regresaba al despacho de la brigada tras dejar al abogado en el furgón policial camino de la Plaza de Castilla―. Elmarqués ha llamado esta mañana. Dice que a través de una de sus fuentes ha llegado a sus oídos que hay cierta mercancía que alguien necesita fundir. ―¿Y…? ―Ya sé que eres un poco descreído con ese hombre ―Pertierra le sujeto por el brazo―, pero creo que deberíamos ir a verle. No ha querido revelar más detallespor teléfono. ―Menuda pérdida de tiempo ―respondió el inspector Martel mientras entraba en uno de los despachos de la brigada con cara de pocos amigos―. ¿Qué coñoquiere ahora? ―Parece ser que tiene el nombre de un posible perista que estaría interesado en las joyas del atraco al taller joyero. ―¿Y nos lo va a dar o va a seguir haciéndose el interesante? ―Eres un descreído ―repitió Pertierra. ―Simplemente no me gusta ese tono fabulador con el que nos trata ―Martel comenzó a escribir una nota para el juzgado con los pormenores de la detenciónde Ruiz, el abogado supuestamente implicado en el caso Relobert―. Aunque parece que debo ser el único al que le molesta.

Los rumores sobre las visitas del marqués a algunos despachos de la sede de la Puerta del Sol empezaban a ser vox populi. Según las malas lenguas, los jefescorrían a ponerse al teléfono cada vez que llamaba. Otros aseguraban que el aristócrata se había introducido en un grupúsculo de los rescoldos del Grapo que intentabaintegrarse dentro de la banda terrorista vasca haciendo saltar por los aires los intentos de fusión en una operación que había sido coordinada por el Seced (el serviciosecreto español) con el propio Ministerio del Interior. Pero como recordaba Martel, hasta la fecha, los servicios del aristócrata dedicado al recobro de morosos no leshabían aportado nada (al menos a ellos) en la investigación ni del asalto al chalet de los Martus ni en el caso del atraco al taller de joyería Relobert.

―Ya te dije que este tío nos está haciendo perder el tiempo ―los inspectores habían llegado al despacho del marqués en la calle de Sor Ángela de la Cruz aprimera hora de la tarde, sin embargo, el marqués se retrasaba―. ¿Si tiene un nombre porque no nos lo ha dado por teléfono? ¿No decía que no había tiempo queperder? ―Dice que es algo muy, muy confidencial ―respondió convencido el inspector Pertierra. ―Menuda jilipollez. A ver qué historia se inventa ahora. ―Alguien me ha dicho que cree que el marqués colabora con el Seced y que participó activamente en una operación en Biarritz. ―¿Con el servicio secreto? ―Exacto. Dicen que tiene que ver con la lucha antiterrorista y que es una fuente de absoluta fiabilidad que garantiza resultados positivos ―Pertierra bajo lavoz al oír cómo se abría la puerta de la oficina del marqués―, pero no sé si es verdad o es solo otro de los bulos que corren a su alrededor. ―¿No les han servido nada?

El marqués presentó la mejor de sus sonrisas al ver la cara de cansancio de los inspectores. Casi dos horas llevaban los inspectores en la sala de espera deldespacho de la empresa de recobros. Ya no quedaban revistas por hojear. En uno de los números de la revista Interviú, Fraga exigía la dimisión de Suárez mientrasSusana Estrada desde la portada nos invitaba a ver el resto de los reportajes. En Autopista, destacaban el mundial de rallyes y presentaban el nuevo Citroën GSA 1.130c.c. y en Motociclismo, Andrews estrenaba la Ossa TR-80.

―Me parece que voy a tener que cambiar de secretaria ―añadió el aristócrata. ―Por nosotros no se preocupe, tenemos cierta prisa ―contesto Martel haciendo ademán de levantarse―. Por otros casos, ya sabe. ―No sea tan impaciente ―el marqués le pasó la mano por el hombro al inspector Martel invitándoles a pasar a su despacho―, esta vez se van a ganar unabuena gratificación por sus servicios. ―¿Cómo? ―pregunto sorprendido Pertierra. ―No se hagan el tonto conmigo ―el marqués se sentó en la mesa de su despacho y sacó un par de vasos y una pequeña botella de whisky de malta de uno delos cajones―, conozco perfectamente el sistema de incentivos policiales. Escuchen atentamente…

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IV

―¿Ha estado tres días aquí y no le hemos sacado nada? ―una improvisada reunión tenía lugar en uno de los despachos de la planta noble del edificio

policial de la Puerta del Sol. ―En el despacho de ese abogado no se ha encontrado nada. Tampoco tiene antecedentes y es lógico que los argentinos conociesen su nombre siendo abogado―Ferrándiz defendía la actuación de sus compañeros―. Los choros se pasan los nombres de los abogados. Aunque no se lo crea, no es tan fácil encontrar un buenabogado cuando se necesita. ―¿Pero qué clase de policías somos? ―uno de los inspectores jefes subió el tono―. ¿Qué estamos pensando, que con solo preguntarle educadamente yrevisar los ficheros era suficiente para que cantase? ¿Cómo coño pensáis que cobran los abogados de los chorizos? ¿Es que creéis que van a ir al banco a hacerles unatransferencia? ―Mirar ―les enseñó una de las editoriales de un diario de tirada nacional―, en la calle se ha instalado una sensación de inseguridad ciudadana y cada vez másse pide más mano dura a los políticos con los delincuentes. ¿Sabéis lo que dice la gente? ¿Para qué sirve vivir en democracia si cada vez es más peligroso salir a la calle? ―La culpa la tiene la prensa que dedica demasiadas páginas a los atracos con tal de no hablar de la crisis económica ―se exculpó Ferrándiz―. Nosotros sólosomos la excusa perfecta para que a los políticos no les afecte lo del paro. ―A mí eso me da igual. Bueno, no me da ―corrigió uno de los inspectores jefes ante la mirada atónita de los agentes de la brigada―, pero me tengo que jodercon lo que tengo, ¿entendéis? ―Lo que quiero ―el inspector jefe bajó el tono―, es que se siga discretamente a ese abogado y cuando cojamos a los peristas, no quiero más cagadas. Si nosabéis como se hace, preguntar a los más veteranos ―los inspectores volvieron a bajar la cabeza mientras la reprimenda volvía a ir subir de tono―. Somos la policía, nouna hermanita de la caridad, ¿entendido? ―los inspectores asintieron con la cabeza y se levantaron. ―No se preocupe ―respondió Ferrándiz. ―Y si hace falta sacar el arma, se saca, ¿entendido?

Ferrándiz y un par de compañeros salieron del despacho de uno de los jefes de la brigada. Un nuevo aviso había llegado al edificio policial de la Puerta del Sol.La joyería Gregory, en el 92 de la calle Serrano. Según la persona que había llamado al 091 tres individuos armados habían dado un palo. A la joyería habían entrado dosde los chorizos mientras el tercero esperaba a la salida dentro de un coche con el motor en marcha. El tercer hombre comenzó a tocar el claxon del vehículo al ver comouna pareja de la Policía Nacional se acercaba caminando sospechosamente hacia las inmediaciones de la joyería. Los pitidos, que habían conseguido atraer las curiosasmiradas de todos los peatones, quedaron silenciados repentinamente con el estruendo de los seis disparos que provenían del interior de la joyería. Segundos después doshombres en estampida se subían en marcha al coche ante la cara de sorpresa de los transeúntes. Un caso más para añadir a las estadísticas policiales que subían como la espuma a pesar del conocido maquillaje que se promovía desde las altas instanciaspoliciales. La catalogación de muchos robos como simples hurtos o el mero hecho de no denunciar ante la evidencia de que no iba a servir para nada permitían que lascifras oficiales mostrasen una eficacia virtual que no era compartida en modo alguno en la calle.

―Bueno, ya pensábamos que no veníais ―media hora después de salir de la joyería de la calle Serrano Ferrándiz bajaba las escaleras de madera de un coquetoantro en el bajo de una bocacalle de Arenal con la Plaza de las Descalzas especializado en música negra. ―Estos cabrones no tienen otra cosa que dar un palo un viernes por la tarde ―contestó Ferrándiz a sus compañeros mientras pedía un par de jarras decerveza. ―¿Pero qué coño pasa ahora, es que también tenemos que hacerle el trabajo a los de las comisarías? ―uno de los inspectores lanzó la pregunta al aire lleno dehumo del garito mientras un tipo situado al final de la barra tiraba un canuto al suelo tras escuchar la conversación de los agentes. ―Sí, pero alguna mente privilegiada pensó que lo mismo tendría que ver con el atraco al taller joyero del otro día ―los inspectores continuaron la conversaciónmientras un par de clientes también terminaban sus copas y salían apresuradamente del pub. ―Y encima mañana a currar. ―¿Qué? ―contestó Ferrándiz tras apurar la jarra de un par de tragos. ―¿No os lo ha contado el jefe? ―Pues no, simplemente me he tenido que comer la bronca por lo de ese abogado que tuvimos que soltar. ¿Qué coño pasa mañana para que estéis tancontentos? ―Nuestro amigo, el aristócrata, dice que ya sabe quién es el perista del atraco al taller joyero ―intervino Aguilera―, no te lo vas a creer. ―¿Nuestro amigo? ―Ferrándiz pusieron cara de póker―. Sorpréndeme. ―Un funcionario de la Audiencia Nacional ―respondió Pertierra. ―No jodas, tan mal les pagan. ―Parece ser que ese tipo lleva un tren de vida bastante sospechoso ―añadió Martel. ―Lo mejor de todo es que su padre también es funcionario ―continuó Pertierra―. De prisiones, nada menos. ―Pues entonces no va a tener que hacer cola para ir a llevarle el bocadillo al nene. ―Ya te digo ―continuaron las risas mientras el local iba vaciándosepoco a poco.

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V

―Nos vamos de acampada ―anunció Crosas, uno de los jefes de grupo a los más de veinte inspectores que habían sido convocados de urgencia la tardeanterior. ―Vamos ―apareció otro de los inspectores en el patio de la brigada―. Necesito que me echéis una mano.

20 inspectores y tres grupos de la brigada judicial madrileña esperaban en el patio interior del edificio gubernamental de la Puerta del Sol. La ocasión lo merecía.Según una información recibida (de manera totalmente confidencial), el oro robado en el taller de joyería Relobert se estaba fundiendo a marchas forzadas en un criaderode conejos a unos 110 kms. de distancia, en la provincia de Guadalajara. Según las mismas fuentes, lo recuperado en el apartamento de Puerta de Hierro sólo era unaperitivo de lo que los cuatro asaltantes se habían llevado del taller de joyería.

―Menuda sorpresa se va a llevar ese tipo ―Ferrándiz y un grupo de inspectores se acercaron hasta un pequeño cuarto donde les esperaba una pesadamáquina para fundir metales. ―¿Pesa, verdad? ―Casi 200 kilos ―respondió Ferrándiz mientras aupaban la fundidora. ―¿De qué va esto? ―preguntó Martel mientras se dirigían a la parte trasera del edificio de la Puerta del Sol dónde les esperaba un Land Rover para cargar lachocolatera. ―Tu amigo, el marqués… ―respondió otro de los inspectores que ayudaban con la fundidora―. Ha sido idea suya. ―¿Seguro que ese tipo no ha sospechado nada? ―Martel se sacudió las manos tras soltar los casi doscientos kilos de la fundidora en la parte trasera delvehículo. ―Que va, ese marqués es todo un artista. Menudo fichaje habéis hecho tú y el Perti ―le respondió Crosas―. El muy ladino le ha dicho al perista quenecesitaba que le guardase el horno por un tiempo. ―Problemas de espacio ―sonrió Ferrándiz tras cerrar la puerta trasera del Land Rover. ―Parece ser que el marqués conoce muy bien al sospechoso ―Ferrándiz se puso al volante del vehículo―. Dentro de sus múltiples facetas empresarialestambién figura la de haber estado al frente de un negocio de joyería. Creo que nuestro hombre ha sido uno de sus mejores proveedores. Tú ya me entiendes…

Martel se sentó en el asiento del copiloto del Land Rover. Pertierra iba en uno de los vehículos camuflados junto a varios compañeros de la brigada. Un par dehoras después la caravana de vehículos policiales formada por tres grupos de la brigada judicial madrileña llegaba al cruce de la Toba con San Andrés del Congosto en laprovincia de Guadalajara. Allí les esperaba el aristócrata en su vehículo particular. Una finca a las afueras de la localidad supuestamente dedicada a la cría de conejos erael lugar indicado para entregar la máquina para fundir metales. El caballo de Troya ideado por el marqués para comprobar un soplo que le había llegado de un viejo sociodedicado al gremio de la joyería que señalaba la conejera como el sitio a donde habían ido a parar buena parte de las joyas robadas en el taller de joyería Relobert y enotros establecimientos parecidos.

―El criadero está a unos cinco kilómetros de aquí ―el marqués se dirigió a los inspectores en una improvisada reunión frente a una pequeña cruz en el cruce decaminos―. Será mejor que no os acerquéis hasta que vuelva. Cuando le entregue la máquina ya será todo vuestro. ―No estaría mal que ese tipo la probase ―intervino el inspector Martel―. Lleva casi un año sin usarse. ―No se preocupe, inspector, me aseguraré de que las joyas están en la finca ―el marqués le respondió mientras le daba una pequeña palmada en la espalda. ―Procure no parecer más policía que nosotros mismos ―Ferrándiz le entregó las llaves del vehículo. ―¿En cierto modo ya somos colegas? ¿No? ―el aristócrata les guiñó un ojo mientras se subía al Land Rover.

El marqués se marchó lentamente por el camino que desembocaba en la finca de la Cruz de los Alcores. Los inspectores estaban gratamente sorprendidos de laparticipación activa del aristócrata en un operativo que sobrepasaba con creces lo que se esperaba de un simple confidente. La policía solía desconfiar de aquellas liebresque levantaban algunos soplones más interesados en quitarse de encima a contrincantes en oscuros negocios sin que les salpicase las manchas que pudiesen dejar lasdetenciones que en colaborar desinteresadamente con la justicia. Para muchos confites, como las encuestas, lo importante solía ser lo que escondían, no lo queenseñaban.

―Este tipo parece diferente ―Ferrándiz se dirigió a Martel mientras el vehículo dejaba una pequeña polvareda camino del criadero de conejos―, al menostiene el valor de entrar en una ratonera llena delincuentes. ―Yo no estoy tan seguro de que ese hombre se haya dado la vuelta de repente. Tengo por costumbre no fiarme de los conversos que reconocen la luz despuésde pasar una temporada por Carabanchel. De todas maneras ―Martel se encendió un cigarrillo mientras señalaba el camino―, no creo que sea la primera vez que subepor esa cuesta. ―Desde luego ―Ferrándiz se giró para comprobar que el vehículo seguía su curso―, pero ahora lo hace por nosotros. ―Y por él, el primero ―respondió Martel.

Casi dos horas después, cerca de la medianoche, el marqués regresaba al punto de encuentro donde le esperaban impacientemente los inspectores de la brigadacomandados por Crosas. La Cruz de los Alcores, una de las miles que poblaban los cruces de caminos tratando de espantar los malos augurios y las epidemias, seguíaplagada de vehículos policiales con las luces apagadas a la espera del regreso del aristócrata para comenzar la ansiada intervención. Según el aristócrata, allí es dondehabían ido a parar las joyas robadas en el taller Relobert para ser fundidas antes de ser vueltas a poner en el mercado como lingotes.

―Pensábamos que ya no volveríamos a verle ―Martel salió a su paso nada más bajarse del Land Rover. ―No hay tiempo que perder. Mientras estábamos descargando la chocolatera ha llegado un tipo para fundir joyas. Si se dan prisa podrán cogerlos con lasmanos en la masa ―respondió atropelladamente el marqués mientras devolvía las llaves del vehículo al inspector―. Tiene otro horno que lleva varias horasfuncionando. ―Buen trabajo ―le agradeció Pertierra. ―Al llegar a la plaza del pueblo ―continuó el marqués mientras se arremolinaban a su alrededor los inspectores―, hay una pequeña fuente redonda. Tienenque subir una pequeña cuesta hasta llegar a la parte más alta. Está sobre una ladera. Es el edificio más grande, tiene varios patios, dependencias para los animales y unagran piscina en forma de ocho. El coche de Valdaliso y el del hombre que acaba de llegar están aparcados frente a la puerta principal.

Valdaliso, el hombre encargado de fundir las joyas del taller Relobert según la información filtrada por el aristócrata. Un viejo conocido. El marqués reanudó lamarcha hacia Madrid en su Mercedes. Misión cumplida, pensó. Se sentía como un agente secreto, una especie de 007 en una peligrosa misión al servicio de su majestadla brigada anti atracos madrileña. El caballo estaba en su sitio. Troya estaba a punto de caer. Mientras se alejaba pudo ver por el retrovisor como la caravana deinspectores adscrita a los Grupos III, IV y X aceleraba hacia el criadero de conejos a través del polvoriento camino. La noche se había echado encima y los ocupantes de

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la granja no les verían hasta que estuviesen metidos dentro de la mismísima finca. En menos de diez minutos más de veinte agentes tendrían cercada la finca copandotodas las salidas posibles de la conejera. Valdaliso estaría junto al crisol (donde le había dejado el aristócrata) fundiendo buena parte de las joyas del asalto al tallerRelobert. Con las manos en la masa.

―¡Alto, policía!!! ¡Alto, policía!!!―se escuchó en repetidas ocasiones mientras los agentes se desplegaban por toda la propiedad echando abajo las puertas delas diferentes estancias de la finca.

El asalto al criadero de conejos fue realizado en un tiempo record. Como había indicado el marqués a los inspectores, el perista se encontraba entretenido en unestablo de la finca junto a un crisol donde se recogía el metal fundido todavía caliente. En la finca dormían varios familiares del funcionario metido a fundidor. Todosfueron levantados por los agentes que iban repartiéndose estratégicamente por las estancias de la vivienda. Pidieron explicaciones. Se las darían en la brigada.

―Ese tipo dice que sólo son unas joyas de su familia. Parece ser que está pasando una mala racha y necesitaba hacer dinero ―uno de los inspectores que habíapillado in fraganti a Valdaliso (el hermano del propietario de la finca) señaló hacia un pequeño hombre que estaba esposado junto al crisol―. A mí no me parece queesté mintiendo. ―Claro, no te jode, no te va a contar que las ha robado ― Ferrándiz le contestó sonriendo mientras se dirigía hacia Valdaliso.

El jefe de la función también se encontraba esposado junto al asustado hombre que trataba de explicarse con lágrimas en los ojos. Según decía, había llegadohasta allí para fundir unas alhajas. Un amigo común se lo había recomendado. Parte de las joyas que había traído todavía se encontraban dentro de un bolso.

―Ese tío está totalmente acojonado, está llorando como una magdalena, desde luego no parece un chorizo ―insistió el inspector. ―Bueno, que llamen a la central a ver si está fichado ―Ferrándiz se puso de cuclillas para mirar a la cara al sospechoso que estaba sentado en el suelo. ―Si es un chorizo desde luego sabe disimular muy bien ―respondió el inspector mientras le ayudaba a levantase. ―¡Vale! ¡Joder, eres un sensiblero! ―respondió Ferrándiz mientras se centraba en Valdaliso―. Que se lo lleven junto a los demás a la comisaría ya y le tomendeclaración, ¿de acuerdo? ―¿Y este? ―Déjanoslo de nuestra cuenta ―Martel entró en la pequeña dependencia dirigiéndose hacia Valdaliso―. Vosotros marcharos, es muy tarde.

Las dos de la mañana exactamente. En menos de diez minutos una veintena de inspectores pertenecientes a la brigada madrileña salían del criadero de conejoscon varios kilos de alhajas, los familiares de Valdaliso y un sospechoso detenido junto a una pequeña máquina para fundir metales. Martel y Ferrándiz se despidieron desus compañeros y se sentaron en unas sillas de mimbre frente al detenido que permanecía en el suelo con las manos atadas a la espalda.

―Menuda chocolatera, ¿no? ―los inspectores señalaron el regalito que un par de horas antes le había dejado el marqués. ―No es mía ―respondió secamente Valdaliso. ―¿Ah, sí? ¿Y por qué está aquí? ―Martel se levantó para echar un vistazo a la habitación―. ¿De adorno? ―Me la trajo un viejo amigo. Sólo se la estoy guardando. No hay nada ilegal en ello. ―Como no te esfuerces un poco más… ―Sólo le he hecho un favor a ese pobre hombre que se acaban de llevar detenido. Un amigo me dijo que estaba atravesando problemas económicos… ―Debería tener más cuidado con los amigos de sus amigos ―Martel cogió una pequeña piedra que se hallaba junto a la fundidora de metales―. Con que sóloun favor, ¿es que te crees que somos jilipollas? ―comenzó a levantar la voz―. ¿Y esto? ¿También es para hacer favores? ―le enseñó la piedra de toque para aquilatarla pureza del oro. ―Ese hombre sólo quería saber por cuanto podría vender el oro, yo sólo le he hecho un favor ―Valdaliso trató de defenderse. ―Pero que buen samaritano ―contestó Martel―. Esto también es para hacer favores a tus colegas del barrio, ¿no? ―el inspector señaló una serie de frascoscolocados sobre una repisa de madera―. Pero ¿es que tú te crees de verdad que somos tontos, chaval? Mira, tienes el kit completo, seguro que si me pongo a rebuscarencuentro algún soplete. ―Sólo para hacer favores, claro ―remató Ferrándiz―. Nuestro amigo es una especie de Caritas andante, no te jode. ―Ya le he dicho… ―Si es así ―le interrumpió Martel―, no le importará darnos la relación de amigos que le han visitado últimamente. Para hacer unas meras comprobaciones, yasabe. ―Yo sólo… ―Mira ―Ferrándiz se cansó dela cháchara y agarró a Valdaliso por la pechera levantándole de un tirón―, como no nos digas a quien has colocado las joyasque robaron los argentinos en el taller se te va a hacer la noche muy larga pero que muy larga…

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VI

―Es ese ―Pertierra señaló una fotografía que guardaba entre sus manos. ―¿Seguro? ―Si ―Pertierra, Martel y Ferrándiz salieron del coche en cuanto se cerró la puerta del edificio del que acababa de salir una pareja rondando la cincuentena. ―Ni lo intenté ―al instante, los inspectores rodearon al tipo que acompañado de una mujer llevaba bien asida una bolsa. ―¿No nos ira a montar un numerito? ―añadió Martel al ver como el hombre trataba de volver al portal del edificio del que acababa de salir. ―Vamos ―Pertierra le agarró por el brazo con fuerza para que soltase la bolsa. Los primeros efectos de la operación desarrollada en la conejera en la que Valdaliso trataba las joyas que atracadores, peristas o cualquiera que desease susservicios de fundición, no se había hecho esperar. La detención de Valdaliso había puesto sobre la mesa de los inspectores un buen número de individuos que de alguna uotra forma habían pasado por el criadero de conejos de San Andrés del Congosto. Los amigos del funcionario e hijo de funcionario. Una extensa relación. Chacón era unode los que más sorpresa había causado: capitán de la Policía Armada (hasta su expulsión del cuerpo). Se conoce que los que le echaron tuvieron buena vista.

―¡Haga que se calle! ―la mujer de Chacón comenzó a gritar al ver que también era introducida en el vehículo de los inspectores. ―¡Terroristas!!! ―un espontaneo se abalanzó sobre los inspectores tratando de evitar que metiesen a la pareja en el coche. ―¡Policía!!! ―le gritó Pertierra mientras sacaba su arma reglamentaria.

El hombre echó un paso atrás al ver el arma del inspector. Chacón y su esposa (ya acomodados en los asientos traseros del vehículo) no daban crédito. Unvecino del barrio había tratado de interponerse entre ellos y los inspectores creyendo que se trataba de un intento de secuestro efectuado por la banda terrorista. Enplena calle. A plena luz del día. Así estaban las cosas. La gente que transitaba por la calle se quedó petrificada. Una escena de película. Los tres inspectores, al unísono,apuntaban a un viandante que no sabía muy bien a qué carta quedarse. Martel sacó la placa y la paseó por delante de todos los que, estupefactos, presenciaban laescena. Al héroe se le quedó una cara de tonto para enmarcar.

―No lo vuelva a intentar ni en broma ―segundos después, Pertierra charlaba tranquilamente con el espontaneo que no dejaba de disculparse―. Si en vez deencontrarse con nosotros llega a ser con una banda de delincuentes o, lo que es peor, con terroristas… ―Pero yo creía… ―Ojala todos fuesen como usted ―le reconfortó Pertierra―. Mejor nos iría. ―Pero no vuelva a intentarlo ―señaló Martel―. Deje que seamos los profesionales los que nos encarguemos de nuestro trabajo.

El hombre asintió entre lágrimas mientras Chacón y su mujer esperaban desde el coche de los inspectores con cara de pocos amigos. El vehículo no llevabaningún distintivo policial y los agentes llevaban americana y corbata. Chacón también era un tipo respetable en su barrio, al menos, hasta ahora. En la bolsa llevaba casitres millones de pesetas que según las declaraciones llevadas a cabo tras la detención de Valdaliso y los autores materiales del atraco al taller joyero Relobert, proveníano iban a ser destinadas, a seguir manteniendo el mercado negro de las joyas robadas.

―El delincuente se ha ido reforzando en sus derechos… ―Pertierra y Martel se cruzaron con Avellaneda, el periodista, en uno de los pasillos de la DirecciónGeneral de Seguridad mientras acompañaban a uno de los despachos a Chacón y a su mujer. ―Un momento ―Avellaneda dejó durante unos instantes a su interlocutor, un inspector del grupo X, para seguir los pasos de Pertierra. El periódico le había encargado a Avellaneda un reportaje en profundidad sobre la recién creada Brigada Regional de Policía Judicial, la policía democrática quehabía venido a sustituir a la tradicional Brigada de Investigación Criminal (BIC), conocida por policías y periodistas como “la Criminal”. Doce grupos operativos con untotal de 123 miembros entre jefes y segundos jefes de brigada, jefes de sección, inspectores, administrativos y auxiliares para combatir a la creciente delincuenciamadrileña.

―¿Le tratan bien? ―Pertierra se topó con el periodista tras dejar a los detenidos con unos compañeros. ―No se preocupe, ya le llegará su turno. ―¿Piensa hablar con todo el edificio? ―Grupo por grupo ―respondió Avellaneda―, esa es la idea. A la gente cada vez le interesan más los sucesos y en el periódico apuestan por crear una secciónfija dedicada al asunto. ―No me extraña. A este paso no va a haber cárceles suficientes para tanto chorizo. ―¿Y esos dos? No parecen los típicos delincuentes. ―No todos tienen que parecer perros callejeros.

Las autoridades gubernamentales también estaban muy interesadas en que la prensa reflejase el día a día de la nueva policía y los entresijos de su trabajo. Elpaís estaba en pleno proceso de cambio. El lavado de cara tenía que ser percibido por la ciudadanía. Se acabó aquella imagen del coco. Ahora había unas fuerzas deseguridad más cercanas cuyo único objetivo era ayudar y prevenir el delito. Las primeras entrevistas practicadas por Avellaneda, además de para contar diversasanécdotas, también habían servido como reivindicación de las (malas) condiciones con la que los inspectores de la judicial tenían que combatir la delincuencia. La falta demedios estaba en boca de todos los entrevistados. Bajos salarios, jornadas interminables y una falta de reconocimiento frente a los compañeros que ocupaban su jornadasin salir de su despacho mientras ellos hacían la calle jugándose la cara frente a los delincuentes.

―Lo sé ―respondió Avellaneda―, sólo digo que no tienen el perfil habitual. ―Peristas ―se decidió al fin Pertierra―, es un caso muy gordo que estamos cerrando con un buen número de detenciones. No me extrañaría que llamasen a laprensa cuando todo esto haya acabado. ―¿Tan grande es? ―Muchos millones ―Pertierra se despidió guiñando un ojo al periodista.

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VII

―Buenos días a todos. Como recordarán ―Garrido dio comienzo a la comparecencia una vez que el último de los periodistas convocados por la JefaturaSuperior de Policía de Madrid accedió a una pequeña sala del edificio de la Puerta del Sol―, hace menos de un mes les convocamos para informarles de la detención decuatro atracadores que habían participado en el robo de unas joyas valoradas en más de 65 millones en un taller joyero. Encima de la mesa presidida por varios mandos policiales cargados de insignias prendidas a sus trajes oficiales se encontraban expuestas diversas joyas, dineroen efectivo y algunas de las armas aprehendidas en la brillante operación llevada a cabo en la conejera de la Cruz de los Alcores . La operación conejo había dejado ungran saldo: Dos kilos de joyas de oro, tres millones cien mil pesetas, una máquina para fundir metales, un troquel con la inscripción del Banco de España, dos pistolas,un revólver, dos carabinas, siete escopetas y ciento setenta y cinco cartuchos de diferentes calibres. Todo el material requisado tras la detención de los cuatro autoresmateriales del atraco al taller joyero Relobert y que había desatado la redada posterior en la Cruz de los Alcores, el lugar al que acudían desde hacía varios meses loschorizos de la ciudad a fundir el oro.

―En el transcurso de aquella rueda informativa ya les dimos cuenta de que el pasado 21 de septiembre fue asaltado un taller de joyería en el número 65 de lacalle Ortega y Gasset donde un grupo de delincuentes armados con pistolas amenazaron a los empleados y se llevaron alhajas valoradas en unos 65 millones depesetas―continuó Garrido―. Hoy podemos confirmarles que las investigaciones en el caso del atraco al taller de joyería Relobert han vuelto a dar resultados positivosy que el caso se encuentra totalmente cerrado tras la detención de diversos peristas e intermediarios que habrían participado en la adquisición de las joyas sustraídas porlos atracadores. ―Como recordaran ―continuó uno de los jefes de grupo de la brigada situado en uno de los laterales de la mesa―, del asunto se encargaron inspectores de losgrupo tercero y decimo de nuestra Brigada. En un primer momento se localizó un apartamento en la zona de Puerta de Hierro en donde se suponía se escondían algunosde los participantes en el atraco. Tras detener a los atracadores en el apartamento fueron hallados algunas joyas y varios millones de pesetas en el interior de un colchón.Los ahora detenidos ―uno de los inspectores comenzó a entregar la relación de los nuevos sospechosos en un movimiento perfectamente calculado para evitar que losperiodistas se despistasen lanzándose a leer los curriculums de los detenidos―, están acusados como presuntos encubridores y receptadores de las joyas sustraídas enel taller joyero Relobert.

Ruiz (veintinueve años, de profesión abogado, sin antecedentes). El Pituca (cuarenta y cinco años, conocido estafador). Valdaliso (cincuenta y un años, funcionario del estado, sin antecedentes). Chacón (cincuenta y un años, calificado como maleante) Tauste (cincuenta y siete años, sin antecedentes).

―¿Puede explicarnos porque se ha puesto en libertad al abogado Ruiz, a pesar de la existencia de pruebas que le incriminaban junto a los asaltantes de lajoyería? ―se inició el turno de preguntas por parte de los periodistas acreditados. ―Desde el momento de la detención de los autores materiales del asalto, dirigimos las investigaciones en torno al paradero del resto de lo sustraído. Lasprimeras sospechas se centraron en ese abogado que podría tener relación con los detenidos pero como usted bien sabe, la orden de detención es por un tiempo limitado,a partir de ese tiempo, que insisto es muy limitado, sólo 72 horas, es el juez el que debe considerar si un sospechoso continua detenido o si por el contrario se leconcede la libertad ―se excusó Garrido. ―Entonces, ¿fue el juez el que decretó su libertad? ―En efecto, el señor Ruiz fue puesto en libertad. ―Pero, ahora parece que han vuelto a detenerle. ―Los detalles de la operación están a disposición judicial ―contestó uno de los inspectores jefes visiblemente enfadado ante la insistencia del periodista. ―¿Cómo llegaron hasta el resto de peristas? ―Tras la liberación de Ruiz dirigimos las investigaciones hacia el señor Chacón y el señor Valdaliso, propietario este último de una finca familiar dedicada a lacría de conejos en San Andrés del Congosto, Guadalajara, donde se suponía que estaba escondido el crisol para fundir el oro. Las primeras alertas saltaron entre lospropios compañeros del Ministerio donde trabaja el señor Valdaliso ante el elevado tren de vida que llevaba poco acorde con su sueldo. El sospechoso había estadoviviendo muy por encima de sus posibilidades lo que había llamado la atención de mucha gente. ―¿Cree que su puesto en la Audiencia Provincial le habría facilitado los contactos con el resto de delincuentes detenidos? ―Lo desconozco ―Garrido se encogió de hombros ante la pregunta―. Sea como fuere, como consecuencia de la vigilancia efectuada en la finca familiar de losValdaliso ―continuó Garrido―, se consiguió su detención, el cual ofreció una leve resistencia. Acto seguido, los agentes penetraron en el edificio donde hallaron un grancrisol eléctrico encendido y junto a él dos kilogramos de joyas desguazadas y dispuestas para su fundición. También se encontró ―señaló hacia uno de los objetosexpuestos sobre la mesa―, un troquel con la inscripción del Banco de España. En otro lugar de la finca se encontró un auténtico arsenal formado por dos pistolas, unrevolver, dos carabinas, siete escopetas, un subfusil naranjero y 175 cartuchos de diferentes calibres. ―¿Entre los detenidos también se encuentra un ex capitán de la Policía Armada? ―intervino otro de los periodistas. ―El señor Chacón fue expulsado del cuerpo hace ya diecisiete años, cómo usted comprenderá destacar este detalle del pasado con el oficio actual de esteindividuo no tiene ningún sentido ―intervino por primera vez Pastor, el Jefe Superior de Policía madrileña―. En todo caso, este dato sólo demuestra que entre las filasde las Fuerzas Armadas no se mantiene a personas que estén vinculadas con delitos.

Chacón había sido detenido en plena vía pública junto a su mujer cuando trasladaba en una bolsa de la compra más de tres millones de pesetas en efectivo. Unciudadano creyó entender que un comando terrorista estaba tratando de secuestrar al matrimonio Chacón y la cosa casi acaba en tragedia. Pertierra y Martel no dabancrédito. Para una vez que alguien se decide a plantar cara… En un registro posterior de la vivienda de los Chacón se localizaron más alhajas desmontadas procedentesdel atraco al taller joyero Relobert. Entre los vecinos no salían de su asombro. Aquel hombre tan educado y de tan buenos modales. Nadie podía creer que tras elrespetable matrimonio Chacón se encontrase un delincuente con un pasado en la Policía Armada que prefería esconder.

―¿Cree que estamos ante profesionales o simples aficionados? ―Dada la cantidad de pistolas, carabinas e incluso un subfusil requisados a algunos de los imputados, podríamos deducir que no eran simples peristas sino queprobablemente encargaban los atracos y suministraban las armas a los asaltantes. ―¿Parece que les pillaron con las manos en la masa? ―Efectivamente, los agentes se encontraron en el momento de detener al principal sospechoso con la chocolatera, perdón, la máquina para fundir metales apleno rendimiento. Los inspectores llegaron justo a tiempo para evitar que numerosas joyas fuesen fundidas. La persona que se hallaba en aquellos instantes con elseñor Valdaliso, también ha sido detenida aunque no se ha podido comprobar que el metal fundido procediera del mismo delito.

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El propietario del taller había identificado la mayoría de las joyas encontradas en la finca de la Cruz de los Alcores y en el resto de detenciones realizadas. Casidiez millones de pesetas de los más de sesenta y cinco (a precio de almacén) que le habían sido sustraídos por el Pibe y su banda a lo que habría que sumar losdestrozos causados sobre el material terminado que debía ser reparado para volver a poner a disposición de los muestrarios de los comerciales del taller. Una ruina.

―¿Entiendo que esa es la máquina utilizada para fundir el oro? ―señaló otro de los reporteros hacia la mesa donde sobresalía la chocolatera requisada en laCruz de los Alcores. ―Una de ellas ―matizó Gallego―, en el criadero de conejos también se encontró otra máquina fundidora de metales de gran tamaño que nos lleva a pensar quese trataba de una banda criminal organizada a gran escala que gira su principal actividad en torno al robo de joyerías y su posterior fundición en lingotes ―Gallegovolvió a señalar el troquel con el emblema del Banco España para acuñar en los lingotes―. Probablemente llevé operando varios meses en Madrid y quizás en otrasprovincias. Eso es algo que todavía forma parte de las investigaciones. Desde luego el golpe recibido por la delincuencia ha sido contundente. ―Dicen que se detuvo a una persona que había ido precisamente a fundir un alijo de joyas, allí mismo. ―Sí, ya lo he comentado. Eso es algo que forma parte del sumario. No está claro que la persona detenida junto al crisol forme parte de la banda de peristasdetenida ni que tenga algo que ver con el atraco al taller Relobert. En todo caso, el Juzgado de Instrucción nº 6 se ha hecho cargo del caso. ―¿Pero nos han dicho hace un momento que le pillaron con las manos en la masa, no? ―insistió el periodista. ―Todavía no se ha comprobado que las joyas que portaba formen parte del atraco a la joyería Relobert o de otro delito similar. El sospechoso carece, además,de antecedentes penales. Puede que sea simplemente una persona, que fruto de la crisis económica que todos padecemos, se haya visto obligada a vender las joyas de lafamilia para poder pagar sus facturas. ―¿Cree que se hace necesario tomar algún tipo de medida legal contra los delincuentes extranjeros? ―intervino otro de los periodistas. ―La única medida que se adopta actualmente contra el delincuente extranjero que ha sido expulsado con anterioridad es expulsarle nuevamente. Se les expulsa―insistió Pastor―, y vuelven a entrar cuando les da la gana. Es el cuento de nunca acabar pero es algo que a nosotros no nos compete. Nuestra obligación es detener alsospechoso y ponerlo a disposición judicial. Son las autoridades las que tienen que analizar si, a la vista de la reincidencia de estos sujetos, deberían ser cambiadas lasleyes. ―Pero usted está convencido de que debería ser así. ―Son los datos los que dan o quitan razón, no se trata de ninguna cuestión ideológica. La reiteración de este tipo de delitos por los mismos tipos quedetenemos una y otra vez está más que cuantificada. ―Como decía mi abuela ―añadió uno de los jefes de grupo que habían participado en la operación―, lo que no son cuentas son cuentos… y aquí las cuentasestán claras.

Mientras se desarrollaba la rueda de prensa en uno de los salones de la DGS, los inspectores Martel y Ferrándiz revisaban en uno de los despachos de la brigadael naranjero que había sido encontrado en la finca de la Cruz de los Alcores. El subfusil era uno de los dos mil ejemplares que la República había fabricado en los talleresvalencianos de Alberique durante la Guerra Civil. En perfecto estado de conservación. Una pieza de colección que se negaba a acabar en un museo.

―Dicen que tenía muy mala fama ―entró uno de los funcionarios más veteranos de la DGS―. Que se disparaba solo. ―Lo que no tiene es seguro ―respondió Ferrándiz. ―No ―el funcionario cogió el arma tras dejar unos documentos sobre la mesa―, su única seguridad consiste en el retén de la palanca de montar. Una vezacerrojado ya está listo para disparar. Si es uno de los que se fabricaron en Alberique, estamos frente a una verdadera joya de coleccionista, como el Pituca. ―¿El Pituca? ―respondió extrañado Martel. ―No me digas que no sabéis a quién habéis trincado ―el funcionario dejó el naranjero sobre la mesa. ―Ni idea, no lo había oído en mi vida ―contestó Martel. ―Pues habéis hecho línea y bingo ―le contestó el veterano funcionario de la DGS―, vamos que os van a poner un montón de medallas. ―Sí, y sí necesitó fundirlas ya sé dónde preguntar ―respondió riéndose Martel.

El Pituca. Un ladrón de guante blanco con probadas conexiones con la mafia italiana. La detención del cuarto sospechoso de la operación conejo tras un forcejeocon los agentes que le localizaron en unos lujosos apartamentos de Pozuelo de Alarcón había supuesto una grata sorpresa para los jefes de la Brigada Regional. En poderdel Pituca se habían hallado más de 45 kilos en joyas por las que dijo haber pagado unos 10 millones de pesetas (aproximadamente una décima parte de su valor demercado).

―Ese tipo es un genio, un tío con mucha clase, desde luego. ―Y que se supone que le hace merecedor de tanto elogio ―Ferrándiz cogió los documentos que había dejado el funcionario sobre la mesa del despacho. ―Hace un año estando preso en la Modelo de Barcelona organizó la construcción de un túnel desde fuera hacia dentro. ―Algo había oído ―contestó Martel―, pero al final creo que los cogieron, ¿no? ―Exacto. El tipo había contratado a dos ex compañeros de celda, un italiano y un marroquí, que habían logrado la libertad unos meses antes, para queexcavasen un túnel desde un antiguo colegio de monjas hasta las galerías de la prisión. La policía barcelonesa los cogió cuando estaban a punto de llegar al mismo centrode la cárcel.

El Pituca cumplía condena en la Modelo tras ser acusado de ser el cerebro que se hallaba detrás de una banda internacional de estafadores de carácter mafiosocuyos tentáculos se extendían por diversos países europeos. El Capo, como también era conocido el Pituca entre sus colaboradores, había patentado un complicadosistema para estafar a entidades financieras. Recubierto por una serie de operaciones financieras de apariencia legal iba tejiendo un entramado de transacciones quemediante diversas falsificaciones había conseguido colocar a una decena de bancos más de cien millones de pesetas en cheques y letras de cambio sin fondos que sedescontaban dentro del circuito interbancario como papel pelota que botaba sin parar de un lado para otro.

―Un colega de la brigada de Barcelona me contó que esa fue la versión que trascendió a la prensa ―continuó su relato el funcionario―. Oficialmente los delgrupo anti atracos de la brigada barcelonesa les estaban siguiendo la pista desde que salieron de la cárcel. Sin embargo, la verdad es que al Pituca le falló el estudio detopografía: el túnel se inundó al atravesar una zona de aguas subterráneas y el magnífico plan ideado por el mafioso se vino abajo enfangado por el barro a pocos metrosdel muro de la Modelo. ―Ese tío es un simple falsificador de cheques. No sé porque se molestó tanto en intentar escaparse cuando estaba a punto de salir ―añadió Ferrándiz trasrevisar el expediente policial del Pituca que le había traído el funcionario. ―Eso es lo mejor de todo ―siguió con entusiasmo el funcionario―, ese tío no descansa ni en el talego. El túnel no era para fugarse… ―¿Ah, sí? ¿Y para qué sino? ―respondió Martel. ―El muy cabrón quería construir una autopista de peaje para los presos y les pensaba cobrar un pastón por usarlo mientras él cumplía tranquilamente lo quele quedaba de condena llenándose los bolsillos con la concesión. Vamos, que ni el MOPU funciona tan bien.

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VIII

―Creo que los jefes está indignados ―uno de los inspectores de la brigada abordó a Martel cuando se disponía a salir de la brigada. ―¿Por qué? ¿Qué tripa se les ha roto ahora? ―¿No te has enterado? No se habla de otra cosa en la brigada. ―Pues no, desembucha, ¿qué pasa ahora?

Todos los detenidos en la operación desencadenada tras el raid del criadero de la Cruz de los Alcores habían pasado a disposición judicial. Al menos paracuatro ellos se tenían suficientes pruebas como para que fuesen condenados por el delito de receptación de objetos robados. El quinto, el tipo que había ido la noche dela redada a fundir unas joyas no parecía formar parte de ninguna red de peristas. Simplemente estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Valdaliso, sinembargo, era el principal inculpado de haber fundido y distribuido las joyas procedentes del asalto al taller Relobert entre varios de sus mejores clientes que seencargaban de financiar su alto nivel de vida no en consonancia con su sueldo de funcionario como ya señalaban algunos de sus compañeros de trabajo. Siempre los habíatachado de envidiosos. El asunto era la comidilla en el Ministerio. Una vergüenza para la familia. Para la Brigada Judicial madrileña la operación conejo había supuestoun brillante cierre para el caso del atraco al taller joyero Relobert que sería reconocido por la prensa y sus superiores. Éxito de crítica y público. Sin embargo, el casotenía una arista inesperada.

―Es por los abogados. Esos cabrones que cogisteis la semana pasada por el atraco al taller de joyería, los del criadero de conejos ―aclaró el agente―, nos handenunciado. ―¿Si? ¿Y qué coño tienen que denunciar? ―Dicen que han sufrido malos tratos. ―Bueno, siempre se excusan ante el juez para poder negar la confesión ―Martel trato de quitarle importancia al asunto y continuó andando hacía la enormepuerta del caserón de la Puerta del Sol―. Viene en todos los manuales del buen choro. Es lo primero que les dicen los abogados en cuanto se enteran de que han cantado. ―Ya, pero esta vez la prensa se ha hecho eco y creo que cuentan con todo lujo de detalles como hicisteis cantar al perista en la conejera. ―Y que pensaban, ¿que Valdaliso nos iba a dar los nombres y apellidos de todos sus clientes por las buenas? ¿Pero en qué país vivimos? ―De todas maneras Garrido quiere verte ―Martel frenó en seco.

DENUNCIAN SUPUESTAS TORTURAS A CUATRO DELINCUENTES COMUNES

Las esposas de cuatro detenidos recientemente por la policía madrileña, acusados de un supuesto delito de receptación, han presentado querellas en el Juzgado deInstrucción número 5 de Madrid contra los funcionarios del Cuerpo Superior de Policía que «resulten responsables de las torturas y amenazas que han sufrido sus

familiares».

Las mujeres de los cuatro detenidos acusados como peristas y receptadores de las joyas robadas en el taller de joyería Relobert y los abogados de estos sehabían encargado de airear los pormenores de los interrogatorios llevados a cabo por los inspectores de la brigada judicial madrileña. Según estos, sus defendidos habíansido conducidos al Juzgado de Guardia en un estado francamente deplorable. La querella le había caído en suerte al número 5 de los Juzgados de Instrucción. En el de allado, el 6, se tramitaba el sumario por el atraco a la joyería Relobert. La prensa detallaba las diferentes técnicas empleadas en la conejera para hacer cantar al principalperista con todo lujo de detalles. Tras la publicación de las denuncias en varios diarios de tirada nacional se habían recibido numerosas llamadas en la Dirección Generalde Seguridad. Las voces en alguno de los despachos se habían oído en todo el edificio.

―Pasar, no os quedéis en la puerta ―Garrido, el máximo responsable de la brigada judicial había convocado en una sala a los más de veinte inspectorespertenecientes a los grupos III, IV y X que habían participado en la detención de los peristas del atraco al taller de joyería Relobert. ―¿Maniatado, golpeado y torturado? ―Martel comenzó a leer el escrito que el abogado de Valdaliso había presentado ante el juez―. La policía da porterminada su actuación a la media hora. A las nueve de la mañana del mismo día 30 de octubre presentan al infeliz Valdaliso en las dependencias de la DirecciónGeneral de la Seguridad. Han transcurrido más de siete horas, desde la detención de Valdaliso hasta que lo presentan en la Dirección General de la Seguridad. ¿Quéha ocurrido en tan largo tiempo? ―¿Qué es esto, una novela? ―Ferrándiz le quitó el escrito a Martel―. Nosotros sólo hicimos lo que teníamos que hacer. ―No tienes por qué justificarte ―le cortó Crosas que también estaba presente en la reunión―. Solo hicisteis vuestro trabajo, por cierto, un gran trabajo que haresuelto el caso y que ha permitido que cuatro peligrosos delincuentes ahora estén en la cárcel. ―No os preocupéis ―intervino Garrido―, solo os he convocado para deciros que vamos a redactar una nota aclaratoria para el Ministerio comunicándole lafalsedad de las afirmaciones hechas por los abogados de los detenidos a la prensa. No hace falta que os recuerde que aquí no se ha torturado nunca a nadie, vivimos enun estado democrático y no vamos a permitir que nadie ponga en tela de juicio la actuación de nuestros agentes, ¿ha quedado suficientemente claro?

Valdaliso le había contado a su abogado que los policías que se presentaron en el chalet familiar de la Cruz de los Alcores primero le hicieron la moto(procedimiento para hacer cantar a los detenidos que consiste en: a) sentarlos en una silla, esposando sus manos tras el respaldo, b) colocar las piernas a los lados delasiento, c) doblar las rodillas al máximo, d) levantar las piernas del sospechoso para colocarlas sobre otras dos sillas puestas a ambos lados provocando un dolor intensoen las rodillas, dolor que todavía podía aumentarse más aún si cabe apretando las pantorrillas contra los muslos) para después tumbarle en una mesa, donde, según sudenuncia, le introdujeron agua por las fosas nasales. El abogado defensor de Ruiz, también abogado de profesión y acusado igualmente de ser el intermediario de losdelincuentes detenidos en el apartamento de la calle Valderauey, también sostenía que su patrocinado había sido sometido al mismo método de la moto. Chacón y elPituca también se habían sumado a la querella al considerar que también habían sido maltratados. El hecho de que las querellas presentadas por parte de las esposas decuatro de los detenidos hubiesen tenido eco en la prensa era toda una novedad para los funcionarios de la DGS. Normalmente los medios de comunicación se tomabanlas denuncias de las supuestas torturas a delincuentes como la típica excusa de estos para negar ante el juez las declaraciones inculpatorias realizadas tras la detención.Sin embargo, el asunto había coincidido temporalmente con otra denuncia del mismo talante: el llamado caso Amilibia. Un militante de Euzkadiko Ezkerra detenido porla Guardia Civil que tras ser puesto en libertad había convocado el día anterior una rueda de prensa en Madrid ante medio centenar de periodistas para denunciar losmalos tratos físicos y psicológicos a los que había sido objeto durante su paso por la Comandancia de San Sebastián.

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IX

―¿Has leído el periódico? ―No ―Martel entró en la cafetería de la planta baja del edificio de la Dirección General de Seguridad―, pero ya me han dicho que han publicado la nota. ―Toma ―Pertierra le pasó el periódico.

En relación con la noticia publicada, de fecha 9 de los corrientes, bajo el título Denuncian supuestas torturas a cuatro delincuentes comunes, esta JefaturaSuperior, en uso del derecho que le confieren las disposiciones vigentes en materia de prensa, quiere puntualizar:

1.º Las manifestaciones hechas por los abogados de Valdaliso, Ruiz, Chacón y Chueca (que pasaron a disposición judicial por su participación en la compra,fundición y venta de objetos de oro procedentes de robo con intimidación por valor de muchos millones de pesetas), en el sentido de que tales detenidos han sido"torturados" por la policía, son totalmente falsas y calumniosas.

El propio Valdaliso, en su declaración, afirma que "cuando se apercibió de la presencia policial, presa del pánico y nerviosismo que le embargaba, salió corriendode la nave, tratando de huir, tropezando con unas escaleras, cayendo y golpeándose en la cara y diversas partes del cuerpo, motivo de las lesiones que padece y de lasque fue atendido por los inspectores actuantes en la citada finca y en la medida de lo posible".

2.º Según el mismo artículo, ha sido presentada querella ante el Juzgado de Instrucción número 5 de Madrid, por lo que, si así ha sido, quedamos pendientes de loque decida, en ese sentido, la autoridad judicial.

3.º No obstante, nuestra rotunda afirmación de que estas imputaciones son falsas, la Jefatura Superior de Policía colaborará con las instancias judiciales en el totalesclarecimiento de estos hechos, con todos los medios a su alcance.

4.º Una vez que contemos con el refrendo de una decisión judicial, esta Jefatura se reserva el derecho de actuar con el máximo rigor, naturalmente, con losinstrumentos legales de que disponga, contra los autores de estas imputaciones, por acusación y denuncia falsa o por calumnia, dado que las manifestaciones de estaspersonas han rebasado la esfera de los tribunales para saltar a los medios de difusión.

5.º La Jefatura Superior de Policía lamenta profundamente que estos medios de difusión se hagan eco de falsas acusaciones que desprestigian a una policía queviene dando tantas pruebas de servicio a la sociedad con el riesgo, nada infrecuente, de su propia vida.

Como se deduce de aquel dicho, de todos conocidos, "calumnia, que algo queda", el prestigio perdido no se vuelve a recuperar totalmente, aun cuando se pruebe lainocencia de los inspectores que intervinieron en este servicio.»

―¿Qué pasa? ¿Es que no estás conforme? ―Pues no ―Martel volvió a dejar el periódico a Pertierra―, parece que tenemos que justificarnos por hacer bien nuestro trabajo. Cuantas más explicacionesse den más parece que estemos negando lo evidente. ―No te entiendo. ―Joder, lo de que ese tío se cayó por unas escaleras no se lo va a creer nadie. Es más, con tanto detalle lías a la gente. Con decir que todo es mentira tendríaque ser suficiente. Después de todo, ¿es que alguien cree que unos delincuentes se van a declarar culpables de algo? Si no les acojonas un poco se acaban riendo de ti.

La nota emitida por la Jefatura Superior de Policía no solamente denunciaba la falsedad de las denuncias que hablaban de las brutales torturas supuestamenteejercidas a los detenidos, sino que atacaba directamente a los medios de comunicación que las habían publicado dotándolas de una veracidad que según los mandospoliciales carecían. La presunción de inocencia. Según la nota policial, las falsas acusaciones eran un intento de desprestigiar a unos profesionales que habitualmenteponían en riesgo su propia vida frente a delincuentes que cada vez se mostraban más violentos en sus acciones tanto para con sus víctimas como para los propiosagentes que trataban de detenerlos. Sin embargo, el asunto estaba de máxima actualidad. Sólo unos días antes finalizaba la misión organizada por Amnistía Internacionalque, durante más de tres semanas, se había entrevistado por toda la geografía española con ex presos que hubiesen presentado denuncias por torturas durante sudetención. Dos médicos daneses, un intérprete, un abogado de la República Federal de Alemania, como asesor jurídico, y un investigador de la organización habían sidocomisionados por el movimiento de defensa de los derechos humanos, premiado con el Nobel de la Paz sólo dos años antes, para comprobar si había algo de cierto endichas denuncias. Por poco no habían coincidido con los denunciantes del caso de la Cruz de los Alcores para poder examinar en caliente las presuntas torturas ymaltratos que les habían infligido los inspectores de la Brigada Judicial Madrileña.

―Pues a mí me ha gustado mucho ―intervino uno de los agentes que habían estado presente durante la redada llevada a cabo en la Cruz de los Alcores―.Además, en el Ministerio nos apoyan. ―Si tú lo dices ―contesto con desgana el inspector Martel mientras apuraba un café. ―Por cierto, ¿de verdad le tirasteis a la piscina con las manos atadas? ―¡Es que no has oído a los jefes! ―levanto la voz repentinamente el inspector. ¡Aquí no se ha maltratado a nadie! ―se dirigió a varios agentes que desde lasmesas cercanas no dejaban de mirarle―. Si no lo entiendes ―se giró de nuevo hacía el inspector―, estúdiate la nota que tanto te gusta. ―Me han dicho que ayer os vieron con un pico y una pala ―uno de los funcionarios de la DGS ajeno a la conversación entró en la cafetería cuando los ánimoscomenzaban a calmarse―. No todos los días se caza a peces gordos, eh, Martel.

Un día antes los inspectores de la Brigada habían detenido a dos colombianos que se dedicaban a desvalijar viviendas con el conocido método del palanquetazo.Los dos apartamenteros habían enterrado más de 1300 piezas de oro y piedras preciosas en diferentes fosas en la Casa de Campo y en los jardines Sabatini.

―Uno de los colombianos estaba reclamado por la Interpol ―contesto sonriendo Martel mientras se dirigía a una de las mesas del fondo de la cafetería. ―Menuda sorpresa ―Martel saludó a un hombre elegantemente vestido con un traje azul marino que llegó justo cuando se estaba sentando. ―Bueno, solo quería ver donde toman café mis amigos ―respondió el marqués―. Se están labrando ustedes una buena fama dentro del gremio. ―¿De cuál de ellos? ¿El de los policías o el de los chorizos? ―pregunto con sorna Martel. ―De ambos, amigo, de ambos. ―¿Qué le trae por aquí? ―Sólo mi deber como ciudadano ―Martel comenzó a reírse mientras veía como Pertierra se acercaba a la mesa. ―Explíquese ―añadió con incredulidad el inspector. ―Es sobre uno de los peristas que detuvieron en la redada del taller. Le llaman por varios apodos ―Pertierra se incorporó a la conversación―, uno de ellos esel Capo, aunque antes le conocían como el Pituca. ―Sí, ya he oído hablar de sus hazañas.

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―Pues no son nada comparadas con las de su socio. ―¿Qué socio? ―se interesó Pertierra. ―Es un viejo conocido del grupo de estafas. ―Ya veo que está perfectamente informado del funcionamiento interno de nuestra brigada… ―respondió Martel. ―La verdad es que el Pituca ha dicho que el dinero para comprar las joyas se lo proporcionó un tal Almansa ―Pertierra echó un capote al marqués. ―¿Qué es lo que quiere de nosotros? ―Martel apuntó directamente al marqués. ―Mire ―el marqués se acercó a los inspectores―, el socio de ese perista que tienen detenido no es un delincuente cualquiera y en este momento se le buscapor la estafa bancaria más grande que se ha hecho en este país. La más grande. ¿No sé si están interesados pero sus socios del grupo de estafas seguro que estaríanencantados de echar el guante al responsable de la estafa al Credit Suisse? ¿No me digan que no han oído hablar del tema? ―¿De quién se trata? ―Almansa.

Almansa, un tipo de casi sesenta años con una extensa carrera laboral, había estrenado la ficha policial quince años atrás (aunque se tenían referencia anterioresde juzgados madrileños por reclamaciones de cantidad en las que había llegado a ser subastada una vivienda de su propiedad para hacer frente a deudas contraídas). Lamayor parte de los apuntes policiales provenían por la falsificación de órdenes de disposición de fondos en general y de cheques en particular. Sin embargo, suespecialidad era la estafa y la apropiación indebida a través del conocido timo del nazareno. El del nazareno era un delito perfectamente alambicado cuyos beneficios seobtenían a largo plazo y en el que se requería mucha paciencia y una gran infraestructura legal para hacerse pasar por intermediario en la compraventa de productos(especialmente los relacionados con el área alimenticia o con el sector de los electrodomésticos) a crédito. La preparación del camelo era primordial y estaba reservada atipos con gran experiencia en el trato con potenciales primos que no parecía que fuesen a dejarse embaucar a la primera. El método en sí, parecía sencillo. Una primeracompra de una pequeña partida en efectivo y por adelantado. Las siguientes, también efectivo y por pequeñas cantidades, para ir vinculando al proveedor. El punto deinflexión (su elección es clave en el resultado final) llega cuando, ganada la confianza del proveedor, se realiza un gran pedido que dado el volumen no puede ser abonadoen el momento, difiriendo el pago con un pagare o una letra de cambio avalada por algún banco. Una vez puesta a disposición la mercancía, el comprador desaparecepara siempre. Los cheques (sobra decirlo), impagados o directamente falsificados. La reacción de los proveedores: acudir en procesión a la sede social del comprador(normalmente una nave alquilada en un polígono industrial) a reclamar el pago de las deudas. Allí los acreedores se encuentran (la estafa se suele realizar con variosproveedores a la vez) con la dura realidad. La mercancía ya ha sido revendida en el mercado negro (fundamentalmente en mercadillos ambulantes) y es imposible seguirleel rastro para recuperarla. Almansa era un maestro del timo que contaba con un as bajo la manga: El Pituca, otro experto en redes financieras y en la alteración de firmasde las personas habilitadas para realizar transferencias o traspasos, que ya había causado estragos en diversas entidades madrileñas y valencianas. En el momento de laúltima detención (Brigada Criminal barcelonesa. Mayo del ´78), el saldo de su primera alianza para llevar a cabo una estafa a gran escala cuya principal víctima habíasido el Banco Exterior superaba los ciento diez millones de pesetas. En quince años, los timadores habían pasado de adquirir transistores y máquinas de afeitar eléctricasa plazos (mediante letras que siempre eran devueltas) con el dinero que la adelantaban una serie de aprovechados compradores para abonar el primer plazo a poner enserio riesgo la seguridad del sistema interbancario español. La primera red de estafas bancarias puesta en marcha por la compañía Almansa & Pituca saltó por los airescuando intentaron extender los métodos practicados en el Exterior a una sucursal del Banco Central en París descontando pagares falsificados por valor de 290.000francos. Por lo que se ve, todavía no estaban preparados para el gran salto a los mercados internacionales.

―Ese tipo tiene un socio alemán, un tal Arno, que se encargaba de la parte internacional de la estafa. Ambos contrataron al mejor falsificador europeo―continuó el marqués mientras Ferrándiz se sumaba a la mesa con cara de sorpresa ante la presencia del aristócrata en la cafetería reservada a los empleados de laDGS―, un austriaco conocido como Walter que ha estado detrás de las grandes estafas bancarias de la última década. En la City le temen más que a una bancarrota delmercado de derivados. Las malas lenguas dicen que de muy joven ya trabajó para los nazis cuando quisieron tumbar la libra al final de la segunda guerra mundial. Bueno,sólo son habladurías, pero lo que sí que es cierto es que de alguna manera esos dos tipos se hicieron con la documentación de unas letras de cambio aceptadas por elCredit Suisse de una filial española y el austriaco ha logrado una falsificación perfecta de los originales. ―El caso de la estafa al Credit Suisse está en manos de los Grupo IX ―apuntó Ferrándiz―, creo que están trabajando en colaboración con los de la Judicial deBarcelona. Ellos fueron los que detuvieron el año pasado al Pituca y a Almansa. ―Nuestro amigo cree que parte del dinero proveniente de la estafa ―Pertierra puso a Ferrándiz al día del inicio de la conversación―, ha sido empleado paracomprar una remesa de las joyas robadas en el taller de joyería de la calle Relobert. ―Puede ser. El Pituca es un viejo amigo de ese estafador. El año pasado ya les detuvieron por hacer un negocio parecido con un par de atracadores italianos. Seve que las joyas robadas también atraen a ese tipo. Según las primeras denuncias realizadas ante la brigada de Barcelona ―Ferrándiz recordó algunos detalles que lehabía contado uno de los inspectores de la brigada dedicada a los delitos de guante blanco―, creo que esos estafadores ya han logrado sacar unos doscientos millones depesetas tras descontar cuatro letras en el Banco de Crédito Corporativo. Desde luego, las letras tienen que ser muy buenas. El propio banco emisor suizo habría dado elvisto bueno a las letras cuando se las reenviaron desde la central del Crédito Corporativo para su comprobación. Tenían las falsas delante de sus narices y las volvierona aceptar sin reparo.

La prensa catalana ya la denominaba como la estafa del siglo. La envergadura de la misma solo era comparable al affaire financiero del hijo del conde Reus. Elemprendedor barcelonés había dejado en concurso de acreedores a 18 bancos y a los socios más pudientes del Club de Polo barcelonés. Su aventura financiera conteníatodos los ingredientes: plusvalías millonarias en compraventa de terrenos, 500 millones en letras de cambio vacías de contenido que botaban de banco en banco,intereses del 30% para sostener la estafa piramidal en pagarés colocados a familiares y amigos de la alta aristocracia catalana y la consiguiente fuga para poner las cosasen orden. Según había declarado a su familia desde el extranjero se tenía una mejor perspectiva del tsunami financiero que habían provocado sus generosas inversiones.La caída del mercado inmobiliario le había pillado con el paso cambiado y la tasación de los terrenos baldíos no cubría ni el 5% de los compromisos adquiridos por lasociedad del hijo del conde.

―El Pituca tampoco se queda atrás ―contestó sonriendo Martel―, ese tipo pensaba financiar su participación en el negocio de las letras con los lingotes deoro acuñados en el Banco del Criadero de Conejos. ―Creo que deberían volver a hablar con ese tipo ―el marqués volvió a tomar la palabra―. Si hay alguien que pueda llevarnos hasta esas letras de cambio ―selevantó―, creo que le tienen muy cerca de aquí. Estoy seguro de que estaría dispuesto a buscar un pacto ventajoso para sus intereses… ―¿Qué pasa? ―Martel se fijó en varios compañeros que formaban un corrillo a la puerta de la cafetería. ―Dicen que han secuestrado a un diputado de la UCD ―respondió uno de los inspectores.

Rupérez. El político debía acudir a la cumbre de partidos centristas iberoamericanos, que se celebraba en un hotel madrileño. Después de esperarle durantevarios horas y de tratar infructuosamente de localizarle se había confirmado la funesta noticia. Un caso extraño. Fundador de Cuadernos para el Diálogo y miembro deIzquierda Democrática, cuando esa militancia era clandestina y penalmente perseguible, había contrapesado muchas veces la orientación conservadora de la diplomaciadel Gobierno con iniciativas tan notables como los contactos iniciales con el Frente Polisario y la cumbre de organizaciones políticas iberoamericanas. Sin embargo,había un dato mucho más importante, Rupérez no contaba con protección ni con escoltas.

―Se van a montar controles por toda la ciudad ―añadió otro de los inspectores―. Todos los agentes que estén disponibles que suban a recibirinstrucciones…

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X

―¿Y ahora qué hacemos? ―Esperar a que venga ―contestó Pertierra mientras miraba repetidamente el reloj. ―La reserva está hecha a su nombre. No creo que nos la haya jugado, ¿no? ―insistió Ferrándiz. ―Quién sabe ―contestó Martel―, con tantos negocios que atender quizás se haya olvidado de nosotros. ―Me parece que no ―Pertierra señaló a un taxi que acababa de estacionar frente a la puerta de la entrada del hotel.

El Ritz, un lujoso hotel propiedad de la famosa cadena internacional construido a principios de siglo por expreso deseo del monarca, era un lugar de encuentropara grandes celebraciones y mejores negocios. La aristocracia compartía sus estancias con el Palace, el otro gran hotel de la ciudad situado frente al Congreso de losDiputados.

―Perdón, un pequeño contratiempo de última hora ―el marqués invitó a los inspectores a entrar en el hall del hotel tras pagar al taxista―, a veces esimposible delegarlo todo. ―¿Algo grave? ―Pertierra se mostró preocupado. ―No ―el marqués se dirigió directamente al restaurante del hotel―, pero hay empleados que no entenderán nunca lo que significa ocupar un puesto querequiere especial dedicación y confianza. ―¿Cómo? ―No se preocupe ―el marqués contestó al inspector mientras, con la mano, hacía una seña a uno de los camareros indicándole una de las mesas del fondo delrestaurante―, a veces es bueno renovar al personal. ―Ya veo que aquí le tratan muy bien ―Martel sonrió al ver que en la mesa reservada por el aristócrata había preparada una botella de champán en una cubiterallena de hielos. ―Espere a probar las ensaladas ―el marqués cogió una de las cartas mientras los inspectores se sentaban―, son una de las especialidades de la casa.

La estrecha relación del marqués con el gran hotel venía de largo. En sus salones había celebrado el coctel de su boda el último fin de semana de Enero del ´70. Ala celebración asistieron, además de numerosos nobles de las principales casas españolas, varios embajadores hispanoamericanos por parte de su nueva familia política.La cumbre aristocrático/diplomática que había reunido a personalidades de ambos lados del charco había sido ampliamente comentada en los ecos de sociedad. El enlacede un aristócrata de rancio abolengo y de la hija de un diplomático venezolano había sido bendecido por todos. La unión consolidaba las relaciones entre dos paíseshermanos. Las felicitaciones se acumulaban en la mesa de los desposados. Se agotaban los adjetivos mientras las dos familias brindaban por el acuerdo matrimonial. Lascosas no podían ir mejor.

―Los postres tampoco están nada mal ―el aristócrata dejó la carta para abrir un periódico que llevaba guardado en el abrigo mientras uno de los camarerosdescorchaba la botella de champán tras dejar unos canapés sobre la mesa.

POR INSPECTORES DE LA BRIGADA JUDICIAL DE MADRID DETENIDO EL CEREBRO DE LA ESTAFA DEL CREDIT SUISSE

Almansa estaba a punto de realizar, en unión de su hijo, también capturado, otra operación fraudulenta por valor de sesenta millones de pesetas. Además habíacomprado cuarenta y cinco kilos de oro procedente de joyas robadas, pagándolo a la quinta parte de su precio oficial

―Creo que todos estaremos de acuerdo que un Rioja es un valor seguro, ¿no les parece? ―señaló el marqués mientras buscaba la página de sucesos del

diario. ―Lo que usted diga ―los inspectores observaban como el anfitrión se movía en el restaurante del hotel como un pez en el agua. ―El que paga, manda ―añadió Martel. ―No se preocupe inspector ―el aristócrata hizo una seña al camarero―, la próxima vez seguro que son ustedes o sus jefes los que estarán encantados deinvitar. No todos los días se cogen peces tan gordos.

La operación policial desatada tras el asalto al taller joyero del barrio de Salamanca se había cerrado con la detención de todos los personajes principales de laobra. El inesperado segundo acto protagonizado por Almansa, colaborador habitual del Pituca, también había tenido un final feliz. Los responsables de la estafa delCredit Suisse no habían sabido retirarse a tiempo. Tras colocar las cuatro primeras letras al Crédito Corporativo barcelonés por valor de doscientos millones de pesetasAlmansa había seguido dándole a la máquina. Otras tres letras de 50 millones (cada una) habían sido endosadas a un industrial zaragozano a cambio de varias fincasrústicas parceladas en el Mirador de Sitges y la capital zaragozana, dinero en efectivo y un BMW para redondear la brillante operación. En total, el valor de los activoscedidos por el empresario zaragozano superaba los ciento cincuenta millones menos los intereses bancarias. La sopa de letras terminó por desatar las sospechas de lossuizos que se pusieron en contacto con los propietarios de los originales quedando al descubierto la operación. La policía catalana, en un primer momento, llegó adetener al industrial maño creyendo que era el falsificador de las letras. El sumun de la estafa perfecta, cargar la responsabilidad a uno de los afectados de la misma. ―”(…) Almansa estaba a punto de realizar, en unión de su hijo, también capturado, otra operación fraudulenta por valor de sesenta millones de pesetas ―elmarqués comenzó a leer uno de los párrafos de la noticia que acaparaba todas las páginas de sucesos de la prensa―. Inspectores de la Brigada Judicial Madrileña hanlogrado abortar (…)”. ―Usted sabe que eso solo le preocupa a los jefes ―replicó Martel antes de que siguiese leyendo―. Se pasan todo el día más pendientes de lo que dice la radioo los periódicos que de escuchar a sus propios inspectores. Con la llegada de la democracia tienen miedo a que les muevan la silla en la próxima reestructuración ynecesitan de continuos éxitos policiales con los que dar de comer a los políticos que les avalan. ―Ya, pero seguro que habrá incentivos, ¿no? ―replicó el marqués. ―Bueno, no todos los días resuelve la estafa del siglo ―respondió Pertierra―. Al menos de lo que llevamos de siglo, porque no creo ese Almansa vaya a estarmás de seis meses en el trullo. ―Es lo que tienen los ladrones de guante blanco ―el marqués levantó la copa de champán para realizar un brindis―. Si no hay violencia, no hay pena.

Los datos eran irrefutables. Almansa sólo había tardado tres meses antes de ejecutar su última estafa desde su última visita relámpago a la cárcel en Mayo del´78 en compañía del Pituca. No era la primera vez que visitaba un centro de cumplimiento. A pesar de los más de cien millones estafados al Banco Exterior de España yotras entidades en Madrid y Valencia, los dos piruleros volvían a ver la calle a comienzos del año siguiente con las manos libres para seguir poniendo en jaque laseguridad del sistema financiero. Almansa ni se inmutó cuando le volvieron a detener. Los inspectores del grupo IX de la brigada judicial madrileña le abordaron cuandose dirigía a una oficina bancaria para depositar dos letras con papel timbrado por valor de cinco millones como garantía en prenda de la adquisición de una finca. Suúltimo plan consistía, como se jactó en detallar en las dependencias de la Puerta del Sol, en adquirir una finca en la localidad sevillana de Carmona mediante el descuentode las correspondientes letras (sin fondos) y las escrituras de la propia finca. Un negocio redondo para el banco dados los tipos de interés leoninos que se cobraban por

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el descuento de las letras. La detención tuvo su punto tragicómico. A Almansa le sacaron, a punta de pistola, de un Chrysler 150 en el que viajaba con su mujer. Un militar, que pasabapor allí, estuvo a punto de disparar contra los agentes (no uniformados) al creer que se trataba de un nuevo intento de secuestro de la ETA. El rapto de Rupérez, eldiputado de UCD, todavía estaba caliente. El hijo del matrimonio Almansa, siguiendo la tradición familiar, había caído previamente con más papel pelota avalado por su propio padre en otra arguciabancaria tras suplantar la identidad del verdadero propietario de las letras. Otros doce millones divididos en cinco letras para añadir a la cuenta total. Junto a todos ellos,también había caído su socio germano. Günter trató de emular la misma operación (aunque a pequeña escala) en un banco madrileño que ya estaba sobre aviso tras laúltima circular interna emitida por el Banco de España. El socio alemán de Almansa & Pituca fue retenido en el despacho del director del banco hasta la llegada de losinspectores cuando pretendía entregar diez letras para avalar la compra de un chalet. El montante total de la estafa del Credit Suisse no se podría determinar hasta mesesdespués, en Abril del año siguiente, cuando llegase el vencimiento de todas las letras que podían estar en circulación. Las autoridades bancarias desconocían el grado deinsolvencia de las letras y pagarés que ya se habían endosado. Las primeras estimaciones del regulador bancario rondaban los 900 millones de pesetas. La circular internadel Banco de España, aunque había servido para detener a toda la banda de falsificadores, llegó demasiado tarde.

―Quiero darle las gracias. Primero por la cena ―Pertierra también alzó la copa para brindar mientras todos se reían al compás de la última gracia delaristócrata―, y segundo por la brillante ayuda que nos ha prestado estos meses. Sin usted no hubiese sido posible detener a esos delincuentes. ―Sólo cumplo con mi deber de ciudadano. Parece que últimamente a la gente se le ha olvidado el valor de la colaboración ciudadana. Me imagino ―continuo elmarqués con el ambiente festivo que dominaba la celebración―, que les gustara la caza. Dentro de poco se abre la veda y me gustaría invitarles a mi finca.

El marqués había heredado junto a sus hermanos una extensa finca en la provincia de Córdoba. Campo Alto era un lugar ideal para monterías en las que sepodían desatascar tratos y terminar de convencer a futuros clientes de las bondades del negocio del recobro. Los asistentes respondieron afirmativamente a la invitación.Las ensaladas, como les había adelantado, resultaron del gusto de todos los comensales.

―Estaremos encantados ―Pertierra se adelantó a sus compañeros.

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TERCERA PARTE DISPOSITIVO ANTI ATRACOS

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I

―Hay algunos compañeros que las han pegado en las paredes ―Ferrándiz abrió la página numero diecinueve del último ejemplar de un diario que duranteel periodo navideño se había convertido en el favorito de los inspectores de la brigada.

“LOS DELINCUENTES COLOMBIANOS VIENEN A POR EL ORO DE LOS CONQUISTADORES”Los delincuentes colombianos que actúan en Madrid están dispuestos a recuperar “el oro que se trajeron los conquistadores españoles cuando descubrieron en

América”, y así se lo dicen al Grupo XII de la Brigada de Investigación Criminal, en el último capítulo de la serie “La Brigada de Investigación Criminal, a examen”.

La nueva brigada judicial madrileña heredera de la conocida históricamente como la BIC (Brigada de Investigación Criminal) había sido pasada revista grupo porgrupo por un diario de tirada nacional en un serial que durante un par de semanas coincidiendo con el periodo navideño había detallado los entresijos de la nueva policíamadrileña bajo el titular LA BRIGADA DE INVESTIGACION MADRILEÑA, A EXAMEN . El denominador común de las entrevistas realizadas a inspectores yjefes de grupo por Avellaneda había sido la queja continua por la falta de medios materiales y humanos, de colaboración ciudadana, de reconocimiento de su labor porlos políticos de turno, de condiciones económicas y sociales, etc… ―Creo que podemos empezar ―el jefe de la brigada judicial madrileña, tras comprobar la hora en su reloj, se sentó al final de en la alargada mesa repleta deinspectores y comisarios de distritos como los de Usera, los Cármenes o Tetuán.

De cada cinco policías, sólo uno en la calle, era el reivindicativo titular con el que el diario había arrancado el especial tras la primera entrevista (en este caso algrupo primero) realizada por Avellaneda a los agentes de la Brigada Judicial Madrileña. El 80% restante de los funcionarios policiales no pisaba la calle, simplemente sededicaba a tareas burocráticas lejos de los delincuentes. La solución/queja: robarle tiempo al sueño y a la familia en un escenario en el que la delincuencia parecía estarcomiéndose por las patas a la seguridad ciudadana. Gallego, que no era inmune a las críticas (internas y externas), había decidido tomar cartas en el asunto. ―Lo primero que me gustaría es darles las gracias a todos por su presencia. No hace falta que me recuerden la enorme carga de trabajo que tienen en susdistritos. Si no fuese importante ―añadió Gallego al ver algunas de las caras largas que ponían algunos de los presentes―, no les hubiese hecho perder su preciosotiempo.

Gallego estaba considerado por sus superiores como un brillante criminalista que se había ganado el respeto de inspectores y comisarios con los que había a lolargo de su dilatada carrera: 35 años en el cuerpo (ingresó en el Cuerpo Superior de Policía en el ´45), doce años destinado en la comisaria de Buenavista, un año en laBrigada de Espectáculos, veintiuno en la BIC y los últimos cuatro meses como máximo responsable de la comisaria de Leganés. Más de treinta y cinco años de hoja deservicio sobre la que destacaban la medalla de plata al Mérito Policial y la cruz de esta misma Orden con distintivo rojo. Sólo llevaba seis meses en el cargo, lossuficientes para comprobar el deterioro de la seguridad de los ciudadanos

―Aunque ya conocen el motivo de la reunión ―continuó Gallego en un tono solemne mientras Pastor se incorporaba a la reunión―, me gustaría recordarles atodos que llevamos varios meses trabajando estrechamente con el Ministerio del Interior y con la Asociación Española de la Banca con el firme propósito de implantarmedidas que pongan freno a la escalada de atracos que todos estamos sufriendo.

Pastor, el máximo responsable de la jefatura policial madrileña, los había convocado personalmente. Las vacaciones navideñas habían concluido. Pastor era otrode los pesos pesados en las Fuerzas de Seguridad del Estado. Una larga y ejemplar carrera coronada con la detención en un tiempo record, cuando todo el mundopensaba que se irían de rositas, de los pistoleros ultraderechistas responsable de los asesinatos del despacho de abogados laboralistas de la calle de Atocha. Aquellasdetenciones dirigidas por Pastor supusieron una prueba de fuego superada in extremis por el Gobierno de Suárez cuando algunos ya vaticinaban el abrupto final delproceso democrático iniciado sólo un par de años antes.

―Además de anunciarles la implantación de nuevas circulares de obligado cumplimiento para los empleados de las sucursales de los bancos ―Gallego entregóa uno de los inspectores una carpeta para que fuese repartiendo las hojas entre los asistentes―, hoy les hemos llamado para darles a conocer la puesta en marcha de unnovedoso sistema anti atracos hasta ahora nunca utilizado en nuestro país.

En la mente de todos los presentes estaba un dato que comenzaba a adquirir tintes dramáticos: Todos los días eran atracadas entre dos y tres oficinas de bancosy cajas. La presencia de vigilantes de seguridad o incluso de parejas de la Guardias Civil con el cetme colgado del hombro no lograba disuadir al cada vez mayor númerode bandas de atracadores que se lanzaban al asalto de un suculento botín rápido y en metálico. Por otro lado, la inversión realizada por los bancos para fortificar lasoficinas a la vanguardia de las últimas novedades puestas en marcha al otro lado del charco por sus homólogos norteamericanos no parecía surtir ningún efecto en losamigos de lo ajeno. Cerraduras de seguridad en todas las puertas, cristales blindados antibala en la ventanilla de caja, submostradores con sistemas de apertura retardada,cajas fuertes protegidas contra ataques químicos, térmicos y mecánicos y los correspondientes cursillos de seguridad para formar a los empleados. Treinta mil millonesde pesetas, según datos ofrecidos por la patronal bancaria, que no parecían haber sido capaces siquiera de frenar la escalada de atracos bancarios que se denunciabandiariamente y que comenzaban a formar parte natural de las notas de prensa que se reproducían en los periódicos de la mañana siguiente. Los detalles ya se obviaban.Telegráficamente. El nombre de la entidad asaltada, la dirección de la oficina y el botín estimado. Se enviaba la relación y a ir confeccionando la del día siguiente.

―Los atracos son nuestro principal problema ―añadió Gallego―, aunque no es un problema exclusivamente nuestro. En Barcelona están bastante peor, se loaseguro, digamos que la ciudad condal podría pasar a llamarse como la capital del atraco bancario. Sin embargo, el problema del aumento de los atracos es un procesoque se está produciendo a escala mundial. Desde hace algún tiempo hemos observado como los atracos han ido sobrepasando a los robos. Antes había como mucho unatraco cada dos o tres días y en cambio durante ese periodo de tiempo se denunciaban varios robos a escaparates o pequeños hurtos. Ahora los papeles se haninvertido. Entre 1978 y 1979, con los datos que disponemos hasta ahora, los atracos han aumentado en un 93,8 por ciento mientras que los robos solo lo han hecho enun 13,98 por ciento. Esto se debe a múltiples factores, aunque sobre todos ellos está el de la delincuencia juvenil y el problema de las drogas. Los atracos bajo elsíndrome son ahora nuestro principal problema. Hemos comprobado que la mayor parte de los atracadores actúan drogados. Eso, además, les hace ser más violentos enel momento de la acción. ―Algunos se creen que la droga les infunde el valor que no tienen ―intervino uno de los comisarios de distrito convocados a la reunión. ―El proceso es una cadena, la pescadilla que se muerde la cola ―se animó otro de los comisarios―. El adicto a la droga necesita dinero, así que se droga paraobtener ese dinero y poder comprar otra dosis y poder sentirse eufórico otra vez. Primero empiezan con atracos en plena calle, asaltos a personas, pero como les esinsuficiente comienzan a atreverse a entidades todavía de menor cuantía, una oficina, un comercio, etc… Unas veces le sale bien y otras veces le sale mal pero vanadquiriendo experiencia para acabar en la tierra ideal, el banco, jauja, el lugar donde está el dinero. ―De eso precisamente se trata ―intervino por primera vez Pastor como si lo tuviese todo ensayado―. En busca de la mejora continua de la seguridad de lasoficinas bancarias se va a implantar un nuevo sistema de alarma homologado internacionalmente que garantizará el aviso inmediato a la sala del 091 a fin de que podamos

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llegar en el menor tiempo posible a detener a los atracadores. Los pulsadores de aviso de atraco se van a colocar adheridos justo debajo de los mostradores de lasventanillas de caja y en algunas de las mesas de atención al público que se encuentran fuera de los bunkers. ―De este modo ―prosiguió la exposición Gallego―, los empleados podrán accionar el botón de alarma de manera discreta sin ser vistos por los atracadores.Todos los avisos se recibirán en la nueva central receptora de alarma que luego les mostraremos. ―¿Se han colocado dispositivos en todas las oficinas? ― el jefe de la comisaría del barrio de la Estrella abrió el turno de preguntas desde el fondo de la mesa. ―Es una prueba piloto. Las primeras sucursales en las que se implantará el nuevo dispositivo anti atracos serán las del Banco de Bilbao. Hemos utilizado unmétodo estadístico para seleccionar las oficinas que más atracos han sufrido en los últimos años y será en ellas en la que se realizarán las pruebas. La mayoría de lasoficinas elegidas están en sus distritos, por eso les hemos llamado. Cuando termine la reunión les harán entrega de la relación de oficinas en las que se dispondrá el nuevosistema anti atracos. ―Además de los pulsadores ―Gallego y Pastor se simultaneaban en las explicaciones―, se va a incorporar un sistema adicional que consistirá en una serie debilletes depositados en las ventanillas de caja y en la propia caja fuerte que harán saltar la alarma en el mismo momento que los atracadores los retiren.

Otro de los artilugios exportado desde América. Una pequeña trampa en la que caerían fácilmente los atracadores. Los billetes, unidos en forma de pinza,liberarían un impulso eléctrico al retirarse del sensor en el que habían sido encajados. El sensor, una vez liberado de los billetes, entraría en funcionamiento enviando unaseñal de alarma a la central. Ingenioso. La cosa tenía su gracia. Los propios atracadores avisando a la policía de que estaban cometiendo un delito.

―Una vez se vayan incorporando otras entidades al nuevo sistema anti atracos ―Pastor mostró una pequeña carpeta con los logos de algunas de las entidadesfinancieras más importantes―, les iremos enviando la relación de oficinas en las que vayan a disponer de los nuevos dispositivos. Necesitaremos, y es ahí donde entranustedes, que tengan sus coches patrullando durante el horario de atención al público de los bancos por las zonas que les hemos marcado en el informe. ―De nada servirá si los empleados del banco siguen sin dar la alarma o si los atracadores no pican con esas pinzas… ―objetó uno de los presentes. ―Es cierto ―respondió Pastor―, pero lo primero que debemos asegurarnos es que todos los mecanismos de seguridad exigibles funcionan y luego yahablaremos de existe dolo o culpa en los empleados por no accionarlos. ―Bueno, a veces no es sencillo poder poner en funcionamiento la alarma cuando se está sometido a una amenaza flagrante ―rompió una lanza otro de lospresentes―, hablar de conducta negligente o cómoda por no tocar la alarma cuando se tiene una pistola delante… ―De todas maneras, todos esos coches que se van a necesitar para cubrir las oficinas… ―se quejó uno de los comisarios más veteranos del Cuerpo. ―Sí, ya sé que sus recursos también son limitados ―intervino de nuevo Gallego cerrando las intervenciones―, pero les aseguro que el nuevo sistema va a serun completo éxito. En todo caso ―dirigió la mirada hacia el grupo de inspectores capitaneado por Ferrándiz―, nosotros pondremos todos nuestros recursos adisposición del nuevo plan. No se van a escatimar medios por nuestra parte. Se lo aseguro.

La alarma por el incremento de las cifras de atracos se había disparado en los últimos meses. La política de multas y advertencias administrativas a los bancosante la falta de seguridad mostrada en sus oficinas no había surtido ningún efecto, salvo el meramente recaudatorio. Las grandes corporaciones bancarias hartas delsaqueo diario que sufrían y del pellizco de las multas recibidas habían decidido fortalecer sus oficinas en todos los sentidos. Por un lado, rematar las medidas deseguridad activa y pasiva llevadas a cabo hasta la fecha implantando cámaras de circuito cerrado para identificar a los atracadores. La prueba irrefutable paraincriminarlos ante del juez y, al menos, mantenerlos alejados una buena temporada de los patios de operaciones de las sucursales. Por otro lado, recurrir las multasimpuestas (importe que había que añadir al importe de lo robado por los atracadores a la hora de formular las cuentas de pérdidas y ganancias del Banco) por losGobernadores Civiles ante el Ministerio del Interior. De todas maneras, el Ministerio (del que dependían jerárquicamente los Gobernadores) desestimaba los recursos dealzada mediante el odioso silencio administrativo. Curioso sistema ante una reclamación: se daba por hecho que la no contestación en el plazo indicado a una petición oa un recurso implicaba la desestimación tácita. Ni siquiera hacía falta aducir motivos para el rechazo. Con no contestar bastaba. La reclamación debía meterse en uncajón y a correr. Para no quedársete cara de tonto. Los bancos, que por algo lo eran, no se rendían ni por esas, por lo que terminaban interponiendo el correspondienterecurso contencioso-administrativo al tribunal correspondiente. Un caso de largo recorrido, según los juristas.

―Los resultados están asegurados ―añadió Pastor mientras repartía personalmente una serie de carpetas entre los presentes con una cierta dosis de euforiahasta el momento no compartida por los responsables de las comisarías que debían aportar sus recursos al nuevo proyecto. ―Todo esto está muy bien ―intervino uno de los comisarios de distrito más veteranos tras recibir la carpeta―, pero de nada sirve detener a un presuntodelincuente si luego el juez lo va a poner en la calle de nuevo. ―El poder judicial está haciendo lo que puede ―terció Gallego―, como nosotros. Lo que puede y más. Lo que no puede hacer el poder judicial es crear leyes.Nosotros detenemos al presunto delincuente y lo ponemos a su disposición. Ellos tienen que aplicar las leyes que existen y punto. No se trata de interpretar, esa no essu labor. ―Pero conceden demasiadas libertades provisionales… ―continuó el debate otro de los comisarios convocados a la reunión. ―Los jueces ponen en libertad a quien deben poner de acuerdo con las leyes ―volvió a contestar Gallego―. Existe mucha demagogia a este respecto, no digoque la sensación pueda ser esa, pero si un juez pone en libertad a alguien es porque no puede ni debe ingresar en prisión de acuerdo con la ley. Ni siquiera estoy deacuerdo en aquellos que dicen que todo esto se debe a un cambio político. Es un problema a escala mundial. En todo caso lo que si puede ocurrir es que necesitemosleyes más duras. Por ejemplo, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Será una ley dura pero sigue siendo necesaria. ―¿Pero no estaba derogada? ―preguntó uno de los inspectores más jóvenes de la brigada. ―No, no, pero se aplica muy poco ―matizó Gallego―. Es una Ley, que aunque date de los tiempos de la República, tiene todas las garantías procesalesporque el procedimiento es judicial, la aplica un juez, hay que presentar las pruebas…, además no implica necesariamente penas ni supone antecedentes pero estoyconvencido que podría ayudarnos a solucionar determinados problemas de seguridad. ―El problema no está en la seguridad ni en los jueces ―señaló uno de los comisarios. ―Ni en el paro ―añadió otro de los compañeros deFerrándiz. ―La gente que se dedica a pegar atracos no ha cogido una llana en su vida. Una persona con verdaderas necesidades podría cometer un robo, incluso un robocon intimidación pero siempre iría buscando paliar sus necesidades o las de su familia ―el inspector Ferrándiz abrió una revista que acababa de pasarle el compañero―,y nunca se atrevería a cometer un atraco.

LA DELINCUENCIA JUVENIL, IMPARABLE (Blanco y Negro 09-1-1980)

“El robar es un trabajo como otro cualquiera…”. Con esta lapidaria frase comenzaba el especial que la revista Blanco y Negro le dedicaba a uno de losproblemas más graves a los que tenía que enfrentarse la sociedad en general y las fuerzas policiales y los tribunales en particular. La frase la pronunciaba la madre de unchaval de dieciséis años que bajo el sobrenombre del Colega se había hecho tristemente famoso por sus actividades delictivas. “No trae a cuenta trabajar: en un golpe sesaca mucho más dinero”. Otra frase para enmarcar. “Hay muchos modos de ganarse la vida y éste (robar) es uno de ellos; otros lo hacen con corbata y no pasa nada”. Elperiodista se había tenido que conformar con hablar con la madre del artista. El caché exigido (250.000 pesetas contantes y sonantes) por la madre para poderentrevistar al muchacho le había echado para atrás (amén de lo poco deontológico que suponía pagar a un delincuente por exponer sus andanzas). Conclusiones: A lavista está que el problema de la delincuencia juvenil no tiene solución a corto plazo. Ni siquiera con la edad. La mayoría de los canteranos dedicados a los tirones y lospuentes acababan atracando bancos al cumplir la mayoría de edad. Las páginas de sucesos se multiplicaban en los periódicos. La delincuencia juvenil (a partir de los dieciséis años entran en la edad penal) caía dentro de la jurisdicción del Tribunal Tutelar de Menores y los reformatorios.Fugas. Impunidad. Reincidencia. Consumo de drogas. Mezcla explosiva. Status jurídico insuficiente. Circulo vicioso. La opinión pública pedía a gritos: a) reformar las

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leyes penales, b) infligir penas más graves y c) incrementar las facultades, los efectivos y los presupuestos de la policía, jueces y funcionarios. La publicacióndel especial del Blanco y Negro coincidía con el anuncio de la inminente celebración del primer Congreso Nacional sobre «Fenomenología de la delincuencia juvenil»organizado por diferentes instituciones como el Instituto de Estudios de la Policía, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, la Dirección General de laJuventud, el Tribunal Tutelar de Menores y la Dirección de Educación Especial.

―Hemos sido elegidos para formar parte del Congreso organizado por Antón ―Gallego, tras dar por acabada la reunión, se acercó al inspector Ferrándiz. ―A mí no se me da muy bien hablar en público. ―No se trata de dar ninguna conferencia ―le tranquilizó Gallego―. Habrá muchos ponentes pero yo quiero que se escuche la voz de alguien que está al pie dela calle. Todo el mundo se atreve a teorizar sobre la delincuencia pero la mayoría de esos expertos jamás ha empuñado un arma ni por supuesto se ha tenido queenfrentar a nadie que le amenazase con una. El Congreso llegaba en el momento justo. El Fiscal General del Estado, en la memoria elevada al Gobierno con motivo de la apertura de los Tribunales habíadedicado uno de sus apartados más extensos a lo que denominaba como una dramática nube que ensombrece nuestro futuro. Los datos eran escalofriantes: Los delitoscontra la propiedad habían experimentado un aumento con respecto al anterior en un 87,59%. Lo peor de todo es que se destacaba tristemente la participación dejóvenes y menores en la comisión de estos hechos delictivos que destacaban tanto por su número como por su agresividad.

―No se preocupe ―Pastor se sumó a la conversación tras despedir a los asistentes a la reunión de trabajo―, sabemos que lo va a hacer muy bien. Elcomisario Gallego estará en todo momento a su lado.

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II

―La verdad es que creo que no necesitamos ver ninguna película. Basta con salir a la calle para deleitarse con las andanzas de esos chavales ―Ferrándiz sedirigió al comisario Gallego que, tras anudarse la corbata mirando en el espejo retrovisor del interior del coche, se bajó del vehículo. ―Forma parte del sistema de trabajo ―respondió Gallego―. Antón me ha asegurado que lo más importante es la participación y las dinámicas de grupo. Estono va de eso de que el problema se debe al paro o a las drogas o que la culpa es de la sociedad. Según parece, hay países muy ricos que tienen el mismo problema quenosotros. ―Lo malo siempre es lo primero que se pega ―respondió Ferrándiz. ―Tenemos completa libertad para decir lo que opinemos ―continuó Gallego mientras se dirigían a la entrada de un hotel ubicado en el corazón financiera de laciudad―. Por cierto, los Reyes han excusado su presencia. ―Mal empezamos.

Durante cuatro días estaba previsto celebrar en los salones del Meliá Castilla de la calle del Capitán Haya el I Congreso Nacional sobre el Fenómeno de laDelincuencia Juvenil. El primero que se llevaba a cabo en el mundo con la participación directa de las instituciones del Estado. Desde el miércoles 23 hasta el sábado 26.La Obra de Protección de Menores, las Direcciones Generales de Instituciones Penitenciarias, de la Juventud, de la Seguridad del Estado y de Educación Especial eranparte de los organizadores que según el folleto que se había repartido a la prensa debían ser capaces de encontrar soluciones a la inadaptación y la conflictividad de unajuventud que necesitaba ser ayudada y tratada desde todos los campos del saber para no caer en las garras de las delincuencia. El Congreso, para mayor renombre, tenía previsto ser presidido por los propios Reyes de España a los que había sido ofrecida la presidencia de honor .Cercade doscientos especialistas, contando con la participación de profesionales españoles y extranjeros versados en la materia, expondrían durante el evento sus opinioneslibremente a la búsqueda de soluciones para tratar de cortar de raíz el problema de la ola delictiva que sacudía el mundo occidental.

―Problemas de agenda ―respondió Gallego mientras entraban en el hall del Meliá-Castilla. ―Una excusa de manual.

Quién sabe. Lo cierto es que durante lo que llevaban de mes Don Juan Carlos no había parado: Hasta el 4 de enero: vacaciones de invierno en la estación de Baqueira Beret. 5 de enero: celebración de su onomástica en el Palacio de la Zarzuela de Madrid. 6 de enero: visita relámpago a Palma de Mallorca (un par de horas en los que pudo pasar revista a las reparaciones realizadas sobre el yate real Fortuna) paraproseguir viaje hasta Barcelona y reunirse de nuevo, horas después, con su familia en Baqueira Beret. 7 de enero: recepción en audiencia oficial del canciller de la República Federal de Alemania, Helmut Schmidt, en el palacio de la Zarzuela. 8/10 de enero: visita oficial de tres días a las provincias de Jaén y Granada. 15 de enero: recepción, entre otras audiencias, al consejo rector del Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo del Estado; a la junta directiva del Club delos Cien de la Comunicación Social; a la delegación parlamentaria de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, así como a los niños afectados por el accidente deMuñoz (Salamanca). 18 de enero: presidencia del acto de juramento de los nuevos ministros de Cultura, de la Cierva, y adjunto al presidente, Arias-Salgado, respectivamente. 19 de enero: presidencia del funeral por su abuelo, Alfonso XIII, en la basílica del monasterio de El Escorial. 21 de enero: recepción al cuerpo diplomático acreditado en Madrid en el Palacio Real con motivo del nuevo año. 22 de enero: audiencia a una comisión de directores, profesores y alumnos de las aulas de la tercera edad, acompañados por el nuevo ministro de Cultura, asícomo a la comisión española de ayuda al refugiado. 23 de enero: presentación de credenciales por parte de los nuevos embajadores de Argelia, Haití, Turquía e islas Seychelles, en el Palacio de Oriente.

―No seas mal pensado. Todo el mundo tiene mucho interés en que esto salga bien. Quizás hayan sido muy ambiciosos al tratar de buscar el respaldo alCongreso con la presencia del propio rey pero te aseguro que esto puede funcionar.

Los dos funcionarios de la Brigada Judicial madrileña, tras identificarse frente a una pequeña mesa en la que recibieron las correspondientes acreditaciones,hicieron su entrada en el salón principal de reuniones que el lujoso hotel madrileño había puesto a disposición del Congreso. Según el folleto de actividades, lainauguración corría a cargo de Salazar, el Director de la Seguridad del Estado. Más de 200 especialistas llegados de Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña o Portugaltratarían de hallar junto a sus homólogos españoles las soluciones precisas para que desapareciese la actual ola delictiva que según las estadísticas no sólo afectaba anuestro país sino a todo el mundo occidental.

―Mira, ahí está Antón.

El promotor del Congreso llevaba meses trabajando duramente para organizar un acto de ese nivel. Los hilos que había tenido que mover para convocar a talpléyade de autoridades en la materia eran incalculables. Traductores, secretarías, agencias de viaje, el trabajo de reprografía (kilos y kilos de papel con las ponencias ylos sesudos datos estadísticos que debían ser estudiados por los ponentes)… Su despacho había estado echando humo durante los meses previos al anuncio de laconvocatoria del Congreso. Las carreras de última hora, los imprevistos, todo parecía haberse solucionado, como casi siempre, en el último momento. Antón no eraningún desconocido. Su currículo también le había ayudado a convencer a los numerosos especialistas que formarían parte del Congreso: desde su primera etapa comodocente de instituto en su Ceuta natal había llegado a formar al propio príncipe Felipe, el sucesor del rey. Filósofo, doctor cum laude en Psicología, historiador yComisario del Cuerpo Superior de Policía. Lo más parecido a un hombre del Renacimiento. Su empeño personal le había permitido organizar todo aquello además decompatibilizar sus estudios sobre el terreno de la delincuencia para los cuales había estado conviviendo con un grupo de cresteros (delincuentes juveniles) de unalocalidad del sur madrileño a los que había conocido tras su paso por el Centro de Tratamiento de Difíciles de Carabanchel.

―Mientras no unifiquemos criterios ―un grupo de periodistas rodeaba al promotor del Congreso mientras iban llegando los primeros invitados a lainauguración―, no podremos pensar en acabar con la ola de delincuencia juvenil que azota a nuestra sociedad. El principal problema con que nos encontramos a la horade acabar con la delincuencia juvenil es que desde que apareció el fenómeno ha sido estudiado por todo tipo de gente, sociólogos, psicólogos, criminólogos, etcétera,etcétera, etcétera, pero siempre desde un punto de vista particular. Los especialistas deben ponerse de acuerdo, primero, en las causas y luego en las soluciones. ―¿Con que grado de optimismo ve el resultado del Congreso? ―la pregunta fue lanzada por Avellaneda mientras miraba de reojo a los dos miembros de labrigada judicial madrileña. ―Hasta ahora hay una gran cantidad de estudios parciales que en ningún momento han ofrecido una visión global del problema ―Antón siguió respondiendo alos periodistas mientras iba recibiendo a los primeros congresistas que llegaban hasta la sede―. Ese es nuestro reto. ―¿Qué opina sobre la elaboración de leyes como la del Divorcio o la Reforma del Código Civil que de alguna forma pueden ayudar a acabar con el problema?―continuó otro de los compañeros de la prensa.

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―Lo importante es que el Congreso se va a celebrar en un momento en el que la delincuencia es todavía un fenómeno naciente en España ―Antón se salió porla tangente―, con cifras que, aunque ya podrían ser calificadas de alarmantes, todavía nos permiten atisbar esperanzas de ayudar al joven marginado para que no se veainmerso en ella. ―¿Cómo calificaría la experiencia que va a ser llevada a cabo en el nuevo centro de menores de Carabanchel?

El centro, ubicado junto al reformatorio y la comisaría del distrito, debía servir para alojar a los considerados como cabecillas de las principales bandas queoperaban en la ciudad. Había que separarlos del resto. Los líderes de la manada. Eliminando a la cabeza caía toda la banda. Antón era el encargado de coordinar uninnovador tratamiento pedagógico de rehabilitación social para los que eran desahuciados del resto de centros de menores que no habían podido hacerse con ellos. Apesar del novedoso método pedagógico, tampoco se hacían líos; el centro estaría equipado con cristales blindados, barrotes de hierro en las ventanas y cerraduras entodas las puertas. La primera fase tenía que quedar clara: este no era un reformatorio del que se pudiesen escapar. La segunda fase también era bastante novedosa: elcódigo de comportamiento estaría elaborado (bajo supervisión) por los propios chavales allí internos. Los siguientes en entrar lo tirarían a la papelera en cuanto llegasen,después terminarían acatándolo y hasta defendiéndolo ante los nuevos fichajes. Un código de conducta del que se sintiesen orgullosos solo por el mero hecho de haberparticipado en su confección. La tercera fase, la de reeducación, era la más complicada: sustitución de valores erróneos y distinción de lo que se puede hacer o no dentrode un comportamiento social. La cuarta, el broche perfecto, la readaptación buscándoles una salida laboral que pudiese justificarles cuando volviesen a oír los cantos desirena de los colegas al volver al barrio.

―Sumamente positiva. Los educadores (dos funcionarios de servicio permanente, una asistenta social, un psicólogo, un psiquiatra) compartirán la vida diariacon todos los chavales que estoy seguro acabaran agradeciendo un lugar en el que se les trate como personas y se les razone en vez de que se les ordene. ―Pero, no tiene miedo que se produzcan las mismas fugas que en el resto de centros de menores ―insistió Avellaneda. ―Ninguno de los educadores llevará armas y se les enseñará a manejarse sin violencia. Estoy convencido que los propios chavales acabaran agradeciéndolo. ―¿Cree que el principal responsable de la delincuencia juvenil es la propia sociedad? ―Los chavales solo son un reflejo de dicha sociedad y de los mayores que la componen. No es que diga que no tienen ninguna responsabilidad pero en su justamedida, sin duda. Los referentes, los ejemplos que siguen, son siempre los mayores de edad que les rodean.

La inauguración del Congreso había coincidido casualmente con la noticia de la detención de un hombre que vendía hachís a niños cerca de dos centros deenseñanza infantil en las inmediaciones de la calle Toledo. El tipo, al que se le intervinieron once barras de hachís envueltas en papel de plata, llevaba varios días bajovigilancia tras haber sido visto merodeando los colegios de la zona. Le pillaron con las manos en la masa. Cuando le detuvieron, con cierto disimulo, estaba llevando acabo una venta a unos chavales que acababan de salir del colegio. Lo mejor fue la excusa, “fueron los chavales los que se acercaron hasta mí para pedirme un librillo depapel y un mechero”. Él lo único que había hecho es cubrir una demanda ya existente.

―¿Cree que la afición a la heroína influye en los altos niveles de delincuencia entre los chavales? ―continuaron los periodistas con las preguntas a Antónmientras seguían llegando los ponentes. ―Suele surgir en paralelo al abandono del hogar familiar y a la entrada en el mundo de la delincuencia. Los chavales ven que otros chicos que lo hacen lesinvitan y que parece que les sienta bien. Un día prueban tímidamente con la nariz y acaban con el pico. La necesidad económica les hace iniciarse en pequeños hurtos yacaban robando en todas partes. Ni siquiera son capaces de acordarse del número de atracos realizados. La intensidad suele ir en aumento: primero, sólo coches; luego,panaderías o tiendas para acabar en bancos y joyerías. El Centro de menores es el último intento para poder acercarles de nuevo a la vida normal y alejarles de losambientes donde la navaja es la que manda. ―¿Cree que realmente tendrá éxito? ―Creo en el método. Aunque no se lo crea, quizás sea la primera vez que esos chavales sientan que alguien se molesta en explicarles porque unas cosas estánbien y otras están mal. Las ordenes se razonan y no se busca ningún sermón como el que están acostumbrados a recibir.

Salazar hizo su entrada. Antón despidió a los periodistas invitándoles a pasarse a la finalización de la sesión de la mañana. El plato fuerte previsto del día,según la mecánica original con la que iba a desarrollarse el congreso, era el visionado del film Perros Callejeros. De la Loma, el director, era uno de los muchos invitados ala mesa de debate de la Asamblea General donde se aceptarían o rechazarían las conclusiones obtenidas a lo largo de los cuatro días de reuniones.

―La rapidez con que en nuestro país se han producido los cambios sociales ―Salazar, una vez que Antón logró que todos los invitados se sentasen, comenzóel discurso de inauguración―, hace que este fenómeno que hoy nos preocupa se haga visible de una forma muy nítida. No obstante, la consolidación de estastransformaciones y de la nueva sociedad española contribuirá de forma decisiva a la rectificación de estas conductas juveniles. Necesitamos tiempo para corregir lasituación aunque no por eso debemos quedarnos quietos. La organización de este Congreso es precisamente una de las medidas que consideraremos absolutamentenecesaria para poder actuar de la mejor forma posible. ―A continuación y para que se les haga más ameno ―Salazar dio la palabra a Antón tras recibir una serie de aplausos―, comenzaremos con el visionado deun film que parece retratar fielmente lo que está hoy día en nuestras calles.

Antón, secretario general del Congreso y director el Instituto de Estudios de la Policía, se había encargado de facilitar a todos los invitados las cifras con las queiban a comenzar los trabajos de los congresistas. En sólo cinco años (1974-1978) los delitos cometidos por los jóvenes delincuentes habían pasado de incrementos del 1por ciento hasta el veinte experimentado en el último año. Las proyecciones para este año alcanzaban los 250.000 casos. La institucionalización de las pandillas y lasbandas habían sustituido a los delincuentes solitarios que ahora preferían arroparse alrededor de nuevos líderes callejeros que se caracterizaban por su arrojo y por supoco miedo a la muerte.

―¿De verdad es necesario ver una película? ―Ferrándiz y Gallego se acomodaron para el visionado de la película tras el breve discurso realizado por Salazar. ―Eso parece ―respondió en voz baja Gallego mientras se apagaban las luces de la sala.

“TODO LO QUE SE CUENTA EN ESTA PELÍCULA SUCEDIÓ EN LA REALIDAD. EL AUTOR SE HA LIMITADO A HILVANAR LOS HECHOS HASTACONSTRUIR LA HISTORIA. ALGUNOS DE SUS PROTAGONISTAS TAMBIÉN FUERON LOS AUTORES DE LOS HECHOS QUE SE REPRESENTAN, HABLAN

SU PROPIA JERGA Y EN SUS PROPIAS VOCES. ERA EL ÚNICO MODO DE HACER POSIBLE ESTA PELÍCULA.”

Las primeras imágenes, las que cualquier turista podría encontrarse al visitar una gran ciudad como Barcelona, la Sagrada Familia, sus anchas avenidas, susedificios señoriales… Como si de un documental se tratase, tras el recorrido turístico, una voz en off daba paso a unas infraviviendas del extrarradio de la ciudad en elque habitan una serie de jóvenes en un ambiente apocalíptico: (…) miles de coches robados y estrellados, asaltos a tiendas, robos de armas, atracos a parkings, gasolineras, incluso a bancos,… Una escaladaimpresionante que ha producido un triste balance: el Pacorro, catorce años, muerto al ser sorprendido robando un coche. El Loquillo, trece años, muerto de un tirodurante una fuga por coche robado. Pepe el Majara, quince años, muerto al asaltar un parking. El Maito, quince años, muerto al estrellarse el coche robado queconducía su hermano (…). El problema existe, está ahí y no podemos volverle la espalda. (…) Un crecimiento acelerado y sin control de nuestras ciudades, una

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sociedad lanzada por la pendiente de la vida fácil, del lujo y del exhibicionismo”.

La Sociología Criminal defendía que en los delitos existían toda una serie de factores aunque era evidente que la creciente delincuencia juvenil venía avalada porla depresión económica, la baja clase social, el paro o la marginación social a los que debía sumarse que en la mayoría de los casos los chavales carecían de las mínimashabilidades sociales de interacción para comportarse en ambientes no delictivos. Ciudades como Madrid o Barcelona que habían sufrido una importante concentraciónde población como consecuencia del paso de una sociedad eminentemente rural a una industrial, habían atraído no sólo un crecimiento descontrolado sino la aparicióntambién de numerosos suburbios de inmigrantes convertidos en guettos que contraponían su entramado cultural frente a una cultura ciudadana mucho más desarrollada.Barrios sin urbanizar en los que las condiciones de convivencia se hacen casi imposible, donde no se responde a las necesidades de la juventud, ni se la educa, ni se lapermite un ocio que les satisfaga ni se le encuentra una salida laboral que desemboca en una conflictividad y en una falta de integración que son el caldo de cultivo de losnuevos focos de delincuencia. Una vez expresada la teoría, la práctica. La primera escena, de manual. Dos chavales, comandados por el principal protagonista, el Torete, se hacen con unaloca (un Seat 124) tras romper de una patada la ventanilla del conductor. Segunda lección: forzar el volante hasta desbloquearlo y hacer el puente de los cables dearranque. Tercera lección: tirón de bolso tras elegir a la primera presa. Cuarta lección: conducción deportiva siempre necesaria para poder darse a la fuga de la madera ode algún espontáneo defensor de la ley. Quinta lección: nuevo tirón de bolso (está vez en la modalidad de coche en marcha asomándose por una de las ventanillas). Sextalección: encuentro con la Guardia Civil. Colección de derrapes hasta despistarlos y encontrar un lugar seguro junto a unas vías para repartir el botín, 12 sacos (12billetes de mil) y pasta americana (dólares). Séptima lección: encuentro con un camuflado de la brigada anti atracos. Lección de tiro y persecución a toda velocidad porcarreteras secundarias y caminos polvorientos que termina con un trompo que consigue hacer encallar a la policía mientras el Torete y sus colegas se escapandefinitivamente ante la impotencia de la policía. El éxito de la película, ambientada en un barrio obrero de la ciudad condal, había generado una segunda parte (PerrosCallejeros II) y una tercera, que todavía se encontraba en fase de realización, bajo el nombre de Los últimos golpes del Torete.

―Mira ―Ferrándiz le dio con el codo a Gallego cuando se llevaban unos treinta minutos transcurridos de la proyección y uno de los ponentes se puso en piey comenzó a mirar hacia los lados de la sala con intención de buscar la salida ―, uno que ya se ha debido de cansar de la película. ―Tampoco es para tanto ―respondió en voz baja Gallego segundos antes de que el hombre que buscaba la salida cayese al suelo a plomo golpeándose,además, contra una silla. ―¡Ayuda! ¡Un médico! ―uno de los congresistas que se encontraba cercano al golpe dio la voz de alarma.

El hombre comenzó a convulsionar. Todo su cuerpo parecía moverse con sacudidas ininterrumpidas. Los congresistas se levantaron mientras alguien encendíala luz de la sala. Los más cercanos trataron de levantar al hombre que se sacudía en el suelo.

―¡No, no ―gritó un hombre que parecía saber que hacer―, primero hay que protegerle la cabeza! ―Sujétensela ―el hombre se quitó la chaqueta y se la colocó a modo de almohada tras doblarla convenientemente―. De lado, vamos a ponerle de lado.

Un ataque epiléptico.

―Siempre de costado para evitar que la saliva pueda obstruir las vías respiratorias ―continuó el hombre con la clase práctica en la que se había convertido losprimeros auxilios practicados a uno de los congresistas que parecía no haber digerido bien el lenguaje explícito de la película de De la Loma―. Sólo es cuestión desegundos. ―Ya está ―señaló al ver como el congresista parecía volver en sí―. Vamos a ponerle en una silla. Échenme una mano.

El hombre fue colocado con sumo cuidado en una de las sillas mientras los congresistas parecían, a su vez, digerir el susto. La proyección de la película habíadespertado fuertes controversias durante su exhibición en las pantallas comerciales. De la Loma sabía que no podía ser de otra forma. El film hacia recaer laresponsabilidad de la delincuencia juvenil sobre la propia sociedad. Algunas instituciones se verían especialmente molestas con ciertas escenas. La cara b de latransición. Una realidad cotidiana. Una sociedad que parecía encogerse de hombros ante un problema para el que las instituciones parecían totalmente anticuadas einsuficientes.

―¿No cree que deberíamos llevarle a un hospital? ―se alzó la voz de uno de los congresistas mientras el hombre que había sufrido el ataque epiléptico parecíareaccionar. ―¿Está mejor? ―el ponente que había controlado la situación se dirigió hacia el hombre que comenzaba a restablecerse. ―Sí. Mucho mejor. No es la primera vez. ―Está bien. Ahora avisaremos al servicio del hotel para que le lleven al hospital.

El hombre salió de la sala acompañado por un chofer del hotel y el propio Antón mientras las luces se volvían a apagar para continuar con la proyección apesar de las protestas, en voz baja, lanzadas por alguno de los congresistas descontento con la proyección del film. Segundos después continuaba la película, unamotocicleta de la policía perseguía un 124 conducido por un trio de quinquis a toda velocidad mientras uno de ellos con una pipa trataba de acertar al motorista asomadodesde una de las ventanillas de la loca. “Que vida más arrastrada llevan los monos”, exclamó con falsa pena uno de los quinquis al ver como el motorista perdía el controlde la motocicleta a la altura de Montjuic y caía al suelo. El agente fallecía por el impacto de una bala poco después mientras los quinquilleros se repartían el botín trasponerse a salvo. La cosa se ponía fea. La muerte de uno de los nuestros. Todas las fuerzas de seguridad se pondrían en marcha para cazar al culpable…

―Como bien dice la película, nadie debe sentirse aludido por lo que se relata en la ella pero todos estamos implicados en el problema y en el fondo todossomos culpables ―De la Loma, el director del film, micrófono en mano, comenzó el debate una vez finalizado el pase―, y a todos nos toca a hacer algo por remediarlo.Con la justicia pero también con la caridad y con las posibilidades de la redención de esos muchachos que hemos visto fielmente reflejados en la película. El chabolismo,el hacinamiento, el paro, la marginación social y racial, la falta de escolaridad, orfandad, abandono, ambientes nocivos, agresivos e insalubres son factores que influyenen la inadaptación social de estos jóvenes.

De la Loma estaba considerado por la crítica como un cineasta de acción. El film estaba repleto de carreras, persecuciones y tiros por todos los lados. Sinembargo, el tema tratado era toda una novedad. La inspiración de las calles y un buen olfato para encontrar una historia que enganchase al espectador le había supuestoun espectacular golpe en las salas de proyección y las consiguiente pegas procedentes de la crítica especializada: oportunista, efectista, superficial, lleno de tópicos ycarente de verosimilitud en su moralismo en el caso de que la historia que contase De La Loma tuviese tal fin. El éxito en la taquilla se castiga así. Imposible contentar atodo el mundo. De todas maneras, muchos compañeros (y reputados) de profesión se habían subido al carro comandado por De la Loma. Por algo sería.

―A lo largo de las conversaciones que he mantenido con delincuentes juveniles para poder realizar la película ―prosiguió De la Loma―, he apreciado laimportancia que han adquirido los líderes de las pandillas, convertidos en muchas ocasiones en héroes para el resto de la juventud. Si hay que tratar a alguien en loscentros rehabilitadores es a estos líderes de la manada, pues de lo contrario no se detendrá la proliferación que venimos observando en este tipo de delitos. Para ello, loprimero que hace falta es una reforma integral del Sistema de Protección de Menores. Los reformatorios no tienen ni maestros, ni psicólogos, ni psiquiatras aptos para

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tratar a tales muchachos. El tipo de terapia que se lleva a cabo en estos centros es mala, muy mala… ―De la Loma hizo una pequeña pausa al escuchar murmullos quellegaban desde el fondo de la sala―, el sistema judicial utiliza los reformatorios como alternativas a la cárcel simplemente para mantener recluidos a estos jóvenes y queno puedan cometer delitos mientras están dentro pero la realidad es que en cuento el muchacho sale a la calle y vuelve a encontrarse sin alicientes, sin nada que le hagaacatar las normas establecidas por la sociedad…

El Congreso organizado por Antón había tratado de huir de los sistemas tradicionales de conferencias de santones que echaban la charla a una audiencia que selimitaba a preguntar una vez finalizada la clase maestra. La mecánica del Congreso estaba basada en dos tipos de sesiones. La primera (rampa) debía servir para realizaruna primera ordenación del material a debatir. Una vez pasada esta fase, comenzaba la segunda (rolde) a modo de coloquios cuyas conclusiones una vez elaboradasdebían ser aceptadas o rechazadas por la Asamblea General de los Congresistas. Antón había querido romper el posible tedio en el que podían caer las discusionesmediante la emisión de una película cuya crudeza había causado una gran polémica que como casi siempre solo había servido para alimentar el posterior éxito en lataquilla.

―No basta con reeducarlos ―intervino el inspector Ferrándiz―. La sociedad también debe defenderse de los delincuentes. Cuando no quieren serrehabilitados hay que adoptar medidas para que, al menos, no sigan actuando contra sus conciudadanos. ―Desde luego ―respondió De la Loma―, pero eso tampoco les parará. Otra de las conclusiones que he obtenido al tratar con ellos es su poco apego por lavida, propia o ajena. La mayoría de ellos no cree que llegue a los veinte. Intuyen, y los datos también lo demuestran, que su vida puede acabar de forma trágica en pocotiempo, por lo que nunca piensan en el futuro e intentan vivir intensamente el presente. Y está es una de las claves de nuestra situación actual. No hay futuro o almenos, ellos no lo ven. ―Nuestra sociedad vive una crisis de valores ―medió Antón que acababa de regresar a la sala tras asegurarse del buen estado del congresista que se habíadesmayado minutos antes―, eso es innegable. Esta crisis ha favorecido la aparición de una serie de valores totalmente opuestos a la convivencia pacífica. Laagresividad, la desobediencia, la no sujeción a unas normas mínimas de convivencia se están generalizando progresivamente entre los jóvenes. ―Son impulsivos y tienen un gran afán de protagonismo ―reincidió De la Loma―. El fracaso escolar, las familias desestructuradas, la falta de afectividad… Eldelincuente juvenil es una persona con un gran conjunto de deficiencias que trata de suplir con esa vida al margen de la ley. ―No lo dudo. Los datos están ahí. Las detenciones, en el año pasado ―volvió a intervenir Ferrándiz―, se incrementaron en un 21%. Se detuvo a más de diezmil jóvenes menores por consumo o tráfico de drogas. Pese al esfuerzo y mayor eficacia policial demostrada, no se ha logrado impedir el incremento de la delincuenciacomún en nuestro país. Sólo el 44% de los detenidos en 1979 ingresaron en prisión y sólo un 30% permanecía en ella un mes después de ingresar. Hay muchas vocesque se plantean a que tratamiento debe ser sometido el joven que sólo desea verse en libertad para realizar actos delictivos.

Libertad provisional vs Preventiva. Régimen cerrado vs Régimen abierto. Centros institucionales de reeducación frente a cárceles. Rebaja de la edad penal.Perspectiva sociológica o psicológica de la rehabilitación. El análisis de la situación estaba bastante claro. Las disensiones comenzaban a la hora de abordar el problema.Los cuatro días en los que estaba previsto desarrollarse el Congreso se presentaban intensos. No faltaría la polémica. Otra idea para debatir: La cárcel = Universidad dela Delincuencia.

―El creciente aumento de un tipo de delincuencia que ―el comisario Gallego tomó la palabra―, sin ser de extrema gravedad, intranquiliza seriamente a losciudadanos, como son los delitos de robo con violencia e intimidación de las personas, los robos con fuerza en las cosas, las amenazas o coacciones, las lesiones, losrobos y hurtos de vehículos a motor, etc…, especialmente si se cometen por grupos o pandillas, exigen una serie de medidas eficaces para contrarrestar sus efectosnocivos y desmoralizantes. Por otro lado, la frecuencia con que tales delitos se cometen produce la consiguiente alarma social, a la que debe darse una respuestainmediata y adecuada a través de las reformas legislativas que sean necesarias… ―Solamente en Madrid se cometen más de 50 atracos mensuales a entidades bancarias ―Ferrándiz apoyó con datos la intervención de Gallego―, y lo que espeor, va en aumento día a día. Antes los delincuentes entraban armados con pistolas simuladas, pero ahora ya no juegan a buenos y malos… ―hizo una pausa―, ahorallevan las mejores armas que hay en el mercado, unos porque las roban de pisos y otros porque las traen del extranjero. Sea como fuere, como se dice en la calle, la bascase está armando hasta los dientes. ―Nadie sale mejor que entra ―un hombre con la voz ronca y la nariz levemente hundida respondió a las intervenciones previas desde el final de la sala―. Hayque estar dentro para saber lo que es y lo que representa. Yo entré a los diecisiete por algo sin importancia y me pusieron en una galería con auténticos profesionales dela delincuencia. Durante cuatro meses me tuvieron en una celda de cuatro metros de largo por dos de ancho, lo que me creó una situación realmente terrible.

Todos los presentes se giraron. Dum-Dum Pacheco. El tipo que pegaba como si le debiesen dinero. Había salido del cascarón en la banda de los Ojos Negros.Una especie de mafia juvenil. Los dueños de Madrid. Especialmente en las discotecas. Si no hacían lo que queríamos, armábamos tres broncas y a hacer puñetas ladiscoteca,… Pacheco recordaba en su libro de memorias (titulado gráficamente Mear Sangre) aquella época que le mandó al talego por cambiar las cosas de sitio, coches,motos, la montesa, la bultaco,... Entró en el talego con dieciséis con una pena de seis meses pero se tiró tres años por mala conducta.

―Estuve cuatro meses en una celda de castigo ―continuó el boxeador―, dos metros de largo por 1,5 de ancho, en un sótano incomunicado, una mazmorra entoda regla. Sólo había un catecismo y cientos de cucarachas. Aprendí a rezar. Jugaba al triángulo con migas de pan y con las cucarachas. En verano te dejaban un cubo deagua para todo el día. Las chinches caían dentro. Como no había luz, metías el hocico para beber agua y sentías a las chinches en la garganta. Te las tragabas. Eraobligatorio estar de pie. Cuando entraban y me encontraban sentado, se liaban a palos con una porra hasta dejarme sin conocimiento.

El relato dejó estremecido a casi todos los presentes. Pacheco vio la luz al final del túnel en forma de las cuatro cuerdas del ring al salir de Carabanchel yalistarse en el Tercio de la Legión de Ceuta. El puño del Tercio, le llamaban en el cuartel. Un hombre hecho a sí mismo. Una vida de película como la de Rocky Grazianollevada al cine en Marcado por el odio. El apodo de Dum-Dum (en recuerdo a la población hindú cercana a Calcuta donde el ejército inglés creo un famoso proyectil demunición expansiva a finales del siglo pasado) se lo había puesto un periodista en su primera pelea como profesional tras un paso fulgurante como amateur en el quehabía comenzado a practicar la costumbre de retirar a sus contrincantes antes de llegar al recuento de los puntos. Su histórica pelea con otro histórico fajador, Ortiz,había quedado fijada en los anales de la década gloriosa vivida por el boxeo español. Las bolsas por subirse al ring llegaron a superar el millón y medio de pesetas. Dum-Dum era el nombre de las balas estriadas que te penetran y cuando salen te rompen. El hombre que había sabido vencer a su pasado como delincuente. Pacheco siempreganaba por K.O., lo de los puntos era para otros.

―En las cárceles españolas no tenemos el clima adecuado para garantizar la reeducación de los reclusos ni la seguridad de las propias prisiones ―reconoció unresponsable de Instituciones Penitenciarias―. Los presos están hacinados, los centros son viejos e inservibles, los funcionarios no son suficientes y los medioseconómicos de que disponemos no bastan. La acción rehabilitadora no debe desarrollarse desde el punto de vista psicológico, como pretenden algunos, sino desde unaperspectiva sociológica pues es la sociedad la mayor generadora de delincuentes. Sin embargo, examinando fríamente la situación es posible que el problema no tengasolución. ―A pesar de las cifras y de las tesis que puedan apuntar en sentido contrario ―tras unos segundos, Bossard, el secretario general de Interpol, tomó la palabratratando de levantar la visión pesimista presentada por el funcionario de prisiones―, España no es un país donde el incremento de la delincuencia juvenil sea másimportante que en el resto de Europa Occidental. Los problemas que la producen son similares y la Policía Española está equipada prácticamente igual que el resto delas asociadas a Interpol, por lo que nada hace que el fenómeno se presente aquí con más fuerza que en el resto de Europa.

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―Menos mal que en algo convergemos ―Ferrándiz le susurró al oído a Gallego mientras Antón tomaba la palabra para dar por terminada la sesión matutinadel Congreso.

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III

―¿De verdad cree que ha servido para algo? ―Ferrándiz dejo sobre la mesa del comisario Gallego un periódico.

SE PRECISA UNA POLICIA ESPECIALIZADA CONTRA LA DELINCUENCIA JUVENIL

Una de las conclusiones del Congreso que ha estudiado su fenomenología ha sido la de aconsejar que se creen centros cerrados para menores agresivos y reincidentes.A mediodía de ayer, el Ministro del Interior, Ibañez Freire, clausuraba el I Congreso sobre Fenomenología de la Delincuencia Juvenil, que desde el pasado día 23 ha

venido celebrándose en un hotel madrileño. A pesar de tratarse de unas jornadas organizadas por organismos oficiales, en ningún momento ha faltado la crítica, que, enocasiones, ha sido verdaderamente dura.

El Congreso sobre Delincuencia Juvenil organizado por Antón había mostrado bien a las claras las diferencias existentes para tratar el problema de fondo. Laescasa diferencia de votos existente a la hora de aprobar las conclusiones del Congreso había puesto de manifiesto las dos grandes corrientes (conservadora yprogresista) que habían tratado de imponer sus posturas a lo largo de los debates desarrollados durante los cuatro días en los que habían participadofuncionarios decinco instituciones: Dirección de la Seguridad del Estado, Dirección General de Instituciones Penitenciarias, Dirección General de Educación Especial, Dirección Generalde la Juventud y Obra Tutelar de Menores.

―No se enfade ―respondió Gallego tras dejar sobre la mesa del despacho un informe que estaba leyendo en esos momentos―. Sólo buscan un titularsensacionalista. En el Congreso quedó claro que no sólo hace falta especialistas en la policía sino en el resto de ámbitos: psicólogos, pedagogos, internistas, asistentessociales…

Los datos que tenía Gallego encima de su mesa eran irrefutables: durante 1979 se habían producido 1.116 atracos a entidades bancarias en todo el país, casicuatro al día. Un botín total de más mil seiscientos millones de pesetas. Sólo era una parte de un extenso informe cuyos datos no podían siquiera tratar de sermaquillados. La estadística de la violencia: 1.389 personas detenidas por su vinculación a organizaciones terroristas que habían causado un total de 1.045 víctimas. 68comandos de ETA desarticulados. 337 personas detenidas por estar relaciones en mayor o menor grado con el Grapo. El terrorismo de ultraderecha. El denominadoEjército de Liberación Español. Los grupos armados de presos en lucha. Grupos anarquistas. El informe reservaba un apartado a otro problema esencial: La droga. 483 detenidos por tráfico de drogas durante el año 1979. En sólo mes y pico del año encurso llevaban casi 500. Otro dato significativo: El de la reincidencia de los detenidos por narcotráfico. Se había llegado a comprobar que una misma persona había sidodetenida por menudeo más de veinte veces en un solo año. Entraban por una puerta y salían por otra.

―¿Y de sus padres? ¿Pero quién les educa cuando están en su casa? ¿Pero quién les dice desde pequeños lo que está bien y lo que está mal? O sea, ¿elproblema de la delincuencia juvenil es que los policías no tenemos el título de psicosociología? ¿Ese es el verdadero problema? ―No le dé más vueltas, si… ―Se ha recibido un mensaje del servicio de seguridad del Banco de Bilbao ―uno de los funcionarios entró precipitadamente en el despacho del jefe de labrigada interrumpiendo la conversación. ―Déjeme verlo ―contestó Gallego. ―Avisen de inmediato a la comisaría de los Cármenes ―Gallego, tras unos segundos, entregó el papel a Ferrándiz mientras descolgaba el teléfono―. Quieroun k enfrente de esa oficina ya. Es una orden directa, ¿está claro?

Gallego estaba considerado por sus superiores como un tipo minucioso pero con el suficiente olfato para poder tomar decisiones sobre la marcha. Uno de losfuncionarios encargados del servicio del 091 había recibido un canutazo de una de las oficinas incluidas en el proyecto piloto del recién creado dispositivo anti atracos.La presencia de unos merodeadores frente a una oficina del Bilbao en el barrio de Aluche había despertado las sospechas de uno de los empleados que al salir a tomarcafé a un bar cercano se los había cruzado cuando se disponían a entrar en el banco. ―Quizás sólo sea fruto de los nervios ―Ferrándiz se puso de inmediato en contacto con el comisario del distrito en el que estaba ubicada la sucursal delBilbao. ―Ahora mismo pongo un coche en marcha. Hablamos. ―Manda a todos los que tengas disponibles ―insistió Ferrándiz.

El comisario no puso reparos. La orden venía desde arriba. El aviso era el primero que se recibía tras la puesta en marcha del dispositivo anti atracos. Quizásfuese una falsa alarma. Quizás sólo fue un empleado que ya hubiese sufrido varios atracos y todo fuese fruto de la psicosis que se vivía en las oficinas bancarias ante lapresencia de cualquier desconocido que se acerque a su puerta. ―La sucursal no se encuentra dentro de los estándares ―paralelamente a la conversación de Ferrándiz con el responsable de la comisaria de los Cármenes,Gallego contactaba con su inmediato superior. ―No se preocupe ―se escuchó la voz de Pastor al otro lado del hilo telefónico―, yo hubiese hecho lo mismo. ―¡Hay una señal de atraco en el Bilbao de la calle Maqueda!!! ―mientras los mandos policiales conversaban se escuchó gritar a uno de los responsables delcontrol del dispositivo de mensajes de la Dirección General de Seguridad. ―¡Avisa al jefe. Corre! ―todos los funcionarios de la sala del 091 se giraron hacia la señal luminosa.

Cuando Pastor recibió el mensaje uno de los coches radio-patrulla de la comisaría de los Cármenes, siguiendo las instrucciones previas de Ferrándiz, ya seencontraba de camino a la oficina del barrio de Aluche. Las sospechas del empleado no tardaron en confirmarse. Por suerte el segundo mensaje de confirmación de queestaba produciéndose un atraco le llego al Z cuando divisaba la entrada del banco.

―Hay un coche de camino ―uno de los funcionarios del 091 informó a Gallego nada más abrir la puerta de la sala de recepción de avisos. ―Perfecto ―el comisario se sentó en una de las sillas de la sala en la que reinaba una gran expectación. ―Van a enviar refuerzos ―confirmó Ferrándiz tras colgar de nuevo con la comisaria de los Cármenes.

Como había anunciado Pastor en la reunión de responsables de comisarías, desde la implantación del programa anti atracos se había dado máxima prioridad a

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todo lo relativo a la seguridad de las entidades bancarias. Estas ejercían una gran presión sobre las autoridades para que se actuase de forma más decidida a la hora deatajar el creciente número de atracos a sus sucursales. Los treinta mil millones de pesetas invertidos en seguridad por las entidades bancarias exigían resultados ante lasodiosas juntas de accionistas que exigían el desglose de las cuentas de gastos. Cuestión de dividendos.

―Dicen que al menos son tres ―informó uno de los funcionarios que mantenía el contacto con la patrulla parapetada frente a la oficina―. Creen que podríahaber un cuarto vigilando el exterior de la oficina desde algún coche preparado para la fuga. ―¿Todavía están dentro? ―Creemos que sí. ―Dígales que esperen refuerzos ―Gallego cogió una de las líneas internas que comunicaba con la planta noble del edificio policial. El funcionario comunicó la orden al radio patrulla. Fue el último mensaje. Gallego comenzó a mirar su reloj repetidas veces. Los minutos comenzaron a pasarlentamente sin que se percibiese nada. Más de media hora desde la recepción del segundo aviso. Gallego aguardaba impaciente junto al inspector Ferrándiz y el resto deempleados destinados en el 091. ―¿No han vuelto a llamar? ―Pastor, que no había resistido en su despacho, se incorporó a la sala de avisos. ―Desde hace treinta minutos ―confirmó Gallego tras comprobar su reloj.

Una espera interminable. Los encargados del control de mensajes no dejaban de mirar la emisora a la espera de noticias. Los agentes de la comisaría de losCármenes desplazados a la oficina del Bilbao permanecían en silencio. Todos los ojos estaban puestos sobre los teléfonos. De repente sonó una de las líneas internas.

―Ha sido un completo éxito ―Ferrándiz, puesto en pie, se dirigió a todos los presentes en la sala tras contactar con el comisario de los Cármenes―. Hemosdetenido a los cuatro atracadores y el dinero ha sido completamente recuperado. ―Se lo dije ―Pastor, dirigiéndose al comisario Gallego, se levantó de la silla para volver a su despacho a reportar noticias mientras los funcionarios cerrabancon una gran ovación―, esto solo es el principio.

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IV

―No está mal, ¿no, inspector?

―Desde luego ―sonrió Ferrándiz mientras hojeaba la página de sucesos de uno de los diarios de tirada nacional que se encontraban sobre la mesa del despachodel comisario Gallego.

Uno de los cuatro asaltantes a un Banco, que se enfrentaron a tiros a la policía madrileña, resultó heridoCAPTURAN A LOS DELINCUENTES Y RECUPERAN TODO EL BOTIN

Cuatro atracadores, uno de ellos herido, cayeron ayer en manos de la Policía momentos después de que acabaran de perpetrar un asalto a la agencia que el Banco deBilbao posee en la calle de Maqueda, 30, en el madrileño barrio de Aluche.

La prensa destacaba en grandes titulares el grado de coordinación alcanzado entre los servicios de seguridad del banco de Bilbao y el dispositivo anti atracos

recientemente implementado por la policía madrileña en el marco de una ofensiva global para cambiar la tendencia que había llevado a multiplicar por tres los atracos aentidades financieras con respecto al año anterior. Los mil seiscientos millones de pérdidas contabilizados por los bancos y cajas de ahorros incluían otro daño colateral:el precio de las pólizas de seguros de las aseguradoras. El pago de siniestros se había disparado en todos los sectores, especialmente en el ramo de la joyería que cadavez encontraba más dificultades para asegurar sus vitrinas. Tocaba poner pies en pared. Los cuatro detenidos en el Bilbao de la calle Maqueda estaban considerados como cuatro profesionales, nada de aficionados o heroinómanos, pero que habíansido sorprendidos con las manos en la masa por varios vehículos policiales que se habían ido sumando al primer radio patrulla convirtiendo la puerta de la oficinabancaria en un callejón sin salida. En las bolsas que llevaban los delincuentes, además de los dos millones de pesetas requisados al banco, los agentes recuperaron bigotespostizos, pelucas y varias medias de mujer con las que se pertrechaban antes de entrar a trabajar. Tres pistolas, dos revólveres y más de 500 cartuchos para las armas(en un registro domiciliario posterior se encontró, además, cocaína y las llaves de los automóviles robados que usaban para cometer los hechos delictivos) conformabanel arsenal utilizado por los atracadores. Entre los atracos de los que se les acusaba destacaban tres sucursales de la Caja de Ahorros, dos del Central, un Banesto, unLatino y un Banco de Valencia. En las diligencias posteriores se detuvo a otros dos tipos en lo que se suponía que era la desarticulación completa de una bandacompuesta por Garrido (valenciano, de veinte años), Lombardo (madrileño, de la misma edad y considerado como desertor por haber abandonado el regimiento dondeprestaba el servicio militar), Velayos (almeriense, de veintisiete), Zapata (mallorquín, de veintidós, que resultó herido durante la refriega a las puertas del Bilbao) yCantero (de diecisiete).

―Entonces, lo de esas pinzas parece que funciona, ¿no? ―Gallego señaló la imagen de los choros paseándose por el patio de operaciones con varias bolsasbajo el brazo. ―Sí, hasta que se lo aprendan ―respondió escéptico Ferrándiz―. A cada paso que damos ellos dan tres.

Los últimos billetes sacados de la caja fuerte habían disparado el mecanismo de aviso en la central del banco. La cámara de filmación comenzó a grabarautomáticamente sobre el patio de operaciones. Ocho empleados y cinco clientes permanecían tumbados en el suelo con las manos sobre la cabeza cuando losatracadores salieron apresuradamente hacía la calle. Del resto ya se había encargado de ensalzarlo la prensa. Una pequeña herida en una de las piernas de los atracadoresera la única anécdota reseñable de la brillante operación llevada a cabo a las puertas del Bilbao del barrio de Aluche.

―No estaría mal otro titular como este, ¿verdad? ―Ferrándiz cogió otro de los periódicos del día.

EFICACIA DEL SISTEMA ANTI ATRACOS EN MADRID Cuatro atracadores que acababan de robar dos millones de pesetas en un banco del barrio madrileño de Aluche fueron detenidos a la puerta de la sucursal por la policía,

alertada por un sistema electrónico «antiatracos», que ha funcionado con pleno éxito por primera vez.

A pesar del magnífico titular todo había quedado arrinconado en una sola columna ante el luctuoso suceso que ese mismo día había ocurrido en una joyeríade Logroño. Una joven madre de familia, hija de los propietarios de una joyería del barrio viejo, se vio sorprendida por tres individuos enmascarados a la hora del cierre.Otro atraco similar, aunque esta vez sin víctimas mortales, sucedía simultáneamente en la guipuzcoana localidad de Tolosa. Las protestas del gremio de joyeros acercade la falta de vigilancia gubernamental y del deterioro del orden público no se habían hecho esperar. Por no hablar de los de las compañías de seguros que cada vezponían más pegas para no hacerse cargo de los siniestros. La coyuntura, además, no era favorable. Desde comienzos de año existía un absoluto descontrol de los preciosdel oro. La fiebre compradora de los mercados internacionales marcaba records históricos al calor de los desfavorables datos económicos. La ocupación soviética deAfganistán, interesadamente o no, también era señalada como una de las causantes de la tendencia alcista de los precios. Otros factores señalaban a la subida de preciosdel crudo ordenada por el gobierno libio (35 dólares el barril) o el establecimiento de impuestos extraordinarios sobre las operaciones de compra venta de oro por partede la República Federal Alemana. Estancamiento económico e inflación. Estanflación. Una de las peores noticias para la económica. Sea como fuere, los capitales sevolcaban en el preciado metal y muchos temían que no fuesen los únicos que lo hiciesen.

―Pronto, otros bancos nos pedirán sumarse al nuevo sistema ―Gallego dejó el periódico que había traído Ferrándiz sobre la mesa―. Pastor tenía razón. ―Pero eso es imposible con los medios que tenemos a nuestro alcance―añadió Ferrándiz al ver la cara de felicidad del comisario―, quiero decir que ahoramismo es imposible cubrir todos los bancos y cajas que hay en la ciudad. No tenemos los medios suficientes, ni vehículos ni agentes que los conduzcan… ―Esa es una decisión que supera nuestro ámbito ―Gallego recordó las presiones de la patronal bancaria para implantar el nuevo sistema―. Lamentablementesólo se toman algunas decisiones como respuesta a hechos como éste ―señaló el periódico donde se subrayaba la muerte ocurrida en la joyería de Logroño. ―Tengo la impresión que el joyero no va a ser el único sector que nos va a pedir la conexión directa con la central ―asintió Ferrándiz. ―A propósito ―cambió de tercio el comisario Gallego―, hay un periodista interesado en el funcionamiento del nuevo sistema anti atracos. ―¿Un periodista? ¿Quién? ―Creo que es el mismo que hizo un reportaje de la brigada las pasadas Navidades ―Gallego sacó una acreditación de uno de los cajones de su mesa―. Seguroque le conoce. Creo que habló uno por uno con todos los grupos de la brigada.

Avellaneda había sido el encargado de realizar el serial periodístico en el que se pasaba revista a los doce grupos de la nueva Brigada Judicial Madrileña dirigidapor el comisario Gallego. Según los datos oficiales, Madrid y Barcelona acaparaban el 85% de los delitos que se cometían en el país. Gallego ya había solicitadorefuerzos: tres grupos más con los que llegar a los quince. La pelota ya estaba en otro tejado.

―Debe estar esperando en el hall. Entréguele la credencial para que se pueda mover con libertad. ―¿Con libertad? ―Los mandos están muy interesados en la imagen que podamos transmitir en los medios de comunicación. El periódico de Avellaneda se ha tomado muchointerés en el funcionamiento del nuevo sistema anti atracos. Llévele a la sala del 091 para que vea cómo funciona todo. ―Está bien pero… ―¿Cómo? ―Gallego descolgó el teléfono antes de que el inspector Ferrándiz pudiese terminar la frase―. Llamen a la comisaría ahora mismo.

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―¿Qué ha pasado? ―preguntó intrigado Ferrándiz antes de salir del despacho. ―Otro aviso. En Emilio Ferrari.

Una nueva señal parpadeaba en la central de alarmas del 091. Las estadísticas acertaban de nuevo. La oficina del Bilbao de la calle de Emilio Ferrari esquina aVital Aza (barrio de Quintana) estaba en la parte más alta del ranking. Sólo unos días antes, sobre las 13 horas del 29 de enero, tres hombres penetraban en una sucursalpróxima de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, provistos de una escopeta de cañones recortados y un cuchillo amedrentando a los empleadosapoderándose de 575.000 pesetas, con las que se dieron a la fuga. La del Bilbao era una de las favoritas de los atracadores. Incluso, un comando del Grapo (autor devarios atentados mortales), la había llegado a asaltar llevándose dos millones y medio de pesetas. La última vez, en septiembre pasado, tres delincuentes, con acentosudamericano, se hacían con un millón seiscientas mil pesetas aproximadamente más una serie de cheques de viaje. ―Está de suerte ―el inspector Ferrándiz estrechó la mano del periodista que esperaba en el hall de entrada del edificio de la Dirección General de Seguridadobservando el continuó tráfico de personas―. Acabamos de recibir un aviso de un posible atraco. ―¿Ahora mismo? ―Sí. En la sala del 091 podrá ver cómo funciona el nuevo sistema ―respondió Ferrándiz mientras el periodista se apresuraba a recoger un libro de notas sobreel que estaba escribiendo.

La centralita madrileña del 091 recibía alrededor de 400 llamadas diarias (sin tener en cuento los intentos en los que comunicaba, que según los afectados, eran lamayoría). El servicio del 091, también conocido como de Seguridad Ciudadana, estaba cubierto por cuatro emisoras para atender a los coches radio patrullas, losvehículos k (camuflados) y los diversos sectores en los que se encontraba dividida la ciudad. Tras el aviso recibido en la central de comunicaciones y tal y como estabaprevisto en el nuevo protocolo anti atracos, uno de los coches radio-patrulla de la comisaría de Ventas que vigilaba de cerca la zona había salido disparado tratando deabortar el atraco.

―Las llamadas más frecuentes son aquellas que piden ayuda para atender el traslado de enfermos ―Ferrándiz comenzó a desgranar las interioridades delservicio mientras se dirigían a las del 091―, la solicitud de medicamentos, intervenciones en riñas y altercados, en fin… ―Pero, la que han recibido ahora es por el atraco a un banco ―le interrumpió Avellaneda―, ¿verdad? ―Sí, va a poder vivir en vivo y en directo como funciona el nuevo sistema. Parece como si lo hubiesen hecho a propósito. ―¿Cómo? ¿No pensará…? ―No, hombre, no. Sólo era una broma. Esta es la sala ―Ferrándiz abrió la puerta que daba acceso a la centralita policial. ―¿Se sabe algo más? ―preguntó Avellaneda nada más sentarse al final de la sala junto al inspector. ―Aún es pronto ―respondió Ferrándiz―. Justo cuando iba a buscarle se recibía la señal eléctrica de alarma desde el banco afectado. Hay un coche radiopatrulla que estaba por la zona. Esperemos que llegue a tiempo para cogerlos. ―Dicen que el nuevo sistema de alarma implantado en los bancos es muy efectivo. ―Si se refiere a las pinzas, se trata de unos billetes que se colocan en el mostrador de caja a modo de pinza. En el momento que se tira de ellos se activa unmecanismo eléctrico que da la señal de aviso. Probablemente hayan picado como los de ayer. ―Parece que tardan… ―No se preocupe. Es la normal. Las intervenciones policiales no suelen radiarse como los partidos de fútbol. ―Quizás no les haya dado tiempo en llegar o estén procediendo a… ―especuló el periodista mientras los agentes destinados en la sala del 091 no dejaban deobservar la pantalla de avisos cuando sonó el teléfono de uno de ellos.

Ferrándiz y el periodista se quedaron callados mirando al agente que atendía la llamada. Unos monosílabos y una seña fueron suficientes para que se extendiesela buena noticia. Minutos más tarde se confirmaba en el despacho del máximo responsable de la brigada en presencia del periodista. La segunda en un plazo deveinticuatro horas. En esta ocasión no se había obtenido el pleno. Los atracadores habían conseguido escapar justo cuando llegaba el coche radio patrulla. Sin embargo,los agentes no se habían dado por vencidos y comenzaron a rastrear la zona. En una calle cercana vieron al portador de una bolsa y se dirigieron hacia él. Bingo. El tiposalió corriendo introduciéndose en un portal de una finca. Los agentes no se lo pensaron y le siguieron tras echarle el alto. El sospechoso continuó por uno de los pisoshasta pasar a otra casa alcanzando el descansillo del último piso. Ya no había salida. Allí mismo fue detenido, ocupándose en su poder 338.600 pesetas del dinerosustraído (faltaban 25.250 según los datos aportados por el Banco posteriormente), que se encontraba en la bolsa. El tipo llevaba encima un revolver y un cuchillo demonte cuando fue reducido. Al salir a la calle de nuevo a la calle todos se quedaron estupefactos frente al escaparate de una joyería cercana en el que rezaba un curiosoletrero escrito con pintura negra sobre una sábana blanca: "¡Esta casa no tiene ningún género de oro!" . La joyería había sufrido tres atracos desde el pasado 31 de diciembre. La fiebre del oro. En el último Consejo de Ministros del año anterior se había aprobadoun decreto (3062/1979 de 29 de diciembre y firmado por el Rey desde Baqueira Beret) por el que se obligaban a imponer fuertes medidas de seguridad en las joyerías yplaterías para paliar los efectos de los actos delictivos que sufrían este tipo de establecimientos. La más evidente, la instalación obligatoria de una caja fuerte o cámaraacorazada de apertura automática retardada y con dispositivo de bloqueo desde la hora de cierre hasta la de apertura. Un dispositivo de alarma acústica de cara alexterior del establecimiento, la instalación de rejas en todos los huecos que diesen a patios y pasillos junto con la obligatoriedad de poner una puerta blindada en todoslos accesos interiores al establecimiento, sensores volumétricos detectores de alarma y acristalamientos especiales en todos los escaparates y ventanas completaban laserie de medidas preventivas y de obligado cumplimiento que debían implantarse en todos los establecimientos dedicados a la joyería y platería, incluidos losfabricantes y exhibidores. Especial mención recibían los viajantes o comerciales que se dedicaban a la promoción de muestrarios entre los establecimientos joyeros, loscuales, según el decreto, debían reducir el contenido de los muestrarios al mínimo imprescindible o al transporte de reproducciones del original.

―Dicen que ha llamado el propio ministro para felicitar personalmente a Pastor por lo del nuevo sistema anti atracos ―comentó el inspector Martel a variosagentes que almorzaban en la cafetería tras extenderse la noticia por todo el edificio policial. ―¿Y qué, le ha pedido más medios? ―respondió el inspector Pertierra. ―¿Tu qué crees? Total, para lo que le queda en el convento.

Pastor tenía previsto jubilarse en el próximo mes de abril. Las especulaciones sobre su futuro sucesor cada vez eran más intensas y menos soterradas. Elpuesto de la capital era uno de los más deseados por el resto de titulares de jefaturas superiores del país. Los rumores, intencionados o no, se propagaban diariamentepor los pasillos del viejo caserón de la Puerta del Sol. Viejos favores, hojas de servicios, la antigüedad, el número de felicitaciones; todo servía a la hora de confeccionarlas quinielas acerca de la persona que fuese a ocupar la jefatura superior madrileña. Además, la decisión tendría consecuencias colaterales con el nombramiento. Sepreveía toda una serie cambios en cascada a raíz de la sustitución de Pastor.

―Se está aficionando a venir a vernos ―Pertierra saludó al periodista que acompañado de Ferrándiz se incorporó a la mesa donde desayunaban losinspectores. ―No se quejarán de la cobertura que les damos ―respondió el periodista―. Mañana vuelven a tener otro brillante titular. ―Sí, ya nos hemos enterado ―intervino Martel―. “Nuevo éxito del sistema anti atracos”, podían ser ustedes un poco más originales. ―Veo que son ustedes un poco escépticos.

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―Lo de hoy sólo ha sido una gota en el mar ―respondió Ferrándiz―. Es imposible tener un coche radio patrulla a la puerta de cada oficina bancaria, además,el resto del comercio también nos solicitara las mismas medidas. Los joyeros, las gasolineras, las farmacias, los estancos,… ―En cuanto se aprendan lo de las pinzas ―añadió Martel―, se volverán inservibles. El problema no es policial aunque algunos quieran verlo así. ―Pero a ustedes se les concede mucho protagonismo ―insistió el periodista. ―Preferiríamos que no fuese así ―respondió Pertierra―, al fin y al cabo esto sólo beneficia a los mandos policiales que son los que se cargan de medallas yfelicitaciones. ―Conozco sus reivindicaciones y así las hice llegar… ―No se equivoque, no es que estemos descontentos con usted ni con su periódico ―respondió Ferrándiz―, los artículos que escribió sobre nosotros fueronmuy bien acogidos. ―Algunos los han colgado en las paredes de los despachos como si fuesen posters ―añadió Pertierra. ―Pero la realidad no ha cambiado ―intervino Martel―, la promoción profesional no existe, los incentivos tampoco. Esta es una de las profesiones que másriesgos se asumen y aun así parece que nadie agradece lo que hacemos. ―Bueno, en lo que concierne a nuestro periódico, les aseguro que no es así ―se levantó Avellaneda tras mirar su reloj.

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V

Boletín de Radio Nacional: “Por tercera vez en lo que va de mes volvió a funcionar el sistema anti atracos. Según nos informan fuentes de nuestra

redacción, esta mañana la coordinación entre las nuevas medidas de seguridad adoptadas por la Policía y los Bancos ha facilitado la captura de otros tres asaltantes.Los hechos comenzaron a las diez menos diez de la mañana cuando tres jóvenes (…)”

―Parece que los jefes ya tenían escrita la nota de prensa. ―No ha pasado ni una hora desde lo de ese atraco y ya lo están diciendo la radio ―Martel corroboró las palabras de su compañero―. Mañana los periódicosvolverán a dedicarnos una hoja entera. ―¿A dedicarnos…? Seguro que ni nos nombran. ―Bueno, siempre queda algún pequeño recuadro por rellenar en la hoja de sucesos. ―Seguro ―Pertierra dejó un periódico sobre la mesa auxiliar del hall del despacho del aristócrata metido al negocio del recobro.

“(…) al habla el cajero de la sucursal asaltada: Si nosotros no hubiésemos estado entreteniendo a los atracadores es posible que la Policía que sepresentó a los cinco minutos de la primera alarma, hubiera llegado tarde. Según nos informa el propio cajero ―continuó el locutor de Rne―, en una pequeña caja,que ellos denominan bunker, había incluso más dinero que el que lograron sacar los atracadores de la caja fuerte y que luego ha sido recuperado totalmente por lapolicía”.

Como suponían los inspectores, la resolución de tres atracos consecutivos a oficinas del Banco de Bilbao en menos de diez días seguía acaparando laspáginas de sucesos de todos los periódicos. En el último caso, el intento de atraco a una sucursal en el 52 de la calle Toledo, el asalto había terminado con la detención detres de los cuatro asaltantes y con un navajazo en el muslo del cajero. La coordinación entre los modernos sistemas de seguridad de los bancos y las fuerzas de seguridadseguía dando los frutos apetecidos. 120 coches Z patrullaban la ciudad a la espera de que se iluminase el dispositivo del 091. El último asalto abortado por la policíahabía tenido su punto de heroísmo. El cajero, herido con una punzada sangrando en su pierna, había logrado accionar uno de los pulsadores adheridos bajo el mostradora la vez que separaba los billetes pinzados para enviar un segundo aviso por si fallaba el primero. Una cámara oculta tras un falso espejo filmaba la acción ante lapasividad de los atracadores que esperaban a que terminase el plazo de apertura retardada con que contaba la cámara ignifuga. Ni se imaginaban el desenlace. Cuandosalieron cargados con las bolsas llenas de fajos de billetes (2.800.000 pesetas) y más de ciento cincuenta mil pesetas en monedas no fue el Ford Fiesta del colega quedebía esperarles lo que se encontraron frente a ellos: varios miembros de la Policía Nacional les aguardaban apostados tras los coches apuntándoles con metralletas. Apesar de ello, uno de los atracadores intentó hacerse fuerte girando sobre sus pasos hacia la propia oficina. Antes de que pudiese tomar ningún rehén los agentes leaplastaron contra el suelo de la oficina arrebatándole el arma. A la banda se la acusaba de estar detrás de catorce atracos a entidades bancarias realizados desde Julio del79: Cuatro del Central, cuatro del Hispano, una sucursal de la Caja de Ahorros, una de la Banca López Quesada, un Bilbao, un Banesto, un Latino y una oficina de laBanca Jover. El total de lo robado en los catorce atracos ascendía a más de veinticinco millones de pesetas que no habían podido ser recuperados porque,probablemente, ya se lo habrían fundido en drogas duras para las que empleaban entre cuarenta y setenta mil pesetas diarias según las primeras declaraciones realizadasa los agentes que les habían detenido. El bocado había sido sustituido por el pinchazo, se conoce que a algunos les alimentaba más.

―No te preocupes, si es tan buena la información del marqués, daremos que hablar, te lo aseguro ―aseguró Pertierra mientras se levantaba de uno de lossillones al ver como se abría la puerta del despacho del marqués. La intervención del marqués en la desarticulación de los peristas de la Cruz de los Alcores no había pasado desapercibida en las plantas nobles del edificiopolicial de la Puerta del Sol. Los rumores acerca de su colaboración con los servicios secretos dedicados a labores antiterroristas se habían disparado tras el relato de suparticipación en la operación en la que se había desarticulado a los peristas del atraco al taller joyero Relobert. La prensa le había dedicado al asunto varias páginas(aunque la colaboración del marqués no se había hecho pública) más el plus inesperado de la detención posterior de Almansa y el Pituca, los cerebros de la estafa alCredit Suisse (la enésima estafa del siglo) que habían destinado parte de lo desfalcado en la adquisición de un paquete de joyas proveniente del atraco al taller joyero.Todo se hallaba conectado. La delgada línea que separaba el color del guante con el que se realizaba un delito cada vez estaba más difuminada. Atracadores/peristas/estafadores. El circuito de la joyería negra exigía cada vez más contactos: el Pituca (colega de Almansa en la estafa bancaria del CreditSuisse) había decidido reinvertir (y multiplicar) sus beneficios mediante la compra de las joyas robadas en el taller joyero de la calle de Ortega y Gasset. La policía matóvarios pájaros de un solo tiro. Todo un empujón para la recién nacida Brigada Judicial Madrileña en un momento en el que parecía que la situación todavía se podíacontrolar.

―Adelante ―el marqués invitó a su despacho a los dos inspectores tras despedir a un hombre perfectamente trajeado con un gran maletín bajo el brazo. ―Siento el retraso aunque me imagino que al menos no habrán estado desinformados ―continuó el aristócrata sonriendo―. Mi secretaria tiene la costumbre deponer la radio para todo el vecindario.

El objeto social de la empresa se había ampliado a la prestación de servicios de arbitraje y mediación en conflictos empresariales. Al recobro de deudasprovenientes de diferencias surgidas en el cumplimiento de contratos de obra y servicios o compraventa de bienes se sumaban otro tipo de operaciones mercantiles enlas que se transmitían la propiedad mediante la venta de acciones, participaciones empresariales, etc... El resultado seguía siendo una jugosa comisión por tratar deponer de acuerdo a ambas partes hasta en el reparto de la carga de la factura emitida por el despacho del marqués.

―¿Cuatro choros de mierda aliados con la ETA y ese grupo terrorista francés? ―Martel, tras escuchar durante varios minutos al marqués, no pudo remediarhacer el comentario. ―Ese grupo de chorizos fueron capaces de reventar Carabanchel hace unos años o, ¿es que ya no se acuerdan? ―el marqués subió el tono ante la cara deincredulidad que ponían los inspectores―. Ahora que están en la calle han formado un comando armado de apoyo a la coordinadora de presos o es que tampoco lessuena lo de la GAPEL. ―Yo siempre he pensado que eso del brazo armado de los presos no es más que un camelo ―respondió Martel―. Los delincuentes son incapaces de formarparte de nada y menos de repartir el dinero para una causa común. ―¿No se lo cree? ―insistió el aristócrata―. ¡Pero si hasta han iniciado una campaña de recogida de fondos para los compañeros de Herrera de la Manchamediante la emisión de bonos! ¡Pero que se han creído, el Bandesco! ―señalando uno de los periódicos que tenía junto a su mesa.

Al 12,50%. La 17ª emisión realizada por el Banco del Desarrollo Económico Español estaba compuesta por títulos con un valor nominal de 10.000 pesetascada uno (libre de gastos para el suscriptor). Toda una ganga. Un elevado interés y un corto plazo de amortización: 4 años. Mejor inversión imposible. Las Instituciones Penitenciarias también habían llegado a la conclusión que la mejor inversión para el país era la construcción de nuevas prisiones. Un beneficiodoble: puestos de trabajo para la realización de las infraestructuras y mayor seguridad para el ciudadano. La prisión de máxima seguridad manchega suponía, además, elprimer intento serio de Instituciones Penitenciarias por sacar las trenas de los grandes núcleos poblacionales (aún más beneficioso) como reclamaban las asociacionesvecinales que circundaban los penales de ciudades como Madrid o Barcelona. Escondida en la meseta castellana, a más de doscientos kilómetros de la capital, laubicación de la nueva prisión garantizaba el máximo aislamiento de los presos y el consecuente apagón informativo frente a los focos que insistentemente apuntaban

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hacia prisiones foco de incidentes como la Modelo o Carabanchel. El experimento Herrera. Galavís, el responsable de Instituciones Penitenciarias lo había dejado bienclaro, la reforma penitenciaria pasaba sí o sí por Herrera de la Mancha. Prisiones de régimen cerrado. Sistemas modulares. Última tecnología. Los túneles, las fugas, lasasambleas, las protestas,… Todo se acabaría con las nuevas prisiones, hasta diez, que tenía previsto inaugurar el gobierno en los siguientes meses.

―Me fio lo mismo de los bancos que de esos choros ―comentó cargado de sorna Martel―. ¿También son deducibles esos bonos del Banco de Carabanchel? ―Y exentos en el impuesto de sucesiones… ―respondió el aristócrata volviendo a señalar el periódico―, mire, entre sus más inmediatos proyectos seencuentra secuestrar a altas personalidades de la Administración de Justicia ―añadió el aristócrata al ver el poco convencimiento que seguía expresando la cara de losinspectores―, por lo que se puede imaginar que los de arriba no se toman a broma este asunto. ―Ya, no lo dudo ―respondió poco convencido Martel―, pero eso de que esos delincuentes de poca monta se relacionen con ese grupo terrorista francés ycon la ETA... ―Acción Directa, inspector ―respondió al borde de la desesperación el marqués―. Ese grupo francés tiene conexiones directas con el IRA, con los alemanesde la Baader Meinhof y con los palestinos de Septiembre Negro. Todos esos grupos están conectados entre sí y se prestan asistencia mutua. ―Yo sigo sin verlo ―insistió Martel―. Todos esos grupos tienen una finalidad política. Los presos de la coordinadora sólo son delincuentes comunes sinoficio ni beneficio que no saben hacer otra cosa que no sea robar, aunque, en una cosa estoy de acuerdo con ellos: a algunos les interesa desprestigiar el movimiento deesa coordinadora presentándola como peligrosa ante la opinión pública. ―No se estará poniendo del lado de esos delincuentes. ―De ninguno modo. Sólo digo que no me creo que exista ningún grupo terrorista con dos dedos de frente interesado en asociarse con esos delincuentescomunes de medio pelo. ―A ver si entiende esto: La Eta tiene una serie de objetivos en Madrid. En eso estamos de acuerdo, ¿no? ―los dos inspectores asintieron con la cabeza―,recuerden lo de Rupérez y lo de Cisneros. Bien. No estamos hablando sólo de atentados. Estamos hablando de secuestros de gente importante. Gente con capacidadpara pagar rescates multimillonarios ―los inspectores volvieron a asentir―. Llevar a cabo un secuestro de este tipo de personas, que suele llevar escolta, no es tareasencilla, ni siquiera para esos terroristas. Sus caras están expuestas en todas las comisarias así que no les queda más remedio que utilizar intermediarios para realizar lasprimeras vigilancias. Lo primero que se necesita es hacer un seguimiento cercano y continuo en el tiempo del objetivo. Las tareas de recopilación de información puedendemorarse varios meses y no hay nadie mejor que gente conocida con la que hayan compartido algo… ―Carabanchel ―respondió Pertierra. ―Exacto. Los etarras cuando están en prisión no suelen moverse más allá de su propio grupo. Rara vez se mezclan con los demás pero… ―Lo sabe por experiencia ―le interrumpió Martel. ―No hace falta que me lo recuerde, inspector ―respondió el aristócrata―. Pero esos tipos han liderado todos los motines de Carabanchel y han participadoen todas las negociaciones con el resto de presos, incluidos los etarras. Esos choros, no es que comparten las mismas ideas políticas, si es que tienen alguna idea, peroles une un objetivo común: la pasta. Sólo son los peones aunque también podrían estar preparando la infraestructura para llevar a cabo el secuestro. Probablementehayan alquilado algún que otro piso para retener al secuestrado en un primer momento o para alojar a los encargados de realizar la fase operativa del secuestro. Aunquepuede que no sean los únicos. ―¿Qué quiere decir? ―preguntó intrigado Pertierra. ―A esos etarras les gusta cubrir sus apuestas pero eso es otra historia. ―¿Qué historia? ―preguntó molesto Martel―. ¿Qué quiere decir? ―Es una parte que no sé si estoy autorizado a contarles ―respondió el marqués bajando el tono de su voz―, aunque si me garantizan que van a sellar susbocas… ―Garantizado ―respondió Pertierra por él y por su compañero. ―Desde hace muchos años existen contactos entre esos etarras y terroristas sudamericanos. Algo así como una alianza que funciona a ambos lados del charco.Se de lo que hablo, mi mujer es venezolana y tengo mis propios informantes. El primer contacto importante tuvo lugar en la Habana, en el ´70. Piñeiro, el propio jefe delos servicios secretos cubanos fue el interlocutor de la reunión. Sólo se trataba de una colaboración para que un grupo terrorista chileno afín al régimen castrista lesguardase una serie de obras de arte que habían sacado de España. La cosa finalmente no cuajó pero quedaron para la siguiente… ―Avance ―le indicó Martel―. La cosa sigue estando muy fría. ―Vea si esto le calienta. Después de ese primer contacto volvieron a tener más. Esta vez en Paris, que queda mucho más a mano y no hay que coger aviones nipasar aduanas. En estos contactos ya estuvo presente un tipo conocido como el Gato, uno de los protegidos más fieles del propio Piñeiro y que era el encargado delogística del MIR. ―¿El Mir? ―El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (con mayúsculas), el grupo chileno del que hablamos. El Gato es la pieza clave de los contactos de Piñeiro conlos grupos terroristas europeos, incluido la ETA. Hasta el propio Pinochet llegó a enviar a Francia a un grupo de sicarios para acabar con él. ―Espere, espere ―le espetó Martel―, ¿a dónde quiere llegar? ―Esa es una parte que no les compete ya que está en manos del servicio secreto español pero esa célula chilena puede estar encargándose de otrosseguimientos o simplemente de comprobar si esos choros están haciendo bien su trabajo. Los choros tienen la ventaja de que son españoles y no van a dar el cante enningún sitio pero los etarras saben que no cuentan con la experiencia necesaria en estos temas. ―Pero dos de los que nos ha nombrado ya estuvieron implicados hace unos años en un par de secuestros ―recordó Martel―, ¿verdad? ―Exacto. Aunque sólo cumplían las órdenes que les daban estoy seguro que algo se les quedó en la cabeza. Esos chorizos están intentando ahora crear unaauténtica organización de tipo mafioso al estilo del GRAPO pero contando con la experiencia de formadores internacionales. Con el dinero de los secuestros piensanpagar las fianzas de otros colegas que están en la cárcel para que se sumen a su causa. Seguro que intentan corromper a algunos funcionarios para que hagan la vistagorda. ―Con lo que ganan, no me extraña… ―ironizó Martel. ―Bien mirado, a nosotros tampoco nos pagan como debieran ―añadió Pertierra. ―Bueno, pero para eso están son los sindicatos policiales ¿no? ―respondió el marqués.

La Asociación Profesional de Policías había iniciado una huelga de celo para presionar de nuevo al Ministerio en sus reivindicaciones de mejoras del servicio. LaDirección General de Seguridad había contraatacado amenazando con abrir miles de expedientes disciplinarios a todos los funcionarios que desobedeciesen a un superioro se saltasen la cadena de mando. Con motivo o sin él, eso no se discutía. Ordenes son órdenes.

―Mire, todo eso de las conexiones internacionales de esa banda de sirleros muertos de hambre no se lo va a creer nadie ―Martel volvió al centro de laconversación. ―Pues sus jefes sí ―el marqués señaló una carpeta que tenía sobre la mesa―, los terroristas no tienen infraestructura en Madrid y necesitan a alguien que leshaga el trabajo previo de información. Seguimiento de objetivos, pisos franco, etc... La mayoría de los secuestros sólo son llevados a cabo por los terroristas en su partefinal. Toda la fase de información previa la subcontratan con bandas de atracadores sudamericanos que como se imaginaran han sido expulsados de su país y tratan deganarse la vida de la única manera que saben. Además, todo estos tíos ―el marqués señaló una serie de fotografías plastificadas que guardaba en la carpeta―, sonanarquistas reconocidos. Están deseando hacer daño a las instituciones democráticas, ¿lo entiende ahora, inspector? ―No sé qué pensar ―respondió Martel―. Todo parece muy rocambolesco, cómo traído por los pelos.

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―Si prefiere que sus jefes piensen que ustedes no quieren colaborar... ―a Martel se le vino a la mente lo de los famosos expedientes disciplinarios al escucharla amenaza del aristócrata. ―Tranquilo ―Pertierra lanzó una mirada a su compañero para que dejase de poner pegas―. Usted díganos donde podemos pillar a esos tíos de la COPEL yya se encargaran otros de dar las explicaciones oportunas, ¿no? ―Total ―Martel pareció resignarse―, a nosotros no nos pagan por pensar. Trincamos a los malos y punto, ¿no es eso lo que quieren?

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VI

―Es aquí ―Martel se frotó las manos tras apagar un cigarro en una de las jardineras que flanqueaba un pequeño portal en una de las calles quedesembocaba en la avenida de José Antonio. ―Avisaré a los demás ―Pertierra se acercó al jefe de grupo.

Los termómetros marcaban dos grados bajo cero cuando todavía quedaban un par de horas para que amaneciese. En una semiesquina de la todavía desiertaavenida de José Antonio, frente al edificio de la Telefónica, una decena de agentes de la brigada judicial esperaban metidos en los coches la orden de entrada a un edificiode apartamentos donde según todos los indicios se refugiaba un grupo de delincuentes comunes pertenecientes a la GAPEL (Grupos Armados de Presos En Lucha). Losobjetivos del Grupo creado alrededor de la Coordinadora de Presos pasaban por “alterar el funcionamiento de las cárceles, provocar motines y liberar a sus compañerosde Herrera de la Mancha” según los informes con los que contaba la policía. Ahí es nada. A estos objetivos principales se les sumaba la acusación de realizarcolaboraciones puntuales para la banda terrorista ETA en la preparación de secuestros y otros menesteres.

―Ya estamos todos. ―No perdamos más tiempo ―respondió el jefe de grupo tras frotarse las manos para combatir el frio reinante.

La operación para desarticular a una de las bandas de miembros de la Copel (se suponía que estaba formada por varios grupúsculos que compartían objetivos)estaba a punto de comenzar. Varios agentes de la policía nacional se bajaron de un furgón y se colocaron al lado de los inspectores de la brigada judicial madrileña. El jefedel grupo dio el pistoletazo de salida. Un minuto después el portero de la finca, con cara de pocos amigos y con el pijama sobresaliendo por encima de una bata, abría elportal al grupo de inspectores. Segundos después los agentes echaban abajo la puerta de un pequeño apartamento situado en el 12 de la calle de las Tres Cruces convistas a la avenida de José Antonio. En sus 55 metros cuadrados, como bien sabían los inspectores, se atrincheraba/dormía el comando dirigido por un tipo conocidocomo Pont. Pont estaba considerado por Instituciones Penitenciarias como uno de los miembros fundadores de la Coordinadora de Presos nacida a partir de los motinescarcelarios de finales del ´76 llevados a cabo por un grupo de sociales de Carabanchel. Pont se había hecho un nombre entre los anónimos reclusos del penal madrileño eldía que se cortó las venas en sede judicial durante la celebración de un proceso por el atraco a una entidad bancaria al grito de “¡¡¡no a las leyes fascistas!!!”. Los otrosdos procesados que estaban sentados en el banquillo de los acusados replicaron el movimiento de Pont tras sacar las correspondientes cuchillas. La noticia corrió comola pólvora por los juzgados de la Plaza de Castilla provocando un nuevo motín en cuanto la noticia llegó a las galerías del viejo penal madrileño. El juicio fue suspendidosine die. Pont y sus dos compañeros fueron recibidos como héroes tras pasar unas horas por el hospital anexo al penal. En su opinión, todos los delitos cometidosdurante el anterior régimen debían considerarse como parte de la lucha que se había llevado para su derrocamiento. Una visión particular poco compartida por losherederos democráticos del régimen. Lo importante para Pont no eran las adhesiones a sus ideas sino las soluciones: los delincuentes comunes debían formar parte de laamnistía lograda por los políticos y, por lo tanto, ser puestos en libertad de manera inmediata.

―¿De qué se nos acusa ahora? ―Pont trató de ponerse unos vaqueros ante la atenta mirada de varias armas reglamentarias que le instaban a levantarse―.¿Otra vez de la Gandula? ―Ese no es mi problema ―Pertierra le pasó con el pie un par de zapatillas para que se calzase mientras el resto de los agentes comenzaban a distribuirse porel resto de las estancias del apartamento―, cuando llegues a la DGS lo preguntas. ―Esto es una represalia de alguien ―se quejó Pont mientras el inspector Pertierra le esposaba tras haberse calzado―. No tenéis nada contra nosotros. Nadade nada. ―Ya se lo explicaras al juez ―Pertierra le empujó hacía la puerta.

Además de protagonizar el sonado acto de protesta ante un juez cortándose las venas y de ser el impulsor de la primera huelga de hambre pacífica seguidamasivamente en todos los penales nacionales, Pont también estaba considerado por Instituciones Penitenciarias como uno de los ideólogos del primer ManifiestoReivindicativo de los Presos Sociales de Carabanchel en el que se denunciaba la explotación laboral que se ejercía en las cárceles y la falta de sanidad e higiene de lasmismas. Lo que nos faltaba. Encima, exigiendo derechos. Los trece folios de aquel manifiesto constituían toda una ponencia reformista de la vida carcelaria elaborada porparte de aquellos a los que nunca se preguntaba cuando alguien se planteaba reformar el sistema penitenciario, los que la sufrían de primera mano. La redacción del actafundacional de la Coordinadora de Presos había corrido a cargo, según las mismas fuentes carcelarias, de otro preso común vinculado a la cuadrilla de Pont y que contabacon el honor de ser hijo y sobrino de generales del más alto grado militar de la aviación española.

―¡Tú! ―Martel se dirigió a un tipo con una barba de varias semanas que trataba de ponerse un jersey sentado sobre la cama mientras dos nacionales leapuntaban sobre la cabeza―. ¿Dónde están las armas? ¿Dónde las guardas? ―No sé de qué me habla ―el Torres se levantó y se dirigió hacía el pasillo sin inmutarse a pesar de que varias pistolas le apuntaban directamente a la cabeza. ―¡Espera! ―Martel le puso las esposas tras empujarle contra una pared de la habitación. ―Aquí están ―un agente de la nacional abrió una caja de zapatos escondida bajo la cama. ―¿De dónde los habéis sacado? ―Martel le obligó a reconocer los tres revólveres con el conocido sello Taurus 38 Special de fabricación brasileñacuidadosamente colocados dentro de la caja de zapatos. ―No los había visto en mi vida ―respondió el Torres sin prestar demasiada atención. ―Seguro ―Martel cogió uno de los tres ejemplares y empujó el deslizador de la parte derecha situado frente al cilindro hacia adelante―. No están nada mal,pero que nada mal. Un poco sucios, ¿no?

Martel se sentó sobre la cama y tras dejar la caja de las armas a su lado, cogió un pequeño de frasco de aceite para limpiar pistolas que también se encontrabadentro de la caja junto a un trapo de algodón. Bajo la atenta mirada de los dos nacionales y del Torres, colocó una pequeña cantidad del aceite en el trapo de algodón ycomenzó a limpiar el marco donde se apoyaba el cilindro. Tras dejarlo reluciente cogió un pequeño cepillo que también formaba parte del kit de aseo. Lentamente fuelimpiando el barril y los seis agujeros del cilindro hasta que quedaron de su gusto. En la misma caja había una cajita con seis proyectiles (también del calibre 38) con lapunta hueca. Martel fue cogiendo cada uno de ellos y metiéndolos suavemente en el tambor de aquel ejemplar fabricado en las forjas de Porto Alegre como se podía leergrabado sobre uno de los lados del cañón.

―Mantenga siempre la boca del cañón apuntando en una dirección segura ―el Torres, sonriendo, le recordó al inspector la advertencia de seguridad con la quecomenzaban todos los manuales de funcionamiento de armas de fuego. ―Todas las armas de fuego deben mantenerse fuera del alcance de los niños ―respondió el inspector Martel siguiéndole el juego mientras cerraba el cilindrodel cargador tras introducir el último de los seis proyectiles―, o de personas que no estén autorizadas para utilizarlas, ¿le suena? ―Ya le digo ―asintió el Torres sin perder la calma―, no las había visto en mi vida.

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Martel sonrió. La noche anterior había estado repasando la ficha del sujeto. El Torres (17-05-50) era otro de los popes más reconocibles de la Coordinadora dePresos nacida en la prisión de Carabanchel a mediados de la década anterior. A los dieciséis ya había abandonado el hogar familiar para disgusto de su padre (aunque elTorres manejaba una versión completamente distinta). Se pasó ocho años recluido por hacerse un coche cuando aún no tenía ni carnet. Un delito menor. El Torresestaba convencido que su padre se había encargado personalmente de que le aplicasen el máximo castigo por aquella chiquillada. Cuestión de disciplina. Cuando recobróla libertad estaba a punto de cumplir los veinticuatro años. No se molestó en volver a casa. Tampoco tuvo demasiado tiempo en recapacitar. En abril del ´74, a lospocos meses de salir del talego, volvía a pisar sus patios tras ser detenido en una operación policial llevada a cabo por la Brigada de Investigación Criminal tras seracusado de perpetrar un atraco a un Hispano Americano en el número 63 de la calle Andrés Mellado en el que el Torres, junto a otros cuatro atracadores, se hizo con unbotín de más de dos millones de pesetas. En Carabanchel se hizo un nombre al ser uno de los miembros fundadores de la coordinadora de presos sobre la que losreclusos comenzaron a reivindicar mejoras en el trato recibido y la ampliación de la concesión de la amnistía aplicada a los presos políticos. En mayo del ´78, tras unnuevo y breve espacio de libertad, pisaba de nuevo la cárcel madrileña tras haber sido acusado de participar en el secuestro de dos industriales (un joyero y unimportador de cerveza alemana) y del consiguiente cobro de unos rescates multimillonarios que no habían llegado a ser recuperados por parte de la policía. Un añodespués, julio del ´79, obtenía la libertad provisional. En resumen, a sus veintinueve años el Torres se había pasado casi la mitad de su vida entre rejas.

―Vamos ―Martel comenzó a acariciar el gatillo apuntando hacia un cuadro colgado en la pared―, eso no te lo crees ni tú. ¿Quién os los ha dado? ―Ni idea ―el Torres se encogió de hombros―, es la primera vez que los veo. Deben ser del propietario de la vivienda. Nosotros acabamos de instalarnos.Pregúntenle a él, creo que es un excombatiente del Sahara o algo así nos contó cuando nos enseñó la casa. Seguro que los guarda de recuerdo. ―Aquí hay otra ―otro agente entró en la habitación con una nueva caja de zapatos con una Star 9 mm parabellum en su interior y su correspondientecargador. ―¿Ni idea, no? ―Martel empujó al Torres hacia el pasillo.

En el pasillo del apartamento Pont y el Torres coincidieron con otros dos inquilinos que también salían esposados de una habitación contigua: El Pulpo yVázquez. Otros dos ex convictos que también estaban catalogados como integrantes del núcleo duro del movimiento de presos comunes que había liderado una serie deviolentos motines exigiendo a las autoridades la extensión de la famosa amnistía concedida únicamente a los presos políticos. A pesar de su corta existencia, lacoordinadora se había granjeado todo tipo de enemigos: funcionarios de prisiones, a los que acusaban de todo tipo de tropelías cometidas en el interior de las cárceles; expresos políticos, a los que echaban en cara no haberles apoyado en sus reclamaciones una vez que ellos habían abandonado la cárcel fruto de la amnistía política; yfuerzas y cuerpos de seguridad, a los que acusaban de la práctica sistemática de malos tratos en comisarías y cuartelillos. El único apoyo (residual) que les quedaba eraalguna mención por parte del sindicato anarquista que poco a poco había ido perdiendo fuelle ante la fuerza de los sindicatos mayoritarios y los profesionales. Las tesisácratas cada vez tenían menos peso en los trabajadores que no veían claro eso de la revolución una vez que había caído el régimen franquista y se caminaba hacia unrégimen puramente capitalista en el que las centrales sindicales centraban sus reivindicaciones en las mejoras salariales y la reducción de jornada.

―Yo a ti te conozco ―Martel señaló a uno de los cuatro detenidos mientras eran introducidos en uno de los furgones marrones de la nacional estacionadosfrente al edificio de la Telefónica. ―Pues no sé de qué ―el detenido contestó con desgana mientras trataba de acurrucarse en uno de los bancos del vehículo pegado a la cabina―. No tengocostumbre de juntarme con maderos. ―Tu eres el Vázquez, claro que me acuerdo ―insistió Martel sentándose frente a él―. Tu estuviste en el lío ese de los secuestros a joyeros. ¿Cómo se llamabaese mariquita que os dirigía?

Vázquez era uno de los integrantes de la banda que junto al Torres atracó el Hispano Americano de la calle Andrés Mellado en el ´74. La policía le acusóentonces de ser el encargado de facilitar la fuga de sus compañeros tras sustraer un Citroën Tiburón con el que se trasladaron hasta un apartamento en el 67 de la calleLagasca utilizado como piso franco para el reparto del botín. La noticia de la detención del comando ocupó todas las páginas de sucesos de los periódicos de la épocatras la convocatoria de una rueda de prensa en la Dirección General de Seguridad en la que intervino el propio Jefe Superior de Policía arropado por el comisario jefe dela BIC, el comisario de servicios de la misma brigada y los jefes de los dos grupos operativos (el octavo y el noveno) que habían llevado a cabo la operación policial. Unhecho sin precedentes. El ABC (24/03/74) reservó una página completa de su sección Actualidad Gráfica a la cobertura del suceso. La foto del Citroën Tiburón ocupabala parte derecha de la parte alta de la hoja. Debajo, frente a una mesa repleta de 25 fajos de billetes perfectamente doblados, encarados y engomados, sobresalían unametralleta CMH Parabellum ABL-53, tres pistolas (una Remington del calibre 45, una Iraola Salaverría del 7,65 y una Star del 9 corto) junto a sus correspondientescargadores y un revolver sin marca. Los jefazos de la policía, para completar el mosaico, colocaron los pasamontañas, los guantes, la documentación falsa (trespasaportes, un carnet de identidad preparado para cambiar su fotografía y una carta de identidad belga) utilizada por los atracadores y dos pastillas de grifa que tambiénles habían sido aprehendidas durante la operación policial. Como era tradición, las fotografías de las fichas policiales de los detenidos junto a sus datos de filiacióncomplementaban la noticia. A la izquierda de la página, de arriba abajo, se podía reconocer entre los cinco detenidos al Vázquez (el primero) y al Torres (el tercero), conlos que se redondeaba el titular de rigor: “Brillante servicio de la policía madrileña”.

―No sé de qué me habla. Seguro que se equivoca inspector―respondió el Vázquez tratando de mirar para otro lado―. No sé nada de secuestros, de joyeros ode mariquitas. Nosotros somos simples estudiantes. ―¡Qué coño me voy a equivocar! ―Martel levantó la voz ante el tono de displicencia del detenido y le señaló con el dedo―. ¡Tú estabas a sueldo en la bandade Puig. Claro que me acuerdo. Menudo cabrón el maricón ese que nos hizo perseguir un motocarro por medio Madrid!

Puig estaba considerado como uno de los más finos diseñadores del panorama delictivo. Una de sus mayores aportaciones a la pasarela de la delincuenciamadrileña había sido la del perfeccionamiento de los secuestros exprés que ya hacían furor en el exterior. En Barcelona se había añadido como complemento a este tipode delitos la utilización de una bomba adosada al pecho del secuestrado. Los delincuentes habían adoptado así un método hasta ahora sólo utilizado como medio definanciación por parte de bandas terroristas o ejércitos populares. A pesar de su reconocida fama, a la firma de Puig sólo se le había podido vincular en dos casos muysonados: el del industrial catalán Batlló (07/12/1977), representante en España de una conocida marca de cerveza alemana y de diversas bebidas alcohólicasinternacionales, y el de Pazos (17/03/1978), el maestro joyero del taller de la calle Carranza. En ambos trabajos Puig había tratado de despistar a la policía entregando alos familiares de los secuestrados distintas misivas de ETA V y VI Asamblea (caso Batlló) y de una supuesta franquicia hispana de las Brigadas Rojas Internacionales(caso Pazos) solicitando el abono del impuesto revolucionario. Las cartas, en un grado de perfección que sorprendió a los propios peritos de la brigada antiterrorista,habían sido selladas utilizando los logos habituales de las bandas terroristas para dar mayor verosimilitud si cabe al asunto. Nadie supo cómo esos privilegiados selloshabían llegado a manos de Puig. Batlló, tras ser liberado por sus captores (previa expedición de dos talones por valor de diez millones de pesetas) declaró a la policíaque de los tres hombres que se presentaron en su casa, el que parecía llevar la voz cantante y que disimulaba su figura bajo una peluca, era un verdadero gentleman tantopor su forma de vestir como por su apostura (con toda seguridad, Puig). Batlló no se mostró únicamente sorprendido por la cuidada imagen del jefe de lossecuestradores. Tras tener que soportar la típica filípica demagógica sobre la lucha que los asaltantes mantenían contra el capitalismo burgués, fascista y reaccionariopara justificar la exigencia del rescate, lo que más sorprendió al industrial fue el alto nivel de conocimiento que tenían los secuestradores de su vida pública y privada,hasta tal punto de saber que iba a realizar un viaje de negocios a Canarias al día siguiente, viaje que, según Batlló, no había anunciado a nadie.

―No te cortes ―le animó uno de los inspectores que miraba por una de las ventanillas de la parte de atrás del furgón―, con este atasco tenemos todo eltiempo del mundo.

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―Vale, vale ―aceptó de buen grado Martel mientras el furgón arrancaba hacia la Puerta del Sol―. Lo primero que tengo que reconocer es que ese Puig es unpeliculero de primera. El tipo había llegado a montar una sociedad para el cobro de morosos sólo para poder acceder a información detallada de sus futuras víctimas.Creo que incluso nos comentó cuando le detuvimos que la sociedad iba a recibir encargos de otra sociedad financiera que dirigía un antiguo subdirector general del BancoCentral. Alucinante. El caso es que la empresa de recobros sólo era una pantalla para poder acercarse lo suficiente a las cuentas de sus clientes. En el primer caso, el deun representante de cervezas alemanas, no llegamos a detenerlo a tiempo. Puig lo tenía todo estudiado, incluso, intentó despistarnos haciéndose pasar por un comandoetarra. Como el asunto no le había ido nada mal, decidió repetirlo con el propietario de un taller joyero que se había dirigido a la sociedad de recobros con unos pagaresque le habían devuelto. Para acceder al domicilio del joyero se hicieron pasar por agentes de la policía fiscal. En cuanto la doncella les franqueó la puerta se pusieron lospasamontañas y sacaron las pistolas y dijeron que formaban parte de un comando de las Brigadas Rojas. Después de secuestrarle en su propia casa, le metieron en elmaletero de un coche y estuvieron toda la noche dándole vueltas por la M-30 para que el tipo creyese que se le llevaban lejos de Madrid. ―Joder, ese tío se toma sus molestias, ¿no? ―comentó otro de los agentes que acompañaba a los detenidos en el furgón. ―Todo esto no es nada comparado con la que montó con lo del cobro del rescate del joyero ―continuó Martel mientras los detenidos no parecían prestaratención al relato del inspector―. Después de darle varias vueltas por la M-30 le encerraron en un piso franco que tenían en Puerta de Hierro. Creo que un viernes porla noche y ya de madrugada llamaron a la familia para exigir el pago de veinte o veinticinco millones de pesetas que debían de tener disponibles para el mediodíasiguiente. La familia nos avisó y nos personamos en el domicilio. A la mañana siguiente volvieron a llamar y la señora de Pazos les convenció de que tan sólo habíanpodido reunir quince de los veinte millones exigidos. Puig pareció conformarse con los quince millones y dictó a la mujer de Pazos las instrucciones para el pago. Unvendedor ambulante que disponía de un motocarro para hacer mudanzas pasaría por debajo de la casa de los Pazos a lo largo de la tarde. Sólo tenían que dejar el dineroen el motocarro. Puig lo tenía todo perfectamente preparado. El tío del motocarro, al que habían contratado en la zona de Ventas, tenía que pasar cerca de la casa deljoyero, creo que por Hilarión Eslava, para recoger unos muebles y llevarlos a otro piso en el 108 del Paseo de la Castellana donde supuestamente debía descargarlos. Eldel motocarro, por supuesto, no sabía que iba a ser utilizado como cebo por si aparecíamos en el momento del pago.

Puig, como había declarado Batlló tras su liberación, no era un vulgar chorizo. Tenía todos los cabos bien atados. Licenciado en Derecho por la Universidad deLausana, el abogado aplicaba los conocimientos adquiridos en el colegio helvético para organizar una banda de secuestradores como si de una empresa mercantil setratase. Sus empleados, chavales jóvenes que acababan de salir de la cárcel tras sus primeros delitos, percibían un sobre mensual con una parte fija y otra variable enfunción de los resultados obtenidos en cada secuestro. El reparto del bonus adicional o sobresueldo sólo dependía del importe final del rescate. Según declaró Puigcuando fue llevado ante el juez, a sus muchachos sólo les faltaba estar dados de alta en la Seguridad Social y la retención fiscal correspondiente para cumplirestrictamente con la legalidad vigente en materia laboral. Todos recibían su nómina mensualmente (sin retrasos) y con el detalle del reparto del botín correspondiente acada secuestro en el reverso del documento de pago.

―La familia nos tenía avisados de la forma de pago solicitada por Puig ―continuó Martel ante la atenta mirada de sus compañeros―, y allí estábamosesperándolos cuando vimos la llegada del motocarro. ―¿Y el tío no sospechó nada? ―preguntó uno de los inspectores. ―Nada de nada. Ni se imaginaba que le estaban utilizando para recoger una maleta con los quince millones del rescate. Tras cargar unos pequeños muebles, lafamilia tiró la maleta discretamente dentro del motocarro tal como habían quedado con Puig. El cabrón les había dicho que estaban federados en las Brigadas RojasInternacionales y luego, además, para rizar el rizo, intento hacerse pasar por policía. Un cabronazo de cuidado.

La operación motocarro coincidió en el tiempo con el secuestro y posterior asesinato del político italiano Aldo Moro. Puig trató de repetir con Pazos el éxitoobtenido en la operación Batlló en la que obtuvo más de diez millones de pesetas tras cobrar un talón firmado por el industrial en el Banco del Norte mientras suscompañeros de banda le retenían a punta de pistola en su vivienda. Los primeros problemas de la nueva operación surgieron cuando el joyero madrileño Pazos lesconvenció de que en la cuenta corriente no disponía de los fondos que solicitaban los secuestradores haciendo saltar por los aires el plan original. Los hombres de Puig,que habían logrado acceder a la vivienda tras hacerse pasar por agentes de la policía fiscal, se bloquearon hasta la llegada del jefe de la banda que se mantenía en laretaguardia. El plan b ideado por el abogado consistió en vendar los ojos al maestro joyero y meterle en un coche para presionar a la familia a reunir el rescate en elmenor tiempo posible. Las negociaciones, mientras dos de los hombres de Puig giraban por el anillo de la M-30 con el secuestrado, se sellaron finalmente en quincemillones tras un tenso tira y afloja en los que Puig sacó a relucir todas las dotes diplomáticas que había aprendido en las clases de Derecho Internacional de laUniversidad de Lausana. Sin embargo, Puig cometió el primer error al confiar en la familia de Pazos. En cuanto salió del piso del joyero, se pusieron en contacto con lapolicía. Se conoce que no les había convencido del todo su papel de capo terrorista ligado a las tramas negras italianas de las brigadas rojas.

―A mitad de camino, más o menos por la Plaza del General Álvarez de Castro, al del motocarro le esperaban Puig y este colega aquí presente para quitarle lamaleta en un semáforo ―continuó Martel señalando a Vázquez mientras crecía la expectación entre los inspectores presentes en el furgón policial―. El plan eraperfecto, cuando el motocarro llegase a la Castellana no habría ni piso donde descargar los muebles ni rastro de la maleta con el dinero del rescate y todos se habríanevaporado. ―Menudo pájaro ese Puig ―se escuchó al fondo del furgón―. Lo tenía todo bien atado. ―Y les cogisteis con las manos en la masa, ¿no? ―preguntó otro de los inspectores deseoso de llegar al final feliz. ―¡Qué va! ―Martel se encendió un cigarrillo antes de llegar al clímax de la película―. El tipo del motocarro cambió el recorrido previsto para hacer otro porteque también tenía entre medias y a estos dos ―señaló al Torres y a Vázquez―, y a su colega el abogado suizo les dejó colgados de la brocha sin saber dónde se habíametido su maleta. Al final les cogimos a todos en el piso de la Castellana donde guardaban las armas ―respondió satisfecho Martel.

Mientras esto sucedía, Pazos era liberado en un lugar próximo a la carretera de la Coruña. Por sus propios medios, llegó hasta su propio domicilio donde lesesperaba su familia y un retén de inspectores de la brigada madrileña. Acompañado por algunos de sus familiares todavía tuvo fuerzas para acercarse antes de queacabase el día al edificio policial de la Puerta del Sol donde fue recibido personalmente por el jefe superior de la policía madrileña. Un mes después del secuestroreconocía a uno de los tipos que le habían secuestrado. Puig, con largos antecedentes penales por una estafa inmobiliaria que le había mantenido 7 años en Carabanchel yotra estafa en grado de tentativa a la empresa catalana Gallina Blanca por la que había conocido durante cuatro meses la Modelo de Barcelona, fue detenido en el número10 de la calle de Pedro Teixeira, una perpendicular al paseo de la Castellana. Puig no tardó en dar los nombres del grupo de asaltantes que le habían acompañado en elsecuestro de Pazos: Cordova, Vázquez y el Torres, un tipo que acababa de salir de Carabanchel tras haber formado parte de la coordinadora de presos (COPEL) quehabía provocado una serie de motines en la prisión madrileña de Carabanchel solicitando la amnistía de los presos comunes detenidos durante la dictadura franquista. Lapolicía detuvo, además, a la pareja con la que convivía Puig acusándole de ser colaborador del secuestrador pero prefirió omitir a la prensa su nombre dada la posicióneconómica mantenida por su familia y su relación con los más importantes medios financieros del país. Un pequeño escandalo a evitar para su honorable familia. Lasiguiente detención ya no pudo esconderse. En las agendas personales de Pazos y Batlló coincidía el nombre de un aristócrata de largos títulos nobiliarios dedicado a laasesoría empresarial y socio de una empresa de recobros en la que también figuraba Puig como socio accionarial. El marquesito fue detenido en primera instancia ypuesto en libertad casi inmediatamente hasta que tuvieron que volver a llamar a su puerta tras ser implicado por los autores materiales de los secuestros acusándole deser el cerebro de las dos operaciones.

―El tío del motocarro no cambió ningún recorrido ―inesperadamente Vázquez tomó la palabra ante la sorpresa de los agentes que le custodiaban―,simplemente os despistasteis con el tráfico y le perdisteis la pista. Nosotros íbamos detrás de él en un Simca 1200. En un semáforo recogimos la maleta y nosmarchamos tranquilamente. Ni os enterasteis.

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―¡Eso es mentira! ―respondió ofendido Martel. ―¡Es la puta verdad! ¡A nosotros nos cogisteis mucho después y de puro milagro pero no pillasteis ni un duro del dinero! ―Vázquez logró responder antesde que un inspector le tapase la boca con sus manos. ―¡Te he dicho que es mentira ―insistió Martel mientras el conductor del furgón frenaba en seco al escuchar las voces que provenían del interior delvehículo―, así que cállate o todavía te meto una hostia antes de encerrarte en el calabozo!

A pesar de los gritos del inspector, la versión de Vázquez era la correcta. La oficial, la que acababa de contar Martel, coincidía con la que la policía había hechotrascender a los medios de comunicación de la época en la nota policial de marras. La cruda realidad fue que los agentes que seguían al motocarro se perdieron duranteunos minutos por culpa del típico atasco madrileño. Los suficientes para que el equipo de Puig que había alquilado el Simca 1200 ese mismo día en el aeropuerto deBarajas (bajo un nombre falso y con un permiso de conducir que había sido sustraído en una Jefatura Provincial de Tráfico) cogiese la maleta con los quince millones depesetas del motocarro aprovechando que se había detenido en un semáforo. El dinero se evaporó hasta el paraíso suizo. La cuenta número 163426 del Banco Cantonalde Suiza. Esa fue, al menos, la versión ofrecida por Puig ante el juez cuando le preguntó por el destino de los fondos. Puig era muy listo. El secreto bancario impedíaverificar su versión y, por supuesto, recuperarlos.

―Déjalo ―el Torres trató de apaciguar los ánimos de Vázquez ante el cariz violento que estaba tomando el asunto―. Yo tampoco me acuerdo muy bien de loque pasó realmente esa tarde. Pero lo que sí que es cierto ―miró directamente al inspector Pertierra que hasta ese momento parecía no haber prestado atención al relatode su compañero―, es que el maletín desapareció antes de que el motocarro llegase a la Castellana. De eso no tengo ninguna duda. El que se lo llevó no está en estefurgón precisamente, ¿no, inspector?

Pertierra miró hacia otro lado. El furgón se detuvo al llegar al edificio policial de la Puerta del Sol. La última pregunta del Torres quedó en el aire. El secretobancario suizo hacía prácticamente imposible el rastreo y la recuperación del botín. Veinticinco millones entre lo soltado por Batlló y la familia de Pazos. La policíadetuvo posteriormente a un aristócrata acusándole de haber sido el ideólogo de los secuestros y de haber proporcionado la información y las armas necesarias al gruporeunido por Puig para poder realizar las dos acciones. Puig, por su parte, adujó ante el juez que enviando el botín a Suiza sólo trataba de cubrirse financieramente ante lainminente depreciación de la peseta como hacían la mayoría de los empresarios españoles bien informados que eran injustificadamente acusados de un delito de evasiónde capitales cuando sólo trataban de cubrirse ante el riesgo de cambio. La imagen del típico hombre de traje marrón oscuro escondido tras unas gafas graduadas demontura negra que como cualquier ejecutivo medio español llegaba a salidas internacionales del aeropuerto de Barajas agarrando con fuerza un maletín de los de doblefondo con un montón de millones de pesetas en su interior ya formaba parte de los mitos del imaginario común de los españolitos que tan bien había quedado retratadoen la famosa película de principios de los ´70 de Leblanc, El dinero tiene miedo. Las cifras sobre evasión de capitales del último lustro aportadas por los informes delBanco de España tampoco desmentían a Puig. Según los datos de la autoridad monetaria, apoyados en la experiencia del Cuerpo Técnico de Aduanas, las grandesfortunas sorteaban el riesgo de cambio con los famosos maletines que con varias decenas de millones de pesetas aterrizaban diariamente en los diferentes aeropuertossuizos procedentes de Barajas y el Prat.

―”A finales del pasado mes de noviembre, a raíz de tenerse noticias de la preparación de atracos y secuestros por parte de bandas armadas, durantevarios meses se sometió a vigilancia a los sospechosos, que hacían continuos viajes por la zona norte del país y por Francia ―el inspector Pertierra, tras bajar a losdetenidos a los calabozos del edificio policial de la Puerta del Sol, se colocó detrás de la máquina de escribir para redactar el atestado de la detención de los cuatrosospechosos localizados en el apartamento de la calle de las Tres Cruces mientras recordaba la conversación entre Martel y uno de los detenidos en el furgón policial―.Así se llegó a concretar que, en connivencia con un delincuente francés, identificado como Hellegouarch, preparaban el secuestro de un industrial parisiense,propietario de la firma de cosméticos L'Oreal (…)”.

La desarticulación del comando secuestrador de Puig tuvo lugar un par de meses después de la desaparición de la maleta con los quince millones aportados porla familia Pazos. El 5 de mayo del 78, el jefe de la brigada regional de investigación convocaba a toda la prensa para dar a conocer que inspectores del Grupo III, encolaboración con agentes de la comisaría de La Latina y las policías de Castellón y Badalona, habían resuelto los casos por secuestro del industrial Batlló y el joyeroPazos tras capturar en Madrid a tres especialistas en secuestros. El joven inspector había sido uno de los que había participado en los servicios de detención en los quehabían caído tres de los cuatro autores materiales de los secuestros: Puig, Vázquez y Córdoba, un joven de dieciocho años. El Torres cayó poco después. Herranz, eljefe de la I Brigada de Investigación Criminal, ya adelantó en la comparecencia ante la prensa que las detenciones sólo suponían la conclusión parcial del servicio ya quequedaban dos secuestradores por detener.

―“(…) A primeros de enero se detectó una entrevista mantenida en Hendaya entre Pont y Hellegouarch ―continuó el inspector Pertierra redactando elatestado―. Aquel recogió de manos de éste una bolsa con los tres revólveres y la pistola intervenidos en el momento de la detención. Pont entregó a cambio unenvoltorio que contenía heroína. Los inspectores de la Brigada de Policía Judicial, comisionados en San Sebastián, comprobaron también que los delincuentesvigilados celebraban diversas reuniones y entrevistas con jóvenes vascos, algunos de los cuales han sido identificados como miembros de comandos autónomos deETA (…).

Dos días después de la rueda de prensa en la que se había dado a conocer la desarticulación del comando de secuestradores dirigidos por Puig, se producía unanueva detención relacionada con el caso. El mismo grupo de Pertierra, el tercero de la Brigada de Investigación Criminal, detenía al presunto cerebro de la banda. Unmarqués, conocido del industrial y del joyero secuestrado, era conducido por el inspector Pertierra hasta el calabozo de las Salesas mientras el juzgado de instrucciónnúmero 5 instruía las diligencias oportunas. Pertierra había encontrado en las agendas de ambos el nombre de un marqués dedicado a la asesoría legal de empresarios através de una sociedad radicada en la calle Sor Ángela de la Cruz. Otro indicio más: Puig participaba en el accionariado de una sociedad en la que la presidencia recaíasobre el aristócrata. Blanco y en botella. Pertierra recibió una felicitación por el cierre del caso. El marqués puso en funcionamiento todos sus contactos y tras interponer el correspondiente recurso fue puesto en libertad condicional de inmediato. La alegríale duró poco. El titular del juzgado revocó la orden en cuanto el resto de presuntos implicados (incluido el Torres, que también había caído) le reconocieron aportandodatos concretos de su actividad tapadera para llevar a cabo la preparación de los secuestros.

―(…) En esta misma ciudad preparaban dos atracos, a una joyería y a una entidad bancaria, establecimientos que tenían sometidos a vigilancia. Otro tantoocurría en Santander, donde mantenían en estrecha observación a un furgón blindado que transporta los fondos y nóminas de la residencia sanitaria Valdecilla.Habían llegado, incluso, a tomar fotografías para llevar a cabo con más exactitud la operación. A todo ello hay que añadir futuros proyectos de secuestros de altaspersonalidades de la Administración de justicia, al parecer, con la intención de alterar gravemente el normal funcionamiento de las prisiones, en las que teníanplaneado introducir armas para provocar motines y fugas. Una vez recopilados todos estos datos, y ante la inminencia de los golpes que iban a perpetrar, con elconsiguiente peligro para la seguridad ciudadana, se procedió a la detención de todos ellos (…)― Pertierra saco el folio de la máquina de escribir y se lo pasó a Martel.

Según los datos aportados por los componentes del grupo de Puig, el marqués era el organizador del grupo encargándose de facilitar las armas a lossecuestradores y la información acerca de datos y costumbres de las potenciales víctimas. Puig era su mano derecha. El marqués hacía y deshacía desde su despacho.Siete meses después de la delación y de encontrar su nombre en las agendas de Batlló y Pazos, gracias a los desvelos de su madre que se gastó varios millones de pesetasen abogados y en mover influencias (según las malas lenguas), el aristócrata lograba abandonar la cárcel de Carabanchel.

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―(…)El grupo armado estaba constituido por cuatro personas: Pont, de 31 años de edad; Echaniz , alias el Pulpo, de veintiséis; Torres, de veintinueve, yVázquez, de veintisiete―Pertierra introdujo un nuevo folio en la máquina de escribir―. Durante la operación fue preciso reducir por la fuerza a los cuatro, que estabanrefugiados en un apartamento de la calle de Tres Cruces, número 12. Sus componentes disponían de tres revólveres de la marca Taurus, calibre 38 especial, defabricación brasileña, una pistola Star del calibre 9 milímetros parabellum y numerosos cartuchos “. ―Creo que les van a aplicar la Ley de Peligrosidad Social ―comentó Martel mientras leía el extenso atestado redactado por Pertierra. Promulgada el 4 de agosto de 1970 venía a corregir los defectos observados en la antigua Ley de Vagos y Maleantes (conocida popularmente como la Gandula)comenzando por la modernización del propio título normativo. Un lavado de cara. Los objetivos seguían siendo los mismos: vagos y mendigos habituales, rufianes,proxenetas, homosexuales, prostitutas, borrachos, toxicómanos, traficantes y consumidores de drogas, pandilleros, jóvenes rebeldes, pervertidos o personas coninclinaciones delictivas. Las buenas costumbres, la convivencia social y el respeto eran los pilares que debían ser sostenidos frente a esta panda de indocumentados. ElTitulo Primero de la norma dedicaba un par de artículos adicionales para ampliar el espectro de los estados de peligrosidad que quedaban sometidos a las prescripcionesde la ley: enfermos y deficientes mentales que, por su abandono o por la carencia de tratamiento adecuado, significasen un riesgo para la comunidad y los ya condenadospor tres o más delitos en quienes fuese presumible la habitualidad criminal. Para este último grupo, al que pertenecían por derecho propio Pont, el Torres, el Pulpo yVázquez, ya no existía la presunción de inocencia.

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VII

―La policía le ha contado a la prensa que estabais en contacto con la ETA y que habíais recibido armas de una organización terrorista francesa ―un jovenabogado, con media melena, se sentó en el banco de uno de los pasillos de la sede judicial madrileña junto a un detenido de espesa barba que acababa de ser subido desdelos calabozos al hall―. Mira lo que dicen en la prensa.

DETENIDO EL "CEREBRO" DE LA COPEL Y DIEZ MIEMBROS MÁSDelincuentes comunes colaboraban con comandos de ETA

Once miembros, de los grupos armados de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), que fueron detenidos por la Brigada de la Policía Judicial, proyectabansecuestrar a altas personalidades de la Administración de Justicia. Los delincuentes, que tenían frecuentes contactos con miembros de los comandos autónomos de

ETA, pretendían alterar el funcionamiento de las cárceles, provocar motines en las cárceles para liberar a «sus compañeros de Herrera de la Mancha».

―Todo eso es mentira ―Pont echó una mirada a un par de guardias civiles que le custodiaban a una distancia prudencial mientras esperaba la llamada deljuez. ―Pues prepárate, sólo es el principio ―Bremond, el joven penalista que formaba parte del colectivo de abogados progresistas de Madrid, sacó una serie dedocumentos de su cartera.

Por los pasillos de los juzgados de instrucción de la Plaza de Castilla desfilaban más de cien detenidos al día. Todas las mañanas los funcionarios deInstituciones Penitenciarias se encargaban de ir introduciendo en los calabozos de la planta baja a los individuos que esposados y con caras de pocos amigos erandescargados en el garaje de los juzgados por los furgones policiales (también conocidos como canguros) que los habían ido cargando en las diferentes comisarías de laciudad o en la propia Dirección General de Seguridad entre los detenidos del día anterior que debían pasar a disposición judicial. Una vez descargados los furgonescomenzaba la distribución de los detenidos a través de la alargada galería de calabozos del edificio de la Plaza de Castilla. A ambos lados de la galería se encontraban lasceldas del sótano (unos pequeños habitáculos con unos bancos de piedra con capacidad para veinte o treinta personas) en las que eran depositados a la espera de quellegase la llamada del juez de turno. A lo largo del día los funcionarios iban subiendo y bajando los detenidos que pasaban a declarar ante los diferentes juzgados quetramitaban las diligencias iniciales. El edificio contaba con 9 plantas en las que trabajaban más de quinientos funcionarios. Oficiales, secretarios, auxiliares, agentesjudiciales, forenses, letrados, jueces… Ellos se encargaban de tener bien engrasada la maquinaria judicial madrileña. En un solo día podían entrar hasta setecientosasuntos en el juzgado de guardia encargado de la distribución hacia el resto de jurisdicciones: los casos de responsabilidad penal a los de instrucción; los de naturalezacivil al de primera instancia; los de inferior cuantía (menos de 50.000 pesetas) a los de distrito… Una media constante de mil visitantes (familiares, amigos,demandantes, testigos, etc…) también se paseaba a diario por diversos motivos por las instalaciones del edificio que albergaba los juzgados de Madrid. Veintidósjuzgados de instrucción y diecinueve de primera instancia. Montañas de expedientes, fichas, carpetas, togas… El ajetreo también continuaba en el exterior donde seacumulaban algunos familiares y amigos de los detenidos que, a través de las rejillas de unos pequeños ventanucos de los calabozos que daban a la altura de la acera de lacalle Bravo Murillo, intentaban comunicarse con ellos tumbados a ras de suelo para poder darles el último aliento (o un par de cigarrillos y un mechero) antes de serenviados a Carabanchel.

―También dicen que estabais preparando varios atracos ―continuó el abogado mientras sacaba un paquete de cigarrillos y le encendía uno a Pont―, y elsecuestro de industriales y altos funcionarios de justicia. ―No sé de qué me hablas ―Pont miró con recelo a los dos guardias civiles que les vigilaban tras echar la primera calada―. Ni siquiera sé porque nos handetenido. ―Pero, ¿qué pasa, es que no te han interrogado o qué? ―Bremond repasó entre sus papeles los cargos por los que había sido acusado Pont y sus colegas de lacalle de las Tres Cruces. ―Sí, pero tampoco te creas que se han tomado demasiadas molestias en averiguar nada. Ni siquiera nos han atizado como de costumbre. ―¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

Pont conocía bien el paño. Contaba con el dudoso honor de ser el preso que más tiempo había permanecido en prisión preventiva a la espera de juicio (casisiete años). Su entrada en Carabanchel se había producido por la puerta grande tras formar parte de la banda que el 28 de diciembre del ´72 trató de atracar la famosajoyería Girod en el 38 de la Avenida de José Antonio a plena luz del día. La artería comercial estaba repleta de curiosos que se concentraban en las compras navideñas.La inocentada le supuso una portada a toda página en los diarios de la época y casi seis años entre rejas tras una espectacular persecución a tiros que acabó en el parkingde Galerías Preciados y que se saldó con un policía municipal y varios transeúntes heridos en una interminable carrera que finalizó cuando Pont se tuvo que rendir antedos inspectores de la Brigada Criminal que habían logrado acorralarle. Era la segunda vez que le detenían. Con dieciséis años le aplicaron la Gandula (más conocida comoLey de Vagos y Maleantes) con una condena de tres años sin derecho a reducción o indulto por unos pequeños hurtos y otros dos más de reclusión por la dePeligrosidad y Rehabilitación Social. Aprobada en el ´33 por la II República para controlar a mendigos, rufianes y proxenetas, la Ley de Vagos y Maleantes fue reformada por la dictadurafranquista para incluir a los homosexuales entre los que ofendían la sana moral del país. La reforma añadía, además, a todos aquellos que traicionando el tradicionalacervo de las buenas costumbres de la sociedad española perturbasen con su conducta la paz social o la tranquilidad pública. Básicamente, se le podía aplicar acualquiera que no tuviese oficio ni beneficio. La reforma franquista iba más allá incluyendo la posibilidad de que los detenidos pudiesen ser internados enestablecimientos de trabajo o colonias agrícolas para cumplir las penas dictadas por los jueces franquistas y de paso ayudasen a levantar el país.

―Vamos, que no me han puesto la mano encima ―insistió Pont―. Ni una sola hostia. O se han democratizado, que va a ser que no, o es que todo esto no esmás que una pantomima. ―Os han tenido diez días… ¿para nada? ―Para jodernos, claro.

Pont acababa de obtener otra marca histórica: El primer delincuente común al que la policía aplicaba la ley antiterrorista. La nueva ley penal ampliaba las 72horas estándar de reclusión máxima en dependencias policiales hasta los diez días de completa incomunicación en caso de ser considerado miembro de una bandaarmada. A Pont y a sus colegas les atribuyeron formar parte de la GAPEL (brazo armado de la COPEL) para poder justificar la concesión de la prórroga. Tras apurar almáximo el límite legal de incomunicación, Pont y sus colegas de Carabanchel con los que compartía alquiler en el piso de las Tres Cruces fueron puestos a disposiciónjudicial. Según las autoridades policiales, los detenidos formaban parte de un grupo anarquista organizado para cometer delitos a gran escala. La policía, para apoyar laincomunicación en la que se había mantenido al grupo, se había encargado de airear la pertenencia de los detenidos a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) quehabía encabezado el famoso motín de Carabanchel del 18 de julio del ´77 en el que los presos permanecieron tres días encaramados en los tejados de la prisiónresistiendo el asedio de las fuerzas de seguridad. Sin comida, sacando el agua de las cisternas para poder beber y soportando las altas temperaturas del verano, laresistencia de los presos que como Pont se habían encaramado al techo de la prisión terminó tras el intenso bombardeo de objetos realizado desde helicópteros militaresque sobrevolaban sobre sus cabezas soltando todo tipo de objetos. Tras firmar el armisticio, en canguros, como eran conocidos los furgones policiales en la jergacarcelaria, con un esparadrapo en la boca y de cuarenta en cuarenta, los amotinados fueron dispersados por penales de todo el país tras ser aseados con zotal en el patio

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de la prisión y pasados por una peluquería de campaña montada in situ. A Pont le enviaron directamente a una celda de aislamiento del Puerto de Santa María en la queestuvo encerrado veintitrés horas al día (la otra hora se la pasaba paseando por uno de los patios en completa soledad para que no pudiese comunicarse con nadie). Apesar de no poder dar ni tres pasos seguidos en la celda y de no tener ni una mesa ni una silla donde sentarse, Pont no se volvió loco como algunos esperaban. Lapolítica de dispersión produjo un efecto contrario al deseado, al menos para las autoridades penitenciarias. La hemorragia se extendió por todas las prisiones del país.Los trasladados de Carabanchel se cortaban las venas ante los Directores de las prisiones que salían a darles la bienvenida. La estrategia de desgaste para alcanzar ladeseada amnistía de presos comunes continuó con la presentación de constantes denuncias y solicitudes de libertades con las que empapelaban a los funcionarios deinstituciones penitenciarias. Las asambleas espontáneas y el éxito inicial de la autogestión dentro de las galerías acabaron con la paciencia de las autoridades querespondieron con la apertura masiva de expedientes disciplinarios y de sanciones en las celdas de castigo. El colectivo de abogados jóvenes de Madrid, aunqueoficialmente seguía en la clandestinidad tras una orden gubernativa de la Dirección General de Seguridad franquista dictada en 1974, ofreció sus servicios gratuitamente alos presos en un pulso con los colegios tradicionales del gremio que solían delimitar sus servicios hasta que sus clientes entraban en prisión abandonándolos a su suertea partir de ese momento.

―Te acusan, además, de ser el cerebro del brazo armado de la coordinadora de presos ―el joven abogado continuó informando a su cliente de la relación decargos con la que el atestado policial había justificado su detención―. En toda la prensa han destacado vuestra pertenencia a la COPEL. ―No existe ningún brazo armado ni nada parecido ―Pont sonrió amargamente al ver cómo salía del despacho del juez un sudamericano que juraba no sabernada de cierta cantidad de heroína que había aparecido en sus bolsillos al llegar al aeropuerto de Barajas―. Eso de la GAPEL como lo del Frente para la Destrucción delas Cárceles fue un invento de instituciones penitenciarias para intentar cargarnos lo de Haddad.

Haddad, el Director General de Instituciones Penitenciarias, fue asesinado semanas después de los famosos motines de Carabanchel y la Modelo del ´78. ElGRAPO le ametralló frente a su casa cuando se disponía a ir trabajar. Pont y la mayoría de los presos de la coordinadora no tardaron en darse cuenta que la brutalacción terrorista había enterrado definitivamente las posibilidades de concesión de un indulto general para los presos comunes. El asesinato de Haddad coincidió con laexplosión de varios artefactos contra las cocheras del metro de Madrid y Barcelona en las que se inutilizaron varias unidades y por las que también se acusó a laGAPEL y por ende a la Coordinadora de Presos, que no tardó en salir al paso negando cualquier relación y acusando a la policía y a la prensa de manipulación. Dabaigual. El mal ya estaba hecho. En Carabanchel, mientras tanto, continuaba la política represiva contra los que habían participado activamente en el conflicto. Para evitaruna nueva sangría entre los presos en reacción a los primeros traslados, los que no habían sido expulsados a otras prisiones fueron puestos en cuarentena en la rotondade la sexta galería para evitar que contagiasen al resto de presos y provocasen un nuevo motín. Los presos acabaron cediendo. El asesinato de Haddad había acabado conlas pocas posibilidades de alcanzar una solución negociada.

―Entonces, ¿qué es lo que quieren? ―Vengarse por habernos dedicado a denunciar el vergonzoso estado de las cárceles ―respondió por fin Pont―. No ha sido casualidad que la policía hayavenido a por nosotros. Hace un año, coincidiendo con la campaña electoral, una periodista vino al Puerto de Santa María a hacerme una entrevista. Aquello les sentócomo un tiro a los de Instituciones Penitenciarias.

El reportaje “Los marginados, un sector conflictivo e incómodo para los partidos políticos” (02/79) firmado por Prades para El País constaba de tres artículos:(1) Los homosexuales y las mujeres, entre el escepticismo y el voto de izquierdas – (2) Los minusválidos desconfían y la mayoría de los gitanos optan por la abstención– (3) Los presos sociales y los “pasotas” se pronuncian abiertamente por la abstención. La joven periodista entrecomilló las palabras de Pont para recoger la absolutaindiferencia con la que la población reclusa se tomaba el asunto de las urnas: «el estar encerrado tantas horas al día en una celda donde sólo puedo dar tres pasos, sinmesa y sin silla, en unas condiciones bastante penosas, atrofia la sensibilidad de cualquier ser humano, y produce un estado de ansiedad angustioso». Lo último en quepensaba Pont era en los diferentes programas electorales. Él era un marginado, un rechazado de la sociedad como la mayoría de los reclusos que formaban parte delelectorado (sólo los preventivos podían votar) y que no tenían ninguna intención de apoyar a los partidos que se habían fabricado a medida una amnistía que les habíadejado a ellos con cara de tontos.

―El Torres participó en todas las movidas de Carabanchel y el Pulpo fue el primero que dio la cara en el Dueso cuando lo trasladaron desde Martutene―continuó Pont―. Su abogado consiguió que unos cuantos senadores visitasen el penal y toda aquella letrina con muros saliese a la luz pública. A él también se latienen jurada desde entonces.

El Pulpo había sido el primero de los cuatro detenidos en la redada de las Tres Cruces en salir de la Dirección General de Seguridad. Tras nueve días decompleta incomunicación (uno menos del máximo legal) en las dependencias de la Puerta del Sol, tuvo que ser trasladado directamente al Hospital General Penitenciariopor una recaída de una dolencia hepática. Cómo le verían. Los años pasados en varias prisiones junto al Cantábrico le habían dejado huellas imborrables en su hígado.

―Desde luego ―asintió Bremond―, el Dueso no es el mejor sitio para reinsertarse. ―Mira ―Pont volvió a echar una calada al cigarro―, todos sabemos que eso de la reinserción es una patraña progresista. El talego no rehabilita a nadie, sólosirve para apartar a los delincuentes del resto de la sociedad. Para siempre, claro. En cuanto alguien se entera que has estado en prisión, se cambia de acera. ―Lo sé, ya sabes cuál es mi opinión. Por cierto, también han detenido a tu amiga Fátima. Dicen que han intervenido en su casa mucha propaganda de lacoordinadora y de los grupos de apoyo a los presos.

Pont revivió la famosa imagen de los primeros nueve presos de Carabanchel subidos a las terrazas del hospital penitenciario de la prisión con pancartasreivindicativas (21/02/1977). La sabana con las palabras Amnistía y Libertad había dado la vuelta en los Telediarios de medio mundo que vigilaban con curiosidadaquello que se empezaba a conocer como la Transición. Una bandera desplegada con el mapa enrejado de España y una leyenda con el nombre de la coordinadora fueondeada por los presos como parte del movimiento fundacional de la coordinadora que un año después hizo tambalear a los responsables de instituciones penitenciariasen el motín del 18 de julio del ´78. Pont había sido uno de los que más había atizado el fuego de las revueltas de los comunes. Tres meses después del bautizo de sangrede la coordinadora, Pont volvía a poner contra las cuerdas al sistema al cortarse las venas tras leer un manifiesto de protesta durante una vista judicial (26/05/1977)junto a otros dos compañeros. Las cuchillas de afeitar fueron el detonante de una huelga general de talleres que tuvo un seguimiento masivo en todas las cárceles delpaís. Alrededor de la coordinadora de presos comunes se aglutinaban diferentes organizaciones creadas por familiares y amigos: la Unión Democrática de Prisiones, elComando de Apoyo a la Copel y los Grupos Libertarios que trataban de mantener la tensión informativa en el exterior a la espera del indulto masivo tantas vecesrumoreado en los patios de los cárceles.

―Serán panfletos viejos ―respondió Pont―. Fátima es una sentimental. Por desgracia, hace tiempo que la coordinadora está completamente desactivada. Lode los bonos para la campaña de apoyo a los de Herrera fue el último intento de autogestión. Después de aquello todo quedó desactivado. Con la tunda que nos dieronentonces no creo que le quede ganas a nadie de volver a hablar de la coordinadora… ―Ah, se me olvidaba ―el abogado repasó un bloc de notas antes de entrar en el despacho del magistrado―, también os acusan de estar tejiendo una red paraintroducir armas en las cárceles que faciliten fugas masivas. ―Todo esto no es más que un montaje de la policía ―Pont ya no dudaba de que algunos de los enemigos que se había granjeado durante su estancia enCarabanchel le estuvieran pasando la factura, justo ahora que había conseguido la libertad―, es una cortina de humo para aplicarnos la ley antiterrorista y tenernos

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incomunicados. Somos parte de un experimento. Las ratas, sin duda. Hemos sido utilizados como cobayas para probar la aplicación de las leyes antiterroristas a presoscomunes. ―Ya, pero para qué. No lo entiendo. ―Bueno, esto quizás si lo entiendas ―Pont se acercó lo suficiente para poder susurrar a Bremond―. Esos maderos de la Puerta del Sol se han tirado todo eltiempo intentando que les diese una lista de abogados. Según decían, los abogados estabais detrás de lo de la coordinadora y de esos secuestros que dices que nosachacan. Os quieren meter el marrón por apoyarnos. ―No me jodas. De eso se trataba, ¿no? ¡Que cabrones! Vienen a por nosotros por lo de Herrera! ―Pont se sorprendió al ver como se sulfuraba el jovenabogado.

Un grupo de hombres con la toga se giraron ante las voces de su colega. Una treintena de abogados madrileños acababa de firmar una demanda conjunta en laAudiencia Nacional por las continuas torturas a presos que se producían en el nuevo penal de máxima seguridad inaugurado en Herrera de la Mancha. La demanda veníaprecedida por otro hito en la historia penitenciaria: un grupo de funcionarios de la prisión manchega había denunciado que en el penal se aplicaba de manera sistemáticala tortura a los presos por parte de un reducido grupo de compañeros. Lo de Herrera había tenido unos comienzos, digamos, sospechosos. Tras la inauguración en plenameseta castellana del primer centro de máxima seguridad del país, los primeros presos en ser enviados no habían sido ni los más peligrosos (multirreincidentes,fuguistas, con delitos de sangre, etc…), ni siquiera los terroristas de los diferentes grupos de extrema izquierda o derecha que poblaban los presidios de toda la geografíanacional. Valdés, el responsable de Instituciones Penitenciarias, decidió que sus chabolos fuesen inaugurados por presos comunes que aparte de pequeños delitos contrala propiedad contaban para Instituciones Penitenciarias como los más reivindicativos y que más activamente habían participado en la reclamación de la amnistía a lospresos comunes. El mosqueo de sus abogados continuó cuando los familiares de los trasladados a Herrera de la Mancha recibieron un escueto telegrama con el texto:“Estoy bien. No vengáis a verme. No necesito abogado”. Increíble. Entre los trasladados a Herrera, para mayor abundamiento, se contaba con los testigos delapaleamiento que había sufrido Rueda antes de morir abandonado en una celda de la enfermería de la prisión madrileña. El juicio por la muerte en Carabanchel del presoanarquista todavía no se había celebrado y la testifical de los compañeros del preso fallecido se consideraba vital para el resultado de la vista. El colectivo de AbogadosJóvenes de Madrid reaccionó con una visita al penal manchego que confirmó todas las sospechas. Instituciones Penitenciarias había seleccionado, dentro del colectivo defuncionarios de prisiones, a algunos especialistas en quebrar voluntades que después de aplicar viejas recetas conseguían que presos que les habían denunciado pormalos tratos o por corrupciones dentro de la prisión, se retractasen de sus denuncias. El punto álgido llegó cuando en el Juzgado de Instrucción de Manzanares (CiudadReal) se recibió una comunicación de dos de los presos testigos de la paliza recibida por Rueda, el preso anarquista fallecido en Carabanchel, en la que asegurabanretractarse de todo lo dicho anteriormente a pesar de que se habían ratificado en todas las declaraciones efectuadas hasta ese momento. El “efecto Herrera” les habíaablandado lo suficiente como para que, ante las preguntas del juez, llegasen a afirmar, incluso, que la muerte del preso anarquista debía ser obra de los propios reclusospor algún tipo de rencilla o venganza.

―Además todo esto es una venganza adicional por nuestra intervención en los juicios de los abogados laboralistas de Atocha ―insistió Pont mientras selevantaba. ―¡Espera! ―el abogado le sujeto al brazo antes de entrar en el despacho del juez―. ¿Qué es eso de los juicios? ―Cuando lo del atentado a los abogados de Atocha hicimos una colecta para comprar una corona de flores entre todos los presos de Carabanchel ―recordóPont―. Los muy cabrones apalizaron a los que se encargaron de recoger el dinero. ―¿Los funcionarios? ―preguntó enojado el abogado. ―No, para eso utilizaron a sus chivatos. Aunque no te lo creas los boqueras tienen más miedo que los propios presos. Además, después de las denuncias deHerrera ahora todo el mundo está muy suave. ―Será ahora porque acuérdate lo que pasó con Rueda. ―No se me olvidará en la vida. Te lo aseguro ―Pont volvió a revivir aquellos tensos días de finales del invierno del ´78 en el penal madrileño.

El caso Rueda (14/03/78). Los funcionarios de la prisión madrileña habían encontrado la noche anterior un túnel de más de cuarenta metros excavado en elcomedor de la séptima. Fruto de un chivatazo, seguro. En todas las galerías se escuchó el altavoz de la rotonda llamando a seis presos a capitulo. «Del túnel ese yo no sénada», fue la excusa esgrimida por todos los sospechosos. Los bajaron a la perra chica en los sótanos abovedados de la primera donde todavía se conservaba el garrotevil. Todos recordaban las porras de goma encima de la mesa. Más de diez guardias descamisados. Hematomas, contusiones, vergajazos. «Habrás cogido humedadmientras has estado excavando el túnel», le respondieron a uno de los que quiso poner una denuncia. La muerte del joven anarquista provocó el consiguiente motín.Tras ser sofocado apareció escrita en las paredes de las galerías la palabra COPEL. Los presos habían utilizado su propia sangre como tinta. El traslado de los dirigentesde la coordinadora a otros centros para disolver el poder que estaban adquiriendo sobre el resto de reclusos volvió a tener el efecto contrario al deseado: las protestas seextendieron por todas las cárceles del país.

―Pont ―el abogado llamó la atención del detenido tras un largo silencio. ―¿Eh? ―Pont pareció despertar―, perdona pero a veces me pierdo un poco. Dicen que es una de las secuelas de haber pasado tanto tiempo en la cárcel. En eltalego el tiempo pasa muy despacio. Tienes demasiado tiempo para pensar, para imaginar, para soñar,… ―Pont pareció volver a estar en trance―, más del necesario,hay gente que no aguanta y se acaba enganchando a cualquier cosa con tal de que el tiempo pase más deprisa,… ¿decías? ―No, nada, lo de las represalias por la corona de flores a los abogados de Atocha. ―Bueno, simplemente alguien se encargó de dejar abiertas unas cuantas celdas… ―contestó resignado ante las pocas posibilidades de que aquel caso fuesealguna vez juzgado―. Los chivatos hicieron el trabajo sucio, ya sabes, hay gente a la que no le gusta mancharse las manos. ―Espera, espera ―el abogado trató de recomponer la situación mientras la secretaria judicial volvió a salir al pasillo para avisarles que el juez les esperabadesde hacía rato―. ¿Qué me puedes decir del francés? ―Jean Pierre era un kie del penal de Burgos. En realidad yo sólo le conozco de oídas. A mí después de las protestas me mandaron al Puerto de Santa María―le aclaró Pont―. Lo de que nos hemos juntado con él no es más que una excusa para meternos la antiterrorista y tenernos incomunicados.

Hellegouarch era un histórico, un tipo inquieto. De los pocos que tras ser condenado por el régimen a la última pena había logrado sobrevivir para contarlo. Lapolicía gala le consideraba el cerebro de una banda de delincuentes de gatillo fácil que había realizado una serie de atracos antes de esconderse en Suiza. Su entrada enEspaña supuso su última acción conocida hasta la fecha (30/11/67): el fallido atraco al Banco Aragón de General Mola. Antes había dejado su huella en el Banco Generaldel Comercio y la Industria barcelonés. Cinco balazos sobre una pared en la que se apoyaba el cajero del banco habían dejado perfectamente marcada su silueta. El tourterminó en Málaga donde fue detenido tras ser identificado sin ningún tipo de dudas: un defecto en el ojo izquierdo, una especie de nube, que le hacía imposible pasardesapercibido. Un Consejo de Guerra le condenó a la pena capital, junto a Dupont, uno de sus colegas que también le había seguido desde Suiza.

―Lo único que sé es que el francés tuvo la oportunidad de fugarse y no la desaprovechó, normal, ¿no? ―continuó Pont―. El Pulpo le tenía en aprecio y haceun mes, cuando estuvimos en San Sebastián, nos acercamos a Hendaya. Pero lo de la ETA y lo de las armas es mentira. Joder, sales a los bares a tomar copas y hablascon mucha gente pero, ¿cómo vamos a saber si son etarras? Vamos, que los etarras no van por la vida identificándose y menos frente a unos desconocidos que acaban desalir de la cárcel. ―Pues la policía también dice que pensabais secuestrar a un conocido empresario francés.

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El presidente de la corporación cosmética L´Oreal. Según la misma nota policial distribuida a todos los medios, el grupo de Pont había establecido una cabezade puente en el País Vasco francés bajo el cobijo de refugiados que hacían labores de logística para la banda terrorista ETA y los comandos autónomos. La nota deprensa facilitada por la Jefatura Superior de Policía también mencionaba que la banda de Pont preparaba dos atracos a una joyería y una entidad bancaria de SanSebastián. La movilidad de la banda era sorprendente. La extensa nota policial también les acusaba de mantener una estrecha vigilancia sobre un furgón de blindados quetrasportaba los fondos y las nóminas de los empleados de la santanderina residencia sanitaria de Valdecilla.

―Desde luego, imaginación no les falta―respondió Pont tras echar una ojeada a la nota policial que habían enviado a la prensa. ―¿Y lo de las armas que dicen que os dio el francés en Hendaya? ¿Dicen que le pagaste con un paquete de heroína? ―¿Caballo? Ni de broma. Yo no trabajo ese género. Además, las armas no eran para mí. Yo estoy fuera de toda esta mierda, estoy limpio y no pienso volver acagarla. ―¿Entonces para quién eran? ―Estos ―señaló con la cabeza hacia otro de los bancos situado al comienzo del pasillo donde se encontraban custodiados el Torres y Vázquez por un par deagentes ―, tienen la cabeza llena de pájaros. Aunque todo eso ―señaló la nota policial―, sólo ha podido salir de una mente calenturienta o de un lector de novela deespías. ―¿Cómo?

La secretaria judicial salió de nuevo para avisar al abogado de Pont con una pequeña seña sobre el reloj de su muñeca. Era su turno. En el pasillo searremolinaban gran cantidad de letrados, probablemente de oficio, que esperaban pacientemente a que les subiesen a sus defendidos. Los interrogatorios judiciales seeternizaban y algunos días se llegaba a la medianoche antes de que todos los detenidos fuesen enviados a Carabanchel.

―Mira ―Pont se levantó ante la mirada de la secretaria judicial que esperaba con la puerta entreabierta con cara de pocos amigos―, estos colegas ―señalócon la cabeza al banco donde esperaban su turno el Torres y Vázquez―, presumen de tener ciertas amistades burguesas que a mí no me gustan nada, entiendes. Nada denada. Hace tiempo les metieron en Carabanchel por dejarse engatusar por un abogado suizo y un aristócrata que se dedicaban a secuestrar a joyeros. Pero de ahí apensar que son capaces de llevar a cabo cualquiera de las cosas que pone en esa nota...

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VIII

―¿Cuántos son? ―Martel se bajó del coche y se dirigió a uno de los agentes radio patrulla que trataba de acordonar la zona. ―Probablemente tres. La persona que ha llamado no ha dado más explicaciones.

Hacia media hora que se había recibido una llamada anónima en el 091. Casi susurrando, una mujer había logrado indicar que en esos precisos instantes unoshombres armados acababan de entrar en una oficina bancaria en el 43 de la calle del General Yagüe. No pudo decir más. Se cortó la comunicación tras escucharse unasvoces de fondo. Desde su implantación, en el ´58, el 091 recibía las llamadas urgentes de ciudadanos alarmados por cualquier tipo de motivo. Entre los agentes asignadosal servicio de Seguridad Ciudadana del 091 se buscaban expertos en detectar falsos avisos de alarma o verdaderos psicólogos que en muchas ocasiones simplementetenían que cargarse de paciencia para atender a personas con evidentes síntomas de depresión necesitadas de alguien que simplemente les escuchase. En esta ocasión noparecía así. El nuevo “dispositivo anti atracos” implantado solo hacía un mes por la Jefatura Superior de Policía llevaba 4 de 4. Calle de Maqueda (06/02), Calle de EmilioFerrari (07/02), Calle de Toledo (16/02) y la ultima en la Avenida del Mediterráneo (22/02), en la que tres jóvenes provistos con armas de fuego cortas penetraban en lasucursal del Bilbao apoderándose de 1.013.800 pesetas. Alguien había pulsado uno de los botones estratégicamente colocados bajo los mostradores de atención alcliente para activar la alarma. En cinco segundos se encendió una luz roja en un panel numerado de la sala del 091. El jefe de sala comprobó inmediatamente en un tablónanexo el número y la entidad que estaba siendo atracada. Bingo. Era una de las elegidas para montar el novedoso sistema. Con estos datos y un gran plano que señalabala situación de los coches radio patrulla más cercanos al lugar del sucesos se dio el aviso por la radio. El dispositivo anti atracos había vuelto a ponerse en marcha. Losatracadores no lo comprobaron hasta que salieron de la entidad y se tropezaron con una operación montada por inspectores de la Comisaría de la Estrella que a su vezhabían sido auxiliados por varios vehículos radio patrulla. Los asaltantes no obedecieron la voz de alto. Pensaron que tendrían una oportunidad. Uno de ellos resultóherido en una de sus piernas. Los otros lograron, en primera instancia, fugarse tras interceptar un taxi a punta de pistola, aunque posteriormente también fuerondetenidos interviniéndoles, además del dinero robado, dos pistolas (una Steyr y una Star del calibre 7,65 y 6,35 respectivamente) y un revolver Marx, del 38. En laprensa volvió a utilizarse el titular de marras: OTRA VEZ FUNCIONÓ EL SISTEMA ANTI ATRACOS.

―¿Y el viejo? ―Está al borde de un infarto ―el agente señaló a un hombre sentado dentro de uno de los vehículos policiales situados en la retaguardia―, todavía no ha sidocapaz de articular palabra. ―Está bien ―Martel se dirigió hacia el coche mientras los curiosos comenzaban a acercarse al cerco policial montado frente a la oficina del Santander. ―Le han liberado hace unos minutos ―le indicó uno de los agentes que se apoyaba en una de las puertas del vehículo―. Me parece que esto va para largo.

El cliente, un hombre de avanzada de edad, comenzó a respirar: Todo había comenzado sobre las diez y media de la mañana. Tres individuos provistos dearmas de fuego cortas entraban en la oficina intimidando a los empleados y a los clientes e invitándoles a arrojarse contra el suelo y a no levantar la cabeza. El atraco sedesarrolló con absoluta normalidad. Como mandan los cánones. Se apoderaron de cerca de un millón de pesetas depositado en la ventanilla de caja y tras guardar losbilletes y las armas en una bolsa de plástico se dispusieron a salir de la oficina con total tranquilidad. Los clientes y los empleados seguían con la cara pegada contra elsuelo. Cuando los asaltantes abrieron la puerta de la oficina se dieron inmediatamente la vuelta al comprobar la recepción que les esperaba dispensar varios coches radiopatrulla que habían aparcado en doble fila frente a la puerta de la oficina. No se lo esperaban. Alguien los había puesto sobre aviso. Es cierto que un atraco tiene untiempo mínimo de ejecución por muy bien que esté planteado. En menos de cinco minutos es prácticamente imposible que se cometa aunque también se contaba con laventaja de que la ciudad no destacaba por la fluidez de su tráfico lo que solía impedir la llegada a tiempo de la policía. En este caso no había sido así.

―Nosotros estábamos tirados en el suelo y de repente escuchamos como volvían a entrar ―respondió el cliente tras volver a tomar aire―. Empezaron adiscutir entre ellos y a insultar a la policía. Después de que se calmasen, les pedí que me dejasen salir, les dije que estaba enfermo. Volvieron a discutir entre ellos yfinalmente accedieron. Cuando abrí la puerta llegué a pensar que quizás hubiese sido mejor quedarme dentro.

En los casos anteriores, los atracadores no se habían percatado de la presencia policial hasta dejar la puerta de la sucursal cerrada a su espalda. Era dos de lastres posibilidades que manejaba la policía a la hora de la verdad. La primera, y la más habitual, es que los atracadores intentasen huir con el dinero. La segunda, quefuesen capaces de alcanzar un vehículo antes de ser atrapados. Esta entrañaba más dificultades. Las instrucciones: los coches radio patrulla van dando la situación delvehículo (probablemente también robado) en cada momento mientras se suman nuevas unidades cortándole las posibles salidas hasta que quede totalmente encerrado.La tercera, sin embargo, era la más delicada: que los atracadores saliesen con rehenes tomados en la entidad bancaria. La prioridad: salvar al rehén mientras se vigiladiscretamente al atracador o atracadores. La esperanza: que los atracadores acabasen deshaciéndose de ellos por serle de estorbo. Quedaba una cuarta, mucho máscompleja que las anteriores: que los atracadores se encerrasen con rehenes en el banco.

―No somos tan tontos ―se quejó uno de los agentes―, como para confundirle con un atracador de bancos. ―Está bien ―intervino Martel―, puede marcharse.

La cosa estaba muy tensa. Esta vez les había dado tiempo a volver a meterse dentro de la oficina. En los casos anteriores, acorralados ante la primera lluvia deimpactos (en el caso de que intentasen escabullirse), se entregaban recuperándose el botín en su totalidad. La Dirección General de Seguridad afirmaba tener previsto unoperativo especial con personal altamente cualificado para tratar este tipo de situaciones. Técnicos norteamericanos se habían desplazado hasta la capital de Españapara impartir unos cursillos específicos sobre el asunto. Ahora se comprobaría si la formación había servido para algo.

―¿Qué hacemos? ―uno de los agentes se dirigió a Martel. ―Esperar instrucciones ―respondió el inspector sin dejar de mirar la fachada del banco. ―¡Ahí salen! ―de repente aulló uno de los numerosos agentes apostados frente al 43 de la calle del General Yagüe. ―¡No disparen, somos rehenes!!! ―gritó al salir el primero de los hombres que, por su aspecto, parecía ser el director de la oficina. Martel regresó corriendo a la primera línea de vehículos situada a escasos metros de la salida del banco. Justo detrás del empleado del banco que mantenía lasmanos en alto un hombre le apuntaba directamente sobre la sien a cañón tocante con lo que parecía un Colt del 38. Otros dos empleados también amenazados porsendos atracadores armados con pistolas completaban el cuadro sobre la puerta de la oficina. El que apuntaba al director miró hacia ambos lados de la calle. La acera dela izquierda se encontraba despejada. El cordón policial había separado a las decenas de curiosos que se apostaban al otro la de la calzada como si de la filmación de unapelícula se tratase. El tipo que parecía llevar la voz cantante hizo una seña a sus compañeros con la cabeza para que le siguiesen.

―¡Están girando! ―gritó Martel al ver como el sexteto de manera compacta comenzaba a caminar, agrupado por la acera y con la espalda pegada a la pared,hacia su izquierda.

La procesión de atracadores y empleados del banco giró lentamente a la altura de la calle Lérida. En las terrazas de los edificios la gente también se asomaba

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para ver lo que estaba pasando. Los asaltantes iban dando los pasos completamente pegados a la pared de las viviendas de los números pares sirviéndose de losempleados como escudo. Las posibles salidas de las calles adyacentes estaban totalmente bloqueadas por numerosos coches policiales y una docena de agentes lesseguía a escasos metros por el centro de la calzada apuntándoles con sus armas. No iban solos. Una multitud de curiosos que se agolpaba frente al banco observando laescena también comenzó a moverse en el mismo sentido. Los inspectores comenzaron a acercarse a los secuestradores según iban girando. Sólo diez pasos lesseparaban. Los tipos iban agarrados con una mano a la chaqueta del empleado que le había tocado en suerte y con la otra les apuntaban sobre la cabeza. De repente, sepegaron un susto de cuidado. Uno de los secuestradores se puso nervioso y pegó dos tiros hacia un coche donde se hallaba un agente apostado a menos de cinco metrosde distancia.

―¡Alto el fuego, alto el fuego!!! ―gritó Martel a varios agentes que comenzaron a realizar disparos al aire al ver como los secuestradores aceleraban el paso alacercarse a las inmediaciones del mercado de San Enrique.

La refriega había sido aprovechada por uno de los empleados para zafarse del secuestrador y lanzarse detrás de un coche. Los inspectores hicieron un cordón asu alrededor para cubrirle mientras lanzaban varios tiros al aire. Desde la acera, a voz en grito, los atracadores habían vuelto a amenazar con matar a los rehenes allímismo (ya solo les quedaban dos) ante los disparos intimidatorios realizados por los agentes. Varias decenas de curiosos que también perseguían a atracadores y agentesdesde la acera de enfrente se habían puesto de cuclillas o tirado directamente al suelo tras oír los impactos.

―¡Están cruzando! ―gritó Martel mientras giraba la cabeza haciendo una seña a uno de los agentes para que tratase de mantener a los curiosos a una distanciade seguridad razonable. ―¡Deténganse! ―Martel trató de retener a los inspectores mientras el grupo de tres atracadores y dos empleados cruzaba a toda velocidad la calle Lérida haciala otra acera.

El grupo atravesó la calzada a la altura de la calle de San Enrique justo en la esquina en la que se encontraba el mercado del mismo nombre. Uno de losatracadores (el que había perdido al rehén) se dirigió, pistola en mano, a un conductor de una empresa de reparto que se encontraba junto a una furgoneta (rotulada conel nombre de la empresa Cavosa) frente a una administración de lotería situada en los bajos del mercado de alimentación. Los inspectores estaban a menos de cuatrometros de distancia. Todos se apuntaban preparándose para el duelo final mientras el conductor accedía a empujones a arrancar la furgoneta. Otro de los atracadoresabrió las puertas traseras. En un abrir y cerrar de ojos los tres atracadores y uno de los empleados saltaban al anterior de la furgoneta mientras los agentes les apuntabancon sus armas.

―¡Aquí, corra! ―gritó uno de los inspectores al segundo rehén que había logrado escabullirse mientras el conductor trataba de arrancar la furgoneta. ―¡Al suelo, joder, al suelo! ―Martel empujó al empleado del banco para que agachase la cabeza y se pusiese a cubierto tras los inspectores. ―¡Alto policía, alto policía! ―se escuchó varias veces a los agentes que se encontraban en primera línea de fuego momentos antes de que una ráfaga de balasinutilizase dos ruedas de la Sava en la que se habían introducido los tres atracadores junto al interventor del banco.

La furgoneta por fin arrancó. Los atracadores intentaron responder con sus armas desde el interior de la furgoneta mientras el vehículo trataba de ganar la callede Bravo Murillo con dos de sus ruedas pinchadas y bajo una lluvia de balas. Sólo pudo avanzar una decena de metros. Un radio patrulla se cruzó delante de lafurgoneta cerrándole el paso. El conductor, un hombre de avanzada edad, pisó el freno antes de comérselo. Los atracadores, acorralados, no tardaron en darse cuenta queles iban a freír a tiros y se rindieron suplicando el alto el fuego a gritos. A pesar de las voces que surgían desde el interior del vehículo el fuego sólo cesó cuando losagentes vieron como los asaltantes se deshacían de las armas lanzándolas a través de la acribillada ventanilla trasera de la Sava. El asustado conductor, que habíaconseguido a duras penas arrancar el vehículo segundos antes del tiroteo, seguía paralizado con la cabeza metida bajo el volante cuando Martel llegó a su altura y abrió lapuerta. Lo que quedaba de la trasera también se abrió. Los tres atracadores fueron sacados en volandas de la furgoneta. Los tipos fueron empujados contra el suelo porvarios agentes que, histéricos, no dejaban de gritarles que no se moviesen. ―¡Hay un herido! ―gritó un agente de la nacional tras subir a la furgoneta en busca del empleado del banco―. ¡Está grave! ―¿Pero quién coño ha dado la orden de disparar? ―Martel cogió por la pechera a uno de los agentes que se encogía de hombros mientras los atracadores eranesposados contra el suelo. ―¿Quién estaba al mando? ―la pregunta de Martel se perdió en un mar de gritos y sirenas que trataban de llegar a la furgoneta sorteando el corro de testigosprivilegiados que se agolpaban rodeando a agentes y asaltantes. ―¡Apártese! ―Martel trató de romper el cordón de curiosos mientras los nacionales trataban de inmovilizar a los asaltantes que pedían a gritos unaambulancia.

Contra el suelo, los agentes les terminaron de esposar mientras les pisaban la cabeza ante la atenta mirada de los curiosos que abarrotaban la calle. Elespectáculo había merecido la pena. Ni la mejor película de acción podría mejorarlo. En semanas no se hablaría de otra cosa en el distrito de Tetuán. A toda velocidad, mientras los espectadores se resistían a marcharse, varios agentes sacaron al interventor de la furgoneta y le montaron en uno de sus cochesradio patrulla. Estaba ensangrentado. El coche salió zumbando en dirección al hospital más cercano. La gente, a regañadientes, comenzó a disolverse.

―¡Se os va a caer el pelo! ―Martel se acuclilló y agarró de los pelos a uno de los atracadores levantándole la cabeza. ―Déjalo. Creo que deberías ver esto ―uno de los compañeros de la brigada que se había quedado en la retaguardia conmino al inspector a que se acercase hastaun coche estacionado frente a la sucursal. ―Luego nos vemos ―Martel soltó el pelo del atracador y su nariz chocó contra el suelo.

Frente a la sucursal se había encontrado un 124 ranchera, de color amarillo, con las puertas sin los seguros echados y un pasamontañas en la guantera. En lacentral ya habían confirmado que el vehículo contaba con una denuncia por robo de esa misma mañana. Varios de los testigos aseguraban haber visto a un hombre salirdel mismo al desplegarse el dispositivo policial en la zona. El cuarto hombre. A pesar de ello nadie parecía recordar su cara o la ropa que llevaba encima.

―¿Qué sabemos del conductor? ―varias horas después del atraco al Santander de la calle del General Yagüe, Martel trataba de explicar lo ocurrido en uno delos despachos de los jefes de la brigada. ―Es un tal Benito ―contestó Ferrándiz tras subir de uno de los calabozos―. Tiene antecedentes por robo y hurto. ―¿Estás bien? ―Pertierra también entró en el despacho. ―La verdad es que la escena fue dantesca ―Martel trató de poner en orden los escasos tres minutos que había durado el intento de fuga de los tresatracadores―. Estábamos nosotros y los nacionales. No había un mando claro y encima teníamos un montón de curiosos pegados a nuestras espaldas. No sé cómo noha terminado siendo una carnicería. ―No se preocupe Martel ―intervino el comisario Gallego, el jefe de la brigada judicial madrileña―, sé que han hecho todo lo que han podido para evitarlo.

Los cuatro ocupantes de la furgoneta presentaban heridas de bala de diferente consideración. La peor parte había sido para el interventor de la oficina, el único

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rehén del banco que quedaba en su interior, que falleció momentos después del tiroteo al llegar en un vehículo policial a la Residencia de la Paz. Una bala le seccionóvarios vasos sanguíneos a la altura del cuello. La furgoneta había quedado completamente agujereada. Como un colador. Las ráfagas de disparos también se habíanincrustado bajo el letrero luminoso de la administración de Lotería situada junto al mercado de San Enrique. Los miembros de la banda del Snoopy, a pesar de que lafurgoneta había sido ametrallada de lado a lado, sólo habían sufrido pequeñas heridas en las articulaciones (uno en un hombro y otro en una mano). El botín obtenido enel atraco, 936.200 pesetas, fue recuperado en su totalidad. Las armas utilizadas por los atracadores: una pistola Jo-Jo Ar del 9 largo con seis proyectiles en el cargador,un Colt del 38 Special y otro revolver marca ACC al que le faltaban unos proyectiles por haber sido disparados durante la primera refriega que sirvió para que uno delos empleados del banco se soltase de los atracadores antes de llegar al mercado de San Enrique. Versión oficial: Por el momento se desconoce las circunstanciasconcretas de la muerte del empleado del banco y no se sabe si fue alcanzado por las ráfagas de metralleta efectuadas por los agentes para detener el vehículo o porquelos atracadores le dispararán.

―¿Toxicómanos? ―Gallego repasaba las fichas policiales de los tres detenidos. ―Sin duda. Al Snoopy le detuvimos en Enero tras atracar una Caja de Ahorros ―respondió Pertierra―. Dos meses después un juez le puso en libertad bajode fianza de veinticinco mil pesetas. ―Estoy harto de tanta campañita y tanta notita para los medios ―Martel se levantó de la silla y cogió su chaqueta para marcharse―. Este problema ya no espolicial.

Entran por una puerta y salen por otra. El Snoopy, uno de los tres atracadores detenidos tras el intento de atraco al Santander de la calle del General Yagüe,acababa de salir de la cárcel, concretamente a comienzos del mes pasado. El 9 de Enero había sido detenido después de robar una sucursal de la Caja de Ahorros. Sólohabía pasado 5 semanas en Carabanchel. Un juez volvió a ponerle en la calle tras abonar las 25.000 pesetas de la fianza. La operación limpieza diseñada por los altosmandos policiales trataba de contrarrestar el último informe apocalíptico de la Dirección General de Juventud. En sus páginas se aseguraba que más del 60 por ciento delos atracos se realizaban para comprar heroína y más de la mitad de los chavales de Madrid había probado o eran consumidores de algún tipo de droga. Más datos: Sólocontra las farmacias, en el año anterior, se contabilizaron 1.900 asaltos (en 1974, ninguna farmacia española denunció haber sido asaltada). El interventor de la sucursalde la calle del General Yagüe, un chaval con veintitrés años recién cumplidos, había sido uno de los daños colaterales del síndrome de abstinencia que castigaba a losenganchados a la heroína. El resultado final del día había terminado en empate. Esa misma tarde, durante el transcurso de un atraco a una oficina del Bilbao en la Avenidade la Virgen de Montserrat de la ciudad condal, un atracador había resultado muerto a manos de un agente de la policía nacional de paisano que trató de repeler laagresión de los atracadores a la salida del banco. Los atracadores habían sido recibidos por tres dotaciones de la policía que habían recibido el aviso del atraco minutosantes. Dos bajas más en una guerra que sólo acababa de empezar.

―¿Qué quieres decir? ―preguntó Gallego. ―¡Que hay gente que se gasta más de ochenta mil pesetas al día en caballo! ―Martel no pudo evitar pegar una voz―. En el talego tienen que estar haciendo lavista gorda porque si no ya habría estallado una revolución. ―Tampoco te pases. ―Léase las notas, jefe. No lo digo yo, lo dicen los de arriba.

El propio Cuerpo policial se había adaptado a la nueva realidad. Junto a los detalles habituales de las detenciones, las notas de la policía empezaban a incluir elimporte del consumo diario (estimado) de heroína y otras drogas al que dedicaban los atracadores los botines. La media no bajaba de las cuarenta mil pesetas diarias. Elinforme de la Dirección General de Juventud incluía las declaraciones de algunos expertos en la materia: “La heroína es más absoluta que ninguna otra droga. Noproduce efectos alucinógenos. La lámpara de la habitación y la ventana siguen estando en sus sitios; con la heroína es indiferente orinar, beber o vomitar; todo esigualmente placentero. No pierdes la conciencia de nada; simplemente, todo te da igual. La coca, en cambio, arrasa. Es muy posesiva, muy viciosa. Tampoco alucina,pero te lo lleva todo y te exige cada vez más: te envía flashes y al cabo de un cuarto de hora te devuelve otra vez abajo. En un día puedes llegar a pincharte cincuentaveces y a invertir 40.000 pesetas diarias en conseguirla. Yo he llegado a ponerme hasta seis gramos en un solo día. Para cubrir gastos, sólo hay dos salidas: traficarincansablemente o robar...»

―Mire ―insistió Martel antes de salir del despacho―, entre muchos chavales en edad escolar se está imponiendo la moda de inhalar pegamento para lograrefectos alucinógenos. No hace falta que me lo cuente ningún informe de ninguna comisión creada al efecto, yo lo he visto con mis propios ojos y nadie se escandaliza nitrata de evitarlo. Esos viajes sólo llevan a una parte y son el principio de todo. Sólo es el primer paso. Muchos chicos ya llegan a la jeringuilla sin pasar por el humo.

El tolueno, componente de la mayoría de las colas y pegamentos, era el causante de los famosos viajes descritos por los consumidores habituales de estasdrogas de uso industrial y escolar. De corta duración, pero con efectos parecidos a otras drogas, su reducido precio y la imposibilidad de la prohibición de su venta alpúblico hacía imposible cualquier mínimo control.

―Acaban de enviar el resultado de la autopsia ―uno de los inspectores interrumpió la reunión con un adelanto del informe―. Según el doctor, “el cadáver dela víctima presenta una herida de bala en el cuello. El proyectil penetró por el lado derecho y salió por el izquierdo. En su trayectoria seccionó parte de los vasosvitales de la zona. Creemos que murió casi instantáneamente”.

―Sea como sea ―Gallego recogió el informe―, esto no puede volver a pasar.

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CUARTA PARTEOPERACIÓN ATOCHA

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I

―Como todos sabéis ―el inspector Ferrándiz comenzó su exposición frente a una mesa repleta de pistolas, revólveres y algún rifle―, las armas se roban

de infinidad de lugares y en múltiples circunstancias, aunque siempre en pequeñas cantidades. Lo normal, al menos hasta hace unos meses ―Ferrándiz cogió una de laschatas que tenía a su derecha―, era el uso de las recortadas en la mayoría de los atracos.

Una de las primeras consideraciones que el informe remitido por Gallego al nuevo jefe superior de policía tras la puesta en marcha del dispositivo anti atracos aentidades financieras hacía referencia a la enorme cantidad de revólveres y pistolas que pululaban sin control por la ciudad. Todo un arsenal si se extrapolaban las armasque habían sido requisadas a los atracadores detenidos en los últimos meses. Las recortadas, escopetas de caza a las que se achataban los cañones a fin de que pasasenmás desapercibidas, eran hasta entonces el arma favorita de los pandilleros. Uno de los motivos por el que se asaltaban numerosos chalets y casas de campo, además delos suculentos botines económicos y del hecho que solo estuviesen habitadas los fines de semana y el periodo de vacaciones, era la posibilidad de encontrar armas,especialmente escopetas, que contaban con la ventaja, además, de no estar marcadas por no haber estado implicadas en anteriores delitos. La compra venta de armas desegunda mano conllevaba un riesgo adicional al típico encasquillamiento en el momento menos oportuno: algunos delincuentes se deshacían de armas manchadas desangre endosándoselas a cualquier primo sin informarle previamente del expediente acumulado del cacharro. La tenencia ilícita de armas era un marrón menor comparadocon el de ser acusado de un asesinato por el simple de hecho de ser colocado con un arma ya marcada.

―Con cierta frecuencia detenemos a chorizos que cantan que en tal piso encontraron un arma y luego descubrimos que el propietario no había denunciado sudesaparición porque ni siquiera tenía el correspondiente permiso. Sin embargo ―continúo Ferrándiz la clase magistral ante la atenta mirada de los inspectores reunidosen una de las salas del viejo caserón de la Puerta del Sol―, cada vez más nos estamos encontrando con armas de calibre corto. Revólveres o pistolas de gran calidad quese encuentran prácticamente sin estrenar. Por lo que hemos podido comprobar, la mayoría de los modelos son de fabricantes o importadores vascos que las envíanhabitualmente en trenes mercancía a armerías de toda España por el mismo conducto por el que se puede enviar un paquete de embutidos o de mantecados. ―Y con él mismo control ―añadió el comisario Gallego, apoyado en una de las paredes de la sala―. Es decir, ninguno. ―No me lo puedo creer ―comentó Pertierra desde el fondo de la sala. ―El vigente Reglamento de Armas y Explosivos lo permite ―contestó Ferrándiz tras revisar un pequeño informe―. Las empresas fabricantes puedan enviarsin custodia y por el sistema de paquete postal hasta 25 armas, cortas o largas, a armerías o unidades de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. ―¿Pero no las tiene que controlar la Guardia Civil? ―se escuchó un comentario espontáneo de otro de los inspectores. ―Así es ―respondió Ferrándiz―. Cuando llegan a su destino…, pero ésta ―cogió una Astra del 22―, no llegó nunca. Tenemos la intuición de que lospaquetes no llegan a sus destinatarios. Se pierden por el camino. Los envíos de armas destinados a armerías o particulares con la correspondiente licencia no llegandirectamente a sus nuevos propietarios. En las estafetas de Correos deben ser recogidos previamente por la correspondiente intervención de armas de la Guardia Civil,que a su vez debe entregar al comprador una vez comprobada la mercancía. ―Creo que ahora también se compran por catálogo ―comentó otro de los inspectores presentes en la reunión. ―Es cierto, pero no nos estamos refiriendo a pistolas de fogueo ―aclaró Ferrándiz. ―Conozco a un tipo que es capaz de convertir cualquier pistola de fogueo en cacharros de primera ―insistió el inspector.

Las armas detonadoras, de fogueo, de gas y de aire comprimido se anunciaban en numerosas revistas. Aunque en raras ocasiones sus disparos resultabanmortales, sí que provocaban lesiones y, desde luego, intimidaban como una de fuego real. De precios sensiblemente inferiores a los revólveres o las pistolas tenían laventaja añadida de que cualquier tornero habilidoso las podía adaptar para uso real.

―Aunque no tenemos constancia de ninguna denuncia por parte de las fábricas o de las armerías a las que se destinan ―añadió Gallego mientras repasaba unacopia del informe realizado por Ferrándiz―, tenemos indicios suficientes para pensar que muchas no estén llegando a su destino. ―Hemos requisado suficientes armas nuevas para pensar que están desapareciendo en algún lugar antes de llegar a su destino ―Ferrándiz continuó con laalocución―. Nos hemos puesto en contacto con las principales fábricas vascas y se han comprometido a adoptar medidas para que no se repitan estos sucesos peromientras eso sucede debemos cortar de raíz la vía de escape.

La industria de la producción a gran escala de pistolas y revólveres estaba controlada por el oligopolio formado por “Astra Unceta y Cía” desde Guernica, laeibarresa “Star Bonifacio Echeverría” y la vitoriana “Llama Gabilondo y Cía”. La confianza en el sistema de distribución era tal que los envíos se realizaban en cajas enlas que venía perfectamente identificado el contenido y el nombre del destinatario. La seguridad en el proceso de distribución, como se quejaba el responsable de labrigada, era la misma que la del envío de una caja de mantecados. Junto a las armas, además, iban sus correspondientes cajas de munición que ni siquiera se enviaban porseparado.

―Ayer, sin ir más lejos, compañeros del grupo VI detuvieron a tres atracadores con armas de reciente fabricación ―Gallego abrió uno de los periódicos que sehabía hecho eco del nuevo éxito del dispositivo anti atracos puesto en funcionamiento por la policía madrileña―. Los tres detenidos llevaban un revolver simulado, unaStar del 9 corto y una Astra del Calibre 22. Estas dos últimas, de reciente fabricación, como ya he comentado.

Uno de ellos fue alcanzado de un disparo en una piernaLA POLICÍA DETIENE A TRES ATRACADORES QUE HUÍAN CON 1.700.000 PESETAS

Un atracador fue herido de bala por la policía y detenido tras un atraco llevado a cabo a las 9.20 de la mañana en la sucursal del Banco Comercial Español situada enla calle de Alberto Alcocer, esquina a Doctor Fleming. Dos cómplices del herido fueron arrestados posteriormente, tras una larga persecución en coche y a pie, cerca de

la estación de Chamartín. El botín, de 1.700.000 pesetas en billetes, pudo ser recuperado íntegramente.

Un atraco frustrado gracias a la siguiente solicitada colaboración ciudadana. Tres encapuchados entraban, como era habitual, a primera hora de la mañana en unaentidad financiera madrileña, en este caso, en el Comercial de Alberto Alcocer. “Tírense todos al suelo”, fue esta vez el grito de guerra empleado por uno de ellosmientras otro sacaba del despacho al Director y al Interventor encañonándolos con una pistola camino de la caja fuerte. Millón y medio largo de pesetas. El resto deempleados y clientes esperaban tumbados en el suelo. A primera vista, un atraco más salvo por la valentía de un transeúnte que tras observar a través de la cristalera laconocida escena se metió en el banco de al lado, el Transatlántico, para llamar a la policía. El 091 reorientó rápidamente a cuatro radio patrullas del Servicio de SeguridadCiudadana que ocuparon posiciones ventajosas en la calle a la espera de la salida de los asaltantes. La conocida estrategia funcionó de nuevo. Nada más ganar la calle, seabalanzaron sobre ellos. No se dieron por vencidos. El que llevaba la bolsa, tras tirarla al suelo, adelantó la pistola para cubrir la fuga. Uno de los nacionales le acertó a laprimera en la parte superior de una pierna. Se entregó inmediatamente. Los otros dos aprovecharon el incidente para subirse a un 124, matrícula de Madrid, que habíanrobado previamente. Uno de los vehículos policiales logró ponerse a rueda de los asaltantes que se habían lanzado hacía la Avenida del Generalísimo a la altura de laPlaza de Castilla. Volvieron a demostrar su buena puntería. Desde las ventanillas del zeta acertaron en una de las ruedas del 124 reventando el neumático. Losatracadores se bajaron reemprendiendo la fuga a pie. Se desfondaron enseguida. Los disparos de los agentes les convencieron de ello siendo arrestados finalmente en losaledaños de la estación de Chamartín. Otro atraco de película resuelto eficazmente por la policía madrileña.

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―Los tres detenidos han declarado que los cacharros se los habían comprado a un tal Carlos ―recordó el inspector Pertierra. ―¿Carlos? ¿Le tenemos localizado? ―Gallego se colocó junto a Ferrándiz tras dejar el informe junto a la pequeña exposición de armas preparada por elinspector para la ocasión. ―Todavía no. Aunque por los datos que disponemos creemos que en un par de días le habremos detenido. ―Está bien ―señaló Ferrándiz dando por terminada la reunión―, hagámoslo sin más demora y a ver qué nos cuenta ese tal Carlos. Pero aunque detengamos aesos nuevos distribuidores tampoco pensemos que podemos cantar victoria todavía. También hemos podido comprobar que se han incrementado notablemente lasarmas que llegan desde el exterior, especialmente de fabricación francesa y belga.

El mercado de segunda mano se surtía principalmente a través de la conexión portuguesa: antiguos miembros de la policía política lusa y ex colonos de Angolay Mozambique se deshacían de centenares de armas acumuladas durante las décadas del régimen salazarista. Pequeños contrabandistas se encargaban de introducir lasarmas junto a fardos de tabaco a través de las permeables fronteras de Salamanca o Pontevedra. Las novedades, como siempre, llegaban a través de los Pirineos. Enmuchos países europeos regía una legislación sumamente benévola para la adquisición legal de armas por la que cualquier ciudadano sobre el que no pesasenantecedentes penales podía hacerse con una pistola o un revolver de gran calidad. Las armas sólo eran una de las muchas mercancías que llegaban a España desde suelofrancés. En algunos talleres se habían especializado en el acondicionamiento de los maleteros con doble fondo libres de impuestos en los que se introducía todo tipo denovedades que no se podían adquirir en el mercado interno. ―Ya les han soltado ―Martel se acercó a Pertierra cuando salían de la reunión. ―¿A quiénes? ―A nuestros amigos los terroristas ―respondió Martel con cara de ya te lo había dicho yo.

El combo detenido en el apartamento de la calle de las Tres Cruces formado por Pont/Torres/el Pulpo/Vázquez había sido enviado directamente al penal deHerrera de la Mancha a pesar de que la prisión manchega estaba destinada únicamente a acoger a presos condenados en sentencia firme. La triquiñuela de InstitucionesPenitenciarias para enviar al penal de alta seguridad a algunos de los dirigentes de la Coordinadora de Presos saltándose el paso previo por Carabanchel, el destino de lospreventivos, se vino abajo ante la falta de pruebas aportadas en la investigación de las supuestas conexiones terroristas de los detenidos. Un joven abogado consiguió elrápido sobreseimiento del caso y las autoridades policiales terminaron retirando todos los cargos ante la imposibilidad de probar una sola de las acusaciones con las quelos inspectores de la Brigada Judicial madrileña habían rellenado la nota policial entregada a la prensa.

―No te preocupes ―sonrió Pertierra―. No creo que tarden en volver a las andadas. No saben hacer otra cosa. ―Ya te lo dije ―insistió Martel―. Espero que la próxima vez que hagamos caso a tu amigo el aristócrata no nos deje colgados de la brocha. ―La próxima vez no le quedará duda al juez ―respondió Pertierra―. Te lo aseguro.

El debate continuó mientras los inspectores se dirigían a una de las salas nobles del edificio de la Dirección General de Seguridad. Todos los detenidos en laredada habían sido puestos en libertad a pesar de la enorme cantidad de cargos iniciales atribuidos al grupo de Pont y el Torres: 1) Colaboración con la banda etarra, 2)Pertenencia al grupo armado GAPEL, 3) Secuestro en grado de tentativa a altas personalidades de la Administración de Justicia , 4) Tráfico de drogas al intercambiar unpaquete de heroína por las armas decomisadas en la vivienda de la calle de las Tres Cruces (además, en el domicilio del Pulpo se habían encontrado 6 kilos de hachís ydocumentación falsa), 5) Preparación de dos atracos, a una joyería y a una entidad bancaria, más seguimientos realizados a un furgón blindado encargado de transportarla nómina de los empleados de una Residencia Sanitaria, 6) Provocar el caos en las prisiones españolas introduciendo armamento en las mismas…

―¿No se pierde una, eh? ―Pertierra y Martel se cruzaron con Avellaneda, el redactor de sucesos. ―Así es este trabajo ―respondió el periodista―. ¿También vienen a la presentación del manual? Dicen que aprendiéndoselo de pe a pa ya no va a hacer faltani llamar a la policía ―añadió con sorna Avellaneda. ―Ni a los periodistas de sucesos… ―respondió Martel despidiéndose del periodista.

Avellaneda había acudido a una de las plantas nobles del edificio gubernamental de la Puerta del Sol tras recibir una llamada en la que se le invitaba, como alresto del gremio, a la presentación de un manual elaborado por el Ministerio del Interior titulado “Autoprotección del ciudadano”. El acto corría a cargo de Cepeda,comisario general de Seguridad Ciudadana.

―Lo primero que quiero es agradecer su presencia ―Cepeda, tras comprobar su reloj, se dirigió a los medios informativos que habían sido convocados porla Dirección de la Seguridad del Estado―. El manual de orientaciones o de ayuda al ciudadano ―continuó Cepeda mientras uno de los inspectores del grupo XII de laBrigada Judicial Madrileña comenzaba a repartir un ejemplar de color amarillo a todos los presentes―, forma parte de una serie iniciada con el de “Autoprotección depersonalidades” y el de “Protección en grandes almacenes”. Este último, porque no he de decirlo, ha despertado gran interés y demanda en el extranjero, y el primero,cuando ha sido seguido a rajatabla, ha servido para evitar más de un incidente.

El inicio de un trabajo ambicioso. 22 fascículos con una tirada inicial de 25.000 ejemplares. La calle, los transportes públicos, el automóvil, el trabajo, lasmujeres, los jóvenes, los menores, los parques y jardines, los colegios, las drogas, la prostitución, los viajes, los aparcamientos y garajes, la evacuación de edificios, lasnóminas y tarjetas de crédito, el dinero electrónico, los timos y los fraudes, los viajantes de comercio, los ancianos, el vandalismo o la familia eran los ámbitos elegidospor Comisaria General de la Seguridad Ciudadana para orientar al ciudadano en el conocimiento de la delincuencia y de los medios para defenderse de ella.

―Con este último ―añadió Cepeda―, esperamos que el ciudadano se mentalice y lo ponga en práctica, con lo cual creemos que se puede bajar bastante elíndice de delincuencia existente en España. ―¿No cree que puede tener un efecto contrario? ―preguntó uno de los periodistas mientras los compañeros comenzaban a hojear las primeras páginas delfolleto. ―No se trata de que el ciudadano se alarme y piense que todo está muy mal, sienta miedo y viva todo el día preocupado, sino tener una idea clara de laoperativa del delincuente y de otros riesgos contra la seguridad personal. Se trata de entender la seguridad como una cuestión colectiva y colaborar todos a su solución. ―Pero, entonces… ¿dónde queda el papel de la policía? ―La misión policial hay que entenderla en tanto en cuanto nos referimos a las tareas de represión o de respuesta adecuada al delincuente cuando la situaciónpresenta ya unos claros matices de riesgo sin embargo, esto no es óbice para que se tomen medidas tan sencillas como exigir que los haberes o sueldos se abonen en lacuenta corriente o la cartilla de ahorro. No tener dinero en abundancia es el arma más segura para disuadir a los delincuentes. Incluso para las empresas, que muchasveces son atracadas en sus oficinas los días de pago.

Consejos básicos para evitar que le roben en su piso, podría ser el antetítulo del manual de orientaciones editado por el Ministerio del Interior. Algunas de lasrecomendaciones básicas: “No tener dinero en abundancia en casa”, “no poner el nombre ni la dirección en las llaves de la vivienda”, “no abrir nunca la puerta adesconocidos”, “utilizar la disuasión como el arma más segura y racional contra el delito”, “colaborar con los vecinos en la vigilancia de los domicilios”, “colocar rejas enventanas y balcones, puertas blindadas, cercos de calidad, dispositivos de alarma”,… A pesar de ser el tema principal, no todo el manual estaba referido a la

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delincuencia. En el folleto también se podían leer consejos referidos a peligros del hogar como intoxicaciones, golpes, caídas y quemaduras, casos de incendio yemergencias en los que no se pueda abandonar la casa, primeros auxilios y, en general, peligros domésticos previsibles.

―Ha dicho que este sólo es el primero de una serie ―continuó la ronda de preguntas otro de los periodistas. ―Se pretende una periodicidad de quince días, aproximadamente, entre la publicación de los siguientes a este primero de la vivienda, si el resto del trabajo en laComisaría General lo permite, claro. La distribución del folleto se hará principalmente a través de las comisarías aunque no descartamos la posibilidad de contar con losayuntamientos y otras entidades o empresas. Este completamente seguro que este manual interesa a millones de personas. Por eso, la Dirección de la Seguridad delEstado va a autorizar la publicación parcial o total del mismo, siempre que no sea con ánimo de lucro, claro. ―¿Qué puede avanzarnos del atraco ocurrido esta mañana en una sucursal del Banco Central? ―Avellaneda tomó la palabra por primera vez.

Las noticias (sobre todo las malas) vuelan. Los atracadores habían madrugado. Eran las 8:05 de la mañana cuando tres atracadores de 29, 26 y 18 añosrespectivamente penetraban en una sucursal bancaria de la calle Alcalá escondidos tras una gafas de sol y armados con una Astra del 9 largo, una Star del 9 corto y unrevolver del 38. La mayor parte de los empleados de la oficina ni siquiera había llegado. Uno de los asaltantes se colocó junto a la puerta para ir recibiendo a losempleados rezagados mientras otro controlaba el patio de operaciones y el tercero se dirigía junto al cajero (con la pistola apoyada en su nuca) a la cámara acorazada. Elluminoso del 091 se encendió. Alguien pulsó alguno de los botones de alarma o el sistema se activó tras recoger el paquete de billetes pinzado eléctricamente a la central.Quién sabe. La cosa todavía no había quedado aclarada. Los agentes del primer “Z” en llegar a la oficina situada frente a la boca del metro del Carmen preguntaron a unode los últimos empleados que se disponía a entrar en la oficina: “¿Qué es lo que pasa ahí dentro?” “Ni idea. Yo acabo de llegar”. Los agentes se dispusieron aacompañarle hasta la puerta para salir de dudas. Fueron recibidos a tiros por los dos asaltantes que se encontraban en el patio de operaciones. Duda resuelta. Losagentes se retiraron para evitar males mayores siendo aprovechado el ínterin por los tres atracadores para salir de naja con los cinco millones largos de pesetas quehabían cogido en el banco. Mala decisión. La zona ya estaba tomada por un montón de agentes que habían llegado en esos momentos. Eficacia y rapidez. La cosa siguiócon el correspondiente intercambio de disparos mientras los atracadores trataban de dispersarse. Uno de ellos, acorralado, se parapetó detrás de un chaval de quinceaños que se dirigía a una academia profesional destinada a preparar las oposiciones de acceso a la banca. Lección práctica. Los dos cayeron al suelo. Afortunadamente, elchaval sólo resultó herido a pesar de tener alojada una bala entre dos músculos cercanos al corazón. El atracador ingresó cadáver en la Ciudad Sanitaria Provincial. Losotros dos atracadores también fueron derribados en las inmediaciones del cine Canciller pudiéndose recuperar todo el botín sustraído. La situación estaba controlada.Dos horas después del suceso la sucursal volvía a abrir por orden expresa del banco. Otra lección práctica. Los atracos bancarios se habían convertido en simplesincidencias. Una vez resueltas, no había motivo para no seguir trabajando y atendiendo al público.

―Como verán tanto el nivel preventivo del folleto ―Cepeda continuó con su libro a pesar de la pregunta de Avellaneda―, u otras medidas similares, como laacción de la dotación del coche-patrulla, son actuaciones necesarias. ―¿Pero no cree que existe un riesgo claro sobre los empleados o clientes del banco? ¿No cree que con las medidas puestas en marcha se busque más laprotección del dinero que la vida de las personas? ―insistió Avellaneda. ―Existe un compromiso por parte de la policía para no entrar en las entidades donde se produzca un atraco después de que haya sonado la alarma, pero enalgún caso, por alguna circunstancia, es posible que no se haya actuado así ―respondió Cepeda―. En todo caso, tengo entendido que la dotación policial que haintervenido en la operación de esta mañana, primero, dio oportunidad a los atracadores para que se entregasen y luego esperó a que los delincuentes disparasen antes derepeler el fuego. Desde hace poco tiempo las entidades bancarias y de crédito empiezan a utilizar la alarma en el momento de ser atracadas, cosa que no sucedía antespor regla general, por diversas razones… Pero eso se va a acabar. Son muchas las multas que se han puesto por este motivo a pesar de que ya son mayoría las oficinasbancarias que tienen instalados los sistemas de seguridad que legalmente se les exige. Respecto a la obligatoriedad que en un principio se impuso a estas empresas paraautodotarse de vigilantes ―recordó Cepeda adelantándose a la siguiente flecha―, tal disposición les ha sido eximida al comprobar el resultado poco eficaz de estosvigilantes y el riesgo que supone para las personas, tanto empleados como clientes como para el propio vigilante. ―Pero muchos bancos siguen manteniendo los vigilantes jurados... ―Por decisión propia ―cerró Cepeda el debate―. Por último, quiero señalarles que el ciudadano podrá dirigirse a las inspecciones de guardia de las comisarlasde Policía ―añadió Cepeda―, a fin de asesorarse sobre las medidas de seguridad más idóneas de instalar en su vivienda. Los funcionarios de servicios pondrán alciudadano en contacto con los expertos de un equipo que ya está en formación para este cometido, de manera similar a como se realiza en Inglaterra. También quieroseñalarles que en cuanto al control de calidad de los artículos de seguridad que actualmente se pueden encontrar en el mercado, la Dirección de la Seguridad del Estado haempezado a homologar algunos productos a través del Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales (INTA), así como a llevar a cabo un control anual de los mismos― Cepeda dio por cerrada la comparecencia.

El manual dedicaba sus esfuerzos en aquellos especializados en el acceso a las viviendas: a) Topistas: especializados en el uso de la palanqueta para hacer saltar las cerraduras o los marcos de puertas y bisagras, b) Espadistas: siguiente nivel, especialistas en la ganzúa para manipular las cerraduras. Sin duda, todo un arte. c) Palquistas: con aptitudes acrobáticas para subir hasta las terrazas, tejados o azoteas escalando por las tuberías, fachadas, árboles o cualquier cosa que lessirva. d) Descuideros: la última categoría. Especializados en aprovecharse delos descuidos de los demás como dejarse puertas o ventanas abiertas aunque también sehacen pasar por empleados de empresas de servicios para acceder a las viviendas y coger lo primero que encuentran a mano.

―¿Sigue pensando que no vamos a hacer falta? ―Pertierra y Martel volvieron a cruzarse con Avellaneda al finalizar la presentación del manual. ―Se rumorea que a Astilleros le van a nombrar Jefe Superior de Policía… ―respondió Avellaneda. ―Seguro que usted tiene más información que nosotros ―respondió Martel―. Los inspectores somos los últimos en enterarnos de lo que pasa aquí…

Los dos inspectores regresaron al despacho tras saludar a sus compañeros del grupo XII de la brigada, que había participado en la redacción del folletopresentado por Cepeda. El XII estaba especializado en la “baja delincuencia sudamericana”, especialmente la importada desde Colombia. Los colombianos acaparaban elmercado del robo a domicilio. Según las estadísticas policiales, el 95% de estos delitos eran cometidos por súbditos llegados desde este país. Al mediodía y durante losfines de semana, aprovechando los descansos de los porteros de las fincas. Su herramienta preferida, la palanqueta. La mayor parte con antecedentes en países vecinoscomo Francia, Bélgica o Italia. Tras su detención, la expulsión y el posterior regreso con otro pasaporte falsificado. Algunas caras ya eran sumamente conocidas. Uno deellos respondió sin cortarse en un interrogatorio: “Los conquistadores españoles se trajeron nuestro oro cuando descubrieron América. Nosotros venimos arecuperarlo…”.

―Aquí está ―Pertierra sacó de un cajón un número de teléfono aportado por uno de los últimos detenidos. ―¿Carlos? ―Pertierra hizo un guiño a Martel tras descolgar el teléfono. ―Sí. ¿Quién es? ―contestó una voz femenina. ―Soy un amigo del Sapo. ―Carlos no está en estos momentos ―la mujer respondió tras unos segundos de duda. ―¿Cuándo puedo hablar con él? ―No lo sé. Si me dejas un teléfono...

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―Está bien. Toma nota.

Varios minutos después sonaba el teléfono en el despacho de los inspectores. El supuesto proveedor de armas era un tipo que se tomaba muchas precauciones.Pegado a la persona que había contestado la llamada, con una seña la había dado el visto bueno al oír el nombre del Sapo. Evidentemente la pareja de vendedores dearmas desconocía que el Sapo y toda su banda llevaban más de un mes entre rejas tras ser detenidos en un servicio conjunto realizado por las brigadas anti atracos deMadrid, Barcelona y Alicante. En varios pisos francos se había localizado todo un arsenal de novedades en revólveres, pistolas, subfusiles y rifles que habían sidoestrenados por el Sapo en diversos atracos a bancos, farmacias, agencias de viajes, tiendas de ropa y peluquerías. Algo que había llamado la atención a los inspectores.

―De acuerdo. Allí nos veremos ―Pertierra colgó el teléfono sonriendo. ―Cuarenta mil pesetas por cacharro ―Pertierra cogió su chaqueta. ―No está mal ―Martel calculó mentalmente los beneficios por arma vendida. ―Y eso que dice que me ha hecho un precio especial por ser amigo del Sapo ―Pertierra y Martel salieron riendo camino del despacho donde Ferrándiz recogíalos trastos que habían servido para ilustrar la charla.

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II

―Ese periodista tenía razón ―Martel regresó al coche donde le esperaba Pertierra tras comprar un periódico en un kiosco cercano.

La prensa se hacía eco, según fuentes oficiosas del Ministerio del Interior, del próximo nombramiento de Astilleros como nuevo Jefe Superior de Policía de lacapital de España. Sin embargo, la portada del periódico venía ilustrada por una gran fotografía en la que se podían ver los impactos de bala (hasta ocho) que se habíanincrustado en la cristalera exterior de la oficina del Banco Central de la calle de Alcalá en la que había fallecido un atracador.

UN MUERTO Y DOS HERIDOS EN UN ATRACOEn la fotografía se podía observar la cara de susto que todavía tenían varios empleados del banco al observar los impactos de bala fruto del tiroteo mantenido por los

subfusiles de los agentes y las pistolas de los atracadores.

―Los últimos en enterarnos ―respondió Pertierra tras echar una ojeada al diario―. Creo que es la hora.

El inspector dejó a su compañero en el vehículo policial y se dirigió a la entrada de un pequeño parque en el distrito de Manoteras. Allí debía esperarle un tipoconocido como Carlos que, según las declaraciones de algunos de los atracadores recientemente detenidos por la brigada, era el encargado de proveer de armas a medioMadrid. Armas de primera, nuevas y con su correspondiente caja de proyectiles. Garantía de dos años como mínimo. El precio: 40.000 pesetas por cacharro. Barato,dada la calidad y la limpieza de las armas.

―¿Carlos? ―Pertierra se detuvo al ver a un tipo que se levantaba de un banco al verle pasar con el periódico del día bajo el brazo. ―Vamos a dar un paseo ―respondió el tipo tras echar un último vistazo a ambos lados. ―Te tomas muchas precauciones… ―En este negocio no puedes fiarte de nadie ―respondió Carlos sin dejar de caminar―. ¿Has traído el dinero? ―Sí, mira… ―Aquí no, joder. ―Vale, vale ―respondió Pertierra volviendo a guardar los billetes en el bolsillo de unos vaqueros con los que se había preparado su disfraz de choro.

Carlos y el inspector Pertierra continuaron caminando por el parque situado a las afueras de Manoteras. El tipo no tenía mala pinta. Jersey de cuello alto,chaqueta, un buen corte de pelo con la raya en medio, bien afeitado… Según las informaciones sacadas a varios delincuentes detenidos por atracos a mano armada en lasúltimas semanas, el tal “Carlos” era el suministrador oficial de las mismas. Todas limpias y con una antigüedad inferior a seis meses. Todas procedentes de fabricantesvascos. Todas destinadas a la venta a través de armerías del Sur de España. Ninguna había llegado a su destino según las primeras indagaciones realizada por Ferrándiz.Un misterio que estaba a punto de desvelarse.

―Espérame aquí ―le conmino Carlos tras llegar a uno de los laterales del parque junto a una casa semiderruida. ―Aquí está ―al momento regresó con un paquete. ―Necesito verla ―respondió Pertierra antes de soltar la pasta. ―¿No te fías? ―En este negocio no puedes fiarte de nadie ―respondió sonriendo el inspector. ―Está bien ―Carlos abrió el paquete. ―No está mal ―señaló Pertierra al ver la Star del 9 corto que le tenía preparada el vendedor de armas. ―Es la preferida por los expertos. ―Lo sé ―respondió Pertierra mientras sacaba 8 billetes de 5.000 pesetas de uno de sus bolsillos―. Necesitaría más. ―Tendría que mirarlo ―Carlos se puso a contar el dinero―. Ahora mismo tampoco es que tenga… ―Por el dinero no te preocupes, tengo más ―respondió Pertierra al ver la cara que ponía Carlos mientras contaba los billetes que acababa de entregarle―.Tengo previsto pegar un palo a una joyería que está llena de colorao. Tengo más dinero ―sacó otro fajo de billetes de cinco y mil pesetas.

Carlos cogió aire. Pertierra llevaba más de cien mil pesetas encima. El amigo del Sapo no era un cualquiera. Manejaba pasta. Un negocio redondo. El salariomínimo interprofesional no llegaba a las veintitrés mil pesetas. Uno de los más bajos de entre los países industrializados según un estudio realizado por la Unión deBancos Suizos.

―Tengo en casa unos revólveres ―resolvió por fin Carlos―. Son de fuego más lento pero nunca se encasquillan. ―¿Nuevos? ―Sin estrenar. ―Vamos a verlos.

Los dos hombres se dirigieron caminando a través de un descampado con escasos arboles hacía un poblado de casas bajas conocido como el barrio del Querol.Martel les siguió al ver que pasaban a su lado. A cierta distancia. El pájaro estaba a punto de enseñar el nido y todos los huevos. Más inspectores de la brigada estabansobre aviso. En unos minutos llegarían. Otro paso más de la operación limpieza. Pertierra sólo tenía que entretener al tal Carlos el tiempo necesario para que pudiesenabordarle en su vivienda con las manos en la masa.

―Aquí están ―Carlos dispuso sobre una mesa baja de cristal tres ejemplares del 38 procedentes de una de las fábricas españolas más conocidas mientras laque parecía ser su pareja dejaba un par de botellines al lado de los revólveres. ―También tengo del 9 largo ―añadió Carlos mientras Pertierra revisaba el estado de las armas que acababa de entregarle. ―No tengo tanto dinero ―respondió Pertierra tras echar un trago al botellín―, pero no me importaría verlas. Si este negocio sale bien probablemente venga apor más. ―Mira. Es alucinante ―Carlos regresó con una Astra del 9 largo―. Este pistolón telescópico de verdad que mete miedo nada más verlo. ―Ya te digo. Bueno, creo que es hora de pagar ―respondió Pertierra al escuchar unos pasos en el exterior de la vivienda. ―Como quieras ―Carlos recogió el 9 largo mientras comenzaba a contar los billetes que Pertierra acababa de dejarle sobre la mesa de cristal. ―Me voy. Hay gente esperándome. ―Espera. Aquí sólo hay ciento cinco mil… ―Esto no es lo convenido ―apareció repentinamente la novia de Carlos. ―Treinta y cinco mil por cabeza ―respondió Pertierra a los dos―, y cuarenta por la pistola. El Sapo me dijo que me haríais un descuento si os compraba

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varias. Creo que es lo justo, ¿no? ―Vale, pero no te olvides del 9 largo ―le recordó Carlos mientras le abría la puerta de la casa―. Si vienes a por más te hare un descuento especial.

Pertierra le ofreció una sonrisa socarrona. Carlos no lo captó en ese momento, estaba demasiado entusiasmado con la venta que acababa de realizar, aunquetampoco tuvo mucho tiempo para pensar. Al instante, un grupo de inspectores dirigidos por Martel se abalanzaban sobre el traficante mientras Pertierra salía de la casasin mirar atrás. En la vivienda se encontraron más armas. Todas sin estrenar. El penúltimo eslabón de la cadena acababa de caer.

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III

―Actúa como siempre ―Pertierra se giró hacía el asiento de atrás dirigiéndose a su nuevo amigo Carlos―, pero tienes que conseguir que te lleve a su casa. Túya sabes cómo se hace, ¿no? ―No hace falta que me vacile. ¿Lo del juez sigue en pie, verdad? ―Depende de cómo te portes, todavía no he rellenado el atestado, pero si tratas de jodernos le diremos al juez que tú vendiste el arma con la que mataron elotro día al interventor del banco de Santander. ―¡Pero si fue la policía! ―¿Qué? ―Martel le agarro por la pechera―. ¡Cómo vuelvas a decirlo te comes el marrón tu solo! ―¡Pero eso es mentira! ¡No conozco de nada a esa gente de ese atraco! ―Me da igual. Si no les conoces ―respondió Pertierra―, conocerás a otros. Vete recordando a todos esos macarras a los que les has vendido las armas siquieres tener opciones ante el juez. ―Mira tío, te has metido en un buen lio con eso del negocio de traficante de armas, tú verás cómo sales de él. Anda, sal del coche ya ―Martel le quitólas esposas dándole el pistoletazo de salida―, que ese colega tuyo puede empezar a sospechar.

Carlos salió del vehículo de los inspectores en dirección a un parque ubicado en el distrito de Hortaleza. La operación Atocha iba viento en popa. Dos díasantes, Pertierra (el amigo del Sapo) concertaba una cita nocturna con él en un parque a las afueras del distrito de Manoteras para adquirir una pistola tal como habíanquedado por teléfono. En el mismo parque se llevó a cabo la primera transacción. Pertierra insistió en comprar tres pistolas más a razón de treinta y cinco mil pesetascada una tras comprobar que el ejemplar que le había mostrado era una de las últimas series fabricadas por la eibarresa Star que había desaparecido tras su envío víapostal. El proveedor debió bajar la guardia al ver el fajo de billetes de 1.000 y 5.000 que portaba el agente y se decidió a llevarle a su casa donde guardaba un pequeñolote de armas para su venta.

―Tenías que haber visto la cara que se lo quedó cuando entramos en su casa ―comentó Martel al ver como el vendedor de armas se adentraba en el pequeñoparque del distrito a la búsqueda de uno de sus proveedores―. La chavala ya estaba poniendo el champán a enfriar… ―Probablemente sólo sea un mero intermediario ―Pertierra señaló hacía un banco del parque donde el hombre que acababa de bajarse del coche de losinspectores conversaba con otro tipo―. Ahora lo confirmaremos.

La operación para atrapar al vendedor de armas se cerró tras unas tensas negociaciones. Un grupo de inspectores esperaban impacientes pegados a la puerta deuna casa baja a las afueras de la localidad madrileña mientras Pertierra trataba de cerrar el precio definitivo de la adquisición de un pack de tres revólveres y una pistola.Después de un largo regateo en el que el proveedor se negaba a enseñar la mercancía hasta que se ajustase el precio por el paquete completo, Pertierra se dio cuenta deque aquel tipo no sólo le estaba tratando de cobrar la tarifa estándar por las cuatro armas que le había pedido sino que además pretendía que se fuese convencido de quele estaba haciendo un precio especial por ser un colega del Sapo. Pertierra, en una actuación que había sido largamente comentada en la cafetería de la planta baja deledificio policial de la Puerta del Sol, logró sacárselas finalmente con una rebaja sustancial al garantizarle la compra regular de una decena de armas al mes si le aplicaba undescuento por volumen de pedido. Tenía que tener visión de negocio, visión a largo plazo, le convenció el inspector. Pertierra se despidió de Carlos y su amiga mientrastodavía recontaban en el salón las ciento cuarenta y cinco mil pesetas que les había entregado por tres revólveres del 38 y una pistola del 9 corto. Al inspector se leolvidó cerrar la puerta. Carlos y su novia ni se percataron y se lanzaron a abrazar el dinero que el amigo del Sapo acababa de entregarles. Seguían creyendo que habíanhecho un negocio redondo cuando un grupo de inspectores de la Brigada Judicial Madrileña irrumpió en el salón de la casa pegando voces y empuñando sus armasreglamentarias.

―Parece que tardan. ―Están discutiendo ―Pertierra indicó hacía el banco donde uno de los dos tipos hacía aspavientos con las manos mientras se levantaba. ―¡Ese cabrón todavía pretende seguir regateando! ―Martel hizo ademán de abrir la puerta del coche. ―¡Espera! ―Pertierra le sujeto por el brazo―. Ahí viene el cebo. ―Pues no parece que haya picado nada ―Martel volvió a recostarse en el asiento.

Después de dos días en los calabozos de la Puerta del Sol el detenido había admitido que adquiría las armas a un tal Garvín en un parque del barrio de Hortalezaa razón de treinta mil pesetas la unidad. Diez mil por cada pieza. Ese era el margen con el que trabajaba el proveedor de armas. Carlos se había mostrado como un duronegociador que sólo había cedido antes los inspectores tras asegurársele por parte de uno de los jefes de la brigada que el juez sería expresamente informado de lacolaboración prestada en la desarticulación de una importante red de traficantes de armas. La benevolencia estaba garantizada si se destruía la cadena. Carlos tendría quellevarles al menos hasta el siguiente eslabón y de paso, entregarles todos los nombres de los atracadores que había proveído desde que entró en el negocio.

―¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha ido? ―Martel se dirigió al vendedor de armas mientras se volvía a sentar en la parte de atrás del vehículo. ―Tranquilo, sólo está bajo de existencias. ―¿Pero qué estás diciendo? ―Martel volvió a ponerle las esposas―. ¿No te habrás rajado? ―¿Lo del juez sigue en pie, verdad? ―el vendedor volvió a mostrar sus dotes negociadoras ―Depende ―Pertierra le encendió un pitillo―, ¿qué es lo que tienes? ―Sólo la dirección del tipo que le provee las armas. Le he dicho que le pasaría una comisión pero que necesitaba un gran pedido y que no podía esperar. No sési me ha creído o se ha acojonado pero el caso es que me ha dado los datos del tío que le pasa las armas. Creo que he cumplido. ―Está bien ―Pertierra contestó mientras Martel asentía con la cabeza―. Hablaremos con el juez. ―¿No la habrás dicho nada a tu colega? ―insistió Martel. ―Nada de nada.

El hilo de la madeja empezaba a desenmarañarse poco a poco. Por cada escalón se incrementaba el precio inicial. En el mismo parque de Hortaleza donde sehabía concertado la cita y tras un breve pero efectivo interrogatorio, Garvín le había dado a Carlos el nombre de un chaval, empleado de la RENFE, que se encargaba enla estación de Atocha de sisar las pistolas enviadas a las armerías del sur de la Península. El origen que lo explicaba todo.

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IV

―¿Otra manifestación? ―¿Y ahora qué es lo que piden? ―Martel detuvo el coche a la altura del hospital de San Carlos.

De todo. A favor y en contra. Sindicales, como las realizadas contra el proyecto de ley de Estatuto de los Trabajadores que se debatía en el Pleno del Congresoy que ya habían tenido un trágico balance (a finales del año anterior, dos jóvenes estudiantes fallecían tras recibir una serie de disparos procedentes de un jeep de laPolicía Nacional que se encontraba acorralado por un grupo de manifestantes a la altura de la ronda de Valencia). De género, como las derivadas del proyecto de ley deldivorcio elaborado por el Gobierno. Estudiantiles, también como consecuencia de los proyectos de ley sobre el Estatuto de Centros Escolares, la Financiación de laEnseñanza y la Autonomía Universitaria. Sólo por citar algunas. Las más importantes estaban previstas para el mes de Mayo, comenzando por la organizada porCCOO y UGT aprovechando la conmemoración del día del Trabajo bajo un claro signo de reivindicación social y de profundización de la democracia. Como respuesta,el sindicato afín a la extrema derecha, la FNT, tenía previsto organizar un acto alternativo en la Plaza de Toros de las Ventas para dar cuenta de las resolucionesadoptadas en su primer Congreso entre las que destacan su no rotundo a la huelga, la creación de una Fuerza Nacional Agraria y la inspiración sindical en la doctrina dela Iglesia católica apostólica y romana. La Falange tenía preavisada, además, para el día 3 otra por la unidad de España y contra las autonomías.

―Cualquiera sabe ―respondió Pertierra mientras observaba como un grupo cada vez más numeroso de personas subían en riguroso silencio desde la Glorietade Atocha rodeando la entrada del hospital que estaba tomada por numerosos furgones de la Policía Nacional. ―Mira ―señaló Martel hacía un par de hombres que, provistos de sendas coronas de flores, se aproximaban hasta la entrada del Instituto Anatómico Forensesituado en la fachada posterior del hospital.

El reciente atraco a un estanco/administración de quinielas y loterías había puesto en pie a todo el barrio de Vallecas y a toda la ciudadanía. La Asociación deExpendedores de Tabaco de Madrid había solicitado el cierre en señal de duelo de todos los establecimientos del gremio como forma de expresar su solidaridad con laempleada del estanco recientemente asesinada cuando se disponía, a la hora del cierre, a realizar el pedido diario a la Tabacalera. El desarrollo del atraco había quedadograbado a través de la línea telefónica por la operadora encargada de anotar los pedidos que había escuchado impotente como los atracadores, primero, conminaban a laempleada a que les entregase el resultado de la caja del día y como, después, la descerrajaban tres tiros sin venir, aparentemente, a cuento.

―“Padre Nuestro que estás en los cielos (…) ―uno de los hombres que se había adelantado a la manifestación comenzó a rezar un padrenuestro que fueseguido a coro por el resto de manifestantes. ―Creo que es por lo de la estanquera que mataron el lunes ―señaló Martel mientras el resto de la comitiva se sumaba a la oración. ―Seguramente ―corroboró Pertierra―, hoy estaban cerrados todos los estancos. ―(…) Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén” ―el improvisado homenaje a la empleadadel estanco ofrecido por todos los presentes finalizó con el Ave María. ―¡Fuerzas de la policía, justicia!!! ―gritó repentinamente uno de los vecinos del barrio de Vallecas expresando el sentir general. ―¡Pilar, no te olvidamos!!! ―se escuchó otra voz desde el interior de los manifestantes mientras los más adelantados trataban de acceder al interior delInstituto Anatómico Forense, la morgue madrileña.

Más de cinco mil vecinos (la policía les cifraba en mil quinientos) llegados desde diferentes puntos del Puente de Vallecas habían caminado en un vibrantesilencio solamente roto por un estúpido que ataviado con una chilaba y un cuchillo en la mano amenazó a varios de los vecinos justo al comienzo de la manifestación.Realmente no estaban claros los motivos que habían llevado al espontaneo a tratar de enfrentarse a alguno de los manifestantes pero si no llega a ser rescatado por lasFuerzas del Orden Público se hubiese llevado una buena tunda cuando no linchado allí mismo. El horno no estaba para bollos. La dotación policial que detuvo (salvó) aljoven del machete tuvo que sortear a cientos de manifestantes que se abalanzaron sobre el vehículo policial. El chaval resultó ser uno de los inquilinos del hospitalpsiquiátrico Alonso Vega del que se había fugado recientemente. La manifestación, ya sin incidentes que reseñar, fue creciendo a medida que avanzaba por la Avenida dela Ciudad de Barcelona camino del Anatómico Forense para dar el último adiós a Pilar.

―Saben que no pueden pasar ―el responsable del contingente de la Policía Nacional se dirigió a los presidentes de las asociaciones de comerciantes de Vallecasque encabezaban el acto de protesta. ―Sólo queremos hacer entrega de las coronas de flores ―respondió uno de los participantes. ―Cómo máximo dos personas. No más. ―“Aquí ya no podemos hacer más… ―uno de los presidentes de la asociación de comerciantes de Vallecas cogió prestado el megáfono de uno de losnacionales dirigiéndose a los vecinos―,...creo que ha quedado alto y claro nuestro rechazo a la lacra que nos sacude. Sólo pedimos tolerancia cero a las autoridades ya las fuerzas del orden público para los delincuentes que día a día atacan nuestros comercios y nuestra convivencia. Quiero dejar claro que el comercio de Vallecas noserá responsable de cualquier incidente que puedan protagonizar personas ajenas a estas agrupaciones aprovechando la tristeza y la angustia existentes”.

Poco a poco los manifestantes cogieron camino de regreso al distrito vallecano. Las caras de tristeza y rabia eran el denominador común de todos los presentes.El coche fúnebre tenía previsto partir a las dos de la tarde hasta el cementerio de la Almudena donde serían inhumados los restos mortales de la empleada del estanco.Un acto mucho más íntimo al que los vecinos prefirieron dejar a los familiares más cercanos. Martel y Pertierra, tras unos diez minutos adicionales en los que se tardóen restablecer el tráfico, lograron llegar hasta la estación de ferrocarril de Atocha.

―Adelante. Ustedes dirán. ―Necesitamos hablar con uno de sus empleados ―Pertierra enseñó la placa al responsable del personal de la estación. ―¿Hernández? ―respondió extrañado el funcionario al ver el nombre de uno de los trabajadores de la estación. ―Exacto. ¿Está ahora? ―Está destinado desde hace unos meses en carga y descarga ―contestó el funcionario tras revisar en unos archivos y realizar una breve llamada―. ¿En queestá metido? Parece un chico tan formal... ―Es un peligroso terrorista ―contestó socarronamente Martel. ―¿Quiere que le llamemos? ―No. Sólo indíquenos donde está. Nosotros iremos a buscarle.

La noche anterior se había procedido a la detención de Garvín. Mientras a Carlos le aplicaban la Ley Antiterrorista, Martel y Pertierra regresaban al domicilioparticular del traficante del distrito de Hortaleza. Los datos eran ciertos. A Garvín le pillaron unas cuantas armas más guardadas dentro de un armario ropero. Sólo eraotro eslabón, el penúltimo, de la cadena de distribución de las armas hurtadas en la estación madrileña. Según había confesado en su propio domicilio, las armas lasadquiría a quince mil pesetas la pieza a una persona que decía trabajar en la estación de Atocha. Un tal Hernández. Su relación profesional había comenzado en Octubre

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del año anterior. Un negocio con un 100% de margen cada vez que cerraba un trato.

―¿Hernández? ―Pertierra se dirigió a uno de los operarios que almorzaba un bocadillo sentado sobre un vagón de un tren de mercancías en los andenes decarga y descarga. ―Es aquel ―el operario señaló hacia el final de la vía donde se encontraba otro vagón a unos quinientos metros de distancia. Los inspectores se dirigieron al final de la vía donde varios empleados realizaban labores de limpieza. A su espalda, el operario que les acababa de indicar laubicación de Hernández dejaba el bocadillo a medias sobre el vagón y se largaba a espaldas de los inspectores.

―¿Hernández? ―respondió uno de los empleados que estaba limpiando el vagón―. Es aquel. Esperen un momento. ¡Hernández! ―el empleado gritó a unjoven que caminaba a paso ligero por una de las salidas de emergencia de la estación. ―¡Vamos! ―Martel comenzó a correr tras comprobar que el chaval no se giraba a pesar del requerimiento del compañero.

No había escape posible. Una valla de más de dos metros cortaba todas las salidas laterales a salvo de que Hernández estuviese preparado para corrervarios kilómetros a través de las vías. Los inspectores le alcanzaron enseguida. A Hernández le había entrado el flato. No tenía ningún sentido seguir corriendo.Segundos después Hernández entraba en un vagón escoltado por los dos inspectores. Apoyado sobre una de las paredes interiores del vagón confesó enseguida quellevaba varios meses sustrayendo paquetes remitidos a armerías del Sur de España. La hora del bocadillo era el momento propicio para esconder los paquetes postalesentre la maleza existente al final de una vía muerta. Cuando acababa la jornada laboral volvía aprovechando la oscuridad para recoger las cajas que luego vendía por15.000 pesetas la pieza a Garvin, el tipo del parque de Hortaleza.

―¿Cuantas te has llevado? ―Unas treinta. ―No me mientas ―Martel cerró de un portazo la puerta corredera del vagón―, que te la estás jugando. Sabemos que faltan más de sesenta armas. Con una deellas mataron a esa estanquera de Vallecas. Te vas a caer con todo el equipo. ―Se lo juro, yo solo he cogido unas treinta ―respondió Hernández mientras Martel cerraba la puerta lateral del vagón dejándolo prácticamente a oscuras ―.Se las vendí a un amigo que me dijo que se las llevaría al extranjero, que allí era más fácil venderlas… ―¿Te crees que somos tontos? ¿Dónde está el resto? Canta, ¿dónde está el resto? ―Bueno, ya sabe ―respondió esbozando una media sonrisa a pesar de tener a los dos agentes a escasos centímetros―, aquí trabaja mucha gente. ―¿Qué quieres decir? ―Martel le cogió por la pechera―. ¡Explícate ya!

La pérdida de pequeños paquetes era algo habitual en todas las estaciones, en realidad formaba parte de los extras de la persona que le había recomendado aqueltrabajo, se excusó Hernández. Así se lo vendieron. Él sólo hacía lo que veía hacer a los demás: sisar. Las mercancías debían estar aseguradas por lo que no creía queestuviese haciendo el mal a nadie.

―¿Dónde está el resto de las armas? ―insistió Pertierra. ―Ha sido el Julián, un compañero ―cedió por fin Hernández―. Pregúntenle a él. Él fue el que me metió en esto. ―Vamos ―Martel le puso las esposas antes de sacarle del vagón.

Hernández, veintitrés años, cargador de trenes con acceso al almacén donde se guardaban las mercancías. Escondía los paquetes de armas entre la maleza al finalde las vías. Camino de la brigada reconoció que el Julián era el que le había enchufado en el trabajo y el que le había enseñado la manera de sacarse el sobresueldo. Amboshabían entrado a trabajar en el servicio de carga y descarga de la estación sólo tres semanas antes de que comenzasen a desaparecer los paquetes de armas. No respetaronni el periodo de prueba. Según los cálculos realizados por la brigada, más de 46 armas habían sido sustraídas en los muelles por este procedimiento. No habían sidodenunciadas. Alguien debería asumir las responsabilidades dada la naturaleza del asunto.

―Ustedes de nuevo por aquí ―tras dejar a Hernández en la brigada, los inspectores regresaron a la estación en busca de aquel tipo que se estaba comiendoun bocadillo aprovechando el descanso reglamentario. ―¿Dónde está? ―respondió Martel―. Ya sabe a lo que venimos. ―Me lo imaginaba. Desde que vinieron ustedes esta mañana ese chaval no ha vuelto. Dijo que no se encontraba bien y se marchó... ―¿Tienen los datos de su domicilio? ―le interrumpió Pertierra. ―Espere, buscaremos en los archivos ―el gerente de personal de la estación descolgó el teléfono―. Allí debería estar su ficha.

El Julián. El domicilio que figuraba pertenecía al municipio de Alcalá de Henares. El tipo que había metido a Hernández en el curro. Tras una breve llamadaa la DGS para informar de la situación, Martel y Pertierra se dirigieron a la casa del sospechoso sin más demora. Una dirección proporcionada por el Departamento dePersonal de la estación de Atocha. Según los datos aportados por las fábricas de armas tras la investigación iniciada por la Brigada Judicial Madrileña, las reclamacionesde las armerías habían comenzado a producirse a finales del mes de octubre del año anterior. Nadie se había preocupado o molestado en ponerlo en conocimiento de lapolicía.

―Espera ―Pertierra se fijó en una cabina telefónica situada en una pequeña plaza de arena junto a un kiosco de prensa―. Haremos una pequeñacomprobación. ―Déjame a mí ―Martel introdujo unas monedas en la cabina telefónica. ―¿Diga? ―una voz masculina respondió a la llamada. ―¿Julián? ―Sí, ¿quién es?

No hubo respuesta al otro lado del teléfono. Dos minutos más tarde los dos agentes aporreaban la puerta del trabajador del área de carga y descarga demercancías de la estación de Atocha que se suponía que había iniciado el proceso de distracción de armas de fuego que tarde o temprano (con un espectacularincremento de precio) acababan en manos de buena parte de la delincuencia madrileña. Casi una decena de armas de fuego fueron encontradas en el domicilio. El Juliántenía sus propios clientes. Dos presuntos traficantes de hachís aprovechándose de su amistad habían incluido la compra-venta de armas robadas en la estación dentro desu catálogo comercial. La operación, brillantemente cerrada. El Gobierno Civil lo haría público a través de los medios de comunicación. El dispositivo anti atracos, laoperación limpieza, la operación Atocha,… Resultados. Eficacia policial. Inmediatez. Por fin se daba una respuesta adecuada al incremento notable de delitos en lascalles de la capital. Sin embargo, la llegada de los agentes a la DGS junto al pequeño escaqueador de armas de los envíos postales tuvo un inesperado sabor agridulce.

―Joder, vaya cara ―los inspectores entraron con el Julián en el despacho de la brigada―, ni que se hubiese muerto alguien. ―¿No os habéis enterado? ―respondió Ferrándiz. ―¿De qué? ―preguntó al inspector Pertierra cuando se disponía a iniciar el atestado con el informe de la detención.

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―Se han cargado a otro comerciante en Vallecas.

La segunda víctima en pocos días. No había pasado ni el tiempo de luto necesario tras el asesinato de la empleada del estanco cuando un nuevo comerciantecaía. Los autores del atraco con homicidio de la estanquera seguían en la calle y una nueva muerta violenta atizaba a la barriada madrileña que trataba de sacudirse elsambenito de barrio conflictivo. En este caso, el sastre propietario de una tienda de confección en la Avenida de San Diego. El hombre fallecía tras recibir dos disparoscuando trataba de defenderse de unos atracadores con una vara métrica de madera. Era el atraco número quince que sufría en los últimos doce meses. Estaría cansado desufrir la misma pesadilla y se atrevió a hacer frente a los últimos en interesarse en su recaudación.

―¿Ves lo que pasa con esos juguetes con los que traficas? ―Martel le metió al Julián un empujón de cojones contra una de las paredes del despacho de labrigada que hizo que comenzase a sangrar por la nariz.

El ya exempleado de la estación de Atocha tenía su propio comprador (además de los dos vendedores de costo). No tardó en cantar. Mejor no volver a probarla dureza de las paredes del edificio de la Puerta del Sol. Solana, el intermediario principal del Julián, tampoco tuvo reparos en dar la lista completa de compradores a losque había surtido en las últimas semanas. Las investigaciones sobre la red de traficantes de armas de fuego procedentes de robos en paquetes-express de la estación deAtocha se prolongarían con nuevas detenciones de usuarios finales de las pistolas que probablemente habían sido utilizadas en diversos atracos bancarios que quedaríanresueltos.

―Se va a organizar una operación de rastreo en toda la ciudad ―mientras el Julián era conducido a los calabozos del edificio gubernamental de la Puerta del Sol,el comisario Gallego reunía a los jefes de grupos de la brigada judicial madrileña―, para tratar de localizar a los autores de la muerte del sastre de Vallecas. Se van ainstalar controles en toda la ciudad para comprobar las identidades de todos aquellos que puedan resultar sospechosos. ―¿Y el que no lleve el carnet encima? ―Se le arresta y luego ya veremos qué pasa ―respondió Gallego―. La cosa va en serio…

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V

“QUE SIRVA DE EJEMPLO LA MUERTE DE ANTONIO, VILMENTE ASESINADO EN DEFENSA DE SU TRABAJO. REACCIONEMOS”.

Avellaneda, el periodista destinado en la sección de sucesos de uno de los diarios de la ciudad, se sumó a la manifestación vecinal que había comenzado

frente a la pequeña tienda del sastre asesinado por un par de delincuentes tras el enésimo atraco sufrido en la sastrería Durán. La asociación de comerciantes del distritode Vallecas había colocado el cartel tras una asamblea convocada con motivo de urgencia para tomar acciones contra este tipo de delitos. Algunos vecinos habían dejadoclaveles rojos a través de la reja metálica del establecimiento que permanecía cerrado a cal y canto.

―Todo el comercio del Puente de Vallecas ha quedado paralizado ―Avellaneda comenzó a caminar por la avenida de Monte Igueldo junto a varios miles devecinos que se habían incorporado a la nueva manifestación en señal de protesta por el último robo con homicidio producido en el barrio―, incluidos algunos bancos ytiendas de alimentación. ―Dicen que sólo en el último año le habían atracado catorce veces ―añadió otro de los vecinos mientras la comitiva se acercaba al cruce con la Avenida de laAlbufera. Según el informe policial, los hechos ocurrieron sobre las ocho de la tarde cuando se hallaban en la tienda de confecciones Durán su propietario, un dependientey un cliente. En ese momento penetraron en el establecimiento dos jóvenes, que actuando a rostro descubierto empuñaban una pistola. Los atracadores exigieron laentrega de la recaudación, unas dieciséis mil pesetas.

―Es normal que tratase de defenderse… ―se animó otro de los vecinos que acompañaban a Avellaneda―. Ya estaba harto. ―Antonio no tuvo la culpa ―disintió uno de los que parecía conocer a la víctima más estrechamente―. A los atracadores debió de parecerles poco dinero ycomenzaron a zarandearle pidiéndole más. Seguro que eran drogadictos. ―La policía asegura ―intervino por primera vez el periodista―, que Antonio trató de defenderse con una vara métrica.

Los atracadores contraatacaron con la pistola que llevaban entre manos. Los agentes se encontraron un disparo en el techo de la tienda y dos en la víctima, unode los cuales le alcanzó en la región supra mamaria izquierda, muy cerca del corazón. Se dieron a la fuga. Antonio, a pesar de los dos impactos, les persiguió hasta lacalle desplomándose sobre la acera. En un coche particular fue trasladado a toda velocidad hasta la Ciudad Sanitaria Provincial. El esfuerzo fue en vano, el sastre ingresóya cadáver. La noticia corrió como la pólvora por el barrio que ya estaba indignado por el asesinato reciente de una empleada de un estanco.

―Los comerciantes estamos hartos de los robos y de la impunidad con la que se mueven esos delincuentes ―respondió otro de las participantes en lamanifestación mientras en un corrillo cercano unos jóvenes planeaban en voz baja como tomarse la justicia por su mano―. La mayoría ya han sido detenidos ennumerosas ocasiones pero al día siguiente vuelven a estar en la calle. Así es imposible.

El tendero tenía razón. Los sospechosos del atraco al estanco “La Presilla” habían sido arrestados sólo tres días antes del asesinato de la estanquera acusadosdel robo a una farmacia, también en el madrileño barrio de Vallecas. En el automóvil que usaron en esa ocasión, un Seat 131, la policía se había incautado de ochojeringas, un sobre de cocaína, tres destornilladores y una cierta cantidad de dinero. También se les acusaba de estar detrás del atraco al Banco Comercial Occidental de lacalle de Martínez de la Riva. El principal sospechoso del asesinato del sastre tenía un historial de más de diez arrestos, según los datos aportados a la prensa por lapolicía tras las declaraciones realizadas por el empleado de Durán y uno de los clientes que habían servido para la identificación de los dos delincuentes.

―La policía saca pecho con los éxitos del dispositivo anti atracos que han instalado en los bancos ―añadió otro de los manifestantes―, pero lo que no dicenes que ahora los asaltantes prefieren cada vez más asaltar pequeños comercios donde hay dinero fresco y el riesgo de que sean detenidos es reducido. ―Las tiendas de ropa y los estancos son un blanco fácil para los delincuentes ―se alzó otra voz mientras la manifestación de duelo continuaba―. Cada día secometen de tres a cuatro atracos. ―Ahora mismo, en mi opinión, la única forma de oponerse a la delincuencia es la contundencia de la policía pero si lo que realmente se quiere es reducirladonde realmente hay que trabajar es en la revitalización económica y social de las ciudades para impedir que sean el caldo de cultivo de la delincuencia ―Avellaneda,tras caminar más de media hora con los vecinos de Vallecas, se despidió al llegar a la entrada del Instituto Anatómico Forense.

Era el último acto en solidaridad con el asesinado. La mañana había comenzado con una misa funeral oficiada por el obispo auxiliar de la diócesis de Vallecas enla parroquia de San Diego. Además de los comercios del barrio, todas las sastrerías de la ciudad se habían unido al cierre patronal. La respuesta de los vecinos había sidoejemplar: más de 12.000 manifestantes (unos 6.000 según fuentes de la Policía Municipal). El doble de lo registrado en la anterior. Como en aquella, un silencioabrumador había sido el vehículo utilizado para expresar la indignación y la rabia del barrio. Un dolor íntimo. La policía, que había preferido no hacer acto de presenciaen esta ocasión, había anunciado una operación de rastreo para cazar a los asesinos del sastre. Un dispositivo extraordinario de control en toda la ciudad para el que sehabía llamado a todas las fuerzas de seguridad madrileñas.

―Aquí tienes ―uno de los portavoces del Gobierno Civil hizo entrega al periodista de una nota oficial al llegar al edificio gubernamental de la Puerta del Sol―.El resultado de esta operación explica, en parte, la masiva utilización de armas de fuego por parte de delincuentes.

NOTA DEL GOBIERNO CIVIL"La policía, con motivo de las investigaciones efectuadas tras recientes atracos a mano armada, llegó a la conclusión de que algunas de las armas empleadas habían sido

vendidas a los delincuentes por un tal “Carlos”. En tan sólo 48 horas se logró la identificación y detención de…

―Tenemos identificados a cinco individuos que han comprado armas ―añadió uno de los jefes de grupo de la brigada que acompañaba al portavozpolicial―. Lo que aún no sabemos es sí estos conservan aún las armas o si se han deshecho de ellas.

Mientras Avellaneda recibía la hoja policial relatando la desarticulación de una red de traficantes de armas que tenía su origen en la estación de ferrocarril deAtocha, en el depósito de cadáveres se organizaban para asistir al entierro del sastre. El Ayuntamiento había puesto a disposición de los vecinos una flota de autobusesde la Empresa Municipal de Transportes para poder trasladarlos sin coste alguno hasta el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena donde tenía previsto realizarseuna sencilla ceremonia a pesar de la alta concurrencia.

―¿Cómo usted por aquí? ―Avellaneda, tras recoger la hoja policial, se dirigió a la cafetería situada en la planta de la Dirección General de Seguridad. ―Ya ven ―les enseñó la nota policial. ―Lo peor de todo es que no ha habido ninguna denuncia hasta ahora ―señaló Pertierra―. Los de Renfe, además, no se enteran. ―¿Cómo? ―respondió el periodista.

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―Algunas de las armas desaparecieron a finales del año pasado ―continuó Martel―. Han pasado más de seis meses. ―Es una clara negligencia por parte de las fabricas suministradoras de las armas ―añadió Ferrándiz―, probablemente se impongan multas. Se podían haberevitado muchas muertes. ―Los destinatarios de las armas tampoco habían interpuesto denuncia alguna ―finalizó Pertierra―. De todas maneras el envío de las armas a través de laestación de Atocha está controlado por la Guardia Civil. ―En la nota del Gobierno Civil no pone nada de esto… ―Es una exclusiva ―respondió Ferrándiz―. Espero que sepa tratarla con la discreción que merece. ―Es hora de irnos ―entró en la cafetería uno de los compañeros de la brigada. ―La operación rastreo ―señaló Pertierra al periodista mientras los inspectores se disponían a salir del despacho―. Otra exclusiva.

La Jefatura Superior de Policía, en una decisión sin precedentes (salvo ante acciones terroristas como la llevada a cabo el día de la aprobación del textoconstitucional en el Congreso), había movilizado un dispositivo extraordinario de control en toda la ciudad. En aquella ocasión, toda la zona norte de la capital madrileñafue ampliamente peinada en la busca de los asesinos de dos jefes militares que fueron cazados cuando se dirigían, como todas las mañanas, al Cuartel General delEjército. El espectacular despliegue se extendió entonces a los pueblos de la zona norte de la provincia aunque la mayor parte de las operaciones policiales se centraronen torno a centros médicos, dispensarios, clínicas públicas y privadas, farmacias y centros asistenciales de todo tipo en un radio de acción no distante del sitio dondelos asesinos de los militares abandonaron el Seat 124 utilizado en la fuga (un polígono industrial en Alcobendas), al considerar que podrían haber sido visitados por unode los miembro del comando herido.

―Es esa ―un par de horas después, un hombre mayor señalaba hacía una vivienda baja del barrio del Querol. ―¿Le conocía usted? ―La verdad es que no pero puede preguntar a la vecina de al lado ―señaló con el dedo―. Ella es la Gaceta del barrio.

Avellaneda se dirigió caminando a la vivienda del traficante de armas que había sido detenido como cabeza de una pequeña red que comenzaba en los muelles decarga y descarga de la estación de ferrocarril de Atocha. Carlos, aunque no estaba conceptuado como delincuente habitual, sí que poseía antecedentes por tráfico dedrogas en una ocasión en la que fue detenido. El periodista se había peinado, tras dejar su coche aparcado a cierta distancia, todo el poblado del Querol, casa por casa,hasta que uno de los vecinos le señaló una serie de viviendas en una calle interior en las que se suponía se había llevado a cabo el mayor tráfico de armas de la ciudad.

―A nosotros nos parecía una persona absolutamente normal ―comentó una de las vecinas que había reparado en la presencia del periodista―, de conductaintachable, por lo menos en apariencia. ―Tampoco es que saliese mucho a la calle ―añadió otra de las vecinas. ―Pero,… ¿no les infundió nunca sospechas? ―En ningún momento ―se sumó otra mujer venía cargada con el carro de la compra―, jamás podríamos suponer que andaba metido en un lío de armas. Elloshacían su vida de forma muy particular y nadie se inmiscuía en los asuntos de los demás. ―¿Este es su coche, verdad? ―Avellaneda señaló un R-8 de color naranja con la capota negra. ―Dicen que ha sido requisado por la policía a la espera de ser retirado ―señalaron las vecinas que ya formaban un corrillo―. Puede preguntar en el barManolo, creo que es de los pocos sitios donde le conocían.

La noticia de la detención de Carlos había corrido como la pólvora. Los vecinos no habían necesitado conocer la nota policial. La intervención policial no habíapasado desapercibida en el poblado. A pesar de ello nadie quería/parecía reconocer las actividades ilícitas del propietario de una de las casas del vecindario. De todasmaneras, tampoco es que fuese de los de toda la vida. Como mucho, llevaba un año viviendo en la vecindad. ―Era un chaval correcto y cordial ―comentó el propietario del bar Manolo mientras le servía una caña al periodista. ―¿Venía sólo o en compañía de alguien? ―Sólo. ―Yo ya sospechaba que ese chaval estaba metido en algún asunto ―intervino desde el final de la barra uno de los parroquianos del bar Manolo tras echar untrago al sol y sombra―, pero pensaba que se trataba de algún rollo de drogas o algo así. ―¿Se citaba aquí con sus clientes? ―Sí, por aquí han pasado unos cuantos chavales. Una vez, uno de ellos me preguntó por el Lejía… ―¿El Lejía? ―Sí. Yo le dije que no tenía ni idea de ese tal Lejía pero al momento entró por la puerta y se pusieron a charlar en voz baja… ―¿Le escucharon alguna conversación sospechosa? ―La verdad es que no. Aparecía alguien, se tomaba la consumición ―matizó el propietario del bar―, y se marchaban juntos. Aquí, desde luego, no realizóningún negocio. ―Ninguno que sepamos ―insistió el tipo del sol y sombra―, pero está claro que algo tramaba. ―O que no sepamos… ―el propietario del bar comenzó a pasar el trapo por la barra―. Ahora todo el mundo parece conocer la vida y milagros de ese tío… ―Yo ya te dije que no me gustaba nada ―apuró el sol y sombra―, que algo se traía entre manos. ―Pagaba las consumiciones religiosamente ―el dueño del bar recogió la copa de anís y coñac―, no como otros… ―Está bien ―se despidió el periodista tras abonar la cerveza.

Avellaneda regresó a la vivienda de Carlos, alias el Lejía, tras el rifirrafe que se había montado entre el propietario y de uno de los habituales. El bar seencontraba en los bloques del barrio de Manoteras, aunque a escasa distancia del poblado del Querol. A pesar de la información recibida por los vecinos de la calleBeethoven donde vivía el traficante, quedaba el plato fuerte, la Gaceta, según el sobrenombre que le había colocado uno de los primeros hombres con los que elperiodista se había encontrado nada más aparcar su vehículo.

―Recibía frecuentes visitas ―desde la misma puerta, la vecina más cercana a la vivienda de Carlos, comenzó a desgranar las relaciones del traficante―, de unhombre de edad madura que llegaba en un coche blanco frente a su domicilio. ―¿Un coche blanco? ¿Sabe de qué marca? ―Yo de eso no entiendo pero era uno de esos coches grandes y caros que sólo se ven en las películas… ―¿Un Rolls? ―No sabría decirle. Las visitas se realizaban por la noche. ―Podemos decir que esa persona buscaba pasar inadvertido ―volvió a preguntar el periodista imaginándose a la curiosa vecina espiando desde la ventana delcomedor. ―Ya le digo, sólo venia de noche, aunque no era el único. ―Cuénteme.

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―Además de las visitas del hombre del coche blanco ―respondió entusiasmada la vecina del tal Carlos―, recibía las visitas de jóvenes que estos, eso sí, sólopasaban una vez y no se les volvía a ver por el barrio.

Probablemente los mismos chavales con los que el traficante se citaba en el bar Manolo. La policía asociaba las armas vendidas por Carlos con la avalancha deasaltos a entidades financieras y otros establecimientos que los últimos meses habían dejado varios fallecidos a ambos lados de los mostradores. Una de las másconocidas, la banda de Manoteras, buscada por perpetrar diversos atracos a entidades bancarias en la zona de Chamartín. El asunto de la inseguridad ciudadana se estabaconvirtiendo en un arma arrojadiza dentro del arco parlamentario compartiendo protagonismo con el omnipresente terrorismo. La policía insistía en que la “operaciónlimpieza” había menguado el número de bandas de atracadores que pululaban por la ciudad a pesar de que los asaltos seguían incrementándose. La oposición, inmersa enla estrategia de las mociones de censura para erosionar el gobierno de Suarez, no dejaba pasar una. El ministro del ramo insistía en la implementación de medidasexcepcionales. Daba igual. La sensación de inseguridad era uno de los argumentos principales de la crítica; uno más con el que atacar a un Gobierno que sufría losataques desde ambos lados del hemiciclo. Avellaneda dio por concluida la visita al barrio del Querol. El tal Carlos, según la opinión mayoritaria, era una persona poco comunicativa. Se había casadoapenas un año antes y vivía junto a su mujer y una hija de corta de edad. Un tipo que había logrado pasar desapercibido a pesar de mover una cantidad ingente de armascon las que se habían realizado numerosos delitos en los últimos meses. A pesar de su colaboración tras su detención y la más que probable detención de varias bandasde delincuentes a las que había provisto de los mejores ejemplares del mercado, la condena estaba asegurada. ―Yo sabía que se dedicaba a algo… ―la vecina continuó disfrutando de la charla con el periodista―, cuando vino la policía a por él ya no me quedó dudas. ―¿Vio usted como le detenían? ―Era ya de noche pero escuché como abría la puerta, venía con otra persona. Luego, al cabo de un rato, escuché como llegaban varios hombres en un coche yse colocaban en mi fachada como esperando hasta que comenzaron a escucharse las voces y todo el mundo se puso a mirar por las ventanas para ver qué pasaba…

Carlos era el hombre clave, el último eslabón de la cadena. La ciudad estaba especialmente sensible. Las muertes de varios tenderos en los últimos días y losincesantes atracos a entidades bancarias que acababan a tiroteos o persecuciones a toda velocidad por las calles madrileñas empezaban a formar parte del panoramacotidiano. Las páginas de sucesos cada vez ocupaban más espacio en los diarios. No sé hablaba de otra cosa. ―Puede continuar ―después de varias horas de cerco policial, Pertierra devolvía el carnet de identidad a un chaval que regresaba a su casa tras finalizar elturno de tarde en un polígono industrial cercano.

Horas después del comienzo de la operación rastreo de los asaltantes de la sastrería Durán, ya de madrugada, Pertierra y Martel apoyaban un control enuna de las salidas de la ciudad. Las primeras estimaciones hablaban de más de trescientos arrestos (la mayoría de ellos devueltos a la calle en cuanto había sido verificadasu identidad). La operación rastreo había salido, en cierto modo, trucada: esa misma mañana, mientras se desarrollaba la manifestación silenciosa camino del InstitutoAnatómico Forense, era detenido uno de los dos sospechosos del atraco que había sido reconocido por el empleado de Durán tras revisar el correspondiente libro dedetenidos en la Dirección General de Seguridad. El chaval, de diecisiete años, reconoció su participación (aunque no la autoría de los disparos) mientras era interrogadoen la comisaría de Vallecas.

―Acaban de detener a otro ―Pertierra recibió la noticia de Martel al regresar al coche donde realizaban la espera. ―¿El que disparó al sastre? ―No lo han dicho ―respondió Martel señalando a la emisora de radio―, pero probablemente sea el que les esperaba en el coche. ―“Agente herido en el barrio de San Blas. A todas las unidades que se encuentren en la zona. Agente herido en la calle de Castillo de la Mota” ―se escuchónuevamente por la emisora policial. ―Vamos ―Martel arrancó el coche―. Está aquí al lado.

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VI

―¿Qué querías? ―un tendero de un pequeño establecimiento de la Alameda de Osuna se dirigió a un chaval que trasteaba en una de las baldas de la fruta. ―¡Atrás! ―le conminó de improviso el chaval tras colocarle un abrecartas afilado sobre el cuello―. ¡Atraás! ―insistió al ver que el viejo tendero no se movía. ―¡Obedece! ―el tendero escuchó una segunda voz a su espalda mientras sentía como un objeto se apoyaba en su espalda. ―¡Vamos, joder! ―los dos jóvenes, a empujones, llevaron al propietario del establecimiento hasta detrás del mostrador. ―¡Deprisa, deprisa! ―el tendero sacó los pocos billetes y monedas que tenía guardados en la caja registradora mientras los dos tipos, sumamente nerviosos,no dejaban de amenazarle.

Nada más recoger el dinero, los dos tipos echaron a correr. Es un decir. El del abrecartas, que cojeaba de una de sus piernas, hizo lo que pudo. El viejotendero no se lo pensó dos veces. Agarró una lata de conservas de detrás del mostrador y se la lanzó con todas sus fuerzas. Acertó de pleno. El cojo cayó a plomo. Elcolega de la pistola, que iba por delante, ni se enteró del melocotonazo que se había llevado su compañero de asalto.

―¿Policía? ―el tendero logró comunicar con el 091, no sin antes asegurarse que uno de los choros que acababa de visitar su tienda permanecía inmovilizado enel suelo.

El tendero le había echado muchos huevos. Los datos eran estremecedores: Nueve muertos en los últimos cuatro meses como consecuencia de atracos enMadrid. (10/02) Un cliente de una cafetería de la calle de Ricardo Ortiz recibe un disparo en el pecho al preguntar qué ocurría cuando dos individuos realizaban unatraco al establecimiento. (12/03) El interventor de una sucursal bancaria de la calle del General Yagüe muerto por el fuego cruzado entre atracadores y la policía. (28/03)Un vendedor de lotería, de 59 años, aparece muerto en su domicilio de la calle de Valdebernardo. Había sido amordazado y atado de pies y manos. (21/04) La empleadade una expendeduría de lotería de Vallecas, de treinta años, es asesinada por tres individuos cuando trataban de atracar el establecimiento. (30/04) Dos empleados de unafábrica de confección de prendas deportivas de San Sebastián de los Reyes mortalmente heridos por cuatro atracadores que se llevaron un botín de unas 800.000pesetas. (17/05) El dueño de una sastrería de la avenida de San Diego, en Vallecas, de 41 años, muerto por los disparos de unos atracadores que se llevaron 16.000pesetas. (31/05) El encargado de una boutique situada en la calle del Ancora, en la zona de Embajadores, asesinado por los disparos de dos jóvenes que, después derealizar el atraco, se volvieron contra él y le dispararon a bocajarro. (03/06) El hijo del dueño de una joyería de la calle del General Ricardos, de 46 años, muerto por losdisparos de dos jóvenes que intentaron atracar su establecimiento.

―¡Abran paso! ―minutos después de la llamada a la central de avisos madrileña, un par de agentes destinados en la comisaría de Ventas hacía acto depresencia en la tienda de alimentación de la Alameda de Osuna.

Varios clientes rodeaban al asaltante que se mantenía en el suelo con el pie del tendero sobre su cuello. Le dolía la cabeza. El melocotonazo le había acertado enla sien. El coscorrón le había dejado seco. Por si acaso, tras despertarse, no hizo ademán de levantarse. Varios tipos le vigilaban con cara de pocos amigos. Mejor notentar a la suerte, ya se habían dado varios casos recientes de intentos de linchamientos a supuestos delincuentes por parte de masas enfurecidas. Al ya conocido casodel joven fugado del psiquiátrico que apareció en medio de la procesión de duelo por el asesinato de una estanquera en Vallecas (el chaval, tras rayar varios vehículosestacionados en la calle con un machete, amenazó a varios vecinos mientras discurría la manifestación) y que provocó que la policía tuviese que desenfundar sus armasreglamentarias para poder introducirle en un vehículo y sacarle con vida de allí, se sumaba el intento de agresión a tres delincuentes que acababan de asaltar una estafetade correos en la calle de Diego de León. La justicia popular. ¿Para qué esperar si los van a volver a poner en la calle dentro de cuatro días? Piquetes de autodefensaciudadana. ¿Por qué debemos mantenernos de brazos cruzados mientras nos asaltan impunemente?

―Hay que estar loco o medio tonto para meterse a chorizo siendo cojo ―Pertierra, a media tarde, entró en uno de los despachos de la brigada donde leesperaban dos inspectores de la comisaria de Ventas que escoltaban a un tipo con cara de cansancio.

DETENIDO EL PRESUNTO HOMICIDA DE UN SASTRE DE VALLECAS

Pertierra dejó sobre la mesa uno de los periódicos del día. Según informaba el diario, en el mes transcurrido desde el homicidio, el principal sospechoso (susdos colegas fueron detenidos en los días posteriores al suceso tras la puesta en marcha de una operación rastreo en todas las salidas de la ciudad) había estadodeambulando por toda la geografía española, con estancias que en la mayoría de los casos no superaban las veinticuatro horas. Cazalegas, Talavera de la Reina, Badajoz,Sevilla, Málaga, Torremolinos, Fuengirola, Marbella, Córdoba, Madrid, Albacete, Alicante, Valencia, Barcelona y nuevamente Madrid. Viaje por España. El juego deEduca que ayudaba al mejor conocimiento de las ciudades españolas y de los lugares de interés turístico. El perseguido por la justicia, durante su larga y movida fuga,había subsistido dedicándose a prestar prácticas homosexuales y merced a numerosos atracos callejeros. Según la información policial, el detenido era adicto a la cocaínay a la heroína, en cuyo consumo invertía unas 15.000 pesetas diarias para suministrarse ocho dosis por vía intravenosa. No le debían quedar sitios donde picarse. El cierre de la operación Atocha había tenido las derivadas esperadas: pocos días después de desmantelar la red de tráfico de armas eran detenidos dos de losclientes habituales (Castellanos y Pizarro) como presuntos autores de trece asaltos a bancos con las armas que habían adquirido a razón de cuarenta mil pesetas la piezaal tal Carlos, el proveedor del barrio del Querol. Los atracadores, a sabiendas de que podían andar buscándoles tras la detención del Lejía, las habían escondidoenterradas en el monte de El Pardo y en un descampado del barrio de Monte Carmelo. Un tráfico de armas descubierto por casualidad. Ni la Renfe, ni las fábricas dearmas, ni la Guardia Civil (que se había excusado con el alto coste que supondría controlar los pequeños envíos postales de armas), habían comentado nada hasta que ladetención de una banda de atracadores a la puerta de un banco había colocado a los inspectores sobre la pista del menudeo de armas que se llevaba a cabo desde laestación de Atocha. Del misterioso personaje que visitaba al tal Carlos, sin embargo, seguía sin saberse nada.

―Jefe, es que hay que buscarse la vida ―respondió el tipo sentado en una silla con las manos atadas a la espalda―. ¿Pueden darme un poco de agua? Aquíhace mucho calor y llevo… ―Es que te has creído que esto es un hotel ―respondió uno de los dos agentes que le habían retenido frente a una pequeña tienda de la Alameda de Osuna queacababa de intentar atracar junto a un par de colegas de San Blas―. ¡Pero qué jilipollas! Haberte metido a vender cupones… ―O papelinas de caballo que siempre tocan ―añadió entre carcajadas Pertierra mientras le hacía una seña a sus dos compañeros para que saliesen deldespacho―. Traed un poco de agua a mi socio.

El Cojo, como le conocían los colegas del barrio después de aquel accidente en el que se fracturó una pierna cuando, probablemente ciego de nieve, se estrellócon una motocicleta recién comprada contra un autobús que bajaba por la Cuesta de las Perdices. A pesar de la aparente falta de movilidad de la parte derecha delcuerpo el Cojo había demostrado ser todo un valiente para participar activamente en diversos atracos. El último, en el que parecía haber acabado su carrera delictiva,había terminado al ser derribado por el dueño de un pequeño establecimiento de alimentación tras lanzarle una lata de conservas y acertarle en la cabeza mientras otro desus colegas se largaba sin mirar atrás con las veintitrés mil pesetas que acababan de recoger de la caja registradora. Cuando el Cojo se quiso incorporar, el tendero que lehabía acertado con una lata de tomate, le pisaba el cuello mientras comunicaba con el 091 ante la atenta mirada de varios transeúntes que se habían acercado al comercioal escuchar las voces de auxilio del tendero.

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―Estas de suerte ―añadió Pertierra tras quedarse a solas frente al detenido―. Hoy la guardia me ha tocado a mí y te aseguro que soy de los más conciliadoresen el cuerpo. Nosotros venimos con otras ideas democráticas, ya sabes, somos gente joven que nos gusta enrollarnos con los que la vida os ha tratado tan mal pero a losmás veteranos no les gusta templar gaitas, ¿no sé si me entiendes? ―el detenido hizo un gesto afirmativo con la cabeza―. Dentro de un par de horas acaba mi turno, túverás si quieres conocer a uno de esos que vienen de la Social…

Uno de los compañeros de Pertierra entró en el despacho y dejó un vaso de agua encima de la mesa. El detenido hizo un gesto con la cabeza para que Pertierrale acercase el vaso a la boca. Mediados de junio. La primavera floral había llegado con un mes de retraso pero ya hacía estragos entre los alérgicos a la conocida comofiebre del heno. El detenido estornudó. Otro de los síntomas. El picor de ojos, la conjuntivitis, el goteo o la obstrucción nasal eran otras señales del catarro estival.Pertierra sacó una pequeña libreta que llevaba en uno de los bolsillos mientras al detenido se le hacia la boca agua. Unos días antes de su detención se había registradootra denuncia similar en la misma comisaria de San Blas por un atraco a un supermercado cercano a la tienda de la Alameda de Osuna en el que, según las cajeras y losclientes que se encontraban en el interior de la tienda, dos chavales (uno que cojeaba ostensiblemente con un abrecartas en la mano y un joven de pelo rubio que leacompañaba con una pistola) habían conseguido treinta y cuatro mil pesetas tras amenazarles con una pistola y el abrecartas. Al inspector no le hizo falta sumar dos ydos para saber que el tipo que tenía enfrente era el mismo que había atracado esa misma semana el Supermercado Merka en el número 9 de la calle Bristol.

―Y como dices que se llama tu colega ―Pertierra empujó suavemente el vaso hacía el detenido pero sin levantarlo de la mesa―, el del revólver. ―No soy ningún chota ―el Cojo respondió sin dejar de mirar el vaso. ―Pensaba que tenías sed ―Pertierra miró el reloj de su muñeca y se pasó repetidamente la mano por la boca.

El supermercado Merka, un autoservicio con más de veinte estanterías y seis líneas de cajas situado en el parque de las Avenidas, ya había sido atracado enmás de veinticinco ocasiones solamente en el último semestre. El del lunes no difirió demasiado de los del resto: un chaval desenfundaba un revolver desde la zonadedicada a aparcar los carros de la compra barriendo todo el local con el cañón del arma mientras otro, el Cojo, recogía lentamente las 35.000 pesetas que se hallaban enlas cajas registradoras. Un coche, a la salida, les esperaba con el motor en marcha.

―A mi amigo ―Pertierra devolvió el vaso a su compañero―, no le ha gustado lo que ha pedido. ―Espera, espera ―el Cojo respondió mientras comenzaban a caerle unas gotas de sudor por la cara―, seguro que me han confundido con el José María, quétambién es cojo. ―¿José María, que José María? ―No sé cómo se apellida ―el Cojo no dejaba de mirar el vaso―, pero todos le conocen en el barrio como el Campana. ―¿El Campana? ¿Te lo acabas de inventar? ¡Cuenta todo lo que sabes del atraco del lunes si quieres probar el agua antes de que te meta en Carabanchel!―Pertierra volvió a dejar el vaso sobre la mesa. ―¿Qué atraco? Yo no sé nada de ningún atraco. ―No te hagas el tonto ahora. El atraco del supermercado Merka. Tú también estabas allí ―Pertierra comenzó a reírse―. Me han dicho los de la comisaría deSan Blas que tú fuiste el que te hiciste con el dinero de las cajas. ―Se lo juro. El lunes yo no me moví de casa. No me pueden cargar con otro marrón. Yo no tengo nada que ver con ese asunto. Están perdiendo el tiempoconmigo. ―No te preocupes tanto por nosotros ―Pertierra volvió a alejar el vaso―, el supermercado estaba lleno. Hay más de veinte testigos que no tendrán ningúnproblema en reconocerte. Si te portas bien hablaremos con el juez para decirle que un tarado como tu tiene difícil encontrar un trabajo digno y todo eso de que la culpaes de la sociedad que no permite integrarte ―Pertierra hizo una pausa para echar un trago al vaso―, pero si no colaboras te lo vas comer entero. El de ayer y el dellunes. Lo único que necesito es que me digas como se llama el otro qué iba contigo. Sabemos que es el mismo con el que entraste ayer en la tienda de alimentación de esepobre hombre al que habéis intentado joder. ―Yo no sé nada de eso. Ese tendero me quiso engañar con la carne. Tiene la balanza trucada. Sólo quería darme gato por liebre. Cuando se lo dije me tiró elbote a la cabeza y después llamó a la policía para que no le pudiese denunciar por trilero ―el Cojo trató de defenderse al ver que el inspector no cedía. ―No te lo crees ni tú ―el compañero de Pertierra echó otro trago al vaso de agua―. Si tú no estabas en el atraco del lunes, ¿quién iba con tu colega? ¿ElCampana o el rubio del revolver? ―Mira ―volvió a intervenir Pertierra―, lo de ese tendero no tiene demasiada importancia pero lo del atraco al Supermercado Merka… ―Le juro que… ―Todo esto es por tu bien… ―le interrumpió Pertierra mientras se acercaba a su lado y le susurraba unas palabras. ―Creo que el Campana se mueve con un tal Nani… ―el Cojo respondió sin dejar de mirar el vaso que se encontraba ya semivacío―, pero yo no sé nada deesa gente ni de ningún atraco. ―Más de lo que crees ―Pertierra volvió a echar otro sorbito de agua―. ¿El Nani? ¿Quién es, el que conducía el coche o el que llevaba el revólver? ¿El Nani oel Campana? En ese atraco erais tres. ¡Aclárate de una vez! ―¡Cómo me tenga que quitar la zapatilla! ―se escuchó de fondo a uno de los inspectores de la comisaría de San Blas. ―No lo sé. No lo sé ―repitió el Cojo―. Yo no sé nada de ese atraco ni de ningún supermercado. ―¡Venga hombre, no te pensarás echar atrás ahora! ―Pertierra pegó un puñetazo en la mesa tirando el vaso al suelo―. ¡Ahora mismo me vas a decir dondeviven tus colegas o te buscas la ruina! ―Pertierra se abalanzó sobre el detenido que estuvo a punto de caer hacía atrás tras el envite del inspector.

Unos minutos después Pertierra repasaba los antecedentes policiales en el archivo mientras el Cojo apuraba el tercer vaso de agua antes de ser puesto adisposición de los jueces de la Plaza de Castilla. El Campana tenía varias anotaciones y ya había pasado cortas temporadas por Carabanchel. Como el Cojo, se habíaroto la pierna en un accidente, en este caso, jugando el fútbol de pequeño. Los huesos soldaron mal y acabó con una pierna más larga que la otra. El Nani, sin embargo,solamente estaba fichado en el registro de vagos y maleantes desde su época de líder juvenil de la típica banda de barrio. Con sólo diecisiete años, al frente de un grupode chavales conocidos en su barrios como los Grillos tuvo el primer encontronazo con la policía de la época, generalmente poco dispuesta al dialogo, que le acusóescuetamente de resistirse a la autoridad tras recibir una denuncia por una pelea con un grupo de niños bien a los que los colegas del Nani les habían levantado unaschavalas del barrio. Un año después, en el ´72, según el mismo registro, volvía a ser cacheado por una patrulla de su barrio acusado de estar involucrado en algo, sin másespecificaciones, que se quedó finalmente en agua de borrajas. Desde entonces no había vuelto a tener ninguna anotación en los más de nueve años que habían pasadodesde la primera. Pertierra se quedó un poco extrañado del espacio en blanco que existía desde la última anotación, por lo que estuvo varias horas más buscando en elfondo del archivo. Un tipo que realizaba su primer atraco, en unión a dos tarados, tras veintiséis años sin ningún antecedente salvo un pelea de barrio cuando todavía notenía ni la mayoría de edad no entraba dentro de los cánones, lo que llamó aún más la atención del inspector.

―¿Cómo te ha ido con ese cojo? ―Martel bajó hasta los archivos buscando a su compañero. ―Es un pobre diablo ―respondió Pertierra mientras seguía revisando fichas―, pero lo de su colega no me cuadra. ―¿El otro cojo? ―No, ese es otro que tal baila ―volvió a responder riendo Pertierra―. Los dos cojos iban acompañados de un tipo sin antecedentes ni nada digno de señalar.Un tal Nani. ―Lo han vuelto a hacer ―un compañero interrumpió la conversación de los inspectores.

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―¿Qué? ―Martel y Pertierra respondieron al unísono. ―Acaban de llamar de la comisaría de San Blas. Creo que los colegas del tullido se han hecho una pastelería en Arturo Soria. ―¿Tres en una semana? ―respondió Martel―. Menos mal que ese chaval no tenía antecedentes.

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VII

―Creo que es ese ―Pertierra señaló a un chaval que acababa de montarse en un Seat 124 blanco cuando ya comenzaba a anochecer.

Tres días antes, el domingo, dos varones entraban sobre las dos y media de la tarde en La Criolla, una pastelería situada en los bajos de unos pisos caros en el301 de la calle de Arturo Soria. El primero de ellos, armado con un abrecartas afilado, y el segundo, con un revolver que después se descubrió que era de juguete, sehacían con las 6.000 pesetas de la caja registradora ante la cara de sorpresa de empleados y clientes. Era el enésimo atraco a un comercio de la zona que se llevaba a cabosiguiendo el modus operandi habitual en este tipo de palos salvo por un pequeño detalle que no había pasado inadvertido a los testigos. Uno de los atracadores cojeabaostensiblemente de una de las piernas, tal como habían declarado las cajeras de un supermercado y un tendero que habían recibido la visita de los cacos esa mismasemana. Con el Cojo camino de Carabanchel, tras ser atrapado por el valiente tendero que le había derribado tras lanzarle una salva de latas de tomates sobre su cabeza,el Campana, encargado hasta ahora del coche para facilitar la huida, había pasado a ocupar el puesto vacante. El Campana, que también cojeaba de una de sus piernastras una lesión de gravedad cuando jugaba al futbol de pequeño, fue apresado al salir de la pastelería por un grupo de clientes y vecinos indignados que comenzaron aperseguirle al ver que tiraba el revólver (de juguete) en una maceta. Cuando llegó la policía, el Campana sangraba ostensiblemente tras recibir una lluvia de patadas ypuñetazos por parte de sus perseguidores. Corella, el único que no poseía una tara física conocida, logró escapar tras ver como los perseguidores concentraban todas susfuerzas en su compañero de atracos. El Campana terminó de dar en la brigada judicial madrileña las últimas pinceladas a los datos avanzados por el Cojo, las suficientespara iniciar un dispositivo de rastreo en la zona por la que se movía el tercer sospechoso, el único que seguía en libertad.

―No creo que vaya muy lejos ―los inspectores arrancaron su vehículo y comenzaron a seguir a cierta distancia al tercer sospechoso de la serie de atracos apequeños comercios consecutivos que habían comenzado el lunes anterior con el asalto a un supermercado del Parque de las Avenidas. ―Los de la comisaría del distrito dicen que ese tipo tenía un bar de copas hasta hace bien poco ―Pertierra fue detallando a su compañero los avancesrealizados en la investigación mientras ambos vehículos descendían por la calle de Alcalá dirección centro. ―¿Tan mal le fue para asociarse con dos chorizos de poca monta? ―Al contrario ―respondió Pertierra―. Al chaval le iba de perlas. Dicen que con cada copa te ponía una rayita de coca de aperitivo. Creo que los de los baresde alrededor estaban que trinaban con la nueva competencia. Seguro que alguno le denunció.

El Eurípides. El garito había alcanzado una gran notoriedad en la zona de Canillejas en pocos meses. Con una potente cadena musical y el apoyo de un grupo declientes llegados de la base militar de Torrejón de Ardoz, no había tardado en pasar de ser el típico bar de cañas y chatos del montón a uno de cubalibres y medios deginebra abierto hasta altas horas de la madrugada en el que se podía conseguir de todo, incluida una canita al aire en la parte de atrás del local. El cartel de la puerta estabatraducido al inglés: Schedule. From 9pm. a to 2.30pm. Closed on Sundays. Como era de esperar, la permisividad policial duró poco. Los rumores acerca de la libertadcon la que se movía la cocaína por el garito atrajeron a los inspectores de la comisaría del distrito de San Blas. Corella se libró por los pelos de ser emplumado. La nocheque entraron los inspectores, el local estaba extrañamente vacío y sólo pudieron abrirle un expediente administrativo por no sé qué problema con la licencia de aperturay unos cartones de tabaco rubio de contrabando. A pesar de las sabrosas recaudaciones obtenidas desde la apertura del local, Corella no pudo hacer frente a las 300.000pesetas de multa que le impusieron tras una exhaustiva inspección de todo el papeleo y tuvo que cerrar su primera aventura empresarial tras haberse dedicado desdemuy pequeño a multitud de empleos en los comercios del barrio. Corella, más conocido como el Nani, había pasado su juventud en diversos oficios desde el seminal trabajo de aprendiz en un taller de joyería hasta el intento deindependizarse laboralmente hablando al regentar un bar de copas en Canillas en la plaza de Eurípides. La carrera de emprendedor finalizó repentinamente con el cierredel local tras haber sufrido varias sanciones por consumo de drogas en su interior. La multa de más de trescientas mil pesetas provocó que Corella volviese a sentarse enel parque con varios colegas del barrio (sin oficio ni beneficio) para acabar asociándose con un par de ellos (tullidos) para dar palos en pequeños establecimientos conlos que ir tirando. Corella mantenía la ficción de que sólo serían los suficientes para abonar las multas administrativas y poder reanudar su carrera empresarial en elmundo de la noche. Los tres habían comenzado su alianza atracando el Merka, un supermercado en el Parque de las Avenidas del que se llevaron 35.000 pesetas. Cincodías después se hacían una tienda de alimentación en el número 70 de la avenida de la Alameda de Osuna, el Supermercado Ana. Ahí se deshizo la alianza. Al Cojo leacertó el propietario del establecimiento con un bote de conservas de tomate que le alcanzó la cara haciéndole perder el sentido el tiempo suficiente para ser retenido yentregado a la policía. ―Espera. No creo que tarde en volver ―Martel detuvo el coche justo detrás del 124 al llegar a la altura de la calle Fundadores. ―No me fio ―Pertierra salió del vehículo tratando de dar el alto al sospechoso que acababa de bajarse del vehículo―. Lo mismo tiene un lio y no volvemos averle hasta mañana. ―¡Alto, policía! ―Corella, todavía con las llaves del coche en la mano, volvió rápidamente sobre sus pasos y se montó en el 124 tratando de arrancarlo a pesarde ver como el inspector sacaba su arma reglamentaria para tratar de detenerle.

Segundos después el parachoques del vehículo de Corella impactaba sobre la pierna de derecha de Pertierra mientras Martel realizaba una serie de disparosintimidatorios contra las ruedas del 124. A pesar del golpe, Pertierra consiguió abrir la puerta del coche mientras su compañero apuntaba con el arma al sospechoso.Corella, con los brazos en alto (uno de ellos sangrando tras recibir un impacto), salió del vehículo y recibió un sonoro empujón a modo de bienvenida que hizo que sucara se estrellase directamente contra el capó. Después de esposarle por la espalda fue introducido en la parte de atrás del coche de los agentes con un nuevo meneodándose otro golpe contra uno de los ceniceros de la puerta. Pertierra, todavía dolorido por el golpe recibido en la pierna no dejó de apuntarle con el arma en el cortotrayecto hasta el edificio policial de la Puerta del Sol.

―Diligencias 5277-2: El primero de ellos fue aprehendido gracias a la intervención de varias personas tras asaltar un autoservicio en la Alameda de Osuna.Al día siguiente se produjo un atraco similar en una pastelería de la calle Arturo Soria, pero la reacción de empleados y clientes permitió el arresto del segundo. Lasinvestigaciones realizadas determinaron que en los dos casos anteriores había logrado escapar un individuo, quién fue capturado tras establecerse un servicio devigilancia en la calle Fundadores ―Pertierra, a pesar del fuerte golpe recibido en la rótula finalizó el atestado policial mientras el tercer detenido del grupo de lostullidos que había saqueado varios establecimientos de la zona este de Madrid era enviado en un furgón policial camino de Plaza Castilla, paso previo a la prisión depreventivos de Carabanchel. ―¿Qué tal estás? ―Martel regresó de los calabozos mientras Pertierra sacaba el folio de la máquina de escribir. ―Sólo ha sido el golpe ―Pertierra se subió la pernera derecha del pantalón enseñando un moratón justo por encima de la cartuchera adicional que llevabaescondida en la pierna. ―Los novatos son los peores ―el inspector Ferrándiz entró en el despacho acompañado de un viejo conocido de la brigada.

Para Corella, como todos los primerizos, el destino previsto era la quinta galería. Sin embargo, su primera visita seria la enfermería de la prisión, al menosdurante varias semanas. Las suficientes para que se soldase la escayola que le acababan de colocar en el brazo fruto de la refriega durante la detención. En el fondo lehabían hecho un favor, lo peor de Carabanchel para los recién llegados era el periodo de aclimatación necesario al nuevo ecosistema. En la enfermería podría irse

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acostumbrando a sus nuevos compañeros y a las reglas (no escritas) del interior del recinto.

―Yo no soy ningún novato ―se envalentonó el pequeño de los Picota. ―¿Y ahora que ha hecho? ―preguntó Pertierra. ―El tonto ―respondió Ferrándiz mientras sentaba al chaval en una silla―. Este no tiene remedio. El Picota Pequeño. Todavía no había cumplido los diecisiete. El atraco a la sucursal de la Caja de Ahorros de la calle de Juan Español en el distrito de Usera(08/79) le había lanzado a la fama. Su foto, junto al resto de miembros de la banda del Judas, se había publicado en todos los periódicos. Dos años antes (02/78), con tansólo catorce, ya había sido detenido junto a un par de amigos por participar en el robo y posterior homicidio en el domicilio de una octogenaria a la que intentaron taparla boca para que no gritase, provocándola la asfixia y posterior muerte. Entonces le enviaron durante un año a la prisión de Zamora para ver si se le enfriaban losánimos. Por sus galerías ya habían pasado otras figuras tempranas que ya apuntaban maneras como el Vaquilla, el Guille o el Jaro. Al Picota Pequeño, a pesar depermanecer sólo un año en la prisión zamorana, le tocó vivir intensos momentos en los que coincidió con un contingente beligerante de presos comunes integrantes de lafamosa COPEL procedentes de la madrileña cárcel de Carabanchel a los que se sumaron otros internos expulsados de la prisión de Málaga tras otro motín para terminarcon la llegada desde Soria de los miembros del Grapo, que se estrenaron con una sonora huelga de hambre.

―Yo no he hecho nada ―negó el chaval con la cabeza―, lo que pasa es que la policía me tiene manía. ―Seguro ―respondió Pertierra mientras repasaba sus antecedentes―. Tienes cara de no haber roto un plato en tu vida. Su cara era una de las más conocidas entre los defensores de la ley. Su hermano mayor, el Picota, había formado parte de la conocida banda del Gasolina, uno delos lideres generacionales de la denominada delincuencia juvenil. Navajeros. Todos con sus correspondientes apodos: el Sevillano, el Besugo, el Manitas de Plata, elRizos, el Fitipaldi, el Butano, la Chinorri, el Mosqui, el Colega… Sus andanzas habían hecho correr ríos de tinta acerca de la educación de los jóvenes y de lo desfasadaque se encontraba la sociedad para hacer frente a un nuevo tipo de delincuencia hasta ahora desconocida. España había sido una de las pioneras al organizar el primercongreso sobre la delincuencia juvenil. Los resultados, sin embargo, seguían a años luz de los propósitos. ―Cada dos tres me detienen porque no les gusta mi cara ―respondió el chaval. ―Tú pórtate bien y verás como no tenemos que volver a verte la cara por aquí ―Pertierra le pasó la ficha de detenciones a Martel.

En Enero, en Abril y en Mayo. Esta vez (la cuarta sólo en los últimos seis meses) el Picota Pequeño había sido arrestado a la salida de un banco. El tercero quevisitaba en esa mañana. Un grupo de inspectores había reparado en dos chavales que trasladándose en un ciclomotor entraban y salían de varias oficinas bancarias de lazona de Atocha sin realizar ningún tipo de gestión (bancaria) aparente. A la tercera, abordaron al Picota Pequeño, mientras el colega (que se había quedado fuera con elmotor en marcha y debió apercibirse de la maniobra de los inspectores) se largaba con el ciclomotor. No tardó en cantar. Esta vez, el objetivo no era el banco.Demasiado peligroso desde la implantación del nuevo dispositivo anti atracos. Una versión menor pero más sencilla: asaltar en el momento propicio a algún cliente quehubiese retirado una importante cantidad de dinero. A pesar de reconocer sus intenciones sin ningún tipo de pudor, no tenían nada con lo que retenerle, pensó elpequeño de los Picota.

―¿Es que no te hemos dicho que con estas cosas no se juega? ―Ferrándiz dejó sobre una mesa siete sobrecitos de cocaína. ―¿A qué coño huele esto? ―Martel cogió uno de los sobres de cocaína. ―Aquí, el colega, lo llevaba en los calcetines ―respondió Ferrándiz. ―Menudo pringao.

Mala suerte. Cuando los inspectores del Grupo XI de la brigada judicial madrileña le cachearon a la salida del banco se encontraron con una sorpresa. Pena deprisión mayor en el caso de considerarse que los sobrecitos de coca estaban destinados a su posterior venta. Sólo unos días antes, estos mismos inspectores habíandesarticulado una red de distribución de cocaína al intervenir a un boliviano y a una filipina 850 gramos de esta sustancia caracterizados por su gran pureza. La cantidadintervenida al Picota Pequeño, de todas formas, no era apreciable. Probablemente sólo se tratase del tentempié del día. ―Por cierto ―continuó Ferrándiz tras levantar al Picota Pequeño de la silla―, tenemos una pista sobre el Loco. ―¿Le han localizado? ―preguntaron al unísono Martel y Pertierra. ―Parece ser que alguien le ha visto en Valdepeñas ―respondió Ferrándiz antes de salir del despacho camino de los calabozos―. Dicen que se ha cortado elpelo y se ha hecho unas fotografías tipo carnet. Probablemente trate de comprar un carnet o un pasaporte falsificado para salir del país.

El último homicidio a un tendero, en este caso, el hijo del propietario de una de las joyerías más veteranas del barrio de Carabanchel. El Loco, el responsable delasesinato parecía haberse esfumado a pesar de las esperas realizadas en todos los domicilios donde podría haberse escondido (el de su madre, el de sus suegros, el de suultimo conocido, en Alcorcón, y finalmente en la localidad cercana de Móstoles) hasta su cambio de look en una localidad manchega. El grupo de inspectores de labrigada judicial madrileña le seguía sus pasos y los de su esposa, la Tere, que también había desaparecido junto al hijo de ambos tras conocerse que su marido estaba enbúsqueda y captura. Una medida que había causado una gran polémica. Las autoridades habían decretado su búsqueda y captura solicitando la colaboración ciudadana através de los medios de comunicación a las pocas horas del asesinato del hijo del joyero. Una medida más efectista que efectiva según la opinión de algunos. El caso esque es el Loco se encontraba en paradero desaparecido. Las gestiones se habían extendido a la propia Interpol tras conocerse que el Loco estaba intentando modificar suimagen y probablemente ya llevase encima documentación falsa para avalar su nueva identidad.

―Dicen que ese tío está mal de la cabeza ―Martel recordó el comentario que le habían hecho algunos de los troncos del Loco al ser interrogados en la brigadatras el atraco. ―Lástima que a todos los locos les dé por lo mismo…

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QUINTA PARTELA MUJER POLICIA

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I

―¿Qué es, un nuevo crucigrama?

―Cosas mías ―respondió Pertierra mientras echaba números sobre una hoja de papel. ―¿Qué pasa, no llegas a fin de mes? ―Con lo que nos pagan… ―respondió Pertierra mientras parecía calcular mentalmente la solución a una ecuación.

El primer verano de la década había pasado. La operación Atocha había puesto un brillante colofón a la operación limpieza iniciada por la policía madrileñadejando un reguero de detenciones antes del periodo veraniego:

27/05/80 Cae definitivamente una banda de atracadores de bancos radicada en el barrio de Comillas (distrito de Carabanchel). Al Canito, el Rubio y otrosconocidos del barrio se les acusaba de estar detrás de seis atracos a diferentes entidades bancarias de la zona. 05/06/80 El Grupo de Investigación Criminal de la Comisaría de San Sebastián de los Reyes detiene al Gabi, acusado del doble asesinato de dos empleados de laempresa Confecciones Deportivas Navarra durante el transcurso de un atraco donde junto a otro colega se apoderó de los sobres de las nóminas del mes de abril. 17/06/80 La policía madrileña, tras una espectacular persecución entre Vicálvaro y Vallecas, detiene al Sebas y al Kubala, acusado de diversos asaltosdomiciliarios, a repartidores de productos lácteos y a conductores particulares. 18/06/80 El Picota Pequeño cae a la puerta de un banco mientras buscaba víctimas entre los clientes que dispusiesen cantidades importantes de efectivo. 20/06/80 Detenido el autor material de la muerte del sastre de Vallecas por parte de inspectores de la Comisaría de Entrevías que le detectaron en undescampado próximo a la estación de Vicálvaro. 25/06/80 La banda de Manoteras, capitaneada por el Pichu, caía en manos de los inspectores de la comisaría de Chamartín a las pocas semanas de la detencióndel tal Carlos, el proveedor oficial de armas madrileño. ―Déjame verlo ―insistió el compañero―, ¿qué es, un acertijo? ―La pirámide ―Pertierra le entregó la hoja sobre la que había dibujado un montón de números, flechas y letras―. ¿No lo conoces? ―No lo había oído en mi vida. ―Bueno, en realidad hay muy poca gente que lo conozca. ―Pero, ¿qué es? ―repitió el compañero de Pertierra tras estudiar la hoja por todos los ángulos posibles. ―Es un juego por el que puedes forrarte. ―¿Un juego? ¿Aquí, en un papel? ―No, hombre, no. ¿Conoces lo de los productos de cosmética que venden algunas mujeres? ―Sí, bueno… ―respondió intrigado el compañero de Pertierra. ―Pues esto es lo mismo pero sin tener que vender nada. ―No lo entiendo. ―Mira ―Pertierra volvió a coger la hoja sobre la que había estado echando los números―, la cosa funciona así, es bien sencillo. Este, digamos que lellamaremos A ―señaló hacía la cúspide del triángulo―, es el que comienza la pirámide. ―Pensaba que se construían desde la base. ―Aquí no, escucha: A inicia el juego poniendo cien mil pesetas, por ejemplo. Después, los dos siguientes, B y C, igualan la puja por lo que A duplica suinversión inicial. A su vez, B y C traen a otros cuatro (D, E, F, G) ―Pertierra acompañaba las explicaciones rodeando las letras―, que también ponen cien mil pesetas.De estas, A se lleva la mitad y B y C, la otra mitad. Así sucesivamente hasta llegar a un número total de 31 jugadores. ―¿Todos ponen la misma cantidad? ―Exacto. Cuando se llega a 31 jugadores, el que la inició se retira del juego y los dos siguientes, B y C, forman dos nuevas pirámides a las que tienen queañadirse dieciséis jugadores a cada una de ellas y así sucesivamente. ―¿Y nadie pierde? ―No, esto es lo más alucinante del juego, que nadie pierde. ―Pero no puede ser, en algún lugar tiene que estar el truco. ―No hay trucos, siempre y cuando, claro, cada uno de los jugadores traiga a los dos siguientes… ―Entonces, ¿es un juego seguro? ―Ahora mismo, medio Madrid está jugando. ―Pues no había oído nada. ―Ya, porque no te mueves en ciertos ambientes… ―¿De qué me hablas? ―Gente con pasta, artistas, ejecutivos, nobles… ―Pertierra hizo una pausa tras fijarse como dos tipos se bajaban de un Chrysler 150―. Dicen que es unambiente fantástico. ―¿Tú has jugado alguna vez? ―No, no es fácil entrar en esos círculos. El juego, por supuesto, es completamente legal pero se suele realizar en las viviendas particulares de gente importanteque exige completa discreción. Todos los que han llegado a la cúspide de la pirámide se han reenganchado a otra. Hay gente que se está llevando una pasta gansa. ―La verdad es que tiene su gracia. ―Yo tengo un contacto que podría buscarnos una cita con gente importante ―Pertierra volvió a fijarse en los dos tipos que observaban el escaparate delBanco de Bilbao de la calle de Alberto Alcocer―, gente famosa, de los que salen en las revistas del corazón y todo eso, pero necesitaríamos ir otro más, ya meentiendes, el juego funciona siempre y cuando lleves dos personas contigo. Parece ser que los primeros que comenzaron ya se han salido con 800.000 pesetas y que hanvuelto a reinvertir para ganar un millón seiscientas mil… ―¿Pero estas seguro que es legal? ―volvió a preguntar el compañero de Pertierra―. Yo no quiero tener problemas. ―Completamente. Tú te sabes el Código Penal como yo, ¿no? ―le animó Pertierra mientras un tercer hombre se juntaba con los primeros que se habíanquedado observando la puerta de entrada del Banco de Bilbao―. El Derecho de Reunión está en nuestra Constitución y todo el mundo entra en el juego libremente…

Más que legal, alegal, ya que no había nada legislado sobre el juego. Los que habían traído el invento, aprovechando las vacaciones veraniegas, desde PuertoRico, dónde hacía furor, aseguraban que nada impedía que un grupo de amigos quisiese pasar un rato agradable (el primer jugador solía poner la casa y las copas con lasque se agasajaba al resto de jugadores) y además conseguir un dinerito extra (y libre de incomodos impuestos). Sin embargo, en los Estados Unidos, donde había sidoinventado, ya estaba perseguido por las Leyes federales.

―No lo sé ―respondió el compañero de Pertierra mientras este le entregaba de nuevo el papel para que selo estudiase―, ya te diré algo.

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―Venga, vámonos ―Pertierra arrancó el coche tras comprobar que los tres hombres situados frente a la puerta del Bilbao se despedían―, que ya es muy tardey mañana tenemos mucho trabajo.

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II

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III

―Acaban de entrar. ―¿Los del Chrysler? ―un tipo resguardado tras unas gafas de sol de espejo señaló hacía un 150 rojo que acababa de estacionar enfrente, justo a la altura de laconfluencia con la calle Abtao. ―Exacto. Ni siquiera se han molestado en coger otro.

El legítimo propietario del 150 había denunciado su desaparición desde hacía una semana. Desde ese día el Talbot había pasado a tener la consideración deser un coche chungo, fichado, probablemente abandonado en algún descampado el mismo día del hurto tras prestar sus servicios en algún palo o servir de divertimentopara unos chavales aficionados a los trompos. Sin embargo, una semana después de la denuncia, tres hombres lo acababan de estacionar frente a la oficina del Banco deBilbao en la Avenida del Mediterráneo ajenos a los dos tipos trajeados que los observaban con gran expectación desde la entrada del supermercado Alfaro. Unaprivilegiada posición desde la que se divisaba perfectamente la amplia cristalera del número 24 donde se situaba haciendo chaflán una de las primeras oficinas incluidasen el dispositivo anti atracos implementado por los servicios de seguridad del Banco y el 091 a comienzos de año. El día había amanecido con el cielo completamentedespejado y el tráfico habitual de entrada a la ciudad procedente de la carretera de Valencia era bastante fluido hasta ese momento.

―Túmbate ―un joven cliente que acababa de traspasar la puerta de entrada de la oficina con la libreta de ahorros en la mano escuchó un susurro a su ladoderecho. ―Túmbate tú ―respondió sin percatarse de que a su otro lado un encapuchado le encañonaba a la altura de los riñones. ―¡Obedece! ―el segundo aviso sonó mucho más claro.

09:22 de la mañana. El cliente se arrodilló primero para terminar recostándose boca abajo. Frente a él, justo antes de tumbarse, le dio tiempo a divisar a unadecena de clientes y empleados que permanecían en posición horizontal aproximadamente desde un par de minutos antes. Pasando por encima de ellos uno de los tresatracadores tocado con un turbante trataba de llegar a la zona de caja. El ritual del atraco. Los atracadores actuaban generalmente en grupos de tres o de cuatro. Uno deellos, el mejor conductor, era el encargado de esperar en la calle, en el interior del vehículo, cerca de una esquina, después de estudiar la mejor salida y la posibilidad dehacer una maniobra ultrarrápida. De los dos o tres que entraban, el jefe solía situarse en el lugar del vestíbulo desde donde se abarcase un mayor campo de visibilidad ycerca de la puerta; desde allí daba la conocida voz de alarma (¡Esto es un atraco!) y permanecía vigilante con miradas constantes hacia el exterior del banco. El segundoatracador era quien se encargaba de la recogida material del dinero, para lo cual recorría a toda la velocidad las cajas y, si las circunstancias lo permitían, la caja fuerte. Unatraco bien llevado solía durar entre dos y tres minutos, máximo cinco, sino se querían tener problemas.

―¡No os pongáis nerviosos ―se escuchó nítidamente la voz en el patio de operaciones del que controlaba la puerta―, la caja, mirad en la caja! ―indicó acontinuación a sus dos compinches. ―¡Qué te sacudo, eh! ―uno de los dos compinches, que llevaba un pasamontañas, se acercó a uno de los empleados que giró la cabeza al verle pasar camino dela caja fuerte. ―¡Tranquilos! ―volvió a escucharse desde la puerta la voz del que parecía llevar el control de la situación.

El Banco de Bilbao era uno de los pioneros en la implantación del novedoso sistema anti atracos exportado desde los Estados Unidos. La entidad vizcaínacontaba ya con numerosas oficinas comunicadas directamente con la sala de avisos del 091 de la Puerta del Sol. Desde su implantación habían logrado ser abortadoscinco de los diecinueve atracos a los que se había visto sometido el banco bilbaíno. No era un mal porcentaje dadas las circunstancias. Los tres atracadores quemantenían en vilo a la decena de empleados y clientes no parecía que fuesen asiduos de la prensa escrita. De haberlo sido, habrían sabido que la urbana número 27 delBilbao ya había sido atracada a finales de febrero (el día 22 exactamente) resultando detenidos los asaltantes cuando se disponían a salir a la calle con el botín en lasmanos. En aquella ocasión, uno de los atracadores resultó herido a escasos metros de la oficina y los otros dos fueron detenidos horas después tras una intensapersecución. La noticia había acaparado todas las páginas de sucesos de los diarios alabando la bondad del nuevo sistema anti atraco implantado por la policía madrileña.Lo dicho. No eran asiduos a la prensa escrita.

―¡Métase usted dentro de la tienda y no se mueva! ―en la calle, mientras tanto, una persona que iba a pasar delante de la oficina escuchó los gritosprocedentes de un portal adyacente. ―¡Están atracando el banco y es posible que haya un tiroteo! ―le insistieron al ver como se quedaba paralizado frente a la sucursal sin saber qué hacer.

El transeúnte miró hacía su espalda y se sorprendió al ver la amplia avenida repentinamente desierta. Parecía como si se hubiese detenido el tiempoinstantáneamente y fuese la única persona sobre la tierra. En ambos sentidos ya no circulaba ningún vehículo. Las amplias aceras se habían quedado vacías. Ni siquierase escuchaba un leve ruido. Silencio absoluto antes de la traca final. El panorama debía ser parecido al que se hubiese producido de haberse decretado un temido toque dequeda.

―¡Adentro! ―un hombre le agarró definitivamente por el brazo y empujó al transeúnte hacia un portal repletó de agentes de paisano que mantenían elarma reglamentaria fuera de la funda.

El ya conocido dispositivo anti atracos puesto en marcha a primeros de año había vuelto a funcionar. En el interior de la oficina dos de los tres atracadoresterminaban de cerrar una bolsa de plástico verde con los más de dos millones de pesetas que había ido echando en su interior el responsable de la ventanilla de cobros ypagos. El tercero, vestido con un pantalón y una americana de color claro sin corbata, vigilaba a ambos lados de la puerta sin percatarse en ningún momento de laausencia repentina de movimientos en una de las avenidas más populares de la ciudad. Mejor así, debió pensar.

―¡Aquí, venga, aquí! ―junto a un árbol situado a escasos metros de la entrada se volvió a escuchar una voz que se dirigía a dos individuos en traje ycorbata que parecían dirigirse hacia la entrada de la sucursal. ―Pero… ¿qué hacen? ―los dos hombres fueron empujados rápidamente hacia una ferretería anexa a la sucursal en la que más agentes empuñaban sus armasreglamentarias a la espera de la inminente salida de los atracadores.

El director de la oficina y uno de sus mejores clientes del segmento de alta renta no necesitaron explicaciones adicionales para comprender lo que estabasucediendo mientras ellos desayunaban en una cafetería cercana. El factor sorpresa era de tal magnitud que ni siquiera el responsable de la sucursal se imaginaba lo queiba a suceder esa mañana en su propia oficina. Nadie le había puesto sobre aviso. En el interior, los tres atracadores acababan de anunciar que se llevarían al Director dela Oficina como rehén para que nadie tuviese la mala idea de avisar a la Policía hasta que pasasen los treinta minutos de rigor. La primera sorpresa de la mañana se laencontraron al abrir la puerta de su despacho y descubrir que había salido a tomar café con uno de los clientes. El Director, colocado tras los agentes y junto a uno de losmejores clientes de su cartera en un portal anexo a la entrada del banco, esperaba al desenlace junto a varios transeúntes que se agolpaban en el interior de los comercioscercanos.

―Ya salen ―desde la acera de enfrente los dos hombres situados bajo el rotulo de los supermercados Alfaro señalaron hacia la puerta del banco quecomenzaba a abrirse lentamente.

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―Menuda cara se les va a quedar ―añadió uno de ellos al ver como los tres atracadores salían a la calle tranquilamente. ―¡Eh! ―el último atracador se giró justo al salir tras escuchar el chasquido del cerrojo de la pesada puerta de la sucursal cerrándose a sus espaldas.

A Gallardo no le dio tiempo a decir nada más. Alguien había ayudado a que la puerta se cerrase con mayor rapidez. Inmediatamente se escucharon losprimeros disparos. En menos de diez segundos los cargadores se vaciaron. El hombre que había estado dando las órdenes del atraco en el interior de la oficina yacíafrente a los escalones de la puerta de entrada sobre un enorme charco de sangre. Cinco agujeros de bala acababan de atravesar su cuerpo. La carrera desesperada delsegundo atracador, el Pepín, también terminaba frente a un descampado cercano en el que había intentado refugiarse. En el clamor de los disparos parecía que el másjoven de los asaltantes había logrado escabullirse entre algunos despistados peatones que trataban de ocultarse tras los coches aparcados en la acera y en los portalesmás cercanos.

―¡Corre! ―Pertierra gritó a una inspectora situada entre un par de vehículos aparcados en la acera al ver como el último de los tres atracadores intentaballegar hasta el 150 del que se habían bajado los tres asaltantes minutos antes.

El tercer atracador, que había conseguido milagrosamente sortear la lluvia de proyectiles que acababa de caer a su lado, arrancó el vehículo en dirección a lacarretera de Valencia. El aguacero se calmó durante unos instantes y el ocupante del 150 se detuvo repentinamente al llegar a la altura de una cafetería de la plaza delConde de Casal para echar una mirada atrás en busca de sus compañeros. Los cuerpos de su hermano y su compinche atraían a los agentes que a su alrededorcomprobaban la evidente falta de pulso. El pequeño de los Gallardo dudó en seguir o esperar a su hermano y a su colega.

―¡Alto, policía! ―la inspectora agarrando con las dos manos su arma reglamentaria y con las piernas bien abiertas se plantó frente a la ventanilla del 150que trataba de volver a arrancar ante la falta de noticias de sus compinches.

La respuesta recibida a la orden fue un precipitado disparo que no pareció llegar a su objetivo. El contraataque de la agente pareció acertar en el mentón delchaval que acababa de estrenar la mayoría de edad sumándose a la banda de uno de sus hermanos que yacía a escasos metros frente a la oficina del Bilbao con el cuerpoagujereado de balas.

―¡Tranquila! ―Pertierra llegó justo a tiempo para abrazar a su compañera que parecía presa de un ataque de ansiedad tras comprobar como la cabeza delconductor se apoyaba en el volante manando abundante sangre.

El conductor parecía haber doblado la servilleta. Sus compañeros de atraco eran viejos conocidos de la policía madrileña con una nutrida hoja de servicios.Su hermano, Gallardo (el numero 1), con más de una decena de detenciones en su haber, llevaba casi dos años en paradero desconocido, al menos, para la policía. Laúltima vez que había sido visto con la cara descubierta salía a toda velocidad de la imprenta del diario AS y de la revista SEMANA con una bolsa con más de seismillones de pesetas procedentes del pago de las nóminas de los trabajadores. A pesar de empotrar el 1430 utilizado en la fuga contra un autobús urbano Gallardoconsiguió huir del cerco policial montado al efecto. Junto a otro par de colegas se había especializado en el asalto a pagadores y cobradores de empresa. El Quinqui y elPiloto, sus compañeros de fechorías, fueron detenidos un año después del atraco junto a varios monos de trabajo de color azul y pelucas postizas con las que seadornaban para pasar desapercibidos durante las esperas. Gallardo se les escapó de entre los dedos a los inspectores de la Brigada al ver como los sacaban del pisofranco esposados por la espalda. El Pepín (el numero 2), de parecidos antecedentes, había sido detenido por última vez en septiembre del ´79 tras atracar una sucursal de la Caja de Ahorros enel barrio de Usera. El hermano pequeño de Gallardo (el numero 3), con sólo dieciocho años acumulaba ocho detenciones y acababa de participar en otro atraco a una sucursalbancaria junto a otros colegas días antes de recibir el balazo de manos de la inspectora que le había perforado la mandíbula. Un año antes, la policía le había pillado infraganti de madrugada cuando salía cargado de electrodomésticos junto a otros tres colegas de Villaverde con los que acababa de desvalijar un comercio de Aluche.Montados en un 600 trataron de burlar fallidamente la persecución de un coche policial que patrullaba por los alrededores.

―¡Trate de respirar! ―los dos testigos privilegiados que habían observado el tiroteo desde la acera de enfrente del banco sujetaron a una mujer que parecíahaber sido alcanzada por una bala perdida. ―Sólo es un rasguño ―uno de los dos tipos observó como la hemorragia causada por la bala que la había atravesado el muslo de la mujer no dejaba demanar―, ahora mismo llega la ambulancia. ―No se preocupe ―trató de levantarle la cabeza para que pudiese coger aire.

―¡Ya vienen! ―otro de los transeúntes que se había resguardado en el supermercado señaló hacia un helicóptero que tras unas espectaculares pasadas porla zona inició las maniobras de aterrizaje en la misma calzada de la amplia avenida.

La mujer, que acababa de dejar a su hijo en un colegio próximo, a pesar del dolor, giró la cara al escuchar el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero.Segundos después era trasladada urgentemente a la Ciudad Sanitaria Provincial junto al Pepín y el pequeño de los Gallardo. El mayor fue enviado a La Paz.

―Actuó como un policía más ―horas después, la noticia del atraco había corrido como la espuma―. Demostró la buena preparación recibida en la Escuelay actuó con el mismo valor y la misma decisión que el resto de compañeros. ―¿Lleva mucho en el cuerpo? ―Pertenece a la primera promoción ―respondió Gallego, el máximo responsable de la Brigada Judicial Madrileña―, aunque permítame que no quiera precisarmás datos. El anonimato es lo que favorece la eficacia policial. ―Lo entiendo ―Avellaneda, el periodista, tomaba notas desde la redacción del diario al otro lado del teléfono―, la verdad es que estarán contentos. ―La Policía ―respondió Gallego en tono solemne―, y esta Brigada en particular, entrenada en la lucha contra delincuentes, siempre actúa de la misma forma:con una entrega total. Lo que pasa es que a veces unos asuntos salen bien y otros veces, mal. ―Está bien. ¿Entonces, lo de la entrevista, no hay ningún problema, verdad? ―Siempre y cuando me garantice el total anonimato de mi agente ―le advirtió el comisario Gallego―, el nombre y los datos físicos deben quedar en el másestricto anonimato para que su difusión no interfiera en su profesión. ―Se lo garantizo ―respondió Avellaneda mientras hacía un gesto a un compañero levantando el pulgar de su mano―. De lo por hecho.

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III

―Entré en el Cuerpo Superior de Policía por pura vocación. Lo único que exijo es que se me trate con un policía más. Soy un policía y hago el mismotrabajo que mis compañeros.

La inspectora que se había enfrentado al pequeño de los Gallardo dejó bien claras las cosas nada más recibir a Avellaneda y al fotógrafo que le acompañaba.Tres ideas fuerzas para rebajar el tono con el que el día anterior se había tratado su figura por parte de todos los medios de comunicación entusiasmados con suactuación durante el transcurso del atraco al Bilbao de la Avenida del Mediterráneo. Titulares como “El heroísmo de la mujer policía”

―Mi labor no tiene nada que ver con las chicas policía de “Los ángeles de Charlie” ―añadió la inspectora más famosa del momento mientras el periodistadejaba un ejemplar del periódico sobre la mesa del salón.

Detuvo al atracador superviviente EL HEROÍSMO DE LA MUJER POLICÍA

La impresionante operación policial en la que había participado hasta un helicóptero había levantado un enorme interés adicional motivado por la decisivaintervención de una mujer policía. La banda de atracadores había sido sorprendida por la Policía cuando abandonaba una sucursal de la Avenida del Mediterráneo en la

que se habían apoderado de dos millones y medio de pesetas.El dibujante del Diario16 había ilustrado la noticia con una viñeta en la que se veía a una mujer con tacones de aguja y el imprescindible bolso colgado del brazo

cacheando al pequeño de los Gallardo (todavía con el revolver en la mano) contra el 150 utilizado en el intento de atraco. Las editoriales de los periódicos encumbraban ala primera y única agente de campo de la policía madrileña. Un símbolo para la igualdad entre hombres y mujeres que debía servir como ejemplo para romper de una voz

por todas con la imagen de la fémina con la pata quebrada y agarbanzada junto a la lumbre.

La noticia venía acompañada de una amplia imagen en la que un par de jubilados observaban estupefactos como había quedado el parabrisas de uno de loscoches aparcados frente al banco. Hasta cinco vehículos habían recibido impactos procedentes del tiroteo. Las fotografías de las fichas policiales de los dos fallecidos (elPepín y Gallardo) también habían sido incorporadas a la noticia junto a las tres pistolas (incluidos sus cargadores y las balas que había en ellos) y un revolverdecomisados a los atracadores.

―¿No le habrá molestado las comparaciones? ―Las comparaciones son odiosas.

Otra aclaración más ante la avalancha mediática del día anterior. Ni la Angie Dickinson de “Mujer policía”, ni la Farraw Fawcett de la exitosa serie “LosÁngeles de Charlie” que mantenía a los espectadores pegados a la tele la tarde de los sábados como habían señalado en algunas editoriales de los principales diarios delpaís. Comparaciones odiosas. Otros buscaban similitudes con otra serie de éxito: “Starsky y Hutch”. Como en las películas: “La joven mantenía su revolver empuñadocon las dos manos, brazos estirados y a la altura del rostro, en una postura hace tiempo popularizada por los protagonistas de la serie televisa Starsky y Hutch”,señalaban en otro diario. Como si los inspectores de policía imitasen a los actores de televisión y no al revés.

―Veo que es usted una persona de carácter ―Avellaneda y la inspectora se sentaron en el salón de la vivienda de la agente. ―Para mí ―respondió la agente mientras el fotógrafo del diario tomaba una serie de instantáneas del encuentro, a espaldas de la inspectora respetando suidentidad, tal como habían pactado―, la palabra de honor es sagrada. ―¿Cuándo decidió hacerse policía? ―Hace varios años. Entre por pura y simple vocación. ―¿Tiene familiares,… su padre, quizás, algún hermano? ―La verdad es que no. No tengo antecedentes en mi familia. Estaba haciendo tercero de Derecho en la Universidad cuando me interesé por la criminología ypregunté qué posibilidades había de entrar en la policía. Entonces me dijeron que era imposible pero en cuanto ha sido posible, no dude en intentarlo.

El sector femenino había tenido que esperar hasta mediados del ´79, momento en el que 29 mujeres estrenaban la primera cosecha de mujeres policías trasrealizar el correspondiente curso académico en Madrid y jurar el cargo. El 30 de junio de ese año Salazar, máximo responsable de la Dirección de la Seguridad del Estado,firmaba la orden por la que la agente obtenía su número de placa. Nombres como Ana, Elena, Josefina, Isabel, Susana o María, aparecían por primera vez publicados enel BOE en la relación de nombramientos de los nuevos Inspectores del Cuerpo Superior de Policía. Una noticia que parecía haber pasado desapercibida hasta que un añodespués la primera inspectora destinada a servicios de calle había detenido la huida del pequeño de los Gallardo.

―Alguno de sus compañeros me ha contado que desconfía de los periodistas. ―No es verdad, no es que no me gusten, la verdad es que soy una asidua lectora de periódicos pero no quiero que nada interrumpa mi trabajo ―respondió trasmirar de reojo el ejemplar que Avellaneda había dejado sobre la mesa―. Además, hay algunas cosas que se han dicho que no son verdad. ―¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles? ―Cómo con la detención de ese muchacho. ―Pero todo el mundo dice que fue usted la que le detuvo. ―En algunos periódicos se cuenta que yo herí al asaltante pero no fue así. Yo estaba de vigilancia con un chofer y recibí un comunicado de un compañero deque el asaltante escapaba y la orden de que lo interceptase. Entonces le detecté y le intercepté. Primero hice unos disparos al aire y luego grite: ¡Alto Policía! Espere aver si el atracador disparaba, y al ver que no lo hacía, le ordené que bajara del coche. Él se bajó del coche y puso las manos sobre la carrocería. Llevaba una pistola delnueve corto. ―¿No sintió miedo en algún momento? ―Lo normal, aunque en este tipo de asuntos no te da tiempo a tener miedo. Ni siquiera tienes tiempo de pensarlo. Estaba preocupada por cumplir lo mejorposible, nada más. ―Sus compañeros también me han dicho que cuando ha tocado ―la inspectora se sorprendió de las confesiones realizadas por sus colegas―, ha cumplidoveinte horas de servicio como el primero. ―¿Y que más le han dicho? ―Que es una mujer templada, equilibrada y con muchas narices. ―Desde que me incorporé a la Brigada he sido una más y ese es el trato que quiero de mis compañeros. Cumplo toda clase de servicios, como mis compañeros.Cuando toca noche, pues noche. ―Pero usted tiene un hijo pequeño ―inquirió Avellaneda tras observar un retrato familiar situado sobre una cómoda.

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La incorporación de la mujer al mundo laboral. Qué se lo digan a las primeras que habían sido contratadas como vigilantes jurados por la empresa de seguridadCandi ese mismo año. Una profesión a la que parecían estar vedadas hasta ahora. Profesoras, secretarias o telefonistas. Esas eran las más habituales, las de toda la vida.Las primeras empleadas contratadas en el sector de la seguridad privada habían tenido que sortear toda clase de dificultades. Todo un reguero de trámites: la solicitud delos inevitables certificados de antecedentes penales y policiales, el juramento en el Gobierno Civil, la licencia de armas y los cursillos de formación para poder obtener elcorrespondiente título de vigilante jurado para poder ser contratada. Lo habitual de no ser por el gran revuelo formado al formalizar las solicitudes. Retrasosinjustificados, papeles que se miran por todos los lados o aquel comisario que llegó a llamar al portero de la finca de una de las aspirantes para pedirle opinión sobre laidoneidad de la solicitud de aquella pionera.

―Nació cuando aún estaba en la escuela. Aquello no fue ningún problema. En mi casa tengo los mismos problemas que cualquier agente casado. Mis problemasson los mismos que los de cualquier compañero de la Brigada. Tenemos poco tiempo para ver a nuestros familiares y para estar con ellos. Como verá, y sabrá usted queha hablado con ellos, no existe diferencias entre nosotros. ―Así es. Aunque hay que reconocer que hasta ahora siempre ha sido un mundo de hombres, a ambos lados de la ley… Sonó la puerta. Probablemente sería su marido que había salido a dar un paseo al crio. La inspectora hizo un gesto que el periodista cogió a la primera. Laentrevista había terminado. Tampoco había estado tan mal. El diario le había garantizado a los responsables de la brigada las páginas centrales para el reportaje a las quesumaban las ya obtenidas el día anterior con la brillante operación en la que se había evitado un nuevo atraco a una entidad bancaria gracias a la implantación deldispositivo anti atracos.

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IV

―Y dice usted que tiene conocimientos en mecanografía y taquigrafía. ―Si, además también contabilidad y buen nivel de inglés y francés.

Un hombre sentado en la mesa del restaurante de uno de los hoteles más exclusivos del corazón financiero de la ciudad repasaba un documento mientras unajoven, a su lado, trataba de responder a una serie de preguntas. Otro hombre, de evidente parecido físico al primero, atendía también la entrevista de trabajo sin dejar demirar hacia la puerta de entrada del restaurante. Sobre la mesa, un ejemplar abierto de un periódico que dedicaba como no, una página completa al atraco sucedido en laavenida del Mediterráneo. Avellaneda se había apuntado un gran tanto periodístico. Una entrevista en profundidad y en exclusiva con la agente que había intervenido decisivamente en eltiroteo de la Avenida del Mediterráneo. Un repaso completo por su vida profesional y privada. Desde su reconocimiento a la falta de capacidad en la cocina hasta labuena puntería demostrada en las pruebas de tiro. La agente había aprovechado para puntualizar algunas versiones sensacionalistas del atraco publicadas el día anterioren algunos periódicos.

―Eso está muy bien Carmen. A nuestro socio le va a encantar ―añadió el que tomaba unas notas en el propio currículo―. Sepa que nuestro jefe ha vividodurante varios años en Biarritz y Lausana. Estoy seguro de que estará encantado de poder practicar el idioma. ―Muchas gracias, entonces… ¿me van acontratar? ―preguntó la aspirante a secretaria que había contestado a un pequeño anuncio insertado en la prensa. ―Nos falta la confirmación de nuestro socio principal ―señaló con la cabeza hacia otro hombre que no dejaba de mirar hacia la puerta de entrada alrestaurante―, pero déjelo en nuestras manos. Él está al corriente de todo.

Mientras terminaba la frase, el marqués hizo acto de presencia en la cafetería del Eurobuilding 2 junto a un acompañante. Tras una breve conversación con unode los camareros que les entregó una serie de periódicos el aristócrata y su acompañante ocuparon una mesa cercana a la que se estaba llevando la entrevista de trabajo.El aristócrata había decidido prescindir de su anterior secretaria. Tras varios intentos fallidos, sus socios estaban convencidos de haber localizado por fin a la personacon el perfil indicado.

―Fíjese que suerte ―los dos hombres y la aspirante a secretaria se levantaron dirigiéndose hacia la mesa que acaban de ocupar el marqués y suacompañante―. Va a poder conocer de primera mano a nuestro principal socio. Él es el responsable del despacho. ―¿No me habrá echado agua del grifo? ―el aristócrata se dirigió al camarero que acababa de dejarle un vaso de manzanilla. ―De ningún modo ―respondió el camarero.

La ciudad vivía bajo el síndrome del agua. La noticia de su contaminación había acabado con las existencias de agua mineral. Jumbo, el primer híper instalado enla ciudad, cifraba en más de sesenta mil botellas vendidas solamente en las tres horas siguientes a darse a conocer la noticia por los informativos de las radios. Los casosde colitis y trastornos intestinales llevaban varios barruntando que algo iba mal. El mal olor y sabor del agua no había pasado desapercibido a la población. El Canal, elAyuntamiento y el Ministerio de Sanidad se tiraban los trastos a la cabeza desde hacía varios días a cuenta de la contaminación o no del agua que manaba por los grifos.El caso es que los análisis realizados reflejaban un sensible aumento en el agua de materia orgánica (nitritos, nitratos y amoniaco, principalmente) que provocaba laaparición de una colimetría positiva (un numero de bacterias por encima de las cantidades habituales) y las correspondientes gastroenteritis en toda la ciudad. Enresumen, que el agua estaba contaminada con aguas fecales, mierda, para hablar en plata.

―Es lo mejor para el ardor de estómago… ―el marqués echó un sorbo antes de que se marchase el camarero. ―No sé si tienes un minuto… ―el que llevaba el currículo de Carmen (la aspirante a secretaria) en la mano se adelantó para señalar al aristócrata la presenciaen la cafetería del hotel de la futura ayudante de dirección que llevaban semanas buscando. ―No te preocupes ―respondió el aristócrata mirando a su acompañante―, Charlie es como si fuese de la familia. ―Perfecto ―el socio del marqués avisó a su hermano con un pequeño gesto con la mano para que se acercase con la aspirante a secretaría. ―Carmen ―la aspirante trató de presentarse ante el que parecía tener la última palabra de su futuro laboral―, sus socios me han indicado... ―No se preocupe ―el marqués la interrumpió tras dar otro sorbo a la manzanilla―, conozco su currículo. Como ya la habrán informado mis socios, nuestrasociedad se dedica a realizar informes mercantiles y aportamos soluciones empresariales en la gestión del cobro de deudas de nuestros clientes. Como se imaginará, ladiscreción es la principal virtud que valoran nuestros clientes. No hace falta que la diga que toda la información a la que tenemos acceso es completamente confidencial.He estado una temporada llevando a cabo una serie de negocios en México y necesito ponerme al día en una serie de asuntos por lo que mañana mismo empezará atrabajar. ―Completamente entendido, señor. ―No lo dudaba ni por un instante, sepa que me han dado muy buenas referencias de usted ―terminó el marqués con cierto aire de misterio―. Espero que nome defraude.

La ya secretaria de la sociedad de recobros del marqués salió de la cafetería ciertamente abrumada por los personajes que acababa de conocer. Los doshermanos con los que había realizado la entrevista de acceso al nuevo puesto de trabajo se habían presentado uno, como guardia civil, y el otro, como detectivecolaborador de la policía que ahora dedicaban su vida al recobro de morosos y a la asesoría empresarial. No se habían quedado ahí. Además, el socio principal deOrmeco, S.A (la sociedad para la que iba a ser contratada) ostentaba un reconocido título nobiliario y descendía de una importante familia de la aristocracia.

―¿Qué le ha parecido? ―los dos hermanos la acompañaron hasta la puerta del hotel. ―No hemos hablado del sueldo… ―Carmen respondiótímidamente antes de salir a la calle. ―No se preocupe. Será uno acorde a su función. Con el tema de la crisis, lo importante es tener trabajo, ¿verdad?

Justo antes de despedirse de la nueva secretaria de la empresa de recobros, los hermanos no se resistieron en informarla de la identidad del acompañante desu nuevo jefe: Charlie era el responsable de uno de los grupos de la Brigada Central de Información que investigaba los movimientos involucionistas de la extremaderecha y además ostentaba el honor de haber sido el primer presidente de la Asociación Profesional de Policías, el sindicato mayoritario en el Cuerpo Superior dePolicía.

―Menudo espectáculo lo del atraco del otro día ―tras despedirse de sus socios el marqués sacó un par de cigarrillos de rubio americano que se había traídodirectamente desde México. ―De primera ―respondió Cabrerizo―. Ese inspector tiene futuro. Su nombre cada suena más fuerte para dirigir algún grupo. ―Mira, aquí dicen que fue de película ―el marqués abrió las páginas de sucesos de uno de los diarios de la mañana―. “El Director de la oficina, que no teníani idea de lo que estaba pasando ―continuó entusiasmado el aristócrata―, pensó que le estaban secuestrando cuando los inspectores le metieron en una ferretería que

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ahí al lado del banco”. ―Sí, ya lo he leído ―recordó el acompañante del marqués―. También dicen que todo indica que hubo un soplo… ―Quién sabe ―respondió sonriendo el aristócrata mientras el camarero se acercaba de nuevo a la mesa. ―Hay una persona esperándole a la entrada… ―Perdóname ―el aristócrata se dirigió a su acompañante―, sólo es un instante.

El inspector Pertierra. Uno de los agentes que habían participado en el dispositivo anti atracos montado frente a la sucursal del Bilbao de la Avenida delMediterráneo. Durante un par de días no habían parado de ver desfilar periodistas por los despachos de la brigada. El dispositivo se había apuntado un tanto fabuloso.A pesar de ello, las estadísticas mostraban que los atracos a entidades financieras y todo tipo de establecimientos seguían in crescendo. Cada vez más jóvenes. El relevogeneracional estaba garantizado en el mundo de la delincuencia. A cada uno que se detenía, surgían tres más según las cuentas que se echaban los más veteranos de labrigada que no habían visto una cosa así en su vida.

―Ya veo que tiene muy buenos amigos en la policía ―el inspector señaló hacía Cabrerizo nada más acercarse el aristócrata a la puerta de entrada delrestaurante. ―¿Está celoso? ―No. Sólo quería ver cómo podía entrar en ese juego del que me habló. Tengo varios compañeros que se han animado a participar. ―¿Las pirámides? Llega usted un poco tarde. La mayoría ya se han derrumbado. ―Pero… ―Permítame una sugerencia de amigo: no entre en ninguna bajo ningún concepto si no quiere pillarse los dedos. ―Pero usted mismo me dijo… ―Y así era, conozco a un promotor de boîtes de Barcelona que se ha salido de siete pirámides con unas ganancias de casi seis millones de pesetas pero, comoera de esperar, cada vez es más difícil conseguir nuevos socios que quieran entrar. Si no quiere sentirse mal por estafar a sus amigos será mejor que lo deje pasar. ―La verdad es que es una pena ―el inspector se metió las manos en los bolsillos―, ya tenía varios compañeros decididos a participar. ¿Usted cree quevolverá a ponerse de moda? ―¿Las pirámides? No. Están quemadas. Aunque lo importante es el concepto. Hoy son las pirámides y mañana será otra cosa. La gente adora el juego y eldinero. En cuanto se restañen las heridas vendrá otra oportunidad. ―Así lo espero. ―No se preocupe, si lo que quiere es hacerse millonario, yo le mostraré el camino. Sólo se trata de saber cuándo hay que entrar y cuando hay que salirse de unnegocio.

El aristócrata y el inspector de la brigada judicial madrileña se despidieron con un fuerte abrazo. El juego de la pirámide había pasado por España como untorbellino. Ahora quedaba por tasar las consecuencias. Desde su invención, por inmigrantes portorriqueños afincados en Nueva York durante el crack del 29, eljueguecito había ido viajando por diferentes países dejando un rastro sombrío; en unos hablaban que los participantes habían tenido sus más y sus menos al ver quepodían perder la cantidad que habían colocado, en otros, como en Francia, los piramidalistas habían terminado su relación con el juego como el rosario de la auroraincluida alguna muerte violenta. Sin embargo, continuamente surgían versiones más alambicas como apuntaba el aristócrata. Uno de las más novedosas se centraba en laventa de productos cosméticos puerta por puerta.

―Dicen que es uno de los agentes de la brigada con mayor progresión ―Cabrerizo no pudo evitar fijarse en el hombre con el que había estado charlando elaristócrata. ―Pertierra tiene todo lo que hace falta para triunfar: inteligencia, destreza, ambición,…

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V

―Todo esto es mentira ―un chaval, postrado en una cama de un hospital, lanzó un periódico contra el suelo.

EXCLUSIVA: HABLA LA MUJER POLICIANO ME PAREZCO EN NADA A LAS CHICAS POLICIA DE LA TELEVISION

“Todavía no he tenido que vestirme de monja o de lagarterana para cumplir con mi trabajo”

El diario para el que trabajaba Avellaneda le dedicaba sus dos páginas centrales a la entrevista en exclusiva con la agente que había detenido al único atracadorque había salido vivo del tiroteo de la Avenida del Mediterráneo. La compañera de Pertierra había querido acabar de un plumazo con la imagen de heroína trasladada poralgunos medios de comunicación tras su brillante intervención en la detención del pequeño de los Gallardo (el único de los tres atracadores que había logrado salvar lavida tras la balacera del Bilbao de la Avenida del Mediterráneo): “No soy ningún Ángel de Charlie. Entré el Cuerpo Superior de Policía por pura vocación. Exijo que seme trate como uno más en la Brigada. Soy un policía y hago el mismo trabajo que mis compañeros”. Otro desmentido de lo publicado el día anterior: cuando el pequeño de los Gallardo llegó a la plaza del Conde de Casal, ya iba herido. En la puerta del banco,mientras huía, había recibido un impacto de bala en la cara. Los disparos de la mujer policía no le hirieron. Ella, simplemente (aunque con gran coraje), le detuvocumpliendo su obligación.

―Eso no va a hacer revivir a tu hermano ―un hombre, apoyado en una garrota, se sentó junto a la cama de una de las habitaciones del Hospital Provincial deMadrid. ―Te juro que nadie pudo tocar la alarma ―el paciente trató de incorporarse―. Les teníamos totalmente controlados. Ni siquiera tuvimos que amenazarlos. Esimposible que tocasen la alarma. El director ni siquiera estaba en el despacho. Ni siquiera nos entretuvimos en quitarles los carnets… ―Creo que han puesto unos nuevos pulsadores que están conectados directamente con el 091. Ahora ya no es como antes ―el hombre trató de entornar lapuerta con su cayada―, ahora es mucho más difícil hacerse un banco.

El pie de un agente situado en el pasillo impidió que la puerta de la habitación se cerrase. El cuarto estaba vigilado las veinticuatro horas. Una pareja de laPolicía Nacional se relevaba por turnos para mantener la debida custodia del único asaltante que había sobrevivido tras el fallido intento de atraco al Bilbao de laAvenida del Mediterráneo. Como para no estarlo. Sólo unos días antes un detenido había logrado fugarse del Hospital Provincial valenciano. Su esposa y su madre, quehabían ido a visitarle, lograron pasarle una pistola oculta bajo la ropa. Ambas habían dejado sus bolsos en la entrada pero no fueron cacheadas al no disponer la policíade agentes femeninos en todo el recinto hospitalario de la capital del Turia. En realidad, a pesar de las buenas intenciones, la presencia de agentes femeninos en losdiferentes Cuerpos de Seguridad del Estado seguía siendo anecdótica. La fístula anal con la que había sido ingresado el recluso de la prisión valenciana (un tipo conocidofamiliarmente como el Nani) no le impidió disparar hasta diez veces contra los policías que le custodiaban y huir semidesnudo por los pasillos atestados de pacientes,familiares y personal hospitalario antes de coger, a punta de pistola, un taxi para desaparecer del mapa. ―Da igual. Aunque hubiesen tocado esos pulsadores nada más vernos ―el pequeño de los Gallardo se colocó el almohadón―, no les hubiese dado tiempo amandar al ejército que nos estaba esperando apostado a la salida. Es como si lo hubiesen estado ensayando antes. Nos tenían totalmente rodeados. En cuanto salimos ysonó el clic de la puerta comenzaron a sonar los disparos. Es imposible que…

Ni amenazas, ni histerismos, ni nada… fue lo declarado por uno de los empleados del banco de Bilbao de la Avenida del Mediterráneo a los inspectores de labrigada madrileña. Los atracadores estaban tranquilos y parecían saber lo que hacían, añadió otro de los empleados que contaba con más de cinco atracos a susespaldas. Los empleados ya los habían visto de todos los colores. Aquel no tuvo nada de especial. Uno de los atracadores portaba una bolsa de plástico verde, que elcobrador fue llenando de billetes. Unos 2.400.000 de pesetas en billetes de banco. El golpe parecía haber terminado con éxito. Pero, por segunda vez en pocos meses,los policías, entre ellos uno femenino, habían logrado llegar a tiempo y rápidamente se camuflaron en los parapetos naturales de la calle. Nada más oírse el clic de lapuerta, comenzaron a sonar los disparos. Los tres atracadores salieron disparados. Uno de ellos trató de parapetarse tras un 600 aparcado frente al banco, otro se subióa la pala de un bulldozer que pasaba por allí. Todo ello en medio de un tiroteo infernal. El atracador que se subió a la pala falleció al instante y el que se escondió tras el600, también. Milagrosamente ningún policía resultó herido, ni siquiera el conductor del bulldozer al que se había subido el Pepín. Sólo una mujer que transitaba por lacalle ajena a lo que estaba a punto de desencadenarse recibió un impacto en el muslo cayendo cerca de la vendedora de la lotería y de dos hombres que se encontrabanestratégicamente colocados a la puerta del supermercado Alfaro. El mayor de los Gallardo, con cinco impactos de bala en su cuerpo, fue trasladado en helicóptero a laResidencia Sanitaria de la Paz para que certificasen su muerte. Al Pepín, también derrumbado sobre un gran charco de sangre en un descampado cercano al que consiguióllegar arrastrándose, se lo certificaron en cuanto pisó en la Residencia Sanitaria Provincial (antes Hospital Francisco Franco). El viajecito se lo podían haber ahorrado enambos casos. Al mediodía ya estaban en la morgue. El que estaba sobre la cama, también fue trasladado al Hospital Provincial. Fue el único de los tres que logró subirseal 150 con el que se habían desplazado desde la barriada de Villaverde Bajo hasta la Avenida del Mediterráneo. Le cogieron, no porque los disparos intimidatorios lehiciesen desistir de su fuga. Se paró al llegar a la Glorieta del Conde de Casal con la esperanza de que sus dos compañeros de atraco hubiesen podido sortear la ensaladade tiros y pudiesen subirse al coche. No quiso dejarlos tirados. Un agente había acertado con el mentón de su cara. Cuando trataba de arrancar nuevamente el coche alver que ni su hermano ni el colega de éste lograban regresar se encontró con la mujer policía. Los nuevos disparos (realizados al aire) le convencieron y se venció sobre elvolante.

―Si ―respondió malhumorado el visitante recordando el adjetivo con el que uno de los periódicos del día siguiente había titulado la noticia―, de película.Pero ya te he dicho que ya no nos va a servir de nada. Eso no va a hacer revivir a tu hermano. ―Ya lo sé ―el pequeño de los Gallardo volvió a recostarse en la cama desde donde hacía más de un mes que trataba de reestablecerse de las heridas sufridas―.Pero por algún motivo nos estaban esperando para cazarnos como conejos. Si hasta tenían preparado un helicóptero. ¡Joder, lo tenían todo planeado! ―Gallardoterminó dando un pequeño puñetazo contra la cama.

Los dos agentes custodiaban la puerta de la habitación de aquel hospital, que ostentaba el record de ser el más grande de Europa, se asomaron a ver quépasaba. 4.250 camas y más de 5.000 empleados asistían a la Ciudad Sanitaria Provincial diariamente. El disparo recibido en el mentón había impedido al paciente acudira los entierros de su hermano y de su colega, el Pepín. Las primeras informaciones aventuraron que el impacto recibido en la cara por Gallardo había salido del armareglamentaria de la nueva estrella mediática, la mujer policía. Sin embargo, una vez pasada la euforia inicial, los propios inspectores habían reconocido que cuandoGallardo detuvo el Talbot en la Plaza del Conde de Casal ya iba herido fruto del aguacero de balas que se había descargado a la salida del Banco. La agente le interceptótras efectuar una serie de salvas al aire para que el atracador se bajase del vehículo y apoyase las manos sobre la carrocería. El pequeño de los Gallardo se quedó sinfuerzas y aparcó su cara sobre el volante. Por suerte para él, ninguno de los impactos recibidos fue mortal.

―La verdad es que no sé cómo pudieron llegar tan rápido ―reconoció el acompañante―. En la radio dijeron no sé qué de un nuevo sistema anti atracosque ya había funcionado otras veces… Por cierto, ¿a quién dices que vistes enfrente del banco? ―No estoy seguro pero creo que era un abogado.

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―¿Un abogado? ¿Qué abogado? ―Bueno, ya sabes, uno de esos contactos de las que tanto presumía mi hermano. Me dijo que era un abogado que había conocido en un bar de la estación deVillaverde. La verdad es que no sé qué coño hacía frente al banco. ―¿En la estación? ―el acompañante se mesó la espesa barba tratando de hacer memoria―. Tu hermano nunca me había hablado de ello. ―Sí, aunque creo que ya lo he había visto antes en un bar de la Ciudad de los Ángeles. Ese abogado se presentó con un Rolls Royce gris plateado. Todo elmundo se quedó con la boca abierta. ―¿Y qué coño hacía ese abogado frente al banco? ―De todas maneras sólo fue un segundo antes de entrar en ese maldito banco. Lo mismo vi a otra persona que se le parecía, yo que sé que pensar… ―elpequeño de los Gallardo ―, si ni siquiera era verdad eso de que tenían cuarenta millones en la caja fuerte. Todo ha ido mal desde el principio. Mi hermano tenía quehaberse alejado de esa gente.

En la saca verde encontrada junto al cuerpo caído del mayor de los Gallardo en las escaleras de acceso a la oficina sólo había dos millones cuatrocientas milpesetas. Un importe situado en las medias de los encajes habituales de las sucursales. Los mayores encajes estaban reservados a las oficinas principales de cada Banco ylas cabeceras de comarca que solían estar dotadas de vigilantes de seguridad provistos de su correspondiente arma. La policía había matizado, ante la ensalada de tiroscon la que habían recibido a los delincuentes, que estos portaban tres pistolas del calibre 9 corto, de un revolver adicional y de abundante munición que se había quedadocasi en la reserva tras ser vaciada durante el tiroteo. Disponían de más cargadores y balas en sus bolsillos, insistió la policía ante la presencia de los primeros periodistasque se desplazaron al lugar de los hechos.

―¿Qué gente? ―Ese abogado que te he dicho. Es el que nos dijo que en el banco tenían todo ese dinero guardado. ―Entonces, ¿qué crees… que os delató alguien? ―Seguro. Alguien traicionó a mi hermano y al Pepín. El atraco lo iban a pegar con un tío que le presentó a ese abogado. Ese tío acabó rajándose y me llamarona mí. ―¿Qué tío? ―Un amigo de mi hermano, el Conchillo. Creo que los tres iban a hacerse otro banco. Luego, el Conchillo se rajó y me llamaron a mí. ―Lo cierto es que leí en el periódico ―respondió el hombre de la cayada mientras sacaba del bolsillo dela chaqueta un recorte de periódico―, que decían algode un soplo sobre la hora y el lugar donde ibais a pegar el atraco, creo que lo tengo por aquí, espera.

“Nadie en la sucursal sabía que en la calle un fuerte contingente policial –montado por el grupo XI de la Policía Judicial- había tomado posiciones para evitar que losdelincuentes consiguieran su propósito. Él porqué la Policía se encontraba allí es algo que deberán explicar en su momento las autoridades aunque, según nuestros

informes todo indica que se había recibido un soplo sobre la hora y el lugar donde iba a actuar la banda. Esta hipótesis se avala por el hecho de que en el Banco, mientrasse desarrolló el asalto, nadie, según parece, llegó a pulsar el timbre de alarma conectado con la Policía”.

―¿Ves? Te lo dije ―el pequeño de los Gallardo se revolvió en la cama―. Íbamos chivados.

―De todas maneras ―el acompañante trató de calmarle―, nunca me gustaron los amigos de tu hermano. A ese colega suyo le tenían muchas ganas. ―¿A quién? ―el paciente trató de incorporarse de nuevo girando la cabeza hacia la silla de la habitación desde donde le hablaba uno de sus familiares máscercanos. ―Al Pepín. ―¿Al Pepín? ―volvió a recostarse tras hacer un mal gesto―. ¿Pero qué dices? ¿De qué me hablas? Pero si mi hermano pondría la mano en el fuego por él. ―No lo digo por eso, pero acuérdate que el Pepín ―levantó el tono de voz ante las dudas del paciente―, cuando anduvo con la banda del Judas casi se cargana un inspector en un atraco a una Caja de Ahorros de Usera. ¿Es que ya no te acuerdas? Desde entonces le tenían ganas pero que muchas ganas… Lo mismo le estabansiguiendo. ―Joder, mi hermano no me había contado nada. ―Ni falta que hace ya. Lo del atraco a esa sucursal de Usera fue hace más de un año ―le cogió de la mano mientras uno de los agentes de la Policía Nacional seasomaba por la puerta tocándose repetidamente el reloj de su muñeca―, pero la policía no olvida cuando tocan a uno de los suyos. Por si acaso, será mejor que no ledigas a nadie lo que me has contado de ese socio de tu hermano que dices que vistes al entrar en el banco. Es mejor dejar las cosas como están. Ya hemos tenido bastantecon perder a uno de la familia.

El pequeño de los Gallardo volvió a recostarse. Todavía le quedaban varios días antes de abandonar la habitación del hospital camino de Carabanchel. Latranseúnte herida por una bala perdida en el intenso tiroteo de la Avenida del Mediterráneo ya había sido dada de alta. El hombre de la cayada salió de la habitación concara de pocos amigos ante los dos agentes de la nacional que entraron en la habitación para comprobar que el paciente seguía recuperándose sin contratiempos.

FIN

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Primavera del ´79. Tres hombres seadentran de madrugada en una urbanización de lujo a las afueras de la ciudad. El país se halla inmerso en lo que se conocería posteriormente

como proceso modélico de la Transición. A pasos agigantados pero inseguros y no sin sobresaltos, la sociedad se va transformando. Los casicuarenta años de régimen han creado una placa tectónica que puede romperse en mil pedazos sino se toman las medidas oportunas. El harakiri

de los procuradores. La celebración de las primeras elecciones democráticas tras la guerra civil. La aprobación de la ansiada Constitución. Elmodelo ya estaba preparado para funcionar pero son muchas las fuerzas contrapuestas que tratan de sacar partido al proceso de cambios,

unos recuperando la ventaja perdida durante décadas y otros tratando de retener el máximo poder que les sea posible. Los atentadosterroristas, las manifestaciones, las huelgas, la amenaza permanente de los golpistas, la presión independentista… La política lo ocupa todo.

Bajo ese manto subyace una realidad en la que nadie se ha parado a pensar: el déficit democrático ha conllevado un brutal deterioro económicoy social del país. En la calle el Torete y el Vaquilla son los héroes para una buena parte de la juventud que no aspira a otra cosa que no sea

repetir las hazañas de las películas de los alegres bandoleros. Mal vamos.