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Hoja Informativa de Tamahú 1 Hoja informativa nº 105 febrero 2021 De la obra solidaria que Fratisa (Escuela Bíblica de Madrid) realiza en Tamahú, Guatemala Honrando a san Pablo Antonio Salas l caos y el desconcierto, provocados en las comunidades de nuestra misión por la furia de los huracanes Eta e Iota, por fortuna han ido remitiendo. Cierto que, tras una serena evaluación de daños, se ha podido saber que ambos han pasado una factura muy alta. Pero… ¡hay que sobrevivir! Lo saben muy bien los indígenas, pues no en vano son expertos en infortunios. Por supuesto que sigue viva entre ellos la amenaza del covid-19, pero ¿dónde no? Para lamentar sinsabores pandémicos no se requiere adentrarse en Guatemala. Nuestra patria por desgracia ca- da vez se está afianzando más como referente de conta- gios y de muertes. Cierto y triste. Mas, ¿de qué sirve rego- dearse en el desconsuelo? Es en la adversidad donde se forjan los héroes. Quizá por ello sea digna de encomio la reacción de quienes, aunque las borrascas hayan des- truido sus viviendas, entonan un himno de gratitud a Dios por haberles conservado la vida. Y, sin olvidar su pasado, otean con ilusión su futuro. Aun sin saber dónde asirse, les azuza la esperanza. Vemos con alegría que, en la parro- quia de Ta- mahú, a pesar de las restricciones, se están planificando ya los proyectos pastorales de 2021. Para ello, el párroco cuenta con un se- lecto grupo de voluntarios, así como también con el equipo de Hermanas Misioneras de la Eucaristía, con quienes – desde hace casi un decenio– nos unen vínculos bastante estrechos. Ellas han sido quienes, en nombre de Fratisa, han repartido últimamente varias toneladas de víveres para amortiguar los estragos de la hambruna. Tras retornar las aguas a sus cauces, siguen ávidas de prodigar ayuda. Según nos ha comentado el P. Denis, se han reunido todos en la parroquia para programar una pastoral conjunta, con la que Fratisa se ha solidarizado de inmediato. Nuestro deseo hubiera sido personarnos en Tamahú para calibrar «in situ» E El P. Denis, con el equipo de Hermanas y su Consejo General Los mayordomos de Tamahú

Hoja informativa nº 105 febrero 2021

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Hoja Informativa de Tamahú 1

Hoja informativa nº 105 • febrero 2021 De la obra solidaria que Fratisa (Escuela Bíblica de Madrid)

realiza en Tamahú, Guatemala

Honrando a san Pablo

Antonio Salas

l caos y el desconcierto, provocados en las comunidades de nuestra misión por la furia de los huracanes Eta e Iota, por fortuna han ido remitiendo. Cierto que, tras una serena evaluación de daños, se ha podido saber que ambos han pasado una factura muy alta. Pero… ¡hay que sobrevivir!

Lo saben muy bien los indígenas, pues no en vano son expertos en infortunios. Por supuesto que sigue viva entre ellos la amenaza del covid-19, pero ¿dónde no?

Para lamentar sinsabores pandémicos no se requiere adentrarse en Guatemala. Nuestra patria por desgracia ca-da vez se está afianzando más como referente de conta-gios y de muertes. Cierto y triste. Mas, ¿de qué sirve rego-dearse en el desconsuelo? Es en la adversidad donde se forjan los héroes. Quizá por ello sea digna de encomio la reacción de quienes, aunque las borrascas hayan des-truido sus viviendas, entonan un himno de gratitud a Dios por haberles conservado la vida. Y, sin olvidar su pasado, otean con ilusión su futuro. Aun sin saber dónde asirse, les azuza la esperanza.

Vemos con alegría que, en la parro-quia de Ta-

mahú, a pesar de las restricciones, se están planificando ya los proyectos pastorales de 2021. Para ello, el párroco cuenta con un se-lecto grupo de voluntarios, así como también con el equipo de Hermanas Misioneras de la Eucaristía, con quienes –desde hace casi un decenio– nos unen vínculos bastante estrechos. Ellas han sido quienes, en nombre de Fratisa, han repartido últimamente varias toneladas de víveres para amortiguar los estragos de la hambruna.

Tras retornar las aguas a sus cauces, siguen ávidas de prodigar ayuda. Según nos ha comentado el P. Denis, se han reunido todos en la parroquia para programar una pastoral conjunta, con la que Fratisa se ha solidarizado de inmediato. Nuestro deseo hubiera sido personarnos en Tamahú para calibrar «in situ»

E

El P. Denis, con el equipo de Hermanas y su Consejo General

Los mayordomos de Tamahú

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la planificación de esos nuevos proyectos. Pero las circunstancias nos fuerzan a posponer nuestra tradi-cional visita. Quiera Dios que acabemos recobrando pronto la normalidad y la podamos hacer sin pro-blema.

Nuestras comunidades indígenas, para afrontar con garbo la siempre incómoda cuesta de enero, estre-naron el año acariciando la celebración de su feria donde homenajean a su patrono: san Pablo. Aun-que coloquialmente hablemos de Tamahú, su nom-bre oficial es: San Pablo de Tamahú. Y ello en honor del Apóstol cuya conversión (25 de enero) se cele-bra a bombo y platillo. Adquieren, al respecto, gran protagonismo las cofradías que, si bien allí no están estructuradas de forma muy meticulosa, conservan la enjundia que les brindan sus siglos de historia.

Las cofradías: bastión del indigenismo

A partir del concilio Vaticano II, la Iglesia católica ha apostado en firme por la inculturación. Esta exige que, en todo proyecto evangelizador, se respeten los valores cultu-rales de cada etnia, considerando obsoleta toda praxis anclada en la imposición. El evangelio no se

impone, se oferta. Tal convicción, al arraigar en la conciencia de los cate-quistas, ha generado un profundo respeto por el sincretismo, evidenciando que nuestra religión se ha de mostrar dialogante. Y su diálogo debe entablarse ante todo con las culturas aborígenes. Pu-es bien, tal obje-tivo no podrá al-canzarse sin co-nocer algo de cerca la idiosin-crasia de las co-fradías.

Su origen se re-monta al medie-vo, donde se eri-gieron en catali-zadoras de una catequesis cer-

cana al pueblo, aunque no siempre en total sintonía con los dictámenes de los jerar-cas. Las cofradías eran el referente obligado para romper los absolutismos, implantando proyectos donde el creyente de a pie se sintiera protagonista. De forma paulatina cada cofra-día buscó el patronazgo de un santo o de una advocación, avalados siem-pre por los usos y las costumbres. Los gremios de cofrades fueron consolidándose hasta el punto de erigirse en señero puntal para misioneros y predicadores. Con tales predicamentos se estrenó moderni-dad y, un largo siglo después, se emprendió la ardua labor de evangelizar a los aborígenes de ese nuevo mundo, recién descubierto y conquistado.

Los pueblos indígenas de América hacían gala de una rica cultura y unas prácticas religiosas dignas de

Cada cofradía tiene su propio escudo

La procesión de la cofradía patronal

La imagen del santo patrono

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todo respeto. Ocurrió, sin embargo, que –al ser doblegados por los conquistadores– entendieron su sino como la resultante de una lucha de dioses, en la que los suyos habían sido subyugados por los ajenos. Poco debió sorprenderles, pues, que sus nuevos amos les impusieran sus propias reglas de juego. Estas les exigían renunciar a sus creencias para asumir las dictadas por quienes se creían superiores. Vieron

con asombro que en adelante deberían regirse por un códi-go moral que les resultaba extraño. Se les indujo también a abjurar de su religión y de su cultura. Y así lo hicieron, aun-que solo de manera superficial. En el fondo, seguían afe-rrados a sus tradiciones.

Para afianzar una situación acorde con sus intereses, los misioneros católicos recurrieron a las cofradías. Y estas, con sorpresa de propios y extraños, resultarían balsámicas para los pueblos indígenas. Les permitieron, de hecho, ar-monizar su fe católica con el complejo entramado de sus ritos, sus dogmas y sus costumbres. Fue tal el éxito de las cofradías que, en plena euforia colonial, se contabilizaron cerca de doscientas mil en todo el continente americano.

Aunque en cada región ostentaran matices distintos, todas coincidían en su afán de ensamblar la doctrina católica con las creencias autóctonas. ¡Estaba servido el sincretismo! Cierto que, en el complejo orbe de las cofradías, aun abun-dando las rosas, tampoco han faltado espinas. A veces ha eclosionado con brío el latente pugilato entre los «ortodo-

xos» y los «costumbristas». Mas, ¿por qué sorprenderse? Nadie ignora que la historia humana es un mapamundi de conflictos.

Las cofradías de Tamahú

Han pasado casi cinco siglos y cada comunidad indígena de Guatemala sigue contando con un determinado número de cofradías. En todas ellas se ocultan resabios inequívocos de religiosidad prehis-pánica. Tal es, entre otros, el caso de Tamahú. En él se mantienen activas ocho cofradías en su núcleo urbano y otras quince en sus aldeas. Desde un primer momento, sorprende el concejo de los ancianos (14) y de los mayordomos (8). Aun sin captar su razón de ser, se los intuye portavo-ces de un impoluto costumbrismo, donde la religión canaliza la propia cultura. Y es que para el mundo maya toda la naturaleza está animada. En cada cerro mora un espíritu. Las almas de los ancestros inciden en la cotidianidad. Así se percibe al presenciar en Tamahú la famosa mayijinik (ofrenda) donde la tradición poqomchí vierte en el fuego, en las velas y en el copal su forma de entender la presencia cósmica de lo divino.

Cada cofradía ostenta una estructura piramidal donde el asesoramiento de los ancianos es la fuente en la que beben los mayordomos para vitalizar después a quienes conforman la base de su institución, tutelada por un santo al que veneran casi con delirio. Y tras ese santo, ¿qué se oculta? ¡Interesante

Los ancianos, acompañando a san Pablo

Preparándose para las danzas folklóricas

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pregunta! Mas su respuesta se pierde en los arcanos del sincretismo. Lo cierto es que la cofradía principal siempre cuenta con la tutela del patrono de su comunidad. Y el de Tamahú es san Pablo. Nada sorprende, por tanto, que al aproximarse su festividad comiencen a pulular los cofrades, ansiosos de convertir el evento en foco catalizador de sus creencias católicas y sus remembranzas paganas. Así se expresa el indigenismo maya. ¿Acaso tanto desvelo por mantener sus hábitos no amerita un profundo respeto?

La fiesta del santo patrono

Aun celebrándose el 25 de enero, los festejos se inician unos cuatro días antes. Resulta emotivo ver cómo cada aldea, en una solemne procesión, va bajando al santo que da vida a su cofradía, para encontrarse con la colectividad frente a la iglesia parroquial. Y en ella adentran a todas sus imágenes que –juntamente con la de san Pablo– han de orquestar las celebraciones. Estas acostumbran a gravitar

en torno a unas danzas folklóricas donde los indígenas (y también muchos ladinos) vierten la ambrosia de sus creencias. Rinden así tributo a su arraigado sentido de «communitas» donde lo colectivo se torna protagonista. Nadie es nada de por sí, solo una parte del todo. Y esa totalidad, allende los parcelismos, implora la ayuda de lo alto, vertida en una serie de advo-caciones que –a través de su patrono– dirige a esa fuerza numinosa que los creyentes identificamos con Dios.

Asimismo, llama la atención que la cofradía principal de los pueblos limítrofes (Tucurú y Telemán) se haga también presente portando la efigie de su correspondiente patrono. Ese testimonio es como un himno a la fraternidad, donde las etnias mayas –ensamblando magia y rito– casi rozan el aura de lo divino. Fascina asir el embrujo de un mundo que muchos pudieran creer perdido. Los mayas vibran al compás de unas costumbres canalizadas por un flujo religioso que ha perdurado a través de los siglos. Es tal su delirio onírico que hasta pueden olvidarse de los tiempos de pandemia y –encomendándose al tutelaje divino– prescindir de las omnipresentes mascarillas. Son como son. Ni mejores ni peores. Simplemente, distintos.

En esa peculiar idiosincrasia aflora –entre el fulgor de las bengalas y el estrépito de los cohetes– su afán de dimensionarse con la trascendencia. Se sienten a su vez como embriagados por la cálida brisa que siguen irradiando sus ancestros, cuyo recuerdo evocan con más gratitud que nostalgia. Consideran que ellos son lo que son porque antes sus antepasados fueron lo que fueron. Es su forma de engarzar con

Fuerza del costumbrismo en un ritual de danza

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las más sacrosantas tradiciones de unas etnias orgullosas de su historia.

Nadie vaya a pensar que, en base a lo dicho, esos colectivos mayas no sintonicen con la fe católica. Todo lo contrario. La viven con intensidad. Haciendo alarde de un hondo espíritu religioso, los actos de culto les ayudan a estructurar su existencia. Para constatarlo, basta observar cómo celebran su eucaristía do-minical, cómo recorren sus viacrucis o cómo organizan sus liturgias de Semana Santa. Son fervorosos creyentes, solo que a su manera. Y esta se mantendrá por muchos años, mientras se les permita –a través de las cofradías– arrastrar en sus prácticas religiosas el lastre de sus tradiciones.

Así pudo verse en la celebración de la solemne euca-ristía patronal. En ella el P. Denis estuvo acompañado por el P. Geovani Morán, canciller de la diócesis de la Verapaz y por el P. Philippe Poisson, al que conoce-mos de cerca por ser el expárroco de Tamahú. Duran-te la misa se evocaron las virtudes de su santo patro-no, cuya protección no cesaron de implorar.

En el punto álgido de la ceremonia, se concedieron tres diplomas a otros tantos representantes de las et-nias que conviven en Tamahú: los ladinos (su idioma es el español), instalados en el núcleo urbano; los poqomchíes que viven en las aldeas suroccidentales; y los quechíes, diseminados por los caseríos de la vertiente oriental. Es costumbre seleccionar a una persona de cada colectivo, que se haya distinguido por su compromiso con los proyectos pastorales de la parroquia, y nombrarla miembro de la «Orden de san Pablo». Distinciones así, a ellos les ayudan a sentirse muy bien.

Con la fanfarria que recorre la calle principal y con la banda musical que ameniza la celebración eucarís-tica, podría decirse que se da por finalizada la feria. Tras haber compartido inquietudes y vivencias, los miembros de cada comunidad recogen sus imágenes religiosas y, presididos por el mayordomo de su cofradía, emprenden el regreso a sus hogares, dejando tras sí el pose de unos días preñados de euforia. En ellos han logrado evadirse de sus problemas y, liberando sus mentes de toda negatividad, se han adentrado en un mundo de ensueño, que les permite pulsar muy de cerca el hechizo de lo divino, a la par que afianza sus vínculos de sesgo tribal. Cada cofradía se siente feliz por haber reafirmado su identidad, mientras entre todas ellas se han avivado los rescoldos del siempre flameante fuego costumbrista.

Así se expresa la fe en las fiestas patronales de Tamahú.

Ayuda humanitaria – Enero 2021 Raúl Leal

uienes viven en las aldeas y en los caseríos de nuestro municipio, aunque vengan acusando duran-te siglos la lacra de la marginación y el abandono, han sufrido últimamente de forma muy incisiva las secuelas de la pandemia. Y a ello tuvieron que añadir, como artículo extra, el caos provocado

por los huracanes. Tal conjunción de desastres y calamidades generó una situación de extrema necesi-dad y hasta casi de desespero. Ante tanta angustia, me puse en comunicación con Fratisa. Y esta, a tra-vés de Fátima, reaccionó con celeridad, redoblando la cuantía de sus ayudas. Éramos, sin embargo, conscientes de que tal esfuerzo no podría mantenerse de forma indefinida. Lo veiamos más bien como un gesto para arrostrar la emergencia.

Q

Entregando los diplomas durante la eucaristía

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Pasado el estrago de los huracanes, Fátima me notificó que las despensas ofrecidas a las 120 familias, no inscritas en nuestro programa de ayuda, no podrían seguir repartiéndose por sobrepasar las posibili-dades de Fratisa. Aunque lo entendí, me dolió. Y más aún al ver cómo muchas personas, que seguían en una alarmante necesidad, iban a quedarse sin ayuda. Ante tal coyuntura, y con ánimo de evitar alter-

cados, decidí suprimir el tradicional reparto de víveres en los locales de Asumta. Los últimos meses me había resultado muy gratificante ver cómo se juntaban en ellos casi 200 personas, sa-

bedoras que nadie iba a regresarse con las manos vacías. Tenía claro que, de haber hecho ahora mi reparto en esos mismos loca-les, muchas familias se hubieran decepcionado al no recibir lo es-

perado. Y ello podía crear con-flictos. Así pues, hice mío el re-frán: «Ojos que no ven, corazón

que no siente».

Las despensas siempre solazan el alma

Si bien para mí iba a resultar más dificultoso, opté por entregar las bolsas de comida directamente a

cada una de las 55 familias inscritas en el programa de Fratisa. No me resultó fácil, pues me exigió cargar los sacos durante bastante ti-empo y a veces por sende-ros sinuosos y resbaladi-zos. En más de una ocasión llegué exhausto. No resulta fácil ni explicar ni entender lo que implica subir por veredas casi

intransitables, cargando con una bolsa que pesa más de diez kilos. Por suerte, no me faltó cooperación.

El júbilo de las familias agra-ciadas puede imaginarse. Fue para mí una experiencia nue-va. Al recordarla, brota en mi mente la visita que hice a Lo-renzo que, con sus 92 años y su atuendo de hippie, conserva incólumes sus ansias de seguir viviendo. Al verme, quedó algo confuso, pues no conseguía ubicarme. Sin embar-go, cuando me identifiqué, cambió por entero la expresión de su rostro y

más aún al ver que le ofrecía una abultada bolsa de alimentos. Su so-brina (viven juntos) salió rauda de su casita (se la había construido Fratisa), ávida de expresarme su agradecimiento.

Estas nuevas experiencias me han ayudado a comprender mejor que todo tiene su lado bueno. Cierto que me resultaba más cómodo hacer el reparto global en los locales de Asumta. Tras citar por teléfono a todos los beneficiados, en un par de horas los dejaba complacidos. En cambio, ahora, aun siendo notorio mi esfuerzo, tenía la compensación de hablar un buen rato con cada familia, que se aprestaba a

Raúl, subiendo despensas a un caserío

Raúl a veces encuentra cooperación

Lorenzo, con sus 92 años y su atuendo hippie

Leonardo se agarra a su bolsa de alimentos

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compartirme sus problemas y penurias. Desde un punto de vista humano, resulta más gratificante el contacto directo. Soy, no obstante, consciente que no lo podré mantener cada mes. Y ello por falta, no de ganas, sino de tiempo.

Mis momentos gratos

Me emocionó encontrarme con Leonardo, para quien antes habiamos comprado unas láminas, ya que el techo de su casa era casi una pura gotera. Cuando llegué con mi despensa, lo encontré tendido en su lecho, pues desde hace tiempo viene arrastrando una ominosa dolencia. Me confesó que su esposa había salido en busca de un poco de maíz, dado

que lleva-ban ya va-rios dí-as sin probar bocado. Al entregarle la bol-sa, se agarró a ella con firmeza, cual si temiera que algún duende se la pudiera arrebatar.

Mientras platicaba con él, regresó su es-posa con un pequeño bulto de maiz. Así pues, durante un tiempito, tendrán garan-

tizada la subsistencia. Sé que mis ayudas no logran resolver su problema. Pero al menos lo alivian un poco. Por otra parte, la vida me ha enseñado que lo más importante en situaciones así es que las personas se sepan importantes para alguien. Y, en el caso presente, ese «alguien» se llama Fratisa.

Al no esperar nadie mi visita, pude percatarme mejor de cómo se vive en los caseríos. Y me sorprendió gratamente comprobar que varias jóvenes mamás estaban tejiendo huipiles con un telar de cintura. Aunque deban invertir muchas horas en confeccionar una sola pieza, algo les llega a compensar. Pueden, en efecto, vender su mercancía en el mercado de Tamahú y ganarse así unos quetzalitos. Los esposos nor-malmente se hallaban ausentes por haber salido en busca de algún traba-jito. Claro que, en las circunstancias actuales, es difícil conseguirlo.

Encontré también a algunas familias acurrucadas en su covacha, a la espera que Dios les eche una mano, ya que no saben hacía dónde mirar. Ni amargados ni eufóricos. Sus rostros se limitan a transmitir una expre-sión de conformismo envuelto en un halo de paz. Son escenas que, para los románticos podrían parecer idílicas, pero para sus protagonistas no cesan de transpirar tragedia. Están tan acostumbrados a sufrir que aca-ban asumiendo como algo normal sus desdichas.

Me topé también con algunas familias a las que previamente Fratisa había agraciado con la construcción de una vivienda. Me llegó al alma constatar que Roberto (adicto al alcohol), aunque a trancas y a barrancas, había logrado terminar la suya. Él la ha-bía querido con calicanto para guarecerse mejor del frío. Dadas sus querencias etílicas, yo no tenía muy claro que la finalizara tan pronto. Pero ante los hechos, tuve que rendirme. Y lo hice de muy buen grado. Sobre todo por ver que toda su familia iba a compartir las delicias de un nuevo hogar. Por fortuna, la casa nº 21 de Fratisa al fin había quedado ultimada.

Varias jovenes mamás tejen huipiles

La nueva casa para Roberto y su familia

Yo también quiero una casita

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Un nuevo reto para Fratisa

Sé que Fratisa está analizando cómo seguir construyendo sus viviendas en adelante. Para que su proyecto tenga perspectivas de futuro, quiere introducir algunos retoques. Tal como me ha anticipado Fátima, se piensa en casitas similares a las que está levantando Asumta. Aunque sean algo más peque-ñas (29 metros cuadrados), se aspira a darles mayor consistencia. Las de Fratisa (35 metros cuadrados) son de simple madera. En cambio, las de Asumta tienen, no solo cimentación y pavimento encementado, sino también un metro de material (block) a la redonda, lo que las hace bastante más duraderas.

Personalmente, estoy habituado a las de madera. Así han sido, de hecho, las ca-torce que hemos levantado en 2020. Pero si se desea mejorar el proyecto, aunque suponga un nuevo reto para mí, lo asu-miré con ganas. Lo que en verdad importa es que las familias más necesitadas puedan vivir con un mínimo de dignidad.

Mientras recorría un caserío, me desco-locó, y a su vez me halagó, la pregunta de aquella chiquilla: «¿Yo también recibiré mi casita?». En su ingenuidad, me trans-

mitía el vivo deseo de sus papás. Ellos saben muy bien lo que implica soportar la intemperie, la lluvia y sobre todo el frío durante las gélidas noches de invierno. Pienso que el deseo de la pequeña, de una forma o de otra, se verá en algún momento colmado.

¡Cuánto gratifica complacer a quienes llevan siglos acumulando olvido e incluso desprecio!

Raúl Leal

todos nos resulta conocido el refrán: «El hombre propone y Dios dispone». Mas, aun sabiéndolo, no siempre resulta fácil aceptar sus implicaciones, sobre todo cuando nos afectan de manera directa. Algo así ha ocurrido con las terapias que vienen aplicán-

dose a nuestros discapacitados en Fundabiem de Cobán. Ya llevábamos algunos meses con un tira y afloja, pues a

veces cerraban el cen-tro durante una sema-na para después vol-

verlo a abrir. Según se me decía, todo ello venía exigido por la pandemia. Y no dudo que fuera cierto. Pero no por ello menos doloroso.

De hecho, la ayuda a nuestros discapa-citados es el proyecto estrella dentro de la pastoral de enfermos que, desde ha-ce un par de años, vienen gestionando Asumta y Fratisa. Ya son cerca de quin-

ce nuestros pacientes que reciben allí sus terapias. Pues bien, recién empezado enero se me notificó que Fundabiem iba a permanecer cerrado hasta nueva orden. Parece que el covid-19, si bien se mantiene por el momento alejado del municipio de Tamahú, está haciendo estragos en la ciudad de Cobán, donde las

A

Pastoral de enfermos – Enero 2021

Así son las casitas que construye Asumta

Ofreciendo leche pediátrica para un recién nacido

Los gemelos, ya restablecidos

Hoja Informativa de Tamahú 9

restricciones gubernamentales no cesan de ir en auge.

Es muy duro constatarlo, ya que nuestros esfuerzos corren el riesgo de resultar estériles. Son imprevisibles las secuelas de dejar indefensos a quienes se viene intentando cuidar con mimo. Pero, por desventura, las circunstancias mandan. Pido a Dios que el centro de rehabilitación vuelva a abrirse cuanto antes, pues causa honda pena sabernos desatendidos. Y más aún al comprobar cómo, a través de sus familiares, los pacientes no cesan de preguntarme cuándo se reanudará su rehabilitación. Se me rompe el alma cada vez que recibo una llamada así. Quiero mantener firme mi esperanza. ¡Primero Dios!

Los tristes hados de Elmer

Escuché cierta vez que en nuestro mundo rige la ley de la compensación. Cuando se aprieta mucho por un lado, se suele sentir alivio por otro. Así me ha ocurrido a mí. De hecho, debido a mi paro forzoso con las pacientes de Cobán,

pude atender con más diligencia el triste caso del joven Elmer Or-lando Caal Caal, que me apresto a consignar.

Elmer es un joven de 14 años que vive en el caserío de Abjal. De-seaba proseguir sus estudios, pero su fa-milia carecía de recur-

sos para costeárselos. Tal fue el motivo por el que decidió trasla-darse a Honduras y ganarse unos centavitos con la recogida del ca-fé. Los hados quisieron que sufrie-ra un accidente muy grave que lo

dejó del todo magullado. Es-tando al borde de la muerte, fue trasladado al hospital de san Carlos en la capital. Sus familiares, temiendo lo peor, me notificaron su situación a la par que solicitaban mi ayuda. Por fortuna pude viajar sin problema a Guatemala (unas seis horas de camino) donde lo encontré casi moribundo. Y fue casi un prodigio que, a través de una cirugía en la columna vertebral, pudieran salvarlo, aunque –al menos de momento– se quedara paralítico. Con todo gusto me ofrecí a transportarlo en nuestra furgoneta hasta su casa, donde lo visité unos días después, encontrándolo postrado y a la vez feliz por saberse vivo. Sigo pendiente de su evolución.

Durante este mes me he visto precisado a realizar varios viajes a distintos hospitales de Cobán. Desde el centro de salud de Tamahú me remitieron a María Asunción Pacay, para que en el laboratorio le realizaran unas pruebas pélvicas. Y, al verse aquejada también de micosis (hongos) en ambos brazos, opté por comprarle medicamentos que, según he podido saber, le están sirviendo de mucha ayuda. Asimismo, trasladé a Juana Quej, de 85 años, que vive en Yuxilhá, a una clínica privada de Cobán donde fue muy bien atendida, costeando sus familiares la consulta y los medicamentos. Son cada vez más los pacientes que reciben medicación. Para atenderles mejor, he

Elmer, a punto de regresar a su hogar

Visitando a Elmer en su casita de Abjal

La extraña enfermedad de María Fidalgo

Hoja Informativa de Tamahú 10

decidido instalar un pequeño dispensario en mi casa. Cada medicina tiene escrito el nombre del paciente. Y cuando llega alguno a recogerla, se la entrego sin más. Esta estrategia me está funcionado sobre todo con el grupo de epilépticos, que son unos doce. Ellos saben muy bien que, si no se medican tiempo, afloran casi de inmediato sus convulsiones. Por fortuna todos están controlados y atendidos.

Visitando a nuestros enfermos

Al saberme liberado de mis viajes a Fundabiem, he podido visitar también a varios de nuestros enfermos. Me da mucha pena ver cómo viven. Suelen hallarse postrados sobre unas tablas de madera que dicen servirles de cama. Me causó sobre todo gran alegría visitar al bueno de Fidel que lleva mucho tiempo encamado por una extraña enfermedad cuyo diagnóstico no he conseguido saber. En una de mis visitas anteriores me compartió que, además de soportar sus dolencias, pasaba parte de las noches tiritando de frío. Nada extraño, ya que su caserío se encuentra a una altura considerable y en su vivienda no se genera el menor calor. Apenas pudo contener su llanto cuando, hace unos días, lo visité para llevarle su medica-ción y también para regalarle un poncho que le sirviera de abrigo. La gratitud de esas personas tan maginadas es mi mejor com-pensación. La sonrisa de Fidel me hizo sentir feliz.

No todos los enfermos se avienen a recibir la ayuda que les ofrezco. Tal es el caso, entre otros, de María Fidalgo Cahuec, a la que visité por saberla postrada a causa de una dolencia des-conocida. Al llegar, sus familiares me decían que las manchas

de su cara eran debi-das a un mal aire. Tal explicación no me convenció. Pensé de inmediato que su pro-blema podía deberse a alguna alergia. Consul-tamos al médico y este me dio la razón, indicándome que urgía ingresarla en un hospital para que recibiera la debida atención. Pero ella se opuso enérgicamente al ingreso. Tras un breve forcejeo, y siempre bajo supervisión médica, decidí comprarle unas medicinas que –por lo que sé– la están aliviando bas-tante. No siempre resulta fácil brindar ayuda.

¿Y qué decir de los dos gemelos? Hace menos de un mes eran un dechado de desnutrición. Pues bien, tan pronto como los incorporamos a nuestro programa de leche pediátrica, comen-

zaron a experimentar mejoría. Y hoy es el día en que se encuentran casi restablecidos, siendo su peso el normal. También me llegó al alma el caso del bebé Janderson

Gabriel Ichic Quim (1 año), al que tuve que llevar con apremio a un hospital de Cobán donde –tras los análisis de rigor– fue diagnosticado de una severa recaída en estado de desnutrición. Su madre, Elvira Quim, de Papabaj, estaba desolada. Por fortuna, tras una razonable espera, fue atendido con diligencia. Son varios los casos de recién nacidos, cuya desnutrición resulta alarmante. Nuestro programa cada vez va teniendo más demanda. Casi me emociona constatar que, gracias a él, algunos bebés se libran de situaciones que o bien les acarrearían la muerte o bien los dejarían marcados de por vida.

No pierdo la esperanza de que algún día no lejano me llamen desde Fundabiem para indicarme que pode-mos reanudar nuestras terapias. Mientras tanto, intento practicar la virtud de la paciencia, sabedor que

Janderson, a la espera de ser atendido

La alegría de Fidel al recibir su poncho

Hoja Informativa de Tamahú 11

la ansiedad ayuda muy poco a resolver los problemas. Sin embargo, puedo asegurar que no he estado ocioso. Si no se ayuda de una manera, siempre puede hacerse de otra. Son tantas las necesidades de nuestra gente que, al pulsarlas de cerca, casi me producen sarpullido. Pero no dejo de confiar en Dios, consciente de que Él acostumbra a hacer posible cuanto los humanos consideramos inalcanzable.

Con su ayuda seguiremos haciendo camino.

Tañendo la campana

EMILIO ÁLVAREZ FRÍAS

o es la primera ocasión que nos acercamos on line hasta Tamahú para rezar junto a

nuestros hermanos de Guatemala por cuantos amigos de Fratisa estaban ayudando a

mantener de alguna forma a esa misión, y, en general, como siempre hacemos, por todos

los desamparados de aquellas tierras a las que España llevó la palabra de Jesús de Nazaret,

introdujo a trancas y barrancas la fe en el Dios que ahora compartimos, quien, en su día, como

ejemplo, quiso que su Hijo sufriera todos los padecimientos

existentes entre los hombres que poblaban la Tierra. Ahora

hemos querido volver a Tamahú para celebrar con ellos sus

fiestas patronales en el dia reservado para recordar a san Pablo,

aquél que fue uno de sus más eficaces discípulos después de

haberlo perseguido hasta con saña.

En consecuencia, nos sumamos desde España a esas fiestas que

conservan las viejas tradiciones que por aquí existieron durante

siglos y ahora, de alguna forma, lamentablemente, se van per-

diendo, pero que ellos conservan y a las que han incorporado algunos rituales, también añejos,

de sus antecesores precolombinos.

En esa mixtura son capaces de rendir un culto recio al Dios en el que unos y otros creemos, al

que nos encomendamos por siempre, y al que pedimos cada día por un mejoramiento en la vida

que Él nos ha concedido y que nosotros debemos conservar hasta que nos encontremos en su

reino.

Si quieres hacer una aportación periódica, te sugerimos nos envíes el boletín adjunto, una vez relleno con tus instrucciones, y Fratisa enviará un recibo

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