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HOY TE TOCA LA MUERTE Marco Lara Klahr A través de sus catorce capítulos, el presente reportaje recrea los doscientos años de historia de las pandillas urbanas surgidas en el seno de las minorías étnicas de Estados Unidos, rastreando el árbol genealógico de las dos organizaciones pandilleras con mayor poder de expansión mundial: la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha. Parte de las bandas juveniles irlandesas surgidas en Nueva York a principios del siglo XIX, para desembocar en las expresiones de pandillas entre las tropas estadounidenses estacionadas en Irak en la actualidad. Hila sobre el rico lienzo de los contextos geográficos, políticos, económicos y culturales que explican eso que la industria mediática del infoentretenimiento vende empaquetándolo bajo una marca intimidante: “Maras”. La Barrio Dieciocho se funda hace cuarenta años. La Mara Salvatrucha hace veinte. Ambas lo hicieron en Los Ángeles y no en Centroamérica. La primera aparece en los suburbios chicanos. La segunda, en los salvadoreños. La propuesta periodística tácita aquí es que ambas, teniendo un origen juvenil, ya no son sólo expresiones de jóvenes. Tienen una faceta consumista idéntica. Su capacidad de mutación invita a observarlas como organizaciones dinámicas. Mirado así, Hoy te toca la muerte es un reportaje de gran formato que, antes que nada, muestra con cuanta liberalidad paga la calle a un reportero que camina y trabaja con porfía, sin temer —más de la cuenta— la inminencia del naufragio entre sus insospechadas y a veces traicioneras tempestades.

Hoy Te Toca La Muerte

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HOY TE TOCA LA MUERTE

Marco Lara Klahr

A través de sus catorce capítulos, el presente reportaje recrea los doscientos años de historia de las pandillas urbanas surgidas en el seno de las minorías étnicas de Estados Unidos, rastreando el árbol genealógico de las dos organizaciones pandilleras con mayor poder de expansión mundial: la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha. Parte de las bandas juveniles irlandesas surgidas en Nueva York a principios del siglo XIX, para desembocar en las expresiones de pandillas entre las tropas estadounidenses estacionadas en Irak en la actualidad. Hila sobre el rico lienzo de los contextos geográficos, políticos, económicos y culturales que explican eso que la industria mediática del infoentretenimiento vende empaquetándolo bajo una marca intimidante: “Maras”.

La Barrio Dieciocho se funda hace cuarenta años. La Mara Salvatrucha hace veinte. Ambas lo hicieron en Los Ángeles y no en Centroamérica. La primera aparece en los suburbios chicanos. La segunda, en los salvadoreños. La propuesta periodística tácita aquí es que ambas, teniendo un origen juvenil, ya no son sólo expresiones de jóvenes. Tienen una faceta consumista idéntica. Su capacidad de mutación invita a observarlas como organizaciones dinámicas.

Mirado así, Hoy te toca la muerte es un reportaje de gran formato que, antes que nada, muestra con cuanta liberalidad paga la calle a un reportero que camina y trabaja con porfía, sin temer —más de la cuenta— la inminencia del naufragio entre sus insospechadas y a veces traicioneras tempestades.

Las pandillas Barrio Dieciocho y Mara Salvatrucha se parecen demasiado, como colectivo, a los partidos políticos, los dueños del capital financiero, los ejércitos institucionales, las denominaciones religiosas, las franquicias y los cárteles de la cocaína. Existen para obtener, reivindicar, acrecentar, pelear y arrebatar formas de poder.

En las calles de un populoso puerto de Nueva York que a principios del siglo XIX iba dibujándose, el viento frío traía el rumor de los vapores a través del río Hudson. En la lobreguez de los suburbios de bloques habitacionales de madera, los inmigrantes irlandeses debían resistir en condiciones de personas de tercera, a la vez que ganarse el pan. Entre ellos, marginados entre marginados, los jóvenes crearon sus códigos, ampliaron mediante el crimen sus medios de subsistencia, alcanzaron respetabilidad y territorio frente a la arbitrariedad xenófoba del angloamericano.

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El mapa del pandillerismo del siglo XIX se transformó al ritmo de la dinámica de los inmigrantes. Saturado el Distrito Quinto, los irlandeses fueron esparciéndose por el país, llevando consigo el fenómeno pandilleril como en la vida se arrastran la necesidad, el miedo, las expectativas y los sueños, la fe, los recuerdos, el idioma, los aromas penetrantes del fogón o la manera gregaria de ver el mundo.

A lo largo de más de una centuria —entre 1820 y 1930— en el seno de las minorías marginales de inmigrantes irlandeses, chinos e italianos de Nueva York, Nueva Orleáns y Chicago conformaron su rostro y un estilo característico de las pandillas urbanas, algunas de las cuales se decantaron en organizaciones criminales de mayor complejidad y calado, mientras que muchas otras se diluyeron proscritas por la policía, abatidas por sus adversarios o, sencillamente, al pulso del recambio generacional.

Del mismo proceso social brotó a principios del siglo XX el germen de las pandillas latinas en Estados Unidos —que antecedieron a la Barrio Dieciocho y la Mara Salvatrucha—, pero ahora en el corazón de los dinámicos barrios latinos de la costa oeste, al otro extremo de Estados Unidos.

Las raíces sociales de la pandilla estadounidense de estilo chicano Barrio 18 —que según el Departamento del Sheriff es la más grande del condado de Los Ángeles— se esparcen a través de siglo y medio. Reptan unidas por la histórica conformación de la frontera que separa a Estados Unidos de México como herida infamante con sus 2,300 kilómetros bordados de desiertos y ciudades.

Lo mismo que con las surgidas en el seno de los barrios irlandeses, chinos e italianos de Nueva York durante el siglo XIX, las pandillas latinas, las congregaciones juveniles de bandidos sociales, cholos y pachucos, de las cuales proviene por vía directa la Barrio 18, fueron surgiendo al pulso de los procesos de asimilación de los mexicanos que un día de mediados de aquella centuria se despertaron ciudadanos estadounidenses —de segunda—, y de los cientos de miles que desde entonces y a lo largo del XX se aventuraron desde las zonas marginales de México en el campo y la ciudad del sueño dolarizado.

La ciudad de Los Ángeles experimentó en los años cuarenta un florecimiento pandilleril semejante al que dos décadas atrás había tenido Chicago con la mafia siciliana y, desde el siglo anterior, Nueva York y Nueva Orleáns, con las bandas irlandesas, chinas e italianas. Era una de las consecuencias predecibles luego de casi un siglo de despojo, explotación y segregación sistemáticos.

En el tronco del árbol genealógico de la pandilla Barrio 18 —que con la Mara es una de las dos de mayor potencial de expansión global en la actualidad— es posible encontrar bandas callejeras juveniles del este de Los Ángeles que datan de los primeros decenios del siglo pasado y consiguieron sobrevivir largo tiempo.

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Con la herencia que les viene desde las bandas neoyorquinas irlandesas de principios del siglo XIX, pandillas urbanas originarias de Estados Unidos como las originarias Barrio 18 y Mara Salvatrucha han ido construyendo una parafernalia que al interior las cohesiona, les provee de infinitos recursos de expresión y las recrea, y hacia afuera las torna crípticas, intimidantes, retadoras y punibles. Según esta dicotomía, normas internas, indumentaria, tatuajes y graffiti, gestualidad, ciertos colores y gustos musicales, argot y actividades delictivas son, al mismo tiempo, recursos dinámicos de comunicación interpersonal y tribal e instrumentos de delimitación territorial, reivindicación identitaria, desafío y supervivencia frente a pandillas adversarias y la sociedad de los paisas, de los pandilleros.

Los pandilleros de la Barrio 18 y la Mara Salvatrucha que padecieron la deportación —entre otros estados— de California a Centroamérica y México, fueron echados directamente a las calles o la policía los puso tras las rejas. Con su caló espanglish, sus tatuajes, su comportamiento ostentoso y su vestimenta; su look provocador, su rigurosa “ropa de marca”, su audacia y habilidad en el uso de armas y para sobrevivir en las calles; la naturalidad y profusión con que consumían drogas; su espíritu de cuerpo: con todo eso lograron seducir a miles de jóvenes que estaban ya imbuidos por la cultura chola a través de las películas, canciones —rap, hip hop— y la influencia de algunos que habían ido y venido de Estados Unidos.

El patrón se repitió en Guatemala, Honduras y El Salvador: propiciar durante los años noventa la interacción directa entre miembros de aquellas dos bandas provenientes de Estados Unidos y los de las pandillas vernáculas. El mismo patrón hizo de prisiones y barrios marginales los más grandes centros de reclutamiento de muchachos que terminarían enrolándose en la B18 y la MS13.

Las nuevas pandillas en Centroamérica, al asimilarse a la Barrio 18 o a la Mara Salvatrucha, se volvieron más autónomas, hasta construir un poder alterno al institucional, poseedor de normas, escalas de valores, sanciones y recursos de poder propios.

En los tres países del norte de Centroamérica, durante el segundo lustro de los noventa, se consolidó la fase de clonación de los estilos cholos B18 y MS13, que de forma paralela fueron nutriéndose de rasgos idiosincrásicos locales a nivel de cada país, ciudad y barrio; las clicas que empezaron a dominar el horizonte urbano fueron las adscritas a la Dieciocho o la Trece, pero con características propias, sobre todo en el lenguaje, los rituales de iniciación y las prácticas de convivencia.

Como en la frontera sur mexicana, en la del norte hay un flujo intenso de jóvenes cholos mexicanos y centroamericanos, muchos de ellos de la B18 y la MS13. En Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez y Matamoros tienen sus reductos, y desde ellos van y vienen de Estados Unidos cuando se disponen a cruzar por primera vez hacia el otro lado;

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son deportados a México, o se aprestan a cumplir un encargo del crimen organizado en cualquiera de los dos países.

Los contenidos noticiosos de los medios mexicanos refuerzan la idea de que los “mareros” son jóvenes pandilleros centroamericanos tatuados, capaces de la peor abyección, que se internan por México para delinquir, sea que vayan o no a Estados Unidos. Esta visión maniquea elude la larga historia del pandillerismo urbano y, en primera instancia, la tradición en lo que toca al cholismo.

Si se revisan las noticias que la industria del infoentretenimiento ha dado sobre el fenómeno desde 2001, cuando el tema se volvió parte de la agenda de la seguridad pública en México, se elude ese aspecto que aparece una y otra vez, desde las viejas pandillas irlandesas de Nueva York a principios del siglo XIX: la construcción juvenil de identidad en medio de la marginación; la búsqueda de espacios de apropiación; el desafío contra la legalidad como medio extremo de interlocución; la reproducción, desde la marginalidad, de la escala social, incluidos sus mecanismos de movilidad. Una idea de Carlos Monsivais lo dice de forma incontrovertible: “Si nadie garantiza el mañana el hoy se vuelve inmenso”.

La pandilla Barrio Dieciocho tiene cuarenta años. La Mara Salvatrucha veinte. Aparte de los costos tenebrosos y la resonancia pública de su mutua animadversión desde medidos de los ochenta, vistas desde una perspectiva regional (Estados Unidos, México y Centroamérica) se percibe su tendencia sostenida hasta la alta especialización criminal, particularmente en lo que concierne al tráfico de mariguana, crack, cocaína, metanfetaminas y precursores químicos.

En Internet aparece la foto de un soldado norteamericano posando con un tanque de guerra al fondo, sobre la siguiente leyenda: “El Casper representando a la Barrio 18 en Kuwait”.

La imagen resume la complejidad humana de las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha: productos marginales y lúdicos; inmersas hasta el tuétano en la sociedad violenta que las proscribe; transgresoras y reproductoras de las normas de respeto y ascenso sociales; desheredadas hijas suburbiales. Ahí está el Casper, orondo jomi neoyorquino de la Eighteen Street, atendiendo con garbo al llamado de las armas, jugándose la vida por la patria como lo haría por el Barrio; enrolándose en la “US Army” como si fuera la prolongación obvia de la vida loca.

Por cierto, bajo el encabezado “Las pandillas reclaman su territorio en Irak” el diario Chicago Sun Times publicó el primero de mayo de 2006 una peculiar historia donde aporta evidencias de que miembros de las pandillas Gangster Disciples, Latin Kings (fundada por inmigrantes ecuatorianos en Los Ángeles y, por tanto, prima hermana de la B18 y la MS13) y Vice Lords se encuentran entre los soldados estadounidenses en Irak, lo cual han hecho patente mediante graffiti callejeros.

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Fuentes especializadas, policiales y militares expresan su preocupación ante el riesgo de que el adiestramiento que han recibido los pandilleros reclutados por el ejército de Estados Unidos “los haga guerreros urbanos mortíferos cuando vuelvan a la vida civil”, y entonces puedan aprovechar su acceso a equipo militar para proveer a sus pandillas en Estados Unidos. Afirman asimismo que desde 2002 se han detectado decenas de pandilleros en las bases militares dentro de Estados Unidos, en parte debido a que sus propias pandillas los han animado a enrolarse “para aprender tácticas de guerra urbana que les puedan enseñar al volver a sus barrios”.

Es temprano para saber hacia dónde se dirige y hasta dónde podrá llegar el proceso de expansión global de la Barrio Dieciocho y la Mara Salvatrucha, y qué obstáculos institucionales se le interpondrán. Como se ha visto en este largo y extenuante recorrido, en gran medida la complejidad del fenómeno reside en su velocidad de mutación. Los propios pandilleros perciben y aprovechan este rasgo para sobrevivir a las políticas de mano dura. En los meandros de la colonia El Carmen de San Salvador, el Krueger, jomboi calmado de la Mara Salvatrucha, da cuenta, por ejemplo, de algo que hace poco era inconcebible en la vida de las clicas: “Los jóvenes ya no se manchan, ya no se hacen tatuajes, porque se trata de no llamar la atención. Después de que pusieron la Ley Antimaras y el Plan Mano Dura, desde la prisión mandaron la palabra de que los que no estuvieran manchados se quedaran así, de modo que no los pudieran identificar como jombois”.

En Estados Unidos, Centroamérica y México, un puñado de organizaciones civiles proponen con insistencia, aunque con magro éxito, un tratamiento social y humanitario, y no sólo policiaco, al problema de la violencia pandilleril, bajo la premisa de que la Barrio Dieciocho y la Mara Salvatrucha, como otras tantas pandillas urbanas actuales, son consecuencia de la pobreza, la marginación y la doble moral de la sociedad contemporánea.

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Como buen reportaje, el texto recoge todas las expresiones y giros idiomáticos propios del argot de las pandillas, cuya comprensión permitirá un mejor acercamiento al fenómeno. El autor del libro ha tenido el cuidado de incluir al final del mismo un glosario en el que el lector hallará el significado de cada uno de los numerosos términos pandilleros.

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Hoy te toca la muerte. El imperio de las Maras visto desde dentro; Marco Lara Klahr, Planeta, México, 2006. 346 páginas.