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Documento sobre la prohinicin de fumar. Incluye un cuento
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NADA PRESS
“No decimos la verdad pero tenemos la razón”
Agencia de noticias inoficiosas fundada por Gonzalo Arango. Sale corriendo una
vez por mes. Originales sin recibir no serán devueltos. Brutos abstenerse de leer
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Humos y humoresAníbal Tobón*
* Director y actor de teatro. También periodista, titiritero, escritor y narrador oral. Ha sido director del Teatro Estudio de la Universidad del Atlántico (1970-72) y del GrupoTeatro de Bellas Artes (76-78). Estudios de teatro en la Universidad de Vincennes, París, Francia (73-74). Miembro del Grupo Experimental El Sindicato de Barranquilla con quien fue ganador en 1978 del Premio Nacional de Artes Visuales. Vivió más de 20 años en diversos países de Europa y África con diversas actividades artísticas. Recibió dos veces Bolsa Trabajo Artístico del Consejo de Artistas de Estocolmo, Suecia. (1984 y 88). Ha publicado tres libros: Pandemonium (Francia, 1974), Testimonios de Naufragios (Suecia, 1990) y Ocios del Oficio (Venezuela 2005).
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Siempre he sostenido que la guerra contra el tabaco es una cortina de humo.
Creada para tapar la polución que ejercen, sobre todo los carros y las fábricas,
que expelen grandes cantidades de humos nocivos a la salud. Pero claro, la
cadena se rompe por el eslabón más débil, es decir los ciudadanos que fuman
(fumamos), que hoy son (somos), los chivos expiatorios.
La persecución contra los fumadores ya toma ribetes sociopáticos en algunas
organizaciones y legislaciones. Ayer me enteré, por ejemplo, que en Nueva York
los gringos han prohibido fumar en las playas, plazas y parques de la ciudad,
cuestión que me supongo no tardarán en imitar acá en la copieta Colombia.
Creo que se ha llegado a un punto en el cual hay una decidida discriminación,
aún contra los fumadores que son (somos), conscientes del llamado “humo de
segunda mano”, ese daño colateral que causa fumar en sitios cerrados o en la
cercanía de otras personas no fumadoras. Y que no lo hacemos en lugares
cerrados, amén de nuestra propia casa.
Hace rato estoy cabreado, sobre todo por las atroces propagandas que la ley
dice que hay que ponerle a las cajetillas de cigarrillos. Realmente malsanas.
Sobre todo en lo que trata de imágenes macabras de exposición pública. Y ¿por
qué no le han puesto, por ejemplo a los carros, una advertencia que cubra el
30%, según la ley anti-tabaco, de su empaque o sea su chasis? Mostrando, eso sí
a víctimas de sangrientos atropellos en el medio de la calle, o a personas
contaminadas con los gases de gasolina, plomo y otras mortales sustancias que
salen de sus mofles.
¿Y a las armas, que son estadísticamente más mortales que el tabaco, les han
puesto alguna advertencia o foto de un primer plano de un acribillado a balazos?
¿O alguna fábrica de elementos químicos ha sido obligada a tener letreros que
digan que sus gases son contaminantes? Claro que no, porque esas son las
verdaderas industrias de la muerte. Nosotros los fumadores también somos
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víctimas. Y no olviden que la mayoría del dinero de la Salud viene de impuestos
al tabaco. Así como el ron subvenciona a la educación. Tal cual…
Dicen que el tabaco, que es de origen americano como el maíz, el chocolate,
el tomate y la yuca, fue conocido por los europeos en 1942 cuando Colón llegó a
nuestro continente. Lo llevaron desde el Caribe pero era originario de los Andes.
Hay algunas malas lenguas que sostienen que, cuando los blancos llegaron y
mataron rápidamente a los indígenas, estos le dieron el tabaco… para que se
murieran lentamente... Calumnias de la oposición seguramente, pero se rumora.
Además de fumarse, antiguamente el tabaco se aspiraba en forma de rapé, se
masticaba, se comía, se bebía, se untaba sobre el cuerpo y se usaba como gotas
para los ojos. También se usaba en ritos al soplarlo sobre el rostro de guerreros
antes de la lucha, se esparcía en los campos antes de sembrar, se les ofrecía a
los dioses y hasta con la brujería ha sido emparentado en tiempos de Inquisición.
Como ahora, que hay una cacería de brujas y de brujos fumadores.
Hablando del tabaco, alguna vez le preguntaron, creo que a Hemingway,
cuales eran las tres mejores cosas en la vida, y él respondió que era un trago de
ron antes y un buen cigarrillo después. Quedando en medio el amor o el sexo,
por supuesto. Es que como dice la canción “fumar es un placer”.
Siendo cínico, uno podría afirmar que los fumadores nunca se han quejado del
olor de la comida. Y que un fumador puede fumar tranquilamente mientras usted
come, sin armarle líos por esa gastronómica exhuberancia olfativa. Cuestión de
tolerancia, la misma que les falta a muchos que no son fumadores.
Soy tan leal a mis vicios que arriesgo y “juego mi vida” (como dice el poema
degrefiano) por ellos. Como quien da la vida por su hijo, por su mujer, su madre,
su abuelita o su mejor amigo. Esa lealtad me enorgullece y me rodea de una
nube de humo. Cuestión de prioridades entre deberes, placeres e
irresponsabilidades.
Hace algunos años, y a propósito de este tema escribí un cuento, en sueco,
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para una organización internacional llamada Smoke Peace, que trataba de
establecer zonas de tolerancia entre los fumadores y quienes no fumaban. El
cuento en cuestión no sé que se hizo, pero voy a tratar de reescribirlo en
castellano, mientras pienso y me fumo un humeante cigarrillo, que me ayuda a
rememorar entre la niebla del tiempo.
La Nueva Inquisición
Un mini cuento de ciencia-aflicción
El invierno del año 2013 está en pleno apogeo en Estocolmo, nórdica capital
de Suecia y no se ve a ninguna persona, en ningún lugar, fumando. La razón es
que hace cinco años el gobierno decretó a toda la ciudad como una Zona de
Exclusión de Fumadores. Y quedó terminantemente prohibido fumar en cualquier
parte de la urbe. Inclusive en la intimidad de los hogares. Y todos los borregos
aplaudieron.
Para llevar a cabo tal medida, se instalaron en todas las casas y apartamentos
de los ciudadanos unos sensores de humo, que encendían instantáneas alarmas
en el Cuartel General de Bomberos y en las oficinas de la Policía Antitabaco. Todo
el que era sorprendido fumándose, aunque fuera una colilla, era detenido,
condenado a cárcel, multa y a una posible extinción de dominio de su hogar.
La mayoría de los suecos, fieles cumplidores de la ley, así esta fuera la más
absurda, obedecieron. Sin embargo había una pequeña minoría rebelde.
Entonces el gobierno, dentro de su burocrática sabiduría, decidió que los
fumadores tenían derecho a fumar, pero a doscientos kilómetros de Estocolmo. Y
los borregos balaron contentos de que la ley fuera tan sabia.
Para tales efectos el gobierno dispuso diez autobuses diarios, que salían de
Fridhemsplan, y que arreaban a los fumadores hasta la localidad de Strägnes,
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junto al lago Mälaren, donde podían fumarse su dosis de tabaco. Era patético ver
a los fumadores haciendo nerviosas colas para los autobuses, mientras
estrujaban las cajetillas de cigarrillos que por ley no podían prender sino hasta
llegar al lago.
Para los anarquistas, que hasta los que nunca habían fumado comenzaron a
hacerlo para llevarle la contraria a la ley, hubo que hacer varias cárceles,
edificadas cerca de unas fábricas de químicos contaminantes, buscando que se
murieran rápido. Y así ahorrarse el Estado la manutención de anarquistas, y para
remate fumadores.
Ya en el año 2015, bandas de niños drogados apedreaban a los “autobuses de
la infamia” como bautizaron a los transportes de fumadores. Dos extranjeros,
uno llegado, fueron linchados por turbas racistas de cabezas rapadas, por el sólo
hecho de haberse fumado un cigarrillo en un parque, en medio de una feliz
borrachera de reencuentro. Era como Fahrenheit 451, pero casi al revés. The Big
Bother in action. Y los borregos danzaban y echaban bala.
Actualmente no sé que pasa, ya que hace dos años me sentenciaron a diez de
cárcel, por haberme fumado un cigarrillo frente a una estación de policía. Ya todo
esto no pertenece a la ciencia ficción sino que linda con la aflicción. Ahora me
despido. Fumad por mí.
Irresponsablemente: Aníbal Tobón, al nivel del Bar de Salgar. 2011
El texto aparece como colilla en: www.humoblanco.blogspot.com
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