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1 el H AMBRE

HUNGER24x33 22/10/03 SPA - documents.wfp.orgdocuments.wfp.org/stellent/groups/public/documents/liaison_offices/... · La situación necesita tiempo ... de Control de las Enfermedades

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1

e l H A M B R E

Más de 800 millones de personas padecen hambre. Y se

estima que el hambre mata diariamente a 25.000 de ellas,

es decir 1 persona cada 3,5 segundos, que se añaden a los

400 millones de víctimas del hambre de los últimos 50 años

(el equivalente a las poblaciones de Estados Unidos, Alemania

y Francia reunidas). Eso significa que cada 5 segundos, intervalo

en el que se desechan casi 12 toneladas de alimentos, 1 niño muere

en alguna parte del mundo.

De estos 800 millones de personas, cerca de 60 millones están

destinadas a morir de hambre; son las más famélicas, que morirán

por falta de ayuda alimentaria de urgencia. Las demás están

sumidas en la indigencia. Atrapadas en la pobreza, sus vidas están

dedicadas por completo a la búsqueda de la siguiente comida y

sus historias no llegan nunca a las pantallas de nuestros televisores.

Detrás de las cifras están personas como Masoud (portada),

para quienes los proyectos de ayuda, como los del Programa Mundial

de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, representan mucho

más que sólo comida. Porque les ofrecen la oportunidad de romper

el círculo de las privaciones cotidianas al fomentar la educación,

la autosuficiencia y la estabilidad. Y porque ayudan a los refugiados

a volver a sus casas y ofrecen a los niños la oportunidad de escapar

de la explotación.

Te hará falta media hora para leer las historias de Masoud, Agnes,

Kadiatu y Khaliq. Cuando hayas terminado, el hambre habrá matado

a más de 500 personas.

4

MUJERES, NO DEBEN SALIR DE SU CASA. SI LAS MUJERES SALEN

CON ROPA DE MODA, VISTOSA, AJUSTADA O SEDUCTORA CON

EL FIN DE REALZAR SU FIGURA SERÁN MALDECIDAS.Decreto publicado en 1996 por la Policía Religiosa del Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio del gobiernotalibán, Afganistán

LLEVAR calcetines blancos infringía la ley religiosa

del Afganistán de los talibanes. El Ministerio

para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio

hizo cumplir la ley entre 1996 y 2001 con palizas

(generalmente con cables metálicos o las culatas de

los fusiles), así como con bandos policiales que prohibían

la música, el baile, la televisión y hacer volar cometas.

Las mujeres sólo podían salir de su casa si iban

acompañadas de un mahram —o chaperón— y debían

vestir una burka. A las mujeres también les prohibían

trabajar, de forma que para algunas de ellas ganar

el sustento familiar se hizo cada vez más difícil, sobre

todo para las viudas.

Durante los años ochenta, en la Kabul de los comunistas

se reclutaba a las mujeres para llenar las vacantes que

dejaban los hombres llamados a filas. A principios de

los años noventa, se estimaba que un 70 por ciento de los

maestros de escuela, el 50 por ciento de los funcionarios

y el 40 por ciento de los médicos de la capital eran

mujeres. En 1992, sin embargo, la vida cambió cuando

los combatientes muyahidín, tras derrotar al régimen

comunista, entraron en Kabul y comenzaron a violar

y a abusar de las mujeres de la ciudad. Tras vencer a las

facciones enemigas y asumir el poder durante cinco años,

el gobierno talibán se derrumbó con la campaña militar

dirigida por los estadounidenses en 2001.

Ahora, las mujeres afganas pueden pensar de nuevo en

la vida fuera de casa. Para algunas significa volver al

trabajo y la educación, pero para otras sigue imperando

el miedo. Las calles de la ciudad siguen llenas de

mujeres (fantasmas azules, amorfos, sin rostro) que

se sienten demasiado expuestas sin la burka. Muchas

familias siguen resistiéndose a mandar a sus hijas,

esposas y madres a trabajar, explica Saliha, una

periodista (pág. 6). La situación necesita tiempo

para asentarse porque los talibanes marcaron tanto

a los hombres como a las mujeres y esto es lo que

tenemos que cambiar. Es inaceptable que tengamos

que llevar esto; el Islam dice que debes llevar el cuerpo

cubierto, pero puedes enseñar el rostro y las manos.

Saliha trabaja en el Ministerio de Asuntos Femeninos

en Kabul (creado para promocionar el papel de

la mujer en la sociedad afgana) con otras 285 mujeres

funcionarias que trabajan como abogadas, contables,

periodistas y maestras. Aquí, las burkas están metidas

en bolsas o colgadas de una percha hasta el momento

de regresar a casa y muchas mujeres sólo llevan un

pañuelo. Aunque trabajan, las 54.000 funcionarias del

país siguen necesitando ayuda. Con un salario medio

de 1,7 millones de afganíes mensuales (38 dólares EE UU)

—apenas suficiente para sustentar a una familia de cinco

personas durante dos semanas— reciben una ración

mensual de víveres que les permite permanecer en el

trabajo y mantener a sus familias. Entre octubre de 2001

y junio de 2003, unos 9,8 millones de afganos recibieron

más de 475 millones de dólares EE UU en ayuda

alimentaria de emergencia cada año. Sin embargo, la

estabilidad a largo plazo del país —y la de mujeres como

Saliha— no está asegurada a causa de la inseguridad

creciente y de la insuficiencia de fondos para la

reconstrucción del Afganistán.

5

6

Una vez me fui al mercado y llevaba la cara tapada, pero

lo olvidé y traté de comerme un plátano a través de la burka.

No era terrible sólo por la burka; hubo muchas cosas

horribles. No nos permitían salir, así que en casa escribía

poemas y artículos para mantener la mente activa. Quiero

que mi hija tenga una buena educación y que no conozca

la guerra. Ahora escribo sobre las mujeres y cómo sobreviven

en Afganistán, pero son tantos los problemas de las mujeres

en mi país que no sé por dónde empezar —Saliha, 28 años

(arriba), periodista.

Sakina, de 53 años (arriba), recibió una paliza de la

policía talibán por alzarse el velo en público (es asmática

y le costaba respirar debajo de la burka). Ahora es

estilista de belleza en el Ministerio de Asuntos

Femeninos. Como los salones de belleza estaban

prohibidos por los talibanes, algunas mujeres, como

Zuhra, de 25 años, que ahora es empleada administrativa

de dicho ministerio, utilizó el aislamiento que

representaba su propio hogar para desafiar la ley.

Tenía un salón de belleza en mi casa al que podían venir otras

mujeres, pero tenía que ser todo en secreto. La gente no

intuye tu moralidad debajo de la burka; nadie sabe lo que

haces o quién eres y tú no sabes nada de ellos. No volvería

a ponerme la burka completa nunca más. He aprendido que

en la vida las mujeres no pueden hacer lo que quieren.

7

Basima, 16 años

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Runnara, 16 años

9

Agnes, 18 años

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CUESTA TANTO CONSEGUIR JUSTICIA.Lev Bunna, directora de un refugio de mujeres, Camboya

ELLOS me aseguraron que vendería latas en Tailandia.

Cuando llegamos las demás mujeres me dijeron que era

un prostíbulo y que no podíamos escapar. Los hombres nos

preguntaron la edad (yo mentí y dije que sólo tenía 13 años).

Un día, mi amiga y todas las demás chicas se escaparon.

Yo me quedé sola. Pasé mucho, mucho miedo. Mi amiga

logró volver a Camboya y se lo contó a mi madre. Phalla,

de 18 años, y su amiga, de 16, fueron engañadas y

llevadas a un burdel de Tailandia durante el verano de

2002. Nadie sabe con cuántas mujeres camboyanas se

trafica cada año —se estima que entre 10.000 y 15.000—

pero cuando Phalla relata su historia se entiende lo difícil

que resulta verificar esas cifras. Parece aterrorizada por

lo que le ha sucedido y lo que podría pasarle si habla

demasiado. Junto a otras 60 víctimas de violencias

sexuales y domésticas, ahora Phalla reside y recibe ayuda

alimentaria en un refugio para mujeres cuya localización

es secreta a causa del miedo a las repercusiones

violentas y al estigma social.

Aquí tenemos a chiquillas de 7 años que han sido violadas

y a niñas de 15 con las que se ha traficado sexualmente, dice

Lev Bunna, la directora del refugio. El centro es un

reflejo del mundo exterior: en Camboya, el 35 por ciento

de los trabajadores de la industria del sexo son niños

(otra estimación) y muchos de ellos han sido traídos

desde Tailandia, Viet Nam y Lao. Sucede a menudo en las

familias pobres porque dejan que sus hijas vengan a trabajar

a la ciudad. Los novios trafican con sus novias, los vecinos,

los familiares, incluso las propias madres, y las mandan a

Malasia, Tailandia, Taipei. Los traficantes van desde el

simple motorista hasta los hombres en los cargos más altos.

Cuesta tanto conseguir justicia. Incluso cuando comprobamos

la culpabilidad, con los sobornos se salen con la suya.

En Freetown (Sierra Leona), Agnes, de 18 años,

participa en un proyecto similar para mujeres que han

sufrido abusos sexuales y prostitutas dirigido por GOAL,

una ONG irlandesa. Una comida gratis la alienta a

visitar el centro donde le enseñan salud sexual, cuidados

parentales y embarazo. El negocio [del sexo] no ha dejado

de crecer desde el final de la guerra, dice Heidi Zwick, la

coordinadora del proyecto. La mayoría de las chicas viven

en la pobreza, muchas fueron secuestradas por los rebeldes y

forzadas a tener relaciones sexuales en los campamentos

militares. Cuando vuelven, están estigmatizadas en sus

propias comunidades. Al terminar la guerra, Agnes tuvo

que abandonar su hogar de la periferia de Freetown. Mi

casa fue bombardeada durante la guerra y mis padres ya no

podían mantenerme. Lleva dos años trabajando de

prostituta. Me dan mucho miedo las infecciones y siempre

les hago ponerse un preservativo, incluso cuando ofrecen un

mejor precio. El sexo seguro es un imperativo en esta zona

(Camboya es el país asiático donde más rápidamente

progresa la epidemia del SIDA, con un promedio de

75 casos nuevos diarios). En Freetown, la tasa de

infección ronda el 6 por ciento según un estudio

efectuado por el US Center for Disease Control (Centro

de Control de las Enfermedades de los Estados Unidos)

en 2002. Pero, según Neff Walker, de ONUSIDA, nadie

conoce las cifras exactas. En Sierra Leona, los recursos

como las minas y los diamantes crean una población

de trabajadores itinerantes que a su vez alienta la

aparición de más trabajadores de la industria del sexo,

lo que a su vez conlleva una progresión más rápida del

SIDA. La malnutrición sumada al SIDA magnifican

la situación porque debilitan el sistema inmunitario.

Se transforma en un desastre para el individuo, para

la familia y para el país.

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NUNCA UTILICÉ UN FUSIL, SÓLO EL MACHETE.Idrissa, 35 años, Kenema (Sierra Leona)

AMINATA era mi nombre de guerra. Me capturaron

mientras vendía pasteles en Kabalah. Me forzaron

a sumarme a los rebeldes, a entrenarme para la lucha

y a utilizar un rifle. Me forzaron a casarme con el hombre

que me secuestró, con el que sigo casada. Pero no me

trataron mal. Solía luchar en el mismo batallón que él; yo era

subcomandante y tenía a 100 hombres a mi mando.

Al principio pasé mucho miedo, pero luego me fui haciendo

valiente. Recibí instrucciones de mis superiores para ordenar

amputaciones y decapitaciones, pero nunca lo hice

personalmente. Ahora no me siento en paz, pero si les

hubiera dicho que dejaran de hacerlo me habrían matado.

Aminata, cuyo nombre real es Amie, dice que creía

correcto combatir pero que no puede explicar por qué.

Forma parte de los 47.000 antiguos combatientes de

Sierra Leona que reciben ayuda alimentaria con tal de

facilitar su reintegración gradual en una sociedad tan

devastada por la guerra que en 2000 la expectativa media

de vida estaba por debajo de los 26 años. En 1991,

la rebelión del Revolutionary United Front (Frente

Revolucionario Unido, RUF) capitaneado por Foday

Sankoh, prendió lo que terminaría siendo una guerra

civil de ocho años. Una de las primeras prioridades de

los rebeldes fue hacerse con las minas de diamantes en

el este del país, desde donde comenzaron a traficar con

diamantes a cambio de armas con el régimen de Liberia

dirigido por Charles Taylor. La otra fuente primordial

de recursos del RUF fue la masa de adultos y niños pobres

y analfabetos que capturaron, amenazaron y a menudo

drogaron antes de darles instrucción militar.

Al igual que Amie, John fue secuestrado por los rebeldes.

Tenía 15 años. Me dijeron que si no me unía a ellos me

matarían y que no volvería a ver nunca más a mis padres.

Me entregaron un AK-47 y me ordenaron atacar aldeas. No

siempre nos daban comida y a veces nos daban píldoras azules

que nos mareaban mucho, y luego nos forzaban a hacer cosas

de las que no éramos conscientes. Los soldados más perversos

eran los de la Small Boys Unit (Unidad de los Niños

Pequeños). Yo quería huir pero no podía. Si adivinaban

que querías escapar, te ponían un guardaespaldas.

Entre mayo de 2001 y enero de 2002, cuando el

presidente actual de Sierra Leona, Ahmad Tejan Kabbah,

declaró oficialmente que la guerra había terminado,

fueron confiscadas a los combatientes 14.840 armas

(entre ellas, las fotografiadas en la página de la derecha),

muchas de las cuales han sido destruidas desde entonces.

La pobreza, sobre todo la falta de comida, es la raíz de

muchos conflictos. La ayuda alimentaria desempeña un papel

importante al facilitar el proceso de paz en muchos países que

tratan de recuperarse tras largos períodos de guerra, explica

Louis Imbleau, Director del PMA en Sierra Leona.

Es más difícil que una persona con el estómago lleno y con

la esperanza de comer al día siguiente empuñe un arma.

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Estas seis mujeres reciben raciones alimentarias en el

centro INTERWOSTRACK para antiguos combatientes

de Kailahun (Sierra Leona). Todas ellas pertenecían

al RUF. Muchas de las 97 mujeres del centro fueron

víctimas de agresiones físicas durante el conflicto y más

del 70 por ciento de ellas tienen hijos fruto de las

violaciones del periodo bélico. Las seis mujeres se están

formando en la actualidad para ser peluqueras.

En el sentido de las agujas de un reloj:Fatima, 23 años; Kula, 16 años; Mamie, 31 años;

anónima; Patricia, 25 años; Isata, 38 años.

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Nos dominaba el miedo.Rose, 22 años

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LOS HE PERDONADO, PERO SÉ QUE DIOS LOS CASTIGARÁ.SI LOS VEO, NO LES HARÉ NADA: PERDONARÉ, PERO NUNCA

OLVIDARÉ.Alpha, 24 años, campo de reasentamiento de Jui (Sierra Leona)

ESTÁBAMOS en Freetown, donde yo tenía un

restaurante con mi marido y nuestros nueve hijos.

Cuando atacaron los rebeldes mi marido juntó a nuestros

hijos para escapar con ellos, pero yo no podía correr porque

Ibrahim [su hijo, a la derecha] tenía sólo siete meses.

Nos separaron; el comandante del RUF nos dijo que nos

mataría a todos. Estaba todo muy oscuro y había un montón

de soldados. Pusieron a todos los hombres en una fila

y a todas las mujeres en otra. Y empezaron a disparar a los

hombres. Y luego comenzaron con las mujeres. Les supliqué

que no lo hicieran, pero me rebanaron las piernas con

un machete. Y me dijeron: «Vete a ver a Tejan Kabbah

[el Presidente] y él te dará piernas nuevas. No queremos

democracia en este país».

Tuve que quedarme durmiendo ahí con Ibrahim; el niño

lloraba, no teníamos comida, ni calmantes, y estábamos

tirados junto a todos los cadáveres. Los soldados del

gobierno me encontraron al cabo de dos días. Me dijeron

que lo sentían. Nos llevaron a mí y a Ibrahim al hospital;

tuvieron que amputarme más arriba porque lo que me

quedaba de piernas estaba gangrenándose. Quería

morirme. Para mantener la paz, el Gobierno y toda esta

gente tienen que hacer tres cosas muy importantes.

Primero, tienen que cuidar de los niños cuyos padres

murieron durante la guerra. Segundo, deben cuidar de los

antiguos combatientes que están ociosos y son analfabetos;

debemos mantenerlos ocupados para que dejen de pensar

en la guerra. Tercero, deben cuidar de los hijos de los

mutilados para que no se produzcan actos de venganza.

Ibrahim [que tiene 4 años] ya anda diciendo: «Quiero

saber quién te hizo eso en las piernas. Quiero disparar

a la persona que te mutiló».

Kadiatu, de 42 años (a la derecha), forma parte de los

442 mutilados y heridos de guerra que sobrevivieron

a una serie de ataques de los rebeldes del RUF en

su retirada de Freetown en enero de 1999. Mientras

el ECOMOG (Grupo de observadores militares de

la Comunidad Económica de los Estados del África

Occidental) sacaba al RUF de la ciudad, sus

integrantes se dedicaron a amputar miembros de

civiles a machetazos. Kadiatu vive ahora en el campo

de reasentamiento de Grafton, en las afueras de la

capital, donde recibió raciones alimentarias de trigo

bulgur, leguminosas, aceite vegetal y sal. Los mutilados

del campo recibieron sus últimas raciones en octubre

de 2002 antes de que se agotaran los recursos.

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Cuando sucedió, queríaque me mataran. Ahora,pido justicia.Mustapha, 49 años

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AFGANISTÁN ES COMO UN ENFERMO

QUE NECESITA MEDICAMENTOS.Khaliq Dad, escuela Ashuqan y Arifan (Afganistán)

LOS talibanes eran enemigos de la educación, sobre

todo de las mujeres, dice Khaliq Dad, de 42 años,

director de la escuela Ashuqan y Arifan de Kabul

(Afganistán). La educación es importante para los hombres

y las mujeres, pero [sobre todo para] las mujeres [que] no

pueden mantener a sus hijos sin ella. Intento sacar a los

alumnos de la oscuridad y traerlos a la luz.

Más de 1.300 niños y niñas entre los 6 y los 13 años

se educan en Ashuqan. Las clases se imparten al aire

libre (los niños se sientan sobre alfombras dispuestas

en el suelo) porque los edificios de la escuela quedaron

prácticamente destruidos durante los combates que

libraron las facciones enemigas entre 1992 y 1996

(durante los bombardeos indiscriminados sobre Kabul

murieron decenas de miles de sus habitantes).

Y luego llegaron los talibanes. No pude estudiar durante

cinco años, dice Kamila, de 13 años. Bajo los talibanes

tuvimos que quedarnos en casa. Ahora en una misma clase

hay alumnos de todas las edades y estudiamos dari,

matemáticas y el Corán. De 1996 a 2001 estuvo

prohibida la educación para las niñas y los chicos

sólo podían ir a las madrazas, las escuelas religiosas

islámicas. No podíamos salir sin una gorra blanca y en la

calle no podíamos hablar con las niñas ni con las mujeres,

dice Musihullah, de 13 años, un hincha del futbolista

francés Zinedine Zidane. Seguí yendo a la escuela, pero

teníamos que llevar turbante y no había niñas. Y la escuela

se trasladó a la mezquita.

La escuela Ashuqan y Arifan ha abierto de nuevo, pero

el hecho de estar ubicada en uno de los barrios más

pobres de la capital del país más pobre del mundo

significa que la mayoría de sus alumnos también tienen

que trabajar. Masoud, de 12 años (en la cubierta), que

nunca ha ido a la escuela hasta ahora, trabaja

vendiendo agua (sueña con comprar una carretilla que

le facilite la tarea). De forma que cada día se entrega

un bollo a los alumnos para incitarlos a seguir viniendo

a la escuela y para que los padres desistan de sacarlos

de ella con el fin de que trabajen a tiempo completo.

Casi todos los alumnos se llevan el pan a casa. Los

57 profesores de la escuela, empecinados en que ésta

siga funcionando a pesar de un salario de 1,5 millones

de afganíes mensuales (unos 31 dólares EE UU),

también reciben raciones de víveres para completar sus

ingresos. Sin educación no somos capaces de comprendernos

a nosotros mismos, nuestra sociedad ni a los demás, dice

el profesor Mohammed Amin, de 55 años. Las cosas

cambiarán cuando formemos a nuestros hijos, cuando

lleguemos a unirnos bajo una sola nacionalidad y dejemos

de pensar en términos de uzbecos, hazaras, tayikos

y pastunes.

En el sentido de las agujas de un reloj:Makila, 8 años; Musihullah, 13 años;

Razia, 7 años; Khaliq Dad, 42 años.

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Haroun, 6 años

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Cuando sea grande,quiero ser médico.Arzo, 7 años

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UN DÍA, MI HERMANO MAYOR TRAJO A CASA

UN TROZO DE POLLO QUE ENCONTRÓ EN EL BASURERO.Y TODA LA FAMILIA SE ENVENENÓ.Roathy, 6 años, Camboya

ELbasurero de Stung Mean Chey de las afueras de

la capital de Camboya, Phnom Penh, se huele

antes de verse. El aire está cargado con el hedor de la

basura en descomposición y el humo de los montones

de inmundicia que arden. Más de 400 toneladas de

desperdicios (desechados por el millón de residentes

de Phnom Penh) llegan aquí cada día. Al caminar, el

suelo es blando y esponjoso; un mal paso y lo que parecía

sólido cede rezumando un líquido negro, venenoso. En

el centro de este paisaje de montículos artificiales se

levantan unas chozas hechas a mano con materiales de

desecho y con miles de moscas zumbando a su alrededor:

son los hogares de los traperos que viven y trabajan en

el basurero. Forman parte de las 5.000 personas que viven

en Stung Mean Chey y sus alrededores, para quienes

el basurero representa a la vez el hogar y el sustento.

Cada día, a las 6 de la madrugada, 400 niños del

basurero —700 durante los fines de semana— acuden

a la ONG For the Smile of a Child (Por la Sonrisa de

un Niño) donde se les ofrece una ducha y un

desayuno antes de que comiencen a escarbar la basura.

Los hermanos Dong, de 9 años (a la derecha), y Mao,

de 7 años (a la izquierda), ganan cada uno cerca de

2.000 rieles diarios (0,50 dólares EE UU). Trabajamos

buscando botellas de plástico y latas, dice Dong.

Las vendemos a una empresa vietnamita de reciclado.

Todos los niños parecen más pequeños de lo que son

en realidad. Al igual que el 45 por ciento de los niños

camboyanos, la malnutrición ha obstaculizado su

crecimiento y este desayuno es a menudo su única

comida del día.

Las familias llegan a Phnom Penh porque han oído que hay

buenos empleos en el turismo, y cuando llegan aquí sin

preparación terminan en el basurero para no regresar

fracasados a sus provincias, dice Tea Akara Ludovic,

de la ONG For the Smile of a Child. Y no es gratis. Aquí

reina una jerarquía estricta: las familias tienen que pagar

un alquiler y no todos pueden trabajar al mismo tiempo.

Para ayudar a los niños del basurero a acceder a la

educación, For the Smile of a Child también dirige

una escuela y un centro de formación. Cada día los

831 niños de la escuela, todos antiguos traperos,

reciben un almuerzo escolar y entregan a sus padres

otras raciones alimentarias para compensar la merma

de los ingresos familiares. Cuando terminan la escuela,

el centro de formación les facilita las experiencias

de alumnos más mayores que les servirán para

encontrar empleos en la pujante industria del turismo

en Camboya (por ejemplo, un chef francés da clases

de cocina y hay una casa de huéspedes en cuya gestión

participan los niños). Más de 2,5 millones de niños

camboyanos trabajan, pero para los de Stung Mean

Chey la ayuda alimentaria significa la oportunidad

de escapar de una infancia de trabajo y quizás

la oportunidad de ver algo más en la vida que la

basura de la gente.

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26

ELCENTRO PROVINCIAL DE REHABILITACIÓN DE SIEM

REAP (CAMBOYA) ALOJA Y ALIMENTA A UNAS

30-40 VÍCTIMAS DE LAS MINAS TERRESTRES Y MUTILADOS

CAMBOYANOS. ÉSTOS PERMANECEN 10 DÍAS EN

EL CENTRO MIENTRAS SE FABRICA, SE ADAPTA Y SE PRUEBA

UNA PRÓTESIS DE POLIPROPILENO —QUE CUESTA UNOS

50 DÓLARES EE UU— (LAS PRÓTESIS FOTOGRAFIADAS A

LA DERECHA ESTÁN HECHAS ARTESANALMENTE CON MADERA

Y CARTUCHOS DE OBUSES).

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ENCAMBOYA, DONDE LAS MINAS MATAN O MUTILAN

A UNAS 80 PERSONAS CADA DÍA, EXTRAER

UNA MINA DEL SUELO CUESTA 1.000 DÓLARES. EN EL PAÍS

SIGUEN EXISTIENDO DE 4 A 6 MILLONES DE MINAS

TERRESTRES SIN EXPLOTAR.

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NO HAY NADA PARA NOSOTROS EN LIBERIA.ME TRAJE A MIS HIJOS AQUÍ. SÓLO NECESITAMOS UN LUGAR

EN EL QUE ASENTARNOS.James Dennis, Campo de Refugiados de Kola (Guinea)

LAcuenca del río Mano (casi dos veces el

tamaño del Reino Unido) es una de las

zonas más ricas de África en recursos naturales:

diamantes, madera y petróleo. Pero sus moradores están

entre los más pobres del mundo. En la década pasada,

toda la región —Guinea, Sierra Leona y Liberia—

estuvo desgarrada por los conflictos mientras las armas,

los diamantes y los refugiados cruzaban sus fluidas

fronteras. La situación conflictiva que reina hoy en

Liberia sigue amenazando la frágil seguridad actual

de sus dos vecinos.

En agosto de 2002, Guinea representaba un lugar

seguro para los casi 50.000 refugiados de Liberia

(además de los 41.000 de Sierra Leona) que habían

huido del régimen de Charles Taylor y de las luchas

entre facciones en el país. El campo de refugiados

de Kola, cerca de Nzérékoré, da comida y alojo a

7.000 de estos liberianos, muchos de ellos exiliados

por segunda vez. Entre ellos está Clarice Dennis, de

6 años, que nació en un campo de refugiados de Guinea.

En 1999 viajó por primera vez a su país, Liberia, pero

antes de que pasara un año su familia tuvo que volver

de nuevo a Kola al reanudarse los combates. Solíamos

producir nuestra propia comida —coles, mandioca, arroz

y pimientos— pero quemaron nuestra casa, explica

James, el padre de Clarice, que ahora se encarga

de cultivar arroz y verduras suministradas por el PMA

en el campo.

Kola hace pensar en una pequeña ciudad, con su escuela

y sus chozas construidas alrededor de un sistema

cuadriculado de calles de tierra. También hay un

mercado donde los refugiados venden a veces sus

raciones mensuales de trigo bulgur y los frijoles

a cambio de otros productos como la manteca de

cacahuete, el aceite de palma y el vino, cebollas

y macarrones. A pesar de estas raciones y de la comida

disponible en el mercado, muchos niños tienen

problemas de salud y nutrición, algunos causados

por unos gusanos procedentes del agua potable

contaminada que les dilatan el estómago.

A James, el regreso a Liberia le parece ahora imposible.

Todo mi país ha quedado destruido, ya no hay nada para

nosotros allí ahora. A mi padre lo mataron porque estaba

en el gobierno y a mi madre la secuestraron; sueño con

mi padre y mi madre y espero que estén juntos, dice.

Me cuesta dormir aquí porque la gente caza animales

de noche y los sonidos me recuerdan Liberia. Lo único

que pido es un reasentamiento, un lugar seguro para

Clarice y mi familia.

En el sentido de las agujas de un reloj:Mawater, 7 años; Clarice, 6 años;

Cotto, 5 años; Monir, 11 años.

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AQUÍ SOLEMOS DECIR QUE NUESTRO HOGAR

ES NUESTRA TUMBA. ÉSTE ES NUESTRO HOGAR Y NO PODEMOS

IRNOS DE NUEVO A OTRO PAÍS.Mohammed Barat, Centro de repatriación de Pol-i-Charki, Afganistán

MOHAMMED Barat, su mujer y sus siete hijos dejaron

Afganistán para dirigirse a Pakistán al estallar

la guerra de los estadounidenses contra los talibanes en

octubre de 2001. En su camino de regreso a casa, están

de paso en el Centro de repatriación de Pol-i-Charki

(uno de los siete centros de reasentamiento del país),

situado en la carretera Kabul-Jalalabad, un poco más lejos

de la famosa cárcel del mismo nombre. Mohammed,

de 40 años, es uno de los 900.000 refugiados que han

pasado por el centro desde marzo de 2002, pero sus

documentos se han extraviado y este proceso, que suele

llevar pocas horas, se ha convertido en una estancia

de seis días en un recinto polvoriento cercado de

alambradas. Mi mujer llora, mis hijos están enfermos,

todos estamos desesperados. Vivir en Pakistán ha sido duro,

comíamos raíces para poder alimentar a los pequeños.

Lo único que quiero son mis documentos y comida

y volver a casa.

Al llegar a Pol-i-Charki muchos refugiados parecen

aturdidos tras el largo viaje e inseguros en cuanto a lo

que van a encontrar a su regreso (casas bombardeadas,

familiares muertos, desempleo). Algunos llevan más

de 20 años fuera del país; otros nacieron en el extranjero.

Y sin embargo, cada día llegan al campo entre 150 y

250 familias procedentes de los dos pasos fronterizos

de Quetta (Pakistán), a cuatro horas de viaje, y Torqhan

(Irán), a un día de viaje (los refugiados regresan al campo

más próximo a su ciudad natal, pero los campos están

situados adrede lejos de las fronteras para evitar a los

refugiados «de ida y vuelta» que cruzan la frontera una

y otra vez para recolectar paquetes de ayuda). Cuando

están en el centro, las personas como Mohammed

reciben dos retales de plástico, 1 kilo de detergente

y 50 kilos de arroz.

Cuando se reabrieron las fronteras de Afganistán durante

la primavera de 2002, el Alto Comisionado de las

Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), estimó

que sólo regresarían 800.000 afganos; se pensó que la

inseguridad que reinaba en el país y sus infraestructuras

devastadas harían que muchos desistieran de volver

a casa. Pero en noviembre de 2002, unos 1,8 millones

de afganos ya habían cruzado las fronteras con Irán

y Pakistán. No es cierto que los aldeanos quieren emigrar

a Europa, dice Rachel Rodriguez, del ACNUR. Éste es

su hogar, por muy bombardeado que esté, por muy árido

que sea o por muy difícil que les resulte encontrar una forma

de sustento. Es su hogar. Los repatriados son los más

vulnerables durante los primeros meses; en zonas sin

infraestructuras, puede resultar difícil encontrar comida

y trabajo. De forma que para permitir que la gente

permanezca en sus ciudades y sus pueblos (y al mismo

tiempo comenzar a reconstruir Afganistán) el PMA

y las ONG ponen en pie programas de alimentos por

trabajo. Los repatriados construyen carreteras, escuelas

y hospitales a cambio de raciones mensuales de víveres.

A finales de 2002, se estima que unos 2 millones de

afganos habían regresado a casa. El PMA sólo disponía

de fondos suficientes para 1,5 millones de refugiados,

de forma que en noviembre de 2002 no tuvo más remedio

que recortar la ayuda alimentaria en Pol-i-Charki en

más del 60 por ciento.

31

Benazir, 8 añosy Sharifa, 6 años

32

Aquilmina, 9 años

33

Panah, 12 años

ELPrograma Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas

(PMA) es la agencia de ayuda humanitaria más

importante del planeta. Gracias en parte al trabajo del PMA

y de miles de ONG, el número de personas hambrientas en el mundo

ha disminuido de una de cada tres en 1960 a menos de una de cada

siete en la actualidad. Cada año el PMA alimenta a más de

70 millones de personas en 82 países. El PMA aspira a salvar vidas y

a aliviar la pobreza (sobre todo la de las mujeres y los niños) causada

por las guerras, las sequías, las dificultades económicas, la opresión,

los desórdenes políticos y el VIH/SIDA. El PMA, una agencia

apolítica, está únicamente respaldado por los donativos voluntarios

de los gobiernos, las organizaciones privadas y los individuos.

Si desea efectuar una donación por Internet o encontrar una dirección

postal para una donación en efectivo, visite el sitio Web: www.wfp.org

El Programa Mundial de Alimentos colabora con otras agencias

de las Naciones Unidas y más de 1.000 ONG del mundo, que llevan

a cabo muchos de los proyectos apoyados con ayuda alimentaria

del PMA. Desearíamos dar las gracias a los siguientes organismos

y personas, cuyo trabajo vital permite que la ayuda alimentaria llegue

a las personas más necesitadas, y que nos han brindado su apoyo

y ayuda en la elaboración de EL HAMBRE.

Guinea, campo de refugiados de Kola del ACNUR/Colectivo de mujeres de Gueckedou; Sierra Leona, Centro

Educativo Comunitario Zenith/INTERWOSTRACK/GOAL/Los residentes de los campamentos de reasentamiento

de Grafton y Jui; Afganistán, Ministerio de Asuntos Femeninos/Escuela Ashuqan y Arifan/ACNUR; Camboya,

Pour Un Sourire d’Enfant (Por la Sonrisa de un Niño)/Centro de Crisis para Mujeres/Hermanas de la

Caridad/Socios en la Compasión/Centro de Rehabilitación de Siem Reap/Handicap International.

El Programa Mundial de Alimentos desea agradecer a Benetton por su generoso apoyo financiero y por la

creatividad con la que ha contribuido a la producción de EL HAMBRE, que originalmente era un proyecto

de la revista COLORS. Se agradece en especial a James Mollison (responsable de la creación y la fotografía),

Amy Flanagan (redactora ejecutiva), Marco Callegari (director artístico) y Tom Ridgway (redactor jefe).

Para información más detallada, sírvase consultar nuestro sitio Web:

www.wfp.org

o diríjase a:

PMA — Dirección de ComunicacionesVia Cesare Giulio Viola, 68/70 - 00148 Roma, Italia

Tel.: +39-066513-2628 • Fax: +39-066513-2840Correo electrónico: [email protected]

Impreso en septiem

bre de 2003