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ALDIZKARI NAGUSIA / BOLETÍN OFICIAL (martxoa 2007 marzo) I N D I C E IGLESIA. EUSKALERRIA. ELEIZEA Documentos. Agiriak Diócesis de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria: «Vivir y comuni- car el Evangelio hoy». Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria (CuaresmaPascua 2007) Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteizko Elizbarrutiak: «Berri Ona bizi eta iragarri gaur egun». Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteizko Gotzainen Pas- toral Idazkia (2007ko GarizumaPazkoa)

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I N D I C E

IGLESIA. EUSKALERRIA. ELEIZEA

Documentos. Agiriak • Diócesis de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria: «Vivir y comuni-

car el Evangelio hoy». Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria (Cuaresma−Pascua 2007)

• Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteizko Elizbarrutiak: «Berri Ona bizi eta

iragarri gaur egun». Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteizko Gotzainen Pas-toral Idazkia (2007ko Garizuma−Pazkoa)

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IGLESIA. EUSKALERRIA. ELEIZEA

Documentos. Agiriak

DIÓCESIS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA

«Vivir y comunicar el Evangelio hoy»

Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria

CUARESMA – PASCUA 2007

INTRODUCCIÓN I. ¿QUÉ ES VIVIR EL EVANGELIO?

1. Nuestra fe es una fe viva 2. El primer paso: el encuentro con Jesús vivo 3. Segundo paso: comunicar el tesoro hallado 4. Para vivir y comunicar el Evangelio hay que dejarse conducir por el Espíritu

II. LA VIDA DE JESÚS, GUIADA POR EL ESPÍRITU

1. Su vida entre la gente 2. Su comunidad de discípulos 3. Su relación personal con el Padre 4. Aprender de Jesús a vivir en el Espíritu

III. VIDA EVANGÉLICA Y CULTURA ACTUAL

1. Una inculturación difícil y compleja 2. La siembra evangélica y las condiciones de su fructificar 3. Vivir la vida como vocación

IV. VIVIR LA VOCACIÓN EN EL QUEHACER COTIDIANO

1. Nuestro trabajo a. Los bienes, fruto del trabajo y don de Dios b. Trabajar, confiando en la Providencia

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2. Nuestra familia 3. Nuestra responsabilidad para con el bien común

a. El amor como actitud de servicio b. Estar al lado de los más pequeños c. Trabajar aquí, esperando la venida definitiva del Señor

V. VIVIR LA VOCACIÓN EN COMUNIDAD

1. La comunidad de base de la familia 2. La comunidad de referencia 3. La comunidad parroquial

VI. VIVIR LA VOCACIÓN EN RELACIÓN DIRECTA CON DIOS

1. Cultivar y templar el espíritu: el ejercicio espiritual 2. La experiencia del desierto

a. El desierto como preparación y purificación b. El desierto de la prueba radical

3. La oración como fuente de vida VII. CONCLUSIÓN: LA VIDA HEROICA HACIA LA PERFECCIÓN COMO

POSIBILIDAD Y NECESIDAD HOY

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VIVIR Y COMUNICAR EL EVANGELIO HOY

INTRODUCCIÓN Entrar en la Cuaresma significa abrirse a un tiempo de gracia, de conversión y de profunda renovación. El Espíritu nos conduce a este tiempo como condujo a Jesús al desierto, a prepararse durante cuarenta días para cumplir su misión. Siguiendo los pasos de Jesús, estamos llamados a vivir esta Cuaresma como tiempo para fortalecer nuestra fidelidad a su Evangelio; para prepararnos a subir a Jerusalén con Él y acompañarlo en su pasión y muerte; para disponernos a recibir en plenitud la gracia de su gloriosa resu-rrección. En esta ocasión hemos querido aprovechar este tiempo cuaresmal para examinar nuestra vocación a la vida evangélica hoy. Nos parece necesario hacerlo para sentir, de modo renovado y verdadero, que el Evangelio es Buena Noticia para nosotros mismos y para el mundo. En un tiempo y en una cultura en que nos puede parecer difícil comuni-car esa Buena Noticia, es preciso que sepamos que no hay dificultad que no podamos superar si dejamos que el Evangelio resuene con fuerza en nuestras vidas. Dado que se trata de vivir y comunicar el Evangelio, nos ha parecido lo más ade-cuado acercarnos a los propios evangelios en especial, buscando el complemento de otros textos bíblicos relacionados con el contenido de esta Carta Pastoral. Y lo hemos hecho aguzando nuestra actitud de escucha a la Palabra viva de Dios. Por ello, hemos querido centrarnos en dicha Palabra, dejando que resonara en nuestras mentes y en nuestros corazones, y reflexionando sobre su significado para nosotros. Ésa es la razón por la que sólo os ofrecemos textos bíblicos, que hemos deseado que sean abundantes y amplios. Ellos forman la espina dorsal de nuestro escrito1. Partimos de una convicción: el Evangelio es un manantial de verdad y vida tan precioso hoy como en tiempos de Jesús; un tesoro sin igual para nosotros y para el mundo. Quien lo vive de verdad siente el impulso irresistible de comunicarlo a los de-más y su testimonio se hace creíble y eficaz. Para vivirlo sólo hay un camino: seguir a Jesús, cada cual según su propia vocación, bajo la guía del Espíritu. Nosotros, siguiendo a Jesús a través de los relatos evangélicos, nos hemos asoma-do a su propio caminar en el Espíritu, en total fidelidad al Padre, para descubrir en Él al Hijo único de Dios, hecho carne para manifestar al mundo el amor eterno del Padre en la gloria de la Cruz, por la que hemos sido salvados. Nos hemos acercado a Él como “el Camino, la Verdad y la Vida”. A partir de su ejemplo de Maestro, hemos tratado de reflexionar sobre nuestro propio camino espiritual para vivir y comunicar el evangelio hoy. Os ofrecemos, pues, una carta que quiere ser una ayuda para que viváis y comuni-quéis el Evangelio. Os invitamos a que la leáis individualmente y en grupo, dejándoos interpelar por la Palabra y abriendo vuestros corazones a su poder transformador. De-seamos de todo corazón que el Espíritu de Jesús os muestre en esta Cuaresma vuestro

1 Los textos de los evangelios han sido tomados del leccionario litúrgico. Lo mismo se ha hecho con los demás textos bíblicos cuando ello ha resultado posible. El resto se han tomado de la Nueva Biblia de Jerusalén.

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propio camino para ser testigos fieles del Evangelio y así anunciar al mundo la Buena Noticia pascual.

I. ¿QUÉ ES VIVIR EL EVANGELIO?

“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Evangelio de San Mateo, capítulo 5, versículo 48)

Jesús acaba con esta frase rotunda un largo discurso que comienza con las Biena-venturanzas y prosigue indicando las pautas de comportamiento de quienes se sienten atraídos por el Reino de los Cielos. Este comportamiento no admite componendas, sino que es una llamada a la perfección, a la santidad y al amor sin límites. Si bien sólo Dios puede ser perfecto, todos estamos llamados a buscar su perfección sin dejar por ello de reconocer nuestra condición de criaturas. Se trata, sin duda, de una de las enseñanzas más emblemáticas de Jesús, que resuena en los corazones de muchas personas y ha ser-vido para inspirar y guiar a cuantos, a lo largo de los siglos, han tratado de seguirlas. La profunda atracción de esta llamada a la santidad heroica sigue vigente en nues-tro mundo y se manifiesta de muchas maneras por una razón obvia: responde a lo más propio y más noble del corazón humano, aunque, por muchas razones, parezca lo con-trario. La comunidad cristiana sólo puede ser sal y luz en el mundo si, en respuesta a esa llamada a la vida heroica, siente el Evangelio como un tesoro vivo que, por su espe-cial valor, desea comunicar al mundo entero de palabra y de obra.

1. Nuestra fe es una fe viva La tradición de la Iglesia tiene el valor insustituible de ser el fundamento histórico de la fe que hemos recibido y en la que hemos sido educados. Conocerla en profundidad es descubrir un rico legado de sabiduría. También es descubrir el largo camino de luces y sombras, de fidelidades e infidelidades, de aciertos y errores, de rupturas aún vigentes, de una Iglesia que en su peregrinar se ha visto confrontada y corregida, muchas veces de manera dolorosa, por la acción purificadora del Espíritu que la guía y la reconforta. Descubrir la tradición significa, sobre todo, encontrarse cara a cara con todos aquellos, santos y santas, que han sentido en lo más profundo de su ser al Dios vivo y, amándolo apasionadamente, han dado un vuelco a sus vidas y han dado testimonio fruc-tífero de ese amor. Porque, y ésta es su gran lección, aprendida a su vez de Jesús, sólo se puede creer de veras en Dios con amor apasionado. No hemos de confundir, por tanto, vivir la fe en la riqueza de la tradición que nos ha sido legada, con ser cristiano por tradición y pertenecer culturalmente a la Iglesia. Esta última forma de ser cristiano, muy común entre nosotros, puede descafeinar la va-lidez intrínseca de la fe y su carácter vivo y transformador, para convertirla en algo que, aunque presente en cierta medida en nuestras vidas, no resuena profundamente en nues-tro interior. Por ello, la fe cristiana es percibida por muchos como un mero conjunto de com-plejas doctrinas, prácticas rituales y normas morales; sin embargo, ver la fe de esa ma-

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nera es perder su verdadero significado y su alcance. Vivir la fe es, antes que nada, em-prender un viaje espiritual que nos cambia la vida y nos llena de fuerza, arrojando luz que nos ayuda a comprendernos, a comprender a los demás y a entender la vida y el mundo. Ese viaje espiritual no acaba nunca, como nunca pueden acabar los profundos anhelos de paz, amor y felicidad que están anclados en el centro de nuestros corazones. Miradas de esa manera, las doctrinas dejan de percibirse como un conjunto de verdades a abrazar de manera pasiva, para convertirse en manifestaciones vivas de una verdad que, sembrada por Dios, está presente desde siempre en nosotros, intuida de mo-do más o menos preciso, y que ahora resuena con fuerza en nuestro corazón y en nuestra mente, pasando a ser fuente de luz y de vida. Por su parte, las prácticas rituales no son meras repeticiones de gestos y acciones inmutables consagradas por la tradición, sino auténticos actos liberadores que, sacándo-nos de la dureza, de la opacidad y de la banalidad de lo ordinario, nos ponen en contacto con la luz, el sentido y el poder del amor divino por el que hemos sido creados y llama-dos a vivir en plenitud y gozar de la felicidad eterna. Finalmente, la fe, lejos de constituir una esfera alejada de la vida, nos señala, a través de las normas morales, fundadas en el principio supremo de la caridad, el modo en que los creyentes debemos actuar para vivir justa y santamente. Los caminos del Evangelio nos conducen por la senda de la justicia, de la paz y del amor hacia la pleni-tud a la que aspiramos en lo más profundo de nuestro ser. Ésa es la razón por la que la Biblia subraya una y otra vez el mismo principio: caminar por el sendero justo nos con-duce a la verdadera felicidad y contribuye al bien de todas las personas. Todo esto puede ser resumido del siguiente modo: las verdades de la fe, reveladas por Dios, nos descubren la verdad profunda que ese mismo Dios ha inscrito en nuestro propio ser; la liturgia nos renueva y fortalece mediante la actualización del poder libera-dor y transformador de la gracia divina; por último, los preceptos morales nos conducen por el camino de la santidad, ayudándonos a superar la ambigüedad y la contingencia de la vida y de la historia. Por ello, vivir el Evangelio sin reservas nos conduce a la pleni-tud de la verdad y de la vida, dándonos la fuerza que necesitamos para superar el mal, para mantener nuestra capacidad de resistir y de esperar en medio de todas las dificulta-des, y para así empeñarnos en la tarea de que el mundo y la historia se empapen del amor del Dios de la vida. 2. El primer paso: el encuentro con Jesús vivo

Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: − Éste es el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: − ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: − Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: − Venid y lo veréis.

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Entonces fueron; vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. (Evangelio de San Juan, capítulo 1, versículos 35-39)

Quien no haya pasado por el descubrimiento de Jesús, como aquél del que quere-mos saber todo y con el que compartir todo, no puede vivir el Evangelio y, mucho me-nos, comunicarlo a los demás. El texto de Juan nos abre una ventana por la que asomar-nos a cómo alguien descubre al Jesús que nos constituye en personas que se sienten atraídas por él y desean seguirle. El texto es la versión escrita de un encuentro en el que anhelos, miradas, movi-miento y diálogo forman una realidad viva que nos invita a preguntarnos sobre nuestra manera de vivir el Evangelio siguiendo a Jesús. Este pasaje, como muchos otros en los evangelios, no puede ser simplemente leído, sino que debe ser contemplado y sentido en toda su profundidad y viveza, para que no sólo nuestra comprensión, sino todo nuestro ser, se sienta tocado por esta experiencia de encuentro transformador con Jesús. Una de las lecciones de este bello pasaje de San Juan es que, a pesar de que todos tenemos personas y valores de referencia en nuestras vidas, todo se convierte en relativo cuando de verdad encontramos lo que realmente nos atrae porque responde de lleno a lo que estábamos buscando. Por ello, cuando los dos discípulos de Juan el Bautista oyen que éste les señala a Jesús, diciendo “Éste es el cordero de Dios”, dejan a su maestro y, como empujados por una fuerza irresistible, siguen a Jesús. El Evangelio nos dice que Jesús se volvió, notó que le seguían y les preguntó qué buscaban. Es como si Jesús se volviera a cada uno de nosotros y nos preguntara por qué somos cristianos. Tal vez no sería fácil para nosotros encontrar una respuesta satisfacto-ria más allá de lo convencional. Los dos discípulos del Evangelio nos muestran el cami-no. Su respuesta a Jesús es profundamente vital: “Rabí (Maestro), ¿dónde vives?” En primer lugar y sin ninguna sombra de duda le llaman Maestro, a pesar de que hasta unos breves momentos su maestro había sido Juan el Bautista. Más sorprendente aún es la pregunta que sigue a esta confesión: “¿dónde vives?”. La actitud de los dos discípulos denota lo que se conoce como “flechazo” o “amor a primera vista”. Están tan prendados de Jesús que no sólo le reconocen como Maestro sin antes conocerle, sino que además se quieren meter de inmediato en su casa, lo que equivale a decir en su vida. La respuesta de Jesús se corresponde perfectamente con el anhelo de los discípulos: “Venid y lo veréis”, recalcando así que sólo de manera prácti-ca, siguiéndole en su camino, se le puede conocer. El texto nos deja entrever la viveza del deseo de los discípulos de participar en la vida de Jesús, al relatar que los discípulos siguieron a Jesús y se quedaron con él todo el día. El encuentro dejó tal huella en la vida de los discípulos, que la hora en que se produjo quedó registrada para siempre: “serían las cuatro de la tarde”. 3. Segundo paso: comunicar el tesoro hallado

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y si-guieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: − Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

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− Tú eres Simón el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro). (Evangelio de San Juan, capítulo 1, versículos 40-42)

¿Podemos guardarnos para nosotros mismos algo tan valioso, que trastoca y cam-bia nuestra vida? Algo así no sólo se nos nota en el rostro, sino que no podemos evitar el comunicarlo a los demás, porque es como si nos reventara en el pecho. Una fe viva, que es auténtica luz, no puede ocultarse, sino que, como dice Jesús en el Evangelio, está hecha para que ilumine a todos. Movido por su hallazgo, Andrés, uno de los dos discípulos que había descubierto a Jesús como el nuevo centro de su vida, va al encuentro de su hermano Simón y le co-munica la gran noticia: “Hemos encontrado al Mesías”, lo que equivale a decir que habían encontrado a quien el pueblo entero de Israel había estado aguardando durante siglos como su salvador. Pero la cosa no queda ahí, en una mera noticia, sino que su necesidad de compartir y de anunciar el hallazgo hace que conduzca a su hermano don-de Jesús. El anuncio no puede quedarse en simplemente comunicar una noticia, por muy importante que sea, sino que una fe viva, tocada por Jesús, desea y necesita pasar a la acción, conduciendo a los demás hasta Él. La última parte del texto es reveladora de cómo el encuentro con Jesús vivo nos cambia para siempre. Al mirarle fijamente a Simón, Jesús se mete en su alma y, con el simbólico cambio de nombre, transforma también todo su ser para el resto de su vida. El relato también sirve para hacernos comprender que, aunque de palabra y de obra lleve-mos a otros a Jesús, no somos nosotros los que les cambiamos, sino que es el propio Jesús el que lo hace. ¿Cómo vivir y comunicar la experiencia de fe viva y transformadora de estos pri-meros discípulos de Jesús? 4. Para vivir y comunicar el Evangelio hay que dejarse conducir por el Espíritu Una de las cosas que más cuesta en la vida es fiarse de verdad de los demás. Aún más nos cuesta dejar que los otros nos conduzcan. Algunas experiencias centrales de nuestra vida, especialmente la de ser madre o padre, pasan por un olvidarse de nosotros mismos para que otros, nuestros hijos e hijas, sean el centro de nuestra existencia. Estas experiencias se reducen, casi de modo exclusivo, al ámbito de lo privado, un ámbito cada vez más problematizado en una cultura que prima al sistema −el conocimiento tecno-científico, la producción de riqueza y la organización− frente a la vida. En la vida de las personas, la autonomía es un valor que ha ido en aumento, de la mano de la educación, del progreso material y de la importancia de la profesionaliza-ción. Culturalmente, ponerse en manos del “otro” parece crear un vértigo creciente, cuando “ser uno mismo” se considera una condición necesaria para ser persona y tener éxito en la vida. Este factor de creciente autonomía e individuación ha cambiado en gran manera las relaciones humanas, sobre todo en el ámbito familiar, que vive la para-doja de ser el más valorado socialmente y, sin embargo, estar sometido a un proceso de precarización.

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En esta situación, hablar de ponerse en manos del Espíritu puede producir una reacción de rechazo, análoga a la que nos refiere Pablo acerca de Jesucristo crucificado: escándalo para unos y locura para otros. Y, sin embargo, sólo se puede vivir la fe sin-tiéndose en situación de auténtica infancia espiritual, dejándose tomar de la mano y ser conducido por el Espíritu. Eso y no otra cosa es la espiritualidad; una espiritualidad que no se limita a la vida de recogimiento, de oración y de práctica sacramental, sino que envuelve toda nuestra existencia, vivida por la fuerza del Espíritu Santo, en sus múltiples vertientes. II. LA VIDA DE JESÚS, GUIADA POR EL ESPÍRITU El Evangelio de San Lucas nos dice de Jesús, refiriéndose a los años de su vida oculta en Nazaret, que “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. Los evangelios nos muestran que este crecer de Jesús va a continuar has-ta su entrega total. Si nos metemos profundamente en los relatos evangélicos, dejando que los mismos lean nuestra vida, el itinerario espiritual de Jesús se nos aparece con toda claridad. Jesús, impregnado de una viva y singular conciencia de Dios como Padre, va descubriendo paso a paso su vocación de manera más clara y profunda, dejándose encaminar a “la subida a Jerusalén”, donde le esperan su pasión y muerte en cruz. Ese itinerario espiritual de Jesús se desarrolla en tres ámbitos distintos pero inse-parables entre sí: el de sus relaciones con la gente, el de su relación con su grupo de discípulos y el de su relación continua con el Padre. El Espíritu le va descubriendo las implicaciones de su vocación original e inquebrantable, conduciéndole para ello a través de estos tres ámbitos, todos ellos necesarios en el discurrir de su itinerario. 1. Su vida entre la gente Jesús va a ir acercándose y percibiendo cada vez mejor a Dios a través de su en-cuentro con las gentes. Los pobres, los enfermos, la mujer cananea, la viuda del óbolo en el templo, las gentes que le dieron lástima porque parecían “ovejas sin pastor”, el centurión, Zaqueo y la mujer que, en su entrega total, le lava sus pies con sus lágrimas, se los seca con sus cabellos, los cubre de besos y se los unge con un perfume caro, le van mostrando cada vez más vivamente el rostro misericordioso, la gratuidad radical y el amor sin límites de Dios. Este descubrimiento le hace exclamar a Jesús una y otra vez, a la vez sorprendido y maravillado: “¡Qué grande es tu fe!”, refiriéndose a la gen-te, y “Yo te alabo”, dirigiéndose al Padre, con el que está íntima e indisolublemente unido. Este Jesús, que bajo la guía del Espíritu crece en sabiduría y en gracia, va a mani-festarse como un gran reformador religioso, comunicando su adhesión confiada al Dios del amor no sólo en sus discursos, parábolas y mandatos morales, sino también en la confrontación con los sabios, los ricos, los doctores de la ley y los sumos sacerdotes. Veamos, como ejemplo de este itinerario espiritual entre las gentes, el episodio revelador de la mujer cananea, tal como nos lo relata el Evangelio de San Mateo:

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Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: − Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: − Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les contestó: − Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: − Señor, socórreme. Él le contestó: − No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero ella repuso: − Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Jesús le respondió: − Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija. (Evangelio de San Mateo, capítulo 15, versículos 21-28)

El relato comienza diciéndonos que Jesús salió de donde estaba para encaminarse a otro lugar. Es un ejemplo del constante itinerar de Jesús que nos muestran los evange-lios. El libro de los Hechos de los Apóstoles se refiere a los creyentes como aquéllos que abrazan “el camino”. En el relato evangélico, Jesús sale de donde está para retirarse a la región de Tiro y Sidón. Dos datos son significativos: Jesús quiere retirarse, algo que trata de hacer frecuentemente tras haber actuado; y lo hace yéndose a territorio pagano. Como tantas veces le ocurre, es reconocido y sus deseos de retiro se ven frustra-dos por una mujer cananea, pagana por tanto, que comienza a pedir a gritos que cure a su hija. Jesús ni se digna contestarle. Parece muy contrariado. En un segundo momento, sus discípulos le piden que, al menos, se dirija a ella para decirle que se vaya y deje de molestar, pero él parece seguir sin querer saber nada de la mujer y les recuerda que su misión se limita al pueblo de Israel. En ese momento, la mujer se planta delante de Je-sús y se postra ante él, pidiéndole que le socorra, forzándole a que le atienda. Jesús le trata con dureza, diciéndole que atenderla sería como echar a los perros el pan de los hijos, que son los que pertenecen al pueblo de Israel. La mujer, lejos de darse por venci-da, adopta una actitud de profunda humildad y le da una respuesta que denota una gran fe en la universalidad de la misericordia y del amor de Dios. Jesús capta inmediatamen-te el significado de esa fe, de boca de alguien que no contaba para nada, en este caso por su doble condición de mujer y de pagana. El episodio es una muestra de cómo Jesús descubre en los que no cuentan una fe y una comprensión de Dios, que van a sorpren-derle de forma continua y poderosa. 2. Su comunidad de discípulos Pero Jesús no vive solo este proceso de descubrir un Dios siempre nuevo y de sentir cada vez con mayor fuerza la vocación de anunciarlo con la entrega de su propia vida, sino que comparte su vida y sus experiencias con la comunidad de discípulos y

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discípulas que itineraban con él y, muy especialmente, con los doce. Podríamos decir que los que le seguían eran su comunidad, aquéllos con los que iba hablando, comen-tando sus experiencias con la gente y las situaciones cotidianas con que se encontraba, y buscándoles su sentido. El grupo constituía lo que hoy llamaríamos un grupo de refe-rencia, de revisión de vida y de maduración en la fe. Los ejemplos de este segundo polo de la espiritualidad de Jesús son constantes en el Evangelio, haciéndose especialmente relevantes en algunos pasajes, tales como la última cena y el lavatorio de los pies. Jesús no puede entenderse sin sus discípulos, sin su comunidad de vida y de proyecto. Veamos, como ejemplo del funcionamiento de este ser conducido por el Espíritu a través de sus discípulos, el siguiente pasaje del Evange-lio de San Juan:

Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: − Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: − ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? Y dijo: − Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: − ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: − Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. (Evangelio de San Juan, capítulo 6, versículos 60-62 y 65-69)

El pasaje nos muestra un momento crucial en el caminar de Jesús; un momento de crisis, en el que se pone de manifiesto que sus enseñanzas no se corresponden con el sentir ni de las gentes ni de los que le seguían, quienes se sentían escandalizados por su contenido. Su propia comunidad de discípulos se disgrega y muchos le abandonan. Je-sús necesita saber si aquéllos que él mismo ha elegido también le van a abandonar, por-que ello significaría el final de su comunidad y, por tanto, el fracaso de su predicación. El relato pone de relieve la importancia de la comunidad en la vida y obra de Je-sús. De ahí que se dirija a los doce para preguntarles si de verdad creen en él o, por el contrario, como los demás, se sienten escandalizados y desean abandonarle. La confe-sión de Pedro, que habla por todos, expresa la fe en Jesús de su propio grupo de referen-cia y la decisión de seguir con él, a pesar de que los demás le hayan abandonado. Esta confesión de fe de Pedro, en nombre de los doce, se encuentra en los cuatro evangelios y marca un momento crucial en la vida y en la misión de Jesús, reflejado en el anuncio de su pasión y en el relato de la transfiguración de Jesús, que los evangelios sinópticos sitúan a continuación de este pasaje. A partir de ese momento, su predicación va a refle-jar de modo más decidido su carácter definitivo, de cumplimiento de la ley y de los pro-fetas, tanto frente a los sacerdotes, ancianos, escribas y fariseos, como frente a las auto-ridades civiles.

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3. Su relación personal con el Padre El tercer polo de la espiritualidad de Jesús −presente desde el principio en los dos polos anteriores y del que todo procede− es su relación personal con el Padre, que le ha llamado y le va conduciendo por caminos que el propio Jesús, como lo mostrará en la oración de Getsemaní, preferiría no tomar. El lugar es siempre un lugar apartado, del que el desierto es la figura más simbólica. Se puede concebir la vida pública de Jesús como una vida entre dos experiencias de desierto radical, la de la preparación para su vida pública y la de su pasión, crucifixión y muerte. En ambas, Jesús es tentado para que use su poder para su propio provecho, abandonando así su fidelidad a Dios Padre. En ambas pruebas se manifiesta su fragilidad, y por tanto el estar sujeto a la tentación, y su fidelidad, o lo que es lo mismo, su no estar sometido al pecado. La Carta a los Hebreos capta perfectamente esta doble condición de fragilidad y fidelidad de Jesús, cuando nos dice “Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (capítulo 4, versículo 5). Es sobre todo en esas ocasiones de prueba cuando Jesús aparece solo, orando personalmente al Padre, en un lugar apartado, buscando la relación directa con la fuente de su vida y realizando un ejercicio de discer-nimiento que viene exigido por el paso al que se siente conducido por el Espíritu. A veces, la oración se torna dramática y angustiosa, como en el siguiente pasaje de la ora-ción del huerto:

Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: − Sentaos aquí, mientras voy allá a orar. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: − Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: − Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: − ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: − Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu volun-tad. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: − Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. (Evangelio de San Mateo, capítulo 26, versículos 36-46)

Este pasaje muestra a la perfección y en el límite, la experiencia de soledad y de desierto radical de Jesús, en el umbral de su pasión y muerte ignominiosa en la cruz. Nada más acabar la Última Cena, Jesús va con los discípulos al llamado huerto de Get-semaní. Lo más importante del relato son los movimientos continuos de Jesús, que se corresponden con sus movimientos espirituales. El primer movimiento muestra que, como en otras ocasiones, dentro de los doce existe un círculo más estrecho de tres discí-

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pulos. Jesús deja a los doce para orar al Padre, pero toma a tres en los que apoyarse y, porque siente tristeza y angustia, les pide que velen con él. A partir de ahí Jesús se mueve tres veces hacia el Padre, para ponerse en sus ma-nos, y otras tantas hacia el grupo de los tres, buscando el apoyo de su círculo más íntimo en una hora de tanta angustia. El relato nos dice que los tres discípulos caen dormidos y no velan con él, acentuando aún más la inevitabilidad de la soledad en momento tan supremo y anunciando que todos sus discípulos le abandonarán en su pasión y muerte en cruz. Los tres movimientos hacia adelante y hacia atrás subrayan la lucha entre sus deseos y la voluntad del Padre; en otras palabras, la lucha entre la tentación que nace de la fragilidad y la fidelidad a la vocación que le señala el Espíritu. La frase final de Jesús indica que la hora final ya ha llegado y que su decisión de aceptar libremente la volun-tad del Padre es firme y definitiva, haciendo que ya no necesite el apoyo de sus tres más íntimos. 4. Aprender de Jesús a vivir en el Espíritu Aunque el camino de Jesús es único, por su condición constitutiva de Hijo y su íntima e inquebrantable unión con el Padre, nos muestra de manera excelente algunos elementos de nuestro propio itinerario espiritual. El primero es que vivir la fe, esto es, la relación con Dios, supone ponerse en manos del Espíritu para dejarse conducir por Él. El segundo elemento es que el Espíritu nos conduce por el camino al que nos llama Dios, esto es, por el camino de nuestra vocación. Espiritualidad y vocación, por tanto, son indivisibles, como las dos caras de una misma moneda. El tercer elemento es que dejarse conducir por el Espíritu, respondiendo positivamente a nuestra vocación, supone tomar decisiones cruciales, que marcan nuestra vida y le dan su sentido definitivo. El cuarto elemento es que esas decisiones consisten en acciones concretas que testimonian y comunican nuestra fe; en otras palabras, vivir y comunicar la fe son los dos aspectos del seguimiento de Jesús, recorriendo el camino concreto de la vocación de cada uno, bajo la guía del Espíritu. El quinto y último es que toda espiritualidad tiene tres polos distintos, pero necesarios e íntimamente unidos entre sí: el mundo en el que ejercemos nuestra vocación, la comunidad en la que vivimos y discernimos nuestra vocación y, finalmente, la experiencia de desierto y de relación personal, oracional, con el Dios de Jesús. III. VIDA EVANGÉLICA Y CULTURA ACTUAL Si bien el camino espiritual de toda persona creyente es el arriba esbozado, debe-mos preguntarnos si tal camino es hoy social y culturalmente posible. La respuesta es sí, pero no en las mismas condiciones en que lo ha sido en otro tiempo. Ser cristiano a fa-vor de la corriente ya no es posible, salvo en casos muy concretos y limitados. Y no lo es no sólo para la gente en general, sino para todas las personas que quieran vivir en profundidad su fe, sea cual sea su compromiso vocacional. La vivencia de la fe en nuestra cultura se halla profundamente problematizada, a pesar de que las personas sigamos teniendo un gran vacío espiritual del que, las más de las veces, no seamos conscientes. En nuestras anteriores cartas pastorales hemos anali-

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zado en detalle esta situación desde distintos ángulos, señalando su repercusión en la propia comunidad cristiana. 1. Una inculturación difícil y compleja Tal como hemos apuntado más arriba y lo analizamos en la Carta Pastoral de Cua-resma-Pascua de 2003, Vivir la experiencia de la fe, el problema de raíz es la dificultad de vivir la experiencia del Dios trascendente, pero a la vez personal y cercano −el Dios-con-nosotros manifestado en Cristo Jesús−, en una cultura que, forjada por la moderni-dad, tiene a la ciencia como guía y al progreso como objetivo. Esta cultura moderna occidental nos ha acostumbrado a pensar que somos el re-sultado de nuestro propio proyecto, valorando así de modo especial la autonomía perso-nal. Ésta nos erige en centro y referencia de nosotros mismos, pero, ¿no es verdad que este proyecto centrado en nosotros mismos ha resultado paradójicamente trágico en múltiples ocasiones? Hechos históricos muy dolorosos nos alertan sobre los riesgos de una modernidad que busca la emancipación de todas las personas, pero ha desarrollado un modelo de racionalidad y progreso que conduce a nuevas formas de instrumentaliza-ción y alienación individual y social. En lo positivo, la modernidad ha ayudado a que nos liberemos de modos de vida que, por estar consagrados por una tradición secular, considerábamos normales e inevi-tables hace tan sólo unas pocas décadas, pero que encerraban profundas limitaciones materiales, humanas y espirituales. La modernidad y el progreso han sido en ese sentido factores importantes de creación de riqueza, de mejora de las condiciones materiales de vida y de asombrosos avances científicos. A ello hay que añadir la defensa de la digni-dad y de los derechos humanos, la promoción de la justicia redistributiva y, como con-secuencia, el logro de una mayor igualdad entre las personas. La lucha por la emancipa-ción de las personas sujetas a cualquier tipo de discriminación sigue hoy dando frutos y es proseguida por innumerables individuos y organizaciones a escala tanto local como internacional. Como normalmente ocurre en las cosas humanas, este aspecto positivo de la cul-tura moderna occidental está empañado por otros elementos claramente negativos, tales como la colonización y explotación de otros pueblos, los horrores de las guerras y los genocidios vividos en el siglo pasado, el abismo de la actual desigualdad en el mundo, el escándalo del hambre en tantos lugares del planeta, los peligrosos conflictos armados en curso, la confrontación con otras culturas y tradiciones, y, en general, la implantación de una cultura individualista de la fuerza y de la satisfacción, que cercena y margina las dimensiones espirituales y comunitarias, y cuyas derivas, carencias y enfermedades son de todos conocidas. Muchos se preguntan si el único “pensamiento fuerte” en esta cultura no es el de sobrevivir y tener éxito en un clima de creciente competitividad. Frente a él, todos los demás pensamientos de convertirían en débiles, incluida la propuesta cristiana. Pero, ¿qué se encierra detrás de esta nueva versión de la ley de la fuerza? ¿No es verdad que nuestro preciado estado de derecho queda reducido a los límites de los países ricos? ¿Puede existir un estado de derecho sólo para los privilegiados? ¿No encierra nuestra cultura un profundo nihilismo parejo al valor de su fuerza y su capacidad de dominio y

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preponderancia? ¿No estamos asistiendo a una suplantación de los motivos profundos para vivir por mecanismos compensatorios? ¿No son tales la subyugación narcisista por el mito de la eterna juventud y belleza, la fascinación por el éxito y la búsqueda del pla-cer y de la satisfacción por el consumo? Desde un punto de vista religioso, la cultura actual, por su dimensión crítica y emancipadora, ha ayudado a que la vivencia de la fe, tanto en su vertiente individual como comunitaria, se haya purificado, sintiendo la necesidad de convertirse en más au-téntica y radical. Al mismo tiempo, sin embargo, la emancipación con respecto a los modos culturales heredados de la tradición, el sentimiento de que Dios no es necesario −cuando no un enemigo− para progresar y la cultura del éxito, de la abundancia y de la satisfacción han achatado y privatizado enormemente nuestras dimensiones espiritual y comunitaria. En este estado de cosas, la comunidad cristiana se interrogó acerca de su naturale-za y misión en el Concilio Vaticano II (1962-65), para poder responder mejor a los cambios socioculturales operados. En su constitución pastoral sobre la Iglesia, Gaudium et Spes, el concilio plasmó su forma de relación con el mundo moderno y marcó las directrices para convertirse en una comunidad de carácter evangélico, llamada a ser sal y luz en la época actual. Era un gran desafío. Resultaban insuficientes los moldes ecle-siales anteriores, surgidos en una sociedad muy distinta de la moderna, en la que la Igle-sia había ocupado un gran espacio social, cultural e incluso político, en tiempos aún no demasiado lejanos. Se trataba de renovar su misión evangélica en una sociedad cada vez más emancipada de la Iglesia, programáticamente laica y con su propia jerarquía de valores y metas. ¿Ha logrado la Iglesia responder adecuadamente a este gran desafío? La Iglesia, además de ser teológica y espiritualmente católica, es una realidad so-ciológicamente universal. En muchos lugares del planeta, incluidas ciertas partes del continente europeo, hay comunidades cristianas que están experimentando un notable florecimiento, bajo el soplo del Espíritu que las empuja y anima. En ellas, el seguimien-to de Jesús, en sus múltiples variantes vocacionales, se convierte en el centro de la vida de un número notable de personas. Esta realidad positiva es parte de nuestra Iglesia ca-tólica, que, progresivamente, cobra importancia en el hemisferio sur del planeta y en muchos países asiáticos, a pesar de que, en la mayoría de éstos, la población que profesa la fe cristiana sea sociológicamente marginal. Nuestra situación, sin embargo, es muy diferente, en especial por la fuerza de la cultura del conocimiento y del progreso, y por el achatamiento espiritual y comunitario arriba referido. El deseo de abrazar, de manera seria y estable, un ideal heroico, distan-ciado de los valores por los que se mide el éxito, aparece como una locura o sinsentido de pequeña o nula viabilidad. Como ya ha sido repetido por varios autores, la experien-cia y la vivencia religiosas se convierten para muchos de nosotros en mecanismos, con frecuencia ocasionales, para compensar la frialdad de la existencia en un medio en el que tienden a primar los factores de la competitividad y del éxito profesional y econó-mico. Siguiendo las directrices del concilio, nuestra Iglesia trata de vivir y comunicar el Evangelio, en diálogo con esta cultura fuerte. Esta situación tiene un cierto paralelismo con el intento de San Pablo de anunciar a los atenienses el Evangelio, tratando de establecer una relación entre la búsqueda filo-

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sófica y cultural de la divinidad por parte de los atenienses y la respuesta cristiana a tal búsqueda. Acerquémonos al relato del libro de los Hechos de los Apóstoles:

Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios; y diariamente en el ágora con los que por allí se encontra-ban. Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoi-cos. Le tomaron y le llevaron al Areópago; y le dijeron: «¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y querríamos saber qué es lo que significan.» Todos los atenienses y los foraste-ros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad. Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido.’ Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por mano de hombres; ni es ser-vido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas. Él creó, de un solo principio, todo el li-naje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiem-pos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: ‘Porque somos también de su linaje.’ «Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano. «Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destina-do, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos.» Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: «Sobre esto ya te oiremos otra vez.» De este modo Pablo se marchó de entre ellos. Pero algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos. (Hechos de los Apóstoles, capítulo 17, versículos 22-34)

Este relato nos ayuda a entender la dificultad de la inculturación de la fe en una sociedad modelada por la modernidad. El texto nos remite a un tema bíblico central y capital, el de los ídolos, cuya presencia en la ciudad causaba la indignación de Pablo y le movía a anunciar al único Dios, manifestado en Cristo Jesús. Para el pueblo de Israel, ídolo era todo aquello que iba en contra del mandato cen-tral recogido en el libro del Deuteronomio, capítulo 6, versículos 4-5: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” Este mandato es reiterado por Jesús en su predicación, como se lee en el Evangelio de San Marcos, capítulo 12, versículos 29-30. Interrogado Jesús acerca de cuál era el principal mandamiento de la ley por parte de un

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especialista en ella, “Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nues-tro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.»” La radicalidad de este mandato exige de toda persona auténticamente creyente una actitud constante de conversión, porque siempre descubrirá en su propio interior las semillas de los ídolos que le impiden que el Dios de Jesús sea el único centro de su vida. Pero, culturalmente hablando, nuestra sociedad valora más que nada su capacidad de cambio continuo, sobre dos pilares centrales que se apoyan mutuamente: el crecimiento económico y el progreso científico, o, volviendo al texto de los Hechos de los Apósto-les, el oro y el ingenio humano. Nuestra manera de ver las cosas y de vivir, seamos o no conscientes de ello, está basada en el mito que articula y modela nuestra cultura: el progreso. Frente a la potencia de tal mito, muchos de nosotros, como los atenienses, volvemos a repetir a los Pablos de hoy que se esfuerzan por establecer un diálogo entre el anuncio de Cristo resucitado, juez del universo, y nuestra cultura: “Sobre esto ya te oiremos otra vez.” El texto también nos enseña algo importante sobre la manera de inculturar el Evangelio. El relato prosigue diciendo que “Pablo se marchó de entre ellos”, dando a entender que abandonaba su esfuerzo por evangelizar mediante el diálogo cultural, aun-que también señala que tal esfuerzo no fue totalmente en vano, porque “algunos hom-bres se adhirieron a él y creyeron.” Algo, ciertamente, debe ser retenido de este relato: en ningún caso debe comprometerse el anuncio de Jesús, muerto y resucitado, y la con-siguiente llamada a la conversión, en aras del diálogo. La Iglesia debe conocer y acer-carse empáticamente a la cultura a la que desea anunciar el mensaje, tal como ocurre en la predicación ateniense de Pablo; pero no para adaptarse cómodamente a la misma en aras a salir a su encuentro, sino para mostrarle sus carencias y el sentido final de sus búsquedas y anhelos. En resumen, el pasaje nos alerta acerca de las dificultades y riesgos de una evan-gelización que intenta razonar la fe desde las claves de una cultura fuerte y triunfadora como la nuestra, al tiempo que nos promete que el esfuerzo no será totalmente baldío. 2. La siembra evangélica y las condiciones de su fructificar Ni la experiencia de Dios ni el vivir y comunicar el Evangelio pueden darse como se venían dando en las condiciones culturales de un mundo que ya no existe. Si algo está claro desde el “¡Escucha Israel!” del Deuteronomio hasta el “vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme” del Evangelio, es que la fe no tiene nada de pensamiento ni de propuesta débil. Por tanto, vivir y comunicar el Evangelio hoy pasa por ser miembro activo de una comunidad eclesial con identidad y carácter propios, que hunda sus raíces en la memoria, conti-nuamente reactualizada, de su propia historia de relación con Dios; una comunidad que, de manera especial, guarde la memoria de la vida, pasión, muerte y resurrección de Je-sucristo, siguiéndolo bajo la guía del Espíritu. Parece indudable que el huerto natural de nuestra cultura ya no da los frutos evan-gélicos necesarios. Es preciso, aunque no resulte sencillo, activar mecanismos persona-

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les y comunitarios para crear huertos especializados en el cultivo de distintas comunida-des de marcado carácter evangélico, que hagan posible que la Iglesia entera sea sal y luz de nuestro mundo. Para ello, y siguiendo el itinerario espiritual de Jesús, no basta vivir la fe de modo ambiental, sino que debemos vivirla de manera interiorizada, consciente y vocacional, en presencia continua de Dios y teniendo constantemente presente la llama-da radical a la perfección de la santidad. En este sentido, “los signos de los tiempos” nos invitan a releer con ojos nuevos la parábola del sembrador:

− Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedre-goso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó ense-guida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El re-sto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno. Y añadió: − El que tenga oídos para oír, que oiga. Y añadió: − ¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pe-dregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son incons-tantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que es-cuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno. (Evangelio de San Marcos, capítulo 4, versículos 3-9 y 13-20)

Comencemos por el final: la semilla que cae en tierra buena. Que el Espíritu siembra sin cesar en dicha tierra entre nosotros es algo que, preocupados como estamos por la disminución sociológica del número de los que se consideran creyentes, tal vez no alcancemos a percibir; sin embargo, el Espíritu no se rige ni por los patrones cultura-les ni por nuestra manera de concebir la vida evangélica, sino que innova, abriendo nue-vos caminos que nos pueden pasar desapercibidos e incluso resultar difíciles de com-prender y de recorrer. Por ello es fundamental mantenernos siempre a la escucha, para descubrir “los signos de los tiempos”. La siembra en buena tierra la está haciendo el Espíritu al conducir a la Iglesia por la difícil senda de la purificación y del desnudamiento cultural, para renovar su carácter constitutivo de levadura. Quizá en este sentido nuestras iglesias deban reflexionar en profundidad sobre si se puede ser a la vez masa y levadura, tal como la comunidad cris-tiana ha tratado de serlo en una situación cultural en la que ser creyente era lo normal. El Espíritu no sólo ha purificado a la Iglesia mediante el desnudamiento, sino que, como ya señalábamos en nuestra anterior Carta Pastoral de Cuaresma-Pascua de 2005, Renovar nuestras comunidades cristianas, también ha suscitado y sigue suscitando “signos alentadores”, en forma de nuevos carismas y vocaciones para este tiempo nue-vo. Es cierto que tales carismas y vocaciones no son ni de carácter masivo ni, algunos

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de ellos, al uso de los hasta ahora existentes; pero, por eso mismo, esta nueva situación nos exige una actitud de mayor atención al soplo del Espíritu. Estos nuevos signos alen-tadores no echan raíces en la cultura dominante, sino en el terreno denso de una fe y de una vocación interiorizadas, cultivadas, celebradas y forjadas en el seguimiento de Je-sús, bajo la guía del Espíritu. Pastoral y sociológicamente hablando, lo que la parábola nos dice que sucede con la semilla caída entre abrojos es lo que más se asemeja a nuestra situación. Como se ha descrito más arriba, es tal la fuerza de la cultura moderna en la que vivimos, que la Pa-labra −esto es, la llamada de Dios a la conversión, a la escucha de Jesús y a su segui-miento− aparece como una locura, una bella pero inalcanzable utopía en el mejor de los casos, y queda ahogada por el afán de progreso, de conocimiento, y de éxito. Todos los que pertenecemos a esta cultura somos presa de esta situación en una u otra medida. En los términos de la parábola, somos muchos los que vemos agostarse el poder de la Palabra en nosotros como consecuencia de “las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias”, que, literalmente, nos “inva-den”. Si adaptamos la terminología, los valores de nuestra cultura arriba aludidos −la búsqueda del éxito y la inmersión en la cultura de la satisfacción y del bienestar− hacen que vivir y comunicar el Evangelio nos resulte una tarea humanamente cada vez más inalcanzable. No faltan hoy, sobre todo entre los jóvenes, impulsos generosos que pueden iden-tificarse con la alegría al acoger la Palabra de la que habla la parábola al referirse a la siembra que cae en terreno pedregoso. Muchas parejas creyentes y practicantes no son capaces de transmitir su fe a sus hijos e hijas, que dejan de valorarla a edades cada vez más tempranas. Este hecho no sólo tiene que ver con la falta de constancia, característi-ca de una sociedad que valora mucho la capacidad de cambio propia de una autonomía a ultranza frente a la estabilidad del compromiso; manifiesta también la falta de profundas raíces en la fe de muchos jóvenes, dado que el terreno cultural sobre el que se asienta es pedregoso y superficial. Un elemento central merece nuestra atención en este pasaje evangélico y nos ayu-da a comprender nuestra situación actual, en la que el Espíritu nos está ayudando a re-descubrir “la diferencia cristiana”: no toda la siembra de la Palabra germina y da fruto abundante, sino sólo aquélla que cae en tierra buena. Traducido a nuestra situación ac-tual, esto nos ayuda a confiar en el Espíritu, a no caer en la nostalgia de una Iglesia so-ciológicamente fuerte y a purificar nuestra propia identidad cristiana, individual y ecle-sial. Nuestra cultura y nuestra propia contingencia humana son tierra pedregosa y de abrojos, que agosta y ahoga la buena semilla. Hemos de preparar nuestra buena tierra personal y comunitaria para vivir y comunicar el Evangelio. En otras palabras, ni pode-mos ser cristianos ni Iglesia como hasta ahora, sino que hemos de sustituir nuestra fe “natural” por otra espiritualmente recibida y expresamente cultivada. En tanto que co-munidad cristiana, hemos de trabajar con ahínco para, leyendo “los signos de los tiem-pos”, preparar tierras buenas donde puedan cuajar los nuevos dones del Espíritu.

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3. Vivir la vida como vocación Que la vida la hemos recibido sin nuestro concurso no lo niega nadie. Vivirla co-mo un don, como una carga pesada, o simplemente vivirla porque está ahí, sin buscarle sentido, es algo que cada uno de nosotros debe dilucidar en el proceso de tejer nuestra existencia. Nuestra vida, como la historia, está hecha de momentos luminosos, de mo-mentos grises y de otros que son oscuros y dolorosos. Nunca ha resultado tarea fácil vivir recta y dignamente, teniendo un norte como guía, pero no parece fácil concebir otra manera de vivir si se desea responder al anhelo de felicidad que toda persona alber-ga. No basta sin embargo la búsqueda de una vida recta y digna para vivir y comuni-car el Evangelio. No se puede lograrlo sin descubrir y aceptar algo que, por ser “más interior a nosotros que nosotros mismos”, pasa las más de las veces inadvertido: hemos sido creados por amor y estamos llamados a participar plenamente de ese amor. ¿Hemos descubierto este misterio que nos habita y nos conforma desde nuestra misma raíz? Mu-chos de nosotros creemos en un Dios que resulta lejano y, por tanto, externo y ajeno a nosotros mismos. A este Dios se le han dado innumerables títulos: infinito, inefable, absoluto, om-nisciente, omnipotente, omnipresente, causa primera y causa final y un largo e intere-sante etcétera que nos ha legado nuestra rica tradición teológica. Todos ellos son verda-deros, pero no pueden mover nuestro corazón. Sólo un título le hace plenamente justi-cia, el único a la vez necesario y suficiente: “Dios es amor”.

Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. (Primera Epístola de San Juan, capítulo 4, versículos 7-9)

Este texto capital y sublime del Nuevo Testamento surge de un espíritu traspasado por la experiencia del amor de Dios y, más que ninguna teología, nos asoma al misterio de un Dios todo Él amor. El pasaje nos revela la esencia misma del Dios trinitario y de toda la obra divina, el porqué de la creación, de la redención y de la llamada a participar plena y eternamente de la vida de Dios. También nos desvela el único “defecto” divino expresado en términos humanos: Dios no puede no amar. Es este “amor invencible” de Dios el que llamamos gracia o vida divina. En tanto que criaturas de y por la gracia divina, el núcleo de nuestro propio ser está hecho de ese amor. De ahí que la máxima aspiración humana −la de ser plenamente felices− sólo pueda ser satisfecha amando y siendo amados sin ningún límite. Esta aspi-ración es nuestro anhelo más profundo, el que en el fondo nos mueve a ser y a actuar; opera siempre como fundamento y horizonte de nuestro dinamismo humano, y sólo puede ser alcanzada en plenitud y definitivamente en la vida de los bienaventurados.

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Las dos afirmaciones centrales y complementarias del texto son: el amor es de Dios y Dios es amor. Todo lo demás se deduce de ello. En tanto que criaturas de Dios, esto es, creados por amor y llamados a participar plenamente de ese amor, tampoco no-sotros en el fondo podemos no amar sin dejar de ser nosotros mismos. Sobre esta base, el doble e indivisible mandato de amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos no es algo impuesto desde fuera como condi-ción para ser salvados, sino lo único que, por estar habitados por el Espíritu, sabemos y deseamos hacer en el fondo de nuestro ser; expresado de otro modo, la conducta moral a seguir es una derivada directa del Dios-amor y del amor de Dios, por el que nos ha creado y que habita en nosotros. El texto finaliza con la afirmación de que ese amor se nos ha revelado en que Je-sús, Hijo único del Padre, ha sido enviado al mundo para que vivamos por medio de Él. Es por Jesús por quien vivimos, lo que deja bien a las claras el porqué del discipulado y el porqué del “amor a primera vista” de los dos primeros discípulos. Ambos sienten que Jesús es el Mesías anhelado, su salvador y liberador. Las bases, por tanto, del discipulado y de la única vocación posible, que es amar, se derivan de nuestro propio ser: somos criaturas de un Dios-amor Padre que nos ha creado; Él nos ha revelado cuál es su ser en el envío al mundo de su Dios-Hijo único, para librarnos de nuestras propias esclavitudes y para que así tengamos vida; Él habita en nosotros y nos guía amorosamente como Dios-Espíritu Santo. Tal y como lo expresamos en nuestra Carta Pastoral de Cuaresma-Pascua de 2003, Vivir la experiencia de la fe, todo esto no puede recibirse como mera revelación externa ni quedarse en algo teóricamente comprendido. Ese Dios ha de ser experimentado, para que se convierta así en cimiento vivo y anhelo impulsor de nuestro propio ser. Decíamos también en dicha Carta Pastoral que esa experiencia anida en nosotros, tanto en nuestra vida diaria como en los acontecimientos más importantes de nuestra existencia. El problema es que, normalmente, esa auténtica experiencia mística original que todos poseemos −verdadero telón de fondo de nuestros quereres y sentires− no sólo nos pasa desapercibida, sino que está sujeta a la contingencia, la ambigüedad y la opaci-dad propias de la existencia humana. Para hacerla aflorar y reconocerla sólo hay una vía: buscar, encontrar (más bien, dejarse encontrar) y seguir a Jesús, porque, como Él mismo nos dice en el Evangelio de San Juan, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.” Nuestra vocación es, por tanto, a la vez don y tarea: hemos sido llamados a parti-cipar en plenitud del Amor que nos ha creado y redimido, y que anida en nuestra alma, amando en plenitud a Dios y al prójimo, en el seguimiento fiel a Jesús, bajo la guía del Espíritu. El Espíritu ha suscitado en todos los tiempos y culturas múltiples maneras, explí-citas e implícitas, de responder a esa vocación. Los incontables “milagros del amor” que ocurren constante e inadvertidamente en nuestras vidas y a nuestro alrededor, y gracias a los cuales vivimos humanamente, son, sin duda, fruto de la respuesta positiva a esa vocación radical que nos nace de lo más íntimo de nuestro ser; sin embargo, en cuanto creyentes en el Dios de Jesús, estamos llamados hoy, más que nunca, a vivir y a comu-

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nicar la Buena Noticia, de modo que se convierta en tal para nosotros mismos −resca-tándonos así de la languidez y de la apatía frutos de la tibieza− y para nuestra sociedad. Vivir vocacionalmente, del modo concreto que cada cual discierna como propio de forma madura y contrastada, exige dejarse conducir por el Espíritu a través del triple polo que hemos descubierto en Jesús: el polo de nuestra vida y quehaceres cotidianos, el polo de la comunidad cristiana y el polo del encuentro personal con Dios. IV. VIVIR LA VOCACIÓN EN EL QUEHACER COTIDIANO El desarrollo de nuestra vocación evangélica, a través del cual todos hemos de aspirar a ser perfectos como el Padre es perfecto, exige mantener una tensión entre la actitud de disposición total, por una parte, y la práctica cotidiana concreta, por otra par-te. No solamente por razones prácticas evidentes, sino desde nuestra participación en el amor creador de Dios, somos, a nuestra vez, cooperadores con su obra a través de nues-tro trabajo, del amor conyugal y familiar y de nuestra contribución al bien común. Estos tres quehaceres cotidianos básicos se desarrollan a través de un sinnúmero de actividades y relaciones imprescindibles, que, sin embargo, sólo cobran su auténtico sentido si tienen como centro al Dios que hemos de amar con todo nuestro ser y sobre todas las demás cosas. De ahí que todos nuestros afanes y tareas hayan de realizarse con la mirada puesta en Dios, siendo, según la espiritualidad ignaciana, “contemplativos en la acción”. Tanto lo que somos como lo que hacemos tiene su raíz y su centro en Dios. Jesús nos habla de esta radicalidad, presentándonos exigencias para seguirle que nos resultan difíciles de entender, que parecen chocar con nuestros deberes elementales; y, sin em-bargo, aunque parezca lo contrario, son aplicables a toda persona creyente y no única-mente a las vocaciones especialmente consagradas. Veámoslo, comenzando por su ex-hortación acerca del seguimiento:

Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: − El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno pa-ra recobrarla? (Evangelio de San Marcos, capítulo 8, versículos 34-37)

¿Puede pensarse algo más contracultural? ¿Puede, sin embargo, pensarse algo más necesario para sanar una cultura obsesionada consigo misma y con sus propios logros? ¿Podemos responder afirmativa y auténticamente a esta llamada de Jesús sin que ello nos cree un conflicto con nosotros mismos, con nuestro entorno y con las responsabili-dades de todo tipo que recaen sobre nosotros? Presentimos, sin embargo, que una res-puesta afirmativa encierra un gran potencial liberador. Hay que distinguir dos niveles en esta llamada exigente de Jesús, que se repite una y otra vez, aplicada a los principales ámbitos de la vida, tales como el trabajo, los bienes que poseemos, nuestros múltiples y agobiantes afanes, la familia y la responsabilidad

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frente a los demás. El primer nivel va siempre a la raíz: Dios es la fuente y el centro de nuestro ser y de nuestro quehacer y, por tanto, todo, absolutamente todo, ha de ser refe-rido mediata o inmediatamente a Él. El segundo nivel es de carácter práctico y consiste en adoptar un estilo de vida coherente con lo anterior, hecho de acciones concretas que marcan el carácter de nuestro seguimiento a Jesús. Negarse a uno mismo, significa, en primer lugar, reconocer que yo no soy ni mi propio dios ni el dios de nadie; significa igualmente reconocer que la vida es un don que me ha sido dado gratis por Dios. Por ello, si me cierro en mí mismo, guardando mi vida para mí, no haré otra cosa que convertirme en mi propio prisionero, en el sirviente de mis propias obsesiones, matando de ese modo la raíz por la que me uno a la fuente de la vida y, por tanto, matando mi propia vida. Esto tiene una vertiente práctica evidente: el don de la vida recibida sólo puede fructificar y crecer en cuanto don, esto es, siendo a su vez, como en el caso de Jesús, don y fuente de vida para los demás y para el mundo. En caso contrario, se traiciona a sí mismo y se agosta y muere. Esta aparente paradoja es la experiencia humana más autén-tica y básica, a pesar de que, como ya lo hemos dicho más arriba, nuestra cultura, nues-tras limitaciones y la consiguiente opacidad de la existencia nos impidan reconocerla con claridad. 1. Nuestro trabajo Este principio va a regir en todas las enseñanzas y exhortaciones de Jesús. Vea-mos un ejemplo referido al trabajo y a nuestros innumerables afanes:

Cuando iban de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Mar-ta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, es-cuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: − Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: − Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es nece-saria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. (Evangelio de San Lucas, capítulo 10, versículos 38-42)

Como en cualquier relato evangélico, los detalles son imprescindibles para captar toda su profundidad. Jesús y la comunidad de sus seguidores van siempre de camino, en un constante peregrinar guiado por el Espíritu que, como sabemos, les conducirá final-mente a Jerusalén y, más en concreto, guiará a Jesús hasta el calvario. Al inicio del pa-saje Jesús entra en un pueblo y una mujer, Marta, lo recibe en su casa. Ayer como hoy, recibir a alguien en nuestra propia casa no es algo superficial, sino mostrar y compartir una parte de lo que somos y nuestra manera de vivir. Es, por tanto, un acto significativo de amistad, por el que mostramos nuestro aprecio y confianza a quien recibimos. La confianza es necesaria porque, al abrir nuestra casa a otros, exponemos una parte fun-damental de nuestra manera de ser y de vivir, lo que sin duda entraña arriesgarse o des-cubrirse ante ellos. Marta asume ese riesgo y recibe a Jesús.

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El texto nos hace volver la vista hacia la hermana de Marta, María, quien, por su actitud, considera a Jesús un gran maestro espiritual. Los datos que lo hacen suponer son dos: el primero es su colocación con respecto a Jesús, no como su interlocutora, sentada a su misma altura, sino a sus pies, como señal de admiración y respeto. El se-gundo es que tal postura tenía por objeto escuchar las palabras que Jesús decía. Nos la podemos imaginar sorbiendo las palabras de Jesús. Una vez más, se nos muestra que el movimiento físico y el espiritual se dan la mano. El relato nos presenta dos actitudes diferentes ante la visita de Jesús, al decirnos que, mientras María estaba absorta como discípula, Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio. Considerando que su hermana María le dejaba a ella toda la car-ga del trabajo, Marta, la anfitriona, le pide a Jesús que tome postura y actúe en su favor. La respuesta de Jesús, favorable a María, de que sólo una cosa es necesaria, es de nuevo un claro reflejo de cuál ha de ser nuestra jerarquía de valores para vivir el Evangelio: Jesús, Hijo encarnado del Padre, es lo único esencial. Todas nuestras tareas y afanes, por muy importantes que nos parezcan, no son esenciales, sino en la medida en que se refieran al seguimiento de Jesús. Nuestra cultura está centrada de manera preponderante en la acción transformado-ra que conduce a un progreso científico y económico cada vez más vertiginoso. La ac-ción que tiene éxito, que hace avanzar nuestra capacidad de dominar el mundo físico para transformarlo según nuestras prioridades o que “crea riqueza”, es la que mejor se cotiza en el “mercado de valores” de nuestra cultura. Esto nos mueve a todos a pujar en semejante mercado, preparándonos, especializándonos y profesionalizándonos, para poder contar y ser alguien. ¿Somos conscientes de que el mundo de lo propiamente humano está cada vez más sometido a esta dinámica que comienza a resultar arriesgada e incluso peligrosa? ¿A dónde nos está conduciendo? Cada vez se alzan más voces diciendo que ese gran ídolo de nuestra cultura que llamamos progreso y en cuyo altar se nos exige que lo sa-crifiquemos casi todo, nos está conduciendo a la destrucción del planeta. Llamados a ser colaboradores con la obra de la Creación, nos hemos convertido en agentes de su ruina, deslumbrados de forma inmadura por nuestras capacidades técnicas. Cegados por nues-tro propio bienestar egoísta y creyéndonos “los amos del mundo”, no somos capaces de ver que vamos a legar un planeta maltrecho a las futuras generaciones. En último térmi-no, nuestra dinámica de “progreso” no sólo daña al planeta físico, sino que hiere grave-mente el mundo de los valores humanos y de la vida. Este relato clásico de Marta y María relativiza y critica la importancia de la “ac-ción transformadora” que nos agobia y obsesiona, para dirigir nuestras miradas a lo úni-co necesario: Jesús, peregrino del designio salvífico del Padre, conducido por el Espíri-tu. El es el maestro y guía que nos muestra el rostro de Dios y, por tanto nuestro autén-tico ser y el del mundo que hemos sido llamados a cuidar, preservar y humanizar me-diante nuestro trabajo. a. Los bienes, fruto del trabajo y don de Dios El progreso derivado del trabajo se mide de modo casi exclusivo en términos de riqueza. En la práctica esto ha generado una cultura de la competencia, cada vez más agresiva e individualista. Para compensar la dureza de esa competencia hemos desarro-

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llado también una cultura de la satisfacción. ¿Es esto acorde con el vivir evangélico? Dejemos hablar al propio Evangelio:

Cuando salía Jesús de camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le pre-guntó: − Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: − ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: − Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: − Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: − ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! (Evangelio de San Marcos, capítulo 10, versículos 17-23)

¿Quién, que de una u otra manera se haya interrogado acerca de su fidelidad al Evangelio, no se siente reflejado en este pasaje? Como la mayor parte de los relatos evangélicos, éste también está surcado por detalles que le otorgan gran capacidad para reflejar sentimientos y actitudes de honda humanidad y espiritualidad. Volvemos a en-contrarnos con un Jesús que, en este caso y una vez más, se pone en camino en manos del Espíritu. El texto nos describe en detalle la manera cómo una persona se dirige de pronto a Jesús, revelándonos así la actitud espiritual de dicha persona: corre, al encuentro de Je-sús, se arrodilla, ante Él, le pregunta, y se dirige a Él como Maestro bueno, esto es: sien-te la urgencia de discernir su propia vida, percibe que para ello necesita encontrarse con Jesús, adopta una posición de total humildad ante Él, busca tener un encuentro franco y directo; finalmente, le reconoce como el Maestro que puede aclarar su dilema existen-cial clave, ya que es bueno. La reacción de Jesús al ser llamado bueno revela su papel mediador y su especial relación con el Padre. Jesús cuestiona el apelativo de bueno y lo atribuye exclusivamen-te al Padre, actualizando ante su interlocutor su radical amor a Dios como único centro de su existencia, e invitándole a hacer lo propio. ¿Quién, que haya tratado de ser franco y noble consigo mismo y con Jesús, no se siente reflejado en la búsqueda anhelante que revela la respuesta de la persona a la lista de preceptos que Jesús le acaba de enumerar? Sentimos que, aunque no resulte siempre fácil cumplir los preceptos, el hacerlo no es suficiente; presentimos que ellos son indicadores de algo mucho más importante que deseamos alcanzar. Es precisamente la nobleza de esa búsqueda anhelante la que, de pronto, toca el corazón de Jesús y le mueve a mirar fijamente, con cariño, a su interlocutor. El gesto, como en otras ocasiones en el Evangelio, muestra la hondura de su encarnación a través de su profunda humanidad. También muchos de nosotros hemos sentido su mirada pe-netrante en el pozo de nuestro corazón, hemos experimentado su amor y, por tanto, hemos escuchado su invitación: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el

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dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.” Y, por ello, nos sentimos plenamente reflejados en la tristeza y la falta de audacia del noble discípulo para dar el salto cualitativo que Jesús le demanda. El relato finaliza con un Jesús que, mirando a su alrededor, nos dice a todos los que queremos seguirle: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”. Son palabras que nos invitan a meditar muy profundamente. La cuestión planteada y la respuesta de Jesús nos afectan a todos: “Maestro bue-no, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. La pregunta no se refiere a qué debe hacerse para seguirle de manera especial, o, como se decía en la teología medieval y ha pervivido hasta el Vaticano II, para abrazar un modo de vida de mayor perfección, sino que se refiere a la condición misma para salvarse. Esto ayuda a comprender que no hay distintos grados de santidad entre el discipulado, sino sólo distintos modos, igualmente necesarios y válidos, de seguimiento, porque todos estamos llamados a la perfección de la santidad. El texto nos muestra algo especialmente relevante para nuestra cultura y para to-dos los que estamos inmersos en ella: la invitación a tener un tesoro en el cielo. Dios es nuestro único tesoro verdadero y, por tanto, todo lo creado adquiere la condición de tesoro en cuanto está referido a Él. Si en vez de ese tesoro, nos fabricamos otros, cor-tando así nuestra relación esencial con la fuente de la vida, no podemos tener vida eter-na. Sabemos por experiencia lo difícil que resulta liberarse de esos otros tesoros en una cultura que, por su fuerza, es como un río que nos arrastra. Por ello, vivir el Evangelio hoy tiene un notable componente contracultural. Mantenernos firmes en medio de la corriente nos exige generosidad, lucidez, apoyo comunitario y relación personal con Dios para contrastar, discernir, actuar y perseverar. Esta actitud radical y primaria de tener nuestro tesoro en el cielo debe encontrar un reflejo práctico: obsesionados como estamos con la carrera del progreso y de la me-jora de nuestro cada vez más alto nivel de vida, Jesús nos recuerda que no tenemos de-recho a guardar nuestros bienes sólo para nosotros. Todo es de Dios y Dios nos llama con urgencia a compartir lo que tenemos con quienes pasan necesidad, para que todos tengamos un sitio en la mesa común de la creación. ¿Podemos celebrar la eucaristía hoy sin sentir el aguijón de que al otro lado de la mesa del Señor de todos se sienta más de una mitad de la humanidad que pertenece a la “multitud de los desheredados”, por los que Jesús sentía una conmovedora compasión? ¿Cómo conciliar esta escandalosa insolidaridad con las palabras de San Pablo acerca de la celebración de la Eucaristía, cuando escribía a la comunidad de Corintio: “Cuando os reunís, pues, en común, eso no es comer la cena del Señor; porque cada uno come pri-mero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga”? (Primera Carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 11, versículos 20-21). No basta con la solidaridad distributiva dentro de nuestra propia sociedad, sino que esa solidaridad ha de extenderse a todas las personas creadas por Dios. Como indi-viduos y como comunidad cristiana hemos de buscar los necesarios cauces prácticos a tal fin. Es urgente que nos preguntemos si no somos Epulones indiferentes ante los Lá-zaros del mundo, que gimen a nuestra puerta. También es preciso que aprendamos de tanta gente humilde entre nosotros, muchos de ellos pensionistas, que, como la viuda del Evangelio, entregan su óbolo, movidos por la caridad.

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La invitación de Jesús tiene otra consecuencia práctica: si nuestros bienes nos separan de Dios y del prójimo, no son sino un impedimento para nuestra propia vida y felicidad, debiendo deshacernos de ellos para “viajar ligeros de equipaje”. Esto nos lleva a tomar medidas para avanzar en otro rasgo del vivir el Evangelio que también resulta contracultural en una cultura de bienes y servicios cada vez más abundantes, complejos y sofisticados: la simplicidad de vida. No se trata de rechazar por principio todo lo que signifique abundancia, compleji-dad y sofisticación, para volver a una especie de “vida natural” que nunca ha existido. No debemos olvidar que Dios creador fue el primer transformador del cielo y de la tie-rra creados por Él. Así, en el primer momento tras su creación, según nos lo relata el Libro del Génesis, “la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo.” Dios convirtió este caos en un cosmos, esto es, en algo ordenado, creando la luz, sepa-rando las aguas, creando el firmamento, las plantas, los animales, la maravilla del Jardín del Edén y, por fin, el género humano, como hombre y mujer. Todos los santos y santas de la historia que han querido recuperar la simplicidad evangélica han seguido cultivando y transformando con amor el regalo de la creación, muchas veces con sus propias manos. Para San Benito, el trabajo manual del monje era fundamental, tanto práctica como humana y espiritualmente. Ello condujo a la orden benedictina a jugar un papel tecnológico y cultural de primer orden en Europa, entre los siglos VI-XIII. San Buenaventura nos refiere que el propio San Francisco de Asís, mo-delo de desprendimiento y sencillez, arregló las iglesias de San Damián, San Pedro y la Porciúncula, siguiendo el mandato del Señor de reparar su Iglesia, casi en ruinas. Este hecho, de carácter espiritual, se manifestó en una acción física, aceptando y mejorando de ese modo la herencia recibida, al servicio de Dios. No se trata, por tanto, de desertar de nuestra necesaria colaboración con la crea-ción divina, para situarnos en una simplicidad falsa e inexistente. Somos y hemos de seguir siendo colaboradores del amor creador de Dios, pero no hasta el punto de conver-tirnos en prisioneros y esclavos de nuestras propias obras. La simplicidad es un requisi-to y un gran apoyo para la libertad de espíritu. La abundancia nos pesa, nos lastra y nos empobrece física, espiritual y creativamente. La saciedad, tan presente o tan buscada como actitud en nuestra sociedad de la satisfacción, simplemente nos mata en todos los sentidos. No es ni fácil ni sencillo dar pasos concretos en esta materia ni personal, ni fami-liar, ni socialmente, por lo que supone de renuncia y de navegar contra corriente. De ahí que el salto que nos pide Jesús, mirándonos fijamente y amándonos profundamente, nos entristezca y nos asuste. Por ello mismo resulta del todo imprescindible. En este punto como en muchos otros, vivir con la mirada puesta en nuestro tesoro del cielo, esto es en el Dios a la vez trascendente e íntimo, nos libera de cadenas y nos ayuda a ser más crea-tivos. b. Trabajar, confiando en la Providencia Quizá el colofón de lo antedicho esté en la siguiente enseñanza de Jesús acerca de la providencia divina:

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− No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. (Evangelio de San Mateo, capítulo 6, versículos 31-34)

No podemos decir que vivamos tiempos muy propicios a la creencia firme en la divina providencia. Dicha creencia está muy cerca de convertirse para nuestra cultura en sinónimo de superstición. Si algo cree firmemente la cultura moderna es en el poder de la acción humana para guiar y transformar la historia, máxime en una sociedad que se tiene a sí misma por desarrollada y está orgullosa de sus propios logros. Es tan fuerte esta convicción que, en la práctica, todos la hemos interiorizado, hasta hacerla formar parte de nuestro modo natural de ver las cosas. ¿Tiene peso en nuestras vidas la creencia de que Dios, que nos ama hasta el ex-tremo, mira sobre cada uno de nosotros con cariño y ternura de Padre? Hay entre noso-tros gente y comunidades profundamente creyentes que, viviendo en presencia de Dios, sienten su mirada providente y dan testimonio de ello. Todos conocemos algunas de ellas, que nos sirven de inspiración y cuestionan nuestra manera de ver las cosas. Pro-bablemente, sin embargo, una mayoría de nosotros haya de reconocer que, cuando me-nos, el peso de nuestra confianza en ese amor providente es muy relativo y más simbó-lico que real. Este texto evangélico encierra algo en extremo significativo, aunque nos pueda pasar desapercibido: no es lo mismo creer que tenemos un Padre que no creerlo. Creer marca una diferencia esencial, con consecuencias prácticas que cambian radicalmente la manera de ver la vida y de vivir. Es normal, viene a decir Jesús, que quien no crea en ese Padre esté preocupado por las necesidades más elementales de la vida −comer, be-ber y vestirse− y se afane en asegurar la cobertura de las mismas. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Quién puede sustraerse a semejante preocupación? Aquí es adonde Jesús quiere dirigirse: el creyente en el Padre celestial del que ha recibido el don de la vida, si de verdad cree en Él, no puede afanarse de la misma manera, sino que ha de tener una actitud confiada en Aquél que le ha creado y conoce sus necesidades. Esta enseñanza de Jesús nos mueve a hacernos las siguientes preguntas: ¿sentimos que nuestra fe es un tesoro y una fuente inagotable de vida y de fuerza? ¿O la valoramos más bien como algo recibido, que no goza de gran predicamento social ni cultural y que no queremos ni perder del todo ni que nos marque de manera decisiva? Es cierto que el amor de Dios se extiende a todas sus criaturas y que el Espíritu guía toda la historia y suscita seguidores entre gentes de todas las culturas, razas y religiones. No por ello, sin embargo, debemos pensar que es igual profesar o no nuestra fe en el Dios revelado en Jesucristo; menos aún debemos ser presa de un sentimiento difuso que nos empuja a no distinguirnos de los demás. ¿No denota este sentimiento algo mucho más profundo, cual es la debilidad de nuestra fe frente a una cultura brillante y fuerte a la que estamos vi-talmente adaptados y de la que nos resistimos a tomar distancia? Jesús nos escruta el corazón con su mirada profunda y nos ama cuando le confe-samos nuestra tibieza y le pedimos su guía para conocer y amar al Dios de la vida y del

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amor. Dejarnos tocar por su mirada amorosa y seguirlo nos libera de tal modo que nada vuelve a ser igual. La presencia del Dios providente en toda vida humana, hasta ese momento desapercibida, pasa a un primer plano y se vuelve concreta, luminosa e inspi-radora de una gran confianza en Aquél que nos ama y toma nuestras vidas en sus ma-nos. Este sentimiento hace exclamar al salmista:

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? (Salmo 27, versículo 1)

Es ésa la experiencia y la clave desde la que Jesús nos habla, nos descentra de nuestras preocupaciones y afanes cotidianos y nos recentra en torno a lo único esencial: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.” Nuestro único y auténtico afán es la búsqueda del Reino de Dios, esto es, de la presencia eficaz y definitiva del Dios-amor entre nosotros acontecida en Cristo, siguiendo en esa búsqueda la pauta marcada por las Bienaventuranzas. Quien abraza ese afán vive confiadamente, sintiéndose en las manos providentes del Padre, aunque no falten los momentos de prueba y de oscuridad. 2. Nuestra familia No podemos ser ni ingenuos ni ilusos al hablar de la familia. Nunca ha resultado fácil formar y sacar adelante una familia. Entraña grandes dosis de paciencia, perseve-rancia y sacrificio para sobrellevar dificultades, sinsabores, frustraciones y, a veces, dolores del alma de los que nos dejan profunda huella. A pesar de todo ello, la mayoría de la gente considera la familia, tanto aquélla en la que han nacido como la que han fundado, un bien sumamente preciado, que juega un papel central en su vida. No deja de llamar poderosamente la atención que, en un mundo tan cambiante como el nuestro, que ha trastocado y rehecho la jerarquía de valores, la familia siga siendo el valor socialmente más valorado. Las razones de ello, sin embargo, no parecen difíciles de adivinar. La familia sigue siendo el lugar privilegiado donde se experimenta de manera única algo que marca definitivamente nuestras vidas y las sella con una sed que nada puede saciar: el amor incondicional y gratuito, que se deriva directamente del Dios que es amor y que nos hace “partícipes de Dios” porque “el amor es de Dios”. Só-lo esa experiencia única merece el título de humana. Toda la Biblia tiene como telón expresivo de fondo del Dios-amor y del amor que es de Dios el que surge de la experiencia del amor incondicional y gratuito que se expe-rimenta en la familia, así como de la fragilidad por la que está siempre amenazado. Las incontables figuras del amor aparecen y reaparecen para expresar el juego del enamo-ramiento, la unión, la infidelidad, el desengaño, el sentimiento de repudio, la reconcilia-ción, el sacrificio, la incondicionalidad, y, sobre todo, lo invencible e irrevocable del amor divino. La Biblia refiere todo ello a la relación de Dios con el pueblo de Israel y con sus criaturas. Los profetas, los salmos, el Cantar de los Cantares y, de una manera más o

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menos implícita, el resto de los libros del Antiguo Testamento están atravesados por dicho lenguaje. No es de extrañar, por tanto, que Jesús exprese constantemente su rela-ción con Dios como una relación paterno-filial y que la fe de la Iglesia haya hecho de esa relación uno de los rasgos esenciales del Dios trinitario. Escuchemos con atención las palabras de Jesús:

Como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. (Evangelio de San Juan, capítulo 17, versículos 21-24)

La fe de la Iglesia confiesa a un Dios trinitario y a un Dios-Hijo en el que ve la unión perfecta de las naturalezas humana y divina. Esa fe tiene su origen en una expe-riencia concreta: los discípulos vieron en Jesús, de manera provisional durante su vida terrena y firmemente tras su resurrección, ascensión y envío del Espíritu Santo, a Aquél que, representando la plenitud del ser humano, estaba tan íntimamente unido a Dios que no podía sino ser también auténtico Dios. No debemos nunca olvidar que la fe de la Iglesia nace de la experiencia de unos discípulos que se sienten plenamente reflejados, reconocidos, asumidos, amados, con-frontados, liberados, salvados y plenificados por Jesús, en quien vieron al Cristo, al en-viado del Padre. Esta experiencia fue celebrada y expresada como anuncio al mundo y, finalmente, definida y proclamada como fe auténtica y constitutiva de la Iglesia. La fe sólo tiene una matriz: la experiencia personal y comunitaria del amor extremo de Jesús, incondicional y gratuito, expresión del ser mismo de Dios. Esa experiencia se expresa en términos de amor paterno-filial, dejando así a las claras que las experiencias de amor dentro de la familia son una ventana única por don-de atisbar y experimentar qué y quién es Dios. Jesús le dice al Padre que lo ha conocido porque ha experimentado su amor antes de la creación del mundo, esto es, un amor eterno. Amor y conocimiento, por tanto, van unidos. Una madre y un padre ¿no sienten cada cual a su modo que aman apasionadamen-te a sus hijos e hijas hasta el punto de encontrarse a su merced, de no poder dejarlos de amar y de percibir íntimamente que su vida está para siempre unida a la de aquéllos a los que y por los que han dado la vida? ¿No va surgiendo poco a poco en los hijos la conciencia de que lo que han recibido de sus padres sobrepasa todo límite imaginable y, por supuesto, rompe toda la lógica de los valores culturales en boga? ¿No es verdad que

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el ámbito familiar, a pesar de todas sus carencias y de su precariedad creciente, es de los únicos en los que se nos muestra la posibilidad y necesidad de la entrega incondicional? En él experimentamos tanto las posibilidades insospechadas del milagro del amor como el dolor más intenso por las rupturas y por las pérdidas irreparables. Por esa razón, la familia es una fuente única de espiritualidad, de descubrimiento de quiénes somos y de qué estamos llamados a ser. La importancia capital de la familia como escuela de amor no puede hacernos olvidar ni sus carencias y peligros, ni algo más relevante aún: que no puede absolutizar-se y convertirse en ídolo frente a Dios. Aunque está claro que la relación capital que nos une a la familia debe ser respetada ¿no convertimos a nuestra familia en un recinto her-mético a la crítica propia y ajena, por muy sana y constructiva que ésta sea? Si bien la familia es el ámbito natural en el que experimentamos la naturaleza desbordante del amor gratuito, ¿no corremos el peligro de convertirla en un refugio cerrado frente a la dureza del sistema, colaborando de ese modo a una cultura individualista que no hace sino empobrecernos, dividirnos y favorecer la ley del más fuerte? En el siguiente texto, Jesús nos invita a preguntarnos si nuestras familias viven en presencia del Dios que es fuente del amor que las constituye y referencia última de todo:

Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: − Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Les contestó: − ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, paseando la mirada por el corro, dijo: − Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Evangelio de San Marcos, capítulo 3, versículos 31-35)

El texto juega con las circunstancias para remachar el punto fundamental: Dios es en último término nuestro único Señor y sólo a Él debemos obediencia. Por ello, el rela-to nos dice que la familia de Jesús está en un ámbito distinto al de Él: Él está “dentro”, rodeado de mucha gente que le escucha, mientras que ellos se quedan “fuera”. Por ello también, para señalar que están en claves distintas, no hablan directamente entre sí, sino a través de intermediarios. Su familia manda a decirle que le “buscan”. Él les contesta afirmando su libertad radical y su misión: su familia es la de sus discípulos, esto es, los que no solamente le escuchan, sino que, como Él, disciernen y cumplen la voluntad del Padre. 3. Nuestra responsabilidad para con el bien común Dentro del polo de nuestros quehaceres cotidianos, además del trabajo y la fami-lia, el ejercicio de nuestras responsabilidades socio-políticas en aras del bien común es también fuente imprescindible de nuestra espiritualidad. Dar la espalda a tal responsabi-lidad es cerrarse al dato fundamental de que todas las personas que habitamos este mun-do somos criaturas de Dios por igual, llamados a formar parte, sin exclusión de nadie, del Reino que nos anuncia y que nos trae Jesús. Esto requiere entender adecuadamente el espíritu con el que debemos ejercer nuestro servicio, cuál ha de ser nuestra preocupa-ción fundamental al realizarlo y cuál es su significado con respecto a la sociedad en general.

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a. El amor como actitud de servicio Nuestro trabajo en aras del bien común se deriva directamente del Dios-amor y tiene su reflejo, como ya se ha comentado, en el doble mandato de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El Evangelio de San Juan expresa la segunda parte del mandato en términos más específicamente cristianos al relatarnos las palabras de Jesús a sus discípulos en su discurso de despedida durante la cena pas-cual:

Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. (Evangelio de San Juan, capítulo 15, versículo 12)

El Jesús que se sabe amado eternamente por el Padre y que conoce al Padre por dicho amor, ama a su vez a sus discípulos y a toda la humanidad “hasta el extremo”, dando su vida por todos y llamándonos a que nos amemos los unos a los otros del mis-mo modo, con un amor total, hasta el extremo. Este mandato sigue al relato en que Jesús lava los pies a sus discípulos. Se trata de un texto capital para comprender el espíritu de nuestro servicio a los demás:

Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: − Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: − Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: − No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: − Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: − Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: − ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maes-tro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. (Evangelio de San Juan, capítulo 13, versículos 2-9, 12-14)

El episodio tiene lugar durante la cena pascual, una ocasión especialmente solem-ne, que se desarrolla según el ritual establecido para ella. En ese marco, Jesús realiza un gesto imprevisto e inusitado. El gesto queda reflejado enfáticamente por las acciones de Jesús: se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla, se la ciñe, echa agua en un recipiente, lava los pies de los discípulos y se los seca con la toalla que se había ce-ñido. Sólo los sirvientes permanecían levantados mientras los señores comían. Jesús, al levantarse señala ya su condición de servidor. Los vestidos significaban la dignidad propia de quien los vestía. Al quitarse el manto y ceñirse una toalla, Jesús se abaja, des-

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pojándose de su rango, tal como nos lo señala la Carta de San Pablo a los Filipenses, para convertirse en servidor. Los gestos que siguen son todos ellos propios de un sir-viente. La resistencia feroz de Pedro muestra lo inusitado del caso. La respuesta tajante de Jesús a Pedro indica, por su parte, la importancia capital del gesto, revelador del ca-rácter mismo de su misión: convertirse en servidor de todos, hasta el extremo. Sólo quien acepta ese servicio total participa de lo que Jesús es. El gesto queda aclarado para los atónitos discípulos cuando Jesús, vistiendo de nuevo su manto y volviendo a la me-sa, les explica que Él, como Maestro y Señor, se ha querido hacer su servidor, para mos-trarles patentemente que se deben servir los unos a los otros, siguiendo su ejemplo. Esta lección práctica de la inversión de roles entre Señor y sirviente se efectúa por la trascendencia y urgencia del momento: Jesús sabe “que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía.” Esta conciencia de responsabilidad total y de final del camino es la que mueve a Jesús a poner todas las cartas encima de la mesa, a modo de testamento, manifestando con absoluta claridad tanto el sentido de su misión como la dirección que han de seguir sus discípulos. Esta idea tan presente en los evangelios, de que el primero ha de ser el último, el servidor, indica bien a las claras que, por principio, vivir y comunicar el Evangelio entraña trabajar por el bien de los demás como un servicio radical, dando un profundo giro a los roles tradicionalmente atribuidos a las autoridades y a los súbditos. b. Estar al lado de los más pequeños Si la actitud es de servicio radical, la orientación de dicho servicio no lo es menos: los pobres, los más débiles, los niños, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los ham-brientos, los pecadores, los desheredados son los preferidos de Jesús. No sólo es cues-tión de justicia, sino sobre todo y fundamentalmente, de gratuidad o, para expresarlo en términos más religiosos, de gracia; pero una gracia que está impresa en el corazón mis-mo de toda persona. La parábola del buen samaritano es iluminadora a este respecto, como respuesta de Jesús a la pregunta de un letrado: ¿quién es el prójimo?

Jesús dijo: − Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montán-dolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día si-guiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: − Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: − El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: − Anda, haz tú lo mismo. (Evangelio de San Lucas, capítulo 10, versículos 30-37)

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La escena de nuevo está llena de movimientos, para expresar así las actitudes y el sentido de las acciones de los distintos personajes. El protagonista, aunque pasivo, sobre el que gira la acción, es simplemente un caminante, que se desplaza de Jerusalén a Jeri-có por motivos desconocidos y, cosa muy relevante, del que no sabemos nada. Es, por así decirlo, un personaje anónimo, sin etiquetas, sin ningún galón ni relación, neutro, salvo por un rasgo esencial: es un ser humano. Una vez más la acción se desarrolla en el camino, símbolo de nuestra vida y de nuestra contingencia, en el que puede acaecer cualquier cosa. Los siguientes personajes en entrar en acción son unos salteadores que le despojan de lo que tenía, le dan una paliza y se van dejándole medio muerto. Nuestro personaje neutro y anónimo pasa a convertirse así en una persona injustamente tratada, despojada de sus bienes y de su dignidad, y cuya vida está en peligro; dicho de otro modo, es el símbolo de tantos habitantes anónimos de nuestro mundo, a los que la vida y la injusti-cia han colocado en una situación de máxima precariedad e indigencia. A continuación aparecen en escena un sacerdote y un levita. Representan al tem-plo y a una institución secular del pueblo de Israel con especial encomienda divina, y por tanto gozan de posición y prestigio. También ellos se encuentran en el camino de la vida con esa persona maltratada, pero le ven y dan un rodeo. Tratan conscientemente de no implicarse en una situación en extremo engorrosa, que, de seguro, les iba a traer pro-blemas y quebrantos. Es aquí cuando Jesús presenta en escena al protagonista activo de la misma. No se trata de ningún judío, sino de un samaritano. Para los judíos de aquel tiempo un samari-tano era como un hereje, alguien que había abrazado un camino religioso equivocado frente a la verdad representada por los judíos y su templo de Jerusalén. También a él el camino de la vida le conduce hasta el viajero injustamente maltrecho. Es claro a todas luces que, si nadie le echa una mano, va a morir sin remedio. Así lo ve él, quien, al con-trario del sacerdote y del levita, siente lástima y se compadece. La descripción de sus acciones revela cómo se involucra física, moral y económi-camente con el viajero desahuciado: se acerca, venda sus heridas, echa aceite y vino en ellas, lo carga en su propia cabalgadura (lo que simboliza el bajarse de la situación de privilegio en que se encontraba en beneficio del necesitado), lo lleva a una posada y cuida personalmente de él. Por si fuera poco, cuando ha de proseguir viaje, provee todo lo necesario para que el herido sea cuidado y sanado. Aunque la palabra prójimo signifique alguien con quien existe alguna relación de proximidad, el núcleo de esta enseñanza, en la que todos los personajes son simbólicos y anónimos, apunta en la dirección contraria: el prójimo resulta ser alguien que no sólo no tiene ninguna relación de proximidad con el injustamente despojado y malherido, sino que, por motivos históricos y religiosos, tiene razones para sentirse distante del herido. Los más próximos a éste, que no son ningunos herejes sino plenamente orto-doxos, son los que miran para otro lado, aunque ya han visto la gravedad de la situación. El samaritano, por el contrario, se implica sin reservas en su auxilio hasta garantizar su curación, esto es, su reincorporación al camino de la vida. El mandato final de Jesús: “Anda, haz tú lo mismo” resuena con fuerza en nues-tros oídos y conciencias, sin que podamos evitar sentirnos profundamente cuestionados,

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personal y comunitariamente, por el mismo. ¿Estamos dispuestos a ver, esto es, a cobrar conciencia de los males e injusticias que afectan a tanta gente próxima y lejana? ¿Nos atrevemos a bajar la guardia de nuestros propios quehaceres, oficios, agobios e intereses para dar espacio a la compasión, sintiendo el dolor del otro como propio? ¿Va nuestra compasión más allá de lo sentimental, llegando a ser efectiva? ¿Nos comprometemos en tiempo, en afecto, en cuidados y en dinero con los que sufren? ¿Somos capaces de com-padecernos también de aquéllos con los que no nos tratamos o consideramos nuestros adversarios por razones históricas e ideológicas? En el contexto de nuestras diócesis, todos sabemos que ésta cuestión no tiene nada de retórica y nos exige una revisión y conversión profundas. Uno de los prefacios de la Eucaristía nos dice que Jesús “también hoy, como buen samaritano, se acerca a todo el que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”. Sin duda conocemos ejemplos de personas y colectivos cristianos que, siguiendo a Jesús, hacen lo mismo. Pero sería cíni-co pretender que ya hacemos lo suficiente. La pregunta de fondo nos turba: ¿estamos dispuestos a cambiar para que no sigan existiendo prójimos injustamente despojados y abandonados a su propia suerte en la cuneta del camino de la vida? Como personas y como Iglesia debemos sentir el mandato de Jesús como inquie-tante e interpelante: Él nos llama a amar especialmente a las personas necesitadas y su-frientes que encontramos en el camino de nuestras vidas. El sufrimiento no se mide por estadísticas, sino que es concreto y lo tenemos junto a nosotros. Lo descubrimos siem-pre que, dejando de mirar para otro lado, volvemos nuestra mirada compasiva hacia todos los que, en nuestra propia sociedad del bienestar, yacen maltrechos, tirados en el camino: los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los emigrantes, los enfermos y los encarcelados. A estos “pequeños” del Juicio Final del Evangelio de San Mateo, hemos de añadir los ancianos, la gente sin hogar ni familia, las víctimas del terrorismo y sus familiares, y tantas otras personas que, por unas u otras razones, se sienten morir en vida. Cada una de estas personas nos muestra el rostro doliente de Jesús y nos llama a convertirnos como individuos y como Iglesia, a pedir perdón por nuestra indiferencia, a compadecernos y a hacer lo mismo que el buen samaritano. Debemos imitarlo también, trabajando sin descanso por la causa de la justicia y la solidaridad universales. Lo contrario, ir con la corriente de una sociedad satisfecha que tiene dificultades crecientes para sentir compasión en sus entrañas, sólo quiere seguir “progresando” y no está dispuesta a compartir ni un vergonzoso 0,7% de su riqueza con los desheredados de la tierra, no hará sino deshumanizarnos más y debilitar nuestra poca fe personal y comunitaria. c. Trabajar aquí, esperando la venida definitiva del Señor Hemos de dar un paso más al examinar nuestra responsabilidad para con el bien común. Este paso nos debe ayudar a comprender qué nos asemeja y qué nos separa de lo que Jesús llama “el mundo”, para que sepamos cuál es nuestra auténtica identidad. Vol-vamos para ello a la oración que Jesús dirige al Padre al despedirse de sus discípulos:

Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.

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Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. (Evangelio de San Juan, capítulo 17, versículos 11-12, 14-18)

Este texto evangélico es, cuando menos, inquietante e incómodo, tanto por su con-tenido y significación, cuanto por sus implicaciones. Nos presenta un tema central del Evangelio de San Juan: la tensión entre el mundo, por una parte, y todo lo que el Padre, Jesús y sus discípulos representan, por la otra. La unidad y verdad plenas corresponden a este segundo ámbito. El texto es inquietante porque, al indicar que el mundo odia a los discípulos de Jesús, nos desvela que el camino del seguimiento no es ni social ni exis-tencialmente inocuo, sino que conlleva un importante coste. La incomodidad se deriva de la dificultad de no ser “normal” en términos socio-culturales. Nuestro sentimiento de ser ciudadanos plenos del mundo y de nuestra cultura hace que nos resulte muy difícil aceptar que, como discípulos de Jesús, somos distintos de lo que nuestra sociedad y nuestra cultura representan. De ahí que hayamos de exami-narnos con toda sinceridad. ¿Sentimos necesidad de ser realmente distintos de lo que el mundo valora? ¿Estamos preparados a serlo? ¿No buscamos más bien nuestra plena integración en la sociedad en la que vivimos, deseando alcanzar además éxito profesio-nal y económico? ¿Hasta qué punto somos una alternativa en nuestra forma de pensar y de vivir? ¿En qué medida estamos dispuestos a cambiar nuestra manera de vivir y a ac-tuar en sociedad de modo acorde al Evangelio? Esta oración de Jesús al Padre contiene otros elementos de gran relieve, que nos ayudan a comprender nuestra misión de discípulos en una sociedad cada vez más plural y más distanciada de la fe cristiana. Unida a la afirmación de Jesús de que ni Él ni noso-tros somos del mundo, se eleva su oración para pedirle al Padre que no nos retire del mundo, sino que nos guarde del mal. No es que Dios reniegue del mundo, su propia obra, sino todo lo contrario, como nos dice el mismo Evangelio de San Juan:

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todos los que creen en él tienen vida eterna. Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Evangelio de San Juan, capítulo 3, versículos 16-17)

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El envío de Jesús por parte del Padre y el nuestro por parte del propio Jesús tienen su origen en el amor que Dios tiene al mundo y en su deseo de borrar el pecado, el mal y la muerte de la faz de la tierra. Por eso Jesús le pide al Padre que no nos retire del mundo, sino que nos proteja del mal. No se trata de condenar al mundo sino de que el mundo se salve. Nuestro problema, sin embargo, como individuos y como comunidad cristiana, no es tanto nuestra inclinación a condenar al mundo, sino a identificarnos de hecho con él. ¿Cómo podemos ser sal y luz si no nos distinguimos de los valores y mo-dos de vida dominantes en nuestra cultura? Vivir el Evangelio para así poderlo comunicar implica abrazar sus valores, que son los del Reino que Jesús vino a anunciar y a instaurar. Por ello, en cuanto discípulos, somos ciudadanos del Reino de Dios, que, tal y como Jesús testimonió ante Pilato, de ningún modo se puede identificar con nuestro mundo. ¿Creemos de verdad con Jesús que nuestro Reino no es de este mundo? Ésta es una cuestión capital a la hora de enten-dernos a nosotros mismos en relación con la sociedad en general y a nuestro papel en ella. Sin duda hemos de colaborar con todas nuestras fuerzas al logro del bien común, especialmente compadeciéndonos con Jesús de todos los que están en seria desventaja y tratando de trabajar en su favor. Este principio vale principalmente para las personas que sienten la llamada a seguir a Jesús y a vivir el Evangelio en el ejercicio de la políti-ca, algo que, por constituir en sí mismo un servicio a todos, sin duda, les ennoblece; sin embargo, esta colaboración al logro del bien común ha de realizarse con nuestro cora-zón y nuestra esperanza puestos en el Reino. Los valores de ese Reino no son los que gobiernan este mundo. Los vivimos en tensión y en esperanza, anhelando la venida de-finitiva de Jesucristo. Sólo de esa forma haremos a nuestro mundo el servicio para el que Jesús nos ha enviado. V. VIVIR LA VOCACIÓN EN COMUNIDAD Como ya venimos insistiendo a lo largo de esta carta, hemos de vivir nuestra espi-ritualidad, al igual que Jesús, no sólo en nuestros quehaceres cotidianos, sino también en comunidad. Este modo imprescindible de dejarse guiar por el Espíritu es especial-mente necesario en nuestro tiempo. ¿Cómo, si no, evitar ser envueltos y tragados por la fuerza de una sociedad que se siente triunfadora? Sin negar las distintas formas de se-guimiento y los distintos acentos de cada vocación, ninguno de nosotros puede vivir su fe por libre, de modo exclusivamente individual. Toda vocación necesita la experiencia de la comunidad en la que se enraíza, se encuadra y da fruto. Esa experiencia comunita-ria puede, a su vez, revestir distintas formas, de las que deseamos destacar tres: la fami-liar, la de las comunidades de referencia y la parroquial. Ninguna es excluyente, sino que las tres se complementan.

1. La comunidad de base de la familia En el punto anterior nos hemos referido a la familia como fuente de espiritualidad en nuestros quehaceres cotidianos. Ahora deseamos hacerlo como fuente comunitaria de espiritualidad. Ya en una ocasión anterior tratamos esta cuestión en profundidad, en nuestra carta pastoral de Pascua de 1995, Redescubrir la familia. Es conveniente recor-dar algunos de los puntos que señalábamos entonces.

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Nuestra fe considera el matrimonio un sacramento. En él, la gracia de Dios, su amor creador e invencible, sella la fortaleza y la vocación de aquéllos que se unen por amor en el mismo momento en que fundan una comunidad de vida. Esta dimensión co-munitaria es esencial a la familia. Se puede decir que el éxito de toda familia estriba en alimentar continuamente la experiencia de común unión entre todos sus miembros, tanto en los momentos más gratificantes y luminosos, como en el vivir cotidiano y, de modo muy especial, en los momentos de dolor y de dificultad. Para que esa experiencia cobre todo su sentido ha de estar referida a su propia fuente, que no es otra que el amor de Dios, derramado en la gracia del sacramento del matrimonio. Desde ese punto de vista, la vida familiar comunitaria es una vida en la que anida el Espíritu y en la que se experimenta el ser guiado por el Espíritu. Ello supone vivir abierto a las sorpresas del Espíritu y dejarse conducir por Él, tal como lo relata este pasaje evangélico:

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Je-rusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asom-brados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: − Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él les contestó: − ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Pa-dre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres. (Evangelio de San Lucas, capítulo 2, versículos 41-52)

El comienzo del relato nos revela que la vida de la sagrada familia de Nazaret está referida de modo fundamental al Dios de la fe de José y María. La celebración de la Pascua y la subida a Jerusalén marcan y sellan anualmente esa referencia. Hay algo im-portante a reseñar: la vivencia de la fe y del Evangelio no son algo racional y abstracto, sino que pasan por el ejercicio de prácticas concretas que, por su especial significado y por incorporarnos física y espiritualmente a ellas, conforman nuestra identidad. Sin la concreción de unas prácticas significativas es fácil caer en un racionalismo religioso que dista mucho de una fe viva, que envuelve todo nuestro ser. Este peligro no es teórico, sino muy real en todos nosotros, imbuidos como estamos de una cultura que exalta la razón y margina el corazón y la voluntad. ¿Podemos vivir el Evangelio y el seguimiento de Jesús en nuestras familias sin prácticas religiosas, salvo algunas ocasio-nales y simbólicas? ¿Podemos hacerlo sin orar habitualmente para así referir los aspec-

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tos más decisivos de la vida familiar al Dios-amor providente? ¿O sin celebrar con regu-laridad la eucaristía como un acontecimiento central en la vida de nuestras familias? Por ese camino, la densidad de nuestra vida de creyentes, tanto personal como familiar, se adelgaza y debilita sin remedio. No olvidamos que en muchas familias de hoy, por muchas razones, sus miembros abrigan distintas actitudes con respecto a la fe. Incluso en aquéllas en que ambos cón-yuges desean educar a sus hijos en el seguimiento de Jesús, surgen las dificultades de transmisión a que hemos hecho referencia más arriba. En tales casos, muchos padres siguen procurando con esfuerzo que la fe se enraíce en sus hijos. Conocemos su sufri-miento cuando no lo logran. Sin duda resulta de gran ayuda para tan difícil labor que los hijos experimenten desde su más temprana edad la centralidad de una fe comunitaria-mente vivida en la familia y ligada a los actos más importantes de la vida familiar. Es esa experiencia la que une la vida a la fe, otorgando una honda significación al aprendi-zaje religioso. El juego de las libertades y de las vocaciones que se forjan en el seno de la familia nunca ha sido fácil de gestionar. Así nos lo muestra Jesús, quien, sin decir nada a sus padres, decide tomarse la libertad, con doce años, de quedarse en Jerusalén mientras que sus padres inician el camino de vuelta a casa. Éste es el momento en que se nos facilita otro dato relevante: la familia no había subido a Jerusalén en solitario, sino formando parte de una caravana. Se nos indica así que la vivencia de la fe y el peregrinar que su-pone se viven en familia, pero no de modo cerrado, sino participando en una comunidad más amplia. La escena siguiente tiene dos partes. En la primera vuelve a prefigurarse la voca-ción y misión de Jesús: Él está llamado a ser el auténtico Maestro de Israel. Así lo ates-tigua el asombro de los maestros en el templo. Los tres días que tarda en aparecer son una referencia clara a su muerte y resurrección. La segunda parte de la escena nos da cuenta de un hecho insólito: el niño no deja que sus padres, sorprendidos y angustiados, le recriminen su comportamiento, sino que es Él el que recrimina a sus padres el desco-nocimiento que tienen de su misión: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo de-bía estar en la casa de mi Padre?”. Naturalmente, José y María no entendieron seme-jante respuesta, pero la actitud del niño les movió a pensar y meditar. El final del relato es de una profunda sabiduría y afecta a todos los miembros de la familia de Nazaret. Jesús vuelve a casa con sus padres para prepararse para su hora. Y lo hace en obediencia, viviendo sujeto a ellos. De María se nos dice que escrutaba conti-nuamente la voluntad de Dios sobre la familia, conservando cuidadosamente en su cora-zón todos los acontecimientos y las cosas que no entendía, pero cuya importancia intuía. El pasaje se cierra aplicando a Jesús las tres dimensiones esenciales del crecimiento de una persona: en estatura, en sabiduría y en gracia, esto es, físicamente, en el conoci-miento de la realidad y de uno mismo, y espiritualmente. Algunos elementos claves de un relato tan rico merecen ser especialmente desta-cados. Empezando por el final, es importante tener claro en nuestras familias que crecer no se reduce a alimentarse bien y a prepararse de la mejor manera para tener éxito en la vida. La comunidad familiar se convierte en auténtica comunidad cristiana y en escuela para vivir el Evangelio cuando busca que todos sus miembros crezcan no sólo en cono-

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cimientos y en éxito, sino en sabiduría y estatura moral y, sobre todo, en gracia, esto es, en el amor de Dios, fuente y horizonte de toda persona y de toda familia. Un segundo elemento a resaltar hace referencia a la vocación. Como en el caso del amor del Dios trinitario, en el que la unión perfecta no anula sino que funda y nutre la especificad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la comunidad familiar también fun-da y nutre la especificidad de cada uno de sus miembros. Padres y madres desean lo mejor para sus hijos e hijas y viven con especial ansiedad y zozobra la incertidumbre de su futuro. No es difícil, sin embargo, identificar de modo automático lo mejor con aquello que, a juicio de los padres, garantice a sus hijos un éxito profesional y económico que les coloque en una buena posición en la vida. ¿Qué escala de valores es la que opera en tal identificación? ¿Qué papel juega en nuestras familias el principio de que cada uno de sus miembros debe descubrir su propia vocación para servir mejor a Dios y a los de-más? ¿No es cierto que cuando un hijo o hija muestra su deseo de seguir una vocación animada por ideales nobles y valiosos, pero poco valorados social y económicamente, los padres sienten una angustia especial y tratan de disuadirle? ¿No es cierto en muchos casos que la vocación a algún tipo de vida religiosa produce una angustia y resistencia particulares en los padres? ¿Cómo se entiende tal cosa en una familia que se considera cristiana y aprecia el Evangelio? Un tercer elemento se une a lo anterior. No todo es luz en la comunidad familiar por mucho que sea fiel a la voluntad de Dios. A veces, es precisamente esa búsqueda la fuente de desconcierto y de oscuridad. Eso les ocurre a José y María con el extraño comportamiento de su hijo, quien, pasado el episodio de Jerusalén, crece en todos los sentidos bajo su sujeción, sin crearles ningún tipo de problemas. También esos momen-tos de oscuridad y desconcierto, que no son pocos en la vida de cualquier familia nor-mal, sirven para crecer en la fe y en la fidelidad al Evangelio, si, como en el caso de María, son referidos a Dios y nos ayudan a meditar profundamente su sentido. En el fondo, ella al hacerlo está siguiendo ya a su Hijo. En conjunto, el texto sirve para mostrar que nuestra vida evangélica en el segui-miento de Jesús, guiados por el Espíritu, encuentra una de sus fuentes esenciales en la comunidad familiar. Ésta ha de ser entendida no como la única, sino como una primera y auténtica comunidad cristiana de base, o, como “una especie de iglesia doméstica”, enraizada en el amor mismo de Dios. Como tal, esa comunidad se convierte en una co-munidad de sentido y de vivencia de la buena noticia de que el amor de Dios manifesta-do en Cristo Jesús nos envuelve, nos transforma y nos llena de fuerza y de esperanza. 2. La comunidad de referencia La vida en comunidad ha sido uno de los dones del Espíritu a nuestra Iglesia des-de su fundación. Han sido muchas las personas que, a lo largo de los siglos, se han visto llamadas a vivir el Evangelio dentro de una comunidad. Las órdenes monásticas, las distintas familias religiosas y una gran variedad de institutos creados a tal fin constitu-yen un tesoro y una referencia inapreciables dentro de la diversidad de vocaciones y carismas que componen la Iglesia de Cristo. De esta llamada a la vida comunitaria han surgido numerosos “espacios comunitarios” en los ámbitos de la enseñanza, la salud y

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la caridad. Además de sus frutos abundantes, estas realidades han sido y continúan sien-do capitales para la renovación de la Iglesia y para plasmar la llamada a seguir a Jesús en cada momento de la historia. Este don del Espíritu para vivir la fidelidad al Evangelio cobra un relieve especial en nuestra sociedad plural, moderna, rica, profundamente secularizada y ordenada como un estado democrático de derecho, que, por principio, es aconfesional y laico. Como se ha apuntado en diferentes lugares de esta carta, vivir y comunicar el Evangelio hoy im-plica forjar nuestro espíritu en el ejercicio del discernimiento y de la vigilancia para mantener firme el rumbo de la fidelidad radical a Dios y al prójimo. En respuesta a tal necesidad, el propio Espíritu ha ido suscitando entre nosotros nuevos modos comunita-rios de vivir el seguimiento, especialmente entre el laicado. Hasta hace pocos años, los grupos de revisión de vida eran el medio privilegiado de vivir el Evangelio y vivificar la fe dentro de los movimientos generales y especiali-zados de Acción Católica. Los frutos de tales grupos han sido y siguen siendo abundan-tes a la hora de mantener y desarrollar la manera evangélica de vivir las realidades del mundo, viéndolas con los ojos de la fe, leyéndolas e interpretándolas desde la Palabra y actuando como discípulos que se sienten llamados a vivir y a testimoniar el Reino. A medida que los contornos de nuestro marco sociocultural han ido cambiando, también el Espíritu ha ido suscitando nuevas formas de espiritualidad comunitaria. Una de ellas es la aparición de numerosos movimientos impulsores de comunidades laicales, de grupos o comunidades de referencia y de equipos de lectura creyente de la Palabra, entre otros. Todos ellos buscan anclar y apoyar la fidelidad al Evangelio en nuestra so-ciedad. Han nacido en el seno de las parroquias, movimientos, órdenes, congregaciones e institutos religiosos y seculares. Una buena parte del laicado más activo forma parte de estas nuevas comunidades. La espiritualidad comunitaria fue uno de los rasgos constitutivos del seguimiento de Jesús de los primeros discípulos. En los Hechos de los Apóstoles se halla este precio-so pasaje referido a los apóstoles, tras la detención, juicio y posterior liberación de Pe-dro y Andrés:

Puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de los suyos y les conta-ron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos. Al oírlo, todos juntos invocaron a Dios en voz alta: Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; tú inspiraste a tu siervo, nuestro padre David, para que dijera: «¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? ¿Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías?». Así fue: en esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, para realizar cuanto tu poder y tu voluntad habían determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.

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Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a to-dos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios. (Hechos de los Apóstoles, capítulo 4, versículos 23-31)

En este pasaje hallamos los rasgos esenciales de la espiritualidad de una pequeña comunidad en la que compartir los acontecimientos más relevantes de nuestra vida, leer-los e interpretarlos a la luz de la Palabra y acoger al Espíritu para actuar según el Evan-gelio. Lo primero que notamos es que Pedro y Juan sienten la necesidad de compartir con el resto de los apóstoles lo que habían vivido. Así, el texto nos dice que vuelven a los suyos en cuanto quedan libres para relatarles todo lo sucedido. El término “los su-yos” denota que se sienten un grupo distinto al resto de la sociedad, una comunidad marcada por la fe en Jesús y el anuncio de su muerte y resurrección en un medio que piensa y ve las cosas de otro modo. Por ello habían sido detenidos, interrogados y ame-nazados por las autoridades religiosas. Es lo más probable que ninguno de nosotros vaya a pasar por una situación seme-jante a la aquí relatada; sin embargo, en nuestra vida cotidiana se nos presentan con fre-cuencia situaciones que no son fácilmente compatibles con el Evangelio. A veces son situaciones referidas a la existencia de profundas injusticias y escandalosas desigualda-des; otras veces se trata de situaciones en las que actuar de manera honesta y leal tiene repercusiones prácticas que nos intimidan; otras se refieren a decisiones ligadas a nues-tra vida personal y familiar y al lugar que los demás, especialmente los más necesitados, ocupan en ella. En momentos así es crucial sentirse miembro de una comunidad de discípulos con la que compartir nuestros dilemas y discernir el camino a seguir. En una sociedad pro-fundamente individualista también nosotros hemos ido adoptando una actitud reacia a contrastar nuestros modos de vida y nuestras decisiones. Esta actitud nos encierra en nosotros mismos y debilita sobremanera nuestra capacidad de ser fieles al Evangelio. El Espíritu nos está llamando, por ello, a sentirnos parte de una comunidad de discípulos en la que compartir y contrastar nuestras vidas. El segundo rasgo es que los hechos acaecidos son leídos e interpretados a la luz de la Palabra, yendo al fondo de la cuestión. La lectura de un pasaje del Salmo 2 ilumina a los apóstoles para llegar a la conclusión de que no se trata simplemente de un enfrenta-miento entre posiciones más o menos diferentes y opuestas, sino de algo tan fundamen-tal como la alianza de todos los poderes contra Jesús y su misión y, como consecuencia, contra sus seguidores. En una sociedad cada vez más indiferente a la fe y tan “ateniense” como la nuestra no parece que corramos el riesgo de ser perseguidos por causa del Evangelio. ¿Quién de nosotros lo siente? Probablemente este dato ya sea en sí mismo todo un síntoma de la debilidad individual y eclesial de nuestra vida evangélica. Pero, ¿cómo leemos e inter-pretamos la falta de relevancia y de tono de la vida cristiana en nuestra sociedad? ¿In-tentamos hacerlo a la luz de la Palabra? ¿Podemos hacerlo solos? El tercer y último rasgo está referido directamente a la decisión de los apóstoles de seguir su vocación en un entorno tan hostil, proclamando la Palabra con toda valen-tía. Para ello piden el auxilio del Señor, quien se lo otorga mediante el envío del Espíri-tu Santo. El texto nos relata que la llegada del Espíritu sacudió el lugar en el que se en-

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contraban, indicando así que su poder es capaz de remover cualquier situación hasta sus cimientos. ¿Nos sentimos con fuerzas para tomar la misma decisión que los apóstoles en nuestras vidas? ¿No consideramos en el fondo que tomarse las cosas así, tan a pecho, es excesivo y contraproducente? ¿No es más cierto, en consecuencia, que necesitamos una comunidad de la que sentirnos auténticos miembros para sentir el auxilio del Espíritu y actuar de una manera evangélica? ¿Estamos dispuestos a que la fuerza del Espíritu nos mueva hasta los cimientos? 3. La comunidad parroquial Ni la comunidad familiar ni la de referencia agotan la dimensión comunitaria de nuestra espiritualidad. Esa dimensión es universal, como lo son la naturaleza y misión de la Iglesia. Fundada sobre los apóstoles, la Iglesia universal se realiza en cada dióce-sis, llamada a vivir en comunión con todas las demás, bajo el primado de Pedro y sus sucesores. Dentro de cada diócesis, la parroquia tiene vocación de ser comunidad de comunidades. Como ya indicamos en nuestra última carta pastoral de Cuaresma-Pascua de 2005, Renovar nuestras comunidades cristianas, la parroquia está llamada a cambiar y a abrir-se a la realidad de las nuevas Unidades Pastorales. Tampoco podemos pasar por alto que los cambios socioculturales han restado a las parroquias una gran parte del papel de so-cialización en la fe y en el entorno que han jugado hasta tiempos aún recientes. A pesar de todo ello, la parroquia sigue siendo una realidad insustituible para vivir la dimensión comunitaria constitutiva del seguimiento de Jesús. En las primeras comunidades cristianas, que conocemos a través de los escritos de San Pablo y del libro de los Hechos de los Apóstoles, podemos observar los rasgos esenciales que deben formar la espina dorsal de nuestras parroquias. Veámoslo en el siguiente pasaje:

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesio-nes y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. (Hechos de los Apóstoles, capítulo 2, versículos 42, 44-45)

En este breve pasaje se resume por entero la vida de toda comunidad cristiana: escuchar y anunciar la Buena Noticia, celebrarla, ejercitarla en la práctica de la caridad, y vivir la comunión. Toda comunidad cristiana, de la naturaleza que sea, está formada por estos rasgos y funciones; sin embargo, su ejercicio cobra un significado especial en la comunidad parroquial: en la parroquia se vive la diversidad que nos abre más allá de los límites naturales o de afinidad personal, social o vocacional que caracterizan a las comunidades familiar y de referencia o a los distintos movimientos apostólicos. Esta diversidad cobra su significado propiamente evangélico cuando es vivida como comunión, uno de los grandes dones del Espíritu a la Iglesia del Señor. Sólo en comunión −a la que el texto se refiere dos veces− podemos vivir nuestra propia voca-ción al seguimiento, purificada de las limitaciones características de los quereres, modos

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de pensamiento, posición social, cualidades e inclinaciones de cada cual. Esta comunión tiene dos dimensiones que se exigen y complementan entre sí: la espiritual y la material. La espiritual, a la que se refería Cristo en la oración al Padre ya comentada, nos hace vivir la experiencia de nuestra unión radical con Dios y con los demás, por encima de diferencias y ambigüedades, a la vez como un don y como una promesa. Esta comu-nión espiritual conduce a la material, esto es, a compartir con los demás todo lo que somos y tenemos, porque todos lo hemos recibido todo de Dios. No sólo estamos lla-mados a compartir nuestros bienes materiales con los demás en la medida que cada cual necesita, sino también nuestros propios carismas y vocaciones con toda la comunidad, para edificar, como San Pablo nos lo recuerda, un solo cuerpo que tiene como cabeza a Cristo. En la comunidad parroquial, estamos llamados, pues, a ejercer una caridad más plena. La comunidad parroquial, al igual que la primera comunidad cristiana, está llama-da a ser constante en la escucha de “la enseñanza de los apóstoles”. Por ello, bajo la guía del obispo diocesano como sucesor de los apóstoles, es el lugar en el que se enseña y se anuncia el misterio salvífico que se celebra y se practica: que el amor eterno del Padre creador nos ha sido dado a conocer en plenitud en su Hijo Jesucristo salvador y habita en nosotros por la efusión del Espíritu vivificador. Con el término la “fracción del pan”, el texto se refiere a la celebración de la eu-caristía, centro de la vida de la comunidad creyente. Por ello, queremos insistir una vez más en la importancia capital de la eucaristía y de su celebración dominical. Sin ella, no podemos hablar propiamente de fe cristiana. Esta celebración eucarística encuentra en la parroquia un ámbito adecuado y necesario dentro de la comunión diocesana. En la pa-rroquia se combina la diversidad de carismas y vocaciones con el sentido de pertenencia a la comunidad, sin el que la eucaristía pierde su auténtico carácter. Puede celebrarse la eucaristía en comunidades de ámbito más reducido cuando haya razones pastorales que así lo aconsejen. Puede también resultar pastoralmente con-veniente la celebración de eucaristías dirigidas a determinados colectivos, como el de los jóvenes, las familias, u otros. Tampoco queremos pasar por alto el servicio que pres-tan los centros de culto de las distintas familias religiosas, en los que se celebra la euca-ristía. No obstante, nada de ello debe hacernos olvidar la importancia de la celebración eucarística parroquial. En general, la parroquia es el ámbito normal y adecuado de la vida sacramental. Es ella la que garantiza que podamos superar la tentación del individualismo de la gra-cia, al colocar la efusión del Espíritu en el ámbito de toda la comunidad, representada en la parroquia. Es la comunidad parroquial la que nos recibe en la Iglesia por el Bautismo y nos acompaña a confirmar nuestra fe. Es también la que nos despide en la esperanza de la resurrección cuando partimos de este mundo. Asimismo, la comunidad parroquial, como la del texto, es una comunidad orante, que se relaciona con Dios como tal comunidad a la vez diversa y una, transformada por la experiencia del misterio de su amor infinito e inabarcable, para expresarle sus alegrías y penas, luces y sombras, fortalezas y debilidades, esperanzas y frustraciones, siempre en camino de purificación y discernimiento para seguir a Jesús como tal comunidad.

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VI. VIVIR LA VOCACIÓN EN RELACIÓN DIRECTA CON DIOS Cada uno de nosotros está llamado, en último término, a encontrarse con Dios en la soledad de nuestra alma. No es ésta una experiencia reservada a ciertas vocaciones, sino común a todos los que hemos recibido la Buena Noticia y la queremos vivir y co-municar. Sin este encuentro directo tampoco es posible vivir de verdad la espiritualidad, ni en la vida cotidiana ni en comunidad. Nunca puede fallar ninguno de los tres polos si de verdad queremos vivir y comunicar el Evangelio. No obstante, tampoco resulta fácil encontrarnos con Dios en el desierto de nuestro ser más íntimo. Posiblemente no este-mos bien equipados para ello. Para relacionarnos directa y personalmente con Dios necesitamos cultivar y tem-plar nuestro espíritu mediante el ejercicio espiritual. Esa relación con Dios se hace mu-cho más necesaria en dos momentos particulares: cuando discernimos y nos preparamos para seguir nuestra vocación y cuando pasamos por experiencias tan difíciles, que nos llevan a poner en duda el sentido de nuestra fe y de nuestra existencia. Por último, nece-sitamos encontrar la manera de expresarnos lo más plenamente posible ante Dios me-diante la oración. 1. Cultivar y templar el espíritu: el ejercicio espiritual Como ya se ha apuntado más arriba, la experiencia de que nuestra vida es más grande que nosotros mismos y, por tanto, de que vivimos continuamente en presencia de un misterio es, de algún modo, la experiencia humana más básica y común. Esta expe-riencia mística de base, que traspasa todo nuestro ser, nos resulta una gran desconocida. Aunque todos estamos cada vez más sensibilizados acerca de la necesidad de cuidar nuestra salud mediante la práctica sistemática del ejercicio físico, vivimos casi total-mente de espaldas a la necesidad de ejercitarnos también para mantener la salud de nuestro espíritu y poder así vivir de manera plenamente humana. En nuestra ya mencionada carta pastoral de Cuaresma-Pascua de 2005, Renovar nuestras comunidades cristianas, advertimos sobre este reduccionismo, que también afecta a nuestro estilo y práctica pastoral. Ya apuntábamos entonces que nuestras comu-nidades no pueden renovarse si no es a través de la experiencia del misterio del amor de Dios. La existencia de comunidades cristianas que viven con intensidad la presencia del Espíritu no nos debe hacer olvidar que la sequía de nuestra cultura en materias del espí-ritu nos está afectando personal y comunitariamente. Uno de nuestros retos más serios es dar una respuesta adecuada a la profunda sed espiritual que se manifiesta en nuestra Iglesia y en la misma sociedad. Son muchos los que tratan de abrirse nuevos caminos en este campo, señalándonos así un signo de los tiempos. ¿No nos debe extrañar que en todo Occidente se descubra y se practique el ejercicio espiritual sistemático de otras religiones o tradiciones espirituales, especial-mente orientales, mientras se ignora la inmensa riqueza de la tradición cristiana en esta materia? ¿No debemos ver en esto una llamada a poner los medios para vivir en profun-didad la raíz espiritual de toda vocación evangélica? La literatura bíblica sapiencial es un manantial inagotable de recursos para bucear en lo más hondo de nosotros mismos y hallar la auténtica sabiduría; no la aparente o la

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que se refiere a lo externo, sino la que mana de nuestro propio espíritu, don del Espíritu mismo de Dios. Un bello texto nos ayuda a descubrir las claves del camino espiritual:

Cuando aún era joven, antes de viajar por el mundo, busqué sinceramente la sabiduría en la oración. A la puerta del templo la pedí, y la busqué hasta el último día. Cuando floreció como racimo maduro, mi corazón se alegró.

Entonces mi pie avanzó por el camino recto, desde mi juventud seguí sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí, y me encontré con una gran enseñanza. Gracias a ella he progresado mucho, daré gloria a quien me ha dado la sabiduría.

Mis entrañas se conmovieron al buscarla, por eso he hecho una buena adquisición. En recompensa el Señor me dio una lengua, y con ella le alabaré. (Eclesiástico, capítulo 51, versículos 13-17, 21-22)

La sabiduría es en la literatura sapiencial un atributo eterno de Dios. La tradición cristiana ha visto en ella la figura del logos eterno del Padre, encarnado en Jesucristo. San Pablo, por su parte, llama a Cristo sabiduría de Dios. Adquirir la sabiduría, por tanto, supone estar en perfecta sintonía con Dios y actuar de acuerdo con sus dictados. En términos cristianos, el sabio es el que conoce el camino a seguir, esto es, a Jesús, y lo sigue fielmente sin desfallecer. ¿Cómo se adquiere esta sabiduría espiritual? El texto nos da algunas claves. En primer lugar nos dice que su búsqueda comienza a edad temprana, antes de viajar por el mundo. Con ello se significa que no hay que buscarla en la sabiduría del mundo, en la que uno adquiere comúnmente en la vida. El texto nos aclara que se busca en la oración y de forma sincera. Ése es el inicio del ejercicio espiritual. ¿Promovemos este tipo de búsqueda temprana, sincera y en la oración en nuestros hijos y en nuestros jóvenes? ¿Somos conscientes de la importancia de este ejercicio espiritual temprano? ¿No es ver-dad que somos mucho más conscientes de la importancia de la adquisición de conoci-mientos y del “viajar por el mundo” para afrontar la vida con garantías de seguridad y de éxito? A continuación se relaciona esa búsqueda con el templo, la morada de Dios; bús-queda que se vuelve petición persistente “hasta el último día”, o sea, hasta conseguir su objetivo. ¿Cómo expresar mejor que la verdadera sabiduría se busca mediante el ejerci-cio constante y persistente de la oración, solicitándola al Único que la posee? Cuando la vemos florecer en nosotros, nuestro corazón se alegra. La sabiduría, sin embargo, hay que conservarla y cultivarla mediante otros dos ejercicios que el texto nos describe. El primero consiste en seguir sus indicaciones, to-mando el camino recto. No podemos preservar la alegría de nuestro corazón, fruto del don de la sabiduría, más que manteniéndonos fieles en nuestro camino de discípulos. El

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segundo ejercicio es complementario: a lo largo de ese camino recto hay que estar siempre a la escucha, inclinando nuestro oído hacia Dios, fuente de la sabiduría. Estos dos ejercicios complementarios nos permiten descubrir la esencia y la razón profunda del obrar rectamente, para entenderlo como un mandato lleno de sentido. El texto nos describe este entendimiento como una gran enseñanza y como un estremeci-miento de las entrañas: no sólo nuestro entendimiento se transforma, sino todo nuestro ser, hasta lo más profundo del mismo. Por ello se nos dice que de esa profundidad de nuestro ser transformado surgen la gloria y alabanza al Señor que nos da el don de la sabiduría. 2. La experiencia de desierto Hablar de experiencia de soledad y de desierto nos remite de forma casi automáti-ca a algo difícil, seco e ingrato. Por una parte, tal como nos lo muestra Jesús en los evangelios, el desierto es necesario para forjar nuestra propia vocación en la fidelidad a la voluntad de Dios. Hay, sin embargo, otro tipo de desierto, que es el desierto de Dios, el producido por su ocultamiento en tiempos de dolor y adversidad. También Jesús ex-perimenta este desierto a la vista de su crucifixión y su muerte, como lo hemos visto en la oración del huerto de Getsemaní. Ponerse en manos del Espíritu para que nos guíe por estas dos clases de desierto es capital para descubrir todos los matices del Dios de Jesús, cuya voluntad también nosotros queremos cumplir, siguiendo a su Hijo. a. El desierto como preparación y purificación En la forja del espíritu hay un elemento capital, presente en todas las tradiciones religiosas y espirituales: labrar la constancia y la fidelidad de la inteligencia, del corazón y de la voluntad, para entender según el Espíritu, sentir con el Espíritu y actuar bajo la guía del Espíritu. A la persona que se mantiene fiel a los caminos del Señor, el Antiguo Testamento la denomina justa. Jesús llama a esa fidelidad santidad o perfección. En la tradición cristiana se la llama también virtud. El Evangelio nos muestra a Jesús forjando su espíritu en el desierto para ser fiel a la voluntad que el Padre le va a manifestar en cada momento y, que finalmente, le con-ducirá a la cruz. El pasaje es de aplicación a cada uno de nosotros:

Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: − Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: − Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: − Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras». Jesús le dijo:

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− También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios». Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los re-inos del mundo y su esplendor le dijo: − Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: − Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él só-lo darás culto». Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían. (Evangelio de San Mateo, capítulo 4, versículos 1-11)

Este pasaje evangélico relaciona el camino de preparación y purificación del pue-blo de Israel para entrar en la tierra prometida con la preparación de Jesús para su vida pública y las pruebas que le aguardaban hasta su última subida a Jerusalén y su cruci-fixión. Así como el pueblo sacado por Yahvé de la esclavitud de Egipto se preparó pe-regrinando por el desierto durante cuarenta años, también Jesús pasa cuarenta días y cuarenta noches de preparación en el desierto. Del mismo modo como el pueblo fue tentado y probado repetidamente en el desierto, también Jesús va a ser probado y tenta-do. Pero al contrario que el pueblo, que mostró su infidelidad a Yahvé en repetidas oca-siones, Jesús saldrá victorioso de la prueba, manteniendo su fidelidad inquebrantable a Dios, prefigurando así al nuevo Israel de la nueva alianza, vencedor del mal y del ma-ligno. El desierto es una metáfora del despojamiento, del vivir la desnudez necesaria para forjar el espíritu, creando las condiciones necesarias para encontrarnos con noso-tros mismos, bajando al pozo de nuestro propio ser, reconociendo quiénes somos y, so-bre todo, descubriendo y abriéndonos al Espíritu que nos habita y nos da vida. Jesús no va por sí mismo al desierto, sino que es llevado por el Espíritu, ponién-dose totalmente en Sus manos y dejándose guiar por Él en cada momento, para ser fiel al Padre hasta el fin. En este caso, es conducido al desierto “para ser tentado por el diablo” y así forjar su fidelidad en la prueba de la tentación. Su despojamiento y prepa-ración para la prueba se subrayan mediante su largo ayuno, al final del cual “sintió ham-bre.” De este modo se nos indica que Jesús, como nosotros, participa de la debilidad humana, mostrando un flanco débil por el que va a atacar el tentador. Las tres tentaciones reflejan las más típicas y profundas que el ser humano ha ex-perimentado desde antiguo y que seguimos experimentando cada uno de nosotros en nuestras vidas. La primera la sentimos cada día, en el afán de saciar nuestra sed y nues-tra hambre con la abundancia de los bienes que se pueden adquirir. Basta asomarnos con lucidez y sinceridad a nuestra propia vida para reconocer que la cultura y sociedad que hemos creado nos mueven a aceptar la propuesta del tentador, buscando que el con-sumo cada vez mayor de bienes y servicios sacie nuestra hambre. Pero la respuesta no se encuentra ahí. Como veíamos en el caso de la búsqueda de la sabiduría y nos lo indi-ca Jesús en este pasaje, sólo inclinando el oído a la palabra de Dios y manteniéndonos firmes en sus caminos, encontramos la fuente de la vida. ¿Buscamos el desierto de la sencillez y de la simplicidad para que nuestro oído se mantenga inclinado a esa Palabra liberadora? Dios no se muestra sólo como fuente de la auténtica vida, sino también como el único Dios, Aquél a quien no podemos ni sustituir ni manipular. Así nos lo muestra la segunda tentación. ¿Cuántas veces tentamos a Dios, tratando de que siga el juego de

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nuestra manera descabellada de vivir? ¿Cuántas veces lo hacemos, tratando de no querer saber nada, o al menos no demasiado, acerca de los que están tirados en la cunetas del mundo, desvalidos ante las heridas mortales de los golpes y del despojo de la injusticia? ¿No lo hacemos al no ser ni fríos ni calientes para no buscarnos problemas, pretendien-do al mismo tiempo vivir el Evangelio y no cuestionarnos su radicalidad? ¿No estamos arrojándonos al precipicio de los patrones que nuestra sociedad marca, diciendo al mis-mo tiempo, ¡Señor! ¡Señor!? ¡Dejemos que resuene en nosotros todo el alcance de las palabras de Jesús: “No tentarás al Señor, tu Dios”! Hemos finalmente de forjar nuestro espíritu para superar la tercera tentación, la más crucial: la de adorar a los ídolos del poder y de la gloria, vendiendo así nuestra al-ma al diablo. Empecemos por reconocer que hasta el lenguaje nos resulta chocante y excesivo. ¿Diablo? ¿Tentador? ¿Vender nuestra alma? Todos estos términos no cuadran con la cultura ilustrada en la que vivimos. Nos suena todo ello a demasiado mitológico, tocado por supersticiones que hay que superar. Pero, ¿no es verdad que sentimos una gran atracción por el poder y la gloria, en la forma de prestigio y éxito profesional y económico? ¿No hemos adoptado las varas de medir de la cultura dominante, en vez de usar las del Evangelio? ¿Somos tan ilusos de pensar que el mal y el pecado son fruto de la ignorancia y que los podemos desterrar con las armas de la educación y de los valo-res ciudadanos? ¿No significa esto que nos hemos creado nuestros propios ídolos? Jesús nos invita a seguirle en el desierto de la desnudez, en el que se nos desvelan nuestras propias mentiras y engaños interesados. Lo necesitamos tanto o más que nunca para purificarnos y forjar nuestro espíritu, para poder así mantener en nuestras vidas la fidelidad al Evangelio y alcanzar la meta de la que nos habla San Pablo. La presencia de los ángeles en el desierto para servir a Jesús muestra que el tentador ha sido vencido por la fidelidad de Aquél que mantiene su mirada fija en el único y verdadero Dios. b. El desierto de la prueba radical La segunda experiencia de desierto la vemos representada en el sufrimiento an-gustiado del justo. Para superarla se necesita, pero no basta, la primera. Jesús es de nue-vo el prototipo de esta segunda forma de desierto, al aceptar la voluntad del Padre hasta la cruz, por encima de sus propios sentimientos y deseos. El Antiguo Testamento nos presenta numerosos ejemplos de esta experiencia espiritual límite en el libro de los Sal-mos, en el de las Lamentaciones y, de manera muy especial, en el libro de Job. Veamos un pasaje de este último:

Y ahora mi vida se diluye, me tocan días de aflicción. De noche el mal perfora mis huesos, no descansan las llagas que me corroen. Me agarra con fuerza por la ropa, me aprieta como el cuello de mi túnica; Me arroja en el barro, parezco polvo y ceniza.

Te pido auxilio y no respondes, me presento y no haces caso. Te has vuelto cruel conmigo, tu fuerte mano se ceba en mí.

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Me haces cabalgar sobre el viento, sacudido a merced del huracán. Sé que me devuelves a la muerte, al lugar donde se citan los vivientes.

¿No tendí acaso la mano al indigente cuando angustiado pedía justicia? ¿No lloré con quien vive en apuros? ¿no he mostrado piedad por el pobre? Esperaba la dicha, me vino el fracaso, aguardaba la luz, llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin parar, me esperan días de penar. (Job, capítulo 30, versículos 16-27)

La experiencia de Job es un modelo de progreso espiritual en la adversidad extre-ma. Nos muestra que sólo llegamos a conocer de verdad lo que somos cuando la vida nos lleva a tal situación límite. Es en esa situación donde alcanzamos a atisbar qué su-pone nuestra fe y quién es el Dios del que nos hemos fiado. Muy en resumen, el libro de Job nos viene a decir que es muy fácil creer y confiar en Dios cuando la vida nos va muy bien y no nos falta de nada. También viene a decir-nos que nuestra relación con Dios no es una especie de intercambio, según el cual Dios hace que nos vaya bien o mal en la vida dependiendo de que seamos o no buenos. Fi-nalmente, nos enseña que la gratuidad y grandeza de Dios están por encima de nuestra justicia y nuestra medida de las cosas. En consecuencia, hasta que descubramos eso en nuestras vidas, no se puede decir que conocemos de verdad a Dios. Al perderlo todo, hasta la salud, y verse tirado en el estercolero de la vida, Job comienza a buscar las razones de su situación. Su mujer le recomienda que reniegue de Dios, porque considera que Dios le ha fallado totalmente. Job se mantendrá firme en su fe, aunque no cesará de mostrar a Dios su dolor intenso y su sentimiento de haber sido no sólo abandonado, sino golpeado, perseguido y conducido a la muerte por Él. Para Job, lo terrible de verdad es sentirse injustamente maltratado por Dios mismo. Ello le lleva a quejarse a Dios de que le trata cruelmente, hasta el punto de cebarse en él. Una lección importante es que Job no cesa de orar con Dios en ningún momento. Por encima de los profundos razonamientos teológicos que el libro contiene, lo verdade-ramente esencial es la relación entre Job y Dios, auténtica fuente de sabiduría más allá de toda teología. En esa relación, Job no deja de orar, expresándose y quejándose con toda libertad, mostrando así que la oración no excluye ni siquiera la diatriba y la queja amarga frente a Dios. El punto crucial es que Job considera haber caminado siempre por el camino rec-to, practicando la justicia y la misericordia, tal como Dios lo quiere. Al proclamar su inocencia, Job reclama que Yahvé le muestre en qué se ha apartado del camino justo o, en caso contrario, le dé cuenta del porqué de su comportamiento, que Job considera del todo inexplicable e injusto. El mayor sufrimiento de Job es el ocultamiento y el silencio de Dios. Por ello clama con desgarro, exigiendo una respuesta:

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¡Ojalá que alguien me escuchara! ¡He dicho mi última palabra! A Shaddai le toca responder. (Job, capítulo 31, versículo 35)

Shaddai, como Job llama a Dios, habla finalmente, no para mostrarle a Job que ha faltado a la justicia y merece el castigo, sino para ayudarle a entender que está en un nivel totalmente distinto del de su grandeza, justicia y gratuidad. Tras la respuesta de Yahvé, Job admite su pequeñez y acepta su voluntad:

Me doy cuenta que todo lo puedes, que eres capaz de cualquier proyecto. Sí, hablé sin pensar de maravillas que me superan y que ignoro. Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento echado en el polvo y la ceniza. (Job, capítulo 42, versículos 2-3, 5-6)

Lo nuclear de este último pasaje es que Job confiesa que, a través de esta prueba dolorosa hasta el límite, su relación franca y oracional con Dios, en una intimidad total y sin reservas, le ha permitido superar su anterior conocimiento incompleto de Dios, hasta llegar a conocerlo a fondo: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos.” ¿No es cierto que todos los ídolos de nuestra cultura fuerte se nos derrumban cuando la suerte nos vuelve la espalda, la enfermedad nos muestra su lado más duro o la muerte nos arranca un ser querido? ¿No nos volvemos entonces más permeables al do-lor de los demás, especialmente al de los más desvalidos? Ser justos como Job supone estar junto a ellos y serles fieles en la prueba. Es también el modo de prepararnos para la nuestra propia y poder avanzar de ese modo en el verdadero conocimiento de un Dios cuyo amor gratuito y grandeza nos superan totalmente. Job nos enseña que en ese mo-mento de desolación se puede y se debe orar. Volvamos ahora nuestra atención hacia ese modo insustituible de relación íntima con Dios. 3. La oración como fuente de vida El encuentro personal con Dios encuentra su forma de expresión privilegiada en la oración. Sin ella, ese encuentro nunca acaba de ser completo y a nuestro espíritu le fal-tarán medios para reconocer a Dios. Sólo en la oración puede ocurrir tal reconocimien-to. En nuestra Carta Pastoral de Cuaresma-Pascua de 1999, La oración cristiana hoy, tuvimos ocasión de tratar con amplitud los diversos aspectos relacionados con la ora-ción. En esta carta queremos retomar algunos de ellos. No podemos decir que vivamos en un medio favorable al cultivo de la oración, a pesar de que la necesitemos más que nunca. Quizá la misma sequedad y frialdad de nuestra cultura tecno-científica está haciendo que aparezca cada vez con mayor claridad la profunda sed espiritual de mucha gente. También en nuestras diócesis constatamos con alegría y esperanza que el Espíritu está suscitando un número creciente de personas

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y grupos, que están redescubriendo la oración como fuente de sentido y rico manantial espiritual. Este don del Espíritu nos está ayudando como Iglesia a renovar la importan-cia de la experiencia de Dios, nacida del encuentro con Él. La persona que vive en constante presencia de Dios está orando, en cierto modo, de forma continua; sin embargo, ese tipo de oración debe buscar su expresión plena, para convertirse así en fuente viva de espiritualidad. Un espíritu ejercitado y forjado en la soledad del desierto está preparado para intimar con Dios en la oración. Ésta es en sí misma parte del ejercicio espiritual y de la experiencia de desierto, como hemos visto en los textos anteriores. La intimidad con Dios busca su expresión en una amplísima gama de registros oracionales. El libro de los Salmos, tan presente en la oración litúrgica, nos ofrece nu-merosos ejemplos vivos de ello. En los salmos encontramos expresados los distintos estados de nuestro espíritu, a través de oraciones en las que referimos tales estados de ánimo a Dios: alegrías y afanes, frustraciones y penas, dolor y angustia, limitaciones y pecados, nuestro deseo de conversión y de ser totalmente renovados, nuestra más pro-funda acción de gracias por todo lo recibido y nuestra petición confiada en la necesidad. Todo ello, en el fondo, nos conduce a experimentar y proclamar nuestro encuentro con Dios y la confianza plena en Él. El Salmo 23 nos invita a hacerlo:

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

Esta emocionada confesión, nacida de la alegría y la paz de un corazón que ha conocido a Dios, forma parte insustituible de la oración litúrgica de la Iglesia. Nunca podrá ser repetida suficientemente y siempre suscitará en nosotros un anhelo de identifi-carnos con ella. Está escrita de la única forma posible: desde la experiencia viva de que nada nos hace falta si tenemos a Dios y el alimento de su gracia y amor infinitos; una experiencia que va cobrando fuerza a medida que nos dejamos transformar por el Espí-ritu, buscando la sabiduría, inclinando nuestro oído hacia la Palabra hecha carne en Je-sús y manteniéndonos firmes en su seguimiento.

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El salmista sabe que debemos reparar nuestras fuerzas en el camino de la vida, pero sabe también que no todas las praderas ni fuentes son iguales. Las hay que, además de no satisfacernos, marchitan nuestra existencia y nos vuelven apáticos, indiferentes, egoístas, insatisfechos y desasosegados. Las praderas del Señor, por contra, nos rejuve-necen con su verdor y sus fuentes nos serenan con su tranquilidad. Esas praderas y fuen-tes no son otras que su Palabra viva, su gracia amorosa y providente, y sus sendas rec-tas. Jesús, en su conciencia de unión total con Dios, encarna esas praderas y fuentes cuando nos dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. La vida nos hace pasar por momentos difíciles y oscuros, incluso de desierto radi-cal. Cuando, forjado nuestro espíritu en la búsqueda continua de Dios y en la prueba de su ocultamiento doloroso, podemos exclamar con Job “sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos”, entonces cobra sentido y descubrimos la verdad profunda de lo que nos dice el salmo: Dios está siempre con nosotros y sentimos que su vara y su cayado nos abren el camino y nos sirven de apoyo firme. Así, por paradójico que nos resulte, nos damos cuenta, con Job y sobre todo con Jesús, que es en la oscuridad de la vida y en el ocultamiento de su sentido donde, de una forma especial y única, se alumbra la luz de la gracia de Dios y se manifiestan su gloria y verdad eternas. Llegados a esta “luminosa oscuridad”, descubrimos que la vida es un don único, fruto de un amor infinito. El salmista lo sabe por experiencia propia y lo ex-presa de una manera poética y simbólica: toda la vida es un banquete de gracia. Es Dios quien prepara esta mesa viva contra la que nada pueden los enemigos; es Él quien nos unge con el perfume de su elección al llamarnos a la vida; Él quien nos llena hasta rebo-sar la copa de nuestra fe, esperanza y caridad. La explicitación de todo ello la encontramos en la estrofa final: Dios es bondad y amor en sí y hacia nosotros, sus criaturas, a quienes acompaña hasta el final de nuestras vidas y por siempre. De ahí que el canto finalice proclamando la esperanza de que vivi-remos en Dios por siempre. ¿Nos parece que esta hermosa confesión de fe y confianza nacida del encuentro con Dios es demasiado bella para nosotros? Tal vez tengamos ra-zones para sentirlo así. Tal vez buscamos vivir un Evangelio a nuestra manera; o tal vez lo entendemos en los términos de nuestros propios ideales de justicia. Sin embargo, na-da de ello nos satisfará. Para vivir el Evangelio en plenitud hay que experimentar la bondad y el amor de un Dios que nos ha llamado a la vida, tomándonos en sus manos para siempre. En último término, el reconocimiento de Dios en lo más íntimo de nuestro ser y nuestra intimidad con Él en el silencio y en la oración nos conducen, más allá de noso-tros mismos, al descubrimiento del Dios único y verdadero, cuya gloria eterna alabamos y proclamamos. Hagámoslo con el Salmo 150:

¡Aleluya! Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en su poderoso firmamento, alabadlo por sus grandes hazañas, alabadlo por su inmensa grandeza. Alabadlo con el toque de cuerno, alabadlo con arpa y con cítara,

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alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con cuerdas y flautas, alabadlo con címbalos sonoros, alabadlo con címbalos y aclamaciones. ¡Todo cuanto respira alabe a Yahvé! ¡Aleluya!

La primera estrofa proclama la grandeza de Dios y su amor creador y providente a través de las figuras del santuario y del firmamento, y haciendo referencia a sus haza-ñas. La segunda usa el recurso de los distintos instrumentos musicales para significar que la alabanza está más allá de toda posibilidad de expresión y nos envuelve totalmen-te. De ahí que el salmista quiera expresar ese mismo sentimiento invitando a que todo lo creado se una al himno de alabanza a la gloria de Dios. La alabanza se abre y se cierra con el un ¡Aleluya! que es expresión irreprimible de nuestra experiencia de la gloria de Dios. Esta experiencia pertenece al corazón mis-mo de la relación de Jesús con el Padre, tal como se nos relata en el Evangelio de San Juan, y nos va envolviendo a medida que avanzamos en el itinerario espiritual de vivir el Evangelio como discípulos guiados por el Espíritu. Es esa gloria la que ansían ver nuestros ojos, en ese anhelado cara a cara con Dios que ha sacudido e inspirado a los místicos. No se trata ya de nuestro encuentro con Dios, sino que el centro se desplaza totalmente al propio Dios y a su gloria, que deseamos contemplar.

VII. CONCLUSIÓN: LA VIDA HEROICA HACIA LA PERFECCIÓN COMO POSIBILIDAD Y NECESIDAD HOY

Cada uno de nosotros hemos recibido un tesoro precioso: el amor de Dios, cora-zón de nuestras propias vidas. Lo conocemos directa, aunque no patentemente, porque habita en nosotros. El Evangelio de Jesús nos lo manifiesta en plenitud, porque en el Hijo, como nos dice San Juan, “hemos conocido la gloria eterna del Padre”. La comu-nidad cristiana y cada uno de nosotros en su seno somos portadores de este tesoro para nosotros y para el mundo. Aunque, tal como leemos en San Pablo, lo llevamos “en vasi-jas de barro”, el propio apóstol nos da la razón de que sea así: “para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros”. Esta es la buena noticia. Vivirla como tal, personal y comunitariamente, buscando la perfección, haciéndola carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, iluminará y transformará nuestras vidas. Y, por la fuerza del Espíritu, irradiará y vivificará nuestra sociedad y nuestro mundo, haciendo así más fácil y clara la presencia del Reino entre nosotros. ¿Quién puede dudar de la bondad, necesidad e incluso urgencia de ello? Abrazar la vida evangélica es una invitación amorosa de Jesús a seguirle bajo la guía y la asistencia del Espíritu, en cuyas manos nos hemos de poner con total confian-za. Esto supone traspasar el umbral de nuestros propios moldes, miras e intereses y dar el salto de permitir que el Espíritu pilote nuestras vidas, abriéndolas a una experiencia fascinante y plenamente liberadora. Tras el umbral, hallaremos “el tesoro del cielo”, que no es otro que el amor infinito de Dios.

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Las transformaciones culturales operadas nos afectan hondamente, tanto personal como eclesialmente, e impiden que podamos vivir el Evangelio del modo como lo hacíamos en épocas anteriores. Hemos de cobrar clara conciencia de ello. Vivir hoy el Evangelio en todas las circunstancias de nuestra vida nos exige decisión, discernimien-to, contraste, apoyo y encuentro directo con Dios en el desierto de nuestro ser, esto es, aceptar la invitación a la vida heroica de la perfección. ¿Podemos hacerlo? Ciertamente, e incluso más que antes, cuando pensábamos que remábamos a favor de la corriente, porque Dios no se manifiesta en nuestra fuerza, sino en nuestra debilidad. No estamos ni solos ni mucho menos abandonados en esta apasionante forma de vida. La rica tradición que nos ha sido legada está llena de héroes y heroínas que la han abrazado antes que nosotros, abriendo inmensos surcos en una tierra buena, en la que la semilla de Dios ha dado frutos abundantes. No sólo son un recuerdo o un ejemplo que se extiende hasta nuestros días, sino que su entrega nos da fuerza y alimenta nuestra generosidad, por medio del Espíritu. Estamos acompañados por Abraham, Moisés, David, Isaías, Judith, Ruth, Ester, Job, Daniel y la madre de los siete hermanos Macabeos. Ni el Faraón, ni Goliat, ni los ídolos, ni Holofernes, ni Darío, ni Antíoco, ni ninguno de los poderes de la historia pu-dieron vencerles. Nos ayudan a ser fuertes María y las santas mujeres del Evangelio, quienes acompañaron a Jesús hasta el fracaso de la cruz, lo reconocieron como resucita-do y lo anunciaron “a los once y a todos los demás”. Nos apoyamos en la firmeza del fundamento apostólico: el de San Pedro y los demás apóstoles, quienes, llenos del Espí-ritu Santo, desafiaron a los poderes de su tiempo por ser fieles al Dios de Jesús, hasta dejar su vida en el empeño. Nos empuja a evangelizar nuestra cultura el irresistible celo apostólico de San Pablo, quien anunció la Buena Noticia a los gentiles, soportando de-nuncias y acusaciones, orgulloso de gastar su vida hasta alcanzar la meta definitiva. Nos animan, por fin, todos los santos y santas de Dios, como san Prudencio, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Valentín de Berriotxoa y Santa María Josefa del Co-razón de Jesús Sancho de Guerra, suscitados de entre nosotros por el Espíritu, para en-tregarse por entero a vivir y comunicar el Evangelio. Sobre todos estos héroes y heroínas sobresale una presencia única, humilde, pe-queña y frágil, señalándonos con su arrojo y con su vida el camino a seguir para que la fuerza liberadora de Dios y de su buena noticia nos habite: una joven de Nazaret que, a la vez anonadada y llena del Espíritu, da su sí a que se haga en ella la voluntad de Dios. Revisitar su historia es fuente de inspiración y de fortaleza para hacer lo mismo hoy:

Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: − Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: − No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel:

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− ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón? El ángel le contestó: − El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay im-posible. María contestó: − Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. Y la dejó el ángel. (Evangelio de San Lucas, capítulo 1, versículos 26-38)

El inicio del relato nos presenta a los personajes y sus circunstancias. El centro lo ocupan el ángel Gabriel, enviado de Dios, y María, una virgen de Nazaret de Galilea, desposada con José, de la casa de David. A continuación se nos narra que el ángel entra para hacer el anuncio a María, esto es, entra irrumpiendo de pronto en la vida de María, turbándola profundamente con su presencia y su saludo, cuyo significado se le escapaba a la Virgen. Varias veces a lo largo de su vida tuvo que sufrir María la misma experien-cia de perplejidad y turbación, aprendiendo, poco a poco, a guardar y meditar todas esas experiencias en su corazón. ¿No se turba nuestro espíritu cada vez que el ángel del Se-ñor entra irrumpiendo en nuestras vidas, invitándonos a que las trastoquemos para que el amor de Dios habite plenamente en nosotros? El anuncio del ángel, lejos de despejar las dudas de María, aumenta si cabe sus temores y su perplejidad: concebir y dar a luz un hijo sin conocer varón no sólo le pare-cía imposible, sino que despertaba sus miedos por la dificultad de explicar semejante situación tanto a José, con quien estaba desposada, como a su entorno. Ella se temía el repudio, temor no infundado como nos lo relata en otro pasaje el mismo Evangelio de San Lucas. Hay dos razones que mueven a María al sí: que es Dios quien se lo pide y que, como le dice el ángel, “para Dios nada hay imposible.” La respuesta de María cambia no sólo su historia personal, sino la nuestra y la Historia con mayúsculas. No es un simple recuerdo, sino una respuesta eficaz también hoy, que se requiere de cada uno de nosotros y de toda la Iglesia: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.” La presencia de María en los relatos evangélicos desaparece casi del todo en la vida pública de Jesús. Sin embargo, el Evangelio de San Juan nos relata dos presencias suyas muy significativas: como acicate del inicio de la vida pública de su hijo Jesús, en Caná de Galilea, señalando a los sirvientes que hagan lo que Jesús les ordene, y a los pies de la cruz. La tradición ha visto desde siempre en esos dos momentos cruciales a la Iglesia representada por María: indicando a Jesús como el Maestro a seguir, mostrando su obediencia plena a Él y reconociendo la gloria de Dios a los pies de su cruz. Esa virgen frágil y turbada, se sintió plenamente liberada por su sí definitivo, esta-llando su alegría en el más bello himno de los evangelios. También nosotros estamos invitados por el ángel, como personas y como Iglesia, a ponernos plenamente en manos del Espíritu, para dar nuestro sí definitivo al vivir y comunicar el Evangelio hoy, unién-donos a la alegría desbordante de María:

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− Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia −como lo había prometido a nuestros padres− en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. (Evangelio de San Lucas, capítulo 1, versículos 46-55)

Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria

21 de febrero de 2007 Miércoles de Ceniza

Fernando, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela Ricardo, Obispo de Bilbao Juan María, Obispo de San Sebastián Miguel, Obispo de Vitoria Carmelo, Obispo Auxiliar de Bilbao

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IRUÑA ETA TUTERA, BILBAO, DONOSTIA ETA GASTEIZKO ELIZBARRUTIAK

«Berri Ona bizi eta iragarri gaur egun»

Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteizko Gotzainen Pastoral Idazkia

2007ko GARIZUMA - PAZKOA SARRERA I. ZER DA BERRI ONA BIZITZEA?

1. Gure fedea, fede bizia da 2. Lehenengo urratsa: bizi den Jesusekin bat egitea 3. Bigarren urratsa: aurkitutako altxorraren berri ematea 4. Berri Ona bizi eta iragartzeko, Espirituaren gidaritza onartu behar dugu

II. JESUSEN BIZITZA ESPIRITUAK GIDATUTA

1. Jesusen bizitza jendearen artean 2. Jesusen ikasleen elkartea 3. Jesusek Aitarekin zuen harreman pertsonala 4. Jesusengandik ikasi Espirituaren bideetan ibiltzen

III. BIZITZA EBANJELIKOA ETA GAURKO KULTURA

1. Inkulturazio zaila eta konplexua 2. Ebanjelioa ereitea eta fruitu emateko baldintzak 3. Bizitza bokazio bezala bizi

IV. BOKAZIOA EGUNEROKO ZEREGINETAN BIZI

1. Gure lana

a. Ondasunak, lanaren fruitu eta Jainkoaren dohain b. Lan egin, probidentzian konfiantza jarriz

2. Gure familia 3. Gure erantzukizuna guztion ongizateari dagokionez

a. Maitasuna, zerbitzuzko jarrera bezala b. Txikienen ondoan egon c. Hemen jardun, Jaunaren behin betiko etorreraren zain

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V. BOKAZIOA ELKARTEAN BIZI

1. Familia, oinarrizko elkarte 2. Erreferentzia elkartea 3. Parroki elkartea

VI. BOKAZIOA JAINKOAREKIKO HARREMAN ZUZENEAN BIZI

1. Espiritua landu eta bigundu: ariketa espirituala 2. Basamortuaren esperientzia

a. Basamortua, prestaketa eta garbikuntza bezala b. Proba erradikalaren basamortua

3. Otoitza bizi-iturri bezala VII. BUKAERA: BIKAINTASUNAREN BIZITZA HEROIKOA AUKERA ETA

BEHARRA GAUR EGUN

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BERRI ONA BIZI ETA IRAGARRI GAUR EGUN

SARRERA

Garizuman sartzea, graziaren, bihozberritzearen eta berrikuntza sakonaren aldira zabaltzea da. Espirituak aldi horretara zuzentzen gaitu, Jesus, zegokion misioa betetzeko bere burua presta zezan, basamortura zuzendu zuen bezala. Jesusen urratsei jarraituz, dei egiten zaigu Garizuma hau bere Ebanjelioaganako leialtasuna sendotzeko aldi bezala bizi dezagun: Berarekin Jerusalemera igotzeko prestatu, Berari nekaldi eta heriotzarako bidean lagundu eta berpizkunde aintzatsuaren grazia bete-betean jasotzeko prestatu. Aukera honetan, Ebanjelioaren arabera gaur egun bizitzera egiten zaigun deia edo bokazioa aztertzeko egokieratzat hartu nahi izan dugu Garizuma aldi hau. Beharrezko-tzat jotzen dugu hori egitea, Ebanjelioa, guretzat zein munduarentzat, Berri Ona dela era berritu eta benetakoan sentitzeko. Berri Ona hots egiteko zailtasunak eskaintzen dizki-gula dirudien gaurko garai eta kulturan, zera jakin behar dugu: ez dagoela gaindi ezin daitekeen zailtasunik Ebanjelioak gure bizitzetan ozen durundi egiten badu. Kontua Berri Ona bizi eta hots egitea denez, egokitzat jo dugu Ebanjelioetara hur-biltzea eta horietatik hautatutako testuak Pastoral Idazki honen edukiari lotutako beste testu bibliko batzuekin osatzea. Gure belarriak Jainkoaren Hitz biziari zabalduz egin dugu hori. Horregatik, Hitz hori hartu dugu oinarritzat, geure buruan eta bihotzetan gorde eta hausnartuz, eta guretzat duen esanahiaren inguruan gogoeta eginez. Horrexe-gatik eskaintzen dizkizuegun Bibliako testu ugari eta luzeak. Horiexek dira gure idaz-kiaren bizkarrezurra1. Uste sendo hau izan da gure abiapuntua: Ebanjelioa egi eta bizi iturri preziatua dela bai gaur eta bai Jesusen garaietan ere; altxor paregabea dela guretzat eta mundua-rentzat. Benetan bizi duenak besteei helarazteko eutsiezinezko bultzada sentitzen du, eta halakoaren testigantza sinesgarri eta eraginkor bihurtzen da. Bide bakarra dago bizi-tzeko: bakoitzak bere bokazioaren arabera, Espirituaren gidaritzapean, Jesusi jarraitzea. Ebanjelioetako kontakizunen bidez Jesusi jarraituz, Berak Espirituarengan, Aita-renganako erabateko leialtasunean egin zuen ibilbidera hurbildu gara; Berarengan gure salbabide izan den Gurutzearen aintzan Aitaren betiko maitasuna munduari adierazteko gizon egindako Jainkoaren Seme bakarrarekin bat egiten saiatu gara. “Bidea, Egia eta Bizia” den Harengana hurreratu gara. Bere Maisu eredutik, geure ibilbide espiritualari buruz hausnarketa egiten saiatu gara, Berri Ona gaur bizi eta hots egiteko. Ebanjelioa bizi eta hots egin dezazuen laguntza izan nahi duen idazkia eskaintzen dizuegu, beraz. Irakur ezazue bakarka eta taldean, Hitzaren deia entzunez eta zeuon bihotzak beraren ahalmen eraldatzailera zabalduz. Bihotz-bihotzez opa dizuegu Jesusen Espirituak bidea erakuts diezazuela Garizuma honetan, Ebanjelioaren testigu leiak izan zaitezten eta munduari Pazkoko Berri Ona iragarri diezaiozuen.

1 Itun Zaharreko zein Berriko testu guztiak Elizen Arteko Bibliaren 2. argitalpenetik hartu ditugu.

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I. ZER DA BERRI ONA BIZITZEA?

“Izan zaitezte guztiz onak, zeruko zuen Aita guztiz ona den bezala” (San Mateoren Ebanjelioa, 5. kapitulua, 48. txatala)

Jesusek esaldi biribil honekin bukatzen du, Zoriontasunekin hasi eta Zeruetako Erreinuaren erakargarritasuna sentitzen dutenen jokabidearekin jarraitzen duen hitzaldi luzea. Jokabide honek ez du trikimainarik onartzen, bikain eta santu izateko eta mugarik gabe maitatzeko deia da. Jainkoa bakarrik bada ere guztiz ona, denoi dagokigu bikainta-sun hori bilatzea, gure kreatura izateari uko egin gabe. Jesusen irakaspenik esanguratsu-enetarikoa da, zalantzarik gabe; gizon eta emakume askoren bihotzetan durundi egiten duen irakaspena; Jesusen mezua mendez mende jarraitu nahi izan dutenen iturri eta gi-dari izan dena. Santutasun heroiko deitutako honen erakarpen sakonak indarrean dirau gure mun-duan eta era askotara adierazten da bistako arrazoi batengatik: giza bihotzaren alderdi berezko eta zintzoenari erantzuten dio, nahiz eta, arrazoi askorengatik, kontrakoa iru-ditu. Kristau-elkartea munduan gatz eta argi izango bada, bizitza heroikorako dei horri erantzunez, Berri Ona, bere aparteko balioagatik, mundu osoari hitzez eta egitez iragarri nahi dion altxor bizi bezala sentitu behar du. 1. Gure fedea, fede bizia da Tradizioak balio ordezkaezina du: jaso dugun eta hezi gaituzten fedearen oinarri historikoa da. Tradizioa sakontasunez ezagutzea, jakinduriazko ondare aberatsazjabe-tzea da. Bere erromesaldian, askotan era mingarrian, gidatzen eta sustatzen duen Espiri-tuaren jarduera garbitzailea aurrez aurre izan duen Elizaren argi eta iluntasunen, leialta-sun eta desleialtasunen, asmakizun eta akatsen, eta oraindik indarrean dauden apurketen bide luzea antzematea ere bada. Baina, tradizioaz jabetzea, batez ere, Jainko bizia barru-barruan sentitu izan duten eta, Hura sutsuki maitatuz, beren bizitzak erabat aldatu dituzten eta maitasun horren testigantza emankorra eskaini duten santuekin aurrez aurre aurkitzea da. Izan ere, eta hauxe da horien irakaspen nagusia, Jesusengandik ikasia: Jainkoarengan maitasun su-tsuarekin baino ezin dela sinetsi egiaz. Ezin ditugu, beraz, elkarrekin nahastu, jaso dugun tradizioaren aberastasunean fedea bizitzea, eta tradizionalki kristau izatea eta kulturalki Elizako kide izatea. Gure artean oso arrunta den kristau izateko modu honek lausotu egin ditzake kristau-fedearen berezko baliotasuna eta bere izaera bizi eta eraldatzailea, neurri batean gure bizitzetan azaldu arren, gure barruan durundi egiten ez duen zerbait bihurtzeko. Horregatik, kristau-fedea doktrina, errito-jarduera eta arau moralen multzo kon-plexutzat hartzen du askok; hala ere, fedea horrela ikusteak bere benetako esanahia eta garrantzia galtzea dakar. Fedea bizitzea, beste ezer baino lehen, geure burua ulertzen, besteak ulertzen eta bizitza eta mundua ulertzen laguntzen digun argia jaurtiz, bizitza aldatzen digun eta indarrez betetzen gaituen bidaia espiritualari ekitea da. Bidaia espiri-tual hau ez da inoiz bukatzen, inoiz buka ezin daitezkeen bezala gure bihotzen erdian ainguratuta dauden bake-, maitasun- eta zorion-irrika sakonak.

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Honela begiratuta, doktrinak ez dira norbaitek era pasiboan bere egin behar dituen egien multzoa; Jainkoak ereinda, dagoeneko gure barruan zegoen, zehaztasun handiagoz ala txikiagoz sumatzen genuen eta orain gure bihotzean eta buruan gogor durundi egiten duen eta, horrela argi- eta bizi-iturri bihurtu den zerbaiten egia adierazten diguten erre-belazio bizi baizik. Bere aldetik, jarduera erritualak ez dira tradizioak sagaratutako zeinu eta ekintza aldaezinen errepikapen hutsa, benetako ekintza askatzaileak baizik, arruntasunaren go-gortasun, opakotasun eta hutsalkeriatik aterata, sortu gaituen eta osotasunez bizi izateko eta betiko zorionaz gozatzeko dei egiten digun jainko maitasunaren argi, zentzu eta bo-terearekin lotzen gaituzten ekintzak, hain zuzen ere. Azkenik, fedea, ez da bizitzatik aldendutako eremua, ezta gutxiago ere; alderan-tziz, karitatearen printzipio gorenean oinarritutako arau moralen bidez, fededunok zu-zentasun eta santutasunez bizi izateko izan behar dugun jokamoldea erakusten digu. Ebanjelioko bideek barru-barrutik irrikatzen dugun osotasunerantz garamatzate, zuzen-tasun, bake eta maitasunaren bidetik. Horrexegatik azpimarratzen du Bibliak behin eta berriro printzipio bera: bide zuzenetik ibiltzeak benetako zorionera garamatza eta per-tsona guztien onerako da. Hau guztia honela laburbil daiteke: fedearen egiek Jainko horrek gure izatean ins-kribatu duen egia sakona ezagutzera ematen digute; liturgiak berritu eta sendotu egiten gaitu, jainkozko graziaren indar askatzaile eta aldatzailea gaurkotuz; azkenik, agindu moralek santutasunaren bidetik zuzentzen gaituzte, bizitzako eta historiako anbiguota-sun eta arriskuak gainditzen lagunduz. Horregatik, Berri Ona erreparorik gabe bizitzeak egiara eta biziaren osotasunera garamatza, txarkeria gainditzeko, zailtasun guztien er-dian irauteko ea itxaroteko gaitasunari eusteko eta, horrela, mundua eta historia biziaren Jainkoaren maitasunaz bustitzeko eginkizunean buru-belarri aritzeko behar dugun inda-rra emanez. 2. Lehenengo urratsa: bizi den Jesusekin bat egitea

Hurrengo egunean, berriro ere bertan zegoen Joan bere bi ikaslerekin. Jesus handik igarotzen ikusirik, esan zuen: − Hona hemen Jainkoaren Bildotsa. Bi ikasleek, hori entzutean, Jesusi jarraitu zioten. Jesusek, atzera begiratu eta ondoren zetozkiola ikusirik, galdetu zien: − Zeren bila zabiltzate? Haiek erantzun: − Rabbi, non bizi zara? (Rabbik ‘Maisu’ esan nahi du). Jesusek esan zien: − Etorri eta ikusi. Joan, non bizi zen ikusi eta berarekin gelditu ziren egun hartan. Arratsaldeko laurak aldea zen. (San Joanen Ebanjelioa, 1.go kapitulua, 35-39 txatalak)

Jesus aurkitzen ez duenak eta Berarengandik dena jakin nahi dugula, Berarekin dena konpartitu nahi duela sentitzen ez duenak ezin du Ebanjelioa bizi, eta are gutxiago besteei iragarri. Joanen testuak erakusten digu, Jesus nola aurkitzen duten eta horrela, geu ere, erakarrita sentitzen gara eta jarraitu egin nahi diogu.

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Topaketa baten idatzizko bertsioa da hau, eta topaketa horretan irrika, begirada, mugimendu eta elkarrizketek, Jesusi jarraituz, Ebanjelioa bizi izateko dugun erari buruz galdera egiteko dei egiten digun errealitate bizia osatzen dute. Pasarte hau, Ebanjelioe-tako beste askoren antzera, irakurtzeaz gain, bere sakontasun eta bizitasun osoan begie-tsi eta sentitu behar dugu, Jesusekiko bategite aldatzailearen esperientzia horrek, gure ulermena ez ezik, gure izate osoa uki dezan. Hona hemen San Joanen pasarte eder honen irakaspenetako bat: nahiz eta denok izan gure bizitzetan erreferentzia diren pertsona eta balioak, dena erlatibo bihurtzen dela, benetan erakartzen gaituena egiaz aurkitzen dugunean, bilatzen genuenari bete-betean erantzuten diolako. Horregatik, Joan Bataiatzailearen bi ikasleek, hark Jesusi buruz “hona hemen Jainkoaren bildotsa” esaten diela entzuten dutenean, beren maisua utzi eta, indar ikaragarri batek bultzatuta bezala, Jesusi jarraitzen diote. Jesusek atzera begiratu zuela, atzetik zetozkiola ikusi zuela eta zer nahi zuten gal-detu ziela diosku Ebanjelioak. Jesusek atzera begiratu eta gutariko bakoitzari zergatik garen kristau galdetuko baligu bezala da. Beharbada ez genuke berehala aurkituko ohi-kotik haratagoko erantzun egokirik. Ebanjelioko bi ikasleek erakusten digute bidea. Je-susi ematen dioten erantzuna bizitzari estu lotutakoa da: “Rabbi (Maisu), non bizi zara?” Lehenengo eta behin, eta inolako zalantzarik gabe, Maisu esaten diote, zertxo-bait lehenago beren maisua Joan Bataiatzailea izan zen arren. Harrigarriagoa da oraindik aitorpen honen ondorengo galdera: “non bizi zara?”. Bi ikasleen jarrerak “bat-bateko maitemina” erakusten du. Guztiz liluratuta daude Jesusekin, eta Maisu aitortzen duten ezagutu baino lehen eta, gainera, berehala sartu nahi dute haren etxean, hau da, haren bizitzan. Jesusen erantzuna bat dator ikasleen irri-karekin: “Etorri eta ikusi”; era praktikoan, bere bideari jarraituz bakarrik ezagut deza-ketela nabarmentzen du. Ikasleek Jesusen bizitzan parte hartzeko gurari bizia dutela ikusarazten digu kontakizunak, Jesusi jarraitu ziotela eta Berarekin egun osoan geratu zirela kontatzean. Elkarraldiak arrasto itzela utzi zuen ikasleen bizitzan, gertatu zeneko ordua bera ere betiko idatzita geratu zelako: “Arratsaldeko laurak aldea zen”. 3. Bigarren urratsa: aurkitutako altxorraren berri ematea

Joani entzun eta Jesusi jarraitu zioten bietariko bat Andres zen, Simon Pe-droren anaia. Lehenik bere anaia Simonekin egin zuen topo, eta esan zion: «Mesias aurkitu diagu» − (Mesiasek ‘Kristo’ −hau da, Gantzutua− esan nahi du). Eta Jesusengana eraman zuen. Jesusek, begira-begira jarririk, esan zion: «Simon zara zu, Joanen semea, baina aurrerantzean Kefas deituko zara» (Ke-fasek ‘Pedro’ −hau da, Harkaitz− esan nahi du). (San Joanen Ebanjelioa, 1.go kapitulua, 40-42 txatalak)

Geuretzat gorde ote dezakegu gure bizitza bestelakotzen eta aldatzen duen gauza hain baliotsua? Horrelako zerbait, aurpegieran nabarmentzeaz gain, nahitaezkoa da bes-teei jakinaraztea, bularrak eztanda egingo digula dirudi eta. Benetako argia den fede bizia ezin da ezkutatu; Jesusek Ebanjelioan dioskun bezala, denok argitzeko egina dago.

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Aurkikuntza hark bultzatuta, Andres, Jesus bere bizitzako ardatz berri bezala aur-kitu zuen bi ikasleetariko bat, bere anaia Simonen bila doa eta berri handi hori ematen dio: “Mesias aurkitu diagu”, eta hori dioenak, Israel herriak mendez mende salbatzaile bezala etorriko zela itxaroten zuena aurkitu duela esan nahi du. Baina kontua ez da ho-rretan geratzen, berri hutsean; aurkikuntza konpartitu eta iragarri beharrak bere anaia Jesusengana eramatera bultzatzen du. Iragarpena ez da albiste baten komunikazio hutsa, albistea guztiz garrantzitsua bada ere; fede biziarentzat, Jesusek ukitutako fedearentzat, ezinbestekoa da ekintzara igarotzea, eta besteak Jesusengana daramatza. Kontakizunaren azken zatiak argi eta garbi erakusten digu, Jesus biziarekin bat egiteak betiko aldatzen gaituela. Simoni adi-adi begiratzean, Jesus haren bihotzean sar-tzen da eta, izen aldaketa sinbolikoaren bidez, bere izate osoa ere aldatu egiten du bizi-tza osorako. Kontakizunak beste hau ere ulertarazten digu: hitzez eta egitez Jesus beste batzuei helarazten badiegu ere, ez garela gu haiek aldatzen ditugunak, Jesusek berak egiten duela hori baizik. Nola bizi eta iragarri Jesusen lehenengo ikasle hauen fede bizi eta eraldatzailearen esperientzia? 4. Berri Ona bizi eta iragartzeko, Espirituaren gidaritza onartu behar dugu Besteengan benetan fidatzea da bizitzan gehien kostatzen zaigun gauzetako bat. Are gehiago, besteei gu gidatzen uztea kostatzen zaigu. Gure bizitzako esperientzia na-gusi batzuek, esate baterako, ama edo aita izatearen esperientziak batez ere, geure bu-ruaz ahaztu eta beste batzuk, gure seme eta alabak, gure bizitzako gune nagusi bihurtzea eskatzen digute. Esperientzia hauek esparru pribatuari dagozkio funtsean, biziaren gai-netik sistema −jakintza tekno-zientifikoa, aberastasuna sortzea eta antolaketa− jartzen duen kultura honetan gero eta arazotsuagoa den esparru pribatuari. Pertsonen bizitzan, autonomiak gero eta balio handiagoa hartu du, hezkuntzaren, aurrerapen materialaren eta profesionalizatzearen garrantziaren eskutik. Kulturari dago-kionez, “bestearen” esku jartzeak gero eta zorabio-larri handiagoa eragiten du, “norbera izatea” ezinbesteko baldintza jotzen baita pertsona izateko eta bizitzan arrakasta eduki-tzeko. Gero eta nabarmenagoa den norbanakoaren autonomia honek giza harremanak aldatu egin ditu neurri handi batean, batez ere familian, gizarte mailan gehien baloratzen den esparrua bada ere, gero eta eskastasun handiagoa jasaten duen instituzio horretan. Egoera honetan, Espirituaren esku jartzeaz hitz egiteak nolabaiteko aurkakotasuna eragin dezake, Paulok Jesu Kristo gurutziltzatuari buruz aipatzen digunaren antzekoa: eskandalua batzuentzat eta erokeria beste batzuentzat. Baina, fedea ezin da bizi bene-tako haurtzaro espirituala sentituz izan ezik, eta Espirituaren eskua eta gidaritza onartuz ez bada. Hauxe da, eta ez beste ezer, espiritualtasuna; norberaren baitan biltzera eta otoitz- eta sakramentu-jarduerara murrizten ez den espiritualtasuna, Espiritu Santuaren indarraz bizitako gure bizitza osoa biltzen duen espiritualtasuna baizik.

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II. JESUSEN BIZITZA ESPIRITUAK GIDATUTA San Lukasen Ebanjelioak, Nazareteko bizitza ezkutuaz ari denean, haziz eta sen-dotuz zihoala, jakinduriaz betea zegoela eta Jainkoaren onginahia berekin zuela diosku Jesusi buruz. Jesusen hazkunde honek bere burua emateraino jarraituko duela erakusten digute Ebanjelioek. Ebanjelioetako kontakizunetan sakon sartzen bagara, haiei gure bizitza irakurtzen utziz, Jesusen ibilbide espirituala argitasun osoz agertzen zaigu. Jesus, Jainkoa Aita deneko kontzientzia bizi eta apartekoaz bustita, apurka-apurka bere boka-zioaz jabetzen da argitasun eta sakontasunez, eta nekaldia eta gurutzeko heriotza zain dituen “Jerusalemerako igoerara” bideratzea onartzen du. Jesusen ibilbide espiritual hori bana ezin daitezkeen hiru esparru desberdinetan garatzen da: jendearekiko harremanean, ikasleen taldearekiko harremanean eta Aitare-kiko etengabeko harremanean. Espirituak ikusarazten dizkio bere bokazio original eta apurtezinaren ondorioak, bere ibilbidean ezinbesteko dituen hiru esparru hauetatik zu-zenduz. 1. Jesusen bizitza jende artean Jesus, hango eta hemengo jendearekin elkartzen denean, Jainkoarengana hurbil-duko da eta hau hobeto ezagutuko du. Txiroek, gaixoek, emakume kanaandarrak, ten-pluan limosna eman zuen alargunak, “artzainik gabeko ardi” ziruditelako pena eman zioten pertsonek, ehuntariak, Zakeok eta, erabateko eskaintzaz, bere malkoez oinak gar-bitu eta bere ileez lehortu, laztanez bete eta lurrin garestiaz igurzten dizkion emaku-meak, Jainkoaren aurpegi errukitsua, erabateko doakotasuna eta mugagabeko maitasuna erakusten diote. Aurkikuntza honek behin eta berriro esanarazten dio Jesusi, harrituta eta txundituta: “Handia da zure fedea!”, jendeaz ari denean, eta “Goresten zaitut”, erlazio estua duen eta Berarengandik bana ezin daitekeen Aitari hitz egiten dionean. Espirituaren gidaritzapean jakindurian eta grazian haziz doan Jesus hau erreforma-tzaile erlijioso handi ere bihurtuko da, maitasunaren Jainkoarenganako fedea berbaldi, parabola eta agindu moraletan ez ezik, baita jakintsu, aberats, lege-maisu eta abade na-gusiekiko buruz buruko jardueren bidez ere. Ikus dezagun, jendarteko ibilbide espiritual honen adibide gisa, emakum kanaan-darraren pasarte argitzailea, San Mateoren Ebanjelioak kontatzen digun bezala:

Handik irtenik, Tiro eta Sidon aldera aldendu zen Jesus. Hartan, inguru hai-etan bizi zen emakume kanaandar bat deiadarka hasi zitzaion: − Erruki zakizkit, Jauna, Daviden Semea! Oinaze gorritan dauka deabruak nire alaba. Baina Jesusek ez zion hitzik erantzun. Bere ikasleek, ondoraturik, eskatu zio-ten: − Kasu egiozu, deiadarka baitatorkigu atzetik. Jesusek, ordea: − Israel herriko ardi galduengana bakarrik bidali nau Jainkoak. Baina emakumea, hurbildurik, ahuspez jarri zitzaion, esanez: − Lagun nazazu, Jauna! Jesusek orduan: − Ez dago ongi seme-alabei ogia kendu eta txakurrei botatzea.

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Emakumeak erantzun zion: − Bai, Jauna, halaxe da; baina txakurrek ere jan ohi dituzte nagusien mahai-tik erortzen diren ogi-apurrak. Orduan Jesusek esan zion: − Emakumea, handia da zure fedea! Gerta bekizu nahi duzuna! Eta une hartatik sendatuta gelditu zitzaion alaba. (San Mateoren Ebanjelioa, 15. kapitulua, 21-28 txatalak)

Kontakizunaren hasieran, Jesus, zegoen lekutik atera egin zela beste leku batera joateko esaten zaigu. Ebanjelioek erakusten diguten Jesusen etengabeko ibiltzearen adi-bidea da. Apostoluen Eginak liburuan, “bideari” jarraitzen diotenak dira fededunak. Ebanjelioko kontakizunean, Jesus atera egiten da dagoen lekutik, Tiro eta Sidongo lu-rraldera erretiratzeko. Datuak esanguratsuak dira: Jesusek erretiratu egin nahi du; sarri-tan saiatzen da hori egiten, zerbaitetan jardun ondoren; jentilen lurraldera erretiratzen da. Beste hainbat aldiz gertatzen zaionez, ezagutu egiten dute eta erretiratzeko nahiak zapuztu egiten dizkiote. Kasu honetan, deiadarka bere alaba osatzeko eskatzen dion emakume kanaandarrak galarazten dio erretiro hori. Jesusek ez dio erantzun ere egiten. Guztiz atsekabetua dirudi. Bigarren une batean, ikasleek gutxienez jaramon egiteko es-katzen diote; esan diezaiola emakumeari isiltzeko eta enbarazu egiteari uzteko; baina berak ez du ezer jakin nahi emakumeaz eta bere eginkizuna Israel herriarentzat baino ez dela esaten die. Une horretan, emakumea Jesusen aurrean jarri eta ahuspeztu egiten da, laguntzeko eskatuz, arreta eskaintzera behartuz. Jesusek gogor hartzen du; Israel herri-koak seme-alabatzat hartzen dituen bitartean, txakur baten pareko hartzen du emaku-mea; ez dio kasurik egin nahi. Baina emakumeak ez du etsitzen, eta apaltasun handiz, Jainkoaren erruki eta maitasunaren unibertsaltasunean fede itzela islatzen duen eran-tzuna ematen dio. Jesusek berehala ulertzen du, emakume eta jentil izateagatik aintzako-tzat hartzekoa ez den ama horren fedearen esanahia. Pasarte honek erakusten digunez, Jesusek, ezertarako aintzat hartuak ez direnengan beti harrigarriak eta esanguratsuak egingo zaizkion Jainkoarenganako fedea eta ulermena aurkitzen ditu. 2. Jesusen ikasleen elkartea Baina, beti berria den Jainkoa aurkitzearen eta bere bizia emanez Jainko hori ira-gartzearen bokazioa gero eta indar handiagoz sentitzearen prozesu hau Jesusek ez du berak bakarrik bizi; bidelagun zituen ikasleen elkartearekin, eta batez ere hamabiekin, partekatzen ditu bere bizitza eta esperientziak. Jarraitzen ziotenak bere elkartea zirela esan dezakegu, haiekin hitz egiten zuela bidean, bere esperientziak eta egunero azaltzen zitzaizkion egoerak komentatuz eta horien zentzua aurkitzen saiatuz. Gaur egun errefe-rentzi taldea, bizitza-azterketarako taldea, fedean heltzeko taldea deitzen dugunaren antzeko zerbait zen talde hura. Jesusen espiritualtasunaren bigarren alderdi honen adibideak ugariak dira Ebanje-lioan, pasarte batzuetan gehiago nabarmentzen delarik, esate baterako, azken afarian eta oinak garbitzean. Ezin dugu Jesus ulertu bere ikaslerik gabe, bere bizitza- eta egitasmo-elkarterik gabe. Espirituak gidatuta jarduten duen gizon honen adibide bat ikusiko dugu ikasleen bidez, San Joanen Ebanjeliotik hartutako pasarte honetan:

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Jesusen hitzok entzutean, haren ikasleetariko askok esan zuen: «Onargaitza da mezu hau. Nork jaramon egin?» Jesusek, ikasleak marmarka ari zirela oharturik, esan zien: Honek eragozten al dizue sinestea? Bada, Gizonaren Semea lehen zegoen to-kira igotzen ikusiko bazenute, zer geratuko ote?» Eta esan zuen, gainera: «Horregatik esan dizuet ezin dela inor ere niregana hurbildu, Aitak ez badio horretarako gaitasuna ematen.» Geroztik, haren ikasleetariko askok atzera jo zuen, eta aurrerantzean ez ziren harekin ibili. Orduan, esan zien Jesusek Hamabiei: «Zuek ere alde egin nahi al duzue?» Erantzun zion Simon Pedrok: «Jauna, norengana joango gara? Betiko bizia dute zure irakatsiek. Eta guk si-netsi dugu eta badakigu zu zarela Jainkoaren Santua.» (San Joanen Ebanjelioa, 6. kapitulua, 60-62 eta 65-69 txatalak)

Pasarte honek Jesusen ibilbidean erabakigarria izan zen unea erakusten digu, kri-sialdi bat; eta bertan zera ikusten da: bere irakaspenak ez datozela bat, ez jendeen senti-penekin, ezta bere jarraitzaileen sentipenekin ere, asaldatuta zeuden-eta Jesusen esane-kin. Bere ikasleen elkartea bera sakabanatu egiten da eta askok bertan behera uzten du Jesus. Berak aukeratu dituen haiek ere abandonatu egingo duten jakin behar du Jesusek, hori bere elkartearen azkena eta, ondorioz, bere predikuaren porrota litzatekeelako. Jesusen bizitzan eta egintzan elkarteak duen garrantzia nabarmentzen du kontaki-zunak. Horregatik, hamabiei zuzenean galdetzen die, benetan Berarengan sinesten duten ala, alderantziz, besteen antzera, eskandalizatuta dauden eta atzera egin nahi duten. De-nen izenean hitz egiten duen Pedroren aitorpenak, Jesusen erreferentzi taldeak Beraren-gan sinesten duela eta, besteek alde egin duten arren, haiek Berarekin jarraitu nahi du-tela adierazten du. Pedrok denen izenean egiten duen aitorpen hau lau Ebanjelioetan jasotzen da eta une erabakigarria da Jesusen bizitzan eta misioan, Ebanjelio sinoptikoek pasarte honen ostean jartzen dituzten nekaldiaren iragarpenean eta Jesusen antzaldaketa-ren kontakizunean islatzen delarik. Aurrerantzean bere predikuak erabaki handiagoz agertuko du bere behin betikotasuna, legearen eta profeten esanak betetzearena, bai abadeen, zaharren, idazlarien eta farisearren aurrean, baita eta herri-agintarien aurrean ere. 3. Jesusek Aitarekin zuen harreman pertsonala Dei egiten dion eta Jesusek berak ezagutzen ez dituen eta, askotan, Getsemaniko otoitzaldian erakusten duenez, hartu nahi ez dituen bideetatik zuzentzen duen Aitare-kiko harreman pertsonala da Jesusen espiritualtasunaren hirugarren alderdia −hasieratik aurreko bi alderdietan agertzen da eta bertatik dator dena−. Leku bazterra da beti, eta basamortua da lekurik sinbolikoena. Jesusen jendaurreko bizitza basamortuko bi esperi-entzia erradikalen arteko bizitzatzat har daiteke, hau da, jendaurreko bizitzarako presta-kuntza, batetik, eta bere nekaldi, gurutziltzatze eta heriotza, bestetik. Bietan, Jesusek etengabeko tentazioak izan zituen, bere boterea bere probetxurako erabili eta Jainko Aitaganako leialtasunari uko egin ziezaion. Bi probetan agertzen da bere hauskortasuna, eta beraz, tentazioan jausteko arriskua, baina baita bere leialtasuna ere, edo gauza bera dena, bekatuaren menpe ez egotea.

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Hebertarrei idatzitako Gutunak primeran jasotzen ditu Jesusen hauskortasunaren eta leialtasunaren bi alderdi horiek: “Izan ere, gure apaiz nagusia ez da gure ahuleriaz gupidatu ez daitekeen norbait, zeren eta bera ere, gu bezala, gauza guztietan probatua izan baita, bekatuan izan ezik” (4. kapitulua, 5. txatala). Proba horietan, hain zuzen ere, bakarrik agertzen da Jesus, bakarka Aitari otoitz eginez, leku bazterrean, bere biziaren iturriarekiko harreman zuzena bilatuz eta Espirituak zuzenduta emango duen urratsak eskatzen dion bereizketa eginez. Batzuetan, otoitza dramatikoa eta larria bihurtzen da, baratzeko otoitzaren pasarte honetan ikus daitekeenez:

Jesus bere ikasleekin Getsemani zeritzan landa batera iritsi zen, eta esan zien: − Zaudete hemen, ni hara otoitz egitera noan bitartean. Pedro eta Zebedeoren bi semeak eraman zituen berekin. Tristura eta larria sentitzen hasi zen, eta esan zien: − Hiltzeko zorian nago tristuraz. Gelditu hemen eta zaudete erne nirekin ba-tera. Eta aurreraxeago joanik, ahuspez erori zen eta otoitz egin zuen, esanez: − Ene Aita, ahal bada, urrun ezazu niregandik edari samin hau. Hala ere, egin bedi zuk nahi bezala, ez nik nahi bezala. Ikasleengana joan eta lotan aurkitu zituen. Pedrori esan zion: − Beraz, ordubete ere ezin izan zarete nirekin erne egon? Zaudete erne eta egi-zue otoitz, tentaldian ez erortzeko: gogoz gartsu izan arren, ahula baita giza-kia. Bigarren aldiz aldendu eta otoitz egin zuen, esanez: − Ene Aita, edari samin hau derrigorrez edan behar badut, egin bedi zure na-hia. Eta berriro itzulirik, lo aurkitu zituen, begiak astun baitzituzten. Haiek utzi-rik, berriz ere aldendu eta hirugarren aldiz otoitz egin zuen, lehengo hitzak berriro esanez. Ondoren, ikasleengana joan eta esan zien: − Egin lo eta hartu atseden! Hara, gainean da ordua, Gizonaren Semea beka-tarien eskuetara emana izateko. (San Mateoren Ebanjelioa, 26. kapitulua, 36-46 txatalak)

Ebanjelioko pasarte honek era bikainean eta gordintasun osoz erakusten digu Je-susek duen bakardadearen edo basamortu erradikalaren esperientzia, nekaldi eta guru-tzeko heriotza iraingarriaren atarian. Azken Afaria amaitzeaz batera, Jesus Getsemani izeneko baratzera doa ikasleekin. Bere mugimendu espiritualekin bat datozen Jesusen etengabeko mugimenduak dira garrantzitsuenak kontakizunean. Beste batzuetan bezala, hamabien artean, hiru ikaslek osatutako zirkulu estuagoa dagoela erakusten du lehe-nengo mugimenduak. Jesusek utzi egiten ditu hamabiak, Aitari otoitz egitera joateko, baina hiru ikasle daramatza Berarekin, euskarri bezala, triste eta larri dagoelako, eta Berarekin esna egoteko eskatzen die. Hortik aurrera, Jesus hiru aldiz mugitzen da Aitarenganantz, hareneskuetan jar-tzeko, eta beste hainbeste hiru ikasleen talderantz, hainbesteko larritasunaz beteriko orduan zirkulu estuago horren babesaren bila. Hiru ikasleak lokartu egiten direla diosku kontakizunak eta ez direla Berarekin erne egon, une goren horretan bakardadea saihes-tezina dela gehiago nabarmenduz eta bere nekaldi eta gurutzeko heriotzan ikasle guztiek abandonatu egingo dutela iragarriz. Aurrera eta atzera egiten dituen hiru mugimenduek bere nahien eta Aitaren borondatearen arteko borroka nabarmentzen dute; hau da, haus-kortasunetik sortzen den tentazioaren eta Espirituak seinalatzen dion bokazioaganako leialtasunaren arteko borroka. Jesusen azken esaldiak, azken ordua iritsi dela dio eta

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Aitaren borondatea onartzeko erabakia sendo eta behin betikoa dela; orduan ez du bere hiru lagun minen babesik behar. 4. Jesusengandik ikasi Espirituaren bideetan ibiltzen Jesusen bidea bakarra bada ere, bera Semea delako eta Aitarekiko harreman estu eta apurtezina duelako, bikain erakusten dizkigu geure ibilbide espiritualaren osagai batzuk. Lehenengoa, fedea bizitzeak, hau da, Jainkoarekiko erlazioak Espirituaren esku-etan jartzen duela, haren gidaritza onartzeko. Bigarrena, Jainkoak gutariko bakoitzaren-tzat nahi duen bidetik zuzentzen gaituela Espirituak, hau da, gure bokazioaren bidetik. Espiritualtasuna eta bokazioa, beraz, banaezinak dira, txanpon beraren bi aldeen antze-koak. Hirugarrena, gure bokazioari erantzun positiboa emanez, Espirituaren gidaritza onartzeak gure bizitza markatzen duten eta behin betiko zentzua ematen dioten delibe-ramendu erabakigarriak hartzea dakarrela. Laugarrena, erabaki hauek gure fedearen testigantza ematen duten ekintza zehatzak direla; beste era batera esanda, fedea bizi eta iragartzea direla Jesusi jarraitzearen alderdi biak, Espirituaren gidaritzapean bakoitzaren bokazioaren bide zehatza ibiliz. Bosgarrena eta azkena, espiritualtasun guztiek hiru al-derdi dituztela; desberdinak baina beharrezkoak direnak eta beren artean estu lotuta dauden hiru alderdi: gure bokazioa gauzatzen dugun mundua, gure bokazioa bizi eta argitzen dugun elkartea eta, azkenik, basamortuaren, harreman pertsonalaren eta otoitza-ren esperientzia Jesusen Jainkoarekin. III. BIZITZA EBANJELIKOA ETA GAURKO KULTURA Fededun guztien ibilbide espirituala goian aipatutakoa bada ere, bide hori, arlo sozial eta kulturalari dagokionez, gure artean bidezkoa den galdetu beharrean gaude. Erantzuna baiezkoa da, baina ez beste garai batean izan den baldintza beretan. Ebanje-lioa naturaltasunez eta korrontearen alde bizitzea dagoeneko ez da posible, kasu zehatz eta mugatu batzuetan salbu. Ez da posible, alegia, ez jendearentzat orokorrean bakarrik, ezta edozein izanik ere beren bokazio-konpromisoa, beren fedea sakontasunez bizi nahi duten guztientzat ere. Fedearen bizipena gure kulturan guztiz arazotsua da, nahiz eta gaurko gizakiok hutsune espiritual handia izan, gehienetan horretaz jabetzen ez bagara ere. Aurreko pas-toral idazkietan aztertu izan da zehatz-mehatz egoera hau ikuspuntu desberdinetatik, kristau-elkartean bertan duen eragina aipatuz. 1. Inkulturazio zaila eta konplexua Gorago aipatu dugunez eta Fedearen esperientzia bizi izeneko 2003ko Garizuma-Pazkoko Pastoral Idazkian aztertu zenez, traszendentea, baina aldi berean pertsonala eta hurbila den Jainkoaren esperientzia bizitzeko zailtasuna da sustraiko arazoa; gidari arra-zoia eta helburu aurrerapena duen, eta modernitateak landua dagoen gaurko kulturan, Kristo Jesusengan agertu zaigun «Jainkoa-gurekin» horren esperientziabizitzeko zailta-suna.

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Mendebaldeko kultura moderno honek geure egitasmoaren emaitza garela pentsa-tzera ohitu gaitu, horrela, autonomia pertsonalaren balioa era berezian baloratuz. Honek geure buruaren muin eta erreferentzia bihurtzen gaitu, baina, ez ote da egia egitasmo antropozentriko hau zoritxarreko bihurtu dela aukera askotan? Gertakari historiko guztiz mingarriek ohartarazten gaituzte, pertsona guztien burujabetza bilatzen duen baina ma-nipulazio eta alienazio indibidual eta sozial modu berrietara garamatzan arrazionalta-sun- eta aurrerapen-egitasmoa garatu duen modernitatearen arriskuez. Alderdi onei dagokienez, modernitateak, mendeetako tradizioak sagaratuak zeuz-kan bizimoduetatik askatzen lagundu digu. Duela hamarkada batzuk arruntak eta ezin-bestekotzat jotzen genituen bizimodu horiek, nahiz eta muga material gizatiar eta espiri-tual sakonak izan. Modernitatea eta aurrerapena, zentzu honetan, aberastasuna sortzeko, bizitzako baldintza materialak hobetzeko, jakintzaren gizartea sortzeko eta giza duinta-suna, zuzentasun birbanatzailea eta, horregatik, pertsonen arteko berdintasun handiagoa sustatzeko eragile garrantzitsuak izan dira. Era bateko eta besteko diskriminazioren bat jasaten duten pertsonen burujabetzaren aldeko borrokak fruituak ematen ditu gaur ere, eta makina bat lagun eta erakunde dabil ahalegin horretan, gure inguruan zein nazioarte mailan. Normalean giza gaietan gertatzen den bezala, mendebaldeko kultura modernoaren alderdi positibo hau argi eta garbi negatiboak diren beste elementu batzuek lausotzen dute: beste herri batzuk kolonizatzearen eta esplotatzearen ondorioak, joan den mendean bizi izandako gerra eta genozidioen izugarrikeriak, munduko gaur egungo alde izuga-rrien amildegia eta, gosearen eskandalua munduko hainbat lekutan, gaur egingo gatazka armatu arriskutsuak, beste kultura eta tradizio batzuekiko borrokak, eta, orokorrean, alderdi espiritual eta komunitarioak murrizten eta bazterrera uzten dituen eta denok eza-gutzen ditugun ondorio, gabezia eta gaixotasunak dakartzan indar eta gogobetetzearen kulturaren ezarpena. Askok galdetzen du, ea kultura honetako “pentsamendu indartsua” ez ote den bizi-rik irautea eta lehiakortasun biziz bustitako giroan arrakasta izatea. Horren parean, gai-nerako pentsamendu guztiak, kristau-proposamena barne, makal bihurtuko lirateke; baina, zer ezkutatzen da indarraren legearen bertsio berri honen atzean? Ez ote da egia, gure zuzenbidezko estatu preziatua herrialde aberatsetako mugetara murrizten dena? Izan ote daiteke pribilegiatuentzat bakarrik den zuzenbidezko estaturik? Ez ote du gure kulturak bere indarraren balioaren eta bere nagusitasun- eta gailentasun-gaitasunaren pareko nihilismo sakon bat? Bizitzeko arrazoi sakonak, ez ote ditugu mekanismo oreka-tzaileez aldatzen? Betiko gaztetasun eta edertasunaren mitoa sustatzen dituen menpera-tze nartzisista eta kontsumoaren bidez bilatzen den arrakasta, gozamena eta asetasuna, ez ote dira horrelako mekanismoak? Ikuspuntu erlijiosotik, gaur egungo kulturak, bere alderdi kritikoagatik eta buruja-betzea eragiteagatik, lagundu egin du fedearen bizipena, bakarkakoa zein elkartekoa, garbitzen, benetako eta erradikalago bihurtu beharra sentiaraziz. Era berean, hala ere, tradiziotik jasotako kultura-moldeetatik burujabe izateak, aurrera egiteko Jainkoa ez dela beharrezkoa (eta gaitz erdi etsaitzat hartzen ez bada) sentitzeak, eta arrakasta, go-gobetetasun eta oparotasunaren kulturak dezente zapaldu eta pribatizatu dituzte gure alderdi espirituala eta komunitarioa.

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Gauzak honela, kristau-elkarteak bere izatasun eta misioari buruzko hausnarketa egin zuen Vatikanoko II. Kontzilioan (1962-65), gizarte-kulturan gertatutako aldaketei erantzuteko. Gaudium et spes Elizari buruzko pastoral konstituzioan, kontzilioak mundu modernoarekin izan nahi zuen harremana azaldu zuen eta gaur egun gatz eta argi iza-teko deia jaso duen izaera ebanjelikodun elkarte bihurtzeko arauak jarri zituen. Erronka handia zen. Gizarte modernoarekin zerikusi gutxi duen gizartean sortutako aurreko eliz moldeak ez ziren nahiko, gizarte horretan, eta ez hain aspaldi, Elizak sarrera handia izan zuelako gizarte-, kultura- eta baita politika-alorrean ere. Bere misio ebanjelikoa berritu beharra zuen, Elizatik gero eta askatuago dagoen, programatikoki gero eta laikoagoa den, eta balio eta helburu bereziak dituen gizartearen presio pean. Lortu ote du Elizak erronka handi honi egoki erantzutea? Eliza, teologikoki eta espiritualki katolikoa izateaz gain, soziologikoki unibertsala den errealitatea da. Planetako leku askotan, europar kontinentea barne, badira kristau-elkarte batzuk loratze nabarmena bizi dutenak, bultzatzen eta sustatzen dituen Espiri-tuak eraginda. Elkarte horietan, Jesusi jarraitzea, bokazio-era anitzetan, beren bizitze-tako gertaera nagusi bihurtzen da pertsona askorentzat. Errealitate positibo hau plane-tako hegoaldeko hemisferioan eta asiar herrialde askotan gero eta garrantzi gehiago duen gure Eliza katolikoaren ezaugarri esanguratsua da, nahiz eta horietako gehienetan kristau-fedea aitortzen dutenak gutxi batzuk baino ez izan gizarte-mailan. Gure egoera, hala ere, guztiz desberdina da, batez ere, jakintza eta aurrerapenaren kulturaren indarragatik, eta goian aipatutako murrizte espiritual eta komunitarioagatik. Ideal heroiko bati seriotasunez eta egonkortasunez atxikitzeko nahia, arrakasta neur-tzeko erabiltzen diren balioak alde batera utzirik, bideragarritasun oso txikia duen ero-keria edo zentzugabekeria bezala agertzen da. Hainbat autorek errepikatu duenez, guta-riko askorentzat esperientzia eta bizipen erlijiosoa mekanismo huts bihurtzen dira, asko-tan aldizkakoak, lehiakortasunaren eta arrakasta profesional eta ekonomikoaren eragi-leei lehentasuna emateko joera duen bizi-giroko bizitzaren hoztasuna orekatzeko. Kon-tzilioaren jarraibideak kontuan hartuta, gure Eliza Berri Ona bizitzen eta iragartzen saia-tzen da, indarrean dagoen kultura honekiko elkarrizketan. Egoera honek badu nolabaiteko parekotasuna Apostoluen Eginetan irakur dezake-gun kontakizunarekin: Paulok, atenastarrei Berri Ona iragarri nahi die, atenastarren jainkotasunaren bilatze filosofiko eta kulturalaren, eta kristautasunak bilatze horri ema-ten dion erantzunaren artean lotura bat ikusi nahirik. Irakur dezagun Apostoluen Egine-tan jasotako kontakizun hau:

Atenasen Timoteo eta Silasen zain zegoela, Paulori barrua sumintzen zion hi-ria idoloz betea ikusteak. Beraz, juduei eta Israelen Jainkoa gurtzen zuten jen-tilei sinagogan hitz egiten zien, eta egunero jardun ohi zuen plaza nagusian, bertan gertatzen zirenekin eztabaidan. Zenbait filosofo epikureo eta estoikok ere jardun ohi zuen harekin eztabaidan. Hartu zuten, bada, berekin eta, Areo-pagora eramanik, honela galdetu zioten: «Jakin al daiteke zer den irakasten duzun doktrina berri hori? Guztiz ideia bitxiak dakarzkiguzu belarrietara, eta zer esan nahi duten jakin nahi genuke». Izan ere, atenastar guztiek eta han bizi ziren kanpotarrek azken berrikeriak entzun eta kontatuz eman ohi zuten beren denbora guztia. Paulo honela mintzatu zen, Areopago erdian zutik: «Atenastarrok, edonola ere, guztiz erlijiozale zaretela ikusten dut. Hortik zehar zuen jainko-oroitarriei begira nenbilela, aldare bat aurkitu dut idazkun hone-

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kin: ‘Jainko ezezagunari’. Horra, bada: zuek ezagutu gabe gurtzen duzuena, horixe iragartzen dizuet nik. Mundua eta munduko guztia egin duen Jainkoa zeru-lurren Jauna da eta ez da giza eskuz egindako tenpluetan bizi; ez dute giza eskuek zerbitzatzen ere, ez baitu ezeren beharrik, bera baita denei bizia eta arnasa eta gainerako guztia ematen dizkiena. Gizon bakar batengandik sortarazi zituen Jainkoak nazio guztiak, lur zabal osoan bizi zitezen, bakoitzari bere garai eta lurmugak eza-rriz. Eta hau guztia, Jainkoa bila zezaten, ea itsu-mustuka bederen aurkitzen zuten; izan ere, ez dago guretako bakoitzarengandik urruti, zeren harengan bizi baikara eta harengan mugitzen, eta izan ere harengan baikara; hori bera esan dute zuen olerkari batzuek ere: ‘Haren jatorrikoak gara’. Beraz, Jainkoaren jatorrikoak bagara, ez genezake pentsa Jainkoa giza trebe-tasunak eta irudimenak landutako urre, zilar edo harrizko irudien antzeko denik. Baina Jainkoak ez du kontuan hartu nahi izan gizakien iraganaldia, ezjaki-nean bizi izan zireneko garaia, eta bihozberritzeko agintzen die orain guztiei edonon. Erabakia baitu mundua justiziaz epaituko duen eguna, eta horreta-rako ezarri duen gizonaren bidez epaituko ere, berau hildakoen artetik piztuz denei ziur erakutsi dien bezala.» Hildakoen piztuera aipatzen zuela entzutean, batzuk barrez hasi zitzaizkion; beste batzuek, berriz, esan zioten: «Beste batean entzungo dizugu horretaz.» Paulok, orduan, alde egin zien. Alabaina, batzuk elkartu zitzaizkion eta sine-tsi egin zuten; haien artean, Dionisio Areopagokoa, Damaris izeneko emakume bat eta beste zenbait. (Apostoluen Eginak, 17. kapitulua, 16-34 txatalak)

Modernitateak oretutako gizartean fedearen inkulturazioak duen zailtasuna uler-tzeko esanguratsuak diren elementuak aurkezten dizkigu kontakizun honek. Lehenen-goa, idoloen gai biblikoa nagusia eta nabarmena da: idoloen presentziak barrua sumin-tzen zion Paulori eta Kristo Jesusengan agertutako Jainko bakarra iragartzera bultzatzen zuen. Israel herriarentzat, Deuteronomio liburuko 6. kapituluko 4-5 txataletan jasotzen den agindu nagusiaren aurka zihoan guztia zen idolo: “Entzun, Israel: Jauna da gure Jainkoa, Jauna bat bakarra da! Maita ezazu Jauna zeure Jainkoa bihotz-bihotzez, gogo osoz eta indar guztiz”. Agindu hau Jesusek errepikatzen du bere predikuan, Markosen Ebanjelioko 12. kapituluko 29-30 txataletan irakur daitekeenez. Legean aditua den nor-baitek Jesusi agindu nagusia zein den galdetzen dionean, hau da Jesusek ematen dion erantzuna: «Hona hemen nagusiena: Entzun, Israel: Jauna da gure Jainkoa, Jauna bat bakarra da! Maita ezazu Jauna, zeure Jainkoa, bihotz-bihotzez, gogo osoz, adimen guz-tiz eta indar guztiz». Ikus daitekeenez, aginduaren erradikaltasunaren eraginez, benetan sinesteduna denari etengabe eskatzen zaio bihozberritzea, beti aurkituko dituelako bere baitan Jesu-sen Jainkoa bere bizitzako ardatz bakarra izatea galarazten dioten sasijainkoen haziak. Baina kulturari dagokionez, beste hau nabarmendu beharrean gaude: gure gizarteak, beste ezer baino lehen, etengabeko aldaketarako bere gaitasuna baloratzen duela, elkar sostengatzen duten bi zutabe nagusiren gainean: ekonomi hazkundea eta zientzi aurrera-pena, edo, Apostoluen Eginetara itzuliz, urrea eta giza trebetasuna eta irudimena.

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Gauzak ikusteko modua eta bizi izateko modua, jakinaren gainean ala ez, gure kultura uztartzen eta moldeatzen duen aurrerapenaren mitoan oinarritua dago. Mito in-dartsu horren aurrean, guk ere, atenastarren antzera, ondorengoa errepikatzen diegu uni-bertsoaren epaile den Kristo berpiztuaren eta gure kulturaren arteko elkarrizketa ezarri nahi duten gaur egungo Pauloei: «Beste batean entzungo dizugu horretaz.» Inkulturazioaren metodoari dagokiona da bigarren puntu nagusia. “Paulok, or-duan, alde egin zien”, diosku aurrerago kontakizunak; horrekin, kulturazko elkarrizke-taren bidez ebanjelizatze-ahaleginari uko egiten ziola ematen zuen aditzera; baina aha-legin hori ez zen guztiz alferrekoa izan, “batzuk elkartu zitzaizkiola eta sinetsi egin zu-tela” esaten baitu. Benetan, badugu zerbait gordetzeko kontakizun honetan: inoiz ez da konprometitu behar Jesus hil eta berpiztuaren iragarpena, eta ondoriozko bihozberri-tzeko deia, elkarrizketari begira. Elizak ezagutu egin behar du mezua iragarri nahi dion kultura, eta bertara enpatikoki hurbildu, Pauloren Atenaseko predikuan gertatzen den bezala; baina ez kultura horretara eroso moldatu eta beraren bila bidera ateratzeko, kul-tura honen gabeziak agerian jartzeko eta bilaketaren eta irriken azken zentzua erakus-teko baizik. Azkenik, erne jartzen gaitu pasarte honek, fedea, gurea bezalako kultura indartsu eta garailetik arrazoitzen saiatzen den ebanjelizatzearen benetako zailtasunez oharturik egon gaitezen, eta, aldi berean, ahalegina ez dela guztiz alferrekoa izango agintzen digu. 2. Ebanjelioa ereitea eta fruitu emateko baldintzak Bistakoa da, ez Jainkoari buruzko esperientzia ezta Berri Ona bizi eta iragartzea ere, ezin daitezkeela orain gerta, dagoeneko existitzen ez den garai bateko kultura-baldintzetangertatu ohi zen bezala. Garbi dago, Deuteronomio liburuko “Entzun, Is-rael!” deitik hasi eta Ebanjelioko “saldu daukazun guztia eta eman behartsuei, zeure aberastasuna zeruan izan dezazun; gero, zatoz eta jarraitu niri” arte, fedea ez dela pen-tsamendu arina edo proposamen ahula. Horregatik, gaur egun Berri Ona bizi eta iragar-tzeko, berariazko nortasuna eta izaera dituen elkarteko kide bizi izan beharra dago; bere sustraiak Jainkoarekiko harremanaren historia bereziaren oroipenean dituen elkarteko kide; eta, batez ere, Jesu Kristoren bizitza, nekaldi eta berpizkundearen oroipena gorde-tzen, eta Jesu Kristori jarraitzen dion elkartekoa, Espirituaren gidaritzapean. Zalantzarik gabe, gure kulturaren baratze naturalak dagoeneko ez du beharrezko fruiturik ematen. Ezinbestekoa da, nahiz eta erraza ez izan, Eliza osoa gure munduaren gatz eta argi izatea ahalbideratuko duten izaera ebanjelikodun elkarte desberdinak lan-tzean, espezializatuak diren baratzeak sortuko dituzten mekanismo pertsonal eta komu-nitarioak sustatzea. Horretarako, eta Jesusen ibilbide espiritualari jarraituz, alde batera utzi behar dugu, fedea ingurunearen eraginez bizitzeko era; alderantziz, norbereganatu egin behar dugu fedea, jakinaren gainean eta bokazioz bizi izateko, Jainkoaren aurrean etengabe kokatuz eta santutasunaren bikaintasuna lortzera egiten digun dei erradikala beti kontuan izanez. Honen haritik, “garaien zantzuek” ereilearen parabola begi berriez irakurtzeko deia egiten digute:

− Entzun! Atera zen behin batean ereilea hazia ereitera. Ereitean, zenbait ale bide bazterrean erori zen; eta txoriek etorri eta jan egin zuten. Beste zenbait harri artean erori zen, lur handirik ez zen tokian; eta azaleko lurra izanik, be-

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rehala erne zen; baina eguzkiak jo orduko, erre egin zen eta, sustrairik ez zue-lako, ihartu. Beste zenbait ale sasi artean erori zen: sasiek, haztean, ito egin zuten hazia eta ez zuen fruiturik eman. Gainerakoak lur onean erori ziren; erne, hazi eta fruitua eman zuten: bateko hogeita hamar edo hirurogei edo ehun. Eta ohar hau egin zien Jesusek: − Ulertzeko gauza denak uler beza. Jesusek esan zien: − Parabola hau ez duzuela ulertzen? Nola ulertuko dituzue, bada, beste para-bola guztiak? Ereileak mezua du ereiten. Mezua ereiterakoan, batzuk “bide-bazterra” bezala dira: entzun bezain laster, Satanasek etorri eta haiengan erein den mezua kendu egiten du. Beste batzuk “harri-artea” bezala dira: me-zua entzutean, berehala pozik onartzen dute, baina sustrairik gabeak eta iraupen gutxikoak izanik, mezua dela-eta estuasun edo erasoaldiren bat sortu orduko, erori egiten dira. Beste batzuk, berriz, “sasi-artea” bezala dira: entzu-ten dute mezua, baina bizitza honetako ardurak, diru-gosea eta bestelako gri-nak nagusitzen zaizkie eta mezua ito egiten diete, fruiturik gabe utziz. Eta hona nor diren “lur ona” bezalakoak: mezua entzun, onartu eta fruitua ematen dutenak: bateko hogeita hamar edo hirurogei edo ehun. (Markosen Ebanjelioa, 4. kapitulua, 3-9 eta 13-20 txatalak)

Has gaitezen azkenetik: lur onean jausten den hazia. Espirituak lur horretan eten-gabe ereiten duela gure artean oharkabe igaro dakiguke, beren burua fededuntzat dute-nen kopuruaren gutxitze soziologikoak biziki arduratzen gaituelako; hala ere, Espirituak ez du kultura-ereduen edo bizitza ebanjelikoaren gure ikuskeren arabera jarduten; Espi-rituak berritu egiten du, guretzat oharkabe igaro daitezkeen eta ulergaitzak eta ibiltzeko zailak izan daitezkeen bide berriak zabalduz. Horrexegatik, funtsezkoa da beti entzuteko prest egotea, “denboren zantzuak” antzemateko. Espirituak Eliza, legamia izan dadin eraberritzeko, garbikuntzaren eta kulturari buruzko biluztearen bide zailetik zuzentzen duenean gertatzen da lur onean ereitea. Be-harbada, honen haritik, gure Elizek hausnarketa sakona egin behar dute, aldi berean ore eta legamia izan ote daitekeen, kristau-elkartea lehenaldian, arrakastaren, oparotasuna-ren eta asetasunaren kulturan izaten saiatu den bezala, fededun izatea normala izan den kulturan. Espirituak ez du biluztearen bidetik garbitu bakarrik garbitu izan Eliza; Gure kris-tau-elkarteak berriztatu izeneko 2005eko Garizuma-Pazkoko Pastoral Idazkian aipatzen genuenez, “zeinu adore-emaileak” ere sustatu izan ditu eta sustatzen ditu, karisma eta bokazio berri erara, garai berri honetarako; egia da karisma eta bokazio horiek ez direla ugariak, eta, horietako batzuk, gainera, ezta ohikoak ere; baina, horrexegatik, egoera berri honek arreta gehiago eskatzen digu Espirituaren egintzaren aurrean. Zeinu adore-emaile berri hauek ez dituzte beren erroak nagusi den kulturan botatzen, Espirituaren gidaritzapean barneratuak, landuak, ospatuak eta Jesusen jarraipenean zailduak izan diren fedearen eta bokazioaren eremu trinkoan baizik. Pastoral eta soziologikoki, “sasi artean” jausitako haziarekin gertatzen denak du antz gehien gure egoerarekin. Gorago deskribatu denez, izugarri handia da bizi garen kultura modernoaren indarra; Hitza −hau da, Jainkoak bihozberritzera, Jesusi entzutera eta Jesusi jarraitzera egiten digun deia− erokeria bezala agertzen baita; onenean, ederra den baina lortzerik ez dagoen utopia eder bezala; eta deskribatutako aurrerapen, ezagu-

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tza, profesionaltasun eta arrakastak ito egiten dute Hitz hori. Kultura honetako kide ga-ren guztiok gaude, neurri batean edo bestean, egoera honen eragin pean. Parabolako hitzak erabiliz, asko gara, “bizitza honetako ardurak, diru-gosea eta bestelako grinak nagusitzen zaizkienak”, eta, ondorioz, Hitzaren indarra guregan zi-meldu egiten dela sumatzen dugunak. Terminologia moldatzen badugu, goian aipatu-tako gure kulturaren balioek, hau da, arrakasta bilatzeak, asetze eta ongizatearen kultu-ran murgiltzeak, are zailagoa egiten digute Berri Ona bizitzea eta iragartzea, gero eta eginkizun lortezinago bihurtuz. Ez dira falta, batez ere gazteen artean, parabolan “harri artean” jausten den haziaz hitz egiten zaigunean aipatzen den Hitza onartzearen poztasunarekin bat datozen bul-kada eskuzabalak. Baina bikote sinestedun eta praktikatzaile asko ez da beren fedea seme-alabei transmititzeko gauza eta, ondorioz, gero eta gazteago direla uzten dute alde batera fedea, baliorik ikusten ez diotelako; eta hau ez da, gaurko gizartearen ezaugarri den iraunkortasun faltaren eragina bakarrik, konpromisoaren egonkortasunaren aurrean, autonomia itsuari dagokion aldaketarako gaitasuna asko baloratzen duelako, alegia. Gazte askoren fedearen benetako sustrai falta ere adierazten du, fede hori erein izan den kultura lur harritsua eta azalekoa delako. Ebanjelioko pasarte honetan, bada gure arreta merezi duen eta Espirituak “kris-tauaren ezberdintasunaz” jabetzen laguntzen diharduen gaurko gure egoera ulertzen laguntzendigun elementu nagusi bat: Hitzaren ereintza oro ez da ernetzen eta ez du frui-tua oparo ematen, baizik eta lur onean jausten denak bakarrik. Gaurko gure egoeran, honek Espirituarengan konfiantza izatera eramaten gaitu; gizarte-mailan indartsua izan zen Elizaren nostalgia ez izatera; eta bakarka eta eliztar bezala kristau-nortasuna garbi-tzera. Gure kultura eta gure giza kontingentzia bera hazia makaltzen eta itotzen duen lursail harritsu eta sasitsua dira. Geure lursail pertsonal eta komunitario ona prestatu egin behar dugu, Ebanjelioa bizi eta iragartzeko. Beste era batera esanda, ezin gara ez kristau izan ez Eliza izan orain arte bezala; gure fede “naturala” espirituz jasotako eta berariaz landutako beste fede batez ordezkatu behar dugu. Kristau-elkarte garenez, buru-belarri jardun behar dugu, “garaien zantzuak” irakurriz, lur onak prestatzen, Espi-rituaren dohain berriak gauza daitezen. 3. Bizitza bokazio bezala bizi Bizia gure esku-hartzerik gabe jaso dugula, hori ez du inork ukatzen. Dohain be-zala, zama astun bezala edo, besterik gabe, hor dagoelako, inolako zentzurik bilatu gabe bizitzea, gutariko bakoitzak argitu egin behar du, gure bizitza hori eratzeko prozesuan. Gure bizitza, baita historia ere, une argitsuez, grisez eta ilun eta mingarriak diren beste batzuez egina dago. Inoiz ez da erraza izan zuzentasunez eta duintasunez, hau da, iparra gidatzat izanik, bizitzea; baina, gizon eta emakume guztiok barruan daramagun zorion-grinari erantzun nahi badiogu, zaila da beste bizimodu bat asmatzea. Ez da nahikoa, hala ere, bizimodu zuzen eta duina bilatzen saiatzea, Ebanjelioa bizi eta iragartzeko. Hori lortu ahal izateko, beharrezkoa da “geure burua bera baino barruragokoa delako” askotan oharkabe pasatzen zaigun zerbait aurkitu eta onartzea:

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maitasunez sortuak izan gara, eta maitasun horretan bete-betean parte hartzeko deia jaso dugu. Antzeman al dugu geure barru-barruan bizi den eta sustraitik eratzen gaituen mis-terio hau? Gutariko askok urrunekoa eta, beraz, kanpokoa den eta geure buruarekin ze-rikusirik ez duen Jainkoarengan sinesten dugu. Jainko horri makina bat titulu eman izan zaio: infinitua, adieraztezina, absolutua, orojakilea, ahalguztiduna, nonahikoa, gauza guztien jatorria eta guztien azken helburua, etab., etab., gure tradizio teologiko aberatsetik jasota. Egia dira denak, baina horiek ez dute gure bihotza mugitzen. Bat bakarra da egiaz Hura zuzen adierazten duen izena, bat bakarra aldi berean beharrezkoa eta nahikoa dena: “Jainkoa maitasuna da”.

Ene maiteok, maita dezagun elkar, maitasuna Jainkoarengandik baitator, eta maite duen oro Jainkoarengandik jaioa da eta ezagutzen du Jainkoa. Maite ez duenak ez daki deus ere Jainkoaz, Jainkoa maitasuna baita. Hara nola agertu den Jainkoaren gureganako maitasuna: Jainkoak bere Seme bakarra mundura bidali zuen, beronen bidez bizia izan dezagun. (San Joanen lehenengo gutuna, 4. kapitulua, 7-9 txatalak)

Itun Berriko testu esanguratsu eta eder hau Jainkoaren maitasunaren esperientziaz zeharkatutako espiritutik sortzen da, eta inolako teologiak ez bezala adierazten digu, oso-osorik maitasuna den Jainkoaren misterioa. Pasarte honek Hirutasuna den Jainkoa-ren eta haren egintza osoaren muina agertzen digu, eta kreazioaren, berrerospenaren eta Jainkoaren bizitzan bete-betean eta betiko parte hartzeko deiaren zergatiaren funtsa. Giza hitzetan adieraz dezakegun Jainkoaren “akats” bakarra ere ematen digu agertzera: Jainkoak ezin diola maitatzeari utzi. Jainkoaren “maitasun menderaezin” honi esaten diogu grazia edo jainkozko bizia. Jainkozko graziaren eta graziagatik kreatura garenez, geure izatearen muina ere maitasunez egina dago. Horregatik, giza nahirik gorenena −guztiz zoriontsu izatearena− inolako mugarik gabe maitatuz eta maitatuak izanez bakarrik ase daiteke. Horixe da gehien irrikatzen duguna eta, azken batean, horrexek bultzatzen gaitu izatera eta jardu-tera. Gure nahi horrek giza bizitasunaren oinarri eta zeru-muga bezala jarduten du beti, eta zorionekoen bizitzan baino ezin da lortu osotasunean eta behin betiko. Testuko baieztapen nagusiak eta elkarren osagarriak bi dira: «maitasuna Jainkoa-rengandik dator» eta «Jainkoa maitasuna da». Gainerako guztia, hortik eratortzen da. Jainkoaren kreatura izanik, hau da, maitasunez sortuak eta maitasun horretan bete-betean parte hatzera deituak, geuk ere sakonean, ezin diogu maitatzeari utzi, geu gare-nari uko egin gabe. Oinarri hauen arabera, Jainkoa bihotz-bihotzez maitatzeko, eta lagun hurkoa geure burua bezala maitatzeko agindu bijoitza ez da, salba gaitezen, kanpotik ezartzen zaigun zerbait, Espiritua guregan bizi delako, funtsean egiten dakigun eta egin nahi dugun gau-za bakarra baizik; hau da, jarraitu behar dugun jokabide morala maitasuna den Jainkoa-

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ren eta Jainkoak gu sortzeko izan duen eta gugan dagoen maitasunaren ondorio zuzena da. Testuaren bukaeran baieztapen bat egiten zaigu: Aitaren Seme bakarra den Jesu-sengan agertu zaigula maitasun hori; hain zuzen, bizia izan dezagun Seme hori mundura bidalia izan denean. Jesusen bitartez bizi gara, eta horrek argi eta garbi uzten du ikasle izatearen eta lehenengo bi ikasleen “bat-bateko maiteminaren” nondik norakoa. Biek sentitzen dute, Jesus dela Mesias irrikatua, beren salbatzailea eta askatzailea. Beraz, ikasle izatearen eta maitatzea den bokazio bakarraren oinarriak geure izate-tik bertatik datoz: maitasuna den Jainko Aitak sortu gaituen izaki gara; Aita honek ager-tzera eman digu zein den bere izatea, Jainko-Seme bakarra mundura bidaltzean eman ere, geure morrontzetatik askatu eta bizia izan dezagun; gugan bizi den Aita honek Jainko-Espiritu Santu bezala eta maitekiro gidatzen gaitu. Fedearen esperientzia bizi izeneko 2003ko Garizuma-Pazkoko Pastoral Idazkian adierazi genuenez, hau guztia ezin da, besterik gabe, kanpo errebelazio bezala jaso; ezin da teorikoki ulerturiko zerbait bezala geratu. Zuzenean bizi behar da, geure izatearen zimendu bizi eta grina bultzatzaile bihur dadin. Pastoral Idazki berean genioen, esperientzia hori geuregan dagoela, bai gure egu-neroko bizitzan eta bai gure bizitzako funtsezko gertaeretan ere. Normalean, denok du-gun benetako esperientzia mistiko jatorrizko hori, gure maitatzearen eta sentitzearen “atze-oihal” hori, oharkabe pasatzen zaigu eta, gainera, giza existentziak berariazkoak dituen kontingentzia, anbiguotasun eta opakotasunaren menpe dago; hori da arazoa. Bide bakarra dago esperientzia hori azalerarazteko eta aitortzeko: bilatu, aurkitu (edo hobeto esanda, Berak aurki nazan utzi) eta Jesusi jarraitu; izan ere, San Joanen Ebanje-lioan Berak dioskunez, “Neu naiz Bidea, Egia eta Bizia”. Gure bokazioa, beraz, dohaina da, eta eginkizuna: sortu eta berrerosi gaituen, eta gure bihotzean dagoen Maitasunean bete-betean parte hartzeko deia jaso dugu, Jainkoa eta lagun hurkoa osotasunez maitatuz eta Jesusi leial jarraituz, Espirituaren gidaritza-pean. Espirituak era esplizitu eta inplizitu anitz sustatu du, garai eta kultura guztietan, bokazio horri erantzuteko. Gure bizitzetan eta gure inguruan etengabe eta oharkabe ger-tatzen diren, eta gizatasunez bizitzen laguntzen diguten “maitasunaren mirari” kontaezi-nak, zalantzarik gabe, geure barru-barrutik sortzen zaigun funtsezko bokazio horri emandako erantzun positiboaren fruitu dira; hala ere, Jesusen Jainkoarengan sinesten dugunez, gaur, inoiz baino gehiago, bizi eta iragarri egin behar dugu Berri Ona, benetan Berri On hori izan dadin, bai guretzat –epeltasunaren emaitza diren moteltasun eta gel-dotasunetik gu askatuz− baita eta gure gizartearentzat ere. Geure bizitza bakoitzak heldutasunez eta kontrastatuz bereizitako bere bidetzat hartzen duenetik bokazioz biziko badugu, Espirituaren gidaritza onartu behar dugu, Je-susengan ikusitako hiru guneak kontuan izanik: eguneroko geure bizitzaren gunea, kris-tau-elkartearen gunea eta Jainkoarekin pertsonalki topo egitearen gunea.

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IV. BOKAZIOA EGUNEROKO ZEREGINETAN BIZI Aitaren antzera, guztiz onak izateko bidetzat hartu behar dugun gure bokazio ebanjelikoaren garapenak, erabateko prestasunaren eta eguneroko jardueraren arteko tentsioari eustea eskatzen digu. Ez bistakoak diren arrazoi praktikoengatik bakarrik; Jainkoaren maitasun sortzailean partaide garenez, sortzaile-kide gara geu ere haren egintzan, haren lankide geure lanaren bidez, eta ezkontza- eta famili maitasunaren, eta guztion ongizateari egiten diogun ekarpenaren bidez. Eguneroko oinarrizko hiru eginkizun hauek era askotako eta ezinbesteko jarduera eta harremanen bidez garatzen dira; dena dela, hauen guztien benetako zentzua bihotz-bihotzez eta gauza guztien gainetik maitatu behar dugun Jainkoarengandik dator. Ho-rregatik, gure ahalegin eta eginkizun guztiak Jainkoari begira gauzatu behar ditugu, edo, San Ignazioren espiritualtasunetik ondorioztatzen den bezala, “ekintzan konptenplalari” izan. Geu garenak zein egiten dugunak Jainkoarengan du sustraia eta muina. Jesusek, Berari jarraitzeko, ulergaitzak egiten zaizkigun eta funtsezko gure betebeharren aurka-koak diruditen eskakizunak aurkeztuz hitz egiten digu erradikaltasun horri buruz; baina, kontrakoa iruditu arren, fededun orori ezar dakizkioke betebehar horiek, eta ez bokazio sagaratu deitutakoei bakarrik. Ikus dezagun, Beraren jarraipenari buruz ematen digun aholkutik hasiz:

Gero, jendeari eta ikasleei dei eginik, esan zien Jesusek: − Nire ondoren etorri nahi duenak uko egin biezaio bere buruari, bere guru-tzea hartu eta jarrai biezat. Izan ere, bere bizia gorde nahi duenak galdu egingo du; bere bizia niregatik eta Berri Onagatik galtzen duenak, ordea, gorde egingo du. Zertarako du gizakiak mundu guztia irabaztea, bizia galtze-kotan? Eta zer eman dezake gizakiak, berriro bizia bereganatzeko? (Markosen Ebanjelioa, 8. kapitulua, 34-37 txatalak)

Ba ote dago ezer kontrakulturalagorik? Ba ote dago, ordea, beste ezer beharrez-koagorik, bere buruarekin eta bere lorpenekin itsutua dagoen kultura sendatzeko? Eman ote diezaiokegu Jesusen dei honi baiezko eta benetako erantzuna, horrek geure buruare-kin, gure inguruarekin eta gure gain ditugun era askotako erantzukizunekin gatazkarik sortu gabe? Baiezko erantzun horrek, ordea, indar askatzaile itzela duela sumatzen dugu. Bizitzako esparru nagusienetara begira –hala nola, lana, ditugun ondasunak, gure era askotako ahalegin itogarriak, familia eta besteen aurrean dugun erantzukizuna–, be-hin eta berriro errepikatzen den Jesusen dei zorrotz honetan, bi maila bereizi behar dira. Lehenengoa sustraira doa beti: Jainkoa da gure izatearen eta gure egitearen iturri eta muina; eta, ondorioz, Bera da guztiaren, guzti-guztiaren erreferentzia. Bigarren maila praktikoagoa da: aurrekoarekin bat datorren bizimodua nork bere egitea, Jesusi jarrai-tzearen ezaugarriak markatzen dituzten ekintza zehatzez eratuta. Nork bere burua ukatzea, lehenengo eta behin, ni neu ez naizela nire jainkoa eta inoren jainkoa aitortzea da; era berean, bizia Jainkoak doan eman didan dohaina dela aitortzea da. Horregatik, neure bizitza neuretzat gordez neure baitan ixten banaiz, neure gatibu, ez naiz neure obsesioen zerbitzari baino bihurtuko, honela biziaren iturrira lo-tzen nauen sustraia eta, ondorioz, neure bizia akabatuz.

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Honek alderdi praktiko nabarmena du. Jasotako biziaren dohaina dohain bezala baino ezin da loratu eta hazi; hau da, Jesusekin gertatu zen bezala, besteentzat eta mun-duarentzat dohain eta bizi-iturri izanez. Kontrakoa eginez gero, bere burua traizionatzen du eta makaldu eta hil egiten da. Paradoxa dirudien hau, hala ere, giza esperientziarik benetako eta oinarrizkoena da, lehenago genioenez gure kultura, gure mugak eta ondo-riozko bizitzako opakotasunak gorabehera, hori argi eta garbi onartzeko zailtasunak baditugu ere. 1. Gure lana Printzipio hau nagusituko da Jesusen irakaskuntza eta burubide guztietan. Ikus dezagun lanari eta gure ahalegin ugariei buruzko adibide bat:

Bidean zihoazela, Jesus herrixka batean sartu zen, eta Marta zeritzan ema-kume batek etxean hartu zuen. Bazuen honek Maria izeneko ahizpa bat, eta hau, Jaunaren oinetan jarrita, honen hitza entzuten zegoen. Marta, berriz, lanpetua zebilen etxeko zereginetan. Orduan, Jesusengana joan eta esan zion: − Jauna, ongi ikusten al duzu nire ahizpak etxeko lan guztiak nire gain uztea? Esaiozu laguntzeko. Jaunak, ordea, erantzun zion: − Marta, Marta, gauza askorengatik zabiltza kezkaz eta larri; baina bat baka-rra da beharrezko. Alderik onena aukeratu du Mariak, eta ez dio inork ken-duko. (San Lukasen Ebanjelioa, 10. kapitulua, 38-42 txatalak)

Ebanjelioko kontakizun guztietan bezala, xehetasunak ezinbestekoak dira sakon-tasun guztiaz jabetzeko. Jesus eta bere jarraitzaileen elkartea beti bidean doa, azkenean Jerusalemera eramango dituen eta, zehazki, Jesus kalbarioraino zuzenduko duen Espiri-tuak gidaturik, etengabeko erromesaldi bihurtu den bizitzan. Jesus herrixka batean sartu zela eta emakume batek, Martak, bere etxean hartu zuela diosku kontakizunak. Orduan zein gaur, norbait geure etxean hartzea ez da azaleko zerbait, geure izatearen eta bizi-moduaren zati bat erakustea eta konpartitzea baizik. Hartzen dugunarenganako adiskide-tasun, estimu eta konfiantzazko jarduera da. Konfiantza beharrezkoa da; gure etxea beste batzuei zabaltzean, gure izateko eta bizitzeko moduaren funtsezko atal bat erakus-ten dugulako, eta hori, zalantzarik gabe, arriskatzea da edo haien aurrean ‘desestaltzea’. Martak erronkari heldu eta Jesusi harrera egiten dio. Kontakizunak Martaren ahizpari, Mariari, begiratzera garamatza; bere jarreraga-tik, maisu espiritual handitzat du Jesus. Bi datuk pentsarazten digute hori: lehenengoa, Jesusen aurrean duen jarrera da: ez da solaskide bezala jartzen, bere parean eserita, bere oinetan baizik, miresmen eta errespetua adieraziz. Bigarrena, jarrera horretan zegoela, Jesusek esandakoak entzun nahi zituelako. Jesusen hitzak xurgatzen imajina dezakegu. Beste behin ere, mugimendu fisikoa eta espirituala eskutik doazela erakusten zaigu. Jesusen bisita dela-eta, bi jarrera desberdin aurkezten dizkigu kontakizunak: Ma-ria ikasle bezala txundituta zegoen bitartean, Marta lanpetuta zebilen etxeko zeregine-tan. Bere ahizpa Mariak lan guztia bere gain uzten zuela pentsatuta, Martak, anfitrioiak, jarrera hartzeko eta bere alde egiteko eskatzen dio Jesusi. Jesusen erantzuna Mariaren aldekoa da; gauza bakarra dela garrantzitsua esaten du; eta, beste behin ere, Ebanjelioa bizitzeko ezinbestekoa den balioen eskala aurkezten digu: Jesus, Aitaren Seme gizon egina da funtsezko bakarra. Gure eginkizun eta ahalegin guztiak, guri guztiz garrantziz-

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kotzat iruditu arren, Jesusen jarraipenari lotuta badaude dira funtsezkoak. Gure kulturaren ardura ia bakarra, gero eta azkarragoa den aurrerapen zientifikoa eta ekonomikoa dakarkigun ekintza eraldatzailea da. Arrakasta duen, mundu fisikoa menperatzeko eta gure lehentasunen arabera aldatzeko gaitasuna bultzatzen duen edo “aberastasuna dakarren” ekintzari bakarrik ematen zaio garrantzia gure kulturaren “ba-lore-merkatuan”. Horrek merkatu horretan gehiago eskaintzera bultzatzen gaitu denok, geure burua prestatuz, espezializatuz eta profesionalizatuz, aintzat har gaitzaten eta nor-bait izan gaitezen. Konturatzen al gara berariaz gizatiarra den esparru hau arriskutsu eta arriskugarria den dinamika horren menpe dagoela gero eta gehiago? Nora garamatza? Gero eta ge-hiago dira aurrerapen deitzen dugun eta aldarehorretan dena sakrifikatu behar dugun geure kulturako idolo handi honek planetaren suntsipenera garamatzala diotenak. Krea-zioan laguntzaile izateko deia jaso dugunok, beraren hondamendiaren eragile bihurtu gara, gure gaitasun teknikoek liluraturik. Geure ongizate egoistaz itsututa eta “mundua-ren zilborra” garela sinetsita, ez gara ondorengo belaunaldiei planeta hondatua utziko diegula ikusteko gauza. Azken batean, gure “aurrerapen”-dinamikak, planeta fisikoa hondatzeaz batera, giza balioen eta biziaren mundua larriki zauritzen du. Marta eta Mariaren kontakizun ezagun honek erlatibizatu eta kritikatu egiten du, larritzen eta obsesionatzen gaituen “ekintza eraldatzailearen” garrantzia, gure begiak beharrezkoa den gauza bakarrera zuzenduz: Jesusengana, hain zuzen, Aitaren salbame-nezko asmoaren erromesa denarengana; Jainkoaren aurpegia eta, ondorioz, geure eta, gure lanaren bidez, zaindu, mantendu eta gizatasunez bete behar dugun munduaren be-netako izatasuna erakusten digun maisu eta gidariarengana gure begiak zuzenduz. a. Ondasunak, lanaren fruitu eta Jainkoaren dohain Lanetik eratorritako aurrerapena aberastasunaren arabera neurtzen da gehienbat. Horren eraginez, lehiaren kultura gero eta oldarkorragoa eta indibidualistagoa sortu du. Lehia horren gogortasuna konpentsatzeko, asetasunaren kultura garatu dugu. Bat al da-tor hori bizitza ebanjelikoarekin? Ebanjelioak berak hitz egin dezala:

Bidean abiatzera zihoala, gizon bat etorri zitzaion lasterka eta, aurrean be-launikaturik, galdetu zion: − Maisu ona, zer egin behar dut betiko bizia ondaretzat jasotzeko? Jesusek erantzun zion: − Zergatik esaten didazu ona? Inor ez da ona Jainkoa besterik. Badakizkizu aginduak: ez hil inor, ez egin adulteriorik, ez ostu, ez egin gezurrezko testigan-tzarik, ez egin kalterik, ohoratu aita-amak. Hark orduan: − Maisu, gazte-gaztetandik bete izan dut hori guztia. Jesus maitasunez begira jarri zitzaion, eta esan zion: − Gauza bat falta zaizu bakarrik: zoaz, saldu daukazun guztia eta eman be-hartsuei, zeure aberastasuna zeruan izan dezazun; gero, zatoz eta jarraitu niri. Hitz hauek entzutean, ilun jarri zen gizona eta atsekabez joan, ondasun han-dien jabe baitzen. Inguruan begiratuz, Jesusek esan zien bere ikasleei: − Bai nekez sartuko direla aberatsak Jainkoaren erreinuan! (Markosen Ebanjelioa, 10. kapitulua, 17-23 txatalak)

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Era batera edo bestera, bere buruari Ebanjelioaganako leialtasunari buruzko gal-dera egin dion nork ez du bere burua pasarte honetan islatuta ikusten? Kontakizun eban-jeliko gehienen antzera, hau ere gizatasun eta espiritualtasun sakoneko sentimendu eta jarrerak islatzeko gaitasun handia ematen dioten xehetasunek zeharkatzen dute. Kasu honetan eta beste behin, Espirituaren eskuetan bidean abiatzera doan Jesus dugu begien aurrean. Bat-batean Jesusengana jotzen duen pertsona horren hurbilketaren ezaugarriez jabetzeak pertsona horren jarrera espiritualaren berri ematen digu: arineketan doa Jesu-sen bila, Honen aurrean belaunikatu egiten da, galdetu egiten dio, eta ‘Maisu ona’ esa-ten dio, hau da: bere bizitza bereizteko premia sentitzen du, horretarako Jesusekin bat egin behar duela sumatzen du, erabateko apaltasunezko jarrera hartzen du haren au-rrean, elkarrizketa zintzo eta zuzena nahi du eta, azkenik, bere funtsezko dilema existen-tziala argi dezakeen Maisutzat aitortzen du, Jesus ona delako. Jesusek ‘ona’ esaten diotenean ematen duen erantzunak bere bitartekari-lana adie-razten digu eta Aitarekin duen erlazio ona. Jesusek ‘ona’ izengoitiari uko egiten dio eta Aitari bakarrik egozten dio, bere solaskidearen aurrean Jainkoarenganako erabateko maitasuna gaurkotuz eta bere bizitzako muintzat hartuz, eta solaskide horri gauza bera egiteko dei eginez. Ba ote dago bere buruarekin eta Jesusekin zintzo eta leial jokatzen saiatu den inor, Jesusek banan-banan aipatu berri dizkion aginduen zerrendari eman-dako erantzunean antzematen den irrikaz beteriko bilaketan bere burua islatua ikusten ez duenik? Nahiz eta aginduak betetzea beti erraza ez izan, hori egitea ez dela nahiko sentitzen dugu; agindu horiek lortu nahi dugun zerbait garrantzitsuagoaren adierazgarri direla sumatzen dugu. Irrikaz beteriko bilaketa horren zintzotasunak ukitzen du, hain zuzen ere, Jesusen bihotza, eta bere solaskidea adi-adi begiratzera eta maitatzera bultzatzen du. Zeinuak, Ebanjelioan beste batzuetan gertatzen denez, bere gizakundearen egiazkotasuna erakus-ten du, bere gizatasun sakonaren bidez. Gutariko askok ere sentitu izan dugu haren begi-rada sarkorra geure bihotz barruan, jaso izan dugu haren maitasunaren esperientzia eta, ondorioz, entzun izan dugu haren deia: “Gauza bat falta zaizu bakarrik: zoaz, saldu daukazun guztia eta eman behartsuei, zeure aberastasuna zeruan izan dezazun; gero, zatoz eta jarraitu niri.” Eta, horregatik, geure burua ikasle zintzoaren tristuran islatua ikusten dugu, eta Jesusek eskatzen dion jauzi kualitatiboa emateko ausardiaren faltan. Azkenean, Jesusek, ingurura begiratu eta ondorengoa diosku Berari jarraitu nahi diogun guztioi: “Bai nekez sartuko direla aberatsak Jainkoaren erreinuan!” Hausnarketa sa-kona egiteko hitz deigarriak dira. Egindako galderak eta Jesusen erantzunak guztiongan dute eragina: “Maisu ona, zer egin behar dut betiko bizia ondaretzat jasotzeko?” Galdetzen dena ez da, zer egin behar den Jesusi aparteko eran jarraitzeko, edo, Erdi Arotik Vatikanoko II. Kontziliora arte indarrean egon zen teologian esaten zenez, zer egin behar den santutasun handia-goko bizimodua nork bere egiteko; salbatzeko baldintzari buruz ari da. Honek zera uler-tarazten digu: ikasleen artean ez dagoela santutasun-maila desberdinik, jarraitzeko bide desberdinak baizik, eta guztiak beharrezkoak eta baliozkoak direla; hain zuzen ere, de-noi egiten zaigu santutasunaren bikaintasunera iristeko deia. Testuak gure kulturarentzat eta kultura horren barruan gauden guztiontzat bereziki nabarmena den zerbait aurkezten digu: aberastasuna zeruan izateko deia. Jainkoa da

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gure benetako altxor bakarra eta, ondorioz, sortutako guztia altxor da Hari lotuta ba-dago. Altxor horren ordez beste batzuk egiten baditugu, biziaren iturri den funtsezko harremana moztuz, ezin dugu betiko bizirik izan. Esperientziaz dakigu, bere indarraga-tik arrastaka garamatzan erreka dirudien kultura honetan, zein zaila den beste altxor horietatik geure buruak askatzea. Horregatik, gaur egun Ebanjelioa bizitzeak osagai kontrakultural garrantzitsua du. Korrontearen erdian sendo irauteko, ezinbestekoak di-tugu eskuzabaltasuna, argitasuna, elkarte-laguntza eta Jainkoarekiko harreman pertso-nala, kontrastatzeko, bereizteko, jarduteko eta irauteko. Gure aberastasuna zeruan izatearen jarrera erradikal eta oinarrizkoaren auzi honek isla praktiko bikoitza izan behar du. Geure aurrerapen sozial eta pertsonala erakusteko eta geure bizi-maila gero eta altuagoa izateko irrikaz itsututa bizi garenoi, zera gogora-tzen digu Jesusek: ez dugula eskubiderik, pobreak dauden bitartean, geure ondasunak geuretzat gordetzeko. Jainkoarena da guztia eta Jainkoak premiazko deia egiten digu, denok izan dezagun lekua guztiona den kreazioaren mahaian. Erruki hunkigarria sentitzen zuen Jesusek behartsuen aurrean. Eta guk ospa al dezakegu Eukaristia gaur, guztion Jaunaren mahaiaren beste aldean gizateriaren erdia baino gehiago jartzen dela jakinik eta “behartsuen multzo” horrek guri inolako ziztada-rik sentiarazi gabe? Nola adostu eskandalagarria den elkartasunik eza hori San Paulok Korintoko elkarteari Eukaristiaren ospakizunari buruz idazten zizkion hitzekin: “Zeuen elkarte-otorduetarako biltzen zaretenean, egiten duzuena ez da Jaunaren afaria, nor bere afaria jaten hasten baita; horrela, bata goseak gelditzen den bitartean, bestea mozkortu egiten da”? (San Pauloren lehenengo Gutuna Korintiarrei, 11. kapitulua, 20-21 txatalak). Ez da nahikoa geure gizarte barruan gauzak banatzea dakarren elkartasuna; elkar-tasun horrek Jainkoak sortutako pertsona guztiengana iritsi behar du. Gizabanako eta kristau-elkarte bezala, beharrezko bide eraginkorrak bilatu behar ditugu horretarako. Premiazkoa da geure buruari honako galdera hau egitea: ez ote gara Epulon axolaga-beak gure ate aurrean zotinka dauden ‘Lazaroen’ aurrean? Gure arteko hainbeste jende apalarengandik ere ikasi behar dugu; horietako asko eta asko pentsionistak dira, baina Ebanjelioko alargunaren antzera, beren limosna ematen dute karitateak eraginda. Jesusen deiak badu beste ondorio praktiko bat ere: gure ondasunek Jainkoaren-gandik eta lagun hurkoarengandik apartatzen bagaituzte, eragozpena baino ez dira gure bizitza eta zorionerako, eta utzi egin behar ditugu “bidaia ekipaje arinarekin egiteko”. Horretarako neurriak hartu behar ditugu, gero eta ugariagoa, konplexuagoa eta sofistika-tuagoa den ondasun eta zerbitzuen kulturan kontrakulturala gertatzen den Ebanjelioa bizitzeko beste ezaugarri batean aurrera egiteko: bizitzako sinpletasuna. Kontua ez da, oparotasuna, konplexutasuna eta sofistikazioa adierazten duen guz-tiari printzipioz uko egitea, inoiz existitu ez den “bizitza natural” baten antzekora itzul-tzeko. Ez dugu ahaztu behar, Jainko kreatzailea izan zela Berak sortutako zeru eta lurra aldatu zituen lehenengoa. Horrela, bere kreazioaren osteko lehenengo unean, Hasiera liburuak kontatzen digunez, “lurra nahas-mahas hutsa zen: leize handiaren gain ilun-pea”. Jainkoak kosmos bihurtu zuen nahas-mahas hori, hau da, zerbait ordenatua egin zuen, argia sortuz, urak bananduz, ortzia, landareak, abereak, Edeneko Baratze ederra eta, azkenik gizakia, gizon eta emakume bezala, sortuz.

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Sinpletasun ebanjelikoan bizi nahi izan duten historiako gizon-emakume santu guztiek kreazioa maitasunez lantzen eta aldatzen jarraitu dute, askotan beraien eskuz, erregalu eman zaigun kreazioa. San Benitorentzat, monjearen eskulana guztiz garrantzi-tsua zen praktikan, eta giza eta espiritu-mailan. Hori dela eta, Beneditarren ordenak ze-resan handia izan zuen Europan, teknologi eta kultura-arloan, VI.-XIII. mendeetan. San Buenaventurak dioenez, eskuzabaltasun- eta bakuntasun-eredu izan zen Asisko San Frantziskok bere eskuz eraberritu zituen San Damian, San Pedro eta Protziunkula eli-zak, erortzeko zorian zegoen bere etxea konpontzeko Jainkoaren deiari erantzunez. Ger-taera espiritual hau jarduera fisikoaren bidez adierazi zen, jasotako ondarea onartuz eta hobetuz, Jainkoaren zerbitzura. Kontua ez da, beraz, kreazioan dugun ardura bertan behera uztea, geure burua existitzen ez den sinpletasun faltsuan kokatzeko. Jainkoaren maitasun sortzailearen la-guntzaile gara eta izan behar dugu, baina ez geure egintzen gatibu eta esklabo bihurtze-raino. Espirituzko askatasunerako baldintza eta laguntza da sinpletasuna. Ugaritasunak zama jartzen digu, oztopatu egiten digu eta txirotu egiten gaitu fisikokoki eta espirituari eta sormenari dagokienez. Atseginkeriaren gizarte honetan hain hedatuta dagoen edo hainbeste bilatzen den asetasunak hil egiten gaitu zentzu guztietan. Ez da ez erraza, ezta samurra ere, arlo honetan urratsak ematea, ez bakarka, ez familian ezta gizartean ere; uko egitea eta haize kontra ibiltzea eskatzen du horrek. Ho-rregatik, Jesusek, adi-adi begiratuz eta sakontasunez maitatuz, eskatzen digun urratsak goibeldu eta beldurtu egiten gaitu. Horrexegatik da, hain zuzen, ezinbestekoa. Puntu honetan, beste askotan bezala, zeruan dugun aberastasunari begira, hau da, traszenden-tea eta barnekoa den Jainkoari begira bizitzeak askatu egiten gaitu kateetatik eta indar sortzaileak pizten dizkigu. b. Lan egin, probidentzian konfiantza jarriz Jesusek Jainkoaren probidentziari buruz ematen duen irakaspena izango da, be-harbada, aurretik esandakoaren burutzea:

− Horregatik diotsuet: ez kezkatu bizitzeko zer jango, zer edango, zer jantziko duzuen pentsatuz. Fedegabeak arduratu ohi dira horiez guztiez; baina zeruko zuen Aitak badaki horren guztiaren beharra duzuena. Ardura zaitezte, batez ere, Jainkoaren erregetzaz eta haren nahia betetzeaz, eta beste hori guztia ge-higarritzat emango dizue Jainkoak. Ez arduratu, bada, biharko egunaz, biharkoak ere ekarriko baitu bere ardura. Aski ditu egun bakoitzak bere buruhausteak. (San Mateoren Ebanjelioa, 6. kapitulua, 31-34 txatalak)

Ezin esan Jainkoaren probidentzian sendo sinesteko garai egokia bizi dugunik. Sineste hori, gure kulturan, sineskeria sakon bihurtzeko zorian dago. Giza ekintzak his-toria gidatzeko eta aldatzeko duen boterean bai sinesten duela irmoki kultura moder-noak, are gehiago bere burua garatutzat duen eta bere lorpenez harro dagoen gizarte honetan. Sendoa benetan da uste hori, eta denok geure egitea eta gauzak ikusteko era naturaltzat hartzea lortu du. Ba ote du eraginik gure bizitzan, neurrigabe maite gaituen Jainkoa aita-maitasunez eta -samurtasunez arduratzen dela gutariko bakoitzaz sinesteak? Badira gure artean si-nesmen sakoneko fededunak eta elkarteak, etengabe Jainkoaren presentzian biziz, haren

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begirada arduratsua sentitzen eta horren testigantza ematen dutenak. Denok ezagutzen ditugu horietako batzuk; argitasuna ematen digute eta gauzez dugun ikuskera zalantzan jartzen. Seguruenik, hala ere, gutariko gehienok aitortu beharko genuke, maitasun ardu-ratsu horretan dugun konfiantza guztiz erlatiboa dela eta, benetakoa baino gehiago, sin-bolikoa. Ebanjelioko testu honek gauza guztiz esanguratsua gordetzen du, oharkabe pasa badaiteke ere: ez da berdin Aita dugula sinestea edo ez sinestea. Sinisteak, bizitza ikus-teko eta bizitzeko modua bera erabat aldatzen duten ondorio praktikoak dituen fun-tsezko aldea dakar. Normala da, dio Jesusek, Aita horrengan sinesten ez duena bizitzako oinarrizko beharrez −jateaz, edateaz, janzteaz− arduratuta egotea, eta horien faltan ez gertatzeko ahalegintzea. Nola ez, bada? Nork bazterrera utzi ardura hori? Hona iritsi nahi du Jesusek: biziaren dohaina eman dion zeruko Aitarengan sinesten duenak, bene-tan Harengan sinesten badu, ezin da berdin ahalegindu; konfiantzazko jarrera izan behar du sortu duen eta bere beharrak ezagutzen dituen Harengan. Puntu honetara iristean, ondorengo galdera egin behar diogu geure buruari: senti-tzen al dugu, altxorra, bizi- eta indar-iturri agortezina dela gure fedea? Ala, ostera, bes-teengandik jaso dugun eta gizarte eta kultura-mailan oihartzun handirik ez duen zerbait bezala baloratzen dugu? Hain zuzen, ez dugu guztiz galdu nahi, baina, aldi berean, ez dugu guregan eragin garrantzitsuegia izaterik ere nahi. Egia da Jainkoaren maitasuna benetan bere kreatura guztiengana hedatzen dela eta Espirituak historia osoa gidatzen duela eta jarraitzaileak sorrarazten dituela kultura, arraza eta erlijio guztietako pertsonen artean. Baina horrek ez gaitu eraman behar, Jesu Kristoren Jainkoarenganan fedea izan edo ez izan berdin diola pentsatzera; are gutxiago jausi behar dugu, besteengandik ez bereiztera bultzatzen gaituen sentipen lausotuan. Ez ote du sentipen honek zerbait sako-nagoa adierazten: gure fedearen makaltasuna, alegia, distiratsua eta sendoa den kultura-ren aurrean? Kultura honetara egokituak aurkitzen garela geure bizitzako martxan eta ez garela gauza berarengandik urruntzeko? Jesusek bihotza arakatzen digu bere begirada sakonaz eta, gure epeltasuna aitor-tzen diogunean, eta biziaren eta maitasunaren Jainkoa ezagutzeko eta maitatzeko bere gidaritza eskatzen diogunean, maitatu egiten gaitu. Bere begirada maitekorraren ukituak eta Berari jarraitzeak askatu egiten gaitu eta aurrerantzean ezer ez da berdin. Jainko ar-duratsuak giza bizitza orotan duen presentzia, une honetara arte oharkabe igaro dena, lehenengo mailara pasatzen da; zehatza eta argitsua bihurtzen da; konfiantza handia ematen digu maite gaituen eta gure bizitzak bere eskuetan hartzen dituen Harengan. Sentipen horrek eraginda oihukatzen du salmogileak:

Jauna dut argi eta salbamen: nork ni beldurtu? Jaunak dit bizia babesten: nork ni ikaratu? (27. Salmoa, 1.go txatala)

Esperientzia eta ikuspuntu horretatik hitz egiten digu Jesusek, eguneroko gure ardura eta ahaleginak ahaztarazten dizkigu eta funtsezkoa den bakarra dakarkigu go-gora: “Ardura zaitezte, batez ere, Jainkoaren erregetzaz eta haren nahia betetzeaz, eta beste hori guztia gehigarritzat emango dizue Jainkoak”. Jainkoaren Erreinua bilatzea da benetako gure ahalegin bakarra, hau da, maitasuna den Jainkoak gure artean duen pre-

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sentzia eraginkorra eta behin betikoa, Kristogan gertatu dena, bilatzea, bilaketa horretan Zoriontasunen jarraibidea aintzat hartuz. Horretaz jabetzen dena konfiantzaz bizi da, Aitaren esku arduratsuetan sentituz, nahiz eta probak eta iluntasunak ez diren faltako. 2. Gure familia Familiaz hitz egitean, ezin gara xaloak izan, ezta inozoak ere. Inoiz ez da erraza izan familia eratzea eta aurrera ateratzea. Pazientzia, iraunkortasun eta sakrifizio handia behar izaten da, zailtasunei, nahigabeei, etsipenei eta, batzuetan, arrasto sakona uzten diguten bihotzeko minei aurre egiteko. Dena dela, gehienentzat familia −jaio diren fami-lia edo sortu dutena− ondasun guztiz estimatua da eta zerikusi handia du beren bizitzan. Guztiz deigarria da, balioen hierarkia nahasi eta berregin duen gurea bezalako mundu hain aldakorrean familia izatea, orain ere, gizarte-mailan gehien baloratzen den balioa. Horren arrazoiak, hala ere, erraz antzeman daitezke. Familia da gaur ere gunerik pribilegiatuena, gure bizitzak behin betiko markatzen dituen eta ezerk ase ezin ditzakeen egarria sentiarazten dien zerbait, beste inon ez bezala, esperimentatzeko: maitasuna den Jainkoagandik zuzenean datorren, eta doakoa eta baldintzarik gabea den maitasuna; “maitasuna Jainkoarena” delako, “Jainkoarengan partaide” egiten gaitu. Esperientzia zoragarri hori da benetako giza esperientzia bakarra. Familian esperimentatzen den baldintzarik gabeko eta doako maitasunaren eta, era berean, maitasun hori etengabe mehatxatzen duen hauskortasunaren esperientzia da Bi-blia osoan maitasuna den Jainkoaren eta Jainkoarena den maitasunaren ‘atze-oihal’ adi-erazgarria. Maitasunaren irudi kontaezinak agertu eta berragertu egiten dira, maitemin-tzearen, batasunaren, desleialtasunaren, desengainuaren, gaitzeste-sentimenduaren, adiskidetzearen, sakrifizioaren, baldintza gabetasunaren eta, batez ere, Jainkoaren mai-tasunaren garaitezintasun eta ezeztaezintasunaren jokoa adierazteko. Bibliak Jainkoaren eta Israel herriaren arteko harremanaren, eta Jainkoaren eta bere kreaturen arteko harremanaren inguruan kokatzen du hori guztia. Profetak, sal-moak, Kantarik Ederrena eta, neurri batean edo bestean, Itun Zaharreko gainerako li-buru guztiak, hizkera horrez jantzita daude. Ez da harritzekoa, beraz, Jesusek behin eta berriro adieraztea, Berak Jainkoarekin duen harremana aita-semeen arteko harremana dela, eta Elizaren fedeak harreman hori Jainko hirukoitzaren funtsezko ezaugarritzat hartzea. Entzun ditzagun arreta biziz Jesusen hitzak:

«Egizu guztiak bat izan daitezela. Aita, zu nirekin eta ni zurekin biok bat garen bezala, hauek ere bat izan daitezela gurekin. Horrela, munduak sinetsiko du zuk bidali nauzula. Zuk eman zenidan anitza bera eman diet nik, bat izan daitezen, gu biok bat garen bezala: ni hauekin bat eta zu nirekin bat. Horrela, guztiz bat izango dira, eta munduak ezagutu ahal izango du zuk bidali nauzula eta ni neu maitatu nauzun bezala maitatu dituzula berauek ere. Aita, zuk eman dizkidazunak

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ni nagoen lekuan nirekin egotea nahi dut, nire aintza, mundua sortu aurretik maite izan nauzulako eman didazun aintza, ikus dezaten.» (San Joanen Ebanjelioa, 17. kapitulua, 21-24 txatalak)

Elizaren fedeak Jainko hirukoitza eta Jainko-Semea aitortzen ditu, giza eta jain-kozko izatasunen batasun bikaina duen Semea. Esperientzia jakin batean du jatorria fede horrek: ikasleek Jesusengan ikusi zuten, gizakiaren osotasuna zuela, batetik, eta Jain-koari estu-estu lotuta zegoela, bestetik, eta, beraz, benetako Jainko izan behar zuela na-hitaez. Hori behin-behineko eran mundu honetako bere bizitzan ikusi zuten, eta irmoki bere berpizkunde, zerura igotze eta Espiritu Santuaren bidaltzearen ostean. Ezin dugu inoiz ahaztu, Elizaren fedea Jesusengan erabat islatuak, aitortuak, onar-tuak, maitatuak, aztertuak, askatuak, salbatuak eta osotuak sentitu ziren ikasleen esperi-entziatik sortu zela; eta Jesusengan Kristo ikusi zuten, Aitak bidalitako Mesias. Esperi-entzia hau ospatu egin zuten eta munduari adierazi iragarpen bezala; eta, azkenik, Eliza-ren benetako eta funtsezko fede bezala zehaztua izan zen eta hotsegina. Fedeak sorleku bakarra du: Jainkoaren izatearen beraren adierazpen den Jesusen baldintzarik gabeko, doako eta neurrigabeko maitasunaren esperientzia pertsonal eta komunitarioa. Esperientzia hau aitaren eta seme-alaben arteko maitasun erara adierazten da, argi eta garbi utziz, horrela, familia barruko maitasun-esperientziak direla Jainkoa zer den eta nor den ikusi eta esperimentatzeko bide bakarra. Mundua sortu aurretik maite izan duelako ezagutzen duela diotso Jesusek Aitari, hau da, bere betiko maitasuna izan due-lako. Maitasuna eta ezaguera, beraz, lotuta daude. Aita eta ama batek, ez al dute sentitzen, bakoitzak bere erara, kartsuki maite dituz-tela beren seme-alabak? Haien esanera egoteraino maite dituztela, alegia, haiek maita-tzeari ezin utziz eta bizia eman dieten haiekin bat eginda eta haien alde bizia emateko prest egoteraino. Ez al da sortzen apurka-apurka seme-alabengan kontzientzia, guraso-engandik jaso dutenak gainditu egiten dituela imajina daitezkeen muga guztiak eta, ja-kina, hautsi egiten duela indarrean dauden balio kulturalen logika? Ez al da egia famili esparrua dela, gabeziak eta behin-behinekotasun gero eta nabarmenagoa izan arren, bal-dintzarik gabeko eskaintzaren aukera eta beharra erakusten digun esparru bakarreneta-koa dela? Bertan esperimentatzen ditugu, bai maitasunaren mirariaren pentsaezinezko aukerak, baita apurketek eta galera konponezinek eragindako minik biziena ere. Horre-gatik da familia espiritualtasun-iturri bakarra, nor garen eta zer izatera deituak gauden jakiteko lekua. Familiak maitasun-eskola bezala duen garrantzi handiak ez dizkigu ahaztarazi behar, ez bere gabezia eta arriskuak, ezta garrantzitsuagoa den zerbait: ezin dugula ab-solutu eta idolo bihurtu Jainkoari buruz. Argi badago ere errespetatu egin behar dela familiari lotzen gaituen harreman nagusia, ez ote dugu geure familia hermetikoki itxi-tako esparru bihurtzen geure eta besteen kritika onartzeko, sanoak eta eraikitzaileak badira ere? Familia doako maitasunaren gainezkaldia esperimentatzeko esparru naturala bada ere, ez ote dugu isolatzeko aproposa den gordeleku bihurtzeko arriskua, horrela pobretzen, banatzen eta indartsuenaren legea bultzatzen duen kultura indibidualista sus-tatuz? Ondorengo testuan, gure familiak Jainkoaren presentzian bizi ote diren galde-

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tzeko diosku Jesusek, Bera baita familiak eratzen dituen maitasunaren iturri eta diren guztien erreferentzia:

Jesusen ama eta anai-arrebak iritsi ziren. Kanpoan gelditurik, deiarazi egin zuten. Jende asko zegoen haren inguruan eserita, eta esan zioten: − Adizu, ama eta anai-arrebak kanpoan dituzu zeure bila. Hark erantzun: − Nor dira nire ama eta nire anai-arrebak? Eta, inguruan eserita zituenei begiratuz, esan zuen: − Hauek ditut nik ama eta anai-arreba. Jainkoaren nahia egiten duena, ho-rixe dut nik anaia, arreba eta ama. (Markosen Ebanjelioa, 3. kapitulua, 31-35 txatalak)

Kontakizunak inguruabarrekin jokatzen du, funtsezko puntua argi eta garbi esa-teko: Jainkoa da, azken batean, gure Jaun bakarra eta Berari bakarrik zor diogu esaneko-tasuna. Horregatik, Jesusen familia Bera dagoen esparrutik desberdina den beste leku batean dagoela diosku kontakizunak: Bera “barruan” dago, entzuten dion jende askok inguratzen duela; beraiek, berriz, “kanpoan” geratzen dira. Horregatik, ikuspegi desber-dinetan daudela adierazteko, ez dute beraien artean zuzenean hitz egiten, bitartekarien bidez baizik. Familiak, beraren “bila” dabiltzala esatera bidaltzen du norbait; Berak, ordea, bere erabateko askatasuna eta misioa berresten ditu: bere familia ikasleek osatzen dutena da, hau da, Berari entzuteaz gain, beraren antzera, Aitaren borondatea bereizi eta betetzen dutenak dira bere familia. 3. Gure erantzukizuna guztion ongizateari dagokionez Gure eguneroko eginkizun-sortaren barnean, lana eta familiaz gain, guztion ongi-zatearen alde gizartean eta politikan ditugun erantzukizunen gauzatzea ere gure espiri-tualtasunaren iturri garrantzitsua da. Erantzukizun horri atzea ematea, funtsezko datu bati ateak ixtea da: mundu honetan bizi garen pertsona guztiok Jainkoaren kreatura ga-rela bereizketarik gabe eta inor baztertu gabe, Jesusek iragartzen digun eta dakarkigun Erreinuan parte hartzeko deia jaso dugula. Ondorioz, gure zerbitzua gauzatzeko sena, gauzatze horretako funtsezko ardura eta gizarte orokorrari dagokionez duen esanahia egoki ulertu behar dugu. a. Maitasuna, zerbitzuzko jarrera bezala Guztion ongizatearen aldeko gure lana Jainkoaren maitasunetik dator zuzenean eta, aipatu dugunez, Jainkoa gauza guztien gainetik eta lagunurkoa geure burua bezala maitatzeko agindu bikoitzean islatzen da. San Joanen ebanjelioak aginduaren bigarren zatia adierazten du kristau-jarrerari dagozkion hitz berariazkoagoekin, Jesusek bere ikasleei pazko afarian esaten dizkien agurreko hitzekin:

Hau da nire agindua: maita dezazuela elkar nik maite izan zaituztedan bezala. (San Joanen ebanjelioa, 15. kapitulua, 12. txatala)

Aitak betieran maite duela dakien eta Aita Maitasun horretatik ezagutzen duen Jesusek “azken ondorioetaraino” maite ditu bere ikasleak eta gizateria osoa, bere bizia

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guztiongatik emanez eta, era berean, elkar erabateko maitasunez, azken ondorioetaraino maitatzeko dei eginez. Agindu hau Jesusek ikasleei oinak garbitu zizkiela kontatzen duen pasartearen ostean dator. Kontakizun esanguratsua da gure besteenganako zerbi-tzuaren sena ulertzeko:

Jesusek bazekien dena bere esku jarri ziola Aitak, eta Jainkoarengandik eto-rria zela eta Jainkoarengana zihoala. Afaltzen ari zela, mahaitik jaiki, soin-gainekoa erantzi eta, esku-zapia harturik, gerrian lotu zuen. Ondoren, ura konketara bota eta ikasleei oinak garbitzen hasi zen, eta gerrian zuen eskuza-piaz lehortzen. Simon Pedrorengana iritsi zenean, honek esan zion: − Jauna, zuk niri oinak garbitu? Jesusek erantzun zion: − Ni egiten ari naizena zuk ez duzu orain ulertzen, geroago ulertuko duzu. Pe-drok berriro: −- Zuk ez didazu sekula niri oinik garbituko. Jesusek erantzun: − Garbitzen ez bazaitut, ez duzu nirekin zerikusirik izango. Simon Pedrok esan zion: − Jauna, orduan, oinak ez ezik, eskuak eta burua ere bai. Oinak garbitu zizkienean, soingainekoa jantzi, berriro mahaian eseri eta esan zien: − Ulertzen duzue egin dizuedana? Zuek ‘Maisu’ eta ‘Jauna’ deitzen didazue, eta arrazoi duzue, halaxe bainaiz. Beraz, nik, Jauna eta Maisua naizen ho-nek, zuei oinak garbitu badizkizuet, zuek ere garbitu oinak elkarri. (San Joanen ebanjelioa, 13, kapitulua, 2-9 eta 12-14 txatalak)

Pasartea pazko afarian gertatzen da; horrelakoetarako ezarritako erritualaren ara-bera ospatzen den ekitaldi solemnea da. Bertan, Jesusek ustekabeko eta ohi ez bezalako zeinua egiten du. Jesusen ekintzek zeinua nabarmendu egiten dute: mahaitik altxatu egiten da, soingainekoa eranzten du, esku-zapia hartu eta gerrian lotzen du, ura konke-tara botatzen du, ikasleen oinak garbitzen ditu, oinak gerrian zuen esku-zapiaz lehortzen dizkie. Zerbitzariak egon ohi ziren zutik, nagusiek jaten zuten bitartean. Jesusek, altxa-tzean, zerbitzari dela adierazten du. Soinean zuenaren berariazko duintasuna adierazten zuen jantziak. Eranztean eta esku-zapia gerrian lotzean, Jesus beheratu egiten da, bere maila galdu egiten du, San Paulok Filipokoei idatzitako Gutunean aipatzen duenez, zer-bitzari bihurtzeko. Egiten dituen zeinu guztiak zerbitzariarenak dira. Pedroren gogortasun izuan ikusten da gertaera ohi ez bestelakoa dela. Jesusek Pedrori ematen dion erantzun zorrotzak zeinuaren erabateko garrantzia erakusten du, bere misioaren ezaugarriak agertzera emanez: guztion zerbitzari bihurtu, azken ondorio-etaraino. Erabateko zerbitzu hau onartzen duena baizik ez da partaide Jesus den guztian. Zeinua argituta geratzen da aho-zabalik geratu ziren ikasleentzat, Jesusek azalpenak ematen dizkienean: Jauna eta Maisua den Hark haien zerbitzari bihurtu nahi izan du, argi eta garbi erakusteko beraiek ere elkar zerbitzatu behar dutela, Maisuaren eredua aintzat hartuz. Jaunaren eta zerbitzariaren eginkizunak alderantziz jartzearen irakaspen praktiko hau unearen garrantzi eta urgentziagatik egiten da: Jesusek bazekien “dena bere esku jarri ziola Aitak, eta Jainkoarengandik etorria zela eta Jainkoarengana zihoala”. Jesu-sek ez dio bere erantzukizunari uko egin nahi eta, ibilbidearen azkenean dagoenez, bere

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karta guztiak mahai gainean jarri nahi ditu, testamentu erara, bai bere misioaren adiera bai ikasleek hartu behar duten norabidea argitasun beteaz aurkeztuz. Ebanjelioetan hainbestetan agertzen den ideia honek, hau da, lehenengoak azkena izan behar duela, hau adierazten digu argitasun osoz: printzipioz, ebanjelioa bizitzeak eta testigantza egi-nez komunikatzeak besteen onaren alde lan egitea dakarrela, zerbitzu erradikal bezala, tradizioz agintariei eta menpekoei egotzitako egitekoak alde batera utziz. b. Txikienen ondoan egon Jarrera erabateko zerbitzuzkoa bada, zerbitzu horren orientazioa ere ez da gu-txiago: txiroak, makalenak, haurrak, alargunak, umezurtzak, gaixoak, gosetiak, behar-tsuenak dira Jesusen kutunenak. Ez da justizia bakarrik, baizik, funtsean eta batik bat, doakotasun kontua edota, hitz erlijiosoagoz adierazteko, grazia kontua; baina pertsona bakoitzaren bihotzean bertan inprimatuta dagoen grazia. Honi dagokionez, samariar onaren parabola argitzailea da, Jesusek ‘nor da nire lagun hurkoa?’ galderari zein eran-tzun ematen dion jakiteko:

Jesusek erantzun zion: − Behin batean, gizon bat zihoan Jerusalemdik behera Jerikorantz eta lapu-rren eskuetan erori zen; zeuzkanak kendu eta, egurtu ondoren, alde egin zuten, erdi hilik utziz. Apaiz bat gertatu zen, hain zuzen, bide hartan behera, eta, gi-zona ikustean, bidetik okertu eta aurrera jo zuen. Gauza bera egin zuen han-dik igaro zen tenpluko lebitar batek ere: ikustean, bidetik okertu eta aurrera jo zuen. Baina bidaian zen samariar bat bertara iritsi eta, hura ikustean, errukitu egin zitzaion. Hurbildu eta zauriak lotu zizkion, olioz eta ardoz igurtzi ondo-ren; gero, bere asto gainean ezarri, ostatura eraman eta bere ardurapean hartu zuen. Biharamunean, zilarrezko bi txanpon atera eta ostalariari eman zizkion, esanez: − Zain ezazu eta, gehiago gastatzen baduzu, hurrena natorrenean ordainduko dizut. Zure ustez, hirurotan zeinek jokatu zuen lagun hurko bezala lapurren esku eroritako gizonarekin? Lege-maisuak erantzun zion: − Hartaz errukitu zenak. Jesusek esan zion, orduan: − Zoaz eta egin zuk ere beste horrenbeste. (Lukasen ebanjelioa, 10. kapitulua, 30-37 txatalak)

Mugimenduz beterik dago berriz ere pasartea, pertsonaia desberdinen jarrerak eta beraien ekintzen zentzua adierazteko. Protagonista pasibo baten inguruan gertatzen da ekintza: bizitzako eginkizun arruntzat har dezakegun bidaian, Jerusalemdik Jerikorantz doan bidaiaria da protagonista pasiboa, gizon bat; eta, gauza garrantzitsua, ez dakigu ezer ere hartaz. Nolabait esatearren, pertsonaia anonimoa da, etiketarik gabekoa, inolako galoi edo erlaziorik ez duena, neutroa; ezaugarri bat besterik ez du: gizakia dela. Konta-kizunaren sarreran datu aipagarria dago: beste behin ere, gure bizitza eta gertagarrien sinbolo den eta edozein gertakizun izan daitekeen bidean gertatzen da ekintza garrantzi-tsu hori. Eszenatokian agertzen diren hurrengo pertsonaiak lapurrak dira: zituenak kendu, egurtu eta, erdi hilik utziz, alde egin zuten. Gure pertsonaia neutro eta anonimoak, bat-

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batean, protagonismoa hartzen du, gaizki tratatzen dutelako, aldean zeraman guztia ken-tzen diotelako eta hiltzeko zorian geratzen delako; beste era batera esanda, gure mun-duko biztanle anonimo gehienen antzera, bizitzak eta bidegabekeriak erabateko behin-behinekotasun eta behartasunean jarri duten pertsonaren sinboloa da. Ondoren, tenpluko apaiza eta lebitarra agertzen dira. Tenplua eta Jainkoaren Agindu bereziak dituen Israel herriko aspaldiko erakunde bat ordezkatzen dute eta, ho-rrexegatik, gizarte maila esanguratsua eta ospea dute apaizek eta lebitarrek. Bizitzako bidean egoera negargarri horretan dagoen pertsonarekin topo egiten dute, baina, ikus-teaz batera, bide bazterretik aurrera egiten dute. Ez dute egoera erabat gogaikarri hark zipriztintzerik nahi, bertan nahasiz gero, arazoak eta buruhausteak baino ez zituztelako tenpluan izango. Hementxe aurkezten du Jesusek protagonista ekintzaile esan diezaiokegun pertso-naia. Ez da judua, samariarra baizik, kontakizunaren garaiko juduek heretikotzat har-tuko zuketena: haien ustez, juduek eta Jerusalemgo tenpluak irudikatzen zuten egiaren aurrean okerreko bide erlijiosoa hartu zuten samariarrek. Samariar hura ere, gogor as-tindu duten eta hilzorian utzi duten bidaiariarengana eraman du bizitzako bideak. Bista-koa da, norbaitek laguntzen ez badio, hil egingo dela ezinbestean. Horrela ikusten du berak, eta, apaiz eta lebitarrak ez bezala, arazo hura berari ere badagokiola uste du eta errukitu egiten da. Etsipenak hartutako bidaiarekin fisikoki, moralki eta ekonomikoki nahasten dela adierazten digute haren egintzek: hurbildu egiten da, zauriak lotzen dizkio, olioa eta ardoa botaz, bere asto gainean ezartzen du (berak zuen pribilegio egoeratik behartsuaren alde beheratu egin zela adierazten du horrek), ostatura eraman eta zaindu egiten du. Az-kenik, berriz ere bidaiari ekin behar dionean, erabakirik uzten du guztia zauritua zaindu eta senda dezaten. Lagun hurkoa hitzak bi pertsonen arteko nolabaiteko erlazio hurbila adierazten badu ere, pertsonaia guztiak sinboliko eta anonimo dituen irakaskuntza honen muinak kontrakoa adierazten du: lagunurkoak, bidegabe astindutako eta larri zauritutakoarekiko hurbileko erlaziorik ez izateaz gain, arrazoi historiko eta erlijiosoengatik, zaurituaren-gandik urrun sentitzeko arrazoi sendoak ditu. Zaurituaren hurko izan beharko zukete-nak, hain zuzen ere, heretikoak ez baizik guztiz ortodoxoak direnak, horiek begiratzen dute beste aldera, egoeraren larritasunaz ondotxo jabetu badira ere. Samariarra, ostera, hurreratu egiten da, gorputzez eta arimaz, errukitu egiten delako, eta buru-belarri kon-prometitzen da zaurituari laguntzen, bere sendaketa ziurtatu arte, hau da, hura bizitzako bidera berriz sartu arte. Jesusen azken aginduak: “Zoaz eta egin zuk ere beste horrenbeste”, durundi go-gorra egiten du gure belarri eta kontzientzietan, eta gutariko bakoitzari zein gure elkar-teei zalantzan jartzen dizkigu nahitaez gure jarrerak eta jokabideak. Ikusi nahi al ditugu, hau da, jabetu nahi al dugu hurbileko eta urruneko hainbeste lagunek jasaten dituen gaitz eta bidegabekeriez? Ausartzen al gara gure eginkizun, ahalegin, larritasun eta inte-resei hainbeste arreta eskaini ez eta errukiari lekua uzten, hau da, bestearen samina nork bere samintzat hartzen? Gure errukia, sentimendu hutsa da ala eraginkorra? Konprome-titzen gara sufritzen dutenei denboraz, maitasunez, zainketez eta diruz laguntzen? Ha-rremanik ez dugun haiei edo arrazoi historiko nahiz ideologikoengatik areriotzat ditugu-

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nez errukitzeko gauza ote gara? Gure elizbarrutietan, denok dakigu auzi hau ez dela erretorika hutsa eta azterketa eta bihozberritze sakonera garamatzala. Eukaristiako prefazioetako batek hau dio: “Gaur ere, samariar onarena eginez, be-ren gorputzean nahiz espirituan sufritzen dauden guztiengana hurbiltzen da, eta sendatu egiten ditu beroien zauriak errukiaren olioa eta itxaropenaren ardoa erabiliz sendagai”. Ezagutuko ditugu, seguruenez, Jesusi jarraituz, gauza bera egiten duten gizabanako eta taldeak. Baina zinikoa litzateke nahiko egiten dugula pentsatzea. Sakoneko galderak asaldatu egiten gaitu: Prest ote gaude aldatzeko, lagun hurko gehiago izan ez dadin bizi-tzako bide ertzean gogor astindua eta bertan behera utzia? Pertsona garenez eta Eliza garenez, kezkagarri eta deigarritzat sentitu behar dugu Jesusen agindua. Berak, gure bizitzetako bidean aurkitzen ditugun behartsu eta minduak aparteko eran maitatzeko eskatzen digu. Sufrimendua ez da estatistiken bidez neurtzen; zehatza da eta geure ondoan dugu. Beste aldera begiratu ez ezik, gure ongizatearen gi-zartean bertan, astinduta eta bidean botata daudenei errukiz begiratzen diegunean an-tzematen dugu: gosetuak, egarrituak, biluzik daudenak, etorkinak, gaixoak eta presoak. San Mateoren Ebanjelioko Azken Epaiketako “txiki” hauei beste hauek gehitu behar dizkiegu: zaharrak, etxerik eta familiarik ez dutenak, terrorismoaren biktimak eta hauen senideak eta, arrazoi batengatik edo bestearengatik, bizitzan hilda sentitzen diren guz-tiak. Pertsona horiek Jesusen aurpegi mindua erakusten digute eta horien aurrean, giza-banako eta Eliza garen aldetik, geure axolagabekeriagatik barkamena eskatzeko, erruki-tzeko eta samariar onaren antzera jokatzeko deia entzuten dugu. Zuzentasun eta elkartasun unibertsalaren alde atsedenik gabe jarduten jakin behar dugu. Kontrakoa, bere erraietan errukia sentitzeko gero eta zailtasun gehiago duen, bere nahi bakarra “aurreratzea” den eta bere aberastasunaren %0,7 lotsagarria munduko be-hartsuenekin partekatu nahi ez duen gizarte ase honetako gehiengoaren iritziaren alde joateak gizatasuna kentzea eta gure fede pertsonal eta komunitario urria makaltzea bes-terik ez digu ekarriko. c. Hemen jardun, Jaunaren behin-betiko etorreraren zain Horregatik, beste urrats bat eman behar dugu guztion ongizateari dagokionez du-gun erantzukizuna aztertzeko. Urrats honek lagundu behar digu ulertzen Jesusek “mundu” deitzen duen horretara zerk hurbiltzen gaituen eta mundu horretatik zerk al-dentzen gaituen. Itzul gaitezen horretarako, Jesusek, ikasleei azken agurra egitean, Ai-tari zuzentzen dion otoitzera:

Aita Santu horrek, zaindu zeure ahalmenaz zuk eman dizkidazunok, bat izan daitezen gu geu bat garen bezala. Hauekin izan naizen bitartean, neuk zaindu ditut eman dizkidazunok. Zure mezua adierazi diet nik; baina munduak gorroto die, mundukoak ez direlako, neu ere mundukoa ez naizen bezala. Ez dizut eskatzen mundutik ateratzeko, Gaiztoarengandik babesteko baizik.

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Ez dira mundukoak, neu ere mundukoa ez naizen bezala. Har itzazu zeuretzat egiaren bidez: zure mezua egia da. Mundura bidali ditut zuk bidali ninduzun bezala. (San Joanen ebanjelioa, 17. kapitulua, 11-12, 14-18 txatalak)

Ebanjelioko testu hau, gutxienez kezkagarri eta deserosoa da, bai bere eduki eta esanahiagatik bai bere ondorioengatik. San Joanen ebanjelioaren gai nagusia aurkezten digu: munduaren eta Jesusek eta haren ikasleek irudikatzen duten guztiaren arteko ten-tsioa. Batasun eta egia betea bigarren esparru honi dagozkio. Testua kezkagarria da, munduak Jesusen ikasleak gorroto dituela esatean, jarraipenaren bidea ez sozialki ez existentzialki kaltegabekoa ez dela adierazten digulako eta, benetan, neketsua dela jaki-narazten digulako. Deserosotasuna, gizarte-kulturaren mintzairan “normal” ez izatearen zailtasunetik dator eta, batez ere, munduko eta gure kulturako hiritar garela sentitzetik, zail egiten zaigularik, Jesusen ikasle bezala, geure burua gizarte eta kultura mailan indarrean dau-den terminoetatik kanpo ikustea. Horregatik, zintzotasunez aztertu behar dugu geure burua. Sentitzen ote dugu munduak baloratzen duenetik benetan desberdin izan beharra? Prest ote gaude horretarako? Ez ote dugu bilatzen gure gizarteratze osoa, arrakasta pro-fesional eta ekonomikoa irrikatuz, gainera? Zenbateraino gara alternatiba, geure pen-tsamolde eta bizimoduan? Zenbateraino gaude prest gure bizimodua eta gizartean jardu-teko modua ebanjelioaren arabera aldatzeko? Gero eta anitzagoa den eta kristau-fedetik gero eta aldenduago dagoen gizartean ikasle bezala dugun misioa ulertzeko lagungarri diren beste elementu azpimarragarri batzuk azaltzen dira Jesusek Aitari zuzentzen dion otoitz honetan. Ez Jesus ez gu mundu honetakoak ez garela esateaz batera, mundutik ez ateratzeko eta gaitzetik askatzeko es-katzen dio Aitari bere otoitzean. Jainkoak ez dio uko egiten beras sorrrarazitako mun-duari, alderantziz baizik, San Joanen ebanjelioan bertan ikus dezakegunez:

Izan ere, Jainkoak hain maite izan zuen mundua, non bere Seme bakarra eman baitzion, harengan sinesten duenik inor gal ez dadin, baizik betiko bizia izan dezan. Zeren Jainkoak ez baitzuen Semea mundura bidali mundua kondenatzeko, haren bitartez salbatzeko baizik. (San Joanen ebanjelioa, 3. kapitulua, 16-17 txatalak)

Aitak Jesus bidaltzearen eta Jesusek berak gu bidaltzearen jatorria Jainkoak mun-duari dion maitasunean eta mundutik bekatua, gaiztakeria eta heriotza kentzeko nahian dago. Horregatik eskatzen dio Jesusek Aitari ez gaitzala mundutik atera, gaiztakeriatik babes gaitzala baizik. Helburua ez da mundua kondenatzea, mundua salbatzea baizik. Gure arazoa, hala ere, gizabanako eta kristau-elkarte bezala, mundua kondenatzeko jo-era baino gehiago, munduarekin bat egiteko joera da. Nola izan gaitezke gatz eta argi gure kulturan nagusi diren balio eta bizimoduetatik ezer gutxi bereizten bagara?

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Ebanjelioa bizi eta, horrela, hots egin ahal izateko, bertako balioak –horiek iragar-tzera eta hastera etorri zen Jesus– geure egin behar ditugu. Horregatik, ikasle garenez, Jainkoaren Erreinuko hiritar gara, gure munduarekin inola ere identifika ezin daitekeen Erreinuko kide, Jesusek Pilatoren aurrean aitortu zuenez. Sinesten al dugu benetan, Je-susekin batera, gure Erreinua mundu honetakoa ez dela? Funtsezko gaia da hau, geure burua gizarteari eta bertan dugun egitekoari dagokionez ulertzeko. Zalantzarik gabe, geure indar guztiez lagundu behar dugu guztion ongizatea lor-tzeko, batez ere baztertuen daudenetzat Jesusekin batera errukia izanez eta haien alde jarduten saiatuz. Eta horrek, politikan jardunez Jesusi jarraitzeko eta ebanjelioa bizi-tzeko deia jasotzen dutenentzat balio du batik bat, berez denen aldeko zerbitzua delako eta aukeratzen duena nobletzen duelako; hala ere, guztion ongizatea lortzeko elkarlan hau, gure bihotza eta itxaropena Erreinuan jarria dugula egin behar dugu. Erreinu horre-tako balioek ez dute mundu hau gobernatzen. Tentsio eta itxaropenez bizi ditugu, Jesu Kristoren behin-betiko etorrera irrikatuz. Honela bakarrik eskainiko diogu gure mun-duari Jesusek agindu digun zerbitzua. V. BOKAZIOA ELKARTEAN BIZI Idazki honetan behin eta berriro diogunez, Jesusen antzera, gure espiritualtasuna eguneroko eginbeharretan bizitzeaz gain, elkartean ere bizi behar dugu. Espirituaren gidaritza mota hau onartzea ezinbestekoa da gure garaian. Nola lortu, bestela, bere bu-rua garailetzat duen gizarte honen indarrak gu ez inguratzea eta irenstea? Jarraipen-mota desberdinei eta bokazio bakoitzaren berezitasunei uko egin gabe, gutariko inork ere ezin du fedea bere airera bizi, bakarka, zeren eta bokazio orok elkartearen esperientzia behar baitu, azken batean, elkartean sustraitzen eta kokatzen delako eta bertan ematen duelako fruitu. Esperientzia komunitario hau, era berean, era askotakoa izan daiteke, guk hemen hiru aipatuko ditugularik: familia, erreferentzia elkarteak eta parrokia. Horietako bat ere ez da ez baztertzailea ez esklusiboa, hirurek elkar osatzen dute. 1. Familia, oinarrizko elkarte Aurreko puntuan, familia gure eguneroko eginkizunetan espiritualtasun iturri dela esan dugu. Orain espiritualtasunaren iturri komunitario bezala aztertu nahi dugu. Beste aukera betean ere landu genuen gai hau sakontasunez, Familia aurkitzea gaur egun 1995ko Pazkoko pastoral idazkian. Orduan aipatzen genituen puntuetako batzuk gogora ekartzea komeni da. Gure fedearen arabera, sakramentua da Ezkontza. Bertan, Jainkoaren graziak, ha-ren maitasun sortzaile eta garaiezinak, bizitza-elkartea sortzen duen une berean maita-sunagatik bat egiten duten haien sendotasuna eta bokazioa izenpetzen du. Familia guzti-entzat da funtsezkoa alderdi komunitario hau. Familiaren arrakasta kide guztien arteko batasun esperientzia etengabe sustatzetik dator, nahiz unerik atseginen eta argitsuenetan nahiz eguneroko bizitzan eta, batez ere, samin eta zailtasunez jantzitako unetan. Esperientzia horrek zentzu betea izan dezan, bere iturria, hau da, Ezkontza sakra-mentuaren grazian isuritako Jainkoaren maitasuna izan behar du erreferentziatzat. Ikus-

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puntu horretatik, familiaren bizitza komunitarioan bere habia egin du Espirituak eta Es-piritu horrek gidatzen gaituela esperimentatzen dugu. Espirituaren ezustekoei irekirik bizitzea eta haren gidaritza onartzea eskatzen du horrek, ebanjelioko pasarte honetan kontatzen denez:

Jesusen gurasoak Jerusalemera joan ohi ziren urtero erromes Pazko Jaietan. Jesusek hamabi urte bete zituenean, jaietara joan ziren, ohi bezala. Jaiak amaiturik gurasoak etxera abiatu zirenean, Jesus haurra Jerusalemen gelditu zen, haiek jakin gabe. Erromeskideen artean zelakoan egun bateko bidea egin ondoren, haren bila hasi ziren ahaide eta ezagunen artean. Eta, aurkitzen ez zutelarik, Jerusale-mera itzuli ziren bila. Hiru egunen buruan, tenpluan aurkitu zuten, lege-maisuen erdian eseria, en-tzun eta galde; entzuten zioten guztiak txunditurik zeuden erantzunetan azal-tzen zeuen argitasunagatik. Ikusi zutenean, harrituta gelditu ziren gurasoak, eta amak esan zion: − Seme zergatik egin diguzu hori? Ikusi zeinen larri genbiltzan aita eta biok zure bila! Hark erantzun zien: − Zergatik zenbiltzaten nire bila? Ez al zenekiten nik neure Aitaren gauzetan jardun behar dudala? Baina haiek ez zuten ulertu zer esan nahi zuen. Jesus beraiekin Nazaretera jaitsi eta beraien menpe bizi izan zen. Amak gogoan hartzen zituen gertakari guztiok. Jesus haziz zihoan bai jakinduriaz, bai gorputzez, eta Jainkoak eta gizakiek gero eta gogokoago zuten. (San Lukasen ebanjelioa, 2. kapitulua, 41-52 txatalak)

Nazareteko familia santuaren bizitza Josek eta Mariak sinesten zuten Jainkoaren inguruan garatzen zela batez ere esaten zaigu kontakizunaren hasieran. Pazkoaren ospa-kizunak eta Jerusalemera igotzeak markatzen dute urtero erreferentzia hori. Badago gauza aipagarri bat: fedearen eta berri onaren bizipena ez da zerbait arrazionala eta abs-traktua; esanahi bereziko jarduera jakin batzuei lotua dago, eta, hauekin gorputzez eta arimaz bat egiten dugunez, gure nortasuna eratzen dute. Jarduera esanahitsu batzuen zehazpenik gabe, erraz eror gaitezke gure izate osoa biltzen duen fede biziarekin zerikusi handirik ez duen arrazionalismo erlijiosoan. Arrisku hau ez da teorikoa, guztiz erreala baizik, arrazoia goraipatzen duen eta bihotza eta borondatea baztertzen dituen kulturan murgilduak gauden guztiongan. Ebanjelioari eta Jesusi jarraitzea gure familietan, noizean behin jarduera sinboliko batzuk egin arren, praktika erlijiosorik gabe bizi dezakegula uste al dugu? Familia bizitzako gauzarik ga-rrantzitsuenak Jainkoaren maitasun emailearekin lotzeko ohiko otoitzaldirik gabe egin ote dezakegu? Eukaristia gure familietako gertakizun nagusi bezala erregulartasunez ospatu gabe egin ote dezakegu? Bide horretatik, gure fededun bizitzaren trinkotasuna etengabe eta nahitaez ahuldu eta murriztu egiten da. Ez dugu ahazten gaur egungo familia askotan, arrazoi askorengatik, kideek jarrera desberdinak dituztela fedeari dagokionez. Bi ezkontideek bere seme-alabak Jesusen jarraipenean hezi nahi dituztenean ere agertzen dira gorago aipatu ditugun zailtasunak fedearen transmisioan. Kasu horietan, guraso askok ekin eta ekin jarraitzen du, fedea beren seme-alabengan sustrai dadin. Jakin badakigu nola sufritzen duten lortzen ez du-

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tenean. Zalantzarik gabe, guztiz lagungarria da eginbehar zail horretarako, seme-alabek txikitatik esperimentatzea familiaren bizitzan eta familia-bizitzako gertaera esangura-tsuenetan elkarte-bizitzan bizitako fedearen garrantzia. Esperientzia horrek lotzen ditu bizitza eta fedea, ikaskuntza erlijiosoari esanahi sakona emanez. Ez da inoiz erraza izan familian eratzen diren askatasunaren eta bokazioen arteko jokoa kudeatzea. Horixe erakusten digu Jesusek, gurasoei ezer esan gabe, hamabi urte-rekin, Jerusalemen gelditzeko erabakia hartzean, gurasoek etxerako bideari ekiten dio-ten bitartean. Une honetan ematen zaigu beste datu garrantzitsu bat: familia ez da baka-rrik igo Jerusalemera, beste batzuekin igo dira karabanan, fedearen bizipena eta honi loturako erromesaldia familian bizi direla adieraziz, baina ez familian itxita, elkarte za-balagoko kide bezala baizik. Hurrengo pasarteak bi zati ditu. Lehenengoan Jesusen bokazio eta misioa aurrera-tzen dira berriz ere: Israelgo benetako Maisu izatera deitua izan da. Hori adierazten du maisuen harridurak tenpluan. Aurkitu aurretik igarotzen diren hiru egunak Jesusen heri-otza eta piztueraren aipamen argia dira. Pasartearen bigarren zatiak ezohiko gertaeraren berri ematen digu: haurrak ez die uzten, harriturik eta larriturik dauden gurasoei bere jokaeragatik agiraka egiten; berak egiten die agiraka gurasoei, ez dutelako bere misioa ezagutzen: “Zergatik zenbiltzaten nire bila? Ez al zenekiten nik neure Aitaren gauzetan jardun behar dudala?” Jose eta Mariak ez zuten, noski, erantzun hori ulertu, baina hau-rraren jarrerak pentsatzera eta hausnartzera bultzatu zituen. Kontakizunaren bukaerak jakinduria sakona gordetzen du eta familiako kide guz-tiengan du eragina. Jesus Jerusalemera jaisten da gurasoekin bere ordurako prestatzeko. Eta esanekotasunez egiten du, haien menpe biziz. Jainkoak bere familiaren inguruan zuen borondatea Mariak etengabe aztertzen zuela esaten zaigu eta kontu handiz gorde-tzen zituela bihotzean ulertzen ez zituen, baina senak garrantzitsuak zirela ematen zion gertaera eta gauza guztiak. Azkenik, pertsonaren hazkundean funtsezkoak diren hiru alderdiak egozten zaizkio Jesusi: Jesus haziz zihoan gorputzez, jakinduriaz eta graziaz, hau da, fisikoki, errealitatearen, bere buruaren ezagutzan eta espiritualki. Merezi du kontakizun hain aberats honen elementurik garrantzitsuenak nabarmen-tzea. Azkenetik hasita, argi izan behar dugu gure familietan, haztea ez dela osasuntsu egotea eta bizitzan arrakasta izateko ahalik eta ondoen prestatzea bakarrik. Familia-elkartea benetako kristau elkarte eta ebanjelioa bizitzeko eskola bihurtuko da, kide guz-tiak jakintza eta arrakastan ez ezik, jakinduria eta maila moralean haztea bilatzen due-nean eta, batez ere, grazian, hau da, pertsona eta familia ororen iturri eta zeru-muga den Jainkoaren maitasunean haztea bilatzen duenean. Nabarmentzeko moduko bigarren elementua bokazioari dagokio. Jainko hirukoi-tzaren maitasunean gertatzen den bezala –batasun perfektuak ez du baliogabetzen, sor-tzen eta sustatzen baizik, Aitaren, Semearen eta Espiritu Santuaren berezitasuna− fami-lia-elkarteak ere kide bakoitzaren berezitasuna sortzen eta sustatzen du. Aita-amek onena nahi dute beren seme eta alabentzat eta aparteko antsiaz eta kezkaz bizi dute haien etorkizunaren ziurgabetasuna. Ez da zaila, hala ere, gurasoen ustez, seme-alabak bizitan jarrera onean jarriko dituen arrakasta profesional eta ekonomikoa bermatuko dien onena automatikoki identi-fikatzea. Zein da identifikazio horretan erabiltzen den balio-eskala? Ba al du zeresanik

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gure familietan, kideetako bakoitzak Jainkoa eta besteak hobeto zerbitzatzeko bere bo-kazioa aurkitu behar duela dioen printzipioak? Ez al da egia seme nahiz alaba batek, ideal guztiz zintzoez sustatutako, baina gizarte eta ekonomia aldetik gutxi baloratutako bokazioari erantzuteko nahia erakusten duenean gurasoek aparteko larritasuna sentitzen dutela eta asmo hori burutik kentzen saiatzen direla? Ez al da egia, kasu askotan, biziera erlijiosorako bokazioak aparteko larritasun eta erresistentzia eragiten duela gurasoen-gan? Nola uler daiteke hori bere burua kristautzat duen eta ebanjelioa estimatzen duen familian? Hirugarren elementu bat gehituko diogu aurrekoari. Dena ez da argia familia el-kartean, nahiz eta Jainkoaren borondateari leial erantzun. Batzuetan, bilaketa hori da, hain zuzen ere, nahasmendu eta iluntasun iturri. Horixe gertatzen zaie Jose eta Mariari, Jerusalemgo gertakariaren ostean, inolako arazorik sortu gabe, gauza guztietan haien menpe hazten den beren semearen portaera harrigarriarekin. Edozein familia arruntetan ugariak diren iluntasun eta nahasmenduzko une horiek ere fedean eta ebanjelioarekiko leialtasunean hazteko balio dute, Mariarekin gertatzen den bezala, Jainkoari lotzen ba-zaizkio eta beren adiera sakon hausnartzen laguntzen badigute. Sakonean, berak, hori egitean, semeari jarraitzen dio. Gure bizitza ebanjelikoak, Espirituak gidaturik Jesusi jarraitzeak, funtsezko iturri-etako bat familia-elkartean duela erakusten digu kontakizunak bere osotasunean. Fami-lia-elkartea hartu behar dugu ez kristau elkarte bakartzat, lehenengo eta benetakotzat baizik, edo “etxeko elizatzat”, Jainkoaren maitasunean sustraituta. Horrela, elkarte hori zentzuz beteriko elkarte bihurtzen da eta bertan bizi dezakegu berri ona: Kristo Jesusen-gan agertzera emandako Jainkoaren maitasunak biltzen, aldatzen eta indarrez eta itxaro-penez betetzen gaituela. 2. Erreferentzia elkartea Elkarte bizitza izan da Espirituak gure Elizari sortu zenetik eman dizkion dohaine-tariko bat. Lagun askok jaso du, mendez mende, Berri Ona elkartean bizitzeko deia. Monasterioetako ordenak, erlijioso-familia desberdinak eta horretarako sortutako era askotako institutuak altxor eta erreferentzia dira Kristoren Eliza osatzen duten era ba-teko eta besteko bokazio eta karismen artean. Elkarte-bizitzarako dei honetatik sortu izan da “elkarte esparru” asko irakaskuntzaren, osasunaren eta karitatearen arloan. Eman dituzten fruitu ugariez gain, errealitate hauek funtsezkoak izan dira eta dira Eliza-ren berrikuntzarako eta Jesusi jarraitzeko deia historiako une bakoitzean gauzatzeko. Ebanjelioarekiko leialtasuna bizi izateko, aparteko garrantzia du Espirituaren do-hain honek, anitza, modernoa, aberatsa den, guztiz sekularizatua dagoen gizarte demo-kratiko honetan. Idazki honetan behin baino gehiagotan aipatu denez, gaur berri ona bizi eta hots egiteak gure espiritua eratzea eskatzen du, bereizten eta jagole edo zaintzaile izaten jakin dezagun, Jainkoarenganako eta lagunurkoarenganako erabateko leialtasu-nean irmo irauteko. Behar horri erantzuteko, Espirituak berak sustatu ditu gure artean jarraipena bizitzeko era berriak, batez ere laikoen artean. Duela gutxi arte, bizitza-azterketarako taldeak ziren biderik pribilegiatuena berri ona bizitzeko eta fedea suspertzeko, Ekintza Katolikoko mugimendu orokorren eta be-rezien barnean. Talde horien fruituak oparoak izan dira eta dira gaur ere, munduko

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errealitateak bizitzeko era ebanjelikoa garatu eta eusterakoan, errealitate horiek fedearen begiez ikusiz, Hitzetik irakurriz eta interpretatuz eta Erreinua bizitzeko eta Erreinuaren testigantza emateko deia sentitu duten ikasleen antzera jokatuz. Gure gizarte-kultura esparrua aldatu den bezala, Espirituak ere elkarte espiritual-tasunerako bide berriak sortu ditu. Laikoen elkarteak, erreferentzi talde edo komunita-teak eta Hitzaren irakurketa sinestedunerako taldeak bultzatu dituzten mugimenduak agertzea izan da horietako bat. Horiek guztiek Ebanjelioarekiko leialtasuna sustraitu eta bultzatu nahi dute gure gizartean. Mugimendu, ordena, kongregazio eta institutu erliji-oso eta sekularrak sortu dira parrokietan. Laiko ekintzaile asko eta asko elkarte horie-tako kide da. Elkarte-espiritualtasuna da Jesusen jarraipenaren ezaugarri esentzialetako bat, jarraipen horren sorreratik. Apostoluen Eginak liburuan jasotzen da apostoluen ingu-ruko pasarte eder hau. Pedro eta Joanen atxilotze, epaiketa eta askapenaren ostean koka-tzen da:

Libre utzi zituztenean, senideengana itzuli ziren, eta apaizburu eta zaharrek esandako guztia kontatu zieten. Entzutean, denek otoitz egin zioten goraki eta aho batez Jainkoari: Jauna, zuk egin zenituen zeru-lurrak eta itsasoa, eta horietan bizi diren guz-tiak; zuk esan zenuen Espiritu Santuaren bidez eta gure aita David zeure zer-bitzariaren ahoz: «Zergatik dabiltza iskanbilan nazioak, eta asmo ustelak asmatzen herriak? Mundu honetako erregeak altxatu dira, eta agintedunek elkar hartu dute Jaunaren eta berak aukeraturiko Mesiasen aurka.» Bai, hala elkartu dira hiri honetan Herodes eta Pontzio Pilato atzerriko nazio-ekin eta Israel herriarekin, zuk Mesias egin zenuen Jesus zure zerbitzari san-tuaren aurka. Horrela, zure ahalmenak eta gogoak aurrez erabakia zutena bete dute horiek. Begira orain, Jauna, nola mehatxatzen gaituzten; emaguzu zeure zerbitzarioi zure hitza ausardia osoz predikatzea. Eta luzatu eskua, zure zerbitzari Jesusen bidez sendakuntza, mirari eta egintza harrigarriak gerta daitezen. Otoitza bukatzearekin batera, bilduak zeudeneko tokia dardaratu egin zen; denak Espiritu Santuaz beterik gelditu ziren, eta jainkoaren hitza ausardiaz predikatzen zuten. (Apostoluen Eginak, 4. kapitulua, 23-31 txatalak)

Pasarte honetan ditugu gure bizitzako gertaerarik nabarmenenak konpartitzeko, Hitzaren argira irakurri eta interpretatzeko eta, ebanjelioaren arabera jarduteko, Espiri-tua onartzeko bide den elkarte txiki baten espiritualtasunaren funtsezko osagaiak. Hau ikusten dugu lehenengo eta behin: gertatutakoa gainerako apostoluei kontatu beharra sentitzen dutela Pedrok eta Joanek. Aske gelditzeaz batera, senideengana itzultzen direla gertatutako guztia kontatzera diosku pasarteak. “Senideak” hitzak, gizarteko gainerako taldeetatik desberdin sentitzen direla adierazten du; desberdin pentsatzen duen eta gau-zak beste era batera ikusten dituen inguruan, Jesusenganako fedeak eta haren heriotza eta piztueraren iragarpenak markatutako elkartea dira. Agintari erlijiosoek horregatik atxilotu, galdekatu eta mehatxatu dituzte.

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Seguruenez, gutariko inork ez du jasango horrelako egoerarik; hala ere, gure egu-neroko bizitzan sarritan aurkezten zaizkigu ebanjelioarekin bateragarri egiteko zailtasu-nak eragiten dizkiguten egoerak. Batzuetan, bidegabekeria sakonak eta izugarrizko des-berdintasunak egoteari lotuta daude; beste batzuetan, zintzo eta leial jokatzeak beldurra-razten gaituzten ondorio praktikoak dakartza; beste batzuk gure bizimoduari lotutako erabakiei dagozkie eta besteek, batez ere behartsuenek bizimodu horretan duten lekuari. Une horietan, erabakigarria da ikasleen elkarte bateko kide sentitzea, gure ezbaiak konpartitu ahal izateko eta hartu beharreko bidea bereizteko. Gizarte guztiz indibidualis-tan, geuk ere errezeloak ditugu geure bizimoduak eta erabakiak kontrastatzeko. Jarrera horrek geure baitan ixten gaitu eta dezente ahultzen gaitu, Ebanjelioaren aurrean leial jokatzeko gaitasunean. Espirituak, horregatik, dei egiten digu, ikasleen elkarteko kide senti gaitezen eta bertan gure bizitzak partekatu eta kontrastatu ditzagun. Pasarte honen bigarren elementuak erakusten digunez, gertatutakoak Hitzaren argira irakurtzen eta interpretatzen dira, auziaren sakonera joz. Bigarren Salmoko pasar-tearen irakurketak argi egiten die apostoluei, ondorio honetara heltzeko: ez dela, gutxi-asko, desberdinak edo aurkakoak izan daitezkeen jarreren arteko aurkaketa, beste gauza askoz garrantzitsu bat baizik: botere guztien ituna Jesusen eta haren misioaren aurka eta, ondorioz, haren jarraitzaileen aurka. Fedeari dagokionez, gero eta axolagabea eta hain “atenastarra” den gurea beza-lako gizartean, ez dirudi Ebanjelioaren auziagatik jazarpena jasateko arriskurik dugunik. Gutariko nork sentitzen du? Beharbada, datu hau bera da gure bizitza ebanjelikoaren bakarkako eta eliz ahultasunaren adierazle. Baina, nola irakurtzen eta interpretatzen dugu kristau-bizitzaren garrantzirik eta tonurik eza gure gizartean? Hitzaren argira egi-ten saiatzen al gara? Egin ote dezakegu bakarrik? Hirugarren eta azken ezaugarria, apostoluen erabakiari lotua dago: beren bokazi-oari jarraituko diote kontrako giroan eta Hitza ausardia handiz hots eginez. Horretarako laguntza eskatzen diote Jaunari eta honek Espiritu Santua bidaliz ematen die laguntza hori. Espirituaren etorrerak bilduak zeudeneko tokia dardararazi egin zuela diosku tes-tuak, Espirituaren indarrak edozein egoera sustrai-sustraitik mugi dezakeela adieraziz. Ba ote dugu indarrik apostoluek hartu zuten erabaki bera geure bizitzetan hartzeko? Ez al dugu uste, sakonean, gauzak horrela hartzea, hain kementsu, gehiegizkoa eta kaltega-rria dela? Ez al da egia, beraz, geure burua benetako kidetzat hartzeko aukera emango digun elkartea behar dugula, Espirituaren laguntza sentitzeko eta ebanjelioaren arabera jarduteko? Prest al gaude Espirituaren indarrak sustrai-sustraitik mugi gaitzan? 3. Parroki elkartea Familia-elkarteak eta erreferentzia elkarteak ez dute gure espiritualtasunaren el-karte alderdia agortzen. Alderdi hori unibertsala da, Elizaren izaera eta misioa uniber-tsalak diren bezala. Apostoluengan oinarritua sortu zenez, Eliza unibertsala, Pedro eta haren ondorengoak buru direla, gainerako elizbarrutiekin komunioan bizi behar duen elizbarruti bakoitzean gauzatzen da. Elizbarruti bakoitzean, parrokiak elkarteen elkarte izateko bokazioa du.

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Egia da, Gure kristau elkarteak berriztatu 2005ko Garizuma-Pazkoko pastoral idazkian esaten genuenez, parrokiak aldatu egin behar duela eta Pastoral Barruti berrie-tara jo behar duela; egia da, era berean, gizarte eta kultura arloan izandako aldaketen eraginez, parrokiek dagoeneko ez dutena lehen bezainbesteko eragin fedean eta ingu-ruan sozializatzeko; dena dela, parrokia ordezkatu ezin den errealitatea da Jesusen ja-rraipenean garrantzitsua den elkarte alderdia bizitzeko. Benetan, San Pauloren idazkien eta Apostoluen Eginak liburuaren bidez ezagu-tzen ditugun lehenengo kristau-elkarteek gure parrokien bizkarrezurra diren kristau-elkarte guztien funtsezko ezaugarriak aurkezten dituzte. Ikus dezagun hurrengo pasarte honetan:

Denak apostoluen irakaspenak entzuteari eta elkarte-bizitzari emanak bizi zi-ren, ogi-zatitzea eta otoitza elkarrekin egiten zituztelarik. Fededun guztiak elkarturik bizi ziren, eta dena denentzat zeukaten: beren lur eta ondasunak saldurik, guztien artean banatzen zuten dirua, nork zer behar zuen. (Apostoluen Eginak, 2. kapitulua, 42, 44-45 txatalak)

Pasarte labur honetan laburbiltzen da oso-osorik kristau-elkarte guztien bizitza: irakatsi, ospatu, karitatea gauzatu eta komunioa bizi. Kristau-elkarte guztiek, era bate-koak nahiz bestekoak izan, ezaugarri eta eginkizun hauek dituzte; hala ere, horren guz-tiaren gauzatzeak parrokia-elkartean du zentzu betea: parrokian bizi da familia- eta erre-ferentzia- elkarteen edo mugimendu apostolikoen ezaugarritzat jo ditzakegun muga na-turaletatik edo kidetasun pertsonal, sozial edo bokaziozkotik haratago zabaltzen gaituen aniztasuna. Aniztasun honek berariazko esanahi ebanjelikoa izan dezan, komunio bezala bizi behar dugu, horixe delako Espirituak Jaunaren Elizari ematen dion dohainik garrantzi-tsuenetakoa. Komunioan bakarrik −bi aldiz adierazten du hau testuak− bizi dezakegu Jesusen jarraitzaile izateko bokazioa, geure nahieren, pentsamoldeen, giza jarreraren, ezaugarrien eta joeren berariazko mugetatik garbiturik. Komunio honek bi alderdi bana-ezin eta osagarri ditu: espirituala eta materiala. Espiritualak, Kristok Aitari otoitz egiten dioneko pasartean komentatu dugunez, Jainkoarekiko eta besteekiko erabateko batasunaren esperientzia biziarazten digu, des-berdintasun eta anbiguotasunen gainetik, dohain eta agintzari bezala. Komunio espiri-tual honek komunio materialera garamatza, hau da, garen eta dugun guztia besteekin partekatzera, denok Jainkoarengandik jaso dugulako den-dena. Baina gure ondasun ma-terialak bakoitzak behar duenaren arabera besteen artean erdibanatzeaz gain, geure ka-risma eta bokazioak ere partekatu behar ditugu elkarte osoarekin, Kristo buru duen gor-putz bakarra eraikitzeko, San Paulok gogoratzen digunez. Parrokia-elkartean, beraz, karitate osoagoa gauzatu behar dugu. Parroki elkarteak, lehenengo kristau elkarteak bezala, iraunkor izan behar du “apostoluen irakaspenetan”. Horregatik, apostoluen ondorengo den elizbarrutiko go-tzainaren gidaritzapean, hortxe irakasten eta iragartzen da ospatzen eta praktikatzen den salbamenezko misterioa: Aita sortzailearen betiereko maitasuna bere Seme Jesu Kristo salbatzailearengan eman zaigula ezagutzera oso-osorik eta gugan bizi dela Espiritu bizi-emailearen isurpenez.

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“Ogi-zatitzea” esaeraz, fededun elkartearen bizitzaren bihotza den Eukaristiaren ospakizuna adierazten du testuak. Horregatik, Eukaristiak eta hori igandero ospatzeak duen garrantzi handia nabarmendu nahi dugu beste behin ere. Eukaristiarik gabe ezin gara kristau-fedeaz mintzatu. Eukaristia-ospakizun honek parrokian du esparru egoki eta ezinbestekoa elizbarrutiko komunioaren barnean. Parrokian uztartzen da karisma eta bokazioen aniztasuna eta elkarteko kide izatea, Eukaristiak horretantxe aurkitzen du-eta benetako izaera. Ospa daiteke Eukaristia elkarte murriztuagoetan, hori gomendatzen duten pastoral arrazoiak daudenean. Pastoralgintzari dagokionez, komenigarria izan daiteke, baita ere, talde jakin batzuei, esate baterako gazteei, familiei edo beste batzuei, zuzendutako euka-ristiak ospatzea. Ezin dugu ahaztu familia erlijioso desberdinen kultu-etxeek eskaintzen duten zerbitzu handia. Baina horrek ez digu ahaztarazi behar parrokiako eukaristia-ospakizunaren garrantzia. Orokorrean, parrokia da esparru arrunt eta egokia sakramentu-bizitzarako. Parro-kia- elkarteak bermatzen du graziaren indibidualismoaren tentazioa gainditzea, Espiri-tuaren isurpena parrokian irudikatutako elkarte osoan gertatzen delako. Parrokia-elkarteak egiten digu harrera Elizan Bataioaren bidez eta gure fedea sendotzen lagun-tzen digu. Berak agurtzen gaitu, era berean, piztueraren itxaropenez, mundu honetatik joan beharra dugunean. Horregatik, parrokia-elkartea, testukoa bezala, elkarte otoizlaria ere bada, aldi berean anitza eta bakarra den elkarte bezala Jainkoarekin harremana du, honen maitasun mugagabe eta egundokoaren misterioaren esperientziak aldatuta, bere poz eta tristurak, argi eta iluntasunak, sendotasun eta makaltasunak, itxaropen eta porrotak adierazteko, beti ere garbitze- eta bereizketa-bidean, Jesusi elkarte bezala jarraitzeko. VI. BOKAZIOA JAINKOAREKIKO HARREMAN ZUZENEAN BIZI Gutariko inork ezin du saihestu, azken batean, gure arimaren bakardadean Jain-koarekin bat egitea. Hau ez da bokazio jakin batzuei bakarrik dagokien esperientzia, Berri Ona jaso dugun eta bizi eta hots egin nahi dugun guztioi dagokigun esperientzia baizik. Bat-egite zuzen hau gabe ezin da espiritualtasuna benetan bizi, ez eguneroko bizitzan ez elkartean ere. Hiru alderdietako batean ere ezin dugu huts egin, berri ona benetan bizi eta hots egin nahi badugu; dena dela, ez da erraza Jainkoarekin zuzenean bat egitea gure barru-barruko izatearen basamortuan. Beharbada, ez gaude ondo horni-tuta horretarako. Jainkoarekin harreman zuzena izateko, gure espiritua landu eta bigundu egin be-har dugu, ariketa espiritualaren bidez. Jainkoarekiko harreman hau bereziki beharrezkoa da gure bokazioa aurrera eramateko bereizketa eta prestaketa aldietan, batez ere gure fedearen eta bizitzaren zentzua zalantzan jartzera garamatzaten une bereziki zailetan. Jainkoaren aurrean, otoitzaren bidez, osotasunez adierazteko bidea ere aurkitu behar dugu.

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1. Espiritua landu eta bigundu: ariketa espirituala Gorago aipatu denez, gure bizitza geure burua baino handiagoa denaren eta beraz, misterio baten aurrean etengabe bizitzearen esperientzia da, nolabait, giza esperientzia-rik oinarrizkoena eta ohikoena. Gure izate osoa zeharkatzen duen oinarrizko esperien-tzia mistiko hau guztiz ezezaguna da. Gero eta sentsibilizatuago gaude eta argi dugu osasuna zaindu egin behar dugula ariketa fisikoa maiz eginez, baina, ostera, ez dugu aintzat hartzen genahiz ure espirituaren osasuna eta hori lortzeko ariketarik egitea, eta hori ezinbestekoa dugun gizatasunez bizi ahal izateko. Aurrerago aipatu dugun Gure kristau elkarteak berriztatu 2005ko Garizuma-Pazkoko pastoral idazkian behin baino gehiagotan esaten denez, murriztapen honek gure pastoral estilo eta praktikan ere eragina du. Orduan genioenez, gure kristau elkar-teak ezin dira berriztatu, Jainkoaren maitasunaren misterioaren esperientziaren bidez ez bada. Gure Elizan Espirituaren presentzia sakontasunez bizi duten elkarteak badaude ere, kultura lehorte itzela dago espirituaren gaietan eta horrek ere badu eraginik guregan eta elkartean. Aurrez aurre dugun erronkarik nagusienetakoa da, gure Elizan eta gizartean bertan antzeman daitekeen egarri espiritual sakonari erantzun egokia ematea. Asko eta asko ari da esparru honetan bide berriak zabaldu nahian, garaien zantzu bat seinalatuz. Ez al da harritzekoa Mendebalde osoan beste erlijio edo tradizio espiritual batzuen, batez ere ekialdekoen, ariketa espirituala aurkitzea eta praktikatzea, gure kristau tradizioak arlo honetan duen egundoko aberastasunaz jabetzen ez garen bitartean? Ez ote da hau boka-zio ebanjeliko ororen sustrai espirituala sakontasunez bizitzeko bideak jartzeko deia? Biblian iturri agortezina da jakinduriazko literatura, geure barru-barruan murgil-tzeko eta benetako jakinduria bilatzeko, itxurazkoa edota azalekoa ez, baizik geure espi-ritutik, Jainkoaren Espirituaren beraren dohainetik sortzen den jakinduria bilatzeko. Testu eder honek laguntzen digu bide espiritualaren giltzak aurkitzen:

Oraindik gazte nintzelarik, bidaiatzen hasi aurretik, bete-betean bilatu nuen jakinduria neure otoitzean. Tenplu aurrean otoitz egin nuen hori lortzeko, eta neure bizitzaren azkeneraino bilatuko dut. Loratu zenean, hartaz poztu zen nire bihotza, heltzen ari den mahats-mordoaz bezala.

Bide zuzenetik ibili dira nire oinak, jakinduriaren arrastoari gaztarotik jarraituz. Ahaleginik txikiena aski izan dut neureganatzeko eta zer ikasi asko aurkitu izan dut neuretzat. Berari esker egin dut nik aurrera; horregatik, jakinduria ematen didanari aintza emango diot.

Nire barrua sugartsu lehiatu zen haren bila; horregatik egin dut lorpen bikaina. Jaunak mihia eman dit saritzat eta goretsi egingo dut beronekin. (Ben Siraken Jakinduria, 51. kapitulua 13-17, 21-22 txatalak)

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Jakinduria, Jainkoaren betiko berezitasuna da jakinduriazko literaturan. Kristau tradizioak Jainkoaren betiko hitza, Aitaren betiko logos-aren irudia, ikusi du jakindu-rian. San Paulok, bere aldetik, Jainkoaren jakinduria deitzen dio Kristori. Jakinduria iristea, beraz, Jainkoarekin sintonia bikainean egotea da, eta bere aginduen arabera jar-dutea. Kristau hitzez esanda, zein da jakintsua? Jarraitu beharreko bidea, Jesus, ezagutu duena eta leialtasunez, etsi gabe, jarraitzen diona. Nola lortzen da jakinduria espiritual hau? Testuak ematen dizkigu gako batzuk. Lehenengo, bilaketa hori gaztaroan hasten dela, bidaiatzen hasi aurretik. Horrekin hau esan nahi da: ez dela munduko jakindurian, bizitzan lortzen den ohiko jakindurian, bi-latu behar. Otoitzean eta zintzotasunen bilatzen dela argitzen digu testuak. Horixe da ariketa espiritualaren hasiera. Sustatzen al dugu honelako bilaketa goiztiarrik, zintzorik, otoitzean, geure seme-alabengan eta gazteengan? Jabetzen ote gara ariketa espiritual goiztiar honen garrantziaz? Ez al da egia garrantzi handiagoa ematen diogula jakintzak jadesteari eta “munduan barrena bidaiatzeari”, bizitzari segurtasunez eta arrakastaz aurre egiteko? Bigarren, bilaketa hau tenpluarekin, Jainkoaren bizilekuarekin lotzen dela; eskari bezala deskribatzen da eta “azkeneraino”, hau da lortu arte, iraunkortasunez bilatzen dela esaten da. Nola azaldu hobeto, benetako jakinduria duen Bakarrak eskatzen duen otoitza iraunkortasunez eta etengabe eginez bilatzen dela? Guregan loratzen ikusten dugunean, gure bihotza poztu egiten da. Jakinduria, hala ere, gorde eta landu egin behar dugu, testuak azaltzen dizkigun beste bi ariketaren bidez. Lehenengoa, haren jarraibideak betetzea da, bide zuzena har-tuz. Jakinduriaren dohainak dakarkigun bihotzeko poztasunari eutsiko badiogu, leial iraun beharra dugu geure ikasle-bidean. Bigarrena osagarria da. Bide zuzen honetan zehar, adi egon behar dugu, beti entzuteko prest, gure belarria jakinduriara zuzenduz, jadets dezagun. Bi ariketa osagarri hauen bidez jabetzen gara zuzen jokatzearen funts eta arrazoi sakonaz, zentzuz beteriko agindu bezala ulertzeko. Testuak irakaspen handi bezala aur-kezten digu ulermen hau, eta baita barruko asaldatze bezala ere: gure ulermena aldatzen da, bai, baina baita gure izate osoa ere, sakon-sakoneraino. Horregatik aldatutako barru horretatik sortzen zaizkigu jakinduria ematen digun Jaunarenganako aintza eta gores-pena. 2. Basamortuko esperientzia Bakardade eta basamortuaren esperientziaz dihardugunean, burura datorkigun lehenengo gauza, zailtasunari, lehortasunari, desatseginari lotua dago. Alde batetik, Je-susek ebanjelioan erakusten digunez, basamortua beharrezkoa da, gure bokazioa Jain-koaren borondatearekiko leialtasunean eratzeko. Badago, hala ere, beste basamortu-mota bat, Jainkoaren basamortua, oinaze eta zoritxarreko garaietan Jainkoa ezkutatzeak eragiten duen basamortua. Jesusek ere esperimentatzen du basamortu hau, gurutziltza-keta eta heriotza hurbil dituenean, Getsemaniko baratzeko otoitzean ikusi dugunez. Bi basamortu-mota hauetatik gida gaitzan, Espirituaren eskuetan jartzea hil ala bizikoa da, Jesusen Jainkoaren ñabardura guztiak ezagutzeko, geuk ere haren borondatea bete nahi dugulako Jesusi jarraitzean.

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a. Basamortua, prestaketa eta garbikuntza bezala Espiritua eratzerakoan, tradizio erlijioso eta espiritual guztietan agertzen den ele-mentu garrantzitsu bat dago: adimenaren, bihotzaren eta borondatearen iraunkortasun eta leialtasuna lantzea, Espirituaren arabera ulertzeko, Espirituarekin sentitzeko eta Es-pirituaren gidaritzapean jarduteko. Itun Zaharrak zuzen esaten dio Jaunaren bideetan leialtasunez irauten duenari. Jesusek santutasun edo bikaintasun esaten dio leialtasun horri. Kristau tradizioan, bertute ere esaten zaio. Ebanjelioak Jesus aurkezten digu bere espiritua basamortuan prestatzen, Aitak uneoro adieraziko dion eta, azkenean, gurutzera eramango duen borondateari leial eran-tzuteko. Geure buruari ezar diezaiokegu pasarte hau:

Orduan, Espirituak basamortura eraman zuen Jesus, deabruak tenta zezan. Berrogei gau eta berrogei egunez egon zen han, barau eginez, eta azkenik go-setu egin zen. Hurbildu zitzaion, orduan, tentatzailea eta esan zion: − Jainkoaren Semea zarenez, agindu harri hauek ogi bihurtzeko. Jesusek erantzun zion: − Liburu Santuetan idatzita dago: «Gizakia ez da ogiz bakarrik bizi, baizik Jainkoak esaten duenetik bizi da.» Ondoren, deabruak hiri santura, Jerusalemera, eraman zuen eta, tenpluaren goreneko ertzera jasorik, esan zion: − Jainkoaren Semea zarenez, bota zeure burua behera, idatzita baitago: «Bere aingeruei aginduko die zu zaintzeko. Eta besoetan eramango zaituzte, harriekin estropezu egin ez dezazun.» Baina Jesusek erantzun: − Hau ere idatzita dago: «Ez tentatu Jauna, zure Jainkoa.» Berriro deabruak hartu eta mendi garai batera eraman zuen; munduko erreinu guztiak beren handi-ederrean erakutsi eta esan zion: − Hori guztia emango dizut, ahuspezturik gurtzen banauzu. Jesusek orduan: − Alde hemendik, Satanas! Idatzia baitago: «Adoratu Jauna, zure Jain-koa, eta bera bakarrik gurtu.» Orduan, deabruak utzi egin zuen, eta aingeruak etorri zitzaizkion zerbitza-tzera. (San Mateoren ebanjelioa, 4. kapitulua, 1-11 txatalak)

Israel herria agindutako lurraldean sartzeko prestatzea eta garbitzea eta Jesus bizi-tza publikorako eta Jerusalemera igo eta gurutziltzatu aurretik jasan behar zituen probe-tarako prestatzea eta garbitzea lotzen ditu Ebanjelioko pasarte honek. Israel herria, Jain-koak Egiptoko esklabotzatik aterata, berrogei urtez basamortuan zehar erromes ibilara-ziz prestatu zen bezala, Jesusek ere berrogei egun eta berrogei gau igaro zituen basa-mortuan bere burua prestatzeko. Herriak basamortuan etengabeko tentazioak eta probak jasan zituen bezala, Jesusek ere jasan behar izan zituen. Egokiera batean baino gehiago-tan herriak Jainkoarekin leial jokatu ez zuen bitartean, Jesus garaile ateratzen da proba-tik, Jainkoari leialtasun hautsezina erakusten diolako, itun berriko Israel berria, gaitz eta gaizkilearen garailea, itxuratu zuelarik. Basamortua ‘gauza guztiez gabetzearen’ metafora da, espiritua lantzeko ezinbes-tekoa den biluztea bizitzearen metafora, geure buruarekin bat egiteko beharrezko bal-

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dintzak sortuz, geure izatearen sakonera jaitsiz, nor garen aitortuz eta, batez ere, gure-gan bizi den eta bizia ematen digun Espirituaz jabetuz eta Berarengana irekiz. Jesus ez doa bere kabuz basamortura, Espirituak darama hara. Jesus oso-osorik haren eskuetan jartzen da eta haren gidaritza onartzen du uneoro, Aitarekin azkeneraino leial jokatuz. Kasu honetan “deabruak tenta dezan” darama basamortura Espirituak, Jesusen leialtasuna eratzeko, tentazioaren proban. Jesusen ‘gabetzea’ eta probarako prestakuntza hori barau luzearen bidez nabarmentzen da, eta “azkenik gosetu egin zen”. Honela ikus dezakegu testuan, Jesus gure antzeko dela giza makaltasunean, tentatzai-leak aurkitzen duelako zirrikituren bat hari erasotzeko. Jesusek jasaten dituen hiru tentazioak, gizakiak antzinatik jasan izan dituen eta gaur egun geuk ere gure bizitzetan jasaten ditugun hiru tentaziorik ohikoen eta sakone-nak dira. Lehenengoa egunero sentitzen dugu, geure egarri eta gosea eskura ditzakegun ondasunen oparotasunaz ase nahian. Begira diezaiogun geure bizitzari argi eta zintzo, guk geuk sortu dugun kulturak eta gizarteak, gosea asetzeko gero eta ondasun eta zerbi-tzu gehiago kontsumituz, tentatzailearen proposamenaren onarpen estrukturalean bizi-tzera bultzatzen gaituztela aitortzeko. Erantzuna ez dago hor, hala ere, jakinduriaren bilaketari dagokionez ikusi genuenez eta Jesusek pasarte honetan dioskunez, Jainkoaren hitza entzutean baizik, eta haren bideetan sendo irautean. Horixe da bizi-iturria. Bilatzen ote dugu apaltasun eta bakuntasunaren basamortua, gure belarriak adi egon daitezen Hitz askatzaile hori entzuteko? Jainkoa, hala ere, benetako biziaren iturri bezala ez ezik, Jainko bakar bezala ere agertzen zaigu, ordezka eta manipula ezin dezakegun Jainko bezala. Horixe erakusten digu bigarren tentazioak. Zenbat aldiz tentatu ohi dugu Jainkoa, gure bizimodu zentzu-gabearen jokoa onar dezan? Zenbat aldiz nahi genuke Jainkoak horrela jokatzea, kol-peen eta bidegabekeriaren ‘biluztearen’ zauri hilgarriez jota, munduko bide bazterretan botata daudenez ezer −edo ez gehiegi− jakin nahi ez dugunean? Ez al dugu horrela joka-tzen, ez hotz ez bero garenean, arazorik ez izateko, aldi berean ebanjelioa bizi nahirik, baina bere erradikaltasuna geure egin gabe? Ez ote dugu geure burua gure gizarteak markatzen dituen patroien amildegitik behera botatzen, “Jauna!, Jauna!” esaten dugun bitartean? Durundi egin dezala gure barruan Jesusek esaten digunak: “Ez tentatu Jauna, zeure Jainkoa!”. Azkenik, gure espiritua landu egin behar dugu, hirugarren tentazioa, erabakigarri-ena, gainditzeko: geure arima deabruari saltzera garamatzan botere eta aintzaren idoloak gurtzeko tentaldia. Hasteko, aitor dezagun hizkera bera ere harrigarri eta larregizkotzat dugula. Deabrua? Tentatzailea? Gure arima saldu? Hitz hauek ez datoz bat bizi dugun kultura ilustratuarekin. Mitologikoegitzat dugu hori guztia eta, horretaz gain, gainditu beharreko superstizioez ukitua dagoela uste dugu. Baina, ez al da egia botere eta ain-tzak, ospe eta arrakasta profesional eta ekonomiko erara, ikaragarri erakartzen gaituz-tela? Ziur al gaude Jainko bakarrenganako fedearen neurtzaileak darabiltzagula, nagusi den kulturaren neurritzaileetara moldatu gabe? Gaitza eta bekatua ezjakintasunaren frui-tu direla eta hezkuntza eta herri balioen armekin bazter ditzakegula pentsatzeko bezain inozoak ote gara? Horrek ez ote du esan nahi geure idoloak sortu ditugula? Jesusek dei egiten digu biluztasunaren basamortuan, geure gezur eta amarruak azaleratzen diren lekuan jarrai diezaiogun. Inoiz baino beharrezkoagoa dugu, gure espi-ritua garbitzeko eta lantzeko, gure bizitzetan ebanjelioarekiko leialtasunari eusteko eta

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San Paulok aipatzen digun helburua iristeko. Basamortuan Jesus zerbitzatzeko agertzen diren aingeruek hau adierazten dute: Jainkoaren presentzian bizitzen jarraitzen duen Jesusen leialtasunak tentatzailea garaitu duela. b. Proba erradikalaren basamortua Basamortuaren bigarren esperientzia –gainditzeko lehenengoa behar da, baina ez da nahikoa−, zuzenaren sufrimendu larrian agertzen da batez ere. Jesus da basamortu-mota honen eredua, Aitaren borondatea, bere sentimendu eta nahieren gainetik, gurutze-raino onartzean. Itun Zaharrak mugako esperientzia espiritual honen hainbat adibide eskaintzen digu Salmoen liburuan, Negar Kantak liburuan eta, bereziki, Joben liburuan. Ikus dezagun azken liburu honetako pasarte bat:

Orain, biziak ihes egiten dit, estu eta larri bizi naiz atsekabez. Gauez, hezurretaraino zulatuta saminez, etengabeko oinazeak izaten ditut. Nire larruazala erabat desitxuratua dago, gaitzez estalia tunikaz bezala. Lokatzetan murgilduta nago, hona hemen ni hauts eta errauts bihurtua. Nik deiadar egin eta zuk, Jainko, ez didazu erantzuten, aurrean jarri eta begirada zorrotza botatzen didazu. Nire borrero bihurtu zara, gogor erasotzen didazu ukabilka. Airean eramaten nauzu, haizeaz eta ikaraz astintzen. Badakit heriotzara naramazuna, bizidun guztien elkartokira. Ez al du pertsonak eskua luzatzen hondatzear dagoenean, eta laguntza eske garrasi egiten? Ez al dut, bada, negar egin zoritxarrekoarekin eta erruki izan behartsuari? Zorionaren zain, eta zoritxarra etorri zait; argia itxaroten, eta iluntasuna iritsi. Irakiten dut barrua, atsekabe-egunak heldu zaizkit. (Job, 30. kapitulua, 16-27 txatalak)

Erabateko zoritxarrean izandako aurrerapen espiritualaren eredua da Joben esperi-entzia. Esperientzia horren argira, bizitzak erabateko zoritxarrera bultzatzen gaituenean dakigu benetan nor garen esan dezakegu. Egoera horretan sumatzen dugu fedeak zer esan nahi duen guretzat eta zein Jainkorengan fidatu garen. Asko laburtuz, hauxe diosku Joben liburuak: Oso erraza dela Jainkoarengan sines-tea eta Berataz fidatzea, bizitza ongi doakigunean eta ezer falta ez zaigunean. Beste hau ere badiosku: Jainkoarekiko gure harremana ez dela trukearen antzekoa non, gu onak izatearen truke, Jainkoak bizitzan gauzak ondo joatea ematen digun eta alderantziz. Az-kenik, Jainkoaren doakotasun eta handitasuna gure zuzentasun eta gauzak neurtzeko

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eraren gainetik daudela erakusten digu. Ondorioz, gure bizitzan hori aurkitu arte, ezin dugu esan Jainkoa benetan ezagutzen dugunik. Dena, baita osasuna ere, galtzean eta bere burua bizitzako simaurtegian botata ikustean, Job bere egoeraren arrazoien bila hasten da. Emazteak Jainkoa ukatzeko esa-ten dio, Jainkoak Jobi huts egin diola uste duelako. Jobek sendo dirau bere fedean, nahiz eta etengabe erakutsi Jainkoari bere egundoko mina eta Hark abandonatu, kolpatu, jaza-rri eta heriotzara eraman dueneko sentipena. Jobentzat, Jainkoak berak bidegabe gaizki tratatzea da benetan ikaragarria. Ondorioz, krudelkeriaz tratatzen duela diotso Jainkoari eta berarekin grinatu dela. Ohar gaitezen, dena dela, Jobek etengabe egiten diola otoitz Jainkoari. Liburuak jasotzen dituen arrazoiketa teologiko sakonen gainetik, Joben eta Teologia orotatik ha-ratago doan benetako jakinduria iturri den Jainkoaren arteko erlazioa da benetan fun-tsezkoa. Erlazio horretan, Jobek etengabe egiten du otoitz, askatasun beteaz hitz eginez eta kexatuz, otoitzean Jainkoaren aurreko hitz zorrotzak eta kexuak ere kabitzen direla erakutsiz. Jainkoak nahi duen bezala, zuzentasuna eta errukia gauzatuz, beti bide zuzenetik ibili dela Jobek uste izatea da puntu erabakigarria. Bere errugabetasuna aitortzean, bide okerretik zertan aldendu den esateko eskatzen dio Jobek Jaunari edo, bestela, adieraz diezaiola zergatik jokatzen duen horrenbesteko krudelkeriaz berarekin, guztiz ulergaitz eta bidegabetzat duelako Jainkoaren jokaera hori. Joben sufrimendurik gogorrena Jain-koa ezkutatzea eta isiltzea da. Horregatik, penatua hots egiten dio Jainkoari, erantzuna eskatuz:

Ai, entzungo lidakeen norbait banu! Hona nire azken hitza! Erantzun diezadala Ahaltsuak. (Job, 31. kapitulua, 35. txatala)

Ahaltsuak –Jobek Jainkoa izendatzeko darabilen hitza− azkenean hitz egiten du Jobi esateko, ez zuzentasunari huts egin diola eta zigorra merezi duela esateko, baizik bere handitasun, zuzentasun eta doakotasunetik desberdina den beste maila baten dago-ela ulertarazteko. Jaunaren erantzunaren ostean, Jobek bere txikitasuna onartzen du eta haren borondatea onartzen du:

Badakit dena dezakezula zuk, ez dagoela ezinezko egitamurik zuretzat. Bai, jakin gabe hitz egiten dut ulertu ezin ditudan misterioei buruz. Entzutez bakarrik ezagutzen zintudan; orain neure begiz ikusi zaitut! Beraz, damutzen naiz esandakoaz, hauts eta errautsetan eseria. (Job, 42. kapitulua, 2-3, 5-6 txatalak)

Joben aitorpena da azken pasarte honen muina: erabat mingarria izan den proba honen bitartez, Jainkoarekiko bere harreman zintzo eta otoizlariak, erabateko intimita-tean eta zabal-zabalik, Jainkoaz zuen ezaguera osatu gabea gainditu eta ezaguera sako-

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nera eraman duela: “Entzutez bakarrik ezagutzen zintudan; orain neure begiz ikusi zai-tut!”. Ez al da egia gure kultura sendoko idolo guztiak erori egiten zaizkigula gaixota-sunak bere alderdirik gogorrena dakarkigunean edota heriotzak senide kutunen bat da-ramakigunean? Horrelakoetan, ez ote zaigu errazago egiten besteen samina, batez ere makalenena, geure egitea? Joben antzera, zuzen jokatzeak haien ondoan egotea eta pro-ban haiei leialtasuna erakustea eskatzen du. Geure probarako prestatzeko modua ere bada eta, horrela, gu erabat gainditzen gaituzten doako maitasuna eta handitasuna dituen Jainkoaren benetako ezagutzan aurrera egiteko aukera. Etsipenez jantzitako une horre-tan otoitz egin daitekeela eta otoitz egin behar dela erakusten digu Jobek. Jar dezagun arreta Jainkoarekiko barru-barruko erlazio horretarako bide ordezkaezin horretan. 3. Otoitza bizi iturri bezala Jainkoarekiko harreman pertsonalaren adierazpenik gorena otoitzean dago. Otoi-tzik gabe, bat-egitea inoiz ez da osoa eta gure espirituari, Jainkoa ezagutzeko baliabi-deak faltako zaizkio. Otoitzean baino ezin da ezagutze hori gertatu. Kristauaren otoitza gaur egun 1999ko Garizuma-Pazkoko Artzain Idazkian aztertu genituen otoitzaren in-guruko alderdi desberdinak. Aurtengo Idazki honetan, berriz aztertu nahi ditugu horie-tako batzuk. Ezin esan otoitz egiteko giro onik dugunik, nahiz eta inoiz baino beharrezkoagoa den. Beharbada, gure kultura tekno-zientifikoaren lehortasun eta hoztasunaren eraginez gero eta nabariago agertzen da jende askoren egarri espiritual sakona. Honekin batera, hau antzeman dezakegu pozez eta itxaropenez: Espirituaren eraginez gero eta lagun eta talde gehiagok berraurkitu duela otoitza zentzu-iturri bezala eta iturri espiritual aberats bezala. Espirituaren dohain hau lagungarri dugu, Eliza bezala, Berarekiko bategitetik sortutako Jainkoaren esperientziaren garrantzia berrizta dezagun. Jainkoaren etengabeko presentzian bizi dena, nolabait, etengabe ari da otoitz egi-ten; hala ere, guztiz beharrezkoa den presentzia isil hori zehaztu egin behar da, gure espiritualtasunaren iturri bizi bihur dadin. Basamortuko isiltasunean landu eta eratutako espiritua prest dago otoitzean Jainkoarekin barru-barruko harremana izateko. Hau, be-rez, ariketa espiritualaren eta basamortu esperientziaren zatia da, aurreko testuetan ikusi dugunez. Jainkoarekiko barru-barruko harremana hainbat otoitz-erregistrotan adieraz dai-teke. Liturgi otoitzean behin eta berriro azaltzen den Salmoen liburuak horren adibide bizi ugari eskaintzen digu. Salmoetan azaltzen da gure gogo-bihotzak nola dauden, Jainkoari egoera horren berri emateko egiten ditugun otoitzen bidez: gure poztasun eta ahaleginak, gure frustrazio eta nahigabeak, gure muga eta bekatuak, gure bihozberritze-nahia, gure esker onik sakonena jasotako guztiagatik eta konfiantzazko eskaria beha-rrean gaudenean. Horrek guztiak, sakonean, Jainkoarekin izandako bategitea eta Bera-ganako konfiantza betea esperimentatzera eta hots egitera garamatza. 23. salmoak horre-tarako dei egiten digu:

Jauna dut artzain; ez zait ezer falta. Larre guritan etzanarazten nau.

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Ur baretara eramaten, eta indarrak berritzen; bide egokitik narama, leiala delako. Ibar beltz-ilunetan banabil ere, ez dut inolako gaitzen beldurrik, zu nirekin baitzaude: zure artzain-makilak lasaitzen nau. Zuk atontzen didazu mahaia etsaien begien aurrean, ukenduz gantzutzen didazu burua; gainezka dut kopa. Bai, zoriona keta leialtasunak inguratuko naute bizitzako egun guztietan; Jaunaren etxean biziko naiz amaigabeko egunetan.

Jainkoa ezagutu duen bihotzaren alaitasun eta baketik sortutako aitorpen eder hau Elizaren liturgi otoitzaren zati ordezkaezina da. Inoiz ez da behar adina errepikatuko eta beti sortuko du guregan otoitz hori geure egiteko gogo bizia. Era batera bakarrik idatz daiteke eta horrela egin du salmogileak: Jainkoa eta haren neurrigabeko grazia eta mai-tasunaren janaria baldin baditugu, ezer falta ez zaiguneko esperientzia bizitik; jakinduria bilatuz, Jesusengan haragi egindako Hitza entzunez eta Jesusi leial jarraituz, Espiritua-ren aldaketa onartzen dugun neurrian sendotzen den esperientzia. Badaki salmogileak bizitzako bidean indarberritu egin behar dugula, baina orobat daki soro eta iturri guztiak ez direla berdinak. Batzuek ez gaituzte asetzen eta, gainera, gure bizitza ihartu egiten dute eta apatiko, axolagabe, egoista, kontentagaitz eta urduri bihurtzen gaituzte. Jaunaren belartzek, ostera, gaztetu egiten gaituzte beren berdetasu-naz eta hango iturriek baretu egiten gaituzte beren lasaitasunaz. Belartza eta iturri horiek Jainkoaren Hitz bizia dira, haren grazia maitekorra eta emankorra eta haren bide zuze-nak. Jesusek, Jainkoarekin erabateko batasuna duela sentitzean, belartza eta iturri horiek irudikatzen ditu, “Neu naiz bidea, egia eta bizia” dionean. Bizitzan une zail eta ilunak izaten ditugu, basamortu erradikala bera ere bizi dugu. Jainkoaren etengabeko bilaketan eta bere ezkutatze mingarriaren proban gure espiritua eraturik, Jobek bezaza, “Entzutez bakarrik ezagutzen zintudan; orain neure begiz ikusi zaitut!” oihukatzeko gai garenean hartzen du zentzu betea eta jabetzen gara salmoak dioskunaren egia sakonaz: Jainkoa beti dagoela gurekin eta bere artzain-makilak zabal-tzen digula bidea eta euskarri sendo bihurtzen zaigula. Horrela, paradoxikoa bada ere, Jobi –eta batez ere Jesusi− begiratuz ikusten dugu bizitzako iluntasunean eta bere zentzuaren ezkutatzean argitzen dela Jainkoaren grazia-ren argia eta hor adierazten direla bere betiko aintza eta egia. “Iluntasun argitsu” hone-tara iritsita, bizitza maitasun infinituaren fruitu den dohain paregabea dela ikusten dugu. Salmogileak esperientziaz daki hori, eta olerki eta sinbolo bidez adierazten du: bizitza osoa graziazko otordua da. Jainkoak prestatzen du mahai bizi hori eta etsaiek ezin dute

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ezer egin horren aurka; Berak igurzten gaitu bere hautaketaren lurrinaz bizira dei egi-nez; berak betetzen digu, gainezka egin arte, fede, itxaropen eta karitatearen kopa. Azken bertsoan zehazten da hori guztia. Hortxe aitortzen da Jainkoa, berez, onta-suna eta maitasuna dela guretzat, gure bizitzen azkeneraino eta beti lagun egiten digun bere kreaturontzat. Horregatik, beti Jainkoarengan biziko gareneko itxaropena hots egi-nez bukatzen da. Jainkoarekin bat egitetik sortutako fede eta konfiantzazko aitorpen eder hau ederregia ote da guretzat? Beharbada, badugu hori sentitzeko arrazoirik. Be-harbada, geure erara bizi nahi dugun ebanjelioa bilatzen ari gara; edo, beharbada, geure justizia idealen arabera ulertzen dugu. Hala ere, horrelako ezerk ez gaitu aseko. Ebanje-lioa osotasunez bizitzeko, gu bere eskuetan betiko hartu gaituen eta bizira dei egin digun Jainkoaren ontasuna eta maitasuna bizi behar dugu. Azken batean, Jainkoa gure barru-barruan, isiltasun eta otoitzean gertatzen den Berarekiko intimitatean aitortzeak, geure burua gainditu, eta Jainko bakarra aurkitzera eta bere betiereko aintza gorestera eta aldarrikatzera garamatza. Egin dagigun hori 150. salmoarekin:

Aleluia! Goretsazue Jainko abere santutegian, goretsi bere zerusabai tinkoan. Goretsazue bere egite ahaltsuengatik, goretsi bere neurrigabeko handitasunagatik. Goretsazue adarsoinuz, goretsi harpa eta kitaraz. Goretsazue danbolin eta dantzaz, Goretsi harisoinuz eta xirulaz. Goretsazue txilin ozenez, goretsi txilin durundariz. Gorets beza Jauna arnasadun orok! Aleluia!

Lehenengo bertsoak Jainkoaren eta haren maitasun sortzaile eta emailearen handi-tasuna goratzen du santutegiaren eta zerusabaiaren irudien bidez, eta haren egite ahal-tsuak aipatuz. Bigarrenak musika-tresna desberdinak darabiltza, gorespena adierazi ere ezin daitekeela egin eta guztiz inguratzen gaituela esateko. Horregatik salmogileak sen-timendu hori adierazi nahi du, eta arnasadun orori dei egiten dio Jainkoaren aldeko go-respen kantuarekin bat egin dezan. Aleluia!, Jainkoaren aintzaren esperientziaren adierazpen eutsiezin honekin hasten da eta bukatzen gorespena. Jesusen eta Aitaren arteko erlazioaren bihotz-bihotzeko es-perientzia honek, San Joanen ebanjelioan kontatzen zaigunez, bildu egiten gaitu ebanje-lioa Espirituak gidatutako ikasle bezala bizitzearen ibilbide espiritualean. Aintza hori irrikatzen dute gure begiek, mistikoak astindu eta inspiratu dituen Jainkoarekiko buruz buruko horretan. Ez da Jainkoarekiko gure bat-egitea; muina, Jainkoa bera eta begietsi nahi dugun haren aintza da.

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VII. BUKAERA: BIKAINTASUNAREN BIZITZA HEROIKO AUKERA ETA BEHAR BEZALA GAUR EGUN

Gutariko bakoitzak altxor bat jaso du: gure bizitzen bihotza den Jainkoaren maita-suna. Zuzenean ezagutzen dugu, baina ez dugu begien bistakoa, gure barruan bizi de-lako. Jesusen ebanjelioan agertu zaigu osotasunean, Semearengan, San Joanek diosku-nez, “Aitaren betiko aintza ezagutu dugulako”. Kristau elkarteak eta gutariko bakoitzak aldean daramagu altxor hori, San Pauloren gutunean irakurtzen dugunez, “buztinezko ontzietan”, berak dioenez, “indar hain itzela Jainkoarena dela eta ez gurea ager da-din”. Hauxe da berri ona. Berri on bezala bizitzeak, bakarka eta elkartean, bikaintasuna jadetsi arte, gure haragiaren haragi eta odolaren odol egin dadin, gure bizitzak argitu eta aldatuko ditu. Eta Espirituaren indarraz, gure gizartea eta gure mundua argitu eta sus-pertuko du, errazago eta argiago eginez Erreinuaren presentzia gure artean. Nork jar dezake zalantzan horren ontasun, behar, eta baita premia ere? Bizitza ebanjelikoari ekiteko da Jesusek maitekiro egiten digun deia: geure burua Espirituarengan konfiantza beteaz jarriz, honen gidaritza eta laguntzarekin jarrai diezai-ogula. Horretarako, geure molde, helburu eta interesak zeharkatu behar ditugu eta Espi-rituari gure bizitzak gidatzen utzi behar diogu. Ataria igaro ostean, “zeruko altxorra” aurkituko dugu, hau da, Jainkoaren mugagabeko maitasuna. Gertatutako kultura-aldaketek eragin sakona dute guregan, bai gutariko bakoitza-rengan bai eliz elkartean eta Ebanjelioa aurreko garaietan bizi izan zuten bezala bizitzea galarazten digute. Horretaz jabetu beharrean gaude. Ebanjelioa, gaur, bizitzako gorabe-hera guztietan bizitzeak erabakia, bereizketa, kontrastea, laguntza eta Jainkoarekin gure izatearen basamortuan bat egitea eskatzen digu, hau da, bizitza heroikorako gonbiteari bai esatea. Egin ote dezakegu? Bai, eta lehen korrontea alde genuela uste genuenean baino gehiago, Jainkoak ez digulako bere burua gure indarrean agertzera ematen, gure ahulltasunean baizik. Ez gaude bakarrik eta are gutxiago abandonatuak bizimodu zoragarri honetan. Ondaretzat utzi diguten tradizio aberatsa gure aurretik bizimodu hori aukeratu duten heroiez eta heroinez betea dago eta ildoak ireki dituzte horiek lur onean eta Jainkoaren haziak fruitu opariak eman ditu bertan. Ez dira gaur egun arte iritsi den oroipena edo eredua bakarrik; haien eskaintzak, Espirituaren bidez, indarra ematen digu eta gure es-kuzabaltasuna sustatzen du. Abraham, Moises, David, Isaias, Judit, Rut, Ester, Job, Daniel eta zazpi anaia ma-kabearren ama ditugu lagun. Ez Faraoiak, ez Goliatek, ez idoloek, ez Holofenresek, ez Antiokok, ezta historiako botere bakar batek ere ezin izan ditu garaitu. Jesusi gurutzeko porroteraino lagun egin zioten, berpiztu bezala aitortu zuten eta “hamabiei eta gaine-rako guztiei” iragarri zieten Maria eta ebanjelioko emakume santuek lagunduko digute sendo izaten. Oinarri apostolikoaren sendotasuna izango dugu euskarri: Espiritu Santuaz beterik, Jesusen Jainkoari leialtasuna erakustearren beren garaiko botereei bizia emate-raino erronka egin zieten San Pedro eta gainerako apostoluena. Salaketa eta akusazioak jasanez, behin-betiko helburua jadetsi arte bizia emateaz harro, Berri Ona jentilei iraga-

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rri zien San Pauloren ardura apostolikoak garamatza gure kultura ebanjelizatzera. Eta, azkenik, Ebanjelioa bizi eta hots egiteko gure artean Espirituak sustatutako Jainkoaren santu eta santa guztiak ditugu adore-emaile: San Prudentzio, Loiolako San Inazio, Xabi-erko San Frantzisko, Berriotxoako San Balentin eta Jesusen Bihotzeko Santa Maria Jo-sefa Sancho de Guerra. Heroi eta heroina hauen guztien gainetik, presentzia berri, apal, txiki eta hauskorra nabarmentzen da eta bere ausardiaz eta bizitzaz zein bide jarraitu behar dugun erakusten digu, horrela Jainkoaren eta bere berri onaren indar askatzailea guregan izan dadin; Na-zareteko neskatxa gazte bat da, eta txunditurik eta Espirituz beterik, bere baietza ematen du, berarengan Jainkoaren borondatea gerta dadin. Haren historia berriz ikustea inspira-zio- eta sendotasun-iturri da, gaur gauza bera egiteko:

Handik sei hilabetera, Jainkoak Gabriel aingerua bidali zuen Nazaret zeri-tzan Galileako herri batera, birjina batengana; birjinak Maria zuen izena, eta Jose zeritzan Daviden jatorriko gizon batekin ezkontzeko hitzemana zegoen. Aingeruak, Mariarenean sarturik, esan zion: − Agur, Jainkoaren gogoko hori! Jauna zurekin. Hitz hauek entzutean, ikaratu egin zen Maria eta agur horrek zer esan nahi ote zuen galdetzen zion bere buruari. Aingeruak esan zion: − Ez beldurtu, Maria! Jainkoak gogoko zaitu. Hara, haurdun gertatuko zara, semea izango duzu eta Jesus ipiniko diozu izena. Handia izango da, Goi-goikoaren Seme deituko diote, eta bere aita Daviden tronua emango dio Jainko Jaunak. Israel herriko errege izango da betiko, eta beraren erregetzak ez du azkenik izango. Mariak esan zion aingeruari: − Baina nola gerta daiteke hori, ez bainaiz gizon batekin bizi? Aingeruak erantzun izon: − Espiritu Santua etorriko da zuregana eta Goi-goikoaren indarrak hodeiak bezala estaliko zaitu; horregatik, zuregandik jaioko dena santua izango da eta Jainkoaren Seme deituko diote. Begira, Elisabet zure lehengusina ere haur-dun geratu da bere zaharrean eta sei hilabeteko dago agorra omen zena; Jain-koarentzat ez baita ezer ezinezkorik. Orduan, esan zuen Mariak: − Hona hemen Jaunaren mirabea. Gerta bekit zuk esan bezala. Eta aingeruak utzi egin zuen. (Lukasen ebanjelioa, 1.go kapitulua 26-38 txatalak)

Kontakizunaren lehenengo datuek pertsonaiak eta beren inguruabarrak aurkezten dizkigute. Jainkoak bidaltzen duen Gabriel aingerua eta Daviden jatorriko Joserekin ezkontzeko hitzemana zen Maria Nazareteko Galileako birjina bat dira protagonista nagusiak. Ondoren, aingerua Mariari iragarpen bat egitera sartzen dela esaten digu kon-taerak, hau da, bat-batean Mariaren bizitzan sartzen dela eta asaldatu egiten duela bere presentziaz eta agurraz, ez baitu ulertzen Mariak gertaera horren esanahia. Bere bizitzan zehar hainbat bider sufritu behar izan zuen Mariak harridura eta asaldatze esperientzia hori, esperientzia horiek guztiak bere bihotzean gordetzen eta hausnartzen ikasi zuen apurka-apurka. Ez ote da gure espiritua asaldatzen Jaunaren aingerua gure bizitzetan

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sartzen den bakoitzean, bizitza horiek aldatzeko esanez, Jainkoaren maitasuna bete-betean izan dadin guregan? Aingeruaren iragarpenak ez ditu Mariaren zalantzak uxatzen; alderantziz, behar-bada areagotu egiten ditu bere beldur eta harridura: gizonarekin bizi gabe, haurdun ger-tatu eta semea izatea ezinezkoa iruditzen zitzaion eta, gainera, beldur guztiak azalera-tzen ziren egoera hori ezkontzeko hitza emana zion Joseri eta bere ingurukoei azaldu behar ziela pentsatze hutsez. Beldur zen zapuztu egingo zutela eta, eta batzuen beldurra sentitzeko arrazoirik, San Lukasen ebanjelio bereko beste pasarte batek kontatzen digu-nez. Bi datuk bultzatzen dute baietz esatera: Jainkoa da urrats ulergaitz eta arriskutsu hura emateko esaten diona eta, aingeruak diotsonez, “Jainkoarentzat ez da ezer ezinez-korik.” Mariaren erantzunak bere historia aldatzen du, baina baita gurea eta Historia bera ere. Ez da oroipena bakarrik, erantzun eraginkorra baizik gaur ere, gutariko bakoitzari eta Eliza osoari eskatzen zaion erantzuna: “Hona hemen Jaunaren mirabea. Gerta bekit zuk esan bezala.” Jesusen bizitza publikoan, Maria ia ez da agertu ere egiten kontakizun ebanjeliko-etan; hala ere, San Joanen ebanjelioak Mariaren bi presentzia erabakigarri kontatzen dizkigu: bere seme Jesusen bizitza publikoaren hasierako pizgarri bezala, Galileako Kanan, zerbitzariei Jesusek agindutakoa egiteko esanez, eta gurutzearen oinetan. Tradi-zioak betidanik ikusi du bi une erabakigarri horietan Mariak Eliza ordezkatzen zuela, Jesus jarraitu beharreko Maisu bezala aurkeztuz eta bere esanekotasun betea erakutsiz eta Jainkoaren aintza aitortuz gurutzearen oinetan. Birjina hauskor eta asaldatu horrek guztiz askatua ikusi zuen bere burua bere be-hin-betiko baietzagatik, eta ebanjelioetan jasotzen den gorazarrerik ederrenean adierazi zuen bere poza. Aingeruak dei egiten digu geuri ere, pertsona bezala eta Eliza bezala, geure burua Espirituaren eskuetan jar dezagun oso-osorik, berri ona gaur bizi eta hots egiteari behin-betiko baietza eman diezaiogun, Mariaren poz handiarekin bat eginez:

− Jaunaren handitasuna dut goresten, pozaren pozez daukat barrena, Jainkoa baitut salbatzaile. Bere mirabe ezerez honengan jarri ditu begiak; horregatik, dohatsu deituko naute guztiek gaurdanik. Gauza handiak egin ditu nire alde Ahalguztidunak. Santua da eta gizaldiz gizaldi errukitsua begirune diotenentzat. Bere indar guztiaz jokatu du: buru-harroak suntsitu ditu, ahaltsuak goi-postuetaik bota eta ezerezak gora jaso; ondasunez bete ditu gose zeudenak, eta eskutsik bidali aberatsak; lagun etorri zaio bere herri Israeli, bere errukiaz oroiturik: hala hitzemana zien gure arbasoei, Abrahami eta ondorengoei betierean. (San Lukasen ebanjelioa, 1.go kapitulua 46-55 txatalak)

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Iruña eta Tutera, Bilbao, Donostia eta Gasteiz

2007.eko otsailaren 21a Hauts-eguna

Fernando, Iruñako Artzapezpikua eta Tuterako Gotzaina Ricardo, Bilboko Gotzaina Juan Maria, Donostiako Gotzaina Migel, Gasteizko Gotzaina Karmelo, Bilboko Gotzain Laguntzailea