81
IBEROAMÉRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS Por Juan Luis Beceiro García Licenciado en Derecho, Exayudante de Cátedra de Derecho Internacional, Universidad de Salamanca, e Historiador. os continuadores de la soberanía española en aquellos territorios ameri- canos sucumbieron a la tentación de seguir los pasos de los bárbaros del norte aniquilando a los indígenas que se interferían en su camino de progreso e igualdad racial en una sociedad homogénea; algunos lo lograron por completo. Es éste el capítulo más triste de la Historia de América y más aún de las Naciones americanas que fueron españolas, pues no fue ése el ejemplo que dejamos durante nuestra obra civilizadora (una vez terminada la conquista) que duró casi tres siglos. Muchos gobiernos, muchas sociedades hispanas del Nuevo Mundo, cometie- ron crímenes horribles, vejaciones sin cuento, desposesión de tierras de los in- dígenas conservadas durante el tiempo que perduró el gobierno español – no el dominio, pues ya se ha puesto en evidencia que las Indias no eran “colonias”, según el magistral libro de Ricardo Levene “Las Indias no eran colonias”. Los indios de ahora siguen casi peor que antes a pesar de las mejoras de la civilización y muchos de ellos atrozmente apaleados, moral y físicamente, cuando no atrozmente eliminados. Parece mentira, pero hay que reconocer que es así. En pleno siglo veinte y a través de él ese proceso continúa 1 . Tenemos evidencias abrumadoras, y aquellos hispanos que hablan de “sus indios”, que traten de mirar por sus indios de ver- dad. El número de ellos está sin concretar. Las estadísticas (ni en el siglo XVI, con Las Casas, ni en el siglo XX, con los ordenadores electrónicos) parece que no llegan a mostrarnos cifras que satisfagan a todos. Así, Asunción Ontiveros, 1 No hemos podido obtener información del tiempo actual a pesar de nuestros esfuerzos. L

IBEROAMÉRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS¡ginas desdecih-31-5.pdf · de los países el trabajo con los indígenas ... ahora no. Sin embargo, prosigue su exterminio de otra forma: contaminando

  • Upload
    lehanh

  • View
    222

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    Por Juan Luis Beceiro Garca Licenciado en Derecho,

    Exayudante de Ctedra de Derecho Internacional, Universidad de Salamanca, e Historiador.

    os continuadores de la soberana espaola en aquellos territorios ameri-canos sucumbieron a la tentacin de seguir los pasos de los brbaros del norte aniquilando a los indgenas que se interferan en su camino de

    progreso e igualdad racial en una sociedad homognea; algunos lo lograron por completo. Es ste el captulo ms triste de la Historia de Amrica y ms an de las Naciones americanas que fueron espaolas, pues no fue se el ejemplo que dejamos durante nuestra obra civilizadora (una vez terminada la conquista) que dur casi tres siglos.

    Muchos gobiernos, muchas sociedades hispanas del Nuevo Mundo, cometie-ron crmenes horribles, vejaciones sin cuento, desposesin de tierras de los in-dgenas conservadas durante el tiempo que perdur el gobierno espaol no el dominio, pues ya se ha puesto en evidencia que las Indias no eran colonias, segn el magistral libro de Ricardo Levene Las Indias no eran colonias.

    Los indios de ahora siguen casi peor que antes a pesar de las mejoras de la civilizacin y muchos de ellos atrozmente apaleados, moral y fsicamente, cuando no atrozmente eliminados.

    Parece mentira, pero hay que reconocer que es as. En pleno siglo veinte y a travs de l ese proceso contina1. Tenemos evidencias abrumadoras, y aquellos hispanos que hablan de sus indios, que traten de mirar por sus indios de ver-dad. El nmero de ellos est sin concretar. Las estadsticas (ni en el siglo XVI, con Las Casas, ni en el siglo XX, con los ordenadores electrnicos) parece que no llegan a mostrarnos cifras que satisfagan a todos. As, Asuncin Ontiveros,

    1 No hemos podido obtener informacin del tiempo actual a pesar de nuestros esfuerzos.

    L

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    142

    presidente del Consejo Indio de Sudamrica (ser presidente de Colombia para abajo o querr decir otra cosa?) dice representar a 28 millones de perso-nas, asegurando que en Amrica hay zonas donde la discriminacin racial es peor que en Sudfrica (Amrica92, Madrid, Mayo de 1989).

    Phillipe Andr-Vicent, en su obra2, nos dice que hoy la poblacin indgena se puede calcular en 36 millones (pg. 19) y Antonio Prez Coordinador de Temas Indios, SEQC, en la revista Amrica92, del nmero de Septiembre-Noviembre de 1989, nos habla de 40 millones. La revista Cruz Roja (Nov. de 1986) habla de ms de 30 millones de nativos y, por ltimo, el Boletn Informativo de la Comi-sin Episcopal del V Centenario, n 53 del mes de enero de ese ao, cita a una revista (Horizonte92) donde se dice que la poblacin indgena en 1992 en Amrica Latina sobrepasa los 50 millones dispersos en todos los pases del conti-nente... Ven Uds.? Ya deca un autor estadounidense, al hablar del fraile domi-nico, que eso de las estadsticas es una cosa complicada. Y lo es.

    Sobre lo que pasa con los indios en nuestra Amrica (incluimos a Brasil), te-nemos mucho que decir y, solamente hablando en trminos generales, vamos a empezar con los testimonios que hemos ido recopilando. Comenzamos con la obra de Jos Alcina Franch quien, refirindose al ao 1968, dice:

    De otra parte, no hay que olvidar que por esos aos arrecian las crticas a varios gobiernos latinoamericanos, especialmente el colombiano y el brasile-o, por las matanzas de indios consentidas o propiciadas por los mismos go-biernos que aparentaban realizar acciones de proteccin a los indios. Las de-nuncias de eso hechos se produjeron en mucho lugares, pero especialmente en sucesivas sesiones del Congreso Internacional de Americanistas, comen-zando por la de Stuttgart en 1968, en la que la primera resolucin aprobada fue la propuesta por Robert Jaulin, en la que se deca:

    1.- Protestamos por el uso de la fuerza como instrumento de cambio cul-tural en los programas de desarrollo social y econmico y en la alienacin de las tierras indgenas.

    2.- Pedimos a los gobiernos responsables que adopten medidas efectivas para la proteccin de las poblaciones indgenas.

    3.- Exigimos que los gobiernos tomen serias medidas disciplinarias contra los organismos y personas responsables de actos que van en contra de la De-claracin Internacional de los Derechos Humanos.

    Luciano Perea, en la presentacin que hace del libro e referencia Descu-brimiento y Conquista. Genocidio? cita el testimonio de un prohombre meji-cano, que dice as:

    2 Derechos de los indios y Desarrollo en Hispanoamrica

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    143

    Para concluir Rodolfo Stavenhagen, Presidente de la Academia Mexica-na de Derechos Humanos (Semana Latinoamericana 17.10.88): A quinientos aos de la primera invasin europea, los pueblos indios del Continente siguen siendo vctimas de las peores violaciones a los derechos humanos, desde el genocidio hasta la discriminacin.

    El famoso escritor Carlos Fuentes, mejicano tambin, en una conferencia dada en Madrid, dijo textualmente (Prensa de Madrid, de 5-590):

    Cuando me veo obligado a replicar a los detractores dijo- les recuerdo que ni la Conquista ni la Colonia han terminado entre nosotros. Hay que de-cirlo. Despus de ciento setenta aos de independencia, ahora nosotros somos los colonizadores y conquistadores de los pueblos indgenas de Mxico, Per, Colombia. Y, para terminar con esta situacin, debemos impregnarnos de es-ta pluralista realidad.

    Y Jess Contreras, en la obra La cara india, la cruz del 92 dice:

    Con la Independencia de las Colonias espaolas y portuguesas, la situa-cin de los indios no vari mucho, o en todo caso lo hizo para peor. La me-trpoli, a travs de la corona, ejerca sobre la poblacin autctona una tutela ms terica que efectiva, pero que en cierto modo supona, al menos, un in-conveniente para la explotacin de las masas indgenas. Inconvenientes que (por mnimos que fueran), desaparecieron en el momento de convertirse las colonias en Estados soberanos

    Y en la Declaracin de Quito del 21 de Julio de 1990, se dice nada menos que:

    Estamos convencidos de que tenemos que marchar junto a los campesi-nos, los obreros, a los sectores marginados, junto a los intelectuales compro-metidos con nuestra causa, para destruir el sistema dominante y opresor y construir una nueva sociedad, pluralista, democrtica y humana, en donde se garantice la paz.

    Otro de esos intelectuales que desbarran al hablar de la accin de Espaa en Amrica, en un libro muy polmico Nuestra Amrica contra el V Centenario es Gregorio Selser, y dice as:

    A quienes no se les ha preguntado nada al respecto del famoso trope-zn de Coln (como dira el Dr. Leopoldo Zea), es a las vctimas de este transcendental evento, es decir, a los indgenas, quienes vieron sus civiliza-ciones destruidas, sus pueblos arrasados, sus poblaciones sometidas a la ser-vidumbre y al genocidio, y sus culturas aplastadas; para los pueblos indios de

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    144

    Amrica, el descubrimiento de unos o el encuentro de otros ha sido sen-cillamente una invasin cuyos efectos an no terminan y que instaur para ellos un largo y oscuro perodo de opresin y explotacin del cual todava no estn liberados

    En esta obra podemos leer al Sr. Chomsky, que dice al respecto:

    ...utilizar la ocasin de 1992 para que se conozcan los hechos sobre la invasin europea del hemisferio occidental; las consecuencias de lo que pas, las circunstancias de los pueblos indgenas; la forma en que han sido tratados desde entonces, todas esas matanzas y la opresin de los pueblos indgenas que comenzaron en 1493 y siguen hoy en da

    Y la voz de la Iglesia Catlica. En un documento del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) se dice3 que hoy en da,

    Las Iglesias hablan de muchas dificultades en este trabajo: en la mayora de los pases el trabajo con los indgenas es pastoral de minoras y con fre-cuencia es olvidada y no tienen la atencin que mereceran; se dan casos de persecucin de agentes de pastoral y de lderes indgenas por su compromiso en la defensa de los derechos fundamentales de los indgenas, tambin se dan casos de manipulacin ideolgica de esta pastoral, a veces por los mismos agentes de pastoral, que no dejan de generar conflictos importantes al interior de la Iglesia

    La defensa y la promocin de los derechos humanos ha sido un campo de particular importancia para la pastoral social Latinoamericana. Muchos presbteros, religiosos, religiosas y laicos han ofrendado su sangre por su de-fensa.

    Ha sucedido con frecuencia que el nico espacio posible para defender los derechos humanos en sistemas polticos de represin es la Iglesia. As, ella ha logrado ser de una manera concreta la voz de los que no tienen voz, tanto en el campo econmico como en el campo poltico cultural

    Estos textos fueron firmados el 6 de Febrero de 1990, por Oscar A. Rodr-guez Maradiaga, Obispo Auxiliar de Tegucigalpa, Secretario General de CE-LAM. Como puede apreciarse, los hechos son reales y de casi ayer mismo.

    Estos son los hechos en trminos generales. As tambin habla Darcy Ribei-ro, el socilogo brasileo en unas declaraciones hechas a la revista Amrica 92 donde, a la pregunta de si seguan las matanzas para arrebatarles sus tierras, respondi: que yo sepa, ahora no. Sin embargo, prosigue su exterminio de otra forma: contaminando las aguas de los rosy extendiendo epidemias (Ene-

    3 Elementos para una reflexin pastoral en preparacin de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo, Rep. Dominicana, 1992.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    145

    ro 1991). Como puede verse, los mtodos angloamericanos ya conocidos tienen en el sur del Continente el mismo xito que en el norte.

    Adolfo Colombres, en su obra La colonizacin cultural de la Amrica ind-gena, refiere en la misma las formas practicadas usualmente para producir ese condenable genocidio; esa palabra que se ha hecho tan comn en el ao del V Centenario del Descubrimiento. En las pginas que van de la 123 a la 128 va describiendo con cierto detalle los mtodos citados. Oigamos esta confesin:

    1) Caceras.- Como paradigma de caceras de esclavos tenemos las bandeiras de los mamelucos brasileos, que se ensaaron con los Guaran-de la regin del Guayr y otras tribus. En este siglo, muchos Guayaki han si-do vendidos como esclavos en el Paraguay. Ms comunes son las matanzas. El colono no dudar en eliminarlo no bien se le presente la coyuntura. No se trata, para l, de un delito. Los que en la finca la Rubiela asesinaron a los 16 Cuivas luego de una suculenta comida, no crean haber cometido un hecho ilcito y ni siquiera censurable, aunque luego desollaron e incendiaron los ca-dveres con gasolina, antes de enterrarlos en una fosa comn. Hasta vendie-ron sus pieles para resarcirse del gasto del operativo. A mediados de 1963, una aldea de los irreductibles Cintas Largas del Mato Grosso era dinamitada desde una avioneta, y ametrallada por partidas de guardabosques. Ardieron las grandes malocas de paja seca, quemando vivos a muchos. Mujeres y ni-os fueron baleados con saa quemarropa, o despedazados a cuchilladas. S-lo dos sobrevivieron.

    2) Contaminacin.- Luego de la agresin abierta con armas de fuego o blancas, cabe mencionar el envenenamiento de la comida y las aguadas, as como el contagio intencional de enfermedades infecciosas por medio de ropa y objetos contaminados, o por inoculacin directa de virus activos. Recien-temente, un grupo Tapaiuna del Mato Grosso fue exterminado con bolsas de azcar mezclada con arsnico. En Baha, los Pataxs fueron prcticamente aniquilados por falsos enfermeros que les inocularon con jeringas la viruela negra. En otros sitios del pas se dejaba en las sendas del indio ropa de blan-cos muertos de tal enfermedad, o caramelos envenenados.

    3) Alistamiento militar.- Constituye genocidio girar al indgena en guerras a las que es ajeno.

    4) Trabajos intensivos.- Someter al indgena a trabajos intensivos e insa-lubres que quebrantan sus fuerzas fsicas y morales y lo dejan librado a los estragos de la interaccin bitica tambin constituye genocidio. Pensemos en los probables ocho millones de Quechuas y Aymaras que se trag el Sumaj Orqo o Cerro Rico de Potos, y en los subgrupos Araucanos que desaparecie-ron en las minas de Chile.

    5) Esterilizacin y control de Natalidad.- Someter a una etnia que va ya en continua cada demogrfica a prcticas que limitan los nacimientos, cons-tituye una nueva forma de genocidio, incentivada principalmente pro Estados Unidos, que se vale para ello de las misiones protestantes.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    146

    El Comit Central Mennonita, de Pennsylvania, condicion la ayuda a los Chulupes del Chaco Boreal a un control estricto de la natalidad, mediante la colocacin de espirales a las mujeres, luego del primer parto.

    6) Trata de Blancas.- La sustraccin de mujeres jvenes para prostituirlas entre la poblacin nacional es tambin una prctica que conduce al genocidio, pues adems de detener el crecimiento vegetativo de la etnia, llevar a sta al contagio venreo. Se trata de algo comn en la selva.

    7) Expulsin.- Cuando se expulsa a un grupo de sus tierras se produce por lo general una brusca cada de la tasa de natalidad, y un incremento de la mortalidad, especialmente infantil. Nosotros los indios somos como una planta que cuando es cambiada de lugar, si no muere, al menos se resiente mucho, deca un Patax. La vida nmada a que se ven de pronto condenados eleva el nmero de abortos, involuntarios y provocados, y hasta da lugar a in-fanticidios, ante el rigor de la marcha y la imposibilidad de atender en tales condiciones las necesidades del nio, especialmente si se trata de un segundo. Es lo que ocurri, entre cientos de casos con los Gaviaes del Brasil, luego de que fueran removidos de sus tierras por la FINAI. En los Andes, el gamona-lismo fue arrojando a los indgenas hacia zonas cada vez ms altas y estriles como lo vemos en las pginas de El mundo es ancho y ajeno, la clebre novela de Ciro Alegra. Los efectos genocidiarios eran similares.

    8) Traslados compulsivos.- Ocurre cuando se cambia al indio de hbitat, para apoderarse de las tierras que l vena ocupando. As, en Colombia, los indgenas de San Agustn zona de clima seco y fro- fueron llevados a Ti-man, regin caliente e insalubre donde cayeron vctimas del sarampin y la viruela. En el xodo de Georgia a Oklahoma los Cherokees perdieron las dos terceras partes de sus miembros, por la crueldad del invierno, traslado com-pulsivo considerado an hoy como una de las ms grandes infamias del Go-bierno.

    9) Propagacin de alcoholismo.- La ingestin excesiva de alcohol acta como factor de degeneracin fsica y mental de los grupos tnicos, agudizan-do su proceso de destribalizacin. De ah el inters de la sociedad nacional por difundir esta prctica entre los indgenas, pues saben que es la mejor for-ma de dominarlos y destruirlos sin efusin de sangre. En los centros instala-dos en el interior de la Araucania los colonos emborrachaban a los indios y les hacan firmar contratos de compraventa en estado de embriaguez. As se perdieron comunidades enteras, y con ellas, la identidad tnica de sus miem-bros.

    Como se habr observado, el Sr. Colombres refiere el hecho, durante la do-minacin espaola, naturalmente, dndolo como probable, el de la extincin de ocho millones de indios en trabajos de las minas. Es la segunda vez que lo oigo. No haremos estadsticas porque ya sabemos que son un producto difcil de domear.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    147

    Hasta ahora hemos hablado en trminos generales del trato que se d y se ha dado a los indios de Amrica durante el pasado siglo XX. Ahora vamos a hacer-lo en trminos particulares, relacionando a los pases, alfabticamente, donde siguen cometindose estos hechos bochornosos.

    Comenzamos por ARGENTINA.

    Por ejemplo, en la Carta Constitucional de la Argentina aprobada en 1853, en su artculo 67, inciso 15, se lee: prever a la seguridad de las fron-teras, conservar el trato pacfico de los indios y promover en ellos el catoli-cismo. En el ao 1910, el ejrcito argentino acaba de exterminar la resis-tencia de la Naciones Indias en el norte; los que se rindieron fueron reducidos y confinados en las llamadas reservas y misiones, los que vivan en reser-vas fueron tratados como mano de obra barata esclavizada, y quienes vivan en las misiones fueron entregados a los cristianos anglicanos y metodistas. Luego, en 1982, en plena guerra con los ingleses en la Guerra de las Malvina, se expulsan a los anglicanos, y los fieles indios quedan en el ms absoluto desamparo: los dioses se haban ido.

    Hombres como Menndez Behety, Montes, Braun, Surez, Patterson, Hobbs y Stubenrauch se escriben con sangre de Onas (o Shelkman), Yma-nas y Alacufes. Estos almaceneros elevados a la categora de seores a tra-vs de la explotacin de la ignorancia y el cohecho, no tardaron en cercar le-guas y leguas de territorio, que poblaran luego con lanares, apurndose a contratar cuadrillas de cazadores de indios en preservacin de los mismos. Los capitanes de estas cuadrillas de asesinos gozaron a veces de tanto presti-gio que fueron admitidos como socios del selecto Jockey Club de Buenos Aires. El indio haba vivido hasta entonces de la caza del guanaco, pero las ovejas y los alambrados lo ahuyentaron. Para no morirse de inanicin en ese mundo que no le reservaba el ms mnimo sitio, de tanto en tanto carneaba una oveja, de las miles que haba. La guerra de escarmiento sera sin cuar-tel. En un principio se pag una libra esterlina por par de orejas. Luego, ante el hallazgo de indios desorejados, se pidi la cabeza, los testculos, pecho de mujer, etc.

    Estos dos textos corresponden a la obra del citado Adolfo Colombres. A estas alturas, todava en este pas culto y desarrollado, continan los pro-

    blemas con los indgenas autctonos, como lo demuestra el caso de la comu-nidad Qom, en la provincia de Formosa, al norte del pas. Este grupo reclama la devolucin de tierras ordenadas por la Corte Suprema de Justicia y que el gobierno de esta provincia retrasa su entrega sine die. El cacique de esta comunidad escribi a S.S. el Papa, que lo recibi el pasado 24 de junio del 2013.

    Seguimos con BOLIVIA.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    148

    Hasta la revolucin 1952, que devolvi a los indios bolivianos el piso-teado derecho a la dignidad, los pongos4 coman las sobras de la comida del perro, a cuyo costado dorman, y se hincaban para dirigir la palabra a cual-quier persona de piel blanca. Los indgenas haban sido bestias de carga para llevar a la espalda los equipajes de los conquistadores; las cabalgaduras eran escasas. Pero en nuestros das pueden verse, por todo el altiplano andino, changadores aimaraes y quechuas cargando fardos hasta con los dientes a cambio de un pan duro. (Eduardo Galeano Las venas abiertas de Amrica Latina).

    En Bolivia, el indgena es considerado menor de edad por ley desde 1890 (CRUZ ROJA, Noviembre de 1986).

    El sanguinario dictador de opereta, Melgarejo, quien en Bolivia pas con predominio indgena- promulg un decreto el 20 de marzo de 1966 en el que, por medio de la ficcin de que las tierras de los indios eran propiedad del Estado, declaraba.

    propietarios con plenos derechos a los indgenas que posean los terre-nos del Estado mediante el pago de una cantidad que no baje de 25 pesos, ni sea mayor de 100 pesos conforme a la apreciacin pericial respectiva.

    Los Indgenas que se encontraban fuera de la economa monetaria, no po-sean ni remotamente los 25 pesos requeridos y de esta manera, esa cantidad (aunque irrisoria hoy desde nuestra perspectiva) se converta en artilugio para expropiar tierras que haban sido cultivadas por los indios desde haca mu-chos aos. Los indgenas que se opusieron al expolio fueron masacrados. (Je-ss Contreras, en su obra ya citad).

    Pasemos a COLOMBIA. Dice el brasileo Darcy Ribeiro5 que las reformas liberales de Colombia se completan a mediados del siglo XIX los latifundios se extienden sobre las tierras indgenas y reorganizan su sistema productivo (En el siglo XX) la mayor parte (del pueblo) vegeta en el mundo rural bajo el dominio del sistema de haciendas, en condicin de agregado uncido al lati-fundio, del que un viajero francs en 1897, dej un expresivo retrato:

    Acabo de presenciar la recepcin que los peones hacen al dueo: les vea satisfechos, con las manos torpes en el reborde del ala del sombrero ofrecer al amo ausente desde hace un ao y medio- su modesto regalo, humildemente obsequiado, una gallina, unos huevos bien envueltos, todo acompaado de emocionadas bendiciones para mi amo. Vi -me cree-rn?- a las viejas, a las abuelas, juntas arrodillndose, sus pobres manos agrietadas extendidas hacia l, que es el intermediario entre el Cielo y los desheredados de este mundo.

    4 Indios dedicados al servicio domstico. 5 Las Amricas y la civilizacin Centro Editor de Amrica Latina- Buenos Aires, 1969.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    149

    Y vi tambin al hacendado volver la vista ante el temor de ceder a una imperceptible emocin, como para recomendar al Cielo a toda esta gente, tan amorosa, tan sumisa, tan filial.

    El Congreso colombiano aprob en 1905 una ley que estableca que los indios no existan en San Andrs se Sotavento y en otras comarcas donde haban brotado sbitos chorros de petrleo: los indios que existan eran ilega-les, y por tanto las empresas petroleras podan matarlos impunemente y que-darse con sus tierras. (Eduardo Galeano. Nosotros decimos no).

    Juan Friede en Indigenismo y aniquilamiento de los indgenas en Colom-bia, habla de una importante empresa (multinacional?) denominada Casa Arana, y dice as:

    Sus agentes, a travs de sus mtodos nada diferentes de los empleados por los cazadores de esclavos en el frica durante los siglos XVI a XIX, cap-turaron cientos de indgenas para encadenarlos a la recoleccin del caucho, luego de asesinar nios, mujeres y ancianos e incendiar sus malocas. Tal si-tuacin condujo incluso a que el Vaticano se pronunciara por boca de Po X en la Encclica La crimabili Statu Indorum divulgada el 7 de junio de 1912. En ella, se condenan los hechos en trminos como estos: no ser el colmo de la barbarie y la crueldad, el que por ftiles motivos casi siempre y no raras veces como por mero instinto de ferocidad, azoten a los indgenas con hierros candentes, o los asalten y aprisionen para asesinarlos por centenas o millares, o les desvasten sus caseros y aldeas y los pasen luego a cuchillo, de modo que en pocos aos segn se nos ha dicho, han quedado casi extinguidas algu-nas tribus?.

    Y ms adelante aade:

    1931 enmarc la aplicacin de una sangrienta represin contra las co-munidades indgenas: la solidaridad de la joven clase obrera colombiana con las luchas indgenas encontr un eco en stas e hicieron suya la celebracin del Da Internacional de los Trabajadores; en esta ocasin, en Coyaima, los comuneros realizaron un combativo acto de denuncia, el cual fue respondido con una masacre, extendida luego contra las comunidades de Yac en Nata-gaima, Cagun, Huila y Jambal, Cauca.

    De nuevo Darcy Ribeiro, en la obra citada anteriormente, dice que,

    De todas estas formas seculares de explotacin y deformacin con que el pueblo colombiano fue castigado desde la Conquista por todos los que me-draron y se enriquecieron con su miseria, la violencia es la ms daina. Se instal en cada corazn como una enfermedad

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    150

    Y as, en la dcada de 1946 a 1956,

    Las huelgas por aumentos de salarios y los movimientos reivindicativos de los campesinos sin tierra, las tentativas de quebrar el cuadro bipartidario de dominacin poltica, fueron reprimidos con la mayor violencia y salvajis-mo. Se calcula que en el decurso de esa dcada de grandes ganancias y de sangre y terror, ms de trescientos mil colombianos perdieron la vida.

    Una vez ms Juan Friede, en la citada obra ut supra

    Evidencias del efecto de este complejo de socializacin, en el compor-tamiento vivencial de ciudadanos colombianos, est demostrado en la decla-racin de ocho colonos blancos que asesinaron a diecisis indgenas Cuiva, con revlveres, hachas y machetes en el Hato de la Rubiera, en Auraca en di-ciembre 27, 1967. Sus explicaciones sobre el crimen coincidieron en afirmar que se les haba enseado a odiar a los indios como gente daina, que matar indios no era malo y que adems se consideraba una hazaa matar indios. Pa-ra ilustrar sus explicaciones aadieron que ciudadanos corrientes y gentes del gobierno lo hacan sin que tuvieran castigo alguno. Dentro de este marco, el veredicto del jurado de conciencia que absolvi a los diecisis colonos como NO CULPABLES, en Julio de 1972 es solamente otra evidencia sombra6.

    Otra vez Jess Contreras, en la o.c., nos dice:

    En 1971 el Consejo Mundial de las Iglesias se hizo eco de la protesta de varios sacerdotes catlicos y de acadmicos colombianos por casos de asesi-natos y torturas a indios de la tribu Guahibo a slo 185 Km. de Bogot. La denuncia hablaba incluso de castraciones y fue negada de pleno por el Go-bierno Colombiano que slo admiti que se haban realizado algunos casti-gos y persecucin de delincuentes. Sin embargo, el Sunday Times hizo una averiguacin que confirmaba lo denunciado por el Consejo Mundial de las Iglesias, a la vez que informaba del estado de los Guahibo: 60% de tuber-culosos; 80% afectados por enfermedades venreas y 100% con signos de desnutricin.

    Juan Friede, en la misma obra nos dice:

    Al entrar la dcada de 1980, la empresa del exterminio indgena conti-na. Los medios de comunicacin masiva recientemente publicaron detalles de la intervencin de fuerzas policas del Estado que en acciones agresivas

    6 Semejante veredicto de inocencia frente a la confesin del crimen por parte de los mismos

    autores, propici otro juicio en un lugar distinto a Villavicencio, ciudad regional de la zona en la cual tuvo lugar el genocidio. El nuevo juicio, celebrado en Ibagu declar, el 6 de noviembre de 1973 CULPABLES a los colonos con una sancin de veinticuatro aos de presidio.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    151

    directas han provocado la muerte de numerosos indgenas. En septiembre 23 de 1980 la denuncia del ataque de policas a indgenas Katos del Alto And-gueda en Choc movi al Ministro de Gobierno para prometer al gobernador indgena del resguardo del Ro Colorado y Alto Andgueda que se investiga-ra y se sancionara a los responsables.

    Y en la pgina 113 podemos leer que

    Y la conquista, ocupacin y expolio del Nuevo Mundo signific la des-truccin de la base material de estas culturas. Este proceso que an no ha terminado es el que hace, primero, que comuneros de Purac, al perder sus tierras como efecto de la explotacin del azufre por Celanese S.A., se vean arrojados a los socavones como obreros; segundo, que los Cuivas del Arauca perseguidos y diezmados, deban entrar al rgimen de salarios de los hatos y a los servicios, incluida la prostitucin- en las nacientes ciudades llaneras; tercero, que los Guajiros abandonen sus ganados y sus cinagas artificialmen-te desecadas por las obras del progreso para incorporarse a cambio de un salario, en la explotacin del talco, las salinas y prximamente la del gas na-tural; cuarto, que los Tucanos, Barasanos y otros grupos del Vaups y Ama-zonas, abandonen los rezagos de su vida tribal para trabajar en las caucheras como resultado de sus deudas contradas voluntariamente. Esto, para citar solo unos casos. Y si con sano raciocinio se establece a quin benefician las inversiones en el azufre, el caucho y el gas natural, etc. no se puede decir que nadie sabe para quin trabaja. Aqu se sabe y se sabe bien. Y est claro que el imperialismo a travs de sus empresarios criollos, es quien extrae el sobre-trabajo del obrero, ya sea ste el habitante de la urbe, del campo o de las re-giones de frontera.

    Dejemos este museo de horrores vivientes y veamos otros aspectos del pro-blema. El presidente de la Repblica de Colombia7, Doctor Virgilio Barco Var-gas, pronunci un discurso en el mes de Abril de 1988, con ocasin de la entre-ga del Predio Putumayo en beneficio de varias comunidades indgenas. All dijo que, con ocasin de la conmemoracin de los quinientos aos del arribo de los europeos al Continente americano, haba dado unas directrices en este sentido para que

    Cuando se conmemore este acontecimiento, ya haya sido entregado a la totalidad de las comunidades indgenas del pas, un territorio donde vivir li-bremente, conforme a sus tradiciones y costumbres, con medidas positivas de defensa y proteccin de los recurso naturales de los territorios indgenas y

    7 Anuario indigenista-vol. XLVIII, Diciembre de 1988 Instituto Indigenista Interamerica-

    no.- Mxico.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    152

    con el pleno reconocimiento de sus formas de organizacin social y de sus valores culturales.

    Tambin aadi:

    Con la entrega de los resguardos del Predio Putumayo, Monocha, Adu-che, Puerto Sbalo o Los Monos, Villazul y del Yaigoj o Apaporis se com-pletan ms de doce millones de hectreas constituidas bajo la figura de Res-guardos Indgenas y Parques Naturales en el Amazonas colombiano y se da un paso definitivo en la ejecucin de una poltica amaznica, que reconoce los derechos de las comunidades aborgenes y busca establecer un manejo ra-cional, equilibrado y sostenido de los recurso naturales.

    Estos son hechos que honran a este gobernante y a los que hayan seguido sus pasos, pero no es penoso que hayan tenido que esperar varios siglos para con-seguir lo que ya era suyo?.

    En este pas, desgarrado por la guerrilla, la nueva Constitucin poltica del ao 1991 alentada por el entonces presidente de la Repblica, Csar Gaviria, se estableci una circunscripcin especial para los pueblos indgenas, cuyos miembros llegaron al Congreso Nacional por decreto, no por eleccin, lo que se conseguira ms tarde.

    Esto se considera dadas las circunstancias- como una mejora importantsi-ma.

    De CHILE tenemos pocas noticias, ya que solo podemos presentar un testi-monio; el de Josefina Oliva de Coll, en su obra La resistencia indgena ante la conquista.

    Los ltimos descendientes de los heroicos caudillos, del pueblo mapuche invicto, siguen sufriendo despus de ms de cuatrocientos aos, el dolor de la feroz represin que despierta an ahora anhelo, ms fuerte que el tiempo y que los hombres que los torturan, de Libertad.

    Pero tambin ahora en este pas existen problemas con los indgenas en la zona denominada La Arraucana, al sur de Chile. Recurdese la obra del autor espaol Alonso de Ercilla que cant a este pueblo en La Araucana, cuya ter-cera parte se public en el ao 1589.

    El problema comenz el pasado siglo XX cuando ciertos grupos de carcter poltico cambiaron el nombre inmemorial de araucanos por mapuches, que no tiene asidero en la lengua autnoma; pero haba que cambiar la designacin espaola por una que pareciese indgena para atraer la simpata y dar autentici-dad a un movimiento. Al establecerse la Repblica miles de chilenos residan en

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    153

    la Araucania, mientras los ganados, cultivos y el uso abundante del alcohol hab-an transformado a loas araucanos.

    Las tierras de stos haban sido ocupadas arbitrariamente, pero tambin haban sido vendidas por sus antiguos poseedores a cambio de aguardiente o especies. Durante la ocupacin los jefes araucanos vendieron grandes espacios para radicar colonos, y terrenos para erigir fuertes fueron cedidos sin pago alguno. Hoy, la mayora de estos indgenas viven en las ciudades, se declaran cristianos y pocos conocen su antigua lengua y viejos ritos. Pero las demandas ltimas hechas a finales del pasado ao 2012, como el reconocimiento como pueblo originario, de una cierta autonoma y disculpas por los abusos cometi-dos antao parecen razonables. La Araucana es una regin de notables recur-sos, de culturas milenarias y de conflictos que no obstaculizan sino estimulan por avanzar en su desarrollo como pueblo, algo que se vislumbra fcil de con-seguir.

    Sobre EL SALVADOR, el ya muy citado Jess Contreras, habla de un ex-terminio indgena sin dar detalles. Dice as:

    Una de las razones que tuvo el general Maximiliano Martnez, a la sazn dictador de turno en El Salvador, y gran aficionado a la hechicera, aparte de la de acabar con el peligro de una autntica revolucin, fue la de que un ex-terminio planificado de los marxistas salvadoreos poda significar el hacer mritos para que el pronunciamiento militar que le llev al poder el 3 de di-ciembre de 1931 pudiera gozar del beneplcito estadounidense, que haba mi-rado con malos ojos el golpe de estado. Uno de los fusilados fue Farabundo Mart, hoy hombre emblemtico del movimiento revolucionario salvadoreo, cuyos antecedentes fueron esas sangrientas jornadas.

    En 1932 se llev a cabo una intensa campaa de propaganda marxista y de reivindicaciones sociales entre los pipiles. La clera almacenada durante siglos por los campesinos de la zona fronteriza con Guatemala estall un 22 de enero. Se asesin a los pocos propietarios agrcolas que residan en la re-gin y se cometieron durante tres das una serie de desmanes indescriptibles. Al cuarto da se pens que la represin estaba ms que justificada y se empe-z de una manera fra y sistemtica por el ejrcito, que durante los das ante-riores no haba hecho ni tan siquiera acto de presencia. Durante otros tres das se ametrall implacablemente a los sublevados (principalmente en la zona al-rededor del volcn de Izalco), que no contaban con ms armas que los ma-chetes con los que haban degollado a los latifundistas.

    A los tres das de indiscriminada y sangrienta represin se contaba en 35.000 los muertos, 15.000 de ellos slo en los alrededores de Izalco y Son-sonate. Prcticamente se liquid a todos los hombres jvenes, pero tambin se asesin a mujeres y nios

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    154

    GUATEMALAEn Espaa decimos: Salir de Guatemala y entrar en Gua-tepeor. Ignoro el origen de este dicho, pero es lo cierto que coincide con los horrores que padece este desdichado pas centroamericano que, por cierto, creo que es muy bello. Empezamos con un testimonio de Da. Mirtha Fernndez de Laserna, que aparece como compiladora en un libro cuyo ttulo es ya ilustrativo de por s8

    Empieza enumerando matanzas de indios:

    Las masacres continuaron despus de la independencia criolla de 1821, as: la masacre de Cakquiqueles en Patzicia en 1944; masacre de Sansirisay en 1978, la masacre de Kekches en Panzs en mayo de 1978; masacre de Ixiles y Quichs en Chajul, Cotzal, Uspatn, Cunn y otros lugares desde 1975 hasta nuestros das; la masacre de Ixiles y Quchs en la Embajada de Espaa el 31 de enero de 1980.

    Es ahora Jess Contreras quien nos informa, o.c.:

    Durante la poca del dictador guatemalteco Jorge Ubico se procedi a una autntica cacera de lacandones, y a los capturados se les encaden y se les traslad a la ciudad de Guatemala, en donde fueron enjaulados en el zoo-lgico de la Aurora para que pudieran visitarlos como a cualquier otro ani-mal.

    Viene ahora a nosotros un documento procedente de una asociacin que tie-ne su sede en Copenhague. Ahora se trata de otra cosa, pues esta asociacin emite otro documento en el que describe una tpica matanza realizada en este pas del que estamos hablando y ocurrida en el ao 1978. El documento de que hablamos9 cita un lugar llamado Panzs, situado en el centro del pas, muy cerca del rio Polochic.

    Segn el documento, el lunes, 29 de mayo, fueron muertos por el ejrcito guatemalteco un grupo de indios (34 segn la versin oficial; otras hablan de 60 quizs 100, o ms). Se trataba de campesinos desarmados, aunque las autori-dades dicen que los soldados hicieron fuego en defensa propia. Uno de los me-dios de comunicacin USA (Latn America Bureau) de 2 de junio, afirma que testigos presenciales vieron ms de 100 muertos, incluyendo 25 mujeres y cinco nios. Newsweek tambin cita el mismo nmero de muertos.

    La Dicesis Catlica de Quich emiti un comunicado el 5 de junio conde-nando la carnicera as como el estado de permanente persecucin y matanzas

    8 Morir y despertar en Guatemala-Centro de Estudios y Publicaciones (CEP) Lima, 1981. 9 IWGIA Document Guatemala 1978: The massacre at Panzs- Copenhaguen, 1978.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    155

    en que vive la parte norte del Quich. Quizs sta era una minucia de la aso-ciacin europea, porque Eduardo Galeano nos dice en la o.c. que

    Los generales en estos recientes aos ochenta han borrado del mapa a cuatrocientas aldeas indgenas, en una campaa de aniquilacin que dej enana la memoria del conquistador Pedro de Alvarado.

    De nuevo Da. Mirtha Fernndez, citada poco antes, a la que vemos seguir hablando de los aos ochenta:

    Un ao despus del asalto e incendio de la embajada de Espaa en Gua-temala, el mismo embajador Mximo Cajal declaraba en un peridico espa-ol (EL PAIS, 25-1-81) que el gobierno guatemalteco era el nico respon-sable de la masacre:

    Treinta y nueve mujeres y hombres murieron porque as lo quiso el Go-bierno de Guatemala. No hubo precipitacin por su parte, como a modo de excusa alegara el canciller guatemalteco. Las autoridades de Guatemala, que no podan permitir que se investigaran las presuntas atrocidades del Ejrcito en el Quich, como exigan los ocupantes, perseguan que estos ltimos se entregaran sin condiciones, negndoles las garantas mnimas para su integri-dad, o que nadie, sin excepcin, saliera de all con vida.

    Sigue esta seora contando los horrores que se producen en su pas, supongo:

    SACALA Y CHUABAJITO (CHIMALTENANGO), FEBRERO-ABRIL 1981.- El departamento de Chimaltenango, desde hace algunos me-ses, est convulsionado por una escalada represiva similar a la que se dio en otros departamentos indgenas como El Quich.

    El 4 de febrero, quinto aniversario del terremoto que asol a los pobres de Guatemala, 300 soldados irrumpieron violentamente en la aldea de Saca-l las Lomas, del municipio de San Martn Jilotepeque, departamento de Chimaltenango bajo pretexto de localizar guerrilleros. Las tropas de ejrci-to abrieron fuego sobre la poblacin indefensa. Los soldados quemaron las casas de las orillas de la aldea mientras lo helicpteros sobrevolaban y ame-trallaban los alrededores para garantizar que ninguno de los campesinos huyera. Ms de 35 personas, hombres, mujeres y nios fueron asesinados en el lugar. Numerosas mujeres fueron ahorcadas en los rboles mientras los soldados incendiaban ranchos y cosechas. Parte de los cadveres fueron lanzados a una barranca cercana; los otros fueron llevados en camiones mi-litares junto con campesinos secuestrados que, posteriormente, aparecieron torturados y asesinados. Un total de cincuenta muertos, un nmero inde-terminado de heridos y casas con sus pertenencias quemadas fueron el ba-lance de aquella jornada.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    156

    As mismo, en las primeras semanas de febrero efectivos del ejrcito se dedicaron a catear las aldeas de Papa-Chal, Patzaj y Panimacao, del munici-pio de Comalapa. Comenz por la indignacin de los vecinos de Papa-Chal ante el asesinato a patadas, por parte del ejrcito, de un nio recin nacido, arrebatado de su madre, y termin con la masacre de 168 campesinos, hom-bres, mujeres y nios.

    Despus de leer estas atrocidades puede decirse que ese pas forme parte de la civilizacin occidental cristiana? O, al menos, su clase dirigente? O ser un mal de toda la sociedad? Lo preocupante del caso es que hay continuacin:

    El 19 de julio de 1981, en la aldea de Coy, del Municipio de San Mi-guel Acatn, del departamento de Huehuetenango (fronterizo a Mxico) fue-ron exterminadas por el ejrcito trescientas personas indefensas, la mayora de ellas mujeres, ancianos y nios.

    Presentamos el informe elaborado por la Comisin Pro Justicia y Paz, en el que se sealan con detalles el salvajismo y cobarda con que actu el ejr-cito en su poltica de exterminio genocida dentro de la ofensiva contrainsur-gente al pueblo guatemalteco, con la asesora y ayuda militar norteamericana e israel.

    Septiembre de 1981 ser recordado por los guatemaltecos sobrevivientes de las regiones de Alta y Baja Verapaz como el mes del terror y muerte co-ntra sus indgenas. Slo en Vegas de Santo Domingo se contaron 200 muer-tos entre los das 14 y 15 de septiembre. Los soldados, unos de civil, otros enmascarados, se haban escondido entre la milpa y las quebradas. Desde los cerros tiraron bombas y ametrallaban a la gente que trataba de huir. En Vegas de Santo Domingo pusieron a la gente en fila, frente a una fosa. Les cortaron los brazos y las piernas y cuando estaban moribundos los empujaban a la fo-sa. A un comisario militar le toc torturar y asesinar a su propio yerno. Poste-riormente los soldados mataron al comisionado militar a pesar de su identifi-cacin como tal

    Vamos a terminar esta terrorfica descripcin con otro documento de IWGIA que, por cierto est firmado por el jesuita Ricardo Falla10, en la que se habla de eso, una matanza acaecida el 17 de julio de 1982 a manos del ejrcito del Go-bierno del General Efran Ros Montt. Como ya puede suponer el lector, la bar-barie que all se produjo no es para describirla. Slo dir que el nmero de vc-timas ascendi a trescientas cincuenta y dos. Este documento incluye una Tabla I aneja en la pgina siete, que vamos a reproducir aqu, y con ello nos despedi-mos de Guatemala.

    10 Documento IWGIA: Masacre de la finca San Francisco. (Huehuetenango). Copenhague,

    1983.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    157

    TABLA I. AO 1982

    Fecha Poblacin Condado Departamento Muertes

    23/3 Parraxtut, El Pajarito, Pichiquil

    Quich, Hue-huetenango

    ms de 500

    24-27 Las Pacayas, Chisirm, El Rancho, Quixal

    San Cristobal Alra Verapaz 100

    28/3 Estancia de la Virgen, San Martn Chimaltenango 250

    10/4 Choataln, Chipila Jilotepeque

    30/3-2/4 Chinique Quich 55

    3-5/4 El Mangal, Chajul Quich ms de 100

    15/4 Ro Negro Rabinal Baja Verapaz 173

    18/4 Macalbaj Quich 54

    20/4 Josefinos La Libertad Petn 100

    29/4 Palestina La Libertad Petn ms de 100

    17-22/4 Xesic, Choacamn, Chitatul, Chajbal

    Sta. Cruz del Quich

    Quich 67

    29/4 Cuarto Pueblo Quich 200

    21/5 Sajquiy Chichicastenango Quich 110

    Junio Pampach Tactic Alta Verapaz 100

    Junio Chisec Alta Verapaz 160 fam.

    14/7 Xepocol Chichicastenango Quich 52

    20/7 S. Miguel Acatn Huehuetenango 200

    20/7 Sta. Teresa Huehuetenango 60

    24/7 Lacan II Chichicastenango Quich 65

    31/7 Lacan I yII Chichicastenango Quich 61

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    158

    Alguno de los lectores se preguntar para qu sirve la Organizacin de Esta-dos Americanos (OEA) o la O.N.U, con su Consejo de Seguridad. Yo tambin me lo pregunto.

    Y Llegamos a MJICO. Aqu tambin hay mucho que hablar. Ellos, que se preocupan tanto de sus indgenas

    Empecemos por citar a un gran novelista espaol. Raro, verdad? No, no se trata de D. Ramn M del Valle Incln, mi preclaro paisano. Se trata de un va-lenciano, tambin excepcional, tanto que, despus de Miguel de Cervantes Saa-vedra, es el escritor espaol ms traducido y muchas de sus novelas se llevaron al cine.

    Y eso qu tiene que ver con el asunto?, se preguntarn. Pues mucho, porque Vicente Blasco Ibez, que es de quien hablo, era tambin un gran periodista y, como tal, escribi bastantes artculos despus de una estancia en Mjico de dos meses, en 1920. Esos artculos fueron publicados en los grandes rotativos esta-dounidenses, como The New York Times, Chicago Tribune, etc. Toda esa coleccin de artculos han formado un libro que, por tanto, no es una novela11.

    Y naturalmente, habla del indio mejicano y dice:

    pero qu han hecho ustedes por l? Ha sido robado y maltratado en cien aos de independencia, tal vez ms que en los tres siglos de rutinaria administracin espaola. Las leyes liberales le quitaron sus tierras; los revo-lucionarios lo exterminaron en grandes masa al llevarlo a pelear por cosas que no entienden, y ningn partido le hizo conocer el camino de la escuela. Tal vez sean algo esos indios cuando la nacin se vea prspera; pero ahora no pasan de ser eternos comparsas de todos los engaos polticos.

    Despus de Blasco Ibez viene Jess Contreras, que nos habla de Mjico:

    Mxico es quiz el pas latinoamericano, despus de Paraguay, en donde lo autctono se conserva ms genuinamente, y en el que se rinde ms culto a lo indgena. En esta Repblica todava hay cerca de tres millones de habitan-tes que se expresan en lenguas indgenas. Al indio se le rinde un cierto culto, y los hroes considerados ms importantes en su historia son los que lucharon contra los conquistadores; sus monumentos ocupan un lugar destacado en las avenidas ms importantes del Mxico moderno.

    Sin embargo, en este pas no suelen recordar la serie de luchas que, hasta nuestro siglo, han sostenido los diversos gobiernos mexicanos contra los in-dios. En la Pennsula del Yucatn se sostuvieron diversas luchas contra los indios mayas, y la dificultad de dominarlos fue una de las causas por las que

    11El militarismo mejicano- Obras Completas-Tomo II- Aguilar, S.A. de ediciones- Madrid,

    1968 (pg, 1512)

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    159

    esta regin, que se haba declarado independiente de Espaa por su lado, de-cidi unirse al resto de Mxico.

    Contra los caciques mayas rebeldes y sus seguidores se llev a cabo una campaa militar en toda la regla, y con todos los efectivos de que se poda disponer. Se lleg a pedir ayuda militar a Espaa, que envi un barco con armas. La paz definitiva se firm en 1910. En la lnea fronteriza con los Esta-dos Unidos se llev a cabo una poltica de exterminio de las tribus indias si-milar a la norteamericana.

    Pero la campaa ms importante fue llevada contra los indios Yaquis en el actual estado de Sonora, a los que los espaoles no haban logrado some-ter. El gobierno de Porfirio Daz desencaden operaciones militares impor-tantes contra los Yaquis, consiguiendo someter a grupos importantes de ellos, y efectuando un traslado de poblaciones hasta las tropicales tierras de Yuca-tn, lo que vena a suponer llevarlos a una muerte a corto plazo, por no estar preparados fsicamente a vivir en un hbitat muy diferente al de origen. La paz total con los Yaquis no se logr hasta la Revolucin Mexicana el 1 de septiembre de 1911, y cuando ya Madero ocupaba el palacio Presidencial en Mxico.

    Adolfo Colombres tambin nos habla de los indios Yaquis:

    La insurreccin de los Yaquis de 1926, durante la presidencia de Obre-gn, motiv una campaa exterminadora, volvindose al lema de que el me-jor indio es el indio muerto. La poltica integracionista en que se disolvi luego la represin mostr la incapacidad de la revolucin de comprender cul-turalmente al indgena y respetar su ser, ms all de los slogans.

    As, el American Cordage Trust, filial de la Standard Oil, fue un cmpli-ce activo en el asesinato de indios Mayas y Yaquis en las plantaciones de henequn de Yucatn. Estas grandes empresas, con la ayuda de sus servido-res nativos, se lanzaron a la explotacin irracional de los recursos naturales, usando al indio como carne de can. Y cuando podan prescindir de esa ma-no de obra, fomentaban genocidios.

    Y en la obra de Jos Alcina Franch ya citada, un nativo de aquellas tierras nos dice de sus hermanos, los Yaquis:

    Actualmente son cerca de 20.000 en Mxico y 5.000 en los Estados Uni-dos. El Estado ha intentado disolverlos y aniquilarlos enfrentndolos en san-guinarias guerras, de las cuales la ltima fue en 1929.

    El Presidente de la Repblica actual (1987) acord, en una reunin tenida con ellos el 10 de junio de 1983, acceder a su proyecto y a sus demandas. Cuatro meses despus de sostenida esta reunin, al que ahora escribe estas l-neas y por haber estimulado esta accin fue vctima de la represin y el en-carcelamiento por parte del gobierno. Hasta la fecha el Estado no ha cumpli-

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    160

    do con los acuerdos emitidos el 12 de junio de 1939 y firmados por el Presi-dente Lzaro Crdenas ni por lo prometido al grupo por todos los gobiernos desde hace cincuenta aos.

    Quien esto escribe se llama Salomn Nahmad Sitton. El trato que los sucesivos gobiernos mejicanos, nacidos despus de la inde-

    pendencia de Espaa, han dado a los indios se muestra grficamente con este texto de Francois Chevalier en la obra Amrica Latina de la independencia a nuestros das,

    Para Mxico, Jean Meyer ha intentado inventariar las sublevaciones in-dgenas y campesinas desde la independencia: su lista, la ms completa, no es exhaustiva y recuenta ms de sesenta y cinco antes de 1910 fuera de las me-nos localizadas, que, con Zapata y Villa, forman parte despus de 1910 de la Revolucin mexicana, o dependen de la insurreccin general de los Criste-ros.

    Julio Rodrguez-Luis, en una obra del mximo inters12, nos habla de lo que sucedi en el ao 1976.

    En el mismo estado de Chiapas, una comunidad indgena que ocup re-cientemente dos haciendas cuyas tierras le pertenecan legalmente y trataba de recuperar desde haca treinta aos, fue desalojada por el ejrcito al costo de varios muertos, 250 presos y muchos desaparecidos (USLA Reporter V. nm. 3, 1976, p.9). El mismos artculo (Mxico: Echevarra speaks softly; carries big stick) informa de la represin contra los campesinos del estado de Guerrero, donde hay actividad guerrillera en ese momento.

    He querido dejar para el final, despus de los hechos luctuosos expuestos, una informacin del mximo inters que demuestra la poca preocupacin que la administracin mejicana se tom por el bienestar de sus indgenas como no fuera para exterminarlos cuando molestaban, segn se ha podido ver. El texto es de Jos Prez de Barradas (Los mestizos de Amrica) y lo expone de esta manera:

    Y para poner punto final, en defensa de nuestra legislacin indiana nos bastar no traer a colacin textos espaoles, sino sacar a la luz los siguientes prrafos de un folleto publicado en 1938 por L. Mendieta y Nez sobre las actividades del Departamento indgena de Mjico. Dice as: El indio, en la poca colonial, dej su vida en las minas, y fue a tal grado escandaloso el tra-

    12 Hemnutica y praxis del indigenismo- Fondo de Cultura Econmica- Mxico, 1980 (pg.

    271)

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    161

    to que se le dio que los Reyes espaoles prohibieron que se les emplearan en esta clase de trabajos, aun cuando despus, bajo la influencia de los colonos, derogaron la prohibicin, pero no sin establecer una serie de sabios preceptos tendentes a proteger al indio trabajador de forma tan minuciosa y tan elevada, que apenas las modernas disposiciones en materia de derecho obrero le son comparables. Y luego aade: Desde la independencia, nada de esto (posibi-lidades sociales, medios econmicos, de libertad y de justicia) ha tenido el indio mexicano; siquiera en la poca colonial se fragu todo un sistema legis-lativo de elevadsimo espritu en la Recopilacin de la Leyes de Indias, para protegerlo, para reanimarlo; siquiera en aquel tiempo existi la posibilidad legal de su redencin; pero a partir de la independencia, bajo el mentido prin-cipio de igualdad, el indio qued olvidado fuera de la ley, al margen de la ley, o qued oprimido y explotado dentro de la ley. Y por ltimo, al exponer la labores del Departamento de Asuntos indgenas, creado por el Partido Nacio-nal Revolucionario para la defensa del indio, hace la siguiente declaracin: Sera necesario remontarse a la poca de la colonia para encontrar en los fiscales y procuradores de indios un antecedente de estas actividades, que re-sultan indispensables en todo intento serio de redimir a las razas indgenas. Es que los reyes espaoles siempre legislaron para sus dominios coloniales con un claro conocimiento de la realidad, que les era proporcionado por quienes convivieron en tales dominios con la poblacin subyugada; pero no explotndola, sino estudindola y comprendindola con altsimo espritu.

    Y despus dicen que los mejicanos se preocupan hondamente de sus indi-os

    Nos vamos al PARAGUAY. Fjese ustedes lo que van a leer; porque no se lo van a creer!. Nos informa de ello Eduardo Galeano en su famossima obra:

    Cuatrocientos veinte aos despus de la Bula del Papa Pablo III, en sep-tiembre de 1957, la Corte Suprema de Justicia del Paraguay emiti una circu-lar comunicando a todos los jueces del pas que los indios son tan seres humanos como los otros habitantes de la repblica Y el Centro de Estu-dios Antropolgicos de la Universidad Catlica de Asuncin realiz poste-riormente una encuesta reveladora en la capital y en el interior: cada diez pa-raguayos, ocho creen que los indios son como animales. En Caaguaz, en el Alto Paran y en el Chaco, los indios son cazados como fieras, vendidos a precios baratos y explotados en rgimen de virtual esclavitud. Sin embargo, casi todos los paraguayos tienen sangre indgena, y el Paraguay no se cansa de componer canciones, poemas y discursos en homenaje al alma guaran.

    Galeano vuelve a insistir en ello en su otra obra que hemos estudiado:

    en la regin paraguaya del Alto Paran. Por aqu hay jaguares y mo-nos y hasta algunos indios guaranes, todava indmitos. (A veces se organi-

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    162

    zan caceras de indios en la regin. A veces los hijos de los indios son pues-tos en venta).

    De nuevo Adolfo Colombres, nos habla del Paraguay en el siglo XX:

    En 1946 se licenciaba en el Chaco Boreal al soldado que matase un Ayo-reo, tarea hoy a cargo de los cazadores de pieles, que al parecer habran ma-tado otros 70 de ellos muy recientemente, en septiembre de 1974, a los que debemos sumar los trece de 1973. La mayor parte de los crmenes, por cierto, no trascienden. Ms adelante veremos el triste final de los Guayak. En este pas, al igual que en Argentina, las comunidades indgenas nunca fueron re-conocidas como personas de derecho, para no darles un estatuto legal que les permitiera defenderse judicialmente, y persistir como grupos tnicos, (pgs. 118-119)

    Y ahora veamos lo que nos cuenta Julio Rodrguez-Luis de hechos acaecidos en el ltimo cuarto del siglo XX:

    Desde 1974 por lo menos se viene divulgando el sistemtico atropello de los indios ach que lleva a cabo el gobierno paraguayo. Matanzas, esclaviza-cin y trabajos forzados han reducido esos indgenas de diez mil a varios cen-tenares.

    En el documento nmero 17 del ya citado Grupo Internacional de Trabajo para Asuntos Indgenas (IWGIA), fechado en su sede de Copenhague en 1974 y escrito por Mark Mnzel, del Museo de Etnografa de la ciudad de Francfort del Maine (Alemania), bajo el ttulo Los Ach: El genocidio continua en Pa-raguay, se refiere inicialmente al anterior documento n 11 sobre genocidio en este pas suramericano cometido hasta septiembre de 1972. Entonces qued claramente establecido que los indgenas ach de los bosques del oriente para-guayo haban sido cazados sistemticamente por partidas de hombres armados, citando diez casos probados entre los aos 1968 y 1971 con un mnimo de ochenta vctimas, las cuales no representaban ms que el pico del iceberg, ya que la mayor parte de los crmenes nunca pudieron ser documentados.

    Las autoridades militares paraguayas haban establecido una reserva de indi-os Ach, donde muchos murieron por falta deliberada de alimentos o medicinas. Otros, principalmente nios, se venden o se escapan. As, desde octubre de 1970 a junio de 1972, al menos ciento sesenta y cuatro desaparecieron o fueron muertos por los cazadores de hombres apostados en las cercanas de la reserva. A partir del ao 1974 parece que han mejorado las condiciones de este campo.

    En los meses de junio y julio de 1972 se produjeron protestas de la Iglesia Catlica y algunos intelectuales. En febrero de 1973, el antroplogo co-editor

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    163

    de la revista de antropologa Suplemento Antropolgico, Chase Sard, se refiri al caso de los Ach como uno de los ms horribles crmenes de geno-cidio cometidos en nuestro continente. Y aunque en agosto siguiente se co-nocan los nombres de varios de estos asesinos, no se hizo nada por parte de las autoridades.

    En el Congreso Internacional de Americanistas (asamblea de cientficos especializados en problemas de indios americanos), celebrado en Roma el 5 de septiembre de 1972, el antroplogo Miraglia inform de las experiencias vividas sobre uno de estos cazadores de hombres. El Gobierno paraguayo, entonces bajo la dictadura del General Alfredo Stroessner, intent defenderse mediante la publicacin de una nota del Ministerio de Defensa en el peridico La Tribuna el 22 de Abril de 1974 donde se afirmaba que en nuestro pas no se da el genocidio en el total sentido de la palabra. A esta nota contest el Departamento de Misiones de la Conferencia Episcopal Paraguaya median-te una carta enviada al mismo peridico firmada por su Presidente monseor Alejo Ovelar, Obispo de la regin del Chaco paraguayo, diciendo que s de daba el genocidio en el total sentido de la palabra en el Paraguay, indicando que nuestro Secretariado tiene en su poder documentacin acerca de casos de masacres, muchas de las cuales han sido publicadas en su diario. El ocho de mayo siguiente el Ministro de Defensa General Marcial Samaniego, en una conferencia explic que en el pas no se daba el genocidio tal como es defi-nido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, no negando que los crmenes mencionados se haban cometido con los indios, indicando que si se cometieron no fue con intencin de destruir la etnia citada: Aunque hay vc-timas y victimarios, no se da el tercer elemento establecido por la ONU para que se d el genocidio; esto es, el propsito. Por ello, como hay intencin no se puede hablar de genocidio.

    Vayamos al PER. All un testigo de excepcin, Csar Vallejo, nos habla del problema del indio, pero no se dice nada de matanzas o asesinatos en masa. Es otra cosa, es el trato, la diferenciacin racial, ms que de clase. Csar Vallejo es un personaje de excepcin por su categora intelectual y poltica. En la obra que tenemos a mano13, este peruano, gran poeta, militante comunista, periodista, nos habla de un rgimen de castas en plena Repblica. As dice:

    Cuanto ms de color son las gentes, se ven ms relegadas a las faenas in-feriores. As los blancos ejercen las funciones directivas de la vida econmi-ca, los mestizos las de segundo plano, y los indgenas las ms bajas.

    13 Crnicas: Tomo II: 1927-1938. Universidad Nacional Autnoma de Mxico. Mxico,

    1985.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    164

    El blanco demuestra un desprecio que linda con la repugnancia por el in-dgena, y se jacta ante el mestizo, de no tener en su venas ni una gota de san-gre autctona; el mestizo siente un rencor sordo y disimulado por el blanco, y cierto desprecio, l tambin, mezcla de indiferencia y de crueldad, por el in-dgena; ste, por ltimo, abriga el odio que se comprende hacia los otros dos, atenuado respecto del mestizo.

    El matrimonio de un blanco y de un mestizo con una indgena, una asiti-ca o una negra, no se ve casi nunca. Si alguno se produce es suceso de escn-dalo, acarreando para el blanco o para el mestizo culpable, la condena indig-nada y unnime de su casta.

    Para dar al lector un ejemplo de esta terrible desigualdad y odio de castas, vamos a citar una nota a pie de pgina, 583 donde dice:

    Fue ste el caso, recientemente, de una familia blanca, muy encopetada de la sociedad limea, y cuyos miembros ejercan desde haca un siglo, las funciones ms altas del poder, inclusive la Presidencia de la Repblica. Ella alardeaba, por supuesto de un orgullo insultante hacia las gentes de color, sin guardarse de que la naturaleza reserva a veces sorpresas crueles. Un da, na-ci en el seno de la imperial familia un nio positivamente mulato. El suceso produjo enorme ruido. La familia baj la cabeza y su imperio social y poltico en el pas se derrumb de un golpe para siempre.

    Por supuesto, que me place enormemente no haber encontrado informacin de otra clase sobre este pas. No s si las habr, pero entre los autores estudiados no he hallado ms que esto. Congracimonos. Aunque poco nos ha durado la tranquilidad, porque de VENEZUELA tenemos algo que decir por boca de Je-ss Contreras en la obra tantas veces citada quien, hablando de la regin selv-tica de la cuenca del Orinoco, dice que est prcticamente deshabitada, a excep-cin de unas cuantas tribus de indios. Y aade:

    Parece ser que estos huspedes de la regin les molestaban a las compa-as norteamericanas, y se decidi exterminarlos. Para tal fin, se utilizaba un helicptero que descenda sobre los pequeos poblados indios radicados en los raros claros que dejaba la selva, y cuando sus pobladores salan a ver el aparato eran framente ametrallados.

    La responsabilidad de estos sucesos era de las compaas petrolferas nor-teamericanas, pero indirectamente tambin lo era el gobierno venezolano de entonces que lo permiti, e incluso impidi que los hechos fueran conocidos por la opinin pblica internacional. Varios eclesisticos que mandaron una protesta a los organismos internacionales fueron expulsados del pas por or-den gubernativa.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    165

    Para nosotros, Iberoamrica es tambin BRASIL. Y si bien muchos espao-les hace unas dcadas, tambin soamos Volando hacia Ro Janeiro-segn el ttulo de aquella pelcula- es penoso pensar en esta otra cara de la realidad a la que muchos no nos hubiera gustado llegar. De Brasil hay sinnmero de testimo-nios sobre el maltrato y las matanzas de los primitivos propietarios de tan in-menso pas (algunos no se dan cuenta de que cabe casi toda Europa dentro de sus lmites kilomtricos). Empezamos con Jess Contreras, quien nos dice que,

    Con respecto a Brasil, se ha calculado que hace algo ms de un siglo haba unos dos millones de indios. Hoy no quedan ms que alrededor de dos-cientos mil, repartidos principalmente en pequeos grupos que viven en las selvas de la Amazona. Esta reduccin de la poblacin indgena se ha debido a un constante exterminio de las tribus all radicadas. Ya a comienzos del presente siglo, cuando el aumento de habitantes del Brasil hizo pensar en im-pulsar los asentamientos hacia las favorables zonas del actual estado de Para-n, se llev a cabo una campaa anti-indio, al estilo de las desarrolladas en Estados Unidos contra los pieles rojas, en Mxico contra los Yakis, en Ar-gentina contra las tribus pampinas o en Chile contra los mapuches, que acab prcticamente con los aborgenes de esa regin.

    En la Amazona, el genocidio ha sido an ms cruel y sistemtico, pro-longndose hasta nuestros propios das. Los buscadores de oro, recolectores de caucho, facendeiros, cazadores, etc., han ido acabando con los indios que se les ponan por delante, cuando no los reducan a la esclavitud en pleno siglo XX.

    Y Adolfo Colombres aclara an ms lo que leamos en Contreras:

    En esas reas, misioneros protestantes norteamericanos esterilizaban mu-jeres indgenas, para que no se multiplicaran justo al lado de tantos yacimien-tos desconocidos de minerales radiactivos, oro y diamantes.

    Colombres seala, asimismo, que algunas epidemias como la viruela, les caus innumerables bajas, pero

    Por su fcil contagio, este virus fue usado para el genocidio. En la dca-da del 30, los brasileos juntaban la ropa de los que moran de esta enferme-dad y la dejaban, como macabro regalo, en los senderos transitados por los indios.

    Ms recientemente, se lleg a aniquilar un grupo Patax mediante la ino-culacin de virus activos en una supuesta campaa de vacunacin.

    Sigamos con Colombres:

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    166

    Dice Goffman que la estigmacin es un medio de quitar a las minoras tnicas (o religiosas) de los caminos de la competencia, de la lucha por la vi-da. O de utilizarla para promover el desarrollo ajeno, agregara. Esta actitud racista reconoce tres instancias: a) Descubrir y poner en evidencia las disimi-litudes entre colonizador y colonizado; b) Valorizar dichas disimilitudes en beneficio propio y en detrimento del otro; c) Trasladar las diferencias al cam-po de lo absoluto, afirmando que las mismas son definitivas y actuando de modo que parezca cierto, deteniendo en lo posible ka historia del colonizado.

    El hecho de que esta estigmacin exista an en alto grado en Amrica es la mejor prueba del propsito deliberado u oculto de destruir a los pueblos indgenas, de privarlos de su identidad tnica, de eliminarlos como culturas autnomas, como contingentes humanos dignos de igual remuneracin. Her-mann Ihering, un naturalista alemn, siendo director del Museo Paulista, es-cribi en 1908 en una revista especializada que era conveniente y hasta nece-sario exterminar a los Kaigns, por estorbar todo intento de colonizacin y haber atacado a los que tendan los rieles de la Estrada de Ferro Noreste do Brasil.

    Tambin Bruce Johansen, viene a hablarnos del indio brasileo (Wasichu, el genocidio de los primeros norteamericanos).

    Las compaas multinacionales tambin estaban penetrando en uno de los ltimos refugios de los indios libres de Amrica: el valle del Amazonas. Ayudadas por un rgimen militar dictatorial que moldea su poltica india igual que lo hacan los Estados Unidos hace un siglo, los wasichus estaban extendiendo su alcance global. Estaban perfeccionando su tecnologa para poder llegar hasta las ltimas reservas inexplotadas de riqueza mineral de la tierra. Durante la dcada de 1960 las compaas petroleras (como la Gulf, la Texaco y la Mobil) comenzaron a buscar yacimientos en la cuenca del Ama-zonas.

    Se unieron a ellas unas compaas mineras, como la United States Steel, la Alcan Aluminum, y la Ro Tinto Zinc. Toda la operacin llevaba consigo el eco cruel de los auges de tierras del Oeste norteamericano hace un siglo, despus de que el descubrimiento de los minerales y la tecnologa de la agri-cultura de zonas ridas hizo valiosa a los ojos de los wasichus una tierra considerada anteriormente como desprovista de valor.

    El tono de las reseas de la prensa no ha cambiado: Los Angeles Times sac encabezados como Indios brasileos asesinan a otro hombre blanco; el New York Times proclama: Indios del Amazona matan a tres personas en una incursin. El salvaje del mito es sacado nuevamente a la luz para justifi-car la incautacin, que se describe como un costo necesario de la civilizacin: Los cien mil indios de Brasil se estn extinguiendo en el torbellino del pro-greso y la modernizacin que invade este pas sudamericano (para decirlo en palabras de la Associated Press).

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    167

    Escondida dentro de estos informes noticioso, est la dimensin cabal de lucha de la gente por sobrevivir en contra de la embestida furiosa de los mili-tares; en 1960 vivan 1,2 millones de nativos en la cuenca del Amazonas; pa-ra 1976 slo quedaban cien mil.

    Y Eduardo Galeano nos dice:

    Se sabe que los indgenas han sido ametrallados desde helicpteros y avionetas, que se les ha inoculado el virus de la viruela, que se ha arrojado dinamita sobre sus aldeas y se les ha obsequiado azcar mezclada con estrici-na y sal con arsnico. El propio director de Servicio de Proteccin de los In-dios, designado por la dictadura de Castelo Branco para sanear la administra-cin, fue acusado, con pruebas, de cometer cuarenta y dos tipos diferentes de crmenes contra los indios. El escndalo estall en 1968.

    Johansen ut supra nos dice:

    En 1971 la prensa de Brasil daba informes de una sublevacin india que haba tenido lugar en el parque Aripuana, la tierra natal de los cintas-largas. Lo que omiti decir es que el Ministro del Interior de Brasil haba au-torizado la bsqueda de yacimientos minerales y la colonizacin el parque, y que ms de 1.500 no indios se haban precipitado al interior del parque para poder denunciar sus minas. En marzo de 1972, Apoena Meirelles, director del parque, escribi una carta oficial a la fundacin Nacional India Brasilea describiendo cmo los colonizadores haban provocado rias con los nativos y haban diseminado entre ellos enfermedades mortales. Meirelles le dijo a la fundacin: Preferira morir luchando al lado de los indios en defensa de sus tierras y de su derecho a la vida, que verlos maana reducidos a la calidad de mendigos en su propia tierra.

    El parque Aripuana contiene uno de los depsitos conocidos de estao ms grandes y ricos del mundo. La incautacin ilegal de la tierra de los cin-tas-largas era una repeticin de lo que haban hecho los habitantes de Georgia (EE.UU.) en la reservacin Cheroquen la dcada de 1830, o la invasin de las Black Hills en la dcada de 1870.

    En esta obra grandiosa de Evans-Pritchard, Pueblos de la tierra escrita por aquellos aos, tambin nos dice lo que pasaba en Brasil:

    Las matanzas a sangre fra de indios indefensos han acompaado siem-pre a la explotacin de la jungla. En los aos sesenta tenan lugar, sin duda alguna, grandes exterminios en los estados brasileos de Amazonas y Mato Grosso, y tambin en el territorio de Rondonia. Hay pocos motivos que pue-dan hacer suponer que estas matanzas han terminado.

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    168

    Lucien Bodard, por ejemplo, en su libro titulado Le Massacre des Indi-ens, describe un exterminio, de los que se daban frecuentes casos, en la re-gin amaznica, pero que todava hoy pueden ocurrir. En los aos sesenta, una pandilla de forajidos, dirigida por Chico Luis, extermin con ametralla-doras a la tribu de los Cintas Largas, que viva junto al ro Aripuana en el es-tado brasileo de Amazonas. (Tomo 1, pg. 88).

    Ahora, cuando se estrena en Brasil una nueva Constitucin, se acuerdan de que hay unos ciudadanos (de quinta o sexta, pero ciudadanos al fin) que hay que proteger, al menos de palabra. El cinco de octubre de 1988 entr en vigor una nueva Constitucin en la que por primera vez los derechos de los indios merecieron un captulo especial (el VIII, del Ttulo VIII) aparte de otros nueve artculos dispersos por el texto es la octava Constitucin brasi-lea14.

    Yo no s si esto les servir de mucho o de poco a esos indgenas. Lo cier-to es que quien esto escribe dirigi al diario ABC, de Madrid, una carta a propsito de este asunto, que fue publicada el 11 de diciembre de 1988. La Embajada de la Repblica Federativa de Brasil no protest. He aqu el texto de la carta que, cosa rara, fue publicada ntegramente bajo el ttulo Indios Brasileos:

    Muy Sr. Mo: Cuando el trmino genocidio parece referirse slo al perodo de gue-

    rras, hoy nos encontramos con un genocidio real en Brasil: El pasado agosto, en Colombia, quince obispos y algunos misioneros de la zona amaznica de-nunciaron las persecuciones que sufren tribus indgenas brasileas, cuyo Go-bierno ha prohibido la actividad pastoral entre estas poblaciones y ha expul-sado a algunos misioneros para acallar la voz de la Iglesia Catlica, nica que se pone en defensa del aborigen americano. Denunciaron tambin las ocupa-ciones de tierras de los indgenas por parte de empresas que alegan que los indios desconocen el concepto de propiedad y son minora. Segn el comuni-cado oficial, esta poltica llevada a sus ltimas consecuencias, puede conducir al genocidio de muchas minoras tnicas. El nmero de indgenas en Brasil se calcula entre 65.000 y 100.000, segn el socilogo brasileo Darcy Ribeiro.

    Ya en 1972 una revista espaola informaba de que la matanza de indge-nas era un hecho cotidiano, siendo ametrallados desde helicpteros, arrojn-doles dinamita y comestibles envenenados sobre las aldeas. Segn documen-to de de los obispos (Nov. 1976), los indios estaban a punto de perder todo su territorio y el Estatuto del Indio se haba convertido en letra muerta. Slo en 1977 fue talado el 5% de la selva amaznica, y un ao ms tarde el perio-dista Patrick Knight denunci la destruccin de la selva que poda desapare-cer los prximos veinte aos. Su corresponsal en Ro de Janeiro, E. Miranda, inform el 8-12-84 de esta destruccin emprendida por compaas nacionales y multinacionales, siendo ya en 1980 el rea devastada de 7,5 millones de

    14 Brasil: Os Direitos Indgenas e a Nova Constituiao Anuario Indigenista, Vol. XLIII-

    Mxico, diciembre 1988 (pgs. 109 y sigs).

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    169

    hectreas. Se culpa al Gobierno, ansioso de convertir al Brasil en el mayor exportador de maderas tropicales, por haber permitido la cesin de 50 millo-nes de hectreas para estos propsitos.

    Cuando se realizan las conmemoraciones del V Centenario, los defenso-res del indigenismo, del que tanto hablan ciertos lderes iberoamericanos, que critican el exterminio de poblaciones y culturas indgenas por parte de los espaoles, realizan una poltica de cuasi exterminio, al no permitir a estos grupos su desarrollo dentro de su hbitat natural

    En el mes de mayo de 1990, una noticia de Prensa dice que el Gobierno bra-sileo adopta medidas para evitar el genocidio de una tribu del Amazonas. La noticia, muy extensa, dice as:

    Ro de Janeiro. Edgar Hernndez. El Gobierno brasileo ha comenzado esta semana a dinamitar setenta pis-

    tas clandestinas construidas por mineros en la reserva de los indios Yanoma-mi, en el Estado amaznico de Roraima, al norte del pas. Con ello, el pre-siente Fernando Collor de Mello da una primera respuesta al lamento de unos indgenas que se han ido extinguiendo ante la indeferencia de las autoridades y los ojos escandalizados de la comunidad internacional.

    Desde 1987, con la entrada masiva de los garimpeiros (buscadores de oro) en la reserva Yanomami, hasta fines de 1989, la Comisin Indgena Misione-ra (CIMI) contabiliz la muerte de por lo menos 1.500 de los 7.500 indios Yanomami que habitan en Roraima. Muchos perecieron en un intento deses-perado por defender su territorio, pero la mayora fallecieron a consecuencia de las enfermedades que proliferaron con la llegada de los hombres civiliza-dos y por el desequilibrio que al medio ambiente ocasionaron las exploracio-nes rudimentarias del metal.

    Con la destruccin de las pistas, Collor de Mello pretende presionar la sa-lida de los 50.000 garimpeiros que continan all, y que necesitan de ellas pa-ra su aprovisionamiento diario de combustible, alimentos y repuestos y sin las cuales tampoco podrn sacar las 400 toneladas de oro que cada mes extra-en de la regin y que en su mayor parte venden en la ciudad de Boa Vista, en la frontera con Venezuela. El presidente del CIMI, el obispo Erwin Krautler, afirm a ABC que los garimpeiros ingresaron en la reserva Yanomami con es expreso incentivo del anterior Gobierno, al que no importa la suerte de los indios, alegando una nueva estrategia de ocupacin de la selva amaznica. La entrada de los garimpeiros a comienzos de 1987 coincidi con la creacin del proyecto Calha Norte de ocupacin militar, por medio del cual el Gobierno del presidente Jos Sarney autoriz la instalacin de bases del ejrcito, la ma-rina y la fuerza area para incrementar la vigilancia de las fronteras y para fomentar el desarrollo organizado de nuevas comunidades.

    En agosto del mismo ao el Gobierno expuls a los misioneros y a los equipos mdicos de la comisin por la creacin del parque Yanomami y en

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    170

    septiembre de 1988 redujo el territorio Yanomami en ms del setenta y cinco por ciento.

    Esta medida oblig a los yanomami, nmadas recorren hasta cincuenta kilmetros diarios- a establecerse en pequeos crculos y en compaa de los garimpeiros.

    Los mineros instalaron sus ruidosas mquinas y derramaron toneladas de mercurio que utilizan para la purificacin del oro y contaminan los ros. As, redujeron la caza y pesca, principales actividades para la supervivencia de los indios. Por ello, los indios comenzaron a depender de miserables limosnas que los buscadores de oro ofrecan a cambio de trabajo en las minas. En po-cos meses los yanomami se alimentaban de enlatados y vestan como sus in-vasores, mientras sus mujeres se prostituan a cambio de dinero o de artculos de consumo. La malaria, aunque endmica en varias regiones, pas a ser una epidemia. Los hombres, debilitados, tambin se contagiaron de tuberculosis, infecciones respiratorias y gastroenteritis, entre otras enfermedades. Un equi-po mdico que visit hace algunas semanas la reserva constat que por lo menos el quince por ciento de la poblacin yanomami en Roraima haba des-aparecido en los ltimos aos.

    Los indios yanomami ocupan territorio brasileo y venezolano, donde vi-ven desde hace por lo menos seiscientos aos. Entre sus ms curiosas cos-tumbres est la de casarse con miembros de otras aldeas de la misma familia, para mantener la unidad de sus pueblos. En 1985, su territorio era de casi nueve millones y medio de hectreas, que se redujeron en los ltimos dos aos a diecinueve pequeas islas, equivalentes al veinticuatro por ciento de esa extensin. (Diario ABC, Madrid 5 de mayo de 1990).

    El 15 de agosto de ese mismo ao otra noticia de Prensa deca que en esta misma tribu, en los dos ltimos aos haban muerto por accin de los garimpei-ros mil quinientos de los diez mil yanomamis que existan en el Amazonas (El Correo Gallego, La Corua). Amnista Internacional public en 1988 un informe Brasil: Asesinatos impunes, sobre las violaciones de derechos humanos durante las disputas por la posesin de tierras en este Pas, algunas de ellas propiedad de los indios aborgenes, al que hace referencia otro en 1990 (Brasil: Por encima de la ley), publicado por E.D.A.I.

    La revista Amrica 92 (de junio-septiembre de 1990) informa que el Par-lamento Europeo demand que fuesen retirados los garimpeiros.

    Lo cierto es que en cuatro siglos no parece que haya mejorado la forma de tratar a los que denominamos salvajes, aunque stos no utilicen bombas at-micas, campos de concentracin y el napalm, que tanto han conocido las pobla-ciones civiles de los ltimos aos de guerras.

    Pero quin puede ahora acusar de genocidio a los Conquistadores espa-oles del siglo XVI?.

  • IBEROAMRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

    171

    Este inmenso pas, ms grande que el continente australiano, tiene un pro-blema sin resolver que es el indgena de la Amazona, problema que se sita entre el progreso econmico del pas y el exterminio del indgena, como se ha expuesto anteriormente. Antes eran los colonizadores quienes asesinaban a los indgenas, ahora se ha demostrado que durante la dictadura militar (1964-1985) haban sido exterminados dos mil indios de la etnia Waimiri-Atroari, considera-dos un obstculo para la construccin de la carretera BR-174. El informe relati-vo a este caso, en manos de la Comisin Nacional d la Verdad (CNV) de no-viembre de 2012 muestra como los militares atacaron a los indios usando avio-nes, helicpteros, bombas y ametralladoras. Triste destino el de estos pueblos autctonos despus de 500 aos de su Descubrimiento.

    NOTA FINAL: Asociar a los indgenas americanos, casi en su totalidad, no ha sido tarea fcil. ltimamente algunos gobiernos americanos han dado facilidades a estas asocia-ciones para sus reuniones, que se producen cada varios aos (Normalmente se especifican en el congreso anterior).

    Los congresos de estas asociaciones nos dan la pauta para conocer la reali-dad presente a tenor de lo expresado en sus resoluciones o acuerdos finales. Aunque, ciertamente, no hemos podido seguir los pasos de las acciones benvo-las de los gobiernos de Amrica hacia el pueblo indgena residente en cada una de las Naciones del hemisferio occidental, vamos a dar unas referencias que nos aclaren algo la presente situacin. As, el Acta Final del IX Congreso Indigenis-ta Interamericano (Datos recogidos del Anuario Indigenista Vol. XLV, de diciembre de 1985. Instituto Indigenista Interamericano. Mxico) del 28 de octubre al 1 de noviembre de 1984- celebrado en la ciudad de Santa Fe, Nuevo Mjico (E.U.A.) en su Resolucin n 15, dice:

    Resuelve: 1.- Hacer un llamado a la Asamblea General de la O.E.A. a fin de que solicite a la Comisin que informe anualmente a la Asamblea General O.E.A. acerca de la situacin de los pueblos indgenas del Continente Ameri-cano en lo relativo a los derechos humanos

    Es evidente que si los gobiernos de Amrica respetasen los derechos humanos de los indgenas que forman parte de su poblacin, esta resolucin sera absurda e inconveniente. Pero veamos ahora lo que dice la siguiente Resolucin n 16:

    Considerando: Que han ocurrido graves y continuas violaciones de los derechos humanos de los pueblos indgenas del Continente Americano; que

  • JUAN LUIS BECEIRO GARCA

    172

    esas violaciones han consistido, en particular, en violaciones del derecho a la vida, desapariciones, reubicaciones y desposesin de tierras tradiciona-les;que a menudo carecen de medios de proteccin judicial y de otro gne-ro con los que cuentan los integrantes de los sectores dominantes de los pa-ses donde viven.

    Estimamos que la citada 16 Resolucin es suficientemente clara para decir-nos abiertamente lo que sucede en muchos de los pases americanos que tienen un elemento indgena partcipe de sus propias sociedades. La fecha del Congre-so, decimos, fue el ao 1984; y ya en el congreso anterior de 1980, celebrado en Mrida, Yucatn (Mjico), debi hacerse una recomendacin parecida, por cuanto la Resolucin n 18 del Congreso que estamos comentando deca, en su primer Considerando:

    Que la situacin de los pueblos indgenas del Continente en materia de derechos humanos sigue siendo motivo de constante preocupacin por parte de los delegados al Congreso.

    En resumen: Si las informaciones que hemos presentado en este nmero so-bre la situacin del indio americano en diverso pases no llega continuamente hasta nuestros das, sabemos, al menos, que hasta hace pocos aos menos de diez antes de la conmemoracin del V Centenario del Descubrimiento no era plenamente satisfactoria. Esperemos que en el futuro esos grupos indgenas que rondan en total los cuarenta millones de seres en Amrica no vean menoscaba-dos sus derechos esenciales del ser humano y que, como tales, sean tratados, aunque no se integren plenamente en las sociedades en que viven.

  • FUENTE HISTRICA DE LOS EVANGELIOS: LOS PASAJES DONDE SE MENCIONAN MONEDAS

    Por M Jess Aguilera Romojaro Doctora Universidad Complutense de Madrid

    INTRODUCCIN n este segundo artculo sobre los evangelios como fuente histrica, se van a estudiar los diferentes aspectos religiosos, sociales y econmicos a los que aluden los pasajes evanglicos que se trataron en mi primer artculo

    del n 30 de esta revista1: la funcin del dinero en Palestina, los impuestos a los que estaban sometidos los judos de Palestina, tanto civiles como religiosos, los salarios y el coste de la vida, la forma de llevar el dinero, el ahorro, la inversin y la banca, los prstamos y las deudas, la caridad, y las finanzas del Templo.

    Antes de nada, conviene dar una visin de la situacin econmico-social de Palestina en el s. I. La economa estaba basada en la produccin agrcola de alimentos a un nivel de subsistencia, de la que se encargaba el campesinado, que a su vez sostena, por medio de impuestos y rentas una estructura socio-econmica en la que una reducida elite concentraba la mayor parte de la rique-za. El campesinado, que constitua cerca del 90 % de la poblacin, inclua pe-queos propietarios, arrendatarios y jornaleros que trabajaban las tierras de los grandes o medianos propietarios. Las elites, que a menudo residan en las ciu-dades, estaban formadas, sobre todo, por la familia real, aristcratas y autorida-des religiosas, que se beneficiaban de las rentas que producan sus propiedades. A estos dos grupos hay que aadir artesanos y comerciantes que realizaban su labor, fundamentalmente, en las ciudades2.

    1 M.J. Aguilera Romojaro, Fuente histrica de los evangelios: sus monedas, CIH 30 (2013) 218-259.

    2 P.A. Harland, The Economy of First-Century Palestine: State of the Scholarly Discussion, en A.J. Blasi/J. Duhaime/ P. A. Turcotte (ed.), Handbook of Early Christianity, Altamira Press, Walnut Creek 2002, p. 515.

    E

  • M JESS AGUILERA ROMOJARO

    174

    FUNCIN DEL DINERO EN LA PALESTINA DEL S. I Los pasajes evanglicos en los que se mencionan monedas permiten establecer las diferentes funciones que tena el dinero en la Palestina del s. I: atesoramien-to, medida de valor, medio de pago oficial, depsito de valor y valor de uso3.

    Atesoramiento o acumulacin. En la Antigedad no era extrao guardar mo-nedas, sobre todo de oro o plata, como una forma de ahorrar o de acumular ri-queza, ya que estas monedas tenan un valor intrnseco por el metal del que estaban hechas. Esta prctica se daba, fundamentalmente, en personas de cierta posicin econmica, ya que la mayor parte de la poblacin viva a un nivel sub-sistencia. En poca de inestabilidad o de guerra, era comn esconder estos teso-ros, pequeos o grandes, dentro de cajas, vasijas u otros contenedores, en luga-res seguros, con la idea de recuperarlos cuando las cosas se calmaran, sin em-bargo, muchos de ellos no fueron recuperados y han sido encontrados, poste-riormente, en excavaciones arqueolgicas o por pura casualidad. En Palestina se han hallado algunos de estos llamados tesorillos, escondidos, fundamentalmen-te, antes o durante las guerras judas del 70 y del 1354.

    Podra aludir a esta prctica la parbola de Lc 15,8-9, en la que una mujer contara los dracmas que tena guardados, perdiendo uno durante la operacin. Lo mismo se podra decir de la parbola de las minas (Lc 19,13-25) o de los talentos (Mt 14-28), en la que un hombre al que ha sido confiado una mina o un talento lo esconde bajo tierra para evitar perderlo.

    Medida de valor. Con las monedas se cuantificaba el valor de las cosas, como en el caso de los 200 denarios que Mc 6,37 y Jn 6,7 calculan deban valer los bollos de pan necesarios para alimentar a la gente congregada para escuchar a Jess, o el de los 300 denarios que en Mc 14,5 y Jn 12,5 se estimaba vala el perfume que una mujer derram sobre los pies o la cabeza de Jess.

    Medio de pago oficial. Normalmente los tributos religiosos y civiles se calcu-laban o se pagaban en monedas determinadas impuestas por las autoridades correspondientes. Este puede ser el caso de Mt 22,17-21, Mc 12,14-17 y Lc

    3 Sobre estas funciones cfr. K.C. Hanson/D.E. Oakman, Palestine in the Time of Jesus, For-

    tress, N. York 1998, pp. 113-117. D.E. Oakman, Money in the Moral Universe of the New Tes-tament, en W. Stegemann/B.J. Malina/G.Theissen (ed.), The Social Setting of Jesus and the Gospels, Fortress, Mineapolis 2002, pp. 335-342.

    4 Y. Meshorer, The Coins of Masada, en Masada I. The Yigael Yadin Excavations 1963-1965. Final Reports, Israel Exploration Society, Jerusaln 1989, pp. 73-76. M. Warner/Z. Safrai, A Catalogue of Coin Hoards and the Shelf Life of Coins in Palestine Hoards During the Roman-Byzantine Period, LA 51 (2001) 305-336.

  • FUENTE HISTRICA DE LOS EVANGELIOS

    175

    20,21-25, donde parece aludirse al denario como la moneda en la que haba que pagar el tributo al Imperio Romano, y el de Mt 17,24-27 donde se menciona el didracma, probablemente, como el tributo anual del Templo de Jerusaln. Tam-bin se calculaban en determinadas monedas las deudas, en Lc 7,41 se hace en denarios, y en Mt 18,23-28 en talentos y denarios. Dentro de esta funcin esta-ran los pagos hechos por las autoridades polticas y religiosas, como en Mc 14,11, Mt 26,15 y Lc 22,5 donde se menciona el acuerdo de las autoridades religiosas judas de pagar a Judas 30 monedas de plata, o en Mt 28,12-15 donde se habla tambin de monedas de plata dadas a los soldados. Tambin podra entrar en esta categora Mt 20,2-13 donde se mide en denarios el sueldo de una jornada de trabajo.

    Depsito de valor. Es la funcin que tiene el dinero de mantener un valor de-terminado e incluso incrementarlo por medio de intereses. En Lc 19,23, y Mt 25,27 aparece un ejemplo de esta funcin, cuando en la parbola se narra cmo alguien a quien se ha confiado un dinero lo usa con el objetivo de incrementar su valor consiguiendo un i