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Ignacio Betancourt Los ingratos problemas de la santidad- Que no vayan a hacer nada malo antes de comulgar, pasa gritando un niño descalzo por entre callejones empedrados. Que no vayan a hacer nada malo antes de comulgar porque se condenan. Muchas veces saliendo de un pozo repiten la séntencia. Se va corriendo el muchachito andrajoso, perdién- dose en su propia voz multiplicada por el miedo y las paredes, y tantas cosas más de -los años -infantiles, cuando las estrellas se pueden comer y .las escobas corren. Algunas veces la noche es Lucifer jalándo- le los pies al pequeño Faustino. El viento es la voz del Principe de las Tinieblas y las hojas frotándose en los árboles lamentos de condenados. DE LOS CONDENADOS La carne convertida en brasa iperecede- ra, chicharrón constante, ardor horrible para siempre, el pecador asándose cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año, cada siglo, cada eternidad. 23 y las hojas frotándose en los árboles lamen- tos de condenados. Toma la veladora y tembloroso comienza a buscar su escapula- rio. Se me ha de haber caído cuando me bañé Faustino despertó sobresaltado, se había des- cubierto sin su amuleto, era un combatiente medieval sin armadura. Virgen del Carmen dónde lo puse. Lleno de ansias remueve las sombras. Hurga busca rebusca. El cuadrito de tela café carmelitana significa la balsa para el naufrago que puede ser tragado por un tiburón. Virgencita ayúdame a encontrar- lo. El miedo es una gaviota y de seguro en algún rincón una virgen del Carmen se reco- ge con la lengua Una lágrima. Los que aprendieron mejor todos los rezos van a hacer su primera comunión el diez de mayo. Recuerden, el día de la madre. Re- cuerden que la hostia no se puede masticar. Recuerden que su mamá se va a sentir feliz. Recuerden, hay que esperar a que se desba- rate en la lengua. Recuerden que es el cuerpo de cristo. Recuerden. Toda de negor por dentro y por fuera, el estómago los pulmones la pantaleta, toda negra la anciana que enseña la doctrina aparece renqueando y se convierte en una voz opaca y llena de sombras. Voy a contar- les la historia del zapatero borracho y su pequeño hijo. Habla y acomoda sus apolilla- dos huesos en la madera de una banca. Esa tarde llegó el niño y le dijo a su papá, mira la hostia que me dieron para que ensaye a comulgar. Enfurecido el zapatero gritó, ya te lÍe dicho que no quiero que vayas a la iglesia, dame acá eso. La vieja acelera la respiración del cuento. Mira lo que hago, con tu hostia. Los ojos secos de la viejecilla se acomodan enfrente de Faustino que escucha asombrado, reventándose de tristeza. Y se la arrebató (con su manaza llena de pintura de zapatos y RESISTOL * 5000). Impío con su cuchilla la clava en la pared (la hostia contra el calendario donde sonrie una mujer rubia, en traje de baño y con la pierna cruzada). En esta parte de la historia la voz de la anciana se convierte en una serpiente parda y suave, inflexiones que cosquillean con sus lancetas en las orejas de los niños. Faustino se desinfla en llanto, su pequeño torax se estremece imperceptible. De la santísima hostia acuchillada goteó sangre. Todos los ojitos se agrandan al mirar el dibujo que la 'sangre de la hostia deja en la pared de la Ignacio Betancourt ganó el nacional de cue';to el año pasado con su libro De como balo a la montaña y todo lo demás (Joaquln MortIz, sene del volador).

Ignacio Betancourt · Algunas veces la noche es Lucifer jalándo le los pies al pequeño Faustino. El viento es la voz del Principe de las Tinieblas y las hojas frotándose en los

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Page 1: Ignacio Betancourt · Algunas veces la noche es Lucifer jalándo le los pies al pequeño Faustino. El viento es la voz del Principe de las Tinieblas y las hojas frotándose en los

Ignacio Betancourt

Los ingratos problemasde la santidad-Que no vayan a hacer nada malo antes decomulgar, pasa gritando un niño descalzopor entre callejones empedrados. Que novayan a hacer nada malo antes de comulgarporque se condenan. Muchas veces saliendode un pozo repiten la séntencia. Se vacorriendo el muchachito andrajoso, perdién­dose en su propia voz multiplicada por elmiedo y las paredes, y tantas cosas más de

-los años -infantiles, cuando las estrellas sepueden comer y .las escobas corren.

Algunas veces la noche es Lucifer jalándo­le los pies al pequeño Faustino. El viento esla voz del Principe de las Tinieblas y lashojas frotándose en los árboles lamen tos decondenados.

DE LOS CONDENADOS

La carne convertida en brasa iperecede­ra, chicharrón constante, ardor horriblepara siempre, el pecador asándose cadasegundo, cada minuto, cada hora, cadadía, cada semana, cada mes, cada año,cada siglo, cada eternidad.

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y las hojas frotándose en los árboles lamen­tos de condenados. Toma la veladora ytembloroso comienza a buscar su escapula­rio. Se me ha de haber caído cuando me bañéFaustino despertó sobresaltado, se había des­cubierto sin su amuleto, era un combatientemedieval sin armadura. Virgen del Carmendónde lo puse. Lleno de ansias remueve lassombras. Hurga busca rebusca. El cuadritode tela café carmelitana significa la balsapara el naufrago que puede ser tragado porun tiburón. Virgencita ayúdame a encontrar­lo. El miedo es una gaviota y de seguro enalgún rincón una virgen del Carmen se reco­ge con la lengua Una lágrima.

Los que aprendieron mejor todos los rezosvan a hacer su primera comunión el diez demayo. Recuerden, el día de la madre. Re­cuerden que la hostia no se puede masticar.Recuerden que su mamá se va a sentir feliz.Recuerden, hay que esperar a que se desba­rate en la lengua. Recuerden que es elcuerpo de cristo. Recuerden.

Toda de negor por dentro y por fuera, elestómago los pulmones la pantaleta, todanegra la anciana que enseña la doctrinaaparece renqueando y se convierte en unavoz opaca y llena de sombras. Voy a contar­les la historia del zapatero borracho y supequeño hijo. Habla y acomoda sus apolilla­dos huesos en la madera de una banca. Esatarde llegó el niño y le dijo a su papá, mira lahostia que me dieron para que ensaye acomulgar. Enfurecido el zapatero gritó, ya telÍe dicho que no quiero que vayas a laiglesia, dame acá eso. La vieja acelera larespiración del cuento. Mira lo que hago, contu hostia. Los ojos secos de la viejecilla seacomodan enfrente de Faustino que escuchaasombrado, reventándose de tristeza. Y se laarrebató (con su manaza llena de pintura dezapatos y RESISTOL* 5000). Impío con sucuchilla la clava en la pared (la hostia contrael calendario donde sonrie una mujer rubia,en traje de baño y con la pierna cruzada).En esta parte de la historia la voz de laanciana se convierte en una serpiente parday suave, inflexiones que cosquillean con suslancetas en las orejas de los niños. Faustinose desinfla en llanto, su pequeño torax seestremece imperceptible. De la santísimahostia acuchillada goteó sangre. Todos losojitos se agrandan al mirar el dibujo que la'sangre de la hostia deja en la pared de la

Ignacio Betancourt ganó el pre~io nacional de cue';to elaño pasado con su libro De como puadalu~e balo a lamontaña y todo lo demás (Joaquln MortIz, sene delvolador).

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humilde zapatería. La Vieja es una encanta­dora oscura que se limpia los labios con eldorso de su mano arrugada.

Pin cheputobofocabrónojetejodidopendejo,dice un niño alardeando frente al azoro deFaustinito que se queda inmóvil, con lascanicas en la mano, sin respirar. Nunca serécomo él.

Métemelo otro ratito. Ya, ahora le toca atu hermana. La niña se quita los calzones yse inclina con ingenuidad, como si fuera ajugar a la olla de tamales, apoyando lasmanos en una silla, sonriendo mientrasaguarda. Su pequeño trasero en un duraznoque le abre su sabor a Faustinito (en estecuento el niño cree que solo se puede cogerpor atrás). El, con un pito como el de su tíoentra y sale en un sueño, entra y sale de lafruta de la niñas vestidas de blanco y conzapatos de tacón, El, con su traje azulbrillante y su corbata como mariposa es elgallo con las gallinas en el corral del Edén.Bueno adios, tengo que ir a misa. No tevayas. Lo detienen, lo empiezan a jalar.Faustino despierta que ya es hora. La mari-

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posa corbata se va volando. Despierta se teva hacer tarde. Faustino se levantó con elpajarito tieso. Ahora no podría hacer suprimera comunión.

Entre vapores, mientras revuelve la comidaen un caldero sucio del que salen gritos deniños de siete años, un diablo grande, dosmetros, color rojo oscuro, fornido, medioviejón, caliente caliente, canturrea despaciocon voz cavernosa: no vayan a tener malospensamientos antes de comulgar.

En su ansiedad el corazón de Faustino seha herido al golpearse contra las costillas.Llega el pequeño corriendo hasta la sacristia,la parte más oscura, donde los confesionariosson pequeñas cuevas de madera por las quese sale el perdón o la tragedia. Ya se oyenlos pasos de la misa de ocho La esperadamisa de la primera comunión muy adornadatoca las campanas. Qué se te ofrece niño.Vengo a confesarme, padre. Arrodillado.Lívido. A punto de llorar. Len tamente elhombre acomoda su cuerpo inmenso cercadel niño. Cuánto hace que te confesaste. Demiedo la lengua se le hace bola. El silenciole aprieta el cuello a Faustino. Ayer. Logra.decir. Ayer. Ayer, replica el cura. Sí, timida­mente. Quítate de aquí, esto no es un juego,y se levanta fastidiado. El niño se hunde. Eltemor sóÍido le golpea la cabeza. Faustino sedesploma dentro de si mísmo. Se empeque­ñece y se resbala por su propia inmensatraquea pecadora. Angustiado en el fondo desus entrañas, con los ojos grandes por elmiedo. Padre, padre, pero el hombre se alejacon sus pestilencias particulares. Los pedosentre los pliegues de la sotana, la salivatruculenta. Faustino inmóvil en el fondo,junto a la cueva de madera, realmente asus­tado. Desde el techo de la sacristía unmurciélago dice: que ojete. Y se balanceacabeza abajo.

Padre pequé en un sueño. Padre no medeje en pecado pensó decirle al cuervo gigan­tesco que se alejaba. Mudo, en silencio prefi­rió ir a comulgar. Era el día de la madre, noiba hacerla enojar. Cuando me ponga lahostia en la boca no me la como, la guardoen una caja de cerillos y me la paso hastaque vuelva a confesarme.

La delgada blancura del mentado cuerpode cristo es una isla inverosímil que sedesintegra sobre la lengua azorada de Fausti­no. Las velas parpadean.