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Perfilbioaráfico W ILLIAM GORGAS, SOLDADO DE LA SALUD PÚBLICA1 Jmathun Lemard2 Desde cualquier punto de vista, William Crawford Gorgas vivió a plenitud. Hijo de un distinguido general de la guerra civil, fue, en distintas ocasiones, “rebelde descalzo” partidario de las tropas del Sur; médico del ejército; director de la primera campaña eficaz contra la fiebre amarilla en Cuba; administrador de las actividades sani- tarias del proyecto del canal de Panamá; di- rector general de sanidad del ejército de los Estados Unidos durante la primera guerra mundial y, durante muchos años, la autori- dad más venerada y respetada del mundo en materia de salud pública. A diferencia de muchas figuras eminentes en el campo de la medicina, Gor- gas nunca fue investigador. Se limitó, más bien, a las funciones administrativas, pero tan admirablemente que convirtió en un refi- nado arte el ejercicio de la administración ’ Este es el tercero de una sene de perfiles biográficos de personajes que se han destacado en el campo de la salud púbhca de las Américas. Se publica en el Bulletrn ofthe Pan Amencan Health Orgmzahon, Val. 25, No. 2, con el titulo “Wiiam Gorgas, Soldw of Public Health”. * Escritor mdependlente de artículos biomédicos y editor del Bulletrn of the PanAmencm Health Organrzatmn. Dirección postal: 14 Gully Lane, RFD-1, E. Sandwich, Massachu- setts 02537, EUA. en salud pública y obtuvo resultados es- pectaculares. Su formación temprana tuvo mucho que ver con ello. Gorgas nació cerca de Mobile, Alabama, el 3 de octubre de 1854, seis años antes de que estallara la guerra civil de los Estados Unidos. Su madre, Amelia Gayle, venta de una distinguida familia su- reña, ya que su padre había sido gobernador de Alabama, congresista y juez de distrito. Josiah Gorgas, el padre de William, se había criado en Pensilvania y era oficial del ejército de los Estados Unidos y perito en artillería. Al nacer su hijo trabajaba como director del ar- senal federal de Mount Vemon, a pocos ki- lómetros de Mobile. Cuando estalldla guerra civil, Jo- siah Gorgas luchó a favor del Sur. Jefferson Davis, presidente de la Confederación, ad- virtió sus aptitudes (ya que Gorgas probable- mente sabía más de municiones que ningún otro ciudadano estadounidense de la época) y lo nombró general de brigada y jefe de arti- llería de las tropas del Sur. Por tal motivo, en 1861 Gorgas se trasladó con su familia a Rich- mond, capital de la Confederación, donde fi- guró entre los principales líderes del ejército confederado hasta la derrota del Sur en 1865. Debido, en parte, al ejemplo mi- litar de su padre, William fue belicoso en su niñez. En determinada ocasión entró en ba- talla con toda la clase, usando las pizarras como armas de combate. Fue tanta la expe-

ILLIAM GORGAS, SOLDADO DE LA SALUD PÚBLICA1hist.library.paho.org/Spanish/BOL/v112n3p223.pdf · tirando de un cabestro a su preciada vaca; de- ... Mi padre se había ido al sur con

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Perfil bioaráfico

W ILLIAM GORGAS, SOLDADO DE LA SALUD PÚBLICA1

Jmathun Lemard2

Desde cualquier punto de vista, William Crawford Gorgas vivió a plenitud. Hijo de un distinguido general de la guerra civil, fue, en distintas ocasiones, “rebelde descalzo” partidario de las tropas del Sur; médico del ejército; director de la primera campaña eficaz contra la fiebre amarilla en Cuba; administrador de las actividades sani- tarias del proyecto del canal de Panamá; di- rector general de sanidad del ejército de los Estados Unidos durante la primera guerra mundial y, durante muchos años, la autori- dad más venerada y respetada del mundo en materia de salud pública.

A diferencia de muchas figuras eminentes en el campo de la medicina, Gor- gas nunca fue investigador. Se limitó, más bien, a las funciones administrativas, pero tan admirablemente que convirtió en un refi- nado arte el ejercicio de la administración

’ Este es el tercero de una sene de perfiles biográficos de personajes que se han destacado en el campo de la salud púbhca de las Américas. Se publica en el Bulletrn ofthe Pan Amencan Health Orgmzahon, Val. 25, No. 2, con el titulo “Wiiam Gorgas, Soldw of Public Health”.

* Escritor mdependlente de artículos biomédicos y editor del Bulletrn of the Pan Amencm Health Organrzatmn. Dirección postal: 14 Gully Lane, RFD-1, E. Sandwich, Massachu- setts 02537, EUA.

en salud pública y obtuvo resultados es- pectaculares.

Su formación temprana tuvo mucho que ver con ello. Gorgas nació cerca de Mobile, Alabama, el 3 de octubre de 1854, seis años antes de que estallara la guerra civil de los Estados Unidos. Su madre, Amelia Gayle, venta de una distinguida familia su- reña, ya que su padre había sido gobernador de Alabama, congresista y juez de distrito. Josiah Gorgas, el padre de William, se había criado en Pensilvania y era oficial del ejército de los Estados Unidos y perito en artillería. Al nacer su hijo trabajaba como director del ar- senal federal de Mount Vemon, a pocos ki- lómetros de Mobile.

Cuando estalldla guerra civil, Jo- siah Gorgas luchó a favor del Sur. Jefferson Davis, presidente de la Confederación, ad- virtió sus aptitudes (ya que Gorgas probable- mente sabía más de municiones que ningún otro ciudadano estadounidense de la época) y lo nombró general de brigada y jefe de arti- llería de las tropas del Sur. Por tal motivo, en 1861 Gorgas se trasladó con su familia a Rich- mond, capital de la Confederación, donde fi- guró entre los principales líderes del ejército confederado hasta la derrota del Sur en 1865.

Debido, en parte, al ejemplo mi- litar de su padre, William fue belicoso en su niñez. En determinada ocasión entró en ba- talla con toda la clase, usando las pizarras como armas de combate. Fue tanta la expe-

riencia que adquirió en sus frecuentes riñas que más tarde, pese a su aspecto gentil, era bien conocido por su agilidad con 10s puños.

Por la misma razón, posible- mente, a William le encantaban las cosas mi- litares y los libros de soldados y batallas. A su madre, que era muy religiosa, le complacía sobremanera la dedicación de su hijo a la Bi- blia, hasta que descubrió que emanaba, no de la piedad, sino de su interés en las guerras de los israelitas. Durante todo un invierno Wi- lliam insistió en andar descalzo para mani- festar su solidaridad con las maltrechas tro- pas sureñas y, de hecho, se empeñó en llegar a ser oficial del ejército.

La postura militar del niño se puso a prueba en 1865, cuando el ejército confederado se retiró de Richmond. En aque- lla ocasión iban a destruir los almacenes de la ciudad y a prender fuego al arsenal, que que- daba muy cerca de la casa de los Gorgas. Al general Gorgas le ordenaron que abando- nara la ciudad con Jefferson Davis y los miembros del Gabinete de la Confederación, pero antes de marcharse discutió la situación de la familia con su hijo de ll años.

“Llamó a William y le dijo, en tono solemne, que dejaba en sus manos la se- guridad de su madre y sus hermanas [. . . ] . Le indicó que al incendiarse determinado edifi- cio las llevara a casa de su tio, Thomas Bayne, y le suplicó, sobre todo, que no se olvidara de la vaca doméstica. En poco tiempo gran parte de la ciudad ardía en llamas y ante el espec- táculo de las tropas federales asomando triunfantes por la montana, la conmoción fue aun mayor. Los Gorgas abandonaron el ho- gar y se encaminaron por la calle Cary hacia el refugio designado. Adelante iba William, tirando de un cabestro a su preciada vaca; de- trás venían sus cuatro hermanitas, prendidas de la falda de la madre, quien llevaba en bra- zos al bebé. Reinaba el caos en toda la ciudad [. . .] . Se oyó, de súbito, una gran explosión y el aire se llenó del estallido de proyectiles. iE

arsenal se había incendiado! Todos los Gor- gas, salvo uno, tomaron el incidente con calma. El único en alborotarse fue la vaca, que empezó a dar cabrioladas frenéticas, arras- trando a su joven guardián de un lado a otro. Wiie, sin embargo, no soltaba el cabestro. Entre el crepitar de llamas y el estallido de proyectiles, cuando pasaban por la esquina de las calles Cary y Quinta un pedazo de gra- nada alcanzó al agitado animal, que pegó un brinco y lanzó al pequeño William de cabeza contra un adoquín. Tan aturdido quedó el niño que, cuando recobró su compostura, la vaca había desaparecido para siempre de la histo- ria de la fan-úLia Gorgas. A WiUie le afectó te- rriblemente la desgracia; el no haber cum- plido el mandato de su padre lo llenó de profundo desconsuelo.

“ ‘No es para tanto, Wiie’, dijo su madre. ‘iQué tal si la granada hubiera al- canzado al bebé en vez de la vaca?

” ‘Pensé en ese momento’, dijo Gorgas más tarde al recordar el incidente, ‘que las mujeres tienen una idea muy exagerada del valor de los bebés’ ‘t3

El general Gorgas estuvo au- sente casi un aíío y mientras tanto su familia se refugió en Baltimore, Maryland. Como di- jera William más tarde, “al llegar a Baltimore era un joven rebelde, andrajoso y descalzo, con el estómago tan vacío como los bolsillos. Mi padre se había ido al sur con el ejército. Durante la caída y destrucción de Richmond, se quemó la casa de mi madre con todos sus haberes. Mamá quedó desamparada con seis hijos pequeiios. Vino a Baltimore y aquí la socorrieron algunas amistades”.4 En 1870, al cabo de varios años de dificultades, al gene- ral Gorgas le ofrecieron la rectorfa de la recién establecida Universidad del Sur en Sewanee, Tennessee. Aceptó el cargo y lo ocupó por 10 años.

William ingresó a la nueva uni- versidad, donde se convirtió en un atleta de primera. Aunque al principio le fue mal en los

224

3 MD Gorgas, BJ Hendrick. Wilhm Crawford Gorgas: bis Zife and work. New York: Doubleday; 1924, pp. 39-40.

4 Ibid., p. 41.

estudios, más tarde se dedicó a los libros (dí- cese que por haber escuchado a su padre la- mentarse de su mal rendimiento académico) y se recibió con buenas calificaciones. Pasó un año en Nueva Orleáns estudiando derecho, oficio que gustaba a su padre, pero lo aban- donó para seguir su anhelada carrera militar.

Al principio le fue difícil conse- guir un nombramiento. En aquel tiempo casi todos los oficiales se educaban en West Point, donde nadie era admitido a menos que tu- viera residencia fija en un estado. Como al trasladarse provisionalmente a Nueva Or- leáns Gorgas había perdido su residencia en Tennessee, se le denegó el ingreso a West Point. No obstante, tan resuelto estaba a con- seguir algún nombramiento que tomó una decisión sorprendente. Los médicos en aquella época eran fácilmente admitidos al ejército debido, en parte, a que los médicos castrenses recibían malos sueldos y tenían mala reputación. Por consiguiente, Gorgas decidió hacerse médico con la expresa finali- dad de entrar al ejército.

Con tal fin inició sus estudios en el Bellevue Medical College de la Ciudad de Nueva York, donde pronto se enamoró de la medicina y se entregó de lleno a estudiar. Se graduó con excelentes calificaciones en 1879, trabajó brevemente como interno en el mismo hospital e ingresó en el cuerpo de sanidad del ejército de los Estados Unidos en 1880.

Desde entonces hasta 1898, año en que estalló la guerra entre España y los Es- tados Unidos, Gorgas vivió como un simple médico castrense y trabajó en varios campa- mentos militares en Texas, Dakota del Norte y la Florida. Como en esos lugares no había muchos médicos, Gorgas atendía no solo al personal militar de cada campamento sino también a la población civil de los alrededo- res. A la vez se dedicaba a leer publicaciones médicas ya mantenerse al corriente de los úl- timos adelantos. Los campamentos milita- res, sin embargo, solían ser rudimentarios y ofrecían condiciones de vida limitadas.

Mientras trabajaba en el fuerte Brown en Brownsville, Texas, Gorgas tuvo su primer gran encuentro con la fiebre amarilla o, como la llamaban entonces, yelluzu jlzck; es decir, ‘bandera amarilla”. En 1882 hubo un brote importante de la enfermedad en Fort Brown y otras zonas vecinas de Texas, yen el territorio mexicano que quedaba al otro lado del río Grande. Gorgas, que nunca había te- nido fiebre amarilla y por lo tanto no era in- mune, fue a preparar el terreno para la lle- gada de una delegación médica muy grande que, con el paso del tiempo, llegaría a tratar unos 2 300 casos de la enfermedad.

Marie Cook Doughty, cuñada del comandante de la guarnición, fue una de las personas afectadas. Enfermó gravemente, con los “vómitos negros” de los casos mortales, y hasta fue asignada a una fosa común. Gor- gas, que por lo general se encargaba de des- pedir con algún grado de formalidad a las víctimas, preparó el oficio funeral. Pero poco a poco, milagrosamente, la enferma se fue recuperando. Entretanto, el propio Gorgas contrajo la fiebre amarilla y fue hospitali- zado. Los dos convalecientes se conocieron, entablaron una amistad y se casaron al cabo de tres años.

Después de su enfermedad, que le confirió inmunidad, Gorgas era llamado a menudo a prestar sus servicios durante los brotes de fiebre amarilla. Este podría ser el motivo de que entre 1888 y 1898 Gorgas vi- viera en el fuerte Barrancas de Pensacola, Florida, lugar notorio por sus epidemias de fiebre amarilla, donde adquirió fama dentro del círculo militar por su hábil tratamiento de la enfermedad.

L s AHABANA 2

Cuando el acorazado estadouni- 3‘

dense Maine explotó en el puerto de La Ha- 4 bana en 1898 y los Estados Unidos declararon P guerra contra España, Gorgas fue enviado a $ Cuba por orden militar. Las hostilidades no 4 duraron mucho, pues los españoles fueron pronto derrotados. No obstante, la fiebre ti- 225

foidea, la malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades atacaron a los miembros de la fuerza expedicionaria y no tardaron en co- brar más víctimas y muertes que todas las ba- tallas juntas. La fiebre amarilla, famosa por sus epidemias arrasadoras y gigantesca mortan- dad, era especialmente temida.

A Gorgas lo habían asignado al pabellón de fiebre amarilla de uno de varios hospitales locales que había en Siboney, Cuba, y pronto asumió la dirección del hospital. A los pocos meses, sin embargo, la comandan- cia estadounidense resolvió hacer frente al creciente peligro de la fiebre amarilla que- mando todos los hospitales y el poblado en- tero de Siboney. La decisión, aprobada por Gorgas, se apoyaba en la noción equivocada de que la fiebre amarilla se propagaba por contacto con fómites, o sea, objetos conta- minados por los pacientes.

En esa época, Gorgas se contagió con fiebre tifoidea y fue a recuperarse en los Estados Unidos, pero pronto volvió a Cuba, donde fue nombrado jefe de cirugía militar del Departamento de La Habana a comien- zos de 1899. Tras el nombramiento del gene- ral Leonard Wood como gobernador militar de Cuba en el mismo año, Gorgas pasó a ocupar el cargo de jefe de asuntos sanita- rios de la ciudad de La Habana, y así logró colocarse a la cabeza de la campaña contra yellow Jack.

La fiebre amarilla constituía un verdadero peligro para la fuerza expedicio-

0: naria y el creciente número de inmigrantes

m españoles no inmunes que entraban al puerto w de La Habana. Cuba, La Habana en particu- 4 2 lar, era el núcleo endémico de la fiebre ama- -4 Ñ

rilla, y si bien los habitantes durante la infan-

E cia solían contraer casos leves que les conferían

: inmunidad contra la reinfección, la situación

s era distinta para los adultos que llegaban a

2 Cuba sin ninguna inmunidad. Tarde o tem- ci m

prano se contagiarían de fiebre amarilla y

B muchos (25% o más) morirían.

õ m

Gorgas y sus colegas sabían que las epidemias de fiebre amarilla solían pro- pagarse rápidamente cuando la población no inmune era muy numerosa. Por consi- guiente, no fue muy grande su optimismo al ver que en 1898 y 1899 hubo menos de 250 muertes por fiebre amarilla en La Habana, puesto que en esos años habían llegado po- cos inmigrantes no inmunes. Más bien, se alarmaron cuando en 1900 las estadísticas mostraron una gran ola inmigratoria capaz de generar una epidemia incontenible que po- dría acabar con toda la fuerza expedicionaria y los inmigrantes a la vez.

Preocupado por la amenaza de la fiebre amarilla y ansioso de afrontar otros problemas de salud, entre ellos una enorme epidemia de fiebre tifoidea, Gorgas se dedicó a limpiar La Habana. La fiebre amar& como se ha mencionado, solía atribuirse a la mala higiene y su transmisión al contacto con fó- mites: ropa, sábanas, mantas, muebles y otros objetos contaminados por los enfermos, y era lógico suponer que el saneamiento de la urbe fuera la manera más eficaz de combatirla.

Limpiar La Habana, sin em- bargo, no era fácil. Nunca había tenido un buen sistema de saneamiento, pero al cabo de cinco años de implacables luchas internas, a las que se sumó para colmo la guerra de Cuba, la ciudad se había convertido en un foco de putrefacción. “Había olores atroces por to- das partes; las calles estaban llenas de ver- duras podridas, animales muertos, aguas re- siduales y toda clase de inmundicias. Los hospitales estaban tan llenos [. . .] que mu- chos enfermos no encontraban albergue y yacían moribundos en las calles. Se veían ni- ños deambulando en absoluto desamparo [. . .] en cualquier parte había mendigos, cubiertos de llagas purulentas, implorando limosna”.5

Gorgas se entregó por entero a la obra. Naturalmente, impuso medidas espe- cíficas para detener la propagación de la fie- bre amarilla. Estas consistieron en poner en aislamiento y cuarentena inmediatos a todos

226 5 Ibid., pp. 82-83.

los casos de fiebre amarilla que se notifica- ran, enterrar a los muertos con las precaucio- nes debidas y desinfectar toda zona en cua- rentena después de la muerte o recuperación del paciente.

Aun más notable, bajo su direc- ción se llevó a cabo una obra de saneamiento a gran escala tal como nunca se había visto en La Habana. Sus brigadas no descuidaban un solo rincón. Lejos de limitarse a recoger la ba- sura y dejar limpios los sitios más transita- dos, se esmeraban en asear los callejones y barrios pobres que la mayor parte de la pobla- ción desconocía. Penetraban en patios, ca- sas, oficinas, almacenes y fábricas y ordena- ban la instalación de nuevas tuberías o sistemas de desagüe, según fuera necesario. En todas partes cumplían el mandato de lim- pieza absoluta emitido por Gorgas. Diaria- mente alrededor de 300 hombres se dedica- ban a esta labor y no pasaron por alto ni un solo edificio en toda la urbe de 300 000 habitantes.

La razón de que toda esta activi- dad se ejecutara sin asomos de insubordina- ción quizá tenga que ver con el hecho de que Gorgas ya había superado el temperamento belicoso de su juventud. A partir de sus años universitarios aprendió a moderar su mal ge- nio y a comportarse de manera modesta, afa- ble y apacible. Cabe suponer, por otra parte, que la marcha del tiempo y los años dedica- dos a atender a los menesterosos en los cam- pamentos militares le ayudaron a fortalecer su sensibilidad, tacto y gentileza, cualidades desplegadas al máximo durante el proyecto y que ayudaron a crear un ambiente propicio para su ejecución.

“Un día se vio salir de la oficina del jefe de cirugía militar (Gorgas) a una ro- busta negra cuyo rostro reflejaba una enorme alegría; solo minutos antes había entrado al recinto furiosa y agitada.

“iPor qué está tancontenta?“, al- guien le preguntó. “Al fin hay justicia en La Habana”, respondió, “y el Rey esta ahí dentro.

“Gorgas no había hecho más que conversar con ella brevemente. La casa de la mujer necesitaba ciertas reparaciones, pero icómo pedirle a alguien tan pobre que de- sembolsara tanto dinero! No obstante, Gor- gas le explicó el porqué de las medidas su- geridas y su repercusión en la salud. También le explicó somera y apaciblemente en qué consiste el ser buen ciudadano. Era quizá la primera vez que un funcionario público tra- taba con tanta consideración a esta mujer, que a partir de ese momento se convirtió en una entusiasta promotora de la labor de Gorgas”.6

La campaña produjo cambios sorprendentes. Después de varios meses de limpieza, incineración y desinfección, La Ha- bana quedó mucho más limpia que cualquier otra ciudad tropical del mundo y casi tan pul- cra como Ginebra. Mientras tanto desapare- ció la epidemia de fiebre tifoidea, disminuyó la incidencia de muchas otras enfermedades y la tasa general de mortalidad se redujo rá- pidamente, de 34 defunciones por 1000 resi- dentes de La Habana en 1899 a 24 en 1900.

Lamentablemente, ninguna de esas medidas redujo el ímpetu de la fiebre amarilla. De hecho, la mortalidad aumentó -como señalaban complacidos los cubanos que habían visto la limpieza con recelo- de 103 defunciones en 1899 a 3lO en 1900. Hoy día, la razón nos parece obvia. La fiebre amarilla no se transmitía por contacto con objetos contaminados sino por la picadura del mos- quito Aedes aegypfi, que entonces se Llamaba Sfegmrzyia @cinta. Este mosquito prolifera en recipientes de agua dulce, como floreros y barriles de agua de lluvia, de manera que ? ” aunque la limpieza general destruyó algunos criaderos, muchos persistieron, y ni la pobla- s ción de Sfegmyia ni la fiebre amarilla se vie- ron muy afectadas. Al contrario, el creciente 2 número de víctimas de la enfermedad indi- =i

taba que las grandes masas de inmigrantes y =! 3

de tropas extranjeras no inmunes que llega- ban a La Habana y sus alrededores podrían 4 de un momento a otro desencadenar una epi- 2 demia incontrolable. $ 4

6 Ibid., pp. 126-127. 227

Miembros de una brigada de desinfeccibn en La Habana (Cortesla de los 0% Historieal Archives, National Museum of Health and Medicine, U. of Armed Forces Institute of Pathology)

Sin embargo, en 1900 se empe- zaba a descifrar la función del mosquito. Car- los Finlay, un eminente médico cubano, ha- bía determinado en 1881 que Stegomyuz fasnata

era el vector de la fiebre amarilla. Aunque na- die hizo mucho caso de su teoría, Finlay la si- guió defendiendo. Mientras tanto, llegó de los Estados Unidos a la Habana una comisión de cuatro expertos en fiebre amarilla bajo la di- rección de Walter Reed, otro médico militar. Cuando el grupo se vio obligado a descartar su mejor hipótesis de investigación, Reed re- solvió poner a prueba la teoría de Finlay.

La empresa dio lugar a una serie de experimentos clásicos. Reed hizo cons- truir dos pequeñas edificaciones cubiertas de tela metálica en una zona donde se tomaron medidas estrictas de protección contra la fie- bre amarilla. En la primera colocó a siete vo- luntarios no inmunes a quienes hizo dormir 20 noches seguidas con las sábanas y ropas

inmundas ya usadas por pacientes con fiebre amarilla. Nadie se contagió. En la segunda caseta colocó a dos voluntarios a quienes aisló cuidadosamente de los vectores infectados por medio de tela metálica. Ninguno desarrolló la enfermedad. Por último, expuso a un volun- tario durante tres días consecutivos a los mosquitos infectados, en la segunda caseta. Al cuarto día, el voluntario presentó los sig- nos inconfundibles de fiebre amarilla.

Esta demostración tan especta- cular no bastó para convencer de inmediato a Gorgas ni a muchos otros oficiales médicos notables de la teoría del mosquito. Como di- jera Gorgag dos años más tarde con respecto a la obra de la Comisión Reed, “la ejecución de la labor fue tan briJlante y los resultados tan claros que, cuando repaso la situación en mi mente, no me explico cómo no quedé con- vencido de inmediato. Los muchos años de contacto con personas dedicadas a los aspec- tos prácticos del control de la fiebre amarilla y mi propia experiencia con la enfermedad me habían llegado a convencer hasta tal punto de que los fómites eran las principales 0 únicas

fuentes de contagio, que no tuve mucha fe en la teoría del mosquito”.7

Afortunadamente, el general Leonard Wood, gobernador militar de Cuba, pudo apreciar la posible importancia de los resultados de Reed. En calidad de miembro del cuerpo médico del ejército, le indicó a Gorgas que “dedicara cualquier suma razo- nable a la destrucción de los mosquitos”.* Pese a sus dudas acerca del papel transmisor del mosquito, y a que muchos, incluido Reed, consideraban imposible la exterminación de Stegomyia, Gorgas procedió con su prontitud habitual.

Se estableció una nueva orden municipal obligando a los ciudadanos a pro- teger todos los recipientes de agua contra el mosquito. Brigadas de 50 a 150 hombres, se- gún la estación del ano, recorrfan la ciudad de cabo a rabo buscando criaderos, vaciando y desechando recipientes, cubriendo de tela metálica los depósitos de agua de lluvia, dre- nando estanques y zonas sumergidas y echando aceite en charcas, letrinas y otros lu- gares que no podían desaguarse. En cada do- micilio había una tarjeta con el numero y la ubicación de todos los recipientes de agua (las tarjetas se prepararon antes de la campaña para evitar que se ocultaran recipientes a la hora de la inspección). Por último, cualquier recipiente donde hubiera larvas se destruía tras una advertencia prudente, y se multaba a todo el que tuviera al descubierto recipien- tes con larvas en su domicilio.

Para evitar que se infectara el resto de la población de mosquitos adultos, los tra- bajadores también instalaban tela metálica en cada hospital y domicilio que notificara casos de fiebre amaulla, generalmente menos de dos horas después de la notificación. Una vez que

’ WC Gorgas. Results in Havana during the year 1901 of disinfection for yellow fever. Lmcef. 1902;2:669

* lbzd.

el paciente en un domicilio hubiese fallecido o recuperado la salud, los trabajadores sella- ban todas las habitaciones de la casa en cua- rentena y de la vecindad, las trataban con piretro en polvo y recogían los mosquitos envenenados.

Lo verdaderamente milagroso no fue que Gorgas lograra todo esto sin creer en la teoría del mosquito, sino el que lo lograra con la colaboración del pueblo cubano. Cabe recordar, en medio de todo, que los cubanos no estaban muriendo de fiebre amarilla, sino que eran inmunes. Sin embargo, sus hogares sufrían inspecciones periódicas, estaban obligados a exterminar las larvas en los con- tomos de sus domicilios y la mayoría, al igual que muchos médicos eminentes, considera- ban absurda la teorfa del vector.

El éxito de la campaña se debió a que, dondequiera que iban, Gorgas y sus ayudantes solicitaban y obtenían la colabo- ración del público. La enseñanza y la persua- sión eran sus instrumentos básicos. Gorgas consideraba que su misión era lograr que los habaneros mismos exigieran el cumpli- miento de sus medidas sanitarias, y su cam- pana entera se fundó en el empeño de gene- rar este tipo de actitud entre los habitantes. Por consiguiente, aunque contaba con los medios necesarios para hacer cumplir a la fuerza sus disposiciones, ya que estaba res- paldado por el gobierno estadounidense, Gorgas casi nunca los utilizó. En esto su me- todología fue muy distinta a la del antiguo ré- gimen colonial español, el cual había llegado a destacarse por su arbitrariedad e indiferen- cia. El contraste favoreció en gran medida la ? labor de Gorgas. 2

A todo lo anterior cabe agregar 3 que Gorgas era incansable. Su oficina no ce- rraba nunca. Conoáa bien a todos los inspec- 3 tores, les vigilaba los pasos y supervisaba su =i labor personalmente. Llegó a ser una figura =!

muy conocida en los callejones de La Ha- 3

bana, donde hurgaba los montones de latas y < basura, inspeccionaba los barriles de agua de 2 lluvia, dialogaba con las amas de casa y re&- taba seguidores. De hecho, se ha afirmado,

3

quizá con cierta libertad poética, que “cuando Llamaba a alguna puerta, siempre salía una 229

señora sonriente que lo saludaba, casi inva- riablemente, con estas palabras: ‘Aquí no hay mosquitos, señor ‘t9

Así fue como, pese a las dudas de Gorgas y a la incredulidad y confusión de la ciudadanía, la campana de erradicación de los mosquitos se llevó a cabo sin ninguna difi- cultad. Afortunadamente, se obtuvieron re- sultados espectaculares. Al igual que la cu- caracha y la rata común, el vector Stegomyia fascista era seguidor de asentamientos hu- manos y se reproducía solo en depósitos arti- ficiales de agua fresca y limpia. Era, por lo tanto, más vulnerable de lo anticipado y su- cumbió a las tácticas de Gorgas.

El cambio sobrevino muy pronto. En enero de 1901 La Habana había tenido 24 casos y 7 defunciones por fiebre amarilla, y en febrero, 8 y 5, respectivamente. Como escri- biera Gorgas más tarde, “La lucha contra los mosquitos se inició el 27 de febrero. En marzo hubo solo dos casos, uno el 2 y otro el 8. Esto me causó mucha satisfacción pero poco op- timismo, ya que sabía que podía tratarse de una coincidencia. No hubo ningún otro caso hasta el 20 de abril, hecho que nos sorpren- dió, dada la gravedad de la situación a prin- cipios de año y el gran número de personas no inmunes [. . .]. Semejantes condiciones [. . .] no se habían visto jamás en La Habana. El 21 y el 22 de abril surgieron dos casos más, pero con nuestro sistema de desinfección la enfer- medad dejó de propagarse. Empezaba a sen- tirme bastante seguro de que nuestros resul-

2 tados se debían a la lucha contra los mosquitos.

cn El 6 y 7 de mayo hubo otros cuatro casos, pero N 4

el brote se controló rápidamente. Pasó todo el

2 mes de junio sin ningún caso nuevo hasta el r\l PI

21 de julio”.lO

4 MD Gorgas, BJ Hendrick. Willum Crawford Gorgas: bis life .2 and work. New York: Doubleday; 1924, p. 128.

s Io WC Gorgas. Results m Havana during the year 1901 of

disinfection for yellow fever. Lancef 1902;2:669.

is- õ cq

230

A partir de junio se abandonó la desinfección de los fómites y la campaña contra la fiebre amarilla se centró entera- mente en el mosquito. Desde marzo de 1901 en adelante, hubo un total de solo cinco de- funciones por fiebre amarilla, y a partir de ese momento la enfermedad prácticamente de- sapareció. En 1905 surgió otro brote pequeño que pronto se contuvo. La Habana había sido, además, un foco endémico importante desde donde la fiebre amarilla se había diseminado a otras partes de Cuba y del mundo entero. De ahí que su erradicación de La Habana causara su pronta e imprevista desaparición de Cuba y una gran disminución de su inci- dencia en otros lugares, sobre todo en las zo- nas periódicamente afectadas del Caribe y los Estados Unidos.

Gorgas segundó este exito tan espectacular con su triunfo punto menos co- losal contra la malaria. Como explicara acer- tadamente Ronald Ross en 1897, el mosquito Anopheles es el transmisor de la malaria. Es menos selectivo que Stegomyia fascista en cuanto al sitio de deposición de huevos, puesto que no busca recipientes artificiales y tiene predilección por las aguas frescas con abun- dantes hierbas y algas. Los anofelinos, sin embargo, no son buenos voladores y suelen permanecer cerca del lugar donde han na- cido, lo cual facilita las medidas de control de la malaria.

El sistema de zonificación de La Habana propiciaba, indirectamente, el con- trol de Arzophdes, ya que concentraba la ma- yor parte de la población en el centro de la ciudad y relegaba los jardines y terrenos de cultivo a las zonas periféricas. Cuando a este tipo de zonificación se sumaron el sanea- miento general y la lucha contra Stegurrryia, los anofelinos ya no pudieron propagarse con facilidad en el medio urbano.

Para agilizar las cosas Gorgas or- ganizó una brigada de lucha contra Anopheles que llegó a tener hasta 150 trabajadores. Su función principal era abrir y limpiar zanjas y restringir la irrigación de lugares que servían de criaderos en las zonas agrícolas circun- dantes. La brigada tema su propio director y no tenía vínculo alguno con la campaña de

erradicación de Stegornyia. Sumada a los be- neficios indirectos de la lucha contra este úl- timo vector, la labor de la brigada redujo las defunciones por malaria en La Habana de 325 en 1900 a 77 en 1902.

Fue indiscutible el enorme éxito de estas campañas contra los mosquitos, que fueron las primeras de este género en efec- tuarse a gran escala y sistemáticamente en todo el mundo. Como dijo Gorgas en una carta a Ronald Ross, “Por primera vez desde [. . .] 1762 estamos exentos de fiebre amarilla en octubre y la malaria se ha reducido a menos de la mitad”.‘*

Como es lógico, estos aconteci- mientos afectaron mucho a su ejecutor. Gor- gas llegó a creer, con razón, que lo logrado en Cuba podría repetirse en otras zonas tropi- cales y que la fiebre amarilla, la malaria y otras plagas similares podrían vencerse por com- pleto. De ahí en adelante, se entregó de lleno a erradicarlas.

L OS PROBLEMAS EN PANAMÁ

En aquella época los Estados Unidos se preparaban para construir un ca- nal en el istmo centroamericano, bien fuese en Nicaragua o Panamá. Consciente del pe- ligro de la malaria y la fiebre amarilla, Gorgas suplicó al director general de sanidad del ejército, George Stemberg, que intercediera ante las autoridades hasta lograr medidas sa- nitarias apropiadas y que le concediera ser su director. De ahí que se le nombrara jefe sani- tario del proyecto. En 1902 Gorgas hizo una visita preparatoria a Washington; en marzo de 1903 el Congreso reconoció oficialmente su labor en La Habana y lo ascendió al rango de

l1 LJ Bruce-Chwatt. Ronald Ross, William Gorgas, and malaria eradicabon Am j ikp Med Hyg. 1977;26:1074.

coronel. Pasó dos años estudiando los pro- blemas sanitarios propios de la construcción de un canal en la América Central, y viajó al canal de Suez y a Panamá.

El Panamá de aquella época era un foco de pestilencias. La malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades atacaban a to- dos los forasteros. Gran número de conquis- tadores enfermaron y perecieron cruzando el istmo en busca de oro a lo largo del río Cha- gres. Durante el período de la fiebre de oro en California, murieron muchos de los obreros que construían la línea ferroviaria panameña que pasaba por esa misma ruta, y se dice que cada traviesa instalada costó una vida. Los constructores franceses que, bajo la direc- ción de Fernando de Lesseps, famoso por el canal de Suez, trataron de edificar el canal en la década de 1880 siguiendo la ruta del río Chagres, sufrieron peores pérdidas. En nueve años tuvieron cerca de 20 000 defunciones y, frente a esta mortandad, vieron desvane- cerse la esperanza de abrir un canal.

Años más tarde, James Stanley Gilbert, ciudadano estadounidense y habi- tante de la zona desde haáa mucho tiempo, resumió en verso el recuerdo latente de la situación:

Más allá del río Chagres, dice una vieja patraria, de oro virgen del más puro se encuentra una gran montaña; pero es mi firme opinión, cualquiera que sea el cuento, que al cruzar el río Chagres se va derecho al infierno.

Puesto que nada de lo anterior era un secreto, Gorgas sabía que enfrentaría

Tj, w

grandes problemas de malaria y una trampa segura y gigantesca tendida por la fiebre % amarilla. Por lo tanto, antes de salir para Pa- z

namá pidió encarecidamente los suministros =! 3

necesarios y suficiente personal experto para . llevara cabo su misión. -2

Se le denegó lo que pedía. Enton- s ces, como ahora, los grandes descubrimien- 8 4 tos no se asimilaban de inmediato y tema que transcurrir más tiempo para que la gente cambiara de opinión sobre el mosquito. Des- 231

pués de todo, hasta 1901 el propio Gorgas ha- bía dudado de la función del mosquito como vector. De ahí que fuera irónico, pero no sor- prendente, que el almirante John G. Walker, jefe de la recién formada Comisión del Canal, calificara de disparatadas las ideas de Gorgas sobre la transmisión vectorial y que los otros seis comisionados las estimaran una pérdida de tiempo. En fin, Gorgas salió de Washing- ton con $50 000 -mucho menos de lo que había pedido- y un equipo de siete perso- nas que él mismo escogió y con las que llegó a Panamá en jumo de 1904.

Al cabo de unos meses, después de un brote de malaria, regresó a su país. Tan pocas eran las requisiciones aprobadas y tan escaso el envío de suministros que el trabajo se veía gravemente obstaculizado. Sin em- bargo, ni Walker ni los demás cedieron. “Esa idea suya del mosquito es una chifladura”, le dijo el comisionado George Davis. “Todos los que estén de acuerdo con usted están chifla- dos. Sáquese esa idea de la cabeza”.12

Walker y su primera comisión eran, además, ahorrativos en extremo. A tal extremo llegaba su frugalidad y tanto afán te- nían de revisar personalmente cada medida y el más mínimo gasto, que inventaron un sistema de normas y reglamentos tan intrin- cado y oneroso que parecía diseñado para impedir las actividades en el Istmo.

“Para alquilar una carretilla du- rante una hora se necesitaban seis facturas distintas. Los carpinteros no podían serru- char tablas de más de 10 pies de largo sin una autorización firmada. El papeleo necesario para preparar la nómina quincenal era abru- mador: en septiembre, cuando eran 1800 los trabajadores en la nómina, el pago demoró seis horas y media y hubo que preparar 7 500 ho- jas separadas que pesaban un total de 103 libras”. l3

l2 D McCullough. The pafh behueot fhe seas. New York: Siion and Schuster; 1977, p 423.

l3 hd., p 439.

Aunque no logró convencer a la Comisión, Gorgas conocía los enredos de la burocracia y no perdió los estribos ni se dio por vencido. Más bien, regresó a Panamá de- finitivamente, esta vez con su esposa. A fin de cuentas, y debido en parte a su calma y persistencia, Gorgas perseveró más tiempo que cualquier otro alto funcionario del canal y fue el único de los oficiales clave que super- visó la construcción de la “gran zanja” desde el principio hasta el final.

Entretanto, fue Teddy Roosevelt quien se impacientó con los comisionados. Movido por una ola creciente de descontento público frente a los problemas sanitarios y las demoras burocráticas, el Presidente despidió a los siete comisionados y nombró a otros a partir del 1 de abril de 1905. Esta medida puso fin a la parálisis burocrática y en junio del mismo año se hizo el nombramiento de un nuevo jefe de ingeniena, John Stevens, quien admiraba a Gorgas y le concedió absoluta li- bertad de acción. A los pocos meses, Stevens defendió a Gorgas ííente a una maniobra para despojarlo de su cargo. La maniobra resultó contraproducente, puesto que al contem- plarla, Roosevelt consultó con sus amistades y médicos expertos y determinó que Gorgas merecía conservar el cargo y desempeñarlo con pleno respaldo.

Todo esto sucedió en medio de una acelerada crisis sanitaria. Con el cre- ciente número de personas no inmunes, la fiebre amadla asomó de nuevo. El primer caso se notificó en noviembre de 1904 y a fines de enero de 1905 se sabía que la enfermedad an- daba al acecho. Se notificaron muy pocos ca- sos -seis en diciembre y en enero ocho más dos defunciones- pero el numero de victi- mas fue aumentando paulatinamente y agi- gantándose en la mente de quienes conocían los horrores del pasado en Panamá. En abril, la fiebre amarilla mató a dos de los principa- les funcionarios de la compañfa constructora del canal. El temor, atizado por la prensa, se apoderó de los trabajadores y suscitó un éxodo progresivo de personas recién llegadas.

En junio se produjeron varios acontecimientos asombrosos. El numero de enfermos de fiebre amarilla se duplicó de un

mes a otro, ascendiendo a 62 casos confir- mados y 19 defunciones. Un caso de peste bubónica desencadenó el temor general de que se produjera una epidemia. El 11 de junio John Wallace, jefe de ingenierfa y máximo director de la construcción del canal de Panamá (y hombre cuyo temor a las enfermedades era bien conocido) abandonó el istmo para siem- pre. La inquietud inicial del público se con- virtió en pavor desenfrenado. Cualquier otro asunto quedó opacado por el pánico y se pro- dujo un éxodo sin precedentes en el que hu- yeron tres cuartas partes de los estadouni- denses involucrados en la construcción del canal. El éxodo hubiera sido aun mayor si los barcos hubieran alcanzado para todos. La empresa entera parecía estar al borde del fracaso.

Gorgas, como era de esperarse, no había dejado de luchar mientras las cosas empeoraban, aunque le había llevado mucho tiempo prepararse. Además de los obstácu- los creados por la mezquindad de la Comi- sión y el escepticismo del público acerca del mosquito, descubrió, por otra parte, que es- coger y adiestrara los inspectores locales lle- vaba bastante tiempo. Al principio muchos de ellos, inhabituados ala disciplina, trabajaban descuidadamente, por lo que su trabajo tenía que revisarse.

En febrero de 1905, sin embargo, Gorgas ya estaba preparado para emprender una labor como la que había tenido éxito en La Habana, y así lo hizo. Sus trabajadores empezaron, aunque a pequeña escala, por proteger los barriles de agua pluvial contra el mosquito; desechar o tratar otros tipos de re- cipientes de agua; derramar aceite en los de- pósitos de agua estancada, y fumigar los do- micilios donde hubiera pacientes de fiebre amarilla. También elaboraron varios proyec- tos para proveer de agua entubada a la ciu- dad de Panamá, Colón y otras poblaciones, con miras a eliminar los toneles de agua plu- vial y las cisternas.

Al desatarse el pánico en el mes de jumo, la organización de Gorgas ya había estado llevando a cabo estas actividades du- rante cierto tiempo. Por lo tanto, cuando la primera comisión fue reemplazada y el inge- niero Stevens concedió a Gorgas plena liber- tad de acción, este ya estaba listo para reali- zar una labor a gran escala. A partir de ese momento sus actividades progresaron ad- mirablemente. Como explica David Mc- Cullough en su excelente historia titulada 27~ Path Between the Seas,

“Ahora (Gorgas) se encontraba a la cabeza de la campaña sanitaria más cos- tosa e intensiva que jamás se hubiera presen- ciado [. . .]. Sus requisiciones recibían la má- xima prioridad [. . .] . La ciudad de Panamá se fumigó casa por casa y en algunas zonas re- petidas veces. Lo mismo se hizo en Colón. Brigadas de fumigación, compuestas de cen- tenares de hombres cargando escaleras, re- cipientes de cola, baldes, rollos de papel de embalar y periódicos viejos, desfilaban muy temprano por las calles diariamente como una extraña muchedumbre invasora [. . .]. Las cis- temas y letrinas se cubrían con aceite una vez a la semana. Lo más importante de todo fue la instalación de sistemas de agua corriente en Panamá, Colón, Cristóbal, Ancón, La Boca, Empire y Culebra, con lo que se eliminó, des- pués de muchos siglos, la necesidad de tener recipientes de agua en los domicilios’! l4

Esta estrategia contuvo la fiebre amarilla. En septiembre, con solo siete casos y cuatro defunciones por la enfermedad, la epidemia ya estaba vencida. A las pocas se- manas, Gorgas dijo a algunos colegas du- 2 rante una autopsia, ‘miren bien a este hom- 2 bre”, puesto que nunca volverían a contemplar 8 el cadáver de una victima de fiebre amarilla. A fines de diciembre, la enfermedad había T desaparecido. z

No se debe subestimar la impor- =! 3 tancia de haber erradicado la fiebre amarilla del Istmo por primera vez en la historia, aun- que en términos del daño a la salud, la fiebre

l4 hd., p. 466. 233

.‘t= ci m Arriba: Al igual que en la campana habanera, a los pacientes de fiebre amarilla, como bste

B en el Hospital de Ancbn, se les aislaba con tela metálica no para protegerlos sino para impedir la infeccibn

õ de los mosquitos

w Abajo: Brigada de fumigación en la ciudad de Panamá (Cortesla de los Otis Historical Archives)

234

William Gorgas trabajando en Panamá (Cortesla de los Otis Historical Archives)

amarilla no pasaba de ser una enfermedad muy peligrosa. El verdadero azote era la malaria.

Las manifestaciones de la mala- ria eran más sutiles que las de la fiebre ama- rilla, del mismo modo que el alcóholico cró- nico suele tener un comportamiento menos dramático que el que tiene grandes borrache- ras esporádicas. A pesar de ello, es probable que la malaria del istmo, relativamente rá- pida y mortal, haya cobrado más víctimas que la fiebre amarilla. Se encontraba dondequiera que habitara el hombre y se perpetuaba a tra- vés de las personas infectadas y otras perso- nas parcialmente inmunizadas por contacto repetido con la enfermedad. Además, el vec- tor anofelino parecía ser resistente a todo es- fuerzo de erradicación.

Gorgas entendía bien la situa- ción. A eso de fines de 1904, cuando la epi- demia de fiebre amarilla apenas comenzaba, escribió lo siguiente: “En cuanto a la fiebre

amarilla, el problema no me parece tan difícil como lo fue en La Habana, pero la malaria en el Istmo y la malaria en La Habana son cosas muy distintas [. . .]. En el Istmo [. . .] tenemos un canal muy largo bordeado de unos 20 po- blados y alrededor de 12 000 habitantes dis- persos en un territorio de casi 50 millas de longitud. Sabemos que la mayoría de estos habitantes pueden transmitir la malaria a cualquier forastero que se instale en su me- dio [. . .] que prácticamente todo anofelino hembra que pique a un habitante de la zona del canal se infecta y [. . .] que los Anopheles abundan. l5

Para afrontar este problema, Gorgas ideó una doble estrategia. Consistía en destruir el Anuphdes cerca de los poblados y a la vez administrar un tratamiento profi- láctico a las personas expuestas. Coloco un jefe de inspectores al frente de la organización y le asignó la ayuda de tres expertos, uno es- pecializado en mosquitos, otro en cañerías

l5 WC Gorgas. Sanitary conditions as encountered in Cuba and Panama, and what is being done to render the canal zone healthy. Med Record. 1905;67(5):162.

y desagües, y otro en administración. Luego dividió las 500 millas cuadradas de la zona del canal en 17 distritos y las asignó a 17 inspectores.

El inspector de cada distrito reci- bía periódicamente instrucción y orientación de la oficina del jefe de inspectores. Encabe- zaba, además, un equipo de 25 ó 30 obreros encargados de abrir zanjas y cortar matorra- les; un grupo mas pequeño de carpinteros que reparaban las telas metálicas y las mantenían en buen estado, y uno o dos distribuidores del anthalárico quinina. Investigaciones sobre los hábitos de vuelo de los anofelinos revelaron que en campo abierto raras veces se saIían de un contorno de 100 yardas de donde nacían. De ahí que Gorgas ordenara el desagüe o destrucción de los criaderos que estuvieran a menos de 100 yardas de cualquier vivienda; la exterminación periódica de las larvas en los criaderos que no se pudieran desaguar ni destruir; la eliminación de todas las malezas donde pudieran albergarse los anofelinos adultos en un contorno de 100 yardas; la ins- talación de tela metálica en todos los domici- lios para evitar que el mosquito penetrara, y la distibución periódica de quinina a todas las personas en tratamiento.

Se llevó un control de los resul- tados. Un médico en cada distrito enviaba a la oficina central un informe diario con el nú- mero de casos locales de malaria, y el nú- mero y porcentaje de trabajadores del canal que habían contraído la enfermedad. Los in-

CY formes, que se consolidaban semanalmente

s con una copia para cada inspector de distrito, N daban una idea aproximada de la situación

. 4 2 local. Si en un distrito se observaba un au-

2 mento de la tasa de incidencia de malaria, va- H E

rios inspectores especiales de la oficina cen-

s tral acudían al sitio y trabajaban con el

s inspector local para descubrir la causa y

.-z corregirla. g Al principio los resultados fue- WI B

ron ambiguos y las defunciones por malaria aumentaron -de 9 en 1904 a 199 en 1906-

õ Q con un ritmo mas acelerado que el numero de

empleados en el proyecto del canal (6 700 en 1904 y 26 700 en 1906). La campaña, sin em- bargo, comenzó a dar resultado a medida que fueron corrigiéndose las deficiencias del sis- tema y acumulándose los beneficios del de- sagüe, la destrucción de matorrales y la ins- talación de tela metálica. En 1907, el número de empleados ascendió a 39 300 y las defun- ciones por malaria bajaron a 138. En 1908 las cosas siguieron mejorando y de 43 900 tra- bajadores solo 59 fallecieron de la enferme- dad. Los casos notificados también se redu- jeron de 831 por cada 1000 empleados en 1906 a 282 en 1908 y siguieron descendiendo aun después.

La calidad de la labor se recono- ció desde un principio. En 1904, mientras Gorgas se encontraba en Washington, Ro- nald Ross pasó por el Istmo. A la semana de estar en Panamá declaró que los planes fu- turos de Gorgas eran acertados en todo sen- tido y que podían servir de ejemplo al mundo entero.

A fines de 1906, el presidente Roosevelt visitó las obras del canal Al poco tiempo nombró a Gorgas miembro de la Co- misión del Canal de Panamá y dedicó gran parte de un discurso ante el Congreso a des- cribir los adelantos alcanzados en materia de salud y los méritos de Gorgas. Era quizá la primera vez que un médico del ejército esta- dounidense recibía tanto reconocimiento en un discurso presidencial. En 1908 Gorgas fue elegido presidente de la Asociación Médica Americana.

El doctor Malcolm Watson, que más tarde se hizo célebre por su campaña de erradicación de la malaria en los estados fe- derados de Malaya, también fue a Panamá en aquel tiempo. Describió la obra de Gorgas como “el mayor logro jamás visto en el mundo en el campo de la sanidad” y agregó: “dudo que se vuelva a presenciar algo tan grande [. . .] . Ha sido una labor perfecta y su organización es la única que pudo haber sido fructífera en tales circunstancias’~‘6

236 l6 MD Gorgas, BJ Hendrick. William Crawjord Gorgas. his tife

and work. New York: Doubleday; 1924, p. 231.

Gorgas afrontó la interferencia de George Goethals, sucesor de John Stevens en el cargo de jefe de ingenierfa y presidente de la Comisión del Canal de Panamá a partir de 1908. Goethals, quien estaba obsesionado con el ejercicio de su propia autoridad, repudiaba la importancia de Gorgas y su obra. Quitó del control inmediato del departamento sanita- rio algunas de las actividades principales, es- pecialmente la destrucción de matorrales y la apertura de zanjas, sin lograr reducir con ello el gran impulso que había cobrado el pro- grama sanitario. La obra de Gorgas siguió progresando.

Al final, en 1913, se detectaron únicamente 76 casos de malaria por cada 1000 empleados. Si bien esta cifra resultaba aún bastante alta, la campaña de Gorgas fue un éxito rotundo, dados los antecedentes de Pa- namá y la gran mortandad por malaria en el mundo entero.

Pero esto no fue todo. La neu- monía mataba a más empleados negros del canal -quienes constituían la mayor parte de la fuerza de trabajo- que cualquier otra en- fermedad. Gorgas impuso varias medidas para combatirla: entre otras cosas, la cons- trucción de mejores viviendas, la separación de los domicilios para reducir el contagio, y el aislamiento inmediato de los enfermos. Gra- cias a estas medidas las defunciones por neu- monía se redujeron de 466 en el año fiscal de 1907-1908 a 50 en el de 1913-1914. Las bri- gadas de Gorgas también limpiaron las calles de Panamá y Colón; suprimieron brotes in- cipientes de peste bubónica; combatieron la disenterfa y otros padecimientos; supervisa- ron la modernización y construcción de hospitales y centros de tratamiento, y pres- taron atención médica gratuita a toda la comunidad.

Después de estas reformas, la zona del canal y sus alrededores dejaron de ser una selva pestífera y se convirtieron en la zona tropical más sana del mundo. En 1908,

la tasa de defunción por cada 1000 emplea- dos del gobierno estadounidense (en su ma- yorfa obreros negros del Caribe) fue de 13, probablemente igual a la de un grupo com- parable de obreros neoyorquinos dedicados a un trabajo similar. La tasa de defunción por cada 1000 ciudadanos estadounidenses re- gistrados en la nómina de pago del canal -generalmente oficinistas 0 funcionarios con cargos administrativos menos peligrosos y menos expuestos a la enfermedad- fue de 8. Cuando se celebró la apertura del canal en 1914, estas tasas se habían reducido enorme- mente: la primera a 6 y la segunda a 2. Eran inferiores ala tasa general de los Estados Uni- dos de 14 por cada 1000 habitantes y a las de los tres estados de menor mortalidad: Wash- ington, con 9,5, Minnesota con 9,4 y Ne- braska con 9,2. Si bien es cierto que entre los empleados del canal había menos lactantes y ancianos, cuya tasa de mortalidad suele ser más alta, William Gorgas había transfor- mado el peor foco de pestilencia del mundo en una zona extremadamente sana con una tasa de mortalidad menor que cualquier ciu- dad o estado de su propio país. Hoy en día podemos apreciar cuán asombrosa, extraor- dinaria e insólita fue esta hazaña. Nunca se había visto nada semejante en la historia de la humanidad.

L OS VIAJES Y LA GRAN GUERRA m

Gorgas salió de Panamá en no- viembre de 1913, poco antes de la inaugura- ción del canal. A petición de las autoridades británicas fue a Sudáfrica, donde los mineros negros sufrían una epidemia de neumonía peor que la de Panamá y tan demoledora que anualmente mataba a casi 35% de los traba- jadores. Gorgas pasó más de un mes visi- tando las minas, los alojamientos de los obre- ros y los hospitales locales. Cuando se cerraron las minas en enero a consecuencia de una huelga, fue invitado por el gobierno de Rodesia a Salisbury, la capital, para pres- tar asesoramiento sobre el control de la ma- 237

laria. Mientras cumplía esta misión, supo que el Presidente Woodrow Wilson lo había as- cendido al rango de general de brigada y nombrado director general de sanidad del ejército de los Estados Unidos.

Antes de salir del puerto de Cape Town en febrero de 1914, presentó sus reco- mendaciones ante la Cámara de Minas de Transvaal (la asociación local de mineros pro- pietarios). Muchas se pusieron en práctica y, aunque ninguna fue muy radical, todas sur- tieron efecto. En cuatro años la mortalidad anual por neumonía se había reducido a al- rededor de 0,3% (3 defunciones por cada 1000 habitantes) y por otras enfermedades a cerca de 0,6%, lo cual, visto de cualquier manera, constituyó un gran adelanto.

De regreso a su país, hizo escala en Gran Bretaña, cuyo imperio, aún flore- ciente, tenía desde hacía mucho tiempo los mismos problemas de salud que Gorgas ya había resuelto en La Habana y Panamá. Esta vez fue más que bienvenido. La prensa, los científicos más eminentes en el campo de la medicina y las universidades se esmeraron en rendirle homenaje. La Sociedad Británica de Medicina dio un banquete en su honor y en una ceremonia especial la Universidad de Oxford le otorgó el titulo de Doctor en Cien- cias honoris causa. Según Sir William Osler, el ilustre catedrático de Oxford, Gorgas tuvo el homenaje más grande que jamás hubiera re- cibido un galeno en la historia de Inglaterra,

Gorgas, cuyo rango militar en los Estados Unidos pronto ascendió al’de gene-

2 ral de división, vivió en su país durante los

w próximos dos años. En calidad de director 4 rr) general de sanidad, durante ese tiempo co- z N

laboró con la Junta Internacional de Salud de

E la Fundación Rockefeller, que intentaba erra-

P dicar la fiebre amarilla de sus últimos reduc- g &

tos en las Américas. En 1916 Gorgas apoyó esta

.$ iniciativa mediante una gira de cuatro meses

G por América Central y América del Sur.

B õ ca

238

La finalidad ostensible del viaje era visitar los reductos de fiebre amarilla y re- coger la información necesaria para desarro- llar un programa de erradicación global. Tan grande era su fama, sin embargo, que la gira de Gorgas se convirtió en una sucesión de ce- lebraciones oficiales y entregas de grados universitarios honoríficos, y sus políticas sa- nitarias recibieron el apoyo oficial de las en- tidades públicas más importantes. Todo esto resultó muy favorable, ya que en el fondo la campaña internacional contra la fiebre ama- rilla era un asunto diplomáticamente deli- cado y precisaba que desde un principio se entablaran buenas relaciones. Gorgas era tan amable, accesible y conciente ante cualquier problema que dondequiera que iba desper- taba buena voluntad y un espfritu de colabo- ración. Con esta actitud sentó las bases para otras obras de salud pública en el Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela, Brasil, México y varios países centroamericanos antes de volver a los Estados Unidos en otoño del mismo año.

A su regreso presentó ante la junta directiva un plan para erradicar la fie- bre amarilla de las Américas y del Africa. Se arregló que renunciara al cargo de director general de sanidad para que pudiera dirigir estas actividades, pero los planes fueron in- terrumpidos en abril de 1917 por la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania y la entrada inminente de los Estados Unidos en la primera guerra mundial. En vez de renun- ciar, Gorgas retuvo su cargo y se dedicó a en- grosar las filas del cuerpo médico del ejército de los Estados Unidos.

Esto no era fácil, dada la escasez de suministros y recursos humanos. En abril de 1917, el cuerpo médico del ejército tenía menos de 1000 oficiales debidamente entre- nados y nueve hospitales donde habría que examinar y atender a millones de nuevos sol- dados. Precisaba que en menos de un año el personal de salud y las camas hospitalarias del ejército se multiplicaran milagrosamente un mínimo de 20 veces, pero nadie sabía a qué magia acudir.

Primero Gorgas solicitó el apoyo de la Asociación Médica Americana (AMA)

William Gorgas en funcibn de director general de sanidad del ejército de los Estados Unidos durante la primera guerra mundial (Cortesla de los Otis Historical Archives)

y de otras organizaciones médicas. En cierta ocasión ya había sentado algunas bases im- portantes mediante una campaña dirigida a los médicos, cuyo fin era borrar todo prejui- cio contra la carrera de médico castrense y fo- mentar la entrada de profesionales al cuerpo médico de reserva. También apoyó a un co- mité de médicos ilustres, establecido por la ley de Defensa Nacional de 1916, que estaba en posición de conseguir el respaldo de miem- bros de la profesión y despertar el interés del público por entrar al cuerpo médico de re- serva.

A medida que asomaba el peli- gro de un conflicto bélico, Gorgas explotaba al máximo la opinión favorable del público hacia la guerra y su prestigio personal y po- sición como ex-presidente de la AMA. La re- vista de la AMA publicaba con regularidad su

propaganda de reclutamiento para el cuerpo médico del ejército; detallaba las fases médi- cas del conflicto armado; publicaba los nom- bres de médicos que se unían al cuerpo mé- dico de reserva, y creó una nueva sección titulada “La movilización de recursos médi- cos y la guerra’: Las buenas relaciones entre Gorgas y la AMA hicieron que esta última enviara a cada médico menor de 55 años una carta solicitando que pusiera sus conoci- mientos al servicio de la patria, y una se- gunda apelación a todo el que no contestara la primera. Esta campaña nacional tan bien organizada pronto atrajo la participación de las sociedades médicas estatales, municipa- les y de todo nivel, hasta que toda agrupa- ción de médicos, casi sin excepción, se con- virtió en una agencia activa de reclutamiento para el cuerpo médico de reserva, que crecía a paso acelerado.

Sus tácticas dieron tan milagro- sos resultados que, aun sin recurrir al servi- cio obligatorio, Gorgas logró que en julio de 1918 el cuerpo médico de reserva contara con

23 274 médicos. Cuando se firmó el Armisti- cio el 11 de noviembre de 1918, su departa- mento de medicina castrense, compuesto de voluntarios solamente, tenía 30 591 médicos, 4 620 dentistas, 21480 enfermeras y 281 341 soldados auxiliares, y era mas grande que todo el ejército al comienzo de la guerra y mayor, quizá, que cualquier grupo de estadouniden- ses encabezado por un general de división en épocas anteriores.

A medida que se engrosaban las filas del cuerpo médico, Gorgas se ocupaba de reconocer las diversas especialidades; nombraba a los representantes más destaca- dos de cada una a cargos importantes, dán- doles plena libertad y responsabilidad en su labor, y se aseguraba de que los médicos nuevos fueran asignados a colegas de reco- nocida maestría en su campo.

Gorgas también supervisó un programa general de construcción de hospi- tales cuya magnitud fue tal que al final de la guerra el ejército tema 92 grandes hospitales y un total de 120 916 camas en vez de 9 hos- pitales y 4 150 camas, como había tenido en un principio. Al mismo tiempo, Gorgas or- denó que en Francia hubiera 15 camas de hospital por cada 100 soldados estadouniden- ses asignados al país, proporción que se mantuvo bastante estable.

Gorgas también detalló medidas destinadas a acabar con las prácticas poco hi- giénicas que en guerras anteriores permitie- ron la transmisión desenfrenada de enfer-

s

medades. Impuso, entre otras cosas, estrictas normas de limpieza en los cuarteles, que in-

N ?’

cluían esterilizar toda el agua potable; some-

2. ter a análisis de laboratorio las fuentes de agua N Ñ

destinada a otros fines para determinar su

E inocuidad; instalar tela metálica en las coci-

H nas y comedores; colocar las refrigeradoras a

f2 cierta distancia del suelo y limpiar a diario las .-e bandejas de desagüe; someter todos los ali- E tn

mentos a inspección sanitaria antes de las co-

3 midas; prohibir la presencia de vendedores

õ ccl

240

ambulantes en los cuarteles; fabricar drena- jes en los campamentos sin desagües natu- rales; quemar con aceite una vez a la semana los terrenos destinados a la cría de caballos para evitar la proliferación de moscas, y obli- gar a los inspectores a hacer sus rondas con regularidad para cerciorarse de que estas y otras normas de higiene fuesen observadas.

No todo fue color de rosa. En las fases iniciales, el gran hacinamiento en cier- tos campamentos militares de los Estados Unidos, junto con otros problemas, dio lugar a grandes epidemias de neumonía y saram- pión que ocasionaron muchas muertes. Solo en el mes de diciembre de 1917 hubo más de 150 defunciones por neumonía. No obstante, Gorgas inspeccionó personalmente los cua- tro campamentos en peores condiciones y describió las causas del problema al jefe de estado mayor en un informe que llegó a los ti- tulares de la prensa nacional. También testi- ficó comedidamente ante el congreso, con lo que ayudó a aclarar las cosas, y supervisó los cambios destinados a eliminar las epidemias.

El departamento de medicina por lo general tema que competir continuamente con otros departamentos del ejército que so- lfan recibir la máxima prioridad. Gorgas, sin embargo, desplegó toda su habilidad y ob- tuvo buenos resultados.

Aproximadamente 23 853 oficia- les y soldados de las fuerzas expedicionarias estadounidenses murieron debido a enfer- medades, frente a 50 554 que fallecieron en combate o como resultado de sus heridas.17 Los saldos de víctimas en otras guerras fue- ron muy distintos: en la guerra de Crimea hubo 50 000 muertes por enfermedad frente a 20 000 defunciones en el campo de batalla; durante la guerra civil de los Estados Unidos, tres veces más muertes por enfermedad que por heridas de combate; 10 más entre los sol-

l7 Si se incluyen las tropas que estaban en fase de entrena- miento en los Estados Unidos durante este período, el to- tal de defunciones por enfermedad fue de cerca de 62 618. Esta cifra refleja el impacto de una pandemia de in- fluenza y neumonía gue, según se cree, exterminó a más de medio millón de personas en los Estados Unidos solamente.

dados del ejército inglés en la guerra de Boers, y 14 más entre los soldados estadounidenses en la guerra de Cuba. ‘Tor primera vez en la historia, los Estados Unidos adiestraron, transportaron y enviaron a la guerra a un vasto ejército sin que la pérdida de vidas por enfer- medad superara enormemente a la ocasio- nada por las bayonetas, balas y agentes ex- plosivos del enemigo”, l8

No se trataba simplemente de un fenómeno natural que hubiera acontecido tarde o temprano, puesto que los ejércitos europeos que luchaban en la primera guerra mundial seguían teniendo una alta tasa de mortalidad por enfermedades como la mala- ria, que ya era casi inexistente en los campa- mentos militares de los Estados Unidos. Más bien, la experiencia, determinación y habili- dad de Gorgas habían dado ala salud pública militar un ímpetu jamás visto en tiempo de guerra, y sin su orientación este logro singu- lar probablemente no se hubiera alcanzado.

Un buen día, mientras la aten- ción general estaba aun enfocada en la gue- rra, un amigo de Gorgas comentó cómo las fuerzas del destino habían llevado a un apos- tólico defensor de la vida humana a desem- peñar un cargo de tremenda responsabilidad en la masacre más sangrienta de la historia. Ambos se admiraron de la ironía.

Gorgas le hizo ver que, pese a su gran amor por el ejército, detestaba las ma- sacres y añoraba el fin de la guerra. Su amigo le preguntó qué haría si lo llamaran por telé- fono para anunciarle que la guerra se había acabado.

“iSabe qué haría?“, respondió, “colgar el teléfono, llamar a Nueva York y conseguir un pasaje para América del Sur. Iría a Guayaquil en el Ecuador, único lugar donde aún prevalece la fiebre amarilla, la extermi-

l8 JM Gibson. Physician to the world: the Zife of General WzlEmr~ C. Gorgas. Durham, North Carolina: Duke University Press; 1950, p. 255.

naría, y regresaría a Panamá, jardín del mundo, para pasar el resto de mi vida escri- biendo una elegía sobre esa enfermedacK19

Jubilación y reconocimiento Gorgas no estaba soñando des-

pierto al hacer el comentario citado. El 3 de octubre de 1918, un mes antes del Armisticio y habiendo llegado a la edad obligatoria de jubilación de 64 anos, Gorgas abandonó su cargo como director general de sanidad. En cuestión de semanas, la Fundación Rockefe- ller le había pedido que continuara su cam- paña contra la fiebre amarilla, y con tal fin Gorgas pronto emprendió viaje hacia Gua- yaquil. Pasó aIgún tiempo en esta ciudad y en Quito ideando, junto con las autoridades ecuatorianas, una campaña para erradicar la fiebre amarilla y supervisando la labor preli- minar. El Gobierno del Ecuador lo apoyó de lleno y le encargó que dirigiera toda la inicia- tiva. Aunque ello no fue posible debido a su compromiso con la Fundación Rockefeller, accedió a ser director honorario y, al poco tiempo, expresó confianza en que las medi- das iniciadas bajo su supervisión pronto liberarían a Guayaquil de “la bandera ama- rilla”. Estaba en lo cierto. En mayo de 1919, cuatro meses después de iniciarse la labor, había desaparecido el flagelo que tan in- menso daño había causado a través de los siglos al comercio y a los inmigrantes de Guayaquil.

Para esa época Gorgas ya había visitado el Perú, donde había planificado otra campana y aceptado una vez mas el cargo de 2 director honorario. Pasó casi un año viajando 2 por todo el hemisferio, volviendo en cierta ocasión a Panamá y al Perú antes de prose- 8

guir con su plan de evaluar la situación de la fiebre amarilla en el Africa occidental.

3

Gorgas había ganado la presti- 3

giosa medalla de oro de Harbin por sus ser- 2 .

-2 :

l9 F Martin, MCZJW GeneraI William Crawford Gorgas, M.D., 8 U.S.A. Chicago, Junta Directiva del Gorgas Memorial ;1

Institute (sin fecha), citado en: MD Gorgas y BJ Hen- dxick. William Crqbrd Gmgas: bis Zife and umk. New York: Doubleday; 1924, p. 323. 241

vicios a la humanidad. A fines de mayo de 1920, Gorgas, su esposa y el resto de la ex- pedición africana hicieron escala en Bruse- las, sede del Congreso Internacional de Hi- giene, para recibirla. También le fue otorgada por el rey Alberto la estrella de Bélgica. Asis- tió a distintas ceremonias y funciones socia- les en su honor, y conferenció con las autori- dades sobre la fiebre amarilla en el Congo Belga. De al-ú se dirigió a Londres, donde en- tabló una serie de discusiones con las autori- dades británicas cuya ayuda serfa necesaria para llevar a cabo la expedición africana. Allá, a eso de las dos de la mañana del 30 de mayo, despertó a su esposa, diciéndole que se sen- tia débil y temía haber sufrido una leve apo- plejía paralítica.

Se le trasladó inmediatamente al hospital militar Queen Alexandria, donde permaneció mentalmente alerta y plena- mente consciente de la gravedad de su es- tado. El rey Jorge le confinó el titulo de Ca- ballero (Sir) en el hospital cuando las posibilidades de recuperación parecían re- motas. Gorgas murió pacíficamente el 3 de julio de 1920. Se le hizo una primera cere- monia fúnebre en la catedral de San Pablo, honor nunca concedido previamente a un ciudadano no británico. Después de un se- gundo y último sepelio en los Estados Uni- dos, el 16 de agosto se enterraron sus restos en el cementerio nacional de Arlington.

Un periodista anónimo escribió la siguiente descripción del solemne cortejo fúnebre que desfiló por las calles de Londres:

“Lo que acontecía ese día en Ludgate Hill era insólito y conmovedor. Miré por las ventanas de la casita de postigos ver- des a la sombra de la cúpula, y pensé cuán orgullosos de este sentimiento público po- dían sentirse Londres, nuestro país y el mundo entero. Quien iba a su descanso eterno no era un inglés aristocrático ni un gran britano. Era un niño andrajoso y descalzo de Baltimore al que llevaban a la catedral de San Pablo después de haber cumplido su misión en la vida.

“Su contribución al mundo fue una de las más notables que jamás brotara de la mente de un estadounidense: hizo posible la construcción del canal de Panamá después de que millares de individuos fallecieron en elintento [...].

“Estuvo bien que la muerte le sorprendiera aquí, dándonos la oportunidad de honrar a un hombre extraordinario. Atra- vesó la entrada principal, por donde los rayos del sol inundan la nave de la catedral, y lo co- locaron junto a Nelson, Wellington y toda esa hueste extraordinaria de seres que se detie- nen un rato entre nosotros en su camino a la inmortalidad.

“Lo llevarán a su tierra natal, pero, en realidad, es de todos nosotros. Fue uno de los grandes aliados de la vida, este hombre que aseó los parajes más inmundos y los dejó fragantes. Ahora, como se dijo de Lincoln, ‘pertenece a la eternidad’ ‘!*O

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Los primeros médicos europeos en América

En los viales de Colón partIcIparon varios facultativos que representaban la tendencia médica europea y fueron protagonistas de lo que más tarde se llamaría “el choque de las culturas médlcas” La reina Isabel había dispuesto que en viajes de alguna importancia deberían ir “físicos” para vigilar la salud de la tripulación. En el primer viaje, en que iban entre 90 y 120 personas, se contó con un médico en cada una de las carabelas: el maestre Juan Sánchez viajó en la Santa María, el maestre Alonso de Moguer (o de Mojica) estaba encargado de la Niña y el maestre Diego, de la Pinta (Este último pudo haber sido un farmacéutico o botánico herbario, pero “maestre” o “bachiller” era el título usual de los médicos, siguiendo el grado académico.)

Tal parece que tuvieron poco trabajo en la flota, donde la salud acompaió a todos, y los dos primeros formaron parte del grupo que se quedó en el pequeño fuerte de Navidad, construido con matenales de la Santa María en la costa norte de Haiti. (Algunos sostienen que el maestre Alonso volvió a España con su capltán Martín Alonso Pinzón.) A su regreso once meses después, Colón encontró la pequeña colonla quemada y todos sus ocupantes muertos.

Fuente: Cabezas Solera E. la med/ona en Am&ca: antecedentes San José EdItorjal Nacional de Salud y Seguridad Soual. í990:103-105.

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