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No. 83 5 IMAGEN DE LO POPULAR, MIRADA EN EL ESPEJO The Image of Popular Things: A Look in the Mirror SINTESIS El presente artículo centra el interés en torno a las implicaciones de la noción de lo "popular", a propó- sito de la cultura colombiana inserta en unas diná- micas sociales particulares, donde resulta improce- dente hacer una distinción entre alta y baja cultura, en los términos que para ella dispone la discusión europea. Lo "popular" como lo "público" alimenta una tradición mediada por manifestaciones colectivas que no escapan a los fenómenos de la violencia ni a la estetización de unas formas expresivas; allí operan nuestras visiones de mundo, en los planos de lo polí- tico, lo social y cultural, es decir, en el plano de la cultura de masas, en cuyo ámbito se nutre y cobra sentido toda propuesta artística que quiera respon- der a un contexto crítico. DESCRIPTORES: Cultura de masas, po- pular, violencia bipartidista, violencia social, vida cotidiana, plebe, discurso y retórica. ASBTRACT This article deals with the implications of the notion "popular" in relation to Colombian culture, taking into account the latter's specific social dynamics. The article posits that it is not pertinent to speak of high or low culture, as in Europe. What is considered as popular, as is the case with what is deemed as falling within the public sphere, nourishes a tradition that is influenced by collective expressions that are in turn affected by social violence and by certain aesthetic expressive forms. What is regarded as popular reflects our views of the world surrounding us in political, social and cultural terms. It is in this ambit that artistic proposals seeking to offer a critical context acquire their meaning. DESCRIPTORS: Mass culture, political violence, social violence, daily life, discourse, rhetoric. * Doctor en Literatura de la Universidad Autónoma de México y profesor asociado de la Universidad Tecnológica de Pereira. Autor de varios libros publicados: El laberinto de las secretas angustias (1992); La urbanidad de las especies (1996); Perros de paja (2000); Nido de Cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte (2002); Retazos de ciudad (2002); Pereira, visión caleidoscópica (2002); Plop (2004); Arlt y Piglia, conspiradores literarios (2005). Popular. Hubo un tiempo en que esta palabra recuperaba otros sentidos. Lo popular significaba multitud, mu- chedumbre, inconformidad, insu- rrección, exclusión, anormalidad, analfabetismo, eso que en "El ma- tadero", el cuento fundacional del argentino Echevarría, se nombra como lo bárbaro, la gleba, lo incivi- lizado, ámbito propio de los achuradores, esto es, los que se en- cargan de manipular los intestinos de los animales. En las aulas nos enseñaron que el descuartizamien- to de José Antonio Galán en Santander se debió a una revuelta del pueblo, liderada por él, lo mis- mo que el fusilamiento de Policaparpa Salavarrieta, la Pola y otros insurrectos. Ambos líderes aclamaron la libertad, el cambio de gobierno y pronto estuvieron en * Doctor en Literatura de la Universidad Autónoma de México y profesor asociado de la Universidad Tecnológica de Pereira. Autor de varios libros publicados: El laberinto de las secretas angustias (1992); La urbanidad de las especies (1996); Perros de paja (2000); Nido de Cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte (2002); Retazos de ciudad (2002); Pereira, visión caleidoscópica (2002); Plop (2004); Arlt y Piglia, conspiradores literarios (2005). Rigoberto Gil Montoya *

IMAGEN DE LO POPULAR, MIRADA EN EL ESPEJO

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IMAGEN DE LO POPULAR, MIRADA EN EL ESPEJOThe Image of Popular Things: A Look in the Mirror

SINTESISEl presente artículo centra el interés en torno a lasimplicaciones de la noción de lo "popular", a propó-sito de la cultura colombiana inserta en unas diná-micas sociales particulares, donde resulta improce-dente hacer una distinción entre alta y baja cultura,en los términos que para ella dispone la discusióneuropea. Lo "popular" como lo "público" alimentauna tradición mediada por manifestaciones colectivasque no escapan a los fenómenos de la violencia ni a laestetización de unas formas expresivas; allí operannuestras visiones de mundo, en los planos de lo polí-tico, lo social y cultural, es decir, en el plano de lacultura de masas, en cuyo ámbito se nutre y cobrasentido toda propuesta artística que quiera respon-der a un contexto crítico.

DESCRIPTORES: Cultura de masas, po-pular, violencia bipartidista, violencia social, vidacotidiana, plebe, discurso y retórica.

ASBTRACTThis article deals with the implications of the notion"popular" in relation to Colombian culture, takinginto account the latter's specific social dynamics. Thearticle posits that it is not pertinent to speak of highor low culture, as in Europe. What is considered aspopular, as is the case with what is deemed as fallingwithin the public sphere, nourishes a tradition that isinfluenced by collective expressions that are in turnaffected by social violence and by certain aestheticexpressive forms. What is regarded as popular reflectsour views of the world surrounding us in political,social and cultural terms. It is in this ambit that artisticproposals seeking to offer a critical context acquiretheir meaning.

DESCRIPTORS: Mass culture, political violence,social violence, daily life, discourse, rhetoric.

* Doctor en Literatura de la Universidad Autónoma de México y profesor asociado de la Universidad Tecnológica dePereira. Autor de varios libros publicados: El laberinto de las secretas angustias (1992); La urbanidad de las especies(1996); Perros de paja (2000); Nido de Cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte (2002); Retazosde ciudad (2002); Pereira, visión caleidoscópica (2002); Plop (2004); Arlt y Piglia, conspiradores literarios (2005).

Popular. Hubo un tiempo en que estapalabra recuperaba otros sentidos.Lo popular significaba multitud, mu-chedumbre, inconformidad, insu-rrección, exclusión, anormalidad,analfabetismo, eso que en "El ma-tadero", el cuento fundacional delargentino Echevarría, se nombracomo lo bárbaro, la gleba, lo incivi-lizado, ámbito propio de losachuradores, esto es, los que se en-

cargan de manipular los intestinosde los animales. En las aulas nosenseñaron que el descuartizamien-to de José Antonio Galán enSantander se debió a una revueltadel pueblo, liderada por él, lo mis-mo que el fusilamiento dePolicaparpa Salavarrieta, la Pola yotros insurrectos. Ambos líderesaclamaron la libertad, el cambio degobierno y pronto estuvieron en

* Doctor en Literatura de la Universidad Autónoma de México y profesor asociado de la Universidad Tecnológica dePereira. Autor de varios libros publicados: El laberinto de las secretas angustias (1992); La urbanidad de las especies(1996); Perros de paja (2000); Nido de Cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte (2002); Retazosde ciudad (2002); Pereira, visión caleidoscópica (2002); Plop (2004); Arlt y Piglia, conspiradores literarios (2005).

Rigoberto Gil Montoya *

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desacuerdo con la Ciudad letrada quese hacía evidente en los edictos yemplazamientos, esa ciudad de loburocrático, de lo anacrónico, reza-go de la Corona. La Guerra de losMil Días siempre la imaginamoscomo una de las treinta y dos gue-rras que fueron perdidas por el co-ronel Aureliano Buendía, ese hom-bre que quizá nunca entendió deltodo por qué y a causa de qué sepasó la vida en los campos de bata-lla, para venir a morir orinando condificultad en el castaño del patio tra-sero de su casa, con el recuerdo vivode sus muertos.

Yo no soy un hombre, soy un pueblo, sona-ba enfático Jorge Eliécer Gaitán, an-tes de caer exánime en una acera delcentro de la capital, tras los disparosde un lánguido y desnutrido hombreque, frente al linchamiento, sintió unpavor que lo hizo muy humano, entorno al grupo de emboladores quese ensañó con su cuerpo, como partedel escarnio público. Se llamaba JuanRoa Sierra, pertenecía a una familiapobre, era perezoso e inepto, segúnsus parientes; padecía un cierto deli-rio que suele incubarse en los serestrágicos y de ahí sus infructuosas bús-quedas en las ciencias ocultas, en laquiromancia y el rosacrucismo: "Yosoy inteligente y quiero estudiar paraser algo grande. No nací para remen-dar llantas ni trabajar en albañilería,pero nadie quiere apoyarme"

(González, 1983, p 83), le habría con-fesado Roa Sierra a su amigo UmlandGerst, el quiromántico alemán, a quienfrecuentaba en su consultorio paracompartirle sus penurias e intencio-nes de "hacer algo grande". Su com-portamiento era el de un esquizoide pa-ranoico, de acuerdo con la conclusiónde dos psiquiatras años después delcrimen atribuido a Roa Sierra(González, 1993). Le fue difícil hacer-se al arma asesina, pues adquirir unaparato tan sofisticado y exclusivoen su condición de haragán, estabalejos de su presupuesto. Se compren-de por qué tener entre sus manos elrevólver calibre 38 constituía una joya:

El asesinato de Gaitán -escribe elcineasta Lisandro Duque- estu-vo a punto de ser aplazado porel destino para quién sabe cuán-do, pues Juan Roa Sierra casi ven-de el arma homicida, el 8 de abril,por quince pesos más de lo quehabía costado el día inmediata-mente anterior. El negocio no seconsumó porque el interesado -un hombre al que Roa Sierra acu-dió para que le vendiera las balasy terminó antojándose de com-prarle el revólver- terminó ofre-ciéndole menos del precio delcosto. (Duque, 1997, p 13)

También fue difícil reconocer sucuerpo en medio de tantos cuerposque fueron amontonados en las na-

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ves del cementerio central, como loregistra la cámara valiente del fotó-grafo Sadi González. Alguien vioque la multitud, luego de arrastrarpor la carrera séptima el cuerpo deun hombre que murió tembloroso,apaleado además por su propio pá-nico, le habían colgado dos corba-tas alrededor de su cuello. Este sim-ple detalle hizo posible su identifi-cación, días después, cuando un paíssin ley insistía en reclamar el cuerpodel asesino como una prueba de jus-ticia, o mejor, de ajusticiamiento.

Tras la muerte de Gaitán, reflexio-na Antonio Caballero, se hizo visi-ble lo que antes en Colombia no seregistraba siquiera en las estadísti-cas: el pueblo, lo otro, la masa, loinforme, que empieza a aparecer tí-midamente en nuestra literatura.Pienso en La casa de vecindad, la no-vela de Osorio Lizarazo de 1930.Ese pueblo se tomó las calles, inva-dió la propiedad ajena, incendió es-tablecimientos públicos, se batiócon machetes y rulas frente a unapolicía sin cuartel, impresionada anteel hecho de verse en el deber de ata-car a sus vecinos de barrio y sin sa-ber muy bien a quién tildar de ene-migo. En medio del desorden, na-die sabía lo que en realidad estabasucediendo. Y los francotiradoresaprovechaban esta circunstanciapara dar mejor en el blanco. No ha-bía líderes o nadie se atrevía a expo-

nerse. Era un hecho que la voz deuno de ellos, acaso el más retórico,el que mejor solía hablar en las pla-zas públicas, arengando, denuncian-do -recuérdese su juicio sobre la"masacre de las bananeras"-, pidien-do hasta lo imposible, había sidoasesinado de pronto, sin más y a lahora del almuerzo.

El liderazgo lo asumió la radio. Esasvoces que transmitían la tragedia, a sumanera, desorientaban, incitaban,enardecían los ánimos mediante el usode un lenguaje atávico, ancestral, querecorba las permanentes tensionesentre la norma, la gramática, el códigocivil y la práctica política, retoricista ypreciosista, en un país de grecolatinosy románticos decadentes:

Los discursos de los parlamenta-rios -escribe Arturo Alape- se tras-mitían por la la radio. Discursosfogosos, incitadores y apremian-tes que tocaban la fibra más sen-sible en sus oyentes, para que hi-cieran de su sensibilidad la accióncon sus propias manos. HablabaGaitán por la radio y de inmedia-to le contestaba, por otra emiso-ra, Laureano Gómez. El país esta-ba amarrado inevitablemente alpoder, la magia y la persuasión dela radio. (Álape, 2002, p 16)

Los locutores se referían a la muer-te del presidente Ospina Pérez,

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anunciaban que la revolución esta-ba en marcha, que en pocas horasse tomarían el poder, que el puebloera el poder. En Palacio se entera-ron de que una o dos cadenas ra-diales estaban orientando a la masaque atacaba lo público y privado demanera indiscriminada con rulas,machetes y palos. De modo que lasautoridades se tomaron los centrosde transmisión radial, cundió el si-lencio en los diales y la desorienta-ción fue aún mayor, sobre todo paraesa turbamulta ebria, desenfrenada,que lloraba con rabia la muerte deun líder que les había prometidogobernar con los de abajo, la gentecomún: los emboladores, los cam-pesinos, los oficinistas, los sastres,los tenderos, los serenateros, en fin.

Se sabía que el gobierno estaba enmanos de los conservadores y queellos, como los comunistas y dere-chistas, como ese grupo selecto alque Gaitán denominaba la oligar-quía, eran por lo pronto sospecho-sos intelectuales del magnicidio. Esemismo pueblo fue el que escribió,con dudosa ortografía y en mediode la trifulca, avisos perentorios enlas fachadas de sus casas o de sustiendas, como si de esta forma sepudiera evitar el saqueo y salvarsede caer en manos de bandidos ydelincuentes: "Aquí ya robamos. Si-gan más adelante"; "Si me saquean,no volveré a prestar dinero. Si me

respetan prestaré solamente al unopor ciento"; "Sigan, que los recibiréa bala"; "Rogamos a las personasque tomaron mercancías de este al-macén, devolvernos únicamente elsoplete y la llave inglesa que estabanen el mostrador"; "Mercancía sa-queada en este almacén. Vendo lasexistencias que tenía en mi casa".(Serrano, 1948)

Me confieso hijo de esa turbamultaque escribe temerosa, hijo de esedesorden. Quiero decir que mi ori-gen es de carácter popular, como elde la mayoría, sino toda, de colom-bianos, descendientes de arrieros,contrabandistas, sastres, marchan-tes, vendedores de lotería, emplea-dos públicos, litigantes, comercian-tes, campesinos minifundistas, con-ductores de tranvía, poetas que noescriben y recolectoras de café. Ennosotros expresiones como estirpe,abolengo, alcurnia, casta, progenie,suenan falsas, rimbombantes y sinsentido, como acontece con el len-guaje eufemístico que emplean losdiplomáticos en las ruedas de pren-sa. Estas expresiones parecieransólo ser efectivas en las novelas, enlos mundos de ficción, donde lasestirpes condenadas a cien años desoledad no tenían una segundaoportunidad sobre la tierra. Es de-cir, estirpes sentenciadas a la des-trucción, sin esperanzas.

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Soy hijo de un sastre que presenciómuy niño los disturbios derivadosdel Bogotazo. Mi madre vivió lopropio en una hacienda del Águila,Valle, cuando el ordeño manual devacas era labor de las niñas en lasmadrugadas. Por ellos supe que loque se desató en la ciudad que es-cuchó el disparo de Silva, se exten-dió de pronto, como un virus, a lasprovincias y rincones de un país conuna topografía tan exuberante comolos relatos que surgirieron en las ca-lles polvorientas de Aracataca. Laviolencia bipartidista se convirtió enun pretexto para eliminar por lafuerza a quien se declarara proclivea la ideología contraria. El desplaza-miento forzado acentuó las trochasindígenas y los caminos de herra-dura. Basta recorrer los pueblos deRisaralda, enquistados en otro tiem-po, como pesebres en desuso, parapresentir las secuelas de un atrasocultural que suele acrecentarse conlos graves desastres que deja la bro-ca y otras plagas en las plantacionesde los cafetales.

Y como hijo de sastre nace zurci-do, creo que mi obra literaria y mivida como aventura, están cosidaspor la Singer de mis padres y fiel auna memoria que he heredado desu mundo simple, aunque no poreso dificultoso, cuando se trata desobrevivir en medio de la escasez ydel "gota a gota", ese común y te-

rrible sistema de usura que sólo pudohaberse aprendido de las grandescompañías financieras. De modoque lo popular lo comprendo poresa vía del remiendo y la costura,como signos de un cosmos que seliga a la masa, a lo otro, a lo infor-me, y, si se quiere, a lo espurio, cuan-do algunas miradas sociológicas pre-tenden hacer una fina distinciónentre alta y baja cultura, como en sumomento lo defendiera PierreBourdieu y otros sociólogos que cla-sifican la cultura en términos jerár-quicos y en virtud de una trascen-dencia y refinamiento de sus pro-ductos que suele confundirse conlo clásico.

Quiero dar forma a la ropa que mecubre, recapitulando ciertos elemen-tos hasta aquí expuestos. He habla-do de la violencia y con ella, la vozde una sociedad inestable domina-da por las prácticas políticas. De otromodo me sería difícil entender porqué tras la muerte del líder Gaitán,el país emprende de nuevo otra gue-rra civil, como en su momento sedesatara la de la Independencia, trasla negativa del préstamo simbólicode un florero, según las leccionespatrias que recibí en la Escuela "An-tonio Ricaurte" de La Virginia, unpuerto cañero a orillas del río Cauca:monótona corriente que cada tan-to despierta al horror de lo que atra-pa en sus remolinos, como una

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suerte de museo del desecho huma-no. En Gaitán se destacó su "dis-curso incendiario", esa palabra queincitó a la revuelta. Retórica y po-der han formado parte de la mismaplataforma de intervención hacia lamasa, hacia lo otro. Para entonces,la radio se constituye en un instru-mento moderno que da fe de losacontecimientos matutinos, puesmás allá de transmitir los discursosoficiales, narra con divertimento yefectos especiales lo que pasa en elmundo. Antes fue el cine. Las pri-meras películas se exhibieron en ladécada del diez del siglo XX y lagente no pudo dar crédito a lo queveía, como en Macondo:

Se indignaron con las imágenesvivas que el próspero comercian-te don Bruno Crespi proyectabaen el teatro con taquillas de bo-cas de león, porque un personajemuerto y sepultado en una pelí-cula, y por cuya desgracia se de-rramaron lágrimas de aflicción,reapareció vivo y convertido enárabe en la película siguiente. Elpúblico que pagaba dos centavospara compartir las vicisitudes delos personajes, no pudo soportaraquella burla infinita y rompió lasilletería. El alcalde, a instancias dedon Bruno Crespi, explicó me-diante un bando que el cine erauna máquina de ilusión que nomerecía los desbordamientos

emocionales del público. (GarcíaMárquez, 1984, p 79)

El narrador de La casa de vencidad, unantiguo tipógrafo que en virtud delos adelantos técnicos que en mate-ria de artes gráficas han llegado a lacapital, se queda sin empleo, confi-nado a la caridad en una casa de pen-sión, examina la actitud íntima de unade sus vecinas: "Luego, al salir, sedetuvo a mi lado, me dirigió un ges-to copiado de alguna actriz de cine -yo voy a veces al cine-, frunció loshombros y se alejó" (Ososrio, 1978,p 21). Carlos Monsiváis, atento es-tudioso de la cultura popular enAmérica Latina, es enfático cuandosostiene que el cine fue una industriaeducadora. El cine enseñó modales,enseñó a llorar y a reír, descubrió depronto el drama de los afectos y laspasiones. Las antesalas del cine des-enmascararon las relaciones sociales,que más tarde conocerían los cómo-dos y excluyentes espacios del club.Luego fueron los radioteatros y lagente más humilde y olvidada em-pezó a soñar a través de unas histo-rias por entregas. Se comprende, así,por qué Eva Duarte llegó a gozar detanta popularididad en Argentinacuando se hizo esposa del militarJuan Domingo Perón y con él llegóungida hasta la Casa Rosada. Losgrasitas o los descamisados, como ellasolía nombrar a su pueblo, estabanfamiliarizados, en particular, con su

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voz, cuando la escuchaban en losradioteatros de la tarde y sufrían consus desamores y desencuentros enradionovelas como Una promesa deamor, la historia de una joven inváli-da: "Quiero asomarme al mundocomo quien se asoma a una colec-ción de tarjetas postales", sentencióEva Duarte ocho años antes de sudolorosa muerte.

Volvamos al año 48 e intentemosun paneo a la masa informe que seha tomado las calles. Esa plebe, dequien me declaro heredero, será be-llamente llevada al cine en la películade Jaime Osorio, Confesión a Laura.De hecho, en el inicio de la película,una fotografía de la época nos arrojaa una calle gris bogotana, justocuando los persistentes tiroteosacentúan los temores, en el adentroy afuera de unas casas habitadas porel miedo. Esta plebe lee a diario lassecciones de los periódicos dondese indican las carteleras de cine y senarran historias personales de lasdivas y galanes del cinemascope.Sintonizan al mediodía o al caer latarde, programas radiales sobre po-lítica y salud y aguzan sus oídos parano perderse un solo rictus de losteatralizados en El derecho de nacer.Escuchan sin falta los debates par-lamentarios y los políticos saben quetodo dependerá de su impresionan-te oratoria para obtener el favor enlas urnas. Saborean el son cubano y

replican en papeles arrugados lasfrases amorosas de los boleros,como anticipo a lo que será la visitaesta noche en casa de las Galindo.Los más jóvenes coleccionan revis-tas de aventuras y los más valientes,libros de bolsillo sobre el western. Encada barrio existe una tienda de al-quiler de comics y ella es tan impor-tante como la carnicería o eldeshuasadero del negro Candelo.

Aún hay inocencia y las noticias dela llegada del hombre a la luna, latoma del poder por parte de un sol-dado de barba espesa en La Haba-na, el uso de la píldoraanticonceptiva, los grafittis en lasparedes de La Sorbona -"Haz elamor y no la guerra"; "Seamos rea-listas, pidamos lo imposible"; "Abajoel segundo piso"-, las protestas delos estudiantes en las calles parisinasy el uso estimulante del LSD porgrupos de hippies que ya quisieranfumarse toda la hierba del Amazo-nas, no alteran en mucho la inocen-cia pueblerina de las tardes y poreso el eco de estas noticias para losNadaístas de Cali y Medellín, no essuficiente para alterar las costumbresde una sociedad tan melancólica,esclerótica y aburrida, como las tar-des de domingo donde se leen lastablas de clasificación del Deporti-vo Pereira. Darío Lemos, el poetade la gangrena, aún con leve espe-ranza escribe:

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Movimiento lentísimo de piedra.Lentitud de presidiario diario.Lágrimas mocosas de cuando unhombre terminó su vida.En el aeropuerto las cosas sondistintas.En los autos negros hace muchocalor.Y para ti, amor,terminaré el poema. (Lemos, 1985, p 71)

En mi película de ocho milímetros,una fotografía de la época me arro-ja a una calle luminosa de La Celia,un pueblo conservador y pacato, aorillas del río Monos. De seguro aca-bo de pelear con mi hermano, por-que él quiere apoderarse de lamonareta y no le resulta fácil. Lue-go de su viaje semanal a Pereira, mipadre ha traído en su maleta demano los últimos números deKalimán, Arandú y Tamakún. Nos hadicho que le fue muy difícil conse-guir la número 9 de Kalimán, justocuando el hombre del turbante ama-rillo, impasible, sereno, descubre quela bella Ruth de Tornell está en po-der del sanguinario conde Bartoc.Pagó por ella $15.oo, dos veces másde su valor real. Ha pagado una for-tuna, dice y comprendemos quenos invita a cuidar la colección derevistas que él leerá en algún mo-mento, sentado en su máquina decoser. Nuestros héroes de papelhacían más amable el mundo que

luego veríamos más amplio y en mo-vimiento, en la pantalla de un tele-visor Motorola, de tubos, a blancoy negro. ¿Cómo olvidar que todo elpueblo se reunía alrededor de unode los pocos televisores que habíasido adquirido por mi familia parapresenciar una de las tantas peleasde Antonio Cervantes, KidPambelé?: "¿Tiene cuchillas Guillettepara mañana? Recuerde que en elbaño no las puede comprar", anun-ciaba el narrador deportivo. Fue laépoca en que Pablo Escobar, elmuchacho del barrio La Paz de En-vigado, optó por el hampa, se con-virtió en un simple jalador de ca-rros y como si fuera un personajede Roberto Arlt, decidió robar, pararevenderlas, lápidas en los cemen-terios del Valle de Aburrá. Surgía elmundo mágico y emergente delnarcotráfico, otra de nuestras expre-siones más sublimes de lo popular,como una suerte de réplica de lamafia siciliana que operaba en Nue-va York y Chicago, como lo supoTalese en Honrarás a tu padre. Suenaenternecedor nuestro capo cuandole confiesa a Castro Caycedo:

- ¿Sabe una cosa? Yo soy todo loque quise ser: ¡Un bandido!Y sin dejarme hablar agregó:

- Se lo digo así de claro…y de sen-tido, para que lo use como acápitede su libro.

- ¿De sentido?

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- Sí. Usted sabe que lo siento así.(Castro, 1999, p 240)

Sea uno bandido o no, haya vividoen un barrio de malandras, o en unsector atestado de peluquerías, o enuna calle de lujosas viviendas, es difí-cil olvidar de qué lugar proviene nues-tra educación sentimental y esteacendramiento propio de una cultu-ra tan heterogénea, como las formasde la muerte. Imposible olvidar queestamos mediados por la música, elcine, la televisión, las subliteraturas ytodos aquellos productos que formanparte de los catálogos de consumode la sociedad de masas: una suerte devideoclip, en el que se condensa elsino de unas sociedades interveni-das por la imagen.

A propósito de mis preocupacionesestéticas y literarias, confieso que esallí donde encuentro los temas y losproblemas, la posibilidad de construirmundos a través de la imaginación,sobre la base de una realidad que, ensí misma, sorprende por lo increíble ydesaforada. Basta contemplar un no-ticiero del medio día para sentir queestamos pisando los terrenos de la fic-ción: Ringo, el famoso perroantinarcóticos del aeropuerto de Cali,ahora vive con escoltas, porque hastasu perra vida fue amenazada. EnCúcuta, dos payasos de circo pobre,fueron asesinados chistosamente enplena función. Un brujo, con pode-

res extrasensoriales, prestaba sus ser-vicios profesionales al entonces Fis-cal Mario Iguarán para solucionar losproblemas internos más graves de suinstitución. El sonado proceso 8.000es en realidad una novela de cortenegro, abundante en delaciones, do-cumentos de prueba, paros cardíacos,amistades peligrosas, en la que el cul-pable habla al final con frases apren-didas en las obras de GoergesSimenon: "Todo sucedió a mis espal-das". Jesucristo suele aparecerse en lamasa de los buñuelos y en lashumedades de las terrazas, mientrasla virgen María, con un sentido másecológico, opta por la corteza de losárboles. Cada vez son más numero-sas en la televisión las misas, los cul-tos, las sanaciones acreditadas por igle-sias que dicen tener la verdad y nadamás que la verdad. Para eso sus pas-tores se empecinan en una puesta enescena que me recuerda el caso de lavirgen de Piendamó, adonde fui lle-vado, cuando niño, de la mano de mimadre, antes de que la historia de laniña virgen fuera tema de una de lasseries televisadas bajo el título Caso juz-gado. Sería necio de mi parte preten-der agotar los ejemplos. Más bien diré,como lo expresó, en términosdiluviales, hace poco García Márquezen Cartagena: "No sé en qué momen-to comenzó todo".

No estamos ya en el año 48 del si-glo XX y las cosas han cambiado

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un poco, aunque algunas permane-cen y se han sofisticado. La guerra,por ejemplo. Ya no es la guerra conmachetes y palos, ni es la radio laque orienta a los incautos. Ahora laguerra se hace con bazucas, minasanti-persona y pipas-bomba que nosenseñaron a fabricar células del IRA,según informes de la policía secre-ta. En la era de la información, lospactos secretos y la corrupción po-lítica, el computador de "Jorge 40"es una variante criolla de la Enciclo-pedia Británica, la laptoc de ese hom-bre de mediana estatura que fue"Raúl Reyes" es una suerte dehipertexto, de red social y las con-fesiones de los paramilitares en au-diencia pública frente a las familiasvíctimas, es la prueba contundentede que nuestra realidad cotidiana laimpone una trasnacional: el realis-mo mágico. Los descuartizamientosse hacen con moto-sierras y parasostener diálogos que suelen duraraños con los diversos grupos ilega-les, siempre hay que hacerlo fueradel país, acaso porque el ruido delas masacres y los ataques a pobla-ciones abandonadas corta toda co-municación.

Lo que no parece haber cambiadoes el escenario en que el pueblo, lootro, se resuelve activo, bien sea parapresenciar por televisión la confe-sión de sus verdugos, o bien para

responder a las encuestas de losraiting de sintonía de los reality show.Presumo que tal vez sea un indivi-duo pertenenciente al pueblo quienpor fin logre dar muerte a Ringo, elperro caleño antinarcóticos, tras sercontratado por una de las cabellizasde un cartel próspero. Sabemos queel asesino de los dos payasos era delpueblo. El expresidente que quisocerrar su propia novela con una fra-se aprendida en las obras deSimenon fue elegido por el pueblo.Es el pueblo y sólo él, quien lograver la imagen de Jesús o la de la vir-gen, en los lugares más inesperados,que de inmediato se convierten enlugar de culto y romería. Hoy, estemismo pueblo sigue dándole potes-tad a un hombre que insiste en per-petuarse en el poder bajo un argu-mento que estila sin sonrojarse: eldolor de su alma le indica que nadieestá en capacidad de continuar sudifusa "política de la seguridad de-mocrática", mientras en la Fiscalíase siguen acumulando las denunciasy los casos de esa otra forma de laretórica criminal: los "falsos positi-vos".

Hace poco una querida amiga meinvitó a participar de una cruzadade sanación liderada por el pastorPortela. Le insistí, no sin muchoéxito, en que mi problema capilarya no tiene remedio. No creo ade-

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más, le argumenté, que el pastor dis-ponga de tiempo espiritual para ha-cer la cruzada, ahora que hace polí-tica con nuestros líderes locales.Abro mi álbum familiar y veo en lasuma de fotografías el paso de untiempo, el tono sepia de la decrepi-tud. Cada imagen revela mi propiaimagen y se encarga de subrayar miorigen, mi sino, en eso que es lo otro,lo informe, lo inasible, acaso. Pre-

siento que en mis pesadillas futurasla figura de un Roa Sierra, inerme ymedroso, me acechará desde lasombra, como si buscara un aliadopara cometer de nuevo el crimen ypor vía de la repetición, agregar unapágina más a esa historia de un paísque se resuelve en sus márgenes, enlo otro, en lo informe de su imagenreflejada en un espejo adquirido enuna marquetería de barrio.

Page 12: IMAGEN DE LO POPULAR, MIRADA EN EL ESPEJO

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