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I Implicaciones de la centralización excesiva de la
política de decisiones para la arqueología, con referencia especial al occidente
Phil C. Weigand'
/\un(|iic bien intencionada, la legislación de 1972 sobre las antigüedades ha arrastrado un número de efectos adversos. En verdad, la fecha de 1972 es más un símbolo que una realidad de los males que actualmente acjuejan a la arqueo- logía. Sin embargo, ésta marca la formalización de una tendencia aún vigente de centralización cultural que comprende a la arqueología, así como a gran parte del patrimonio histórico en general, lo que parece haber sobrevivido a gran par- te de su utilidad. Las mayores fallas del control excesivamente centralizado so- bre los recursos arqueológicos y los programas de investigación que se necesi- tan para evaluarlos y conservarlos científicamente son: 1. la incapacidad de un sistema semejante para proteger el patrimonio anjueo-
lógico, no renovable, y en consecuencia extremadamente vulnerable, del saqueo, el desarrollo urbano y las prácticas agrícolas; y
2. las limitaciones arcaicas, contraproducentes y excesivamente burocráticas sobre la investigación científica. La centralización excesiva de la \ ida cultural en la ciudad de México a lo lar-
go del tiempo ha provocado, en procesión lógica, varias consecuencias. La cen- tralización requería una serie de apuntalamientos ideológicos para así justi- ficarse. El importante estudio de Vaughan (2000) examina muchos de los fundamentos de la política cultural de los años posteriores a 1917, especialmen- te en lo que concierne a la educación y a una \ isión unificada del orden social revolucionario. En otros Estados, donde la vida cultural experimentó la centra-
* Iraducción del inglés de Marta (icjíiinde/.
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I lización excesi\a, los dogmas y mitos acerca del pasado se promo\ ían como política oficial. Muchos de esos mitos tenían un fundamento histórico, pero con frecuencia el contexto y el contenido se alteraban en función de una agenda
propagandística. La promoción que hacía Mussolini del supuesto pasado "corporativo" ro-
mano es un ejemplo de ello. Mussolini relacionó esta visión mítica del periodo romano con las políticas corporativas que se instituyeron en Italia durante su largo mandato. La serie Mi/sso/inia, editada por la Biblioteca di Coltura Fascista, publicó varios de dichos ensayos durante las décadas de 1920 y 1930. Menos propagandístico fue el ensayo de Giuseppe Bottai en la serie Roma Mater titu- lado "Dalla Corporazione Romana alia Corporazione Fascista" (19.39; ver también Rasi y 'lamassia s. f., pero ca. 1980). Bottai confundió deliberadamente las instituciones romanas de rollegns y sodalitih con la corporazione fascista para lograr así su aparente continuidad. Corporativismo romano e rorporativismo fas- cista (1934), escrito por De Robertis, es un ejemplo ai'm más extremo de esta manipulación del pasado. Para justificar sus políticas expansionistas, Mussolini y sus cómplices promo\ ieron la visión de un nuevo Imperio romano, con lo que reivindicaban un pasado glorioso que era, por derecho y justificadamente, el destino de Italia (cf. Mussolini Constníttore d'Impero, s.f., de Bottai; en cuanto a la autoidenficación de Mussolini con Julio César, ver Cavallo 1990: 74ff; en cuanto a los roles representados por los intelectuales en la justificación cultural del sistema, ver De Felice 1985). El arte mural del periodo fascista sacó buen partido del tema del pasado romano. Desde luego, el uso político del pasado es im territorio fértil para toda clase de empresas políticas, aunque los sistemas totalitarios o autoritarios necesitan hacer mayor uso de los mitos que los sistemas más abiertos, en los que estos ejercicios pueden desacreditarse con
mayor rapidez. En México, los temas de la centralización política y cultural se extendieron
al pasado prehispánico con objeto de justificar la presencia abrumadora de la
ciudad de México en la vida de la nación. Cuando se tocaron estos temas, nim- ca faltaron los críticos, pero su impacto en el desempeño real de las políticas de manejo cultural fue efímero, excepto en los círculos intelectuales y extranje-
ros. La crítica más lúcida v directa (luizá hava venido desde fuera de la antro-
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pología y la arqueología: está en dos ensayos de Octavio Paz, Puertas al campo (primera edición: 1966) y Posdata (primera edición: 1970). Dichos ensayos, a pesar de sus fechas de publicación, aún son pertinentes y aplicables. En ellos Paz analiza la "pirámide del poder" que, empezando por los olmecas, pasando a Teotihuacán, luego a Tula, después a los aztecas y entonces al virreinato colo- nial de la Nueva España, recae finalmente en los hombros, en la cilspide de la pirámide, de! PRl, desde donde ya no podría haber cambio ni evolución. El mundo prehispánico, en sus palabras, se había nahuadizado, lo que reducía el rico patrimonio de diversidad sociocultural y adaptación regional a una jerga política tan simplificada que llegaba al ridículo.
Paz analizó en detalle la expresión arquitectónica de estos dogmas con su toar (le forre por el Museo Nacional de Antropología. A través de la hermosa y monumental plaza, con su asombrosa fiíente y a través de la bruma del agua que cae, podemos descifrar el objeto de nuestro recorrido próximo: los aztecas y Te- nochtitlan. Empezamos con unas cuantas salas rudimentarias y superficiales dedicadas al entorno y a los paleoindios, y proseguimos a la velocidad de la luz por los materiales "neolíticos", para llegar a la primera exhibición seria: los ol- mecas. Después de esa sala, pasamos a los espléndidos materiales de exhibición de Teotihuacán; luego, a los toltecas y, de vuelta al patio para entrar al recinto más importante, que representa la culminación de nuestra visita: la mayor y más elaborada exhibición de todas: los aztecas de Tenochtitlan y su imperio.
En palabras de Paz: "Es un error estudiar desde la perspectiva nahua (y más desde su tardía visión azteca) la totalidad de la civilización mesoamericana, que es una realidad más rica, diversa y antigua" (1970: 126); y: "(...) los peligros y limitaciones de este punto de vista [nahua] también me parecen innegables. El primero es el de confundir la parte con el todo; el segundo, suprimir las varia- ciones y rupturas, es decir, anular el movimiento de una civilización" (1966: l.xS). Paz reconoció que esto era una distorsión y un impedimento mayores para en- tender el pasado científica y humanísticamente. Mientras que esta perspectiva es ampliamente aceptada en la actualidad por un creciente número de in\ estiga- dores, tanto en la ciencia como en las humanidades, toda\ ía es una \ isión insti- tucionalmente fosilizada, un dogma político tan fuerte que literalmente ignora y considera ignorables áreas que se encuentran fuera de la zona santificada.
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De vuelta en el museo podemos \ er que las demás salas, para los mayas y
Oaxaca, fueron ideadas de último momento, auncjue están mu\ bien realizadas.
Las piezas del occidente y el norte del país están agrupadas en una sala pequeña
y repleta, físicamente segref^ada de las demás exhibiciones, aisladas a través de
una escalera que conduce al restaurante del piso inferior. Esta sala es verdadera-
mente una ocurrencia de última hora: ninguna otra palabra puede describir su
situación y su atmósfera. .Auncjue recientemente renovada por nuevos curadores,
su posición dentro del museo, que representa alrededor del cinco por ciento del
espacio de exhibición para el .SO por ciento del territorio de México, marca en
piedra la actitud y el dogma oficiales. Como Paz resaltó tan hábilmente, la visión
centralizada de las civilizaciones prehispánicas de Mesoamérica está por lo tanto
fosilizada en un formato arcjuitectónico inmutable. \o es posible cambiarla, ya
t|ue sencillamente no hay espacio para ella en ninguna parte dentro del edificio.
Así, afectando el patrimonio arqueológico del occidente de México, se insti-
tucionalizó, e incluso se edificó, un dogma c|ue sostiene que la supuesta mar-
ginalidad cultural del área era de hecho una realidad física. La guía del museo
para la sala de occidente, escrita por Díaz (1987), expresa esta visión con absolu-
ta claridad. .Se pensaba que las hermosas y bien realizadas figurillas del periodo
Formati\() eran simplemente anecdóticas, productos de sociedades de baja
escala que vivían en un ni\el de poblado o rancho. Kn palabras de Alfonso
{^aso, nunca estuvieron expuestas al esplendor de los olmecas y los teotihuca-
nos; estaban, usando la irónica frase de Marie-Areti Hers, atrapadas en una "for-
mativa eterna". La formativa eterna no terminó sino hasta que la civilización
llegó, durante el Postclásico Temprano, como un "regalo" del .México central,
y, aun entonces, sólo escasamente. Con anterioridad al Postclásico Temprano,
sostiene el dogma, el occidente ni siquiera formaba parte de Mesoamérica (ver
los mapas en Schondube 1980: 118). Puesto que el área era tan marginal, ¿por
qué arriesgar las reputaciones profesionales o gastar los escasos recursos investi-
gando la ar(|ueología del lugar.'' En cuanto a la protección de los sitios del área,
nunca recibió ningún esfuerzo ni consideración de importancia, situación (|ue
se reflejaba en la penuria del apoyo para los (xntros Regionales del INAIl de
Colima, Jalisco y Nayarit, aunque en la actualidad la situación de dichos centros
ha mejorado.
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chorno se ha mencionado, estas actitudes están cambiando, incluso dentro
del l\AII-(]entro. Pero el dogma cjue toda\ía afecta al occidente está institu-
cionalmente petrificado en una red de obligaciones y responsabilidades que,
en su mayor parte, no incluyen, ni pueden incluir, el área.
(jeneralmente se reconoce que nuestra comprensión de los sistemas socio-
culturales prehispánicos del occidente ha mejorado considerablemente en los
i'iltimos \ einte años. De hecho, en algunas áreas, esta mejora ha sido exponen-
cial y así promete continuar. En buena medida, esto se debe a una participación
más amplia de los investigadores y las instituciones arciueológicas. La participa-
ción institucional en la investigación arqueológica del área es más nutrida que
nunca. Nuevas personas e instituciones significan nuevas ideas y visiones am-
pliadas, una tendencia que claramente esperamos que contim'ie y se extienda.
Los importantes a\ anees que se han hecho, no obstante, están compensados, y
de hecho parcialmente contrarrestados, por una serie de claros imperativos que
todavía deben dirimirse acertadamente.
La preservación del recurso arqueológico del occidente es una preocupación
crítica y continua, aunque ciertamente no es solamente apropiada para esta
área. í^omo se ha mencionado, es universalmente reconocido que los recursos
arcjueológicüs no son renovables. Así, constituyen una parte de nuestro patri-
monio que una vez destruida no es recuperable. FA occidente del país es una
región donde la destrucción continua de estos recursos prosigue a un ritmo de
veras alarmante. Si el contenido de las colecciones privadas, los objetos que se
ofrecen en las tiendas de antigüedades (como en la Channing Gallery de Santa
Fe, Nuevo México) y los materiales disponibles en internet son guías, enton-
ces el occidente está padeciendo probablemente más que el resto de Meso-
américa. Tal vez sea la región más saqueada de iMesoamérica: las atractivas
figurillas de arcilla huecas se usan incluso en promociones comerciales (véanse
los anuncios de Kahlúa, por ejemplo).
Aparte de los sempiternos temas del saqueo, el comercio ilícito de anti-
güedades y la recolección descontextualizada (por demás promiscua) que han
afligido a la zona por más de un siglo, ahora enfrentamos dos amenazas relati\ a-
mente nuevas: la urbanización masiva y la industrialización de las prácticas agríco-
las. Para la primera, tenemos el tristemente célebre ejemplo de la total destruc-
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ción del recinto monumental de Coyula (municipio de Tonalá, Jalisco; Weigand,
2003) para construir allí el depósito de basura de Matatlán en Guadalajara. Para la
segunda, tenemos la también tristemente célebre destrucción del recinto de
Huitzilapa (municipio de Magdalena, Jalisco) por la empresa del tequila Herra-
dura, que usó tractores para nivelar el terreno y así sembrar agave (López 2002).
La expansión urbana alrededor de la ciudad de Colima, el arado profundo dentro
de la zona protegida de los Guachimontones de Teuchitlán (López 2003), el de-
sarrollo suburbano de Bugambilias, las carreteras de Los Altos, la nivelación del
terreno de los cañaverales en las regiones de Tala-Ahualulco-Ameca y Tamazula,
la nivelación del terreno para el cultivo del jitomate en la zona de Atoyac-Sayula,
las líneas de energía eléctrica en la Mesa de Nayar, la maquinaria pesada en las
plantaciones costeras de Nayarit; la lista es literalmente inagotable, y los ejemplos
abundan en cantidades verdaderamente sorprendentes.
¿Qué puede hacerse.'' Dada la centralización excesiva del control sobre los
recursos arqueológicos, tanto por consideraciones legales como para el otorga-
miento de permisos de investigación, los estudios orientados a estos problemas
han sido frecuentemente demorados debido a consideraciones burocráticas. A
esto se suma la dificultad general para obtener el financiamiento adecuado.
Estos problemas, especialmente el último, son casi universales, y no son en
modo alguno específicos del occidente. Sin embargo, la centralización excesiva
tiene otra consecuencia: puesto que, a nivel nacional (es decir, la ciudad de
México), el occidente está aún subvalorado por los dogmas prevalecientes (aun-
que menos intensos) en lo que concierne al carácter y la evolución de las civili-
zaciones mesoamericanas, el financiamiento y los recursos humanos han sido,
y todavía son, escasos para esta región. Hay además un largo camino que reco-
rrer para que los recursos arqueológicos de esta área sean protegidos, evaluados
de manera sistemática y científicamente explorados.
I>a total falta de reportes responsables y de respeto a las consideraciones
históricas y ecológicas por parte de muchas empresas constructoras y agrícolas,
a pesar de la obligación formal que tienen de hacerlo bajo la legislación sobre
antigüedades de 1972, es en extremo lamentable. Presumiblemente, dichas
empresas están presididas por individuos formados y orientados hacia el interés
público. A menudo, la falta de responsabilidad que muestran en lo ccmcernicn-
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te a su propio patrimonio es desconcertante. Con frecuencia, la actitud es cró- nica y deliberadamente negligente, al grado de evadir por completo cualquier responsabilidad. Si las grandes empresas, e incluso los gobiernos, evaden por completo sus responsabilidades en el rescate o la protección del patrimonio ar- queológico, ¿qué puede esperarse entonces de los saqueadores prospectivos de las ciudades y los poblados.'^
Asimismo, es obvio ahora que gran parte del saqueo ha alcanzado otro nivel de organización. En el pasado, ciertamente habíamos tenido saqueo organiza- do; la casi destrucción de los círculos del tipo Guachimotón cerca de Oconahua (Jalisco), presenciados por Adela Bretón en la década de 1980, por parte de! propietario de la cercana Hacienda de (niadalupe, es un ejemplo (Weigand y Williams 1997). Más recientemente, varios médicos de Cíuadalajara participaron en el saqueo crónico del Palacio de Tala y la mayor de las pirámides de los Gua- chimontones de Teuchitlán. Estos ejemplos abundan. Pero ahora es frecuente que grupos armados de tipo mafioso promuevan el saqueo sistemático de los sitios funerarios, siendo más difícil que antes controlar el saqueo arqueológico. El área general de Magdalena (Jalisco) padece actualmente este tipo de acti- vidad, y hay muchos otros ejemplos. Esta nueva ola de saqueo altamente orga- nizado, complementado con las prácticas tradicionales, está relacionado con el flujo incesante de antigüedades del occidente a ciudades en México y en destinos fuera del país. Nunca antes había habido más material arqueológico del occidente disponible en el mercado (en caso de duda, consúltese E-Bay en la red). Detener el material en la frontera o recuperarlo en tierras extranjeras es empezar la casa por el tejado. Aun cuando estos esfuerzos son necesarios, las so- luciones reales y sostenidas deben tener lugar sobre el terreno, lo que protege el recurso antes de ser saqueado o de otra manera destruido.
Sin la presencia sistemática de autoridades que protejan físicamente los si- tios arqueológicos, cosa imposible dado su enorme número en el occidente, nos quedamos sin otras opciones reales que no sean la educación del público y los proyectos de concienciación generalizados, así como la descentralización de las responsabilidades de curaduría e investigación.
El largo aunque gratificante proceso de educación del público es una varie- dad de trabajo cara a cara en el cual la mayoría de los arqueólogos no desea
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participar o no está formada para realizarla. Esto podemos lograrlo sólo por me-
dio de proyectos de concienciación, tales como creación de museos regionales,
pláticas en escuelas, excursiones para estudiantes, folletos de amplia difusión
escritos en lengua popular y la formación de más parques arqueológicos. Es
evidente que estos esfuerzos no detendrán ni frenarán el saqueo o la destruc-
ción a corto plazo, pero representan opciones para preser\ ar al menos un por-
centaje significativo de los recursos arqueológicos. Puesto que los recursos a
nivel nacional son escasos, la solución reside claramente en involucrar a los co-
mités locales y a los gobiernos estatales, en colaboración con universidades re-
gionales, colegios, preparatorias, instituciones culturales, ONGs y, desde luego,
los centros regionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia. La for-
mación de patronatos tales como el Patronato (niachimontones y Naturaleza, A.
C, que opera en los niveles local y regional, es sin duda otra de las claves para
el éxito de los esfuerzos de preservación. La ruta demasiado centralizada ha
sido probada y se encontró que no funciona en las situaciones actuales.
Adicionalmente, los esfuerzos de investigación y rescate arqueológicos ne-
cesitan descentralizarse. Las instituciones locales tienen mejor acceso y con-
ciencia de los proyectos que afectan a los recursos arqueológicos. Mientras que
los proyectos de alto perfil, como las líneas de energía eléctrica a larga distancia,
las autopistas o las presas, atraen la atención nacional, la construcción de carre-
teras menos importantes, los proyectos de mejoras, los nuevos desarrollos
suburbanos, los centros comerciales, las líneas de drenaje, el cableado telefóni-
co, las redes de distribución de agua, los estanques para el ganado, la nivelación
del terreno para la vivienda o la agricultura y demás nunca atraen suficiente
atención. Aun cuando estas actividades se reporten fielmente, lo que rara vez
es el caso, lo más frecuente es (|ue no haya recursos para actuar de manera opor-
tuna y eficiente. El proceso de denuncias, aiinciue absolutamente necesario,
no genera la acción adecuada y pronta (|ue se reciuiere para responder y actuar
con responsabilidad en defensa de los recursos art|ueológicos e históricos. Las
universidades locales, los colegios y las instituciones culturales, siempre (]ue
cuenten con el personal calificado, necesitan autonomía para actuar en estas
circunstancias. Dado (|ue las instituciones de la región, como el (-olegio de Mi-
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choacán, la Universidad Autónoma de Zacatecas y la Universidad de Ciuada-
lajara, tienen o están desarrollando programas de arqueología, el control excesi-
vamente centralizado sobre las actividades de investigación, en vista de la
crítica situación actual, ya no tiene sentido. De hecho, cuando se insiste en (|ue
sólo la autoridad centralizada y lejana puede tomar las decisiones necesarias
para los esfuerzos de in\estigación y rescate, sobre\i\e un paternalismo profe-
sionalmente ofensivo.
Segiln su estructura actual, el C^onsejo de Arqueología sencillamente no
puede responder a las necesidades de los sistemas sociales regionales, ya sea
lo suficientemente rápido o con el suficiente entendimiento de los intereses y
problemas de la investigación regional. Sin (juererlo, el (>onsejo se ha converti-
do en un cuello de botella para la investigación arcjueológica en México, y mu-
chos arqueólogos nacionales, al igual (|ue muchos de la comimidad interna-
cional, lo reconocen así. Además, como se ha mencionado, la respuesta es lenta
en general, lo que afecta los esfuerzos de preservación y conser\ ación en toda
la región. Tener una serie de consejos regionales, orientados e informados en lo
cjiíe concierne al contenido y los problemas de la investigación regional, con la
capacidad de responder de manera oportuna a las situaciones de emergencia,
cpie opere en colaboración con las instituciones locales, probablemente sea im
acuerdo cjue podría tender un puente para el proceso de descentralización, en
caso de (|ue algún día se materialice.
Hoy, la investigación arqueológica es tan difícil, desde el punto de v ista
burocrático, t|iie el resultado neto casi se ha convertido en im sistema de barre-
ras, en lugar de colaboración, para la investigación innovadora. Ks evidente (]ue
la política arcjueológica de centralización excesiva que aún existe ha perdido
parcialmente el espíritu y la misión de la legislación de 1972: la protección del
patrimonio arqueológico y la investigación científica de su carácter. ^
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