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Incubators Toa la desaseloria

(El Sueño de Martina – Parte IV)

Relato Solute 2017

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El Trapecio Volante

Incubators * * *

Toa la desaseloria

(El Sueño de Martina – Parte IV)

Relato Solute 2017

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San Quintín Ediciones S.L., 2017

1ª edición

ISBN:

Impreso en España / Printed in Spain

Editado por San Quintín

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PRESENTACIÓN

A mediados del s XXI, una posible cepa del virus Ébola causa la extinción masiva de la población humana.

Una empresa, llamada Desaseloria Corporation desarrolló un nuevo tipo de robot biológico llamado ETULOS. Un ser virtualmente idéntico al hombre y conocido como Replicante.

Los Replicantes ETULOS-1 eran copias exactas de la humanidad antes de su extinción, fabricadas en impresoras 3D, albergaban los mismos recuerdos que sus predecesores.

Tras las extinción, los Replicantes fueron usados para repoblar la tierra y continuar la obra de la Evolución.

Pero a los pocos meses, una extraña epidemia provocó que muchos de los Replicantes quedaran atrapados en un estado paradójico de semi-inconsciencia, semejante al sueño, del que no podrían despertar.

Brigadas de Replicantes especiales con el nombre de unidades INCUBATORS tienen órdenes de desincronizarse

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de la realidad, y explorar el mundo de los sueños para encontrar la cura de esta misteriosa enfermedad.

A esto no se les llamó soñar.

Se le llamó incubación.

MADRID,

OCTUBRE 2047

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A Martina

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Incubators * * *

Toa la desaseloria

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PRÓLOGO

«Toda nuestra historia es únicamente la de los hombres despiertos; nadie hasta ahora ha pensado en una historia de los hombres que

duermen». G.C.Lichtenberg

No tengo padres, fui creado por una impresora 3D en los laboratorios de Desaseloria Corporation. Era un replicante. Vivía en una torre de apartamentos, justo enfrente de las oficinas. Trabajaba a jornada completa, como unidad INCUBATOR.

A mi me introdujeron en la INCUBADORA tan pronto como cumplí los dos años (aunque aparentaba veintiocho). Durante un año, me dejaron explorar con total libertad la realidad onírica de INCUBATION, un mundo que era totalmente nuevo para mí, y muy distinto del que había conocido hasta entonces.

Puede decirse que, a partir de ese momento, me forme con los recuerdos de Pablo, el ser humano cuya

memoria había heredado. Pasé gran parte de ese año recorriendo los recuerdos, sueños y fantasías de aquel extraño individuo, sin poder distinguir unos de otros. Una vez que llegué a desenvolverme adecuadamente en la INCUBADORA, mi guía y gran amigo Guillermo, decidió apuntarme al programa de INCUBATORS.

Ser un replicante en el planeta Tierra de mediados

del siglo XXI era una putada. Me enteré tarde de la verdad.

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De modo que me tragaba todas aquellas patrañas corporativas que me contaban y, después, con el paso del tiempo, poco después de entrar en el programa de los INCUBATORS, empecé lentamente a atar cabos y a deducir que la mayoría de ellos me había mentido sobre casi cualquier tema, desde que había salido de la sala de impresión 3D.

Y ésa fue una revelación alarmante.

Y una de las razones por las que, más tarde, me ha costado confiar en los demás.

Empecé a comprender la cruda verdad tan pronto como accedí a los archivos hipnogramáticos. La verdad estaba ahí mismo, esperándome, oculta en la MEMORIA UNIVERSAL de la existencia que incluía todos los conocimientos y experiencias del pasado. A medida que iba comprendiendo cuál era la situación. Mi situación. Nuestra situación. Lo que la mayoría de la gente llamaba «la condición humana».

Y no era nada bueno.

Habría preferido que alguien me hubiera dicho la verdad desde el principio. Ojalá alguien me hubiese dicho, simplemente:

«¡Así están las cosas, Pablo!. Tú eres lo que se conoce como un “replicante” de la serie ETULOS-1. La humanidad desapareció hace treinta años por una pandemia provocada por el virus Ébola. Los replicantes son los descendientes de los seres humanos. Esto fue posible gracias a los ingenieros de Desaseloria Corporation, que consiguieron trasponer la memoria de antiguos seres humanos a seres sintéticos creados a partir de la tecnología de impresión 3D orgánica.

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Pero, hazme caso, así es como todos nosotros llegamos aquí. Asúmelo.

» Seguramente te estarás preguntando qué pasó antes de que tú llegarás. Pues un montón de cosas, realmente. Una vez que la raza humana desapareció, los replicantes ocupamos su lugar como figurantes anónimos y oscuros que la Vida arrojó al ruedo de la acción. Sin molestarse siquiera en darles nombre, les hizo deambular como aturdidos por un trama sin desenlace; bultos opacos, sombras que discurrían junto a la incandescencia de los recuerdos de los otros, los verdaderos hijos de la fantasía: los seres humanos auténticos.

» Los figurantes entraban y salían inertes, como pequeños meteoros arrastrados por el paso fulgurante de un cometa: eterno séquito, cortejo, compañía, comparsa noble o plebeya, cortesanos o pueblo… No importa: nada les redimía de su exigua identidad, de su casi no ser.

» Tenían encomendadas casi siempre las tareas penosas, los gestos más ingratos y anodinos, incluso a veces los cometidos francamente sucios. Papeles desairados, si los hay, pues ¿qué mayor desaire que pasar inadvertido, que ostentar la anonimia? Su destino implacable era el olvido, pero no ya al final, cuando el telón se abate, sino desde casi su misma aparición, ya que su presencia no tenía más remedio que erigirse en la frontera de la ausencia».

El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero hoy quiero empezar a escribir esta historia, para que mañana podáis conocer lo que ocurrió…

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¿Estas preparado para conocer la verdad?

Pablo

MADRID,

OCTUBRE 2047

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PERSONAJES

Guillermo

Sara

Ricardo

Adrián

Héctor

Patricia

Ruth

Jesús

Alejandro

Álvaro

Daniel

Paula

Pablo

José

Javier Soldevilla

Laura Cano

Javitin

Pedro Pérez

Alvarito

Laura Manuela

Martina

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PRIMERA PARTE

La Partida

“No busques seguir los pasos de los sabios. Busca lo que buscaron ellos.”

Matsuo Basho

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La Incubadora

Su despertador sonó a las diez en punto. A la misma hora de la reunión. Tomó sólo un café del día anterior que le dejó en la boca un sabor amargo. Atravesó corriendo la calle que separaba su apartamento de las oficinas de DESASELORIA CORPORATION. José se cruzó corriendo bajo la débil luz del amanecer. Le saludó con la cabeza y siguió su camino sopesando un instante la posibilidad de desayunar en ICLEA con su compañero.

Pablo subió a la segunda planta por las escaleras. A estas alturas ya se había convertido en una costumbre. El mismo hábito que tenía Pablo durante el año que trabajó en Solute hasta caer enfermo de Ébola. Saludó a Elena al entrar y se fue directo a la sala de reuniones con la esperanza de no llegar demasiado tarde. El director de la empresa le miró de reojo.

Pablo ocupó un sitio vacío mientras Karim continuaba su presentación:

- El nuevo modelo de INCUBADORA permitirá a los INCUBATORS llegar a la Fase II del sueño, sin transición Alpha, ganando tiempo para poder encontrar la puerta a la zona Delta...

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Pablo se mantuvo en silencio, con la mirada fija en una pequeña peonza de metal. Karim seguían explicando la ventajas del nuevo modelo de INCUBADORA. Y por algún extraño motivo, la peonza cayó al suelo. Karim interrumpió la exposición, y recogió la peonza de Guille. Era uno de esos objetos que utilizaban los INCUBATORS para saber si estaban “soñando” (sería más correcto decir, incubando) y no perder el ESTADO LUCIDO dentro de INCUBATION.

Pablo se acercó entonces a Alex para enseñarle un dibujo que había hecho de Ruth.

- ¡Es igual que Ruth! –dijo Alex sonriendo. Él y Pablo chocaron los puños.

- Está bien, INCUBATORS –continuo Karim-. Vamos a ver cuál es el escenario más probable en la zona Delta, entre las fases III y V –entonces empezó otra presentación.

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- ¿Qué hiciste anoche? –preguntó Alex a Pablo.

- Nada especial –respondió-. Me fui a casa y accedí a los archivos hipnogramáticos.

- ¿Eh? –dijo Alex sorprendido-. Ya sabes que no puedes hacer eso…

- ¿Has oído hablar de Javitin? –preguntó Pablo.

- Algo he oído –contestó Alex-. Creo que trabajó en Solute antes de que Patri extendiera el Ébola, ya sabes… lo extraño es que no se replicó su mente, creo que desapareció

antes…

- Interesante –dijo Pablo-. ¿Crees que lograremos encontrar el castillo REM a tiempo?

- No nos queda mucho tiempo –contestó Alex-. Haría falta un milagro. Pero existe otra opción…

- ¿Cuál? –preguntó Pablo.

- Transferir tu conciencia a INCUBATION –respondió Alex.

- Pero eso es TABÚ –contestó Pablo.

- Piensatelo, Alvaró y yo queremos dar el SALTO DEFINITIVO –dijo Alex-. Creo que ya habrás leído algo de

esto en los archivos hipnogramáticos.

Pablo no disimuló y esbozó una sonrisa.

Karim continuaba con la presentación.

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La chica de la blusa elástica

Karim quería probar el prototipo esa misma mañana, y nos hizo repasar el PROTOCOLO tres veces. Nada de comer, nada de fumar, nada de sexo. Cada uno tenía su punto de vista, pero en Desaseloria Corporation había que seguir las normas.

Y según discurriera el SALTO –la entrada en INCUBATION, y el paso por la FASE I-, había que aplicar distintos protocolos de actuación.

- Se supone que esta vez entraréis directamente en la FASE II –dijo Karim-. ¡Mucha suerte INCUBATORS!.

Guille y Pablo, ya con el uniforme, se prepararon para el SALTO. José repasó todos los indicadores de la INCUBADORA, y les dio permiso para tumbarse en los divanes dentro de la cabina naranja. Una luz verde se encendió en la consola de la sala de control. Todo estaba listo. El gas empezó a dispersarse dentro de la cabina. En pocos minutos Guillermo y Pablo estaban dormidos...

- Esta tarde lloverá –dijo Karim.

- Eso parece –contestó José.

Guille estaba sentado en el vagón restaurante de un tren. Observando. Fingiendo que leía el menú. La peonza giraba sin detenerse encima de la mesa. Una chica rubia, de unos

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quince años, descalza, leía un grueso libro verde y comía de mala gana una ensalada. Miró primero a Guille y luego bajó la mirada al libro. Guille no pudo apartar su vista de sus pies descalzos.

En el otro lado del vagón, Pablo guiñó un ojo a su amigo, mientras parecía disfrutar del menú: queso ahumado de entrante, y asado de cerdo acompañado de buñuelos de harina y mantequilla como plato principal.

Guille pudo oler el queso azul y la mantequilla que flotaban desde los platos de los comensales. Era como si los recuerdos trajeran esos olores de alguna zona recóndita de la consciencia, o tal vez de otro lugar. Pablo aparentaba gozar de la cena, y no mostraba ningún interés por nada más. Pero parecía que el nuevo modelo de INCUBADORA funcionaba igual que antes.

La FASE I siempre transcurría en un medio de locomoción: un tren que atraviesa un oscuro bosque, un barco que surca un océano desconocido, o un avión que acelera por la pista de despegue dejando atrás la materia que conforma la realidad que conocemos... Como si hubiera que cubrir un trayecto desconocido antes de alcanzar la FASE II de la incubación. Aquella noche, el tren atravesó una extensa llanura desértica. Se parecía mucho a cruzar el océano de noche. Un tren marino. Por la ventana, la pálida luz de las estrellas se reflejaba en la superficie de la sal, en un lugar indeterminado, en algún rincón de los recuerdos oníricos de la extinta humanidad.

La chica siguió mirando a Guille por encima de su grueso libro vede y Guille sintió como si se asfixiara. La chica

llevaba una de esas blusas elásticas sin tirantes. De esas que

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deja poco espacio para la imaginación. Parecía tardar muchísimo en terminar su ensalada.

Guille se acercó a su mesa y le preguntó qué leía.

- La historia del simbolismo.

- ¿Eres especialista en símbolos? –le preguntó.

- Si –contestó ella.

- Oh –dijo Guille.

De una cosa pasaron a la siguiente y acabaron en su compartimento. No tenía mas de quince años, pensaba Guille todo el rato. Yo tengo veintisiete "programados". Quince y veintisiete. Eso significaba que cuando Guille "tenía" doce años ella no existía. Le contó que su padre era muy piadoso. Le contó que su Papá la recogería en la siguiente parada.

Guille imaginó a su papá con un sombrero negro de ala ancha, traje negro, zapatos negros, sentado en una calesa tirada por un caballo negro que sujeta a través de la bridas negras con una mano y con la otra agarra un látigo negro, esperando en la estación del tren. Cuervos describiendo lentos círculos sobre su cabeza.

Abrió la cama que estaba sujeta a la pared. Pensó que era muy gracioso. Al abrirse, la cama no dejó espacio para permanecer de pie. El tren dio una sacudida. Su blusa parecía fácil de quitar. La chica dijo que no podía «hacerlo» y Guille respondió: «¿Hacer qué? ». Por la ventana, se filtraba el brillo blanco de la sal.

Pablo bebía sin parar, era la segunda botella de vino que se acababa. La música de fondo le acompañaba, sonaba el

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disco "Monk's Dream". Aprovechando que se había quedado solo en el vagón restaurante, se encendió un cigarillo. Tan Ricky Martin. Si Karim hubiese podido seguir desde la oficina la escena estaría despedido. Cuando terminó el segundo cigarrillo saltó la alarma de incendios. «Joder», pensó. Pablo se levantó de un brinco y trató de abrir la ventana, pero ya era tarde. Escondió disimuladamente la ceniza debajo de la servilleta de tela y se dirigió hacia el siguiente vagón con cara de sorpresa.

Cuando la alarma de incendios sonó, Guille estaba acostado en la cama del compartimento. «¿Qué sucede?», preguntó la chica. «Pablo la ha vuelto a liar...» contestó Guille, «seguro».

Toda la gente que dormía en sus compartimentos se despertó. El tren dio una fuerte sacudida y se detuvo en medio del desierto. Guille oyó pasos en el pasillo. Había que abandonar el tren y seguir a pie pensó por un momento.

- ¡Guillermo! –gritó una voz desde el pasillo-. ¡Guillermo no me abandones!

- ¡Vete a tomar por culo! –contestó Guillermo.

De nuevo, el tren se puso en marcha. Guillermo respiró aliviado. La chica le preguntó si sabía qué hora era. «No comprendo», contestó Guillermo. Hace siete años que no ve a su hermana, contesta. Todavía no lograba entenderla. Ella preguntó a Guille si se da cuenta de la hora que es. Según el PROTOCOLO, cuando un REFLEJO -así se llaman las criaturas que pueblan los sueños de INCUBATION-, te pregunta la hora, se trata de un MOMENTO DE REVELACIÓN PURA. «¿Quién es tu hermana?», preguntó Guille.

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- Ledaradara –contestó la chica.

Entonces Guillermo despertó en la cabina naranja.

- ¿Qué ha pasado? –preguntó José-. Ha saltado la ALARMA. He tenido que detener el SALTO.

Guille miró de reojo a Pablo, que todavía no se había despertado y seguía tumbado en el diván.

- ¡Nada! –contestó Guille-, no ha funcionado, hemos empezado en la FASE I otra vez.

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La llamada de la aventura

«Escribo estas líneas hoy, en el año 2049; y todavía hoy, en el año 2049, todavía hay hombres y mujeres de DESASELORIA CORPORATION que yacen en un estado de amnesia anterógrada. Durante el primer síntoma de la enfermedad, los afectados creen vivir en el año 2017, justo antes de la HECATOMBE.

Nunca olvidaré, por muchas vidas que me sean concedidas, mi despedida de Solute aquella mañana. Todavía faltaban dos semanas para que Patri extendiera el virus del Ébola en la cena de Navidad.»

- Bueno, hermano, aún estas vivito y coleando –dijo Guille mientras se preparaba para el siguiente SALTO.

- Sabes qué, tendría que haber pedido el vino más caro de la carta –contestó Pablo.

- Al final te la cargarás, Pablo – le reprendió Guille.

- ¿Eso crees? –preguntó con ingenuidad, y al momento cambio de tono-. Mira, viejo amigo, ¿tú nunca has soñado apearte del pequeño tren en medio del océano?. Muchas veces me imagino que hay un montón de pececillos nadando a mí alrededor en medio de un inmenso arrecife de coral. Miles de pececillos, incluido Mushu. Y están solos, quiero decir que no hay ningún pez grande vigilándoles. Sólo yo.

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Estoy al borde del arrecife de una fosa marina, y mi trabajo consiste en evitar que los pececillos caigan en ella. En cuanto empiezan a nadar sin mirar adónde van, yo salgo desde donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre corales. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer en este momento. Sé que suena un poco raro.

Guille se quedó callado mucho tiempo. Luego, cuando al fin habló, dijo:

- Esto no se lo cuentes a nadie por favor.

Sí, en sus sueños con frecuencia se apeaba del pequeño tren en medio del oscuro océano, y corría por un embarcadero flotante de madera tropical, hasta que se zambullía en el mar bajo el reflejo de las estrellas.

Pero solo eran sueños, puros sueños, aventuras maravillosas creadas por su fantasía.

Muy distintos a estos, como podréis comprobar, fueron sus últimos días en Solute, y todos estos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia.

«Todavía me acuerdo de mi última semana en Solute:

Veo a mis compañeros en la puerta de Belaude 22,

veo a Héctor

bajo el arco de arenisca ocre del portal 22,

el rojo brillante bajo la luz de la farola

como platos de sangre volcados detrás de su cabeza,

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veo a Patri llegar y saludar a su amigo con una bufanda en la garganta, parece resfriada,

ante la fachada de minúsculos ladrillos

con la puerta de hierro forjado a su espalda,

sus bordes de color negro bajo la luz del crepúsculo;

está a punto de celebrar la cena de Navidad, está a punto de celebrar el final de año,

es una cría, aturdida por la medicación, lo único que sabe es que es

inocente, que nunca haría daño a nadie.

Quiero aparecer ante ella y decirle, vuelve a casa,

no lo hagas. Vas a propagar el Ébola,

esta es la noche equivocada, vas a causar una epidemia

global que ni siquiera imaginas,

vas a hacer daño a mucha gente,

vas a acabar con los sueños de todos tus compañeros,

vas a traer la muerte. Quiero aparecer

ante ella bajo la luz pálida del atardecer invernal,

y decirla,

<<No lo hagas>>

la delgada, bonita e indispuesta cara de ella vuelta

hacía mí,

su cuerpo fino, lastimoso e inmaculado,

pero no lo hago. No puedo volver atrás en el tiempo.

La veo como una muñeca de papel,

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una mujer delicada,

recipiente del letal virus que

causó la extinción humana, y la digo:

Haz lo que tengas que hacer,

pero celebra el último día de Pablo en Solute.

El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, de este día!»

- ¡¡¡Estas en las nubes!!! –gritó Guille-, o nadando con los pececillos de colores en un inmenso océano. ¡¡Estés donde estés, vuelve ya!!.

Pablo estaba tumbado en el diván con los ojos cerrados, vagamente escuchando.

- ¡Guille! –exclamó con los ojos cerrados-, me gustaría ser un pez de colores…

Guille sacudió la cabeza mientras Pablo continuaba su monólogo. En este punto hizo un gesto a José y le indicó que estaban listos para el siguiente SALTO.

Y mientras Guille ayudaba a Pablo a vestirse, éste seguía tirándole puyas.

- Está claro Guille, no te has enterado de lo que estaba contando –dijo Pablo.

- Estaba distraído –contestó-, ¿de qué estabas hablando?

- Da igual –exclamó-. Nunca me escuchas.

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- ¡No te enfades hombre! –respondió Guille-. Tenemos trabajo que hacer.

Guille y Pablo estaban listos para el SALTO. José repasó todos los indicadores de la INCUBADORA. Una luz verde se encendió en la consola de la sala de control. Todo estaba listo. El gas empezó a dispersarse dentro de la cabina. En pocos minutos Guillermo y Pablo estaban incubando...

Guille abrió los ojos. Estaba sentado en un banco, en la cubierta de una barco. Miró a la persona que tenía sentada a su lado e imagino que era Pablo, porque ya no tenía nada que ver con la persona que él conocía, estaba envejecido, con la mirada perdida, como tampoco se parecía en nada la piel suave y lozana de Guille a la piel cuarteada que ahora tenía. Estaba allí sentado, vagamente escuchando. Desde el exterior llegaba el ruido acompasado de las olas chocando contra el casco del barco.

En ese momento, pasó por delante una jovencita que atrajo la atención particularmente de Guille. Pablo estaba KO. Nunca antes había visto un rostro tan angelical. Tendría unos trece años, con un pelo rubio ceniciento que le caía hasta el lóbulo de la oreja, una frente exquisita y unos ojos aburridos, que pensó, muy posiblemente estaban cansados de la compañía de su madre y sus hermanos. La chica siguió andado y la perdió de vista entre un grupo de soldados.

Llovía con intensidad. Sin prestar atención a los relámpagos que estallaban con fuerza a su alrededor Guille se levantó y miró a través de un ojo de buey de la cubierta hacia la cafetería, había más soldados agolpados de a tres en

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el fondo frente al mostrador. Incluso a través del cristal podía oír la voces de aquellos. Cruzó la distancia a la puerta de la cafetería y entró. Colgó su impermeable con el máximo cuidado de un perchero, se sentó en una mesa y pidió un vaso de leche calentita con Nesquik y un tazón de cereales Chocapic. La camarera, de aspecto eficiente, puso cara de extrañeza al oír el pedido. Guille esbozó una sonrisa ligera, odiando saber que no podría disfrutar de su desayuno favorito.

- Comprendo –dijo-. Entonces pediré un té y una tostada con mantequilla.

Era el año 1945, y formaba parte de un grupo de soldados norteamericanos, bastante especializados, que habían luchando en la Segunda Guerra Mundial como descubriría más tarde. Después hurgó en sus bolsillos, y encontró dos o tres cartas marchitas, una de su mujer, qué contaba qué buena había sido la cosecha la última temporada, y otra de su suegra, que pedía que por favor mandara una novela de Somerset Maugham en cuanto pudiera escaparse del campamento.

Estaba todavía en su primer té, cuando entró en la cafetería la misma jovencita en la que se había fijado antes en la cubierta. Traía el pelo empapado y se le veían los bordes de ambas orejas. Venía con un niño muy pequeño, sin ninguna duda su hermano, al que le quitó el gorro, levantándolo con dos dedos. Atrás venía una mujer de aspecto puritano, con un sombrero de fieltro de ala baja, presuntamente su institutriz. La chica de cabello ceniciento, quitándose el abrigo mientras caminaba, eligió la mesa. Una buena elección desde el punto de vista de Guille, ya que estaba justamente frente a él, a unos tres metros. Ella y la

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institutriz se sentaron. El chiquillo, que tendría cinco años, aún no estaba listo para sentarse. Se apartó y se quitó la bufanda, luego, con la expresión impávida de quien ha nacido para fastidiar a los demás, se dispuso metódicamente a molestar a la institutriz empujando varias veces su silla hacia delante y hacia atrás, mientras la observaba atentamente. La institutriz sin levantar la voz, le ordenó dos o tres veces que se sentara y que, de una vez por todas, dejara de jorobar, pero sólo cuando le habló su hermana desistió y depositó el trasero en el asiento. Inmediatamente tomó la servilleta y se la puso en la cabeza. Su hermana la recogió, la abrió y se la colocó extendida sobre los muslos.

Cuando les trajeron su pedido, la jovencita descubrió que Guille la estaba mirando. Le miró a su vez fijamente, con esos ojos escrutadores que tenía, y luego, de pronto, le dedicó una pequeña y especial sonrisa. Era una sonrisa curiosamente radiante, como a veces lo son esas pequeñas y especiales sonrisas. Guille le respondió con otra sonrisa, mucho menos radiante, tapándose con el labio superior una empaste provisional, negro como el carbón, que le habían hecho en el ejército entre dos diente delanteros. De pronto se dio cuenta de que la jovencita estaba de pie, con envidiable aplomo, junto a su mesa. Tenía puesto un vestido escocés. Le pareció un vestido maravilloso para una señorita tan joven en un día tan, tan lluvioso.

- Creía que los norteamericanos abominaban el té.

No era una mala observación para una chica tan joven. Le dijo que algunos no tomaban nada más que té. Luego le preguntó si quería acompañarle. Respondió:

- Gracias. Tal vez sólo por un momento.

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Guille se incorporó y le retiró la silla, la que estaba frente a él, y se sentó en el borde, manteniendo la espalda muy recta. Guille volvió casi corriendo a su propia silla, más que dispuesto a participar en la conversación. Aunque una vez sentado no se le ocurrió nada que decir. Sonrío de nuevo, ocultando siempre el empaste renegrido. Comentó que, por cierto, hacía un tiempo terrible fuera.

- Si, efectivamente –dijo su invitada, con el tono claro, inconfundible, de quien aborrece la charla intrascendente. Apoyó los dedos en el borde de la mesa, como en una sesión de espiritismo, y luego, casi instantáneamente, cerró las manos: tenía las uñas comidas hasta la carne. Usaba un reloj con pulsera de aspecto militar. La esfera era demasiado grande para su muñeca menuda.

- ¿Usted estuvo presente en la batalla de las Ardenas? –preguntó la jovencita.

Guille asintió con la cabeza para impresionar a la joven sin recordar si había participado en dicha batalla.

- Lo sabía.

Guille le contó que luchó en la defensa de la ciudad de Bastoña, y que había recibido numerosos disparos de bala de los alemanes.

- ¿De veras? –contestó la joven.

- Luego si quieres te enseño las cicatrices en privado –dijo Guille.

- Bien –contesto ella.

Guille mordió una tostada, y le comentó que la guerra era demasiado cruel para los oídos de una chica tan joven.

- Ya sé –le dijo-, me lo dice todo el mundo.

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La institutriz le hacía ahora apremiantes señales de que volviera a su mesa, en fin, de que dejara de molestar al señor. La invitada, no obstante, desplazó tranquilamente su silla dos o tres centímetros de modo que su espalda interrumpió toda posible comunicación con la mesa de origen.

- Usted forma parte del Servicio de Elite, ¿no? –preguntó con curiosidad.

Guille, bastante convencido de la necesidad de impresionar a la jovencita, dijo que había sido el único superviviente del primer batallón de Ranger.

- ¿De veras? –contestó entusiasmada.

Entonces le contó, que su unidad había sido rodeada en campo abierto por la 715ª División de Infantería Motorizada de la División Hermann Göring, pero que él había conseguido escapar, matando a la mitad de la división alemana. Entonces bebió un sorbo de té y se sentó algo más derecho en la silla.

- Como el resto de norteamericanos, parece usted bastante vanidoso –murmuró la invitada, pensativa.

Guille se sonrojo un poco, pero se lo tomo por un cumplido, proporcionándole automáticamente el aplomo que le había estado faltando para pedir a la jovencita que le acompañara a su camarote.

Entonces en ese momento alguien arrojó una botella de whisky vacía a través de una ventana. Por suerte, cayó lejos de nuestra mesa. El responsable era Pablo, que había empezado a meterse en líos.

- ¿Está usted casado? –contestó la joven ante la oferta de Guille.

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Dijo que no.

- ¿Le estoy haciendo preguntas demasiado indiscretas?

Adelantó las manos y las muñecas hacia el centro de la mesa, y Guille quiso hacer lo mismo pero se contuvo ante la mirada inquisitiva de la institutriz… posiblemente era mejor ser cauto en ese momento.

- Por lo general, no soy muy gregaria –dijo, y miró a Guille tratando de ver si conocía el significado de la palabra. Él no le dio a entender nada sin embargo, ni en un sentido ni en otro-. Me acerqué pura y simplemente porque parecía estar usted muy solo. Se le ve en el rostro que es muy sensible.

Dijo que tenía razón, que efectivamente se había sentido muy solo en el frente, y que se alegraba mucho de que ella hubiera venido a su mesa.

- Estoy tratando de ser más amable. Mi tía dice que soy terriblemente fría –dijo la joven, y se tocó la cabeza-. Vivo con mi tía. Es una mujer sumamente bondadosa. Desde que murió mamá, ha hecho todo lo posible para que mi hermano y yo nos sintamos adaptados.

- Me alegro.

- Mi madre era terriblemente inteligente. Muy sensual, en muchos sentidos. -Miró a Guille con una especie de fresca agudeza.- ¿Yo le parezco terriblemente fría?

Le dijo que no, en absoluto, muy al contrario. Le dijo su nombre, el primero que se le ocurrió, y luego le preguntó el suyo.

Vaciló.

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- Mi primer nombre es Julia. Creo que, por el momento, no voy a decirle mi nombre completo. Tengo un círculo nobiliario y a lo mejor a usted le impresionan los títulos. A los norteamericanos les suele ocurrir, ¿no es cierto?.

Dijo que no creía que eso le ocurriera a él, pero que, de todos modos, podría ser una buena idea no tocar el asunto del título por ahora.

En ese preciso momento, sintió el cálido aliento de alguien en su nuca. Se volvió, y pudo evitar a tiempo un choque entre su nariz y la de Pablo.

- Tengo una sed de mil demonios –dijo Pablo-, mientras dormías en la cubierta, me acabe una botella de whisky que tenía en bolsillo. ¿Tienes algo de dinero para continuar bebiendo?

- Porque no te centras en el trabajo, si se entera Karim que has vuelto a beber te va a retirar del programa –contestó Guille.

Pablo clavó la mirada impávida en la chica sin acabar de enfocar su rostro y después se dirigió arrastrando los pies hacia la barra de la cafetería.

- A veces hace las cosas bien también –dijo Guille para disculpar a Pablo-. Pero en la última fiesta me cantó “Can’t take my eyes off you”, fue un momento patético.

- Parece un buen chico –dijo la joven.

- Si, pero lo pasó muy mal después de volver de Bogotá –contestó-, echa mucho de menos a una tal Laura Manuela. Espero que lo supere.

La chica asintió.

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- Para serle sincero, me gustaría saber más sobre usted –dijo la joven.

Guille miró hacia Pablo, que agarraba ahora la garganta de la camarera, mientras con la otra mano le amenazaba con el puño. Cuando vio que él lo miraba, le guiñó un ojo en forma soñadora, risueña, y luego golpeó con furia a la camarera en la cabeza. El ruido sacudió totalmente la cafetería.

La policía militar entró enseguida y se llevó a Pablo esposado al calabozo.

Guille abrió sus ojos como señal de preocupación, pero enseguida continuó la conversación con su amiga. En ese momento, por el tumulto que se había formado en la cafetería, comentó que lo mejor sería continuar la conversación en su camarote.

La jovencita le dirigió una larga mirada pero acabó asintiendo con la cabeza.

- Usted me atrae mucho, me parece muy apuesto ¿yo le gusto también? –dijo con deje sensual.

Encendió un cigarillo sin dejar de mirarla y dijo que era la mujer mas sensual que había conocido nunca. En ese momento, aprovechando la confusión, se marchó con la joven por el pasillo opuesto a la barra. Pero antes examinó a la institutriz para percatarse que le seguía con la mirada.

Bajaron por unas escaleras estrechas y se dirigieron a un largo pasillo, que era el paso intermedio a los corredores de las habitaciones. Tuvo que buscar penosamente, a través de corredores que doblaban sin cesar, hasta que encontró un cuarto vacío.

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- Pero si está abierto –dijo la jovencita con asombro.

- Dejé la habitación abierta para que pasara el servicio de limpieza –contestó Guille apresuradamente.

- Me permite sujetarle el sombrero –preguntó Guille cortésmente para desviar la atención, mientras ella, casualmente, estaba mirando su reloj. Se preguntó si era un regalo de familia.

Guille miró su muñeca y se acordó de Raquel en ese momento.

- Sí, es un regalo de mi padre –dijo-. Me lo dio poco antes de que empezará la Guerra. –Automáticamente la cogió de la mano y dio unos pasos para entrar en la habitación, mientras decía:- Este reloj mantuvo mis esperanzas de volver a casa. –Y tocó rápidamente el pelo de la chica.

- ¿Crees que volveremos a vernos en un futuro inmediato? –preguntó mientras seguía mirando a la joven a los ojos, que se había sentado en la cama. Guille le dijo a continuación cuánto había disfrutado de su compañía. Y de nuevo acarició su pelo ceniciento.

La joven no hizo ningún ademán de alejarse de él. Solo cruzó un pie sobre el otro y, mirando hacia abajo, alineó las puntas de los zapatos. Fue un hermoso gesto, ya que llevaba calcetines blancos, y sus pies y tobillos eran encantadores. De pronto le miró.

- ¿Te gustaría que me quitará la blusa? – dijo la joven con las mejillas ligeramente ruborizadas-. Es mi primera vez.

- Me encantaría –contestó Guille. Entonces se desabrochó el primer botón de la camisa y miró de reojo la

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puerta entreabierta, y a continuación Guille acercó sus labios para besar a la joven.

No había pasado ni un minuto, cuando la policía militar entró en la habitación acompañada de la institutriz. Uno de los soldados se acercó a Guille y le arrastró hasta la puerta donde le esperaban dos soldados más con cara de pocos amigos.

Inmediatamente Guille se sintió satisfecho. El plan había funcionado como él esperaba. Pero le fastidió que Pablo se hubiera adelantado una vez más. Era bueno, muy bueno. Guille siempre fingía abusar de una joven menor de edad para que le detuvieran y así pasar a la siguiente fase del sueño. Pablo, en cambio, prefería emborracharse y meterse en algún follón. Pero le gustaba improvisar sobre la marcha.

Cuando la policía militar arrojó a Guille al calabozo, Pablo ya estaba allí, tumbado en el suelo con los ojos cerrados.

- Era guapa –le soltó al llegar.

Oyeron unos pasos que se acercaban, pasos premeditadamente cuidadosos, pero a la vez descaradamente ruidosos, que parecían tener la secreta intención de intimidar a los presos.

- Vosotros –gritó una voz desde el pasillo, al otro lado de la puerta-. Vais a dormir los próximos años entre rejas.

Pablo y Guille chocaron la mano. Habían pasado a la fase II del sueño.

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La cárcel de San Quintín

Pablo y Guille fueron condenados a cinco y tres años por abuso de una menor y escándolo público en la cárcel de San Quintín, la prisión estatal de California. Durante los primeros días resultaron ser incorregibles, perseguidos por los guardias una y otra vez hasta que fueron castigados por el alcaide Paolo. Detestaban toda autoridad y acabaron con sus traseros en el calabozo, privados de luz y alimento. Los funcionarios de la prisión llamaban a este castigo «aislamiento total», para los presos era la muerte en vida.

La actitud incorregible de Pablo y Guille fue tan notoria a los pocos días que cargaron sobre ellos las faltas de muchos otros convictos, y pagaron por ellas en el calabozo, a pan y agua, colgados de los pulgares, de puntillas, durante largas horas, cada una de ellas más larga que cualquiera de las vidas de los demás presos.

Los hombres inteligentes pueden ser crueles. Los

hombres estúpidos son monstruosamente crueles. Los guardias y todos los que trabajan en San Quintín, del alcaide para abajo, eran monstruos estúpidos. Lean con atención y verán lo que les hicieron a nuestros amigos. Había un recluso en la cárcel, un degenerado de frente amplia y mentón hundido. Era un cobarde, un informante. Un cerdo soplón.

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Este falso compañero se llamaba Fitzgerald. No era la primera vez que lo condenaban, y a pesar de ello, como era un perro cobarde y llorón, su última sentencia fue tan solo de dos años. Había hecho méritos para reducir considerablemente su condena. La de Guille y Pablo era un poco más larga, pero necesitaban escapar antes para pasar a la siguiente fase. Y, aun así, este degenerado miserable, desesperado por ganar unos cuantos meses de libertad, logró añadir una buena porción de eternidad a la condena de nuestros amigos.

Lo que ocurrió fue lo siguiente. Este Fitzgerald, en un intento de conseguir los favores del capitán Kristofer de la prisión y, por tanto, los del alcaide, organizó una falsa fuga. Los condenados a cadena perpetua detestaban a Fitzgerald y, cuando éste se les acercó con su maravilloso plan de fuga colectiva, se rieron de él y le dieron la espalda, acusándole de no ser más que un sucio chivato. Pero al final logró engatusar a Pablo y a Guille puesto que necesitaban escapar de la prisión para pasar a la fase III de la incubación.

Fitzgerald aseguró que podía conseguir dinamita para la noche de la fuga, pero que necesitaba algo de tiempo para hacerse con ella. Se lo concedieron, y unos días después, anunció que estaba listo. Pero al mismo tiempo, habló con el capitán de patio y le contó el plan de fuga, todo imaginado e inventado por él. El capitán le exigió pruebas y Fitzgerald le aseguró que los dos hombres que pretendían fugarse habían sobornado ya a un funcionario para conseguir dinamita y detonadores.

Para entonces la imaginación desbocada del impostor fue demasiado lejos. Él fue el responsable de que Pablo y Guille acabaran en las celdas de confinamiento solitario. El capitán

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Kristofer tampoco sabía que a él también se la estaban jugando. Cuando Fitzgerald le contó que la dinamita y los detonadores ya estaban escondidos en algún rincón de la cárcel al capitán casi le da un infarto. ¡Diecisiete kilos de dinamita perdidos en la cárcel! Entonces Fitzgerald se percató del error que había cometido, y se inventó que Pablo y Guille la habían enterrado en algún rincón del patio. En una prisión tan grande como San Quintín siempre hay escondrijos.

El capitán Kristofer declaró más tarde ante el alcaide el engaño, y aseguró que Pablo y Guille habían ocultado juntos la dinamita. ¡Y ambos, recién liberados tras cinco días en el calabozo y ochenta horas con la camisa de fuerza; tan deshechos que hasta el guardia más estúpido podía ver que eran incapaces de salir al patio, fueron acusados de haber escondido juntos los diecisiete kilos de inexistentes explosivos! ¡Las misión de los ETULOS-1 se complicaba!

Pablo y Guille estaban desconcertados. Acababan de sacarlos del calabozo, y yacían todavía doloridos en su celda habitual, cuando les llevaron de nuevo al calabozo!

- Y ahora –le dijo el alcaide Paolo al capitán Kristofer-, aunque no sabemos dónde se encuentra la dinamita, al menos está segura. Los chicos son los únicos que saben dónde está y no saldrá ni una sola palabra suya del calabozo. La camisa de fuerza les hará hablar. Pronto encontraremos la dinamita –añadió el alcaide con entusiasmo.

Todo aquel día Guille permaneció tumbado en el calabozo, estrujándose los sesos buscando las posibles razones de este nuevo e inexplicable castigo. La única

conclusión a la que pudo llegar era que algún soplón les

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habría echado la culpa de cualquier infracción con la intención de ganarse el favor de los guardias. Pablo se mantenía en silencio. Fue entonces, estando los dos tumbados, cuando oyeron hablar por primera vez a uno de los guardias del plan de fuga que supuestamente habían tramado con la ayuda de la dinamita. «¿Quién se había inventado esta historia?», se preguntaban; y esa misma noche hallaron la respuesta. Es extraño, la vida, las normas y las leyes de los hombres, y el modo en que se enredan sus caminos.

En la celda de castigo número uno, el alcaide Paolo y el capitán Kristofer se disponían a interrogar a Guille. Como dijo el alcaide:

- Guille, vas a decirnos dónde está la dinamita o haré que mueras en la camisa de fuerza. He tenido que vérmelas con presos mucho más duros que tú, y todos acabaron cantando. Así que elige: la dinamita o el hoyo.

- Pues me parece que el hoyo –contestó-, porque no sé nada de la dinamita.

Consiguió irritar al alcaide, que inmediatamente le ordernó:

- Túmbate.

Obedeció, pues había aprendido que luchar contra tres o cuatro hombres era una locura. Cuando fue el turno del interrogatorio de Pablo, este eligió darse de mamporros, pero recibió una tremenda paliza a cambio. A Guille le ataron con fuerza y le dejaron amarrado dentro de una camisa de fuerza. A Pablo le pusieron dos.

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- ¡Guille, esto no ha hecho más que empezar! –dijo el alcaide-. Más te valdría confesar ahora y ahorrarte problemas. Soy un hombre de palabra. Ya me has oído: la dinamita o el hoyo. Eso es todo. Tú decides.

- Espero que no crea que me resisto porque disfruto con esto –consiguió articular, mientras el capitán Kristofer le apretaba la espalda con el pie para cincharle aún con más fuerza, y Guille tensaba los músculos en un intento de robar algo de espacio-. No tengo nada que confesar. Es más, daría mi mano derecha por poderle llevar hasta la dinamita.

- He tratado a muchos listillos como tú –dijo con sorna-. Os llegáis a creer vuestras propias mentiras. Os volvéis tozudos, como los caballos. Más fuerte, Kristofer, puedes apretarle mucho más fuerte todavía. Si no cantas, Guille, te vas al hoyo. Sabes que cumplo mis promesas.

A modo de compensación, Guille aprendió algo: uno se vuelve menos sensible al dolor a medida que se va debilitando. El dolor decrece porque la propia debilidad lo detiene y, cuando se está muy débil, uno se debilita con mayor lentitud. A medida que se pierde fuerza, cada vez hay menos fuerza que perder. Una vez que toda la carne superflua desaparece, lo que queda es materia fibrosa y resistente.

Cuando el alcaide entro en la celda de Pablo. Este último le mostró una enorme sonrisa, lo que despertó en Paolo un deseo intenso de asesinarle. Se leía en su cara, y sus actos lo confirmaron.

- Pablo –comenzó lentamente el alcaide-, estoy más que harto de tu actitud. Se me ha acabado la paciencia contigo. Pero te voy a dar una última oportunidad. Dinos dónde está

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la dinamita. En cuanto la tenga en mis manos, te sacaré de aquí. Podrás bañarte, afeitarte y ponerte ropa limpia. Te dejaré descansar en el hospital, a mesa puesta, durante seis meses y después te colocaré como recluso de confianza en la biblioteca. Más no se puede pedir. No vas a defraudar a nadie si terminas cediendo, y todo irá mejor en cuanto lo hagas. De lo contrario…

Hizo una pausa y se encogió de hombros, de modo muy expresivo.

- De lo contrario, te moleré a palos y tus días acabaran dentro de una camisa de fuerza.

La perspectiva era aterradora. Estaba seguro de que moriría dentro de la camisa de fuerza. Y entonces se acordó de un libro que había leído el otro Pablo en 2017, «El vagabundo de las estrellas» de Jack London; aquel SALTO, parecía vinculado a la memoria del otro Pablo, y en particular, a la lectura de aquel libro.

Pablo Etulos-1 conservaba los recuerdos de Pablo, ese «rastro de nubes de gloria» como decía Wordsworth. Si de niño el otro Pablo había leído El Mago de Oz, Pablo Etulos-1 recordaba el mortífero campo de amapolas donde Dorothy, pese a todos sus esfuerzos, había caído profundamente dormida. Estos y otros recuerdos, habían quedado atrapados en la neuronas del Replicante, de modo similar a como estaba atrapado en la celda de castigo de San Quintín.

Y he aquí el enigma al que se enfrentaba: sabía que en su interior existía una fortaleza de recuerdos de otras vidas y, a pesar de ello, no podía sino revoletear como un pajarillo a

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través de aquellos recuerdos. Tenía una mina particular en su interior, pero ignoraba como explotarlo.

Pero en aquel momento, con el alcaide amenazándole con la camisa de fuerza, recordó el truco que Morrel contó a Darrel Standing cuando se tuvo que enfrentar al mismo desafío. Aquel era el momento, la ocasión perfecta para poner en práctica su descubrimiento. Sonrió a Paolo, desafiante, y puso toda su fe en aquella sonrisa y en la propuesta que le iba a hacer.

- Alcaide –dijo, con insolente cortesía-, ¿no ve cómo sonrío? Por mí no se detenga. Golpéeme tan fuerte como le plazca y todavía me quedarán fuerzas para sonreír.

- ¿No está como una cabra este tipo? –exclamó el capitán.

El alcaide era un hombre colérico y tomó la petición de Pablo como una muestra de soberbia insultante.

- Solo por eso te cincharemos con más fuerza –le informó.

- Cíncheme todo lo ajustado que quiera –contestó Pablo-, pero si continúo sonriendo, ¿me pondrá una segunda camisa de fuerza?

- Puedes estar seguro –replicó.

Un hombre ha de estar extremadamente loco o profundamente desesperado para ser capaz, en semejantes circunstancias, de vacilarle al alcaide de una celda de castigo. Y además, debe tener fe. Pablo Etulos-1 creía en los recuerdos de la novela de Jack London y sabía que ni siquiera la camisa de fuerza podría acabar con él.

El alcaide estaba tan airado que, dijo lo siguiente:

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- Dale la vuelta Kristofer, y aprieta hasta que oigas crujir sus costillas.

Le dieron la vuelta y le ataron como nunca antes lo habían hecho. Pablo intentó conservar el poco espacio que tenía, y realmente era escaso. No tenía ni fuerza ni modo de conservar más que una minúscula porción de holgura, y ese mínimo espacio se lo arrebató el capitán, que había tenido oportunidad de aprender todas las argucias de la camisa de fuerza desde su interior.

En el fondo, Kristofer no era más que un perro miserable, un despojo que alguna vez había sido un hombre, pero que había cedido ante la imperturbabilidad del sistema. Más tarde Guille y Pablo supieron que una mujer le había engañado. El elemento femenino explica muchas cosas de los hombres.

- Está bien ajustado –dijo el capitán Kristofer con desgana.

El alcaide Paolo, tras un duro esfuerzo, consiguió introducir un dedo entre la atadura y su espalda. Puso un pie sobre él, dejó caer todo el peso de su cuerpo y estiró, pero no consiguió apretar ni un centímetro más.

- Me quito el sombrero, Kristofer. Se ve que sabes hacer bien tu trabajo. Ahora dale la vuelta y veamos cómo está –dijo.

Le dio la vuelta y quedó boca arriba. Pablo les miró fijamente con los ojos casi fuera de las órbitas.

- Ríete ahora, tarado, tú ríete –le dijo el alcaide-. A ver esa sonrisa de la que tanto alardeas.

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Y así, mientras sus pulmones jadeaban por conseguir una pizca de aire, su corazón amenazaba con estallar, y la cabeza no paraba de darle vueltas, aún fue capaz, a pesar de todo, de esbozar una sonrisa para el alcaide.

La puerta se cerró con estrépito, dejando tan solo un pequeño resquicio de luz, y se quedó a solas, tumbado sobre su espalda. Gracias a su destreza, se las arregló para arrastrarse por el suelo, centímetro a centímetro, hasta que logró tocar la rejilla de ventilación con la nariz. Al instante, sintió una inmensa alegría: ya no estaba completamente solo, podría comunicarse con su amigo Guille empleando el conducto de ventilación como había visto en tantas películas.

Peter Kingsley dice en su obra sobre Parménides: «El objetivo de la vida de cada persona, de la vida de un hombre sabio, es seguir el camino del héroe: vivir sus duras pruebas, sus sufrimientos, su transformación».

Guille estaba tumbado boca arriba en el calabozo, con una camisa de fuerza, escuchando la débil voz de Pablo en la celda contigua mientras reflexionaba sobre el pensamiento de Parménides. Lo que dice era cierto. Esta figura no abunda hoy en día, no existe el entendimiento de los efectos últimos de la vocación del sabio. Si paseamos por la calle podemos ver, sin demasiados obstáculos, que la cultura occidental es «maestra en el arte del sucedáneo. Ofrece y no da nunca, porque no puede. Incluso ha perdido la capacidad de saber qué tiene que dar», la propia estructura del sistema así lo facilita y sostiene, en palabras de Kingsley.

En verdad, cada uno de nosotros, como seres humanos que habitamos hoy este planeta, encontramos elementos

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sustitutivos en los que apoyarnos momentáneamente que nos evitan el duro trámite de tener que conocer lo que nos rodea y a nosotros mismos, se desprecian valores como la intuición y la imaginación a favor de la racionalidad y la lógica; y no existe un interés específico en la autorrealización que no sea por la vía de lo material. Podríamos citar el consumismo como motivo evidente. El capital. Incluso las religiones modernas y las formas de espiritualidad contemporáneas, no son más que sustitutos que nos evitan el difícil camino del autoconocimiento. El sabio, en la antigua Grecia, era un místico, y su conocimiento de características estrictamente inmateriales.

En medio de aquellas reflexiones, Guille volvió a escuchar la voz de Pablo que provenía del calabozo contiguo y llegaba a través del conducto de ventilación.

- Guille, ¿me oyes? –insistía Pablo-. Guille, ¿estas despierto?.

- Te oigo –gritó Guille.

- Me alegra saber que aún estas vivito y coleando –continuo Pablo-. Pero escucha, tengo que contarte algo.

Era admirable; el espíritu humano elevándose por encima de la adversidad, sin miedo al dolor que pudiera causarle ninguno de los fantasmas del sistema que poblaban el inconsciente humano. Estaban en medio de un SALTO, en un estado parecido a la meditación, llamado incubación, una región de la consciencia que se podría ubicar entre el sueño y el más allá, y cuyas visiones eran tan vívidas y reales como las vuestras, lectores; y como lo es la mayoría de los sueños, pero lo que los hacía extraordinarios era su coherencia y su continuidad.

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- Esto parece el fin –contestó Guille-. Acabarán con nosotros si continúan así y no tenemos ninguna manera de comunicarnos con José atrapados en la camisa de fuerza.

La única manera de activar la ALARMA de la incubadora durante las fases I y II, era provocando un incendio.

- Creo que tengo la solución –dijo Pablo-, estaba en los recuerdos de el otro Pablo. El truco está en morir en la camisa, en querer morirte de verdad. Sé que aún no me entiendes, pero espera. Ya has comprobado cómo te vas entumeciendo en la camisa, cómo se te duermen los brazos o las piernas. Eso no lo puedes evitar, pero puedes llegar a controlarlo, a mejorarlo. No esperes a que se te duerma una pierna o cualquier otra parte del cuerpo. Túmbate boca arriba, lo más cómodamente que puedas, y trata de manejar tu voluntad. Solo tienes que pensar en esa idea y creer en ella ciegamente. Si no crees, no hay nada que hacer. Lo que tienes que pensar, y tienes que creerte, es que tu cuerpo es una cosa y tu espíritu otra. Tú eres tú, y tu cuerpo es algo que no tiene importancia. Tu cuerpo no cuenta. Tú eres quien manda y no necesitas de tu cuerpo. Y cuando ya estés convencido, has de ponerlo a prueba con toda tu voluntad. Haces que muera tu cuerpo. Comienzas con los dedos de los pies, uno a uno. Tratas de que tus dedos mueran, los obligas a morir. Y si tienes fe y tienes voluntad, los dedos de tus pies morirán. Eso es lo más difícil, comenzar a morir. Una vez que has logrado que muera el primer dedo, el resto es más fácil, porque ya no te cuesta creerlo: lo sabes. Entonces concentras toda tu voluntad para hacer que el resto del cuerpo muera. Te lo digo, Guille, lo sé. Una vez que empiezas a morir, todo debería ser más fácil. Poco a poco consigues que se te mueran las piernas hasta las rodillas,

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luego hasta los muslos. Es tu cuerpo el que se está quedando fuera, poco a poco.

- ¿Y qué ocurre luego? –preguntó Guille.

- Bueno, cuando todo tu cuerpo está muerto, y tú sigues ahí, simplemente sales de la piel y abandonas tu cuerpo. Y cuando sales de tu cuerpo, sales de tu celda. Los muros de piedra y las puertas de hierro solo sirven para encerrar cuerpos. No pueden mantener encerrado el espíritu. Eres un espíritu fuera del cuerpo. Puedes mirar tu cuerpo desde fuera.

- ¿Y qué pasa si no funciona?.

- Hay que intentarlo –contestó Pablo-. Es nuestra única oportunidad.

Y aquí se acabó la charla, porque el guardia, que estaba dando una cabezadita, se había despertado de mal humor y amenazó a Pablo y a Guille con romperles los dientes.

Guille permaneció echado en su celda, en silencio, durante mucho tiempo, tratando de ignorar el sufrimiento de su cuerpo mientras consideraba la propuesta de Pablo. Guille había oído hablar de la autohipnosis, como un medio para retroceder en el tiempo y poder recordar las vidas anteriores. Sabía que la propuesta tenía algún fundamento, y podía permitir a la conciencia evadirse del cuerpo, abandonando la prisión de San Quintín, y permitiéndole viajar más allá de la fase II de la incubación para continuar su misión.

De todos modos, Guille pensó que valía la pena probarlo. Y a pesar de la actitud escéptica que había en él, le creyó. No tenía la menor duda de que lograría realizar lo que Pablo

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decía. Quizás esa fe se apoderó de él con tanta facilidad debido a su estado de extrema debilidad. Tal vez no tenía la fuerza suficiente para ser escéptico. Era una propuesta puramente empírica, y como se verá, consiguió demostrarla empíricamente.

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El caminante de las estrellas

A la mañana siguiente, el alcaide Paolo entró en la celda de Guille resuelto a asesinarle. Lo acompañaba el capitán Kristofer.

- Examínele –ordenó al capitán.

Aquel desgraciado miserable le quitó la cochambrosa camisa que había llevado desde el día anterior, y descubrió su pobre cuerpo castigado y consumido, con la piel pegada a las costillas, infestada de llagas por causa de la larga sesión metido en la camisa de fuerza.

- ¿Podrá resistirlo? –preguntó el alcaide.

- No lo creo –respondió el capitán.

- Perfecto –dijo el alcaide despiadado-. Túmbate, Guille.

Obedeció y se tendió boca abajo sobre la lona extendida. El alcaide pareció dudar por un instante.

- Date la vuelta –ordenó.

Hizo varios intentos, pero estaba demasiado débil y no logró más que retorcerse, impotente.

- Está fingiendo –apuntó Kristofer.

- No tendrá que fingir más cuando acabe con él –repuso el alcaide-. Échale una mano, no puedo perder más tiempo.

Así que el capitán le puso boca arriba de modo que pudo mirar fijamente al alcaide Paolo.

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- Guille –comenzó lentamente-, te he dado varios oportunidades. Estoy más que harto de tu tozudez. Se me ha acabado la paciencia. El capitán dice que no estás en condiciones de resistir un día más en la camisa. Tú mismo. Te voy a dar una última oportunidad. Dinos dónde está la dinamita. En cuando la tenga en mis manos, te sacaré de aquí. Lo prometo.

Entonces hizo una pausa y se encogió de hombros.

- De lo contrario, las veinticuatro horas siguientes dentro de la camisa comenzarán ahora mismo.

La perspectiva era aterradora. Guille se hallaba tan débil que estaba tan seguro como el alcaide de que moriría en la camisa de fuerza aquella misma noche. Y entonces recordó el truco de Pablo. Aquel era el momento para seguir los pasos que le había contado la noche anterior, para tener fe. Sonrió a Paolo, desafiante, y le dijo lo siguiente:

- Alcaide –dijo-. Es usted un burro. Y además de un burro, es usted un cobarde, un canalla, un ser lastimoso, tan despreciable que no merece ni que se le escupa a la cara, sin ambages le digo que si no lo escupo es porque no quiero rebajarme hasta el punto de desperdiciar mi poca saliva en alguien tan zafio como usted.

- ¡Mi paciencia ha llegado a su límite! –rugió-. ¡Te mataré!

- Está usted borracho –replicó Guille-. Y le aconsejaría que se lo pensara dos veces antes de decir según qué cosas, pues sus esbirros podrían irse de la lengua algún día y usted perdería su empleo.

Pero la ira se había adueñado del alcaide.

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- Ponedle otra camisa de fuerza –ordenó-. Eres hombre muerto, Guillermo. Morirás ahí metido.

Y le pusieron una segunda camisa de fuerza pero esta vez la ataron por delante.

- ¡Oh, Dios, hace un frío terrible! –exclamó Guille con burla-. Me estoy congelando. No sabe cuanto le agradezco que me haya puesto otra camisa. Así dormitaré más a gusto.

- ¡Aprieta fuerte! –le ordenó a Kristofer, que trataba de ajustar la camisa-. Húndele las botas en el pecho. Rómpele las costillas a ese cerdo si hace falta.

Kristofer lo hizo lo mejor que pudo.

- Ya sabes para qué te sirve contar todas esas mentiras –deliraba el alcaide con el rostro desencajado por la ira-. Ahora te daré lo que te mereces. Ha llegado tu hora. Se acabó. ¿Me oyes? ¡Se acabó!

- Hágame un favor, alcaide –susurró débilmente, pues casi no podía hablar y estaba a punto de desmayarse por aquella tremenda opresión-, que sean tres camisas de fuerza –consiguió decir, mientras los muros de la celda se tambaleaban y daban vueltas a su alrededor, y Guille hacía un último esfuerzo para no perder el conocimiento-. Otra camisa… alcaide… estaré… mucho… más… abrigado.

Y sus murmullos fueron apagándose mientras se adentraba en la muerte aparente. Tan dura fue la presión de sus frágiles huesos sobre los órganos vitales, que en aquel momento sintió que la muerte venía a por él. Y aún así contaba con el milagro de la fe en lo que Pablo le había contado: no creía que pudiera morir. La cabeza le daba

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vueltas, y el corazón le latía frenético desde las uñas de los pies hasta la coronilla.

Y así, mientras sus pulmones jadeaban por conseguir una pizca de aire, su corazón amenazaba con estallar, y la cabeza no paraba de darle vueltas; y aún fue capaz, a pesar de todo, de esbozar una sonrisa para el alcaide.

La puerta se cerró con estrépito, dejando tan solo un pequeño resquicio de luz, Guille se quedó a solas, tumbado sobre su espalda. En aquel momento fue consciente de la serenidad que le invadía. Su cuerpo sentía el dolor habitual que le producía la camisa de fuerza, pero había conseguido mantener la mente en un estado tan pasivo que no percibía el dolor más de lo que percibía el suelo bajo su espalda o las paredes a su alrededor. Nunca estuvo un hombre en mejores condiciones mentales y espirituales para el experimento que Pablo le había propuesto. Obviamente, todo ello se debía en gran parte al estado de debilidad extrema en el que se encontraba.

Pero había algo más. Había aprendido bien a hacer caso omiso del dolor. No dudaba ni sentía temor alguno. En su mente predominaba una fe absoluta en su propio poder. Aquella pasividad era casi de ensueño, y a la vez tan firme, que le llevó a un punto casi de exaltación.

Se concentró en su voluntad. Incluso entonces podía sentir el adormecimiento y el cosquilleo de los miembros que producía la falta de circulación. Dirigió toda su voluntad hacia el dedo meñique de su pie derecho y deseo que desapareciera de su consciencia. Ordenó que ese dedo muriera, que dejara de formar parte de él, su dueño, y se

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convirtiera en algo totalmente ajeno. Se desató un duro combate. Pablo ya se lo había advertido, pero ni la más mínima duda le distrajo. Sabía que aquel dedo moriría, y supo cuándo murió. Poco a poco fue muriendo todo su cuerpo, obligado por su voluntad.

El resto resultó mucho más fácil, aunque fue bastante lento. Articulación tras articulación, dedo a dedo, el proceso continuó su curso. Llegó un momento en el que ya no existía su cuerpo por debajo de sus tobillos. Llegó un momento en que bajo sus rodillas ya no existía nada.

Al cabo de una hora su cuerpo estaba muerto hasta la cintura, y a partir de ahí, en sentido ascendente, miembro a miembro, continuó ayudando a la muerte a llegar hasta arriba.

Al llegar a la altura del corazón comenzó a marearse y sintió por primera vez que la confusión y el vértigo se apoderaban de su consciencia. Ante el miedo a perder el conocimiento, decidió detener el proceso un momento y desvió su concentración hacia los dedos de las manos. Su mente se aclaró de nuevo y así logró alcanzar la muerte de sus brazos con mayor rapidez.

En aquel momento su cuerpo ya estaba muerto, salvo la cabeza y una pequeña parte del pecho. Ya no resonaban con violencia en su cabeza los latidos del corazón oprimido, que latía débilmente pero a un ritmo constante.

A partir de este punto, a pesar de controlar su voluntad de un modo automático, cayó en un estado de ensoñación, como cuando uno se encuentra en la frontera entre el sueño y la vigilia. Sentía también como si su cerebro se ensanchara prodigiosamente en el interior del cráneo. Pudo percibir

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ráfagas ocasionales y destellos de luz como si él, dueño de su cuerpo, hubiese dejado de existir por un instante y, al momento, volviera a ser él mismo, el inquilino de la morada de carne y hueso a la que ordenaba morir.

Más desconcertante aún era la aparente dilatación de su cerebro. Tenía la sensación de que la periferia de su cerebro, sin haber atravesado siquiera el muro del cráneo, se hallaba fuera del cráneo mismo y, además, en constante expansión. En aquella ocasión experimentó también una de las sensaciones más extraordinarias de toda su vida. El tiempo y el espacio, en la medida en que emanaban de su conciencia, se alargaron infinitamente. De este modo, sin llegar a abrir los ojos para comprobarlo, sabía que los muros de su estrecha celda se habían ensanchado hasta convertirse en un amplio auditorio. Y mientras pensaba en ello, sabía que los muros continuaban retrocediendo. Por un momento, se le antojó la posibilidad de que se estuviese produciendo una expansión similar en toda la prisión, en cuyo caso, los muros exteriores de San Quintín se extenderían desde el océano Pacífico hasta el desierto de Nevada. Se le ocurrió también que, dado que la materia podía penetrar a través de la propia materia, los muros de su celda bien podrían penetrar los de la prisión, atravesarlos y de este modo sacar su celda fuera de la cárcel y ponerle en libertad. Por supuesto, aquello no era más que su fantasía, y así lo considero entonces.

La extensión del tiempo era igualmente notable. Los latidos de su corazón eran cada vez más espaciados; y entonces trató de contar los segundos que pasaban, lentos pero seguros, entre un latido y otro. Al principió contó con exactitud que transcurrían más de cien segundos entre uno y

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otro, pero, a medida que fue contando, los intervalos se prolongaban tanto que finalmente se hartó de contar.

Y mientras persistía y crecía en él esta ilusión de alargar el tiempo y el espacio, Guille resolvió dar el siguiente paso y determinó fijarse en el pecho y el corazón, que latía con lentitud. ¿Debía desear también que su cabeza muriera? Y en tal caso, independientemente de lo que ocurrierra con el espíritu de Guillermo, ¿no estaría su cuerpo muerto para siempre?.

Decidió arriesgarse y tomo una decisión, que finalmente se vio recompensada. Ahora solo era mente, alma, conciencia –comoquiera que se llame-, incorporada a un cerebro nebuloso que, a pesar de encontrarse todavía dentro de su cráneo, continuaba expandiéndose más allá de sus límites.

Y entonces, entre destellos de luz, salió, se alejó de allí. De un brinco había saltado por encima de los muros de la cárcel y había llegado, a través del cielo de California, a las estrellas. Y digo «estrellas» con todas las letras: porque se encontró caminando entre las estrellas. Parecía un niño, vestido con una túnica ligera, de lana de vivos colores que brillaban a la serena luz de los astros. Sin duda, aquellas ropas eran reminiscencias de las que había observado, siendo niño, a los artistas de circo y también de las imágenes con que solemos ver representados a los ángeles.

Aun vestido de ese modo, recorrió el espacio interestelar, enardecido por la certeza de que se adentraba en una gran aventura, tras la cual le serían revelados la totalidad de las fórmulas cósmicas y el secreto supremo del universo.

Llevaba en la mano una larga vara de cristal, y sabía que al

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pasar debía tocar con la punta todas y cada una de las estrellas. Sabía, además, que si dejaba de tocar tan solo una de ellas, se precipitaría a un abismo de castigos y de culpas eternas.

Esta exploración estelar continuó durante mucho tiempo. Y cuando digo «mucho tiempo» deben tener en cuenta la enorme extensión de tiempo que había tenido lugar en su mente. Recorrió el espacio durante siglos, acertando sin fallo con la varita en cada una de las estrellas que se encontraba. El camino resplandecía cada vez con más brillo. Y cada vez se acercaba más y más a la inefable sabiduría infinita.

Y entonces, cuando todo proseguía alegremente en su aventura celeste, la punta de su varita falló y en ese mismo instante supo que había olvidado algo importante: la prisión de San Quintín y al alcaide Paolo. En ese momento sintió un golpe brutal, decisivo, implacable e inexorable como el yugo de hierro del destino, que resonó a través del universo. Todo el espacio sideral centelleó, se tambaleó y ardió en llamas.

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El Nacimiento

Aquella mañana, José no se encontraba bien. Se despertó con los ojos turbios, se levantó, deambuló agotado por la oficina, abrió la puerta de la sala de servidores para refrescarse, encontró las zapatillas y, dando un traspié, se encaminó al baño para lavarse. Se había quedado toda la noche haciendo guardia. Guille y Pablo continuaban en la INCUBADORA.

Pasta de diente en el cepillo: ya. A frotar.

Espejo para afeitarse: apuntando al techo. Durante un momento el espejo reflejó un dibujo de Ruth panzuda en la puerta de un baño. Convenientemente ajustado, el espejo reflejó la encrespada barba de José. Se afeitó, se lavó, se secó y, dando trompicones, se dirigió a el comedor, también llamado bunker, con la idea de hallar algo agradable que llevarse a la boca.

Cafetera, enchufe, nevera, leche, café. Bostezo.

Por un momento, el nombre de Ruth vagó por su mente en busca de algo relacionado con ella.

Al girarse, su mirada se detuvo en el belén vertical, y se percató por primera vez en el mismo dibujo de Ruth panzuda custodiada por un soldado romano.

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La miró fijamente.

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«Pobre Ruth», pensó, ayer mismo cayó enferma; y fue tambaleándose a la oficina para vestirse, sin percatarse que su movimiento delataba los primeros síntomas de la enfermedad.

Al pasar otra vez por el baño se detuvo para beber un poco más de agua, y luego un poco más. Tenía mucha sed, otro de los síntomas. Entonces empezó a sospechar que algo no iba bien. ¿Por qué tenía tanta sed? ¿Había olvidado beber agua el día anterior? Supuso que así debió de ser porque no había parado de trabajar. Miro de reojo una vez más el dibujo de Ruth panzuda y siguió su camino vacilante hacia la oficina.

Se detuvo a reflexionar. ¿Por qué ando así?. La enfermedad, pensó. ¡Santo Dios, la Incubadora! Vagamente recordó que Guille y Pablo seguían conectados a la Incubadora. Y ahora él era el único que quedaba sano, de momento. Todos los demás habían caído enfermos en las últimas horas. La epidemia se había extendido precipitadamente. Era una situación desesperada. Bebió otro vaso de agua cuando entró en la oficina y unos segundos después estaba en la sala de control.

La alarma ON.

Algo había vuelto a fallar.

Guille se despertó. Estaba un poco aturdido. Tumbado en el diván con los ojos cerrados, escuchaba las voces de Pablo y José discutir sobre lo ocurrido en el SALTO. En ese momento, se preguntaba con cierta indiferencia, de quien podría tratarse.

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- ¡Guille! –gritó José-. ¡Despierta! Has dormido en demasía en el SALTO y ahora estás aturdido.

Finalmente Guille se incorporó en el diván, abrió los ojos y se secó la frente con una toalla que había colocada en la cabecera. Y mientras intentaba acomodar los ojos a la luz de la habitación, observaba a Pablo.

- ¡Ha sido increíble macho! –soltó Pablo-. La cárcel ha ardido. ¿Cómo lo hiciste?. Un espíritu no puede actuar sobre la materia, ¿te ayudo alguien?. Espero que el alcaide Paolo se haya achicharrado como el pollo frito…

Guille sacudía la cabeza mientras Pablo continuaba su perorata.

- …cómo me habría gustaba ver a Paolo arder… -continuaba Pablo.

Mientras hablaba, Guille iba recordando los acontecimientos que se habían sucedido en la cárcel de San Quintín.

- Cinco mil presos –interrumpió Guille.

En este punto Guille hizo una pausa para dar mayor dramatismo a sus palabras.

- Había cinco mil presos en esa cárcel –continuo.

- ¿Cinco mil presos? –dijo Pablo-. Todo era una incubación. Nadie ha muerto Guille.

- No –negó Guille con la cabeza-, tal vez eran parte del mundo imaginal, pero para mí ya no hay diferencia. ¿No te has informado? Los filósofos de Grecia ya discutían sobre eso hace más de dos mil años. Verás, Pablo, la vida es más

compleja de lo que imaginas, existen múltiples niveles de realidad que no eres capaz de percibir.

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- Pero, ¿de qué estas hablando? ¿Qué es aquello sobre lo que los filósofos discutían hace tanto tiempo?.

- Parménides decía… -respondió Guille. Hizo una pausa al recordar algo de repente-… Martina-. Y José le interrumpió:

- ¡No hay tiempos para debates filosóficos!. Me queda poco tiempo. Todos hemos caído enfermos. Solo quedáis vosotros dos.

- ¡No puede ser! –dijo Pablo con ansiedad-, tú estás aquí. No tienes la enfermedad.

- Ya empiezo a notar los primeros síntomas –dijo José.

- La situación no podría ser peor –soltó Guille.

- No hace falta explicaros nada –continuo José-, sólo nos queda una oportunidad. Un SALTO.

- ¿Un SALTO? –se apresuró a preguntar Pablo, incapaz de imaginar las escasas posibilidades que tenían de completar las sietes fases de la incubación en un único SALTO.

- ¡Es imposible! –exclamó Guille-, ¿pretendes que lleguemos al castillo de REM sin haber explorado el resto de fases?. Sería un milagro si logramos alcanzar la fase V.

- Nunca hemos pasado de la fase III –continuo Pablo-, ¿cómo quieres que hagamos algo así?.

- Si, si, ya sé –comenzó a decir José-, ya sé que hay escasas opciones de éxito, pero es la única carta que nos queda. Nadie dijo que esta misión fuera fácil.

Guille se levantó del diván, dejó la toalla encima de una mesa, se inclinó sobre el hombro de Pablo y le susurró:

- Creo que he visto a Martina.

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Pablo sonrió. Sin duda era una buena noticia.

- Igual tenemos una oportunidad –le dijo Guille a José-. Vamos a prepararnos.

- Será un viaje sin retorno –sentenció Pablo.

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, una ciudad de Galilea llamada Nazaret; en aquel tiempo fue enviado el arcángel Gabriel de parte de Dios, con un mensaje para una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa

de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo.

Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El arcángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.

El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin.

Dijo María al arcángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El arcángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de allí el arcángel.

Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo.

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Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.

Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el mundo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”

Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón.

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Unos magos que venían de Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.

Había en el camino una mujer llamada Ruth la Panzuda, se había comido todos los panes y los peces que había encontrado desde Jerusalén a Belén, y un soldado romano llamado Paquetelargus decidió detenerla para acusarla ante el Sanedrín del pecado de Gula.

El primero de los Reyes Magos, Melchor, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino, y también los libros escritos y sellados por el dedo de Dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardos, cinamomo, canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía

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consigo oro, plata, piedras preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio.

Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho.

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Crucifixión

Guille y Pablo empezaron este SALTO convertidos en grandes druidas celtas, pero presionados a retroceder, por los romanos, en una larga caravana de nuevo hacia el territorio de la bretaña; hasta que obligados a presentar batalla, el destino quiso que cayeran prisioneros y terminaran como esclavos remeros en una galera romana y finalmente, como tal, consiguieron llegar hasta Roma.

La historia de cómo consiguieron convertirse en hombres libres, y luego en médicos romanos, y cómo viajaron hasta Alejandría y desde allí a Jerusalén, es demasiado larga. Es conveniente hacer este breve resumen, para hacerse una idea de qué clase de escenario se presentaba en la fase II de la incubación cuando Guille y Pablo entraron a caballo por la Puerta de Jaffa y posaron sobre ellos todas las miradas.

Tenían motivos más que de sobra para mirarlos. La suya era una raza de poca estatura, de huesos delgados y poca

musculatura; aquellos judíos y romanos no habían visto nunca a dos hombres tan guapos como ellos. Cuando se cruzaron con Guille y Pablo en sus estrechas callejuelas les cedían el paso y se detenían para observar, con asombro, a aquellos hombres tan apuestos venidos del oeste, o solo Dios sabe de qué remoto lugar.

La noche de su llegada, conocieron en casa de Pilatos a

una amiga de su esposa, que formaba parte de la corte de

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Antipas. Se llamaba Raquel. Si creyera que es posible describir el encanto de las mujeres, describiría a Raquel, pero ¿cómo describir las emociones con palabras? El encanto de las mujeres es inefable. Al contrario que la percepción, que culmina en razonamiento, el amor brota de la sensación y se convierte en emoción pura; es decir, en lo que podríamos designar como supersensación.

En general, todas las mujeres tiene algo que atrae a los hombres. Cuando esa atracción se torna personal, lo llamamos amor. Raquel ejercía sobre Guille ese tipo de atracción, ya latente en su interior. A los ojos del hombre que había en él, todo en ella era deseable, y su propio deseo le empujaba a encontrarse con ella y recibirla con los brazos abiertos a pesar de que ella estaba casada.

Raquel era una mujer excepcional. Pertenecía a la aristocracia y era aristócrata por naturaleza: todo en ella era generosidad y elegancia. Era inteligente, ingeniosa y, por encima de todo, de una feminidad abrumadora. Pálida, de piel nacarada y rostro ovalado, su cabello era tan castaño que resplandecía irisado, y sus ojos parecían dos negros pozos gemelos.

Y fue un verdadero flechazo. No hubo espera, duda o incertidumbre alguna. Supo que era suya desde el momento en que la vio, del mismo modo en que ella supo que él, de entre todos los hombres, le pertenecía. Mientras se dirigía resuelto hacia ella, se incorporó de su diván, como si fuera a acercarse a él, y entonces se miraron, y estuvieron mirándose hasta que la esposa de Pilatos, una mujer delgada y nerviosa, se puso a reír tímidamente. Y mientras Guille se inclinaba ante su esposo para presentar sus respetos, le pareció ver

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cómo Pilatos lanzaba una mirada de complicidad a Raquel, como diciendo: «¡Este chico es un partidazo!».

Hablaron largo y tendido aquella noche, sobre todo Pilatos, quien les explicó a Pablo y a Guille con todo detalle la situación local; parecía sentirse solo y con ganas de compartir sus preocupaciones con alguien, incluso ansioso por recibir consejo.

Sin embargo, estaba claro que aquella noche estaba preocupado. Los judíos habían conseguido ponerle nervioso. Eran demasiado conflictivos. La irritación de Pilatos se debía, según les explicó, a que los judíos conspiraban constantemente para utilizarle a él y, por tanto, a Roma, en sus disputas religiosas.

- Guille –dijo Pilatos-, uno nunca puede predecir si una ligera nube de verano se convertirá, con todas sus maquinaciones, en una colosal tormenta. Este lugar es un avispero. Antes prefería gobernar a los salvajes britanos que a estas gentes que nunca se ponen de acuerdo en lo que a Dios se refiere. Ahora mismo, hay un hombre en el norte, un pescador que ahora es predicador y hace milagros, que pronto podría, tal vez, tener a todo el país bajo su control y provocar mi retirada.

Aquella fue la primera vez que oyeron hablar de un hombre llamado Jesús, pero no le dieron demasiada importancia. Hasta tiempo después no imaginarían que sus decisiones podrían cambiar el curso de la narración histórica conocida por ellos.

- Me he informado sobre él –continuo Pilatos-. No es un político, de eso no hay duda. Pero estoy convencido de que

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Caifás, y también Anás, convertirán a este pescador en un asunto político con que azuzar a Roma y arruinarme a mí.

- Ese Caifás… he oído que es el sumo sacerdote de los judíos, pero ¿quién es Anás? –preguntó Guille.

- El verdadero sumo sacerdote, un zorro viejo –respondió Pilatos-. Caifás fue designado por Graco, pero en realidad es la voz de Anás en la sombra.

Guille pudo charlar con Raquel un poco más tarde, y

pudieron continuar discutiendo sobre temas religiosos.

- ¿Tú crees que puede existir una religión sin la creencia en dioses o espíritus? –preguntó Raquel.

- Por supuesto, la religión sólo se refiere a la experiencia de lo sagrado y, por tanto, se halla relacionado con los conceptos de ser, sentido y verdad…

- Que interesante –le interrumpió Raquel.

- La toma de conciencia de un mundo real y significativo –continuo Guille-, se halla en íntima relación con el descubrimiento de los sagrado. Gracias a la experiencia de lo sagrado, la mente humana puede captar la diferencia que existe en lo que se revela a sí mismo como real, poderoso, rico y significativo, y lo que no, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas… La vida humana se llena de sentido imitando los modelos paradigmáticos revelados por los seres sobrenaturales…

Raquel encontró interesantes las palabras de Guille, pues sus ojos seguían brillando, y le miraba con fascinación.

- Eres muy sabio –dijo Raquel.

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Y en esa pausa Guille la miró, y ella también le miró, y ambos mantuvieron fija la mirada. A Guille le hervía la sangre.

No sé lo que hubiera podido pasar, pues Pilatos, que había terminado una conversación con Pablo, interrumpió agitado aquel silencio.

- ¡Un rabino, un rabino celta! –dijo con sarcasmo-. Un nuevo predicador y una nueva doctrina han llegado a Jerusalén. Ahora tendremos más revueltas. Que los dioses nos protejan, porque esto es una casa de locos. Guille, no esperaba esto de ti. Pero ahí estas, divagando como un loco en el desierto acerca de lo divino y lo humano…

Era lógico que hablara así, pues la ciudad entera era un auténtico avispero. Se acercaba la Pascua de los judíos, y miles de personas llegaban desde el campo para celebrar la festividad en Jerusalén. Y como era de esperar, estos recién llegados eran verdaderos fanáticos. Por esto mismo, Pilatos también desconfió de Pablo y Guille y los mandó encerrar en el calabozo.

Habían alcanzado la FASE II de INCUBATION.

En la celda de la prisión había otra presa llamada Ruth la Panzuda acusada del pecado de Gula.

- Tengo ganas de conocer al pescador –dijo Guille.

- ¿A Jesús? –preguntó Pablo-. Con un poco de suerte nos crucificaran a los tres. Entonces podremos preguntarle como trascender la apariencia para evadirse del plano fenoménico.

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- Si, si –respondió Guille-. Ese es el plan. ¿No te parece extraño que un hombre tan sencillo, un pescador, tenga tanto poder?

Pablo frunció el ceño al escuchar las palabras de su amigo; resultaba evidente que estaba excitado ante la idea de conocer al mismísimo hijo de Dios.

- Solo estamos soñando –respondió Pablo-. Nadie puede asegurar que las cosas sucedieron como relata Lucas.

Entretanto, Pablo echo mano de su zurrón y echo en falta algo.

- ¡Mi copa de chocolate! –gritó, mientras dirigía su mirada hacia Ruth la Panzuda y la señalaba con el dedo-. ¡Tú, me has robado!

- ¡Te odio! –dijo Pablo acercándose a Ruth.

- ¿Por qué? –preguntó Ruth.

- Te comiste la copa de chocolate y nata que llevaba en mi zurrón –respondió Pablo-. Era la última.

- Tenía hambre –dijo Ruth.

- ¡Te odio al cuadrado!.

- ¡Chicos, no discutáis! –interrumpió Guille-, nos van a

crucificar a los tres al alba y vosotros discutís sobre comida. ¡Madurad!.

Ruth era solo una proyección de la mente de Pablo dentro de la incubación. La había reconocido enseguida, pero no estaba allí con él en INCUBATION.

Seguramente ustedes ya saben lo que ocurrió al día siguiente. Después de que Anás enviara a Jesús ante Caifás y

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el Sanedrín se reuniera en casa de este para condenar a Jesús a muerte, lo llevaron ante Pilatos, escoltado por la multitud, para que fuera él quien diera la orden de ejecución. Tres presos mas le acompañaban: Guille, Pablo y Ruth.

Sin embargo, no era la voluntad de Pilatos ni la de Roma ejecutarlo. A Pilatos no le interesaba en absoluto el pescador, tan solo le preocupaba mantener la paz y el orden. Y aún así, cuando salió de mala gana para enfrentarse a la muchedumbre que traía al pescador, cayó inmediatamente bajo los encantos de aquel hombre. En cuanto Pilatos vio al pescador, la expresión de su rostro se volvió amable y serena. Dijo a la multitud que no era asunto de su jurisdicción y que eran ellos quienes debían juzgarle, de acuerdo con sus propias leyes, ya que era judío y no romano. Gritaron que, de acuerdo con la leyes de Roma, no les estaba permitido ajusticiar a un hombre.

Por este motivo, ofreció liberar a Jesús, a quien tachó de loco inofensivo, amparándose en la tradición de indultar a un prisionero cada año con motivo de la Pascua. Y entonces los sacerdotes hicieron correr la voz entre sus seguidores para que indujeran a la plebe a gritar a favor de la liberación de Ruth.

Pilatos trató en vano de escapar al destino que le imponían los sacerdotes. Pero no logró hacer que escucharan sus palabras, pues el gentío gritaba enloquecido:

- ¡Liberad a Ruth!, ¡Liberad a Ruth!,.

El resto es de todos bien conocido. Pilatos se lavó las manos y la multitud consiguió aquello que ansiaba: la sangre de Jesús. Pilatos ordenó que lo crucificaran, junto a Pablo y a Guille.

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En el camino a el monte Gólgota, Guille se encontró con Raquel y la abrazó con fuerza a sabiendas de que no la volvería a ver. Entonces los soldados romanos le empujaron, y se apartó de ella. Sus brazos, celosos, quedaron vacíos, mientras separados oía el tumulto en las calles. Le dolía ver como perdía de vista a una mujer tan maravillosa.

- ¿Me amas? –le preguntó Raquel desde la lejanía.

- Te amo más allá de lo que tu entendimiento alcanza –respondió Guille.

El alboroto de la muchedumbre que circundaba a los presos y a la soldadesca, ahogaron la palabras de Guille que no pudieron llegar hasta su destinataria. Raquel hizo ademán de escuchar con atención pero no pudo oír a su amado.

Guille sintió una última punzada de deseo por ella. Arrojó la cruz al suelo, y trato de ir tras Raquel para agarrarla una última vez entres sus brazos. Pero recibió un golpe en el rostro de un soldado que le hizo morder el polvo.

Entonces apareció Ruth por el otro extremo del camino, y Pablo aprovecho para arrojarle un clavo que paso rozando su nariz.

Ruth le hizo una peineta y luego se mofo de él sacándole la lengua.

Finalmente crucificaron a Jesús, y con El a Guille y a Pablo, uno a cada lado y Jesús en medio. Escribió Pilatos un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos.

Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Jesús,

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viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo; Luego dijo al discípulo: He ahí tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la llevaron a la boca. Cuando hubo gustado, el vinagre, dijo… dijo Guille:

- Ey, ey… Jesús… Tengo que pedirte un favor antes de que entregues tu espíritu a tu padre.

Jesús le miró con compasión.

- Mira –continuo Pablo-, esto para ti es súper fácil, necesitamos saltar a la FASE III de la Incubación… ¿podrías hacer un último milagro?.

Jesús movió la cabeza afirmativamente y sonrió.

- Oye, una cosa más... -continuo Pablo-, conozco una chica que se llama Ruth que es muy mala persona. ¿Podrías condenarla a errar por la Tierra hasta tu retorno?.

Jesús sonrió.

- No le hagas caso –le interrumpió Guille-, con el primer favor nos basta.

Cuando hubo callado Guille, dijo Jesús: «Todo está acabado», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Guille y Pablo habían conseguido pasar a la fase III de

INCUBATION. ¡Yupi!

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SEGUNDA PARTE

La iniciación

“Arduo hallarás pasar por el agudo filo de la navaja, y penoso es, dicen los sabios, el camino de la salvación.”

Upanishad

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El primer encuentro

Un varón de nombre Danimut, médico egipcio de origen judío, hombre bueno y justo, se presentó a Pilatos y le pidió los cuerpos de Pablo y Guille; y bajándolos, los envolvió en una sábana y los depositó en una carreta. Era día de la Parasceve y estaba para comenzar el sábado. Un joven criado que había venido con él de Tebas le ayudó. En el camino de vuelta a Egipto, Danimut hizo respirar algunos medicamentos fuertes a Guille y a Pablo, y al cabo de un instante despertaron, sin recordar lo que les había llevado hasta allí. Era un milagro.

Danimut era médico de los pobres en Tebas. Un arcángel mandó un mensaje a Danimut para que viajara a Jerusalén, sin saber él cual era el propósito de dicha aventura. Esto se le revelaría más tarde.

Egipto, tras la derrota de Cleopatra y Marco Antonio, había pasado a ser otra provincia del Imperio romano, que comprendía la mayor parte del Egipto actual, exceptuando la península del Sinaí.

Tebas, con sus templos y sus palacios, era una gran ciudad y las cabañas de los pobres se extendían hasta el infinito, alrededor de los templos y los palacios. En los tiempos de los grandes faraones, Egipto había sometido muchos países y con la grandeza y las riquezas las

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costumbres habían cambiado; los extranjeros acudían a Tebas como mercaderes y artesanos y edificaron también templos a sus dioses. De la misma manera que el lujo, la riqueza y el esplendor reinaban en los palacios y los templos, pero la pobreza asediaba las cabañas de sus alrededores.

Danimut vivía cerca de los muros de un templo, en el barrio bullicioso y pobre de la villa. No lejos de su casa se extendían los muelles de rió arriba donde los barcos del Nilo descargaban sus mercancías. En los callejones estrechos los tugurios de vino y cerveza acogían a los marineros, y había también casa de lenocinio a las que algunas veces los ricos de la villa se hacían llevar en sus literas. Los vecinos de Danimut eran preceptores, suboficiales, patronos de barcas y algunos sacerdotes de quinto orden. Éstos formaban con Danimut la aristocracia de este barrio pobre, de la misma manera que un muro emerge sobre la superficie del agua.

La casa de Danimut era vasta en comparación con las casuchas de barro que flanqueaban en hileras desoladas los estrechos callejones. Tenían incluso un jardincillo de algunos pasos en el que crecía un sicómoro plantada por Danimut. Matojos de acacias lo separaban de la calle y había una especie de estanque de piedra donde vivía una pez llamado Mushu. En la casa había cuatro habitaciones, en una de las cuales, Paulatiti, la mujer de Danimut, preparaba la comida. Ésta la tomaban en la terraza, a la que se tenía acceso también desde el gabinete de la consulta.

En este suburbio pobre, agitado e invadido por los extranjeros, Danimut y sus vecinos representaban las tradiciones y las viejas costumbres respetables. Cuando las costumbres se habían relajado ya en la ciudad entre los ricos y los nobles, él y sus vecinos permanecían imperturba-

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blemente aferrados al viejo Egipto, al respeto de los dioses, a la limpieza de corazón y al desinterés. Parecía, que en oposición a su barrio y a las gentes en medio de las cuales tenían que vivir y ejercer su profesión, quisiesen subrayar con sus costumbres y su actitud el hecho de no pertenecer a la misma clase.

La primera noche en el porche de la casa de Danimut y Paulatiti, después de la cena, Danimut informó a Guille que el arcángel le había informado que debía adoptarle como su hijo. Y que a la mañana siguiente tomaría su mejor vaso de cobre y le llevaría al templo para inscribirle entre los vivos como hijo suyo y de Paulatiti.

- ¿Y a mí no me queréis? –preguntó Pablo con tristeza.

Danimut bajo la mirada al suelo.

- Pobre Pablo –dijo Guille-. Nadie le quiere.

Pablo miro hacia el cielo. Aquellas cañas ennegrecidas y rotas del porche de la casa destrozaban su corazón, porque no tenía ni padre ni madre. Estaba solo en la vida, solo bajo las estrellas de la inmensa ciudad. No era más que un miserable extranjero, y acaso su amnesia encerrase un infame secreto.

Con la herida en el corazón, Pablo huyó de esa casa y se perdió en las calles de la bulliciosa Tebas.

Guille sintió lástima por su amigo, pero la proposición de Danimut le conmovió el corazón y pronto olvidó a Pablo. Desde su creación en una impresora 3D de Desaseloria Corporation (aunque esto él no lo recordara), había anhelado tener unos padres. Sin recordar nada de su pasado como replicante, este sentimiento se manifestó aquella noche.

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A la mañana siguiente Guille acompañó a Paulatiti al mercado. No tenían gran cosa que comprar, pero podía consagrar el tiempo de una clepsidra regateando un manojo de cebolletas, o una semana entera para la elección de un par de zapatos. Se adivinaba por sus palabras que estaba en situación desahogada y que no quería más que primera calidad. Pero si no compraba todo lo que cautivaba su mirada era porque sus principios le dictaban otra cosa. Como decía ella: «El rico no es el que posee oro y plata, sino el que se contenta con poco». Así hablaba, pero al mismo tiempo sus ojos cansados admiraban las telas de lana de colores de Sidón y de Biblos, leves y ligeras como plumas. Sus manos oscuras y endurecidas por los trabajos acariciaban las joyas de marfil y las plumas de avestruz. Todo aquello no era más que vanidad y cosas superfluas, se aseguraba a sí misma. En cambio Guille hubiera querido poseer todo lo que allí había, primero se encaprichó de un mono que pasara sus brazos alrededor de su cuello y de un pájaro de brillante plumaje que gritaba palabras sirias o egipcias. Luego se fijó en unas sandalias de hebilla dorada que le recordaban vagamente a otras que había visto en Aliexpress, aunque como ya he dicho, había perdido la memoria, de vez en cuando tenía destellos de su vida anterior.

Por la noche, antes de dormir, Paulatiti contaba en voz baja a Guille todas las leyendas que conocía mientras Pablo seguramente se divertía en alguna taberna. Le hablaba de Sinuhé y el náufrago que traía de casa del rey de las serpientes tesoros fabulosos. Hablaba de los dioses y los hechiceros, de los encantadores y de los antiguos faraones. Danimut refunfuñaba algunas veces y decía que le llenaba el

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espíritu de vaciedades y fantasías, pero en cuanto había empezado a roncar, Paulatiti reanudaba su narración, tanto para su placer como para el de Guille. La verdadera madre de Guille no hubiera podido ser más dulce y más tierna que la simple y supersticiosa Paulatiti, en cuya casa los narradores ciegos o lisiados tenían seguridad de encontrar una buena comida.

Lo cuentos divertían el espíritu de Guille y le servían de contrapeso a la calle bulliciosa, hogar de moscas, lugar impregnado de innumerables olores y pestilencias. A veces, viniendo del puerto, el aroma salubre del cedro y de la resina invadían el callejón. O bien una gota de perfume caía de la litera de una mujer noble que se inclinaba para regañar a la chiquillería. Por la tarde, cuando la barca dorada de Osiris descendía hacia las colinas de Occidente, de todas las terrazas y de todas las cabañas salía el olor a pescado frito que se mezclaba con los efluvios del pan fresco. Este olor del barrio pobre de Tebas, Guille aprendió amarlo desde aquellos primeros días y no lo olvidaría jamás.

Durante las comidas Guille recibió los primeros consejos de su padre adoptivo. Con paso fatigado atravesaba el jardincillo o salía de su dormitorio con las ropas oliendo a medicinas y pomadas. Su madre adoptiva le vertía agua en las manos y se sentaron en unos taburetes mientras ella les servía.

Algunas veces un perfume violento llegaba hasta la terraza cuando pasaba una mujer de cuerpo adornado con telas transparentes, pintadas las mejillas, las pestañas y los labios, y llevando en los ojos un brillo húmedo que no se ve nunca en las mujeres decentes. Mientras Guille la contemplaba con fascinación, su padre le decía:

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- Ten cuidado con las mujeres que te dirijan palabras lisonjeras y traten de atraerte a sus casas, porque su corazón es una red y una trampa y su seno quema con mayor ardor que el fuego.

Desde aquel día su padre le permitió asistir a sus consultas y compartió con él sus conocimientos sobre la medicina egipcia. Le mostró sus instrumentos, sus cuchillos y sus botes de medicina, explicándole como utilizarlos. Dichas técnicas estaban muy alejadas de las habilidades de Guille, más cercanas a la medicina chamánica. Mientras examinaba a un enfermo, Guille permanecía a su lado tendiéndole una taza de agua, vendajes, ungüentos o vinos.

Cuando Danimut decidió que Guille estaba preparado, consiguió que su hijo entrara en la Casa de la Vida del gran templo de Osiris para ordenarse sacerdote de grado inferior a través de una serie de pruebas, convirtiéndose así en un obediente servidor de Osiris.

Antes de que Guille pudiera ejercer la medicina en Egipto, le era indispensable pasar el examen de sacerdote de grado inferior en la facultad de teología. Debía consagrar a ello tres meses, porque al mismo tiempo acompañaba a su padre en sus visitas a sus pacientes a fin de aprovecharse de su experiencia y seguir aprendiendo.

Al final de dicho período, le anunciaron que había llegado su turno de ir a velar en el santuario. Durante una semana debía habitar en el interior del templo, con prohibición de franquear el recinto. Debía purificarse y ayunar, y su padre se apresuró a cortarle los cabellos y su madre, Paulatiti, le tejió con amor y solicitud las ropas de iniciación.

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Durante la ordenación se decía, Osiris aparecía y hablaba contigo, y te instruía en los secretos de las cosas. Mostrándote, en muchos casos, tu futuro.

Con cierta incredulidad, Guille entró en el templo aquella noche vistiendo las ropas de iniciación que Paulatiti le había preparado. Después del baño en el estanque del templo, se afeitó la cabeza y le dieron vestiduras de lino con ribetes en oro. Guille velaba con el corazón acelerado y era presa de deslumbrantes pensamientos, que le planteaban muchos misterios que desconocía.

Tales eran sus pensamientos mientras erraba por el corredor destinado a los profanos, contemplando las santas imágenes coloreadas y leyendo las inscripciones sagradas que referían cómo los faraones habían ofrecido a Osiris inmensas dádivas procedentes de su botín. Entonces fue cuando vio ante él una mujer bellísima vestida con un traje del más sutil lino, de manera que veía sus pechos y sus muslos a través de la tela. Era alta y delgada, sus labios, sus mejillas y sus cejas estaban pintadas, y le miraba con una curiosidad provocativa.

- ¿Cuál es tu nombre, bello joven? –le preguntó, mirando con sus ojos verdes su túnica que delataba que se estaba preparando para la ordenación.

- Guille –respondió confuso, sin osar levantar la vista.

Pero era tan bella y el aceite que corría por su frente olía tan bien que esperaba que le pediría que la guiase por el templo.

- Guille –dijo ella, pensativa-. ¿Entonces tienes miedo y huyes si te hago una pregunta?

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Entonces Guille se irguió y la miró cara a cara. Pero su mirada era tan extraña, tan curiosa y brillante, que sentía sus mejillas sonrojarse y un fuego extraño devoró su cuerpo.

- ¿Por qué iba a tener miedo?

- ¡Ah…! –dijo ella sonriendo-. Eres un joven muy valiente.

De nuevo fijó sus ojos en él y su corazón saltó dentro de su pecho. Después, tendió su brazo cargado de brazaletes y sortijas y le acarició la cabeza.

- ¿Esta bella cabeza no tiene frío, ahora que no lleva ya sus cabellos? –e inmediatamente añadió-: ¿Me encuentras más bella que a Isis? ¡Mírame mejor!

La miró y vio que sus vestidos eran de lino real; era bella a sus ojos, más bella que todas las mujeres que había visto hasta entonces, y no hacía nada por ocultar su beldad. La miraba, y sentía como su sangre hervía; olvidaba a Osiris y la Casa de la Vida, y su presencia quemaba su cuerpo como el fuego.

- No contestas –dijo ella tristemente-. No tienes necesidad de contestar, porque seguramente me encuentras menos bella que Isis, incapaz de regocijar tus bellos ojos. Ve, pues, a completar tu iniciación.

Pero Guille no se alejó, ni sabía que decir, a pesar de que comprendía que se estaba burlando de él. Reinaba la oscuridad entre las gigantescas columnas del templo. El resplandor de la piedra brillaba en sus ojos y nadie podía verlos.

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- Acaso no sea necesario que te inicies hoy –le dijo sonriendo-. Si gozas y te places con mi compañía, me basta, porque no tengo a nadie con quien divertirme esta noche.

Entonces se acordó de las palabras de Danimut sobre las mujeres que invitan a los hombres a divertirse con ellas. Fue este recuerdo tan brusco que retrocedió un paso.

- ¿No adiviné acaso que Guille tiene miedo? –dijo ella avanzado hacía él.

Pero Guille levantó la mano y dijo rápidamente.

- Sé muy bien quien eres tú. Tu corazón es un cebo pérfido y tu seno quema con mayor ardor que el fuego.

La bella desconocida mostró una leve confusión, pero sonrió de nuevo y le dijo:

- ¿Eso crees? Pues no es verdad. Mi seno no quema como el fuego; por el contrario, se dice que es delicioso. Compruébalo tu mismo.

Le cogió la mano y la llevó a su pecho, del que sintió la belleza a través de la tenue tela; hasta tal punto que empezó a temblar y sus mejillas se sonrojaron.

- No me crees todavía –dijo con una decepción fingida-. Es que la tela te estorba; espera, deja que la separe.

Abrió su túnica y puso su mano sobre su pecho desnudo. Sintió latir su corazón, pero su pecho era tierno y fresco bajo su mano.

- Ven, Guille –dijo en voz baja-. Ven conmigo, beberemos vino y nos divertiremos juntos.

- No debo alejarme del templo –dijo Guille, angustiado,

sintiendo vergüenza de su cobardía porque la deseaba y la

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temía tanto como a la muerte-. Debo conservarme puro hasta mi ordenación, de lo contrario me arrojarían del templo y no podría conseguir jamás el título de médico. ¡Ten piedad de mí!

Así habló porque sabía que estaba dispuesto a seguirla si se lo hubiese pedido una sola vez más.

- Muy tímido eres, Guille –le dijo-. Nobles y ricos me ofrecen alhajas de oro para que acepte divertirme con ellos. Pero tú deseas permanecer puro. Por eso te diré mi nombre, que es Ledaradara; se me juzga tan bella que nadie, después de haber pronunciado mi nombre, puede evitar repetirlo dos o tres veces. También es costumbre que al separarse los amigos cambien regalos para no olvidarse mutuamente. Por esto te pido que me ofrezcas un regalo.

Pero Guille no tenía nada que darle, ni siquiera un modesto brazalete de cobre que, por otra parte, no hubiera osado ofrecerla. Sentía tanta vergüenza de él mismo que bajó la cabeza sin decir nada.

- Pues bien, dame algo que caliente mi corazón –dijo ella levantando con su dedo su barbilla y aproximando su rostro al suyo.

Cuando Guille comprendió lo que deseaba tocó con los labios sus labios tiernos. Lanzó un leve suspiro y dijo:

- Gracias, ha sido un bello regalo, Guille. No lo olvidaré. Pero debes de ser seguramente extranjero, de un lejano país, porque no has aprendido a besar.

Entonces se quitó una sortija del pulgar, una sortija de plata y oro con una piedra verde sin grabar, y se la puso en un dedo.

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- También yo debo hacerte un regalo para que no me olvides –dijo-. Cuando te hayas ordenado médico, podrás hacerte grabar en ella tu sello y serás como los nobles y ricos. Pero recuerda que la piedra es verde porque mi nombre es Ledaradara y porque me han dicho que mis ojos son verdes como el Nilo bajo los rayos del sol.

Dio media vuelta y se alejó. Desde la puerta del templo la vio subir a una litera ricamente adornada; pero su marcha le dejó sumido en una espantosa sensación de vacío, como si se hubiese arrojado de cabeza a algún sombrío abismo.

Guille ocultó aquel primer encuentro con Ledaradara en su corazón, porque la mentira es más exquisita que la verdad y el sueño más puro que la realidad terrestre. Admiraba la piedra verde en sus dedos, evocaba sus ojos y sus delicioso seno y sentía el olor de su perfume. Sus labios dulces tocaban los suyos y se consolaba, porque la mujer de Osiris se le había aparecido ya y su fe se había derrumbado.

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El encuentro con la diosa

La cuarta noche era su turno de velar sobre el reposo de Osiris. En aquel momento estaba debilitado por el ayuno y la tensión de espíritu. Gravemente seguía sin sonreír al sacerdote que le llevaba hacia el santuario, un REFLEJO de Adrián. Osiris había descendido de su barca tras una montaña, los guardianes soplaron en sus trompetas de plata y las puertas del templo quedaron cerradas. El sacerdote que le guiaba levantó la cortina y le mostró el santo de los santos. Una enorme hornacina excavada en la roca albergaba a Osiris, y bajo la luz de las lámparas sagradas, la pedrería de su cuello y su tiara lanzaban destellos rojos, verdes y azules; parecían ojos vivos. Al mirar la figura de Osiris, Guille sintió que la estatua de piedra le aplastaba con todo su peso.

- Velad y orad por el dios –dijo Adrián-. Quizá os llamará por vuestro nombre, porque tiene la costumbre de mostrarse a los candidatos y hablarles, si los juzga dignos de ello.

Hizo lentamente con la mano los signos sagrados, murmurando los nombres divinos de Osiris e Isis, y dejó caer la cortina haciendo una reverencia y poniendo sus manos a la altura de las rodillas.

Salió dejándole sólo en el atrio sombrío cuyas losas helaban sus pies desnudos. Después de su marcha Guille empezó a velar.

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La noche fue larga y, a medida que pasaban las horas una profunda piedad se apoderó de Guille, porque era todavía joven y se decía que había permanecido puro y observando todos los ritos, a fin de que Osiris se le apareciera. Repetía sus nombres sagrados y aguzaba el oído al menor ruido poniendo en tensión sus sentidos, pero el templo permanecía vacío y frío. Después de rogar con suplicantes palabras, entremezcladas de angustiados lamentos, le inundó un desmadejamiento que le sumió en un profundo trance sobre el mismo lugar que ocupaba. Y apenas cerrados los ojos, surgió de entre la oscuridad un rostro divino con serenidad tal, que hasta los dioses se hubieran arrodillado; cuando hubo emergido la luciente figura de su cuerpo, le pareció que se quedaba ante él.

Tenía abundante y espesa cabellera ondulada en rizos que le caían suave y desordenadamente hasta la espalda. La remataba en todo lo alto una corona de flores diversas, en cuyo centro, sobre la frente, resplandecía un círculo a modo de espejo o mejor, como un símbolo de la luna, que brillaba con luz blanca, custodiado a derecha e izquierda por unas sierpes sinuosas, sobre las que caían espigas de trigo. Cubría la perfección de su cuerpo una túnica multicolor tejida de suave lino –de luminosa blancura- que tornasolaba del dorada del azafrán al inflamado rojo de las rosas. Pero lo que más le llamó la atención fue el manto negro y brillante como la mica, que desde el brazo derecho, se recogía sobre el hombro izquierdo cubriéndole el busto a modo de escudo; caía luego en multitud de pliegues, para acabar en orlas de flecos con ondulante elegancia. A lo largo de su textura llevaba estrellas que tintineaban dispersas, y en medio mismo, una luna llena refulgía con encendidos rayos, lo que

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no impedía que en el vuelo de tan elegante manto resaltara el bordado de una guirnalda tejida con toda clase de flores y frutos.

También los símbolos que la adornaban eran bien diversos: a la derecha llevaba un sistro de bronce cuya finísima lámina envolvía, como un talabarte, algunas púas, que, con el movimiento del brazo, emitían un agudo tintineo en arpegios de tres tonalidades; de la izquierda pendía una como lámpara con un ansa en la parte superior, de la que salía un áspid con la cabeza levantada y el cuello hinchado. Sus pies de ambrosía calzaban unas sandalias tejidas con hojas de palmera.

A pesar de tan alta divinidad, y de la fragancia de los felices perfumes de Arabia, se dignó a mirarme:

- Aquí me tienes, Guille, conmovida por tus súplicas, como madre de la naturaleza que soy, señora de los elementos primeros, origen de las generaciones, reina de los dioses, la más alta de las deidades, la encarnación única en tres dioses y diosas que tiene poder sobre la luminosa bóveda del cielo, sobre las olas salobres del mar, y sobre el silencio de los infiernos: la única divinidad venerada en todos los tiempos bajo diferentes formas, ritos y nombres: los sicilianos me llamaban Proserpina; los antiguos áticos Minerva; los de la isla de Chipre Venus; los cretenses Diana; para los de Eleusis soy la antigua diosa Ceres; otros me llaman Juno, o Hécate, o Ramnusia; para los Cristianos soy la Virgen María; los que reciben los primeros rayos del Sol al amanecer, Eríopes y Egipcios son los que me rinden el culto que me es propio y me llaman por mi verdadero nombre de Isis. He venido aquí compadecida de tu situación, y dispuesta a ayudarte, apresta tu ánimo inquieto lo que voy a

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decirte: llegará el día que tengas que tomar una difícil decisión en contra de la opinión de las personas que…

Pero cuando la luz del día entró en el templo los soldados hicieron sonar sus trompetas y la invicta divinidad se desvaneció. Guille se despabiló al punto entre temeroso y alegre, bañado en sudor, admirado de que deidad tan poderosa se le hubiera aparecido con tanta claridad, pero se quedó con un sabor amargo en la boca por no haber escuchado el mensaje que la diosa Isis tenía que comunicarle.

El sacerdote Adrían vino por fin sin demasiada prisa, y repitió las palabras sagradas antes de saludar a Guille.

- Candidato Guille, ¿haz velado y orado, como está prescrito, para merecer tu iniciación?

- Sí –respondió con voz solemne.

- ¿Se os ha aparecido Osiris según su promesa? –prosiguió el sacerdote Adrián, mirándome con ojos astutos.

Guille no contestó, después de un momento de vacilación y el sacerdote volvió a repetir la misma pregunta.

Armándose de valor, Guille dijo finalmente:

- A mí se me ha aparecido bajo la forma de su mujer Isis, de una hermosura tan admirable, que la poquedad del lenguaje humano no posee la facultad de describirla, a no ser que algún dios me otorgue su expresiva elocuencia, y me ha confiado una serie de secretos que no puedo revelaros, pero sus palabras eran en mi boca dulces como el vino, de forma que he tenido sed de beberlas hasta el nuevo día…

El sacerdote Adrián no le dejó continuar, frunció el ceño y dijo severamente:

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- Si no has oído la voz de Osiris –dijo Adrián-, no podré iniciarte.

Y después de decir estas palabras se marchó. El sacerdote Adrián dio la espalda a Guille, y no vio la expresión desolada del aspirante.

Al cabo de un instante tuvo un sobresalto, porque en el templo resonó una voz sobrenatural que parecía manar de todas partes, del techo, del muro, y de las columnas. Esta voz decía:

- Guille… Guille, ¿dónde estás?. Me queda poco tiempo. A partir de aquí vais a tener que continuar solos…

Era la voz de José, pero Guille no la reconoció. Levantó la cabeza y vio que la luz había invadido todo el santuario. La voz salía de la boca de Osiris.

- Guille… Guille… ¿puedes oírme?

Cuando la voz cesó, Guille se levantó y salió al patio desconcertado, sin entender el mensaje que acababa de escuchar. ¿Había tratado Osiris de comunicarse con él en el último momento?

Así fue como Guille no consiguió pasar la última prueba para ordenarse sacerdote. Sin dicho título, no podría alcanzar la licencia de médico, y su nombre tampoco podría inscribirse en el libro de la vida, como lo fuera un día el de su padre Danimut.

Cuando salió del templo en pleno día, se dio cuenta de que Tebas bullía de actividad. Por doquier reinaba el espíritu vibrante de la ciudad, que se reflejaba en la indumentaria de la gente, por los vivos colores de los trajes y las pelucas, o el

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bullicio de gente que compraba en los mercados o los puestos callejeros. De las tabernas y las casas de placer salía la música de Siria y en las calles se oían constantemente nombres extranjeros. La opulencia y el poderío de Egipto eran infinitos.

Guille andaba al azar por las calles de Tebas; iba solo y su corazón estaba henchido de tristeza. Regresó a casa y su padre Danimut le recibió con un fraternal abrazo. Su madre le dio de comer mientras su padre le interrogó sobre su iniciación, pero Guille no le contó la verdad, no quería defraudarlo. Y por esto su corazón se acongojaba. Y en ese momento pensó en su amigo Pablo. Y se dijo: «Tengo cuatro monedas de plata en el bolsillo y un brazalete de oro. Voy a ir a encontrar a mi amigo a fin de que nos divirtamos juntos bebiendo vino, puesto que me avergüenzo de mi mentira».

Por eso se despidió de sus padres diciéndoles que debía regresar al templo y a la caída de la tarde fue a una taberna y preguntó por Pablo. Entonces se enteró que había sido expulsado de aquella taberna hacia una semana. Las personas a las que se dirigía y que tenían cara de borrachines escupían en el suelo al escuchar el nombre de Pablo. Pero uno de ellos le habló:

- Si buscas a Pablo, lo hallarás en una taberna del puerto.

Otro añadió:

- Si encuentras algún follón, Pablo no estará lejos de allí.

Y un tercero añadió:

- Encontrarás a tu amigo Pablo por todas partes donde se riña y se hiera.

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De nuevo escupieron delante de él porque había dicho que era amigo de Pablo, pero creo que uno de ellos obraba así únicamente a causa de su dueño, porque en cuanto éste hubo dado media vuelta le dijo que fuese a una taberna llamada La Jarra Siria.

Descubrió ese antro en el límite del barrio de los pobres y el de los grandes, y su puerta estaba adornada con inscripciones en alabanza de las viñas de Osiris y del vino del puerto. En el interior, las paredes estaban cubiertas de pinturas alegres en las que los babuinos acariciaban a las bailarinas y las cabras tocaban la flauta. En el suelo, los artistas sentados dibujaban con ardor y un anciano contemplaba tristemente su copa vacía delante de él.

- ¡Guille, por todos los dioses! –gritó alguien que se levantó a saludarle alzando la mano en signo de gran amistad.

Reconoció a Pablo, pese a que sus ropas estuviesen sucias y desgarradas; tenía los ojos inyectados en sangre y un chichón en la frente. Había adelgazado y la comisura de sus labios estaba arrugada. Pero en sus ojos había todavía algo atractivo y ardiente cuando miraba que le hacia irresistible a las mujeres. Inclinó su cabeza hacia Guille, hasta que sus mejillas se tocaron. Así reconoció que seguían siendo amigos.

- Mi corazón está henchido de dolor y todo es vanidad –le dijo Guille-. Por eso te he buscado, a fin que regocijásemos juntos nuestros corazones en el vino, porque no tengo más amistad que la tuya.

Pero Pablo levantó su escasa vestidura para demostrarle que no tenía con qué comprar vino.

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- Llevo en mis bolsillos cuatro monedas de plata –dijo Guille con orgullo.

Pero Pablo señaló su cabeza afeitada que delataba que era un aspirante a sacerdote de primer grado. Era lo único que podía envanecerle. Y sintió despecho por no tener el pelo largo. Por esto le dijo con impaciencia:

- No he pasado el examen –dijo Guille, pero luego cambio de asunto-. Creo haber leído en la puerta que tienen aquí también los vinos del puerto. Probémoslos, si son buenos.

Con estas palabras sacudió los brazaletes de sus brazos y el dueño, un REFLEJO de Jesús, acudió y se inclinó ante él poniendo las manos a la altura de las rodillas.

- Tengo vinos de Sidón y de Biblos, cuyos sellos están todavía intactos y que han sido endulzados con mirra –dijo Jesús-. Ofrezco también vinos mezclados en copas de colores; suben a la cabeza como los suspiros de una mujer bonita y llenan de júbilo el corazón.

En vista de que el dueño seguía enumerando incansablemente las excelencias de su mercancía, Guille se volvió hacia Pablo, que encargó una mezcla de vinos. Un esclavo vino a echarles agua sobre las manos y les dejó un plato de granos de loto asados, sobre una mesita baja que puso delante de ellos. Jesús depositó sobre ella las copas. Pablo vertió una gota de vino sobre el suelo exclamando:

- ¡Por el divino Osiris! ¡Que el diablo se lleve el templo de Isis y todas sus sacerdotisas!

Entonces mencionó los nombres de los dioses que más detestaba y Guille siguió su ejemplo.

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- ¡En nombre de Amón –dije-, que su barca se hunda eternamente, que la panza de sus sacerdotes se reviente y que la peste roa a los ignorantes maestros de la Casa de la Vida!

- No temas nada –dijo Pablo-. En esta taberna han escandalizado tanto los oídos de Amón que nadie hace caso ya. Aquí todos los clientes son gente perdida. No conseguiría siquiera ganar mi pan y mi cerveza si no se me hubiese ocurrido escribir pequeños poemillas para los hijos de los ricos.

Le mostró un rollo de papiro cubierto de jeroglíficos con uno de sus poemas y empezó a leerlo en voz alta:

Mira, una mariposa.

¿Pediste un deseo?

Uno no pide deseos a las mariposas

Tú hazlo.

¿Pediste uno?

Sí.

Pues no cuenta.

Guille no pudo menos que reírse. Pablo le miró y sus ojos verdes sonrieron. Enrolló de nuevo el papiro y luego le explicó:

- No careceré de pan ni de cerveza mientras no se me acabe la tinta.

- Bebamos –dijo Guille.

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Y vaciaron las copas, pero su corazón no sintió ningún regocijo.

- ¿No tienes la sensación de qué algo no funciona? –dijo Guille- . No lo puedo explicar, pero ahí está como una astilla clavada en mi mente y me está enloqueciendo. Esa sensación me ha traído hasta ti. ¿Sabes de lo que estoy hablando?.

- ¿Del vino? –contestó Pablo con una sonrisa.

- Estoy hablando en serio –continuo Guille-. Creo que algo se nos escapa. Como si hubiéramos olvidado parte de nuestro pasado.

- Seguro que al final de la noche te acuerdas de algo más –zanjó Pablo-. Pero ahora bebamos para abrazar nuestro destino.

Bebieron el vino, y su espíritu se aligeró y su corazón experimentó un alivio como si hubiese reventado un absceso, porque no estaba ya sólo. Su corazón era ligero e iba rápido como una golondrina al principio de la primavera y sentía deseos de recitar los poemas de Pablo y abrazar el mundo entero.

Y Pablo dijo:

- Vamos a una casa de placer. Vamos a escuchar música y ver bailarinas a fin de que nuestro corazón se regocije y no nos preguntemos más cosas.

- ¡Vámonos átomos! –respondió Guille con entusiasmo.

Guille entregó en pago una de las monedas de plata, felicitando a Jesús la calidad del vino. Jesús se inclinó ante él y les acompañó hasta la puerta rogándoles que no olvidaran La Jarra Siria.

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Rondaron por las calles. La noche había llegado y Guille aprendió a conocer bien Tebas, donde no había nunca noche, porque los barrios de placer estaban tan iluminados de día como de noche. Delante de las casas de placer ardían las antorchas y las lámparas brillaban en las esquinas sobre unas columnas. Los esclavos llevaban las literas y los gritos de los portadores se mezclaban a la música y al escándalo de los borrachos en los lupanares. Pasamos delante de la taberna de Kush, en la que unos negros golpeaban con los puños o unas mazas de madero unos tambores cuyo sordo redoble se propagaba a lo lejos. De todas partes llegaba una música siria, ruidosa y primitiva, cuya extrañeza rompía el tímpano, pero cuyo ritmo cautivaba y enardecía.

Guille nunca había puesto los pies en una casa de placer, y estaba un poco intimidado, de modo que le pidió a Pablo que dieran una vuelta primero por el barrio. Llegaron hasta un templo iluminado por antorchas y lámparas de aceite. Delante del templo algunas muchachas les sonrieron, pero no quisieron saber nada de ellas.

Entraron al templo. Guille caminaba delante, y nadie se extraño de su llegada; los servidores les echaban agua sobre las manos, y el aroma de los platos calientes, de los ungüentos y de las flores llegaba hasta la cancela. Los esclavos les adornaron con coronas de flores y penetraron en la sala porque el vino les había hecho osados.

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En cuanto entraron, Guille no tuvo ojos más que para una mujer que acudió a su encuentro. Iba vestido con lino real, de manera que sus miembros aparecían a través de la tela como los de una diosa. Llevaba una gruesa peluca azul adornada con numerosas joyas coloradas, sus párpados

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estaban pintados de negro y verde bajo los ojos. Pero más verdes que todos los verdes eran sus pupilas, que eran como el Nilo bajo los ardores del sol estival, porque era Ledaradara, a quien había encontrado un día en el templo de Osiris.

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La leyenda de Tabubué

Ledaradara no reconoció a Guille en un primer momento, le miró con curiosidad y dirigió una sonrisa a Pablo, quien levantó la mano para saludarla con descaro. Nadie más les prestó atención, de manera que pudo contemplar a placer a la mujer de su corazón. Era de más edad de lo que pensaba y sus ojos no sonreían ya y eran duros como piedras verdes. Sus ojos no sonreían, pero su boca sí, y ante todo miraba el brazalete de oro que llevaba Guille en la muñeca. Pero, a pesar de todo, las rodillas de Guille flaquearon.

Los muros del salón estaban pintados seguramente por los mejores artistas y unas columnas abigarradas sostenían el techo. Había mujeres casadas y solteras y todas llevaban vestidos de lino real, pelucas y muchas joyas. Sonreían a los hombres que se agolpaban alrededor de ellas fueran jóvenes o viejos, bellos o feos, y tenían también joyas de oro y sus cabellos estaban recargados de piedras preciosas y oro. Gritaban o reían; copas y jarras llenaban el suelo; se caminaba sobre flores y los músicos sirios agitaban sus ruidosos instrumentos y apagaban el ruido de sus palabras. Habían bebido mucho vino, porque una mujer se sintió indispuesta y el esclavo la tendió demasiado tarde la jofaina, de manera que se manchó el traje y todo el mundo se rió de ella.

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Ledaradara me miró y me dijo:

- ¡Guille! Conocí hace poco un Guille que, como tú, quería ser médico.

- Yo soy ese Guille –dijo, mirándola fijamente y temblando.

- No, tú no eres el mismo –le replicó, haciendo un ademán con la mano para alejarle-. El Guille que yo conocí era joven y sus ojos eran asustadizos. Pero tú eres un hombre, atractivo y tus ojos son ardientes.

Le mostró la sortija con la piedra verde en su dedo, pero ella movió la cabeza y dijo:

- He acogido a un bandido en mi casa porque seguramente has matado a Guille cuya vista endulzaba mi corazón. Lo has matado y le has robado la sortija que me quité del pulgar para dársela en prenda de amistad. Le has robado incluso su nombre; el Guille que me gustaba no existe ya.

Levantó el brazo para mostrarle su dolor. Entonces el corazón de Guille se llenó de amargura y el dolor invadió sus miembros. Se quitó la sortija y se la tendió diciéndole:

- Recobra tu sortija. Voy a marcharme; no quiero ser importuno.

Pero ella dijo:

- No te marches –puso ligeramente su mano sobre su hombro como la otra vez y repitió en voz baja-: No te marches.

En aquel instante supo que su seno le quemaría más que

el fuego y que no podría ser nunca feliz sin ella. Pero los servidores les trajeron vino y bebieron para reconfortar sus

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corazones, y jamás vino alguno fue tan delicioso a su paladar.

La mujer que se había sentido indispuesta se enjuagó la boca y volvió a beber. Después se quitó el traje manchado y lo lanzó a lo lejos, y se quitó también la peluca, de manera que estaba desnuda, y apretándose los pechos con las manos mandó a los esclavos que vertiesen vino entre ellos de manera que todos pudiesen beber a su gusto. Con el paso vacilante andaba de un lado a otro de la sala, riéndose en voz alta. Era joven, bella y ardiente, y deteniéndose delante de otro hombre le ofreció de beber entre sus pechos. Todo el mundo se reía y la mujer también, pero de repente se enojo y pidió ropas limpias. Los servidores la vistieron, se puso la peluca y, sentándose al lado de otro invitado, no bebió mas vino. Los músico sirios seguían tocando; Guille sentía en sus miembros y en su sangre el ardor de Tebas y sabía que había visto el día del declive del mundo; nada le importaba ya con tal de poder sentarse al lado de la mujer de su corazón y contemplar el verde de sus ojos y el rojo de sus labios.

Así fue como, a causa de Pablo, volvió a encontrar a Ledaradara, su adorada; pero hubiera sido mejor para él no volverla a ver.

- ¿Es tuya esta casa? –le preguntó, mientras, sentada a su lado, le examinaba con sus ojos duros y verdes.

- Es mía y estos invitados son mis huéspedes; todas las noches vienen porque no me gusta estar sola.

- Serás seguramente muy rica –dijo él, descorazonado porque temía no ser digno de ella.

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Pero ella le sonrió como a un niño y contestó con las palabras de una vieja leyenda:

- Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. ¿Qué quieres de mí?.

Pero Guille no entendió qué quería decir con estas palabras. Bruscamente, dijo otra vez:

- ¿Por qué no fuiste a mi casa la primera vez? Si me hubieses buscado, me hubieras hallado. Hiciste mal en no haber ido a mi casa, en lugar de correr tras otras mujeres con mi sortija en el dedo.

- Aquella noche tenía miedo. Pero en mis sueños eras mi amante. Te burlarás de mí cuando te diga que no me he divertido nunca con una mujer, porque esperaba volver a encontrarte un día.

Ella sonrió e hizo un ademán con la mano.

- Mientes con desfachatez –dijo-. Para ti soy una mujer vieja y fea y te diviertes mofándote de mí y engañándome.

Le miró y sus ojos le sonreían como en otros tiempos y sus ojos se rejuvenecían, de manera que su corazón se henchía de alegría.

- Es verdad que no he tocado a ninguna mujer –dijo-. Pero acaso no sea verdad no haberte esperado más que a ti. Sin que yo lo supiese, acaso me has encantado al poner tus labios sobre los míos, porque tus labios eran dulces.

- Acaso de muchacho te caíste a horcajadas sobre una litera y te volviste triste y solitario –dijo Ledaradara, bromeando y tocándole la mano con una dulzura que no había conocido en ninguna mujer.

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No tuvo la necesidad de responder porque sabía que había bromeado. Entonces retiró la mano y susurró:

- Bebamos juntos y alegremos nuestros corazones. Quizá me divertiré contigo, Guille.

Bebieron más vino; los esclavos se llevaron a algunos invitados en sus literas y Pablo pasó su brazo alrededor de otra mujer. La mujer sonreía, le cerró la boca con la mano y le dijo que no contase tonterías de las que se arrepentiría al día siguiente. Pero Pablo se levantó y con un vaso en la mano gritó:

- De cualquier cosa que haga no me arrepentiré nunca, porque a partir de ahora quiero mirar solamente hacia delante y nunca hacia atrás. Lo juro por los mil dioses de los reinos cuyos nombres soy incapaz de enumerar, pero que pueden recoger mi juramento.

Se quitó un brazalete de cobre y quiso pasarlo al brazo de su compañera, pero ésta rehusó.

- Soy una mujer respetable y no una prostituta.

Se levantó irritada y salió. Pablo se quedó dormido en el mismo sitio donde le habían dejado plantado.

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La velada estaba ya avanzada y los invitados hubieran debido marcharse ya. Sin embargo, continuaban bebiendo y tambaleándose y agitando los instrumentos que habían quitado a los músicos.

Algunos hombres se acercaron a Ledaradara pero ella los rechazó con ambas manos, y Guille les pisaba los dedos de los pies cuando insistían sin fijarse en su rango ni condición,

pues estaban todos borrachos.

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Y él no estaba embriagado de vino, sino de su presencia y del contacto de sus manos. Ledaradara hizo, por fin, un signo y los esclavos apagaron las luces, se llevaron las mesas y los taburetes, recogieron las flores aplastadas y las coronas, y se llevaron en las literas a los hombres que se habían dormido delante de su copa de vino. Entre ellos a Pablo, al que Guille no volvió a ver en el resto de la noche. Entonces Guille le dijo:

- Tengo que marcharme.

Pero cada unas de esas palabras le quemaba como la sal vertida sobre una herida, porque no quería perderla y todo instante pasado lejos de ella habría de estar completamente vacío para él.

- ¿A dónde quieres ir? –le preguntó con fingida sorpresa.

- Velaré toda la noche delante de tu puerta. Iré a hacer sacrificios a todos los templos de Tebas para dar gracias a los dioses por haberte encontrado al fin, porque desde que te he visto vuelvo a creer en los dioses. Iré a coger flores para sembrarlas a tu paso, cuando salgas de tu casa. Iré a comprar mirra para ungir los montantes de tu puerta.

Pero ella sonrió y dijo:

- Es mejor que no salgas porque tengo ya flores y mirra. Es mejor que no salgas porque, excitado por el vino, podrías caer en manos de otras mujeres y no lo quiero.

Estas palabras le entusiasmaron hasta tal punto que quiso poseerla, pero ella le rechazó diciendo:

- ¡Déjame! Mis servidores nos ven y no quiero que, a pesar de que vivo sola, me tomen por una mujer

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despreciable. No haremos, pues, todavía, lo que te ha traído aquí, pero iremos al jardín, donde te contaré una leyenda.

Le llevó al jardín iluminado por la luna, y los mirtos y las acacias embalsamaban el aire; los lotos habían cerrado sus flores para la noche en el agua del estanque de bordes de piedra de colores. Los servidores les vertieron agua sobre las manos y les trajeron una oca asada y frutos con miel, y Ledaradara dijo:

- Come y goza de mí, Guille.

Pero la pasión le estrujaba la garganta y no hubiera podido tragar su bocado. Ella le observaba con aire malicioso y se divertía, y cada vez que miraba la luna se reflejaba en sus ojos. Cuando hubo terminado de comer, le dijo:

- Te he prometido una leyenda y te la voy a contar, porque el alba está lejana todavía y no tengo sueño. Es la leyenda de Satné y Tabubué, sacerdotisa de Bastet.

- Conozco ya esta leyenda –mintió Guille con impaciencia-. La he oído contar muchas veces. Ven conmigo para que te coja en mis brazos en tu lecho y duermas conmigo. Ven, amada mía, porque mi corazón está enfermo de languidez y, si no vienes, me heriré el rostro contra las piedras y aullaré de pasión.

- Silencio, silencio, Guille… -dijo, tocándole la mejilla con la mano-. Eres demasiado violento, me das miedo. Quiero contarte una leyenda para calmarte. Esta fábula empieza así: Ocurrió que Satné, hijo de Kemvesé, buscando el libro encantado de Thot, vio en el templo a Tabubué, sacerdotisa de Baster, y quedó tan impresionado que mandó a su servidor a ofrecerle diez monedas de oro para que pasase

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una hora divirtiéndose con él. Pero ella le respondió: «Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si tu dueño quiere lo que dices, que acuda a mi casa, donde nadie nos verá, de manera que no tendré que conducirme como una hija de la calle». Satné quedó encantado y fue en el acto a casa de Tabubué, donde ésta le dio la bienvenida y le ofreció vino. Después de haber alegrado su corazón quiso realizar lo que lo había llevado a ella, pero ella le dijo: «No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Si verdaderamente deseas hallar tu placer en mí, debes darme tus bienes y tu fortuna, tu casa, y tus campos y cuanto posees». Satné la miró y mandó a buscar un escriba para que redactase un acta por la cual le cedía todo cuanto poseía. Entonces ella se levantó, se vistió de lino real transparente, a través del cual se veían sus miembros como los de las diosas, y se embelleció. Pero cuando él quiso pasar a lo que había venido, ella lo rechazó diciendo: «No olvides que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto debes repudiar a tu esposa a fin de que no tenga que temer que tu corazón se vuelva hacia ella». Él la miró y envió a sus servidores a que arrojasen a su mujer de la cama. Entonces ella le dijo: «Entra en la habitación y échate sobre la cama; recibirás tu recompensa». Él se tendió sobre su cama, pero entonces entró un esclavo que le dijo: «Tus hijos están aquí y reclaman a su madre llorando». Pero él se hizo el sordo y quiso pasar a lo que había venido. Entonces Tabubué dijo: «Soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Por esto te digo que tus hijos podrían buscar querella a los míos por tu herencia. Esto no debe ser y tienes que permitirme que mate a tus hijos». Satné le dio permiso para matar a sus hijos en su presencia y arrojar los cuerpos por la ventana a los

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perros y a los gatos. Bebiendo vino con ella oyó a los perros disputarse los cuerpos de sus hijos.

Entonces Guille la interrumpió y su corazón se oprimió en su pecho, y dijo:

- Pero esto no es más que una leyenda.

Pero Ledaradara dijo tranquilamente:

- Puede que sólo sea una leyenda, pero también yo debe decirte que soy una sacerdotisa y no una mujer despreciable. Mi nombre podría ser también Tabubué.

Pero el claro de luna jugaba en sus ojos y no la creyó. Por esto la tomó en sus brazos, pero ella se soltó y le hizo esta pregunta:

- ¿Sabes por qué Bastet, la diosa del amor, está representada con cabeza de gato?

- Me burlo de los dioses y de los gatos –dijo Guille, tratando de poseerla, con los ojos mudos de pasión.

Pero ella le rechazó y dijo:

- Podrás pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho si esto puede calmarte, pero debes antes escucharme y saber que la mujer es como el gato y la pasión es como un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verdaderamente, la mujer es como un gato, porque también el gato goza atormentando a su víctima y haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás de este juego. Una vez paralizada su víctima, la devora y busca otra. Te cuento esto para ser franca contigo, porque no quisiera hacerte daño. No, en verdad, no quisiera hacerte el menor daño –repitió.

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Con aire distraído cogió sus manos y puso una de ellas sobre su pecho y la otra sobre su muslo. Guille empezó a temblar y las lágrimas brotaron de sus ojos. Pero bruscamente rechazó sus manos y dijo:

- Me llamo Tabubué. Ahora que lo sabes, vete y no vuelvas nunca más a fin de que no te pueda hacer daño. Pero si te quedas, no podrás reprocharme nunca los contratiempos que te puedan ocurrir.

Le dejó tiempo para reflexionar, pero no se marchó. Entonces lanzó un leve suspiro como si estuviese cansada de este juego y dijo:

- De acuerdo. Debo ciertamente darte lo que has venido a buscar. Pero no seas demasiado ardiente, porque estoy cansada y temo quedarme dormida en tus brazos.

Le llevó a su dormitorio. Su lecho era de marfil y madera negro. Se desnudó extendiéndose sobre la cama y le mostró su cuerpo ungido. El corazón se le subió a la garganta y sus manos se cubrieron de sudor mientras admiraba su belleza. Tenía la sensación de que su cuerpo y su corazón y todo su ser estaban reducidos a cenizas.

- Estoy realmente cansada y creo que realmente nunca has tocado a una mujer como me has contado. Pero un hombre que viene por primera vez a casa de una mujer le hace un don irreemplazable. Por esto no te pido nada más. Vete ahora y déjame dormir. Mañana tengo una cita con un rico mercader de Sidón que posee una joya de una reina encontrada en una tumba y tengo que descansar.

Entonces la pasión se apoderó de Guille y se arrojó sobre ella, pero supo defenderse hábilmente y él se sumió en lágrimas ante su ardor impotente. Para terminar le dijo:

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- Si tuviese medios, te compraría todas la joyas de este mundo, bien lo sabes… Pero no quiero que otro te toque. Prefiero morir.

- ¿De veras? –dijo ella, cerrando los ojos-. ¿No quieres que nadie me bese? ¿Y si mañana no quedase con el rico mercader? ¿Si esta noche gozase de ti porque mañana no hay nada cierto? ¿Qué me darías?

- ¿Qué me darías? –repitió mirándole.

- No tengo nada que darte –dijo Guille, admirando su cama de marfil y ébano, el suelo de lapislázuli adornado con turquesas y las numerosas copas de oro-. No, no poseo nada verdaderamente que pueda darte.

Y sus rodillas flaquearon.

- Tengo piedad de ti, Guille –dijo, desperezándose voluptuosamente-. Debes recordar que no soy una mujer despreciable, pero aunque viva sola, debo velar por mi reputación.

Guille sintió el olor de sus ungüentos y el perfume de su piel.

- ¡Cuán pérfidos y mentirosos son los hombres! –dijo-. También tú me mientes, pero te amo y soy débil. Me dijiste una vez que mi seno arde más que una llama, pero no es cierto. Puedes tocar mi pecho, es firme y fresco para ti. Y mis pechos aman tus caricias porque están cansados.

Pero cuando quiso gozar de ella le rechazó, se incorporó y dijo con tono ofendido.

- Aunque esté sola y sea débil, no permito que me toque un hombre pérfido. ¿Por qué no me dices que tu padre posee una casa en el barrio de los pobres? Cierto es que no

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tiene gran valor, pero está cercana a los muelles y se podría sacar algo de los muebles vendiéndolos allá mismo. Quizá podría comer y beber y divertirme contigo esta noche si me dieses estos bienes, porque mañana nada es seguro y debo velar por mi reputación.

- La fortuna de mi padre no es mía –dijo asustado-. No puedes pedirme lo que no me pertenece, Ledaradara.

Pero ella inclinó la cabeza y le miró con sus ojos verdes, y su rostro era pálido y fino cuando le dijo:

- La fortuna de tus padres es tu herencia legal, Guille, lo sabes muy bien, ya que tus padres no tienen ningún hijo, que tendría prioridad sobre ti, porque eres hijos único. Me ocultas también que tu padre te ha dado su sello para que administres sus bienes y dispongas de ellos como si fueran tuyos.

Era verdad, antes de iniciarse como sacerdote, su padre le había dado su sello, encargándole velar por sus intereses como había dicho Ledaradara. Paulatiti y Danimut decían a menudo que deberían vender la casa por un buen precio a fin de poder comprar una casa de campo fuera de la villa y vivir en ella hasta el día que entrasen en la tumba avanzando hacia la vida eterna.

No supo qué responder, tanto le llenaba de horror la idea de que iba a engañar a sus padres, que tanta confianza tenían en él. Pero Ledaradara entornó los ojos y dijo:

- Toma mi cabeza entre tus manos y apoya tus labios sobre mi pecho, porque tienes algo que me hace débil, Guille. Por esto descuido por ti mis verdaderos intereses, y me divertiré toda la noche contigo si me cedes la fortuna de tus padres, pese a que no tenga gran valor.

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Tomó su cabeza entre sus manos y era pequeña y lisa, y una excitación indecible se apoderó de él.

- Que sea como tú deseas –dijo.

Y su voz se quebró. Pero cuando quiso tocarla dijo:

- Pronto tendrás lo que deseas pero antes tendrás que redactar un acta conforme a la ley, porque no me fío de las promesas de los hombres, que son todos pérfidos, y debo velar por mi reputación.

Guille redactó el acta que le pedía y puso el sello de su

padre sobre el papel y le entregó el papel, que Ledaradara encerró distraídamente en un cofrecito de madera negra.

- Eres obstinado, Guille –le dijo-, pero yo soy una mujer honrada y mantengo siempre mis promesas. Toma, pues, lo que has venido a buscar.

Se tendió en la cama otra vez y le tendió los brazos, pero no halló el menor placer en él; volvió la cabeza para mirarse en un espejo y ahogaba los bostezos con una mano, de manera que el goce que Guille esperaba se convirtió para él en cenizas. Cuando se levantó, dijo:

- Ya has recibido lo que querías, Guille; déjame ahora en paz, porque me aburres prodigiosamente. No me produces el menor placer porque eres torpe y violento y tus manos me hacen daño. Pero no quiero enumerarte las penas que me causas, puesto que eres tan torpe. Retírate, pues.

Al oír estas palabras Guille se desgarró en el pecho y la sangre brotó, y gritó:

- ¡En verdad que eres Tabubué, ahora estoy seguro!

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Cuando quiso tocarla de nuevo para estrangularla se le escapó y, Ledaradara llamó en voz alta a sus esclavos, que acudieron enseguida. Y les dijo:

- ¿Quién ha dejado entrar a este inoportuno mendigo? ¡Arrojadlo a la calle y no le abráis nunca más la puerta, y si insiste dadle de bastonazos!

Los esclavos le arrojaron a la calle, porque el vino y la cólera le habían restado todas sus fuerzas a Guille, y le dieron de palos porque no quería alejarse de allí. Comenzó a gritar y aullar y la gente se arremolinó, pero los esclavos les dijeron:

- Este beodo ha ofendido a nuestra señora, que vive en una casa suya y no es una mujer despreciable.

Nuevamente le dieron de palos y le abandonaron desvanecido en el arroyo, donde la gente escupía sobre él mientras los perros se orinaban encima.

Habiendo recobrado el conocimiento y dándose cuenta de su triste situación, permaneció tendido en el suelo hasta el alba.

La oscuridad le protegía y tenía la sensación de no poder abordar nunca más a un ser humano. Pero al alba, cuando la gente comenzó a circular, cuando los mercaderes dispusieron sus escaparates y los bueyes pasaron arrastrando las carretas, salió de la villa y se ocultó tres días y tres noches, sin comer ni beber, entre los cañaverales. Su cuerpo y su alma no eran más que una llaga y si alguien le hubiese dirigido la palabra hubiese aullado como un demente.

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La reconciliación con el padre

El tercer día lavó su cara, su pies y sus ropas ensangrentadas y regresó a la casa de sus padres. Pero a mitad de camino se encontró con su amigo Pablo que lloró de júbilo al verle.

- ¡Oh, amigo! –dijo-, ¿dónde has estado estos días? Tengo muchas cosas que contarte.

Sus ojos expresaban el temor, de manera que Guille acabó diciéndole:

- Cuéntamelo todo, Pablo. Mi corazón es como una piedra en mi cuerpo y nada me importa ya.

Entonces Pablo levantó el brazo para expresar el dolor más profundo y dijo:

- Hubiera dado mi mano izquierdo para evitarte este dolor. Porque esta jornada es mala para ti; debes saber que tus padres adoptivos han muerto.

- ¡Mi padre Danimut y mi madre Paulatiti! –exclamó, levantando el brazo como es costumbre, mientras su corazón saltaba dentro de su pecho.

- Esta mañana los servidores de la justicia han forzado su puerta después de haberles dado ayer la orden de marcharse –refirió Pablo-, pero reposan sobre el lecho y no respiran ya.

- ¿Sabían mis padres por qué los expulsaban así?

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- Tu padre Danimut vino a buscarme a La Jarra Siria –dijo Pablo-. Tu madre le acompañaba y los dos estaban aturdidos y caminaban temblando. Pero yo no sabía dónde estabas. Entonces tu padre ha dicho que quizás es mejor así. Ha contado que los servidores de la justicia pusieron sus sellos sobre todos sus bienes, de manera que no poseían ya más que las ropas que llevaban. Cuando preguntó por qué los expulsaban de aquella forma, los servidores respondieron riendo que su hijo Guille había vendido la casa y los muebles e incluso la tumba de sus padres para poder dar oro a una mujer de mala vida. Después de haber vacilado mucho, tu padre me pidió una moneda para poder dictar a un escriba una carta para ti. Pero no tenía ninguna moneda para darle. Lo siente Guille. Me creerás si te digo que hubiera dado la moneda a tu padre si la hubiera tenido.

- Así mi padre no te ha dejado ningún mensaje para mí…

Y Pablo respondió:

- Tu padre no ha dejado ningún mensaje.

Su corazón era como una piedra en su pecho y no latía ya, pero sus pensamientos eran como pájaros en el aire glacial. Al cabo de un instante, le dijo a Pablo.

- Acompáñame a casa de mis padres por favor.

Se fueron enseguida a casa de su padre; las puertas estaban destrozadas y todo ostentaba los sellos de la justicia. Los vecinos estaban reunidos en el patio y levantaron los brazos en señal de duelo, pero nadie le dirigió la palabra a Guille, sino que todos se apartaron de él con horror. Danimut y Paulatiti reposaban sobre el lecho con el rostro todavía rojo como si hubiesen dormido y en el suelo ahumaba un brasero con cuyo humo se habían asfixiado

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cerrando las puertas y las ventanas. Envolvió sus cuerpos en una manta sin preocuparse de los sellos de la justicia y fue a buscar a un arriero que con su asno quisiera transportar los cuerpos. Le ayudó a cargar los despojos mortales sobre el asno y le pidió a Pablo que se encargará de llevar a sus padres a la Casa de la Muerte.

- ¿Qué harás tú? –preguntó Pablo.

- Tengo una última cosa que hacer –respondió enigmático Guille mientras se guardaba un cuchillo debajo del manto sin que le viera su amigo.

Pablo se marchó con los cuerpos de sus padres y Guille se quedó sólo en casa. Su corazón era pesado como una piedra. Cada ladrillo de los muros le gritaba sus reproches, el viejo sicómoro gritaba y el estanque de los peces gritaba también. Mushu había perecido. La desgracia era total. Por esto se alejó rápidamente de allí, pero en el umbral se cruzó con un escriba que ejercía su oficio en la esquina de la calle frente a la tienda de un mercader de comestibles. Levantó el brazo en señal de dolor y le dijo:

- Guille, hijo de Danimut, ¿eres tú?.

Y él le contesto:

- Sí, yo soy.

El escriba habló:

- No huyas, pues tu padre me ha confiado un mensaje para ti al no encontrarte.

Entonces Guille se arrojó al suelo y se llevó las manos a la cabeza, mientras el escriba sacaba un papel y leía:

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Danimut, cuyo nombre está inscrito en el Libro de la Vida, y su esposa Paulatiti envían este saludo a su hijo Guille. Los dioses me enviaron a por ti, y cada día de tu vida que hemos compartido nos has causado alegrías y jamás pesadumbres, y nuestro orgullo ha sido grande a causa de ti. Ahora estamos tristes a causa de ti, y estamos tristes porque has tenido contratiempos y no hemos podido ayudarte como hubiéramos querido. Y creemos que todo lo que has hecho has tenido razón al hacerlo, porque no podías hacer otra cosa. No te quedes desolado por nosotros pese a que hayas vendido incluso nuestra tumba, porque no lo habrás hecho sin una razón imperativa. Pero los servidores de la justicia llevan prisa y no hemos tenido el valor de esperar el día de nuestra muerte; pero la muerte es para nosotros bienvenida como el sueño para el hombre cansado y la casa para el ausente. Nuestra vida ha sido larga y nuestras alegrías numerosas, pero eres tú, Guille, quien nos has proporcionado las mayores cuando viniste a nuestra casa siendo ya nosotros viejos y solitarios. Por esto te bendecimos y no debes preocuparte porque nos tengamos tumba, porque la vanidad de las cosas es grande y acaso es mejor que desaparezcamos en la nada, sin conocer los peligros y las angustias del largo viaje al reino del Poniente. Recuerda siempre que nuestra muerte ha sido fácil y te bendecimos antes de desaparecer. Que los dioses de Egipto te protejan de todos los peligros, que el dolor sea evitado a tu corazón y tengas goce de tus hijos como nosotros hemos tenido de ti. Esto es lo que desean tu padre Danimut y tu madre Paulatiti.

Su corazón no era ya como una piedra; vivía y se fundía y vertía lágrimas sobre el polvo de la tierra. Pero el escriba dijo:

- He aquí la carta. Falta, es cierto, el sello de tu padre, y no ha podido firmarla con su nombre, pero me creerás

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ciertamente si te digo que la escribí bajo su dictado y que las lágrimas de tu madre han dejado huellas aquí.

Le mostró el papel, pero sus ojos estaban cegados por las lágrimas y no vio nada. Arrolló el papiro y se lo puso en la mano, diciéndole:

- Tu padre Danimut era justo y tu madre Paulatiti una buena mujer, si bien, a veces, tenía un poco expedita la lengua, como es costumbre en las mujeres. Por esto escribí este papel, bien que tu padre no pudiese hacerme el menor regalo, y ahora te doy este papiro.

- Tu generosidad es grande –contestó Guille-, que todos los dioses de Egipto te bendigan y tu cuerpo se conserve eternamente, porque no sabes el bien que me has concedido.

El escriba se alejó, y Guille se quedó sólo una vez más.

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El mito de Isis y Osiris

Guille anduvo toda la noche por el desierto, alejándose todo lo posible de Tebas; la luna, cabalgaba ya por el cielo, agitando a los chacales, que aullaban a lo lejos, de manera que supo que Anubis erraba por las soledades en su busca. Había decidido poner fin a su vida al alba.

Cuando encontró el lugar apropiado, cavó una fosa al lado de una enorme roca. Le invadía el ánimo algo como un escalofrío, por el recuerdo de la muerte de sus padres adoptivos. Sentado en la arena, con las piernas recogidas, las manos rodeando las rodillas, y los dedos entrelazados, no hacía más que deshacerse en lágrimas, imaginándose el penoso viaje de sus padres al reino del Poniente.

Fue en ese momento cuando recordó la deliciosa historia de Isis y Osiris, que una noche le contó Paulatiti:

«La diosa Nut dio a luz a dos parejas de mellizos. La primera estaba formada por Osiris e Isis, y la segunda por Neftis y su cónyuge Seth.

Pues bien, una noche Osiris durmió con Neftis creyendo que se trataba de Isis, y el resultado fue que su hermano Seth, el esposo de Neftis, decidió vengarse. Mandó que le fabricasen un espléndido sarcófago con las medidas exactas de Osiris y una noche, durante una hermosa fiesta, apareció

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con su sarcófago y anunció: “Quien quepa perfectamente en él puede quedárselo”.

Lo cierto es que todo el mundo lo probó, como si fuera el zapatito de Cenicienta, y cuando le tocó el turno a Osiris y éste se encontraba en su interior, aparecieron setenta y dos secuaces de Seth, que clavaron la tapa del sarcófago, lo envolvieron con bandas de hierro y lo arrojaron al Nilo. Así acabó Seth con Osiris.

Isis partió en búsqueda de su marido Osiris. Navegó Nilo abajo y tocó tierra en una playa de Siria. Entonces, un hermoso árbol brotó alrededor del sarcófago, que quedó encerrado en su tronco.

El rey de la ciudad siria más cercana quería construir un palacio y cuando en la orilla percibió el aroma de ese árbol, le resultó tan maravilloso y cautivador que decidió hacerlo talar para colocarlo en su palacio como pilar de la sala principal. Entretanto, su esposa acababa de dar a luz a un

niño.

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Isis recorrió un largo camino, y como esos dioses tienen una capacidad especial de intuir las cosas, llegó al lugar donde Osiris había sido arrojado a la orilla por las aguas del río. Empezó a trabajar como niñera del bebé que acababa de nacer en el palacio, donde en el pilar de la sala principal se hallaba su esposo. Por las noches llevaba a cabo un pequeño ritual: colocaba al recién nacido en el fuego del hogar para conferirle la inmortalidad y purificarlo de su condición mortal, al tiempo que ella se convertía en una golondrina y con un gemido lúgubre revoloteaba alrededor de la columna en la que se encontraba encerrado su marido.

Una noche la madre del bebé entró en la sala y lo vio en el fuego del hogar; la niñera no estaba y en la habitación tan sólo había una golondrina dando vueltas alrededor de la columna. La mujer profirió tal alarido que rompió el hechizo, y el niño tuvo que ser rescatado de las llamas a riesgo de morir incinerado.

La golondrina recuperó entonces su forma de Isis, y la diosa dijo que su marido se hallaba en la columna y que quería llevárselo a casa.

De ese modo Isis consiguió el pilar en cuyo interior estaba Osiris y lo colocó en una embarcación para transportarlo. Entonces abrió el sarcófago, se tendió boca abajo sobre su esposo y concibió de Osiris a su hijo Horus.

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Entretanto, Isis tenía un gran miedo de Seth, quien había usurpado el trono, así que permaneció en el delta.

Isis se ocultó en los pantanos de papiros y dio a luz a Horus con terrible dolor. El dios sol Amón-Ra y la diosa luna Thot, guía de los muertos, fueron los únicos que la asistieron en el parto.

Mientras tanto, también Neftis había concebido un hijo de su unión con Osiris. Tenía cabeza de chacal y su nombre era Anubis.

Un día Seth había salido a cazar un jabalí. Lo persiguió hasta los pantanos de papiros y allí encontró a Isis con el

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pequeño Horus y con el cuerpo de Osiris. Entonces despedazó a Osiris en quince trozos y los desperdigó en todas direcciones.

Así pues, Isis se vio obligada a salir en su busca para reunirlos. Por suerte, esta vez contaba con la ayuda de Neftis y el pequeño Anubis, el niño con cabeza de chacal, que se puso a husmear tras los trozos de Osiris. Lograron recuperar catorce de los quince trozos; el último, que casualmente era su falo, se lo había tragado un pez. Cuando Isis hubo acabado de recomponer el cadáver, Anubis asumió el papel de sacerdote egipcio y embalsamó el cuerpo.

Por su parte, Horus entabló batalla con Seth para vengar a su padre y perdió un ojo. Ese ojo sacrificado recibe el nombre de Ojos de Horus y, al presentarlo como ofrenda a la momia de Osiris, hizo que éste reviviera y le confirió vida inmortal, de modo que Osiris se convirtió en el juez de los muertos.

Cuando las personas morían, Anubis las conducía hasta la balanza donde su corazón era pesado teniendo como

contrapeso una pluma. Si el corazón no pesa más que una

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pluma entonces la persona merece la inmortalidad espiritual. De lo contrario un monstruo cocodrilo devorará a esa persona.».

Cuando Guille terminó de recordar este antiguo relato, se dijo en voz alta:

- ¡A qué esperas, Anubis! Ven a por mí.

Entonces sacó el cuchillo y se cortó las venas.

El esplendor de la luna saliendo de detrás de las nubes lucía un rutilante reflejo. Sobrecogido por la apacibilidad misteriosa de aquella noche, Guille tenía la seguridad de la inminente llegada de Anubis, y sin ninguna esperanza de salvación, empezó a rezar a la omnipotente diosa Isis:

- Reina del cielo: ya sea bajo la advocación de Ceres, madre, origen y alma de las mieses, que por la alegría de encontrar a tu hija, nos adiestraste en el manejo de tan fecundo manjar, y aprendimos a dejar para el ganado el antiguo alimento de la bellota. A ti, que te dedicas ahora al cultivo de las fértiles tierras de Eleusis.

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O como Venus Celestial que, desde los orígenes, al concebir el Amor, uniste los dos sexos diferentes para perpetuar el género humano con nuevos retoños, y recibes ahora culto por ello en tu retiro de Pafos, junto al mar.

Sea como hermana de Febo que moderando con suaves remedos el nacimiento de los hombres, has alumbrado tantos y tan nobles pueblos como ahora te veneran en los santuarios de Éfeso.

O, en fin, como Proserpina, la de los terribles alaridos nocturnos, que mantienes en calma con la fuerza expresiva de tus tres caras, la oscura fuerza de los espectros, y proteges las puertas del mundo, recorriendo los bosques sagrados, donde recibes culto en diferentes ritos.

Tú que iluminas con esa luz femenil las murallas todas, nutres los sembrados con la humedad de tu claridad, y difundes tu luz en las ausencias del sol; cualquiera que sea tu nombre, el rito o la imagen que permita tu advocación, ayúdame ahora en estas mis consumadas calamidades,

concédeme una pausa de tranquilidad en los duros reveses recibidos,

enjuga mis fatigas,

diluye mis peligros,

vacíame de este espantoso aspecto,

y si algún dios ofendido me apremia con implacable

rigor,

déjame morir,

ya que vivir no se me permite.

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Después de rogarle con suplicantes palabras, entremezcladas de angustiados lamentos, y con la sangre brotando de sus muñecas, le inundó un desmadejamiento que le sumió en un profundo sueño sobre el mismo lugar que ocupaba. Y apenas había cerrado los ojos, surgió de entre las tinieblas un rostro divino, que se quedó frente a él.

Era la misma diosa que había contemplado maravillado en el templo.

- He venido aquí compadecida de tu situación –dijo Isis-, y dispuesta a ayudarte una vez más: deja ya de llorar y de lamentarte: abandona esa tristeza, que, por mi intercesión, empiezas ya a alumbrar el alba de tu ventura, apresta tu ánimo inquieto a lo que voy a ordenarte: No te quedes por más tiempo en el desierto. Regresa a Tebas. Yo curaré tus heridas. Deberás emprender un viaje al inframundo para consultar el alma de tu padre, Danimut. Para llegar hasta allí, busca un barco en los muelles de Tebas. No te dé cuidado el deseo de tener quien guíe el negro bajel; iza el mástil, descoge las blancas velas y quédate sentado, que el soplo del Viento conducirá la nave por el Nilo. Y cuando hayas atravesado el Templo de Debod y llegues a donde se estrecha el cauce y crecen palmeras consagradas a mi hijo, detén la nave, y encamínate a la tenebrosa entrada al inframundo. Allí hay una roca donde confluyen dos arroyos. Acercándote, pues, a este paraje, como te lo mando, deberás abrir un hoyo que tenga un codo por cada lado; y hacer en torno suyo una libación a todos los muertos. Así que hayas invocado a los difuntos, allí acudirán muchas almas de las que murieron. Pronto comparecerá tu padre Danimut que os dirá el camino que habéis de seguir para continuar vuestra misión…

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- ¡Misión! ¿Qué misión? –le interrumpió Guille.

Pero después de decir todo esto, la invicta divinidad se desvaneció, y Guille se despertó al punto entre temeroso y alegre, bañado en sudor, admirado de que deidad tan poderosa se le hubiera aparecido con tanta claridad.

Guille y Pablo habían conseguido pasar a la fase IV de INCUBATION. ¡Felicidades!

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El Libro del despertar

Después de la noche transcurrida en el desierto, Guille regresó a Tebas y se acercó a la taberna llamada La Jarra Siria donde se encontraba Pablo. Llegó cojeando y con el rostro quemado por el Sol, pero Pablo al verle lloró de júbilo y se arrojó a sus brazos diciendo:

- ¡Oh, amigo mío, hete aquí cuando ya te creía muerto!

Pero Guille dijo:

- No hay tiempo que perder amigo, las aguas del Nilo nos esperan.

Pablo se emocionó al escuchar las palabras de su amigo.

Fueron al puerto, donde encontraron un pequeño barco de un palo que robaron sin miramientos, tenían una importante misión que cumplir.

El barco se alejó del muelle, y después de un viaje de tres días llegaron al curso alto del Nilo. Durante el camino, habían visto templos y palacios, campos y rebaños. Mas cuando encontraron el Templo de Debod, Guille se sintió inquieto y se preguntó si no sería prudente desembarcar allí y llegar a la región de las palmeras por tierra. Guille invocó a la diosa Isis de nuevo, y el viento arrastró la nave hasta la ribera, confirmando la sospecha que albergaba su corazón. El resto del camino lo hicieron a pie.

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Cuando llegaron al sitio indicado, abrieron un hoyo de un codo por un lado; e hicieron a su alrededor libación a todos los muertos. Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, al instante se congregaron los eidolones de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angustiado por reciente pesar y muchos varones que habían muerto en distintas aventuras: agitábanse todos con grandísimo murmullo alrededor del hoyo, unos por un lado y otros por otro, y el pálido terror se apoderó de Pablo y Guille.

La primera alma que se acercó fue la de la difunta madre adoptiva de Guille, Paulatiti. Lloró al verla, compadeciéndola en su corazón, más, con todo eso, a pesar de sentirse muy afligido. Le reconoció y le dijo entre sollozos las siguientes palabras:

- ¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta oscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar este lugar, escondido como está de los profanos. ¿Viniste acaso con la ayuda de algún Dios?.

Así dijo, y Guille le respondió de esta suerte:

- ¡Madre! Le necesidad me trajo a la morada de Anubis a consultar el alma de mi padre…

La emoción le enmudeció por un instante. Quiso entonces efectuar el designio, que tenía formado en su espíritu, de abrazar el alma de su difunta madre. Tres veces se acercó a ella, pues el ánimo le incitaba a abrazarla, y tres veces se le fue volando de entre las manos como sombra o sueño. Entonces sintió en su corazón un agudo dolor que iba en aumento, y dijo a su madre estas emotivas palabras:

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- ¡Madre querida! ¿Por qué huyes cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma morada de Anubis nos echemos en brazos el uno del otro y nos saciemos de triste llanto? ¿Por qué ventura me envía esta vana imagen el ilustre Anubis, para que se acreciente mis lamentos y suspiros?

Así le dijo, y al momento le contestó su venerada madre:

- ¡Ay de mí, hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres! No te engaña Anubis, hijo de Neftis, sino que esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta, y el alma se va volando, como un sueño. Mas procura volver lo antes posible a la luz y llévate sabidas todas estas cosas.

Mientras así conversaban, apareció el alma de Danimut, el padre adoptivo de Guille, que le habló de esta manera:

- ¡Querido hijo! ¿Por qué, ¡oh infeliz!, has dejado la luz del sol y vienes a ver a los muertos?.

- ¡Padre! –respondió Guille-. Busco la dulce verdad sobre mi origen. Más, ¡ea!, habla y responde sinceramente. Veo el alma de mi difunta madre adoptiva a tu lado, mas quiero saber de donde procedo.

- Con unas sencillas palabras que pronuncie te lo daré a entender –respondió Danimut-: aquel arcángel que me mandó a Jerusalén, también me habló de una compañía llamada Desaseloria Corporation, ¿te dice algo ese nombre?

- No –respondió Guille desalentado.

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- Lo imaginaba. Pero aún si buscas la repuesta, tendrás que partir sin demora a el templo de Isis en File, así que ancles por última vez la bien construida embarcación que te ha traído hasta aquí en la isla de Filé, escapando de las corrientes del Nilo, y hallaréis el templo incubatorio donde encontraréis el Libro del despertar que os asistirá en vuestra travesía a través de los sueños. Mas luego tendréis que deteneros en la antesala del templo, y beber agua del manantial y realizar las purificaciones, rendir sus ofrendas a la diosa para después tumbaros a soñar en el interior del templo.

Lo egipcios entendemos que cuando dormimos descansamos, pero cuando soñamos despertamos en «otra realidad». Los sueños poseen sus propios lugares en el otro mundo; asumiendo una topología precisa en la geometría del más allá. El Libro del despertar, describe la geografía del más allá, extensos territorios de otro universo invisible perteneciente a otro plano de existencia. Para algunos, estos lugares también tienen su correspondencia en determinados estados psíquicos, porque todo tiene su equivalencia de interioridad en la realidad metafísica de nuestra alma.

Así dijo, y Guille le respondió de esta suerte:

- Vine por el consejo de la diosa Isis, y ahora el destino me envía de vuelta a uno de sus templos. Sin duda mis pasos serán guiados por ella, la gran maga.

- ¡Que así sea! –dijo Danimut.

Dicho esto, Danimut y Paulatiti volvieron a internarse en la morada de Anubis, y Guille se quedó inmóvil sin poder despedirse de ellos.

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Sin más demora, Guille y Pablo volvieron al bajel y desataron las amarras. Y la corriente llevó su embarcación hasta la isla de Filé por el río Nilo, empujada por el próspero viento bajo la protección de Isis.

Guille y Pablo habían conseguido pasar a la fase V de INCUBATION. ¡Enhorabuena!

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La bendición final

Tan luego como la nave llegó a la isla de Filé –donde estaba el templo incubatorio de Isis-, la sacaron a la arena, después de saltar a la orilla. Tras lo cual se internaron en la isla.

En dicha isla, existía una clara gradación en los templos. El templo principal era el de Isis, que ocupaba la posición axial principal, estando los otros templos (Arensnufis, Imhotep, etc.) subordinados al de la diosa, ubicándose transversalmente a dicho eje.

La decoración de los muros de los templos que constituían el conjunto de Filé se había realizado empleando una serie de cartones decorativos a partir de los cuales se habían ido levantando las decoraciones murales, manteniendo precisas normas regladas, como si los artistas hubiesen seguido las estrictas directrices de los sacerdotes

Un sacerdote llamado Alejandro les recibió en la entrada del tempo incubatorio y a primera vista creyeron columbrar a un dios, porque estaban delante de un hombre que parecía un ser humano, pero con una cabeza de pez. Después de haberse inclinado delante de ellos, se quitó la cabeza de pez y les mostró su rostro.

- Me compre esta máscara en Curiosite –dijo Alejandro antes de presentarse-. Es de Gial Ackbar, líder revolucionario durante las Guerras Clon.

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Guille y Pablo pusieron cara de no enterarse de nada.

- Sí, hombre –contestó Alejandro-. La Guerra Civil Galáctica, y el conflicto entre la Resistencia y la Primera Orden. ¿No habéis visto el episodio IV de Star Wars?

- No –contestó Guille-, ¿este pez designa algún símbolo que corresponda a algún estado psíquico con una manifestación en el plano ilusorio?

- ¡Ah, vale, ya sé cual es vuestro rollo! –contestó Alejandro-. Sois novatos.

- Estamos buscando el Libro del despertar –dijo Pablo-, ¿lo conoces?

- Hmm –contestó Alejandro.

- ¿Y bien? –dijo Guille.

- Es un poco tostón –respondió al fin-. ¿Habéis leído Ready Player One de Ernest Cline?.

- No.

- Lo recomiendo. Es una brillante mezcla de space opera, cine y cultura pop de los 80. Siempre que puedo vuelvo a los 80.

Guille y Pablo se miraron desconcertados.

- Sí, una mezcla de Harry Potter –continuo Alejandro-, con un toque de Scott Card… los geeks son cool.

- Pero nosotros estamos buscando el Libro del despertar –insistió Guille.

- ¿De verdad? –dijo Alejandro-, pero ¿no comprendéis lo que eso significa?

- Sí. Vamos a morir –dijo Pablo.

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- Si, pero aparte de eso.

- ¿Aparte de qué? –preguntó Guille.

- ¡Significa que estáis buscando algo!

- ¿Y cuando podemos empezar nuestra búsqueda? –preguntó Guille.

- Tengo curiosidad por saber que estáis buscando –dijo Alejandro.

- Estamos…

- No me lo digas –le interrumpió Alejandro-. Quiero adivinarlo.

- ¡Muy bien! –dijo Guille como si se tratara de una prueba de paciencia.

- ¿Sabe amargo? –preguntó Alejandro.

- No.

- ¿Es Animal, Vegetal o Mineral?

- Animal.

- Me lo figuraba. Esto es como jugar al juego de Amsoft, de la Amstrad CPC 464, del año 84. ¿Lo conocéis?

Guille lo miró con ojos frenéticos.

- No –contestó Guille.

- Me lo figuraba –dijo Alejandro-. “¿Se acuerda de la araña que había en su ventana? Era naranja, con las patas verdes. La vio tejer una telaraña todo el verano. Un día puso un huevo. Luego el huevo eclosionó”.

- Me suena de algo… –dijo Pablo.

- Es una frase de Rick Deckard en Blade Runner, estrenada en el año 82.

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- A mí también me suena –dijo Guille continuando el engaño de Pablo-. Si, si, es una frase de Rick Deckard…

- Por supuesto –dijo Alejandro-. Todo el mundo ha visto esa película. ¿Cuál es tu escena favorita?

- La… la última –contestó Guille.

- Que poco original –respondió Alejandro-. A mí me gusta más la escena del primer encuentro entre Rachel y Deckard en su apartamento con la música de Vangelis de fondo. ¡¡La habré visto cien veces!!

Al oír esta conversación, otro sacerdote se acercó a ellos. Era un ser venerable, de rostro juvenil, cabello largo morado, con ojos azules, labios finos, y piel nívea. Parecía el personaje de Trunks Espada de Dragon Ball Z. Pero los ETULOS podían ver también la piel original, que correspondía a Álvaro.

Posó sobre ellos una mirada primero perdida, como si le hubieran interrumpido en una visión extática, y luego el rostro se le iluminó de alegría.

- ¡Guillermo! ¡Pablo! –exclamó-. ¡Queridísimos amigos! –Y fue al encuentro de ambos, los abrazó y los besó en las mejillas-. ¡Guillermo! –repitió, y las lágrimas humedecieron sus ojos-. ¡Pablo! ¡Cuánto tiempo! ¡Pero todavía te reconozco! ¡Cuánto tiempo, cuántas cosas han sucedido! ¡Cuántas pruebas nos ha impuesto el señor!.

Lloró. Guillermo le devolvió el abrazo, visiblemente conmovido, aunque no había reconocido a Álvaro. El hombre que tenían delante era el legendario exegeta Álvaro San Emeterio empleando el avatar de Trunks Espada, que

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era su segunda piel dentro de INCUBATION; Álvaro era un ETULOS-0 modelo 627687, que había desaparecido hacía un año cuando se propuso afrontar Los doce trabajos de la Incubadora. Algunos de sus compañeros decían que había fallecido luchando contra el León de Pireo.

- No te recuerdo –dijo finalmente Guille.

- ¿No? –exclamó asombrado Álvaro-. ¿No recuerdas quien soy, y Pablo tampoco?

- No –reconoció Guille.

- Ahora comprendo –contestó Álvaro-. Todavía no habéis alcanzado la fase VI de la incubación. Que imbécil soy.

- ¿Quién eres tú? –preguntó Pablo con curiosidad.

- Soy Álvaro, ETULOS-0 modelo 627687 –contestó Álvaro-, y este es Alex, ETULOS-0 614321. Transferimos nuestra alma a la INCUBADORA con la ayuda de José hace un año, pero me imagino que tampoco lo recordaréis.

Guille negó con la cabeza.

- ¿Qué hacéis aquí? –preguntó Álvaro.

- Estamos buscando el Libro del despertar –respondió Guille.

- ¡Entonces os puedo ayudar! –exclamó Álvaro-. El libro se encuentra en el templo incubatorio que está a mi espalda.

Álvaro les condujo hasta una pequeña biblioteca dentro del templo y les entregó el Libro del despertar. Como les había contado Isis, el libro era un atlas que describía con

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precisión la geografía del territorio onírico, un nivel de realidad sólo accesible a través de la incubación.

El templo incubatorio era un edificio octogonal, sin ventanas, coronado por una cúpula y con una puerta pequeña de entrada.

Por esa puerta salieron y pasaron de nuevo a la antesala del templo.

En el centro de la antesala había un pozo del que emanaba agua, formando un manantial natural. Bebieron agua del manantial, realizaron las purificaciones y rindieron las ofrendas que les había pedido la diosa Isis, para después tumbarse en el interior del templo y echarse a incubar. Álvaro les dio algunos consejos antes de quedarse incubando.

Guille y Pablo habían conseguido pasar a la fase VI de INCUBATION. ¡Qué alegría!

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TERCERA PARTE

El Regreso

“Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el

hombre estuvo solo”

Gustave Flaubert

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El Castillo de Merlín

Guille se encontró de pie, frente a una señal que indicaba: “Castillo de Merlín”.

Pablo estaba a su lado.

Bajó la vista y vio que tenía una espada en su mano. Pablo vestía las ropas de un hechicero.

- ¿Dónde estamos? –preguntó Pablo.

- No lo sé –respondió Guille-. Pero mira esta señal, apunta a el castillo de Merlín.

Ambos miraron en esa dirección y no vieron ningún castillo.

- Hemos llegado muy lejos amigo –dijo Guille agarrando el hombro de Pablo.

- De modo que esta es la fase VI de la incubación –contestó Pablo.

Entonces Pablo supo dónde estaba y quien era.

- Estamos en el capítulo 1 de Dragones y Mazmorras –dijo Pablo-, La noche sin fin. Pablo escribió un libro en 2016 donde narraba dicho episodio. El juego de Team; Canción de hielo y barro. Estamos dentro del capítulo 9.

Pablo miró fugazmente hacia arriba, y encontró el castillo de Merlín suspendido en el aire, justo donde esperaba encontrarlo.

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- ¡Mira! –dijo Pablo señalando hacia el castillo.

Guille se quedó sorprendido.

- ¡Chispas! –exclamó Guille-, es un castillo volante.

- Sin duda.

- ¿Cuál es el siguiente paso? –preguntó Guille.

- Quizá deberíamos subir, y preguntar al mago Alvarito –contestó Pablo-. Tiene acceso al libro de hechizos de Merlín y al caldero mágico.

- ¿Quién es Alvarito? –preguntó Guille-. ¿Y por qué no preguntamos a Merlín directamente?.

- Merlín está muerto, pero Venger-Morejón se ha disfrazado de éste para engañar a Alvarito –dijo Pablo.

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- ¡Caramba! –dijo Guille-. ¿Entonces? ¿Tenemos que evitar a Merlín y encontrar a Alvarito?

- Sin duda –admitió Pablo.

Mientras tanto, en el castillo de Merlín, Desviat, Clara, Héctor, Uni, Paula, Gerardo y Alvarito conversaban con Merlín ajenos al peligro.

- Merlín, ¿este conejo es tuyo? –preguntó Desviat.

- No es un conejo, es una liebre –respondió Merlín.

Agarró la liebre de pelo blanco, y acarició su cabeza.

- Tengo setenta años ya –dijo Merlín-, y estoy buscando a alguien que quiera aprender mis secretos. Alguien como… -y Merlín apoyó la mano en el hombro de Alvarito.

- ¿Como Alvarito? –exclamó Héctor.

- ¿Yo? –preguntó Alvarito sorprendido.

- Así es –dijo Merlín-, sospecho que tienes un gran potencial. Puedo enseñarte toda mi magia, pero sólo si te quedas aquí el resto de tu vida.

- Ehh –contestó Alvarito un poco aturdido.

Una vez fuera del castillo de Merlín el equipo de control de Gamesa se reunió para discutir el siguiente paso.

- Escuchen –dijo Héctor-, si Merlín no puede ayudarnos a regresar a casa, será mejor que lleguemos a esa aldea de una vez, ¿no?.

- ¡Héctor! –exclamó Desviat-, recuerda que tenemos que esperar a Alvarito.

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Paula y Clara se miraron con preocupación.

- ¿No creerán que Alvarito quiera quedarse con Merlín, verdad? –preguntó Paula.

- Clara que no –respondió Clara-, Alvarito nunca nos abandonaría.

- ¡Adiós! –dijo Merlín desde la entrada del castillo con Alvarito a su lado-, su amigo ha decidido quedarse y ser mi aprendiz.

- ¿Va a quedarse? –dijo Paula algo aturdida.

- ¿Para siempre? –añadió Gerardo.

- ¿Alvarito, estas seguro? –preguntó Clara.

- Ehh, creo que sí –contestó Alvarito.

Entonces reemprendieron el camino dejando a Alvarito en el castillo de Merlín. Estaban muy apenados.

- No puedo creerlo –dijo Clara.

- Es nuestra culpa –añadió Paula-, siempre burlándonos de él cuando sus trucos salen mal.

En el castillo de Merlín, desde la ventana, Alvarito contempló como continuaban su camino. Estaba triste por la separación.

- Asistente, te necesitó –gritó Merlín.

Alvarito se hizo cargo del caldero mágico.

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- Más adelante –dijo Merlín-, tendremos que preparar un hechizo para que no llueva en la aldea de Lotos. Es día de celebración.

- Un hechizo para que no llueva, ¿cómo? –preguntó Alvarito.

Merlín se marchó a su aposento, pero antes añadió lo siguiente:

- Las respuestas a todas las preguntas se encuentran en este libro –dijo señalando un enorme libro que había encima de un atril-, mientras tanto, no dejes de mover la poción.

- Si, señor Merlín –respondió Alvarito.

- ¿La respuesta a todas las preguntas? –una vez se hubo ido Merlín, Alvarito se acercó al libro de hechizos pensando que podría encontrar algún conjuro para regresar a casa.

- Por aquí debe estar el hechizo para regresar a casa -Alvarito, pasaba las hojas mientras buscaba el hechizo.

Continuo buscando el hechizo sin percatarse de la presencia de dos invitados en la sala. Eran Guille y Pablo.

- ¡Hola! –dijo Pablo.

- ¡Hola Pablo! –dijo Alvarito con sorpresa-. ¿Qué haces aquí? Pensaba que el dragón Tiamat te había chamuscado.

- Lo hizo, pero no a mí –contestó Pablo planteando una paradoja sin quererlo-. Yo soy un replicante Etulos-1 modelo 637440, desarrollado en las oficinas de Desaseloria Corporation en el años 2047. Pero ahora necesito tu ayuda. Estamos buscando el castillo de REM para encontrar la cura

de los replicantes.

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- ¡No entiendo nada! –exclamó Alvarito-. Pero te ayudaré, ¿qué es lo que necesitas?

- ¡Genial! –dijo Pablo-. ¡Necesito un conjuro que nos guíe! ¡Recuerdo que el caldero de Merlín tenía el poder de orientar los pasos de los soñadores con el conjuro adecuado!

- Déjame buscar ese conjuro –dijo Alvarito, mientras pasaba las páginas del libro de los hechizos-. ¡Este no! ¡Este tampoco!... Un momento, aquí está. Conjuro para guiar los pasos de los soñadores.

- ¡Perfecto! –exclamó Guille.

- Veamos, qué necesito –dijo Alvarito-, ralladura de cuerno de unicornio, polvo de alas de insecto, veneno de serpiente de cascabel… –cogió todos los ingredientes que necesitaba y regresó al caldero mágico.

Fue añadiendo cada parte con cuidado uno a uno. Hasta que un humo rojo empezó a salir del enorme caldero.

- ¡Creo que ya está! –dijo Alvarito-. Estoy viendo algo… una colina baja, de cima plana. La cima parece cubierta de rocas negras, grandes, dispuestas de tal manera que, vistas desde arriba, parecen las órbitas oculares, los orificios nasales y los dientes de una calavera humana.

- ¡¡Es la Tumba de los Horrores!! –exclamó Pablo.

- ¿La tumba de qué…? –preguntó Guille.

- La tumba de los horrores -contestó Alvarito-, es un modulo de Dragones y Mazmorras, del juego de mesa. El caldero está indicando que debéis buscar este lugar. Además tendréis que encontrar la entrada al sepulcro.

- ¿Qué hay dentro del sepulcro? –preguntó Guille.

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- Hay un laberinto de treinta tres salas y cámaras –dijo Alvarito-, todas atestadas de zombies feroces y trampas terribles.

- ¡¡Zombissss!! –gritó Guille emocionado-. Tenemos que emprender la búsqueda sin demora.

El sueño de Guille había sido siempre la llegada del apocalipsis Zombie, pero también se conformaba con una tumba repleta de aquellos terribles monstruos.

- Pero lo zombis no me preocuparían –continuo Alvarito-, en alguna parte de la cripta se encuentra el malvado semiliche.

- ¿Qué es un semiliche? –preguntó Guille que estaba muy poco versado en juegos de rol.

- Un semiliche es un super zombie –contestó Pablo-, por lo general un hechicero o un rey muy poderoso. Si conseguimos sobrevivir a las trampas, y no perdernos en el laberinto, llegaremos a la cripta de Acererak, el semiliche. Si, gracias a algún milagro conseguimos superar todas las pruebas, habremos culminado con éxito la prueba.

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La Tumba de los Horrores

Estaban a punto de llegar al inicio del bosque, dónde se ocultaba la tumba de los horrores. Estaba lleno de arces, robles y abetos.

Como no había ningún sendero, se ayudaron de el Libro del despertar para orientarse y ubicar la entrada a la tumba. Y, en efecto, se encontraba donde indicaba el mapa, en un gran claro situado en el boque en dirección noroeste respecto al castillo de Merlín. Al poder llegar allí, Guille sintió que el corazón le latía con tal fuerza que estaba apunto de salírsele del pecho. Estaba deseando matar zombis con su espada, pero le emocionaba aún más enfrentarse a un súper zombie.

Treparon hasta lo alto de aquella cima y fue como si encontraran la imagen del módulo de Dragones y Mazmorras. Consultado el mapa de el Libro del despertar pudieron localizar el lugar exacto de la parte donde se

suponía que se encontraba, oculta, la entrada a la tumba. Entonces, con el escudo que llevaba Pablo, empezó a cavar con éste empleándolo como una pala. A los pocos minutos dio con la boca de un túnel que conducía a un pasadizo subterráneo, oscuro. El suelo del corredor era un mosaico construido con piedras de colores, que dibujaban un sendero ondulante, de baldosas rojas.

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Guille sacó una linterna, y espada en mano, los dos amigos entraron en La Tumba de los Horrores.

Los muros del pasadizo que conducían al sepulcro eran una sucesión de cuadros raros que representaban a seres humanos esclavizados, orcos, elfos y otras criaturas. Cada uno de los frescos aparecía exactamente dónde se señalaba en el módulo original de Dragones y mazmorras. Pablo sabía, que ocultas entre las piedras del suelo había varias trampas de muelles. Si las pisabas, se abrían de golpe y te arrojaban a un hueco lleno de púas de hierro envenenadas. Pero, como la localización de aquellas trampillas figuraban con claridad en el mapa que llevaban, lograron esquivarlas.

Intentaban avanzar con cautela, como si no tuvieran la menor idea de con qué iban a encontrarse. Había unos cuántos zombis acechándoles en aquella mazmorra. Como el mapa indicaba dónde se ocultaban, Pablo también trataba de evitar la lucha. Esta información no la compartió con Guille, que estaba deseando matar zombis.

Tras evitar una Esfera de Aniquilación, al fondo del pasadizo, encontraron una puerta oculta junto a la última trampilla. La abrieron y vieron que conducía a otro corredor que descendía en ligera pendiente. Guille iluminó la oscuridad con una linterna, apuntado el haz de luz sobre las paredes de piedra húmedas. El escenario le hacía sentir como un personaje de una película de bajo presupuesto de ésas de zombis de los años 70, Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur sería un buen ejemplo.

Iniciaron el recorrido por la mazmorra, cámara tras cámara. A pesar de saber dónde se encontraban las trampas,

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debían proceder con prudencia para evitarlas. En una sala oscura conocida como la Capilla del Mal encontraron miles de monedas de oro y plata escondidas en los bancos que no pudieron recoger.

A medida que se adentraban más y más en la tumba, fueron adquiriendo objetos mágicos: una Espada de lenguas de fuego +1, una Gema de Visión Verdadera, un Anillo Protección. Incluso consiguieron una armadura de placas completa +3. Se trataba de los primeros tres objetos que encontraban y les hicieron sentir imbatibles.

Cuando Guille se cubrió con aquella cota de malla mágica, ésta menguó para adaptarse a la perfección a su cuerpo. Su brillo cromado le recordaba a las que llevaban los caballeros de Excalibur. Lo cierto es que tenía más ganas de matar zombis que nunca.

Cuando más avanzaban, más seguros de sí mismo se sentían. La forma y el contenido de la tumba seguían coincidiendo exactamente con la descripción del módulo, incluso en el menor detalle.

Hasta que llegaron al Salón del trono de las columnas.

Se trataba de una cámara cuadrada, espaciosa, de techo alto, sostenida por gran cantidad de inmensas columnas de piedra. En su extremo más alejado se alzaba un enorme estrado y sobre él se destacaba el trono de obsidiana con incrustaciones de calaveras de plata y marfil.

Aunque todo coincidía con la descripción del módulo, existía una gran diferencia: se suponía que el trono debía estar vacío, pero no lo estaba. El semiliche Acererak se sentaba en él y observaba a Guille y a Pablo fijamente, en silencio. Sobre su cabeza putrefacta reposaba una corana de

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oro polvoriento. Su aspecto era el mismo que el de la cubierta del módulo original de «La Tumba de los Horrores» pero, según el texto, Acererak no debía de encontrarse en las profundidades de la mazmorra.

Pablo se planteó la posibilidad de salir corriente, pero la descartó. Guille nunca desaprovecharía la oportunidad de enfrentarse a un súper zombi para subirlo después a su Instagram. Pablo se imagino la publicación en el muro de Instagram de Guille:

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Guille avanzó hasta el borde del estrado. Desde ahí vio con más claridad el semiliche. Sus dientes era dos hileras de diamantes puntiagudos dispuestos como una sonrisa sin labios, y en las órbitas de los ojos había alojados dos grandes rubíes.

Pablo, por primera vez desde que había entrado en la tumba, no estaba seguro de qué debía hacer a continuación. Las posibilidades de que Guille, su amigo, sobreviviera a un combate cuerpo a cuerpo con el monstruo era nulas. Su Espada Llameante a +1 no lo afectaría en absoluto y los dos rubíes mágicos de sus ojos tenían el poder de arrebatarle la vida a su avatar y matarle al instante. Ni siquiera con la ayudad de Desviat y el resto del equipo de control, habríamos tenido fácil derrotarlo.

Pablo deseo en silencio que la INCUBADORA fuera un juego de aventuras antiguo donde pudiera darle «guardar» y conservar su posición. Pero no lo era; aquella opción no existía. Si cualquier de los dos moría allí, tendrían que empezar de nuevo partiendo de cero, desde la fase I, pero como José había perdido la memoria, esa opción tampoco era posible, por tanto, sería su fin. Pero no tenía sentido dudar a esas alturas se dijo Pablo. Había que tener fe. El destino de los replicantes dependía de ellos dos.

Guille aspiró hondo, levantó la espado y plantó el pie derecho en el primer peldaño del estrado. Pablo le siguió detrás, intentando ocultarse detrás de Guille. Nada más pisaron el estrado se oyó una especie de crujir de huesos, coincidiendo con el momento en que, muy despacio, Acererak, levantaba la barbilla. Los rubíes de sus ojos empezaron a emitir un resplandor intenso. «Atrrasss», gritó Guille. Retrocedieron varios pasos, temiendo que

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descendiera de un salto y les atacara. Pero no se levantó del trono. Lo que hizo fue bajar la cabeza e inmovilizarlos con su mirada glacial.

- Saludos, Guille. Saludos, Pablo –dijo con su voz ronca-. ¿Qué es lo que buscáis?.

Aquello le pilló por sorpresa a Pablo. Según el módulo, el súper zombie no hablaba. Pero Guille no tenía prejuicios:

- Buscamos el camino a el castillo REM –respondió Guille. Y entonces recordó que se estaba dirigiendo a un rey, por lo que al momento bajó la cabeza, hincó una rodilla en el suelo y añadió-: Majestad.

- Por supuesto –dijo Acererak mientras le hacía una seña para que se pusiera de pie-. Y has venido al sitio adecuado. - Se levantó y su piel momificada crujió como el cuero viejo.

Pablo agarró la espada con más fuerza, pues todavía temía un ataque.

- ¿Y cómo sé yo que eres digno de conocer el camino a el castillo REM? –preguntó.

«Mierda.» ¿Cómo se suponía que debían responder a eso? ¿Y si le daban una respuesta incorrecta? ¿Les succionaría el alma y les calcinaría?

Se estrujó el cerebro para dar con una respuesta apropiada, pero lo único que se le ocurrió fue:

- Permíteme demostrar que lo soy, noble Acererak.

El semiliche soltó entonces una risotada larga e inquietante que resonó por toda la sala.

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- ¡Muy bien! –dijo-. Demostrarás tu valor enfrentándote a mí en un karaoke. Cada uno de vosotros tendréis una oportunidad.

Yo no había oído jamás que un rey cadáver retara a alguien a un karaoke. Y menos en una cámara funeraria subterránea.

- Está bien –aceptó, poco convencido-. Pero para eso no hace falta un escenario y un jurado.

- Correcto –respondió él, alejándose de su trono.

Señaló el trono con una mano esquelética. Hubo un fugaz destello de luz, acompañado de un efecto sonoro de transformación, y el trono se convirtió al instante en un escenario de karaoke con una pantalla para leer la letras, y un micrófono con su pie. El techo de la sala se iluminó con una esfera de luces, y en el fondo apareció una mesa con un jurado, como en Operación Triunfo. El jurado estaba formado por tres caras conocidas: Sara, Héctor y Patri. Los tres eran REFLEJOS. Guille no pudo dejar de sonreír al ver a los miembros del jurado, eran sus amigos. Y esto lo interpretó como una clara ventaja.

- Jugaremos al mejor de una canción –masculló Acererak-. Pero yo me enfrentaré a los dos con canciones diferentes. Si gana cualquier de vosotros, os concederé lo que buscáis.

- ¿Y si ganas tú? –le preguntó Pablo, a pesar de conocer la respuesta.

- Si salgo victorioso… -respondió él, y los rubíes de sus ojos centellearon-, ¡moriréis!

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En su mano derecha apareció una bola de luz incandescente, anaranjada, que giraba mientras él la levantaba amenazante.

- Sí, sí, claro –balbució Pablo-. Ya lo suponía. Sólo quería asegurarme -Mientras miró a sus amigos del jurado y les guiñó un ojo.

La bola de fuego que sostenía Acererak desapareció. Entonces alargó la mano apergaminada, con la que sujetaba su propio micrófono con forma de tibia.

- ¿Estáis listo? –graznó.

- Sí –respondió Guille.

- Yo elijo la primera canción –dijo el súper zombie.

Se acercó a la máquina de karaoke y eligió una canción. El karaoke emitió un pitido grave como aviso de que había hecho su selección. Acererak se colocó detrás del pie de micro, levantó su propio micrófono con la mano derecha a la espera de que sonara la música de la canción, y movió la cabeza como si acabara de partirse una rama seca de un árbol.

A continuación empezó a sonar los acordes de Stand By Me y Acererak se acercó el micro a la boca:

- When the night has come… -comenzó el semiliche.

Pablo se tranquilizó cuando escuchó cantar a Acererak. Sonaba como una caja de música oxidada. Muy mal tendría que hacerlo Guille para no ganar la prueba. Acererak terminó la canción, acabando igual de mal que había empezado.

Era el turno del jurado.

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- Me siento como si el corazón me estuviera dando vueltas y aleteando dentro del pecho –dijo Héctor-. Ha sido fantástico Acererak. Te doy un 10.

Patri y Sara le dieron un 10 y un 9 respectivamente.

De pronto Pablo lo vio claro. El concurso estaba amañado bajo amenaza. No había nada que hacer. Iban a morir los dos en aquella mazmorra.

Guille también advirtió el apaño. No podía entender aquella puntuación con la actuación que había visto. Pero era su turno, y tendría que intentarlo.

Guille escogió la canción "Demons" de Imagine Dragons. Era su canción favorita, y quería disfrutar sus últimos instantes de vida cantando algo estimulante al menos.

- When the days are cold –empezó a cantar Guille mientras se alejaba el micro de la boca-, and the cards all fold, and the saints we see…

Pablo empezó a llorar. La interpretación era perfecta. No sabía que Guille cantará tan bien.

- And the ones we hail –continuo Guille-, are the worst of all, and the blood's run stale,…

Pero sentía que Guille empezaba a sudar, y el micrófono se le escurría de las manos.

Cuando terminó la canción, Pablo empezó a aplaudir atrapado por la emoción o para liberar la tensión que suponía considerar que iban a morir allí.

Era el turno del jurado de nuevo. En este caso se levantó Sara:

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- Un escenario es algo sagrado –empezó a decir Sara- y cuando se pisa se tiene que hacer con garra, pensando “soy la hostia”.

- Además –continuo-, has desafinado como una almeja y no he entendido nada de lo que has cantado.

- Sintiéndolo mucho, estas nominado a conocer a Anubis –sentenció-, mi puntuación es un 2.

Héctor y Patri le dieron un 3 cada uno.

Guille miró al suelo avergonzado, le habían hecho sentir

como una basura.

Era el turno de Acererak de nuevo. Esta vez eligió el tema, Perfect de Ed Sheeran. Era una apuesta segura.

El semiliche cantó igual de mal que la primera vez, pero cuando llegó el turno del jurado todo fueron elogios. Esa vez le tocó a Patri dar su veredicto:

- Maravillo Acererak, cantas como los ángeles. Tanta emoción no me cabe en el corazón. Te doy un 10.

El resto de puntuaciones fueron un 9.

Cuando le tocó a Pablo subir al escenario, pensó que no tenía ninguna oportunidad. Pero igual que Guille, quería aprovechar sus últimos minutos para hacer algo especial.

Llevaba un rato delante de la máquina de karaoke sin saber que canción escoger. Ya no pensaba en el concurso, sólo quería aprovechar aquella última canción como una despedida de su amigo Guille. Acererak le apremió con una sonrisa en la boca.

Finalmente Pablo escogió "Can't take my eyes off you" de

Frankie Valli. Seleccionó la canción en el karaoke, y la

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máquina emitió un pitido grave como aviso, como las dos veces anteriores, y empezaron a sonar los primeros acordes de la canción.

- You're just too good to be true.. –cantó Pablo, mientras sacaba el micro del pie y se dirigía hacia Guille-, i can't take my eyes off you, you'd be like heaven to touch,…

Lo estaba haciendo realmente mal. Era patético. Estaba totalmente desafinado y fuera de tempo. Guille pensó que en el estribillo se corregiría, pero se equivocó. Siguió al mismo nivel toda la canción.

- Oh pretty baby, trust in me when I say –terminó Pablo, y levantó la mano derecha hacia el techo como recordaba del programa de televisión Operación Triunfo 2017.

¿Qué tal lo habré hecho? pensó Pablo. En ese momento Guille salió corriendo hacia la puerta de la sala. No quería morir tan joven. Todavía tenía muchas cosas que comprar en Aliexpress. Pero la puerta se cerró al instante.

- No tan rápido Guille –gritó Acererak-, tenemos que escuchar la puntuación del jurado primero.

En ese momento, Héctor guiñó el ojo a Guille.

Era el turno del jurado.

- Me has dejado sin palabras –dijo Héctor de nuevo-. Te doy un… 10 –alargó un poco el momento para darle mayor suspense.

Guille sonrío aliviado.

El resto de notas fuero idénticas: un 10.

Acererak golpeó la máquina de karaoke con el puño

visiblemente enojado y ésta se desintegró en millones de

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diminutos pedacitos que se esparcieron por el suelo. Después se volvió para mirar a Pablo.

- ¡Enhorabuena Pablo! –dijo el semiliche, haciendo una reverencia-. Has cantado muy bien.

Pablo le devolvió la reverencia. Al hacerlo el semiliche se transformó en un hechicero alto, ataviado con una túnica negra y ancha. Lo reconocieron al momento: era Pepo.

Pablo lo miró anonadado. Durante años los replicantes habían especulado sobre la posibilidad de que Pepo siguiera vagando por INCUBATION, convertido en un REFLEJO autónomo. Pepo había desaparecido hacía cinco años. Era el creador de la INCUBADORA.

- Y ahora –dijo el brujo, que hablaba con la voz inconfundible de Pepo-, tu premio.

La cámara quedó inundada por el sonido de una gran orquesta. Cuernos triunfantes a los que enseguida se unió una animada sección de cuerdas. Aquella melodía se trataba del último tema de la banda sonora original de La guerra de las galaxias de John Williams, el que sonaba cuando la princesa Leia entrega a Luke y a Han Solo sus medallas.

A medida que la música seguía in crescendo, Pepo alargó la mano derecha. Allí, en su mano abierta, había una llave de cristal. Cuando se la entregó a Pablo, la música dejó de sonar gradualmente.

- Adios Pablín –dijo Pepo-. Te deseo buena suerte en tu búsqueda.

No tuvo tiempo de preguntarle qué se suponía que debían hacer a continuación, ni dónde encontrarían el CASTILLO REM, porque su REFLEJO se esfumó tras

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emitir un destello de luz, del mismo modo que el jurado, acompañados del efecto de sonido característico de la teletransportación, que se parecía bastante al mismo efecto que aparecía en los dibujos animados de Dragones y mazmorras, de los años ochenta.

Pablo se encontró sólo sobre el estrado. Bajó la cabeza para contemplar la llave de cristal que sostenía en la mano y le invadió una sensación de asombro mezclada de alegría. La hizo girar en su mano, y entonces se dio cuenta de que había dos breves líneas de texto grabadas en el cristal. Acercó la llave a una antorcha y leyó en voz alta: «No busques seguir los pasos de los humanos. Busca lo que buscaron ellos».

«No busques seguir los pasos de los humanos». Esta primera frase apuntaba claramente a la falta de autenticidad.

«Busca lo que buscaron ellos». ¿Qué quería decir esta segunda frase? El CASTILLO REM había existido mucho antes de que los replicantes se propusieran su búsqueda. ¿Qué función cumplía? ¿Quién lo construyó? ¿Había algún humano que hubiese encontrado el castillo antes? ¿Martina?

El texto hablaba de la suprema sabiduría de intentar «tanto de palabra como de obra vivir una vida virtuosa». Y parecía plantear, que para cada uno de nosotros, nuestra vida entera es un acertijo que espera ser resuelto.

Pero Guille y Pablo sabían que su pensamiento errático era tan inquieto que les llevaría de un lado a otro, de una teoría a otra, de una sofisticada explicación a otra, sin tener la tranquilidad que permitiría a sus conciencias centrarse en el problema y encontrar la respuesta al enigma.

Por este motivo, Guille decidió que lo mejor sería marcharse de allí. La salida estaba bloqueada, de modo que

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examinaron la cámara en busca de otra salida de escape. Pablo encontró una puerta chiquitita.

- Parece la única salida –dijo Guille cuando se acercó a la puerta.

- Sí –contestó Pablo.

Pablo abrió la puerta chiquitita, revelando, al hacerlo, un campo estrellado. Parecía ser un portal hacia el espacio profundo.

Guille se asomó y miró al otro lado del portal. A

izquierda y derecha, arriba y abajo. Nada más que un campo infinito de estrellas en todas direcciones.

Ninguno de los dos lo dudó. Pablo fue el primero en atravesar la puerta. Entrecruzó los dedos, dio un paso al frente, y se hundió en un torbellino de estrellas.

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El rescate desde el interior

Los Ángeles, noviembre de 2018

Salí del ascensor cojeando y eché a andar hacia mi apartamento. Rachael venía detrás. Por ahora todo iba bien. Hasta se me había pasado el dolor de cabeza después de la paliza que me había dado Leon.

El recibidor estaba tenuemente iluminado por las luces de los anuncios que llegaban desde el exterior. Empecé a quitarme el abrigo para colgarlo en el armario, cuando sentí un fuerte dolor en el costado izquierdo. Luego me serví una copa de vodka.

Rachael todavía estaba conmocionada por lo ocurrido.

Tomé un trago al vodka. Esto fue lo primero que se me ocurrió decir para tranquilizarla:

- ¿Nerviosa?... yo también.

Rachael me miró.

- No es agradable, pero… -carraspeé-, forma parte del trabajo.

Las ráfagas de luz de los coches voladores me deslumbraban intermitentemente.

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- Yo no estoy en ese trabajo –contestó Rachael temblorosa, luego hizo una pausa y concluyó-. Yo soy ese trabajo.

No supe que responder a eso. Necesitaba otra copa.

Regresé a la cocina y me quité la chaquete, la corbata y luego la camisa. Rachael me miró. Estaba cañón con el torso desnudo, lo reconozco. Luego metí la cabeza debajo del grifo y empecé a comprobar que no me faltaba ningún diente después de la paliza que había recibido. La boca me sangraba.

Rachael me observaba desde el dormitorio. Se había quitado el abrigo, y sujeta un pitillo encendido en la mano.

La cabeza me empezó a doler otra vez. Creo que fue después de ver la sangre. Metí la cabeza de nuevo bajo el agua.

Rachael entró en la cocina y dijo:

- ¿Y si me fuera al norte?.

La mire sin saber que contestar.

- Si desapareciera… –continuo-. ¿Vendrías tras de mí?, ¿me darías caza?.

Empecé a secarme el pelo con una toalla.

- No –contesté finalmente-. No lo haría. Te debo la vida –cogí la copa y regresé al dormitorio dando la espalda a Rachael- . Pero puede que alguien lo hiciera.

Rachael me miró de reojo sin expresar ninguna emoción.

- Pablo –dijo Rachael mientras seguía mis pasos por el dormitorio-, tu conoces mis expedientes, la fecha de nacimiento, la longevidad… Esas cosas. ¿Lo has visto?

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- Están archivados –contesté.

- Pero tu eres policía –insistió ella.

- Yo no los he visto.

Me tumbé en la cama. Estaba muy cansado.

- Oye, ese test vuestro de Voight-Kampff… ¿Te lo has hecho a ti mismo alguna vez?

Entonces me quedé dormido.

Me desperté y llegó hasta mis oídos el tema “Love” de la banda sonora original de Blade Runner. Estuve a punto de derramar mi copa cuando traté de incorporarme. Me dolía todo el cuerpo.

Rachael estaba sentada al piano. Se había soltado el pelo.

- Soñaba con música –dije, mientras me sentaba a su lado.

Rachael empezó a tocar la partitura que había colocada en el atril.

- No sabía si podía tocar –dijo-. Recuerdo las lecciones, no sé si soy yo o la sobrina de Tyrell.

- Tocas muy bien –contesté, y luego acerqué mis labios a los suyos, pero se retiró hacia atrás.

Rachael se levantó de la banqueta y se dirigió a la puerta del apartamento. Traté de agarrarla pero no la alcancé.

Cuando estaba abriendo la puerta, llegué por detrás y la cerré de un portazo.

Me coloqué justo delante. La miré a los ojos, ella se alejó de mí pero la agarré de nuevo de los hombros. Los dos dimos unos pasos juntos, luego la arrojé contra la pared.

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Me acerqué a ella con cuidado. El recibidor estaba entre tinieblas. Apoyé mis manos contra la pared, dejando a Rachael entre medias y la besé.

Había cumplido mi sueño. Había conseguido besar a Rachael.

Mientras tanto, en San Sebastián de los Reyes…

Mi mente estaba tranquila, por primera vez en muchos días, y de repente escuché unos gritos lejanos, y mis pulsaciones empezaron a subir. Me acerqué a la ventana y subí las persianas.

San Sebastián de los Reyes se había convertido en un infierno. Los incendios, los autos chocados… y los zombies en todas partes. Los vi entrando por las puertas, invadiendo apartamentos, devorando a gente que se escondía en esquinas y balcones. Ví a mucha gente saltando al vacío, hacia la muerte, o rompiéndose las piernas o la columna al aterrizar. Se quedaban tirados en el pavimento, sin poder moverse, gritando en agonía mientras los muertos se acercaban a ellos por todos lados. Un hombre, en una oficina justo frente a la mía, trató de enfrentarse a ellos con un palo de golf. Se dobló como si nada contra la cabeza de un zombie, mientras que otros cinco lo derribaban.

Y entonces… un golpe en la puerta. En la puerta de la oficina de Solute. Un… bom bom bom bom… en la base, cerca del suelo. Podía escuchar esa cosa gimiendo allá afuera.

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Escuchaba también otros ruidos, en la oficina de al lado, la de Sistemas Tubulares Al Andalus. Eran mis vecinos, la gente que siempre había tratado de evitar en el comedor, cuyas caras y nombres casi ni podía recordar en este momento. Gritaban, imploraban, luchaban y lloraban. También escuché una voz, una mujer o un hombre joven, en la oficina directamente bajo la mía, repetía el nombre de alguien, pidiéndole que se detuviera. Pero la voz se perdió entre un coro de gemidos. Los golpes en mi puerta se hicieron más fuertes. Habían llegado más zombies. Traté de contener la puerta moviendo la mesa de Elena. Un esfuerzo inútil. El nuevo mostrador-recibidor me dificultaba la maniobra. La puerta comenzó a ceder. Podía escuchar cómo crujían las bisagras. Deduje que sólo tendría unos cuantos minutos para tratar de escapar.

¿Escapar? Pero si no podía abrir la puerta… pensé a continuación.

Podía intentarlo por la ventana del despacho de Pepo. Pensé que podría amarrar unos abrigos para hacer una cuerda, lo había visto millones de veces en el cine. Pero sería la primera vez que intentaría algo así.

Afortunadamente, el tejido resistió. Me descolgué por la ventana y comencé a bajar hacia otra oficina. De inmediato comencé a sentir calambres en los músculos. Nunca les había prestado mucha atención, y ahora ellos me lo estaban haciendo pagar caro. Luché para controlar mis movimientos y para no pensar en el hecho de que estaba a dos pisos sobre el suelo. El viento era terrible, caliente y seco por culpa de todos esos incendios. Una corriente me sacudió y me arrojó contra la pared del edificio. Reboté contra el cemento y estuve a punto de soltarme. Tuve suerte y encontré una

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ventana rota, tuve que hacer un gran esfuerzo para relajarme y poder pasar entre los cristales rotos sin dañarme. Aterricé sobre mi trasero, tosiendo y jadeando por culpa del humo. Podía escuchar los ruidos en la oficina de Solute, los muertos habían derribado la puerta. Miré hacia arriba y vi una cabeza, un zombie de un solo ojo estaba tratando de bajar por la misma cuerda de abrigos. Se quedó allí colgado por un momento, la mitad en el aire, la mitad adentro, y con un empujón mío se desplomó por un costado.

No puedo dejar de pensar que seguía tratando de agarrarme mientras caía, una imagen de pesadilla, cayendo hacia el suelo con los brazos extendidos hacia mí, y el ojo colgante pegado contra su frente.

Podía escuchar a los otros zombies en el despacho de Pepo, y me di la vuelta para ver si había alguno en aquella oficina. Afortunadamente, la puerta de aquella oficina había sido asegurada. No se escuchaba ningún ruido de atacantes en el exterior. También fue un alivio ver una capa de polvo y cenizas sobre el suelo. Era gruesa y sin huellas, lo que me indicaba que nada ni nadie había caminado por allí en mucho tiempo.

Había cumplido mi sueño. Había conseguido escapar de un ataque zombie a la oficina de Solute.

Guille y Pablo habían conseguido pasar a la fase VII del sueño. ¡Qué emoción!

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El castillo de la salvación

Guille y Pablo quedaron deslumbrados ante el brillo del maravilloso castillo REM. ¡Lo habían logrado! ¡Por fin! Bordeaban todas las calles unas preciosas casas de mármol verde con incrustaciones de centelleantes esmeraldas. Caminaban por un pavimento del mismo mármol verde, y entre los bloques de mármol había hileras de esmeraldas engarzadas muy juntas que centelleaban a la luz del sol. También los cristales de las ventanas eran verdes; hasta el cielo que cubría la ciudad tenía un tono verde, y hasta los rayos del sol eran verdes.

Por la calle había mucha gente, hombres, mujeres y niños vestidos de verde y con la piel igualmente verdosa. Aquella gente miraba con los ojos de asombro a Guille y a Pablo, y los niños corrían a esconderse detrás de sus madres al verles, pero nadie les dirigió la palabra. En la calle había numerosas tiendas, y Guille se fijó en que todo lo expuesto en los escaparates era verde: los caramelos y las palomitas de maíz, los sombreros, los zapatos y los vestidos de todo tipo. En una de las tiendas un hombre vendía limonada verde, y Pablo vio que los niños pagaban también con monedas verdes.

En el castillo parecía no haber caballos ni animales de ninguna clase. Los hombres transportaban objetos en unas

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carretillas verdes que arrastraban delante de ellos. Todo el mundo tenía un aspecto alegre y próspero.

Siguieron andando a través de las calles hasta que llegaron a una gran torre situado exactamente en el centro del castillo. Junto a la puerta había un timbre. Guille pulsó el botón y oyó un tintineo cristalino. Luego, la gran puerta se abrió lentamente. Guille y Pablo la atravesaron y se encontraron en un salón de alta bóveda cuyas paredes resplandecían de las incontables esmeraldas incrustadas en ellas.

Ante ellos apareció un hombre. Iba totalmente vestido de verde, y hasta su piel tenía un tinte verdoso. Era un REFLEJO de Pedro Pérez.

Al ver a Pablo y a Guille, Pedro preguntó:

- ¿Qué buscáis en el castillo REM?.

- Venimos a buscar la cura de los replicantes –contestó Guille -. Queremos hablar con el hombre más sabio de este castillo.

Pedro quedó tan sorprendido ante esta respuesta que tuvo que sentarse a pensar.

- Hace muchos años que nadie me pedía ver al hombre más sabio de este castillo –dijo por fin Pedro, moviendo perplejo la cabeza-. Es poderoso y terrible, y si venís a estorbar a el Gran Mago REM en su sabias reflexiones por cualquier tontería, puede enfurecerse y destruiros a los dos en un instante. Muy pocos son los que hasta ahora se han atrevido a desear ver su rostro. Yo soy el Guardián de las Llaves, y dado que solicitáis ver al Gran Mago REM, debo conduciros a su estancia.

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Pedro tomó entonces una gran llave de esmeraldas que estaba colgada de un gancho y los acompañó hasta otra estancia, que estaba en el último piso del gran torreón. Abrió una puerta con la llave de esmeraldas y entraron en una espaciosa sala de alfombra verde y preciosos muebles verdes con incrustaciones de esmeraldas. El Guardián les invitó a que se limpiaran los pies en una gran estera verde antes de entrar en la estancia, y en cuanto estuvieron sentados dijo muy cortés:

- Por favor, poneos cómodos mientras me acerco a la puerta del Salón del Trono y comunico a el Gran Mago que estáis aquí.

Tuvieron que esperar largo rato antes de que Pedro regresara. Cuando por fin lo hizo, dijo:

- He comunicado vuestro mensaje. Dice que os concederá una audiencia, si así lo deseáis. Cuando suene la campanilla podéis pasar.

- ¡Gracias! –exclamó Guille.

El Guardián de las Llaves se marchó y les dejo solos en la amplia estancia. En medio de la sala había un diminuto surtidor que lanzaba al aire perfume verde, que luego caía a una fuente de mármol verde, maravillosamente trabajada. En las ventanas había hermosas flores verdes, y una pequeña repisa contenía una hilera de pequeños libros también verdes. Cuando Pablo se levantó a hojearlos, vio que estaban llenos de curiosas ilustraciones que le hicieron reír de tan cómicas que eran.

De pronto sonó una campanilla, y apareció una muchachita verde que llevaba un vestido de seda verde. Parecía un hada verde. Tenía preciosos cabellos y ojos

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verdes, e hizo una profunda reverencia ante Guille y Pablo mientras decía con voz dulce:

- Mi nombre es Laura –dijo la muchachita-. Debéis entrar en el Salón del Trono.

» El Gran Mago os está esperando. –Laura era un REFLEJO de Laura Cano.

Abrió una pequeña puerta y Pablo y Guille entraron con decisión en un maravilloso lugar. Era una sala enorme y

redonda, de alto techo abovedado, y tanto las paredes como el techo y el suelo estaban totalmente cubiertos de grandes esmeraldas. En el centro de la bóveda resplandecía una potente luz, tan brillante como el sol, que hacía resplandecer las esmeraldas de una manera maravillosa.

Pero lo que más llamó la atención de Pablo y Guille fue el imponente trono de mármol verde que se alzaba en medio del salón. Tenía forma de silla y estaba salpicado de gemas, como todo lo demás.

De pronto oyeron una voz que parecía proceder de algún lugar próximo a la punta de la gran cúpula, y que dijo en tono solemne:

- Soy el Gran Mago REM, el Grande y Sabio ¿Por qué me buscáis?

Los amigos escudriñaron todos los rincones de la sala, y al no ver a nadie, Guille preguntó:

- ¿Dónde estas?

- Estoy en todas partes –contestó la voz-, pero para los

vulgares INCUBATORS soy invisible. Ahora tomaré asiento en el trono para que podáis conversar conmigo.

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En efecto, la voz pareció salir entonces del mismo trono, de modo que los dos se adelantaron, colocándose en fila ante el misterioso ser invisible mientras la voz decía:

- ¿Qué queréis que hago por vosotros?

- Queremos que cures a nuestros amigos –dijo Guille-. A Héctor, a Patri, a Ruth…

- ¡A Ruth no hace falta! –interrumpió Pablo.

- ¡A Ruth también! –contestó Guille-. También queremos que cures a Sara, a Paula, a Ricardo… ¡A todos!. Están muy

enfermos.

El Gran Mago REM hizo una pausa larga y luego dijo:

- ¿Y por qué habría de hacer eso por vosotros? –inquirió el Gran Mago.

- Porque tu eres un gran Mago y porque hemos sido capaces de llegar hasta aquí a través de las SIETE FASES –contestó Guille.

- Sin embargo no fuiste lo suficientemente bueno para ganar el karaoke al semiliche –dijo el Gran Mago REM.

- Pero lo superó Pablo –respondió Guille.

- Pero Pablo no fue lo suficientemente bueno para besar

a Rachael sin la fuerza –exclamó el Gran Mago.

- Pero es el guión de la película –respondió Pablo.

- ¡Válgame el Gran Trasgo! –tronó la voz-. ¡No puedo concederos vuestro deseo!

- ¡No estamos dispuestos a irnos de aquí sin una solución! –intervino Guille de nuevo.

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Pablo se fijó que había un biombo verde en un rincón. Entonces se acercó hasta el rincón y… ¡cuál sería su sorpresa al ver que, detrás del biombo había un hombre oculto!, ¡¡era Javitin!!.

Guille se acercó también hasta el rincón y dijo:

- ¡¡Javitin!! ¡Eres tú!

Pablo sacó una araña de su bolsillo y se la enseñó a Javitin.

- Yo soy el Gran Mago REM, el Grande y Sabio–contestó

Javitin con voz temblorosa-. ¡Pero guárdate esa araña, por favor, y haré todo lo que me pidáis!.

- ¿Por qué fingías? –preguntó Guille- ¿Acaso no eres un Gran Mago?

- No hables tan alto –dijo Javitin-, que pueden oírte, y eso sería mi ruina. Todos creen que yo soy un poderoso mago.

- ¿Y no lo eres? –inquirió Guille.

- En absoluto. Soy un hombre normal y corriente.

- Eres más que eso –señaló Pablo-. ¡Eres un farsante!

- Exactamente –confesó Javitin frotándose las manos como si estuviera encantado de la situación-. ¡Soy un

farsante!.

- Pero ¡esto es terrible! –exclamó Guille- ¿Cómo salvaremos a nuestros amigos?.

- Queridos amigos –respondió Javitin-, os ruego que no mencionéis esa pequeñez. ¡Pensad en mí y en el tremendo problema que me aguarda si me descubren!

- ¿Alguien más sabe que eres un farsante? –preguntó Guille.

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- Nadie más que vosotros dos… y yo mismo –repuso Javitin-. He engañado a todo el mundo durante tanto tiempo que confiaba en que nadie lo descubriría nunca. Fue un gran error dejaros entrar en el Salón del Trono. Por regla general no veo a mis propios súbditos, y por eso creen que soy algo huraño. Sentaos, por favor. Voy a contaros mi historia.

Así pues, tomaron asiento y se dispusieron a escuchar el relato de Javitin.

- A los pocos días de que Patri extendiera el Ébola, una noche, soñé que me encontraba flotando en el infinito espacio del cosmos. Luego, la escena cambio, y fui transportado al interior de un templo milenario. El único punto algo iluminado en el sombrío y silencioso edificio era el altar, de aspecto muy antiguo. Cautivado, me acerque a la parte más iluminada. Algo en mi interior me decía que iba a presenciar algo inaudito. Sobre el altar vi un embrión agitándose en su envoltorio transparente, como si luchara para romperlo y tratara de salir. La envoltura tenía forma de huevo, y era mitad blanca, mitad negra. Lleno de curiosidad extendí el brazo para tocarlo, pero antes se rompió la cáscara y salió un niño. Me sentía bien en ese momento, tremendamente inspirado, y de pronto brotó de mis labios un torrente de sentencias en verso, llenas de significado.

- ¿Recuerdas alguna? –preguntó Pablo.

- No –continuo Javitin-. Apenas logré recordar unos pocos versos, pero cuando pronuncié la última estrofa, fui consciente de que todas aquellas revelaciones tan espontáneas que habían surgido de lo más profundo de mi alma tenían un sentido crucial para mí.

- ¡Es extraordinario! –exclamó Guille.

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- Y a la vez doloroso –puntualizó Javitin-, porque a medida que me esforzaba en retener las palabras que iba pronunciando, éstas volvían a disolverse en la nada. Pero entonces pregunté con ansiedad al niño, «¿Quién eres?». Sus ojos brillaron en la oscuridad. El lugar era tan umbrío que difícilmente pude distinguir su silueta o su cabeza, que era de un tamaño colosal. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando, al acercarme, advertí que su rostro tenía mis mismos rasgos. «¿Quién eres?», volví a preguntar. «Soy tú. Soy tu replicante», me respondió el niño.

- ¡Guau! –exclamó Pablo.

- Aunque en este momento –continuo Javitin-, no estaba entendiendo del todo el significado de esta respuesta, tenía el extraño convencimiento de que todo lo que estaba viendo y escuchando era la verdad: él era mi otra parte. Así lo sentí, y la intuición me decía que en el conflicto de esta dualidad descansaba el más profundo secreto de mi ser, y que la solución de este enigma estaba en este niño. «Pero si tú eres un replicante, ¿quién te ha diseñado?». No hubo respuesta. Al despertar, me encontraba en un estado alterado de conciencia. Y aún permanecí un buen rato suspendido entre los dos mundos, tratando de recordar todos los detalles de mi visión. Probé una y otra vez, y fui capaz de recordar los versos que habían brotado de mis labios. Entonces comprendí que tendría que diseñar mi replicante, el ETULOS-ONE, para que éste, se encargará de diseñar a todos los demás. La raza humana iba a desaparecer por culpa de Paticorta y tenía que encontrar una vía de escape. Cuando completé mi trabajo, me refugié en INCUBATION, y conseguí llegar hasta aquí. Cuando alcancé este castillo, me encontré en medio de gentes muy extrañas, que al

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contemplarme creyeron que yo era un Gran Mago. Y yo dejé que lo creyeran, porque tenía miedo de mí y prometieron hacer todo lo que yo quisiera.

- Entonces no eres un farsante. ¡Eres nuestro padre! –dijo Guille.

- Vuestro padre técnico –corrigió Javitin.

Pablo y Guille se abrazaron a Javitin con lágrimas en los ojos.

- ¡Papá! –dijeron a la vez-, te queremos mucho.

- Yo también os quiero pequeñines –contestó Javitin.

A continuación, Guille preguntó lo siguiente:

- ¿Y cómo curaremos a nuestros amigos? –preguntó Guille de nuevo.

- No lo sé –contestó Javitin.

De pronto, oyeron una voz de nuevo que procedía del trono de mármol, y que dijo lo siguiente:

- ¡Hola amigos! Soy Martina, y os quiero ayudar.

La voz era de una niña.

- Los replicantes caen enfermos porque no conocen la verdad –continuo Martina-. La verdad es una, aunque los sabios le dan muchos nombres. Todo nuestro nombres y máscaras de Dios son sólo máscaras. Por esto es necesario una limpieza general de creencias que pueda alimentar la imaginación a partir de hoy, una nueva religión, reformulada a partir de los valores eternos que están en nuestras vidas: la maduración del individuo, desde la dependencia hasta la edad adulta, la madurez, y después la muerte; y cómo vincularse con esta sociedad y cómo vincular esta sociedad al

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mundo de la naturaleza y el cosmos. Las religiones durante milenios, han sido el reflejo de problemas internos muy profundos, misterios interiores, umbrales de pasajes internos, y si no sabes cuáles son las señales a lo largo del camino, tienes que hacerlo todo solo. El paraíso y el infierno están dentro de nosotros, y todos los dioses están dentro de nosotros como decían los Upanishads, pero lo contrario también es cierto, como toa la desaseloria.

Cuando Martina terminó, Javitin dijo lo siguiente:

- Tendremos que reflexionar sobre esto. Pero creo que Martina os ha ofrecido la respuesta. Ahora tenéis que regresar a casa y crear una nueva religión.

- Tu serás nuestro Patriarca –dijo Guille con entusiasmo.

- ¡Si! –contestó Pablo.

- Una última cosa –dijo Javitin-, escribí este poema hace poco. Quiero que lo tengáis vosotros.

Así fue como Pablo y Guille consiguieron la bendición de Martina y regresaron a su mundo con el elíxir para la restauración de la sociedad.

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Toa la desaseloria

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¿Se había envenenado Paticorta con el chichate?

¿Habían vuelto rodando Ruth a la oficina?

¿Quién era Pablo?

¿Cuál era la noticia de Paticorta?

Todo había vuelto a ser como antes.

Pablo y Guille habían encontrado la cura de la enfermedad y los REPLICANTES habían recobrado la memoria. ¡Yupi!

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Apodaca

Quedé con Javier Soldevilla en la Churrería Apodaca. Eran las ocho de la mañana.

Me vio cuando entré. Y se alegró; me di cuenta porque

los ojos se le dilataron y la cara se le iluminó. Me sentí contento de verle también y nos dimos un abrazo. Entonces tomé asiento en la misma mesa donde me estaba esperado.

- Este es un lugar especial –dije a Javier mientras le guiñaba un ojo.

Entonces apareció Paola con la bandeja de churros. Tenía el cabello muy negro, muy negro y muy espeso, igual que racimos de uva que le ocultaran el cuello. Aquel lugar era especial para mí. Todo estaba impregnado de santidad y bendición allí, las sillas, las mesas, el paño que tenía en la mano Paola, el serrín que ella pisaba. Era una princesa maya y aquél era su castillo.

No se acercó a nuestra mesa, pero me sentía contento. No vengas enseguida, Paola; deja que esté un rato solo para acostumbrarme a este insólito entusiasmo; permíteme estar solo mientras viajo con la cabeza por el encanto infinito de tu gloria radiante; déjame solo un ratito nada más para desear y soñar con los ojos bien abiertos.

- Eres un zorro –me dijo Javier-. Ya sé porque me has traído a este sitio.

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Vino por fin Paola con dos tazas de café y dos raciones de churros en la bandeja. Se acercó con los ojos más negros y dilatados que nunca, con paso quedo, con sonrisa intrigante, y el corazón se me puso a latir con tanta fuerza que pensé que iba a desmayarme. Cuando estuvo a mi lado, noté el ligero perfume junto con el olor penetrante y limpio del uniforme almidonado. Me sonrió para darme a entender que se acordaba de mí.

- Me alegra verte de nuevo –me dijo.

Alguien que estaba al fondo la llamó por su nombre y la joven se alejó con premura. Me removí en la silla y con los pies toqué la caja que había dejado debajo de la mesa. Era la caja con libros que había traído a Javier.

- ¿Qué me has traído? –preguntó Javier.

- Treinta y cinco libros de INCUBATORS –contesté.

- Vaya –dijo Javier, mientras sujetaba uno de los ejemplares-. ¿Salgo yo?

- Por supuesto –le contesté-. En el penúltimo capítulo, precisamente en esta cafetería.

- ¡Vaya locura! –exclamó.

La chica estaba otra vez junto a la barra, me sonrió y cabeceó para preguntarme por la caja. Le hice una seña con el dedo para mostrarle que el libro era mío. Se mordió el labio inferior y sus ojos mostraron asombro. Me sentí muy satisfecho. Luego desapareció tras un delgado tabique en lo que hacía las veces de cocina.

- Esta es la lista de las personas que tienen libro–dije, mientras sacaba un papel doblado de mi bolsillo.

Javier echó un vistazo a los nombres.

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- No tenía presupuesto para todos –concluí.

- ¡Ya tengo lectura para el metro! –dijo Javier sonriendo, mientras mojaba un churro en el café-. ¿Has empezado a leer Los tres mosqueteros? –me preguntó.

- No he tenido tiempo estas Navidades, lo tengo pendiente –contesté-. ¿Cómo están las cosas en la oficina?

- Pues poca novedad la verdad. Ruth te echa de menos. Guille todavía te guarda rencor por lo de la cena de Navidad. Y poco más.

- ¡Ruth! –dije-. Me tiene contento. No me ha escrito en tres semanas. Creo que me odia.

Javier sonrió.

- ¿Me cuentas algo de la historia? –preguntó Javier para cambiar de tema.

- Claro –contesté-. Esta historia es un rito de iniciación… una aventura donde la mente corta de forma radical con las actitudes y normas de la vida ordinaria.

- Suena peligroso –dijo Javier.

- Es muy peligroso porque amenaza la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros en el día a día. Pero también es fascinante porque te ofrece las llaves que abren el reino entero de la aventura deseada y temida del descubrimiento de uno mismo. La destrucción del mundo que nos hemos fabricado y en el que vivimos, y de nosotros con él; pero después planteo una maravillosa reconstrucción de la vida humana, más limpia, más atrevida, más espaciosa y plena. Esta fue el objetivo de Patri al extender el Ébola. Resucitar la tierra baldía.

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- ¿Has leído El héroe de las mil caras? –me preguntó Javier.

- Es gracioso que me preguntes eso –dije-. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche. ¿Qué te pareció?.

- Es asombrosa la coincidencia entre el simbolismo de los sueños y ciertos elementos característicos de los mitos.

- Es lo que te estaba contando –dije.

Paola limpiaba una mesa próxima a la nuestra con movimientos enérgicos, su faz semejante a una llama

morena. Cuando se volvió para mirarme, la alegría que mostraban su ojos me iluminó como una centella.

- La partida –continué-, la apoteosis y el regreso como componentes esenciales de la aventura del héroe, se identifican con numerosas leyendas, tradiciones y rituales de todos los pueblos del mundo: en los mitos polinesios o griegos, en las leyendas africanas, en los cuentos de hadas y aún en muchos símbolos de las grandes religiones.

- ¿Pero crees que son creaciones naturales de la mente humana?.

- Exacto –contesté-. Son estados suprasensibles en el sentido Swedenborgiano. Todas las cosas, desde lo más pequeño a lo mayor, son correspondencias. La razón de que sean correspondencias responde a que el mundo, con todo lo que contiene, existe y subsiste gracias al mundo espiritual…

Javier miró su reloj.

- Me parece que hay que ir a trabajar –continué.

- Lo siento –dijo.

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Tomé otro sorbo de café.

- No –dije-. Es culpa mía, me enrollo demasiado.

Pedí la cuenta a Paola y la sonreí. Ella me hizo un gesto para señalarme que eran cuatro euros.

- Déjame que te invite –dije.

Paola me trajo un caja con caramelos. Cogí uno.

- Gracias –dije.

Cuando se dio la vuelta, me fije que se movía con garbo, con pies rápidos y seguros.

Acompañé a Javier hasta el metro de Tribunal. Él cogía la línea 10. Estaba nevando.

- Bueno –dijo Javier-. Espero que nos veamos pronto.

- Llámame cuando termines el libro –dije.

- Venga.

Le vi bajar las escaleras con una caja llena de libros bajo un manto de nieve.

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Los cuatro cuartetos

Este fue el poema que Javitin nos entregó en el castillo de REM y que ahora quiero compartir con vosotros :)

Tiempo presente y tiempo pasado

Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro,

Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.

Si todo tiempo es eternamente presente

Todo tiempo es irredimible.

Lo que podía haber sido es una abstracción

Y permanece como posibilidad perpetua

Sólo en un mundo de especulación.

Lo que podía haber sido y lo que ha sido

Apuntan a un fin, que es siempre presente.

Las pisadas resuenan en la memoria

Bajando el pasillo que no tomamos

Hacia la puerta que nunca abrimos

A la rosaleda. Mis palabras resuenan

Así, en tu mente.

Pero con qué propósito

Removiendo el polvo en un cuenco de pétalos de rosa

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No lo sé.

Otros ecos

Habitan el jardín. ¿Los seguimos?

Rápido, dijo el pájaro, encuéntralos, encuéntralos,

Al doblar la esquina. Por la primera puerta,

Entrando en nuestro primer mundo, ¿Seguimos

El engaño del tordo? En nuestro primer mundo.

Ahí estaban, solemnes, invisibles,

Moviéndose sin presión, sobre las hojas muertas,

En el calor del otoño, a través del aire vibrante,

Y el pájaro llamó, en respuesta a

La música no oída oculta en los arbustos,

Y la mirada no vista lanzada, pues las rosas

Tenían el aspecto de flores que son miradas.

Ahí estaban como nuestros invitados, aceptados y aceptando.

Así que avanzamos, y ellos, en formación,

Por el paseo vacío, hacia el círculo de boj,

Para mirar dentro del estanque drenado.

Seco el estanque, hormigón seco, de borde ocre,

Y el estanque se llenó con agua de luz solar,

Y el loto se elevó, quietamente, quietamente,

La superficie brilló desde el corazón de la luz,

Y estaban tras nosotros, reflejados en el estanque.

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Entonces pasó una nube, y el estanque estaba vacío.

Marchaos, dijo el pájaro, pues el estanque estaba lleno de niños,

Escondidos nerviosos, conteniendo la risa.

Id, id, id, dijo el pájaro, la especie humana

No puede soportar mucha realidad.

Tiempo pasado y tiempo futuro

Lo que podía haber sido y lo que ha sido

Apuntan a un fin, que es siempre presente.

204

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Epílogo

Para escribir esta historia se han sampleado los siguientes libros:

- Crónicas de motel. Sam Shepard.

- Nueve cuentos. J.D. Salinger.

- El vagabundo de las estrellas. Jack London.

- Sinhue el egipcio. Mika Waltari.

- Ready player one. Ernest Cline.

- El asno de oro. Apuleyo.

- Nuevo testamento.

- Diosas. Joseph Campbell.

- La búsqueda. Mircea Eliade.

- Odisea. Homero.

- El mundo bajo los párpados. Jacobo Siruela.

- El héroe de las mil caras. Joseph Campbell.

- El poder del mito. Joseph Campbell.

- El templo del cosmos. Jeremy Naydler.

- El movimiento simbolista. Anna Balakian.

- Guión Blade Runner. Hampton Fancher.

- SCIVIAS: conoce los caminos. Hildegarba de Bingen.

- Del cielo y del infierno. Emanuel Swedenborg.

206

- El mago de Oz. L. Frank Baum.

- Pregúntale al polvo. John Fante.

- Los cuatro cuartetos. T.S. Elliot

207

Índice

Presentación 7

Prólogo 13

Primera parte 19

Segunda parte 83

Tercera parte 149

Epílogo 205

208

209

Este libro se terminó de imprimir

el día 14 de Enero del año 2018

(día de San Felix de Nola),

en los talleres de la Imprenta de la calle San Bernardo 42,

Madrid.

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San Quintín Ediciones

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El mundo sucumbe a la epidemia del Ébola y la nieve cubre todas las grandes ciudades. Es invierno y la pareja de incubators Pablo y Guille tendrán que encontrar el castillo REM para salvar a la humanidad.

Esta historia es un rito de iniciación, una aventura donde la mente corta de forma radical con las actitudes y normas de la vida ordinario.

Su lectura es peligrosa porque amenaza la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros. Pero también es fascinante porque muestra las llaves que abren el reino entero de la aventura deseada y temida del descubrimiento de un mismo.

San Quintín Ediciones