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Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 159 Julio Aramberri Presentación Infancia, ciudadanía y medios de comunicación Childhood, Citizenship and Mass Media José Miguel MARINAS Universidad Complutense de Madrid [email protected] (traducción: Raquel Vélez Castro) Recibido: 17.11.05 Aprobado: 17.01.06 RESUMEN La cultura del consumo establece un conjunto de signos y valores que sirve de filtro a las categorías de la identidad política. Los medios de comunicación obedecen a una u otra lógica dificultando para los niños la construcción de su identidad como consumidores o como ciudadanos. PALABRAS CLAVE: infancia, consumidor, ciudadano, medios ABSTRACT The culture of consumption establishes a group of signs and values that operates as a filter to the cate- gories of the political identity. The mass media follow to one or another logic making difficult to children the construction of their identity as consumers or citizens. KEY WORDS: Childhood, Consumer, Citizen, Mass Media SUMARIO Lo público y los medios. Los límites de la infancia. La condición ciudadana. El consumo infantil.

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Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 159

Julio Aramberri Presentación

Infancia, ciudadaníay medios de comunicación

Childhood, Citizenship and Mass Media

José Miguel MARINAS

Universidad Complutense de [email protected]

(traducción: Raquel Vélez Castro)

Recibido: 17.11.05Aprobado: 17.01.06

RESUMEN

La cultura del consumo establece un conjunto de signos y valores que sirve de filtro a las categorías dela identidad política. Los medios de comunicación obedecen a una u otra lógica dificultando para losniños la construcción de su identidad como consumidores o como ciudadanos.

PALABRAS CLAVE: infancia, consumidor, ciudadano, medios

ABSTRACT

The culture of consumption establishes a group of signs and values that operates as a filter to the cate-gories of the political identity. The mass media follow to one or another logic making difficult to childrenthe construction of their identity as consumers or citizens.

KEY WORDS: Childhood, Consumer, Citizen, Mass Media

SUMARIO

Lo público y los medios. Los límites de la infancia. La condición ciudadana. El consumo infantil.

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Propongo en esta reflexión aportar algunoselementos para caracterizar las tendencias másrecientes de la lógica del consumo y su vivenciapor los niños y las niñas.

Prestar atención a la relación que las niñas ylos niños mantienen entre sí, con los adultos ycon los espacios (polis y mercado) que nosotrosgeneramos, responde a una cuestión acuciante,ya desde hace más de una década, que se nosplanteó con motivo de diversas investigacionessobre infancia y medios1. Esta, formulada demodo directo, dice así: niñas y niños ¿son mejo-res consumidores que ciudadanos?

Lo preocupante de esta formulación —queimplica varios planos: precisar la noción y elmodelo de polis que circula en la infanciaactual, aclarar qué entienden por el mundo delconsumo, apuntar qué relación específica esta-blecen ellos mismos entre sus papeles de ciuda-danos y consumidores— es que la respuestaespontánea parece ser afirmativa. Así resultaque el discurso infantil, por lo que en grupos,entrevistas, dinámicas de juego y visionado deprogramas han venido mostrando, es más ricoen detalles, argumentos y relatos, cuando niñosy niñas hablan de su relación en y a través de lasmercancías de lo que es su discurso propiamen-te político, aquel en el que hablan de derechoshumanos, de ciudadanía, de libertad, de justicia.

LO PÚBLICO Y LOS MEDIOS

Los dos escenarios de lo público, el de lopolítico (en el que se reanudan los vínculossociales aun en medio de las nuevas formas dedominación y exclusión) y el del mercado (en elque se reproduce la canalización del deseosobreponiéndose a la desaparecida instancia delas necesidades) se hallan implantados en unescenario global y complejo que es el de losmedios llamados de comunicación de masas.

Medios de comunicación que no son instru-mentos para transmitir informaciones entre unoy otro sector social, como si estos estuvieranpreviamente constituidos y los media no hicie-ran más que servir como de altavoces para poneren circulación contenidos previos entre sujetossociales preexistentes. La realidad mediáticaparece ser, cada vez de modo más acelerado ydenso, no un repertorio de instrumentos o herra-mientas, sino un medio en el que se vive.

Ese variado medio de prensa, radio, televi-sión, cine, publicidad, pero también videojuegosy diversos sistemas de telefonía móvil configu-ra y troquela de tal modo nuestras vidas y las deniños y niñas que difícilmente podemos despe-garnos de sus significantes y modos de organi-zar el sentido de las relaciones y los valoressegún sus agendas poderosas e indiscutibles2.

Que el principio de representación y conver-sión en mercancía de todo producto social afec-ta también a los discursos infantiles (los dirigi-dos supuestamente a la infancia y los que niñosy niñas, en principio solo ellas y ellos, emiten)nos sitúa de nuevo frente a la cuestión de fondo:qué relación se establece entre polis y mercado,o, en su versión de experiencia: qué relaciónmantienen niñas y niños entre su papel de con-sumidores y de ciudadanos.

El único presupuesto teórico que me permitoenunciar sin poder justificarlo in extenso es elsiguiente: en las sociedades actuales, especial-mente en las más desarrolladas desde la tecno-logía y la dominación global, no se entiendenlos conflictos si nos empeñamos en separar «laeconomía» (asignación, disputa, exhibición dela propiedad de mercancías-significantes deprestigio a través de los circuitos de consumo)de «la política» (conflicto y consenso en torno alos significantes del poder, escasos y desigua-les). Más bien podemos acertar si consideramosque la cultura del consumo es la configuraciónpolítica de las sociedades contemporáneas3.

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1 Los relativos a la campaña de la Dirección General de Protección Jurídica del Menor que, bajo el lema «Escúchalos» puso en mar-cha una serie de estudios sobre «La imagen de los niños en el discurso adulto y en los medios» (1992), «Ver la televisión con los niños»(1995) —este en la red— a estos hay que añadir investigaciones sobre el cuerpo y el consumo que he integrado en mi libro La fábula delbazar. Orígenes de la cultura del consumo, Madrid, Antonio Machado, 2001, y sobre el cuerpo y la identidad en el más reciente La razónbiográfica. Ética y política de la identidad, Madrid, Síntesis, 2004.

2 Con Pilar Diezhandino realicé la investigación «Los efectos de los medios» (Univ. Carlos III, CICYT, 2004) explorando en ella ladistancia entre las agendas vividas (los problemas sentidos por los grupos sociales) y las agendas mediáticas (la definición, vigencia yfugacidad de la representación noticiosa de tales problemas según el dictamen de los medios).

3 El término «configuración política» traduce, con mayor o menor fortuna, el concepto de Claude Lefort que define lo político comola mise en forme (configuración) además de la mise en scéne (escenificación) y la mise en sens (la asignación de sentido) de lo social, delos vínculos morales.

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Como lo que trato de hacer no es resolver enbreve un problema de tantas esquinas, sino formu-lar mejor los implícitos de esta cuestión, propongorevisar concretamente: (1) los límites de la infan-cia (2) la condición ciudadana de niñas y niños, (3)las tendencias del consumo infantil y (4) las ten-dencias en la comunicación de la infancia.

LOS LÍMITES DE LA INFANCIA

La primera de las dimensiones para explicitares precisamente que los límites de la infanciason cambiantes, y que en ese cambio la culturadel consumo tiene un papel decisivo.

Efectivamente, el sujeto social infancia —elcolectivo al que, además de rasgos clasificato-rios, le reconocemos rasgos de protagonista dela acción social distintos de otros sujetos— tieneperfiles borrosos, desde su instauración contem-poránea.

Si propongo algunas puntualizaciones sobreel sujeto infancia no es para caer, como Adornonos advertía en su Dialéctica Negativa, en lastrampas de la definición. No podemos definir yacotar previamente y luego tratar de encajar (fit-ness) a los sujetos sociales en los perfiles esta-blecidos, de suerte que si no entran, peor paralos sujetos. En este caso el procedimiento es elinverso: recorrer y recoger qué rasgos van defi-niendo por un lado la pertenencia a ese colecti-vo, y también los que indican qué entidad tienecomo sujeto social.

Infancia dura desde el nacimiento (o desdeantes, si juzgamos por la no pequeña prolifera-ción de anuncios publicitarios en los que el con-sumidor aparece ¡en una ecografía!) y se extien-de hasta el comienzo de la pubertad oadolescencia. En términos numéricos podemoscifrar ese momento en torno al final de la prime-ra decena de la vida. Pero en términos significa-tivos, ¿cuándo se termina infancia? Podemosdecir que hasta la adolescencia, salvo la infanti-lización generalizada que constituye una de lasrepresentaciones más fuertes de la cultura delconsumo y, por tanto, de la cultura política.

En el primer caso, el del límite o umbral ini-cial, podemos convenir en torno al comienzo dela vida —pero eso mismo es motivo de debate

cívico, ético, cuando el escenario tiene que vercon las medidas políticas de protección de losderechos de las mujeres y, en general, en torno alas decisiones éticamente orientadas en torno ala procreación— pero este comienzo no perte-nece a la que Agamben llama nuda vida. No escosa de biología sino del sistema de representa-ciones que la sociedad llamada democrática y demercado establece.

Niñas y niños pertenecen desde el comienzoa dos tipos de discursos sociales y políticos derango mayor: (a) uno que los inscribe indiscri-minadamente en la llamada «defensa de la vida»(que la hace equivaler a procreación y llevada atérmino de todo embarazo, deseado o no, que sepresente) (b) otro que los inscribe en lo peculiar,en el nacimiento de posibles ciudadanos que lle-garán a ser autónomos y dotados de recursospropios —no sólo materiales, pero también—como sujetos. Entre ambos discursos mayorescircula la primera presencia de la infancia en losmedios. Y esta carga valorativa no es azarosaporque sitúa a niños y niñas como actuantes dedos discursos que los convertirán o bien enreceptores pasivos de atención, estimulo, ofertasa su pesar, o bien la del discurso que los sitúacomo preferidores o susceptibles de ejerceralguna elección o designio propio. En el primercaso tenemos una cualificación de la infanciacomo sujeto nutricio, en el segundo, la posibili-dad de un sujeto autónomo.

Estos dos tipos básicos —que matizaremos—tienen que ver no sólo con la eficacia de losmedios en la configuración de la infancia, en suscontenidos valorativos, sino también con la con-cepción de sus límites temporales. ¿Cuándo seempieza a ser niño? ¿Cuándo se deja de ser niño?

La hipótesis de trabajo con la que nos move-mos, supone que en el establecimiento de losumbrales de la infancia han venido intervinien-do los modos mismos de producción y la mane-ra de se representados en el discurso público—mediático principalmente—. Me limito ahoraa exponer las transformaciones de cada uno deestos modos: linaje, trabajo, consumo, y a desta-car el valor ideológico que cada uno de ellos nosha dejado en el discurso mediático, público.

Así los umbrales de la infancia (si podemoshablar de ello en términos premodernos4) se han

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4 Sin remontarnos «a los fenicios», podemos ver cómo la cultura del Renacimiento afina con las etapas primeras de la vida: En la cate-dral de Siena, en Italia, se conservan excelentes mosaicos, en los que aparecen las edades: infantia, pueritia, iuventus…

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venido representando como hitos naturales en laevolución de los sujetos. En el contexto prein-dustrial el tiempo modelo es el de la estacionesy así [aun cuando entre infancia en general yedad viril o de incorporación a la vida activa nose presentan diferencias mayores] estas sonresultado del puro crecimiento y desarrollo enun contexto de identidades estables y naturaliza-das. ¿Qué retenemos ahora de ese modelo clási-co? Pues sorprendentemente el carácter «natu-ral» de las edades, no de «esas» maneras demarcarlas, pero sí hemos heredado el oculta-miento de las operaciones humanas, sociales ypersonales, que modifican la infancia. Inicio yfin de la infancia y su naturaleza dependiente esun modo ideológico heredado de la representa-ción clásica que, como veremos, sigue surtiendoefecto.

En el modo de producción industrial, infanciarecibe una sacudida enorme en la medida en queniños y niñas son susceptibles de entrar en elproceso productivo: y, por tanto, casi se terminacon la idea de que la infancia es un tiempo sintiempo de maduración lenta, cuasivegetal, queno cuenta en lo público, porque aún no se le atri-buye discurso (in-fans). Infancia es prole y esgarante de una estabilidad mínima en las econo-mías, por ello mismo, proletarias. ¿Qué seinventa en este modo de representar los umbra-les de la infancia? Su adultismo. Niños y niñascomo adultos pueden ser sacados de su condi-ción pasiva y engrosar las filas de los sujetosproductivos o explotados.

El modo de producción del llamado capitalis-mo de consumo (Jesús Ibáñez) trae una notableredefinición de los umbrales de lainfancia…como de todas las demás edades.Niño y niña aparecen en situaciones superpasi-vas y nutricias en muchos noticieros y, sobretodo, en representaciones publicitarias, hasta elpunto en que no resulta insoportable la imagende adultos en posición infantil (según los crite-rios de representación naturalistas, pasivos de lacultura del linaje, o clásica). Al tiempo, niñas yniños aparecen cada vez con mayor intensidadadoptando, soportando, la imagen de adultos, nosólo en los esquemas retóricos de los informati-vos (las catástrofes, las guerras) sino —y esto esmás novedoso, según vemos en los trabajosmencionados— como adultos consumidores delos nuevo, lo sofisticado, lo futuro.

Naturalismo, adultismo y versatilidad serían,si puedo reducirlos a conceptos principales, los

moldes ideológicos que circulan por los escena-rios de lo público y acaban convirtiéndose ennuestros impensados cuando hablamos de niñasy de niños. Diríamos, pues, que los modos deproducción preindustrial, industrial y de consu-mo tienden a imponer y a absolutizar su estilopropio de representación. Que ahora convivimoscon elementos de los tres es cosa de corroborar,matizándolo.

Lo que aparece es una nueva representaciónpública y mediática de la infancia. Dura más yes más variada por dentro. Es característica degrupos reales y es también valor simbólico coti-zado en toda edad (la infantilización de lasrepresentaciones de los adultos). Así la infanciamuda, en medio de formas de representación delas edades en las que juventud se alarga en lasdos direcciones temporales (antes de los anti-guos teen agers, después de los antiguos madu-ros), adultez se encoge entre un tiempo deincorporación al trabajo y a la vida activa autó-noma más diferido (pasados los treinta) y unajubilación anticipada (no muy pasados los cin-cuenta) y vejez pasa de la tercera a la cuarta delas edades, creadora de pautas impensadas hacedos décadas (abuelos y abuelas que se relacio-nan, viajan, consumen, votan sin el predominiode los arraigos del pasado).

Todos estos parecen ser efectos de troquela-do, no exento de contradicciones y tensiones,como vemos, que provienen de una cultura delconsumo dominante en la que lo que es aparen-temente diverso e incluso opuesto se acabaextrañadamente armonizando. Como ocurre conlos automóviles que al mismo tiempo son «segu-ros», «familiares», «deportivos», «de bajo con-sumo», «de alto standing»…

Lo que en las investigaciones en torno a lainfancia aparece con mayor claridad es que—como prueban otros estudios segmentarios deedades en relación con el consumo— estas figu-ras y modos ideológicos que aquí destacamos noson del ámbito económico (del comprar, delgastar) sino que son la forma política que el con-sumo ofrece a la concepción de la ciudadanía.

LA CONDICIÓN CIUDADANA

El relativo vaciamiento del espacio de lo polí-tico y su sustitución por discursos expertos y porestrategias de cálculo de intereses y de poder,hacen que la imagen que del espacio común tie-

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nen niños y niñas resulte, como las primerasinvestigaciones apuntaban, menos sugerente,variado y rico que los escenarios del consumocotidiano. Con todo, no parece que esta carenciaargumental sea exclusiva del discurso infantil.Como en otros momentos hemos desarrollado,el discurso cívico se aparta progresivamente delas implicaciones de la communitas —lo que delo cínico compete a todos y cada cual— y, comodice Roberto Esposito, incurre en una fuerteposición de inmunitas: de exclusión individua-lista, de exención de las cargas que correspon-den por la mera convivencia, búsqueda de sub-terfugios para no ocupar el lugar por el quecircula la racionalidad ciudadana común a travésde la que deliberamos antes situaciones y pro-blemas nuevos y acuciantes.

Esta carencia de argumentos, esta posición demutismo y de mirar por los intereses crasamen-te propios, inmediatos, parece avalada por unaética del consumismo que legitima a cada cualen sus preferencias, en sus comportamientosexcluyentes, en nombre de una reducción de laracionalidad común a la maximización de cos-tes-beneficios. Así pues, se podría decir que eldiscurso político de la infancia se presenta comoescaso, plano, apenas conmovido por las gran-des tragedias, pero en general silenciado por unexigente ejercicio de racionalización, identifica-ción, presentación, competitividad que los dis-cursos del consumo imponen a niños y niñas adiario.

Las preguntas del principio vuelven ahora conestas formulaciones: niños y niñas ¿son actual-mente más consumidores y menos ciudada-nos?¿son mejores consumidores que ciudadanos?

Aquí el análisis de los discursos infantiles yadolescentes, que antes referimos, nos muestrauna dualidad muy importante de destacar. (a) Lade los discursos ético-políticos en los que niñasy niños formulan y elaboran su adhesión a prin-cipios genéricamente democráticos, aun contan-do con la situación de partida, la de ser captura-dos y nombrados desde los dos tipos derepresentaciones ideológicas (simplificando:pro-vida y pro-autonomía). (b) La de los discur-sos y argumentos que concretan sus actitudescomo ciudadanas y ciudadanos.

En ambos el lugar del otro —el papel rectorde quien gobierna y pone en circulación el dis-curso— es elemento indispensable para enten-der lo que ocurre.

(a) Niños y niñas no inventan su lugar origi-nario, se lo encuentran en el discurso público yprivado que los recibe y los nombra y los evalúa.De ese modo a la infancia con la que venimostrabajando se le puede caracterizar —según eldiscurso (a)— de adherida a las categorías de laética universalista, base de la cultura políticademocrática. La defensa de los valores humanos,en la versión más cercana a «los derechos delhombre» que no, prima facie, «del ciudadano»,es causa común en los discursos espontáneos(grupos de discusión) e institucionales (tareas ycontenidos que circulan en la enseñanza regla-da). La unanimidad se tensa un poco en la últimadécada con la aparición de las diversas formas defundamentalismo (religioso: católico, islámico;político: eje del bien; económico: exclusión de lamayoría según leyes de la «naturaleza de lo eco-nómico») que tienden más a restar que a sumar ydificultan a los niños y las niñas armonizar el«los seres humanos nacen libres e iguales» conuna supuesta defensa de la «civilización occi-dental y cristiana» que no circula en el discursoinfantil pero está a su captura.

Ese plano de afirmación de los valores uni-versales de la democracia como sistema y dedefensa de los derechos individuales es el climaen el que nuestros niños y niñas se ha criado yque ellos canalizan y desarrollan con iniciativasque copan una de sus principales formas de pre-sencia en los medios. Me refiero a las iniciativasque tienen que ver con las acciones de tipoONG, tanto local como estatal o supranacional.También se pueden incluir aquí las formas desolidaridad que por iniciativo institucional, aveces de los medios de comunicación5, prendenen la tierra relativamente firme de la culturademocrática entendida como afirmación deprincipios y valores ético-políticos basados en laigualdad y la libertad y la dignidad de los sereshumanos.

(b) Distinta articulación tienen las formas deconcretar tales principios en la concepciónmisma del compromiso ciudadano. La condi-

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5 En nuestro trabajo Efectos de los medios, aparecen capítulos y niveles en los que la cultura mediática constituye más que una incita-ción al consumo —de los propios medios— una mentalización a través de dicho consumo que cristaliza en movimientos de solidaridad(integración de grupos de inmigrantes en contextos escolares, sensibilización ante los problemas de exclusión de minorías en las formasde la cultura urbana española).

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ción de ciudadanas y ciudadanos —que ningúndiscurso infantil de nuestro entorno cuestiona:tan «natural» se vive el sistema democrático enque se ha criado la mayoría— varía en su auto-concepto según el modo de relación entre adul-tos-niños6.

— Así, cabe un modo de entender y ejercer laciudadanía por parte de niños y niñascomo parte del universo adulto. Lo que enel discurso de los años noventa estabarepresentado por una relación con la mira-da adulta que pensaba que niños y niñas«eran parte de uno» y por eso el discursoadulto sustituía las preguntas y respuestasde los niños por las proyecciones a las quela comunidad les sometía, ahora ocurre, ami entender, de manera más global y mássilenciosa.

— En efecto, la postulación de la condiciónciudadana, gobal y por tanto no restringi-da por género, edad o clase, tiende a olvi-dar lo peculiar del modo de ejercicio deniños y niñas respecto de su lugar en lapolis.

— Lo propio queda subsumido en la idea deque los adultos «saben interpretar» lo queniñas y niños —que son hijos, son parte denosotros, son la familia— quieren y pro-yectan en lo común. Esto olvida una mira-da más fina y precisa acerca de niños yniñas en sus responsabilidades personales,no por linaje, familia o costumbre.

— La segunda manera de entender la condi-ción ciudadana es la que entiende queniños y niñas representan en sí un avance,un progreso, respecto a la condición y alejercicio ciudadano de la generación ante-rior.

— En ellos se depositan las expectativas decomportamiento democrático, de controlde poderes y excesos, y, en esa confianzabásica se desliza el pensamiento de que,de suyo, quien viene detrás traerá nuevosrecursos y aportaciones para la mejora delas condiciones de la civitas.

— Lo que la escucha de los discursos concre-tos de los últimos años trae consigo es lanecesidad de atender a los movimientos detipo regresivo o incluso reactivo que

acompañan algunos discursos infantiles.Los porcentajes de opiniones y actitudesde las últimas encuestas de juventud —dedesigual valor y extensión— favorables noa actitudes racistas declaradas, sino aseñalar el aumento de personas de otrospaíses instaladas y trabajando en Españacomo «factor problemático» es un indiciode lo que presento.

— Este fenómeno se puede volver a atribuir ala desmovilización consumista y cutre demucha de la oferta mediática infanto-juve-nil, pero esta perspectiva no nos privaríade la obligación de acudir a escuchar lasrazones en las que quienes excluyen serefugian: no las copian de la tele, no hayprogramas tan descarados, pero sí «apare-cen como en el ambiente», ligadas a lafalta de contención de otro tipo de opinio-nes o de estilos de relación (estetizaciónde la violencia, de la moda dura, de lajerarquización excluyente), ligadas a lainocuidad del «no pasa nada» —argumen-to de tiempos de la dictadura que el con-sumismo ha reciclado con presteza.

— El tercer condicionante del ejercicio de laciudadanía lo da la posición del discursoadulto en el que niños y niñas son tratadoscomo contribuyentes y votantes (potencia-les o por personas interpuestas, familia ono) que hay que compensar.

— Esta figura arranca de la que en los noven-ta aparecía como la relación nutricia deinfantes con adultos. El ambiente consu-mista llevaba a suponer que la relaciónideal para con los niños era aquella que«satisfacía primero y preguntaba des-pués». Es decir aquella actitud en la polí-tica familiar, en la política en generalahora mismo, en la que el motor moralbásico es el temor a defraudar a ciudada-nos o ciudadanas menudos, tratados yainevitablemente como clientes. Según estaóptica, gobernar es otorgar medios yrecursos para contentar a los contribuyen-tes y votantes.

— Según esto, el entendimiento y ejerciciode la condición ciudadana para niños yniñas que se han criado con este estilo

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6 Retomamos aquí un modelo de formas de relación que pusimos a contribución en las primeras de las investigaciones antes citadas.Las correcciones que ahora introducimos son el fruto de los trabajos de los últimos años: nos referimos a relaciones niños-adultos menosfamiliaristas y más políticas.

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nutricio, es que la relación con las institu-ciones comienza por la financiación y lasobras contables.

— Preguntar previamente por el deseo, porlas actitudes, expectativas, temores, fre-nos, motivaciones, resulta, a los ojos delos contables institucionales, algo excesi-vamente «psicologizante» (cuando noimpolítico) que no compensa en la gestiónni en la recepción de beneficios.

— La subordinación, el clientelismo y unacierta rutina son el horizonte del ejerciciode lo político en el que niños y niñas seven entrando en la adolescencia ayudados(sometidos, en realidad) a una oferta cívi-ca que no es la que en el fondo quieren.

— La cuarta modalidad del entendimiento yejercicio de la ciudadanía es la que no seajusta a ninguna de las tres anteriores.Niños y niñas son otra cosa, por eso se lestiene a una cierta distancia, en el enfoquey decisión de los problemas que les com-peten a ellos mismos.

— Por eso se les prepara para habitar en espa-cios y tiempos de la polis que cada vez tie-nen que ver menos con la producción noegoísta y la responsabilidad cívica por elcomún. Me refiero al atractivo de losmodelos de interacción, agrupamiento,selección, afinidades en las grandes bolsasde la marginación nocturna7, del fin desemana, de los bordes del horario produc-tivo. La cuestión no es que esto exista —nos da motivo para preguntarnos el porqué, y el cómo ven niñas y niños que sumeta aspiracional a corto y medio plazoestá ahí: conquistar más tiempo para elocio, para la noche; a largo plazo no haynada…de momento— lo problemático esque crece.

— Lo que era una cuarta figura del discursoadulto [que llamábamos perplejo porquetanto adultos como niños hacían constarque no eran parte unos de otros, ni espe-ranza de mejora, ni objeto de nutriciónindiscriminada] aparece ahora como unmodo de entender la ciudadanía que no sepliega a la razón del linaje, del mérito o dela sobrealimentación, pero que invade

todos los escenarios con su rara condición:niños y niñas han de ser ciudadanas y ciu-dadanos, lo queremos nosotros y lo exigensus principios (discurso a), pero el modo ylos medios, y los ritmos para incorporarseal espacio cívico no parecen ni bien defi-nidos, ni coherentes, ni encaminados a unmodelo democrático principal. Más bienson caóticos, cambiantes según modasfugaces, regresivos en formas de interac-ción (machismo «estetizante», «feminiza-ción seductora», «grupalismo lúdico», enrealidad grupalismo primario y amenaza-dor del diferente)

— Que niñas y niños no son parte de nosotros,que no son el progreso automático respec-to de lo nuestro, que tienen deseos propiosque no sabemos interpretar, que no sonnuestro calco sino otros diferentes con losque aliarnos a condición de sabernos dife-rentes, parecen cuatro condiciones del ejer-cicio de la ciudadanía que el discurso deniñas y niños exhibe con rotundidad.

EL CONSUMO INFANTIL

Estas dos vías, principista y concreta, de acer-camiento al ejercicio de la ciudadanía tienen,pues en la cultura del consumo un laboratorioque no es económico sino que es político en elsentido más pleno. Su clave y su efecto no esinmediato, no ha dado sus frutos más cumplidos—se mantiene en una cierta ambigüedad, deestilos, géneros, valores— pero conviene seguirde cerca su nervadura.

Lo que podemos apuntar, siquiera brevemen-te, es que parece haber (a) tendencias que seconsolidan (que no son de hoy mismo) y, sobretodo, que hay (b) indicios de nuevas tendenciasque hay que aquilatar.

Entre las tendencias del consumo infantil quese consolidan, podemos señalar estas cuatro:

— Adultismo consumista: Con una celeridadque a veces mueve a la desazón o a la risanerviosa, vemos cómo en los escenariosde la publicidad, los concursos, y, de ahí aotros espacios no tan gobernados por losadultos (relaciones de grupo, juegos derol, etc.) a un adelanto del adultismo,

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7 No por ser demográficamente abundantes dejan de ser minoritarias y, sobre todo, excluyentes o aplazadoras de la integración plenade los jóvenes.

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como encarnación y asunción de las figu-ras adultas masculinas y femeninas(espe-cialmente las triunfadoras y poderosas)cada vez en edades más tempranas.

Series televisivas, películas de mucho público(La Máscara 2, por ejemplo) inculcan modelosen las que el niño o la niña (incluso la niña, yesto es nuevo) representa las máximas instanciasde sensatez, competencia técnica, sentidocomún, capacidad de seducción y de liderazgo.Es como si la caída de la figura paterna —que apartir de los ochenta decae en todos los discur-sos sociales, incluido el infantil y juvenil— pre-tendiese encontrar un relevo imaginario en estosvaroncitos y mujercitas que enmiendan a losadultos la plana de imposibles derrotados, regre-sivos, desorientados, irresponsables). Si no sonniños y niñas son animalillos dibujados o mani-pulados por ordenador los que copan los papelesprincipales de los relatos, como si pretendieranalargar el sentido de «lo pequeño es hermoso»,ahora: lo pequeño redime.

Menos mal —apostillemos— que esto es enel plano ideológico de los relatos. La realidad semantiene peor. Es decir más perpleja aún. Niñosy niñas son invitados por los medios a ocupar,siquiera de forma fantasmagórica, los lugares deadultos consumidores y ese es su lugar óptimo.

— Individualismo: resulta una tendencia delarga duración. Si es verdad que la socie-dad del consumo se constituye sobre loscimientos del que MacPherson, en su cele-bérrima obra, llamó individualismo pose-sivo, en este escenario contemporáneoniños y niñas parecen encarnarlo sinmayor problema.

Es tan fuerte la vigencia de las pautas demoda que al menos una de ellas, la de destacar-se individualmente (la otra sería pertenecer)parece haber tomado posesión del imaginarioinfantil.

Conscientes de pertenecer a una generación, auna clase, a un estilo de consumo, niños y niñaspretenden continuamente destacar por algúnrasgo que les haga únicos. No tanto poseedoresde mayor estatus o de objetos de marca que des-taquen sobre el común (que también), cuantomanifestarse como bien colocados en la ferozcarrera por conseguir el único bien verdadero: elpresente. Por eso estar a la moda, tener lo últi-

mo, lo ultimísimo antes que nadie del entorno esel ideal de consumo que permea en todos losgrupos de la infancia como un verdadero valordisciplinante.

— Masificación: aparece como el corolariodel anterior. En la medida en que el valorde pertenecer y de ser reconocido por ello,de ir como todo el mundo y no quedarseatrás, es uno de los puntales de la cultura yde la ética del consumo.

Si ahora se refuerza como tendencia es por-que las pautas globalizadas juegan directa einmediatamente con ese carácter prácticamenteuniversal.

Como ocurría con los primeros turistas fran-ceses que viajaban según los auspicios del ClubMéditerranée —Barthes les dedica una de susmitologías brillantes y aceradas8— y en cual-quier parte pretendían encontrar «filete conpatatas», los niños y las niñas corren el riesgo dela alucinación si lo que ven en el entorno másamplio, no responde a los estándares uniforma-dores de la oferta principal del consumo.

Y esto pese al interés por los demás pueblos ygrupos y la relativamente despierta concienciade desigualdad de las sociedades presentes.

La promesa de tener a la mano dondequieraque uno esté aquello que quiera, según el están-dar, se ha incorporado hasta el punto de nosoportar la frustración de no haya de algo, algose acabe, o más aún, algo no haya llegado allí,no se conozca.

— No límite y no desarrollo propio: si la cul-tura del consumo ofrece de todo y siemprealgo nuevo y mejor, ¿cómo adquirir ycómo mantener la conciencia del propiolímite?

Este resultaba ser uno de los rasgos másinquietantes en la década de los ochenta, en laque se manifiestan sus primeros indicios. La pre-gunta, que se hacen muchos estudiosos, es si esasobreabundancia del consumo representado, ima-ginado, vivido, no está anulando al mismo tiem-po la conciencia de las propias posibilidades.

O es que, si uno se habitúa al ritmo —con quéargumento prescindir el ello— del ADSL, o decualquier otro programa que se autocorrige decontinuo hacia mayor velocidad, ¿será capaz desacar recursos si esos sistemas no van de

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8 Roland Barthes, Mithologies, Seuil, París, 1970.

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momento, o no van más…porque los hay másveloces aún?

La carrera hacia delante parece sin vuelta. Enel discurso de niños y niñas genera una especiede conciencia de inmediatez en el logro que difí-cilmente se casa con quien no tiene ese progra-ma, no vive así…difícilmente acepta que hayagente más lenta, menos entregada al ritmo y allogro…

(b) Entre las tendencias que aparecen conindicios nuevos, creo que es posible al menosseñalar las siguientes:

— Competencia mediática: este indica la pre-sencia de una mayor aceleración tecnoló-gica que engendra, como mostraba ahoramismo, una segregación de estilos y depersonas.

Es inevitable que quien nace y se cría en unnivel de desarrollo cibernético no deje de darpasos hacia delante, en la dirección que el mer-cado marca. Pero este proceso no equivalemecánicamente al progreso.

Como vimos en varios de los trabajos, cadavez niños y niñas de menor edad son más com-petentes en la descodificación, en el análisisrápido de las nuevas propuestas comunicativas,de consumo. Ese es su mundo y distinguenmejor que los adultos muchos planos de la rea-lidad mediática que aquellos no tienen tiempo niciencia (así es) para percibir.

El corolario de esta tendencia es precisamen-te el olvido, o el dejar en sombra otros recursosde suyo más tradicionales. No hablamos dramá-ticamente de los libros, o de la escritura, o de lacomunicación más cara a cara, o simplementemás sosegada. Hablamos de las personas delentorno de los niños y las niñas que no accedena estos niveles de competencia mediática.

— Pragmatismo: indica una vertiente de lamisma celeridad aplicada al estilo moralgeneral, a los desempeños de la vida coti-diana.

Niños y niñas se presentan a sí mismos en eldiscurso en el que hablan de su futuro como car-gados de determinantes de precisión, aunque losean en el plano imaginario. Si alguien preten-diera ser ingeniera o ejecutivo, por ejemplo,habrá de decir en qué tipo de programas, de quécontexto científico y tecnológico, de qué ámbi-to empresarial (firma incluida) y con qué expec-tativas de vivienda, relaciones, entorno, hijos,etc…

El curriculismo y el evaluar aun antes de quela tarea esté hecha, son las puertas por las quelos adultos nos asomamos, e incidimos, en esteeje axiológico de la infancia.

— Cuerpo (seducción): de modo llamativo, eladultismo consumista y la afinidades quela competencia mediática genera (ídolos,imitación) se combinan en un altísimosubrayado del cuerpo y de la aparienciacomo no se veía en décadas anteriores.

El culto al cuerpo, del que tanto se habla enlas dos últimas décadas, prende en el estilo devida de niños y niñas con una potencia energéti-ca y ética que les convierte en cultivadores de síen lo que entienden que es objeto de triunfo y dedeseo en el contexto social.

No es el arreglo, es el adultismo en su varian-te seductor, erotizado, el componente que se haincorporado en el medio infantil. Los aconteci-mientos que ritualizan las diferencias y el juegode la seducción se han ido naturalizando enentre niños y niñas (concursos, rituales de cum-pleaños, fiestas, o e, en general, salir) adelan-tando muchas de las prebendas reservadas a losadolescentes.

— Dinero como signo universal: aunque nolo suelen tener, aunque no disponen deello, lo valoran como indicador de triunfoy reconocimiento social.

La cultura adulta marcada también por eldinero de plástico y por la supremacía de lafinanciación y la especulación como fuente derecursos frente a la producción y la proyecciónpersonal en el lo que se hace, ha contribuidotambién a lo que en algunos discursos aparece:el dinero lo puede todo, el dinero se consigue,pero no trabajando.

— Virtualización de los ritos: del botellón ala videoconsola. Este es un indicador sufi-cientemente presente como para merecermayor precisión.

El rasgo que se destaca es precisamente latensión entre la necesidad de pertenencia —pan-dilla, amigos— que niños y niñas tienen, con elprestigio de la participación en chats, o deljuego virtual como modelo y atractor.

LA COMUNICACIÓN INFANTIL Y SUSMEDIOS

Por los rasgos que llevamos recorridos pode-mos colegir que el contexto en el que niños y

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niñas se encuentran es un escenario lleno de ten-siones, contradicciones, y de un sin fin estimu-lante de posibilidades. Si no fuera porque cadavez más parece irrefutable que el mensaje es elformato (versión de Juan Cueto de la célebreaserción de MacLuhan). Y el formato —esta esmi coda— troquela la propia forma y el propioestilo moral y político.

Concluyo, pues, con algunas de estas tensio-nes que al parecer vienen impuestas por los dis-cursos dominantes y, sobre todo, por los forma-tos vigentes.

La primera y más dramática tiene que ver conel plano de las niñas y niños representados. Laimagen que nos hacemos (también los que per-tenecen a la infancia) de los niños y las niñasarranca precisamente del poderoso escenariomediático que es doble y tenso. Porque dos sonsus relatos principales y no con comunicables.Niñas y niños son representados en dos figuras:consumidor insaciable / víctima de conflictos.Cómo armonizar en el orden de las identifica-ciones con el espejo de la desgracia producidapor nosotros (niños y niñas de los telediarios,para abreviar) con el espejo de la sobreabundan-cia apetecida por nosotros (niños y niñas super-listos y superinsaciables de los anuncios)

La segunda se refiere a los niños como usua-rios de los medios. Está aún por hacer a fondouna investigación que explore la distancia quehay para la infancia entre agenda mediática yagenda vivida. Se podrá apostillar aquí que elmundo vivido de los niños está repleto de ele-mentos de la agenda mediática. Pero esto es másque una petición de principio.

Escuchar qué quieren niños y niñas en cadacaso es fuente de numerosas —y no siempreingratas— sorpresas. No es evidente que lo pri-mero que hagan solos o en grupo sea engan-

charse a la tele. O al menos no si los adultos nolo hemos programado para poder respirar de unavida agobiada.

La tercera tiene que ver con la hiperconexióny la menor comunicación. Como Fernandoconde y Luis Enrique Alonso9 han explicadorecientemente, resulta enormemente llamativoel predominio de la función fática —la quesegún Jakobson asegura el mero contacto— enlos procesos de comunicación de masas. ElConnecting People resulta así un proceso dedomesticación, una forma de establecer aliadospara el vacío o la redundancia: «te pongo unsms, para que me llames a tal hora y así no teenvío un e-mail, para decirte que esta noche enel chat podemos juntarnos con X y con Z (pongacada cual los nicks que suele) que son majísimosy así lo pasamos mejor)». Ocurre como en eltipo de juguetes, «tecnovedades», que domesti-can a la par a adultos y a niños (Kidult: de kid yadult).

Sin periódicos específicos, sin radio especifi-ca, con músicas poderosas y con telebasura ¿quétipo de ciudadanía lúcida, en su pertenencia aluniverso del consumo y a sus entretelas menosbrillantes, cabe esperar entre niños y niñas? Estaes la pregunta que queda junto a los interrogan-tes antes expuestos.

El poder del grupo sigue siendo primordial enel proceso de socialización tanto en el consumocomo en la ciudadanía. Niñas y niños se con-vierten en ciudadanos conscientes precisamentecuando comparten —en espacios y lenguajesvedados o no transparentes para los adultos—sus contradicciones entre pertenecer a un uni-verso de bienes que se promete inagotable y per-tenecer a un espacio político que no termina deestablecer alianzas con los diferentes, con losexcluidos del festín.

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9 En Política y Sociedad, Monográfico sobre el consumo, vol. 39, 2002.