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6 “Aux armes, citoyens!” Denis-Ponce Ecouchard (Lebrun), Ode Aux Francais (Angers, 1762) “Vayan, destrúyanse a sí mismos, armen a sus batallones y rieguen las zanjas con su sangre impura”. Claude-Rigobert Lefebvre de Beauvrat, Addresse à la nation angloise (1757) En la mañana del 28 de mayo de 1754 ocurrió un asesinato en el bosque de lo que ahora se conoce como el surponiente de Pensilvania. Las víctimas, Joseph Coulon de Jumonville y nueve soldados a su mando, habían acampado la noche anterior en un sitio ubicado entre su base en el fuerte Duquesene (hoy Pittsburgh) y el fuerte británico Necessity, más de 40 millas al sur, adonde se dirigían. A pesar de encontrarse supuestamente en paz, Francia y la Gran Bretaña estaban in- mersas en un gran juego de ajedrez militar, como en los relatos de las novelas de James Fenimore Cooper, estableciendo una serie de fuertes para afianzarse en las vastas extensiones de tierra ubicadas entre las montañas Appalachia y el río Mississippi. La misión de Jumonville consistía en conminar a los británicos a reti- rarse inmediatamente de lo que los franceses consideraban como su territorio. Sin embargo, en el fuerte Necessity, los exploradores de la tribu india séneca no 1 Texto tomado de El culto de la nación en Francia. Inventando el nacionalismo, 1680-1800, Harvard University Press, 2002. Traducción de Amy García Alyuardo. Ingleses bárbaros, mártires franceses 1 David A. Bell

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“Aux armes, citoyens!”Denis-Ponce Ecouchard (Lebrun), Ode Aux Francais

(Angers, 1762)

“Vayan, destrúyanse a sí mismos, armen a sus batallonesy rieguen las zanjas con su sangre impura”.

Claude-Rigobert Lefebvre de Beauvrat, Addresse à la nation angloise (1757)

En la mañana del 28 de mayo de 1754 ocurrió un asesinato en el bosque de loque ahora se conoce como el surponiente de Pensilvania. Las víctimas, JosephCoulon de Jumonville y nueve soldados a su mando, habían acampado la nocheanterior en un sitio ubicado entre su base en el fuerte Duquesene (hoy Pittsburgh)y el fuerte británico Necessity, más de 40 millas al sur, adonde se dirigían. A pesarde encontrarse supuestamente en paz, Francia y la Gran Bretaña estaban in-mersas en un gran juego de ajedrez militar, como en los relatos de las novelas deJames Fenimore Cooper, estableciendo una serie de fuertes para afianzarse enlas vastas extensiones de tierra ubicadas entre las montañas Appalachia y el ríoMississippi. La misión de Jumonville consistía en conminar a los británicos a reti-rarse inmediatamente de lo que los franceses consideraban como su territorio.Sin embargo, en el fuerte Necessity, los exploradores de la tribu india séneca no

1 Texto tomado de El culto de la nación en Francia. Inventando el nacionalismo, 1680-1800, Harvard UniversityPress, 2002. Traducción de Amy García Alyuardo.

Ingleses bárbaros,mártires franceses1

David A. Bell

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sólo habían informado al inexperto comandante británico de veintidós años de lallegada de Jumonville, sino que además lo habían convencido de que ello signi-ficaba el preludio de un ataque francés (el jefe séneca Tanaghrisson, conocidocomo el Medio-Rey, tenía sus propios rencores en contra de los franceses). Portanto, el comandante se movilizó con un destacamento de soldados para intercep-tar a los franceses, y al amanecer se deslizó hacia el campamento francés. No que-da claro quien abrió fuego primero, pero después de algunas descargas caóticas,los franceses fueron derrotados. Herido pero aún con vida, Jumonville murió bajoel hacha del jefe séneca. Los séneca tomaron varias cabelleras francesas y el reciénexperimentado oficial británico le escribió con gran alarde a su hermano en Virgi-nia: “Escuché silbar las balas, y créeme que hay algo simpático en ese sonido”.

Este hecho es bien conocido por los historiadores de América del Norte des-de hace mucho tiempo. El incidente no sólo inició las escaramuzas de lo quepronto se convertiría en la Guerra de los Siete Años, sino que también representóun momento clave en la carrera de un joven y confiado oficial británico llamadoJorge Washington, que casi termina prematuramente con su vida. Escasamenteun mes después de la muerte de Jumonville un gran ejército francés dirigido porsu hermano capturó el fuerte Necessity después de una batalla campal contra lasfuerzas de Washington, y obligó a éste a firmar una confesión en la que admitíahaber “asesinado” a un embajador que viajaba bajo la bandera de tregua. Wa-shington se salvó de un escándalo gracias a sus repetidas afirmaciones de que nohabía comprendido el texto en francés que firmó, y desde entonces tanto sus de-tractores como sus seguidores han debatido acerca del tema.

Además de la importancia que tuvo en el estallido de las hostilidades y parala carrera de Washington, la muerte de Jumonville también ganó un lugar promi-nente en un teatro de operaciones muy distinto. Durante la Guerra de los SieteAños, franceses y británicos hicieron uso de abundante propaganda impresa, perola parte francesa utilizó una y otra vez la muerte de Jumonville para denunciar laconducta traicionera del enemigo. Los panfletos, canciones, revistas y coleccionesde documentos supuestamente imparciales condenaron con vehemencia a losingleses y a Washington (en ocasiones llamado erróneamente “Wemcheston”),mientras que enaltecieron al oficial muerto como mártir de la patria. El incidentepropició incluso un poema épico ferozmente patriótico, de sesenta páginas, de

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Antoine-Léonard Thomas, llamado Jumonville. Bastan algunas líneas para darcuenta de la idea general:

Perforado indignamente por bala asesina

Él cae a los pies de sus verdugos.

Tres veces abre sus párpados pesados,

Tres veces sus ojos opacos se cierran a la luz.

Al morir, las tiernas memorias de Francia

llegan a deleitar su gran alma.

Él muere: pisoteado por una banda inhumana,

Laten en la tierra sus miembros rasgados.

Este poema lanzó a Thomas a una exitosa carrera literaria, y un libro popularsuizo sobre el “orgullo nacionalista” lo distinguió como el nec plus ultra del odiofrancés hacia los extranjeros. Por lo tanto, no es de sorprender que desde 1757 elperiódico jesuita Mémoires de Trévoux comentara que “todo el mundo ha podidoaprender acerca del tratamiento que se le dio al señor de Jumonville”.2 La vidasin pena ni gloria de este oficial desafortunado fue eclipsada por su muerte sensa-cional, que logró tal reputación póstuma que se le incluyó en las múltiples biogra-fías colectivas de “grandes franceses”, íconos de las glorias militares francesascomo Virad y Duguesclin, publicadas en los últimos años del ancien régime. Para1792, algunos poemas sobre la muerte de Jumonville fueron tan conocidos queRouget de Lisle se prestó algunas líneas para escribir la “Marseillaise” (véanse,por ejemplo, las epigrafías de este artículo).

A los ojos del siglo XX con sus estándares saciados, esta literatura de atrocida-des parece poco notable y hasta insípida, y por lo tanto generalmente se ha pasa-do por alto. Sin embargo, surgió otro escenario en donde los franceses pudieronemplear sus conceptos de nación y de patria en nuevos contextos. En este casosucedió como respuesta a las exigencias cambiantes de la guerra y uno de susefectos fue el cambio en las percepciones y representaciones de la misma. Porprimera vez en la historia de Francia, la literatura de guerra de las décadas de

2 Mémoires de Trévoux /Mémoires pour servir `l’histoire de sciences et de arts, II, 1756-1757.

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1750 y 1760 presentó un conflicto internacional, no como un duelo entre casasreales ni como un choque entre religiones, sino como una batalla entre dos nacio-nes irreconciliables.

Como en el caso de los conflictos constitucionales, este cambio a cierto nivelejemplifica en un cierto grado el progresivo desprendimiento de la cultura polí-tica francesa de su contexto religioso anterior. En contraste con la estridente pro-paganda anticatólica que brotó del otro lado del canal, la literatura bélica francesacasi nunca hizo mención de las diferencias religiosas entre Francia e Inglaterra, apesar de la persistente intolerancia francesa hacia los protestantes y la sospechade que algunos de éstos pudieran tener contactos ilícitos con el enemigo inglés.

La literatura de guerra francesa también formó parte de una campaña patrió-tica real que marcó un cambio importante de las justificaciones católicas orto-doxas de la monarquía absoluta. Sin embargo, así como los panfletistas de la épocaprerrevolucionaria recordaron el concepto casi religioso de “regeneración” comoparte de su búsqueda de la reconstrucción nacional, los propagandistas de la Gue-rra de los Siete Años rompieron con sus predecesores inmediatos y adoptaronideas y prácticas de la literatura surgida de las guerras de religión. Paradójicamen-te, este retorno al pasado ayudó a sentar los fundamentos para el desarrollo de lasestructuras nacionalistas modernas basadas en el racismo.

Hubo dos periodos de gran xenofobia en la historia francesa del siglo XVIII: laGuerra de los Siete Años, que comenzó con la muerte de Jumonville, y la épocade las guerras revolucionarias de 1792, aunque el segundo periodo ciertamentefue más intenso. En plena Revolución, las asociaciones jacobinas a lo largo deFrancia borbotearon odio hacia William Pitt, ese “enemigo de la raza humana”,y denunciaron a los ingleses como una “raza de caníbales”. Bertrand Barère no sólocalificó a los ingleses como “gente ajena a la humanidad que deben desaparecer”sino también convenció a la Convención para que aprobara una moción (que afor-tunadamente fue poco obedecida) que instruía a los comandantes militares fran-ceses en el campo de batalla de no tomar vivos a los prisioneros ingleses.3 Sin

3 Bertrand Barère, “Rapport sur les crimes de l’Angleterre envers le Peuple français, et sur ses atentas con-tre la liberté des Nations”, París, 1794, 18. En relación con el tratamiento de Pitt y el decreto de “no tomar pri-sioneros”, véase a Norman Hampson, The Perfidy of Albion: French Perceptions of England during the FrenchRevolution, Houndmills, Basingstoke, 1988, 103-119, 142-143.

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embargo, los dos periodos comparten sorprendentes similitudes. En ambos casosel cosmopolitismo tan frecuentemente asociado con la cultura francesa del sigloXVIII desapareció abruptamente de los libros y publicaciones periódicas y loreemplazó un tono exageradamente hostil hacia los enemigos de Francia. En am-bos periodos el cambio se dio especialmente por los constantes esfuerzos del go-bierno francés, que movilizó recursos y opinión pública a favor de la guerra, y porla literatura de la Revolución que, de hecho, siguió modelos anteriores al pie dela letra, como el caso de la “Marseillaise”. Con base en la evidencia disponible,no se puede decir si la literatura de la Guerra de los Siete Años tuvo la misma re-sonancia popular como su contraparte revolucionaria que ayudó a crear una ola demovilización patriótica sin paralelo en la historia de Europa. No obstante, los mo-delos copiados durante el periodo revolucionario demuestran, al menos, que elcuerpo de publicaciones anterior lanzó nuevas ideas y motivos que circularon am-pliamente. Por esta razón y para continuar mi estudio de la transformación delpatriotismo y del sentimiento nacionalista de las últimas décadas del antiguo ré-gimen, me concentraré en la Guerra de los Siete Años en particular, aunque tam-bién tomaré en cuenta la Revolución.

LOS INGLESES Y LOS BÁRBAROS

En los relatos modernos, la Guerra de los Siete Años fue un acontecimiento im-portante no sólo por la realineación decisiva del poder europeo que produjo (es-pecialmente el triunfo de la Gran Bretaña y Prusia y el declive de Francia yAustria), sino también porque fue un nuevo tipo de guerra. Hasta cierto puntose le puede considerar como la primera guerra mundial, ya que los combatientesse enfrentaron en América del Norte, África, la India y en todos los océanos, asícomo en Europa. Durante la conflagración se gastaron sumas sin precedentes y laguerra aceleró la transformación de varios Estados de Europa Occidental enenormes máquinas fiscales y militares capaces de mantener a cientos de miles dehombres en el campo de batalla y a cientos de barcos de línea en alta mar.4 Pero

4 John Brewer, The Sinews of Power: War, Money and the English State, 1688-1783, Nueva York, 1989; JamesC. Riley, The Seven Years’ War and the Old Regime in France: The Economic and Financial Toll, Princeton, 1986.

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en lo general ha pasado inadvertido el hecho de que los esfuerzos propagandís-ticos (por lo menos del lado francés) también representaron una novedad impor-tante, aunque también es cierto que la práctica de difamar a los enemigos de lanación tuvo un precedente en la Guerra de los Cien Años y en las guerras de re-ligión. La Guerra de los Siete Años no sólo vio la expresión de odios nacionalis-tas, sino también su uso sostenido en intensas campañas de prensa dirigidas amovilizar a la nación francesa en contra de una nación enemiga. El único prece-dente de este tipo de campaña se encuentra en la historia de guerras religiosas, enepisodios como los frenéticos esfuerzos de la Liga Católica por movilizar a suspartidarios en contra del protestante Enrique de Navarra, y antes, en las batallasentre protestantes y católicos en la Alemania de Lutero.

En primer lugar se debe tomar en cuenta el increíble volumen de la produ-ción: por lo menos ochenta escritos aparecieron anualmente en Francia durante laGuerra de los Siete Años, que sumaron más de dos veces la producción durantelas guerras de sucesión de España y de Austria (esta última había terminado ape-nas seis años antes de la muerte de Jumonville). El Journal encyclopédique señalóeste cambio con una ironía: “En el futuro no se podrá creer, pero la guerra entrelos ingleses y franceses ha sido tan animada sobre el papel como en la alta mar”.5

Desde el tiempo de las guerras de religión las imprentas francesas no habían pro-ducido tal cantidad de polémicas xenofóbicas. Es difícil reconstruir los circuitosde distribución, pero sabemos que por lo menos, el periódico L’Observateur hollan-dois de Jacob-Nicolas Moreau, que narró la muerte de Jumonville, vendió la im-presionante cantidad, para esa época, de 8 000 copias. El periódico fue pirateadopor editores holandeses, italianos y alemanes y traducido a varios idiomas. La na-ciente prensa periódica europea le puso bastante atención a estas polémicas, asícomo los periódicos británicos, que respondieron de igual forma. Como resulta-do, no sólo la muerte de Jumonville sino también otros temas importantes de pro-paganda francesa, tuvieron amplia difusión, como la toma triunfal de Port-Mahonen Minorca a manos del desafortunado Almirante Byng y la muerte del Chevalierd’Asse en la batalla de Clostercamp.

5 Journal encyclopédique par une societé de gens de lettres, 1756, VI, 78.

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Asimismo, estos escritos representaron una nueva polémica en cuanto a la vio-lencia. Aunque no parece impresionante bajo la mirada del siglo XX, el discursoalcanzó un nivel invectivo que no se había visto en la literatura bélica francesadesde el siglo XVI ni en las escasas y casi decorosas palabras escritas durante lareciente guerra de sucesión de Austria. La propaganda pintó a los ingleses como“buitres”, una “raza mentirosa”, impulsados por la “cólera ciega” y un “odio sinfin”; como pueblo que se había alejado de “esa República universal que abrazaa todas las naciones en su corazón”.6 Se comparó a los ingleses constantementecon los codiciosos comerciantes cartagineses y se sugirió que Inglaterra prontocompartiría merecidamente el espantoso destino de Cartago.

Sin embargo, no se podrá tener una visión completa si sólo se consideran lascifras y la violencia, sin analizar los enfoques y las estrategias utilizadas por losautores. No obstante, es de mayor importancia resaltar que la propaganda no acu-só a los ingleses de “herejes”, sino que tendió a estigmatizarlos como “bárbaros”que rompían la ley, y a compararlos constante y desfavorablemente con los indiosamericanos. Moreau fue el primero en utilizar este tema. En su descripción de lamuerte de Jumonville en L’Observateur hollandois de 1755, acusó a los ingleses de“infamias que han distinguido a los pueblos considerados como bárbaros por loseuropeos”, y de operar con “esa licencia rústica que anteriormente distinguía alos bárbaros del norte”. Además, también relacionó a la “barbarie” inglesa con lalarga historia de discordia civil en Inglaterra y con la incapacidad de los isleños dedejar de matarse entre si”.7

Siguiendo a Moreau, Antoine-Léonard Thomas virtualmente estructuró supoema épico Jumonville alrededor de ese tema. Comenzó con un epígrafe virgi-liano mordaz: “¿Qué raza de hombre es esta? [...] ¿Qué patria es tan bárbara quepuede permitir esta costumbre?”, y continuó en el mismo tono. El inglés era el“bárbaro nuevo” que cometió un “homicidio bárbaro” y demostró “un júbilo bár-baro” al cometerlo. Asimismo, Thomas afirmó en no menos de cuatro ocasionesque los propios indios, a pesar de sus cualidades de “feroces”, “crueles” y “áspe-

6 Coulange, Ode, 3; Considérations sur les différends des couronnes de la Grande-Bretagne et de France, touchantl’Acadie et autres parties de l’Amérique septentrionale, Frankfurt, 1756, 23.

7 Moreau, L’Observateur hollandois, ou deuxième lettre, 37, y cinquiéme lettre, 4.

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ros”, quedaron escandalizados y furiosos por el asesinato de Jumonville. Inmedia-tamente después de la descripción de la muerte de Jumonville, el poeta se dirigedirectamente a los indios:

Por lo menos tu rectitud cruda y feroz

Sigue las simples leyes de la naturaleza.

El inglés, el nuevo bárbaro, atraviesa los mares

Para traer este crimen al corazón de tu desierto.

Ve y talla sobre tus piedras esta horrenda imagen

De hierro cortante y hacha sangrienta (pp. 22-23).

Para Thomas, la conducta tanto de los indios como de los ingleses, pero sobretodo de los ingleses, estaba lejos de las normas europeas del buen comporta-miento y la moralidad. Este punto se reflejó perfectamente en Memories de Tre-voux al reseñar Jumonville: “Esos ingleses del Oyo (el río Ohio)… fueron másbárbaros que los Iroquois y los Hurón. Ellos por lo menos temblaron cuando su-pieron del ataque a Jumonville”.8

Otros cronistas también escribieron sobre la muerte de Jumonville. El poetaLebrun hizo eco a las palabras de Moreau mostrando su indignación contra elconquistador “bárbaro” que le dio lecciones criminales a los indios, menos mere-cedores del epíteto:

Avaro saqueador de la tierra y de los mares,

Les enseña infamia a los Hurón que desprecia

y llama bárbaros.9

Un abad con inclinaciones de historiador llamado Séran de la Tour, que escri-bió ampliamente acerca de la comparación entre Inglaterra y Cartago, dedicó dospáginas al “barbarismo inglés” y tres páginas adicionales a la “reacción horroriza-da” de los indios. El abad hizo hincapié en la “discordia” que yacía en el corazóndel alma inglesa.

8 Mémoires de Trévoux, 1759, II, 1118. 9 Lebrun, “Ode Nationale”, en Oeuvres, 403.

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El incidente ocurrido en los bosques de Pensilvania proporcionó el ejemploideal de este tema y permeó casi toda la literatura polémica en contra de los ingle-ses durante la Guerra de los Siete Años (la mayor parte de la cual no trató los even-tos ocurridos en América del Norte). Una y otra vez las imprentas francesasdenunciaron a los turbulentos “bárbaros” ingleses y los compararon desfavorable-mente con los pueblos no europeos. El autor de un poema que hablaba de las atro-cidades inglesas se preguntó, por ejemplo: “En las profundas guaridas de la vastaLibia/ ¿acaso alguien jamás vio reinar a tanta barbarie?”.10 Los versos satíricos deaprobación irónica de la ficticia Real Academia de Berbería de Tunes otorgaronun parlamento particularmente agudo en boca de Montcalm, el general francésque pronto se enfrentaría a la derrota y a la muerte en la Planicie de Abraham:

[…] amigos, ustedes nacieron franceses.

No imiten el barbarismo y el tono de los ingleses

En esta horrenda depredación.

Permitan que la nación salvaje actúe…

Un Iroquois tiene mucha más misericordia

Que esos milores que compran sus títulos.11

Lefebvre de Beauvray, el ministro publicista, dijo a los lectores de su poéticoAdresse à la nation angloise de 1757: “Sí, son ustedes a quienes hemos visto, por-tando en su pecho/ Toda la crueldad del fiero africano”. Robert-Martin Lesuirededicó una novela cómica a este tema: Les sauvage de l’Europe; el héroe de Lesuiredice: “Los ingleses se encuentran en el punto medio entre los hombres y las bes-tias”, y “La única diferencia que puedo ver entre los ingleses y los salvajes deÁfrica es que los primeros perdonan al sexo débil”.

La polémica de este tipo difícilmente tuvo precisión lexicográfica; sin embar-go, los textos casi siempre distinguieron a los “bárbaros” ingleses de los “salvajes”no europeos (Lesuire fue la excepción principal). Este último término siguió elsentido original de la palabra “selvaggi”, o habitantes del bosque del periodo mo-

10 Audibert ,en Recueil, 49.11 “L’Albionide, ou l’Anglais démasqué : Poëm héroï-comique, Aix, 1759, 80.

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derno temprano, que se refería a criaturas sin un hogar fijo, sin leyes o buenascostumbres y posiblemente hasta sin idioma, pero sin dolo o hipocresía. Este tér-mino significaba, por lo general, una mayor cercanía a la naturaleza y al estadooriginal del hombre. En contraste, el término más peyorativo de “bárbaro” impli-caba un grado de corrupción social y un rechazo consciente de las buenas costum-bres (particularmente de la ley), que se aplicó principalmente a los pueblos noeuropeos que contaban con un alto grado de organización social (como los pobla-dores de la costa de Berbería).12 Para ilustrar esta diferencia concretamente, losautores del siglo XVIII hablaron de “nobles salvajes”, pero nunca de “nobles bár-baros”.13

En general, la yuxtaposición de los ingleses con pueblos no europeos sirvió aun propósito polémico obvio, aunque no fue un tema totalmente nuevo para lospropagandistas franceses. Durante las guerras de religión, cuando los españolestuvieron el papel de enemigo nacional, los hugonotes y los politiques ocasional-mente los denunciaron a ellos como bárbaros y alegremente copiaron las injuriasde los relatos de Las Casas respecto de las atrocidades cometidas por los españo-las en el Nuevo Mundo. A pesar de esto, en los años cincuenta del siglo XVIII,tanto la renovada predilección por este tema como las dimensiones que tomó laliteratura bélica misma, constituyeron una novedad y merecen una explicación.

MOVILIZANDO A LA NACIÓN

¿Quiénes escribieron esta literatura y a qué lectores buscaban atraer? Aunquemuchos de los textos son anónimos, es posible pensar que esta literatura no surgióde forma espontánea de los pechos inspirados de patriotas. En gran medida (aun-que no se sabe hasta qué grado), fueron inspirados por el Ministerio Real. Mástarde, el satirista hostil Moffle d’Angerville escribió: “Estos escritos fueron pro-

12 Sobre esta terminología, véase a Anthony Pagden, The Fall of Natural Man: The American Indian and theOrigins of Comparative Ethnology, Cambridge, 1982, 15-26; Lords of All the World: Ideologies of Empire in Spain,Britain and France, c. 1500-c. 1800, New Haven, 1995; Olive Patricia Dickason, The Myth of the Savage and theBeginnings of French Colonialism in the Americas, Calgary, 1984, 61-94; Michéle Duchet, Antropologie et histoire ausiècle des lumières, París, 1973, repr. 1995, 217.

13 Mi agradecimiento a Stéphane Pujol por esta observación.

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ducidos bajo el auspicio del Ministerio Real, cuyo patrocinio secreto permaneceoculto, por lo que parecen ser sólo las efusiones de un corazón patriótico”.14

El personaje clave fue nada menos que Moreau, a quien el Departamento deAsuntos Exteriores le proporcionó amplios fondos, los servicios de un traductor yasistente y documentos confidenciales con los que pudo escribir panfletos yproducir gran parte de dos periódicos, como el muy exitoso L’Observateur hollan-dois y, durante la guerra, Le Moniteur francois. Asimismo, publicó en formato delibro, tanto en inglés como en francés, los documentos decomisados a Washingtonen el fuerte Necessity.15 La nutrida evidencia textual sugiere que otros autorestomaron sus fuentes, materiales y temas directamente de los textos de Moreau,ya que algunos lo admitieron abiertamente, mientras que otros plagiaron líneas ycitas del libro. Thomas tomó el prefacio de Jumonville casi palabra por palabra deL’Observateur hollandois, y hasta su epigrafía virgiliana ya había aparecido en suspáginas (palabras del doctor Swift: “Consigue fragmentos de Virgilio de tus ami-gos y tenlos en la punta de tus dedos”). Asimismo, el ministerio empleó a otrospropagandistas oficiales, entre los que probablemente se encontraba el abogadoanglófobo y prolífico Lefebvre de Beuvray (quien también cooperó en contra delos parlements). Un año después de haber escrito Jumonville, Thomas se convirtióen secretario particular de Choiseul, ministro de Relaciones Exteriores. La poesíabélica inundó las páginas de los periódicos oficiales, como el Mercure de France, yparece ser que muchos de los más de 150 poemas, canciones y “fêtes” compiladosen un volumen publicado en 1757 contaron con apoyo oficial.16

Al menos al principio, el ministerio buscó un público más internacional quefrancés. La contratación de Moreau en 1755 se hizo con el fin principal de man-tener la neutralidad de los Países Bajos en el conflicto franco-inglés que estaba a

14 Barthélémy-Francois-Joseph Moufle d’Angerville, Vie privée de Louis XV, ou principaux événements, particu-larités et anecdotes de son règne, Londres, 1785, III, 84-85, citado en Dziembowski, Un nouveau patriotisme, 106-107.

15 Al respecto de las actividades de Moreau, véase Mes souvenirs, I, 57-63. Los documentos que le fuerondecomisados a Washington se publicaron como [Moreau] Mémoire y traducidos al inglés como A Memorial, Con-taining a Summary View of Facts, with Their Authorities in Answer to the Observations Sent by the English Ministry to theCourts of Europe, París, 1757.

16 Recueil général… Este volumen incluyó piezas escritas por oficiales militares y miembros de los guardaes-paldas del rey, así como varias odas de Voltaire y piezas previamente publicadas en material periódico. Asimismo,incluyó piezas en provenzal.

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punto de estallar, por lo que en L’Observateur hollandois el abogado parisino asu-mió el personaje poco convincente de un robusto ciudadano holandés. Su publi-cación de los documentos de Washington asumió la forma de un especie decodicilio extraoficial de la declaración oficial francesa de guerra y sirvió como tes-timonio para justificar la causa francesa. Sin embargo, el periódico se publicó enfrancés, y cuando Moreau se jactó del impacto provocado, tenía en mente a unpúblico propiamente francés y no al de los Países Bajos. En el número dedicadoa la muerte de Jumonville escribió acerca de los franceses: “¿Cuándo aprenderáesta Nación amable y generosa a divertir su imaginación con objetos dignos deocupar su razón? ¿Cuándo podrá el amor de la patrie que vive en el corazón de to-dos los franceses comunicar su calor a las muchas mentes que se ocupan comple-tamente con cuestiones áridas y frívolas?”.17 No es este el tipo de discurso queencendiera el corazón de lectores holandeses.

Conforme progresó la guerra, las primeras victorias francesas se convirtie-ron en cenizas y Francia se enfrentó a la posibilidad de una derrota masiva queincluía la pérdida de gran parte de su imperio de ultramar. El propósito principalde la propaganda comenzó a quedar más claro: se trataba de movilizar a loslectores franceses en favor de los esfuerzos bélicos de la corona. Le Moniteur fran-cois se dirigió abiertamente al publico doméstico y Moreau recontó en sus memo-rias que un panfleto que escribió comparando a Francia con Inglaterra (cuyapublicación fue cancelada rápidamente por el ministerio cuando los negociadoresacordaron los términos de la paz) tuvo como objetivo “restablecer la confianzaque necesitábamos más que nunca y levantar nuestro valor”. Asimismo, en un tra-bajo intitulado Lettre sur la paix, dijo: “Yo exhorté a la nación a rescatar las costum-bres, el valor y las virtudes de sus ancestros”. Al mismo tiempo, el ministeriointentó acallar las expresiones anglófilas que habían florecido en los mediosimpresos durante la guerra de sucesión austriaca y exponer el “cosmopolitismo”como un pecado particularmente grave.18 Edmond Dziembowski argumentó de

17 Moreau, L’Observateur hollandois, ou deuxiéme lettre, 6.18 Mes souvenirs, I, 129; Jacob-Nicolas Moreau, Lettre sur la paix, Lyon, 1763. Esta fue la época de la sátira

famosa de Moreau, Nouveau memoire pour servir à l’histoire de Cacouacs, Ámsterdam, 1757, y de Les philosophes,París, 1760, de Charles Palissot, así como de muchos otros trabajos anti-philosophe, sin mencionar el endureci-miento en la censura de los propios philosophes.

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forma convincente que la literatura francesa encontró un modelo de fervorpatriótico en la propia Inglaterra (aunque este fervor estaba relacionado con lanaturaleza turbulenta de los ingleses y su política que supuestamente se mani-festaba en todos los planos, desde los motines electorales hasta la ejecución deCarlos I).19

Al cambiar el esfuerzo propagandista, dirigido al menos parcialmente a un pú-blico internacional, por uno que se orientaba a estimular la “confianza” y el “valor”doméstico y a la idea de presentar la imagen de una nación unida, los escritos dela Guerra de los Siete Años siguieron hasta cierto punto un modelo elaborado enel mismo siglo, durante la guerra de sucesión española. Aunque en menor medi-da, el ministerio habría entonces financiado unos panfletos para convencer a losobservadores neutrales en el extranjero de la justicia de la causa francesa.20 Con-forme se tornaba más desesperada la situación bélica para el lado francés, la coronaemitió varias cartas públicas, supuestamente escritas por el propio rey, en las queLuis XIV enfatizaba el amor por su pueblo y su deseo de asegurar una paz duraderay honorable. Una carta dirigida a los gobernadores reales se leyó desde los púlpitosde las iglesias en todo el reino. Moreau consultó a De la Chapelle para escribir aL’Observateur hollandois y varias publicaciones patrióticas de la mitad del siglo evo-caron la carta del rey al presentar sus propias exhortaciones a los franceses.

Sin embargo, la diferencia entre los dos tipos de literatura bélica es enorme,ya que la primera guerra fue una de reyes y casas reales. De la Chapelle no ata-caba a los austriacos sino a las perfidias e infamias de la “Casa de Austria” y del“emperador”, y si utilizó la palabra “bárbaro” fue para describir “las máximasbárbaras de la Casa de Austria”. Cuando el ministerio apeló a la nación francesalo hizo bajo el contexto de un rey que dialoga con sus nobles gobernadores acercade sus “fieles súbditos”. La literatura de la Guerra de los Siete Años, incluyendoun manifiesto escrito por el propio ministro de Asuntos Exteriores, Choiseul, re-presentó el conflicto entre Francia y la Gran Bretaña de forma totalmente dife-

19 E. Dziembowski, Un Nouveau Patriotisme, 298-311. 20 Jean de la Chapelle, Lettres d’un Suisse, que demeure en France, á un François, qui s’est retiré touchant l’état pré-

sent des affaires en Europe, s.i., 1704. 21 Etienne-François, duc de Choiseul, Mémoire historique sur la négociation de la France et de l’Angleterre depuis

le 26 mars 1761 jusqu’au 20 septembre de la même année, avec les pièces justificatives, París, 1761.

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rente, como una guerra entre naciones.21 El contribuidor anónimo del periódicode Fréron (posiblemente el propio Fréron) expresó esta diferencia de forma en-fática: “Hay guerras en las que la nación únicamente se motiva por sumisión alPríncipe; esta guerra es de una naturaleza diferente; es la nación inglesa que poracuerdo unánime ha atacado a nuestra nación para despojarnos de algo que lepertenece a cada uno de nosotros”.22

Con esta perspectiva, el énfasis que Moreau y sus colegas le dieron a la muer-te de Jumonville tomó un significado adicional; no había sido un emisario de laCasa de Hanovre quien dio muerte a Jumonville en el valle de Ohio (de hecho,el rey británico, Jorge II, apenas figuró en la literatura bélica), sino que el villanoera el “inglés bárbaro” y, en general, todos los “bárbaros ingleses”. Por otro lado,la víctima no había sido un noble ilustre o príncipe de sangre real, sino, en el Ju-monville de Thomas, “nadie más que un oficial francés sencillo”, pero por lo mis-mo el prototipo de su nación: “Del francés virtuoso, así es el carácter”.23

Esa diferencia muestra lo mucho que había cambiado Francia en cuarentaaños. Los franceses se habían acostumbrado a verse como una “nación”, y sobretodo como una nación capaz de movilizarse, en vez de seguir al rey como un re-baño de borregos. En este sentido, la experiencia de la Guerra de los Siete Añoscontribuyó a formar el concepto de “nación” como un artefacto político, algo quese construyó conscientemente por medio de un acto de voluntad política colecti-va. Asimismo, las élites gobernantes se habían acostumbrado a tratar a Franciacomo una colectividad con unidad interna propia y ciertos “derechos” legítimos.En este sentido, tanto la expansión de la esfera pública en Francia como el terre-moto político de principios de la década de 1750 tuvieron una importancia absolu-tamente fundamental. Para esa década, el ministerio ya estaba aprendiendo autilizar los medios impresos para defender sus acciones y justificarlas ante la “na-ción” o ante la “opinión pública” por medio de las redes de distribución de unmaterial impreso en constante expansión. Por tanto, la guerra se presentó comouna empresa en la que cada ciudadano tenía intereses arraigados.

22 Project Patriotique, 42.23Thomas, Jumonville, xvi, 18.

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LA IDENTIDAD NACIONAL Y LA UNIDAD EUROPEA

Si la guerra era entre naciones, entonces no era sólo una guerra de todos los fran-ceses, sino también una guerra contra todos los ingleses. Los panfletistas debíansatanizar no sólo a un simple rey enemigo o a sus consejeros, sino a toda una na-ción enemiga. Este cambio de enfoque presentó grandes problemas. En octubrede 1755, Moreau escribió zalameramente en L’Observateur hollandois que no bus-caba “acusar a una Nación Amiga”, aunque inmediatamente procedió a preguntarcómo se podía “separar del resto de la nación de un oficial [Washington] cuyocrimen […] aparentemente fue la señal para iniciar toda suerte de hostilidades”,y en páginas posteriores afirmó que: “Sí, Monsieur, a pesar de cualquier deseoque tenga de justificar a la nación inglesa, los hechos hablan demasiado fuerteen su contra”.24 Un mes después cambió de postura en una fascinante disertaciónsobre el carácter nacional inglés:

No les atribuyo a todos los ingleses los excesos que aparentemente atraen a la mayor

parte de la nación. Hago más. Hago la distinción entre dos Naciones, una nación sabia

que actualmente consiste de una pequeña minoría […]. Sin embargo, existe otra na-

ción en Inglaterra, si acaso se le puede dar este nombre a esa multitud que no se toma

en cuenta y que se subyuga por el odio. Una asamblea tumultuosa de toda suerte de

partidos diferentes, no es una Nación que consulta, que refleja, que delibera, es un

pueblo que llora, que agita y que exige la guerra.25

Otros escritores siguieron el ejemplo de Moreau. En Mémoires de Trévoux se re-gañó a “la gente común por la ferocidad que ya no pertenece a las costumbresde Europa”.26 El abad Le Blanc, panfletista semioficial francés, denunció “laimbecilidad de esos Fanáticos [ingleses] quienes toman la voz del Pueblo y losgritos de una población ignorante que ellos mismos han agitado”.27 El Journal

24 Moreau, L’Observateur hollandois, ou troisième lettre, 3, 4, 12.25 Moreau, L’Observateur hollandois, ou troisième lettre, 6-8.26 Mémoires de Trévoux (1756), II, 1750-1751.27 Abad Le Blanc, “Le patriote anglois, ou réflexions sur les Hostilités que la France reproche `a l’Angla-

terre” (Ginebra, 1756), ii.

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encyclopédique denunció a la “salvaje población [inglesa], que pensando abrazarel fantasma de la libertad puede entregarse a los horribles insultos de otras Na-ciones”.28

Era obvio el motivo por el cual los autores hacían distinciones tan cuidadosasentre una muy pequeña minoría de ingleses buenos y la aplastante mayoría de in-gleses malignos. Como bien sabían, las acusaciones colectivas en contra de la na-ción inglesa podrían tener poca credibilidad entre el público lector que habíaconsumido una dieta constante de literatura anglófila por más de veinte años, quehabía mostrado reverencia y no odio hacia la nación del otro lado del Canal.Desde las Cartas filosóficas de Voltaire, la exaltación por parte de Montesquieude la Constitución inglesa, la postración de Diderot ante Samuel Richardson(“Oh Richardson, Richardson […] te guardaré en la misma repisa junto con Moi-sés, Homero, Eurípides y Sófocles”), hasta la adulación generalizada de Locke yNewton, los filósofos más importantes jugaron un papel destacado.29 La angloma-nía ardió en otras áreas también, notablemente en la moda y en el deporte, mien-tras que el siglo XVIII adoptó palabras como le club y le jockey que marcaron elnacimiento del “franglais”. Una buena parte de la literatura maduró en el sigloXVIII tan sólo para inocular a los franceses en contra de la enfermedad de la anglo-manía, y aun así no se pudo evitar el escandaloso comentario de Mlle. de l’Espi-nasse, de que “sólo la gloria de Voltaire me consuela por no haber nacido inglesa”.El novelista popular y poeta Baculard Arnaud reconoció el problema en su poemade 1762, que decía que “Sus Lockes y sus Newtons/ No fueron los que lesenseñaron esas lecciones bárbaras”.30

Aunque ninguna otra nación extranjera tuvo una respuesta tan visceral yemocional como la de Francia hacia Inglaterra, la anglomanía formó parte de unfenómeno más amplio del siglo XVIII: la creciente conciencia por parte de loslectores franceses de su identidad como europeos. La idea de Europa como unaunidad política contaba con un pedigrí largo y augusto y la sombra del imperioeuropeo no había desaparecido aún del continente, pero en el siglo XVIII los es-

28 Journal encyclopédique, 1756, I, 30-31.29 Denis Diderot, “Eloge de Richardson”, en Oeuvres complètes, París, 1951, 1063.30 Citado en Dziembowski, Un nouveau patriotismo, 184.

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critores también comenzaron a percibir lo que ahora consideraríamos una estrechaunión cultural europea. En Le poëme sur la Bataille de Fontenoy (un poema deguerra, pero de la relativamente educada guerra de sucesión austriaca) Voltaireescribió: “Los pueblos de Europa poseen principios humanistas comunes que nopueden encontrarse en otras partes del mundo […]. Cuando un francés, inglés oalemán se encuentran parecen haber nacido en el mismo pueblo”.31 Asimismo,una reseña del Journal encyclopédique de 1760 también insertó este punto en uncontexto global: “Existe una diferencia perceptible y sorprendente entre los habi-tantes de Asia y los de Europa […]. Sin embargo, el poder entender las diferen-cias sutiles que distinguen a un habitante de Europa de otro es mucho más difícily requiere de mayor discernimiento”.32 En un plan para la paz mundial, el jovenRousseau comentó que “Europa no es simplemente una colectividad de naciones[…] sino una sociedad verdadera con su propia religión, su moralidad, su propioestilo de vida y hasta sus propias leyes”. Retomó el tema de forma más crítica enEmilio y en Consideraciones sobre el gobierno de Polonia, cuando dijo que “[a] pesarde lo que uno pueda decir, hoy día ya no existen franceses, alemanes, españoleso ingleses; se puede decir lo que se quiera, pero sólo existen europeos. Todostienen los mismos gustos, pasiones y costumbres, porque ninguno de ellos ha ad-quirido una condición nacional a través de una educación particular”.33

Muchos factores estimularon esta nueva conciencia, entre ellos una mejor co-municación, el desarrollo de los medios periódicos, la enorme influencia culturalde la propia Francia y la disminución de las animosidades religiosas internaciona-les. El profundo compromiso católico con una comunidad humana universal quepenetró la cultura francesa en el siglo XVIII sólo pudo haber reforzado estos acon-tecimientos. Además, Europa representó varios de los conceptos fundacionales,como sociedad, policía, civilización y moral. En ninguna otra parte, salvo quizáen China, se llegó a un acuerdo como el que sostuvieron los escritores franceses

31 Voltaire, Fontenoy, Discours préliminaire, sin número de página.32 Journal Encyclopédique, 1760, VIII, 104. Este escritor anónimo también comentó que “los orientales mis-

mos reconocen la superioridad mental de los europeos”.33 Oeuvres complètes (Introd., núm. 42), III, 960, Emile (cap. 2, núm. 48), 593: “lentamente se borra el carácter

original de los pueblos… Conforme se mezclan las razas y se funden los pueblos, vemos cómo poco a poco vandesapareciendo las diferencias nacionales que una vez nos sorprendieron a primera vista.

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acerca de que el progreso había llevado a estos conceptos a un nivel tan alto dedesarrollo, veredicto que Voltaire celebró y Rousseau deploró. La posición de lamujer fue crucial para estos argumentos, aunque este tema no fue prominenteen la literatura bélica.

El poema de Voltaire y la reseña en el Journal encyclopédique sugieren un factorfinal y crucial: la expansión vertiginosa del interés y de la información sobre lasculturas no europeas durante el siglo XVIII. Basta con leer a Cándido y el Espíritude las leyes para ver el lugar tan importante que ocupó el mundo no europeo en laimaginación de la Ilustración francesa, y en todo caso, a partir de varios trabajosanteriores, la propia Duchet proporciona información adicional. La literatura deviajeros como las “Relaciones” de los jesuitas (relatos de su actividad misionera),los periódicos, atlas, novelas orientalistas y trabajos sintéticos de filosofía permi-tieron más que nunca que los franceses se familiarizaran con una gama más am-plia de la diversidad humana.

Dentro del contexto de esta nueva percepción sobre la identidad europea, loscomentarios en las Mémoires de Trévoux acerca de que la gente común inglesa mos-traba una “ferocidad que ya no pertenece a las costumbres europeas”, asumió unsignificado particular porqué sugirió el motivo por el cual la imagen del “inglésbárbaro” tuvo una resonancia tan poderosa en la propaganda francesa. La afirma-ción de que la Guerra de los Siete Años fue una guerra entre naciones y no entrecasas reales entró en conflicto con la idea de que los europeos cada vez se uníanmás, y con la imagen de que Francia e Inglaterra en particular tendían puentessimbólicos a través del canal. ¿Cómo hicieron Moreau, Thomas y los demás escri-tores para que las diferencias dentro de Europa aparecieran como infranquea-bles cuando el consumo de tanto material impreso por los lectores demostraba locontrario?

El poder de la imagen del “inglés bárbaro” yacía precisamente en la separa-ción simbólica de los ingleses de Europa y su ubicación en las costas de Trípoli,o incluso más lejos en una oscuridad externa, más allá aun del “salvajismo” delos africanos y de los indios americanos. Esta imagen reveló que los ingleses, o porlo menos la mayoría de ellos, únicamente parecían europeos, pero que en reali-dad no contaban con las cualidades necesarias de educación, sociabilidad y respe-to por la ley, y los ubicó en el extremo opuesto de la escala lineal del desarrollo

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histórico. La etiqueta de “bárbaro” sugiere que los ingleses, al contrario de losmás maleables “salvajes” americanos habían, de hecho, rechazado la sociedad delas naciones avanzadas. En resumen, si las representaciones de los americanos oafricanos salvajes fueron centrales para la invención de la idea de una Europa ci-vilizada, entonces también proporcionaron un estándar de comportamiento extra-ño y primitivo (de lo “otro”) que se podía utilizar, según las necesidades políticas,para medir a otros pueblos europeos y contribuir a la construcción de una másespecíficamente nacional y nueva autoimagen.

LA ESCUELA DE ARTES Y HUMANIDADES

Si la imagen del inglés bárbaro sirvió para “deseuropeizar” a los ingleses, tambiénayudó a establecer a la propia Francia como el centro simbólico de Europa. Laautoimagen nacional que ayudó a construir tuvo poco en común con la propuestapor los escritores ingleses de esta época, que veían a Inglaterra como un nuevoIsrael, un pueblo escogido y fundamentalmente distinto a los demás. La imagenfrancesa era parecida a la de una nueva Roma, un centro abierto y acogedor parala civilización universal; y en este contexto, la literatura bélica coincidió en buenamedida con la evolución del nacionalismo y el patriotismo francés a lo largo delsiglo XVIII.

Como ya se ha visto, la manera en que los franceses se definieron durante elsiglo XVIII no consistió en trazar una frontera drástica entre ellos y los “otros”extranjeros; más bien tendieron a minimizar las connotaciones de exclusividad yfatalidad que habían sido asociadas con el concepto de patrie desde la antigüe-dad e intentaron hacer al patriotismo compatible con una comunidad humanauniversal en donde todas las naciones siguieran el mismo camino lineal de desa-rrollo. Este universalismo, sin embargo, no significó modestia alguna sobre laposición de Francia en la familia de naciones. A lo largo del periodo modernotempra no, desde por lo menos el periodo del Método para la fácil comprensión dela historia de Jean Bodin, los escritores franceses intentaron generalmente iden-tificar la etapa más alta del desarrollo humano, no solamente europeo, sino de lapropia Francia. Frecuentemente fundamentaron sus premisas en las teorías delclima, argumentando que su clima templado y la fertilidad hacían de Francia una

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tierra propicia para los logros espirituales que hacían a los franceses, de carác-ter naturalmente moderado, los verdaderos cosmopolitas naturales, los de lasmejores cualidades de entre todas las naciones.34 En el siglo XVIII loscontribuyentes más sutiles de la teoría del clima (particularmente Montesquieuy Bufón) evadían dichas pretensiones chovinistas, pero muchos otros lasabrazaron. Antoine de Rivarol, por ejemplo, escribió que “al proporcionar [alfrancés] un clima amable la naturaleza, no lo pudo haber hecho burdo: ha hechode él un hombre para todas las naciones”.35 De la misma forma, D’Espiard de laBorde argumentó que “entre las naciones, Francia puede enorgullecerse del afor-tunado Clima templado y Mentes templadas que no producen efectos bizarros nien la Naturaleza ni en las Normas”. Las normas francesas eran perfectamentecompatibles con las de todas las demás naciones, y por tanto d’Espiard concluyóque Francia, “es el polo principal de Europa”.36 En “The Physics of History”, untrabajo similar al de d’Espiard, el clérigo Thomas-Jean Pichon escribió que “lasalmas [francesas], capaces de todas las modificaciones en un sentido, son como suterritorio, que es capaz de producir todo tipo de fruta”.37 Durante la Revoluciónfrancesa el cosmopolita mesiánico Anacharsis Cloots preguntó: “Realmente, ¿porqué habrá ubicado la naturaleza a París a una distancia igual del polo al ecuador,sino para que fuera la cuna y la metrópolis para la confederación general de lahumanidad?”.

De estos argumentos se puede desprender que los franceses tenían la obliga-ción de comportarse no sólo como la sede del aprendizaje mundial (y de esta for-ma cumplir la venerable promesa del translatio studii de Atenas a Roma a París),sino también como los maestros del mundo. Sus conciudadanos europeos podríanreconocer la superioridad de Francia y, por voluntad propia, copiar sus modas yaprender su idioma. Sin embargo, más allá de que Europa cumpliera el destinodel francés como “el hombre de todas las naciones”, exigía una versión temprana

34 Para un compendio breve de estos trabajos, véase a Henry Vyverbert, Human Nature, Cultural Diversity,and the French Enlightenment, Nueva York, 1989, 66-71.

35 Rivarol, L’universalité de la langue française, París, 1991, 25.36 D’Espiard, L’esprit des nations, La Haya, 1753, II, 25; I, 145; II, 126.37 Thomas-Jean Pichon, La physique de l’histoire, ou Considérations générales sur les Principes élémentaires du

temperament et du Caractère naturel des Peuples, La Haya, 1765, 262-263.

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de lo que llamarían en el siglo XIX la “misión civilizadora” de la nación.38 Dichamisión era, de hecho, un principio de la teoría moderna temprana del imperialis-mo francés. Por ejemplo, las autoridades francesas en Canadá hicieron declaracio-nes anteriores en cuanto a que todos los “salvajes” que aceptaran el catolicismoserían “considerados y tendrían reconocimiento como franceses nativos”, y elcontralor general Colbert alentó los matrimonios mixtos entre indios y franceses“para que en el curso del tiempo, bajo una ley y un amo, puedan constituirse enun pueblo y una raza”.39 Dichas ideas poblaron la literatura de los relatos de via-jes y las “Relaciones” de misioneros que los colegios jesuitas presentaban a susestudiantes.

No es de sorprender que dichas ideas también aparecieran de forma promi-nente en la literatura polémica de la Guerra de Siete Años, y con más fuerza enaquellos textos que insistían en desplegar la imagen del inglés bárbaro. El Ju-monville de Thomas, por ejemplo, describe a los indios americanos en términosque el mismo Colbert seguramente hubiera aprobado:

Los habitantes rudos de esas costas distantes,

Formados por nuestras lecciones, instruidos por nuestras costumbres,

en la escuela de las artes y la humanidad

Corrigen su aspereza y normas salvajes…

Sus corazones sencillos e ingenuos en su ferocidad,

Respetan la sagaz autoridad del francés.40

En este poema, la propia muerte de Jumonville le brinda a los indios una lec-ción sana, ya que sin haberla atestiguado, no podrían superar su “burdeza inflexi-ble” y permanecerían sordos a la compasión, tomándola como una debilidad. Sinembargo, al ver el crimen de Washington: “Por primera vez se sintieron débiles/De sus ojos se podía ver cómo brotaban sus lágrimas”. Asimismo, el novelista Le-

38 El estudio más reciente sobre la “misión civilizadora”, en A Mission to Civilize: The Republican Idea of Em-pire in French West Africa, 1895-1930, Stanford, 1997, de Alice Conklin, reconoce sus orígenes renacentistas, aun-que no los discute a fondo.

39 F.A. Isambert et al., Recueil des anciennes lois françaises, 18 vols., París, 1821-33, XVI, 423.40 Thomas, Jumonville, 8.

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suire representó a los franceses como educadores de los ingleses salvajes, aunquecon poco éxito. Tal como uno de sus pocos personajes simpatizantes comenta enuna escena crucial: “Más que cualquier otra gente, nuestros vecinos [los france-ses] pueden suavizar nuestras normas y enseñarnos los lazos de la sociedad queal hacerlos agradables, hacen que la vida sea preciosa, pero aquí hacemos nuestraobligación la de odiarlos. Conforme sigamos odiando a los franceses seguiremos siendobárbaros” (el énfasis es mío).41

Sería incorrecto decir que dichas representaciones de Inglaterra y Francia y larelación entre ambos tuvieron un impacto uniforme en Francia. El pesado legadode la anglomanía y el cosmopolitismo no se disipa tan fácilmente, ya que estas re-presentaciones fueron por lo menos parcialmente oficiales y constituyeron ele-mentos de una estrategia consciente por parte del ministerio para movilizar a lapoblación a favor de la guerra; resulta además imposible medir con algún grado decerteza qué tan ampliamente fueron aceptadas por la población en general. Sinembargo, se puede decir que estas representaciones expandieron permanente-mente el terreno del discurso político francés, sugiriendo formas de ver a las na-ciones, tanto a la francesa como a las extranjeras, que reaparecerían en la culturapolítica francesa, particularmente durante la Revolución.

Finalmente, lo más original y significativo fue el concepto de que existía unadiferencia esencial e inalterable entre las dos naciones. En el siglo XVIII los crite-rios más comunes para aducir diferencias en el carácter nacional fueron el clima,el sistema político y la ubicación en la escala lineal de la evolución histórica, enla cual, por ejemplo, se situaron los indios americanos, aproximadamente en lamisma posición que a los griegos antiguos. Por este motivo los historiadores, engeneral, se han opuesto tanto a las nociones dieciochescas de las diferencias hu-manas como a las nociones del siglo XIX basadas en el racismo, ya que con estoscriterios las características de un pueblo podían cambiar fácilmente (como en lapropuesta de Buffon que sugiere que los africanos trasplantados a los países es-candinavos se convertirían eventualmente en blancos). Los escritores polémicosde la mitad del siglo XVIII constantemente ligaron los errores de los ingleses a to-dos estos factores, particularmente a la turbulencia de las políticas inglesas y al cli-

41 Ibid., 44, 61-62.

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ma (como lo puso concisamente Buirette de Belloy, “un clima perpetuamenteaborrecible”). Sin embargo, la táctica de estigmatizar a los ingleses como bárbarosestableció un nuevo criterio que incluía a los indios salvajes dentro del alcance dela misión civilizadora francesa, pero dejaba fuera a los ingleses por su perversorechazo de la sabiduría francesa. Una vez más, en Les sauvages de l’Europe, Lesuireexpresó esta idea con toda claridad. Al principio de su novela, y de acuerdo conlas teorías de las diferencias basadas en el clima, uno de sus personajes observaque Europa tiene dos pueblos verdaderamente bárbaros, ambos en el norte: loslapones y los ingleses; sin embargo, añade una diferencia adicional, “Los segun-dos son bárbaros de corazón”. De igual manera, para Lefebvre de Beauvray, la“crueldad de la fiera África” era algo que el hombre inglés llevaba “en su pecho”.En suma, este lenguaje sirvió para profundizar el concepto de una guerra entrenaciones, y para que ésta se viera como una lucha a muerte e inevitable entre dospueblos irreconciliables.

HACIA LAS GUERRAS REVOLUCIONARIAS

Cuando Francia y la Gran Bretaña firmaron la Paz de París en 1763, había cam-biado la actitud oficial hacia el enemigo del otro lado del canal. Los mártires comoJumonville ya no tenían demanda, y el espectro del inglés bárbaro rápidamentese desvaneció. Lefebvre de Beauvray, quien sólo recientemente había espetadosu odio eterno a esa “raza de perjurios” inglesa, de pronto e hipócritamente sereveló como un anglómano secreto, recitando rapsodias: “El inglés y el francés,unidos por sus talentos/ Siempre imitadores el uno del otro, pero enemigosfrecuentes”.42 Como hemos visto, aún en las dos obras teatrales de la etapa de laposguerra frecuentemente citadas por los historiadores como ejemplos primordia-les de la anglofobia francesa (L’Anglois à Bordeaux de C.S. Favart y Le siège deCalais), emerge un cuadro aún más matizado del “inglés bárbaro”. En amboscasos y gracias en parte a la influencia civilizadora de la mujer francesa (de parti-cular importancia para Favart), los protagonistas ingleses crudos e insociables fi-nalmente comprueban su susceptibilidad a la forma de ser de los sabios franceses.

42 Claude-Rigobert Lefebvre de Beauvray, Le monde pacifié, poëme, París, 1763, 6.

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Tampoco regresaron con fuerza los “ingleses bárbaros” durante la guerra deindependencia americana. Aunque se encontraban nuevamente en guerra conInglaterra, los franceses también fueron aliados de los que una vez habían sido loscolonizadores ingleses, ahora bajo el mando del bárbaro principal de 1754 (lu-chando del lado americano, un voluntario francés sencillamente no podía creerque el imponente general fuera el mismo hombre que había asesinado a Jumon-ville).43 Cuando en 1780 Lesuire publicó una versión corregida de The Savages ofEurope, bajó sustancialmente el tono de su cuadro, llamando a Inglaterra “unaNación rival, y una a quien debemos estimar porque se le puede comparar connosotros desde muchos puntos de vista”. En esta guerra, la propaganda francesa,incluyendo los nuevos trabajos de Lefebvre de Beauvray, criticaba a los inglesesprincipalmente por su orgullo excesivo y por sus intentos de establecer un im-perio marítimo universal.

Los revolucionarios franceses hicieron poco para revivir el concepto de la gue-rra entre naciones. Durante los años de la Declaración de Paz para el Mundo, emi-tida por la asamblea constituyente, y de las frecuentes proclamaciones sobre lahermandad entre los pueblos bajo el concepto de Francia como el polo de la civi-lización y maestra del mundo, en los años de 1789 y 1790, Anacharsis Cloots pro-fetizó que algún día la gente tomaría diligencias de París a Beijín como lo habríanhecho de Bordeaux a Estrasburgo, mientras que Bertrand Barère preguntabacomplacientemente: “¿Quién no desearía ser francés?”

Sin embargo, entre 1793 y 1794, cuando la guerra se volvía desesperada, laconvención cambió de opinión, promulgó una serie de medidas represivas encontra de los extranjeros residentes en Francia (incluyendo una propuesta, quenunca se llevó a cabo, que lo obligaba a portar en todo momento una banda tri-color), y se acusó nuevamente a los ingleses de haberse apartado de la comunidadhumana (centrada en Francia). Los jacobinos más radicales insistían en que unodio irreconciliable y permanente separaba a los ingleses de los franceses, aun

43 Gilbert Chinard, George Washington as the French Knew Him, Princeton, 1940, 29. Chinard nota que durantela guerra de independencia americana los franceses aparentemente no habían hecho la conexión entre elWashington joven y el de edad media. Esto fue posible como resultado de la confusión anterior sobre el nombrede Washington (“Washington/Wemcheston”) y porque la mayoría de los publicistas franceses, incluyendo aThomas, ni siquiera lo utilizaron.

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cuando sus oponentes moderados seguían distinguiendo entre el pueblo ingléssupuestamente virtuoso y su gobierno depravado y corrupto. En su famosa decla-ración del 30 de enero de 1794, Robespierre declaro: “A mí no me agradan losingleses porque el nombre mismo me recuerda el concepto de un pueblo insolen-te que se atreve a hacerle la guerra al pueblo generoso que ha recobrado su li-bertad […] Dejad que esa gente destroce su gobierno […] Hasta entonces, juroun odio implacable hacia ellos”.44 Saint-Just insistió con ira: “Hagan que sus hijosjuren odio inmortal a ese otro Cartago”, y las solicitudes de las asociaciones jaco-binas provinciales le hicieron el eco debido, una de las cuales juraba: “odio eternoa esa raza de caníbales”. En su reporte sobre “los crímenes de Inglaterra contra elpueblo francés”, Barère concretó el punto de forma más brutal: “El odio nacionaldebe ser escuchado: debe haber un océano inmenso entre Dover y Calais en cuan-to a los contactos comerciales y políticos; los jóvenes republicanos deben mamarjunto con la leche de sus madres el odio por el nombre mismo de ‘inglés’ ”.

En las campañas propagandísticas masivas, los revolucionarios arremetieronen contra de los enemigos extranjeros de tal forma que superaron todo esfuerzoanterior. Asimismo, de nuevo promovieron con vehemencia la imagen del inglésbárbaro y el concepto de la guerra entre naciones, y literalmente redescubrieronla propaganda de guerra de la década de los cincuenta, como lo demuestra la faci-lidad con la que los antiguos poemas se publicaron bajo nuevos títulos, y la formaen que Rouget de Lisle tomó algunas líneas de la literatura antigua de la “Mar-seillaise”. Las asociaciones y los oradores de la convención denunciaron a “esosisleños bárbaros, la ruina de la humanidad, a quienes la naturaleza con los maresya separó de la humanidad”; el “carácter bárbaro y el espíritu de los habitantes dela isla fecundada por infamias”; y “los más feroces, el pueblo más bárbaro, el másdegradado de todos”. El informe de Barère hervía de cargos que una vez se lan-zaron en contra de los asesinos de Jumonville, declarando que: “Al desembarcaren la isla (británica), César encontró sólo una tribu fiera [peuplade]”. “Su civiliza-ción y sus guerras civiles y marítimas siguen llevando la marca de su origen sal-vaje”. Además acusó a los ingleses de “corromper a la humanidad de salvajes”

44 Robespierre, en Alphonse Aulard, La société des Jacobins: Recueil de documents pour l’histoire du club de Ja-cobins de Paris, París, 1889-95, V, 634.

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en América, agregando esta línea verdaderamente alarmante: “Son una tribu aje-na a Europa, ajena a la humanidad, y deben desaparecer”.45 El destino final deun pueblo que no aceptó la verdad revelada por la sabiduría superior francesasería el mismo que sufrió Cartago. Un informe anónimo de 1794 en los archivosdel Departamento de Relaciones Exteriores enfatizó el punto con una precisiónalarmante, cuando afirmó que los Países Bajos quedarían “arruinados”, Españasería despojada de su casa real y Prusia sería conquistada; en cuanto a los inglesesy a los austriacos, serían “exterminados”.46 Los jacobinos no aplicaron esta lógicaúnicamente a los enemigos extranjeros, sino también a los rebeldes contrarrevo-lucionarios de Vendée, a quienes en forma análoga se les clasificó como “extran-jeros” y “bárbaros” que merecían la muerte en masa, con resultados horríficos.“Mientras exista esta raza impura –dice Robespierre de los vandeanos– la Repú-blica será triste y precaria”.

DE LAS GUERRAS RELIGIOSAS A LAS GUERRAS ENTRE NACIONES Y RAZAS

La literatura bélica se asemejó tanto a la propaganda de guerra anteriormenteinspirada por la religión, que no resulta difícil ver la profunda conexión entre lasdos. En primer lugar, las autoridades francesas compararon explícitamente a lapatrie con un objeto de devoción religiosa a fin de incitar el ardor y el sacrificio dela población. Como escribió Vergennes, el ministro de Relaciones Exteriores, en1782: “El francés, orgulloso del nombre que lo cubre de gloria, ve a la nación en-tera como su familia, a sus sacrificios entusiastas como una obligación religiosahacia sus hermanos y ve a la patria como el objeto de su adoración”. En segundotérmino, los precedentes más importantes para el uso de materiales impresos aescala masiva para movilizar a la población a favor de la guerra fueron religiosos,especialmente los esfuerzos del partido politique de Enrique de Navarra en contrade España, y también en contra de sus oponentes de la Liga Católica. En tercer

45 Barère, Rapport sur les crimes de l’Angleterre, 11, 12, 18.46 Archives de Ministèr de Affaires Étrangères, Mémoires et Documents: France, 651, vol. 239. Agradezco

al profesor Thomas Kaiser de la Universidad de Arkansas, a quien le debo esta cita y quien hizo la cita en su tra-bajo, “From the ‘Austrian Committee’ to the ‘Foreign Plot’: Marie-Antoinette, Austrophobia, and the Terror”,Society for French Historical Studies (Sociedad de Estudios Históricos Franceses), Scottsdale, marzo de 2000.

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lugar, por lo menos desde el año 1500, los principales precedentes franceses uti-lizados para satanizar a una nación enemiga también fueron religiosos; durantelas guerras de religión, hasta los panfletos dirigidos a hermanos católicos lograronestablecer con frecuencia sus acusaciones en términos religiosos. Si Felipe II ysus súbditos eran bárbaros, como insistían los politiques, era precisamente porqueeran católicos falsos, ateos secretos o hasta judíos o musulmanes. “¡Cómo –ex-clamó el politique Antoine Arnauld en su panfleto de 1589 Copia del Antiespañol–deberán los marranos convertirse en nuestros Reyes y Príncipes! ¿Deberá Franciasumarse a los títulos de ese Rey de Mallorca, ese medio moro, medio judío,medio sarraceno?47 Parece ser que la representación del inglés como bárbaro yeuropeo falso fue la vertiente secular de esos ejercicios xenófobos tempranos, asícomo la ilustración de paralelos más amplios entre los procesos de la construc-ción de una Iglesia en el siglo XVI y la construcción de una nación en el sigloXVIII, procesos que debían no sólo vincular al pueblo sino también purgar a loscuerpos religiosos y políticos de elementos impuros y peligrosos.

Asimismo, los “bárbaros” y “salvajes” del siglo XVIII evocan la moda religiosatemprana de definir la diversidad humana. Los escritores que describieron a losindios americanos como un pueblo grosero, incompleto y con la necesidad de sercivilizados le hicieron eco a los misioneros jesuitas que percibieron a los mis-mos indios como almas perdidas, necesitadas de instrucción en la fe verdadera.Anthony Pagden menciona que por siglos, “bárbaros” y “paganos” fueronvirtualmente sinónimos, mientras que en su trabajo pionero sobre la antropologíade la Ilustración, Michèle Duchet apunta que los mismos philosophes reconocíanel vínculo entre las “misiones” religiosas y civilizadoras, y añade que “quedaindisolublemente ligada al ideal de la evangelización el concepto de un modelopuramente colonizador, no sólo porque la historia no ofrece ejemplos, sino por lapropia imagen de los salvajes como seres susceptibles a la persuasión que fuetransmitida por siglos de misionología”.48 Entre tanto, la descripción de los in-gleses como bárbaros que voluntariosamente renunciaron a los beneficios de lacivilización francesa evocó anteriores condenas a aquellos grupos que habían vis-

47 Antoine Arnaud, Coppie de l’anti-espagnol, faict `Paris, París, 1590, 12. 48 Pagden, Lords of All the World, 24; Duchet, 210-211.

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to, pero voluntariosamente rechazado la verdad revelada por los evangelios, comolos herejes y especialmente los judíos. De forma algo misteriosa, las caracterís-ticas nefastas atribuidas a los ingleses en el siglo XVIII, como el orgullo arrogante,el odio irracional hacia otros pueblos, el deseo de dominar al mundo y también elamor inmoderado por el dinero y el comercio (este último fue uno de los temasde los oradores de la Convención, y Barère llamó a los ingleses “una horda mer-cantil”), recuerdan las características que los escritores franceses comúnmenteatribuían a los judíos.49 Dichas comparaciones parecen improbables, pero consi-deren este pasaje escrito por Elie Fréron en 1756: “La intolerancia hacia los ju-díos en asuntos religiosos hizo que el universo entero sintiera indignación haciaellos, y la intolerancia hacia los tiros y los cartagineses en asuntos comercialesapresuró su destrucción. Los ingleses deberían temer el mismo destino, ya quetoda Europa les reprocha por los mismos principios, los mismos puntos de vistay los mismos vicios”.50

Finalmente está el propio Joseph Coulon de Jumonville: un hombre sin dis-tinción, común, sencillo y simple, pero valiente, la encarnación misma de la virtudfrancesa. Las crónicas previas acerca de la gloria militar francesa contemplabanmuy pocos precedentes basados en este tipo de héroe democrático, pero los vo-lúmenes dedicados a los “grandes” e “ilustres” franceses antes de la década delos cincuenta, tomaron figuras militares casi exclusivamente de las filas de la altanobleza y de los grandes guerreros (la excepción principal fue Juana de Arco, quese percibió más bien como figura religiosa). Los textos de este tipo comenzarona considerar a los soldados comunes, incluyendo al propio Jumonville, hasta prin-cipios de los años de 1760; sin embargo, este tipo de hombre había poblado pormuchos años las gruesas filas de los mártires y santos católicos. En ese sentido, Ju-monville cuenta con bases fuertes para ser el primer mártir de la Francia moderna(recuerden la descripción patética que escribió Thomas acerca de su martirio:aun cuando sus ojos se cierran a la luz, su “alma” se “deleita”, no en Dios, sinoen “el tierno recuerdo de Francia”). Él es el predecesor de los héroes ostensible-mente plebeyos de Le siège de Calais, pero sobre todo de los niños mártires pareci-

49 Arthur Hertzberg, The French Enlightenment and the Jews, Nueva York, 1968, 248-313. 50 Elie Fréron, citado por Dziembowski, en Un nouveau patriotisme, 84.

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dos a Cristo de la Revolución francesa, como el pobre Viala, quien entre asfixiassupuestamente emitió como sus últimas palabras: “Muero por la libertad”.51

Sobre este punto pienso que es útil especular sobre las implicaciones de esteanálisis acerca de las diferencias franco-inglesas, no sólo en relación con el nacio-nalismo francés sino también con la forma en que los franceses comprendían ladiversidad humana en general y los orígenes del nacionalismo basado en el ra-cismo. Con frecuencia, y con el fin ante todo de justificar la esclavitud de losafricanos, se ha argumentado que el siglo XVIII propició nuevas ideas en Francia,incluyendo el nacimiento del racismo moderno. Como antecedente intelectual,los eruditos citan la debilitada teología cristiana y su insistencia sobre la descen-dencia común de la raza humana de Adán (“monogénesis”), frente a la crecienteinfluencia de las ciencias biológicas con su propensión a la clasificación y a la cate-gorización. Dichos argumentos podrían ser convincentes en lo referente a los pue-blos de color, pero la ciencia racista europea de la época moderna ha intentadoprobar la diferencia racial esencial, no sólo entre los europeos y los no europeos,sino también al interior de la misma familia europea. El marco intelectual de lasinvestigaciones de estas diferencias fue generalmente el mismo, pero aquí la“ciencia” se desarrolló al servicio del nacionalismo y no de la esclavitud o del im-perialismo.

Me gustaría sugerir que las diferencias étnicas y raciales esenciales, comenza-ron de hecho tanto en el centro como en la periferia, que comenzaron en el mo-mento en que los franceses luchaban por distinguirse del pueblo inglés con elque sentían frecuentemente gran afinidad y similitud, pero que surgió como laamenaza más grande a su propio honor, prosperidad y comprensión del mundo.Es cierto que los polemistas, aun durante la Revolución, apenas describieron lasdiferencias entre los ingleses y los franceses en términos biológicos, aunque eltérmino “raza” apareció de vez en cuando, por ejemplo en frases como “raza decaníbales” o “raza prejuiciosa”, y su uso en ese contexto aparentemente significóalgo más que la definición común de “linaje” del siglo XVIII. Sin embargo, a pesar

51 Lo dijo ciertamente en provenzal: “Aquo es égaou, mori per la libertat”. Patrice Higonnet, “The Politicsof Linguistic Terrorism and Grammatical Hegemony During the French Revolution”, en Social History, V/1(1980), 57.

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de no haber surgido de una diferencia física específica y detectable por la cienciade la biología, el error atribuido con más frecuencia a los ingleses fue de calidadmoral, el de un espíritu malogrado que infectó a todo el pueblo inglés de gene-ración en generación.

No obstante, al hacer la diferencia nacional, algo tan fiero e imperdonablecomo lo habían sido las diferencias religiosas durante la época de la Reforma, lospolemistas en tiempos de guerra fueron más allá de las frías observaciones clínicasde los teóricos interesados en el clima y en los esquemas lineales del desarrollo,ya que sugirieron que los grupos nacionales, es decir los grupos unidos por unorigen común más que por una fe común, compartían características que no po-dían explicarse con base en el clima o en la humedad, y que no podían alterarsepor causa del clima cambiante.

Es precisamente aquí cuando los términos “salvaje” y “bárbaro” cobran im-portancia, ya que al no ser términos científicos plantearon un problema que labiología contestaría posteriormente (por mucho que estuvieran equivocados):la diferencia. Anthony Pagden escribió que cuando cambiaron los modos de ex-plicar las diferencias humanas a principios del siglo XIX, ello se debió en parte aque los modelos sociológicos parecían incapaces de revelar el motivo por el cualalgunos pueblos no lograron un progreso histórico;52 éste fue precisamente el pro-blema enfatizado por la figura del inglés bárbaro (los movimientos nacionalistasdel siguiente siglo estigmatizarían a los enemigos, en particular a los judíos). Apesar de su pertenencia a la raza blanca y a la civilización europea, los ingleseseran vistos como ajenos, tan ajenos como los herejes lo habían sido para la MadreIglesia, e inferiores y merecedores del odio, la subyugación y hasta el exterminio.No existe un antecedente de la expresión moderna del odio racial más claro queel informe de Barère sobre los crímenes ingleses: “El odio nacional debe ser es-cuchado”. ¿Podría lograr la ciencia racista del siglo XIX un grado de conviccióntal sin estar profundamente arraigada en la diferencia entre las naciones?, y sobretodo, ¿sus creadores podrían haber llevado a cabo sus investigaciones?

Al menos en Francia, esta diferencia no se sentía antes de mediados del sigloXVIII, ya que surgió únicamente durante la Guerra de los Siete Años, cuando se

52 Pagden, The “Defense of Civilization” (véase el cap. 1, núm. 14), 40-44.

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intentó movilizar a toda la nación en contra de una nación enemiga como res-puesta a la ansiedad frente a la posición cambiante de Francia en el mundo y a lascrecientes demandas de la esfera pública. La imagen de los ingleses bárbaros,más ajenos aun que los aterrorizantes salvajes americanos, contribuyó a enseñara los franceses ese sentido de diferencia nacional, sin retar al universalismo quepermanecía como fuerza poderosa en la cultura francesa y que se expresó tan vi-gorosamente al comienzo de la Revolución, y posteriormente bajo Napoleón. Losingleses eran diferentes precisamente por su rechazo a una cultura universal quegiraba en torno de Francia; el asesinato de Jumonville, según los publicistas fran-ceses, implicaba que los ingleses no sólo habían tomado la vida de un embajadordesarmado, sino que también le habían dado muerte a su propia pertenencia algénero humano.