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GOBIERNO DEL ESTADO DE BAJA CALIFORNIA Francisco Arturo Vega de Lamadrid Gobernador Constitucional del Estado de Baja California Miguel Ángel Mendoza González Secretario de Educación y Bienestar Social Manuel Felipe Bejarano Giacomán Director General del Instituto de Cultura de Baja California Juana Mosqueda Loeza Directora de Desarrollo Cultural Patricia Blake Valenzuela Jefa del Departamento de Fomento a la Lectura SECRETARÍA DE CULTURA María Cristina García Cepeda Secretaria Jorge Gutiérrez Vázquez Subsecretario de Diversidad Cultural y Fomento a la Lectura Saúl Juárez Vega Subsecretario de Desarrollo Cultural Marina Núñez Bespalova Directora General de Publicaciones Antonio Crestani Director General de Vinculación Cultural Soy palabra. Soy real. D.R. © 2017 Iliana Fernanda Rivas Ahumada D.R. © 2017 Instituto de Cultura de Baja California Ave. Álvaro Obregón, 1209, colonia Nueva. Mexicali, Baja California. C. P. 21100 D.R. © 2017 Secretaría de Cultura Paseo de la Reforma, 175, colonia Cuauhtémoc, Ciudad de México. C. P. 06500 ISBN: 000000000000 Cuidado de la edición: Luz Mercedes López Barrera Formación y diseño: José Guadalupe Martínez Diseño de portada: Iliana Rivas y Anette Gómez Ilustraciones de interiores: José G. Martínez Queda prohibida, sin la autorización expresa del editor, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos reprográfico y tratamiento informático. IMPRESO EN MEXICO/ PRINTED IN MEXICO Este programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los impuestos que pagan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de este programa con fines políticos electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante autoridad competente. Soy palabra. Soy real Iliana Fernanda Rivas Ahumada Instituto de Cultura de Baja California

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GOBIERNO DEL ESTADO DE BAJA CALIFORNIA

Francisco Arturo Vega de LamadridGobernador Constitucional del Estado de Baja California

Miguel Ángel Mendoza GonzálezSecretario de Educación y Bienestar Social

Manuel Felipe Bejarano GiacománDirector General del Instituto de Cultura de Baja California

Juana Mosqueda LoezaDirectora de Desarrollo Cultural

Patricia Blake ValenzuelaJefa del Departamento de Fomento a la Lectura

SECRETARÍA DE CULTURA

María Cristina García CepedaSecretaria

Jorge Gutiérrez VázquezSubsecretario de Diversidad Cultural y Fomento a la Lectura

Saúl Juárez VegaSubsecretario de Desarrollo Cultural

Marina Núñez BespalovaDirectora General de Publicaciones

Antonio CrestaniDirector General de Vinculación Cultural

Soy palabra. Soy real.

D.R. © 2017 Iliana Fernanda Rivas Ahumada

D.R. © 2017 Instituto de Cultura de Baja CaliforniaAve. Álvaro Obregón, 1209, colonia Nueva. Mexicali, Baja California. C. P. 21100

D.R. © 2017 Secretaría de CulturaPaseo de la Reforma, 175, colonia Cuauhtémoc, Ciudad de México. C. P. 06500

ISBN: 000000000000

Cuidado de la edición: Luz Mercedes López BarreraFormación y diseño: José Guadalupe MartínezDiseño de portada: Iliana Rivas y Anette GómezIlustraciones de interiores: José G. Martínez

Queda prohibida, sin la autorización expresa del editor, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos reprográfico y tratamiento informático.

IMPRESO EN MEXICO/ PRINTED IN MEXICO

Este programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los impuestos que pagan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de este programa con fines políticos electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante autoridad competente.

Soy palabra. Soy real

Iliana Fernanda Rivas Ahumada

Instituto de Cultura de Baja California

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ÍNDICE

Prólogo..............................................................6

El cimarroncito...................................................8

Galleta de la fortuna.........................................14

La bruja de El Mayor.........................................24

La pagoda.........................................................28

La Casa de la Cultura........................................32

El Bosque de la Ciudad.....................................36

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Prólogo

Iliana Fernanda Rivas Ahumada, narradora bajacaliforniana, nos presenta su nueva obra literaria dirigida a jóvenes lectores en busca de aventuras. Estas “Letras fantásticas” inician con un tierno cima-rrón, especie representativa del Estado de Baja California: un cima-rroncito de la sierra, un eje del afán por vencer obstáculos para salir adelante.

Este lindo animal puede hablar y lo hace con un joven privile-giado, dueño de una especial pureza de corazón, la cual le permite entender los problemas del medio ambiente natural amenazado por el cambio climático y la contaminación de los recursos vitales.

El cimarroncito hace el milagro de convertir a nuestro joven en un activista consciente, en un promotor del equilibrio ecológico y de la preservación de nuestro entorno natural.

Sobre la presencia de la comunidad china en nuestra entidad, nada mejor que iniciar por los deliciosos platillos orientales, por las delicias gastronómicas preparadas por los cocineros chinos que trabajan en todas las ciudades de Baja California.

En esos lugares nos podemos encontrar con esa galleta de la fortuna convertida en un talismán para la buena suerte, la resolu-ción de misterios y el aprendizaje de buenas costumbres. Por cierto, el pastel de coco nos quiere contar una historia fascinante del sabor y la tradición China en nuestro país.

Iliana Fernanda Rivas Ahumada sabe atrapar a sus lectores. Sus relatos son como boletos para hacer viajes interesantes. Ella quie-re que observemos de nuevo nuestro Río Hardy cachanilla, donde podemos tomar de las manos a la etnia aborigen Cucapá. También nos hace ver de una nueva manera a la famosa Pagoda China de Mexicali y a los orientales que ayudaron en la fundación de nuestras comunidades.

En los textos narrativos de Iliana Rivas no podía faltar la antigua Escuela Cuauhtémoc, hoy Casa de la Cultura de Mexicali, abierta a

niños y jóvenes el año de 1916. Por ese edificio legendario pasaron gran cantidad de alumnos y maestros. Por cierto, una maestra llama-da Rosita nos cuenta su tierna historia.

¿Qué tal si vamos al Bosque de la Ciudad? Sí, vamos, pero ahora con una nueva actitud: con el deseo ferviente de ser feliz y pasarla bien, redescubriendo lo maravilloso que es estar en contacto con la naturaleza. Descubriendo cosas nuevas.

Oscar Hernández Valenzuela

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poblado de La Rumorosa, una mañana fuimos a pasar el fin de semana con la familia.

El camino estaba lleno de curvas con enormes montañas; con piedras de diferentes tamaños, formas y

colores. Era un camino emocionante, pero peligroso, en el que han ocurrido algunos accidentes, sobre todo por la imprudencia del que va conduciendo. Se han contado diferentes historias, pero la que les voy a relatar es fantástica:

Me llamo Jesús y tengo 12 años. Llegamos a la casa de mi abuela, allá estaba arriba de un cerro junto a las casas de otras familias que vivían en grandes hectáreas. Mi abuelo, un hombre noble, pero calla-do, no demostraba afecto, porque así lo han educado. Mi abuela, generosa y siempre cocinando ricas comidas, nos esperaba con una gran sonrisa. Nos llenó de mimos a mi hermana y a mí.

Al bajarnos del auto, nos recibieron. —¡Qué bueno que llegaron! —dijo mi abuelo.Mi mamá lo miró a los ojos y corrió a abrazarlo.—Sí, papá. Ya estamos aquí. Vinimos a pasar el fin de semana. Papá y mi hermana, Mariana, saludaron y empezaron a bajar las

cosas del auto para meterlas a la casa. Yo corrí a abrazar a mi abuela: soy su nieto consentido. Ya la casa olía a rica comida elaborada por ella.

Todavía recuerdo los altos techos con brillantes vigas y los muebles de madera en color marrón. Mi hermana y yo fuimos a la que sabíamos que era nuestra recámara. Acomodamos nuestras cosas en el armario y escondimos la tableta, la cámara y el celular para que no nos regañaran, porque el viaje era para platicar, comer y jugar. Teníamos prohibido por nuestros papás utilizar aparatos electrónicos mientras estuviéramos en La Rumorosa.

Cuando estábamos en casa, mamá dijo:—¡Jesús y Mariana! Este fin de semana iremos a La Rumorosa a

visitar a sus abuelos, y no quiero saber que van a estar pegados a sus tabletas porque vamos a dedicarle tiempo a sus abuelos que tienen todo el verano allá.

cimarroncito AlEl

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Después de eso, nos dirigimos al patio donde ya estaban, en el asador, mis papás y mis abuelos preparando todo para comer tacos de carne asada con salsa y guacamole: algo muy típico de acá del norte.

Mi padre es ingeniero civil: él sabe mucho cómo se fabrican las cosas. Mi mamá es psicóloga: es muy espiritual, pero objetiva. Nuestra casa está llena de libros de ambos temas. Eso lo apren-dieron de nuestros abuelos, porque mi abuelo también tiene una pequeña biblioteca ahí en su casa.

Me preguntó mi abuelo: —¿Qué quieres estudiar cuando seas grande, Jesús? Yo encogí los hombros y digo: —No estoy seguro. A lo mejor lo mismo que mi papá.Lo mismo le pregunta a Mariana. Ella, que es 3 años mayor que

yo, y que está en la prepa, le dice:—Yo quiero ser doctora, abuelo, porque me gusta ayudar a la

gente. Mi mamá les arregla la cabeza y yo les voy arreglar el cuerpo. —Sí —contestó mi abuelo —. Es una profesión muy bonita: es

importante dar sin esperar nada a cambio. El sol se fue ocultando y mi abuela empezó a platicar historias

fantásticas y comentó el caso de ‘’La Enfermera’’, quien, de repente, se sienta en el asiento del acompañante, asustando a los conductores.

Yo empecé a sentir miedo y mi mamá se dio cuenta. Me dice: —Jesús, son historias que cuenta la gente. No tienes porqué sentir

miedo. Puede ser un alma que ande por ahí buscando ayuda y consuelo.Le contesto a mamá: —No tengo miedo, me encantan las historias que cuenta la abuela.La Rumorosa es un pequeño poblado donde todos se conocen;

al que la gente acude los fines de semana, y en las vacaciones, para salir de la rutina de la ciudad. Mi abuela comentó:

—Ya voy a cambiar de tema. Vamos a comer pan con leche, para ustedes; y los grandes, con café. Mientras vamos a la panadería por él, ustedes se pueden dar una vuelta por los alrededores.

De inmediato, Mariana y yo nos miramos a los ojos y empren-dimos camino hacia los cerros que estaban atrás de la casa de mis abuelos. Ella me dijo:

—Vamos a correr unas carreritas. A ver quién llega primero al cerro que esta allá en el fondo.

Corrimos y nos reímos. Cuando llegamos a la cima, platicamos que mañana íbamos a sacar las bicicletas para dar un paseo. Y Mariana me dijo:

—¡Mira qué bonito se ve todo desde aquí arriba! Me sien-to libre. Me encanta sentir el aire fresco rozando mis mejillas. Estoy feliz de que hayamos venido. En una semana entramos a la escuela y conoceremos a gente nueva. Tú, en la secundaria; y yo, en la prepa. No sé, me siento insegura, porque siempre había estado con mis amigos. Y ahora, a muchos de ellos no los voy a ver.

Yo le dije: —A mí me pasa lo mismo. La niña que te dije que me gusta va

a entrar a otra secundaria y ahora sólo la voy a poder ver por Face-book. Pensándolo bien, no es tan mala la idea de mamá de querer que tengamos contacto con la naturaleza: me siento tan bien. Vamos a caminar más adelante, a ver si encontramos más piedras. Acuér-date que yo las colecciono, y hay unas muy bonitas de diferentes formas y colores que me quiero llevar.

Mariana me contestó:—Estoy de acuerdo contigo. Estar en contacto con la naturaleza

es una experiencia muy bonita. Mamá es muy sabia. —Oye, pero, ¿ya viste el árbol que está allá? Vamos a verlo más

de cerca. ¡Ándale! Otras carreritas. Empezamos a correr y yo fui el primero en llegar al árbol, Maria-

na se tropezó y me gritó:—¡No puedo caminar, me duele el tobillo!De pronto, miré una sombra y ya estaba oscureciendo. Sentí

miedo, pero mis pies parecían que estaban pegados a la tierra. Quise regresarme con Mariana, pero no pude. Al parecer, una fuer-za misteriosa me había atrapado. Miré hacia enfrente: arriba de otra piedra estaba un borrego cimarrón.

Escuché la voz de un niño que me hablaba y me decía: —¡Hola! Soy Horacio.

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Volteé para todos lados y solo estaba mi hermana tirada en el piso, a unos metros de mí. Otra vez al frente y no podía creer que el cimarrón me estuviera mirando, pero también me estaba hablando. Me dijo:

—No tengas miedo. Soy yo el que te habla.Soy “El Cimarroncito”. Todavía soy un bebé. Nací hace algu-

nos meses. Yo, muriéndome de miedo, sin creer lo que estaba pasando, le dije: —¡Esto no puede ser posible! Los animales no hablan, y menos

los borregos.—Sí hablamos, pero en un idioma diferente al de ustedes, los

humanos. Nosotros tenemos nuestros códigos para comunicarnos con el resto de los animales y formamos manadas. Esas son nues-tras familias.

—¡Espera! Esto es producto de mi imaginación. Yo no puedo estar hablando contigo. ¿Qué quieres de mí? Sólo soy un pobre niño ¿Me quieres comer?

El Cimarroncito contestó:—¡No, yo no te quiero comer! Tengo permiso de mis antepasa-

dos para comunicarme contigo. Existe un mensaje muy importante que tengo que transmitirte: tú has sido el elegido.

—¿Por qué yo? ¿qué tengo de especial? —Tú no lo sabes. Aún eres joven, pero cuando seas grande te

convertirás en un activista; en un hombre estudioso, como un antro-pólogo; que luchará por preservar mi especie que se encuentra en peligro de extinción. Por años hemos vivido en las montañas, en terrenos áridos del Occidente de América, en laderas rocosas, en Baja California. Somos herbívoros y nos reproducimos: uno por año. Mis papás tienen grandes cuernos enroscados hacia atrás y miden más de 1. 50 metros. A mí me falta mucho por crecer, pero tengo miedo de que un cazador furtivo venga y me mate solo por obtener un trofeo, no para comer. Eso fue cosa del pasado. Además, sopor-tamos temperaturas hasta de 52 grados centígrados y tenemos que caminar para buscar agua, porque nos deshidratamos. Actualmente solo sobreviven 4 de cada 10 de mis hermanos que nacemos por

estas tierras, eso es alarmante, tienen que parar y dejarnos vivir para no alterar el ecosistema.

—Cimarroncito, todo lo que me dices es muy cierto. Mis papás y mis maestros me lo han dicho: que existe gente que solo caza por deporte, no por necesidad. No entiendo por qué los matan. Prome-to proteger a tu especie y trabajar por ustedes, para la conservación del borrego cimarrón dentro de su hábitat. Para que puedan seguir-se reproduciendo de manera natural como lo han hecho desde hace miles de años. Además, tú eres nuestro orgullo porque eres la especie que nos representa.

—Jesús, ven a ayudarme, no me puedo levantar. Volteé al escuchar la voz de Mariana y cuando nuevamente miré

hacia enfrente, El Cimarroncito ya se había ido. Me regresé corriendo y ayudé a mi hermana a regresar a la casa de mis abuelos. En el cami-no venía pensativo y asustado por lo que había pasado.

Le pregunte a Mariana: —¿Viste algún animal entre las piedras?—¿Cómo crees? Me estaba sobando el pie por la caída. ¿Por qué

me preguntas eso?—Por nada, olvídalo. Llegamos a la casa y nos regañaron porque nos habíamos tarda-

do. Mariana se sentó en la mesa y comió pan de La Rumorosa con un vaso de leche. Yo no quise cenar. Les di las buenas noches y me fui a mi cuarto a acostar. En toda la noche, no pude dormir pensando si había sido verdad lo que paso con El Cimarroncito. Quería decirle a Mariana, a mis papás y a mis abuelos, pero tenía miedo de que no me fueran a creer. Era una historia fantástica, más increíble que la que contaba mi abuela, así que preferí dormirme y hacer la promesa de que cuando fuera grande lucharía por preservar la especie del borrego cimarrón.

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ario: ¿Vamos a comer comida china?Un domingo, su madre y él venían saliendo

de misa de la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe. Acostumbraban ir a comer saliendo

de ahí, y después entraban a un cine a ver una película, para más tarde hacer las compras del mercado y llegar a la casa acomodando todo para empezar la semana.

Josefina era madre soltera. El papá de Mario había decidido vivir con otra pareja. Ella trabajaba todo el día en una oficina de gobier-no. Mario, a sus 17 años, iba y venía solo a la prepa. Era un joven tranquilo, dedicado a sus estudios. Aunque sus padres estuvieran separados, era muy familiar. Caminaron por las calles del centro de la ciudad y llegaron al Café Victoria. Se sentaron, llegó la mesera con las cartas y le comentó a su mamá:

—Yo quiero la 1 para 2. —Es mucho, Mario. Trae 5 platillos.—Pero tengo mucha hambre, mamá. Me los voy a comer.

Además, quiero pastel de leche con coco. —¡Eres increíble! ¿A dónde se te va tanta comida? Pareces fideo.Regresó la mesera y le pidieron té de Jazmín bien frío, porque eran las

2 de la tarde y estaba haciendo mucho calor. —A ver, Mario. Platícame cómo te va en la prepa. —Bien, ya pasé a sexto semestre. Mis amigos tienen un grupo de

música, pero no me han querido aceptar porque no sé tocar nada.—¿Y por qué te preocupa eso? Haz un deporte: juega fútbol,

participa en las carreras de atletismo. Cada domingo hay una. —Es que a mí me gusta la música, mamá, pero no se me da. Llegó la mesera con la comida: brócoli con carne, carnitas y

arroz frito.Mario ya no quiso platicar de nada, solo quería comer.—Mario, déjame servirte. Aunque ya estés grande, me gusta hacer-

lo. Tú sírveme el té de Jazmín y ponle mucho hielo. —Sí, mamá. Me encanta cómo huele. Recuerdo cuando veníamos

con papá y hasta con mis abuelos. Es un Café de toda la vida y yo creo

M

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que toda la ciudad está aquí adentro, porque siempre que venimos está lleno de gente, y más los domingos después de ir a misa.

Los dos comieron, pero Mario más que ella, porque casi se acabó toda la comida. Le llamó a la mesera y le pidió pastel de leche con coco. Su mamá lo regañó y le dijo:

—¡Qué bárbaro! No te llenas con nada ¡Mira! Todavía pides pastel —sonriendo, me dice: —Me vas a dar un pedazo.

Todo el escenario hizo recordar a Mario cuando era pequeño y su papá estaba con él. Todo era más fácil: tenía un hombre con quien platicar, con quien jugar; un par, un igual. Amaba a su mamá. Ella había dado todo por él, pero extrañaba a su papá, solo lo veía un fin de semana al mes. Desde que se fue a vivir ‘’al Otro Lado’’ no podía estar cerca de él como Mario quería. Además, su otra familia lo mantenía muy ocupado. Cuando lo llamaba por teléfono nunca terminaba de escucharlo por completo, porque su esposa se la pasaba interrumpiendo.

Pero ya aquí se conformó con el pastel de leche con coco, que lo hizo olvidar todos sus males. Sin muchas ganas le guardó un pedazo a su mamá y le dijo:

—Ten, comételo. Está bien bueno. —Ya era hora. Creí que te lo ibas a comer tú solo.Su mamá pidió la cuenta a la mesera y les trajo la charola con

la nota y dos galletas de la fortuna. Mario fue el primero en agarrar una. Por tradición, las abrían y leían el papel que llevan dentro con una frase que habla sobre el futuro. Ella solía leerle su papel a Mario y él a ella. Y así fue esa tarde.

—¿Qué te salió Mario? Le contestó:—“Tu vida cambiará muy pronto”.Ella se rio y dijo: —Sí, vas a sacar 10 en matemáticas. Y él dijo:—Ojalá sea cierto, porque lo necesito para pasar el semestre.Se fueron a terminar sus compras para llegar a casa. Como de

costumbre, Mario dejó ahí a su mamá y se fue a la esquina con sus

amigos. Se juntaban todas las tardes a platicar de las series y los videojuegos. Siempre se le hacía tarde, porque cuando estaba con sus amigos pasaba el tiempo de prisa. Su mamá lo regañaba y le decía que por eso sacaba malas calificaciones. Regresó a casa, le dio las buenas noches a su mamá y se durmieron.

A la mañana siguiente, se fue como todos los lunes a la escuela. Entró a todas las clases y cuando salió de la escuela fue y visitó a su amigo Carlos donde se juntaba la banda para ensayar. Llegó y lo recibió su amigo:

—¡Hola, Mario! ¡Pásale! Estamos echando un palomazo.—Sí, gracias. ¡Hola, muchachos! ¿Cómo están todos?Se acercó a una silla y Carlos le dijo:—Siéntate donde quieras. Vamos a seguirle. Estaba a un lado otra guitarra y por inercia la tomó entre sus

manos e intentó tocar igual que otras veces, pero esta vez fue diferente: empezó a seguir el ritmo que estaban tocando ellos. Se sorprendió: él no sabía tocar nada porque nunca había tomado clases de música.

Poco a poco se fue incorporando a la banda y Carlos le dijo: —Me dijiste que no sabías tocar ningún instrumento, pero lo

haces muy bien. Te invito a que formes parte de la banda. En ese momento no supo qué contestar, pero dijo:—¡Sí! —estaba desconcertado. No sabía que estaba pasando

con sus manos. En la vida había tomado un instrumento y menos con esa habilidad. Estaba realmente sorprendido. Llegó a casa feliz y dijo:

—Mamá, me aceptaron en la banda. Voy a tocar con ellos para el fin de cursos.

—¿Ya ves? La vida no es tan mala. Tienes muchas habilidades, aunque a mí me gustaría que le pusieras un poco más de atención a tus clases. Es tu último semestre y no quiero que tengas problemas.

—Pero, mamá, no te preocupes. Llevo promedio de 9. En lo único que me siento inseguro es matemáticas, pero lo voy a superar. Te prometo que voy aplicar en la Universidad para entrar a la carrera de Ingeniería en Energías Renovables, porque me interesa mucho el

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futuro del mundo. Quiero construir paneles solares para ayudar a la preservación del medio ambiente y disminuir la contaminación.

—Muy bien, Mario. Entonces tienes mi permiso. Así pasaron los días y todas las tardes se reunía en casa de Carlos.

Era increíble cómo le cambió la vida; cómo lo miraban los compa-ñeros. Ahora se había hecho muy popular. Todas las chicas querían hablar con él y ya no les parecía aburrido. Los compañeros de otro salón lo saludaban muy bien, porque muchos de ellos pertenecían a otras bandas.

La próxima semana tocaron en un café. Llegaron y el lugar esta-ba lleno de gente. Las chicas les gritaban, los amigos los saludaban. Eran los reyes. De verdad que su vida había cambiado. Cada día le interesaba menos la escuela. Su promedio había bajado y siempre llegaba desvelado.

Le molestaba cómo los maestros daban la clase. Pidió permiso para ir al baño y no regresó. Se quedó vagando por los patios plati-cando con otros amigos de otras bandas. Buscó a Ana. Desde que se conocieron en primer semestre ella nunca se interesó en él, pero ahora que era popular se había vengado: cada vez que se acercaba a él, la rechazaba y se iba con otras chicas.

Con su mamá las cosas habían cambiado: ya no quería salir con ella. Llegaba a su cuarto y se encerraba. Se sentía súper poderoso.

Sus deseos de estudiar eran cada día menos. Le interesaba la fiesta y la banda era lo primero. ¿Para qué le servía una ecuación si tenía el aplauso del público?

Su mamá intentó hablar con él, porque su orientadora la citó a una entrevista para hablar de sus bajas calificaciones, pero a él poco le importaba. Prefería ser artista.

Pasaron los meses y un domingo su mamá lo convenció de ir a la comida china. No tenía muchas ganas, pero recordó el pastel de leche con coco y le dijo que sí. Realizaron todo el ritual: en el restaurante, llegó la mesera con las cartas y pidieron la 1 para 2, el té de Jazmín y un pastel de leche con coco. Comenzaron a platicar su mamá y él.

—Mario, sé que hemos estado muy alejados últimamente. Me siento preocupada por ti. ¿Qué te pasa?

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—Nada, mamá. Estoy feliz. Estoy haciendo lo que me gusta.—Pero has bajado mucho tus calificaciones. La orientadora me

dijo que te sales de las clases, que le contestas a los maestros, que no pones atención, que eres otro.

—No es cierto. Eso les dice a todos los papás que van a verla. Eso lo dice por justificar su sueldo.

Entonces llegó la comida. Saborearon el pollo con piña, el arroz frito, el chop suey. Al final, el pastel de leche con coco. Como siem-pre, no podía faltar lo que dijo su mamá:

—Me guardas un pedazo. Y, como siempre, sin muchas ganas, Mario se lo guardó. Su

mamá pidió la cuenta y les trajeron dos galletas de la fortuna, las abrieron y su mamá le preguntó:

—¿Qué te salió? Y le dijo: —No, dime tu primero. Y ella me comenta: — ‘’Te crecerá y tendrás un cabello hermoso’’ — se ríe—¡Ojalá! porque tengo dos años que no me lo corto y parece

que me tronó un cuete ¿Y a ti? ¿qué te salió? —Una tontería, mamá. ‘’Nada es para siempre’’ No sé por qué

dicen por ahí que predicen el futuro. ¿Ya sabías que no las inventa-ron en China? Fue en San Francisco a principios del siglo XX.

—De todas formas, es una tradición china y es algo que me divierte, porque yo no creo en la suerte. Tu abuela siempre me dijo que es muy malo ser supersticioso.

Salieron del restaurante y se fueron a la casa. Le avisó a su mamá que iba a ir a ensayar con la banda. Llegó a la casa de Carlos y todos lo esperaban como siempre. Ya faltaba una semana para la presentación de fin de cursos. Tomó la guitarra entre sus manos y, con la confianza de siempre, empezó a tocar. Cuál fue su sorpresa cuando no pudo tocar ninguna nota: puros sonidos desafinados. Así se la pasó toda la tarde y no pudo volver a tomar el ritmo. Sus compañeros le dijeron:

—¿Qué te pasa?¿Qué sucede?No tenía palabras para explicarles lo que le estaba sucediendo.

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Terminó el ensayo y llegó a su casa. En el camino iban pensando en qué era lo que le había pasado. Se encontró con su mamá. Le dio las buenas noches y se metió a su cuarto a dormir, pero, antes, tomó su guitarra. Quiso tocar y no pudo. Por más que lo intentó, nunca le volvió a salir ninguna nota. Parecía que sus dedos estaban pegados y habían olvidado el camino para tocar las canciones que tan feliz lo habían hecho al convertirlo en un chico popular con todas las niñas detrás de él y amigos por todas partes.

Tuvo ganas de llorar porque no comprendía lo que estaba pasan-do. Por fin el sueño lo venció y se quedó dormido sobre la almohada.

A la mañana siguiente, se levantó, se bañó y se cambió. Pero, como de costumbre, arregló su cama. Entre las cobijas se encontró un papel. Era el de la galleta de la fortuna. No sabía cómo había llegado ahí. Lo volvió a leer: “Nada es para siempre”.

Se sentó a llorar en la cama. Por fin comprendió qué fue lo que pasó.Entró su mamá al cuarto. La abrazo y le pidió perdón. Y le dijo:—Mamá, perdóname por todo lo que te hice sufrir. Tú eres mi

único apoyo y yo te fallé. Tú confiabas en mí y yo estoy a punto de perderlo todo. Te confieso que todo lo que te dijo la orientadora es verdad: que le he fallado a mis amigos, que le he fallado a Ana, incluso que me he fallado a mí mismo.

—Pero, ¿de qué hablas Mario? No te entiendo. —Mira, mamá. Éste es el mensaje que tenía adentro la galleta de

la fortuna. Dice: ‘’Nada es para siempre’’.—¿Y eso qué tiene?—Mamá, cuando regresamos del restaurante y me fui a ensayar,

no pude tocar ninguna nota. Nunca te lo dije, pero la vez ante-rior que fuimos a la comida china me salió un mensaje que decía: ‘’Tu vida cambiará muy pronto’’. Y al otro día desarrollé una habi-lidad increíble con la música. No sólo eso. También me alejé de mis amigos, de Ana; dejé de entrar a clases y me porté mal con mis maestros. Pero lo que más me duele es haberte lastimado con mi actitud. He sido un mal hijo.

—Es cierto, Mario. Tú no sabías tocar ningún instrumento. Tú eras un buen hijo: estudioso y dedicado, siempre conmigo para

todas partes. No puedo creer que la galleta de la fortuna haya cambiado tu vida.

—Sí, mamá. Me vino a dar una gran lección: que debemos ser humildes, sencillos, nobles, no ser egoístas y, sobre todo, buenos de corazón. A partir de hoy, te prometo que me dedicaré a recuperar el tiempo perdido. Estudiaré para terminar la prepa y entrar a la universidad para hacer una carrera que te llene de orgullo y que ayude a los demás, porque el egoísmo y la vanidad están acabando con el mundo. Te amo, mamá.

—Yo también te amo, hijo.

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ice la leyenda que, en el Cerro del Mayor, existe una bruja que odia a los niños. En las noches de luna, sale a cantar en su lengua cucapá. Por las mañanas, trabaja como la gente normal vendiendo quesos que fabrican

en un rancho cercano. Eso le sirve para entrar a las casas donde viven las familias, y conocer a los niños. Pero no los asusta ahí. Espe-ra las noches de luna, para volar por los poblados, acechando a los niños que se quedan en la noche jugando en el patio de su casa.

Disfruta tanto hacerlo, como el comer tortillas de harina con nata de leche bronca. Su cuota es uno por mes y cuando no la alcanza, se enoja y se escuchan sus gritos en la oscuridad de la noche en los alrededores del Cerro del Mayor.

El camino es solitario, caliente y árido. A lo lejos, se encuentra el Río Hardy, donde se reúnen familias a pasar un día de campo. Llegan con sus asadores para la carne y comer tacos con quesadillas y chiles toreados. La música dura toda la tarde y hasta hacen bailes.

Me gusta ir con mi familia, pero cuando llega la noche, tengo miedo. Las fuertes sombras y un sonido sordo hace la bruja volando sobre nuestras cabezas. Los niños somos su presa favorita, su trofeo. Dicen que los echa a una olla de agua caliente, y que con un barrote les da vuelta y vuelta hasta que se convierten en sopa, con la que se alimenta para ser joven y bella eternamente.

Es tan hábil, que los papás nunca se dan cuenta cuando anda rondando. Solo después, lloran y lloran desconsolados al no encon-trar a sus hijos.

Nunca la han atrapado. Tiene cientos de años viviendo, y es capaz de hacer hablar a un gato y hacerse amiga de un caballo para lograr sus fines. Tiene el diablo dentro. Es una maga, una hechicera, una bruja maldita. El sólo pensar en ella no me deja dormir.

Cuando estoy en mi cama con la luz apagada, tengo los ojos cerrados aunque esté despierto. Escucho ruidos en la ventana y no quiero ver. Dicen que si no la invitas a pasar, no puede entrar. Trato de no jugar en los patios cuando llega la noche, porque si me atrapa, me va a hacer caldo y nunca voy a volver a ver a mis papás.

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Una vez, vino de otra ciudad un primo a visitarnos y le platiqué de la Bruja del Mayor. Creí que se iba a asustar, pero me comentó que allá donde vive también existen brujas, que existen en todo el mundo y que son mujeres malas que nunca tuvieron hijos. Por eso odian a los niños.

Las brujas de verdad no parecen brujas. Son mujeres que te demuestran una sonrisa amable, te ofrecen dulces y chocolates, y se hacen pasar por buenas personas. La gente grande nunca se da cuenta, pero los niños tenemos un sexto sentido que nos hace rechazar a esas buenas mujeres.

Tengo 12 años y me llamo Juanita. Cuando tenía 6 años, se quedó una semana mi abuela de visita y como nunca había oído hablar de la Bruja del Mayor, quería platicarme historias de su juventud en el patio de la casa en la noche.

Una vez, por poco me atrapa. Se levantó mi abuela al baño y me quedé unos minutos sola. Voló a un metro de mí y empezó a hablarme en su lengua. Parecía que estaba haciendo un conju-ro para llevarme con ella y convertirme en caldo. Tenía una horri-ble mirada con los ojos color sangre como fuego ardiente; su piel, morena y arrugada; flaca, con los pelos negros canosos y llenos de tierra. Me provocaba un escalofrío que recorría todo mi cuerpo. De pronto, regresó la abuela del baño y se desapareció. Le comenté que entráramos a la casa, que me quería dormir y ella aceptó sin sospechar lo que pasó.

En mi cama, tapada hasta las orejas, tengo en la mente la cara de la Bruja del Mayor. Me la imagino como se miraría con una peluca negra y larga, bien peinada. De seguro la ha de usar para vender quesos, porque, si no asustaría a toda la gente.

Extraño a mi abuela. Tiene un año que murió y siento que me hace falta. La vida ya no es igual sin ella.

Ahora me queda el recuerdo de lo felices que fuimos y me llegó la noticia de que pronto habrá un Congreso para la Protección de los niños maltratados. Ojalá inviten a la Bruja del Mayor para que deje de estar persiguiéndonos. Es probable que la ley se ocupe de ella y

esta historia llegue a su fin. Dice la CNDH (Comisión Nacional de los Derechos Humanos) que los niños tenemos derecho a la vida, a tener una familia, igualdad y no ser discriminados.

¡Vivan los niños!

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La pagoda ace mucho tiempo vivía en el primer cuadro de la ciudad, una mujer a la que todos llamaban “La Naran-jo”. Era muy alta, gorda, con la cabeza pelada a rapa, de piel blanca y enormes ojos azules. Siempre andaba

desnuda envuelta entre sábanas, con los pies descalzos. Toda su piel estaba sucia y desprendía un olor fétido a tierra con orines.

Era gringa, o sea, americana. Se había cruzado la frontera en esos años que no necesitabas pasaporte. La historia cuenta que se volvió loca de amor. Se escapó de la casa de su familia y se vino para acá. No habla español y tampoco lo entiende. Lo que sí sabe decir cada vez que entra desaforada a un restaurante de comida china es: “Quiero una pepsi de Naranja”. Asusta a los niños y a la gente grande.

Las meseras se ponen a temblar cada que llega y prefieren darle lo que pide para que se salga rápido. Hay muchos restaurantes de comida china, pero el de más tradición es el Café Azteca, enseguida de la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, frente a un puesto de cobijas.

Al cruzar la Garita Internacional con los Estados Unidos, está La Pagoda: una construcción china que representa la universalidad y el origen de nuestros fundadores.

Mexicali, ciudad solar, por sus altas temperaturas que alcanzan los 59 grados en verano, fue fundada en 1903 por mexicanos y chinos que llegaron en barco por el Océano Pacifico con la idea de emigrar a Estados Unidos, pero muchos de ellos decidieron quedar-se aquí.

La ciudad con el verano más largo, de los meses de marzo a noviembre; y el invierno más breve, de diciembre a febrero.

Su gastronomía, mundialmente conocida por su comida china, tacos de carne asada, hot dogs y sushibolas. Platillos creados por los cachanillas, porque así nos dicen a los que nacimos en Mexicali.

Creo que por todo eso recibimos visitantes de todo el mundo: por nuestra comida. Y como los años pasan, somos pocos los que nos acordamos de “La Naranjo”.

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Cuando cruzaba para el otro lado a comprar pollo con mi mamá, ahí estaba acostada sobre cartones, envuelta con periódicos, comiendo con las manos desperdicios que sacaba de los botes de basura. No podías acercarte. Siempre decía maldiciones en inglés, con mirada penetrante y enigmática, que te daba miedo tan siquie-ra voltear a verla, mucho menos darle una moneda.

Su vida era muy triste. Recorría la ciudad en el verano con los rayos del sol incandescente quemando sus pies descalzos. La misma locura la hacía no sentir nada. Y cuando la sed la atrapaba, se metía a los restaurantes exigiendo su “Pepsi de naranja”.

Todos los días la miraba caminando por diferentes puntos de la ciudad. Un día, de pronto, desapareció. Todos nos preguntamos por ella, pero nadie daba razón. A pesar de ser tan temeraria, nos hacía falta. Era parte de la ciudad, parte de La Pagoda.

Pasaron algunos años y de pronto veo las noticias en la televisión. Resulta que al oriente de la ciudad vivía un hombre trastornado de sus facultades mentales y declaró que la había hecho carnitas porque estaba gorda. Al escuchar esa noticia, no pude evitar derra-mar una lágrima. Me encontraba en la sala de mi casa con mi mamá a un lado, y me dice:

—Renata, no te pongas así. Era una indigente. Además, el hombre que le hizo eso es un enfermo mental, no sabe lo que hace.

Me fui corriendo a mi recámara. Es lo peor que pude haber escu-chado esa tarde. Tengo 15 años, pero recuerdo como si fuera ayer cuando a los 6 años me metía debajo de la mesa cada vez que “La Naranjo” entraba al restaurante, gritando por su “Pepsi de naranja”.

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uenta mi abuela Adriana que, en los años cincuenta, la actual “Casa de la Cultura” era la “Escuela Normal Urbana Federal Fronteriza de Mexicali”. Es un edificio histórico de gran tradición que se encuentra sobre la

Av. Francisco I. Madero, enseguida del Parque Héroes de Chapulte-pec, por la Av. Colón, a lado de la línea internacional fronteriza con Estados Unidos, exactamente con el Estado de California.

Su historia data desde su inauguración, el 16 de septiembre de 1916, y ha sido escuela primaria, normal, universidad y, finalmente, escuela de artes.

Aquí es donde estudio actualmente danza contemporánea. Cuando estaba en la primaria, mi abuela me cuidaba mientras

mis papás estaban trabajando y me decía: —Anette, estudié para maestra hace muchos años, cuando era

una jovencita. Tengo muchos recuerdos de la “Cuauhtémoc” (en honor al último emperador Azteca).

Me narraba la historia de la Maestra Rosita, una mujer muy bella, rubia, de ojos verdes, proveniente del estado de Sinaloa, que vino a estas tierras buscando fortuna.

La maestra Rosita era querida por todos sus compañeros y alum-nos. También tenía algunos enamorados. Era joven: tenía 22 años y los galanes no le faltaban. Usaba zapatos de tacón de clavo, falda de medio paso y saco sastre, con una rosa natural en la solapa, que emanaba un intenso olor.

Cuenta la abuela que un año antes de terminar la carrera, la maestra Rosita dejó de ir a dar clases. Nadie sabía por qué. Pensaron que se había regresado a Sinaloa, hasta que llegaron las malas noti-cias a la escuela y las reunieron a todas en un salón para informarles que la maestra Rosita había decidido quitarse la vida.

Todas lloraron. No lo podían creer. Era tan dulce. Al paso de los meses, a la hora de salida, se tenía mi abuela que quedar en la Biblio-teca a hacer tareas y empezó a escuchar ruidos extraños que antes no había escuchado. Así, a veces le pasaba en el salón de clases o en el baño. Veía sombras y escuchaba el ruido de pasos en tacones caminan-do por la escuela.

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No sólo a ella le pasaba. Empezaron a comentarlo entre compa-ñeras y a varias les había sucedido. De pronto, les llegó la noticia contada por otras maestras :que la Maestra Rosita había muerto de amor, porque se había enamorado de un músico americano y éste había decidido regresarse a la ciudad de Los Ángeles, California, a vivir.

Así, la historia se fue contando de boca en boca con las alumnas y sus familias.

Han pasado muchos años desde aquellos días. Mi abuela murió hace varios años, pero me está pasando algo muy curioso en la misma escuela. Mi clase es por las noches y en ocasiones me quedo sola en el salón o recorriendo los pasillos mientras espero a que mamá llegue por mí. De repente me llega un intenso olor a rosas, que no es común, porque dentro de las instalaciones no hay jardi-nes. Busco por todas partes si hay algún arreglo floral que haya lleva-do alguien a la escuela, pero no encuentro nada.

Le comenté a mamá lo que pasaba y me dijo que en el mismo salón donde tomo mi clase de danza, la abuela estudió la carrera de maestra.

¿Será casualidad? ¿O será que la maestra Rosita me acompaña todavía por los salones y pasillos de la Casa de la Cultura?

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amos al Bosque de la Ciudad para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, que fue establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas el 5 de junio de cada año.

Esta vez nos llevan de la prepa a una feria ecológica para presentar proyectos con material reciclado y así ayudar a evitar la contaminación.

Me llamo Claudio. Tengo 16 años y me interesa cuidar el mundo; quiero convertirme en su guardián. El maestro nos dio la libertad de efectuar un recorrido por el Bosque de la Ciudad para conocer las diferentes especies de animales, y regresar para participar en el concurso. Estoy emocionado. Trabajamos dos semanas en ello. Mis compañeros Julio, Iker y Juan Pablo están igual de animados que yo para continuar con esta misión.

Primero visitamos al león. Con sus fuertes rugidos, se muestra imponente. Por eso le dicen “El Rey de la Selva”. Más adelante están las jirafas comiendo hierba con sus cuellos largos. Decidimos comer unas tortas y refrescos que llevábamos, para que nos alcan-zara el tiempo. Nos dirigimos a las mesas que se encuentran en el lago y hacemos bromas de que no vaya a salir el cocodrilo y nos muerda, pero cuando llegamos a sentarnos, nos invaden los gansos para robarnos la comida. Los espantamos como podemos, pero son bravos. Se creen perros.

Está haciendo mucho calor. Cada día son más largos e intensos los veranos. Por las mañanas amanece una neblina densa sobre la ciudad por la contaminación de las fábricas y los quemaderos de llantas que hace la gente.

No soy un experto en el cambio climático, pero soy un joven ciudadano del mundo, preocupado y ocupado, que veo la vida con claridad y no pienso en las películas de ficción, donde los súper héroes nos vienen a salvar. Somos nosotros los que debemos gene-rar un cambio.

Todos los días, en las publicaciones de Facebook y otras redes sociales, aparecen noticias sobre el calentamiento global y la extin-ción de algunas especies por la caza indiscriminada de personas que no piensan en la seguridad del futuro del planeta. Este reporte que

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estoy escribiendo es para la entrega final de la materia de Ecología, y quiero sensibilizar al mundo de que no es una exageración, ni una histeria colectiva. Todos los días usamos plásticos. Aquí en el bosque están llenos los botes de basura y uno que otro tirado en el piso. Los océanos y ciudades están llenas de basura y todavía no hemos aprendido a separarla por especie: en orgánica, inorgánica, plásticos, metales y papel.

Quiero aire limpio para mi ciudad; que mis papás y mis futuros hijos respiren sin desarrollar alergias y enfermedades respiratorias.

Me gusta la carrera de medicina. Posiblemente entre a la univer-sidad a estudiar para ser doctor, pero también me gusta la sociolo-gía, para estudiar a las masas. No importa lo que decida estudiar en un futuro. Lo importante es que me convertiré en activista y cuidaré del planeta.

También me gusta pintar. Tal vez realice exposiciones para despertar conciencias en la gente dormida, que ignora la realidad.

Quiero aire fresco para poder respirar; ser la voz de toda la gente inconforme. Seré un científico y no descansaré hasta salvar al plane-ta de la contaminación provocada por los mismos humanos que se dedican a tirar basura, de la deforestación, la quema de combusti-ble, incendios provocados y sequías, que nos han llevado a sufrir estas grandes olas de calor.

No me gustan las noticias. Por las noches, cuando veo la televisión o el Internet, me pongo a temblar ¿Que será del futuro del planeta?

Juntos podemos cambiar el mundo para evitar un desastre. Tene-mos los medios para salvarlo. Recuerdo que hace tiempo había una campaña para cambiar los focos de las casas. Ahora, eso no es sufi-ciente. La contaminación va en aumento y está afectando nuestra salud y también afectará a la de nuestros hijos.

Terminamos de comer y continuamos el recorrido. Entramos al serpentario. Nos recibe una boa enorme, color amarillo claro, ence-rrada en una caja de cristal. Parece no tener fin.

Siento repulsión por las víboras. ¿O será miedo? No quiero pensarlo. Lo bueno es que salgo de ahí con mis amigos y caminamos hacia el aviario. Nos recibe un faisán macho, con sus vivos colores.

Otra jaula llena de periquitos, y por allá, en el fondo, un cotorro, que repetía sistemáticamente: “Bienvenidos, Bienvenidos, Bienve-nidos”. ¡Cómo nos reímos!

Llegamos de regreso con los compañeros. Ya va empezar el concurso y yo tengo en mente todo lo que voy a decir a los maestros cuando pasen a ver nuestros trabajos.

Mis compañeros bromean para darse ánimos. Nadie quiere hablar. Aunque todos hemos participado en el trabajo, siempre me avientan por delante. Nosotros participamos con un purificador de aire, así como estrategias para lograrlo, recomendaciones y una campaña que queremos proponer para que se lleve a cabo y crear conciencia.

Llegan las autoridades a nuestra mesa y nos hacen muchas preguntas. Todos contestamos: Julio fue el mejor, Iker se puso nervioso y Juan Pablo, que es de pocas palabras, hizo un resumen.

Parece que se quedaron conformes. Los otros proyectos también están interesantes. Todos enfocados a salvar al Planeta.

Los resultados los entregan el lunes en la escuela. Espero que tengamos suerte, pero lo que sí les digo es que cada uno de nosotros podemos ser súper héroes en esta historia.

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Soy palabra. Soy real de Iliana Fernanda Rivas Ahumada terminó de imprimir en noviembre de 2017

en los Talleres de Programe, S.A. de C.V.Unión (Bodega) 25, Colonia Tlatilco,

Delegación Atzcapozalco, Ciudad de México, 02860La edición consta de 1 000 ejemplares.